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EL STERIO DE LA CASA ROJA

NOVELA DETECTIVESCA
ORIGINAL DE A. M I L N E
Con ilustraciones de Á n g e l D í a z H u e r t a s
CAPITULO I — Y o , desde luego, y como os decía esta m a ñ a -
na —replicó su tía—, no lo entiendo. Llevo en esta
].A SEÑORA STEVEXS SIEXTE MIEOO. casa cinco años, y en ese tiemiJO" no he oído ha-
I RÍASE que todo lo que rodeaba blar j a m á s de la existencia de tal h e r m a n o . Y esto
aquella t a r d e a la Casa Roja in- (|ue <ligo aíjLií soy capaz de sostenerlo donde-
vitaba a dormir la siesta. Las quiera y a la vista de todo el mundo.
abejas p r o l o n g a b a n sus perezo- — P u e s por eso, cuando , oí hablar de ello esta
sos zumbidos m i e n t r a s revolotea- m a ñ a n a a la h o r a del a l m u e r z o —dijo Audrey—,
I)an entre las flores: las palomas irie quedé de una pieza. Como estaba sirviendo y
se arrullaiian suavemente en las tenía que e n t r a r y salir del comedor, no pude en-
altas copas de los álamos. líl rui- t e r a r m e de t o d o ; pero u n a de las veces en que lle-
do de una máquina de segar —el vé el j a r r o de la, leche o la tostada, n o recuerdo
m á s g r a t o de todos los sonidos cuál, charlaban todos del asunto, y el señor M a r k
•cam])estres— oíase a lo lejos, ha- se volvió a mí y me d i j o : ".Audrey, esta t a r d e ven-
ciendo más sabroso ei reposo de drá a verme mi h e r m a n o . L o espero a eso de las
los que descansaban mientras t r a - tres. LL'igale pasar a mi despacho." Y yo, muy
bajaban los otros. serena, c o n t e s t é : " S i , s e ñ o r ; pero en la vida me
l'^ra el momento en que las per- he visto m á s sor])rendida, porque yo ignoraba que
sonas, cuya obligación es a.tender tuviese h e r m a n o s !" "l'ls mi h e r m a n o el de A u s -
a la comodidad ajena, disponen de una corta t r e - tralia".^ d i j o ; ,se me olvidaba este detalle: de
gua p a r a el propio e s p a r c i m i e n t o ; y en el gabi- /Australia.
nete del ama de llaves, Audrey, la doncella, la — E s muy posible que en A u s t r a l i a sí haya esta-
a p r o v e c h a b a a toda prisa p a r a a d o r n a r de n u e - do —replicó la señora Steven,s—. D e eso no pue-
vo su sombrero, sin que dicha t a r e a l o g r a r a in- do responder, porque no conozco ese p a í s ; pero...
terrum|)ir su conversación con su tía, cocinera lo que es aquí, digo y repito que no ha estado
V ama de llaves del señor Ablett, dueño de la nunca, por lo menos en el tiempo que yo llevo
casa, y soltero ])or añadidura. en la c a s a : cinco años cumplidos.
—,: Ks i)ara gustarle más a Joe ? — p r e g u n t ó con A u d r e y se sonrió y continuó la conversación:
plácido acento, m i r a n d o al sombrero, la .señora — ¡ S í , hace quince años que f a l t a . . . ! Ivl señor
Stevens. M a r k se lo dijo así al señor Cayley. j Quince
-Audrey asintió con un movimiento de cabeza. años !" Y lo dijo al p r e g u n t a r l e el señor Cayley
Cogió un alfiler ()ue retenía e n t r e los dientes, U) (lue cuánto tiempo había estado ausente de Ingla-
jjrendió en el sombrero y d i j o : t e r r a su h e r m a n o . El señor Cayley algo sabía,
—.A él le gusta que lleve siempre alguna nota porque yo le oí hablar de ello con el señor P)ever-
color de ro.sa. ¿ Sabes ? ley; lo que ignoraba, era el tiempo que faltaba
—Veamos, también a mí —replicó su tía—. Xo de este país. ¿ Lo entiende usted ? Y por eso se
vayas a, creerte que es él la úr.ica persona de lo p r e g u n t ó al señor M a r k .
buen gusto. —-¡ P e r o si yo no me refiero a los quince años,
— Bueno, pero todo e! mundo no muestra pre- mujer ! Y o no hablo más que de lo (¡ue sé, por-
ferencia por este color —dijo Audrey, contem- que me consta. Y puedo j u r a r que n i n g ú n her-
Ijlando con aire pensativo el modelo que sostenía mano del señor ha puesto los ])ies en esta casa
su mano derecha—. Resulta elegante, ¿ v e r d a d ? en cinco años desde Penteco.stés. .En cuanto a, si
— Por lo menos, a ti te sentará bien. Como todo ha estado o no en A u s t r a l i a . . . ¡sus razones ha-
lo que te pones, por supuesto. Lo mismo me ocu- brá tenido p a r a ir allá !
r r í a a mí cuando tenía tu edad. Claro que a h o r a —¿ Q u é razones ?
lirocuro no llamar la atención con demasiados co- — l i s o no del)e de i m p o r t a r t e a ti. A'o, que des-
lorines, y eso que me conservo mejor que muchas. de la m u e r t e de mi pobre h e r m a n a vengo siendo
Desde luego, nunca he pretendido ser lo que no una madre p a r a ti, te digo, Audrey, que cuando
era. ¿ Ten.go cincuenta y cinco años ? Pues eso le im caballero se m a r c h a a Australia es porque
digo a todo el mundo, ¡cincuenta y cinco... ! tiene razones que le obligan a ello. Y cuando ,se
— Pero ¿no eran cincuenta y ocho, t i í t a ? queda en A u s t r a l i a quince años sin venir por
— L o decía como u n supuesto —replicó con aquí, como ha dicho el señor M a r k , y como a mí
gesto digno la señora Stevens. me consta de cinco años a esta parte, es por(|ue
.'Audrey enhebró una aguja, extendió las manos tiene motivos p a r a no venir. A h o r a que una chi-
p a r a contemplar con aire crítico sus uñas y, al ca decente, como lo eres tú, no debe meterse a
fin, empezó a, coser. p r e g u n t a r qué razones son ésas.
—Cuidado que es e x t r a ñ o lo í|ue ocurre con, el —^Algún lío en que se e n c o n t r a r í a —dijo A u -
h e r m a n o del señor ATark —dijo mientras cosía—. drey tranquilamente—. E n la m e s a estaban dicien-
M i r a que no verle en c|uince años... do que había sido un loco. Deudas, por lo visto.
Blanco y Negro (Madrid) - 06/07/1924, Página 29
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