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dispositivo de la sexualidad?
Ensayo
“Y allí donde nosotros vemos hoy la historia de una censura difícilmente vencida, se
reconocerá más bien el largo ascenso, a través de los siglos, de un dispositivo
complejo para hacer hablar de sexo para afincar en él nuestra atención y cuidado,
para hacernos creer en la soberanía de su ley cuando en realidad estamos
trabajados por los mecanismos de poder de la sexualidad”
– (Foucault, 1977: 192)
No obstante, algunos meses más tarde tras la lectura del primer tomo de la
Historia de la sexualidad—cuya primera publicación fue en 1976, escrito por
Michel Foucault (Francia, 1926-1984) —mi concepción acerca del libro de
Beauvior, dio un giro rotundo.
Aunque las dos obras que servirán como herramienta para el desarrollo del trabajo
no son del todo contemporáneas, lo que se pretende es hacer un análisis teórico
bajo la idea de que las premisas propuestas por Simone de Beauvior—
centrándonos en el capítulo uno de la primera parte de El segundo sexo: Los
datos de la biología—, obedecen a una de las tantas variaciones discursivas en el
dispositivo de la sexualidad a su vez relacionado con el poder y la necesidad de
encontrar la verdad, enraizados en la mentalidad Occidental desde la Edad Media,
como lo indica Foucault.
Nos remontamos entonces al siglo XIV. Para aquel momento los discursos sobre
el sexo ya estaban anclándose de manera definitiva en la vida del hombre
occidental por medio de la confesión, herramienta de dominación impuesta por la
pastoral católica. Es el espacio para la revelación y absolución de todos los
pecados pero el lugar central lo ocupa la carne, considerada principio de cada una
de estas faltas.
Los siglos posteriores encontraron una hipócrita imposición, por parte de los
miembros pertenecientes a las instituciones de poder, de censura sobre el tema
de la sexualidad y simultáneamente el ansia de los mismos por escuchar cada vez
con más rigurosidad lo que los individuos tenían para contar al respecto. Situación
que se afianzó en el siglo XVII con la Burguesía victoriana, punto que Foucault
señala como el primer quiebre de esta historia.
Al igual que las prohibiciones sobre los vocablos (con el fin de neutralizarlos para
hacerlos moralmente aceptables) los discursos sobre el sexo se multiplicaron
como respuesta a la creciente necesidad de comunicar cualquier deseo ya no sólo
en el espacio de la confesión sino con quien fuera (Foucault, 1977: 29).
Prohibición, inexistencia y mutismo son los tres ejes en torno a los cuales el poder
sitúa la sexualidad. El único lugar propicio para tales temas es la alcoba de los
padres, los niños carecen de sexo y las zonas de tolerancia son el burdel y el
manicomio.
Pero el saber sobre el sexo— regido por el derecho canónico, la pastoral cristiana
y la ley civil— sigue siendo deseado en tanto es necesario para las instituciones
de poder para afianzar su régimen de represión. Tal poder, se centra en el cuerpo
como máquina, su educación, o más bien domesticación, para su integración
segura y eficaz al aparato económico y social (Foucault, 1977:168)
Con el tránsito del siglo XVIII al XIX, segundo punto de inflexión de esta historia,
se dio una extraordinaria explosión discursiva, mediante la cual el sexo invadió
todos los campos de estudio: la demografía, pedagogía, y medicina, fuero los
principales ejes controladores y productores del discurso científico de la
sexualidad. Sucede algo curioso en esta época, la pareja heterosexual,
denominada pareja legítima, deja de ser el foco de atención y la lente se sitúa
sobre las sexualidades periféricas 1. Y aunque el discurso de la sexualidad cambia,
la confesión sigue siendo herramienta clave para revelar el secreto del sexo; así,
por ejemplo, se implantó en las clínicas el hacer hablar a los sujetos acerca de su
sexo y sobre su verdad se realizaba una interpretación, a través de la cual se
pretendía llegar a enunciados científicos.
Y este denso conjunto de ideas, que habían venido siendo gestada en todo el
proceso de cambio del dispositivo de la sexualidad, aparece de manera explícita y
acumulada en el texto de Beauvior. A continuación se intentará ilustrar con
fragmentos del capítulo Los datos de la biología, los aspectos propios de tal
proliferación discursiva, mencionados anteriormente.
1
Con sexualidades periféricas Foucault hace referencia a todas aquellas que, los campos
investigativos consideran, se salen de la “normalidad sexual” y son bautizadas con nuevos nombres:
disforia de género, homosexualidad, hermafroditismo, entre muchos otros.
en tanto tienen efectos sobre todo el cuerpo social y su funcionamiento. (Foucault,
1977: 128)
Por su parte la pedagogía, cuyo blanco directo eran los niños “seres sexuales
<<liminares>>, más acá del sexo y ya en él (…)” (Foucault, 1977:127), no es un
aspecto fácilmente identificable en el capítulo de Beauvior que está siendo
utilizado para el presente ensayo. Sin embargo, sí se pueden observar brotes si no
de negación de la sexualidad en los niños, de afirmación de su existencia pero
como algo fuera de lo normal. Dice Beauvior que:
Anomalías en el sexo de los niños, es una cuestión de carácter más médico que
pedagógico. Pero se puede ver con claridad la necesidad de cargar la sexualidad
de los niños de tabúes, procurar callarla, invisibilizarla.
Nótese en ello, que se hace referencia a hombres y mujeres que ya han pasado
por el proceso de desarrollo. A los niños y niñas no les pertenece tal condición, no
caben dentro de las definiciones anteriormente expuestas.
Sería erróneo pensar que la minuciosa explicación de Beauvior para justificar los
cambios— principalmente anímicos y malestares del cuerpo— que ocurren
durante la menstruación, suprime la idea de enfermedad. Al contrario, la
explicación etiológica justifica que tal fenómeno quepa en la categoría de
patología pues ciertamente se considera que se está fuera de las márgenes de lo
normal. En torno a aquellos dos polos es que gira el discurso médico: lo que no es
normal, no tiene otra alternativa diferente a calificar como patológico.
Pero hay que hacer salvedad: más que tratarse de la represión del sexo a través
del discurso, el dispositivo de la sexualidad cumple con la labor de producir la
sexualidad (Foucault, 1977:139), producirla en todas sus formas, mediante todos
los capos del saber, a través de los discursos, que a su vez pretenden contribuir a
una teoría general del sexo para descifrar ese oscuro misterio: enunciar lo
prohibido, lo permitido, lo normal, lo anormal, conocer las conductas, funciones,
sensaciones, entre mucho otros elementos.
Beauvior, al igual que todos nosotros, somos víctima de lo que consideramos el
derecho a encontrar y conocer lo que cada uno es y lo que puede llegar a ser
(Foucault, 1977:176). En el capítulo utilizado, Beauvior nos lleva por un recorrido
desde la pubertad hasta la menopausia, describe minuciosamente los procesos
anatómicos que ocurren el cuerpo, cuerpo que reconocer como forma de asidero
en el mundo y cuerpo enajenado en el desarrollo de tales procesos.
Se conoce, difunde tal discurso y así da a conocer a las demás mujeres también lo
que en ellas sucede, lo que ellas son. Beauvior hace parte de las razones por las
que la humanidad se glorificó finalizando el siglo XX de la represión ejercida sobre
la sexualidad, pero la verdad es que como se expuso, la difusión y producción de
los discursos son las que generan la existencia del dispositivo. El deseo de
conocer el sexo, es fruto del proceso que se ha venido desarrollando, “no hay que
creer que diciendo que sí al sexo se diga que no al poder; se sigue, por el
contrario, el hilo del dispositivo general de la sexualidad” (Foucault, 1977:191) Ahí
reside la fuerza del dispositivo, nos hace creer que conseguimos liberarnos de la
opresión cada vez que enunciamos con mayor rigurosidad lo que concierne al
sexo, pero la verdad es que hacemos las veces de herramienta fundamental para
que se perpetúe.
REFERENCIAS
Foucault, M. (2013). La historia de la sexualidad: La voluntad del saber (Vol. 1). Bogotá, Colombia:
Siglo veintiuno editores.