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Paco Balbuena
Universidad de Huelva
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All content following this page was uploaded by Paco Balbuena on 07 January 2020.
Antes de ocuparnos del tema que intitula nuestro trabajo, es oportuno referir algu-
intersubjetivo
De tales años formativos recordaba Schilder con gran admiración y gratitud el ma-
gisterio recibido de L. Mueller y S. Exner, filósofo y fisiólogo respectivamente. Y,
aunque del laboratorio de Exner decía sentirse muy satisfecho con lo aprendido, no
sucedía lo mismo con el de Obersteiner. Igualmente, en términos elogiosos, refería
las enseñanzas recibidas en patología de Weichselbaum y Froheim, debiendo aquí
también destacarse su asistencia ocasional a las conferencias de Freud, ante cuyo
pensamiento entonces se mostró refractario. De esa época data también el trabajo
de Schilder en la clínica de J. Wagner-Jauregg, donde, prevaleciendo la orientación
hacia el uso de terapias somáticas, ya algunos como Poetzel intentaron un marida-
je entre psicoanálisis y patología cerebral.
Vinculado con el rechazo de la API (con sede en Nueva York) para admitir a
intersubjetivo
Schilder como miembro, decir que ello influyó para que éste creara su propia aso-
ciación (New York Society of Psychology) (Roazen, 1975; Hale, 1995), cuyo nom-
bre difiere del dado por Lauretta Bender, quien expresa que al llegar P. Schilder a
Nueva York en 1935 la designó Society for Psychopathology and Psychotherapy,
rebautizándose al morir aquél en 1940 Schilder Society of Psychopathology and
Psychotherapy (Bender, 1985b).
De no haber muerto en tan trágicas circunstancias, sólo cabe conjeturar lo que este
talentoso clínico hubiera dado de sí, pues, cuando llegó a EE UU con 42 años, era
ya una figura importante en la psiquiatría y neurología europea, donde a la edad de
Dicho esto, parece oportuno proseguir por lo que Schilder (1935) entendía por ima-
gen corporal: aquella representación que nos formamos mentalmente de nuestro
cuerpo, merced a la que somos capaces de percibir la unidad corporal. No obstan-
te, Schilder reconocía que captar esto va más allá de una mera percepción, de ahí
que al proceso puesto en marcha prefiriera designarlo esquema corporal, o bien,
siguiendo a Head, modelo postural del cuerpo. El esquema corporal sería la imagen
tridimensional (o «imagen corporal») que todo individuo posee de sí mismo; distinta
de una mera sensación, aun proveniente de los sentidos, conformaría una «apa-
intersubjetivo
Vinculado con esto último, sirviéndose nuevamente de ideas de Head, alude Schilder
a la noción de esquema, que define como un modelo organizado de cada uno de
nosotros, cuya labor es alterar las impresiones provocadas por los impulsos senso-
riales aferentes, de modo que la sensación final de posición o de localización irrumpiría
en la consciencia asociada a un suceso ya ocurrido. De igual modo, si se produce la
destrucción de un esquema por una lesión cortical, resultaría imposible todo recono-
cimiento postural o localización del lugar estimulado en la zona afectada del cuerpo.
Y es que, desde la óptica schilderiana, hay una íntima relación entre el lado perceptivo
(aferente-impresivo) de nuestra vida psíquica y el de las acciones motrices (eferente-
En apoyo de esta última, conviene recordar que como el nombre indica la anosognosia
consiste en una agnosia para reconocer la propia enfermedad, que incluye actitu-
des personales que no son estrictamente de desconocimiento de la parálisis, sino
de indiferencia a la misma (anosodiaforia), señalando así Babinsky que era posible
que algunos enfermos adoptaran esa actitud y llegaran incluso a mofarse y hacer
bromas de su propia enfermedad (Higueras y López, 1996).
Conviene también aquí afirmar que ya Schilder (1935), como bien señalaba Barraquer
Bordás (1977), había observado que en tal síndrome estaban presentes una varie-
dad de defectos independientes asociados con denominar, reconocer y mover los
dedos, llegando a pormenorizar y fragmentar la agnosia digital hasta el punto de
pretender diferenciar cinco tipos de déficit en ella (la genuina agnosia de los dedos,
la afasia de los dedos, la agnosia visual de los dedos del examinador, la apraxia en
la elección del dedo para mover según una orden dada y, finalmente, la apraxia
constructiva digital o incapacidad para imitar posturas con ellos). Junto a ello,
Schilder (1935) pretendió adscribir a cada una de las modalidades de defecto cita-
das una topografía lesional específica.
Sigue Schilder (1935) razonando que a tales dificultades para realizar actos dirigi-
dos hacia el propio cuerpo Liepmann llamó acciones reflexivas, prefiriendo él de-
signarlas apraxias reflexivas. Respecto a éstas, que Head vincula a la afasia, al
observar alteraciones análogas en apraxias reflexivas y en pacientes con trastor-
nos afásicos, cabe decir que Schilder juzgaba tal nexo inadecuado, pues cuando
Head les pedía a los sujetos que señalaran con la mano derecha o la izquierda el
ojo o la oreja izquierda o derecha, muchos pacientes cometían errores, lo que Head
atribuía a una mala comprensión de las órdenes dadas; sin embargo, alterando la
situación experimental, de tal forma que Head se sentara frente al sujeto para que
ejecutara los mismos movimientos que el examinador, ello no evitaba que el pa-
ciente dejara de cometer errores. Éstos sólo cesaban cuando Head se colocaba
detrás del sujeto y este último veía los movimientos a llevar a cabo en un espejo
situado delante de sus ojos, concluyendo Head que de sentarse el examinador
enfrente de los sujetos, éstos precisaban de una cierta ayuda verbal. Schilder
(1935), no obstante, sin que descarte que algunos pacientes de Head tuvieran
dificultades con la verbalización, juzga que ello no impide que en la mayoría de los
casos tales fallas sean resultado de la incapacidad para usar la imagen corporal al
ejecutar acciones. Y, sin soslayar la verbalización como factor adicional, cuanto
mayor sean las dificultades percibidas en la función, afirma Schilder, más acentua-
das lo serán en la verbalización.
Como otro grupo de apraxias distingue Schilder las llamadas por él apraxias digitales,
cuya existencia ha advertido en sujetos que tras pedirles que realizaran movimien-
tos aislados con los dedos, siendo capaces de nombrarlos, fracasan al mover un
dedo concreto; moviendo en su lugar otro dedo o incluso un dedo de la otra mano
simultáneamente con el movimiento de la mano correcta o ni siquiera eso. Schilder
también refiere que la apraxia digital conforma un fenómeno casi regular en todo
tipo de apraxia, pues, aun en la apraxia objetal (apraxia para los objetos) casi
invariablemente hay una apraxia reflexiva en la que sobresalen la apraxia digital y
dificultades de orientación para acciones a realizar a izquierda ó derecha. Asimis-
mo, la apraxia digital es para Schilder el primer signo evidente de apraxia, siendo
por el contrario el último conservado cuando una apraxia reflexiva está en vías de
desaparecer.
Aún así, Schilder (1935) valora preciso diferenciar la apraxia digital de las dificulta-
des surgidas para realizar movimientos aislados de dedos en parálisis o perturba-
ciones extrapiramidales. Y, aun cuando en los sujetos coreicos pueden darse cier-
tas similitudes, no resulta habitualmente difícil elaborar un diagnóstico diferencial.
Así pues, a tenor de lo hallado, la apraxia digital sería la contraparte apráxica de la
agnosia relativa a la imagen corporal. Y, como Schilder expresa, de dar un paso
más, podría decirse que la tendencia nada infrecuente de los sujetos apráxicos a
no usar un lado del cuerpo cuando ejecutan ciertas acciones sería la contraparte
intersubjetivo
Otros clínicos, por su parte, aseveran del miembro fantasma que, a pesar de que
se desplaza, duele, etc., jamás palpa objetos, por lo que nunca o casi nunca se ha
observado en éste alucinaciones esterognósicas. López Ibor también ha descrito
el fenómeno del miembro fantasma negativo, así llamado porque sujetos someti-
dos a entrenamiento autógeno perciben la falsa ausencia de un miembro. Por últi-
mo, en individuos hemipléjicos por una lesión parietal se describe el tercer brazo
fantasma (o miembro fantasma supernumerario) por el que vivencian el miembro
paralizado ocupando una posición diferente de la real (Higueras y López, 1996).
En torno a esto último, parafraseando a Schilder, cabría decir que cuando se em-
prende una acción ésta lleva sobre sí la imagen corporal de un lugar a otro y de una
forma a otra. Pues, al actuar, no sólo lo hacemos como sujetos dotados de una
personalidad, al operar también en el entorno con nuestro cuerpo, tornando de ese
modo a éste y nuestra imagen corporal parte capital de toda experiencia vital.
lo individual, influyendo no sólo sobre quien la soporta, sino también sobre otros
sujetos y entornos con los que el individuo interactúa. Corporeizando esto están
las acciones e intenciones que se exhiben y expresan, las cuales a su vez se
influyen mutuamente, pudiendo ocurrir que las segundas se modifiquen al obtenerse
unos resultados inesperados de una acción. Al servicio siempre de un objetivo
teleológico, las acciones humanas requieren al entender schilderiano un conoci-
miento del propio cuerpo, que explica auxiliándose de su profundo y vasto saber
neurológico-psiquiátrico y filosófico, a partir del cual cabe extraer distintas
implicaciones para la praxis clínica y la psicología social (Parker, 1926).
Bibliografía
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