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de la Salud”
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IX
I. INTRODUCCIÓN
Siguiendo una concepción aristotélica-tomista, entiendo que existe una ética natural,
común a todos los hombres, sin distinción de credos religiosos. Así dice Royo Marín
que “Existen ciertas acciones que en pos de su misma naturaleza son intrínsecamente
buenas o malas, independientemente de toda voluntad humana o divina”. Para que un
acto humano, de suyo no malo, sea moralmente bueno, es preciso que se haga por un
fin honesto.
1. La función judicial y su transcendencia ética
La Ética es definida entonces, como aquella “ciencia que tiene por objeto estudiar la
conducta del ser humano, entendiendo que solamente aquellos actos buenos son los
que se condicen con la dignidad humana”. Así, siendo la moralidad un “orden” de la
actividad humana, sólo puede ser definida por el fin al cual se orienta. No solamente
está aquí en juego el principio de la finalidad, sino también la mira de tender al fin
propio del hombre, muy diferente a la de todos los demás seres.
Toda vez que el ser humano es un ser libre, implicando ello que la elección que
realice sobre sus actos le acarreará responsabilidad, en cuanto dueño de sus
operaciones y en consecuencia a su imputabilidad moral y jurídica, consecuencia de
la anterior.
“De dar a cada uno”, o sea, “a otros”. La justicia requiere siempre alteridad, ya que
nadie puede propiamente cometer injusticias contra sí mismo. Siempre se debe a
otro, a otra persona.
“Lo que corresponde”, o sea, “lo que se debe”. No se trata de una limosna o un
regalo, sino lo debido al otro.
Por lo expuesto, se puede concluir que las notas propias de la justicia son
“alteridad”, ya que siempre se refiere a otra persona; “derecho estricto”, ya que no es
un regalo, sino algo debido estrictamente; y “adecuación exacta”, ni más ni menos de
lo debido.
Para algunos, concepto que comparto, la justicia es una virtud, entendida como
un “hábito operativo bueno que lleva a dar a cada uno lo suyo”.
Para referirme a la justicia conmutativa, citaré a Santo Tomás de Aquino, quien
luego de recordar que las personas desde el punto de vista de la justicia – virtud
referente a la relación con otro -, deben ser consideradas primeramente como partes
de la comunidad, que es el todo: “Toda parte comporta una doble relación. Por de
pronto, la de parte a parte, a la cual corresponde en la sociedad la de individuo a
individuo. Este orden de relaciones es dirigido por la justicia conmutativa que tiene
por objeto el intercambio o muto entre dos personas”. (Suma Teológica 2ª, 2ª, q. 61,
art.I).
Así, el juez en su tarea propia de administrar justicia debe llevar una conducta
ética.
Por lo que, siendo esta tarea nada sencilla, no es honesto, cuando se habla de
los problemas de la justicia, refugiarse tras la cómoda frase hecha de que la
magistratura está por encima de toda crítica y de toda sospecha; como si los
magistrados fueran seres sobrehumanos, a quienes no alcanzaran las miserias
terrenales y, por tanto, intangibles.
El juzgar a los demás implica a cada instante el deber de ajustar cuentas con
la propia conciencia, entrando a jugar entonces la conducta ética de cada magistrado.
Los jueces como todos los hombres, aman la vida tranquila. Por eso, si
alguien se atreve a recordarles que de su sentencia depende la vida de los hombres
que sufren, se ofenden como si se tratara de una indiscreción; son como el cirujano,
que, para operar en paz, tiene que adormecer al enfermo y olvidarse de sus
sufrimientos; también los jueces, para operara con la espada de la ley, necesitan
olvidar el dolor que el corte inflige a los pacientes.
El juez escrupuloso, que antes de resolver lo piensa tres veces y acaso no
duerme de noche por las dudas que lo atormentan, es preferible al juez siempre
seguro de sí, que se cree infalible y resuelve por tanto a la ligera.
Así, los estilos del razonamiento, tradiciones, ideas y creencias, hábitos
personales, dejan su marca en el tratamiento y la decisión de un caso. Sin embargo,
esas inevitables notas subjetivas son neutralizadas por la formación profesional de
los jueces, sus conocimientos de jerarquía científica, su capacidad perceptiva, sus
intuiciones del entendimiento colectivo, su integración funcional en el sistema
judicial, su conciencia de las obligaciones inherentes al cargo y de las expectativas
sociales en torno a su desempeño.
Un juez que sólo conociera bien las proposiciones normativas generales y las
teorías abstractas elaboradas a su respecto, no habría ganado suficiente conocimiento
del derecho tal como se lo vive y se lo experimenta en la vida cotidiana de la Nación
y en particular, de sus tribunales.
El juez dirime conflictos humanos acaecidos en cierto sitio, en cierta época y en
cierto ámbito social.
Los jueces son conocedores de actos humanos, como lo son los sociólogos, con
esta diferencia: los sociólogos se preguntan por la causa de esos comportamientos, en
tanto los jueces se preguntan si esos comportamientos han sido lo que debían ser
conforme una relación de justicia y de ética.
Entonces, puedo decir que el juez crea Derecho en el ejercicio de su función
judicial. Lo crea porque él crea la sentencia mediante la cual pone fin al litigio traído
a su conocimiento.
En su soledad, el juez deberá pronunciarse sobres este conflicto humano cuyas
razones comprende tanto como comprende las limitaciones del derecho aplicable.
Estas tensiones inevitables en el cumplimiento de la función de juzgar y resolver
conflictos humanos conforme a derecho requieren del juez un alto grado de fortaleza
espiritual.
Por eso se dice que el juez es la justicia animada, porque él con todas las
características de un ser humano, define que es lo justo para cada caso en particular,
sorteando todas las dificultades y tentaciones que se pueden llegar a presentar por la
sola condición de ser un ser finito, con las limitaciones propias.
Así, el magistrado debe estar preparado para soportar las limitaciones que
impone la convivencia en sociedad y para cumplir sus funciones sabiendo que al así
hacerlo frustrará esperanzas y lesionará expectativas fundadas.
3. El ético ejercicio de la autoridad
Un buen juez con las normas jurídicas hará un buen derecho, un mal juez con buenas
normas, hará mal derecho.
Ir al juez –decía Aristóteles- es ir a la justicia, porque el juez ideal es algo así como
justicia personificada. (Etica Anicomaquea, Libro V, párr.. 11, nro. 77).
3.1. Deberes generales del juez. Deberes del juez como funcionario público.
Régimen de la ley de ética para la función pública.
Cabe recordar que también cada provincia ha dictado su reglamento para la Justicia
que regula el funcionamiento del poder judicial provincial de cada una de ellas.
Por su parte, el Código Penal contempla algunos delitos propios de los magistrados
judiciales: prevaricato, denegación y retardo de justicia, cohecho pasivo.
También están previstas otras figuras penales que contemplan la conducta de todos
los funcionarios públicos entre los que está incluidos los magistrados judiciales,
como ser violación de secretos, violación de los deberes de funcionario público,
abandono del cargo, malversación de caudales públicos, negociaciones incompatibles
con la función, enriquecimiento ilícito, encubrimiento, falsificación de documentos,
etc.
Por su parte, la ley del Consejo de la Magistratura (24.937) contempla conductas que
constituyen faltas disciplinarias en que pueden incurrir los magistrados y determina
que las “las faltas disciplinarias de los magistrados, por cuestiones vinculadas a la
eficaz prestación del servicio de justicia, podrán ser sancionadas con advertencia,
apercibimiento y multa, entre otras.
Según Linares Quintana todavía debe lograrse consolidar en nuestro país la idea
elemental de que el Poder Judicial está en pie de igualdad con los poderes Ejecutivo
y Legislativo y de que ha sido investido de la trascendente función de ser guardián de
la Constitución, su intérprete final y definitivo.
La independencia de los jueces se dirige, por un lado, a que el Poder funcione
adecuadamente como control de gobernantes y, por el otro, a que en la augusta
misión de administrar justicia, el juez tenga la fuerza moral necesaria para no adular
a los poderosos ni inclinarse ante sus pretensiones ni someterse a despotismo, ni a
humillar a los débiles.
Claro está que el logro de ésta aspiración sólo puede alcanzarse mediante la
autonomía del Poder Judicial, no sólo en el aspecto financiero, sino también a la
selección del personal de la justicia en todos sus órdenes y la reglamentación de la
carrera judicial en virtud de un sistema que asegure la idoneidad para el cargo.
Esa libertad espiritual necesaria para el ejercicio de las funciones del juez se
halla amenazada por diversos peligros, que pueden nacer tanto de las injerencias
externas de la legislación, de ciertos doctrinarios y también de la propia tendencia del
juez a respaldar sus decisiones en la autoridad de otros.
3.2. Imparcialidad:
Por lo que este deber de imparcialidad es uno de los aspectos básicos que
integran la garantía del debido proceso de los justiciables y forma parte del contenido
esencial del derecho de defensa en juicio. Por ello, para hacerlo efectivo, el juez no
debe intervenir en las causas en las que puede tener un interés personal en relación
con el resultado del caso.
Prescindir de contactos abiertos y regulares con ambas partes, mantenerse ajeno
a las contingencias del litigio, contemplar pasivamente los movimientos tácitos de
los abogados complicando innecesariamente el juicio, dista de asegurar el acierto de
la sentencia. Sino que se requiere de parte del juez, lograr un conocimiento preciso
de las pretensiones de las partes, de la prueba existente y del derecho aplicable.
Por lo tanto, el magistrado, desde las primeras etapas del proceso tiene el deber
moral e intelectual de saber de qué se trata, cuáles son los intereses en juego y los
fundamentos invocados.
3.3. Lealtad:
Según Piero Calamandrei la lealtad que el juez debe a las partes y sus
defensores es la fidelidad en el trato con ellos. Expone que abarca distintos aspectos.
a. Durante el desarrollo del proceso: implica una escrupulosa discreción en el
manejo de la causa. Esto es, evitar las intrigas de pasillo, las intromisiones, y las
recomendaciones.
b. Al ser conciente el juez de que el litigio es un mal necesario a los fines de
lograr un resultado justo para las partes, debe tratar de lograr la conciliación de
las partes. Así evitaría un inútil desgaste jurisdiccional que permitiría, como
contrapartida, una concentración de energías para aquellos casos
inexorablemente condenados a sentencia judicial.
c. Otro aspecto, a veces descuidado por los jueces, es la no injerencia judicial en
el terreno de la vida “moral”. Asi el juez no debe adentrarse en el campo de las
intenciones, ideologías y creencias religiosas de las partes. El magistrado no
tiene por que juzgar los pensamientos de nadie mientras no sean más que
pensamientos. De otro modo, no se entendería la norma contenida en el art. 19
de nuestra Constitución Nacional, en cuanto dice que las acciones privadas de
los hombres que de ningún modo ofendan el orden público, ni perjudiquen a un
tercero, están solo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los
magistrados.
d. Un último aspecto de la lealtad del juez es que al momento de sentenciar, el
juez debe dejar asentado en la resolución los motivos verdaderos que lo han
llevado a fallar en ese sentido. Ya que una buena sentencia debe persuadir a las
partes de su justicia intrínseca y para ello debe el magistrado ponderar mesurada
y equitativamente los argumentos esgrimidos.
5. Diligencia:
Esto tiene que ver con que la justicia tardía no es justicia. La burocratización
de la justicia es la peor burocratización que puede existir en un Estado de
derecho. Ya que gran parte de la justicia reside en su rapidez. El obtener en
corto plazo la restitución de lo debido o el reconocimiento de un derecho, son
valores tan importantes como la calidad misma de la resolución.
La pasividad judicial convierte en desgano la fe del litigante, deteriora el
sistema y genera el extendido excepticismo de la sociedad hacia la
magistratura.
La diligencia no solo es rapidez; también es imaginación. O sea, al juez se le
exige no sólo una resolución dictada en los plazos legales, sino agudeza e
ingenio para despejar las dudas y correr los telones que cuelgan de un
expediente.
o Este espíritu diligente, tiene plena cabida en nuestro sistema
predominantemente dispositivo: la ampliación de preguntas en una audiencia,
el careo oportuno, las medidas para mejor proveer (prueba de oficio), pueden
arrojar la luz que faltaba. Todo ello sin caer en la discrecionalidad que supla
la inercia de las partes o altere el equitativo control de los interesados.
6. Decoro:
Así, como ciudadano común, el juez debe cumplir los deberes que le imponen
las leyes generales. Y junto a ello, están los deberes éticos comunes a todos los que
desempeñan una función pública, siendo que el art. 36 de la Constitución Nacional
establece como bien y valor constitucional a la “ética pública”.
Por lo que en su vida privada, el juez debe comportarse de manera tal que no
se vea cuestionada su ética o moral. Debe actuar con honradez dando credibilidad al
cargo de magistrado que detenta.
Al respecto tiene dicho Alfonso Santiago (H) en “Grandezas y Miserias en la vida
judicial” que para la comprensión del concepto de “mal desempeño” es necesario
considerar qué es un juicio de responsabilidad política, ya que éste es el marco
institucional dentro del cual aquél cobra sentido.