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Cuando fui invitado a dar esta lección magistral se me dieron dos líneas temáticas sobre
la cuáles debería versar la misma: Pensamiento de Inspiración Cristiana, uno de los
principios rectores, no sólo de la escuela de Filosofía, sino de la misma Universidad, de
las cuales, por cierto, como es sabido por todos ustedes, celebramos su 30° aniversario
y, por otro lado, esto debería hacerse desde la perspectiva de la Edad Media.
A simple vista, pareciera ser una tarea sencilla. Sin embargo, si lo analizamos bien, no
es del todo fácil intentarlo. Aunque es verdad que la Edad Media tiene un fuerte sabor
“cristiano”, no se trataba de exponer el lugar común de que este periodo histórico es
esencialmente apegado a la ortodoxia cristiana. El reduccionismo simplista que intenta
presentar el quehacer filosófico medieval como una mera apología de la fe, sin dejar de
ser verdadero en algunos aspectos, desconoce el hecho de que, por ejemplo, no toda
filosofía fue cristiana en esa época, ni que toda filosofía cristiana, en tanto que hecha
por cristianos, fue necesariamente ortodoxa.
En este sentido, baste recordar que el Concilio Provincial de París en 1210 prohibía,
bajo pena de excomunión, la enseñanza pública y privada de la filosofía natural
aristotélica que, si bien es cierto, se refería a ciertos libros atribuidos al estagirita; pero
que eran en realidad procedentes de ciertas alas neoplatónicas; sin embargo, hacia 1215
fueron prohibidos incluso los temas metafísicos, salvando la lógica y la ética. Esa
prohibición fue respaldada en 1245 por Inocencio IV, quien la extendió a Toulouse y
renovada por Urbano IV en 1263 y estuvo vigente hasta 1366. Pues bien, San Alberto
Magno vive de 1193 a 1280 y santo Tomás de Aquino de 1224 a1272; ambos enseñan
en París, ambos estudian a Aristóteles, ambos son reconocidos actualmente como
santos, y ambos lo hacen mientras estaba vigente tanto la pena diocesana como la
pontificia de excomunión. Ejemplo que nos hace ver que ni los más grandes defensores
de la ortodoxia cristiana, en algunas ocasiones, se salvan de flirteos con doctrinas
“aventuradas”.
Por otro lado, se debe evitar en este tipo de presentaciones, a toda costa, el avivar ese
prurito en contra del medioevo que lo tacha como necesariamente oscurantista. El
oscurantismo medieval realmente existente lo encontraríamos en esos tres siglos que
van de la caída del imperio romano hasta el Renacimiento Carolingio. Lapso en el que
no encontramos una producción filosófica importante a excepción hecha de Juan Escoto
Erígena. Sin embargo, este citado “oscurantismo” nada tiene que ver con aquello que
los detractores de este periodo sostienen como tal, sino con una necesidad vital de
supervivencia en un medio social que se hizo riesgoso por sus conflictos y, por ello,
poco apto para la producción intelectual. Pero con la aparición de la paz carolingia,
Europa vuelve a tomar bríos para una serie de producciones, no sólo filosóficas en
particular, sino culturales en general.
El mismo hecho de que nos encontremos hoy reunidos para esta “lección magistral” es
vestigio de ese ritual medieval que se tenía dos veces al año, por pascua y por navidad,
conocido como los quodlibetos y que fuera el origen de muchas de las grandes obras
filosóficas medievales. La edad antigua no conoció esta forma de educación que
llamamos universidad y en la que se producen las grandes sumas. Ésta, es decir, la
universidad como las catedrales, son un producto medieval. Según la tesis de Marcela
Mollis la relación entre espacio y poder se manifiesta abiertamente en ellas. Existe en el
medioevo un lugar en donde se hace patente el poder espiritual: la catedral. Del mismo
modo existe un lugar donde se simboliza el poder que otorga el amor sciendi: la
universidad, que favorece, según ella, protección, privilegio, prestigio y pecunia 1 para
los que se cobijan en su ambiente. Así que, aunque es verdad que en sus inicios la
universidad no se presenta necesariamente como un espacio paralelo de soberanía – no
siempre respetada – frente a la estructura eclesiástica, con el transcurrir del tiempo sí se
convirtió en ello.
1
Cf. Mollis, Marcela, “La medievalización de las universidades actuales y la actualidad de las
universidades medievales” en Actas y comunicaciones, Revista electrónica, Instituto de Historia Antigua
y Medieval, Facultad de filosofía y Letras UBA, Volumen I, 2005
2
Citado por Rüegg y a su vez éste por Mollis, Op. Cit., pág. 2
este autor supone la iniciación a una sociedad especial, minoritaria como el clero, que
exige de suyo una iniciación y una serie de rituales propios y que otorga a quien
pertenece a ella el aura de esas cuatro “p’s”3 que mencionaba Mollis. Por supuesto que
el actual concepto democrático de educación no está presente en las universidades
medievales y no lo estará todavía muchos siglos. El desarrollo de estas dos
microsociedades deberá pasar aún, en los albores de la edad moderna por la aparición de
los gremios que dieron origen después a los sindicatos y, de los cuales, podría suponerse
surge la democratización en términos actuales de la educación.
3
A saber, protección, privilegio, prestigio y pecunia.
nuevos contenidos, ése fue el estilo que permitió a las universidades medievales cumplir
con su labor.
Ahora bien, nos enfrentamos, por otro lado, al problema de las delimitaciones. En mi
práctica docente he tenido que expresar esta complejidad desde la primera lección: No
es fácil determinar desde cuándo podemos hablar de filosofía medieval. Desde un punto
de vista histórico, la invasión de Roma, por los así llamados “bárbaros”, marcaría el fin
de la antigüedad clásica, aunque, desde un punto de vista filosófico, tendríamos que
esperar al rededor 100 años más cuando la Academia de Platón fue cerrada por orden
del emperador Justiniano. Sin embargo, si nos atenemos a esa relación con el fenómeno
cristiano que se ha hecho paradigmática, deberíamos señalar el inicio de la misma con la
propia aparición de ese fenómeno cultural. Valga lo mismo para el caso de los límites
finales. La caída de Constantinopla, la aparición del Renacimiento o la Reforma
Protestante serían los momentos históricos importantes que podrían llegar a poner
término a esta época. En cualquier caso, hablamos de más o menos mil años de historia.
Y aunque hacia el siglo XII y XIII la filosofía europea se enriquece con las aportaciones
del pensamiento árabe y judío que presentan los enunciados aristotélicos como LA
legítima filosofía; sin embargo, estas formas de pensar se encuentran emparentadas, de
una u otra manera, con la filosofía cristiana en el hecho incontroversial de que
comparten entre sí la aceptación de un monoteísmo que presenta como urgente
necesidad la de establecer una sana relación entre fe y razón.
A lo largo de quince siglos este tema es recurrente dentro del horizonte filosófico
europeo. Los primeros cristianos, dada la naturaleza original de este movimiento que es
ante todo una vivencia religiosa, presentan una relación con la filosofía (o de lo que se
llama genéricamente razón en algunos textos) – que es de origen helénico - al principio
no del todo amigable. Por ejemplo, en el siglo I san Pablo propone rechazar la sabiduría
de este mundo4 aunque sostenga a la vez que la razón humana tiene unos derechos que
deben reconocerse.5 Esta concesión paulina no obliga a retirar el sentimiento de
insatisfacción que dejan entrever los padres apostólicos en sus escritos con respecto a la
filosofía.
Sin embargo, poco a poco, las relaciones entre la fe y la razón se hacen menos ríspidas
provocadas, si se quiere, por motivos más pragmáticos que académicos: La necesidad
que tiene el paleo cristianismo de traducirse a las categorías propias del pensamiento
helenístico. “Nunca se hubiera formado un grupo de prosélitos gentiles si éstos no
hubieran sido capaces de entender el idioma utilizado en el culto judío”6 afirma Jaeger
al referirse a la importancia que la lengua griega – y con ella, toda la carga cultural que
suponía – para la propagación del cristianismo. Hacia el siglo II los padres apologetas
“tienen que encontrar una base común con la gente a la que se dirigen a fin de entablar
una verdadera discusión”.7 A veces, esta base común se encuentra en lo puramente
4
I Cor. 1,19
5
Rom. 1,19 ss.
6
JAEGER, Werner, Cristianismo primitivo y paideia griega, Colecc. Breviarios No.182, México, Fondo
de Cultura Económica, 1993. Pág. 16
7
Ibidem, pág. 44
externo como lo demuestra el hecho de copiar el estilo propio que los filósofos
helénicos tienen en su actividad: la predicación ambulante, los dichos, los apotegmas,
etcétera.
8
Conviene recordar que el significado de qoudlibital es “de lo que se quiera”- quod libet – hablar. Esta
forma pedagógica – filosófica surge para otorgar al disertante una libertad mayor en ciertas festividades
para explayarse y defender un punto que no siempre tenía cabida a lo largo del ciclo universitario, pero
que se pensaba era importante compartir con el resto de la comunidad académica.
NOCIONES:
Fe: Es necesario definir, en el sentido de poner límites, a este concepto para evitar la
equivocidad al demostrar la tesis. Esto porque en la práctica se confunde con otro
término relativo; pero que no es idéntico en sentido estricto: el creer. Por una parte, es
verdad, el “creer” puede ser tomado como sinónimo de tener fe y, desde esta
perspectiva “creer” y “tener fe” son lo mismo. Así, por ejemplo, en la frase citada,
Credo ut intelligam, “creo para entender”, credo puede traducirse por tengo fe. Pero, en
sentido estricto, debe evitarse confundir el creer, en tanto que tener fe, como si fuera
sinónimo de sospecha o quizá de opinión al modo como se hace constantemente.
Aunque en el discurso coloquial se pueda yo decir “tengo fe [o creo] que tal alumno
aprobará el curso”, puesto que su aplicación habitual así me lo hace pensar, en este caso,
esta creer se asimila más a la sospecha que a la fe que supone el credo agustiniano.
Pero, es necesario subrayarlo, no es lo mismo sospechar que creer (o que tener fe). Los
tres conceptos mencionados: sospechar, opinión y fe son actitudes frente a la verdad;
pero las dos primeras son de la mente exclusivamente, mientras que la fe es de la mente
y de la voluntad. Volveremos a esto más adelante.
La sospecha (por ejemplo, en la proposición: “yo creo que lloverá”) se define como la
actitud de la mente en la que ésta se inclina hacia una de las partes de la contradicción;
pero sin que se dé el asentimiento.
Por su parte, la opinión es el asentimiento de la mente frente a la verdad; pero con el
temor de que la contradictoria sea verdadera.
Ahora bien, aunque en la práctica toda fe implica la certeza (seguridad) sobre algo, no
puede decirse lo mismo de la conversa simple: “Toda certeza implica fe”. Ya lo anotaba
así santo Tomás de Aquino: “la fe no puede referirse a algo que se ve...; y lo que puede
demostrarse no pertenece a la fe”.9 Esto es así porque la certeza que otorga la fe se
adquiere por un proceso diferente de aquél por el que se concibe la certeza racional.
ESTADO DE LA CUESTIÓN:
Por lo visto en las nociones, nos preguntamos, en esencia, si acaso la certeza obtenida
por la fe se opone con contradicción a la certeza adquirida mediante la razón. Las
posturas al respecto no han sido unánimes a lo largo de la historia de la filosofía.
En la antigüedad:
Platón sostiene que la fe, se acerca más a la (opinión) que al verdadero
conocimiento, dando así origen a la confusión que mencionábamos más arriba entre fe y
9
In sent., III, d.24, q. 2, a. 1
opinión y, a su vez, a la infravaloración de aquélla con respecto a la .10 Para
él, la opinión versa sobre imágenes, no sobre la realidad; la aunque es el grado
más alto de la no logra remontarse a lo inteligible.
10
República, 509 d 6-511 e 5; Timeo, 29
11
Anal. Prior. I 2, 72 a, citado por Lehmann, Karl, pág. 97
12
Idem
13
Cf. LEHMANN, Kart, “Fe”, en Conceptos fundamentales de filosofía, Tomo I, Barcelona, Editorial
Herder, 1978. Págs. 94 - 103
San Agustín, lo hemos visto, nos indica cómo debe ser la relación entre la fe y la razón,
para qué y cómo utilizar nuestra inteligencia: “Creo para comprender y comprendo para
creer mejor”. Inteligencia que se ve enriquecida con el elemento voluntarista que otorga,
por su propia naturaleza la fe. Además del esfuerzo racional que supone la captación de
una verdad, aunque ésta sea eterna, los datos de la fe requieren de la adición de la
voluntad, porque el asentimiento de la mente no se da por razones necesarias, como en
el caso de la certeza intelectual, sino por la aceptación de la fiabilidad que otro me
merece. Por eso, sostiene que credere non potest nisi volens.14 La fe es un momento
individual en ese sentido porque supone el acto humano de decisión en donde se
resuelve el dilema de creer o no creer.
Por eso, la escuela medieval agustiniana, aunque reconoce una relación entre fe y razón,
a la larga termina siempre hablando del “salto de la fe”, salto que en ninguna manera ha
entenderse como en el vacío, sino como un momento de interna decisión que otorga una
seguridad completa. Por ejemplo, en el caso de San Anselmo que considera a la fe
última como el requisito indispensable para iniciar un intento de conocimiento sublime:
Nam et hoc credo: quia nisi credidero, non intelligam.15 Espíritu que estará presente en
toda su obra, al grado de resumirse así su propuesta filosófica: fides quaerens
intellectum. Siendo la fe, desde esta perspectiva, el dato originario del conocimiento.
En la misma línea, Duns Escoto reconoce, después de una serie de pruebas racionales
sobre la existencia de Dios, que todo intento sobre el particular debe terminar por
aceptar que no es sino una serie de persuasiones probables16 y que al final se debe dar
este salto del que hablábamos. Pero mucho cuidado con pensar que por eso es fideísta.
Él habla de la utilidad de las pruebas a posteriori y dentro de la lógica del pensamiento
agustiniano esto es posible porque la fe no es contraria a la razón – meollo de nuestra
tesis - . Creer, cuando es sinónimo de “tener fe”, no significa abdicar de la razón.
Tampoco la fe, para el agustinismo, puede ser contraria a la Ciencia, pues lo verdadero
no puede contradecir a lo verdadero. La verdad tiene una misma fuente que es Dios y
Dios no puede contradecirse. Las realidades no-sagradas y las realidades sagradas
provienen de la misma fuente que es Dios.
14
In Joh.Ev.trac. 26,2
15
Proslogio, I,19
16
Rep. 1, 2, 3, no. 8
Mucho más optimista con respecto a los alcances de la razón, sobre todo cuando ésta es
recta, es el pensamiento Santo Tomás de Aquino quien considera que existen ciertas
cuestiones sobre las cuáles se puede tener un conocimiento meramente natural, incluso
tratándose de principios teológicos, en otras palabras, aunque existen campos de
conocimiento que excluyen o a la fe o a la razón “estas dos esferas no son
incompatibles, ocurre más bien que se produce entre ellas una intersección: habrá un
subconjunto de verdades naturales a las que no se puede llegar por la fe (las
matemáticas, por ejemplo), otro subconjunto de verdades sobrenaturales que jamás se
podrán demostrar racionalmente (los misterios como el de la Eucaristía) y finalmente,
otro subconjunto de verdades, el más interesante, que podemos alcanzar tanto mediante
la fe como utilizando la razón (nada menos que la existencia de Dios y la inmortalidad
del alma, por ejemplo)”.17 Aunque este último subconjunto, según el pensamiento
tomista, es excluyente en el sentido de que una vez que se ha alcanzado por la razón, no
se puede tener de él un conocimiento por fe. En eso radica su diferencia con la línea
agustiniana.
PRUEBA DE LA TESIS.
17
http://www.lookstein.org/spanish/centroestudios/material/RAZN%20Y%20FE%20EN%20LA%20EDA
D%20MEDIA.doc. Consultado el 5 de julio de 2006.
En cuanto a la mayor: sólo así podríamos en realidad hablar de contradicción in sensu
estricto, por que de otra manera, la oposición podría ser de contrariedad, cuando no
pueden ser las proposiciones simultáneamente verdaderas, pero sí simultáneamente
falsas o de subcontrariedad, si pudieran ser simultáneamente verdaderas, pero no
simultáneamente falsas.
Y la base de ello es la frase citada anteriormente de san Agustín de que ambas formas
de conocimiento tienen la misma fuente. Pero aún aquél que se declare ateo debe
reconocer que sobre una misma cosa no se pueden tener dos proposiciones
contradictorias que sean al mismo tiempo y bajo las mismas circunstancias verdaderas.
Pero aun antes del pensamiento de San Agustín esta idea de que fe y razón son
conocimientos complementarios está ya presente en San Clemente de Alejandría. En
este sentido afirmará: “Dice Aristóteles que el juicio que sigue a la ciencia de una cosa,
proponiéndola como verdadera es la fe”.19 O más fuerte aún “Si, pues, la fe no es otra
cosa que un conocimiento previo del espíritu, de lo que se dice, llámese a eso atención,
inteligencia u docilidad, nadie aprenderá sin la fe, ya que no lo puede sin conocimiento
previo…”20
18
C.G., I, 7
19
“Los Tapices”, L.I, cap. IV, en Los Filósofos Medievales. Una selección de textos, BAC, Madrid, 1979.
Pág. 63
20
Idem , pág. 64
COROLARIOS.
De ahí que siglos antes que santo Tomás de Aquino, San Agustín sostuviera que sin fe
se hace imposible incluso la vida social más elemental. “¿Quién no ve la gran
perturbación, la confusión que vendrá si de la sociedad humana desaparece la fe?”.21
Claro está que esta conclusión supone, como se ha dicho ampliar el concepto de fe, pero
sin ella la vida del hombre se hace ininteligible. Sin fe no me atrevería a cruzar la calle
aunque viera que el semáforo me da derecho, sin fe no e atrevería a formalizar una
relación interpersonal, obrero – patronal o de algún otro tipo, sin fe no me sentiría parte
de mi familia, sin fe no le creería incluso a la ciencia, ni a los libros ni a la fuente de
información. Sin fe, el hombre se reduciría a una epojé insufrible e inhabitable. Por eso,
al inicio de este curso de la Escuela de Filosofía, mi invitación es que busquemos la
verdad con la fe de que podemos alcanzarla aunque no abarcarla completamente.
21
De la fe en lo que no se ve, en Los filósofos medievales, pág. 374