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Año de la Universalización

de la Salud”

ESTUDIANTES:

RAMOS MAMANI BRAYAN

CURSO:

FORMACIÓN BASICA DE PARA LA MAGISTRATURA

DOCENTE:

ARRIBASPLATA QUEVEDO JORGE ENRRIQUE

FACULTAD:

DERECHO Y CIENCIAS POLITICAS

CICLO:

IX
I. INTRODUCCIÓN

Así la cuestión ética presenta un conjunto de interrogantes, cuya respuesta señala la


ideología que se tiene sobre el tema. La palabra ética, equivalente al término moral,
puede ser descripta como la ciencia que estudia la conducta humana, siendo que el
hombre es el objeto de la ética.

Siguiendo una concepción aristotélica-tomista, entiendo que existe una ética natural,
común a todos los hombres, sin distinción de credos religiosos. Así dice Royo Marín
que “Existen ciertas acciones que en pos de su misma naturaleza son intrínsecamente
buenas o malas, independientemente de toda voluntad humana o divina”. Para que un
acto humano, de suyo no malo, sea moralmente bueno, es preciso que se haga por un
fin honesto.
1. La función judicial y su transcendencia ética

La Ética es definida entonces, como aquella “ciencia que tiene por objeto estudiar la
conducta del ser humano, entendiendo que solamente aquellos actos buenos son los
que se condicen con la dignidad humana”. Así, siendo la moralidad un “orden” de la
actividad humana, sólo puede ser definida por el fin al cual se orienta. No solamente
está aquí en juego el principio de la finalidad, sino también la mira de tender al fin
propio del hombre, muy diferente a la de todos los demás seres. 

Toda vez que el ser humano es un ser libre, implicando ello que la elección que
realice sobre sus actos le acarreará responsabilidad, en cuanto dueño de sus
operaciones y en consecuencia a su imputabilidad moral y jurídica, consecuencia de
la anterior.

El ser humano es la única creatura que tiene conciencia de su poder contractivo o


destructivo; sabe cuando obra bien o cuando lo hace mal. Tiene inteligencia, y
precisamente porque la tiene, goza de libertad, puede elegir. Ergo, este dominio
sobre sus propios actos lo califica y al mismo tiempo, determina una dimensión
exclusivamente suya: la responsabilidad, o sea, la atribución del acto a su autor. 

         Para establecer entonces la relación existente entre ética y la actividad de la


judicatura, conviene definir la actividad propia de los jueces.

Un elemento esencial de la profesión de juez es que siempre se trata de una


actividad de carácter social. La profesión supone una sociedad organizada, dentro de
la cual los distintos trabajos y quehaceres se distribuyen entre los hombres para
lograr, entre todos, el bien común de la sociedad, o sea la satisfacción de todas sus
necesidades y el bienestar general. 
2. La función judicial propiamente dicha y la misión del Juez

- Sin perjuicio de que me encuentro tratando el tema de la ética judicial, o sea la


conducta ética que deben mantener los jueces en su tarea propia, es menester
definir que es la justicia.

 Adhiero a una definición clásica entendiendo que la justicia es “la voluntad


constante y perpetua de dar a cada uno lo que le corresponde”.
 Así, la voluntad, entendiendo por al acto, o sea la determinación de la
voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde.

Constante y perpetua: porque no es suficiente que alguno quiera observarla


esporádicamente en algún determinado negocio, porque habrá quien quiera obrar en
todos injustamente, sino que es menester que el hombre tenga voluntad de
conservarla siempre y en todas las cosas. Así la palabra constante implica la
perseverancia firme en el propósito y la expresión perpetua, la intención de guardarlo
siempre.

“De dar a cada uno”, o sea, “a otros”. La justicia requiere siempre alteridad, ya que
nadie puede propiamente cometer injusticias contra sí mismo. Siempre se debe a
otro, a otra persona.

   “Lo que corresponde”, o sea, “lo que se debe”. No se trata de una limosna o un
regalo, sino lo debido al otro.

         Por lo expuesto, se puede concluir que las notas propias de la justicia son
“alteridad”, ya que siempre se refiere a otra persona; “derecho estricto”, ya que no es
un regalo, sino algo debido estrictamente; y “adecuación exacta”, ni más ni menos de
lo debido.

         Para algunos, concepto que comparto, la justicia es una virtud, entendida como
un “hábito operativo bueno que lleva a dar a cada uno lo suyo”.

         Así la Doctrina distingue entre Justicia legal, Justicia Distributiva y


Conmutativa.
         La justicia legal es aquella virtud que mueve e inclina a los miembros de la
sociedad, a dar a la sociedad todo aquello que le es debido en orden a procurar el
bien común.

         En cuanto a la justicia distributiva, su acto principal es el juicio, o sea la


determinación de lo que es justo, por eso corresponde al juez, porque la función
judicial es una prerrogativa de la soberanía. Juzgar es el acto más importante de la
justicia porque es el que determina lo que es justo y debe darse a cada uno.

         En palabras de Aristóteles “el objeto de la justicia es el derecho, o sea lo justo”.


Y lo justo implica cierta igualdad con relación a otro. Y lo igual implica el justo
medio entre dos extremos.

         Por lo tanto, el juez con su “imperium”, tiene el deber de administrar justicia


conforme un criterio de igualdad.

         Para referirme a la justicia conmutativa, citaré a Santo Tomás de Aquino, quien
luego de recordar que las personas desde el punto de vista de la justicia – virtud
referente a la relación con otro -, deben ser consideradas primeramente como partes
de la comunidad, que es el todo: “Toda parte comporta una doble relación. Por de
pronto, la de parte a parte, a la cual corresponde en la sociedad la de individuo a
individuo. Este orden de relaciones es dirigido por la justicia conmutativa que tiene
por objeto el intercambio o muto entre dos personas”. (Suma Teológica 2ª, 2ª, q. 61,
art.I).

         Así, el juez en su tarea propia de administrar justicia debe llevar una conducta
ética.

         Por lo que, siendo esta tarea nada sencilla, no es honesto, cuando se habla de
los problemas de la justicia, refugiarse tras la cómoda frase hecha de que la
magistratura está por encima de toda crítica y de toda sospecha; como si los
magistrados fueran seres sobrehumanos, a quienes no alcanzaran las miserias
terrenales y, por tanto, intangibles.
El juzgar a los demás implica a cada instante el deber de ajustar cuentas con
la propia conciencia, entrando a jugar entonces la conducta ética de cada magistrado.

Los jueces como todos los hombres, aman la vida tranquila. Por eso, si
alguien se atreve a recordarles que de su sentencia depende la vida de los hombres
que sufren, se ofenden como si se tratara de una indiscreción; son como el cirujano,
que, para operar en paz, tiene que adormecer al enfermo y olvidarse de sus
sufrimientos; también los jueces, para operara con la espada de la ley, necesitan
olvidar el dolor que el corte inflige a los pacientes.

         El juez escrupuloso, que antes de resolver lo piensa tres veces y acaso no
duerme de noche por las dudas que lo atormentan, es preferible al juez siempre
seguro de sí, que se cree infalible y resuelve por tanto a la ligera.

         Pero también en los escrúpulos es conveniente no pasarse de la raya; toda


elección es un acto de valor; si después de haber meditado profundamente, no sabe el
juez decidir, se convierte en un tímido a quien le asusta su responsabilidad.

                 Así, los estilos del razonamiento, tradiciones, ideas y creencias, hábitos
personales, dejan su marca en el tratamiento y la decisión de un caso. Sin embargo,
esas inevitables notas subjetivas son neutralizadas por la formación profesional de
los jueces, sus conocimientos de jerarquía científica, su capacidad perceptiva, sus
intuiciones del entendimiento colectivo, su integración funcional en el sistema
judicial, su conciencia de las obligaciones inherentes al cargo y de las expectativas
sociales en torno a su desempeño.

         Sostengo que la tarea judicial demanda objetividad, desprendimiento,


capacidad analítica, espíritu comprensivo y fortaleza mental. El juez vive solitario la
tensión de intereses contrapuestos, padece las presiones de las expectativas
comunitarias y siente los condicionamientos creados por la operación de una
organización vertical. El ejercicio de sus funciones le demanda una esforzada
dedicación individual y un exquisito sentido de la responsabilidad personal guiada
por el deber moral.
         Además resulta de suma importancia que el juez tenga un sólido conocimiento
del derecho vigente. Y ello significa, ante todo, estar al tanto de los sentidos que los
órganos de la comunidad atribuyen a los comportamientos de los integrantes del
grupo social, las creencias dominantes, los hábitos y las prácticas, las ideas y los
conceptos elaborados y desarrollados por los juristas, las normas legislativas y
reglamentarias provenientes de las autoridades públicas, la organización y
funcionamiento del Estado.

         Un juez que sólo conociera bien las proposiciones normativas generales y las
teorías abstractas elaboradas a su respecto, no habría ganado suficiente conocimiento
del derecho tal como se lo vive y se lo experimenta en la vida cotidiana de la Nación
y en particular, de sus tribunales.

         El juez dirime conflictos humanos acaecidos en cierto sitio, en cierta época y en
cierto ámbito social.

         El juez debe decidir. Ello significa preferir, no según sus preferencias


subjetivas sino conforme a derecho.

         Los jueces son conocedores de actos humanos, como lo son los sociólogos, con
esta diferencia: los sociólogos se preguntan por la causa de esos comportamientos, en
tanto los jueces se preguntan si esos comportamientos han sido lo que debían ser
conforme una relación de justicia y de ética.

         Por lo que su tarea principal consiste en formular un juicio normativo


individual sobre los concretos comportamientos humanos constitutivos del litigio
traído a su conocimiento para su resolución. Poco, entonces, ayuda al juez el
permanecer en la abstracción de la doctrina general. Su tarea no es la de formular
juicios teóricos abstractos, sino la de pronunciase sobre casos individuales de
comportamiento humano.

         El magistrado es un órgano de la comunidad. Se le ha confiado la interpretación


y aplicación del derecho vigente. Es el responsable de suministrar criterios objetivos
de interpretación dejando de lado preocupaciones individuales subjetivas.
         No ha sido designado para dar satisfacciones a sus intereses particulares, a sus
fobias o preferencias, por lo que aquí entra a jugar muy concretamente su actitud
ética, obrando conforme lo que está bien. 

         Entonces, puedo decir que el juez crea Derecho en el ejercicio de su función
judicial. Lo crea porque él crea la sentencia mediante la cual pone fin al litigio traído
a su conocimiento.

                   La necesidad de decidir el litigio coloca al juez en una difícil posición.


Debe dictar sentencia. No puede eludir esa responsabilidad. Nadie puede compartir
su soledad. El fallo será su fallo. Ese fallo dirá mucho acerca de las partes, pero
mucho también dirá de quien lo dictó. Ello requiere fortaleza, prudencia y templanza.

         En su soledad, el juez deberá pronunciarse sobres este conflicto humano cuyas
razones comprende tanto como comprende las limitaciones del derecho aplicable.
Estas tensiones inevitables en el cumplimiento de la función de juzgar y resolver
conflictos humanos conforme a derecho requieren del juez un alto grado de fortaleza
espiritual.

         Por eso se dice que el juez es la justicia animada, porque él con todas las
características de un ser humano, define que es lo justo para cada caso en particular,
sorteando todas las dificultades y tentaciones que se pueden llegar a presentar por la
sola condición de ser un ser finito, con las limitaciones propias.

         Al juez le acosa la conciencia de sus propias limitaciones, las limitaciones


propias de la condición humana. Percibe en la realidad dramas y tragedias
irremediables. Sabe del reducido alcance de sus recursos y de la inexistencia de
respuestas perfectas, capaces de satisfacer todas las pretensiones de las partes
intervinientes. Y sin embargo, no obstante sus limitaciones y sus carencias, debe
seguir adelante, debe decidir el caso a conciencia del dilema existente.

         Así, el magistrado debe estar preparado para soportar las limitaciones que
impone la convivencia en sociedad y para cumplir sus funciones sabiendo que al así
hacerlo frustrará esperanzas y lesionará expectativas fundadas.
3. El ético ejercicio de la autoridad

El juez concentra un alto grado de poder en sus manos. De él depende la suerte de


quienes se encuentran sometidos al ejercicio de su jurisdicción.

Un buen juez con las normas jurídicas hará un buen derecho, un mal juez con buenas
normas, hará mal derecho.

Un juez que actúa éticamente es prudente y medido en el ejercicio de su


autoridad. Dirige el proceso cuidando de mantener su imparcialidady de respetar las
potestades y las facultades de los litigantes y sus respectivos letrados. Ejercita sus
potestades disciplinarias de manera mesurada. Mantiene el orden en el tribunal y
coordina sus tareas con los otros organismos públicos intervinientes en el juicio.

Asimismo, el magistrado que actúa éticamente, evita interferencias en el


cumplimiento de sus funciones y preserva su independencia de criterio.

La misión central del juez consiste en la realización de la justicia mediante la


aplicación del derecho.

Ir al juez –decía Aristóteles- es ir a la justicia, porque el juez ideal es algo así como
justicia personificada. (Etica Anicomaquea, Libro V, párr.. 11, nro. 77).

3.1. Deberes generales del juez. Deberes del juez como funcionario público.
Régimen de la ley de ética para la función pública.

El Reglamento para la Justicia Nacional, dictado por la Corte Suprema de la Nación


enumera las obligaciones de magistrados, funcionarios y empleados del Poder
judicial.

Cabe recordar que también cada provincia ha dictado su reglamento para la Justicia
que regula el funcionamiento del poder judicial provincial de cada una de ellas.

También se encuentra regulada la Ética en el ejercicio de la Función Pública en la


Ley 25.188 la que establece cuales son las pautas de comportamiento que debe
cumplirse en el ejercicio de la función pública en todos sus niveles y jerarquías,
incluyendo también a magistrados y funcionarios judiciales.
Destaco especialmente los dispuesto en el art. 2 que reza: “los sujetos comprendidos
en esta ley se encuentran obligados a cumplir con los siguiente deberes y pautas de
comportamiento ético: …Desempeñarse con la observancia y respeto de los
principios y pautas éticas: honestidad, probidad, rectitud, buena fe y austeridad
republicana;”.

Así, conforme lo disponen las distintas legislaciones que regulan la actividad


judicial, los jueces, deben guardar absoluta reserva con respecto a los asuntos
vinculados con las funciones de los respectivos juzgados, o sea con las cuestiones
jurídicas que ante ellos se ventila. No evacuar consultas ni dar asesoramiento en los
casos de contienda judicial actual o posible, no gestionar asuntos de terceros ni
interesarse por ellos, rehusar dádivas o beneficios, levantar dentro de determinado
plazo, los embargos sobre el sueldo o el concurso que se hubiera decretado, etc.

También se prohíben expresamente determinadas actividades a los jueces, por


considerarlas incompatibles al ejercicio de la magistratura. No deben realizar
actividad política, se les prohíbe el ejercicio del comercio, la actividad profesional
como abogado, desempeñarse en otros empleos públicos, la práctica de juegos de
azar y la concurrencia habitual a los lugares destinados a ello y la ejecución de actos
que comprometan la dignidad del cargo, entre otros.

Por su parte, el Código Penal contempla algunos delitos propios de los magistrados
judiciales: prevaricato, denegación y retardo de justicia, cohecho pasivo.

También están previstas otras figuras penales que contemplan la conducta de todos
los funcionarios públicos entre los que está incluidos los magistrados judiciales,
como ser violación de secretos, violación de los deberes de funcionario público,
abandono del cargo, malversación de caudales públicos, negociaciones incompatibles
con la función, enriquecimiento ilícito, encubrimiento, falsificación de documentos,
etc.

Por su parte, la ley del Consejo de la Magistratura (24.937) contempla conductas que
constituyen faltas disciplinarias en que pueden incurrir los magistrados y determina
que las “las faltas disciplinarias de los magistrados, por cuestiones vinculadas a la
eficaz prestación del servicio de justicia, podrán ser sancionadas con advertencia,
apercibimiento y multa, entre otras.

Así, ir contra las normas de la ética, se considera faltas disciplinarias, implicando


ello un mal desempeño. Por ejemplo: la infracción a las normas legales y
reglamentarias vigentes en materia de incompatibilidades y prohibiciones
establecidas por la magistratura judicial; las faltas a la consideración y el respeto
debido a otros magistrados; el trato incorrecto a abogados, peritos, auxiliares de la
Justicia o litigantes, Funcionarios Judiciales, Secretarios, empleados; los actos
ofensivos al decoro de la función judicial o que comprometan la dignidad del cargo;
el incumplimiento reiterado de las normas procesales y reglamentarias; la
inasistencia reiterada a la sede del juzgado o el incumplimiento reiterado en su
juzgado del horario de atención al público; la falta o negligencia en el cumplimiento
de sus deberes. 

-         Aspectos integrantes de la idoneidad ética que hacen al perfil de un buen


juez: independencia, imparcialidad, lealtad, ciencia y capacitación
permanente, diligencia y decoro.-        

-          Independencia del Juez: Así, tiene dicho Alvarado Velloso que el eco de la


tesis montesquiana de la división de poderes, parece claro que toda la ordenación
justa del derecho no serviría de nada a la comunidad jurídica si la seguridad de
su realización no apareciera garantizada por jueces independientes, alejados de
las incidencias de la política diaria.

Ergo es importante un poder judicial fuerte, independiente, celoso de sus


instituciones y capaz de hacerse respectar.

Según Linares Quintana todavía debe lograrse consolidar en nuestro país la idea
elemental de que el Poder Judicial está en pie de igualdad con los poderes Ejecutivo
y Legislativo y de que ha sido investido de la trascendente función de ser guardián de
la Constitución, su intérprete final y definitivo.
 La independencia de los jueces se dirige, por un lado, a que el Poder funcione
adecuadamente como control de gobernantes y, por el otro, a que en la augusta
misión de administrar justicia, el juez tenga la fuerza moral necesaria para no adular
a los poderosos ni inclinarse ante sus pretensiones ni someterse a despotismo, ni a 
humillar a los débiles.

 Claro está que el logro de ésta aspiración sólo puede alcanzarse mediante la
autonomía del Poder Judicial, no sólo en el aspecto financiero, sino también a la
selección del personal de la justicia en todos sus órdenes y la reglamentación de la
carrera judicial en virtud de un sistema que asegure la idoneidad para el cargo.

         Así señala Rudolf Stammler que lo fundamental es la independencia interior,


basada en la libertad espiritual. O sea, el juez solo debe someterse a su propia
convicción, debidamente fundamentada.

         Esa libertad espiritual necesaria para el ejercicio de las funciones del juez se
halla amenazada por diversos peligros, que pueden nacer tanto de las injerencias
externas de la legislación, de ciertos doctrinarios y también de la propia tendencia del
juez a respaldar sus decisiones en la autoridad de otros.

3.2. Imparcialidad:

         La imparcialidad implica equidistancia, neutralidad, pero de ninguna manera


significa distancia o alejamiento de las partes. Sino todo lo contrario, el contacto con
ellas, la vivencia del caso, la asimilación interior de cada drama, es un factor valioso
en la conducta del juez, que tiene su correspondencia con el principio de
inmediación.

         Ahora bien, el deber de imparcialidad tendrá su última expresión en la


sentencia, y para que ésta sea justa, es necesario un debido proceso dirigido con una
prolija actitud imparcial por parte del juez.

         Y así, el deber de imparcialidad está preservado procesalmente por los


institutos recusatorio y excusatorio.
         La imparcialidad con la que tiene que contar el juez tanto en todo el transcurso
del procedimiento como a la hora de juzgar, es un presupuesto imprescindible para
ejercer adecuadamente la función jurisdiccional. Con ello el magistrado garantiza a
las partes que aplicará el Derecho de la misma manera en que lo haría con cualquier
otro litigante.

         Por lo que este deber de imparcialidad es uno de los aspectos básicos que
integran la garantía del debido proceso de los justiciables y forma parte del contenido
esencial del derecho de defensa en juicio. Por ello, para hacerlo efectivo, el juez no
debe intervenir en las causas en las que puede tener un interés personal en relación
con el resultado del caso.

         Sólo se es juez de verdad cuando se comporta con objetividad ante las


pretensiones contradictorias de las partes, sin efectuar discriminaciones odiosas o
dispensar tratamiento privilegiado a una parte, en detrimento de la otra. De ahí la
clásica representación escultórica de la justicia, cegada su visión, pero en equilibrio
su balanza.

         La imparcialidad no depende de la distancia. Por el contrario, cuanto esta


distancia es excesiva, peligra la justicia de la sentencia.

         Prescindir de contactos abiertos y regulares con ambas partes, mantenerse ajeno
a las contingencias del litigio, contemplar pasivamente los movimientos tácitos de
los abogados complicando innecesariamente el juicio, dista de asegurar el acierto de
la sentencia. Sino que se requiere de parte del juez, lograr un conocimiento preciso
de las pretensiones de las partes, de la prueba existente y del derecho aplicable.

         Por lo tanto, el magistrado, desde las primeras etapas del proceso tiene el deber
moral e intelectual de saber de qué se trata, cuáles son los intereses en juego y los
fundamentos invocados.          

3.3. Lealtad:

         Según Piero Calamandrei la lealtad que el juez debe a las partes y sus
defensores es la fidelidad en el trato con ellos. Expone que abarca distintos aspectos.
a. Durante el desarrollo del proceso: implica una escrupulosa discreción en el
manejo de la causa. Esto es, evitar las intrigas de pasillo, las intromisiones, y las
recomendaciones.
b. Al ser conciente el juez de que el litigio es un mal necesario a los fines de
lograr un resultado justo para las partes, debe tratar de lograr la conciliación de
las partes. Así evitaría un inútil desgaste jurisdiccional que permitiría, como
contrapartida, una concentración de energías para aquellos casos
inexorablemente condenados a sentencia judicial.
c. Otro aspecto, a veces descuidado por los jueces, es la no injerencia judicial en
el terreno de la vida “moral”. Asi el juez no debe adentrarse en el campo de las
intenciones, ideologías y creencias religiosas de las partes. El magistrado no
tiene por que juzgar los pensamientos de nadie mientras no sean más que
pensamientos. De otro modo, no se entendería la norma contenida en el art. 19
de nuestra Constitución Nacional, en cuanto dice que las acciones privadas de
los hombres que de ningún modo ofendan el orden público, ni perjudiquen a un
tercero, están solo reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los
magistrados.
d. Un último aspecto de la lealtad del juez es que al momento de sentenciar, el
juez debe dejar asentado en la resolución los motivos verdaderos que lo han
llevado a fallar en ese sentido. Ya que una buena sentencia debe persuadir a las
partes de su justicia intrínseca y para ello debe el magistrado ponderar mesurada
y equitativamente los argumentos esgrimidos.

4. La Ciencia y capacitación permanente del juez:

 El deber de ciencia es el que le impone al juez el conocimiento del derecho.


 Supone en el magistrado un continuo deber de investigación que posibilite
una adecuada información jurídica para el desempeño de la función.
 Este requisito de idoneidad elemental por parte del magistrado es el adecuado
conocimiento jurídico, que a su vez, presupone una capacidad intelectual
acorde para poder moverse con soltura y solvencia dentro del complejo
mundo jurídico.
 Es la aplicación, interpretación e integración del derecho, lo que constituye el
desiderátum de la función judicial.

5. Diligencia:

 Esto tiene que ver con que la justicia tardía no es justicia. La burocratización
de la justicia es la peor burocratización que puede existir en un Estado de
derecho. Ya que gran parte de la justicia reside en su rapidez. El obtener en
corto plazo la restitución de lo debido o el reconocimiento de un derecho, son
valores tan importantes como la calidad misma de la resolución.
 La pasividad judicial convierte en desgano la fe del litigante, deteriora el
sistema y genera el extendido excepticismo de la sociedad hacia la
magistratura.
 La diligencia no solo es rapidez; también es imaginación. O sea, al juez se le
exige no sólo una resolución dictada en los plazos legales, sino agudeza e
ingenio para despejar las dudas y correr los telones que cuelgan de un
expediente. 
o Este espíritu diligente, tiene plena cabida en nuestro sistema
predominantemente dispositivo: la ampliación de preguntas en una audiencia,
el careo oportuno, las medidas para mejor proveer (prueba de oficio), pueden
arrojar la luz que faltaba. Todo ello sin caer en la discrecionalidad que supla
la inercia de las partes o altere el equitativo control de los interesados.

6. Decoro:

 Entendido como el honor, respeto o consideración que recíprocamente se


deben el juez y las partes. Y esto es un elemento esencial para el desempeño
de la función judicial.
 Entonces al hablar del deber de decoro impuesto al juez, sólo hago referencia
al respeto que por su circunspección, gravedad, pureza, honestidad, recato,
honra y estimación, éste debe inspirar en las partes, necesario para que sus
sentencias gocen de la autoridad emanada, no sólo de la ley, sino de la propia
persona del juzgador.
 Concluyendo, todos estos presupuesto de la idoneidad del juez contemplan
tanto normas éticas como jurídicas.

-         Algunas situaciones de particular relevancia: la vida privada del juez.

En cuanto a la vida privada de un juez es menester tener presente lo dispuesto


por el art. 19 de la Constitución Nacional en tanto que las acciones privadas del
magistrado que “de ningún modo afecten el orden y la moral pública” no están
alcanzadas, en principio, por el deber jurídico de la buena conducta.

Sin embargo, el ámbito de privacidad de los jueces, en tanto son en alguna


medida figuras públicas, es menor que el de un ciudadano común. Ya que la
trascendencia social que tenga una acción privada marcadamente disvaliosa, no ética
y escandalosa, puede hacer que traspase el ámbito de reserva del artículo 19 y la
convierta en una acción pública.

La buena conducta ética exigida a los jueces se extiende también a su


comportamiento como ciudadanos y como funcionarios públicos, además de los
específicos deberes éticos propios de la actuación como magistrados.

Así, como ciudadano común, el juez debe cumplir los deberes que le imponen
las leyes generales. Y junto a ello, están los deberes éticos comunes a todos los que
desempeñan una función pública, siendo que el art. 36 de la Constitución Nacional
establece como bien y valor constitucional a la “ética pública”.

Por lo que en su vida privada, el juez debe comportarse de manera tal que no
se vea cuestionada su ética o moral. Debe actuar con honradez dando credibilidad al
cargo de magistrado que detenta.        

-         El mal desempeño como causal de remoción de los magistrados.

 Al respecto tiene dicho Alfonso Santiago (H) en “Grandezas y Miserias en la vida
judicial” que para la comprensión del concepto de “mal desempeño” es necesario
considerar qué es un juicio de responsabilidad política, ya que éste es el marco
institucional dentro del cual aquél cobra sentido.

Expone entonces que un juicio de responsabilidad política es un


procedimiento constitucional especial tendiente a evaluar la responsabilidad política
de determinados funcionarios y magistrados para juzgar acerca de la conveniencia de
su continuidad en el desempeño de un determinado puesto de gobierno, en base a los
cargos que se formulan a los acusados en relación a su actuación y al mantenimiento
de las condiciones de idoneidad requeridas para ejercerlo adecuadamente.

         Su finalidad principal es siempre la tutela de bienes públicos, o sea el buen


funcionamiento de las instituciones de gobierno, como lo es la administración de
justicia.

         La Constitución Nacional prevee que sea el Consejo de la Magistratura y el


Tribunal de Enjuiciamiento quien intervenga en el juicio para determinar la
responsabilidad que les cabe a los magistrados.

         La inamobilidad vitalicia de los jueces, junto con la intangibilidad de sus


remuneraciones, son garantías contempladas en la Constitución Nacional para
asegurar la independencia judicial, verdadero pedestal del Estado de Derecho. Y
como excepción a ese principio republicando, ese poder de los jueces no es absoluto.
Por lo tanto los jueces para permanecer en sus cargos deben observar una buena
conducta y mantener las condiciones de idoneidad requeridas para el ejercicio eficaz
de sus funciones. En caso contrario, podrán ser removidos.      
II. CONCLUSIÓN:

1. Reflexionando sobre los conceptos que he compartido, la ética y la justicia


están íntimamente relacionadas, por lo que un magistrado para cumplir
debidamente con las tareas a su cargo no sólo debe resolver los casos
administrando justicia, sino que también debe llevar una conducta ética
intachable. Ambos valores, si bien son distintos en sus objetos, van juntos,
toda vez que un juez no podría dictar una sentencia justa que a su vez sea
contraria a la moral, o sea que sea contraria a lo que está bien. Ambas son
necesarias para llevar a cabo esa honorable tarea del juez.
2. Una buena justicia, requiere del juez razones fundadas de su decisión,
expresadas mediante lenguaje conciso, coherente, claro y transparente. No
basta hacer justicia. Hay que demostrarla. Así las sentencias judiciales bien
fundadas y mejor escritas traen paz a la comunidad, pues del mensaje del juez
dotado de adecuada capacidad expresiva pone de manifiesto la racionalidad
de la decisión.
3. Entiendo que los jueces son médicos del alma. A sus despachos llegan
conflictos humanos, las diferencias que las partes no han sabido o no han
podido superar.
4. El juez debe decidir que es lo justo en cada caso concreto y para ello pone en
juego también su propia conducta ética, haciendo lo que se debe hacer, no
actuando en función de los propios intereses.
5. El juez es hacedor de la paz social.
6. Siguiendo a San Agustín, quien dice, en “La Ciudad de Dios”, que la “paz es
la tranquilidad en el orden”, y que  la paz es el fin de nuestros bienes, y que
para alcanzar dicha paz necesariamente cada cosa debe estar en su lugar, o
sean en orden, y ese orden social se logra respetando las leyes para lo cual es
necesario, cuando algún miembro de la sociedad vulnera o quebranta la
norma, acudir y tener acceso a la justicia a los fines de que los órganos
jurisdiccionales puedan resolver conforme un criterio de igualdad,
restituyendo así esa tranquilidad en el orden, devolviendo la paz a todos los
miembros del grupo social.
7. Entiendo que el juez debe ser como un avezado capitán de una nave que,
aún en medio de la tempestad, se sabe conocedor de la ciencia de la
navegación, y con ello mantiene el orden y el rumbo del barco. Su autoridad
se preserva mientras demuestra firmeza y sabiduría en cualquier
contingencia; si lo arrebata la pasión, perderá el dominio de la nave y
respeto de los marineros.
8. Entonces, el principal deber de los jueces en la sentencia es entrar en el
sustratum de la cuestión debatida, y decidirla de acuerdo con la ley. A partir
de allí, el sentenciante tiene aún la posibilidad de enriquecer la ciencia del
derecho, extrayendo conclusiones, recomendaciones o planteos novedosos;
pero jamás debe utilizar la función jurisdiccional para contestar agravios
personales, manifestar su mal humor o disconformidad con la conducta de
alguna de las partes.
9. La labor del juez se pondera “como la expresión de la puridad y la
objetividad para resolver aquellas cuestiones que a todos competen, por
estar lesionado el bien común en cada actividad jurisdiccional contenciosa”.
Es el propio juez quien sabe lo que la sociedad en su querer espera de él, de
las esperanzas que sobre sus decisiones pesan.
10. Por lo tanto la actividad jurisdiccional no es ajena a la ciencia de la ética. El
magistrado al dictar sentencia no sólo debe ser justo, sino también ético.
Justicia y Ética van de la mano, no se puede ser justo sin actuar conforme a
la moral.
III. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

- EL JUEZ. SUS DEBERES Y FACULTDES. Los Derechos procesales del


Abogado frente al Juez. De Alvarado Velloso, Editorial Depalma.-
- LOS RECURSOS HUMANSO EN EL PODER JUDICIAL. De Roberto O.
Berizonce – Felipe Fucito, Editorial Rubinzal – Culzoni.-
- ELOGIO DE LOS JUECES. De Piero Calamandrei, Editorial Librería El Foro
Buenos Aires.-
- EL PODER DE LOS JUECES. Como piensan los jueces qué piensan.
Segunda Edición. De Daniel E. Herrendorf. Editorial Abeledo-Perrot.-
- GRANDEZAS Y MISERIAS EN LA VIDA JUDICIAL. El mal desempeño
como casual de remoción de los magistrados Judiciales. De Alfonso Santiago
(H), Editorial Colección Académica EL DERECHO.-
- EL ERROR JUDICIAL. De Jorge Mosset Iturraspe, Editorial Rubinzal –
Culzoni.-
- ABUSO DEL PROCESO, Revista de Derecho Procesal, 2014 – 1, Editorial
Rubinzal – Culzoni.- 
- TEOLOGIA MORAL PARA SEGLARES. Tomo I. MORAL
FUNDAMENTAL Y ESPECIAL. De Antonio Royo Marin, Editorial
Biblioteca de Autores Cristianos.- 
- ETICA. De Domingo M. Basso. Editorial Abeledo-Perrot.-
- EJERCICIO DE LA FUNCION PUBLICA. ETICA Y TRANSPARENCIA.
De Inés A. D´Argenio, Miguel H. E. Oroz y Griselda S. Picone. Editorial
Librería Editora Platense.-

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