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El mundo de Greta

Por Carlos Rodríguez Braun

Mi amigo Santi Siri me regaló el libro de Greta Thunberg, que se


titula Cambiemos el mundo. Así, sin restricciones, como si eso
fuera posible y deseable; y lo cambiaremos haciendo una huelga
que, como prácticamente todas las huelgas modernas, no es contra
los empresarios sino para presionar a los gobernantes para que
suban los impuestos y dificulten y encarezcan aún más las
condiciones de vida de la gente.

Leyendo a Greta uno puede estar leyendo a numerosos políticos,


burócratas, intelectuales, sindicalistas, etc., para quienes la
complejidad de lo real ha desaparecido ante la urgencia. “Esto es
blanco o negro. No hay grises cuando se trata de sobrevivir. O
continuamos existiendo como civilización o no…Nuestra casa está
ardiendo. Según el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el
Cambio Climático), en menos de doce años ya no podremos
corregir nuestros errores”. Si la ciencia afirma sin matices que
estamos en la “sexta extinción masiva” y que, por tanto, lo único
que debería importar es “la justicia climática y que el planeta siga
vivo”, ningún derecho, libertad o contrato valen realmente. Y mucho
menos tendría Greta que ir al colegio: “¿Por qué debería estar
estudiando por un futuro que pronto podría dejar de existir?”.

Ese es el mundo de Greta, y el de tantos niños y jóvenes, con la


edad de los diagnósticos dogmáticos y simplistas, la de reprochar a
los mayores que hagan tanto mal, “viajando por el mundo en avión y
consumiendo carne y lácteos”; de acusarlos de no saber nada, “la
inmensa mayoría no tiene ni idea”; y de tener cautelas y
prevenciones, cuando “no podemos salvar el mundo acatando las
reglas, porque las reglas tienen que cambiar”.

Lo realmente malo es cuando los políticos utilizan esta forma de


razonar de Greta y muchos jóvenes para violar los derechos de
todos, pretendiendo que solo quebrantarán los de una minoría
porque, como dice la joven sueca: “estamos a punto de sacrificar
nuestra civilización por las oportunidades de ganar enormes
cantidades de dinero para un reducido número de personas”. No me
preocupa que una joven diga eso, sino que su retórica pueril y falaz
sea replicada por los poderosos, que nos miren severamente, como
ella, y nos digan: “No quiero que sean optimistas. Quiero que entren
en pánico. Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los
días”.

Este artículo fue publicado originalmente en La Razón (España) el


18 de enero de 2020.

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