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El discurso de Simone de Beauvior ¿revolución o prolongación del

dispositivo de la sexualidad?
Ensayo

“Y allí donde nosotros vemos hoy la historia de una censura difícilmente vencida, se
reconocerá más bien el largo ascenso, a través de los siglos, de un dispositivo
complejo para hacer hablar de sexo para afincar en él nuestra atención y cuidado,
para hacernos creer en la soberanía de su ley cuando en realidad estamos
trabajados por los mecanismos de poder de la sexualidad”
– (Foucault, 1977: 192)

La autodeterminación del individuo, infranqueable hecho de la condición humana,


se consolida en un juego de relaciones con el interior y el exterior donde la
corporeidad y la infinidad de esferas sociales son fundamentales para que,
progresivamente, se dé paso a la construcción del yo. En este proceso de
búsqueda de lo propio, el hombre construye discursos para entender el mundo y
situarse en relación con los sujetos, objetos y condiciones, relación mediante la
cual se direcciona su vida. En occidente, tal discurso, vínculo entre el sujeto y su
exterior, es el discurso de la ciencia.

El presente ensayo nace de la curiosidad despertada inicialmente en un aula de


clases mientras la profesora de español habla a veinticuatro estudiantes acerca de
la segunda ola del feminismo y una de sus más reconocidas expositoras: Simone
de Beauvior (Francia, 1908-1986) nombre, para algunas, familiar. El tema central:
la configuración de la lucha contra la opresión patriarcal. Su muchas veces
nombrado libro El segundo sexo, publicado por primera vez en 1949, me generó
tal entusiasmo que decidí leer directamente algunos apartados, pero el resultado
no fue del todo satisfactorio. Más allá de la controversia que generó en la época, a
los ojos de una lectora inexperta pero con un siglo de ventaja, sus postulados,
aunque muchas veces interesantes, pueden resultar ambiguos.

No obstante, algunos meses más tarde tras la lectura del primer tomo de la
Historia de la sexualidad—cuya primera publicación fue en 1976, escrito por
Michel Foucault (Francia, 1926-1984) —mi concepción acerca del libro de
Beauvior, dio un giro rotundo.
Aunque las dos obras que servirán como herramienta para el desarrollo del trabajo
no son del todo contemporáneas, lo que se pretende es hacer un análisis teórico
bajo la idea de que las premisas propuestas por Simone de Beauvior—
centrándonos en el capítulo uno de la primera parte de El segundo sexo: Los
datos de la biología—, obedecen a una de las tantas variaciones discursivas en el
dispositivo de la sexualidad a su vez relacionado con el poder y la necesidad de
encontrar la verdad, enraizados en la mentalidad Occidental desde la Edad Media,
como lo indica Foucault.

Para ello se hará inicialmente una breve síntesis cronológica de la propuesta de


Foucault acerca de la transformación y el área particular a la que colabora dicho
cambio en el discurso de la sexualidad. A medida que avance me detendré para
explicar de manera más amplia los argumentos, previamente seleccionados, que
conciernen directamente al tema central del ensayo y estos serán contrastados
con algunos de los enunciados presentes en el apartado de la obra de Beauvior.
Lo que se pretende con esto es evitar que las tres ideas básicas sean
mencionadas sin más y así dar a entender al lector que aparecen en un contexto
determinado y obedecen a un cambio paulatino en el discurso de la sexualidad.
Finalmente, se podrá ratificar o contradecir la tesis del presente ensayo.

Nos remontamos entonces al siglo XIV. Para aquel momento los discursos sobre
el sexo ya estaban anclándose de manera definitiva en la vida del hombre
occidental por medio de la confesión, herramienta de dominación impuesta por la
pastoral católica. Es el espacio para la revelación y absolución de todos los
pecados pero el lugar central lo ocupa la carne, considerada principio de cada una
de estas faltas.

Los siglos posteriores encontraron una hipócrita imposición, por parte de los
miembros pertenecientes a las instituciones de poder, de censura sobre el tema
de la sexualidad y simultáneamente el ansia de los mismos por escuchar cada vez
con más rigurosidad lo que los individuos tenían para contar al respecto. Situación
que se afianzó en el siglo XVII con la Burguesía victoriana, punto que Foucault
señala como el primer quiebre de esta historia.
Al igual que las prohibiciones sobre los vocablos (con el fin de neutralizarlos para
hacerlos moralmente aceptables) los discursos sobre el sexo se multiplicaron
como respuesta a la creciente necesidad de comunicar cualquier deseo ya no sólo
en el espacio de la confesión sino con quien fuera (Foucault, 1977: 29).
Prohibición, inexistencia y mutismo son los tres ejes en torno a los cuales el poder
sitúa la sexualidad. El único lugar propicio para tales temas es la alcoba de los
padres, los niños carecen de sexo y las zonas de tolerancia son el burdel y el
manicomio.

Pero el saber sobre el sexo— regido por el derecho canónico, la pastoral cristiana
y la ley civil— sigue siendo deseado en tanto es necesario para las instituciones
de poder para afianzar su régimen de represión. Tal poder, se centra en el cuerpo
como máquina, su educación, o más bien domesticación, para su integración
segura y eficaz al aparato económico y social (Foucault, 1977:168)

Un siglo más tarde toda la producción de discursos ya no es un asunto eclesial


sino del Estado. Y nace lo que el autor denomina una tecnología del sexo,
destinada a dar soporte a investigaciones y análisis teóricos, a su característica
moral se le anexa la necesidad de que sea racional, el sexo se reglamenta y la
población (o más bien sus conductas sexuales) se convierten en la preocupación
central. Y en este punto comenzó a tomar fuerza una nueva forma de poder: aquel
centrado en el cuerpo-especie, el bio-poder, el cual cogió fuerza hacia principios
del siglo XIX. Esta nueva técnica dotó a los individuos de cuerpo, cuerpos
cuidadosamente insertados en los grandes sistemas de producción.

Con el tránsito del siglo XVIII al XIX, segundo punto de inflexión de esta historia,
se dio una extraordinaria explosión discursiva, mediante la cual el sexo invadió
todos los campos de estudio: la demografía, pedagogía, y medicina, fuero los
principales ejes controladores y productores del discurso científico de la
sexualidad. Sucede algo curioso en esta época, la pareja heterosexual,
denominada pareja legítima, deja de ser el foco de atención y la lente se sitúa
sobre las sexualidades periféricas 1. Y aunque el discurso de la sexualidad cambia,
la confesión sigue siendo herramienta clave para revelar el secreto del sexo; así,
por ejemplo, se implantó en las clínicas el hacer hablar a los sujetos acerca de su
sexo y sobre su verdad se realizaba una interpretación, a través de la cual se
pretendía llegar a enunciados científicos.

Y este denso conjunto de ideas, que habían venido siendo gestada en todo el
proceso de cambio del dispositivo de la sexualidad, aparece de manera explícita y
acumulada en el texto de Beauvior. A continuación se intentará ilustrar con
fragmentos del capítulo Los datos de la biología, los aspectos propios de tal
proliferación discursiva, mencionados anteriormente.

En primer lugar, el aspecto demográfico. La necesidad de una rigurosa


cuantificación: tasas de natalidad, mortalidad, fecundidad, entre otras. Índices que
se convierten en necesarios para dar un mayor peso científico a los discursos,
indicadores capaces de dar datos verídicos e irrefutables: “En la humanidad, como
en la mayor parte de las especies, nacen aproximadamente tantos individuos de
uno como de otro sexo (100 niñas por 104 niños)(…)” (Beauvior, 2013: 36) “antes
de la pubertad, mueren aproximadamente tantos niños como niñas; desde los
catorce hasta los dieciséis años, mueren 128 niñas por cada 100 niños, y entre los
dieciocho y veinte años, 105 muchachas por cada 100 muchachos” (Beauvior,
2013:38).

Ahora bien, la aparición de la población como preocupación central del Estado y la


urgencia por delimitarla a través de los datos ya mencionados, no apunta
únicamente a un ejercicio de conocimiento de la misma, es más bien una
herramienta de dominio. La socialización de las conductas procreadoras, no es
otra cosa sino la imposición de normas fiscales y políticas de resposabilización,
determinadas a través de aquellos indicadores y la necesidad de aumentar,
disminuir o controlar las tasas de fecundidad, natalidad, las conductas sexuales,

1
Con sexualidades periféricas Foucault hace referencia a todas aquellas que, los campos
investigativos consideran, se salen de la “normalidad sexual” y son bautizadas con nuevos nombres:
disforia de género, homosexualidad, hermafroditismo, entre muchos otros.
en tanto tienen efectos sobre todo el cuerpo social y su funcionamiento. (Foucault,
1977: 128)

Por su parte la pedagogía, cuyo blanco directo eran los niños “seres sexuales
<<liminares>>, más acá del sexo y ya en él (…)” (Foucault, 1977:127), no es un
aspecto fácilmente identificable en el capítulo de Beauvior que está siendo
utilizado para el presente ensayo. Sin embargo, sí se pueden observar brotes si no
de negación de la sexualidad en los niños, de afirmación de su existencia pero
como algo fuera de lo normal. Dice Beauvior que:

En ciertos individuos, la pubertad es anormalmente precoz: puede


producirse hacia los cuatro o cinco años de edad. En otros, por el
contrario, no se declara: el individuo es entonces infantil, padece
menorrea o dismenorrea. Algunas mujeres presentan signos de
virilidad: un exceso de secreciones elaboradas por las glándulas
suprarrenales les da caracteres masculinos. Tales anomalías no
representan en absoluto victorias del individuo sobre la tiranía de la
especie (…) el organismo no se desarrolla más que con el desarrollo
del sistema genital (…)(Beauvior, 2013: 38)

Anomalías en el sexo de los niños, es una cuestión de carácter más médico que
pedagógico. Pero se puede ver con claridad la necesidad de cargar la sexualidad
de los niños de tabúes, procurar callarla, invisibilizarla.

Ya que el organismo sólo se desarrolla de la mano con el desarrollo del sistema


genital—el cual sólo aparece, y por consiguiente también la sexualidad, una vez
llega la pubertad, que suele ocurrir en un rango de edades determinadas, salirse
de aquel rango implica inmediatamente la presencia de una anomalía— los niños
están fuera de este campo, carecen de desarrollo genital y del organismo; son una
suerte de individuos estáticos, inmutables e incluso, se pretende, asexuados. Sin
embargo, tal carácter es transitorio pues se encuentran en potencia de entrar al
misterioso mundo de la sexualidad.
Y aquí entra a jugar otros dos aspectos correspondientes al campo de estudio
médico. Pero antes, es importante aclarar que para la época, el sexo fue
entendido de tres maneras:

a. Lo común al hombre y a la mujer


b. Aquello que al hombre pertenece y de lo que la mujer carece
c. Lo que constituye el cuerpo de la mujer
(Foucault, 1977:185)

Nótese en ello, que se hace referencia a hombres y mujeres que ya han pasado
por el proceso de desarrollo. A los niños y niñas no les pertenece tal condición, no
caben dentro de las definiciones anteriormente expuestas.

En este orden de ideas, para Beauvior el sexo, o más bien la diferenciación


sexual, se convierte en uno de los puntos centrales del triunfo de hombres y la
subyugación de mujeres. Situación evidente al inicio del capítulo en cuestión:

¿La mujer? Es muy sencillo, afirman los aficionados a las fórmulas


simples: es una matriz, un ovario; es una hembra: basta esta palabra
para definirla. En boca del hombre, el epíteto de «hembra» suena como
un insulto; sin embargo, no se avergüenza de su animalidad; se
enorgullece, por el contrario, si de él se dice: «¡Es un macho!». El
término «hembra» es peyorativo, no porque enraíce a la mujer en la
Naturaleza, sino porque la confina en su sexo (…)(Beauvior, 2013: 35).

Afirmación, en apariencia, cargada únicamente de enfado e irritación, de


indignación. Pero en ella incide de manera directa la tercera definición de sexo
para el siglo XIX, mencionada anteriormente. Veamos: aunque tanto a la mujer
como al hombre, le es reconocida la condición de ser sexuado (bajo los
calificativos de macho y hembra), sólo para la mujer resulta negativo tal
reconocimiento, pero no es en sí el reconocimiento sino la forma en que este se
efectúa, el discurso que se construye alrededor, mediante el cual se enuncia a la
mujer como ser sexuado. La mujer es recluida a su sexo, aquel aislamiento
genera entonces, una esclavización de la mujer a las funciones y el
funcionamiento del mismo, más estrictamente a la reproducción y sus efectos, en
favor del control de esas funciones y por ende, del aparato de poder y el
dispositivo de la sexualidad, encargados de marcar aquellas pautas.

Volviendo a las preocupaciones centrales para la medicina, también presentes en


el discurso de Beauvior, fueron básicamente (a) el estudio, caracterización y
bautizo –guiado por la necesidad de encontrar una explicación verídica, racional,
científica, completa— de todo tipo de sexualidad periférica (amenorrea,
dismenorrea, y un poco antes del anterior fragmento da una pequeña explicación
de lo que corresponde al hermafroditismo) y (b) el estudio del cuerpo de la mujer—
cuerpo que apareció integralmente saturado de sexualidad y fue integrado a las
prácticas médicas bajo la idea de que ello obedece a una patología—(Foucault,
1977:127); aquel estudio ya no hablaba explícitamente de la histerización del
cuerpo de la mujer, enfermedad presente desde la época victoriana, ahora la
preocupación central para la medicina de la época giró en torno a la búsqueda de
la justificación de los síntomas, a partir de los que se solía diagnosticar paroxismo,
por medio del estudio de los cambios y procesos fisiológicos y anatómicos.
Refiriéndose al periodo menstrual, dice Beauvior:

los casos de fiebre menudean; el abdomen se hace dolorosamente


sensible; se observa a menudo una tendencia al estreñimiento, seguido
de diarreas; también suele aumentar el volumen del hígado y producirse
retención de la urea, albuminuria (…)la sangre transporta sustancias
generalmente conservadas en reserva en los tejidos, particularmente
sales de calcio; la presencia de esas sales reacciona sobre el ovario,
sobre el tiroides, que se hipertrofia; sobre la hipófisis, que preside la
metamorfosis de la mucosa uterina y cuya actividad se ve acrecentada;
esta inestabilidad de las glándulas provoca una gran fragilidad nerviosa:
el sistema central es afectado; a menudo hay cefalea, y el sistema
vegetativo reacciona con exageración: hay disminución del control
automático por el sistema central, lo que libera reflejos, complejos
convulsivos, y se traduce en un humor muy inestable; la mujer se
muestra más emotiva, más nerviosa, más irritable que de costumbre, y
puede presentar trastornos psíquicos graves. (Beauvior, 2013:39-40)

Sería erróneo pensar que la minuciosa explicación de Beauvior para justificar los
cambios— principalmente anímicos y malestares del cuerpo— que ocurren
durante la menstruación, suprime la idea de enfermedad. Al contrario, la
explicación etiológica justifica que tal fenómeno quepa en la categoría de
patología pues ciertamente se considera que se está fuera de las márgenes de lo
normal. En torno a aquellos dos polos es que gira el discurso médico: lo que no es
normal, no tiene otra alternativa diferente a calificar como patológico.

Entonces, el dispositivo de la sexualidad continuó su evolución: el desarrollo del


psicoanálisis, la familia como foco de atención, son sólo dos ejemplos de los
cambios discursivos que permitieron el desarrollo de investigaciones en torno al
tema y el incremento de las mismas. Aparecieron (y aparecerán), nuevos
personajes que pretendieron revolucionar tal discurso, pero al igual que Beauvior,
sólo lograron perpetuarlo como herramienta de poder; precisamente porque
“(…)toda la <<revolución>> del sexo, toda lucha <<antirrepresiva>> no
representaba nada más, ni tampoco nada menos—lo que ya era importantísimo—,
que un desplazamiento y un giro tácticos en el gran dispositivo de la sexualidad”
(Foucault, 1977:159) e incluso, me atrevería a decir, a hacer del dispositivo algo
inmortal.

Pero hay que hacer salvedad: más que tratarse de la represión del sexo a través
del discurso, el dispositivo de la sexualidad cumple con la labor de producir la
sexualidad (Foucault, 1977:139), producirla en todas sus formas, mediante todos
los capos del saber, a través de los discursos, que a su vez pretenden contribuir a
una teoría general del sexo para descifrar ese oscuro misterio: enunciar lo
prohibido, lo permitido, lo normal, lo anormal, conocer las conductas, funciones,
sensaciones, entre mucho otros elementos.
Beauvior, al igual que todos nosotros, somos víctima de lo que consideramos el
derecho a encontrar y conocer lo que cada uno es y lo que puede llegar a ser
(Foucault, 1977:176). En el capítulo utilizado, Beauvior nos lleva por un recorrido
desde la pubertad hasta la menopausia, describe minuciosamente los procesos
anatómicos que ocurren el cuerpo, cuerpo que reconocer como forma de asidero
en el mundo y cuerpo enajenado en el desarrollo de tales procesos.

Se conoce, difunde tal discurso y así da a conocer a las demás mujeres también lo
que en ellas sucede, lo que ellas son. Beauvior hace parte de las razones por las
que la humanidad se glorificó finalizando el siglo XX de la represión ejercida sobre
la sexualidad, pero la verdad es que como se expuso, la difusión y producción de
los discursos son las que generan la existencia del dispositivo. El deseo de
conocer el sexo, es fruto del proceso que se ha venido desarrollando, “no hay que
creer que diciendo que sí al sexo se diga que no al poder; se sigue, por el
contrario, el hilo del dispositivo general de la sexualidad” (Foucault, 1977:191) Ahí
reside la fuerza del dispositivo, nos hace creer que conseguimos liberarnos de la
opresión cada vez que enunciamos con mayor rigurosidad lo que concierne al
sexo, pero la verdad es que hacemos las veces de herramienta fundamental para
que se perpetúe.

No se puede negar la polémica figura que representa Beauvior en la lucha


feminista, pero también es claro que su discurso no hubiera sido el mismo si no
obedeciera a una acumulación de procesos y a uno de los tantos cambios
discursivos en aquel enorme aparato de control sobre la sexualidad. El discurso de
Beauvior es fruto de la necesidad, plantada en occidente, de revelar el secreto del
sexo.

REFERENCIAS

De Beauvior, S. (2013). El segundo sexo. Bogotá, Colombia: Editorial DEBOLS!LLO

Foucault, M. (2013). La historia de la sexualidad: La voluntad del saber (Vol. 1). Bogotá, Colombia:
Siglo veintiuno editores.

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