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S optuvieror las leyes romano: como 105 nos que mas tarde habien de ser grange. ag tiemnPO: OS a, mana los griegos ¥ !es pidieron que lag «0 ychisimo asi que 2cu' ier griegos Se estremecieron. (Entre, an "4 ? jEra impensab dores-no.rerian inte propues rudo e inculto? j el $n a Were alos romanos esta bonita respusst ny, De giros por el Derecho. Pero one tes de entregaros las leyes debe de cultura. Por tanto, ponam, bios OS oy go, para salir ai" Aa aspirél Te idad, y an . £5 muy loable. s r Se ig el suficiente grado debate con nuestros Sa : Y, puesto que griegos y romanos py; accedieron. ', 4 a fechos, 10S Te paoidaroN que e! debate se celebraria por seas cm leche? ‘a el debate y UNOS Y otros se retiraron a Gelibera fecha y hora pars Muy satisf tian una PF souoid, se fij6 : lesconcierto. ZQue podian hacer ellos, un Puetig nos? En todo el territorio del Lacio no habig se ano reinaba el di s contendientes. Al fin se alzg la voz En el bando rom Pas nl ente a los sesudos aecete a capaz de enfrentarse a tan docto: de un romano: mos. Elijamos aun villano, a un hombre del pueblo; que aed, -Amit ssesperel J Sets por sefias como le parezca, como Dios le dé a entender. Por increible que parezca, los romanos aceptaron la idea. Y para desempeiiar tan delicada mision eligieron no 2 un gran hombre, sino a un hombre grande: un hom pret6n tosco y necio, pero, eso si, valenton y atrevido. Y lleg6 el gran dia. Griegos y romanos se congregaron en el agora de Atenas para presenciar el magno acontecimiento. Se habia congregado alli la flor y nata de la in telectualidad griega, asi como el pueblo heleno, deseoso de comprobar una vez més : sabidurla de sus letrados. Frente alos griegos se hallaban los representantes de is ieee see bebe) haste un ee y penoso viaje hasta Atenas para recibir el . Todos ellos estaban muy inquietos; 3 Geretece decide 20 ture y inquietos; no era para menos: en ese Conform it iva i a ey ee a ao la expectativa iba en aumento: parecia que hasta la sua eae etenido en espera de los acontecimientos. De pronto, inca en ae sali6 elbravucén, al que habian vestido con una tié PeIO Sin seso- subié g una Ae eee Gipombre ~vestite a ‘alld a Voces a los griegos. Lenta y sosegadamente se levant6 uno de los sabios griegos, y, conforme a lo convenido, comenzé su discurso mimico: alz6 majestuosamente el dedo indice, dirigido hacia el cielo, y lo mantuvo en alto unos segundos. Después, con toda par simonia, tomé asiento muy pensativo. El pueblo heleno aprobé respetuosamente la actuaci6n de su digno representante. Reinaba entre ellos un denso silencio, como. convenia a la ocasién Los romanos no sabian qué hacer. Pero su representante no lo dudé un momen- to. Dando muestra de gran agitacion, el romano levanté tres dedos de su enorme mano, el pulgar y los dos que le siguen, y los dirigié hacia su noble oponente. Des- pués se sent6 mirando al auditorio, muy orgulloso de si mismo y de su rica tunica Sin duda, todos lo admirarian. A continuacién, e! sabio griego, con toda solemnidad, alz6 la palma de la mano, la mantuvo abierta dirigiéndola hacia todos los presentes y, muy sereno se sent6. La respuesta no se hizo esperar. El bravuc6n salt6 precipitadamente de su asiento, le- vanté su herculeo brazo y mostré el puho, cerrandolo con fuerza. Parecia dispuesto a enfrentarse al mundo entero. Y asi concluy6 la feliz actuacion del rustico romano. En la tribuna de los sabios griegos habia juristas, filasofos, mateméaticos, drama- turgos, estadistas...; todos ellos esperaban el veredicto que habia de pronunciar el erudito griego que habia sido seleccionado para la contienda. Este, tras unos momentos de reflexién declaré: “Los romanos si merecen nuestras leyes, no se las niego”. ;Roma estaba salvada! El debate entre los “sabios” habia concluido, mas para el pueblo habia sido un tanto misterioso, asi que todos estaban ansiosos de conocer el meollo de la cuesti6n. Los griegos, respetuosamente, se congregaron en torno al sabio y le rogaron que les descifrase el significado de sus mensajes. - Como habéis podido ver, yo he alzado e! dedo indice para significar que hay un solo Dios. El romano entonces ha mostrado tres dedos, afirmando que se manifiesta en tres personas distintas. Satisfecho con su respuesta, he seguido en la misma linea y le he mostrado la palma de la mano, indicando asi que todo esta sometido ala voluntad divina. Y él, alzando el pufio, ha corroborado mi aserto diciendo que efectivamente Dios tiene el mundo en su poder. Asi pues, viendo su saber y su buen juicio, he concluido que el pueblo romano merece regirse por leyes. También los romanos se reunieron en torno a su representante y, muy intrigados, le preguntaron en qué habia consistido la disputa. - Muy sencillo —dijo él con orgullo-. El griego ha empezado por amenazarme, dicién- dome que queria sacarme un ojo con su dedo. Yo no podia quedarme atras, asi que le he dicho que yo le sacaria a él dos ojos y que le iba a romper todos los dientes con mi pulgar. Entonces, ya lo habéis visto, ha hecho ademén de darme una buen, bofetada con su palma abierta, jA micon esas...! Sin pensarlo mas, he levantadg el pufo para decirle que le iba a dar tal puhetazo que se acordaria de mi todos los dias de su vida. Asi que el muy tonto, cuando ha visto que tenja la pelea Perdids ha dejado de amenazarme y se ha refugiado entre los suyos. ‘ El burlén del Arcipreste cierra su historia con un dicho popular que parece “veri, muy a cuento”. Mala palabra no hay, sino es mal entendida. ‘wed Sen» - ea a

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