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Manuel R u i z J u r a d o , S.I.

PARA ENCONTRAR
LA VOLUNTAD
DE DIOS
Guía de Ejercicios Espirituales

ESTUDIOS Y ENSAYOS
l'. \ c -
KSIMRUTAUDAl)

BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS


M A D R I D • 2002
Ilustración d e p o r t a d a : Jesús con los apóstoles, R. M o n t i (capilla d e la Citadella, Asís)

Diseño: B A C

© Manuel Ru¡2 Jurado


© Biblioteca de Autores Cristianos,
Don Ramón de la Cruz, 57. Madrid 2002
Depósito legal: M-3.280-2002
ISBN: 84-7914-534-X
Impreso en España. Printed in Spain
ÍNDICE GENERAL

INTRODUCCIÓN 3

1. Preámbulo sobre el m é t o d o 3
2. «Principio y fundamento» 6
Primera parte 7
Segunda parte 9
3. E x a m e n de la primera jornada 12

P R I M E R A ETAPA

POR CRISTO

P U R I F I C A C I Ó N : M E D I T A C I O N E S S O B R E EL PECADO Y sus C O N S E C U E N C I A S . 17

1. Primer ejercicio: C o n f u s i ó n 17
2. S e g u n d o ejercicio: Contrición 22
3. Tercer ejercicio: Conversión 25
Al final ile la segunda jornada 29
Discernimiento de espíritus 31
a) D o s situaciones anímicas opuestas y conducta a observar 32
b) Tentaciones del enemigo. Sus caracteres. M o d o de responder.... 33
c) Atención a la orientación de fondo de la persona 35
4. C u a r t o ejercicio: R e s u m e n 35
5. Q u i n t o ejercicio: Meditación del infierno 39
Penitencia y eucaristía 43

S E G U N D A ETAPA

CON ÉL

LLAMADA Y SEGUIMIENTO 47

1. Meditación de la llamada: El llamamiento del rey temporal ayuda a


contemplar la vida del Rey Eternal 47
2 . El seguimiento: C o n t e m p l a c i ó n de la Encarnación 52
3. El nacimiento de Jesús 60
Para un mayor y más perfecto discernimiento 63
4. Presentación de Jesús en el templo y purificación de Nuestra Señora.... 66
5. D e la huida a E g i p t o y retorno 67
6. Jesús se q u e d a en el templo sin que lo sepan sus padres 69
7. L a vida oculta de Nazaret 70
Preparación a las elecciones 72
VIH ÍNDICE GENERAL

8. Meditación sobre las dos banderas 73


9. Tres clases d e hombres 78
10. Tres maneras d e h u m i l d a d 82
Las elecciones 85
Esquema de puntos a revisar en la reforma de vida 88
11. C o n t e m p l a c i ó n del bautismo de Jesús 89
12. L a vocación de los Apóstoles 91
13. Las bodas de C a n a 92
14. El banquete en casa de S i m ó n el fariseo 93
15. Cristo sobre las olas 94
16. L a resurrección de Lázaro 95
17. L a entrada en Jerusalén 96

T E R C E R A ETAPA

EN ÉL

I. M I S T E R I O PASCUAL: PASIÓN Y M U E R T E D E L S E Ñ O R 101

1. La Última Cena 103


2. L a agonía del huerto 105
3. Prendimiento de Jesús y noche de prisión 109
4. Jesús ante los tribunales 111
5. Los azotes y la coronación de espinas 113
6. El miedo y la sentencia d e P i l a t o 114
7. «Y lo llevaron a crucificar» 115
8. L a Pasión en su conjunto: Dolores y humillaciones 117
9. L a Pasión en los sentidos de Cristo 119

II. L A RESURRECCIÓN 121

1. Resurrección de Cristo y aparición a Nuestra Señora 122


2. Aparición a los discípulos q u e iban hacia E m a ú s 127
3. Aparición a los discípulos en el cenáculo 128
4. Aparición j u n t o al lago 129
5. L a misión transmitida 131
6. D e la ascención de Cristo Nuestro Señor 133
7. C o n t e m p l a c i ó n para alcanzar a m o r 134

III. E L S E N T I D O D E IGLESIA 139

1. Sus fundamentos 139


2. Reglas clave: 1 y 13 140
3. L o s casos particulares: Reglas 2-9 141
4. L a regla 10 142
5. Aplicaciones doctrinales 142
PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS
INTRODUCCIÓN

1. P r e á m b u l o sobre el m é t o d o

U n a de las claves m á s eficaces para penetrar en el sentido de los


Ejercicios Espirituales ignacianos es, en la situación actual, una apa-
rente perogrullada: ejercicios es el plural de ejercicio.
L a perogrullada es sólo aparente, porque el uso ha venido a aso-
ciar la palabra Ejercicios no con un plural de unidades, cada u n a de
las cuales es por sí sola un ejercicio, sino con un espacio de tiempo
cualificado en su conjunto por una especial dedicación a varios
actos religiosos, o reuniones, que no constituyen cada u n o un ejer-
cicio en sí, ni son enfocados c o m o tales. Será preciso devolver al tér-
m i n o su significado.
Resulta iluminadora la comparación con los ejercicios corporales.
E n la educación física se suelen combinar ejercicios corporales, que
p o n e n en actividad diversos órganos o funciones, según que se
intente desarrollar el ritmo, la respiración, la musculatura, la fuer-
za, etc. D e acuerdo con la finalidad q u e se pretenda, las unidades,
que entran a formar parte del sistema de ejercicios gimnásticos a
emplear, serán diversas. D e m o d o semejante ocurre en los Ejercicios
Espirituales. L o s Ejercicios ignacianos son un sistema que organiza
diversas unidades de actividad espiritual en orden a conseguir un
fin determinado: «Vencer el h o m b r e a sí m i s m o y ordenar su vida»
de acuerdo con la voluntad de D i o s , de m o d o que sea esa voluntad
divina la que le guíe en sus decisiones y n o ninguna afición propia
desordenada.
N o es cosa fácil para el h o m b r e pecador el objetivo propuesto. N i
t a m p o c o es cuestión de p u ñ o s . E s obra de gracia y hay q u e ejerci-
tarse para alcanzar la docilidad a ella. Por eso la actividad espiritual
a emplear es fundamentalmente la oración y la penitencia. U n a ora-
ción y una penitencia encaminadas a quitar las aficiones desorde-
nadas del alma, para poder después buscar y hallar la voluntad divi-
na sobre la propia persona y disponer según ella la vida.
4 PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

C a d a «ejercicio», en singular, suele ser u n a hora de oración m e n ­


tal. Y, para cada día, se p r o p o n e n cuatro o cinco ejercicios. El resto
de las actividades del día, durante esta experiencia espiritual, se dis­
ponen normalmente en orden a preparar y realizar mejor tales ejer­
cicios. Son, por lo general, encaminadas a cuidar el ambiente en
que se realiza el conjunto de la experiencia; actos o disposiciones
adicionales que ayuden a una actividad mejor y m á s fructífera
durante el ejercicio de la oración mental.
En cuanto al ambiente, se pretende favorecer en lo posible la
experiencia cristiana del desierto. L a soledad, quizá dura y difícil al
comienzo, en la que el alma se vea obligada a enfrentarse en pre­
sencia de D i o s con las profundidades d e su conciencia. Por ello se
recomienda desarraigar al ejercitante del terreno habitual de su vida
ordinaria, en el que fácilmente se desliza por la superficie, halla oca­
siones de distracción y tiende a apoyar su atención en objetos efí­
meros que le entretienen. Se trata de cerrar el paso a la evasión; pues
el alma naturalmente tiende a la huida de sí, para no encontrarse en
profundidad con las exigencias divinas. Convendría, por tanto,
entrar en Ejercicios ignacianos, c u a n d o se viene atraído por el Espí­
ritu al desierto. H a y que estar dispuesto a afrontar la lucha decisiva
de la propia soledad. El desierto hace al h o m b r e encontrarse con su
impotencia y su debilidad, y que se sienta necesitado de buscar sólo
en D i o s toda su fuerza. El retraimiento absoluto es imposible. A l g o
impulsa al h o m b r e a trascenderse. Y es en esa crisis d o n d e el h o m ­
bre escucha fácilmente la llamada d e D i o s resonando salvadora en
el silencio de su nada. S a n M a t e o presenta a Cristo llevado por el
Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo ( M t 4 , 1 ) .
Para ser conducido a esas profundidades hay que entrar con gran
á n i m o y generosidad. Esperanzados de que en la experiencia del
desierto encontraremos la disposición para escuchar en nuestro
interior la palabra de D i o s dirigida a nuestro corazón ( O s 2 , 1 4 ) .
Convencidos de que en cristiano la experiencia de la muerte con
Cristo es previa a la de la resurrección.
Se pide el aislamiento de familiares, amigos, conocidos, y del
ambiente normal de trabajo. El resto de los consejos se irá d a n d o a
m e d i d a que avancen los ejercicios. C o m o entre los padres del
desierto cristiano, se postula la ayuda del experimentado conocedor
INTRODUCCIÓN 5

del camino de esta experiencia, h o m b r e avezado a la oración y a las


luchas interiores. Realizamos esta experiencia en la Iglesia, y quere-
m o s que sea conducida bajo la guía de su magisterio y autoridad.
Precisamente c o m o cristianos, en los días de Ejercicios más q u e
nunca, no queremos prescindir de vivir intensamente la Santa
M i s a , fuente de gracia, y participaremos en la oración intercesora
de la Iglesia con el rezo del Oficio Divino.
Si se nos exige gran á n i m o y generosidad con D i o s Nuestro Señor
para entrar en la experiencia de los Ejercicios ignacianos, no menos
se nos postula u n a enorme confianza. C o n v e n c i d o s del riesgo y la
calidad de la experiencia, h e m o s de ir persuadidos de que, precisa-
mente por ello, la ayuda de D i o s no nos faltará si nos confiamos a
Él. El espíritu del ejercitante debe permanecer abierto y no enco-
gerse por nada. Se ha de distender el alma para lanzarse a este mar
inmenso del Espíritu. Y no es apretando la esponja, c o m o se la hace
capaz de abrir sus poros al agua que ha de penetrarla.
San Ignacio no pensó en reducir a ocho o diez días el proceso a
recorrer en las cuatro semanas de ejercicios completos. Imaginó que
habría quien podría realizar todos los ejercicios, o sólo parte de
ellos. E n todo caso, sería recorrer alguna etapa, dar algún paso en la
dirección antes señalada, teniendo en el horizonte la finalidad pro-
puesta para el conjunto del m é t o d o : Vencer el hombre a sí mismo
para ordenar su vida de acuerdo con la voluntad de Dios sobre él.
H a b r á personas que no podrán retirarse de su residencia todo el día.
Para ellos se pensó la posibilidad de dedicar al menos unas horas del
día, para recorrer paso a paso las etapas de la m i s m a aventura ínti-
m a . Ellos aplicarán la ambientación y los actos adicionales de los
ejercicios en el m o d o que les sea posible, al menos durante las horas
del día que se dedican a practicarlos.
H a sido la práctica posterior de los que, habiendo realizado ya la
experiencia completa d e los Ejercicios, deseaban reproducirla d e
algún m o d o sintético, la que se ha encargado de demostrar la utili-
d a d y provecho espiritual de los ejercicios anuales de ocho o diez
días. L o s que no han tenido la dicha de practicar los ejercicios c o m -
pletos advertirán en particular que se necesita un ritmo m á s lento
para asimilar los objetivos de cada etapa del m é t o d o y realizarlos
con suficiencia.
6 PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

Los temas q u e siguen han sido calculados para poderse aplicar


también al espacio sintético d e ocho o diez días d e ejercicios. E s
conveniente u n a cierta flexibilidad en la duración d e cada etapa y
en la aplicación d e los ejercicios q u e n o son indispensables, d e
acuerdo con el ritmo y peculiaridades d e cada ejercitante. Esta a c o -
m o d a c i ó n personal será u n a razón m á s para recomendar al q u e se
ejercita en esta experiencia espiritual, q u e confiera, al menos una
vez al día, c o n el guía experimentado c ó m o le va y los resultados
que va obteniendo.
L o q u e se llama para comenzar «Principio y fundamento» es m u y
conveniente que se medite o considere varias horas, u n o o m á s días,
hasta asimilar c o m o propias y desear guiarse p o r las actitudes q u e
postula este texto.

2. «Principio y f u n d a m e n t o »
Nadie puede servir a dos señores... ( M t 6 , 2 4 )

El hombre ha sido creado para alabar, reverenciar y servir a Dios


Nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma. Las otras cosas sobre
la superficie de la tierra han sido creadas para el hombre, y para que
le ayuden a perseguir el fin para que ha sido creado. De ahí se sigue,
que el hombre ha de usar de ellas tanto cuanto le ayudan para su fin,
y ha de privarse de ellas tanto cuanto le estorban para realizarlo. Por
consiguiente, es menester hacernos indiferentes a todas las cosas crea-
das, en todo aquello que ha sido dejado a la elección de nuestro libre
albedrío y no le ha sido prohibido, de tal manera que por nuestra
parte no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza,
honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo lo demás,
deseando solamente y eligiendo lo que más nos conduce para el fin a
que hemos sido creados ( E j . 2 3 )

E n las citas del libro d e los Ejercicios Espirituales d e S a n I g n a c i o e m p l e a r e m o s la sigla E j .


seguida del n ú m e r o c o r r e s p o n d i e n t e en el libro.
INTRODUCCIÓN 7

Primera parte

L a primera sensación con la que se enfrenta el alma en soledad


ante la presencia infinita de su Creador, es con la necesidad de cla-
rificar su situación en el diálogo. L o s límites personales son tan evi-
dentes y el deseo del a l m a tan inmenso, que necesita asegurarse de
que el Señor la escucha y la alienta en su empresa. N o puede resig-
narse a ser un ente solitario, condenado a una lucha existencial sin
sentido. H a y una voz luminosa en su interior, que le dice desde el
fondo del ser: Ego sum (Éx 3 , 1 4 ) . Él es el que es, quien sostiene en
el ser a cuanto existe, quien ama, y porque a m a ha puesto el ser crea-
do en la existencia (Sab 1 1 , 2 5 - 2 6 ) . El odio destruye, no crea. Es el
a m o r el que desea hacer partícipes a otros del bien que se posee.
Ante esa presencia infinita de la Majestad amorosa divina que lo
llena todo, Isaías no p u d o sino caer sobre su rostro en la más pro-
funda adoración (Is 6 , 1 - 8 ) . Y es ante Él también ante quien mi ser
de creatura se arrodilla, deseoso de descubrir su plan de a m o r sobre
m í al ponerme en la existencia.
Si he de ordenar m i vida y darle su auténtico sentido, no hay otro
camino que este de reconocer a mi Creador y atender a su designio
al crearme. Por eso he de dedicarme en este primer día a renovar en
m í la presencia eficaz de ese único p u n t o absoluto de referencia
para mi vida: esa presencia divina íntima, paterna, omnisciente,
santa y santificadora, que tiene un plan sobre mí y quiere llevarlo a
cabo contando con la aceptación de m i respuesta libre, responsable,
a su interpelación amorosa.

E n m i oración he de pedir:
— Q u e Él sea de veras el Señor, c o m o le corresponde, en mi vida:
Tu solus Dominus, el único señor (cf. D t 6 , 4 - 7 ) .
— Q u e yo reconozca el sentido de su gesto creador y santifica-
dor: Q u e Él m e eligió antes de crear el m u n d o , para que sea santo
e inmaculado en su presencia por la caridad... Para alabanza de la
gloria de su gracia... en su Hijo amado... ( E f l , 3 s s ) .
— Q u e vaya renovando en m í todo lo que esa caridad exige de
m í en reconocimiento de su a m o r de Padre y aceptación gozosa en
alabanza:
8 PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

a) el reconocimiento de su infinita Majestad y Santidad en a d o -


ración reverente; pues el a m o r de un hombre a D i o s pierde su sen-
tido real, desprovisto de la actitud de adoración;
b) el reconocimiento de su infinita Bondady Sublimidades acti-
tud gozosa de alabanza c o m o se merece;
c) el reconocimiento y aceptación de su Señorío único en entre-
ga total de servicio a su voluntad; pues el a m o r se ha de mostrar en
obras m á s que en palabras;
d) el reconocimiento de que sólo así mi ser podrá verse libre de
toda esclavitud, y abismarse un día en la vida eterna del A m o r que
no fenece, a cuya participación ha sido destinado.

Por otra parte, he de sentir c ó m o ante Él, el único Absoluto, todo


lo demás se relativiza, y he de pedir c o m o una gracia la experiencia
espiritual de la transitoriedad, la funcionalidad, el sentido condi-
cional de todas las cosas creadas. El h o m b r e no ha sido hecho para
ellas, sino ellas para el hombre, y el h o m b r e para D i o s en Cristo.
D i o s es el único Dios. N o p u e d o a admitir otros dioses de mi ser:
ni mis posesiones, ni mi fama, ni mi personalidad, ni mis aficiones,
ni mis proyectos, ni los de nadie. T o d o , todas las cosas, todas las
exigencias de las personas, han de ceder ante la realización del desig-
nio amoroso de D i o s sobre mí, que no es sino una parte del designio
universal de D i o s de salvar toda la creación en Cristo por su Iglesia.
Sólo en ese designio total pueden encontrar u n sentido verdadero
las exigencias que las creaturas presentan.
Todas las creaturas están hechas para que m e ayuden a alabarte,
Señor, a reverenciarte y a servirte, respetando tu presencia en ellas y tus
designios sobre ellas. S u uso y su trato, su aceptación o su renuncia,
sólo cobran su verdadero valor en tanto en cuanto m e conducen a la
realización de ese designio de Dios. D e donde se deduce que tanto he
de aceptarlas o ayudarme de ellas, cuanto m e conducen al cumpli-
miento del designio divino, y tanto he de privarme o apartarme de ellas,
cuanto m e lo impidan. Sólo con esta norma las demás creaturas m e
ayudarán y yo ayudaré a ellas a ser alabanza de la gloria de su gracia.
Si se convierten a veces en trampa es a causa de mi debilidad, mi
limitación y mis aficiones desordenadas. Pero m e juego en ello ganar
o perder el alma. Ganar-perder es un lenguaje evangélico, que algu-
INTRODUCCIÓN 9

nos oídos no están dispuestos a escuchar. Y, sin embargo: «¿Qué


importa al hombre ganar todo el m u n d o , si pierde su alma?» ( M t
16,26). «¡Salva mi alma de los lazos del cazador!», he de gritar en sin-
tonía con los salmos (Sal 17,6; 9 0 , 3 - 4 ) ^ . Salvar el alma de estos
lazos, para salvarla eternamente, éste es el proyecto de D i o s mi Padre.
Entregarme a las creaturas sin la consideración del fin para que
han sido hechas — l a mayor gloria y alabanza de D i o s — es m i
desorden. Contrariar esa finalidad es mi pecado.
Lejos de mí pensar o hablar de varias y contrapuestas fidelidades.
No se puede servir a dos señores ( M t 6 , 2 4 ) . Fidelidad a la tierra, al
m u n d o , a los hombres, a la ciencia, al partido, a m í m i s m o , no tie-
nen sentido, invocadas c o m o en contraposición a la voluntad de
D i o s . L a fidelidad a D i o s lo abarca todo y hace auténtica toda fide-
lidad. N o se puede servir a otros señores.

Segunda parte

El segundo paso que he de dar en este día, en continuidad con el


precedente, es el de reconocer una consecuencia que se i m p o n e
c o m o necesaria, si ese plan de D i o s ha de encontrar respuesta ade-
cuada en mí. Si Él es el único Señor, si su plan es el único que salva,
si es el que deseo tomar únicamente c o m o n o r m a de mi existencia,
eso supone que el atractivo o repulsión, la simpatía o antipatía, la
afición o despego que despiertan en m í las creaturas no es lo que ha
de gobernar mis decisiones en la vida. N i el tener m á s o el tener
menos, el agrado o desagrado, el aplauso o la rechifla de los h o m -
bres, deben ser lo que m e haga o i m p i d a tomar una decisión, sino
la voluntad del Señor. S e m e i m p o n e , por tanto, un esfuerzo para
lograr que esos atractivos o repulsiones, simpatías o antipatías, no
sean los auténticos móviles de mi acción o inhibición. D e otro
m o d o m e conducirán a contravenir el plan de D i o s , al desviar el
objetivo d e mi existencia.
N o conviene pasar a la ligera por la constatación de la necesidad
de vencer las aficiones desordenadas de mi ser, inclinaciones o aver-

^ E n las citas d e los S a l m o s u t i l i z a m o s la n u m e r a c i ó n d e la Vulgata.


10 PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

siones que no están orientadas siempre según la n o r m a que presen-


ta la voluntad de D i o s . Interesa que seamos m u y realistas al reco-
nocer nuestras inclinaciones desviadas, o resistencias en la voluntad
(falta de indiferencia en nuestros afectos voluntarios), que se apoyan
en la falta de indiferencia de nuestras tendencias sensibles y orgáni-
cas (afectos involuntarios). Se hace necesaria la operación de a r m o -
nizar todo mi ser, vencer las resistencias y enderezar las desviaciones
de mis tendencias, para que todo él al servicio del designio divino se
halle siempre en la mejor disposición posible para elegir lo que más
le conduce a su fin.
La voluntad de D i o s debe polarizar de tal m o d o todas las valen-
cias de mi ser, q u e pueda repetir siempre: Sólo quiero lo que T ú
quieres, Señor. Y si en ocasiones experimenta la rebelión de las ten-
dencias o afectos involuntarios, ha de poder imponerse la voluntad
superior hasta decir: No se haga mi voluntad, sino la tuya, Señor. No
lo que yo quiero, sino lo que Tú ( L e 2 2 , 4 2 ; M t 2 6 , 3 9 ) .
N o se trata de quitar los afectos del corazón h u m a n o , sino de dar-
les su verdadera orientación: querer lo que D i o s quiere y en la
m e d i d a que Él quiere que yo lo quiera, aborrecer lo que Él aborre-
ce y en la m e d i d a en que Él quiere que yo lo aborrezca; no preve-
nir la voluntad de D i o s , queriendo m á s tener o no tener esto o
aquello, queriendo m á s ser estimado o pasar desapercibido, pro-
longar m i vida en este m u n d o o acabarla, si a D i o s place llevarme
antes con Él. Y así en todo:
— a u n q u e m e p i d a el hijo d e la p r o m e s a , c o m o a A b r a h á n
(Gen 2 2 ) ;
— a u n q u e m e pida dejarlo todo y seguirle, c o m o a aquel joven
(Mt 19,16-29);
— a u n q u e m e p i d a dejar a los m u e r t o s enterrar a sus m u e r t o s
(Le 9 , 5 9 - 6 0 ) .
C u a n d o se llega a estos casos concretos es cuando se ve m á s claro
cuánto necesitamos ordenar nuestros afectos, luchar para alcanzar
esa indiferencia disponible, requerida para siempre desear y escoger
lo que m á s conduce a la realización del plan de D i o s en mí y, a tra-
vés de mí, en toda la creación por lo que a m í respecta. E s una lucha
que conduce a morir en Cristo al desorden, para resucitar renova-
dos y ordenados en Él.
INTRODUCCIÓN

L a indiferencia es esa distancia afectiva que permite mirar las


cosas con la objetividad conveniente para tomar una decisión pro-
pia de un espíritu cristianamente libre (cf. 1 C o r 7 , 2 9 - 3 2 ) . C u a n -
d o p o n e m o s delante: « D e esto, ni hablar», «eso es demasiado duro»,
o «¡bah!, n o tiene importancia», y otras expresiones semejantes, ¿no
estamos indicando nuestra falta de indiferencia en esos puntos alu-
didos? ¿ N o hay en nosotros predecisiones no reflejas, q u e n o nos
atrevemos a afrontar?
N o se trata solamente de no dejarse arrastrar por los demás, ni
sólo de aceptar bien lo que p u e d a venir. Es necesaria también esa
indiferencia afectiva que libere la voluntad incluso de tales predeci-
siones. Es necesario hacernos indiferentes. N o estamos en esa dis-
posición cristiana, que afectará a nuestras aficiones y aun a la cor-
poreidad de nuestro ser; que exigirá siempre un i m p u l s o para tomar
la decisión, que n o sea tanto seguir la voluntad propia cuanto la de
Dios.
Si el a m o r de las cosas ha sido capaz de arrastrarnos a la indife-
rencia ante D i o s , ¿cuánto más el a m o r de D i o s será capaz de hacer-
nos indiferentes a los atractivos y repulsiones de las cosas? Necesito
ese a m o r absoluto, predominante, de que hablaba Jesús, ante el que
todo lo demás nada i m p o r t a ( M t 5 , 2 9 - 3 0 ; 1 0 , 2 8 ) .
***
El ejercitante empleará provechosamente su oración insistiendo
en pedir el acatamiento amoroso absoluto a la infinita Majestad del
Señor, dejándose invadir sin reservas por su a m o r salvador. D e ese
acatamiento a m o r o s o nacerá espontáneamente el deseo de purifi-
carse y de unirse cada vez m á s a él en la realización perfecta de su
voluntad, una disponibilidad plena para siempre desear y escoger lo
q u e m á s conduce a Él, en el sacrificio de lo m á s querido.
Podría servirse para ello del S a l m o 138 o de alguno de los pasajes
de la Sagrada Escritura antes citados. Conviene que distribuya la
materia entre los cuatro o cinco ejercicios d e este día, deteniéndose
allí d o n d e encuentre mayor devoción, allí d o n d e al Señor plazca
comunicársele. E n todo caso, procurará haber asimilado en su inte-
rior los dos pasos señalados en el principio y fundamento, antes de
pasar adelante en sus ejercicios.
12 PARA ENCONTRAR LA VOLUNTAD DE DIOS

3. E x a m e n d e la p r i m e r a j o r n a d a

— ¿ H e sido fiel a las horas de oración mental? (El a l m a debe m o s -


trar su generosidad en no acortar la hora por las dificultades que
ocurran. H a y que mantener la voluntad d e la persona que, condu-
cida por el Espíritu, vino a orar. Es u n o de los puntos sobre los que
podrá versar el diálogo con el guía de la experiencia).
— ¿Mi fidelidad ha sido solamente material? Porque se trata no
sólo de la presencia corpórea a la oración, sino de una búsqueda real
de D i o s , a través del ejercicio de la fe. S e trata de abrirse a la asimi-
lación de su palabra, dejándose iluminar sobre su verdadero senti-
do, tal c o m o nos ha sido transmitido en la Iglesia, en orden a trans-
formar nuestro ser según el designio de D i o s .
— ¿ M e he dejado interpelar por Él hasta el fondo de mi ser, per-
mitiendo que m e purifique, en el escozor de mis llagas abiertas a su
m a n o piadosa?
— ¿ H e llegado a alcanzar un silencio apacible, a reconciliarme
con el ambiente de mi soledad, para disponerme serenamente a las
comunicaciones divinas que el Señor desee? (Tensiones y nerviosis-
m o son mala señal. H a b r í a que preguntarse por sus causas. Revela-
rán fácilmente obstáculos que p o n e m o s a la comunicación de D i o s ,
de los que hemos d e desprendernos, o al m e n o s superarlos).
— ¿He preparado bien la oración? ¿Atendiendo a los puntos,
tomando notas si veo que m e ayuda..., releyendo la materia o los tex-
tos de la Sagrada Escritura que a ella se refieren, antes de cada ejercicio?
— Durante el ejercicio, ¿he mantenido la atención despierta, n o
tensa, tratando de tomar la materia con paz, sin prisas, sin ansias de
pasar adelante y de recorrerlo todo, deteniéndome d o n d e encontré
la luz, la gracia o el impulso de a m o r que andaba buscando? ( N o el
m u c h o saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las
cosas internamente).
— ¿ H e tenido en cuenta que la jornada de retiro de m a ñ a n a se
empieza hoy? ( C o n la preparación de la materia, con el ambiente
q u e m e he ido formando hoy a d a p t á n d o m e al retiro, con los pen-
samientos, imágenes y afectos con que m e acuesto hoy y m e levan-
taré mañana; pues conviene que vayan orientados de acuerdo con
el tema del ejercicio que he de hacer m a ñ a n a ) .
INTRODUCCIÓN 13

— Finalmente, no debo olvidar de repetir todos los días y en cada


hora de oración el deseo que ha debido de quedar grabado en mí
c o m o «oración-resumen» del principio y fundamento: « Q u e todas
mis intenciones, acciones y actuaciones sean dirigidas puramente al
servicio y alabanza de m i único Señor».

(Este mismo examen servirá con provecho, al final de cada jornada


de ejercicios.)
P R I M E R A ETAPA

POR CRISTO
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE
EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS

1. P R I M E R E J E R C I C I O : C O N F U S I Ó N (Ej. 4 5 - 5 4 )
Preparad los caminos del Señor (Is 4 0 , 3 )

O r a c i ó n preparatoria. Pedir gracia a D i o s Nuestro Señor para


que todas mis intenciones, acciones exteriores y operaciones perso-
nales sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de su divina
Majestad.
C o m p o s i c i ó n del lugar. Será ver con la vista imaginativa y consi-
derar que m i a l m a está encarcelada en este cuerpo corruptible y
todo el compuesto de a l m a y cuerpo en este valle, c o m o desterra-
do, entre brutos animales.
Petición. A q u í será de vergüenza y confusión de mí m i s m o , vien-
do cuántos han p o d i d o ser condenados por un solo pecado mortal
y cuántas veces yo merecía ser condenado para siempre por tantos
pecados míos.
e r
l . p u n t o . Será ejercitar la m e m o r i a sobre el primer pecado que
fue el de los ángeles; luego el entendimiento discurriendo sobre el
m i s m o pecado; después la voluntad. El objeto de recordar y enten-
der todo esto es avergonzarme y confundirme m á s , al comparar con
un pecado de los ángeles tantos pecados míos, y si ellos por un
pecado fueron al infierno, cuántas veces yo lo he merecido por tan-
tos. D i g o ejercitar la memoria sobre el pecado de los ángeles recor-
d a n d o c ó m o habiendo sido creados en gracia, no queriendo servir-
se de su libertad para actuar la reverencia y obediencia a su Criador
y Señor, dejándose llevar por la soberbia, fueron convertidos d e gra-
cia en malicia y lanzados del cielo al infierno. D e este m o d o , se pen-
sará luego cada cosa más en particular, con el entendimiento, y a
continuación se moverán m á s los afectos con la voluntad.
2 . ° p u n t o . Hacer otro tanto, es decir, ejercitar las tres potencias
(memoria, entendimiento y voluntad) sobre el pecado de A d á n y
Eva, recordando c ó m o por tal pecado hicieron tanto tiempo peni-
18 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

tencia, y cuánta corrupción vino al género h u m a n o , yendo por ello


tantas gentes hacia el infierno (cf. M t 7 , 1 3 ) . D i g o ejercitar la
m e m o r i a sobre el segundo pecado, el de nuestros padres, recordan-
do c ó m o después que A d á n fue creado en el c a m p o damasceno y
puesto en el paraíso terrenal, y Eva fue creada de su costilla, habién-
doseles prohibido que comiesen del árbol de la ciencia, y ellos
habiendo c o m i d o y, por tanto, pecado, después vestidos de túnicas
de piel y echados del paraíso, vivieron sin la justicia original que
habían perdido, con m u c h o s trabajos y m u c h a penitencia toda su
vida. L u e g o se pensará cada cosa m á s en particular con el entendi-
miento, y se usará la voluntad c o m o se ha dicho.
e r
3. p u n t o . Hacer también otro tanto a propósito del tercer peca-
do particular, de cada u n o de los que por un pecado mortal h a ido
al infierno, y de otros m u c h o s , incontables, por m e n o s pecados de
los que yo he hecho. D i g o hacer otro tanto a propósito del tercer
pecado, el particular, recordando la gravedad y malicia del pecado
contra D i o s , Criador y Señor; pensando con el entendimiento,
c ó m o por pecar y actuar contra la b o n d a d infinita, justamente el
pecador h a sido c o n d e n a d o para siempre, y acabaré (con el ejerci-
cio de) la voluntad c o m o se ha dicho.
C o l o q u i o . Imaginando a Cristo Nuestro Señor delante, y puesto
en cruz, hacer un coloquio, considerando c ó m o de Criador ha veni-
do a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y de ese
m o d o morir por mis pecados. Igualmente, mirando a mí m i s m o ,
para considerar lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo,
lo que debo hacer por Cristo, y, por fin, viéndole c ó m o está, colga-
do así en la cruz, expresar lo que se m e vaya ocurriendo (Ej. 4 5 - 5 3 ) .
***

Si u n o se encuentra de veras ante la Majestad d e D i o s infinito e


infinitamente santo, c o n t e m p l a n d o su plan de elevación del h o m -
bre, no p u e d e m e n o s de experimentar c o m o Isaías la necesidad de
purificarse (Is 6,5ss); o mejor, d e ser purificado: Purifícame, y seré
puro; lávame, y seré más blanco que la nieve (Sal 5 0 , 9 ) . Mira, Señor,
que mi nada y mi m a l d a d no p u e d e n resistir en tu presencia.
T o d o laborío de preparación al Reino d e Cristo h a de comenzar-
se por la c o m p u n c i ó n del corazón. Reconocer a la luz divina núes-
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 19

tra realidad de pecadores. Sólo así p o d r e m o s esperar salir del tem-


plo justificados, diciendo c o n t o d a la sinceridad d e nuestro ser a
la luz divina: Apiádate de mí, Señor, que soy un miserable pecador
(Le 1 8 , 9 - 1 4 ) , c o m o el publicano del Evangelio.
Para que ese grito p u e d a salir con toda verdad y profundidad de
nuestra alma, hemos de querer someter a la luz divina todo nuestro
juicio. Nuestro razonar limitado y pequeño tiene necesidad de ser
iluminado y adecuado para captar esa realidad misteriosa y oscura
del pecado del hombre. Sólo así p o d r á deplorarla c o m o quiere D i o s
que sea deplorada.
Para ayudar a los efectos oportunos en nuestra oración, debería-
m o s presentarnos ante el señor c o m o el empleado ante el jefe, que
había puesto en él toda su confianza, después de haberse descu-
bierto que h a hecho un gran desfalco. O c o m o el hijo que se pre-
senta ante su padre, después de haberle traicionado cobarde y ver-
gonzosamente. N u e s t r a petición ha de ser: vergüenza y confusión por
mis pecados.
Para que ese sentimiento no sea ficticio y superficial es preciso
que proceda de u n a gracia divina. Trataremos d e disponernos a su
comunicación dejando caer sobre nuestra mente y corazón la luz de
D i o s , que viene a iluminar la realidad del pecado. C o n el objeto de
evitar excusas subjetivas, aceptemos objetivamente los juicios que
Él nos ha c o m u n i c a d o en la revelación sobre la triste realidad del
pecado.

1.° E n primer lugar, p o d e m o s considerar el pasaje de 2 Pe 2,4ss.


El entendimiento se ha de ejercitar para tratar de asimilar la luz que
de esa revelación divina se deriva. Allí se muestra la respuesta de
D i o s al «no serviré» de su criatura, la reacción divina al «seremos
c o m o D i o s » , nacido del orgullo rebelde que quiere suplantar a D i o s
y ocupar el puesto divino de frente a la creación. Reflexionemos
que todo esto ha sido escrito para nuestro provecho, y se moverá
nuestra voluntad a desear y pedir un juicio semejante al divino, al
único correcto con respecto al pecado. C o m o dice S a n Agustín: «Ya
que s o m o s pecadores, al menos asemejémonos a D i o s , en que nos
desagrada lo que a Él (el p e c a d o ) . D e alguna manera te unes a la
voluntad de D i o s , por desagradarte en ti lo que aborrece quien te
20 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

hizo» (Serm. 19,3). C o n esto tendremos motivos d e confundirnos


profundamente, pues por nuestros pecados hemos merecido el a b o -
rrecimiento definitivo por parte d e Dios...

2.° Sería bueno servirse también de la luz que D i o s Nuestro


Señor ha derramado, sobre lo que es a su estimación el pecado, en
el capítulo 3 del Génesis. Podríamos encontrar que en todo pecado
hay una especie de complicidad con los espíritus pervertidos, y una
perturbación trascendental, en que quedan afectadas las relaciones
más profundas del ser h u m a n o con toda la creación, con los demás
hombres, y sobre t o d o con D i o s Creador de todo, q u e h a querido
al h o m b r e en su proyecto original, en la intimidad d e su diálogo
amoroso. Podremos descubrir en el pecado esa voluntad de goce
inmediato, q u e llega a desvanecer, al menos por el m o m e n t o , la fe
en la palabra divina. E s a palabra se nos i m p o n e c o m o obligación
trascendente; pero su promesa d e futuro q u e d a eclipsada por el
carácter inmediato del goce q u e nos ofrece el pecado. A esta luz
aumentaré el aborrecimiento a la idolatría contenida en todo peca-
do; p o r q u e hay siempre en el pecado un trasladar del Creador a la
creatura el objeto de nuestras preferencias, la inclinación de nues-
tra adoración interior. ¡ C u á n t a vergüenza y confusión debiera des-
pertar en m í semejante actitud!
Por lo demás, también el h o m b r e en su pecado ha querido libe-
rarse de D i o s y c o m o suplantarlo en su disposición del orden de
este m u n d o . E n realidad, para caer en las tinieblas de su soledad
infinita y su destierro, para venir a ser presa d e sus propias concu-
piscencias desencadenadas. N u e v o s motivos de vergüenza y confu-
sión: nuestra intentona absurda contra D i o s , la esclavitud que nos
hemos buscado, y sobre todo la situación de enemistad con D i o s ,
de suyo definitiva, en que nos coloca el pecado. Sólo el Redentor
divino p o d r á romper el y u g o que p o n e sobre el h o m b r e el pecado.

3.° Conviene considerar además que el pecado d e los hombres


venidos al m u n d o , c o m o nosotros, después de Cristo, participa de
esas m i s m a s características sustancialmente: excluye del Reino de
D i o s , lleva consigo la condenación eterna. L o dice S a n Pablo en su
1 C o r 6,9ss, y en Gal 5,19ss: no poseerán el Reino de Dios. Y si tales
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 21

pecados les impiden poseer el Reino de D i o s , quiere decir que les


condenan a estar siempre imposibilitados de la presencia gozosa de
D i o s , apartados d e Él definitivamente, eternamente cerrados a la
consecución de la meta, que no puede dejar de constituir objetiva-
mente la más íntima aspiración de su propia esencia. Repelidos en
la más lacerante tortura existencial, para siempre, para siempre.
C u a n d o San Ignacio dice en el libro d e los Ejercicios q u e debe
pensar el ejercitante c ó m o un h o m b r e se condena por un solo peca-
do, mientras nosotros todavía no h e m o s sido condenados a pesar de
nuestros m u c h o s pecados, es para q u e reflexione cada uno: si un
pecado mortal es de suyo capaz de causar la condenación, cuánto
he de agradecer la infinita misericordia d e D i o s c o n m i g o , que aún
m e concede lugar al arrepentimiento para acogerme a su perdón. Al
m i s m o tiempo, para que t o m e conciencia del gravísimo peligro en
q u e m e coloca el pecado, para llegar a aborrecerlo definitivamente,
c o m o D i o s lo aborrece.

C o l o q u i o . L a meditación sobre el pecado ha d e concluirse a los


pies de Cristo redentor crucificado por mis pecados. V i e n d o a D i o s
hecho hombre, al Creador creatura, de vida eterna venido a encar-
narse en una naturaleza h u m a n a , sometida al tiempo y al espacio,
al dolor y a la muerte, para poder morir por mis pecados, y así
reconciliarme con el Padre, cancelando la deuda mía, el decreto de
condenación que sobre m í pesaba, he de llegar a preguntarme, guia-
d o p o r mi fe, con todo el realismo posible:
¿ Q u é ha hecho Cristo por mí?
¿ Q u é he hecho yo por Cristo?
¿ Q u é debo hacer por Cristo?

Es m u y importante llegar a sentir por gracia mi d e u d a eterna de


redención con Cristo. Aquél me amó, y se entregó a la muerte por mí
(Gal 2 , 2 0 ) , ha de ser la palanca para mover las m á s generosas res-
puestas d e a m o r q u e el Espíritu sugiera en mi interior.

(Dedicar a esta meditación una o dos horas.)


22 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

2. S E G U N D O E J E R C I C I O : C O N T R I C I Ó N (Ej. 5 5 - 6 1 )

O r a c i ó n preparatoria. L a m i s m a .
P r e á m b u l o p r i m e r o . L a m i s m a composición (de lugar) que en el
primer ejercicio.
P r e á m b u l o s e g u n d o . Será aquí pedir crecido e intenso dolor y
lágrimas por mis pecados.
e r
l . p u n t o . Es el proceso de los pecados; es, a saber, hacer pasar por
la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de
tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera,
mirar el lugar y la casa donde he habitado; la segunda, la conversa-
ción que he tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido.
o
2 p u n t o . Ponderar los pecados, mirando la fealdad y la malicia
que cada pecado mortal cometido tiene en sí, a u n q u e no hubiese
sido prohibido expresamente.
e r
3 . p u n t o . Mirar quién soy yo, d i s m i n u y é n d o m e por m e d i o d e
ejemplos: primero, cuánto soy en comparación de todos los h o m -
bres; segundo, qué cosa son los hombres en comparación d e todos
los ángeles y santos del paraíso; tercero, mirar qué es todo lo crea-
d o en comparación de D i o s , pues yo solo ¿qué p u e d o ser?; cuarto,
mirar toda mi corrupción y fealdad corporal; y quinto, mirarme
c o m o una llaga y p o s t e m a de d o n d e han salido tantos pecados y
tantas maldades y p o n z o ñ a tan asquerosísima.
4 . ° p u n t o . Considerar quién es D i o s , contra quien he pecado,
según sus atributos, c o m p a r á n d o l o s a sus contrarios en mí: su
sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justi-
cia a mi iniquidad, su b o n d a d a m i malicia.
5 . ° p u n t o . E x c l a m a c i ó n a d m i r a d a y con grande afecto, reco-
rriendo todas las creaturas, mientras pienso c ó m o m e han dejado
en vida y conservado en ella: los ángeles, siendo e s p a d a de la j u s -
ticia divina, c ó m o m e han sufrido y g u a r d a d o y r o g a d o por mí;
los santos, c ó m o han estado intercediendo y r o g a n d o por mí; y los
cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces y a n i m a -
les, c ó m o m e han conservado hasta ahora; y la tierra c ó m o no se
h a abierto para sorberme, creando nuevos infiernos para siempre
penar en ellos.
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 23

Acabar con un coloquio de misericordia razonando y d a n d o gra-


cias a D i o s Nuestro Señor, porque m e ha d a d o vida hasta ahora,
proponiendo enmienda con su gracia para adelante. Padre Nuestro.
***

E n un segundo paso, el ejercitante tratará de profundizar la puri-


ficación comenzada, con la gracia que ha de pedir ardientemente,
de un verdadero dolor, contrición y Ligrimas por sus pecados.
A la luz del juicio objetivo de D i o s sobre el pecado del h o m b r e
ha p o d i d o sentir vergüenza y confusión de sus propios pecados y
aborrecerlos hasta el fondo. Se trata ahora de reconocer su propia
culpabilidad en la ofensa a D i o s inferida, al introducir tan horrible
mal en el m u n d o con su propia acción u omisión pecaminosa. Q u é
difícilmente llega el h o m b r e a considerarse enteramente autor de su
pecado, y a llorarlo ante D i o s c o m o verdaderamente obra suya. Y,
sin embargo, el pecado se ha cometido en el m u n d o , y se sigue
cometiendo. Llegar al reconocimiento personal de nuestro pecado
c o m o propio, llorar ante D i o s la ofensa que le hemos inferido, será
obra de la gracia d e D i o s q u e nos sale al encuentro, una victoria de
la luz de su misericordia sobre nuestras tinieblas (1 J n 1,6-10).
N o se trata en este m o m e n t o de hacer un examen minucioso de
conciencia, sino de probar a ver la realidad de nuestra vida de pecado
a la luz de la santidad divina, de su juicio sobre el pecado. T o d o el abo-
rrecimiento, vergüenza y confusión, ante la realidad horrible de mi
vida pecadora, sentida y contemplada c o m o lo que ha sido y es a la luz
divina, se deben convertir en dolor y lágrimas en presencia de Cristo cru-
cificado, que se ofrece al Eterno Padre en satisfacción por ella.
— M e p u e d o ayudar en la meditación, haciendo pasar ante su
m i r a d a santa lo q u e han sido los escenarios de mis p e c a d o s : casas,
calles, sitios d e trabajo, d e descanso o recreo, etc.; lo q u e ha sido
el decurso d e mi vida de pecador: de niño, d e adolescente, d e
joven, d e persona m a d u r a , d e bautizado, de confirmado, de c o n -
sagrado a Él... Esperaré el dolor q u e se obtiene c o m o gracia, por
m e d i o d e la petición y los santos deseos. S i n temor y sin prisas,
sin la fiebre de pasar adelante, q u e suele invadirnos ante un espec-
táculo c o m o el d e nuestros p e c a d o s , q u e nos humilla y escuece en
lo m á s íntimo del ser personal. S i la herida hierve, algo q u e d a por
24 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

sanar. D e j é m o n o s cauterizar p o r el dolor d e la c o n t e m p l a c i ó n de


la p r o p i a malicia, q u e ha herido y m a n c h a d o constantemente
nuestro ser.
— San Ignacio aconseja que tratemos de reconocer la malicia y feal-
dad del pecado en sí m i s m o , aun prescindiendo de que no estuviesen
prohibidas las acciones con que lo cometimos. Dios prohibe lo que es
malo en sí mismo, o es para nosotros malo, indigno de un hijo suyo.
— Será m u y provechoso reflexionar sobre la infinitesimal peque-
nez d e nuestro ser que se ha atrevido a enfrentarse contra su D i o s
al pecar. ¿ C ó m o es posible que haya tenido la incalificable osadía de
o p o n e r m e a mi infinito Creador, a mi Señor?: ¿Quién se le opondrá
y podrá salir ileso? ( J o b 9 , 4 ) . Si hoy los viajes interplanetarios ayu-
dan a la imaginación h u m a n a a hacerse una idea del granito de
arena q u e significa la tierra en medio de los espacios inmensos,
¿cómo quedará reducida la figura humana, que en miles de millo-
nes se agita dentro de ese p e q u e ñ o p u n t o que es la Tierra en u n a de
las incontables galaxias que pueblan el firmamento? ¡Y pensar que
ese infinitesimal enano se atrevió a escupir a la cara la amistad que
le ha sido ofrecida por el Creador del Universo!
— L a s c o m p a r a c i o n e s q u e p o n g a sólo tratarán de abrir brecha
por d o n d e llegue a penetrar m á s h o n d a m e n t e en el a l m a la c o m -
p u n c i ó n q u e la purifique por gracia d e D i o s , no de satisfacer fan-
tasías o curiosidades. Será conveniente disponer el a l m a al dolor
p o n i e n d o mi ignorancia s u m a frente a la omnisciencia y s a b i d u -
ría infinita d e D i o s , para q u e resalte m i desfachatez y ofensa al
preferir mis c a m i n o s a los suyos, mis tinieblas a su luz. Y si c o m -
paro su justicia con m i iniquidad, habiendo preferido m i juicio al
suyo, resaltará m á s la injuria q u e h a g o a D i o s al pecar. Miraré
también el desprecio q u e s u p o n e a su infinita b o n d a d , q u e m e
ofrece su amistad, c u a n d o la rechazo al pecar. E n realidad, es su
m i s m o S a n t o Espíritu el q u e resulta arrojado p o r m í , traicionado,
despreciado. El adulterio del alma es para Dios el pecado ( O s 2,1-13).
U n ataque a la gracia increada, al C o r a z ó n d e D i o s . Y un a b u s o
de su misericordia, q u e c o m e t o y o , tan exigente con los d e m á s ,
tan duro y tan inmisericorde.
— Si alcanzo del Señor ver a su luz la verdad de mi pecado, ten-
dré q u e concluir con los q u e la han recibido abundantemente, pre-
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE El PECADO 25

g u n t á n d o m e con admiración y asombro: ¿ C ó m o es posible que no


haya enviado ya sobre mí el peso de su justicia? ¿ C ó m o las criaturas,
instrumentos de su poder, no han vengado tanto desafuero y desa-
cato en su presencia? ¿ C ó m o m e ha sostenido D i o s hasta ahora,
mientras pecaba contra Él sirviéndome para ello de los mismos
beneficios que m e hacía? C o n San Francisco de Borja tendré que
decir: «Solamente queda la confusión cuando ves las criaturas,
teniendo por cierto que todas las veces que ofendiste al Creador
mereciste no sólo perder el servicio que te hacen, más aún que se
levantaran contra ti, haciendo la venganza de tu pecado» (Obras espi-
rituales, Trat. 3: «Colirio espiritual» [Ed. Flors, Barcelona 1964] 8 7 ) .

C o l o q u i o . El final de nuestra oración será volverme a poner a los


pies de Cristo crucificado, alabándole por su infinita paciencia y
misericordia c o n m i g o , ofreciéndome a reparar m i mal en cuanto
pueda, con u n a vida entregada a su divino beneplácito. E s Él la
reparación de m i pecado. ¿ Q u é deberé hacer por Cristo?
Misericordias Domini in aeternum cantabo es la jaculatoria d e un
corazón penitente, c o m p u n g i d o , humillado, rebosante de agrade-
cimiento.

(Es aconsejable releer hoy en algún momento libre las «adiciones»


recomendadas por San Ignacio para hacer mejor los ejercicios, en
n.73-90.)

3. T E R C E R E J E R C I C I O : C O N V E R S I Ó N (Ej. 62-63)

Después de la oración preparatoria y los dos preámbulos, repeti-


ré el primero y segundo ejercicio, notando y haciendo pausa en los
puntos en que haya sentido mayor consolación o desolación, o
mayor sentimiento espiritual, después de lo cual haré tres coloquios
de la manera siguiente:
C o l o q u i o p r i m e r o . A Nuestra Señora, para que m e alcance gra-
cia de su Hijo y Señor para tres cosas: la primera, para que sienta
interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos; la
segunda, para que sienta el desorden de mis operaciones, para que,
26 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

aborreciéndolo, m e enmiende y m e ordene; la tercera, pediré c o n o -


cimiento del m u n d o , para que, aborreciéndolas, aparte de mí las
cosas m u n d a n a s y vanas, y a continuación diré un Ave María.
C o l o q u i o s e g u n d o . Al H i j o , para que m e lo alcance del Padre, y
a continuación el A n i m a Christi.
C o l o q u i o tercero. Al Padre, para que el m i s m o Señor eterno m e
lo conceda, y a continuación un Padre Nuestro.
***

H a r é a su debido tiempo u n a repetición de los ejercicios prece-


dentes, deteniéndome a asimilar en mi interior los sentimientos o
luces que el Señor haya querido c o m u n i c a r m e este año sobre la rea-
lidad del pecado, y la necesidad que tengo de aborrecerlo y repa-
rarlo. Serenamente dejaré que arraiguen en m í las actitudes perso-
nales que corresponden a mi situación de pecador arrepentido, ante
el señor a m a d o con nueva fuerza, con un i m p u l s o nuevo, que
tomará su base m á s auténtica en la realidad de mi vida pecadora tal
cual aparece a sus ojos divinos, y n o c o m o aparece a la mirada
superficial de los que m e rodean.
C o n ese fin de ahondar y purificar mi posición auténtica d e peca-
dor arrepentido ante D i o s N u e s t r o Señor, podré ayudarme de tres
coloquios escalonados. El primero a Nuestra Señora, para que
interceda por m í ante su H i j o divino, el segundo a Jesucristo nues-
tro mediador y a b o g a d o ante el Padre (1 J n 2 , 1 - 2 ) , y el tercero al
Padre, para que m e conceda tres gracias:

a
1. Aborrecimiento total de toda clase de pecado. U n aborreci-
miento que no se quede en la cabeza que lo afirma, sino que llegue
a ser convicción arraigada en lo más h o n d o del ser, sentimiento vivo
hecho fuego divino purificador de todo lo que es incompatible con
S u infinita santidad. U n aborrecimiento que se extienda al pecado
venial. Es verdad que los pecados veniales no son d e la m i s m a natu-
raleza del pecado grave, por el que el h o m b r e dispone enteramente
de sí, hasta hacerse reprobo. Pero desvían al h o m b r e de su fin, crean
una especie de b r u m a entre D i o s y la creatura, haciéndola entrar en
c o m p o n e n d a s y volviéndola c o m o impermeable a las gracias actua-
les de D i o s . E s claro el peligro q u e de ello se sigue para la perseve-
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE El PECADO 27

rancia en la gracia santificante, además de obstaculizar el desarrollo


espiritual en Cristo. S o n en sentido verdadero u n a ofensa de D i o s
también.
Las almas dedicadas a la acción apostólica debieran considerar
además lo m u c h o que obstaculizan su apostolado con los pecados
veniales. Recae sobre ellos muchas veces la culpa de su esterilidad.

a
2. Pediré gracia para sentir interiormente todo lo que en m í no
va ordenado a Él, lo que no está de acuerdo con su designio de san-
tificación, con su divino beneplácito. A la luz y estima de la santi-
d a d divina aborreceré tanto desorden, para enmendarme y orde-
narme. ¡ C u a n p o b l a d o d e raposas aparecería mi huerto, q u é gran
turba de feos animalillos pululando en mi m o r a d a interior, si por
m i ventana dejara penetrar un rayo de luz divina! Ese minimalismo
en los actos religiosos, la tendencia a diferir lo q u e no m e apetece,
la vaciedad de m i conversación, la facilitonería en el trabajo, la
inclinación a hablar sin escuchar, la desorganización en el tiempo,
el favoritismo instintivo, la presunción y el a u t o b o m b o , mis altiba-
jos de humor, la inercia para todo esfuerzo, la dificultad para salir
de mí. ¡Si el Señor m e hiciera ver en un m o m e n t o , c ó m o mancho
de egoísmo, aun los actos en que aparezco más altruista o religioso!
Sentir tanto desorden es el comienzo del aborrecimiento, para
emprender la lucha contra él, para dejarme corregir y enmendarme.

a
3. Pediré también esa sensibilidad espiritual que m e hace perci-
bir lo que, sin ser desorden en mí, es en sí m i s m o signo, o causa
ordinaria de desorden en la realidad que m e rodea. Distinguir ese
m u n d o que, según S a n Pablo, tiene una sabiduría que n o es la de
Cristo, que no reconoce a Cristo, sino que lo odia c o m o a los que
son de Cristo, pero que el Señor lo ha vencido. El m u n d o envene-
nado por el pecado de los ángeles, de Adán y nuestro. El que pre-
senta una jerarquía de valores diversa de la de Cristo. E s a aprecia-
ción de las cosas y utilización de las criaturas, que prescinde de sus
auténticos fines, q u e haciéndolas objeto único o primordial d e sus
aspiraciones, las desconecta de su fuente y de su dirección esencial
hacia D i o s . Al despojarlas de su peso específico cristiano, de su con-
ducencia a D i o s , las vacía de contenido, las convierte en realidades
28 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

«vanas y m u n d a n a s » , en vez de hacer que c u m p l a n su misión de


material y m e d i o de glorificación de D i o s y salvación del alma. Y
sin embargo, con su proposición de vida ligera y fácil, con su aura
de triunfo y aceptación del ambiente, sigue ejercitando en cualquier
á m b i t o de la vida, aun la m á s retirada, la fascinatio nugacitatis (Sab
4 , 1 2 ) , el atractivo d e la vanidad, de la c o m o d i d a d . Se hace necesa-
ria esa fina sensibilidad espiritual q u e sepa discernir la sutil vanifi-
cación de la realidad y mundanización del criterio, que reina en la
n
vida corriente por obra del padre de la mentira ( J 8 , 4 4 ) . Pediré
que, habiendo reconocido el engaño del m u n d o viejo, aborrezca y
aparte d e mí semejante tentación d e mundanizarme en las cosas y
ambiente de q u e m e rodeo, en el que fácilmente m e a c o m o d o .
Las m i s m a s tres gracias, lentamente sentidas y deseadas ardiente-
mente, las pediré en cada coloquio, para terminar recitando con
plenitud de espíritu en Cristo, la oración que Él m i s m o nos ense-
ñó: Padre nuestro...
***
En las meditaciones sobre el pecado, podrían ayudarme a conse-
guir los sentimientos que pretendo: Bar 3 (para hablar con D i o s
sobre el pecado, sintiéndolo c o m o destierro, a b a n d o n o , alejamien-
to de la casa paterna...); Is 5,1-8 ( c o m o ingratitud); J o b 9 , 1 - 2 0
(como insolencia); S a b 5 0 (para reavivar los sentimientos del M i s e -
rere — d e p l o r a c i ó n , confianza y c o n s o l a c i ó n — en u n a aplicación
del m é t o d o de orar indicado (en Ejercicios 249-257).
Se podría añadir, cuando sea conveniente, el ejercicio del primer
m o d o de orar, propuesto por S a n Ignacio en los n . 2 3 8 - 2 4 8 de sus
Ejercicios. Especialmente sobre los M a n d a m i e n t o s y sobre los peca-
dos capitales. Servirá d e c o m p l e m e n t o para el fruto deseado en esta
primera semana. N o sólo para completar la abominación de los
propios pecados en concreto, a la luz d e las meditaciones anterio-
res, sino también, c o m o indica S a n Ignacio, para entender mejor la
voluntad divina positiva contenida en cada u n o d e sus M a n d a -
mientos, y en cada una d e las virtudes contrarias a los vicios capi-
tales, e identificar así la propia voluntad con la divina: « . . . para
mejor guardarlos, y para mayor servicio y alabanza de su divina
Majestad». L a conversión m á s plena incluye el cambio m á s pleno
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 29

de la propia mentalidad hasta conformarla con la divina, la del


«hombre nuevo» en Cristo (cf. R o m 1 2 , 2 ) .

Al final d e la s e g u n d a j o r n a d a

(Será conveniente repetir el examen propuesto alfinal delprimer día.


Se recomienda repetir también la lectura de las adiciones contenidas
en el libro de los «Ejercicios» de San Ignacio, n . 7 3 - 8 9 . Particularmente
las referentes a la penitencia voluntaria: n . 8 2 - 8 7 . )

Sobre el examen de cada día

Es probable que el a l m a en este día tienda a cerrarse sobre sí


m i s m a . Tendrá el peligro d e perderse en un laberinto de pensa-
mientos, que la recluyen en sus propios límites, haciéndola dar
vueltas con la fantasía en torno a la vida pasada. Ello distrae fácil-
mente su atención del p u n t o focal de toda experiencia cristiana que
es Cristo Redentor. Si no es experimentada, o avisada a tiempo por
su guía, puede caer en una actitud opuesta a la q u e se pretende y se
necesita en estas meditaciones del pecado. Porque no es cerrándose
sobre su propia tiniebla c o m o conseguirá el a l m a el fin que en ella
se desea alcanzar, sino por el procedimiento contrario: abriéndose a
los embates y avenidas de la luz y gracia de D i o s . Sólo la gracia
puede iluminar la verdad de esa realidad misteriosa del pecado del
hombre, de su pecado, hacerle experimentar la c o m p u n c i ó n , puri-
ficarla y renovarla con el d o n de u n a auténtica penitencia cristiana.
Es preciso que aquí en el retiro se acostumbre el ejercitante a rea-
lizar la experiencia de una visión espiritual de sus faltas y pecados. Así
aprenderá lo que es un examen de conciencia cristiano, y se renova-
rá en una práctica tan útil y recomendada en la Sagrada Escritura
(1 C o r 11,28; 2 C o r 5 , 9 - 1 1 ; 13,5, etc). C o m p r o b a r el hombre su
posición ante Dios, descubrirse a sus propios ojos interiores en pre-
sencia de Cristo, que con su mirada divina penetra corazón y entra-
ñas, es hacer luz d o n d e hay tinieblas. E s reconocer la incidencia
actual de su continua acción salvadora sobre cada uno de nosotros.
30 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

M i r a d o así, el examen de conciencia es un ejercicio q u e nos sitúa


en el centro de la verdad cristiana. C u a n d o el fiel cristiano entra en
su intimidad secreta, no es para complacerse en su propio yo con
mirada egoísta, ni siquiera sólo para reprocharse sus fealdades, sino
para volverse a encontrar en la fe, bajo la acción salvadora de Cristo
que actúa en él por m e d i o de su Espíritu, ante la mirada invisible
del Padre, que lleva en ello la iniciativa providente.
Sabemos que el Padre lo guía todo para nuestro bien ( R o m 8,28).
Pero una cosa es saberlo, y otra es reconocerlo en la actuación concre-
ta de los sucesos de cada día, en los acontecimientos importantes y en
los triviales, agradables o desagradables, victoriosos o calamitosos, en
las horas transcurridas hoy y aquí. Quien se mira a esta luz en el exa-
men, no podrá menos de comenzar, c o m o aconseja San Ignacio, agra-
deciendo al Señor aun aquello que ha dejado ese día en él su huella de
aflicción. T o d o puede convertirse en bien, aun las culpas deploradas,
retractadas, que fueron permitidas para nuestro provecho.
E n esta transparencia confiada del alma ante el Señor, p o d r á lle-
gar a descubrir con paz las raíces de sus faltas. Porque no interesan
sólo las faltas en sí m i s m a s , sino el desorden de la afición interior,
las actitudes del a l m a de d o n d e brotan, en d o n d e se alimenta el
d i n a m i s m o profundo que las p o n e en movimiento. Cristo-Luz
p o n e en evidencia todas las tortuosidades del corazón. S u palabra
discierne los sentimientos y proyectos del corazón, penetrando
hasta el p u n t o de separación del espíritu y la sensibilidad ( H e b
4 , 1 2 ) . El cristiano que realiza esta autocrítica sin m i e d o y sin tapu-
jos, sin ansiedad y sin encarnizamiento, se incorpora al juicio de
Cristo sobre el m u n d o , ofrece su cooperación a la empresa de arro-
jar de sus dominios al Príncipe d e las tinieblas y padre de la menti-
ra, por la fuerza misteriosa de la cruz d e Cristo (Jn 1 2 , 3 1 - 2 ) . S u
examen será dolor sincero y conversión, petición de ayuda y redención
al único que puede dárnosla. Encontrará remedio a las propias lla-
gas en la m a n o suave del M é d i c o divino, que sabe tocarlas sin enco-
narlas de nuevo. Es Él quien las ve c o m o son en realidad, y quien
nos invita a continuar nuestra lucha en orden a debelar en nosotros
el d o m i n i o de las tinieblas.
Así nuestra contrición p o d r á ser cristiana d e verdad, y el propósi-
to de enmienda se mantendrá siempre revitalizado, a pesar de la
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 31

experiencia repetida de la propia incoherencia, los fallos y deficien-


cias personales, la incompleta asimilación de la redención por parte
nuestra: ¡Señor, en tu n o m b r e lanzaré ahora la red! ( L e 5,5).
Si, después d e hacer estas consideraciones, nos p r e g u n t a m o s por
q u é h a c e m o s m a l nuestros exámenes diarios d e conciencia, ¿no
habrá q u e responder q u e el sentimiento d e haber p e c a d o p o c o
mantiene tibia nuestra a m i s t a d con el Señor? ( L e 7 , 4 7 ) . ¿ N o
habrá s u c e d i d o q u e h e m o s desviado la dirección del examen, c o n -
virtiéndolo en un acto d e egocentrismo, q u e acabó por hastiarnos
sin fruto práctico? ¿ N o será q u e h e m o s desertado de aquella acti-
tud a m o r o s a q u e el Evangelio recomienda con el n o m b r e de vigi-
lancia, p o r q u e n o a m a m o s al Señor con la suficiente delicadeza?
Q u i z á con la excusa de hacer algo útil, no a c t u a m o s , de hecho, ese
ejercicio central d e la vida de fe, q u e es el auténtico examen cris-
tiano, examen espiritual q u e nos hace t o m a r conciencia de la o b r a
salvadora d e C r i s t o , tal c o m o se va a c t u a n d o para cada u n o de
nosotros en la realidad de la v i d a cotidiana, y nos incorpora acti-
vamente a ella.

D i s c e r n i m i e n t o d e espíritus (Ej. 3 1 3 - 3 2 7 )

D u r a n t e la experiencia de recogimiento, soledad y vida interior


intensa de estos días d e Ejercicios, es lo más normal que el ejerci-
tante se sienta m o v i d o interiormente en u n a dirección u otra, más
o menos ferviente, iluminado, deseoso del bien o tentado hacia el
mal. Para q u e se p u e d a orientar ante estos fenómenos d e los q u e
ahora se hace particularmente consciente, y q u e a veces pueden
ayudar, o interferir, fuertemente en la marcha del proceso interior
buscado, tiene ante todo el recurso al guía experimentado que le
a c o m p a ñ a y dirige.
San Ignacio dejó escritas unas normas que ayudarán en su oficio
al director de ejercicios espirituales y que éste puede dar o explicar
oportunamente al ejercitante. S o n normas útiles no sólo para el
tiempo de los Ejercicios, sino en general para la vida espiritual.
Veamos primero las más generales y de más universal aplicación.
32 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

a) Dos situaciones anímicas opuestas y conducta a observar

Consolación. L l a m o consolación cuando en el alma se causa algu-


na m o c i ó n interior, con la cual llega a inflamarse el alma en a m o r
de su Criador y Señor, y con tal m o c i ó n no puede amar ninguna
cosa creada sobre la tierra en sí m i s m a , sino en el Creador de todas
ellas. A s i m i s m o , cuando derrama lágrimas incentivas a a m o r de su
Señor, sea por el dolor de sus pecados, o por la pasión de Cristo
Nuestro Señor, o por otros motivos directamente ordenados a su
servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación t o d o a u m e n t o
de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna q u e llama y atrae
a las cosas celestiales y a la propia salvación del alma, dejándola
quieta y pacificada en su Criador y Señor.
— El q u e está en consolación piense c ó m o se c o m p o r t a r á en la
desolación q u e después vendrá y cobre nuevas fuerzas para
entonces.
— El q u e está consolado, procure humillarse y abajarse cuanto
puede, pensando para cuan p o c o se encuentra en el tiempo d e la
desolación, sin tal gracia y consolación. Por el contrario, piense el
que está en desolación que puede m u c h o con la gracia suficiente
para resistir a todos sus enemigos y cobre fuerzas en su Criador y
Señor.

Desolación. L l a m o desolación todo lo contrario (de la consola-


ción), así c o m o oscuridad del alma, turbación en ella, atractivo por
las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tenta-
ciones, que mueven a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallán-
dose toda perezosa, tibia, triste, y c o m o separada de su Criador y
Señor. Porque así c o m o la consolación es contraria a la desolación,
de la m i s m a manera los pensamientos que salen de la consolación,
son contrarios a los pensamientos q u e salen d e la desolación.
— E n tiempo de desolación nunca cambiar, sino estar firme y
constante en los propósitos y determinación en que estaba el día
antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba
en la antecedente consolación. Porque así c o m o en la consolación
nos guía y aconseja m á s el buen espíritu, así en la desolación el malo,
con cuyos consejos no p o d e m o s tomar camino para acertar.
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE El PECADO 33

— D a d o que en la desolación no debemos m u d a r los primeros


propósitos, m u c h o aprovecha reaccionar intensamente contra la
m i s m a desolación, c o m o es el insistir m á s en la oración, medita-
ción, el examinar m u c h o , y el alargarnos en algún m o d o conve-
niente de hacer penitencia.
— El q u e está en desolación, considere c ó m o el Señor le ha deja-
do en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias
agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio
divino, que siempre le queda, aunque claramente no lo sienta. Por-
que el Señor le ha sustraído su m u c h o fervor, crecido a m o r y gracia
intensa, quedándole, sin embargo, gracia suficiente para la salva-
ción eterna.
— El que está en desolación, se esfuerce por mantenerse en
paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense
que será presto consolado, mientras p o n e las diligencias contra tal
desolación, según se ha dicho (anteriormente).
— Tres son las causas principales por las que nos hallamos desola-
dos. L a primera, por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros
ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja de nosotros la
consolación espiritual. L a segunda, por probarnos para cuanto
s o m o s y hasta d o n d e llegamos en su servicio y alabanza, sin tanto
sueldo de consolaciones y grandes gracias. L a tercera, por darnos
verdadera información y conocimiento, a fin d e q u e sintamos, inte-
riormente, que no está en nuestro poder hacer venir o tener gran
devoción, amor intenso, lágrimas, ni otra alguna consolación espiri-
tual, sino que todo es d o n y gracia de D i o s Nuestro Señor; y para
que no p o n g a m o s nido en cosa ajena, haciendo surgir en nuestro
entendimiento alguna soberbia o vanagloria, atribuyendo a nosotros
la devoción, o los otros elementos de la consolación espiritual.

b) Tentaciones del enemigo. Sus caracteres. Modo de responder

— El enemigo se c o m p o r t a como mujer, siendo débil por necesi-


d a d y fuerte por querer aparecerlo. Porque así c o m o es propio de la
mujer, cuando riñe con algún varón, perder á n i m o y huir cuando
el h o m b r e le muestra m u c h o valor; y, por el contrario, si el varón
34 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

empieza a huir perdiendo á n i m o , la ira, venganza y ferocidad de la


mujer se acrecientan, y tan desmesuradamente: del m i s m o m o d o es
propio del enemigo debilitarse y perder á n i m o (cesando sus tenta-
ciones), cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales
p o n e m u c h o valor contra las tentaciones del enemigo, haciendo el
opósito per diametrum (lo contrario diametralmente); y al revés, si
la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder á n i m o ,
al sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera en toda la tierra,
c o m o el enemigo de la naturaleza h u m a n a , para proseguir su dañi-
na intención con tan grande malicia.
— A s i m i s m o se c o m p o r t a como vano enamorado, que quiere estar
en secreto y no ser descubierto. Porque así c o m o el h o m b r e vano,
que con intención seductora requiere a una hija d e buen padre, o
una mujer de buen marido, quiere q u e sus palabras e insinuaciones
queden secretas; y, al contrario, le desagrada m u c h o c u a n d o la hija
al padre o la mujer al marido descubre sus vanas palabras e inten-
ción depravada, porque fácilmente deduce que no p o d r á salir con
la empresa comenzada: de la m i s m a manera, cuando el enemigo de
la naturaleza h u m a n a hace llegar al alma justa sus astucias e insi-
nuaciones, quiere y desea que sean recibidas y mantenidas en secre-
to; y cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espi-
ritual que conozca sus engaños y malicias, m u c h o le pesa; porque
comprende que no p o d r á salir con su malicia comenzada, al ser des-
cubiertos sus engaños manifiestos.
— A s i m i s m o , se c o m p o r t a c o m o un caudillo para conquistar y
robar lo que desea. Porque así c o m o un capitán y caudillo del ejér-
cito, tras asentar su c a m p a m e n t o y mirar las fuerzas o disposición
de un castillo, lo c o m b a t e por la parte m á s flaca; d e la m i s m a m a n e -
ra el enemigo de la naturaleza h u m a n a , rodeándonos, mira en
torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por
d o n d e nos halla más flacos y m á s necesitados en relación a nuestra
salvación eterna, por allí nos c o m b a t e y procura tomarnos.

San Ignacio descubre al ejercitante caracteres de las tentaciones dia-


bólicas que responden a la tipificación de Satán en la Sagrada Escri-
tura: nos amenaza como león rugiente (1 Pe 5,8); es príncipe de las
tinieblas y padre de la mentira (Jn 8,44; E f 6,12; J n 12,30); anda en
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 35

derredor buscando a quién devorar (1 Pe 5,8); pone asechanzas y lazos


(1 T i m 6,9; E f 6,11; M t 6,13). L o m i s m o p o d e m o s decir del tipo de
reacción que aconseja al tentado: «Resistidle» fuertes en la fe(1 Pe 5,9;
cf. 1 C o r 16,13); resistid al diablo y él huirá de vosotros (Sant 4 , 7 ) .
Jesús es la luz, y quien le sigue no anda en tinieblas (Jn 8,12).
A u n q u e probablemente las reglas ignacianas son m á s bien fruto
de la experiencia y de la sapiencia cristiana, arraigada en la Tradi-
ción, que no resultado de m u c h o estudio intelectual teológico o
exegético.

c) Atención a la orientación de fondo de la persona

C o n las personas que van de pecado mortal en pecado mortal,


acostumbra c o m ú n m e n t e el enemigo proponerles apariencias de
placeres, haciendo imaginar deleites y placeres sensuales, para con-
servarlos m á s y hacerlos aumentar sus vicios y, con quien va subien-
d o de bien en mejor en el servicio de D i o s Nuestro Señor, sigue el
m o d o contrario. Porque entonces es propio del mal espíritu reco-
mer, entristecer y poner impedimentos, inquietando con falsas
razones para que el h o m b r e no pase adelante; y propio del bueno,
dar á n i m o y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quie-
tud, presentando c o m o vencibles, y aun quitando, toda clase de
impedimentos, para que proceda adelante en el bien obrar.

4. C U A R T O E J E R C I C I O : R E S U M E N (Ej. 6 4 )

El ejercicio llamado por S a n Ignacio «Resumen» debe servir para


ahondar m á s en el alma la c o m p u n c i ó n por el pecado: contrición,
abominación de todo lo que m e p u e d a apartar de D i o s . Es c o m o
dar espacio en el alma, en el corazón contrito y humillado, a las gra-
cias que D i o s quiera ir concediendo, haciéndolas penetrar m á s pro-
fundamente en el ejercitante, por las brechas por d o n d e ha ido
penetrando el Señor en mí, a m e d i d a que la m e m o r i a contemplati-
va recuerda todo lo que hasta ahora ha ido impresionando a lo largo
de las meditaciones hechas hasta ahora.
36 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

Es algo así c o m o si, después de un viaje, u n o se detuviera a sere-


narse en su habitación a solas, entreteniendo el recuerdo en las
reminiscencias de los paisajes, encuentros, impresiones que se han
grabado en su m e m o r i a durante el periplo. D e un m o d o semejante
trataré de hacer este ejercicio, tras los preámbulos ya conocidos en
las meditaciones precedentes, para pasar por el recuerdo las remi-
niscencias del itinerario espiritual recorrido hasta este m o m e n t o en
los Ejercicios.
***

Piensa en tus novísimos y no pecarás (Eclo 7 , 4 0 )

Ordinariamente será m u y oportuno prolongar esta etapa de puri-


ficación del ejercitante con algunas meditaciones, q u e ayuden a
despegar el corazón de sus apegos desordenados a cosas de este
m u n d o , y a proceder en adelante con «temor y temblor» en la obra
de la salvación (Flp 2 , 1 2 ) .
Para obtener el efecto pretendido conviene que seamos realistas
en nuestra meditación, c o m o lo fue el Señor cuando nos habló de
las penas del pecado, de la muerte y del infierno.
La muerte es revelación del pecado ( R o m 5 , 1 2 ) , participación en
la muerte de Adán; aunque debe ser también para nosotros partici-
pación en la muerte de Cristo, en la redención del pecado ( R o m 6;
1 Cor 15,22).
Después de colocarme en presencia de D i o s y haber hecho la ora-
ción preparatoria habitual, m e imaginaré en el lecho de mi muerte
o ya muerto. L a petición será q u e por la meditación de la muerte
saque los frutos q u e pretendió el Señor en mí al hablarme de ella en
el Evangelio.

— Mientras el hombre tiende a prescindir en sus perspectivas de la


muerte c o m o acontecimiento propio, a quitársela de la vista, Jesús se
esforzó por que la tuviésemos siempre presente en el horizonte: Estad
preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hom-
bre (Le 12,40). Es la advertencia dirigida a todos en la parábola de las
vírgenes necias ( M t 2 5 , 1 - 1 3 ) . L a m i s m a espera vigilante a que se
refieren San Pablo (1 Tes 5,2) y San Pedro (1 Pe 1,13).
PURIFICACIÓN MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 37

Y es q u e la muerte nos recuerda que no s o m o s autosuficientes,


que servimos al Señor y es preciso que nos encuentre fieles en su
servicio cuando Él vuelva (Le 1 2 , 3 7 ) . Velad y orad, porque no
sabéis ni el día ni la hora.
— N o s sentimos inclinados al j u e g o , al sueño, a la diversión, a la
disputa, o la rebelión. N o s apegamos a las cosas hasta convertirlas
en los dioses de nuestras aficiones. El Señor nos avisó repetidamen-
te de la frivolidad, el error y la vanidad en que tan fácilmente cae-
mos. N o s habló del rico, que con sus abundantes cosechas creyó ya
tener en qué poder reposar aquí. S u angustia existencial halló con-
solación duradera en los montones de grano contemplados en sus
graneros: « D u e r m e , c o m e , bebe, banquetea», se decía. C u a n d o
D i o s le dijo: Necio, esta misma noche te pedirán tu alma. Lo que has
amontonado, ¿de quién va a ser? (cf. L e 1 2 , 1 5 - 2 0 ) .
C a d a ejercitante debe reconocer en d ó n d e ha puesto su descanso
existencial: eso q u e ha a m o n t o n a d o , eso en que confía, ¿de quién
va a ser?
— E n el m o m e n t o de la muerte D i o s aparta a su creatura de las
otras creaturas con las que ella había a m a n c e b a d o feamente su cora-
zón. Llegada esa hora d e la verdad, ¡cuan vano nos aparecerá ese
objeto de nuestras aficiones! ¡Y, por tan p o c a cosa h e m o s pecado!
¡Por tan pequeña cosa perdimos tanto bien! Q u i z á por un pedazo
de carne, que ahora será polvo y alimento de gusanos.
¿De qué nos sirvió la soberbia? La ostentación..., ¿quéprovecho nos
hizo? Todas aquellas cosas desaparecieron como una sombra... (Sab
5,4ss), así dirán los impíos.
L a m u e r t e se encarga d e realizar la separación radical q u e d i s -
c r i m i n a la p e r s o n a d e «las d e m á s cosas sobre la superficie d e la
tierra». Allí se a c a b a la p e c a m i n o s a identificación d e u n o m i s m o
con las d e m á s cosas q u e no s o m o s nosotros m i s m o s : cargos,
honores, títulos, aptitudes, salud, enfermedad, proyectos, etc.
Para a l g u n o s sólo el p e n s a m i e n t o d e la m u e r t e logra abrirles los
ojos sobre esa peligrosa y fatídica identificación d e sí m i s m o s c o n
tales realidades, en particular con sus actividades sexuales, con
sus honores o sus n e g o c i o s . D e j e m o s q u e la gracia de las adver-
tencias de C r i s t o p r o d u z c a esos saludables efectos en nuestra p r o -
pia vida.
38 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

— El otro efecto de la muerte es permitirnos mirar las cosas desde


la otra orilla (Sab 5 ) . Es u n aspecto de la sabiduría evangélica:
«Todo m e parece sueño lo que veo, y, que es burla, con los ojos del
cuerpo», decía Santa Teresa después de sus arrobos. «Y los q u e d e
veras amaren a D i o s y hubieren d a d o de m a n o a las cosas de esta
vida, m á s suavemente deben morir» (Vida, c . 3 8 ) . Sor Angela de la
C r u z decidió: «Nuestro dormitorio m á s bien ha de parecer el apa-
rato de un difunto que la habitación del descanso, para que todo
nos convide a la meditación de la muerte, y que en todo se note una
gran pobreza, un gran desprendimiento y una gran abnegación»
(Escritos íntimos [Madrid 1 9 7 4 ] 3 2 5 ) .
Y, desde aquella orilla, n o sólo se descubre lo que no vale, sino lo
que vale aquí a los ojos de D i o s : Venid, benditos de mi Padre..., por-
que tuve hambre y me disteis de comer ( M t 2 5 , 3 4 s s ) .
— Trabajad mientras es d e día: Viene la noche, cuando nadie
puede trabajar ( J n 9 , 4 ) . El trabajo fiel d e esta vida q u e d a espolea-
d o p o r el p e n s a m i e n t o de la muerte. « N o consintáis q u e os hagan
ventaja los hijos d e este m u n d o en buscar c o n m á s solicitud y
diligencia las cosas temporales q u e vosotros las eternas», diría S a n
Ignacio d e L o y o l a ( « C a r t a d e la perfección», en Obras [ M a d r i d
1977] 7 9 8 ) .
Haceos amigos que puedan recibiros en las moradas eternas ( L e
16,9). Atesorad tesoros en el cielo, donde la polilla no los roe, ni el
ladrón se los lleva ( M t 6 , 2 0 ) .
— L a m u e r t e es irrepetible y definitiva. D e l lado q u e caiga el
árbol, de ése quedará. M o r i r significa un definitivo ser con D i o s
o contra D i o s . L a muerte se decide en la vida. ¿Por q u é n o des-
p o j a r m e ya d e lo q u e m e ha de ser peso y estorbo en la hora deci-
siva? C u a n t o m á s a p e g a d o esté, m á s costará d e s p e g a r m e . Para
quien su vida es C r i s t o , la muerte es u n a ganancia (Flp 1,21). « L a
pena q u e nos daría vivir siempre sin É l , templaría el m i e d o de la
muerte con el deseo de gozar d e la vida verdadera» (Santa Teresa,
Vida, c . 2 1 ) .
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 39

5. Q U I N T O E J E R C I C I O : M E D I T A C I Ó N D E L I N F I E R N O (Ej. 6 5 - 7 1 )
S e n t i m i e n t o d e la p e n a d e los c o n d e n a d o s
Graba en mis carnes tu temor (Sal 1 1 8 , 1 2 0 ) .

O r a c i ó n preparatoria. Será la acostumbrada.


Primer p r e á m b u l o . E s aquí ver con la vista de la imaginación, la
longitud, anchura y profundidad del infierno.
S e g u n d o p r e á m b u l o . D e m a n d a r lo que quiero. Será aquí pedir
interno sentimiento de la pena que padecen los condenados, para
que si del a m o r del Señor eterno m e olvidare por mis faltas, a lo
menos el temor de las penas m e ayude para no caer en pecado.
e r
1 . p u n t o . Será ver, con la vista de la imaginación, los grandes
fuegos y las almas c o m o en cuerpos incandescentes.
2 . ° p u n t o . Oír con los oídos llantos, alaridos, voces, blasfemias,
contra Cristo N u e s t r o Señor y contra todos sus santos.
e r
3. p u n t o . Oler con el olfato h u m o , piedra azufre, posos fétidos
y cosas podridas.
4 . ° p u n t o . Gustar con el gusto cosas amargas, así c o m o lágrimas,
tristeza y el gusano [...] de la conciencia.
5 . ° p u n t o . Tocar con el tacto es, a saber, c ó m o los fuegos tocan y
abrasan a las almas.
C o l o q u i o . A Cristo Nuestro Señor, recordando las almas que
están en el infierno, unas porque no creyeron la venida de Cristo,
otras porque aun creyendo no obraron según sus mandamientos;
haciendo tres partes: la primera, antes de su venida; la segunda, en
su vida; la tercera, después d e su vida en este m u n d o . L u e g o le daré
gracias, porque no m e ha dejado caer en ninguna de éstas, ponien-
d o fin a mi vida. L e agradeceré además c ó m o hasta ahora siempre
ha tenido de m í tanta piedad y misericordia, acabando con un
Padre Nuestro.
***

El efecto ordinario de las faltas demasiado frecuentes, demasiado


fácilmente consentidas, no es sólo detener al h o m b r e en la prose-
cución de su ideal, sino hacérselo olvidar p o c o a p o c o . Es un peli-
gro m u y real y m u y grave. Se comienza por perder el temor con la
40 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

excusa de vivir del amor; y se va debilitando paso a paso el amor,


hasta perderse, a fuerza de serle infiel.
Q u i e n ha percibido, por gracia inapreciable del cielo, el abismo
de lo que es el pecado y la profundidad real de su propia flaqueza,
a la vez que la inmensidad del a m o r divino, ve nacer c o m o espon-
tánea en Él la petición de que el Señor le fortalezca a toda costa su
propia debilidad: ¡No nos dejes caer en la tentación! ( M t 6 , 1 3 ) . L a
caridad ferviente en perfecta h u m i l d a d desea servirse del temor,
c o m o un recurso contra la sensibilidad débil, para alejarse d e aquel
mal, el pecado, que a cualquier precio quiere evitar.
«Porque no siempre los motivos de caridad tienen fuerza de per-
suasión para el a l m a agitada por aficiones perversas, es m u y o p o r -
t u n o q u e la meditación y c o n t e m p l a c i ó n d e la justicia divina nos
impresionen saludablemente y nos c o n d u z c a n a la h u m i l d a d cris-
tiana y e n m i e n d a d e la p r o p i a vida» (Mediator Dei: A A S 3 9
[1947] 5 3 5 ) .
Siguiendo a San Ignacio, conviene que situemos en esta perspec-
tiva la meditación del infierno. El santo aconseja ejercitar en ella la
vista de la imaginación, y todos los sentidos interiores, para captar,
en cuanto sea concedido por el Señor en nuestra experiencia espiri-
tual, la realidad expresada por Él, cuando nos habló de la condena-
ción eterna. M o v i d o por su intenso amor, el ejercitante insistirá en
la petición de llegar a sentir íntimamente las penas d e los condena-
dos; para q u e si del a m o r d e su Señor se olvidase por sus faltas, al
menos el temor que lleve grabado a aquellas penas del infierno le
i m p i d a en todo caso caer en pecado. ¡ N o permitas j a m á s que m e
aparte d e T i !
Se pide una gracia delicada con finura de amor. El alma tratará de
disponerse a ella, t o m a n d o en serio las advertencias hechas por el
Señor repetidamente en su predicación y en la palabra inspirada
por el Espíritu Santo. H a y que dejar que las expresiones empleadas
por D i o s para describirnos la realidad del infierno produzcan en
nuestra sensibilidad espiritual los efectos saludables que están lla-
m a d a s de suyo a producir.

A n t e la vista: tinieblas exteriores ( M t 8 , 1 2 ) , fuego que no se apaga


(Me 9 , 4 3 ) , el gran caos entre condenados y salvados imposible de
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 41

atravesar ( L e 16,26), la horrible sensación de terror: Videntes tur-


babuntur timore horribili (Sab 5,2).
Intentará dejarse afectar por los gritos d e desesperación descri-
tos en S a b 5 , 4 - 1 4 : ¿De qué nos sirvió la soberbia? La ostentación,
¿qué provecho nos hizo? Todas aquellas cosas desaparecieron como
una sombra. Y aquel definitivo: Luego nos equivocamos en el cami-
no de la verdad (Sab 5 , 6 ) , y sin remedio ya. Q u i z á s le impresione
recordar q u e la bestia del Apocalipsis abrió la b o c a para lanzar
blasfemias (Ap 1 3 , 6 ) . Pero m á s profundamente deberá sentir la
p e n a q u e cae c o m o un peso de dolor penetrante, infinito, sobre el
c o n d e n a d o con aquella palabra decisiva del J u e z : ¡Id, malditos, al
fuego eterno! ( M t 2 5 , 4 1 ) .
La contemplación continuará con el olfato espiritual: olor del
vicio allí a c u m u l a d o , c o m o en sentina de la h u m a n i d a d . L a horren-
da y desagradable c o m p a ñ í a de Satán y sus secuaces: fornicarios,
idólatras, adúlteros, afeminados, homosexuales, avaros, borrachos,
maldicientes, ladrones, q u e n o poseerán j a m á s el R e i n o d e D i o s
(1 C o r 6 , 9 - 1 0 ) . Aquel estanque ardiente de fuego y azufre, a d o n d e
fueron arrojados la bestia y el pseudoprofeta (Ap 1 9 , 2 0 ; 2 0 , 1 0 ) ,
cuyo h u m o subirá por los siglos de los siglos (Ap 1 4 , 1 1 ) .
El ejercitante se abrirá también en su espíritu a sentir la p e n a del
crujir de dientes ( M t 1 3 , 5 0 ) , amargura y llanto ( M t 1 3 , 4 2 ) , con ese
gusano que roe y nunca muere ( M t 9 , 4 3 ) . Tratará de captar el h a m -
bre con q u e se amenaza a los que ahora viven hartos, hecha allí rea-
lidad, y el llanto d e los q u e ahora ríen ( L e 6 , 2 5 ) , para llegar a
exclamar con u n a experiencia espiritual análoga a la del profeta
Jeremías: Es duro y amargo, en verdad, haber abandonado al Señor
(Jer 2 , 1 9 ) . N o permitas, Señor, que m e aparte d e T i .
El a m o r del Señor seguirá i m p u l s a n d o al ejercitante a pedir: Hiere
mis carnes con tu santo temor (Sal 1 1 8 , 2 0 ) . Si el Señor le concedie-
ra la gracia d e sentir d e alguna manera la pena d e aquel lugar de tor-
mentos (Le 16,28), donde la llama de fuego tomará venganza de los
que no obedecen el Evangelio y recibirán en su perdición eternos supli-
cios, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder (2 Tes 1,8-9),
p o d r á exclamar con el autor sagrado: Es horrendo caer en la desgra-
cia de Dios vivo ( H e b 1 0 , 3 1 ) , en la lobreguez de las tinieblas reserva-
da para la eternidad (Jud 13), en elfuego eterno ( M t 2 5 , 4 1 ) .
42 PRIMERA ETAPA: POR CRISTO

S ó l o calibrando de algún m o d o las p r o p o r c i o n e s de la c o n d e -


nación se p u e d e tener u n a idea d e las p r o p o r c i o n e s de la reden-
ción d e C r i s t o , al librarme d e caer en tal situación para s i e m p r e ,
c o n el precio d e su sangre y m u e r t e en cruz. Y sólo q u i e n reco-
n o c e el m a l d e q u e ha sido liberado p u e d e tratar d e agradecer
p r o p o r c i o n a l m e n t e . Sentir d e a l g u n a m a n e r a estos a b i s m o s nos
llevará a entender algo mejor el celo salvador d e C r i s t o y a exci-
tar el nuestro para contribuir, en c u a n t o esté d e nuestra parte, a
alejar a los h o m b r e s del c a m i n o d e s u perdición. M e explicaré
mejor, por q u é J e s ú s se esforzaba en recordar: Entrad por la puer-
ta estrecha; que es ancha la vía que lleva a la perdición y son muchos
los que van por ella ( M t 7 , 1 3 ) .

C o l o q u i o . A impulsos d e tal celo y agradecimiento, haré un colo-


quio con Cristo Nuestro Señor, puesto en cruz para salvarme. Él,
centro misericordioso de la historia, aún m e ha mantenido en vida,
librándome de ser u n o de los que n o creyeron en su venida, o de los
q u e creyeron y se condenaron por n o haber puesto su vida de acuer-
d o con los mandamientos. M e ha dejado aún la posibilidad de reco-
nocer mi situación y de acogerme a su infinita misericordia. ¿ Q u é
ofreceré al Señor en retorno d e su paciencia conmigo? M i eterna
d e u d a en alianza de amistad renovada tenderá a expresarse en la
Eucaristía.
La preciosa oración contenida en el S a l m o 2 9 podría servir para
mi coloquio de acción de gracias, aplicándola a mi situación espiri-
tual en este ejercicio.

(Esta primera etapa de purificación del alma, podrá alargarse o


abreviarse, según las necesidades del ejercitante, a juicio del ejerci-
tador. N o se olvide, sin embargo, que todos tenemos necesidad de
asentar la vida espiritual, en cualquier grado en que se halle, sobre
la verdad de nuestra situación ante D i o s . Y sólo el que se reconoció
pecador, salió del templo justificado [cf. L e 1 8 , 1 4 ] . F u e el m i s m o
Jesús quien dijo: No he venido a llamar a los justos sino a los pecado-
res [Mt 9 , 1 3 ] , ante aquellos que se consideraban justos.
Para abreviar, podrían dejarse de lado algunos puntos, o resumir
en un menor n ú m e r o de ejercicios las meditaciones sobre el peca-
PURIFICACIÓN: MEDITACIONES SOBRE EL PECADO 43

do; c u a n d o el fruto pretendido parezca ya haberse logrado, o lo


aconsejan así las inclinaciones del Espíritu de D i o s , rectamente dis-
cernidas.
Para alargar, pueden añadirse algunas consideraciones más deteni-
das sobre los afectos desordenados, que impiden amar a D i o s con
todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas [Le 1 0 , 2 7 ] ,
sobre la pureza de intención [Mt 6 , 1 - 1 9 ] , o sobre la tibieza [Ap 2 , 1 -
5; 3 , 1 4 - 1 9 ] . O bien insistir sobre el verdadero juicio que hemos de
hacer sobre las cosas y aconteceres de este m u n d o a la luz de la muer-
te [Le 1 2 , 1 5 - 2 0 ; 1 C o r 7 , 2 9 - 3 2 ; Eclo 4 1 , 1 - 1 4 ; Flp 1,20-26] o del
juicio divino [ D a n 12,1-3; A p 2 0 , 1 1 - 1 5 ; M t 2 5 , 3 1 - 4 6 ; 1 C o r 3 1 3 ]
infalible.)

Penitencia y eucaristía

Antes de pasar a la siguiente etapa, será m u y conveniente dedicar


un espacio o p o r t u n o a la celebración comunitaria de la penitencia
con absolución individual, si los ejercicios se están practicando en
grupo, o es posible lograr la participación del ejercitante en una
celebración de este genero. Se le dará la oportunidad de hacer en
este m o m e n t o una confesión general de toda la vida, si así le con-
viene, o al menos desde la última general que hizo.
Para prepararse, p o d r á insistir en la meditación de la misericordia
divina (Le 15), y en evocar en su espíritu el sentido eclesial del
pecado y del perdón, de la muerte y de la vida (Jn 2 0 , 1 9 - 2 3 ; 1 5 , 1 -
8; R o m 12,5-8; 1 4 , 7 - 1 6 ) .
Será una ocasión propicia para reformar y renovar la práctica per-
sonal del sacramento de la penitencia. Pensemos que quizás nunca
se encuentre mejor preparado que en esta ocasión para cargar de
vivencias profundas la práctica sacramental y para recibirlo con
mayor provecho y mérito.
A continuación, convendría dar la oportunidad de u n a celebra-
ción particularmente preparada y viva de la santísima Eucaristía.
S E G U N D A ETAPA

CON ÉL
LLAMADA Y SEGUIMIENTO

1. M E D I T A C I Ó N D E L A L L A M A D A (Ej. 9 1 - 1 0 0 ) :
E L L L A M A M I E N T O D E L REY T E M P O R A L AYUDA A C O N T E M P L A R
LA VIDA D E L REY E T E R N A L
Venid también vosotros a mi viña ( M t 2 0 , 7 ) .

L a llamada del Rey eterno y Señor universal Cristo Jesús, a q u e le


sigamos todos y cada uno, no es u n a fantasía. L a vivieron históri-
camente los apóstoles y discípulos que escucharon su voz en Pales-
tina. Ellos tardaron en reconocer plenamente la realidad profunda
del Reino de Cristo; pero después de haberlo interpretado m u y
h u m a n a m e n t e , en términos de ventajas temporales y arribismo, lle-
garon a comprenderlo, a la luz del Espíritu, hasta poder alegrarse de
ser hallados dignos de sufrir afrentas por la gloria de Cristo.
A la luz de ese m i s m o Espíritu, pudieron también comprender y
transmitir el valor universal de la llamada de Cristo, el sentido de
los gestos y palabras del Hijo de D i o s encarnado, que nos redimió
con su muerte en cruz y nos llama a seguirle.
El designio de D i o s n o ha sido solamente sacarnos de las tinie-
blas, sino transplantarnos al Reino de su Hijo ( C o l 1,13). Él es el
primogénito de toda creatura y ha sido constituido primicia de
todos los que se salvan. Porque c o m o en A d á n todos mueren, en
Cristo todos serán vivificados (1 C o r 1 5 , 2 2 ) . T o d o s los que creen
en Él, reciben con ello la potestad de ser hijos d e D i o s , hijos en el
Hijo (Jn 1,13); pues a todos los ha predestinado a llegar a ser con-
formes al modelo de su Hijo, para que Él sea el primogénito de
todos sus hermanos ( R o m 8 , 2 9 ) .

C u a n d o Cristo, Rey eterno y Señor universal, hace llegar íntima-


mente su llamada a cada u n o de nosotros para q u e le sigamos, nos
convoca a ser colaboradores en la ejecución de ese designio supre-
m o del Padre.
48 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

O r a c i ó n preparatoria. La acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . Será aquí ver con la vista imaginativa, sina-
gogas, villas y caseríos, por donde Cristo Nuestro Señor predicaba.
S e g u n d o p r e á m b u l o . Pedir gracia a Nuestro Señor, para que no
sea sordo a su llamamiento, sino pronto y diligente para cumplir su
santísima voluntad.
e r
PRIMERA PARTE. 1 . p u n t o . Poner delante de mí un rey h u m a n o ,
elegido por designación directa de D i o s Nuestro Señor, a quien
prestan reverencia y obediencia todos los príncipes y todos los hom-
bres cristianos.
2 . ° p u n t o . Mirar cómo este rey habla a todos los suyos diciendo:
M i v o l u n t a d es de conquistar toda la tierra de infieles. Por tanto,
quien quisiere venir c o n m i g o ha de estar dispuesto a comer como
yo, y lo mismo a beber y vestir, etc. A d e m á s ha de trabajar c o n -
m i g o durante el día y velar a la noche, etcétera; para que así des-
pués tenga parte c o n m i g o en la victoria, como la ha tenido en los
trabajos.
e r
3 . p u n t o . Considerar qué deben responder los buenos subditos
a rey tan generoso y tan h u m a n o , y a s i m i s m o , si alguno no acepta-
re la petición de tal rey, cuánto sería digno de ser vituperado por
todo el m u n d o y tenido por perverso caballero.
SEGUNDA PARTE. Consiste en aplicar el sobredicho ejemplo del
rey temporal a Cristo Nuestro Señor, conforme a los tres puntos
dichos.
e r
l. p u n t o . Si tal vocación consideramos del rey temporal a sus
subditos, cuánto es cosa más digna de consideración ver a Cristo
Nuestro Señor, Rey eterno, y delante de él a todo el m u n d o uni-
verso, al cual y a cada uno en particular llama y dice: M i voluntad
es de conquistar todo el m u n d o y a todos los enemigos, y así entrar
en la gloria de mi Padre. Por tanto, quien quisiere venir c o n m i g o
ha de trabajar c o n m i g o , para que siguiéndome en la pena también
me siga en la gloria.
2 . ° p u n t o . Considerar que todos los que tuvieren juicio y razón
se ofrecerán al trabajo con toda su persona.
e r
3 . p u n t o . Los que más querrán afectarse y señalarse en todo ser-
vicio de su Rey eterno y Señor universal, no solamente se ofrecerán
al trabajo con toda su persona, sino que, aun actuando contra su
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 49

propia sensualidad, y contra su a m o r carnal y h u m a n o , harán obla-


ciones de mayor valor y mayor importancia, diciendo: Eterno
Señor d e todas las cosas, yo hago m i oblación con vuestro favor y
ayuda, ante vuestra M a d r e gloriosa y todos los santos y santas de la
corte celestial (declarando) que quiero y deseo y es m i determina-
ción deliberada, con tal que sea vuestro mayor servicio y alabanza,
imitaros en pasar toda clase de injurias y de vituperios y toda pobre-
za, tanto actual c o m o espiritual, si vuestra santísima majestad m e
quiere elegir y recibir en tal vida y estado.
***

H a llegado el m o m e n t o de que el ejercitante medite seria y per-


sonalmente esta llamada, con todo el afecto que haya a c u m u l a d o en
su alma, g a n a d a por Cristo Redentor en las meditaciones de la pri-
mera etapa. E s la ocasión oportuna para que se abra ante sus ojos la
respuesta a aquel interrogante, pletórico de deseos y generosidad,
con que se postró en coloquio, humillado y vencido por su amor,
ante Cristo crucificado: ¿ Q u é debo hacer por Cristo?
El ejercicio q u e va a realizar, al meditar la l l a m a d a del R e y eter-
n o , ha d e basarse y fundamentarse en los gestos concretos del
C r i s t o histórico, iluminados — c o m o nos han l l e g a d o — en su
sentido y trascendencia, por la acción del Espíritu en los A p ó s t o -
les y en la Iglesia. El C r i s t o q u e recorrió los c a m i n o s de Palestina,
el q u e predicó en sus plazas, sinagogas y c a m p o s , es el m i s m o que,
constituido ahora Señor del universo, sigue l l a m a n d o con su
acción íntima y potente a cada u n o d e los q u e se abren a su pala-
bra revelada.

L a petición que el ejercitante debe repetir en este ejercicio es que


no sea sordo al divino llamamiento, sino presto y diligente para cum-
plir Su Santísima voluntad.
a) Para excitar su generosidad se le propone, c o m o materia de
meditación, comparar el llamamiento de Cristo con otro llama-
miento contenido en u n a parábola: la de un rey temporal.
Suponte, si lo entiendes mejor, un general valiente, a m i g o de
todos, d o t a d o de las mejores cualidades h u m a n a s , que llama a
todos los oficiales para realizar u n a operación difícil pero necesaria,
50 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

de la cual depende la salvación de muchísimos hombres. Piensa q u e


les hablara así: C o m p a ñ e r o s , se trata d e u n a cota difícil; pero es pre-
ciso conquistarla. Q u i e n m e quiera seguir en la empresa, ha de
afrontar las dificultades que yo afrontaré, seguirá los vericuetos que
yo seguiré, habrá de dormir y velar c o m o yo, trabajar, vivir y luchar
c o m o yo, para que p u e d a tener parte en la victoria c o m o la habrá
tenido en las dificultades de la lucha.
¿ Q u é deberían responder a semejante propuesta, venida de tal
jefe, los militares que aún albergasen en su á n i m o algún sentimien-
to de su honor? Sería digno de ver vituperado c o m o cobarde y per-
verso militar quien se negase al seguimiento de tan buen jefe para
tan digna empresa.
(La parábola puede ser ésta u otra inventada por el ejercitante,
con tal que se imagine siempre un jefe maravilloso, una empresa
generosa lo m á s posible, de m o d o que la negativa a colaborar
s u p o n g a una vergonzosa cobardía, p.ej.: u n padre de familia en u n a
situación difícil, q u e invitara a sus hijos; un investigador ante un
proyecto útilísimo que requiere sacrificio, dirigiéndose a sus cola-
boradores posibles, etc.)

b) L a comparación de la parábola con la realidad del llama-


miento de Cristo, a todos y a cada u n o de nosotros en particular,
nos hará ver cuánto m á s digna de consideración es la llamada de
Cristo.
E n nuestro caso el jefe n o puede ser mejor, ni m á s noble, ni m á s
generoso, ni m á s sacrificado, ni más comprensivo... y la empresa no
puede ser más sublime, ni más beneficiosa para toda la humanidad,
ni m á s gloriosa para el Señor y para nosotros m i s m o s : M i voluntad,
dice Cristo, es conquistar todo el m u n d o y, vencidos todos los ene-
migos, entrar en la gloria de m i Padre. Por tanto, quien quisiera
venir c o n m i g o , ha de trabajar c o m o yo, sufrir c o m o yo, para q u e
siguiéndome en la pena, m e siga también en la gloria.
N o es u n a imaginación medieval q u e se pone a imaginar seme-
jante empresa. Lee 1 C o r 15,22ss: Es necesario que Cristo reine hasta
poner a todos los enemigos a sus pies. El último enemigo que será des-
truido es la muerte, porque todo lo ha sometido a Él... Entonces será el
fin, cuando vencido todo señorío, todo poder y toda fuerza, haya entre-
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 51

gado el Reino a Dios su Padre. Así que cuando esté sometido a Él,
entonces el mismo Hijo se someterá a quien lo puso por encima de todo,
para que Dios sea todo en todas las cosas.
C ó m o serán sometidos los enemigos, en qué consistirá en con-
creto cada batalla por el Reino, lo explicará Jesús con su vida y con
sus palabras. T o d o ha de consistir en ir con Él, trabajar y luchar con
Él y c o m o Él. L o importante es considerar la dignidad de la empre-
sa, y sobre todo el atractivo y arrastre que ejerce en m í su persona.
Lo que avisa de antemano es que hay que ir con Él y luchar c o m o
Él; por tanto, que será necesario proceder contra nuestro a m o r pro-
pio, ansioso de c o m o d i d a d e s y de triunfos espectaculares ( M t
16,24ss).
El ejercitante n o p o d r á m e n o s de pensar q u e ante el jefe mejor, la
empresa más noble y segura, c o m o es la que p r o p o n e Cristo, basta-
ría tener juicio y razón para ofrecer toda su persona al trabajo. Pero
si además le q u e d a algo de afecto en el corazón, y generosidad para
corresponder a Cristo, q u e tan generosamente le libró de la conde-
nación eterna, al precio de su sangre, deberá esforzarse para hacer
brotar sus m á s nobles sentimientos y decidir con plenitud de con-
ciencia, entregarse totalmente a Él, en una oblación que señale de
ahora en adelante el r u m b o de toda su vida en el seguimiento
incondicional d e Cristo.

San Ignacio indica en este m o m e n t o la oblación q u e el «buen


p a p a J u a n » se escribirá m á s tarde para poderla repetir todos los días:
«Eterno Señor de todas las cosas», ayudado por vuestra gracia, yo os
hago oblación de m í m i s m o , ante vuestra infinita b o n d a d , en pre-
sencia de vuestra M a d r e gloriosa y de todos los santos y santas de
vuestra gloria, diciéndoos que quiero y deseo, y es mi determina-
ción deliberada, imitaros en pasar toda injuria y todo vituperio, y
toda pobreza tanto espiritual c o m o efectiva, siendo vuestro mayor
servicio y alabanza elegirme y recibirme en tal vida y estado.

Conviene realizar este ejercicio con el mayor realismo posible, en


respuesta personal de c o m p r o m i s o auténtico a Cristo presente,
Señor de cielo y tierra, que ejerce su misericordia y dirige su llama-
miento a cada fiel, hoy c o m o ayer, de generación en generación.
52 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

Pensemos q u e de Él depende una orientación definitiva y general


de nuestra existencia, en cualquier estado o situación de vida, en
que haya querido o quiera elegirnos D i o s . Puede ser que nos ayude
el recordar cuántos santos han pasado por este ejercicio y c ó m o res-
ponderían a la llamada del Señor.
Cristo resucitado, el Señor, presente aquí, te ve, te acepta c o m o
eres, y te a m a con un a m o r incondicionado. Cristo te llama. Así
cual eres, a q u e le sigas. H a y q u e responder con una generosidad sin
límites. Puedes servirte en esta meditación de: M t 1 0 , 3 4 - 3 9 ; 1 6 , 2 4 -
27; Le 9,57-62; 1 Cor 15,22-28.

2. E L SEGUIMIENTO: C O N T E M P L A C I Ó N D E LA ENCARNACIÓN
Viviendo para Dios en Cristo Jesús ( R o m 6 , 1 1 )

Los ejercicios siguientes van a declarar el contenido del segui-


miento d e Cristo: en q u é consiste la lucha por el Reino, cuáles son
los enemigos a vencer y cuáles los procedimientos a emplear con
Cristo y c o m o Él; o lo que es lo m i s m o : c ó m o vivir para D i o s en
Cristo Jesús.
El descubrimiento í n t i m o y la asimilación personal d e esta
declaración es o b r a del Espíritu S a n t o en c a d a a l m a . S ó l o Él
p u e d e hacernos entender, en su sentido profundo y en sus i m p l i -
caciones para nuestra p r o p i a vida y vocación personal, lo q u e
Cristo n o s enseñó con su palabra y con sus gestos, con sus obras
y c o m p o r t a m i e n t o ( J n 1 4 , 2 6 ) . S ó l o el Espíritu S a n t o p u e d e for-
m a r en nuestro ser esa i m a g e n d e Cristo J e s ú s , q u e se ha de desa-
rrollar en c a d a u n o d e nosotros; p o r q u e Él es el a l m a de nuestra
vida en C r i s t o ( R o m 8 , 2 9 ) .
Nuestra oración se ha de desplegar ahora en la consideración con-
templativa de los misterios de la vida de Cristo, en plena disponibi-
lidad a la acción del Espíritu. C a d a uno de los gestos, de las palabras,
de las actitudes de Cristo en sus misterios encierra u n a llamada a que
le sigamos, para que p o d a m o s actuar c o m o Él en la conquista de su
Reino, en el sometimiento d e sus enemigos. El Espíritu Santo, si
estamos atentos a su voz, nos irá haciendo escuchar esas llamadas,
descubrir a su luz el sentido e implicaciones de su contenido; y con
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 53

sus mociones nos hará adoptar las actitudes convenientes y nos


impulsará a la realización plena de su cumplimiento. Quizás más
que nunca habrá que fomentar, en la disposición de quien se ejerci­
ta espiritualmente: la paz, la sencillez, la humildad, la docilidad y
atención silenciosa al Espíritu.
E n cada ejercicio, después d e la acostumbrada oración preparato­
ria, q u e fija nuestra intención en sólo el servicio y alabanza de D i o s ,
y así la purifica, trataremos de recordar uno de los misterios de
Cristo narrados en el Evangelio. Será conveniente despojarnos de
preocupaciones o prejuicios intelectuales, desaconsejables; para
abrirnos al Evangelio con aquella confianza suprema, nacida de la
fe en el Espíritu que asiste y ha asistido a su Iglesia, sin contrade­
cirse, a través de todas las generaciones, por m e d i o del Magisterio
de la Iglesia, en la obra d e la santificación de las almas que nos han
precedido en este contacto vital con los misterios de Cristo.
E n esa disposición, podremos ejercitar la fantasía para componer­
nos debidamente, viendo el lugar en que se realizan los diversos mis­
terios. Pediremos siempre la gracia del conocimiento interno de
Cristo en aquel misterio, que Él quiso vivir así «por m í » ; para que
más le a m e m o s y le sigamos. L u e g o el ejercitante desarrollará su con­
templación viendo las personas que intervienen en el misterio, oyen­
d o lo que dicen, observando lo que hacen, tratando de penetrar en
las actitudes internas que las mueven, y todo ello, c o m o si estuviese
presente y actuando en la escena que allí se realiza, sintiendo y
viviendo ahora en la fe lo que corresponde al misterio que contem­
pla. Así tratará de verificar en sí m i s m o la eficacia metahistórica, con
que Cristo vivió tales misterios para la salvación y santificación de
todos los hombres, también de los de nuestro siglo. L a imaginación
contemplativa es el soporte, la mediación humana, sobre la que
hemos de dejar venir la luz del Espíritu, a declarar el misterio allí
contenido. A su vez sentiremos Sus impulsos, que nos moverán en
el nivel de la fe, la esperanza y la caridad teologales.
El paso de la situación vivida con la ayuda de la fantasía, a la
situación de nuestra vida actual aquí y ahora, será otra mediación
h u m a n a , exigida por la fidelidad al m i s m o Espíritu. Tal confronta­
ción llevará a la encarnación en nuestro hoy del misterio d e Cristo
en cada alma, garantizada por la continuidad de su m i s m o Espíri-
54 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

tu. N o será un simple propósito de nuestra voluntad, sino una exi-


gencia de fidelidad al seguimiento de Cristo, dóciles a su Espíritu,
q u e nos ha sido d a d o ( R o m 5 , 5 ) .
C o n esta m i s m a actitud y el procedimiento indicado, el ejerci-
tante practicará la contemplación de los varios misterios que le
indique el ejercitador. N o olvidando nunca q u e el Señor desea
nuestra oración de petición, q u e se puede expresar con palabras,
gestos, deseos... Teniendo presente siempre q u e lo que se pretende
en estas contemplaciones es conocer íntimamente al Señor, entrar
en la familiar amistad con Él, para mas amarle y seguirle como El
desea de cada uno en la conquista de su Reino.
Se escogerán aquellos misterios que más convengan, según la
situación del ejercitante y los impulsos del Espíritu. Por su carácter
especial, en el sistema ignaciano, creemos que n o debería omitirse
la contemplación de la Encarnación (Ej. 1 0 1 - 1 0 9 ) .

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . Es recordar la historia de la cosa que tengo
que contemplar, que es aquí c ó m o las tres personas divinas miraban
toda la extensión o redondez de todo el m u n d o llena de hombres, y
c ó m o viendo que todos descendían al infierno, se determina en su
eternidad que la segunda persona se haga h o m b r e para salvar al
género h u m a n o , y así, llegada la plenitud de los tiempos, es enviado
el ángel Gabriel a Nuestra Señora.
S e g u n d o p r e á m b u l o . Será ver la gran capacidad y redondez del
m u n d o , en la cual están tantas y tan diversas gentes; y luego en par-
ticular la casa y aposentos de Nuestra Señora en la ciudad de N a z a -
ret, en la provincia de Galilea.
Tercer preámbulo. Será aquí pedir conocimiento interno del
Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le a m e y le siga.
e r
l . p u n t o . Ver las personas, las unas y las otras, y primero las de
la faz de la tierra, con tanta diversidad así en trajes c o m o en gestos,
unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos
llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos naciendo
y otros muriendo, etc.; segundo, ver y considerar las tres personas
divinas, c o m o en su solio real o trono de la divina Majestad, c ó m o
miran toda la superficie o redondez de la tierra y a todas las gentes
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 55

en tan grande ceguedad, y c ó m o mueren y descienden al infierno;


tercero, ver a Nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflexionar
para sacar provecho d e tal mirada.
2 . ° p u n t o . Oír lo q u e hablan las personas sobre la superficie de la
tierra es, a saber, c ó m o juran y blasfeman, etc. Y lo que dicen las
personas divinas es, a saber: H a g a m o s redención del género h u m a -
no, etc., L u e g o lo q u e hablan el ángel y Nuestra Señora. Y reflexio-
nar después para sacar provecho de sus palabras.
e r
3. p u n t o . Mirar lo que hacen las personas sobre la superficie de
la tierra, así c o m o herir, matar, ir al infierno, etc., y lo que hacen las
personas divinas es, a saber, obrar la santísima encarnación, etc.
L u e g o lo que hacen el ángel y Nuestra Señora es, a saber: el ángel
hacer su oficio de legado, y Nuestra Señora humillarse y dar gracias
a la divina Majestad. D e s p u é s , reflexionar para sacar algún prove-
cho de cada cosa de éstas.
C o l o q u i o . Se ha de hacer pensando lo que debo decir a las tres
personas divinas, o al Verbo eterno encarnado, o la M a d r e y Seño-
ra nuestra, conforme m e sintiere m o v i d o , pidiendo gracia para más
seguir e imitar al Señor nuestro, así recién encarnado, y diciendo al
fin un Pater noster.
***
Basándose en los datos revelados, San Ignacio sitúa la contempla-
ción en tres escenarios diferentes con una amplitud de visión colo-
sal: el m u n d o entero habitado por los hombres, el solio real de las
tres divinas personas y el aposento de Nuestra Señora en Nazaret.
Los textos que pueden servirnos de base son: L e 1,26-38; J n 1,1-
18; R o m 1,18-32; H e b 10,5-7; J n 3 , 1 6 .

D e s p u é s de puestos los preámbulos indicados anteriormente,


hasta la petición correspondiente, trataré de ver, oír, observar, c o m o
si presente m e hallase en cada una de las escenas del misterio.
1. El mundo, sobre el que recae la mirada divina. H e de con-
templarlo en una mirada globalizante. N o es sólo el descrito por
San Pablo a los romanos, sino el actual también: tan múltiple en sus
aspectos, con personas tan diversas en razas, en actitudes, en situa-
ciones, en lenguas, en costumbres... U n o s riendo, otros llorando,
unos naciendo, otros muriendo, unos sanos, otros enfermos, unos
56 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

hartos, otros hambrientos y esqueléticos, unos mirando por su vida,


otros matándola antes de que nazca, unos en paz, otros en guerra,
unos a m a n d o , otros odiando... Desquiciado, amenazado, superfi-
cial, frivolo, a veces ¡tan tortuoso y tan sucio!, despreciador o igno-
rante de la Encarnación. C u á n t o s juramentos falsos, cuántas injus-
ticias, mentiras, hipocresías, traiciones, palabras soeces, villanías,
blasfemias... Y observaré ese camino ancho, por d o n d e con tanto
desprecio y atropello de la imagen de D i o s , en m e d i o de tanta nece-
d a d e inmundicia, d e tanta corrupción y vicios, ofendiendo grave-
mente a D i o s , siguen c a m i n a n d o hacia su eterna perdición los
hombres ( M t 7 , 1 3 ) .
Caer en la cuenta d e q u e el h o m b r e se halla en estado de pecado
y de condenación antes de recibir la gracia de Cristo encarnado.
Éste es m i m u n d o , debe decirse el ejercitante, éste el ámbito de m i
existencia. M e hallo inmerso en esa confusión pecaminosa, q u e
Cristo quiere iluminar y salvar.

2 . Podemos contemplar el escenario de la Santísima Trinidad,


i m a g i n a n d o c ó m o desde los cielos dirige su m i r a d a al á m b i t o
terrestre, d o n d e se debaten y trajinan los hombres con tanta cegue-
ra y tinieblas, tan lejos de la dignidad de hijos suyos, a la que D i o s
los había destinado desde el comienzo de la creación. L o s concep-
tos de la fe necesitan algún a p o y o h u m a n o sensible. H a y algún
m o d o d e imaginar lo q u e de suyo trasciende espacio y t i e m p o ,
conscientes d e q u e h e m o s de purificar nuestros conceptos d e ese
elemento imaginativo.
N o es sino un m o d o h u m a n o de ayudar con la imaginación a la
contemplación de esas realidades. Necesitamos de este apoyo sensi-
ble en tales verdades de fe, sabiendo que la realidad no se confun-
d e con su apoyo sensible. Asistamos a ese diálogo inefable del que
nos ha transmitido una huella la carta a los Hebreos. Concentremos
nuestro espíritu con la mayor reverencia que nos sea posible. A d o -
remos profundamente la decisión divina de la que depende nuestra
salvación. Por ella se va a manifestar a los hombres la benignidad y
a m o r a los pecadores, del Padre q u e nos salva por m e d i o de su Pala-
bra eterna. S u Hijo divino, encarnándose y muriendo por los h o m -
bres, reparará sobreabundantemente el pecado del h o m b r e carnal,
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 57

e infundiendo de nuevo en él su Espíritu, lo volverá a conducir a la


vida digna de hijo de D i o s .
Agradezcamos con la más h o n d a confusión y adoración este ins-
tante, por así decir, de la eternidad divina, de d o n d e cuelga toda
nuestra esperanza. C o n t e m p l e m o s la iniciativa del Padre, el ofreci-
miento del Hijo, actuación de a m o r del Espíritu Santo. S a n Igna-
cio lo resume todo en esta frase puesta en boca de la Trinidad:
Hagamos redención del género humano. L e a m o s en la carta a los
Hebreos: Puesto que sacrificios materiales, oblaciones y holocaustos de
animales no te satisfacen por elpecado, aun ofrecidos según la Ley, aquí
estoy, Padre, para hacer tu voluntad ( H e b 10,8). En virtud de esta
voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesu-
cristo, hecha una sola vez ( H e b 1 0 , 1 0 ) . L a cruz está presente desde
el principio en el horizonte de Cristo.

3. E n aquel m u n d o de tinieblas y pecado, en nuestro m u n d o


contemplado por D i o s , Él m i s m o se ha preparado un corazón lim-
pio para m o r a d a de su Hijo. E n ese pueblecito de Galilea, llamado
Nazaret. H a hecho u n a pureza tan grande en María, que en su
transparencia se concentrará su Palabra eterna, su H i j o divino,
hasta llegar a manifestarse en la carne de u n niño pequeño. N o
dejemos de escuchar la lección encerrada en estos caminos de pure-
za, por los que D i o s viene a establecer su Reino. ¿Cuál es la poten-
cia espiritual de la pureza, que hace transparentar la presencia divi-
na en el m u n d o ? Y en la fe en la palabra divina halla la pureza la
realización d e su fecundidad. ¡Bienaventurada tú, que has creído que
se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor! ( L e 1,45).

Nuestra situación contemplativa ha de hacernos considerar tam-


bién aquella casita, m e d i o empotrada en la roca de la montaña. U n a
de tantas de la pequeña aldea de Nazaret, de d o n d e el m u n d o no
esperaba que pudiera venir nada importante. E n Palestina, región
insignificante de aquel m o m e n t o histórico, y, por añadidura, s o m e -
tida al y u g o del Imperio R o m a n o . Y caigamos en la cuenta de la
insignificancia real de aquella muchacha: ¿De dónde le viene a éste
tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su
madre no se llama María? ( M t 1 3 , 5 4 - 5 5 ) . A d e m á s , había escogido
58 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

para sí el oprobio de la infecundidad, consecuencia de su virginidad


voluntaria: ¿Cómo puede ser esto, pues no conozco varón? (Le 1,34).
Inadvertida a los ojos del m u n d o , y hasta menospreciada. Pero en
ella se p o s a la mirada de D i o s . L a conciencia de su pequenez y de
su deuda total al Señor no p u d o sino turbarse y no entender qué
significado tenían las palabras del mensajero de D i o s : Ave, María,
llena de gracia, el Señor está contigo.
Asistamos a todo el diálogo narrado por L e 1,26-38, y espiemos
cada reacción íntima de María, para detenernos allí d o n d e la luz de
D i o s , o su m o c i ó n consoladora, toque nuestra alma. Tratemos de
captar el sentido de su llamada a la sublime aventura de esa intimi-
d a d a m o r o s a divina, con u n corazón indiviso, q u e s u p o n e la virgi-
nidad por el Reino: No conozco varón. Ella hace entender lo que
otros no entienden ( M t 1 9 , 1 1 - 1 2 ) . Pidamos por su intercesión gra-
cias de pureza y de virginidad para un m u n d o que tanto las necesi-
ta. Aprecio de la pureza, que derroca por sí sola tantos enemigos del
Reino. Vocaciones a la consagración total de sus vidas a la obra del
Reino, nacidas y alimentadas en la dedicación total del corazón al
amor divino. S e p a m o s descubrir la apertura total de M a r í a a la gra-
cia divina, advirtiendo que no hay en su respuesta un solo m o m e n -
to d e repliegue sobre sí m i s m a . U n a vez resuelto su interrogante
sobre la concreción de la voluntad divina: Aquí está la esclava del
Señor; que se haga en mí según tu palabra (Le 1,38).
Detrás d e las palabras, c o n t e m p l e m o s la genuflexión del cora-
zón; el eco del ofrecimiento del Hijo eterno en el seno d e la Trini-
dad. A m e n a z a de sospechas, del repudio, m a d r e de dolores, del
siervo d e Yahvé... Pero, a sus ojos, sólo cuenta el servicio de su
Señor, S u palabra.

Procuremos reflexionar sobre las cualidades de esta divina mora-


da querida así por Jesús. Ellas nos indican el camino por d o n d e
penetra su Reino en este m u n d o , los valores q u e en él se cotizan.
Por su a m o r humilde M a r í a es constituida nuestra mediadora en
Cristo, la madre virgen, nuestra Reina, nuestro refugio Y ella nos
haga penetrar hasta el gesto del Verbo de D i o s en su encarnación:
Tu adliberandum suscepturus hominem non horruisti virginis uterum,
dice la Iglesia en el Te Deum. Al ser recibido en las entrañas de
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 59

M a r í a d a comienzo a su caducidad, a su camino hacia la muerte, a


su humillación trascendental, su exinanición, su kénosis. Pero, a su
vez, todo el vacío de nuestra existencia, toda nuestra limitación,
estrechez y encerramiento h u m a n o s , quedan ahora repletos de su
verdad, de su vida, de su luz, de su energía poderosa. L a gloria
q u e d a situada en el rebajarse, la riqueza en desposeerse, la vida en
la muerte, se inicia el escándalo y la sabiduría de la cruz: el trono
real en un patíbulo.
Nuestros coloquios han de ir, según la devoción, a la Virgen, a
Jesús Verbo encarnado, al Espíritu Santo, al Padre, pidiendo ese
conocimiento a m o r o s o , asimilación vital, de sus gestos, actitudes,
preferencias, para mejor seguirle en el sometimiento de los enemi-
gos de su Reino.

S e g ú n el procedimiento expuesto al desarrollar la primera con-


templación, el ejercitante p o d r á contemplar otros misterios de la
infancia d e Jesucristo. H a c i é n d o s e presente a las escenas q u e con-
templa, verá las personas, oirá lo q u e dicen, observará lo que
hacen. Pero no conviene q u e se q u e d e c o m o simple espectador, es
preciso dejarse absorber por el misterio, siguiendo la luz y el movi-
miento del Espíritu de D i o s , disponible a su acción. E n cada mis-
terio encontrará rasgos, actitudes internas o c o m p r o m i s o s exter-
nos, sobre los cuales insistirá ese Espíritu divino, si el ejercitante
sabe atender los efectos d e su actividad misteriosa en nosotros y
quedar disponible a ellos. M á s aún, con sencillez y h u m i l d a d ,
tomará parte en la escena contemplada, en cuanto le sea permiti-
do. H a y en ello un hacerse c o m o niños por parte de quienes con-
templan, q u e no dejará de tener sus consecuencias para entrar en
los misterios del Reino ( M t 1 8 , 3 ) .
Es conveniente no descuidar en el examen de la oración la aten-
ción a los impulsos, luces y mociones de la gracia. Para poderlos
tener presentes en su m o m e n t o o p o r t u n o , será recomendable nor-
malmente, recoger por escrito esas inclinaciones divinas o resulta-
dos de la oración. L a experiencia de consolaciones, a propósito de
algún p u n t o particular, a c o m p a ñ a d a del discernimiento d e los
diversos espíritus, será u n o de los medios de llegar a constatar la
voluntad de D i o s sobre nuestra vida.
60 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

3. E L N A C I M I E N T O D E J E S Ú S (Ej. 100-117 y 264-265)


(Le 2 , 1 - 2 0 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . E s la historia, y será aquí, c ó m o desde N a z a -
ret salieron Nuestra Señora encinta, casi de nueve meses, sentada en
u n a asna según se puede meditar píamente, y J o s é y u n a sirvienta,
llevando un buey: para ir, a Belén, a pagar el tributo que el César
i m p u s o en todas aquellas tierras.
S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n viendo el lugar. Será aquí,
con la vista imaginativa, ver el camino desde Nazaret a Belén, con-
siderando la largura, la anchura, y si es llano, o si por valles o cues-
tas el tal camino. M i r a n d o también el lugar o cueva del nacimien-
to, cuan grande, cuan pequeño, cuan bajo, cuan alto, y c ó m o estaba
dispuesto.
Tercer p r e á m b u l o . Será el m i s m o y por la m i s m a forma que en la
precedente contemplación.
e r
l . p u n t o . Ver las personas, es a saber, a N u e s t r a Señora y a José
y a la sirvienta y al niño Jesús, después de haber nacido, haciéndo-
m e yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplán-
dolos, y sirviéndolos, en sus necesidades, c o m o si presente m e halla-
se, con todo acatamiento y reverencia posible. D e s p u é s , reflexionar
sobre m í m i s m o para sacar algún provecho.
2 . ° p u n t o . Mirar, advertir y contemplar lo que hablan, y refle-
xionando sobre m í m i s m o sacar algún provecho.
e r
3 . p u n t o . Mirar y considerar lo q u e hacen, así c o m o es el cami-
nar y trabajar, para que el Señor venga a nacer en s u m a pobreza, y
al cabo de tantos trabajos d e hambre, de sed, de calor y d e frío, de
injurias y afrentas, para morir en cruz, y todo esto por mí. D e s p u é s ,
reflexionando sacar algún provecho espiritual.
Acabar con un c o l o q u i o , igualmente que en la precedente con-
templación, y con un Pater noster.

De los pastores: 1.° L a natividad de Cristo Nuestro Señor es


manifestada a los pastores por el ángel: « O s anuncio un gran gozo,
porque hoy ha nacido el Salvador del m u n d o » .
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 61

2 . ° L o s pastores van a Belén: «Vinieron aprisa y hallaron a María,


a José, y al N i ñ o puesto en el pesebre».
3 . ° «Tornaron los pastores glorificando y alabando al Señor».

Para contemplar el misterio del nacimiento de Jesús ( L e 2 , 1 - 2 0 ) ,


a c o m p a ñ a r e m o s a M a r í a y José, siguiendo el orden de la narración
evangélica, después d e disponernos con los m i s m o s preámbulos que
en la contemplación de la encarnación. Primero en Nazaret, cuan-
d o llega al pueblo y se divulga la noticia oficial del edicto de César
A u g u s t o , que m a n d a empadronarse a todo el orbe, ordenando que
cada cual haya de ir para hacerlo a la ciudad de su estirpe. Podemos
oír los comentarios propios de esa situación en el pueblo. C o n -
frontemos las críticas, las protestas, las excusas, los desahogos inú-
tiles d e la insubordinación, con la reacción dócil, serena, diligente
y providencialista de la S a g r a d a Familia. Asistamos a los preparati-
vos del viaje, y a c o m p a ñ e m o s después en el camino a Belén a estos
dos custodios del tesoro divino de la salvación. C o n t e m p l e m o s su
atento cuidado a todo movimiento, su modestia en el caminar, en
el saludo, su recogimiento y fe en el misterio del q u e se sienten por-
tadores, durante las peripecias del viaje. M a r í a c o m o el Arca del
Testamento.
— Al ver c ó m o se cierran en Belén todas las posibilidades de reco-
gerse bajo techado, y q u e no hay para ellos lugar en el m e s ó n , espie-
mos sus reacciones llenas de mesura, reflejo de su confianza cons-
ciente en la providencia del Padre, q u e sabe guiarlo todo para el
bien de sus escogidos; aprendamos a detectar la voluntad de D i o s a
través de los acontecimientos. El misterio querido por D i o s se rea-
lizará, y ellos no habrán puesto ningún obstáculo, sabiendo doble-
garse, c o m o el leve j u n c o del arroyo, al menor soplo d e la voluntad
divina. Cristo aparecerá en el m u n d o entre las pajas de un pesebre,
y se mostrará a los ojos contemplativos de todas las generaciones,
absortos de gozo en su maravillada adoración, iniciando así la
nueva era del espíritu en la h u m i l d a d y pobreza voluntaria.
— T e n g a m o s en cuenta q u e , si alguien h a p o d i d o escoger d ó n d e
y c ó m o nacer, es el H i j o de D i o s , el único q u e existía antes de
venir a este m u n d o . Y n o sólo h a querido pasar por ese cero m e n -
62 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

tal del c o m i e n z o de t o d a v i d a h u m a n a , su indigencia y d e p e n -


dencia totales, sino nacer en el m á s c o m p l e t o despojo y desamparo
exterior: a c a m p a d o en u n a periferia, sin casa, sin muebles, sin
recomendaciones, agotadas las provisiones del viaje ¡ Q u é distintos
son los planes, los proyectos y predilecciones de D i o s , de los p r o -
yectos d e los hombres! El escándalo de la sabiduría de D i o s , q u e
con la ignorancia vence la sabiduría d e los h o m b r e s , y ha escogi-
d o la debilidad para confundir a los fuertes (cf. 1 C o r l , 2 3 s s ) .
D e j e m o s q u e el Espíritu i m p r i m a en nuestras almas la gracia d e
este misterio d e C r i s t o , s a b i e n d o q u e sus misterios son de u n a efi-
ciencia metahistórica, pues su eficacia salvífica se actúa a través de
todas las generaciones.
— N u e s t r a contemplación p o d r á detenerse también en el hecho
de no haberse anunciado Jesús con estruendosa propaganda, o en
los barridos bien de Jerusalén. H a preferido presentarse sin honores
ni exigencias, y darse a conocer por su m o d e s t a sencillez: Encontra-
réis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre ( L e 2 , 1 2 ) .
D e j é m o n o s influir por el ambiente de paz y suavidad, que se respi-
ra en sus predilecciones. Q u e el Espíritu Santo nos haga captar el
ámbito espiritual de aquellos pobres de Yahvé, que fueron los recep-
tores preparados para la buena noticia. S u humilde esclava, la Vir-
gen María; J o s é , el h o m b r e justo que caminaba en la ley del Señor;
los pastores, trabajadores de la noche por necesidad: corazones
sumisos, piadosos, abiertos a las comunicaciones de arriba, ellos
han p o d i d o descubrir a Jesús, adorarlo, alegrarse inmensamente de
su presencia, y comunicar a los demás su gozo.
— L a avaricia, la liviandad, el orgullo, han recibido el golpe divi-
no, que los vence y los somete. S o n los enemigos de su Reino. E n
torno a Jesús, la limpieza y h u m i l d a d de aquellos corazones pobres,
que han puesto en Yahvé toda su confianza. A c a b e m o s siempre con
un coloquio.

E s importante explayar el á n i m o serenamente en estas contem-


placiones de la vida de Jesucristo. C o n las sugerencias antes expues-
tas he querido insinuar el m o d o c ó m o pueden realizarse. Al ir ejer-
citándose en la contemplación, el ejercitante encontrará en ellas, o
en otras que surgirán espontáneamente en su espíritu, la ocasión de
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 63

permitir al Espíritu Santo imprimir los rasgos correspondientes a la


imagen de Cristo, que Él deseaba conseguir en cada u n o de n o s o -
tros. A sus luces, inspiraciones y mociones hay que conservarse
siempre atentos y disponibles en ambiente de silencio, paz, y dis-
tensión de espíritu.
Para facilitar esa obra del Espíritu, m á s que recorrer m u c h o s mis-
terios o muchas sugerencias sobre ellos, es conveniente insistir en
cada uno, dedicando todos los días algún ejercicio a la repetición o
resumen de lo ya contemplado. U n a vez desbrozado el c a m p o y
pasada la novedad del primer encuentro, se introduce el a l m a con
más espontaneidad en una actividad reposada de asimilación per-
sonal, y de apertura a los nuevos niveles a los que desea llevarla el
Espíritu Santo. D e ese m o d o p o d r á llegar provechosamente a ejer-
citarse también en la aplicación de la sensibilidad espiritual a las
diversas escenas evangélicas. N o sólo ver, oír, sino captar el suave
olor de las virtudes evangélicas, el atractivo gustoso de las actitudes
interiores que encuentra en los personajes, la dulzura y fuente de
energía de la familiar amistad con Jesús. E s t a experiencia le hará
después, en su vida ordinaria, retornar con más asiduidad y tiempo
a la oración reposada. Persuadido del provecho que en ella se obtie-
ne, procurará con más eficacia el disponerse para poder renovar esa
m i s m a experiencia.
Por otra parte, no p o d e m o s dudar de la importancia que la reno-
vación de las imágenes, e ideales del m u n d o interior del ejercitan-
te, tiene en la reestructuración, u ordenación de su vida, q u e se va
buscando en los Ejercicios.

Para u n m a y o r y m á s perfecto discernimiento (Ej. 3 2 8 - 3 3 6 )

A los ejercitantes que ya han decidido en todo servir al Señor, tie-


nen arraigada ya su decisión profundamente en el alma, y no les
importa lo que el m u n d o p u e d a decir de ellos, ni persecuciones ni
temores vanos de pérdidas temporales, el enemigo diabólico no
puede ya tentarlos por atractivos de glorias y placeres m u n d a n o s o
carnales, que ya no harían fuerza ninguna en estas personas; porque
los desprecian y a b o m i n a n desde lo m á s h o n d o de su ser. Rechaza-
64 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

rían desde el primer m o m e n t o cualquier propuesta abierta de peca-


do. Ahora ha de atacarlas con rodeos, proponiendo alguna aparien-
cia de bien, de gloria de Dios, de algo que las atraiga: bien temporal
o espiritual del prójimo, etc. Detrás de esas apariencias esconden sus
propósitos malignos de exponerlas a peligros que no puedan sobre-
llevar, de perturbarlas y hacerles desagradable y aborrecible p o c o a
poco el bien, de llevarlas a algo malo o menos bueno de lo que antes
tenían propuesto.
Para esta clase de personas son aplicables estas normas que siguen,
m á s sutiles, m á s difíciles de aplicar, pues requieren una disposición,
agudeza de alma y sensibilidad espiritual que no suelen, ni pueden
tener de ordinario los principiantes en el camino de la virtud, los
que necesitan todavía purificarse y desarraigar aficiones al pecado o
a las cosas m u n d a n a s . Para éstos, podrían hacer más d a ñ o que p r o -
vecho, el explicárselas o el querer aplicarlas en su caso.

a
1 . E s propio de D i o s y de sus ángeles, en sus mociones, dar ver-
dadera alegría y gozo espiritual, quitando toda tristeza y turbación
que el enemigo induce; de quien es propio hacer guerra contra tal
alegría y consolación espiritual, proponiendo razones aparentes,
sutilezas y repetidas falacias.
a
2. Sólo es de D i o s Nuestro Señor dar consolación al alma, sin
causa precedente p o r q u e es propio del Criador entrar, salir, moverla
interiormente, atrayéndola t o d a ella al a m o r de su divina Majestad.
D i g o sin causa, sin ningún previo sentimiento o conocimiento de
algún objeto, por el cual venga tal consolación, mediante sus actos
de entendimiento y voluntad.
C u a n d o la consolación es sin causa (todo será bueno), dado que en
ella no haya engaño, por ser sólo de D i o s Nuestro Señor, c o m o está
dicho; no obstante, la persona espiritual, a quien D i o s da tal conso-
lación, debe con m u c h a vigilancia y atención mirar el propio tiempo
de tal actual consolación, y discernirlo del siguiente, en que el alma
queda ferviente y favorecida con el favor y efectos de la consolación
pasada. Porque muchas veces en este segundo tiempo, por su propio
discurso habitual y las consecuencias normales de conceptos y juicios,
o por el buen espíritu o por el malo, forma propósitos y pareceres,
que no son dados inmediatamente por D i o s Nuestro Señor; y, por
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 65

tanto, tienen necesidad de ser m u y bien examinados, antes que se les


dé entero crédito, o que se pongan en efecto.
Ese segundo tiempo, a que se refiere el Santo, supone ya una inter-
pretación, un juicio o una deducción, no dados directamente por Dios.
Es, por tanto, un acto humano en el que pueden ya influir tanto el
buen espíritu como el malo. No puede, no debe ser confundido con el
contenido auténtico, sustancia de la consolación dada directamente por
Dios sin acto previo del hombre.
a
3. C o n causa pueden consolar al alma así el buen ángel c o m o
el m a l o , por contrarios fines: el buen ángel para provecho del alma,
para q u e crezca y s u b a de bien en mejor; y el mal ángel, para lo con-
trario, y para llevarla ulteriormente a su dañina intención y maldad.
a
4. Es propio del ángel m a l o , que se disfraza de ángel de luz,
entrar con el alma devota y salir consigo es, a saber: traer pensa-
mientos buenos y santos, conforme a tal alma justa, y después p o c o
a p o c o procurar de salir, conduciendo al alma a sus engaños encu-
biertos y perversas intenciones.
a
5. D e b e m o s advertir m u y bien al curso de los pensamientos; y,
si el principio, m e d i o y fin es todo bueno, inclinado a todo bien,
señal es de buen ángel; m a s si en la serie de los pensamientos que
trae, acaba en alguna cosa mala, o distractiva, o m e n o s buena que
la que el alma tenía antes propuesta, o la debilita, o inquieta, o con-
turba, quitándole su paz, tranquilidad y quietud que tenía antes, es
clara señal de proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro prove-
cho y salvación eterna.
a
6 . C u a n d o el enemigo fuere advertido y reconocido por su cola
serpentina y mal fin a q u e induce, aprovecha a la persona tentada
por él mirar luego en el curso de los buenos pensamientos que le
trajo, el principio de ellos, y c ó m o p o c o a p o c o procuró hacerla des-
cender de la suavidad y gozo espiritual en que estaba, hasta llevarla
a su intención depravada; para que con tal experiencia advertida y
notada se guarde para adelante de sus engaños acostumbrados.
El Santo ha advertido en las reglas precedentes las huellas afectivas
que dejan en el alma los pensamientos favorecidos por el mal espíri-
tu, son como el surco abierto por el paso de la «cola serpentina», ras-
gos diabólicos: oscuridad, turbación, inquietud, que debilitan al
alma en su esfuerzo y ánimo hacia el bien, la amargan, desalientan,
66 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

la encierran en su oscuridad, intentan desesperarla, o exasperarla,


para desviarla y perderla. A continuación explicará el porqué de estos
efectos, tan contrarios a los del buen espíritu, en esta clase de almas
de que está tratando.

Explicación sintética

a
7. E n los que van de bien en mejor, el buen ángel toca a sus
almas dulce, leve y suavemente, c o m o gota de a g u a q u e entra en
una esponja, y el malo toca ásperamente y con sonido de inquie-
tud, c o m o cuando la gota de a g u a cae sobre la piedra; y a los que
proceden de mal en peor, tocan los dichos espíritus de m o d o con-
trario. L a causa es que la disposición del alma es contraria o s e m e -
jante a los dichos ángeles; p o r q u e c u a n d o es contraria, entran con
estrépito y haciéndose sentir perceptiblemente; y c u a n d o es seme-
jante, entran con silencio, c o m o en propia casa a puerta abierta.
Al fin y al cabo los frutos del Espíritu, según San Pablo, son: cari-
dad, gozo, paz, paciencia, afabilidad... (Gal 5,22). Es natural que las
huellas de la actuación de D i o s revelan la potencia creadora del Padre,
la luz y sapiencia del Hijo, la suavidad y unción del Espíritu Santo.

(Sintetizo, a continuación, lo que pudiera constituir un esquema de


sugerencias para otras contemplaciones de la vida oculta del Señor. Se deja
así un más amplio espacio a que cada ejercitante encuentre por sí mismo
otras consideraciones personales, según la recomendación de San Ignacio.)

4. PRESENTACIÓN D E JESÚS E N ELTEMPLO Y PURIFICACIÓN


D E N U E S T R A S E Ñ O R A (Ej. 2 6 8 )
(Le 2 , 2 2 - 3 8 )

Primero. Traen al niño Jesús al templo, para que sea presentado


al Señor, c o m o primogénito, y ofrecen por él «un par de tórtolas o
dos palominos».
S e g u n d o . S i m e ó n que, viniendo al templo, «lo t o m ó en sus bra-
zos» y dijo: «Ahora, Señor, deja a tu siervo en paz...».
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 67

Tercero. Ana, «viniendo después, alababa al Señor y hablaba de


Él a todos los que esperaban la redención de Israel».
***
— L a S a g r a d a Familia no se avergüenza d e ser p o b r e y de m o s -
trarse c o m o pobre en el t e m p l o . Llevan lo p r o p i o de los pobres:
un par de tórtolas o p a l o m i n o s . M a r í a era consciente de los privi-
legios d e los pobres ante D i o s : los recordó y cantó en su M a g n í -
ficat (Le 1 , 4 6 - 5 5 ) . Alegre y m o d e s t a c u m p l e con la ley.
— S i m e ó n esperaba la redención de Israel, trataba íntimamente
con el Espíritu Santo, atendía a sus mociones, escuchaba sus c o m u -
nicaciones íntimas y personales. ¡A qué penetración se levantó de
golpe, con la presencia d e Jesús y de María!
— N o t e m o s la sintonía de las almas habitadas por el m i s m o Espí-
ritu divino, y el conocimiento por connaturalidad que en ellas se
desarrolla.
— Atención admirada de J o s é y M a r í a al misterio de Jesús, que
les ponía ante los ojos aquel anciano inspirado: «Signo de contra-
dicción», «ruina y resurrección». Integración del dolor de M a r í a en
el plan redentor.
— María no podría considerarse en adelante sino en el misterio
de su hijo divino.
— Silencio de María y José. Cumplidores fieles y devotos de la ley.
Simeón, «hombre justo y timorato». Ana: la piedad perseverante en
oraciones y penitencias. Los que parece que no hacen nada digno de
estima a los ojos del m u n d o captan el gran gozo de la buena nueva y
lo comunican a la expectación de los hombres.
— El T e m p l o convertido en Iglesia con la presencia de Jesús. L a
salvación para todas las gentes. El nuevo pueblo misterioso, reuni-
d o de todos los creyentes.

5. D E L A H U I D A A E G I P T O Y R E T O R N O (Ej. 2 6 9 - 2 7 0 )
(Mt 2,13-23)

1.° Herodes quería matar al niño Jesús, y así m a t ó a los inocen-


tes. Antes de la muerte de ellos avisó el ángel a J o s é que huyese a
Egipto: «Levántate, t o m a al N i ñ o y a su M a d r e , y huye a Egipto».
68 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

2 . ° Se marchó a E g i p t o : «Levantándose de noche se marchó a


Egipto» (cf. M t 2 , 1 4 ) .
3 . ° Estuvo allí hasta la muerte de Herodes.

1.° El ángel avisa a J o s é q u e retorne a Israel: «Levántate, t o m a al


N i ñ o y a su M a d r e , y ve a la tierra de Israel» (cf. M t 2 , 2 0 ) .
2 . ° Levantándose vino a la tierra de Israel.
3 . ° Porque reinaba Arquelao, hijo de Herodes, en J u d e a , (temió
ir allí...) se retiró a Nazaret.
***

— N o se puede actuar contra Jesús, sin hacer simultáneamente


contra el hombre. Herodes, c o m o nosotros en tantas ocasiones, se
ciega. M a l consejero el orgullo. H a c e temer la humillación, que nos
salva en Jesús.
— José, hombre justo, estaba acostumbrado a distinguir entre lo
que es un sueño y lo q u e procede de D i o s c o m o un aviso. ¡ Q u é
buen patrono para la vida interior! L o q u e se le pide no es cualquier
cosa: ¿qué era E g i p t o para un israelita? Ir precisamente a E g i p t o . ¿Y
el camino? El desierto, un niño tan pequeño, su madre, M a d r e del
Salvador... L o que cuenta es que D i o s lo quiere. ¿Las dificultades?
J o s é sabía abandonarse a la Providencia divina.
— N o hay que poner obstáculos al plan de Dios, que se realizará por
los caminos que no conocemos de antemano. Retardar puede ser cri-
minal. José se levanta, hace lo que se le ha dicho y se pone en marcha.
— M a r í a no ha escuchado la orden directamente de D i o s , sino a
través de José. El secreto misterioso de la obediencia salvífica en
Jesús. ¿Vivo yo de la fe de María, en la disponibilidad de ella y de
José? ¿ H e comprendido, Jesús, el papel de la obediencia en la reali-
zación de tu Reino?
— U n o se sentiría tentado de decir: «Pero si tienes a tu disposi-
ción legiones de ángeles, ¿por q u é huir del enemigo? N a d i e tiene
m á s poder que É l » . Y, sin e m b a r g o , no ciega al adversario, ni se
defiende. Huye, y a Egipto. D e allí volverá, cuando su Padre lo diga.
— L a providencia proveerá. N o siempre guiará con inspiraciones
directas o avisos extraordinarios. J o s é tendrá q u e usar también su
prudencia para cumplir la voluntad de D i o s . Informado d e que rei-
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 69

naba en J u d e a Arquelao, hijo de Herodes, temió ir allí, se fue a vivir


a Nazaret.

6. JESÚS SE Q U E D A E N E L T E M P L O SIN Q U E L O SEPAN SUS PADRES


(Le 2 , 4 1 - 5 1 )

1.° Cristo Nuestro Señor, de edad de doce años, subió de N a z a -


ret a Jerusalén.
2 . ° Cristo Nuestro Señor q u e d ó en Jerusalén, y no lo supieron
sus padres.
3 . ° Pasados hasta tres días, le hallaron disputando en el templo,
y sentado en m e d i o de los doctores. Preguntándole sus padres
d ó n d e había estado, respondió: « ¿ N o sabéis que m e conviene estar
en las cosas que son de mi Padre?» ( E j . 2 7 2 ) .
***

— El hijo de D i o s , el adorador en Espíritu y en verdad por exce-


lencia, el q u e siempre y en todas partes está cabe el Padre, c u m p l e
la ley, participa en la ceremonia religiosa y nacional de su pueblo,
va en peregrinación al T e m p l o de Jerusalén. H u m i l d a d en la exis-
tencia espiritual para aceptar la ley y las normas legítimas del culto.
— Penetrar en el sentido con que actúa en las ceremonias, canta
los salmos, vive el significado profundo de la celebración y de cada
u n o de los símbolos de la Pascua. Él, el cordero de D i o s , que quita
el pecado del m u n d o .
— C ó m o ofrece sus preces y súplicas: «fue escuchado por su gran
reverencia» (cf. H e b 5,7).
— El misterio de quedarse sin avisar, con el siguiente dolor de sus
padres, y el suyo — m a y o r a ú n — por el de ellos. El no haber acla-
rado su conducta, y el hecho de que su M a d r e no entendiera la res-
puesta d a d a por Él.
— Observar q u e además de lo normal y ordinario, dispuesto por
D i o s en los m a n d a m i e n t o s , está esa llamada personalísima, que
viene de arriba y se ha de seguir, aun cuando cause dolor por el
m o m e n t o y traiga consigo la incomprensión de algunos, lo impre-
visible, el sacrificio y el riesgo.
70 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

— L a conciencia de Jesús sobre su filiación, con respecto al Padre


y sobre su obra. María tomaría conciencia de esa distancia sobre-
natural que irá reiterando Jesús (cf. J n 2,4; L e 8 , 1 9 - 2 1 ; 1 1 , 2 7 - 2 8 ) .
— H a y vocaciones, que son incompatibles con la vida normal del
hogar, a partir de un cierto m o m e n t o : Quien dejare padre, madre,
esposa, hijos o campos, por mí... ( M t 1 9 , 2 9 ) . Jesús precede a sus ense-
ñanzas con el ejemplo.
— Absoluta soberanía de la voluntad divina: El que ama a su
padre o a su madre mas que a mí, no es digno de mí ( M t 1 0 , 3 7 ) .
— Actitud de María ante las palabras de su hijo, que no entiende:
las guarda en su corazón, C o m o precioso tesoro, para meditarlas. El
Espíritu le hará ver su sentido profundo, lo que exigen de Ella.

7. L A V I D A O C U L T A D E N A Z A R E T (Ej. 2 7 1 )
(Le 2 , 4 0 . 5 1 - 5 2 ; M t 1 3 , 5 4 - 5 5 )

1.° y 2 . ° Era obediente a sus padres: «Aprovechaba en sapiencia,


edad y gracia».
3 . ° Parece que ejercitaba el arte de carpintero, c o m o enseña con
su indicación San M a t e o en el capítulo sexto: «¿Acaso n o es éste
aquel carpintero?».
***

— E s la renuncia más ostentosa a llevar una vida llamativa, impor-


tante a los ojos de este m u n d o . L o único extraordinario de estos años
así es su valor religioso, sólo apreciable a la mirada de D i o s : Tú,
cuando ores, entra en tu aposento... Cuando ayunes, úngete la cabeza.
Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha... y el
Padre, que ve lo oculto, te premiará ( M t 6,6.17; 3 - 4 ) .
— Encontrar la fuente de la perseverancia y fortaleza en lo que
no se ve.
— ¿ C ó m o p u d o esconderse tanto la personalidad h u m a n a m á s
excelente que ha existido? Sus valores pasaron inadvertidos a los
demás, durante treinta años. ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y
los milagros? ( M t 1 3 , 5 4 ) , dirían sus paisanos. Para ellos era el hijo
de un obrero del pueblo, cuyos parientes conocían, c o m o uno de
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 71

tantos. Misterio de la h u m i l d a d cristiana. C o n f u n d i d o con todos y,


sin embargo, tan diverso. C o m o el aire que respiramos, nos da vida
y no lo notamos. El trato de Jesús con sus coetáneos.
— Crecía normalmente. Se desarrollaba su inteligencia h u m a n a
y su habilidad, su gracia ante D i o s y ante los hombres. Crecía en
méritos ante el Padre: En Él tengo puestas mis complacencias (2 Pe
1,17). De su plenitud recibimos todos (Jn 1,16).
— Trabajo oculto y sin renombre; pero con qué intenciones uni-
versales, sobrenaturales...
— L a vida de una familia en la que cada uno se consideraba el
menor y al servicio de los demás. U n solo corazón y una sola alma.
C o n t e m p l e m o s la conversación que no distancia, ni enfría, ni entris-
tece; que eleva, une, estrecha, abre horizontes: los servicios mutuos,
la oración... los vínculos más serios de la verdadera intimidad.
— Y estaba sometido a sus padres ( L e 2 , 5 1 ) en obediencia a seres
h u m a n o s m u y inferiores a El. Como por la desobediencia de uno,
muchos quedaron constituidos pecadores, así por la obediencia de
uno, muchos quedarán justificados ( R o m 5 , 1 9 ) .
— N o temer el afrontar en la fe el misterio d e la obediencia
cristiana.
— Si hubiéramos hecho nosotros el plan de vida al Salvador, de
qué manera tan diferente habríamos distribuido los años de su vida
y sus ocupaciones. Señal evidente de que hemos de corregir m u c h o
nuestros criterios sobre lo que conduce al establecimiento del Reino
d e D i o s . Si el Reino se confundiese con el progreso h u m a n o , Jesús
tendría que haber actuado de un m o d o totalmente diferente. C a s i
al revés de c o m o lo hizo: treinta años de vida oculta, y apenas dos
o tres para actuar c o m o personaje público...
— C o n t e m p l e m o s su revolución copernicana de los criterios:
o s c u r i d a d frente a mis ansias de hacer algo por distinguirme, len-
titud para curar m i s inquietudes por ir aprisa y acabar p r o n t o ,
m o n o t o n í a de un m i s m o trabajo en vez de m i s ilusiones de c a m -
bio, recogimiento en c o m p e n s a c i ó n de mis urgencias por salir y
ver m u n d o , profundidad o p u e s t a a m i superficialidad, trabajo
serio en contraposición a mi pereza m á s o m e n o s encubierta.
Nazaret es la escuela d e anclarse en la voluntad d e D i o s : « . . . q u e
más bien hace a la Iglesia un solo acto de a m o r p u r o , q u e todos
72 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

los a p o s t o l a d o s del m u n d o » (San J u a n de la C r u z , Cántico espiri-


tual, X X I X , 2 ) .
Y el amor puro, ¿no es la unión de nuestra voluntad con la divina?

Preparación a las elecciones

Las contemplaciones d e la vida de C r i s t o han d e b i d o ir creando


en nosotros actitudes correspondientes a las suyas, en el deseo d e
colaborar al establecimiento d e su R e i n o , según la oblación m á s
generosa q u e hicimos de nosotros m i s m o s : disposiciones del
alma, inclinaciones virtuosas, a m o r a las virtudes q u e encontra-
mos en Él. Pero en los Ejercicios conviene q u e b u s q u e m o s , en c o n -
creto, q u é decisiones desea Él q u e t o m e m o s para q u e la vida q u e
llevamos responda a su v o l u n t a d sobre nosotros, llegar a determi-
nar en q u é estado d e v i d a se quiere servir d e m í D i o s N u e s t r o
Señor, si todavía n o lo he encontrado y d e t e r m i n a d o . Reconocer
tales p u n t o s concretos personales y decidirse por ellos es lo q u e se
llama aquí elecciones. Puesto q u e sólo lo lograremos por gracia de
D i o s , es m á s bien ser elegidos p o r Él, q u e elegir. E s algo q u e
h e m o s d e reconocer y recibir, m á s q u e encontrar p o r nuestra s i m -
ple reflexión, e i m p o n é r n o s l o a nosotros m i s m o s . E s o sí, p o r q u e
se trata d e llegar a c o m p r o m e t e r la v i d a en u n c a m i n o concreto,
se suele sentir gran dificultad. El entendimiento se turba en esos
m o m e n t o s y se cubre, a veces, d e oscuridad. L a v o l u n t a d siente
resistencias o el vértigo, y h a d e hacerse violencia en tales ocasio-
nes. S e suelen despertar con frecuencia tempestades d e afectos
desordenados. E s preciso m á s q u e nunca, serenidad e insistencia
en nuestra petición h u m i l d e .
Para ayudarnos en esta situación se nos p r o p o n e en los Ejercicios
hacer ahora unas meditaciones d e características peculiares. Van
orientadas a disponer al ejercitante i n m e d i a t a m e n t e en el proceso
de sus elecciones. Para entenderlas, hay q u e presuponer en él la
resolución ya t o m a d a antes y para siempre, no sólo de apartarse
de t o d o lo q u e es m a l o , sino d e abrazar lo q u e claramente es
mejor. H a venido a encontrar la voluntad de D i o s para hacerla
suya.
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 73

8. M E D I T A C I Ó N S O B R E LAS D O S B A N D E R A S (Ej. 136-148)


Revestios de la armadura de Dios,
para que podáis resistir a las insidias del diabla
(Ef6,ll)

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . Es la historia. Será aquí c ó m o Cristo llama y
quiere a todos, debajo de su bandera, y Lucifer, al contrario, deba-
jo de la suya.
S e g u n d o preámbulo. Composición, viendo el lugar. Será aquí ver
un gran c a m p o de toda aquella región de Jerusalén, donde el sumo
capitán general de los buenos es Cristo Nuestro Señor. Otro campo en
la región de Babilonia, donde el caudillo de los enemigos es Lucifer.
Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo q u e quiero, y será aquí pedir conoci-
miento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para librarme de
ellos, y conocimiento de la vida verdadera, que enseña el s u m o y
verdadero capitán, y gracia para imitarle.
e r
l . primer p u n t o . Imaginar c o m o si el caudillo de todos los ene-
migos estuviere sentado en una gran cátedra de fuego y h u m o , en
figura horrible y espantosa.
2 . ° p u n t o . Considerar c ó m o llama a innumerables demonios, y
c ó m o los esparce a unos en tal ciudad y a otros en otra, y así por
t o d o el m u n d o , no dejando sin ellos regiones, pueblos, estados
sociales, ni personas algunas en particular.
e r
3 . p u n t o . Considerar el sermón que les hace, y c ó m o los exhor-
ta a echar redes y cadenas; de m o d o q u e primero hayan de tentar
d e codicia d e riquezas, c o m o suele generalmente, para q u e vengan
más fácilmente a vano honor del m u n d o y después a gran soberbia;
de tal manera que el primer escalón sea de riquezas, el segundo de
honor, el tercero de soberbia, y por estos tres escalones conduce a
todos los otros vicios.

Así por el contrario se ha de imaginar acerca del s u m o y verdade-


ro capitán, que es Cristo Nuestro Señor.
e r
l. p u n t o . Considerar c ó m o Cristo Nuestro Señor se p o n e en
un gran c a m p o de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde,
hermoso y gracioso.
74 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

2 . ° p u n t o . Considerar c ó m o el Señor de todo el m u n d o escoge


tantas personas: apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el
m u n d o , a esparcir su sagrada doctrina por todos los estados y con-
diciones de personas.
e r
3 . p u n t o . Considerar el sermón que Cristo Nuestro Señor hace
a todos sus siervos y amigos que a tal jornada envía, encomendán-
doles que quieran ayudar a todos para traerlos, en primer lugar, a
s u m a pobreza espiritual, y, si su divina majestad fuere servida y los
quisiere elegir, no menos a la pobreza actual; en segundo lugar, a
deseo de oprobios y menosprecios, porque de estas dos cosas se
sigue la humildad; de manera que sean tres escalones, el primero
pobreza contra riqueza, el 2 . ° oprobio o menosprecio contra el
honor m u n d a n o , el 3 . ° h u m i l d a d contra la soberbia, y por estos tres
escalones conduzcan a todas las otras virtudes.

Primer c o l o q u i o . A Nuestra Señora, para que m e alcance gracia


de su Hijo y Señor, a fin de q u e yo sea recibido debajo de su ban-
dera, y primero, en s u m a pobreza espiritual, y si su divina majestad
fuere servido y m e quisiere elegir y recibir, no menos en la pobreza
actual; 2 . ° , en pasar oprobios e injurias, por m á s imitarle en ellas,
con tal que las p u e d a pasar sin pecado de ninguna persona ni desa-
grado de su divina majestad; y decir después un Ave María.
S e g u n d o c o l o q u i o . Pedir otro tanto al Hijo, para que m e lo
alcance del Padre; y decir después A n i m a Christi.
Tercer c o l o q u i o . Pedir otro tanto al Padre, para que Él m e lo con-
ceda; y decir un Pater noster.
***
Esta primera meditación, preparatoria a las elecciones, trata de
alcanzar luz para distinguir los engaños del enemigo y gracia para
evitarlos, a la vez que claro conocimiento de la vida verdadera ense-
ñada por Cristo y gracia para seguirla. Ésta será la petición que el
ejercitante hará siempre que realice la meditación sobre las dos ban-
deras, consciente de que el enemigo, Satán, se transfigura a veces en
ángel de luz (2 C o r 11,14).
Las dos banderas corresponden a dos ejércitos con sus jefes res-
pectivos, Cristo y Satán, a c a m p a d o s j u n t o a dos ciudades simbóli-
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 75

cas en la tradición cristiana: Jerusalén y Babilonia. Es un m o d o de


representar la verdad revelada d e la lucha existente desde el prin-
cipio d e la historia entre el Príncipe de las tinieblas, q u e quiere
perder a la h u m a n i d a d , y C r i s t o , q u e quiere salvarla libremente
(cf. Gaudium et spes, 1 3 ) . S a b e m o s q u e la batalla decisiva se plan-
tea y dirime en el interior d e cada h o m b r e . D e sus decisiones
d e p e n d e caminar en la dirección d e C r i s t o , militar así bajo su
bandera, o estar c a m i n a n d o m á s o m e n o s conscientemente en la
dirección contraria, y, por consiguiente, estar militando a favor
del c a m p o d e S a t a n á s .
San Pablo aconseja que, para estas batallas, que no son sólo con-
tra la carne y sangre, sino contra los espíritus malignos, embrace-
mos el escudo de la fe ( E f 6 , 1 6 ) . A m p a r a d o s en ese escudo consi-
deraremos los dos c a m p o s , el de Cristo y el de Satán, para tratar de
discernir el espíritu del mal y librarnos de sus engaños, y el espíri-
tu de Cristo para seguirlo.
1. En el campo de Satán: encontramos al padre de la mentira (Jn
8 , 4 4 ) . Pretende engañar, presentándose con una majestad q u e no le
corresponde, imponente y arrollador. S a n Ignacio dice que nos lo
figuremos « c o m o si se sentase en u n a gran cátedra de fuego y
h u m o , en figura horrible y espantosa» (Ejercicios, 1 4 0 ) . Y S a n Pedro
avisa a todos que el diablo, nuestro enemigo, anda rondando, como
león rugiente, buscando a quién devorar (1 Pe 5,8).
El aviso de que a n d e m o s vigilantes es general, porque ni la edad,
ni el estado, la autoridad o el lugar en que se encuentra el h o m b r e
son límites infranqueables en este m u n d o , para los espíritus malos
a las órdenes del tentador. A todos nos amenazan, y h e m o s de pedir
humildemente a D i o s que nos libre de los lazos q u e nos tienden
( M t 6 , 1 3 ; 2 6 , 4 1 ; Sal 1 4 0 , 9 ) .

San Ignacio p r o p o n e a la meditación del ejercitante u n a síntesis


l u m i n o s a d e la táctica del e n e m i g o , q u e le p u e d a servir para detec-
tar a t i e m p o sus insidias y conjurarlas. E s el fruto de su experien-
cia espiritual y d e su m a d u r a connaturalidad con el Evangelio.
P o d e m o s pensar en u n a gracia carismática, recibida en M a n r e s a ,
para beneficio de tantos ejercitantes, q u e habían d e practicar el
retiro bajo la dirección d e su doctrina y m é t o d o . El objetivo del
76 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

enemigo, según él, es llevar a las almas la soberbia, p o r q u e , u n a vez


soberbias, las p u e d a lanzar a cualquier vicio. Para conseguir esa
cota, sigue d e ordinario d o s p a s o s precedentes. Primero, enredar
el a l m a en la a m b i c i ó n de riquezas, d e cualquier género q u e sean.
L o q u e le i m p o r t a es fomentar en el h o m b r e la actitud captativa,
la concupiscencia de poseer, d e ser d u e ñ o d e cosas en las q u e
p o d e r apoyarse, descansar, tener de q u é jactarse, poner su c o n s o -
lación ( L e 6 , 2 4 ) . D e ahí vendrá el s e g u n d o paso, q u e es el deseo
de ser tenido por algo, ser estimado por lo q u e tiene, a m b i c i ó n d e
honores. Así crecerá en el h o m b r e el ansia de mantener el p u e s t o
a t o d a costa, c o m e n z a r á a mirar a los d e m á s c o m o rivales, no
c o m o h e r m a n o s , hasta llegar a identificarse con aquello q u e tiene,
con aquella i m a g e n q u e han llegado a formar d e él los d e m á s . Por
este procedimiento se hace el h o m b r e creído de sí, engreído, sober-
bio: fácilmente cierra su horizonte sobre sí m i s m o , n o a d m i t e
correcciones ni observaciones de otros, n o obedece, se atiene sólo
a su p r o p i o parecer y hace girar a t o d o el m u n d o en torno suyo.
El soberbio no a d m i t e la luz para q u e no se vean sus defectos;
busca la gloria q u e viene de los hombres, a u n q u e se base en la
mentira y en la injusticia, n o la q u e viene de D i o s ( J n 5 , 4 4 ) . H a
caído en las tinieblas, está dispuesto a t o d o pecado. Ya lo había
dicho S a n Pablo a T i m o t e o : Los que ambicionan riquezas caen en la
tentación y lazo del diablo, en multitud de deseos inútiles y nocivos,
que hunden al hombre en su ruina y perdición (1 T i m 6 , 9 ) . D e q u e -
rer tener, a desear valer ante los demás, a creerse q u e se es algo.
Tener, valer, ser: los fundamentos radicales d e la concupiscencia
h u m a n a , desconectados d e D i o s . L o que San Agustín atribuye a la
ciudad de Babilonia: el gozo y concupiscencia del m u n d o . O c o m o
lo describe S a n Bernardo: el amor de sí hasta el menosprecio de Dios.

Es m u y importante q u e nos dejemos iluminar, para descubrir los


hilos de esta red diabólica en sus comienzos, antes de que se nos
conviertan en cadenas esclavizantes, casi imposibles de romper.

2 . En el campo de Jerusalén: el ambiente es totalmente diverso.


Jesús se presenta humilde y sencillo, afable, en la paz y serenidad de
u n a colina, abierta a la luz y al aire libre. C o m o aquel día en Gali-
lea. T a m b i é n Él quiere llegar con su mensaje y su acción salvadora
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 77

a todos los estados, clases y categorías d e personas. S u voluntad es


de q u e todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la
verdad. Y envía, c o m o mensajeros suyos, hasta a los últimos confi-
nes de la tierra, a hombres que ha hecho sus amigos.
Sus consignas son: que traten de ayudar a todos a ser generosa-
mente desprendidos, hasta llegar a suma pobreza espiritual, a amar
la pobreza; y, si el Señor les llama a ello, a dejar de hecho sus bie-
nes para seguirle mejor, más de cerca, con mayor libertad y dedica-
ción ( M t 5,3; 6 , 1 9 - 2 1 ; 1 9 , 2 1 ) . C o n este paso, se corta la codicia,
para sembrar en lugar suyo una actitud oblativa d e nuestro yo. L a
prueba de si es verdadera nuestra pobreza espiritual la tendremos,
si de veras estamos dispuestos a dejar posesiones actuales o futuras,
cuando entendemos ser ello voluntad de D i o s .
L u e g o habrá q u e llegar al «deseo de oprobios y menosprecios».
D e b e ser motivo de nuestra alegría el q u e nos persigan o calum-
nien, o digan cualquier clase de mal contra nosotros, p o r causa del
seguimiento del Señor: Alegraos y regocijaos en aquella hora, porque
es grande vuestra recompensa en los cielos ( M t 5 , 1 2 ) . El q u e sigue a
Cristo, c o m o no ha de temer el pasar por necesitado en este
m u n d o , sino amar la pobreza, así también ha de perder el m i e d o a
ser despreciado e injuriado por los hombres: Si fuerais del mundo, os
tendría por suyos el mundo y os amaría; pero porque no sois del mundo,
por eso os persigue y odia (Jn 1 5 , 1 9 ) . Es motivo de alegría contem-
plar el testimonio de que estamos bajo la bandera de Cristo. Y si
uno debe desear las injurias, cuanto m á s la reprensión y corrección
de las propias faltas, sin excusarlas ni negarlas.
Ahí crecerá, c o m o en su verdadero caldo de cultivo, la humildad
del alma, que viéndose pobre de bienes, se estimará m á s fácilmen-
te por lo que es en verdad, y no por lo que la tienen, o dicen los
demás de su persona. Y, una vez situado en la humildad, se está dis-
puesto a todas las virtudes, porque Dios resiste a los soberbios y a los
humildes da su gracia (Sant 4 , 6 ) .
Así aparece la táctica de Jesús, totalmente contraria a la de Satán.

H a y también tres escalones, para llegar a la cota deseada: pobre-


za contra riqueza, menosprecios contra honores m u n d a n o s , humil-
d a d contra soberbia. N o querer tener, no querer valer, no querer ser,
78 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

sino en D i o s . El a m o r de D i o s , hasta llegar a matar la estima desor-


denada del yo. El enemigo quiere q u e p o n g a m o s nuestra confianza
y consuelo aquí, en algo fuera del Padre de los cielos, hasta hacer
crecer el sentido de nuestra personalidad independiente de tal
m o d o que coloquemos nuestro yo prácticamente en el puesto de
D i o s . Cristo, en cambio, quiere conducirnos a que p o n g a m o s toda
nuestra confianza y consuelo en nuestro Padre D i o s , porque d o n d e
está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón ( M t 6 , 2 1 ) . Sólo el
corazón desprendido y humilde es capaz de amar y perdonar c o m o
Él nos enseñó.

Esta meditación trata de aportar un foco de luz pura, que ilumi-


ne nuestro discernimiento, a la hora de nuestra reforma personal
— o elecciones—; pero no estará de más preguntarnos también en
el enfoque de nuestro apostolado, si el camino que nos descubre
Cristo, al explicar la táctica d e su bandera, es el que hemos seguido
hasta ahora, cuando difundimos el criterio de vida por el que se ha
de caminar o ayudamos a que lo formen así los demás. ¿Difundo yo
amor a la pobreza y a las injurias por Cristo, para conducir a la humil-
dad? Acabar la meditación con tres ardientes coloquios a la Virgen
Santísima nuestra M a d r e , a Jesucristo y al Padre, para que alcance-
mos ser admitidos plenamente en el estilo de vida d e la bandera de
Cristo Nuestro Señor.

9. T R E S C L A S E S D E H O M B R E S (Ej. 1 4 9 - 1 5 7 )
Quien quiera guardar su vida, la perderá,
y quien la perdiere por mi, la salvará (Le 1 7 , 3 3 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . Es la historia, la cual es de tres tipos de h o m -
bres, que cada uno de ellos ha adquirido diez mil ducados, no pura
o rectamente por a m o r de D i o s , y quieren todos salvarse y hallar en
paz a D i o s Nuestro Señor, quitando de sí el peso e impedimento
q u e tienen para ello en el apego a la cosa adquirida.
S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n viendo el lugar. Será aquí
verme a m í m i s m o , c ó m o estoy delante de D i o s Nuestro Señor y d e
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 79

todos sus santos para desear y conocer lo q u e sea más grato a su


divina b o n d a d .
Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo que quiero. A q u í será pedir gracia
para elegir lo q u e sea más gloria de su divina majestad y salvación
de mi alma.
El primer tipo querría quitar el afecto que tiene a la cosa adquiri-
da para hallar en paz a D i o s Nuestro Señor y saberse salvar, sin
poner los medios hasta la hora de la muerte.
El segundo quiere quitar el afecto, pero quiere quitarlo de tal
m o d o que se quede con la cosa adquirida, de manera que venga
D i o s a d o n d e él quiere, y no se determina a dejarla para ir a Dios,
aunque fuese el mejor estado para él.
El tercero quiere quitar el afecto, pero d e tal m o d o lo quiere qui-
tar, que no tiene apego a retener la cosa adquirida o no retenerla,
sino que pretende solamente quererla o no quererla, según que
D i o s Nuestro Señor le pondrá esa voluntad, y a él le parecerá mejor
para su servicio y alabanza de su divina majestad; y entretanto, quie-
re hacer cuenta que todo lo deja en su afecto, esforzándose en no
querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio
de D i o s Nuestro Señor. D e manera que el deseo de mejor poder ser-
vir a D i o s Nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o a dejarla.
C o l o q u i o s . Hacer los m i s m o s tres coloquios que se hicieron en la
contemplación precedente de las dos banderas.
***

E n la vida espiritual es fácil engañarse a sí m i s m o ; pero no a D i o s


Nuestro Señor, que penetra las m á s secretas intenciones, hasta dis-
cernir la sensibilidad y el espíritu ( H e b 4 , 1 2 ) . N o nos cuesta nada
decir que a m a m o s la pobreza y las injurias, cuando no nos falta
nada y s o m o s estimados de la gente. Sólo nos d a m o s cuenta del
engaño en que vivíamos cuando, de hecho, nos vemos en la pobre-
za y experimentamos necesidad, cuando realmente nos ofenden.
Entonces, quizá nos volvemos apresuradamente a reclamar posesio-
nes y derechos, a mendigar estimas que nos compensen. L a presen-
te meditación quiere que p o n g a m o s a prueba nuestra voluntad para
aquilatar su sinceridad. Trata d e conseguir aquella disposición más
conveniente para abrazar la voluntad de D i o s sobre nuestra vida,
80 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

sea cual sea la q u e Él se digne manifestarnos en nuestra elección. El


procedimiento empleado por San Ignacio es poner ante la conside-
ración tres tipos de hombres, q u e desean hallar la paz de sus con-
ciencias con D i o s , adhiriéndose a su voluntad sobre ellos. Para
lograr su intento han de quitar el afecto que sienten a sus posesio-
nes. Sobre la base de ese deseo, cada uno de ellos va a poner en
acción medios diferentes, q u e responden a actitudes de espíritu
diferentes. El ejercitante debe meditar seriamente sobre cada u n o
de los tres tipos para escoger en su caso la actitud que más convie-
ne, la mejor.
La petición será: gracia para escoger lo que m á s sea del agrado de
su divina Majestad y provecho del alma.
Las posesiones de estos hombres importan u n a seria cantidad, y
están en sus m a n o s , no por robos o injusticias cometidas, que
entonces la solución no ofrecería duda, sino simplemente porque se
encuentran con ellas, o las adquirieron por motivos meramente
h u m a n o s de seguridad, afición al dinero, etc. S u p o n g a m o s , por
ejemplo, q u e les tocó una gruesa s u m a en la lotería o en las quinie-
las. ¿ C ó m o quitar el afecto q u e sienten hacia su posesión, de m o d o
que puedan disponer su vida en paz y satisfacción d e espíritu, en
pleno acuerdo con la voluntad de Dios?
— El primero, querría quitar el afecto q u e siente a quedarse con
su posesión, pero siente la contradicción interior de su inclinación.
N o acaba de decidirse resueltamente a afrontar el problema. D a lar-
gas y dilaciones, esperando quizá que la proximidad de la muerte,
cuando le llegue, será un último empujón que le decida a resolver-
lo. D i r í a m o s q u e su preocupación por salvarse es real, pero no le
lleva de hecho a resolver su situación. Quiere servir a D i o s , pero en
la zona crítica de su ser se reserva. Siente m i e d o ante esa inmensi-
d a d de D i o s , que quiere hacerse presente a nuestras vidas y decidir
amorosamente de nuestra existencia. Se aferra a sí m i s m o . N o
renuncia a sí m i s m o , para abandonarse a ese amor. N o resuelve d e
hecho su problema.

— El segundo, quiere quitar el afecto que siente a su dinero; pero


no acepta c o m o real la hipótesis d e tener que dejarlo. L a única solu-
ción que acepta en su caso es la d e quedarse con la posesión y no
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 81

poner en ella el afecto. Y ¿si fuese necesario dejarla para poder orde-
nar su vida en paz de espíritu, de acuerdo con la voluntad de Dios?
Por esa condición n o pasa. C o m o , d e suyo, es posible la solución
deseada y querida por él, no admite otra. E n el fondo no se pliega
a la voluntad de D i o s . Es u n o de estos que escoge los medios antes
que el fin. Elige, por ejemplo, el matrimonio, y luego tratar de ser-
vir a D i o s en él. Primero sus dineros, luego tratar d e servir a D i o s
con ellos Así intenta que D i o s se a c o m o d e a lo que él por su volun-
tad escoge. N o acepta primero e incondicionadamente el fin — s u
salvación y paz en D i o s — , y luego escoger el m e d i o q u e m á s le con-
duzca a ello. E s decir: n o acepta el realizar la voluntad d e D i o s , por
el camino por el que Él desea conducirnos. Diríamos q u e este tipo
de hombres desea servir a D i o s , pero su voluntad no acaba de
renunciarse en cuanto al c ó m o realizar ese amor. E n realidad, no
renuncia a todo lo que posee, para ser discípulo del Señor ( L e
1 4 , 3 3 ) . H a y en su postura — m á s o menos inconsciente— u n a cier-
ta ofensa de D i o s , al decirle: « H a s t a aquí, pero no más»; «así, sí,
pero d e la otra manera, n o » . C o m o si D i o s fuera un igual, o peor,
c o m o si fuera un inferior; ya que le p o n e condiciones: «Si quieres
así, sí; si no, no lo hago». O , c o m o si se pudiera jugar con Él:
«Quiero quitar la afición; pero, v a m o s , tú m e dejas lo q u e yo quie-
ro». C o m o si D i o s pudiera pactar con su afición desordenada, que-
riendo q u e se a c o m o d e a sus caprichos.

— El tercer tipo de h o m b r e es tal que p o n e todo su esfuerzo en no


decidirse por nada, si no le mueve sólo el servicio de D i o s Nuestro
Señor, de m o d o que sólo esa voluntad de a c o m o d a r su querer al de
D i o s le decida a quedarse con su dinero o a dejarlo. E n consecuen-
cia, para dejar sólo a D i o s y a su a m o r la disposición de su vida y
de todo lo suyo, c o m b a t e el apego interior que siente, haciendo
cuenta que ya ha tenido que dejar realmente la posesión cuestionada.
C o m o si diese un cheque en blanco a una persona d e toda con-
fianza, rogando que sólo se lo devuelva en caso de que aparezca cla-
ramente que es ésa la voluntad de D i o s en su asunto. C o n esta pers-
pectiva, sólo D i o s dispone, y la posibilidad de tener que dejar las
cosas, que hacía obstáculo al primero y segundo tipo, a él no causa
ningún temor, aunque le cueste: ha quitado el impedimento. Es la
82 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

disposición de renunciar a todo lo que se posee, para ser discípulo


del Señor.
Aconseja S a n Ignacio al ejercitante que insista en sus coloquios
ante la Virgen Santísima, Jesucristo y el Padre, para que se le con-
ceda militar siempre bajo la bandera de Cristo. Y, si experimenta
repugnancia a alguna de las alternativas de su posible elección, pida
al Señor q u e le escoja en aquello que menos apetece, de m o d o que
allí se encuentre la mayor gloria suya y provecho de su alma. Incli-
n a n d o así la voluntad a lo contrario de lo que desea su a m o r carnal
y m u n d a n o , podrá hallar la indiferencia necesaria para elegir lo que
más conviene al fin para que hemos sido creados.

10. T R E S M A N E R A S D E H U M I L D A D (Ej. 1 6 4 - 1 6 8 )
Lejos de mí el gloriarme, sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6,14)

L a consideración de estas tres maneras de h u m i l d a d se puede


hacer meditando a ratos en ellas, durante el día. E n las circunstan-
cias ordinarias, en que se practican hoy los Ejercicios, será de ordi-
nario m u y provechoso dedicarle una hora determinada, lo m i s m o
que a los demás ejercicios. Éste va orientado, c o m o los dos anterio-
res, a disponer el espíritu del ejercitante a las elecciones. Tiene por
objetivo inclinar su afecto, lo m á s posible, con la gracia de D i o s , a
la imitación efectiva de Cristo crucificado, es decir, despojado de
todo, cubierto de injurias, tenido por loco por a m o r nuestro.
U n a vez así dispuesto el ejercitante, si el Señor se dignara llamar-
lo para lo que le cuesta, se encontraría con la actitud m á s adecuada
para abrazar la llamada divina, a pesar de las oposiciones que p u e d a
despertar en él la inclinación de su naturaleza.
En la meditación de las banderas apareció la h u m i l d a d c o m o la
cota clave a conseguir en el seguimiento de Cristo. E n la medita-
ción presente, el ejercitante ha d e insistir hasta aficionarse a esa vir-
tud en su sentido m á s trascendente.

Las maneras de humildad, que se ofrecen aquí a nuestra conside-


ración, encierran en sí la perfección de la vida cristiana; porque en
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 83

ellas el h o m b r e se somete y sujeta al Señor, cada vez más, hasta q u e -


dar a su disposición totalmente. C a d a u n a hace ahondar más en la
propia «kénosis», despojo del deseo natural de ser estimado, de
parecer algo en este m u n d o , para alcanzar más a fondo y ardiente-
mente el puesto d e h u m i l d a d q u e lleva consigo la privación de las
riquezas y honores d e este m u n d o . E s preciso que el ejercitante en
su consideración descubra el atractivo evangélico de cada una de
estas maneras de h u m i l d a d , para desearlas y pedirlas consiguiente-
mente con todo ardor.

La primera es la de quien se sujeta y somete de tal m o d o a la


voluntad del Señor, reconociéndolo c o m o tal, q u e ni todos los bie-
nes del m u n d o que le prometiesen, ni la amenaza de perder la pro-
pia vida, le moverán a proponerse contravenir cualquier m a n d a -
miento divino o h u m a n o que le obligue bajo pecado mortal. N i
esperanza de prosperidad, ni temor d e adversidades, son capaces de
apartarle de su decisión de someterse al Señor en todo lo que es
necesario para no perderlo. N o vacila ante la voluntad salvífica de
D i o s , que afecta a toda su existencia. Está absolutamente resuelto a
no dejarse arrebatar la orientación necesaria, inequívoca, a su fin
eterno; aunque, por otra parte, quizá se deja llevar de tal o cual afec-
to a cosillas, improvisa más o menos, y no aspira a mayor perfec-
ción. D i r í a m o s que vive la advertencia del Señor: No temáis a los
que sólo pueden matar el cuerpo, temed más bien a quien puede lan-
zar alma y cuerpo a la perdición del infierno ( M t 1 0 , 2 8 ) . E s t á dis-
puesto a q u e , si su ojo le es ocasión de escándalo, se lo arranquen...;
pues m á s vale entrar tuerto en el Cielo que con los dos ojos ser arroja-
do al infierno ( M e 9 , 4 7 ) .

La segunda manera de humildad es más perfecta, porque quien la


vive no se inclina m á s a escoger riqueza que pobreza, honor q u e
deshonor, vida larga que corta, siendo igual gloria de D i o s Nuestro
Señor lo que ofrezca, en concreto, cualquiera de esas dos opciones.
Y. en consecuencia, no vacila en escoger un determinado m e d i o
para su perfección, una vez que ve objetivamente q u e es mejor. Pero
además, y precisamente por esa actitud de espíritu en que vive, ni
por todos los bienes de este m u n d o que le ofreciesen, ni a u n q u e la
84 SEGUNDA ETAPA: C O N Él

propia vida le quitasen, dejaría entrar en el c a m p o de sus delibera-


ciones el contravenir a la voluntad d e D i o s en cualquier cosa que le
obligue, a u n q u e sólo sea bajo pecado venial. S e ha sometido a su
Criador y Señor, a su Padre del Cielo, hasta no desear sino su
voluntad en todo, aun en lo m í n i m o . Vale mas para él que se haga
en todo el divino beneplácito, que no su honra, su vida, o cualquier
cosa d e este m u n d o . D i r í a m o s q u e se ha situado en Cristo: Porque
yo hago siempre lo que a Él agrada ( J n 8 , 2 9 ) .

Pero la tercera manera de humildad es perfectísima, porque, inclu-


yendo la primera y la segunda, añade algo más. H a y en ella una
renuncia mayor de sí y de su amor propio, para someterse al Señor
más fiel y seguramente, en una c o m o santa extrapolación de su deseo
de abrazar la voluntad de Dios, manifestada en Cristo. Por ello, no
sólo se sitúa en la indiferencia para pobreza, injurias y todo lo que el
m u n d o aborrece, sino que se inclina a ello y lo a m a , aun en el caso
que tal opción proporcionara igual gloria a D i o s que su contraria;
pues prefiere pobreza con Cristo pobre a la riqueza, oprobios con
Cristo lleno de ellos a las honras de aquí, y aun ser tenido por loco
con Cristo que no por sabio y prudente de este m u n d o , sólo por
parecerse más a Cristo que así quiso pasar por todo eso por nuestro
amor. Es un «a priori» cristiforme del alma, hacia lo que le asemeja
actualmente más a Cristo, en sus circunstancias concretas; aunque en
ellas el ser rico y honrado de los hombres no fuese menor gloria de
Dios, sino igual. E s la sabiduría de la cruz, locura a los ojos de los
prudentes de este m u n d o . Diríamos que es esa audacia de amor a
Cristo crucificado, que no necesita de otras razones que las de su
amor a Él, para abrazarse a la cruz. N o le hace falta encontrar otras
razones en el objeto de su elección. E s claro que un alma así dispues-
ta, se halla mejor preparada que ninguna otra para someterse y suje-
tarse en aquello que a la naturaleza repugna. Y, puesto que sólo busca
en todo hacer el beneplácito divino, se inclinará en cualquier caso
con más facilidad a la decisión que, en cada opción concreta, supon-
ga mayor gloria de su divina majestad. El alma ha salido totalmente
de sí, para sólo volver a sí m i s m a en Cristo.
San Ignacio aconseja insistir en los tres coloquios d e otras ocasio-
nes solemnes, para pedir al Señor «que nos quiera elegir en esta ter-
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 85

cera, mayor y mejor humildad», para su mayor servicio y alabanza.


Puede ayudarnos el recordar la exhortación de S a n Ignacio de
Antioquía a los fieles de Éfeso: Hemos de esforzarnos en imitar al
Señor, en quién sufra mayores agravios, quién sea más defraudado, más
despreciado; para que no se pueda encontrar entre vosotros planta nin-
guna del diablo, sino que en toda pureza y moderación permanezcáis
en Jesucristo corporal y espiritualmente ( E f 10,3). O la afirmación de
Santa Teresa: «Yo siempre seguiría el camino del padecer, siquiera
por imitar a Nuestro Señor Jesucristo, aunque no hubiese otra
ganancia» (Moradas V I , 1,7).

Las elecciones

(Es conveniente leer en este momento los n. 1 6 9 - 1 8 9 de los Ejercicios,


u oír alguna oportuna explicación sobre ellos.)
Llegado a esta etapa de los Ejercicios, el ejercitante sólo ha de
desear lo que m á s le conduzca a mejor servir al Señor y salvar su
alma. S u intención ha de ser limpia, sin mezcla de otras impurezas,
ése ha d e ser su único objetivo, si ha d e elegir en cristiano. H a lle-
g a d o el m o m e n t o d e elegir, es decir, de reconocer en concreto y
tomar para sí decididamente aquel estado de vida en que desea ser-
virse d e él D i o s Nuestro Señor. Y si esto ya lo tiene bien determi-
nado, los cambios o reformas que desea el Señor ver introducidos
en su vida, o las decisiones en algunas alternativas, q u e pudieron
traerle a Ejercicios o habérsele planteado en ellos: aceptar u n a u otra
oferta q u e se le hace, ofrecerse a tal misión o a tal otra, acabar con
tal negocio o tal obra, u otras parecidas. Puesto que los hijos de Dios
son los que se dejan llevar del Espíritu de Dios ( R o m 8 , 1 4 ) , hay q u e
decir que más bien que elegir, el ejercitante ha de reconocer y abra-
zar la elección que D i o s hace de él. Elegirá, por tanto, la voluntad
de D i o s , reconocida c o m o tal, para seguirla.
— D e ahí que en el campo de esta elección sólo pueden entrar
cosas buenas o indiferentes en sí m i s m a s , no las ya prohibidas por
D i o s , por la Iglesia, o por quien tiene autoridad para hacerlo en su
c a m p o respectivo. E n estas últimas, la elección ya está hecha de
antemano: la voluntad de D i o s manifestada por el m a n d a t o o
86 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

prohibición respectivos. El ejercitante tratará de encontrar la volun-


tad de D i o s y abrazarla en aquellas cosas en las que aún no la tiene
claramente manifiesta y sobre las que D i o s Nuestro Señor querrá
manifestársela.
— H a y diversos modos por los que Dios puede manifestar su volun-
tad sobre cada u n o de nosotros en particular. A veces, D i o s se a p o -
dera de la voluntad del hombre, lo atrae y mueve de tal m o d o , que
no puede dudar ni ponerse a dudar, de que aquello lo quiere D i o s
de él, y de que debe seguir lo que de tal m o d o le pone en su espíri-
tu. N o es una cabezonada, ni u n a obsesión. Q u i e n lo haya experi-
mentado p o d r á notar la diferencia. ¡Cuántos hombres plenamente
realizados en su vocación pueden confesar «a posteriori», que j a m á s
pudieron poner en d u d a seria su persuasión de que D i o s le llama-
ba a esa misión que hoy continúan! San Ignacio p o n e c o m o ejem-
plo de esta manifestación fulgurante y plena de la voluntad de
D i o s , la vocación de San Pablo o la de San M a t e o . C o n todo, para
descartar los casos d e ilusiones, cabezonadas u obsesiones, no esta-
rá de m á s la consulta con el director experimentado.
O t r a s veces el S e ñ o r se insinúa d e un m o d o gradual y lleva
p o c o a p o c o al h o m b r e a q u e reconozca su v o l u n t a d , en el trato
í n t i m o con él, en la oración. E n el c o n t a c t o con C r i s t o en la ora-
ción, la reflexión sobre u n o u otro de los partidos a tomar, el
recuerdo de ciertos a c o n t e c i m i e n t o s , el deseo de u n a entrega m á s
generosa, d e u n a m a y o r identificación con É l , hacen q u e se des-
pierten en el ejercitante atractivos o repulsiones, consolaciones o
desolaciones. Entre esas alternancias, la vuelta repetida d e un
m i s m o i m p u l s o interior p u e d e ser advertida. U n discernimiento
a d e c u a d o p u e d e descubrir la coincidencia en él d e los efectos
ordinarios del Espíritu, e n c a m i n a d o s a u n a paz q u e asienta al
a l m a en su Señor, un g o z o espiritual capaz d e perseverar a u n en
el t e m b l o r d e la carne flaca, hasta asegurar í n t i m a m e n t e a la per-
s o n a en su dirección hacía D i o s , en a u m e n t o de fe, esperanza y
a m o r teologales. É s t e p u e d e ser el m o d o d e llegar a aclararse en
el h o m b r e el derrotero por el q u e quiere enderezarlo aquí y ahora
el Señor. D e ahí la i m p o r t a n c i a d e haber hecho, después d e c a d a
ejercicio, el e x a m e n d e la o r a c i ó n y haberse ejercitado, d u r a n t e el
retiro, en la discreción d e espíritus. Para ayudar en esta labor será
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 87

particularmente i n d i c a d a la consulta con el director de la expe-


riencia. Él n o está para precederle en la elección, p a r a i m p o n é r -
sela, o p a r a elegir p o r el ejercitante, sino para asistirle c o n su
experiencia y aliento, indicándole los p u n t o s peligrosos del c a m i -
n o , sostener su á n i m o , indicarle la índole de las m o c i o n e s , c o n -
firmarle con su o p i n i ó n en los b u e n o s p a s o s , y, a lo s u m o , indi-
car p o s i b i l i d a d e s ; pero, llegado el m o m e n t o d e las elecciones, ha
de dejar m á s q u e n u n c a al Creador, actuar a solas en el a l m a lo
q u e en ella quiere realizar, y, con t o d a reverencia, no interferir la
o b r a divina.
En otras ocasiones, c u a n d o el Señor no quiere manifestar su
voluntad de otro m o d o , deja al h o m b r e escoger, con el ejercicio libre
y pacífico de sus facultades naturales dadas también por Él. Para evi-
tar los engaños subjetivos que en esa actuación personal pudieran
ocurrir, el autor de los Ejercicios recomienda algunos procedimien-
tos que ayuden a reducir el margen de la subjetividad. El entendi-
miento y la voluntad deben esforzarse, en este caso, por conseguir
la mayor serenidad y objetividad posibles, sometiéndose plenamen-
te en su actuación a su Creador y Señor. L a intención ha d e ser
pura, poniendo la voluntad sólo en el agrado de D i o s y provecho
del alma, de forma que al elegir sienta «que aquel amor, m á s o
menos, que tiene a la cosa que elige, es sólo por su Criador y Señor»
(Ejercicios, 1 8 4 ) . O bien, sin estar m á s inclinado a tomar que a
dejar la cosa propuesta, discurriendo razonablemente sobre las ven-
tajas e inconvenientes que hay en tomarla y en dejarla, vea objeti-
vamente hacia q u é parte se inclina m á s la balanza, por el peso del
único motivo que debe guiarle, el mayor servicio de D i o s y santifi-
cación de su alma. Y una vez escogida la alternativa correspondien-
te a ese lado de la balanza, la ofrecerá en presencia del Señor para
que Él se digne recibir y confirmar tal ofrecimiento. Puede ayudar
también el pensar, qué aconsejaría yo, en m i caso, a una persona
que nunca hubiera visto ni conocido, pero a quien desease todo
bien y perfección. Así podré seguir para m í la objetividad de ese
consejo. O considerar qué desearé haber elegido en la presente
situación, c u a n d o m e encuentre en el artículo de la muerte, o al
comparecer ante el juicio divino, para hacer así ahora lo que enton-
ces será la causa de m i gozo.
88 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

C o n v e n d r á dedicar a la determinación concreta de estos puntos


de la propia reforma de vida alguna atención específica, dentro de
las contemplaciones de la vida de Cristo que van a seguir, a partir
del bautismo d e Cristo en el Jordán. E s t o no i m p i d e que se p u e d a
destinar alguna hora, determinada en el día, a recoger ante el Señor
lo que hasta ahora nos haya manifestado c o m o voluntad suya sobre
esos puntos de nuestra vida, o a investigar lo que desea manifestar-
nos. H a y puntos que a todos nos atañen, y que puede ser útil revi-
sar en estos m o m e n t o s . Proponemos un esquema para esa revisión,
por si a alguien pudiera ayudarle.
I m p o r t a m u c h o tener presente « q u e tanto se aprovechará cada
u n o en las cosas espirituales, c u a n d o saliere d e su p r o p i o amor,
querer o interés» (Ejercicios, 1 8 9 ) . Y luego, q u e n o se trata de edi-
ficar u n a p e q u e ñ a j a u l a d e p r o p ó s i t o s , en d o n d e encerrarse, para
rehuir el m i e d o al c o m p r o m i s o o riesgo q u e p u e d a exigirnos la
vida. N u e s t r a reforma ha de estar siempre abierta a lo q u e la
v o l u n t a d de D i o s p u e d a exigirnos a través de los acontecimientos
futuros o d e sus nuevos deseos manifiestos. Si el Señor no edifica
la casa, en vano trabajan los que la construyen (Sal 1 2 6 , 1 ) . M á s
bien hay q u e considerar la reforma c o m o la apertura confiada del
a l m a a su Señor. E n la simplicidad d e la p a l o m a y p r u d e n t e c o m o
serpiente, el h o m b r e vigilante en el servicio del Señor desea reco-
nocer m á s a fondo cada día sus deseos sobre él, con estos altos en
el c a m i n o .
H a procurado disponerse para escuchar lo q u e quiere ahora
manifestarle y ponerlo por obra. S u disposición queda abierta a
cualquier otro matiz o avance en su entrega, que el Señor quiera
manifestarle en otra ocasión cualquiera.

E s q u e m a d e p u n t o s a revisar en la reforma d e v i d a

— E n mi vida de oración y sacramentos, diaria, semanal, m e n -


sual, ¿qué quiere D i o s ahora de mí?
— ¿Se ha introducido en m i vida alguna actitud, alguna costum-
bre, que, aunque no sea pecaminosa en sí m i s m a , puede escandali-
zar o amenaza con algún d a ñ o a mi espíritu?
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 89

— E n el desempeño de mi cargo u oficio, ¿me descubre D i o s


ahora algo que reformar?
— ¿Y en mi m o d o de hacer apostolado, en el testimonio de mi
vida, dentro y fuera de casa?
— ¿Y en mi trato con los demás: relaciones sociales, amigos,
familiares, superiores, subordinados...?
— E n mis circunstancias actuales, ¿dónde encuentro el verdade-
ro obstáculo para el progreso espiritual? ¿Adonde tendría q u e apli-
car la lucha concreta de mi examen particular?
— ¿Hacia q u é actitudes, virtudes o c o m p r o m i s o s concretos, m e
ha inclinado el Señor en estos Ejercicios?
— ¿Tengo hecha mi elección de estado con toda lealtad y since-
ridad ante D i o s , y, con esa m i s m a lealtad, m e aplico ahora a la
reforma de mi vida?

11. C O N T E M P L A C I Ó N D E L B A U T I S M O D E J E S Ú S (Ej. 273)


( M t 3 , 1 3 - 1 7 ; cf. M e 1,1-13; L e 3 , 1 - 2 2 ; J n 1,19-34)

1.° Cristo Nuestro Señor, después de haberse despedido de su


bendita M a d r e , vino desde Nazaret al río Jordán, d o n d e estaba S a n
J u a n Bautista.
2 . ° San Juan bautizó a Cristo Nuestro Señor, y habiéndose querido
excusar, reputándose indigno de bautizarlo, le dijo Cristo: « H a z esto
por ahora, porque así es menester que cumplamos toda la justicia».
3 . ° V i n o el Espíritu Santo y la voz del Padre, desde el Cielo, que
afirmaba: «Éste es mi hijo a m a d o del cual estoy m u y satisfecho».
***
El ejercitante continuará la asimilación personal de los misterios
de la vida de Cristo, volviendo al procedimiento ya practicado de
contemplación, repetición y aplicación de sentidos. N o olvidará
que ahora ha de tener particularmente presente en ellas el tema de
sus elecciones, la determinación de su m o d o concreto de incorpo-
rarse a la realización d e su Reino.
— Jesús, llegada la hora determinada en la providencia del Padre,
ha de abandonar su hogar, la vida familiar con su M a d r e en N a z a -
90 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

ret, para dedicarse con exclusividad a la predicación del Reino. S u


vida h u m a n a se abre a un horizonte inexplorado, lleno de riesgo y
aventura, confiado en el Padre que le envía. S u «status» social c a m -
bia por completo. E n adelante será c o m o un rabí ambulante, que
recorre la tierra de Israel, a c o m p a ñ a d o de un grupo de discípulos,
obrando prodigios y predicando sobre el Reino de D i o s , respon-
diendo a las preguntas que se le hacen, enseñando con su ejemplo
y su palabra.
— H a g á m o n o s presentes a la d e s p e d i d a d e su M a d r e santísima,
tratando de penetrar en la o b l a c i ó n generosa d e aquellos d o s
corazones.
— E n su camino solitario hacia el J o r d á n , vuelta definitivamente
la espalda a la tranquilidad suave de Nazaret, reconozcamos la abso-
luta desnudez de medios materiales, la soledad de espíritu con que
se dirige hacia la empresa que le espera, el futuro, horizonte uni-
versal de su mirada. Dialogar con Jesús sobre todo ello, y escuchar
su diálogo interior con el Padre, que tiene puestas en Él todas sus
complacencias.
— Ver la persona y captar el ambiente creado por el Precursor
para preparar los caminos al Mesías: H a c e d frutos dignos de peni-
tencia. .. El que tenga dos túnicas, que dé a quien no tiene: y el que ali-
mentos, haga otro tanto... No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis...
(Le 3 , 8 - 1 4 ) . Detrás de mí viene uno que es anterior a mí, porque exis-
tía antes que yo (Jn 1,30), a quien no soy digno de desatar la correa de
la sandalia (Jn 1,27). Conviene que Él crezca y yo mengüe (Jn 3 , 3 0 ) .
— C o n t e m p l a r a Jesús con los ojos admirados del Bautista: Yo
necesito ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí? ( M t 3 , 1 4 ) . Jesús en la
fila de los que se acercan arrepentidos a recibir el bautismo de peni-
tencia por los pecados: He aquí el Cordero de Dios, que quita el peca-
do del mundo (Jn 1,29). Jesús se reviste la armadura de la humildad
para comenzar la lucha pública por el Reino.
— El Cordero de D i o s ha cargado con nuestros pecados (Is
5 3 , 1 1 ) ; Él es propiciación por nuestros pecados y por los de todo el
m u n d o (1 J n 2 , 2 ) ; para que el mundo se salve por Él (Jn 3 , 1 7 ) . N o
es el agua la que santifica a Cristo, sino Cristo quien convierte al
agua en instrumento de salvación, para engendrar la filiación divi-
na que el Padre nos asegura en Él (cf. J n 1,33; 1 2 - 1 3 ; 3 , 5 ) .
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 91

— O i g a m o s la proclamación solemne de Jesús c o m o Hijo de


D i o s y Mesías ungido por el Espíritu. Glorificación del anonada-
miento de Cristo, y en Él, de la humildad cristiana.

12. LA V O C A C I Ó N D E L O S A P Ó S T O L E S (Ej. 275)

1.° Tres veces parece que son llamados S a n Pedro y San Andrés:
primero, a un cierta información, c o m o consta por S a n J u a n ( 1 , 3 5 -
4 2 ) ; por segunda vez, a seguir en alguna manera a Cristo, con pro-
pósito de volver a poseer lo que habían dejado, c o m o dice San
Lucas ( 5 , 2 - 1 0 ) ; la tercera vez, para seguir para siempre a Cristo
Nuestro Señor ( M t 4 , 1 8 - 2 2 y M e 1,16-18).
2.» L l a m ó a Felipe (Jn 1,43-44) y a M a t e o ( M t 9 , 9 - 1 3 ) .
3 . ° L l a m ó a los otros Apóstoles, de cuya especial vocación no
hace mención el Evangelio.
Y también se han de considerar otras tres cosas: primera, c ó m o
los Apóstoles eran de ruda y baja condición; la segunda, la digni-
d a d a la cual fueron llamados; la tercera, los dones y gracias por los
cuales fueron elevados sobre todos los padres del N u e v o y A n t i g u o
Testamento.
***

— Jesús atrae sólo con su paso, con su porte m a n s o y humilde.


El Cordero de D i o s . . . los que siguen al Cordero a d o n d e quiera que
vaya. ¿ D ó n d e vives? E s pregunta que conviene hacer a Jesús. «Venid
y lo veréis».
— Jesús llama a veces insinuándose, c o m o por etapas. Es impor-
tante no negarse a ninguna. L a familiaridad con sus gestos, sus pala-
bras, su vida, crea confianza. Vale la pena dejar todo por Él. E s una
apreciación interior. Pero puede llegar un m o m e n t o en que Jesús
nos lo haga sentir: Pues déjalo todo de hecho, y vive para su Reino.
Ten a Él por padre y hermano, y en lugar de todas las cosas.
— Dejar todas las cosas es no querer volver a buscarlas. Él nos
basta.
— Otras veces la llamada nace de un encuentro. C a s i casual y
repentina.
Pero el «sigúeme» es claro. N o admite tergiversaciones.
92 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

— O t r o s llegan a Jesús invitados por sus amigos: «Ven y lo verás».


N o creamos por eso que es m e n o r su vocación. Jesús conoce el cora-
zón y todos sus caminos.
— Pescador, alcabalero, ingenuo, celota, duro y comprobador...:
los discípulos. Jesús no necesita de un pasado glorioso. Poderoso es
para sacar de las piedras hijos de Abrahán: Él ha escogido lo plebeyo
y despreciable del mundo, lo que no es, para reducir a nada lo que es.
Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios (1 C o r 1,28).
— Jesús los acogerá c o m o son, los hará sus íntimos por la convi-
vencia con Él, los enseñará y los corregirá con amor, les comunica-
rá sus poderes y los enviará c o m o el Padre lo envió a Él ( M t 2 8 , 1 8 -
2 0 ; J n 1 7 , 1 8 ) . Les dará la fuerza y la asistencia de su Espíritu. Por
eso podrán ser columnas, puertas, fundamentos d e la ciudad de
D i o s (Ap 2 1 , 1 0 - 1 4 ) .

13. L A S B O D A S D E C A N A (Ej. 2 7 6 )
(Jn 2 , 1 - 1 2 )

1.° Fue convidado Cristo Nuestro Señor con sus discípulos a las
bodas.
2 . ° L a Madre declara al Hijo la falta del vino diciendo: « N o tienen
vino»; y mandó a los servidores: «Haced cualquier cosa que os dijere».
3 . ° Convirtió el agua en vino, y manifestó su gloria y creyeron
en Él sus discípulos.
***

— Cristo va a la fiesta de las bodas para santificar el matrimonio


con su presencia. L o s discípulos siguen al Maestro, c o m o en u n a
sola invitación con Él. ¿Cuántas veces Jesús se servirá de la c o m p a -
ración del banquete de b o d a s para ilustrar algún aspecto d e su
Reino?
— Ver a M a r í a c ó m o está presente y atenta a cuanto sucede. L a
intención del evangelista es clara: pretende resaltar la intervención
de María en relación con el comienzo de los «signos» de Jesús, y con
su «hora», con el inicio y final del evangelio de Jesús Salvador. Las
bodas del Cordero.
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 93

— O í r la petición de María. S e reduce a exponer la necesidad.


Quizás otros no la han observado. Quiere sacar del apuro a los
esposos y a su familia. M á s allá de lo q u e ve o de lo que oye, sabe
que Jesús llevará a cabo el plan de su Padre: « H a c e d lo que Él os
diga». Jesús la llama mujer, c o m o cuando, llegada su «hora», la pro-
clamará solemnemente desde la cruz madre d e todos los redimidos.
L a «mujer nueva» en la mediación del vino nuevo.
— Al final, será para todos los comensales el vino mejor, y María
la M a d r e habrá intervenido en que Jesús manifieste su gloria con el
primero de sus «signos», para que crean en Él los discípulos. ¿Voy
entendiendo el papel de la colaboración de María y el m í o para la
realización del Reino de Dios?

14. E L B A N Q U E T E E N C A S A D E S I M Ó N E L F A R I S E O (Ej. 2 8 2 )
(Le 7 , 3 6 - 5 0 )

1.° Entra la M a g d a l e n a a d o n d e está Cristo Nuestro Señor sen-


tado a la mesa, en casa del fariseo, trayendo un vaso de alabastro
lleno de ungüento.
2 . ° E s t a n d o detrás del Señor, cerca de sus pies, los comenzó a
regar con lágrimas, y con los cabellos de su cabeza los enjugaba, y
besaba sus pies, y con ungüento los ungía.
3.° C o m o el fariseo acusase a la Magdalena, habla Cristo en
defensa d e ella, diciendo: «Se le perdonan m u c h o s pecados, p o r q u e
a m ó m u c h o » ; y dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
***

— Jesús c o m í a con los publícanos y pecadores, y también aquí


con este fariseo inmisericorde, q u e parece rico. L e interesa la salva-
ción de todos. N o hay en él acepción de personas ( E f 6 , 9 ) .
— El fariseo orgulloso confía en su justicia; no se siente deudor,
desprecia o piensa mal de los demás, n o puede comprender el per-
d ó n de Jesús.
— L a pecadora arrepentida parece contar con medios e c o n ó m i -
cos abundantes; pero ya quiere emplearlos en honor de Jesús, en
reparación de sus pecados. Se muestra decidida, enérgica y suave
94 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

para el bien, c o m o antes lo fue para el mal; sólo que ahora unge
toda su acción con la piedad y la sublima. Parece haber reconocido
profundamente su miseria y suciedad ante la luminosa generosidad
y limpieza de Jesús. Ahora quiere amar m u c h o y bien, en repara-
ción de lo m u c h o que a m ó mal y pecó. S u a m o r va a servir de
recompensa a la falta de atenciones con Jesús que tienen otros...
Llegará a unirse a los q u e siguen a Jesús hasta el pie de la cruz.
— Jesucristo no va al convite por mero cumplimiento, tanto
menos por vana diversión, y sus enemigos le acusarán de « c o m i -
lón». N o rehusa comer en casa de un «instalado»; pero no pierde
ocasión de sanar y salvar. N o denuncia de cualquier manera. Se
insinúa con delicadeza. H a c e luz en los corazones amorosamente,
para que cada u n o pueda reconocer su fondo verdadero y hacerse
cargo de la rehabilitación q u e se le ofrece. A u n q u e escueza un p o c o .
Alaba la piedad y la misericordia. El perdón es motivo e impulso
para un a m o r m á s grande.
— El C o r a z ó n del B u e n Pastor.

(No olvidar los coloquios y el presentar algún punto de nuestra pro-


pia reforma, si es el caso.)

15. C R I S T O S O B R E L A S O L A S (Ej. 280)


(Mt 14,22-33; J n 6,15-21)

1.° E s t a n d o Cristo Nuestro Señor en el monte, hizo que sus dis-


cípulos se fuesen a la navecilla, y, despedida la turba, comenzó a
hacer oración solo.
2 . ° L a navecilla era c o m b a t i d a por las olas, y a ella viene Cristo
a n d a n d o sobre el agua; los discípulos pensaban q u e fuese un fan-
tasma.
3 . ° Habiéndoles dicho Cristo: «Yo soy, no temáis», San Pedro,
por su m a n d a m i e n t o , vino a Él a n d a n d o sobre el agua, y al dudar
comenzó a hundirse; m a s Cristo Nuestro Señor lo libró, y le repren-
dió por su p o c a fe. Luego, entrando en la navecilla, cesó el viento.
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 95

— Jesús, ante la tentación d e los poderes temporales concretos,


m a n d a a sus discípulos a la barca, y Él se va solo al monte, a orar.
¿Quién comprendió el gesto de Jesús? Pero a los suyos no los aban-
d o n a en su lucha con las olas. S u oración n o es evasión, es firmeza
en la visión sobrenatural auténtica de la existencia. L a turba muchas
veces tiene otros intereses que Jesús ha de purificar: Buscad el ali-
mento que no perece... (Jn 6 , 2 7 ) .
— Veamos a los discípulos en la barca, sin Jesús, sin el puesto que
esperaban en el Reino, y zarandeados por las olas.
— E n la oscuridad de la noche, la presencia de Jesús les parece un
fantasma. Para que la fe se acrisole, ha de pasar por la noche d e los
sentidos y potencias.
— E n realidad, para Cristo, la noche y el mar no crean distancias,
ni las olas dificultad.
— L a s palabras del Señor son eficaces y causan lo que dicen.
C u a n d o el h o m b r e disminuye su fe, comienza a hundirse. O i g a m o s
el reproche de Jesús: « H o m b r e d e p o c a fe, ¿por qué has d u d a d o ? » .
— L a fidelidad de Jesús no se m u d a . S u m a n o está tendida hacia
Pedro. Él ha de confirmar en la fe a sus hermanos.
— L a fe, la barca de Pedro, Jesús con nosotros. Es lo q u e impor-
ta. L a barca zarandeada por las olas es un episodio. T o d o pasa, D i o s
no se m u d a . Sólo D i o s basta.
— Todo ha de acabar en postración adorante que llena el corazón de
la paz que el mundo ignora: «Verdaderamente eres el Hijo de Dios».

16. L A R E S U R R E C C I Ó N D E L Á Z A R O (Ej. 2 8 5 )
(Jn 1 1 , 1 - 4 6 )

1.° M a r t a y María hacen saber a Cristo Nuestro Señor la enfer-


m e d a d de Lázaro. L a cual sabida, se detuvo por dos días, para que
el milagro fuese más evidente.
2 . ° Antes que lo resucite, pide a la u n a y a la otra que crean,
diciendo: «Yo soy resurrección y vida; el que cree en mí, aunque
haya muerto, vivirá».
3 . ° L o resucita después de haber llorado y hecho oración; y la
manera de resucitarlo fue m a n d a n d o : «Lázaro, ven fuera».
96 SEGUNDA ETAPA: C O N ÉL

— Ver los discípulos y observar su miedo. Oír la conversación con


el Maestro sobre el caso de Lázaro y reflexionar sobre sus interpreta-
ciones carnales (humanas) frente a la serenidad y elevación de Jesús.
— L a bella petición latente en el mensaje de M a r t a y María. El
misterio escondido en la espera de Jesús y la prueba de fe a q u e
somete a las hermanas: Para gloria de Dios (Jn 11,4). Para Jesús la
fe es un valor m á s precioso que la vida.
— Gustar la luz, libertad y seguridad del corazón de Cristo, aun-
que no deja de sentir el dolor profundamente h u m a n o de la situa-
ción. C o n t e m p l a r la soltura con que se mueve en m e d i o de la oscu-
ridad y languidez de los demás corazones q u e le rodean. Aunque me
quitare la vida, en Él esperaré ( J o b 1 3 , 1 5 ) .
— C a p t a r internamente la firmeza y seriedad de las afirmaciones
de Jesús: Yo soy la resurrección y la vida... todo el que vive y cree en
mí, no morirá para siempre (Jn 1 1 , 2 5 ) . N i n g ú n h o m b r e en sus caba-
les es capaz d e hacer tales afirmaciones en serio. O es un loco, o es
el Hijo de D i o s . Y Jesús demostró ser plenamente sano d e cuerpo y
mente: Sé de quién me he fiado (2 T i m 1,12).
— Vibrar con la h u m a n i d a d de Jesús que llora c o n m o v i d o (Jn
1 1 , 3 5 ) . Tratar de penetrar a la luz d e su Espíritu en los motivos pro-
fundos de su c o n m o c i ó n interior.
— Presentes a la escena, contemplar la oración de Jesús a su Padre
con los gestos y palabras q u e la a c o m p a ñ a n , su imperio total sobre
la vida y la muerte, sus motivaciones al obrar (Jn 1 1 , 4 1 - 4 2 ) .
— Detenerse allí d o n d e se encuentra lo q u e se va buscando:
conocimiento interno de Cristo para más amarle y seguirle mejor.
— Reflexionar sobre las diferentes reacciones d e los presentes al
milagro. C o l o q u i o s .

17. E N T R A D A E N J E R U S A L É N (Ej. 287)


(Mt 21,1-11; Le 19,28-44)

1.° El Señor envía por el asna y el pollino, diciendo: desatadlos


y traédmelos; y si alguno os dijere alguna cosa, decid que el Señor
los ha de menester, y lego los dejará.
2 . ° Subió sobre el asna, cubierta con las vestiduras de los apóstoles.
LLAMADA Y SEGUIMIENTO 97

3 . ° Le salen a recibir, tendiendo sobre el camino sus vestiduras


y los ramos de los árboles, y diciendo: «Sálvanos, Hijo de David;
bendito el que viene en n o m b r e del Señor. Sálvanos en las alturas».
***
— Se acercaba su «hora» y Jesús caminaba aprisa: iba delante
hacia Jerusalén, la cruz en el horizonte de su vida.
— Es el Señor que lo necesita: una borriquita. Quiere entrar
c o m o Rey que es; pero no c o m o los de este m u n d o . M a n s o y
humilde m o n t a d o en un asno, no con esplendores de lujo y exte-
rioridad imponente o deslumbrante. S u conciencia es clara: viene
del Padre y va al Padre, y quiere llevar consigo a los hombres, libe-
rándolos de la vanidad, del pecado, y de la autosuficiencia, y por
amor.
— ¿ H e llegado ya a reconocer así a mi Rey? Alabanzas salidas del
gozo m á s íntimo. Postración de mi ser, m á s que de mis vestidos, a
su paso en mi vida. Y está siempre en ella. S u visitación, ¿cada día
la espero en mí?
— H o y es menester que se manifieste su presencia, que la paz y
el gozo exulten en su gloria, las piedras hablarían (v.40). Así será
mayor su humillación dentro de pocos días. ¡Bendito el Rey que
viene en n o m b r e del Señor!
— Trataré de entrar en el corazón de Cristo, cuando llora ante el
espectáculo del templo y de la ciudad santa... N o dejarán de ti pie-
dra sobre piedra, p o r q u e no has conocido el tiempo d e tu visita-
ción. Sabe lo que le espera. Y quiere q u e yo reconozca el tiempo de
su visitación. Estos santos ejercicios m e conducen a la plenitud de
la realización de sus planes en mí. D í g n a t e visitarme, Señor, y que
no sea yo causa de tu llanto por ignorarte o desconocerte. Q u e m e
sepa disponer a tu designio de salvación en la obediencia hasta la
muerte y muerte de cruz.
T E R C E R A ETAPA

EN ÉL
I. M I S T E R I O PASCUAL: PASIÓN Y M U E R T E
DEL SEÑOR

¿No era necesario que el Mesías padeciese así


para entrar en su gloria? ( L e 2 4 , 2 6 )

L a realización efectiva del misterio pascual sólo alcanza su ple-


n i t u d en la m u e r t e y resurrección de cada u n o de nosotros con
Cristo.
L a petición q u e el ejercitante ha venido haciendo, o r d e n a d a a
m á s amar y seguir a C r i s t o , ha d e llevarle hasta la identificación
con Él en los dolores y humillaciones de su pasión y muerte; para
participar así, incorporado a C r i s t o , en la gloria de su resurrec-
ción: Supuesto que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados
(Rom 8,17).
Si el principal estorbo para saber discernir lo q u e m á s conviene a
cada u n o para el mayor servicio divino es el a m o r desordenado, el
mayor obstáculo para llevar a la práctica la voluntad de D i o s ya
encontrada y manifiesta, es la resistencia que encontramos en nues-
tra sensualidad, la afición a la c o m o d i d a d , la tendencia a situarse
bien y al c o m p r o m i s o mundano. El fiel seguidor d e Cristo ha de
prepararse a afrontar las contrariedades, las persecuciones, las bur-
las, los odios incluso, y los sufrimientos que va a comportar su fide-
lidad al Maestro (2 T i m 3 , 1 3 ; J n 1 5 , 2 0 ; M e 1 0 , 3 0 ) . M á s aún, ha
de desearlos c o m o único m e d i o de identificarse con Él, en cuanto
sin ofensa d e D i o s puedan ocurrir, para cumplir la parte que le toca
en la pasión del Cristo total, que es la Iglesia (Cabeza y C u e r p o ) . A
conseguir este fruto van enderezadas las contemplaciones de la
pasión y muerte de N u e s t r o Señor.
Se trata, por tanto, de penetrar m á s a fondo q u e hasta ahora en el
misterio de Cristo Redentor, sacrificado por nuestros pecados, para
que tengamos vida, y u n a vida m á s abundante (cf. 1 C o r 15,3; J n
1 0 , 1 0 ) . Y, a la vez, de realizar u n a asimilación vital del misterio par-
ticular que contemplaremos, bajo la acción del Espíritu Santo en
102 TERCERA ETAPA: EN ÉL

nosotros. H a b r á que esforzarse y pedir para descubrir la intención


profunda con la q u e Cristo hace frente a estos acontecimientos
dolorosos: « L o q u e Cristo Nuestro Señor padece en la h u m a n i d a d
o quiere padecer», y « c ó m o todo esto padece por mis pecados». Y
no quedarse c o m o espectador, sino c o m o implicado personalmen-
te, por una identificación afectiva con Cristo, y por la voluntad per-
sonal de incorporación a Él, en su misterio total en la Iglesia. H e de
pedir c o m o gracia: « D o l o r con Cristo doloroso, quebranto con
Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna de tanta pena que
Cristo pasó por m í » ; pero no simplemente c o m o quien se c o m p a -
dece viendo a otro ser sufrir, sino c o m o quien considera ya suyos
los sufrimientos de Cristo, y la pasión de Cristo es su pasión, la que
él ha de compartir.
A través de los gestos de la h u m a n i d a d paciente de Cristo es pre-
ciso llega a descubrir la conducta de su divinidad: « C ó m o podría
destruir a sus enemigos: y no lo hace, y c ó m o deja padecer la sacra-
tísima h u m a n i d a d tan terriblemente». Voluntariamente realiza su
ofrenda con plena conciencia (Is 5 3 , 7 ) . C a r g a sobre sí nuestras ini-
quidades y paga por nuestros delitos. C o n sus padecimientos
hemos sido salvados (Is 5 3 , 4 - 5 ) . Él es el Cordero que va silencioso
al sacrificio. Él ha cargado sobre sí el pecado del m u n d o c o m o víc-
tima, hasta hacerse su representación viva: Quien no conoció pecado,
fue hecho por nosotros pecado (2 C o r 5 , 2 1 ) . Reconocer en ese c ó m o
esconderse de la divinidad, el suplicio más profundo del alma d e
Cristo en su pasión, simbolización vital adecuada de lo que realiza
el pecado en el alma: la ausencia de D i o s , la privación de la vida
divina. Y, con ella, los abismos consiguientes. Jesús se h u n d e en los
abismos del dolor, la humillación y la soledad, el a b a n d o n o espiri-
tual m á s completo, y aprendió así en lo que padeció, la obediencia
( H e b 5,8).
Por último, el ejercitante, ha de hacerse de vez en cuando esta
pregunta, al contemplar lo que Cristo padece por él: «Y, ¿qué debo
yo hacer y padecer por Él?».
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 103

1. L A Ú L T I M A C E N A (Ej. 1 9 0 - 1 9 9 ; 2 8 9 )
(Jn 1 3 , l s s ; 1 C o r 1 1 , 2 3 - 2 9 ; L e 2 2 , 1 4 - 2 0 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . Recordar la historia, que es aquí c ó m o Cris-
to Nuestro Señor envió dos discípulos desde Betania a Jerusalén a
disponer la cena, y después Él m i s m o fue a ella con los otros discí-
pulos; y c ó m o después de haber c o m i d o el cordero pascual, y haber
cenado, les lavó los pies, y dio su santísimo cuerpo y preciosa san-
gre a sus discípulos, y les tuvo un sermón, después que fue J u d a s a
vender a su Señor.
S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n , viendo el lugar. Será aquí
considerar el camino desde Betania a Jerusalén, si ancho, si angosto,
si llano, etc.; asimismo el lugar de la cena, si grande, si pequeño, si
de una manera, si de otra.
Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo que quiero. Será aquí, dolor, senti-
miento y confusión, porque por mis pecados va el Señor a la
pasión.
e r
l . p u n t o . Es ver las personas de la cena, y reflexionando sobre
m í m i s m o procurar sacar algún provecho de ellas.
2 . ° p u n t o . Oír lo que hablan, y asimismo sacar algún provecho
de ello.
e r
3. p u n t o . Mirar lo que hacen, y sacar algún provecho.
4 . ° p u n t o . Considerar lo que Cristo Nuestro Señor padece en la
h u m a n i d a d , o quiere padecer, según el paso que se contempla; y
aquí comenzar con m u c h a fuerza y esforzarme, en dolerme, entris-
tecerme y llorar; y de la m i s m a manera actuar en los otros puntos
que se siguen.
5.° p u n t o . Considerar c ó m o la divinidad se esconde es, a saber:
c ó m o podría destruir a sus enemigos, y no lo hace, y c ó m o deja
padecer a la sacratísima h u m a n i d a d tan crudelísimamente.
6.° p u n t o . Considerar c ó m o padece todo esto por mis pecados,
etc., y qué debo yo hacer y padecer por Él.
C o l o q u i o . A Cristo Nuestro Señor, y al fin con un Pater noster.
***
104 TERCERA ETAPA: EN ÉL

El misterio actuado por Jesús en la última cena, con el lavatorio


d e los pies d e los discípulos y la Eucaristía, será abordado por el
procedimiento de contemplación ya conocido, sin olvidar que han
de tenerse presentes en la oración las advertencias hechas en el
párrafo anterior.
L a materia de este misterio se presta a enfoques m u y variados;
pero dentro del m é t o d o que seguimos tiene un sentido m u y pecu-
liar de antesala de la pasión. Para aprovecharla en esta dirección,
ayudará ver en los gestos y palabras de Jesús durante la cena lo que
tienen de pasión presentida y vivida ya, d e alguna manera en las
vibraciones de su corazón. Por eso la petición es de «dolor, senti-
miento y confusión, p o r q u e por mis pecados va el Señor a la
pasión».
— El relato de J n 13 facilita la contemplación en esta perspecti-
va. Él ayuda a descubrir c ó m o el pecado de traición, q u e le va a
entregar a la pasión inminente, está presente c o m o un peso inmen-
so en el corazón d e Cristo. S u presión se va a hacer notar en las
reacciones de Cristo, q u e afloran una y otra vez a la superficie, en
el decurso de su conversación. Ya se alude a él en el ambiente de
misterioso y sublime dolor, creado por la introducción del pasaje
(Jn 1 3 , 2 - 3 ) . Y el pecado va a ir apareciendo a su vista y a la nues-
tra, c o m o u n a mancha: N o todos estáis limpios (Jn 1 3 , 1 1 ) ; c o m o
un pisotear a Jesús (Jn 1 3 , 1 8 ) , u n a traición (Jn 1 3 , 2 . 1 8 . 2 1 ) ; c o m o
la entrada d e Satán en el pecador ( J n 1 3 , 2 7 ) , el hundirse en las
tinieblas de la noche ( J n 1 3 , 3 0 ) . Pero, a su vez, resplandece a cada
instante ante nuestros ojos la conciencia pascual de Cristo: ha lle-
g a d o la hora de pasar de ese m u n d o al Padre (Jn 13,1): del Padre
viene y a Él vuelve (Jn 13,3), al Reino d o n d e tendremos parte con
Él (Jn 1 3 , 8 . 3 2 . 3 3 ; cf. 1 9 . 3 6 ) . El ejercitante podrá encontrar así
motivos de dolor, sentimiento y confusión, p o r q u e por sus pecados
va el Señor a la pasión.
— Es en ese ambiente en el q u e se han de observar las manifes-
taciones extremas de a m o r de Jesús, al humillarse a los pies de
todos, aun del traidor, en un s u p r e m o gesto d e ofrecimiento a su
rescate, las recomendaciones de humillación m u t u a y de servicio
caritativo, grávidas con el peso de su ejemplo. E s ahí d o n d e va a ser
glorificado el Hijo del H o m b r e y D i o s va a ser glorificado en Él.
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 105

— Tratemos de captar las vibraciones del corazón de Cristo en la


vivencia pascual de su propio sacrificio: ésta es la nueva alianza en
mi sangre ( L e 2 2 , 2 0 ) . C o n qué gran deseo había esperado la llegada
de aquella hora de celebrar la pascua con sus discípulos (Le 2 2 , 1 5 ) .
Él es ahora el verdadero Cordero que quita el pecado del m u n d o . L a
figura va a dar paso a la realidad por ella significada. L a antigua
alianza cede el paso a la nueva: No has querido sacrificios ni oblacio-
nes, pero me has preparado un cuerpo... Heme aquí ( H e b 10,5-7).
— Conviene completar la contemplación teniendo presente el
relato de San Pablo en 1 C o r 1 1 , 2 3 - 2 9 . H a y que descubrir el tras-
fondo metahistórico d e la institución de la Eucaristía: Pues cuantas
veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor
hasta que Él venga (v.26). Haced esto... ( w . 2 4 . 3 5 ) ; q u e d a instituido
el sacerdocio cristiano, con todas sus consecuencias. Q u e d a Cristo
en m a n o s de tantas m a n o s , a veces recientemente sucias de pecado,
al arbitrio de tantos caprichos, irreverencias y sacrilegios. Pero nada
de eso p u d o detener a aquella invención ilusionada de su amor:
hacerse incluso alimento de sus criaturas. A d o n d e la fantasía más
desatada de los poetas no habría llegado, llegó su amor: D i o s ali-
mento de sus criaturas. ¡Cuánto a m o r podrá despertar el espíritu de
reparación al corazón de Jesús en la Eucaristía!
— Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan
y beba del cáliz... (v.28). N o se haga reo del C u e r p o y Sangre del
Señor (v.27). Y mientras tanto no olvide que por sus pecados va el
Señor a la pasión, al sacrificio de la nueva alianza.
— D e s d e ahora, la oblación del Calvario es un hecho. Se ha ofre-
cido, porque ha querido (Is 5 3 , 7 ) , por mí. ¿ Q u é debo yo hacer y
padecer por Él?

2. L A A G O N Í A D E L H U E R T O (Ej. 2 0 0 - 2 0 3 ; 2 9 0 - 2 9 1 )
(Le 2 2 , 3 9 - 4 7 ; M t 2 6 , 3 0 - 4 6 ; M e 1 4 , 2 6 - 4 2 )

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . E s la historia, y será aquí, c ó m o Cristo N u e s -
tro Señor descendió con sus once discípulos, desde el m o n t e Sión,
d o n d e hizo la cena, para el valle de Josafat. D e j a n d o a los ocho en
106 TERCERA ETAPA: EN ÉL

una parte del valle y a los otros tres en u n a parte del huerto y
poniéndose en oración, s u d a sudor c o m o gotas de sangre; y después
que tres veces hizo oración al Padre y despertó a sus tres discípulos
y después que a su voz cayeron los enemigos, y J u d a s le dio la paz,
San Pedro cortó la oreja a M a r c o y Cristo se la p u s o en su lugar,
siendo preso c o m o un malhechor, le llevaron valle abajo, y después
cuesta arriba, hasta la casa de A n a s .
S e g u n d o p r e á m b u l o . Es ver el lugar. Será aquí considerar el cami-
no desde el m o n t e Sión al valle de Josafat, y asimismo el huerto, si
ancho, si largo, si de una manera, si de otra.
Tercer p r e á m b u l o . E s pedir lo que quiero, lo cual es propio pedir
en la pasión: dolor con Cristo en el dolor, quebranto con Cristo
quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó
por mí.

1.° El Señor, acabada la cena y cantado el h i m n o , se fue al m o n t e


Olívete con sus discípulos llenos de m i e d o , y dejando a ocho en
Getsemaní, dice: «Sentaos aquí, mientras voy allí a orar».
2 . ° A c o m p a ñ a d o de San Pedro, Santiago y San J u a n , oró tres
veces al Señor, diciendo: «Padre, si se puede hacer, pase de mí este
cáliz; con todo, no se haga m i voluntad, sino la tuya». Y, estando en
agonía, oraba más prolijamente.
3 . ° Llegó a tanto temor que decía: «Triste está mi alma hasta la
muerte». Y s u d ó sangre tan copiosa, que dice San Lucas: « S u sudor
era c o m o gotas de sangre q u e corrían hacia la tierra», lo cual ya
supone las vestiduras estar llenas de sangre.
***

— Dicho el himno, salieron... ( M t 2 6 , 3 0 ) . N i n g u n a prescripción


deja de ser c u m p l i d a por Jesús, aun en aquellas circunstancias. Eran
los S a l m o s 1 1 2 - 1 1 7 , cuya recitación debía cerrar la ceremonia de la
cena: Que el mundo conozca que yo amo al Padre, y, que según el man-
dato que me dio, así hago. Levantaos, vamos (Jn 1 4 , 3 1 ) .
— El ejercitante a c o m p a ñ a r á en su contemplación, c o m o si pre-
sente estuviese, a aquel grupo de discípulos, q u e en torno al M a e s -
tro, bajan hacia el torrente C e d r ó n . Tratará d e penetrar el sentido
de las palabras que escucha: Aunque tenga que morir contigo... ( M t
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 107

2 6 , 3 5 ) , y de captar los sentimientos del corazón d e Cristo. Las


ondas de turbación que se expanden entre ellos, c o n m o v i d o s , tris-
tes, por el tono oscuro que van t o m a n d o los acontecimientos y,
cada vez mas, las palabras del Maestro: Todos vosotros os vais a escan-
dalizar de mí esta noche ( M t 2 6 , 3 1 ) .
— Velad y orad. Q u e d a o s aquí y velad, pedid que no caigáis en la
tentación ( L e 2 2 , 4 0 ) . C o n v i e n e asistir desde m u y cerca, a ser posi-
ble, contemplar desde su corazón la agonía de Jesús: Comenzó a
sentir tristeza y angustia ( M t 2 6 , 3 7 ) . Es la hora d e identificarnos
con su sacrificio: quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas...
Cristo deja que penetren en su interior olas inmensas de tristeza,
que parecen querer anegarle en sucesivas invasiones: el endureci-
miento de los j u d í o s , el deicidio q u e van a cometer, la traición de
J u d a s , la negación d e Pedro, el a b a n d o n o de todos y tras ello: las
traiciones, los a b a n d o n o s , la frialdad de tantos escogidos en la his-
toria, la frivolidad con q u e van a pasar de largo ante su pasión,
c o m o queriéndola olvidar tantos y tantas, la condenación de los
impenitentes...
— Comenzó a sentir pavor ( M e 1 4 , 3 3 ) , que es turbación, derrum-
bamiento interior, debilidad que el h o m b r e procura ocultar. L a
pasión se cierne sobre Él c o m o un fantasma inmenso: Novillos
innumerables me cercan... ávidos abren sus fauces leones que desgarran
rugientes... Perros incontables me rodean, una banda de malvados me
acomete, han taladrado mis manos y mis pies, cuentan todos mis hue-
sos (Sal 2 1 , 1 3 - 1 4 . 1 7 - 1 8 ) . A ú n no los ha experimentado físicamen-
te, pero ya su imaginación le hace presentes todos sus sufrimientos
en detalle. Pavor del pecador ante la justicia divina.
— Y tedio ( M e 1 4 , 3 3 ) , q u e es ausencia de vigor, u n i d a al dis-
gusto, descorazonamiento y náusea. Llega a sentir u n a disgrega-
ción interior, c o m o el a g u a q u e se vierte, q u e t o d o s los huesos se
le dislocan: Mi corazón es como cera que se derrite dentro de mí. Seco
está mi paladar como una teja, y mi lengua se pega a sus fauces: se
me arroja en el polvo de la muerte (Sal 2 1 , 1 5 - 1 6 ) . H a s t a caer en el
s u m o de la postración y atonía, y, h u n d i d o sobre su rostro, sudar
sangre. ¿ Q u i é n n o se atreverá a echarle en cara q u e un h o m b r e ha
de mirar de frente al dolor y a la muerte? S u respuesta está en el
s a l m o 2 1 : Yo soy gusano, y no hombre: vergüenza de lo humano, asco
108 TERCERA ETAPA: EN ÉL

del pueblo... L a representación viva del p e c a d o del m u n d o ante la


justicia divina.
— ¿ C ó m o habrá retenido el influjo gozoso de la visión beatífica
para poder sufrir por nosotros tan desmesuradamente? D i o s c o m o
el Padre, no es Cristo otra persona que la del Verbo. Intervención
extraordinaria de su potencia divina para poder sufrir por mí. Y yo,
¿cuánto hago y m e deshago para no sufrir? ¡Cuántas veces huyo del
poder soportar algo por su amor!
— Jesús insistía u n a y otra vez en su oración: « N o se haga lo que
yo quiero, sino lo q u e T ú , ¡Padre! N o m i voluntad, sino la tuya...».
E n el culmen de la desolación, prolongó su oración: una hora, dos,
tres. Mientras los discípulos dormían, derrocados por el sueño.
— El fruto de la oración de Jesús no fue el consuelo, sino la fuer-
za. C o n a m o r decidido, sereno y firme, se p o n e en m a n o s de sus
enemigos, para que se c o n s u m e en Él el sacrificio querido por el
Padre. Aceptó el cáliz d e m a n o s del enviado d e su Padre: el cáliz de
nuestra salvación.
***

H o y convendría leer las notas del libro Ejercicios, n . 2 0 4 - 2 0 7 .


H a c e m o s a continuación algunas sugerencias, que puedan ayudar
a la contemplación, dentro de los Ejercicios, de varios pasajes de la
pasión. El ejercitante p o d r á escoger aquellos en q u e hallare mayor
devoción. Si se trata d e Ejercicios espirituales practicados durante 8
o 10 días, no hay espacio para detenerse debidamente en todos
ellos. L a última hora dedicada a la pasión, convendría tomar c o m o
materia u n a visión general de la pasión toda entera. Proponemos
para ese efecto la alternativa de u n a lectura reposada del relato de la
pasión de alguno de los evangelistas, deteniéndose allí d o n d e
encuentre luz, consuelo, lágrimas o identificación con el dolor de
Cristo o sus humillaciones. O t r o m o d o podría ser ayudarse de
alguna visión sintética, c o m o la que propondremos m á s adelante.
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 109

3. P R E N D I M I E N T O D E J E S Ú S Y N O C H E D E P R I S I Ó N (Ej. 291-292)
(Mt 26,47-56; M e 14,66-72; Le 22,47-65; J n 18,1-27)

1.° El Señor se deja besar de J u d a s y prender c o m o ladrón; les


dijo: « C o m o a ladrón m e habéis salido a prender con palos y armas,
cuando cada día estaba con vosotros en el templo, enseñando, y no
m e prendisteis». Y añadiendo: «¿A quién buscáis?», cayeron a tierra
los enemigos.
2 . ° San Pedro hirió a un siervo del pontífice, al cual el mansueto
Señor dice: «Torna tu espada a su lugar», y sanó la herida del siervo.
3 . ° Desamparado de sus discípulos, es llevado a Anas, adonde San
Pedro, que le había seguido de lejos, lo negó una vez, y a Cristo le fue
dada una bofetada, diciéndole: «¿Así respondes al pontífice?».
4 . ° L o llevan atado de casa d e Anas a casa de Caifas, a d o n d e San
Pedro lo negó dos veces y, mirado del Señor, saliendo fuera lloró
amargamente.
5.° Estuvo Jesús toda aquella noche atado.
6 . ° A d e m á s de esto, los que lo tenían preso se burlaban de Él y
le herían, le cubrían la cara y le d a b a n bofetadas, y le preguntaban:
«Aciértanos quién es el que te ha herido». Y semejantes cosas blas-
femaban contra Él.
***

— A J u d a s le había lavado los pies. L e había mostrado su a m o r


hasta el extremo. Y ahora, con cuánta m a n s e d u m b r e aún lo llama
d e nuevo a q u e abra los ojos de su conciencia ante el A m o r : ¿con
una señal d e a m i g o m e traicionas? Pero el corazón metalizado no
escucha. Jesús se ofrece de nuevo por nuestros pecados. «Yo soy». S e
ofrece por los a m i g o s , y aun por los enemigos; y no c o m o quien
espera que de aquella dificultad saldrá, sino c o m o quien sabe que
dejará la vida en la empresa.
— Jesús se ve tratado c o m o ladrón y malhechor, el inocente, el
justo, aquel en quien nadie puede encontrar pecado. ¡ C o n lo pron-
to que nos defendemos nosotros! Siempre creemos q u e se nos hace
injusticia. A c o m p a ñ e m o s a Jesús en su sentimiento de oblación al
Padre. Veamos c ó m o el libertinaje y la injusticia se desencadenan
TERCERA ETAPA: EN ÉL

contra Él: gritos, empellones, golpes, humillación pública de Cris-


to, ante quienes pocos días antes le aclamaban con hosannas, c o m o
al enviado en n o m b r e del Señor.
— N o se defiende. T o d o lo aguanta, todo lo soporta. Y Pedro no
ha comprendido aún. G u a r d a tu espada, si yo quisiera tendría aquí
a mi disposición legiones de ángeles que m e defenderían. Pero esta
es otra «hora», la del poder de las tinieblas por las que ha de pasar
para salvarnos de ellas a nosotros. Él ahora sana la herida a sus ene-
migos, aunque ellos no reaccionen ante el signo. N o es llevado c o m o
quien no puede salvarse de ellos si quisiera, sino c o m o quien puede
y quiere salvarnos a todos los que le reconozcamos en el misterio de
su pasión: Oblatus est quia ipse voluit (Is 5 3 , 7 ; cf. H e b 9,28).
— T o d o s huyen y le a b a n d o n a n . P i d a m o s que nos permita entrar
en los sentimientos de su corazón, cuando le a b a n d o n a m o s por
m i e d o y cobardes lo traicionamos. Pida yo lágrimas y pena interna
de tanta p e n a que Él pasa por mí.
—... Pero, si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?'(Jn 1 8 , 2 3 ) . Q u e
Él nos conceda descubrir el sentido salvador, grávido de pena y de
amor, d e la pregunta. C o n serenidad soberana, sin perder el d o m i -
nio de sí, Jesús lanza un cabo al que se puede agarrar quien le hiere:
aún puede reconocer su arbitrariedad, darse cuenta y volver al
camino de la justicia. N o acusa. Pregunta. El pecador puede reco-
nocer su injusticia. D a tiempo al arrepentimiento. N o se trata de
defenderse, sino de salvar a quien le ha ofendido.
— Jesús atado y prisionero, por nuestras libertades excesivas. El
dueño de cielos y tierra reducido a la impotencia h u m a n a , porque
así se h a querido dejar reducir. A t a d o toda la noche y burlado.
E s c u p i d o , golpeado. C o m o si tapándole los ojos no viera. Y todo
eso por mí. H a s t a de un perrillo hubiera sentido c o m p a s i ó n algu-
no de aquellos hombres al verlo tratar así. Pero de Jesús...
— Entretanto, Pedro lo niega otras dos veces más. Parece que todo
quiere amontonarse aquella noche sobre las espaldas del Cordero de
D i o s . El dolor se hace cada vez m á s apremiante, m á s profundo y
lacerante en el corazón de Cristo. Tratemos de recoger en el nues-
tro la carga de pena y de a m o r que p u s o Él en su mirada, al cruzarse
con la de Pedro. Y pidámosle que haga brotar en nosotros las lágri-
mas amargas y purificadoras q u e hizo brotar en los ojos de Pedro.
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

4. J E S Ú S A N T E L O S T R I B U N A L E S (Ej. 2 9 3 - 2 9 5 , 1 )
(Me 1 4 , 5 3 - 6 5 ; M t 2 6 , 5 9 - 6 8 ; L e 2 2 , 6 6 - 7 1 ; 2 3 , 1 - 2 5 ; J n 1 8 , 2 8 - 1 9 , 1 6 )

1.° Interrogado por el Sanedrín, confiesa que es el Hijo de D i o s .


2 . ° L a multitud de los judíos lo lleva a Pilato y lo acusan delan-
te de él, diciendo: « H e m o s hallado que éste echaba a perder nues-
tro pueblo y vedaba pagar tributo a César».
3 . ° D e s p u é s de haberlo examinado Pilato u n a y otra vez, dice:
«Yo no hallo culpa ninguna».
4.° L e fue preferido Barrabás ladrón: « D i e r o n voces todos,
diciendo: no dejes a éste, sino a Barrabás».
5.° Pilato envió a Jesús galileo a Herodes, tetrarca de Galilea.
6 . ° Herodes curioso, le interrogó largamente, y Él ninguna cosa
le respondía, aunque los escribas y fariseos le acusaban constante-
mente.
a
7. Herodes lo despreció con su ejército, vistiéndole un vestido
blanco. L o vuelve a enviar a Pilato, por lo cual se hicieron amigos
los que antes eran enemigos.
***

— D e s d e q u e se hizo de día se reunieron el s u m o sacerdote, los


escribas, sacerdotes y ancianos. J e s ú s no niega su faz a los q u e le
mesan la barba y le escupen. A n t e la interrogación solemne del
s u m o sacerdote, J e s ú s n o eludirá su confesión. Afirma su identi-
d a d . S a b í a q u e era lo q u e deseaban sus adversarios; n o para creer
en Él, sino para poder acusarlo d e blasfemia y declararlo reo de
muerte. Pero Él ha venido al m u n d o para dar testimonio d e la
verdad, la verdad q u e salva, a quienes creen en Él en todas las
generaciones.
— ¡Reo es de muerte! D i o s condenado por sus criaturas, p o r q u e
les estorba para sus proyectos terrenos e inicuos. D e b o agradecer a
Jesús su valiente y decisiva confesión. Jesús se abaja, hasta ser teni-
do por blasfemo por los que hipócritamente se constituyen en
defensores d e los derechos d e D i o s q u e están conculcando.
— ¡ Q u é ridicula resulta la acusación y cuan calumniosa la causa
que esgrimen ante Pilato! N u n c a había negado Jesús la licitud del
TERCERA ETAPA: EN ÉL

tributo al César. Pero Él quiere pagar por todas nuestras mentiras e


hipocresías.
— Tratemos de captar los sentimientos de Jesús, calumniado,
rechazado por su pueblo. El silencio majestuoso y recogido de
Jesús, que se hace cada vez m á s impresionante.
— Veámosle juguete d e los intereses políticos y de la cobardía y
curiosidad de los hombres. D e Pilato a Herodes. El silencio majes-
tuoso de Jesús, sin pronunciar una palabra ante Herodes, parece
representar la cerrazón obtusa a D i o s que causan la lujuria, y la fri-
volidad del h o m b r e carnal y m u n d a n o ante lo espiritual. C a p t e m o s
la serenidad interior y la pureza de Jesús ante aquella corte relajada,
su modestia y recogimiento, su elevación y su pena. Por una baila-
rina, aquel h o m b r e había m a n d a d o cortar la cabeza al Bautista. ¿Y
n o se convertirá?
— El h o m b r e m u n d a n o sabe encontrar salida a las situaciones
embarazosas. E s e tan famoso profeta n o sabe ni defenderse. N o dice
una palabra. ¿Es que está loco? Vestidle la camisa blanca de loco y
devolvedlo al tribunal d e Pilato. Así se sale del apuro, a c u m u l a n d o
sátira, burla y desprecio sobre quien resulta para él u n a reprensión
viviente.
— ¿Hasta d ó n d e llega la bellaquería humana? H a s t a siete veces
declarará Pilato que no halla culpa en Jesús y, sin embargo, avalará
su condena. Es impresionante la inconsecuencia del cobarde. Y
Jesús, c o m o una pelota, lanzado d e una m a n o a otra, despojado de
toda dignidad h u m a n a para pagar por nuestras indignidades. ¿ Q u é
debo yo hacer y padecer por Él?
— Jesús pospuesto a Barrabás. ¿ Q u é es lo que mi cobardía llega a
poner por delante de Jesús: el puesto, la fama, los amigos, la ideo-
logía, la masa...? Observar la reacción del corazón de Cristo y llegar
a sentir con Él el celo de su oblación salvadora, lo q u e significa su
obediencia hasta la muerte de cruz.
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 113

5. L O S A Z O T E S Y L A C O R O N A C I Ó N D E E S P I N A S (Ej. 2 9 5 , 2 )
(Me 1 5 , 1 5 - 2 0 )

1.° T o m ó Pilato a Jesús y lo azotó, y los soldados hicieron una coro-


na de espinas, y pusiéronla sobre su cabeza.
2 . ° Vistiéronlo de púrpura, y venían a Él y decían: «Dios te salve,
rey de los judíos», y le ciaban bofetadas.
***

— Hacerme presente. Escuchar los golpes feroces que dejan caer


sobre la finísima sensibilidad del cuerpo santo de Jesús. Ver y sentir
c ó m o se amorata la piel, se abre, se acanala, y brota en sangre que
corre por sus espaldas, torso y piernas. Descubrir, detrás de cada
golpe recibido, el espíritu de oblación y entrega de Jesús: por mí.
Cuántas almas ganarían pureza, si oyeran clamar la sangre de Jesús en
esta escena: por ti, por ti; para que seas puro, santo e inmaculado en
mi presencia, siempre... Y, ¿qué debo yo hacer y padecer por Él?
Llevamos siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, a
fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos
(2 C o r 4 , 1 0 ) . Allí, j u n t o a su cuerpo caído, sin fuerzas, sobre el
charco de su propia sangre, presentarle mi proyecto de reforma:
¿qué le parece?
— Jesús, Rey d e burlas: u n a caña por cetro, por m a n t o u n a clá-
m i d e , un rebujo de espinas entrelazadas por corona. A disposición
de los sentimientos m á s viles del corazón h u m a n o . Y, viéndolo así
triunfar sobre el orgullo h u m a n o , ¿quién se avergonzará de vestirse
d e su «vestidura y librea»? N o olvidar q u e la pasión d e Cristo con-
tinúa, ha de ser completada en su C u e r p o , en la vida de la Iglesia,
en nosotros.
Al sentir la tortura de tus sienes, Jesús: ¿qué pensamientos de
triunfo h u m a n o , de ser tenido por grande en este m u n d o , acaricio
yo en mi interior? ¿ Q u é temor de la rechifla h u m a n a m e impide
darte el último sí, que m e has pedido?
Al ver las genuflexiones fingidas de falsa reverencia, ¿cómo no se des-
pierta en mí el deseo de repararlas con el sentido de adoración y reve-
rencia, cultivado, cuidadosamente practicado, en espíritu y en verdad?
TERCERA ETAPA: EN ÉL

6. E L M I E D O Y L A S E N T E N C I A D E P I L A T O (Ej. 2 9 5 , 3 - 2 9 6 , 1 )
(Jn 1 9 , 4 - 1 6 )

1.° L o sacó fuera en presencia de todos. Salió, pues, Jesús, fuera,


coronado de espinas y vestido de grana; y díjoles Pilato: « H e aquí
el h o m b r e » . Y c o m o lo viesen los pontífices, daban voces diciendo:
«Crucifícalo, crucifícalo».
2 . ° Pilato, sentado c o m o juez, les entregó a Jesús para que lo cru-
cificasen, después que los judíos lo habían negado por rey, dicien-
d o : « N o tenemos rey sino al César».
***

— Pero, cuando Pilato ha creído reducirlo a menos que hombre,


uno de quien no se puede temer (gusano y no hombre [Sal 2 1 , 7 ] ) ya
nada, q u e d a proclamado por él m i s m o inconscientemente el m o d e -
lo de todo hombre, el «hombre nuevo», revelador para el h o m b r e
de lo que es el hombre: Ecce homo.
— Recordar su responsabilidad a quien vacila en asumirla es una
nueva ocasión que se ofrece para rescatarlo. ¿Por qué no recordar en
esos m o m e n t o s q u e D i o s no nos pide m á s de lo que nos concede
poder darle? Pilato se h u n d e en sus miedos, en vez de apoyarse en
quien puede salvarlo y le habla a través de su conciencia.
— Jesús se acuerda de cada u n o para echarle un cabo en su situa-
ción concreta. L e reclama a la voz interior: « N o tendrías ningún
poder sobre mí, si no te viniese de arriba». Pero n o se puede estar
con D i o s y con «las riquezas» (la posición adquirida), con la con-
ciencia y la dejación de las propias responsabilidades de poder. Pero
lavarse las m a n o s o los pies, no lava la conciencia.
— Y, mientras la m u l t i t u d dice q u e n o quiere a otro rey q u e a
César, parece q u e J u a n se g o z a en hacer q u e Pilato le declare rey
s o l e m n e m e n t e desde su tribunal: ¡Éste es vuestro Rey! ( J n 1 9 , 1 3 -
14). A h o r a he de mirarlo yo con los ojos de la fe para reconocer
los rasgos de m i verdadero Rey. S u victoria, en la veste de rey de
burlas, d e varón de dolores, a quien miran con desprecio, es m i
victoria. A h í está su misterio d e la cruz, su sabiduría de la cruz
o p u e s t a a la sabiduría del m u n d o (1 C o r 1,18-31); m i victoria, el
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 115

misterio q u e he d e abrazar al abrazarle a É l y reconocerle y a d o -


rarle c o m o m i Rey.

7. «Y L O L L E V A R O N A C R U C I F I C A R » . (Ej. 2 9 6 , 2 - 2 9 7 )
(Mt 27,31-54; L e 23,33-43; J n 19,17-37)

1.° Llevaba la cruz a cuestas, y no pudiéndola sostener, fue cons-


treñido S i m ó n cireneo a q u e la llevase detrás de Jesús.
2.° L o crucificaron en medio de dos ladrones, p o n i e n d o este
título: «Jesús nazareno, rey de los judíos».
3 . ° H a b l ó siete palabras en la cruz: rogó por los q u e le crucifi-
caban; perdonó al ladrón; e n c o m e n d ó a S a n J u a n a su M a d r e , y a
la M a d r e a S a n J u a n ; dijo en alta voz «Sitio» y diéronle hiél y vina-
gre; dijo q u e estaba desamparado; dijo «Está acabado»; dijo: «Padre,
en tus m a n o s encomiendo m i espíritu».
4 . ° El sol se oscureció, las piedras se quebraron, las sepulturas se
abrieron, el velo del templo se partió en dos partes de arriba abajo.
5.° L e blasfeman diciendo: « T ú eres el q u e destruyes el templo
de D i o s , baja de la cruz». Fueron divididas sus vestiduras; herido
con la lanza su costado, m a n ó a g u a y sangre.
***
Ya está Jesús abrazado al madero, para que, c o m o de u n árbol nos
vino la muerte, de otro árbol nos venga la vida: Para que sepa el
mundo que amo a mi Padre ( J n 1 4 , 3 1 ) .
D e c í a S a n Bernardo q u e «el principiante en el temor de D i o s ,
lleva la cruz con paciencia; el q u e se ha aprovechado en la esperan-
za, la lleva con agrado; pero quien tiene u n a caridad consumada, la
abraza ardorosamente» (Sermón sobre San Andrés, 5 ) . ¿ H e aprendi-
d o algo en esta escuela en q u e se enseña la sabiduría de la cruz? ¿ O
todavía considero camino de D i o s el q u e lleva al éxito aquí y no el
que lleva al fracaso del Calvario?
— Jesús agradece la c o m p a s i ó n h u m a n a de las mujeres q u e lloran
por Él. Pero les hace ver lo q u e m á s necesitan: Llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos...; porque si en el leño verde se hace esto, en el
seco, ¿qué se hará? (he 2 3 , 2 8 - 3 1 ) . E s el pecado lo que hay que llorar.
TERCERA ETAPA: EN ÉL

— Al fin q u e d ó alzada su cruz, escala entre el cielo y la tierra.


Jesús reina, y promete inmediato su reino al malhechor arrepenti-
d o : Hoy estarás conmigo en el Paraíso ( L e 2 3 , 4 3 ) .
— Oír las palabras que dice: de perdón, de donación y entrega de
todo cuanto le queda; hasta su M a d r e bendita, para nosotros: Ahí
tienes a tu Madre (Jn 1 9 , 2 7 ) .
— Llegar a unirme a Cristo en su supremo dolor: Desde la planta
del pie hasta la coronilla de la cabeza, no hay en Él parte sana (Is 1,6).
«Tengo sed», para q u e se c u m p l i e s e la Escritura. Y le dieron a
beber vinagre. Participar en su s u p r e m a humillación: objeto d e
burla d e la gente, de las autoridades, de los m i s m o s q u e estaban
crucificados c o n Él, mientras los s o l d a d o s se j u e g a n a suerte sus
vestidos. Sentir c ó m o s u b e el t o n o d e las burlas hasta llegar a
ensañarse con Él, en gesto d e quien aplasta con sus pies al venci-
d o indefenso: A otros salvó, y a sí mismo no puede salvarse. Pues es
Rey de Israel, que baje de la cruz, y creeremos en Él ( M t 2 7 , 4 2 ) . Y
hasta se atreven a herirle en sus sentimientos m á s íntimos: Ha
puesto su confianza en Dios, que le salve ahora, si es verdad que le
quiere, ya que Él dijo: Soy hijo de Dios ( M t 2 7 , 4 3 ) .
— Y t o d o esto, en el s u p r e m o a b a n d o n o : t o d o s se escandaliza-
ron de Él aquella noche ( M e 1 4 , 2 7 ; cf. Z a c 1 3 , 7 ) . N a d i e p u e d e
c o m p r e n d e r su misterio interior en aquel trance. Y para llegar al
c o l m o , se siente a b a n d o n a d o d e su Padre: ¡Dios mío, Dios mío!,
¿por qué me has abandonado? ( M t 2 7 , 4 6 ) . E s el misterio m á s
h o n d o d e su pasión. Q u i z á sólo p o d r á entrever de él u n a cierta
analogía, infinitamente lejana, quien ha pasado pruebas profundas
de purificación pasiva en el c a m p o de la fe. Probablemente n o hay
dolor m á s lacerante en la existencia h u m a n a terrenal, n a d a q u e
d e r r u m b e tanto al h o m b r e desde sus cimientos vitales. T o d o se h a
a g o t a d o . Ya sólo q u e d a a b a n d o n a r s e totalmente en las m a n o s del
Padre. O b e d i e n t e hasta la muerte, y muerte d e cruz.
— E inclinada la cabeza, entregó el espíritu (Jn 1 9 , 3 0 ) . Reflexio-
nar en actitud de adoración, c ó m o coinciden la cumbre del hundi-
miento y el comienzo d e su exaltación: la naturaleza llora, el velo
del templo se rasga, los sepulcros se abren, el centurión reconoce, la
multitud se golpea el pecho ( L e 2 3 , 4 4 - 4 8 ) , el Padre ha sido glorifi-
cado, al nombre de Jesús se d o b l a toda rodilla, los cielos se han
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 117

reconciliado, el costado d e Cristo ha q u e d a d o abierto, refugio del


pecador, fuente de gracia versada en los sacramentos de la Iglesia
Qn 1 4 , 3 1 ; 2 1 , 1 9 ; Flp 2 , 7 - 1 1 ; R o m 5,10; 1 C o r 5,7).
— L a cruz significa ruptura, en un cierto sentido, con lo razona-
ble, lo prudente según el m u n d o . Invita a una ascensión en que los
últimos peldaños fuerzan a franquear un nivel en que parece per-
derse pie h u m a n a m e n t e . Por eso parece una locura, a los ojos de la
prudencia h u m a n a , que no quiere arriesgar por un total m a s allá los
bienes q u e aquí se le ofrecen tan a m a n o . Pero yo, cuando fuere
levantado de la tierra, atraeré todo hacia mí (Jn 1 2 , 3 2 - 3 3 ) .
L a cruz arrastra, la cruz une cielo y tierra, la cruz bendice con los
brazos abiertos, la cruz enseña el camino de la victoria. L a cruz
demuestra al h o m b r e hasta d ó n d e llegó la malicia de su pecado, y
hasta d ó n d e se extremó el a m o r de D i o s .

(Conviene que el ejercitante no pase a la cuarta semana sin seguir los


a
consejos que da San Ignacio para el 6." y 7." día de ejercicios de la 3.
semana: E j . 2 0 8 , 6 - 7 y 2 0 9 . )

8. LA PASIÓN E N S U C O N J U N T O : D O L O R E S Y H U M I L L A C I O N E S

Se trataría de recorrer especificando, c o m o queriendo sopesarlos,


todos los dolores físicos, los sufrimientos íntimos, y las humillacio-
nes, q u e se fueron a c u m u l a n d o sobre Jesús en su pasión; para que
el alma quede impresionada de tanto peso de amor. ¿ Q u é la podrá
detener entonces, en su deseo de corresponderle?

1. Dolores físicos: el agotamiento causado por las emociones, el


presentimiento, angustia, fatiga, postración, sudor de sangre; gol-
pes, bofetones, insomnio d e toda la noche, hambre, sed, azotes,
sangre vertida, heridas abiertas, caídas bajo el peso del madero,
derrumbamiento físico, clavos, tensión de nervios y tendones,
ahogo, opresión...

2. Sufrimientos íntimos: previsión de lo que había de suceder,


espera, angustia, tristeza, pavor, tedio, derrumbamiento interior,
118 TERCERA ETAPA: EN ÉL

aniquilación, a b a n d o n o , incomprensión de todos, traición de sus


íntimos; perdición de los obstinados, sensibilidad herida ante las
bajezas, la m a l d a d desatada, las maquinaciones ladinas, las hipocre-
sías, en torno a Él se mueve el poder de las tinieblas c o m o en negro
aquelarre, la dispersión de su rebaño, las blasfemias de sus enemi-
gos, el dolor de su M a d r e , el a b a n d o n o s u p r e m o de su Padre.

3. Humillaciones:
a) L a s personales: al sentirse sin fuerzas, agotado, h u n d i d o , tira-
d o por el suelo en la postración h u m a n a más profunda, c o m o gusa-
no y n o hombre, representación del pecado h u m a n o , deshecho,
dejado de su Padre.
b) L a s públicas: tratado c o m o un malhechor, preso, llevado a
empellones, objeto de golpes, con palos, con bofetadas, escupido,
burlado por el pueblo, por los soldados, por los verdugos y por las
autoridades, sin ningún miramiento, mesadas las barbas, proclama-
d o alborotador, embaucador de multitudes, ante los tribunales,
pospuesto al más cruel ladrón y criminal; y lo que era más doloro-
so, c o n d e n a d o por blasfemo...
c) L a humillación solemne: descalificadas totalmente sus pre-
tensiones de Mesías, deshecha su grey, vuelto contra Él el pueblo
que le había a c l a m a d o días antes, fracasada plenamente su obra,
i n c o m p r e n d i d o , vencido ante t o d o el m u n d o , bajo el furor y saña
de sus enemigos victoriosos, y m u r i e n d o así, sin nadie q u e le
defienda.

Y, ¿qué debo yo hacer y padecer por Él?


Podría reflexionar en qué punto, más o menos disimulado por
mí, trato d e huir de la cruz de Cristo. E s posible que yo no quiera
llamarlo cruz, que trate de apartarlo de mí, y m e amargue el pen-
samiento de su presencia. ¿Por q u é no abrir los ojos de una vez, para
ver ahí la bendición d e la cruz, con la sobreabundancia de sus gra-
cias?: «Señor, sufrir y ser despreciado por ti».
I. MISTERIO PASCUAL: PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR 119

9. LA PASIÓN E N LOS S E N T I D O S D E CRISTO

Para que nuestros sentidos queden transformados al unirse a los


de Cristo en su pasión, y con la m i s m a petición de las demás con-
templaciones sobre estos misterios: dolor de Cristo doloroso, que-
branto con Cristo quebrantado...
En los ojos: pesantez, sueño, congestión, lágrimas y entretanto
viendo pasar ante sí aquel espectáculo degradante, cruel, envilece-
dor, oscuras venalidades y cabildeos, ceguera alocada de la multi-
tud, cobardías huidizas, instigaciones, sombras, tinieblas, el poder
de las tinieblas...
En los oídos: vocerío, gritos de furia, palabras incoherentes, escán-
dalos farisaicos, blasfemias, cuchicheos para azuzar, conclusiones
absurdas, burlas, risotadas sardónicas, frivolas o repletas d e saña...
En el olfato: olor de suciedad, de h u m e d a d , lobreguez y sudores,
vicio bajo y soez, podredumbre de las cabezas, corrupción de los
corazones, traición y malicia...
En el gusto: amarguras del a b a n d o n o y la traición, sabor salobre
de las lágrimas mezcladas a los salivazos y la sangre, hambre, sed
terrible causada por la abundante pérdida de sangre, el polvo mor-
dido, la injusticia recibida hasta tragar las heces, la desolación m á s
atroz...
En el tacto: alteración del pulso y la presión, tensión de músculos
y nervios, insomnio, cansancio agotador, magullamientos, golpes,
desgarrones, heridas, martilleo de sienes, hasta el hundimiento
total, falta de respiración y esfuerzos inútiles, ahogo final...

Mientras tanto: mirada compasiva a la m u c h e d u m b r e , ojos que


penetran suavemente hasta arrancar el arrepentimiento de Pedro,
ojos de compresión y de fusión íntima con el dolor de la M a d r e ,
ojos alzados al Padre implorando perdón por los asesinos, mirada
de generosidad confiada para J u a n , mirada de horizontes lejanos y
á n i m o a las que lloran por Él, ojos inmensamente abiertos al Padre
en la m á s ardiente súplica. O í d o s atentos a la menor insinuación de
pregunta sincera, de interrogante abierto a una posible conversión,
oídos que saben olvidar, pasar por alto las ofensas, sintonizar al
120 TERCERA ETAPA: EN ÉL

m o m e n t o la súplica del pecador arrepentido... Silencio majestuoso,


humilde, paciente, d u e ñ o d e sí. Palabras medidas, penetrantes, con
gancho de salvación, capaces de brotar perdón, aun en circunstan-
cias en que el h o m b r e casi n o puede ni pensar en sí m i s m o . . .
E m b a l s a m a n d o el ambiente con su sacrificio de agradable olor.
A b a n d o n o absoluto en los brazos del Padre... Atrayendo hacia Sí
todas las cosas en el beso de la justicia y de la paz.
II. LA RESURRECCIÓN

Y nadie os podrá quitar vuestra alegría


(Le 16,22)

L a ordenación de nuestro ser requiere en nuestra situación actual


de desorden un esforzado salir del propio amor, querer e interés.
Pues bien, las contemplaciones de Cristo resucitado exigen del ejer-
citante la m á s profunda salida de sí para identificarse con el Señor.
Es importante sufrir con Cristo que sufre en la pasión, haber senti-
d o el dolor y la humillación de Cristo c o m o nuestros; pero es tam-
bién importante, y quizá m á s difícil sentir el gozo y la alegría de
Cristo resucitado c o m o propios. E n las contemplaciones q u e
siguen, v a m o s a pedir c o m o gracia: alegrarnos y gozarnos intensa-
mente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor resucitado y
triunfante.
L a redención comienza a mostrar la plenitud de sus efectos en la
resurrección. L a s contemplaciones de la pasión nos hacen tomar
contacto con el duro realismo d e la vida, nos hacen tomar con-
ciencia de un aspecto de la realidad cristiana: el sufrimiento ( R o m
8 , 1 7 ) . Las de Cristo resucitado, quieren hacernos conscientes del
otro aspecto de esa m i s m a realidad: la presencia confortadora de
Cristo glorioso. Ella nos aporta el gozo de la gracia, de la esperanza
y la posesión ya incoada en nosotros de la vida eterna. Es u n a ale-
gría en muchas ocasiones m á s sólida q u e fruitiva y sensible: pero
real y auténtica. Está ahí. N o s la ofrece el Señor, y h e m o s de tomar
una conciencia de ella cada día m á s asimilada y profunda; m u y
especialmente, los q u e por vocación hemos de recibir tantas confi-
dencias trágicas o dramáticas, y consolar el dolor d e tantas miserias
humanas.
El procedimiento a seguir en la oración es el de la contemplación,
ya conocido. Añadiremos c o m o puntos específicos: el considerar
c ó m o la divinidad, que parecía esconderse en la pasión de Cristo,
muestra ahora en los misterios de Cristo resucitado los maravillo-
122 TERCERA ETAPA: E N ÉL

sos efectos de su presencia; y abrir nuestra sensibilidad a captar el


oficio de consolador q u e Cristo ejercita en estos misterios, « c o m o
unos amigos suelen consolar a otros».
Para disponerse mejor, a u n en el ambiente circundante, a estas
contemplaciones, S a n Ignacio aconseja q u e el ejercitante procure
ayudarse de las circunstancias de buen t i e m p o , claridad en el a p o -
sento, p e n s a m i e n t o s d e alegría, remitir por el m o m e n t o en lo q u e
se refiere a penitencias no obligatorias, sirviéndose de t o d o lo q u e
p u e d e contribuir a alegrarse en el Señor. S e trata del g o z o del espí-
ritu, no de la alegría turbulenta, bullanguera, superficial, p r o p i a
del m u n d o . E s u n a elevación y p r o f u n d i d a d del a l m a lo q u e se
necesita para aprehender estos valores, q u e aquí d e s e a m o s captar
y vivenciar. L o m i s m o d i g a m o s d e la paz, el d o n pascual del salu-
d o de C r i s t o . Ya lo había dicho Jesús: Mi paz... No una paz como
la que da el mundo ( J n 1 4 , 2 7 ) . E s algo diverso. M á s p r o f u n d o ,
m á s trascendental y levantado. Por eso h e m o s de pedir la partici-
pación en el g o z o d e Cristo resucitado c o m o un d o n precioso d e
lo alto, del Padre de las luces, de d o n d e viene t o d o d o n perfecto
(Sant 1,17).

1. RESURRECCIÓN D E CRISTO Y APARICIÓN


A N U E S T R A S E Ñ O R A (Ej. 2 1 8 - 2 2 5 )
(1 C o r 1 5 , 4 2 - 5 8 ; 1 Pe 1,3-9)

Apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escri-


tura, se tiene por dicho al decir q u e apareció a tantos otros, porque
la Escritura supone que tenemos entendimiento, c o m o está escrito:
¿También vosotros estáis sin entendimiento? ( M t 1 5 , 1 6 ) = E j . 2 9 9 .

O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . E s la historia, que es aquí c ó m o después q u e
Cristo expiró en la cruz, y el cuerpo quedó separado del alma y con
él siempre unida la divinidad, el alma bienaventurada, asimismo
unida con la divinidad, descendió al infierno; de d o n d e sacando a
las almas justas, y viniendo al sepulcro, resucitado, apareció a su
bendita M a d r e en cuerpo y alma.
II. LA RESURRECCIÓN 123

S e g u n d o p r e á m b u l o . C o m p o s i c i ó n , viendo el lugar, que será


aquí ver la disposición del santo sepulcro, y el lugar o casa de N u e s -
tra Señora, mirando las partes de ella en particular; asimismo, la
cámara, oratorio, etc.
Tercer p r e á m b u l o . Pedir lo q u e quiero, y será aquí pedir gracia
para alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cris-
to Nuestro Señor.
e r
1.°, 2 . ° y 3 . p u n t o s . Sean los m i s m o s acostumbrados, q u e tuvi-
mos en la cena d e Cristo Nuestro Señor.
4 . ° p u n t o . Considerar, c ó m o la divinidad, que parecía esconder-
se en la pasión, comparece y se muestra ahora tan milagrosamente
en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos
de ella.
5.° p u n t o . Mirar el oficio d e consolar, que Cristo Nuestro Señor
trae, y comparar con c ó m o unos amigos suelen consolar a otros.
C o l o q u i o . Acabar con u n o o varios coloquios según la materia de
que se trata, y un Pater noster.

Sería conveniente renovar al comienzo hoy, con especial intensidad


y anhelo de perfección de amor, el sentido de la oración preparatoria:
que todas nuestras intenciones, acciones y actuaciones sean pura-
mente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.
L a composición viendo el lugar habrá de tener en cuenta tres
escenarios: imaginando a su m o d o la presencia del alma de Cristo
en su saludo a los justos que habían muerto en la esperanza del
Redentor, el sepulcro d o n d e el cuerpo del Señor había sido deposi-
tado, y el aposento retirado de N u e s t r a Señora.
— A p o y a d o s en el artículo de nuestra fe «descendió a los infier-
nos», p o d e m o s contemplar d e alguna manera el a l m a d e Cristo, que
una vez separada del cuerpo en la cruz, se hace presente a las almas
de los justos del A n t i g u o Testamento (puede verse el Catecismo de
a
la Iglesia católica, p.I, s e c . 2 . , c.2, a . 5 ) . Observar c ó m o quedan col-
m a d a s en un instante las expectativas de tantos siglos. Podemos ver
a Abrahán, que se llenó d e gozo al ver el día del Señor (Jn 8 , 5 6 ) ,
Isaac, Moisés tan relacionado con la pascua, el gran pecador arre-
pentido D a v i d , los profetas q u e anunciaron su venida, J o a q u í n ,
124 TERCERA ETAPA: EN ÉL

A n a , S i m e ó n que le había contemplado c o m o luz en sus brazos, S a n


José, J u a n el Bautista... C ó m o se c u m p l e que d o n d e falta Jesús hay
triste infierno, y d o n d e está Él presente, basta su presencia para
crear un dulce paraíso. U n a homilía m u y antigua nos presenta a
Jesús exhortando a A d á n : «Despierta, tú que duermes; que yo no te
creé para que permanecieses detenido en el infierno. Levántate de
entre los muertos, que yo soy la vida... Por ti yo, D i o s tuyo, m e he
hecho hijo tuyo... por ti fui crucificado» ( P G 4 3 ) . Y, a continua-
ción, va presentando los signos de su pasión: salivazos, bofetadas,
azotes, clavos, lanza, c o m o trofeos de su victoria.
Ahora, se lleva Jesús consigo a aquella cautividad liberada ya para
siempre. Podríamos a c o m p a ñ a r a tan piadosa y feliz comitiva, a
contemplar el cuerpo santísimo de Cristo aún en el sepulcro, tan
arado y maltratado por los surcos de la pasión. Era necesario que la
semilla cayese en la tierra, para dar su fruto (Jn 1 2 , 2 4 ) . ¡ C o n cuán-
to agradecimiento adorarían el precio de su salvación! U n á m o n o s a
ellos en los sentimientos q u e recoge el libro del Apocalipsis en pre-
sencia del Cordero: Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de reci-
bir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y
la bendición (Ap 5 , 1 2 ) . B e s e m o s con la m á s profunda reverencia
aquellas llagas benditas.
— Llegado el m o m e n t o , aquel cuerpo que había sido depositado
aprisa, cubierto de heridas y sangre, magullado, sin apariencia, y
deformado el rostro por los golpes, q u e d a invadido de repente por
el a l m a triunfante de Cristo, gloriosamente transformado, rebosan-
te de esplendor y atractivo celestial. Cristo ha resucitado. Liberado
de las ataduras de nuestro espacio y tiempo, ahora puede hacerse
presente d o n d e quiere y cuanto quiere, sin que le sean obstáculo
distancias, muros, ni puertas cerradas. H a pasado al evo de la eter-
nidad. A u n conservándose cuerpo verdadero, aparece transido de
las cualidades del espíritu: Se siembra en corrupción, y resucita en
incorrupción, se siembra un cuerpo animal, y resucita espiritual{\ C o r
1 5 , 4 2 - 4 4 ) . Así nos dice S a n Pablo que sucede en la resurrección de
los muertos: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así
todos revivirán en Cristo... Las primicias, Cristo. Luego los de Cristo,
cuando Él venga... y como llevamos la imagen del hombre terreno, lle-
varemos también la imagen del celestial (\ C o r 1 5 , 2 2 - 2 3 . 2 9 ) .
II. LA RESURRECCIÓN 125

La muerte ya no tiene d o m i n i o sobre Él. S a b e m o s que el último


enemigo sometido será la muerte (1 C o r 1 5 , 2 6 ) . L a muerte ha sido
absorbida por la victoria de Cristo (1 C o r 1 5 , 5 5 ) . L a naturaleza
h u m a n a ha sido vivificada en la resurrección d e Cristo. L a vida ha
triunfado sobre la muerte y ofrece a quien cree en Cristo su victo-
ria. H e aquí el día que ha hecho el Señor: derrotadas las potencias
infernales para siempre, por todos los que se unen vitalmente a
Cristo. Esta alegría nadie nos la p o d r á quitar (cf. J n 1 6 , 2 2 ) . S a n
Pedro nos resume los efectos salvíficos de la resurrección de Cristo:
esperanza incorruptible, por la cual rebosáis de alegría, aunque sea
preciso que todavía, por algún tiempo, seáis afligidos con diversas prue-
bas; a fin de que vuestra fe, más preciosa que el oro probado por el
juego, se convierta en motivo de alabanza, gloria y honor, en la revela-
ción de Jesucristo... (1 Pe 1,3-9).
— Asistamos en nuestra contemplación al encuentro del Hijo con
su Madre, a consolar su soledad. C o m o fue la primera en creerlo,
también la p o d e m o s contemplar la primera en verlo resucitado
(San A m b r o s i o , De virginitate, c.3; J o r g e d e N i c o m e d i a : P G 1 0 0 ,
1 0 5 3 - 1 0 5 4 ) , la primera en reconocer la nueva realidad aparecida en
el m u n d o con la resurrección de su Hijo.
Él, en su m i s m o cuerpo, pero ya espiritualizado. S e hace pre-
sente c u a n d o quiere, de m o d o q u e n o deja lugar a d u d a d e q u e es
Él. Ella n o estaba destinada, según parece, a ser la primera testigo
ante los discípulos c o m o M a g d a l e n a ; ni ante los d e m á s , c o m o los
Apóstoles en el Evangelio. Pero sí la primera en entrar en ese
nuevo m u n d o que se abre a la fe en el nuevo m o d o de presencia
de Cristo.
P o d e m o s hacernos presentes al aposento de N u e s t r a Señora sin
disturbarla en su oración. A l m a meditativa, tal c o m o nos la m u e s -
tra el Evangelio, p o d r í a estar r u m i a n d o interiormente las terribles
escenas del Calvario: la figura destrozada de su H i j o divino, aquel
cuerpo m o l i d o , cubierto d e ignominia, sin vida, en su dolor
h o n d o , remansado, sereno, M a r í a ha conservado la fe en la resu-
rrección d e su H i j o . Al acercarse el tercer día, p o d e m o s poner en
sus labios las palabras del C a n t a r d e los Cantares: Retírate, Aqui-
lón, y ven tú, Austro, a soplar en mi huerto, para que se esparzan sus
aromas. Venga mi amado a su jardín y coma delfruto de sus árboles...
126 TERCERA ETAPA: EN ÉL

( C a n t 4 , 1 6 ) . Y escuchemos la respuesta del A m a d o , c o m o puesta


en los labios de Jesús, al hacérsele presente: He venido a mi huerto...
Ya he cogido mirra con mis aromas, y he comido el panal con mi
miel... Comed vosotros, amigos, y bebed hasta saciaros ( C a n t 5 , 1 ) .
Pidamos al Espíritu Santo que amplíe la capacidad receptiva de nues-
tra alma, para poder sentir íntimamente el gozo inmenso de tal
encuentro. Jesús resucitado, glorioso, ante los ojos purísimos de su
M a d r e : M a r í a es el fruto m á s precioso d e su redención, y Él la ve
en toda la verdad d e su belleza íntima, sublime; su hijo, Hijo de
D i o s , es el único capaz de apreciarla, con el Padre y el Espíritu, en
t o d a su realidad. Alegrémonos de tanta gloria y gozo d e Cristo. Y
alegrémonos también el gozo d e María, con el gozo d e María, al
contemplar ante sí a s u H i j o divino, en el esplendor d e su situa-
ción triunfante, el Señor d e cielos y tierra, resplandeciente m á s q u e
el sol, irradiando en todos los niveles de su ser h u m a n o - d i v i n o la
fuerza beatificante d e su divinidad: ... y la muerte no existirá más
(para Él), ni habrá duelo, ni gritos, ni dolor, porque todo esto ya es
pasado (Ap 2 1 , 4 ) . D i g á m o s l e con m á s devoción que nunca: ¡Reina
del C i e l o , alégrate!...
Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón ( J n 1 6 , 2 2 ) . Q u e d a r e -
m o s radiantes, cuando veremos a Él irradiar sin velos la gloria del
Padre. L a gloria del Padre se nos ha manifestado en Jesús, y quiere
manifestarse en nosotros, al reproducir en cada u n o su vida, su ros-
tro, su m o d o de ser y actuar, si nos dejamos guiar por su Espíritu.
Si a S a n Pedro, lo q u e era sólo un anticipo y c o m o preanuncio d e
Cristo glorioso, en el Tabor, le hizo olvidarse de sí en éxtasis de feli-
cidad, ¿qué será ver ahora a Cristo en la plenitud d e su ser glorio-
so? Según la multitud de mis angustias, tus consolaciones han venido a
inundar mi alma de alegría (Sal 9 4 , 1 9 ) .

Nuestros coloquios con Jesús y M a r í a tendrán materia en qué


explayarse, para agradecer a Jesús su triunfo, su presencia en nues-
tras vidas, y el consuelo con que en su a m o r de amistad quiere con-
fortarnos.
II. LA RESURRECCIÓN 127

2. A P A R I C I Ó N A L O S D I S C Í P U L O S Q U E I B A N H A C I A E M A Ú S (Ej. 303)
(Le 2 4 , 1 3 - 3 5 )

1.° Se aparece a los discípulos q u e iban a E m a ú s hablando de


Cristo.
2.° L o s reprende, demostrando por las Escrituras que Cristo
había de morir y resucitar: « ¡ O h necios y tardos de corazón para
creer todo lo q u e han hablado los profetas! ¿ N o era necesario q u e
Cristo padeciese, y así entrase en su gloria?».
3.° Por ruego d e ellos se detiene allí, y estuvo, con ellos hasta
que, habiéndoles d a d o la c o m u n i ó n , desapareció. Ellos tornando,
dijeron a los discípulos c ó m o lo habían conocido en la c o m u n i ó n .
***

— Alegra tu corazón, y echa lejos de ti la tristeza; porque a muchos


mató la tristeza, y no hay utilidad en ella (Eclo 3 0 , 2 4 - 2 5 ) . V i e n d o a
los discípulos caminar tristes, con ganas de dejarlo t o d o , de retirar-
se a vivir d e sus rentas, a descansar y dejarse de líos, recapacita:
¡Cuánto hace sufrir la incomprensión de la cruz!
— O i g a m o s qué iban hablando d e Cristo. U n rescoldo d e a m o r
flaco, no apagarlo. Observar la familiaridad de Cristo al introdu-
cirse en la conversación. C o m o un buen a m i g o . H a c e hablar y deja
hablar. Era el contacto que necesitaban. Les deja desahogarse, escu-
chando atentamente, para que vengan a razón.
— ... tardos de corazón para creer todo lo que predijeron los profetas
(Le 2 4 , 2 5 ) . ¿Por qué no volver a las Escrituras? Ellas dan testimonio
de mí (Jn 5 , 3 9 ) . Jesús es la clave de las Escrituras con la luz de su
Espíritu.
— Y ardían sus corazones. Se reavivaba la llama, sin que se die-
ran cuenta.
— L a familiar amistad con Jesús gana los corazones: Quédate con
nosotros ( L e 2 4 , 2 9 ) . H a c e volver con gusto a su presencia.
— Y lo reconocieron al partir del pan. Los gestos contemplados en
Jesús, ¿se nos han hecho familiares? N o s facilitarán su reconocimiento.
— Devuelve la ilusión y la alegría, la de fondo, la que se apoya en
la fe y la esperanza renacidas, florecidas de nuevo con potencia y
128 TERCERA ETAPA: EN ÉL

vigor bajo la acción eficaz de Cristo Señor, triunfador del pecado y


de la muerte, del poder d e las tinieblas.
— Alegrarnos y regocijarnos de tanta gloria y potencia de Cristo.
C o n el d o n de su paz retorna la reconciliación. Inmediatamente
volvieron a la c o m u n i d a d a compartir su gozo y su testimonio.

3. A P A R I C I Ó N A L O S D I S C Í P U L O S E N E L C E N Á C U L O (Ej. 304-305)
(Jn 20,19-29)

1.° L o s discípulos estaban congregados «por el m i e d o de los


judíos», excepto Santo T o m á s .
2 . ° S e les apareció Jesús, estando las puertas cerradas; y, estando
en m e d i o de ellos, dice: «Paz con vosotros»
3 . ° Dales el Espíritu Santo, diciéndoles: «Recibid el Espíritu
Santo; a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados».
4 . ° Santo T o m á s , incrédulo, porque era ausente de la aparición
precedente, dice: «Si no lo viere, no lo creeré».
5 . ° Se les aparece Jesús de ahí a ocho días, estando cerradas las
puertas, y dice a Santo T o m á s : « M e t e aquí tu d e d o y ve la verdad,
y no quieras ser incrédulo, sino fiel».
6 . ° S a n t o T o m á s creyó, d i c i e n d o : « S e ñ o r m í o y D i o s m í o » ; y
a él le dice C r i s t o : « B i e n a v e n t u r a d o s s o n los q u e n o vieron y cre-
yeron».
***

— Alegrarnos y gozarnos de ver c ó m o Jesús resucitado triunfa


sobre el m i e d o y la incredulidad. Jesús ahora es Señor del tiempo y
del espacio aun con su cuerpo, que no necesita que le abran las
puertas. Entra con las puertas cerradas; pero para dar la paz. S u paz,
q u e no es c o m o la del m u n d o . Y es Él m i s m o , aunque su cuerpo no
encuentre obstáculos en la ley de impenetrabilidad de los cuerpos.
Pide de comer para mostrar q u e no es un fantasma.
— N o viene a apabullar ni a imponer, sino a dar su Espíritu a
los q u e ha rescatado c o n su m u e r t e en cruz. Y a legar a h o m b r e s
de este m u n d o el poder d e predicar la penitencia y d e perdonar
los p e c a d o s : Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los peca-
II. LA RESURRECCIÓN 129

dos, les serán perdonados, y a los que se los retengáis, les serán reteni-
dos ( J n 2 0 , 2 3 ) .
— Veamos en perspectiva de futuro la gloria de Jesús resucitado
c ó m o se extiende al universo, por m e d i o de su Iglesia. ¡Cuántos
pecadores regenerados, devuelta a sus corazones la alegría, la paz
que el m u n d o no puede dar, el perdón divino! Para todos los que
crean en Él y acepten su misericordia sin límites. Agradecer de cora-
zón, y alegrarse del perdón recibido de Cristo en el sacramento de
la penitencia.
— ¡ Q u é habría sido d e T o m á s sin la infinita dignación y m i s e -
ricordia del M a e s t r o ! A D i o s n o le p o d e m o s poner condiciones.
Él concede el d o n de la fe por los m e d i o s y en las circunstancias
q u e Él escoge: ¡Si hubieses conocido en este día lo que conduce a la
paz! ( L e 1 9 , 4 2 ) .
— Jesús ha escogido c o m o m e d i o ordinario para llegar a la fe el
testimonio: Pides ex auditu ( R o m 1 0 , 1 7 ) . Si hoy oyereis su voz, no
endurezcáis vuestro corazón (Sal 9 4 , 7 - 8 ) . Jesús recordó a T o m á s sus
atrevidas exigencias al pie de la letra: « M e t e aquí tu dedo y mira mis
m a n o s . Trae aquí tu m a n o y métela en m i costado...».
— El a m o r del corazón de Cristo lo podrá ablandar. Y también
quiere ablandar el mío. ¿Por qué tanta dignación inmerecida? Caer
de rodillas en su presencia. Alegrarnos d e su triunfo sobre la incre-
dulidad.
— «¡Señor m í o y D i o s mío!». L a fe de T o m á s fue m á s allá de lo
que vio; por eso fue fe. N o se lo reveló la carne ni la sangre, sino el
Padre: ¡Bienaventurados los que no vieron y creyeron! (Jn 2 0 , 2 9 ) . L a
fe que rinde ante D i o s , ésa es su gloria.

4. A P A R I C I Ó N J U N T O A L L A G O (Ej. 306)
(Jn 2 1 , 1 - 2 4 )

1.° Jesús aparece a siete de sus discípulos que estaban pescando, los
cuales por toda la noche no habían cogido nada, y echando la red por
su mandamiento, «no podían sacarla por la muchedumbre de peces».
2 . ° Por este milagro, San J u a n lo conoció, y dijo a San Pedro: «El
Señor es»; el cual se echó a la mar, y vino a Cristo.
130 TERCERA ETAPA: EN ÉL

3 . ° Les dio a comer parte d e un pan asado y u n panal d e miel,


y e n c o m e n d ó las ovejas a San Pedro, examinándolo primero tres
veces de la caridad, diciéndole: «Apacienta mis ovejas».
***
— T e n g a m o s en cuenta la intención simbólica con q u e escoge los
pasajes y los desarrolla J u a n , en u n a época en q u e las comunidades
cristianas se habían ya esparcido por el m u n d o y vivían con su pro-
pia organización eclesial en torno a sus respectivos pastores, con la
conciencia d e una sola grey de Cristo.
— Díjoles S i m ó n Pedro: Voy a pescar. Los otros...: Vamos también
nosotros contigo ( J n 2 1 , 3 ) . Saber captar el ambiente diverso de estas
escenas: paz, armonía; la unión surge fácilmente cuando en la
h u m i l d a d cada u n o cede fácilmente a la propuesta ajena.
Van a pescar con Pedro: en la barca de Pedro afrontamos el mar.
Laboriosidad aun en la noche.
— Y n o pescaron nada durante toda la noche. A u n q u e los discí-
pulos no habían caído en la cuenta, Jesús velaba sobre ellos. Llega-
da la m a ñ a n a se hará sentir la presencia eficaz de Jesús. Estará siem-
pre con ellos (cf. M t 2 8 , 2 0 ) . A u n q u e a veces parezca q u e tarda en
manifestarse.
— Jesús provoca docilidad. Pide para dar. Suscita a b a n d o n o y
generosidad. Encanto de introducirse preguntando, sugiriendo.
— Echadla reda la derecha de la barca... ( J n 2 1 , 6 ) . Basta con una
palabra d e Jesús para conseguir m u c h o m á s de lo que nuestros
esfuerzos nos pueden prometer. Confianza, atención a sus luces y
mociones.
— Gozarnos de tanta gloria y gozo de Cristo, Señor del mar y de
la pesca, Señor de la potencia q u e no apabulla, de la amabilidad,
Señor del corazón h u m a n o .
— Jesús, espejo de la Providencia del Padre, para los que sólo bus-
can su Reino. Reconocer su atención vigilante, que ha pensado en
el hambre y la fatiga de los suyos. Ya les había preparado pescado y
pan, c o m o buen hospedero; pero quiere que traigan de los suyos y
los mezclen: «Venid y c o m e d » . Y todos sabían: «Es el Señor».
— Asistir al m o m e n t o en que Jesús, con su mirada, escoge d e
entre todos a S i m ó n Pedro, y le pregunta: « ¿ M e amas m á s q u e
II. LA RESURRECCIÓN 131

éstos?». L e va a encargar todo su rebaño, ovejas y corderos. L o ha


escogido Jesús.
— « ¿ M e quieres?». El pastoreo apostólico ha de nacer d e una
entrega a Jesús por amor: a m o r a Jesús. Y el de Pedro es ahora
humilde, arraigado a través d e la tribulación, incapaz de jactarse de
fuerzas h u m a n a s propias, sólo sabe confiarse a la ciencia y miseri-
cordia de su Señor: Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo (Jn 2 1 , 1 7 ) .
— G o z a r del señorío y la majestad de Jesús, que ofrece con gene-
rosidad a Pedro la posibilidad de compensar su triple negación con
la triple confesión humilde de su amor. Tratar d e penetrar la reac-
ción de los dos corazones, el del Maestro y el del discípulo.
— Gozarnos de ver reconstruido el rebaño de Cristo y encomen-
dado a su Vicario. Alegrarnos de tanta gloria de Cristo, que asocia así
a los hombres a su obra, tan responsablemente, tan honrosamente.
— ... indicando con qué muerte había de glorificar a Dios (Jn
2 1 , 1 9 ) . Alegrarnos de c ó m o la fuerza de la resurrección de Cristo
ha transformado la muerte en gloria d e D i o s .
— Alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta gloria de D i o s en
su Iglesia, en la grey e n c o m e n d a d a a Pedro, a través de los siglos:
tantos gestos sublimes de amor, tantas vidas consagradas a su servi-
cio, tanta generosidad en corazones h u m a n o s débiles, pecadores,
tanto perdón, santidad tan variada en tantos hijos suyos, los héroes
de la virginidad, de la obediencia, los celosos y prudentes pastores,
los actos de virtud de las familias cristianas...

5. L A M I S I Ó N T R A N S M I T I D A (Ej. 3 0 7 )
(Mt 2 8 , 1 6 - 2 0 ; M e 1 6 , 1 5 - 1 8 )

1.° L o s discípulos, p o r m a n d a t o del Señor, van al m o n t e Tabor.


2 . ° Cristo se les aparece y dice: « M e ha sido d a d a toda potestad
en cielo y tierra».
3.° L o s envió por todo el m u n d o a predicar, diciendo: «Id y
enseñad a todas las gentes, bautizándolas en n o m b r e del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo».
***
132 TERCERA ETAPA: EN ÉL

— Jesús reprendió la incredulidad y dureza de corazón de los que


no habían creído a los que lo habían visto resucitado ( M e 1 6 , 1 4 ) .
— H a s t a última hora duraría en algunos la esperanza d e q u e aún
restauraría Jesús el reino d e Israel ( H c h 1,6). R u d o s y mezquinos
s o m o s en las perspectivas d e nuestro celo, en los procedimientos,
en nuestras ambiciones..., hasta q u e no suena la voz y la hora de
Dios.
Sólo el Espíritu Santo puede hacernos salir de nosotros m i s m o s y
convertirnos en auténticos testigos de Cristo.
— Las perspectivas de Jesús son diferentes. Van por encima de
todas nuestras limitaciones. N o le detienen nuestros defectos: Como
mi Padre me envió, así os envío yo ( J n 2 0 , 2 1 ) . Consciente de c ó m o
le había enviado el Padre: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra: Id pues; haced discípulos..., bautizando..., enseñando... Yo
estaré con vosotros ( M t 2 8 , 1 8 - 2 0 ) .
— Poderes de Cristo para un ministerio de salvación: Al servicio
de los demás, como buenos administradores de la multiforme gracia de
Dios..., a fin de que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo (1 Pe
4,10-11).
— E n s e ñ a n d o a guardar lo que Cristo h a e n c o m e n d a d o . L a
moral y el d o g m a no los saca de sus propias ideas el apóstol, ni
puede regatearlos. N o es dueño. H a recibido un depósito que h a de
conservar y transmitir íntegro ( M t 2 8 , 2 0 ; 1 T i m 6 , 2 0 ; 2 T i m 1,14).
Ésa es su gloria.
— Incorporar a Cristo en n o m b r e de la Trinidad. A u n «entre
ángeles n o se hallan m á s nobles ejercicios que el glorificar al C r i a -
dor suyo y el reducir las criaturas suyas a Él, cuanto son capaces»
(San Ignacio de Loyola, Carta de la perfección, n . l ) .
— Alegrarnos de tanta gloria y poder divino de Cristo, que se
manifiesta esplendente en esta misión universal, independiente d e
todo poder h u m a n o de aquí abajo; en la generosidad de su c o m u -
nicación d e poderes en m a n o s tan frágiles; en la promesa de su asis-
tencia indefectible a la Iglesia: Yo estaré con vosotros hasta la consu-
mación del mundo ( M t 2 8 , 2 0 ) .
— Alegrarnos y regocijarnos de tanta gloria y gozo de Cristo en
los que creerán por la predicación de sus apóstoles, en la luz y la
gracia q u e se esparcirán desde ahora en el m u n d o por medio d e la
II. LA RESURRECCIÓN 133

Iglesia, en el depósito conservado, en las almas perdonadas y santi-


ficadas por sus enviados a través de los siglos...

6. D E L A A S C E N S I Ó N D E C R I S T O N U E S T R O S E Ñ O R (Ej. 3 1 2 )
(Le 2 4 , 5 0 - 5 3 ; H c h 1,1-14)

1.° D e s p u é s que por espacio de cuarenta días apareció a los


Apóstoles, haciendo m u c h o s argumentos y señales y hablando del
reino de D i o s , les m a n d ó q u e esperasen en Jerusalén al Espíritu
Santo prometido.
2 . ° L o s sacó al m o n t e Olívete y, en presencia de ellos, fue eleva-
do, y una nube le hizo desaparecer de los ojos de ellos.
3 . ° Mirando ellos al cielo, les dicen los ángeles: «Varones galileos,
¿qué estáis mirando al cielo? Este Jesús, el cual es llevado de vuestra
presencia al cielo, vendrá así c o m o le visteis ir al cielo».
***

— J e s ú s hace salir a los suyos. L a contemplación del misterio


está en relación con el é x o d o d e nosotros m i s m o s y d e nuestros
intereses.
— Las miradas h u m a n a s de algunos hasta última hora. Bien se ve
la necesidad de que venga el Espíritu para hacernos mirar espiri-
tualmente.
— Jerusalén, p u n t o de llegada de la larga subida presentada por
San Lucas, es ahora p u n t o de partida hacia el universo m u n d o .
Seréis mis testigos... por la fuerza del Espíritu Santo. L a promesa,
el d o n por excelencia. Él os lo enseñará todo, cuando venga... Pre-
dicar la conversión y el perdón de los pecados ( L e 2 4 , 4 6 - 4 8 ) . N o
tendréis que temer. E n vuestros labios p o n d r á palabras que con-
fundirán a vuestros perseguidores y acusadores (cf. M t 1 0 , 1 9 - 2 0 ) .
— Esperarlo en oración, con M a r í a M a d r e de la Iglesia. Perse-
verando en la oración, en u n m i s m o espíritu. T a m b i é n c o m e n z ó
el evangelio d e S a n L u c a s entre alabanzas divinas y alegría en el
templo.
— N o t e m o s que en vez de quedarse tristes c o m o en la última cena,
vuelven llenos de alegría. C o m i e n z a a germinar la vida celeste.
134 TERCERA ETAPA: EN Él

— Jesús en el Cielo. D o n d e está nuestro tesoro, allí estará nues-


tro corazón (cf. M t 6 , 2 1 ) . «Buscad las cosas de arriba, gustad las
cosas de arriba...».
— L a «nube», trascendencia de toda experiencia terrestre. Espiri-
tualización del ser h u m a n o en todos sus d i n a m i s m o s y c o m p o n e n -
tes. L a unión pasiva de un alma causa la ausencia de toda malevo-
lencia natural, de toda transparencia de a m o r propio. El h o m b r e
entero, en su cuerpo y en su alma, debe llegar a ser instrumento
dócil del Espíritu, c o m o efecto del triunfo definitivo de Cristo.
— M a r í a traspasaba esa nube con la fe.

7. C O N T E M P L A C I Ó N P A R A A L C A N Z A R A M O R (Ej. 2 3 0 - 2 3 7 )

Primero conviene advertir dos cosas. L a primera es que el a m o r se


debe poner m á s en las obras que en las palabras; la segunda, que el
a m o r consiste en comunicación de las dos partes; es a saber: en dar
y comunicar el amante al a m a d o lo que tiene, o d e lo q u e tiene o
puede, y así por el contrario el a m a d o al amante; de manera q u e si
el u n o tiene ciencia, d a al que n o la tiene, si honores, si riquezas, y
así el otro a éste.
O r a c i ó n preparatoria. L a acostumbrada.
Primer p r e á m b u l o . Es composición, que es aquí ver c ó m o estoy
delante de D i o s Nuestro Señor, de los ángeles, de los santos q u e
interceden por mí.
S e g u n d o p r e á m b u l o . Pedir lo que quiero. Será aquí pedir conoci-
miento interno de tanto bien recibido, para que yo, reconociéndolo
enteramente, pueda en todo amar y servir a su divina majestad.
e r
l . p u n t o . Es traer a la memoria los beneficios recibidos de crea-
ción, redención y dones particulares, ponderando, con m u c h o afec-
to, cuánto ha hecho D i o s N u e s t r o Señor por mí, y cuánto m e ha
d a d o de lo que tiene, y además el m i s m o Señor desea dárseme en
cuanto puede, según su ordenación divina; después, reflexionar
sobre m í m i s m o , considerando, lo que yo debo de m i parte ofrecer
y dar a su divina majestad, con m u c h a razón y justicia; es a saber:
todas mis cosas y a m í m i s m o con ellas, diciendo (luego) c o m o
quien ofrece con m u c h o afecto: T o m a d , Señor, y recibid toda m i
II. LA RESURRECCIÓN 135

libertad, mi memoria, m i entendimiento, y toda mi voluntad, todo


m i haber y mi poseer, Vos m e lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo
es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. D a d m e vuestro a m o r
y gracia, que ésta m e basta.
2 . ° p u n t o . Mirar c ó m o D i o s habita en las criaturas, en los ele-
mentos d a n d o ser, en las plantas haciendo vegetar, en los animales
haciendo sentir, en los hombres d a n d o entender, y así en mí, dán-
d o m e ser, vida, sentidos y haciéndome entender; asimismo, hacien-
do templo d e mí, h a b i é n d o m e creado a semejanza e imagen de su
divina majestad. O t r o tanto he d e reflexionar sobre m í m i s m o , por
el m o d o q u e se dijo en el primer punto, o por otro que m e pare-
ciere mejor. D e la m i s m a manera se hará en cada p u n t o de los q u e
siguen.
e r
3. p u n t o . Considerar c ó m o D i o s trabaja y actúa para mi bien
en todas las cosas creadas del m u n d o , es decir: se c o m p o r t a c o m o
quien trabaja; así, por ejemplo, en los cielos, elementos, plantas,
frutos, ganados, etc., d a n d o ser, conservando, haciendo vegetar y
sentir, etc. D e s p u é s , reflexionar sobre m í m i s m o .
4 . ° p u n t o . Mirar c ó m o todos los bienes y dones descienden de
arriba, por ejemplo, mi limitado poder, del s u m o e infinito de arri-
ba, y así justicia, b o n d a d , piedad, misericordia, etc.; c o m o del sol
descienden los rayos, de la fuente las aguas, etc. D e s p u é s acabar
reflexionando sobre mí m i s m o , según se ha dicho.
Acabar con un c o l o q u i o y un Pater noster.

Esta contemplación es el coronamiento de los Ejercicios y es tam-


bién un m o d o d e orar, m u y a propósito para ser practicado en la
vida ordinaria por aquellos que han vivido la experiencia completa
del m é t o d o d e Ejercicios espirituales ignacianos. Así lo aconseja San
Ignacio a los suyos ( M I , Epp. 3 , 5 1 0 ) .
L l e g a d o a esta cima, el ejercitante ha d e b i d o de abrazar con
todas sus fuerzas la v o l u n t a d de D i o s sobre su vida. D e s p o j a d o de
t o d a afición d e s o r d e n a d a voluntaria, tratando d e identificarse en
t o d o con C r i s t o , sólo anhela el servicio y alabanza de su divina
majestad. L a s fibras todas de su a l m a sólo quieren vibrar a i m p u l -
sos d e la caridad, q u e el Espíritu S a n t o d e r r a m a en el corazón del
136 TERCERA ETAPA: EN ÉL

h o m b r e ( R o m 5 , 5 ) . E n esta situación, S a n Ignacio le advierte q u e


el a m o r se ha d e poner m á s en las obras que en las palabras. N o
se debe quedar en sentimentalismo o palabrería, ha de llegar a la
verdad d e las obras de a m o r (1 J n 3 , 1 8 ) . Pues el a m o r es d o n a c i ó n
d e sí, correspondencia d e intercambio m u t u o con la persona
a m a d a , d e cuanto s o m o s y t e n e m o s .
E n presencia de la divina majestad, en cuya órbita quiere ya siem-
pre vivir, el ejercitante t o m a conciencia d e los ángeles y santos q u e
interceden por él. E n este m o m e n t o va a pedir, por su intercesión,
gracia para que, reconociendo tanto bien recibido del a m o r de su
D i o s , p u e d a en todo corresponder con a m o r y servicio a Él.

1. El procedimiento a emplear para alcanzar el a m o r es actuar la


mirada contemplativa, iluminada por el Espíritu, hasta que el h o m -
bre se reconozca a sí m i s m o y toda su historia como un continuo don
a m o r o s o de D i o s : ante t o d o , el d o n de su creación, el haber sido
puesto en la existencia él y todo lo que le rodea, y la creación con-
tinuada q u e s u p o n e su conservación. Por ello debería responder
continuamente con a m o r al a m o r continuo con el que D i o s m e
conserva. Desmenuzar gozosamente cada u n o d e los detalles ence-
rrados en ese d o n general es obra de la contemplación: los ojos, la
luz, el paisaje, el corazón, la inteligencia, la facultad de comunicar-
m e , el aire que respiro, la belleza, el a m o r puro, la vida... D e s p u é s ,
traerá a la m e m o r i a los beneficios d e la encarnación d e C r i s t o , y
de la redención o p e r a d a por Él; la aplicación d e esa redención a él
en particular, con u n a serie e n c a d e n a d a d e tantas gracias particu-
lares: familia, educación, Iglesia, b a u t i s m o , predicaciones, ejem-
plos, t o q u e s interiores, v o c a c i ó n peculiar... H a b e r s e hecho D i o s
c o m p a ñ e r o d e ruta, h e r m a n o , í n t i m o , hasta darse por alimento,
hasta esa d o n a c i ó n por la q u e nos hace partícipes d e su p r o p i a
naturaleza (2 Pe 1,4).
Es ese continuo dar, dar, y darse a sí m i s m o , en cuanto D i o s
puede comunicarse a la criatura, que la ha de hacer salir de sí en
éxtasis de a m o r operativo, en deseos d e ofrecer y darse y dar cuan-
to tiene o puede esperar, a D i o s , en ansias de correspondencia. C o n
todo el afecto que aquí sienta nacido en su alma, dirá en espíritu y
en verdad: T o m a d , Señor, y recibid toda m i libertad, mi memoria,
II. LA RESURRECCIÓN 137

m i entendimiento y toda m i voluntad, todo m i haber y m i poseer.


Vos m e lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed
a toda vuestra voluntad. D a d m e vuestro a m o r y gracia, que ésta m e
basta.
— E n los p u n t o s siguientes d e este ejercicio, la m i r a d a c o n t e m -
plativa del ejercitante tratará d e despertar su a m o r a D i o s , p o n -
derando este constante d o n divino en q u e se ve envuelta, para
reconocer en él (en cada u n o d e esos beneficios) al m i s m o S e ñ o r
q u e está en él (en ellos) m o s t r a n d o su a m o r de diversas maneras:
« . . . pues es verdad c o m o decía S a n Ignacio en la carta antes cita-
d a — que está su divina majestad por presencia, potencia y esencia
en todas las cosas».

2 . Y primero, nos está atrayendo en todo a su a m o r con su pre-


sencia. Pues está en todo d a n d o el ser, la vida en los vegetales, la sen-
sación en los animales, y la a u t o m o c i ó n ; la inteligencia en los espi-
rituales, y el amor. E s t á en mí m i s m o con todas esas formas d e pre-
sencia, y con u n a maravillosa, por la que m e constituye en templo
viviente suyo ( J n 1 4 , 2 3 ; 2 C o r 6 , 1 6 ; 1 C o r 3 , 1 6 - 1 7 ) . El alma que
descubre esta presencia a m o r o s a de D i o s debe sentirse herida de
amor. Por eso h a de buscarla y desearla ardientemente: «Descubre
tu presencia — d i r í a S a n J u a n de la C r u z — y m á t e m e tu vista y her-
mosura. M i r a que ésta es dolencia de amor, q u e n o se cura sino con
la presencia y la figura». El a m o r operativo de correspondencia la
moverá a esforzarse por hacerse presente al A m a d o Señor en todas
las cosas, reconociéndole en ellas y amándole.

3. D i o s atrae también el a m o r del a l m a en todas las cosas y


acontecimientos que la envuelven, por su acción amorosa. S u a m o r
es siempre activo en favor del h o m b r e . N o sólo p o r q u e la acción de
todas las cosas es un m o d o de ser que necesita la cooperación divi-
na, sino también con su directa Providencia: N i un solo cabello de
vuestra cabeza cae sin que vuestro Padre lo sepa. ¿No se venden cinco
pájaros por dos ases? Y, sin embargo, ninguno de ellos está en olvido de
Dios (Le 12,6ss). Sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para
el bien de los que le aman ( R o m 8 , 2 8 ) . El cabello, y los pájaros, la
flor del c a m p o . El grano de trigo, la espiga que crece, y el trabajo
138 TERCERA ETAPA: EN ÉL

del molinero; el amasar el pan, y la consagración de sus enviados


n
( M e 1 6 , 2 0 ) . Y los sacramentos son acciones salvíficas d e Cristo ( J
2 0 , 2 3 ) . Al descubrir el alma esta acción a m o r o s a constante d e D i o s
en todo, sentirá el deseo de corresponderle con un a m o r activo, que
enderece todos sus proyectos, acciones y actuaciones en S u servicio
y alabanza, convirtiendo toda su vida en una actuación de amor.
Sabrá sacar de todo u n a acción de gracias y un e m p e ñ o d e servicio
amoroso.
4 . Pero, además, es D i o s m i s m o quien reclama el a m o r del alma
con sus infinitas perfecciones y atractivos, cuya huella son las criatu-
ras: la potencia, la justicia, la b o n d a d , la belleza, la piedad y mise-
ricordia que hay en las criaturas, son u n a participación de la s u m a
e infinita potencia, justicia, b o n d a d , de D i o s . T o d a dádiva precio-
sa, todo d o n perfecto descienden d e arriba (Sant 1,17). « C o m o del
sol descienden los rayos, y de la fuente las aguas...»; pero con u n a
dependencia de atribución intrínseca, con u n a relación analógica
de proporcionalidad en su distancia infinita. Por ello p o d í a decir
San J u a n de la C r u z : « M i l gracias derramando, pasó... con sola su
figura, prendidos los dejó de su hermosura». «Y todos cuantos
vagan m e van d e T i mil gracias refiriendo, y todos m á s m e llagan,
y déjanme, muriendo, un no sé q u é que q u e d a balbuciendo».
El ejercitante q u e descubre esta realidad en su contemplación se
sentirá obligado a no sacar el bien d e su fuente, querrá q u e se d é a
D i o s t o d a gloria por los dones o cualidades que los demás puedan
encontrar en él, y devolver fielmente toda alabanza amorosa, agra-
decida, por todo lo bueno, fuerte, sapiente, hermoso q u e contem-
pla en cualquier criatura. A m a r á a D i o s en todas las cosas y a todas
en Él.
III. E L S E N T I D O D E IGLESIA

1. SUS FUNDAMENTOS

San Ignacio coloca al final de los Ejercicios unas reglas para orien-
tar al ejercitante en su vida ordinaria c o m o m i e m b r o de la Iglesia.
U n m i e m b r o n o p u e d e vivir sin la savia vital q u e circula por el
cuerpo, y sin la dirección de la cabeza. E s cuestión de vida o muer-
te (cf. J n 1 5 , 5 - 6 ) . U n o s , i m a g i n a n d o la Iglesia c o m o u n a sociedad
utópica en la q u e sólo hubiese santos; otros, p e n s a n d o pertenecer
a u n a Iglesia p u r a m e n t e interior, sin otra n o r m a q u e la propia ins-
piración personal; cuántos perdían entonces y pierden hoy «el sen-
tido verdadero que en la Iglesia d e b e m o s tener» ( E j . 3 5 2 s s ) . Y, ¿no
era m u c h a s veces bajo la apariencia de un Evangelio m á s p u r o , de
u n a libertad cristiana m á s madura?
L o s Ejercicios han sembrado en el alma el remedio radical a esta
postura, al poner al ejercitante en contacto vital con el Cristo del
Evangelio. Si hay en ellos alguna clave de interpretación, es la p a u -
lina: la h u m i l d a d y despojo de sí (Flp 2,7ss); la clave de la auténti-
ca libertad con la que Cristo nos liberó (Gal 4 , 3 1 ) : la obediencia
( R o m 5 , 1 9 ) . A m e d i d a que los Ejercicios se van acercando al fin, va
apareciendo cada vez m á s nítida la figura de la Iglesia. Se hace notar
cada vez con más claridad e insistencia c ó m o Cristo, el Cristo his-
tórico que vivió en Palestina, hoy glorioso en el C i e l o , ha querido
continuar su acción salvadora y santificadora en el m u n d o por
m e d i o de la Iglesia. T o d o el a m o r reverente, iluminado, generoso,
con que el ejercitante ha q u e d a d o ligado a Cristo, q u e d a c o m o
transferido por derivación a la Iglesia, su continuación en la tierra,
su Esposa, su C u e r p o . E n ella encuentra su aplicación. L a Iglesia es
el ambiente vital en el que recibimos la vida en Cristo, y la desa-
rrollamos según sus designios para gloria del Padre.
Aceptar esos designios divinos de salvarnos y santificarnos en la
Iglesia es abrazar la voluntad de D i o s , que nos conduce hacia Él por
los m e d i o s q u e Él escoge, n o por los nuestros; a u n q u e uno sienta a
140 TERCERA ETAPA: EN ÉL

veces la tentación de una madurez ilusoria en querer independizarse


de ellos, y caminar a su m o d o y por su cuenta. Para el acatamiento
amoroso ignaciano a todo aquello en que se manifiesta la voluntad
divina, no cabe entrar en discusión con semejante alternativa. L o
ignaciano es rebosar de gozo y agradecimiento en poner su voluntad
al servicio de la divina, en sentirme guiado por Él, a través de unos
hilos q u e yo no comprendo siempre. Anhela someterse a D i o s , no
sus propios caprichos o realizaciones autónomas. Por eso, nada más
lejano d e su propia actitud, que entregarse a reacciones de agresivi-
dad, rencor, o amargura, contra el elemento h u m a n o , componente
esencial de esa mediación sacramental, escogida por D i o s para nues-
tra santificación, que es la Iglesia. E s o es vivir en la fe de la Iglesia.
L a fe que el Concilio Vaticano II ha recogido en sus páginas al afir-
mar: «Enseña este sagrado S í n o d o que los O b i s p o s han sucedido a
los Apóstoles c o m o pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha,
escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien
lo envió (cf. L e 10,16)» ( L G 2 0 ) . Y «ésta es la única Iglesia de Cris-
to..., la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección a
Pedro para que la apacentara ( J n 2 1 , 1 7 ) , confiándole a él y a los
demás Apóstoles su difusión y gobierno (cf. M t 2 8 , 1 8 s s ) , y la erigió
para siempre por columna y fundamento de la verdad (1 T i m 3,15)»
(LG 8).

2. R E G L A S C L A V E : 1 Y 13

E n tal a m b i e n t e d e fe g o z o s a es en el q u e hay q u e colocar las lla-


m a d a s «reglas» para el sentido verdadero q u e en la Iglesia d e b e -
m o s tener. D e esa fe derivan las actividades q u e en ellas se van a
postular. E s la fe q u e el santo d e L o y o l a resume en su lenguaje
viril y austero diciendo: « D e p u e s t o t o d o j u i c i o , d e b e m o s tener
á n i m o aparejado y p r o n t o para obedecer en t o d o a la verdadera
E s p o s a d e Cristo N u e s t r o Señor q u e es nuestra santa m a d r e Igle-
sia jerárquica» ( E j . 3 5 3 ) . Pues d e b e m o s pensar, si q u e r e m o s acer-
tar siempre, q u e nuestros juicios y apreciaciones personales, q u e
p u e d e n ser erróneos p o r m u y diversos motivos, de hecho, lo
serán, c u a n d o quieran oponerse c o m o blanco a lo q u e la Iglesia
III. EL SENTIDO DE IGLESIA 141

con la autoridad recibida de D i o s haya dicho negro, o viceversa.


Porque, si en cualquier materia h u m a n a h e m o s d e reconocer
h u m i l d e m e n t e nuestra posibilidad d e errar, c u a n t o m á s en a q u e -
llo q u e supera nuestra c a p a c i d a d natural, c o m o es el á m b i t o d e las
verdades reveladas, o el de los c a m i n o s insondables por los q u e
D i o s quiere conducirnos hacia É l . Fiarse de D i o s es fiarse d e q u e
Él nos guía p o r el m e d i o por el q u e ha p r o m e t i d o conducirnos; ya
que por el mismo Espíritu del Señor que se dieron los mandamientos
que conducen a la vida (cf. M t 19,16ss) «es regida y g o b e r n a d a
nuestra santa m a d r e Iglesia» ( E j . 3 6 5 ; cf. L G 4 , 7 ) .

3. L O S C A S O S P A R T I C U L A R E S : R E G L A S 2-9

Sobre ese terreno de fe a m o r o s a y reverente se asienta la persua-


sión de que todo lo que la Iglesia aprueba y fomenta, con su auto-
ridad, para el bien de las almas, es bueno y debe ser alabado y
fomentado, y lo que ordena debe ser cumplido. E s así c o m o han de
leerse y entenderse las orientaciones concretas contenidas en las
reglas 2 - 9 : Alabar el confesar con sacerdote, el recibir frecuente-
mente la Eucaristía, la misa, los cantos, oraciones y funciones, en
los templos y fuera de ellos, la vida religiosa, la virginidad, las reli-
quias, las indulgencias, los ayunos, los preceptos de la Iglesia. N o
porque en estas prácticas n o p u e d a n introducir los hombres defec-
tos q u e haya que corregir. M u c h a experiencia tenía S a n Ignacio de
ello, y bien trabajó para corregirlos. Pero c o m o son en sí buenas, y
por ello las aprobó la Iglesia, el m e d i o de corregir los defectos es
practicarlas bien, en espíritu y en verdad, no criticarlas globalmen-
te c o m o si en sí fueran malas. Tales reacciones d e agresividad, bús-
queda de popularidad fácil, o lenguaje indiscreto, dan lugar al
escándalo, o al a b a n d o n o del bien q u e ellas producen.
Y lo que es peor, minan la fe del pueblo sencillo, al dejar latente la
suposición de que la Iglesia habría aprobado, en ocasiones, prácticas
malas con su autoridad decisoria. Ello introduce prácticamente la
premisa para que nunca más se pueda fiar de la Iglesia. L a actitud
reclamada por San Ignacio es positiva: alabar lo que la Iglesia alaba, y
alabar más lo que la Iglesia alaba mas. Vivir en la fe de la Iglesia.
142 TERCERA ETAPA: EN ÉL

4. L A R E G L A 10

Es la m i s m a actitud de caridad discreta, la q u e le lleva a cuidar,


con delicadeza y sacrificio personal, de ayudar a corregir los posi-
bles defectos de conducta de los que están puestos en el candelero
de la autoridad, evitando el escándalo. E s lo que exige la sinceridad,
cuando va informada de la caridad, y no un mero desahogo del
orgullo, la venganza o la impaciencia. H a b l a r d e sus defectos a los
m i s m o s que los tienen y pueden evitarlos; o a aquellas personas que
pueden poner remedio; a u n q u e sea a costa de vencer tentaciones de
mostrarse perspicaz ante los demás, o d e fácil demagogia. Van en
juego el d a ñ o o el escándalo de quienes no saben, o no pueden, de
hecho, distinguir entre lo q u e es el ámbito personal de aquéllas y el
q u e les corresponde c o m o tales autoridades, y con derecho a ser
obedecidos (cf E j . 3 6 2 ) .

5. APLICACIONES DOCTRINALES

L o d e m á s , p o d e m o s decir q u e son advertencias varias para evitar


la facciosidad en la Iglesia, con sus consecuencias de división d e los
á n i m o s , pérdida d e algún aspecto de la verdad, o desviación d o c -
trinal, riesgo de herejía o escándalo. Por ello: ni sólo teología esco-
lástica, ni sólo positiva; ni sólo fe, ni sólo obras sin fe, sino la fe
formada por la caridad, q u e se traduce en obras. N i hablar de la
gracia en tal m o d o q u e se excluya la libertad, ni de la libertad en
manera q u e se olvide la necesidad d e la gracia. N i exaltar d e tal
m o d o el a m o r q u e n o se reconozcan los beneficios subsidiarios del
temor, ni hablar del temor en m a n e r a q u e n o se llegue a estimar
sobre t o d o el servir a D i o s por puro amor.
T o d o s estos problemas no han dejado d e tener actualidad. Pero
importan más que los casos concretos, las actitudes recomendadas
en estas reglas y sus fundamentos. C o n el tiempo, los problemas
cambian. O se hacen m á s a g u d o s y de primer plano los que en otro
tiempo no se percibían con tanta acuidad e insistencia urgente.
Importa, en c a m b i o , vivir con gozo y agradecimiento la fe de la
EL SENTIDO DE IGLESIA 143

Iglesia, en la Iglesia; tomar, en consecuencia, las posiciones que esa


fe exige d e confianza, reverencia, amor, discreción. El principio de
evitar la facciosidad, la unilateralidad, la desedificación y posturas
doctrinales que acaban mal, se podría glosar hoy con otros títulos:
ni sólo Escritura, ni sólo teología; ni sólo d o g m a , ni sólo espiritua-
lidad sin base dogmática. N i hablar de tal manera de los aspectos
comunitarios que se diluya la responsabilidad personal, ni en tal
m o d o de la responsabilidad personal que se olviden las dimensio-
nes comunitarias y sociales de la persona. N i hablar de tal manera
del discernimiento personal que se esfume la ley y su obligación; ni
exponer de tal m o d o la obligación de la ley que se olvide la distin-
ción entre las diversas clases de leyes y la necesidad de aplicación del
juicio moral cristiano a cada caso particular. N i exaltar de tal m o d o
los carismas, que se olvide la necesidad de que se sometan al juicio
de la autoridad instituida para el bien c o m ú n ( L G 12); ni exclusi-
vizar de tal manera la institución, que la autoridad olvide su deber
d e respetar y promover la fidelidad a los carismas verdaderos, apa-
g a n d o el Espíritu con daño del bien c o m ú n . N i exponer de tal
manera el c o m p r o m i s o temporal del cristiano que se descuide el
significado esencial de la salvación predicada por Cristo y la Iglesia,
que es la liberación del pecado y la inserción del h o m b r e en la vida
divina; ni se hable de tal m o d o d e la salvación eterna, que se olvide
su relación necesaria con la caridad concreta, realizada en el tiem-
po, a través d e empeños que afectan la realidad temporal.
L a relación podría prolongarse indefinidamente. L o que interesa
más, es la actitud interna que está a su base: actitud confiada en Cris-
to, que asiste a su Iglesia, y la guía por su Espíritu, hoy como siempre;
actitud de atención reverente y amorosa, de gozo y agradecimiento al
Señor, que nos concede vivir en la Iglesia, bajo la guía de los pasto-
res en c o m u n i ó n con el supremo pastor de la grey, su Vicario en la
tierra.
C o n estas normas para el sentido verdadero de Iglesia, el a m o r y
la fe, debidos a Cristo, se manifestarán en concreto, en la fidelidad
humilde y gozosa a la Iglesia, conscientes de estar así conectados al
designio salvífico del Señor, actuando en el puesto para el que se
haya dignado elegirnos y con los proyectos q u e Él haya querido
manifestarnos en estos Ejercicios, o se digne manifestarnos aún.
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LAUSDEO VIRGINIQUE MATRI

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