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Imagen y apariencia del cuerpo humano en la obra psiquiátrica de Paul


Schilder

Article · January 2020

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1 author:

Paco Balbuena
Universidad de Huelva
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Francisco Balbuena Rivera

Imagen y apariencia del cuerpo humano en


la obra psiquiátrica de P. Schilder
Image and appearance of human body in P. Schilder´s
psychiatric work
Francisco Balbuena Rivera*

Resumen: Como uno de los temas recurrentes de investigación para


Schilder a lo largo de su trayectoria profesional estuvo el de la imagen y
apariencia corporal, cuyas ideas y hallazgos más importantes expresó
en su libro Imagen y apariencia corporal. Estudios sobre las energías
constructivas de la psique (1935), del que aún resultando hoy sus
formulaciones desfasadas, en la década de 1930 y siguientes no lo fue-
ron, inspirando desarrollos teórico-técnicos novedosos en la psicotera-
Francisco
Balbuena Rivera
pia psicoanalítica o el estudio de la imagen corporal, de los que daremos
cuenta aquí al revisitar a este autor.
Palabras claves: P. Schilder; imagen corporal; psicosis; psiquiatría; psi-
coterapia.

Abstract: One of the recurrent topics of research to Schilder in his


career was that of the body image and appearance of human body,
whose ideas and more important findings expressed in his book The
Image and appearance of the human body. Studies in the constructive
energies of the psyche (1935). And, although its formulations are out-
moded presently, it did not occur in thirties and next decennials, inspiring
to newly theoretical-technical developments in the psychoanalytic
psychotherapy or the research of bodily image, as we prove here to
revisit to this author.
Key words: P. Schilder; body image; psychosis; psychiatry;
psychotherapy.

Una imagen previa del hombre y el clínico

Antes de ocuparnos del tema que intitula nuestro trabajo, es oportuno referir algu-
intersubjetivo

nos hechos significativos de la semblanza de P. Schilder, convencidos de que con


ello el lector obtendrá una idea más cabal de su teorización clínica. Nacido en
Viena en 1888, expresó desde temprana edad una insaciable curiosidad, como así
evidencian las lecturas filosóficas que ya con 13 años realizó de Kant, Nietzsche y
Schopenhauer, llegando a plantearse estudiar filosofía o filología clásica, idea que
descartó, iniciando sus estudios universitarios en medicina, especializándose en
psiquiatría, pues según él ser galeno le aproximaba más a los seres humanos y
fundamentos esenciales de la vida (Schilder, 1940).

* Profesor Contratado Doctor. Departamento de Psicología Clínica, Experimental y Social. Uni-


versidad de Huelva. E-mail: balbuena@uhu.es

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Imagen y apariencia del cuerpo humano...

De tales años formativos recordaba Schilder con gran admiración y gratitud el ma-
gisterio recibido de L. Mueller y S. Exner, filósofo y fisiólogo respectivamente. Y,
aunque del laboratorio de Exner decía sentirse muy satisfecho con lo aprendido, no
sucedía lo mismo con el de Obersteiner. Igualmente, en términos elogiosos, refería
las enseñanzas recibidas en patología de Weichselbaum y Froheim, debiendo aquí
también destacarse su asistencia ocasional a las conferencias de Freud, ante cuyo
pensamiento entonces se mostró refractario. De esa época data también el trabajo
de Schilder en la clínica de J. Wagner-Jauregg, donde, prevaleciendo la orientación
hacia el uso de terapias somáticas, ya algunos como Poetzel intentaron un marida-
je entre psicoanálisis y patología cerebral.

Previo a todo ello, cabe decir que el acercamiento y enganche de Schilder a la


psiquiatría se producirá tras su graduación en Halle an der Saale bajo la tutela de
Gabriel Anton, uno de los discípulos preferidos de Meynert, cuyo entusiasmo por la
clínica influirá mucho en la trayectoria profesional de nuestro autor (Schilder, 1940).
Y, aunque Schilder ejerce como médico durante la I Guerra Mundial, se doctora en
filosofía en 1917, citando él como un ensayo muy importante en su formación el de
L. Büchner titulado Fuerza y materia: estudios empírico-filosóficos (1855), en el
que se expone una postura extrema materialista (Galdston, 1985).

Finalizada la guerra en 1918, Schilder regresa a Viena, donde enseña en la univer-


sidad y trabaja como clínico, presentando en 1920 su trabajo Identificación a la
Asociación Psicoanalítica vienesa, lo que le convierte en miembro de ella, aun
cuando no estaba psicoanalizado ni había recibido una preparación psicoanalítica
formal (Ziferstein, 1966). Más tarde, incumplir tales requisitos le pasó factura en
EE UU, donde, invitado por Adolf Meyer, se trasladó en 1929 para trabajar y
enseñar, estableciéndose definitivamente en Nueva York, donde inesperadamente
fallecería atropellado en 1940 cuando salía del hospital donde su mujer acababa de
dar luz a su hija. De sus años en Norteamérica, Lauretta Bender (1985a) expresa la
desigual recepción que las ideas de corte fenomenológico de su esposo P. Schilder
tuvieron, al estar asentadas esencialmente en E. Husserl (Hartmann, 1944), un
filósofo que entonces no era cotizado en el ámbito universitario y psiquiátrico esta-
dounidense. De igual modo, hay que decir que Schilder sentía que la psiquiatría
norteamericana estaba más próxima a la realidad social que su homóloga europea,
lo que sin duda debió de influir en la conceptualización ulterior de su pensamiento
y praxis clínica.

Vinculado con el rechazo de la API (con sede en Nueva York) para admitir a
intersubjetivo

Schilder como miembro, decir que ello influyó para que éste creara su propia aso-
ciación (New York Society of Psychology) (Roazen, 1975; Hale, 1995), cuyo nom-
bre difiere del dado por Lauretta Bender, quien expresa que al llegar P. Schilder a
Nueva York en 1935 la designó Society for Psychopathology and Psychotherapy,
rebautizándose al morir aquél en 1940 Schilder Society of Psychopathology and
Psychotherapy (Bender, 1985b).

De no haber muerto en tan trágicas circunstancias, sólo cabe conjeturar lo que este
talentoso clínico hubiera dado de sí, pues, cuando llegó a EE UU con 42 años, era
ya una figura importante en la psiquiatría y neurología europea, donde a la edad de

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Francisco Balbuena Rivera

27 años había ya descrito la encefalitis periaxial difusa (enfermedad de Schilder) y


había realizado estudios en perturbaciones orgánicas como el síndrome de
Korsakoff o la paresia general. Conviviendo con tales logros, es cierto también que
Schilder fue acusado de plagio por P. Federn, al juzgar éste que ciertas ideas
vertidas por aquél en 1922 en su libro La naturaleza de la hipnosis, eran realmente
autoría de S. Freud y S. Ferénczi (Roudinesco y Plon, 1997).

La imagen y apariencia corporal según Schilder

Dentro de la psicopatología del esquema corporal, existe una amalgama de deno-


minaciones (esquema corporal, esquema postural, imagen del yo, psicosoma, ima-
gen del yo corporal, somatognosia, conciencia del cuerpo, etc.,) con las que se
acoge todo lo relativo a la llamada unidad corporal (Higueras y López, 1996), que
Schilder (1935) analiza desde una perspectiva holística atendiendo a tres factores:
base fisiológica, estructura libidinal y sociología de la imagen corporal.

Antes, en el prefacio de tal ensayo schilderiano Imagen y apariencia corporal. Es-


tudios sobre las energías constructivas de la psique (1935), se confiesa que sólo
conforma una investigación empírica de la «imagen» del cuerpo humano, una de
las cuestiones capitales para Schilder de ser estudiadas en psicología. Asimismo,
este autor no comparte el énfasis freudiano en la regresión, al valorar que el padre
del psicoanálisis hizo caso omiso del carácter constructivo de las fuerzas psíqui-
cas, capaz de crear nuevas unidades y configuraciones psicológicas, lo que sin
duda evidenciaba una influencia notoria de la fenomenología, psicología de la gestalt
y saber psicoanalítico en la teorización schilderiana. Finalizando el prefacio, refiere
Schilder que esta obra constituye una tentativa incompleta, al ocuparse sólo de lo
que Wernicke llamó somatopsique, dejando sin abordar la alopsique y autopsique,
esto es, la orientación en el mundo externo e interno por parte del sujeto.

Dicho esto, parece oportuno proseguir por lo que Schilder (1935) entendía por ima-
gen corporal: aquella representación que nos formamos mentalmente de nuestro
cuerpo, merced a la que somos capaces de percibir la unidad corporal. No obstan-
te, Schilder reconocía que captar esto va más allá de una mera percepción, de ahí
que al proceso puesto en marcha prefiriera designarlo esquema corporal, o bien,
siguiendo a Head, modelo postural del cuerpo. El esquema corporal sería la imagen
tridimensional (o «imagen corporal») que todo individuo posee de sí mismo; distinta
de una mera sensación, aun proveniente de los sentidos, conformaría una «apa-
intersubjetivo

riencia propia» del cuerpo.

Vinculado con esto último, sirviéndose nuevamente de ideas de Head, alude Schilder
a la noción de esquema, que define como un modelo organizado de cada uno de
nosotros, cuya labor es alterar las impresiones provocadas por los impulsos senso-
riales aferentes, de modo que la sensación final de posición o de localización irrumpiría
en la consciencia asociada a un suceso ya ocurrido. De igual modo, si se produce la
destrucción de un esquema por una lesión cortical, resultaría imposible todo recono-
cimiento postural o localización del lugar estimulado en la zona afectada del cuerpo.
Y es que, desde la óptica schilderiana, hay una íntima relación entre el lado perceptivo
(aferente-impresivo) de nuestra vida psíquica y el de las acciones motrices (eferente-

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Imagen y apariencia del cuerpo humano...

expresivo), por lo que cambios periféricos que se produzcan en la sensibilidad abo-


caran en perturbaciones en las acciones. Y ya que las agnosias son perturbaciones
de carácter central, incidirán también sobre las acciones.

Entrando ya en el primer factor analizado por Schilder, que aborda en la Parte


primera. La base fisiológica de la imagen corporal (Schilder, 1935), para lo que se
basa en una vasta casuística de sujetos afectos de diferentes alteraciones
neurológicas, destaca la discordancia que Schilder muestra respecto a Hauptmann,
para quien el modelo postural tiene su localización prioritariamente en el hemisferio
izquierdo, lo que se opone a Schilder, que halló lesiones en el hemisferio derecho,
constatando así la presencia de centros laterales derechos para el lado izquierdo
del cuerpo. Y es que, de ser cierta la teoría de Hauptmann, cabría esperar que la
anosognosia derecha fuera acompañada de una anosognosia lateral izquierda me-
nor, lo que por otra parte no se constata en los casos tratados. Así pues, lo que
puede conjeturarse a partir de ello es que sólo los centros del hemisferio derecho
guardan un nexo lo bastante estrecho con las actividades emocionales centrales,
hipótesis que, auspiciada por Hirschl y Pötz, no cabe sostener apoyándose en los
hallazgos clínicos encontrados, de ahí que Schilder (1935) apueste por hallar una
interpretación de carácter más psicológico que estrictamente fisiológico.

En apoyo de esta última, conviene recordar que como el nombre indica la anosognosia
consiste en una agnosia para reconocer la propia enfermedad, que incluye actitu-
des personales que no son estrictamente de desconocimiento de la parálisis, sino
de indiferencia a la misma (anosodiaforia), señalando así Babinsky que era posible
que algunos enfermos adoptaran esa actitud y llegaran incluso a mofarse y hacer
bromas de su propia enfermedad (Higueras y López, 1996).

Con todo, el ejemplo más claro de perturbación en el modelo postural es al enten-


der schilderiano la agnosia digital descrita por Gerstmann (Schilder, 1935), que,
junto a la incapacidad de distinguir derecha-izquierda, la acalculia y la agrafia ca-
racterizan el llamado síndrome de Gerstmann. De éste, comúnmente asociado a
diversos trastornos afásicos, hemianopsia homónima derecha, apraxia constructi-
va y reflexiva, cabe referir que en 1977 fue juzgado una falacia por Barraquer Bordás.
Apoyando tal aseveración, éste último exponía hallazgos de quienes evidenciaban
la unidad y la autonomía de tal síndrome (Kinsbourne, Warrington o Geschwind),
para mostrar luego quienes disentían de ello al detectar sujetos portadores de tal
complejo sindrómico que poseían otros defectos perceptivos o cognitivos, además
de alteraciones del esquema corporal (Benton, Conrad, Critchley, Heimburger y
intersubjetivo

colaboradores, Lange, Poeck y Orgass, y Stengel). Concluyendo, en línea con lo


expresado por Benton, Barraquer Bordás (1977) señalaba que un futuro análisis
más riguroso de la agnosia digital y la desorientación derecha-izquierda pudiera
mostrarse más capaz de aportar conocimiento de sus eventuales implicaciones,
pues, aunque resulte condición necesaria que haya trastornos afásicos de tipo
receptivo ó deterioro mental general, éstos, en sí mismos, son insuficientes para
que la agnosia digital y la desorientación derecha-izquierda irrumpan en la clínica.

Así, tal síndrome, en opinión de Barraquer Bordás, sería en realidad un artefacto


dependiente del método de examen clínico, esto es, un complejo sintomático que

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Francisco Balbuena Rivera

traduce simplemente un agregado de síntomas coincidentes, propios para ser de-


terminados por una lesión suficientemente amplia, situada hacia la región
inferoposterior del lóbulo parietal del hemisferio izquierdo (1977: 228).

Conviene también aquí afirmar que ya Schilder (1935), como bien señalaba Barraquer
Bordás (1977), había observado que en tal síndrome estaban presentes una varie-
dad de defectos independientes asociados con denominar, reconocer y mover los
dedos, llegando a pormenorizar y fragmentar la agnosia digital hasta el punto de
pretender diferenciar cinco tipos de déficit en ella (la genuina agnosia de los dedos,
la afasia de los dedos, la agnosia visual de los dedos del examinador, la apraxia en
la elección del dedo para mover según una orden dada y, finalmente, la apraxia
constructiva digital o incapacidad para imitar posturas con ellos). Junto a ello,
Schilder (1935) pretendió adscribir a cada una de las modalidades de defecto cita-
das una topografía lesional específica.

Complementando todo lo anterior, cabe decir que la coexistencia de agnosia digital


y agrafia es atribuida por Schilder a que para escribir es preciso reconocer los
dedos, que, al igual que nombrarlos o indicar dedos específicos, falla en los suje-
tos con tal síndrome. La coincidencia de acalculia y agnosia digital Schilder la
explica al ser realizadas las operaciones básicas matemáticas originalmente con
los dedos.

En otro plano, es de interés reseñar que Schilder (1935) no comparte la idea de


Pötzl de que la agnosia digital es esencialmente una apraxia digital, apoyándose
para esto en Liepmann, introductor del término apraxia, pues, aunque el individuo
apráxico exhiba mermas en su ejecución, sabe lo que ha de hacer, debiéndonos
así sólo referirnos a una apraxia cuando se deba a una paresia, tensión o perturba-
ción en la coordinación. Visto así, la apraxia vendría a ser la incapacidad para
aplicar un conocimiento teórico acerca de objetos a una acción concreta, aun cuan-
do el sujeto sea capaz de expresar tal cosa verbalmente o mediante los miembros
no afectados.

Ahondando en ello, Schilder manifiesta que, en tanto la agnosia digital es un fenó-


meno comparativamente raro, y, dado que apenas se conocen otras agnosias ais-
ladas concernientes al cuerpo, salvo los casos descritos por Engerth en que la
autotopoagnosia (o síndrome de Pick) que afectaba el rostro se vinculaba con una
agnosia digital, la incapacidad para aplicar a nivel práctico y social el conocimiento
del propio cuerpo (imagen corporal) es un hecho bastante común. Pues, como es
intersubjetivo

sabido, hay enfermos de autotopoagnosia que al interrogarlos acerca de cualquier


zona corporal dicen haberla perdido o que se la han llevado. Mayoritariamente a la
autotopoagnosia, como destacan Higueras y López (1996), le acompaña trastornos
agnósicos, afásicos, etc., describiéndose asociada a lesiones parietales bilatera-
les, demencias seniles y parálisis general progresiva.

Sigue Schilder (1935) razonando que a tales dificultades para realizar actos dirigi-
dos hacia el propio cuerpo Liepmann llamó acciones reflexivas, prefiriendo él de-
signarlas apraxias reflexivas. Respecto a éstas, que Head vincula a la afasia, al
observar alteraciones análogas en apraxias reflexivas y en pacientes con trastor-

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Imagen y apariencia del cuerpo humano...

nos afásicos, cabe decir que Schilder juzgaba tal nexo inadecuado, pues cuando
Head les pedía a los sujetos que señalaran con la mano derecha o la izquierda el
ojo o la oreja izquierda o derecha, muchos pacientes cometían errores, lo que Head
atribuía a una mala comprensión de las órdenes dadas; sin embargo, alterando la
situación experimental, de tal forma que Head se sentara frente al sujeto para que
ejecutara los mismos movimientos que el examinador, ello no evitaba que el pa-
ciente dejara de cometer errores. Éstos sólo cesaban cuando Head se colocaba
detrás del sujeto y este último veía los movimientos a llevar a cabo en un espejo
situado delante de sus ojos, concluyendo Head que de sentarse el examinador
enfrente de los sujetos, éstos precisaban de una cierta ayuda verbal. Schilder
(1935), no obstante, sin que descarte que algunos pacientes de Head tuvieran
dificultades con la verbalización, juzga que ello no impide que en la mayoría de los
casos tales fallas sean resultado de la incapacidad para usar la imagen corporal al
ejecutar acciones. Y, sin soslayar la verbalización como factor adicional, cuanto
mayor sean las dificultades percibidas en la función, afirma Schilder, más acentua-
das lo serán en la verbalización.

Como otro grupo de apraxias distingue Schilder las llamadas por él apraxias digitales,
cuya existencia ha advertido en sujetos que tras pedirles que realizaran movimien-
tos aislados con los dedos, siendo capaces de nombrarlos, fracasan al mover un
dedo concreto; moviendo en su lugar otro dedo o incluso un dedo de la otra mano
simultáneamente con el movimiento de la mano correcta o ni siquiera eso. Schilder
también refiere que la apraxia digital conforma un fenómeno casi regular en todo
tipo de apraxia, pues, aun en la apraxia objetal (apraxia para los objetos) casi
invariablemente hay una apraxia reflexiva en la que sobresalen la apraxia digital y
dificultades de orientación para acciones a realizar a izquierda ó derecha. Asimis-
mo, la apraxia digital es para Schilder el primer signo evidente de apraxia, siendo
por el contrario el último conservado cuando una apraxia reflexiva está en vías de
desaparecer.

Aún así, Schilder (1935) valora preciso diferenciar la apraxia digital de las dificulta-
des surgidas para realizar movimientos aislados de dedos en parálisis o perturba-
ciones extrapiramidales. Y, aun cuando en los sujetos coreicos pueden darse cier-
tas similitudes, no resulta habitualmente difícil elaborar un diagnóstico diferencial.
Así pues, a tenor de lo hallado, la apraxia digital sería la contraparte apráxica de la
agnosia relativa a la imagen corporal. Y, como Schilder expresa, de dar un paso
más, podría decirse que la tendencia nada infrecuente de los sujetos apráxicos a
no usar un lado del cuerpo cuando ejecutan ciertas acciones sería la contraparte
intersubjetivo

que resulta de la no percepción de una parte del cuerpo.

Como otra expresión psico(pato)lógica de la existencia del modelo postural, Schilder


(1935) sitúa el fenómeno del miembro fantasma, observado inicialmente por W.
Mitchell, donde se constata la presencia de diversas sensaciones táctiles y
kinestésicas, que suelen acompañarse de imágenes ópticas relativas al fantasma.
De ello, Schilder se interesa particularmente por el rol que las parestesias ejercen
en la construcción del fantasma, que juzga un factor activador, apoyando esto en
los hallazgos que Pitres, Souques y Poisot obtuvieron cuando al insuflar cocaína a
nervios eliminaron al fantasma; o Gallineck y Förster, que, provocando alteracio-

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Francisco Balbuena Rivera

nes periféricas hicieron desaparecer el fantasma; refiriendo también a Adler y Hoff,


que, aplicando cloruro de etilo a un muñón, redujeron la percepción del fantasma en
tal zona corporal. Es por todo ello que Schilder juzga que en lugar de preguntarnos
si el fenómeno del fantasma es de carácter periférico o central, sea mejor investi-
gar acerca de cuáles de sus componentes son periféricos y cuáles centrales, ne-
gando así que unos y otros componentes se opongan mutuamente.

Otros clínicos, por su parte, aseveran del miembro fantasma que, a pesar de que
se desplaza, duele, etc., jamás palpa objetos, por lo que nunca o casi nunca se ha
observado en éste alucinaciones esterognósicas. López Ibor también ha descrito
el fenómeno del miembro fantasma negativo, así llamado porque sujetos someti-
dos a entrenamiento autógeno perciben la falsa ausencia de un miembro. Por últi-
mo, en individuos hemipléjicos por una lesión parietal se describe el tercer brazo
fantasma (o miembro fantasma supernumerario) por el que vivencian el miembro
paralizado ocupando una posición diferente de la real (Higueras y López, 1996).

De la estructura libidinal de la imagen corporal, objeto de reflexión en la segunda


parte del ensayo schilderiano ya citado, cabe recalcar el desacuerdo de su autor
acerca de la noción freudiana de instinto de muerte y de la agresividad, impulso
destructivo que ya se dirija hacia sí mismo u otros, nunca para Schilder (1935)
apunta a un desenlace definitivo, sino a una fase o etapa a partir de la que el yo,
conceptualizado como el ser total, marcha hacia nuevas construcciones psíqui-
cas.

El padre del psicoanálisis también yerra al entender schilderiano al atribuir en la


etapa del narcisismo primario que el recién nacido sólo concibe el cuerpo, cuando
éste y el mundo están mutuamente correlacionados, arguyendo Schilder al respec-
to que nuestro cuerpo no difiere del modo en que percibimos los objetos de la
realidad externa, aserto que sustenta en lo ya antes expresado acerca de la base
fisiológica de la imagen corporal. En la transacción con el mundo externo, los ojos
y las manos constituyen elementos capitales para Schilder, dado el rol crucial que
las zonas del cuerpo visibles y accesibles al tacto tienen para explorar la realidad
externa, que a su vez también influye en la configuración del modelo postural del
cuerpo.

Vinculado con esto, en la esfera psico(pato)lógica, Schilder (1935) se centra en el


fenómeno de la despersonalización, del que expresa ignorarse la psicogénesis que
lo sustenta. Al respecto, cabe señalar que ya también en 1935, según fielmente
intersubjetivo

recoge Berrios (1996), Mayer-Gross criticó el concepto de despersonalización dado


por Schilder, aseverando al respecto: en esta definición, que más bien me agrada-
ría denominar corta descripción, están reunidos dos síntomas diferentes bajo el
rubro de despersonalización (…) por un lado, la despersonalización por modifica-
ciones del self en sentido estricto; por otro, por los cambios en el entorno, sensa-
ciones de irrealidad, alienación del mundo externo (cit. en Berrios, 1996: 349).
Asimismo, Mayer-Gross señala que aun cuando hay campos teóricos donde los
dos tipos de síntomas pudieran combinarse, en la clínica no siempre se encuen-
tran juntos.

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En torno a esto último, parafraseando a Schilder, cabría decir que cuando se em-
prende una acción ésta lleva sobre sí la imagen corporal de un lugar a otro y de una
forma a otra. Pues, al actuar, no sólo lo hacemos como sujetos dotados de una
personalidad, al operar también en el entorno con nuestro cuerpo, tornando de ese
modo a éste y nuestra imagen corporal parte capital de toda experiencia vital.

Así pues, las imágenes corporales no se desarrollan aisladas en un sujeto, sino


que forman parte de una comunalidad de imágenes que interaccionan entre sí en el
milieu social, dando sentido y funcionalidad al modelo postural del cuerpo de un
individuo vinculado al entorno y otros. Con ello, Schilder (1935) se anticipaba al
concepto de sentido de identidad del ego, que 15 años después elaboraría E. H.
Erikson en su libro Infancia y sociedad (1950) (Alexander y Selesnick, 1966).

La unidad corporal, pasaporte físico-psíquico que nos identifica y nos da la posibi-


lidad de transitar en los diferentes entornos-dintornos donde trascurre nuestro acon-
tecer vital, se torna así la entidad fundamental a partir de la cual resulta posible
describir y/o explicar la naturaleza humana normal-anormal (Schilder, 1935), como
después abordaría T. Szasz siguiendo ideas schilderianas en su ensayo Daño y
placer: un estudio de los sentimientos corporales (1957).

Es de particular interés, en este sentido, subrayar que la sensibilidad que un sujeto


exhibe hacia un hallazgo en su propio cuerpo aliente también una atención especial
hacia esa misma zona corporal en otros individuos, evidenciándose con ello que,
aunque la imagen corporal sea primariamente una experiencia sensorial, provoca
también reacciones emocionales, afectando así la dinámica personal que uno en-
tabla con su propia corporalidad, como por extensión con la de otros, según el
modelo postural del cuerpo que de tal transacción social emane.

Y si la imagen corporal se asienta en la interacción social, cabe entender que actos


como la imitación, la risa, la identificación, la percepción-valoración social de la
belleza o el encuentro íntimo sexual, sean de gran interés en la conceptualización
clínico-psiquiátrica schilderiana de la imagen y apariencia corporal.
Conclusiones

La estructura de la imagen corporal (o modelo postural del cuerpo) es pues para


Schilder algo en perpetua autoconstrucción y autodestrucción internas, que, some-
tida a una incesante diferenciación e integración, nos permite explorar qué sucede
en el desarrollo de las configuraciones psíquicas. Tal estructura, además, transciende
intersubjetivo

lo individual, influyendo no sólo sobre quien la soporta, sino también sobre otros
sujetos y entornos con los que el individuo interactúa. Corporeizando esto están
las acciones e intenciones que se exhiben y expresan, las cuales a su vez se
influyen mutuamente, pudiendo ocurrir que las segundas se modifiquen al obtenerse
unos resultados inesperados de una acción. Al servicio siempre de un objetivo
teleológico, las acciones humanas requieren al entender schilderiano un conoci-
miento del propio cuerpo, que explica auxiliándose de su profundo y vasto saber
neurológico-psiquiátrico y filosófico, a partir del cual cabe extraer distintas
implicaciones para la praxis clínica y la psicología social (Parker, 1926).

44 intersubjetivo - vol. 14 nº 1 - época II


Francisco Balbuena Rivera

Bibliografía

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