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PECADO

PECADO presupone la fe: “Debemos hacernos car-


go, aun en lo humano, de que la magnitud
1. La gravedad del pecado. 2. Efectos del de la ofensa se mide por la condición del
pecado. 3. Pecado y misericordia de Dios. ofendido, por su valor personal, por su dig-
4. Superación del pecado, gracia de Dios y
nidad social, por sus cualidades. Y el hom-
lucha ascética.
bre ofende a Dios: la criatura reniega de su
La doctrina cristiana sobre el pecado Creador” (ECP, 95). De ahí que la malicia del
presupone dos realidades antropológicas pecado y la deuda correspondiente sean
fundamentales: la falibilidad y la libertad. El en cierto sentido infinitas. San Josemaría
hombre es un ser falible, que puede fallar y lo mostraba haciendo referencia no sólo a
no alcanzar la meta; y que puede fallar no la dignidad infinita de Dios, sino también
sólo por la limitación de sus fuerzas, sino a la magnitud de su castigo (el infierno) y
porque, siendo dueño de sus actos, puede sobre todo a la pasión y muerte de Jesús,
usar mal de su libertad. Pero, junto a esos que ofreció su vida como satisfacción justa
dos presupuestos antropológicos, la doc- por el pecado: “Por salvar al hombre, Se-
trina sobre el pecado tiene un tercero, de ñor, mueres en la Cruz; y, sin embargo, por
carácter teologal: la cercanía amorosa de un solo pecado mortal, condenas al hom-
Dios, al que no le es indiferente el actuar bre a una eternidad infeliz de tormentos…:
humano. De ahí que san Josemaría pudie- ¡cuánto te ofende el pecado, y cuánto lo
debo odiar!” (F, 1002); “Jesús, bajo el peso
ra hablar de quienes “cometen el gran pe-
de la Cruz con todas las culpas de los hom-
cado de olvidar el pecado” (Carta 9-I-1959,
bres, muere por la fuerza y por la vileza de
n. 19: AGP, serie A.3, 94-1-5), poniendo de
nuestros pecados” (ECP, 95).
manifiesto que ese olvido en lugar de afir-
mar al hombre, lo destruye. Es ésa también Esto le hacía sentir un profundo dolor
la razón por la que quienes son conscien- por el pecado en cuanto ofensa a Dios,
tes del amor divino experimentan la alegría como lo refleja, entre otros muchos hechos,
de la fe y a la vez se reconocen llenos de su reacción en una ocasión. Se hablaba de
miserias y pecados, como le ocurría al la vida pecaminosa de una persona, uno
mismo san Josemaría, que se veía así “a de los que estaban presentes “exclamó:
la luz de esas gracias divinas que Dios, por «¡Pobre hombre!». Nuestro Fundador repli-
su misericordia, suele otorgar a los santos” có inmediatamente: «¡pobre Dios!». No era
(AVP, I, p. 344). Reaccionaba con actitud una falta de caridad hacia aquel pecador,
de fe y por tanto con un esfuerzo renovado sino una prueba de su amor de Dios, y de la
para realizar el bien. fuerza con que aborrecía cualquier pecado,
aun el más pequeño que se pueda pensar.
«¡Pobre Dios!», porque era un Padre ofen-
1. La gravedad del pecado
dido por uno de sus hijos. No hace falta
San Josemaría no fue un predicador decir que el Padre se puso a rezar inmedia-
de tintes dramáticos, pero supo siempre tamente por aquel pobrecillo” (Del Portillo,
poner de relieve la malicia del pecado, pre- 1993, p. 147). San Josemaría enseñaba
cisamente por su oposición al amor. En la que a Dios le “duelen” nuestros pecados,
raíz del pecado se encuentran el amor pro- porque nos ama con locura (cfr. S, 139; F,
pio y la desconfianza en el amor de Dios 161, 1024); y quienes aman a Dios experi-
(cfr. ECP, 95; F, 481). Por eso, aunque el mentan ese dolor por los pecados propios
pecado no siempre comporta un explícito y ajenos: un verdadero “dolor de Amor” (C,
odio a Dios, siempre implica un profundo 242, 246, 436; S, 142). El pecado es algo
desamor: es poner al Señor en estado de más que la transgresión de una norma: “no
sospecha. Así se comprende la ofensa que se reduce a una pequeña «falta de ortogra-
entraña el pecado; una comprensión que fía»: es crucificar, desgarrar a martillazos

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las manos y los pies del Hijo de Dios, y ha- mucho más dañino que el peor cataclismo
cerle saltar el corazón” (S, 993). del mundo físico: “No olvides, hijo, que
para ti en la tierra sólo hay un mal, que ha-
2. Efectos del pecado brás de temer, y evitar con la gracia divina:
el pecado” (C, 386). De ahí la necesidad de
El alejamiento de Dios, propio del pe-
“conducirse con la disposición clara, ha-
cado, conlleva otros efectos que el funda-
bitual y actual, de aversión al pecado. Re-
dor del Opus Dei exponía en su predica-
ciamente, con sinceridad, hemos de sentir
ción. El primero de ellos es la esclavitud
–en el corazón y en la cabeza– horror al
del pecador y la oposición consigo mismo:
pecado grave” (AD, 243). Aversión, pues,
quien peca “se ha hecho esclavo de aque-
al pecado mortal, que aparta de Dios, pero
llo por lo que se ha decidido, y se ha deci-
también al pecado venial, que no es algo
dido por lo peor, por la ausencia de Dios”
irrelevante o de poca importancia: “Tam-
(AD, 37; cfr. ECP, 178; F, 1024). El pecador
bién ha de ser nuestra la actitud, honda-
se hace daño a sí mismo como hombre y
mente arraigada, de abominar del pecado
como hijo de Dios, y, si reitera las acciones
venial deliberado, de esas claudicaciones
pecaminosas, lo hace en detrimento de su
que no nos privan de la gracia divina, pero
libertad, que queda disminuida, sometida
a los malos hábitos. debilitan los cauces por los que nos llega”
(ibidem). Ciertamente, la razón de pecado
Todo pecado comporta, además, una se encuentra plenamente sólo en el peca-
ruptura con la Iglesia, con los hombres y do mortal, que aleja de Dios. Pero también
con la misma naturaleza. Por eso se pue- el venial supone una ofensa al Señor que
de hablar, en sentido análogo, de pecado debe evitarse, y que, si se tolera, conduce
social, que es una situación inicua, resulta- a la tibieza y al pecado mortal. Es ésta una
do de muchos pecados personales. Como recomendación que el fundador del Opus
consecuencia, la repulsa del pecado debe Dei repetía frecuentemente: “Ruega al Se-
llevar a reparar el mal hecho a los demás y
ñor que te conceda toda la sensibilidad
a enfrentarse, sin caer en la pasividad, con
necesaria para darte cuenta de la maldad
las estructuras injustas. Cada uno debe
del pecado venial; para considerarlo como
esforzarse por contrastar esas situaciones:
auténtico y radical enemigo de tu alma; y
“No me cansaré de repetir que el mundo
para evitarlo con la gracia de Dios” (F, 114;
es santificable; que a los cristianos nos
cfr. C, 327-329; S, 139). Entre otras cosas,
toca especialmente esa tarea, purificándo-
porque la santidad, a la que todos estamos
lo de las ocasiones de pecado con que los
llamados, exige un serio empeño por ex-
hombres lo afeamos” (ECP, 120). Es un de-
cluir los pecados veniales: “¡Qué pena me
ber que atañe a todos, pero con particular
das mientras no sientas dolor de tus peca-
intensidad a quienes están constituidos en
dos veniales! –Porque, hasta entonces, no
autoridad o tienen funciones de responsa-
habrás comenzado a tener verdadera vida
bilidad: “Se esconde una gran comodidad
interior” (C, 330).
–y a veces una gran falta de responsabi-
lidad– en quienes, constituidos en auto-
ridad, huyen del dolor de corregir, con la 3. Pecado y misericordia de Dios
excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se Junto a la malicia y a las consecuen-
ahorran quizá disgustos en esta vida…, cias del pecado, san Josemaría subrayó
pero ponen en juego la felicidad eterna con fuerza la sobreabundante misericordia
–suya y de los otros– por sus omisiones, del Señor: “Por grandes que sean nuestras
que son verdaderos pecados” (F, 577). limitaciones, los hombres podemos mirar
De hecho el pecado no es sólo un mal, con confianza a los cielos y sentirnos lle-
sino el único mal en sentido absoluto. Es nos de alegría: Dios nos ama y nos libra

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de nuestros pecados” (ECP, 128). Dios de- to ha muerto a fin de librar a los hombres
sea perdonar nuestras culpas con tal de del pecado. Para lograrlo es preciso pedir
que, arrepentidos, solicitemos su remisión: la ayuda divina y ejercitarse en la lucha as-
“No te asustes al notar el lastre del pobre cética. “Arrastramos en nosotros mismos
cuerpo y de las humanas pasiones: sería –consecuencia de la naturaleza caída– un
tonto e ingenuamente pueril que te ente- principio de oposición, de resistencia a
rases ahora de que «eso» existe. Tu mise- la gracia: son las heridas del pecado de
ria no es obstáculo, sino acicate para que origen, enconadas por nuestros pecados
te unas más a Dios, para que le busques personales. Por tanto, hemos de empren-
con constancia, porque Él nos purifica” (S, der esas ascensiones, esas tareas divinas
134), porque su misericordia, su ternura y y humanas –las de cada día–, que siem-
su clemencia “nunca se acaban” (AD, 215). pre desembocan en el Amor de Dios” (AD,
En los escritos del fundador del Opus 214). El saberse pecador no es, por ende,
Dei se recalca el felix culpa del Pregón motivo de abatimiento ni de altanería, sino
Pascual: “Si tus errores te hacen más hu- de arrepentimiento y conversión: para el
milde, si te llevan a buscar con más fuerza cristiano, “el dolor ante el pecado no de-
el asidero de la mano divina, son camino genera nunca en un gesto amargo, deses-
de santidad: «felix culpa!» –¡bendita cul- perado o altanero, porque la compunción
pa!, canta la Iglesia” (F, 187; cfr. ECP, 65; y el conocimiento de la humana flaqueza
S, 171). Y se anima a sacar del pecado un le encaminan a identificarse de nuevo con
renovado afán de santidad: “Entierra con la las ansias redentoras de Cristo” (ECP, 138).
penitencia, en el hoyo profundo que abra Se pone así de relieve la “paradoja
tu humildad, tus negligencias, ofensas y amable de la condición de cristiano: nues-
pecados. –Así entierra el labrador, al pie tra propia miseria es la que nos lleva a re-
del árbol que los produjo, frutos podridos, fugiarnos en Dios, a «endiosarnos», y con
ramillas secas y hojas caducas. –Y lo que Él lo podemos todo” (F, 212). Sin olvidar
era estéril, mejor, lo que era perjudicial, que, en esta vida, aun la persona renovada
contribuye eficazmente a una nueva fe- por la gracia no está plenamente libre del
cundidad. Aprende a sacar, de las caídas, fomes peccati y puede apartarse de Dios:
impulso: de la muerte, vida” (C, 211). Veía “La experiencia del pecado no nos debe,
en esas sucesivas conversiones un cre- pues, hacer dudar de nuestra misión. Cier-
cimiento de Cristo en nosotros, ya que el tamente nuestros pecados pueden hacer
Señor “nos habla de nuestros pecados, de difícil reconocer a Cristo. Por tanto, hemos
nuestros errores, de nuestra falta de ge- de enfrentarnos con nuestras propias mi-
nerosidad: pero es para librarnos de ellos, serias personales, buscar la purificación.
para prometernos su Amistad y su Amor. Pero sabiendo que Dios no nos ha prome-
La conciencia de nuestra filiación divina da tido la victoria absoluta sobre el mal du-
alegría a nuestra conversión: nos dice que rante esta vida, sino que nos pide lucha”
estamos volviendo hacia la casa del Pa- (ECP, 114). De hecho, san Josemaría reco-
dre” (ECP, 64). La filiación divina alimenta mendó con insistencia resistir las insidias
la confianza en la ayuda de Dios y la espe- del pecado con una actitud no superficial
ranza de vencer en la lucha ascética. o de autoperdón, sino penitente, “con hu-
mildad, con corazón contrito, fiados en la
4. Superación del pecado, gracia de asistencia divina, y dedicando nuestros
Dios y lucha ascética mejores esfuerzos como si todo dependie-
En su predicación, san Josemaría in- ra de uno mismo” (AD, 214).
sistió en que el pecado puede y debe su- Resulta así lógico que el principal re-
perarse con la gracia del Señor, pues Cris- medio propuesto por el fundador del Opus

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Dei para evitar y expiar los pecados sea rodean (...). –Necesitas un buen exa-
la confianza en la asistencia divina, en la men de conciencia diario, que te lle-
gracia, y que recalcara los canales a través ve a propósitos concretos de mejora,
de los que la gracia se recibe, poniendo de porque sientas verdadero dolor de tus
relieve especialmente: faltas, de tus omisiones y pecados” (F,
– el Sacramento de la Penitencia: san 481);
Josemaría “hablaba mucho de la Con- – luchar contra las pasiones desordena-
fesión y la llamaba el sacramento de das: “Todos tus defectos, no comba-
la alegría, porque asegura nuestro re- tidos, darán un lógico fruto constante
torno a Dios: nos devuelve la amistad de malas obras. Y tu voluntad –que no
divina” (Del Portillo, 1992, p. 144); estará templada en una lucha perse-
– la Eucaristía: “En la Santa Misa encon- verante– no te servirá de nada, cuando
tramos la oportunidad perfecta para llegue una ocasión difícil” (S, 776);
expiar por nuestros pecados, y por los – evitar las ocasiones: “Un querer sin
de todos los hombres (...). ¿Cómo? querer es el tuyo, mientras no qui-
Uniéndonos en la Santa Misa a Cristo, tes decididamente la ocasión. –No te
Sacerdote y Víctima: siempre será Él quieras engañar diciéndome que eres
quien cargue con el peso imponente débil. Eres… cobarde, que no es lo
de las infidelidades de las criaturas” mismo” (C, 714);
(AIG, p. 79); – no dialogar con las tentaciones: “No
– la devoción a María Santísima: “La dialogues con la tentación. Déjame
Madre de Dios, que buscó afanosa- que te lo repita: ten la valentía de huir;
mente a su hijo, perdido sin culpa de y la reciedumbre de no manosear tu
Ella, que experimentó la mayor alegría debilidad, pensando hasta dónde po-
al encontrarle, nos ayudará a desan- drías llegar. ¡Corta, sin concesiones!”
dar lo andado, a rectificar lo que sea (S, 137);
preciso cuando por nuestras ligerezas – hacer penitencia: “La vocación cristia-
o pecados no acertemos a distinguir a na es vocación de sacrificio, de peni-
Cristo. Alcanzaremos así la alegría de tencia, de expiación. Hemos de repa-
abrazarnos de nuevo a Él, para decirle rar por nuestros pecados –¡en cuántas
que no lo perderemos más” (AD, 278; ocasiones habremos vuelto la cara,
cfr. F, 161). para no ver a Dios!– y por todos los
A la vez, presuponiendo la acción de la pecados de los hombres” (ECP, 9);
gracia, insistía en la necesidad del empeño – perseverar en la lucha: “Nuestra exis-
personal. A este efecto recomendaba: tencia en la tierra es tiempo de trabajo
– considerar la gravedad del pecado, y de pelea, tiempo de purificación para
meditando la Pasión de Cristo: “Si- saldar la deuda debida a la justicia di-
tuados en el Calvario, donde Jesús vina, por nuestros pecados” (AD, 203).
ha muerto, la experiencia de nuestros Así, en el juego entre gracia divina y
personales pecados debe conducir- respuesta humana, el hombre supera el
nos al dolor: a una decisión más ma- pecado y crece en santidad.
dura y más honda de no ofenderle de
nuevo” (F, 402; cfr. VC, passim); Voces relacionadas: Contrición; Penitencia, Vir-
– examinar la propia conducta: “Mira tu tud y sacramento de la; Tibieza.
conducta con detenimiento. Verás que
estás lleno de errores, que te hacen Bibliografía: Gonzalo Aranda Pérez, “Gen 1-3
daño a ti y quizá también a los que te en las homilías del Beato Josemaría Escrivá de

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PENITENCIA, VIRTUD Y SACRAMENTO DE LA

Balaguer”, ScrTh, 24 (1992), pp. 895-919; Even- de extrañarnos de tocar nuestras miserias,
cio Cófreces - Ramón García de Haro, Teología porque “arrastramos en nosotros mismos
Moral Fundamental, Pamplona, EUNSA, 1998, –consecuencia de la naturaleza caída– un
pp. 469-567; Javier Echevarría, Itinerarios de principio de oposición, de resistencia a
vida cristiana, Barcelona, Planeta, 2001; Cor-
la gracia: son las heridas del pecado de
nelio Fabro, “«Via Crucis»: La «contemporanei-
tà» del cristiano con Cristo”, Cultura & Libri, IX,
origen, enconadas por nuestros pecados
76 (1992), pp. 29-36, versión castellana en “Via personales” (AD, 214). Por eso precisaba
Crucis: la «contemporaneidad» del cristiano “machaconamente, de intento”, que la
con Cristo”, en Miguel Ángel Garrido Gallardo vida espiritual es “un continuo comenzar y
(coord.), La obra literaria de Josemaría Escrivá, recomenzar” (F, 384): “santo no es el que
Pamplona, EUNSA, 2002, pp. 175-187; Ramón no cae, sino el que siempre se levanta, con
García de Haro - Enrique Colom, “Pecado”, en humildad y con santa tozudez” (AD, 131).
GER, XVIII, pp. 125-129; Álvaro del Portillo, Una
vida para Dios. Reflexiones en torno a la figura
de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. 1. La penitencia: consideración general
Discursos, Homilías y otros escritos, Madrid, Con el nombre de penitencia la tradi-
Rialp, 1992; Id., Entrevista sobre el Fundador del ción cristiana se refiere a cada una de las
Opus Dei, Madrid, Rialp, 1993. múltiples facetas del papel de hijo pródigo
Enrique COLOM que el cristiano debe realizar. Para la expo-
sición de su vasto significado nos servimos
de la siguiente descripción que el fundador
del Opus Dei hace del camino de regreso
PENITENCIA, VIRTUD Y SACRA­ del cristiano a la casa del Padre: “volver
MENTO DE LA mediante la contrición, esa conversión del
corazón que supone el deseo de cambiar,
1. La penitencia: consideración general. la decisión firme de mejorar nuestra vida, y
2. El misterio del amor misericordioso de
que –por tanto– se manifiesta en obras de
Dios. 3. La virtud de la penitencia. 4. El sa-
cramento de la misericordia divina. 5. La ce-
sacrificio y de entrega. Volver hacia la casa
lebración del sacramento de la Penitencia. del Padre, por medio de ese sacramento
del perdón en el que, al confesar nuestros
La fidelidad a la vocación cristiana no pecados, nos revestimos de Cristo y nos
es tarea fácil, y el mismo Señor previno a hacemos así hermanos suyos, miembros
sus discípulos de las dificultades que en- de la familia de Dios” (ECP, 64).
contrarían para entrar en el reino de los cie- En la primera parte de la cita se indica
los (cfr. Lc 13, 24). Lo que se opone a la lo que comúnmente se denomina virtud de
santidad es el pecado, y ninguna criatura –a la penitencia, que denota el estado de per-
excepción de la Inmaculada Virgen María– manente conversión hacia Dios, mediante
se encuentra inmune a su poder: quien dice el cual el cristiano arranca de su vida los
que no tiene pecado se engaña y la verdad trazos delineados por el pecado y progre-
no está en él (cfr. 1 Jn 1, 8). Por eso, junto a sa en la identificación con los rasgos de la
la llamada a la santidad, resuena continua- vida de Cristo (cfr. VC, VI Estación; C, 212).
mente en el mensaje cristiano la llamada a En este contexto, conviene recordar que el
la conversión (cfr. Mt 4, 17; Mc 1, 15). uso tradicional del término penitencia apa-
Así ocurre también en la predicación rece cargado de una rica polisemia. Por un
de san Josemaría. La convicción de la lado, penitencia significa el cambio profun-
llamada universal a la perfección cristia- do del corazón del hombre, que comporta
na no le conducía a negar la realidad de modificar la vida concreta en coherencia
la fragilidad humana. En su catequesis con el cambio del corazón; por otro lado,
advierte que los hombres no deberíamos significa las obras específicas de sacrificio

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