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Por
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Facultad de Educación
Medellín
“El Elemento Religioso en la Literatura Antioqueña del Siglo XIX”
James Joyce
Tanto es así que entre mediados del siglo XIX y del XX en Antioquia era usual
encontrar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús exhibida en los hogares y sitios de
trabajo de ricos y pobres por igual, y más concretamente en el interior de cada
habitación, como símbolo general de esta realidad, como lo demuestran muchísimas
fotografías de aquel entonces recopiladas por Patricia Londoño Vega en su tesis
doctoral (2).
Kurt Levy, estudioso canadiense de la obra de Carrasquilla, afirma que las páginas de
este autor antioqueño rinden una documentación amplia y apta de temas como las
supersticiones, fiestas y devociones, así como de las características del cristianismo
antioqueño, permitiendo conclusiones acertadas sobre el alma de Antioquia. Anota
además, que sus obras son testimonio de su respeto por la religiosidad genuina y de
su hambre espiritual que prefería esconder bajo la corteza de la sonrisa escéptica, y
de manera contundente comenta que sin lugar a dudas, para Tomás Carrasquilla, la fe
y el misterio eran una “necesidad del corazón”. (1)
En esta misma obra, La religiosidad de la antigua Antioquia a través de la Obra de
Tomás Carrasquilla, Kurt Levy le escribe a su autor, el Padre Huberto Restrepo, una
carta introductoria diciéndole: “No cabe la mínima duda que la religiosidad popular es
un factor orgánico del medio ambiente americano que sigue ocupando un lugar
prominente en la tierra de don Tomás. Antonio Gómez Restrepo destaca el “acendrado
espíritu religioso” entre las características del antioqueño, mientras que don Marco
Fidel Suárez acentúa su “aquilatada religiosidad”. Asimismo Gregorio Gutiérrez
González rinde, en los comienzos de las letras antioqueñas, su homenaje conmovedor
a aquella “oración pura y sencilla”…
La carta escrita por Kurt Levy, cita una cuarteta donde se señala la honda
preocupación universal de Antíoco por este mismo fenómeno:
También en la “presentación” de este libro del padre Huberto, realizada por un obispo
auxiliar de Manizales, Samuel S. Buitrago, es claro el mismo propósito:”Desentrañar el
alma religiosa de la gran Antioquia, conservada en sus obras por el más genial
exponente literario de la raza antioqueña, Tomás Carrasquilla, para que el
descubrimiento sirva de acertado diagnóstico al pasado y presente de nuestra
religiosidad, y de proyección hacia el futuro”. (pp13)
Aunque mi objetivo e intención particular puede coincidir en muchos aspectos con esta
obra citada anteriormente, en mi caso no se tendrá como punto de referencia sólo a
don Tomás, sino, de una forma más exclusiva, pero a la vez más extensa, la
compilación bien lograda por Juan José Molina en su obra” Antioquia literaria”
Las compilaciones realizadas por Juan José Molina servirán a manera de ejemplo y de
verificación de dicho propósito, a las cuales estaré haciendo constantemente alusión
para ilustrar esta realidad; entre las obras seleccionadas que reúnen elementos
relacionados con este tipo de análisis se pueden referenciar las siguientes:
“la oración”, Pascual Bravo, “Patria y Fe”, Arcesio Escobar, “Luto nacional”,
Antonio María Hernández, “Caída del hombre y su rehabilitación”, Juan Esteban
Zamarra, “A María”, Ricardo López, “La mujer” , José Mario Faciolince, “A mi
Madre”, Agripina Montes del valle, “La Virgen y la madre”, Pedro Estrada “una
trenza de pelo”, Antonio María Restrepo, Canuto Restrepo Manuel,
“Impresiones en Jerusalén”, Posada Arango Andrés, “Páginas de viaje”,
Jaramillo F. Aureliano, “Noche buena”, López C. Ricardo, “A María”, Restrepo
Vicente, “Las penas de un alma”, Vélez Baltasar, “O sufrir o morir (plegaria de
un ciego)”, Mejía Epifanio, “La Paloma del arca”, Escobar Arcesio, “La poesía
religiosa”, Carvallo Luciano, “La revelación”, Uribe Benito, “La caridad
(Discurso pronunciado en la Sociedad Católica de Medellín”, Botero U.
Alejandro, “Discurso pronunciado en las exequias del ilustrísimo señor obispo
José Joaquín Isaza”, Restrepo I. Guillermo, “Discurso pronunciado en la
Sociedad Católica de Medellín en la sesión solemne del 19 de marzo de 1877”.
(3)
Comenzando por el primer prólogo del libro, a cargo del profesor Jorge Alberto
Naranjo, ya este logra vislumbrar e identificar varios elementos relacionados con mi
presente intención; dice que la compilación de Molina es “una ventana espacio-
temporal para asomarse a la vida cotidiana, a las mentalidades y costumbres del siglo
XIX… por sus páginas desfilan…los ritos y las creencias de Antioquia la Grande”,
anota demás: ”esta rica colección construye una verdadera fisionomía espiritual del
pueblo antioqueño”.
Pues justamente será ahí donde centraré mi atención, en la estructura religiosa que se
encuentra internalizada o personalizada en el antioqueño del común y que fácilmente
se puede percibir en muchas de las obras recopiladas por Molina en su texto
“Antioquia Literaria” que abordaré a continuación:
En esta misma función redentora, en Molina hay otro aspecto realmente indiscutible
propio y profundamente arraigado y venerado en el pueblo antioqueño; y es la figura
de María y su exaltación por el género femenino, explícitamente se encuentran cuatro
títulos que mencionan este hecho: “A María” de Ricardo López, “La mujer” de José
Mario Faciolince, “A mi Madre” de Agripina Montes del valle, y “La Virgen y la
madre” de Pedro Estrada. En todas estas obras queda realmente esclarecido el papel
esencial y la devoción tan popular que se expresaba por la Virgen María.
En un ensayo de Edison Neira Palacio llamado “La región como tema y contexto
intelectual en Tomás Carrasquilla”, se puede encontrar un fragmento realmente
contundente que confirma esta devoción: “En frutos de mi tierra, Tomás Carrasquilla
hará visible un interior de camándula, bastante sobrio, en el que la Imagen de Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro supera al médico que trata al enfermo Martín Gala. No
sólo en las iglesias reposaban los y las Santas patronas de los barrios. Todas las
instituciones públicas y aún las fábricas construyen altares y habilitan espacios
interiores y exteriores para las imágenes religiosas. La virgen del Carmen, protectora
de los choferes, se perpetuaría en cada bus de servicio público, al tiempo que
representada en el escudo municipal, sobre un castillo que Medellín nunca tuvo,
Nuestra Señora de la Candelaria, con una antorcha encendida y con el niño en los
brazos, se constituía en icono oficial de la ciudad.
En estas páginas se expone de una manera muy completa los nombres de estas
asociaciones y sus funciones particulares; entre estas se mencionan las siguientes:
“Congregación de Obreros de San José, Asociación del sagrado Corazón de Jesús, La
Sociedad Católica, Congragación Hijas de María, Juventud Católica, Asociación social
Católica y la Congregación Mariana de la Inmaculada”.
Iniciando este mismo texto se dice que “así fue como la religión llegó a ser un
referente cultural común bajo el amparo de un fuerte respaldo político, de este modo la
Iglesia se expandió por medio de un gran número de comunidades religiosas y
asociaciones devotas, con lo cual se prestó cohesión y estabilidad a la sociedad
antioqueña” (p31)
Todos estos datos encontrados nos llevan a una misma conclusión, a manera de
síntesis expresada en las palabras mismas de José María Torres Caicedo: “El
Estado de Antioquia es esencialmente religioso, y prefiere las ceremonias
religiosas a los bailes y espectáculos” (1857) y James Parsons: “En un punto de
piedad y devoción, los antioqueños van adelante… La ocurrencia frecuente de
nombres bíblicas de lugares, tales como Belén, Betulia, Jerico, Líbano, Palestina
y Antioquia mismo confirman lo anterior” (7)
Realmente era algo tan arraigado e incrustado en lo más profundo del ser del
antioqueño, que nada ni nadie lo podía separar de ese convencimiento o certeza
absoluta, ni siquiera las más grandes dificultades o incluso la misma muerte
conseguían renegar de aquello. En el texto de Molina se puede dar perfectamente
cuenta de este enigmático hecho, por ejemplo en “Las penas de una alma”, de
Vicente Restrepo se encuentra creo que uno de los más grandes testimonios de
aquella fe vivida, sufrida, probada, pero a la vez aumentada hasta el punto de no llegar
a temer ni siquiera a la misma muerte, aquí el autor, quien es el esposo de la sobrina
del moribundo presbítero Manuel Tirado Villa, narra los últimos momentos vividos al
lado del valiente sacerdote a quien se le ve padeciendo el penoso y doloroso proceso
de un cáncer en la lengua de una manera anormal, a la vez sorprendente para otros,
pero seguramente sobrenatural, hasta el punto de terminar la narración con una
descripción estremecedora de fe viva: “El cadáver del justo reposaba sobre el lecho
del dolor. Su cabeza estaba en la misma actitud en la que descansaba la cabeza de
Cristo en las rodillas de su Santa Madre, en el cuadro que sus ojos habían
contemplado pocas horas antes con anhelante amor. La parte baja de su cara y el
ángulo de la barba mostraban una rara semejanza con el hermoso rostro de aquel
divino señor”. (Medellín, 1869) (pp309)
En este mismo contexto se encuentra una poesía de Baltasar Vélez, titulada “Plegaria
de un ciego: ¡o sufrir o morir!”(dedicada exclusivamente al propio compilador de la
obra, Juan José Molina), que retrata de forma similar la situación que se viene
desarrollando, en su estrofa número diez:
“El dolor es un bien: es una prueba;
Pero tal vez, lo más contundente, es un relato a manera de testimonio, o tal vez pueda
ser perfectamente una crónica, realizada por Demetrio Viana donde expone y
describe la crueldad de la guerra vivida entre liberales y conservadores en el año de
1876, llamada “Una noche de angustias” , crueldad representada al extremo a
través de la muerte de uno de los hijos del protagonista que se encontraba en
combate, irónicamente el día del cumpleaños de otra de , pero lo más absurdo e
insólito, pero a la vez lo más impactante, es su fe, su fortaleza su religiosidad que allí
no se queda en teorías sino que se expresa hermosamente en realidad:
“Yo arrojé sobre el féretro de mi hijo la primera palada de tierra, y entoné, con los
circunstantes, el Credo. ¡Esta profesión de fe hecha al borde mismo de la tumba, en
presencia de los despojos de la muerte, delante de lo desconocido que se abre para
recibir un cadáver, y se cierra después para devorarlo; esta profesión de fe hecha con
el corazón desgarrado por el dolor, tenía algo de infinitamente tierno, y derramaba en
el alma un suavísimo consuelo y una firmísima esperanza! ¿Qué fuera del
desgraciado sin la fe? Entonces comprendí estas palabras del señor Eugenio Díaz, al
hablar del entierro de Rosa, uno de los personajes de su Manuela:
El pueblo rezaba el Credo en voz alta y era sublime oír aquel “creo en la Resurrección
de la carne y en la Vida Eterna”, pronunciado delante de los sepultureros…” (p419)
Es así como de esta manera se ha logrado dar un vistazo al siglo XIX de la literatura
antioqueña y se ha podido descubrir a la religión como algo muy sagrado, esencial y
vital para sus vidas, hasta el punto de poder decirlo, parafraseando el epígrafe de este
ensayo, que los antioqueños “tenían la fe en sus ovarios, es decir, en sus entraña, en
lo más íntimo y profundo de cada ser”,
BIBLIOGRAFÍA
(3) Molina Juan José, Antioquia Literaria. Medellín, Imprenta Departamental 1998.
(7) “El pueblo antioqueño”, Revista Universidad de Antioquia, XXV/ 100, agosto-
octubre, 1950 (pp532)
Mejía Epifanio, “La Paloma del arca”, en Molina Juan José (Compilador),
Antioquia Literaria. Medellín Imprenta Departamental de 1998, (pp466-469)
Escobar Arcesio, “La poesía religiosa”, en Molina Juan José (Compilador),
Antioquia Literaria. Medellín Imprenta Departamental de 1998, (pp483)