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Introducción

En estos tiempos parece que es cada vez más difícil amar a la Iglesia. Las noticias hieren
más profundamente el corazón al pasar los días… y corremos el riesgo de poco a poco,
entre duda y duda, ir apagando nuestra confianza y nuestro amor a ella. De ahí la
apremiante necesidad de conocer a la Iglesia y nuestro papel en ella, y llevándolo más allá,
tratar de vivir una unión esponsal con Cristo como Iglesia que somos, porque La Iglesia es
Esposa de Cristo… y de eso hablaremos hoy.

Qué es la Iglesia
Nos dice el Catecismo que La Iglesia es un misterio, una realidad en la que entran en
contacto y comunión Dios y los hombres. significa asamblea de los convocados. designa
especialmente el pueblo que Dios convoca y reúne desde los confines de la tierra para
constituir la asamblea de todos los que, por la fe en su Palabra y el Bautismo, son hijos de
Dios, miembros de Cristo y templo del Espíritu Santo (cfr. Catecismo, 777; Compendio,
147).
La Iglesia es llamada “Esposa de Cristo” (cfr. Ef 5, 26ss) También señala que la Alianza de
Dios con los hombres es definitiva porque Dios es fiel a sus promesas, y que la Iglesia le
corresponde asimismo fielmente siendo Madre fecunda de todos los hijos de Dios.
La Iglesia, así como cada uno de nosotros, fue pensada y amada por Dios desde toda la
eternidad, fue soñada por Dios, esperada, preparada en la Antigua Alianza con la elección
de Israel, signo de la reunión futura de todas las naciones. Fundada por las palabras y las
acciones de Jesucristo, fue realizada, sobre todo, mediante su Muerte redentora y su
Resurrección. Más tarde, se manifestó como misterio de salvación mediante la efusión del
Espíritu Santo en Pentecostés. Al final de los tiempos, alcanzará su consumación como
asamblea celestial de todos los redimidos.
La Iglesia no la han fundado los hombres; ni siquiera es una respuesta humana noble a una
experiencia de salvación realizada por Dios en Cristo. La Iglesia va tomando forma en
relación a la misión de Cristo entre los hombres. A lo largo de su vida, Cristo fue
manifestando cómo debía ser su Iglesia, disponiendo unas cosas y después otras. Después
de su Ascensión, el Espíritu Santo fue enviado a la Iglesia y en ella permanece uniéndola a
la misión de Cristo, recordándole lo que el Señor reveló, y guiándola a lo largo de la
historia hacia su plenitud. Él la adorna continuamente con diversos dones jerárquicos y
carismáticos
Nos dice el Catecismo también que la unidad de Cristo y de la Iglesia, implica también la
distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto es expresado con frecuencia
mediante la imagen del Esposo y de la Esposa. El tema de Cristo esposo de la Iglesia fue
preparado por los profetas y anunciado por Juan Bautista (Cf. Jn 3, 29). El Señor se designó
a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; Cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13). El apóstol presenta a la
Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa "desposada" con Cristo
Señor para "no ser con él más que un solo Espíritu" (Cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella es
la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (Cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27), a la que Cristo
"amó y por la que se entregó a fin de santificarla" (Ef 5,26), la que él se asoció mediante
una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo (Cf. Ef 5,29):
He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos... Sea la cabeza la que
hable, sean los miembros, es Cristo el que habla. Habla en el papel de cabeza ["ex persona
capitis"] o en el de cuerpo ["ex persona corporis"]. Según lo que está escrito: "Y los dos se
harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef 5,31-
32) Y el Señor mismo en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos sino una sola
carne" (Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos personas diferentes y, no
obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal... Como cabeza él se llama
"esposo" y como cuerpo "esposa" (San Agustín, psalm. 74, 4:PL 36, 948-949).

San Pablo en Efesios 5,32, enseña que la unión del hombre y de la mujer es "un gran
sacramento" concerniente a Cristo y a la Iglesia. En este texto se alude a una cita del
Génesis: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia [...] Por eso el
hombre dejará a su padre y a su madre" Es el mismo tema del Cantar de los Cantares que
expresa la vida de comunidad de Yavé con Israel bajo la forma simbólica de la unión
esponsalicia del hombre y de la mujer. San Pablo muestra cómo la unión de Cristo y de la
Iglesia tiene un carácter nupcial. Bodas divinas que se actualizan en el Bautismo cristiano y
allí manifiestan su fecundidad.
Este tema nupcial, que atraviesa toda la Escritura, tiene su origen remoto en aquella escena
del sueño de Adán. La Iglesia nace del costado abierto de Cristo en la Cruz de donde
brotaron el agua y la sangre, así como Eva nació del costado de su esposo dormido.
"Hay en el sueño de Adán -escribe San Hilario- un misterio escondido".
En su epístola a los efesios, San Pablo nos muestra a Cristo, nuevo Adán, lavando a la
Iglesia en las aguas del Bautismo para hacerla comparecer delante de sí como Esposa
inmaculada. Por eso no nos debe extrañar la preñante afirmación de San Hilario: "En el
sueño de Adán, Cristo engendra a la Iglesia". Ni la de Tertuliano:"Si Adán era una figura de
Cristo, el sueno de Adán simbolizaba la muerte de Cristo dormido en la Cruz; Eva, que sale
de la herida del costado de Adán, es una figura de la Iglesia, madre verdadera de los
vivientes"47.
El hombre dejará a su padre para unirse en matrimonio, leíamos en el Génesis. Metodio de
Filipos aplica esa frase a Cristo, quien dejó a su Padre celestial y descendió a la tierra para
unirse a su esposa, la Iglesia 4S. El sueño de Adán, figura de la Pasión, explica el rebrotar
perpetuo de la santidad en la Iglesia: "Así se cumplepropiamente el «Creced y
multiplicaos», creciendo la Iglesia de día en día en estatura, en belleza y en número, por la
comunicación del Verbo que aún ahora desciende a nuestras almas, y prosigue su éxtasis
mediante la memoria de su Pasión"
"La Iglesia -continúa Metodio- no podía concebir y regenerar a los creyentes por el agua
bautismal de la regeneración, si Cristo no se hubiese aniquilado por causa de ellos para ser
recibido según la recapitulación de su Pasión, si no muriese de nuevo descendiendo de los
cielos y uniéndose a la Iglesia, su Esposa, ofreciendo su costado para que de él brote un
poder gracias al cual todos cuantos han sido edificados en él, engendrados por el agua
bautismal, crezcan a partir de sus huesos y de su carne" 50. Es admirable la plenitud
sacramental de este pasaje. La Eucaristía aparece como una presencia permanente -en
sacramento- del sueño de Adán, de la Pasión de Cristo que permite crecer a los bautizados.
También San Hilario dedica una parte de su Tratado sobre los misterios a explicar el sueño
de Adán. "El texto dice que habiéndose dormido Adán, Eva fue engendrada de su costado y
de sus huesos; luego Adán se despertó y profetizó: Esto es hueso de mis huesos [...] Lo cual
más se dijo por Jesús que por Adán [...] No que Dios retirara la realidad del hecho histórico
sino que mostraba prefigurado en él lo que se realizaría en otro hecho. El Verbo se hizo
carne, y la Iglesia, nacida por el agua y vivificada por la sangre brotados de su costado, ha
sido hecha miembro de Cristo; y también la carne del Verbo eterno permanece en nosotros
por el sacramento.
Todo esto nos enseña de manera sencilla que en Adán y Eva estaba contenida la figura de
Cristo y de su Iglesia, significando que la Iglesia fue santificada después del sueño de la
muerte de Cristo, mediante la comunión de su carne"51. El agua y la sangre, brotados del
costado, figura de los dos sacramentos fundamentales-Bautismo y Eucaristía-, son los
fundamentos sobre los que se edifica la Iglesia.
A esta interpretación sacramental, Hilario agrega una interpretación escatológica merced a
la cual la creación de Eva aparece como una figura de la resurrección final. Después del
sueño de su Pasión, el Adán celestial, al resucitar, reconoce en la Iglesia sus huesos y su
carne; entonces la Iglesia -y sus miembros- ya comienzan a resucitar porque Cristo,
"despertado" y glorioso, arrastra tras de Sí a la Iglesia en su dinamismo resurreccional: "La
Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y el misterio que esiá en Adán y Eva es una profecía que
concierne a Cristo y a la Iglesia: todo lo que Cristo ha preparado para la Iglesia en la
consumación de los tiempos ha sido ya realizado en Adán y Eva al comienzo del siglo
presente"
A lo largo de toda la Sagrada Escritura, encontramos pasajes que se refieren al amor
conyugar y que podemos aplicar al amor de Cristo con su Iglesia Esposa.
El Señor lava a la elegida, la colma con sus dones (Oseas 1-3, pero sobre todo Ezequiel 16,
8-14).”Y pasé junto a ti y te vi; era tu tiempo, el tiempo del amor; y extendí sobre ti las
faldas de mi manto y cubrí tu desnudez, y te hice un juramento y entré en alianza contigo,
dice Yahvé, el Señor; y así viniste a ser mía.” La belleza de la esposa es la evocada en el
Cantar de los cantares (4, 7s.): es gloriosa con la misma gloria de Cristo”[11].
Pero es en el Evangelio donde la idea de la unión se manifiesta en toda su plenitud,
encuentra su fundamento más seguro y reviste la forma más persuasiva. El Verbo
encarnado, Verdad infalible, se nos da personalmente por esposo (Mt.9, 15; Jn. 3,29);
delante de Él van las vírgenes destinadas a formar su corte de amor (Mt. 25,1-13). Oíd de
los labios del Divino Esposo la invitación más tierna y extraordinaria que pueda hacer
estremecer al corazón humano: «Venid a las bodas, porque todo está ya preparado»(Mt.
22,4).
San Pablo, heraldo por excelencia del misterio de Jesús, nos muestra asimismo a este
Esposo «entregándose a la muerte, en un exceso de amor» para adornar Él mismo a la
esposa con las más hermosas joyas, «hacerla así comparecer en su presencia lavada con su
sangre preciosa, llena de gloria, sin mancha ni arruga ni imperfección alguna, sino santa e
inmaculada» (Ef. 5,25-27)*, verdaderamente digna de las «bodas del Cordero», como
cantará San Juan en su Apocalipsis (Ap. 19,7-8;21,2,9).
No poseyendo nada que le sea propio, toda la riqueza de la Iglesia consiste en entregarse al
Verbo, en brindarle todo cuanto pueda contribuir a inflamar y atraer los corazones y a
conquistar su Reino. Es así como vive sólo para la gloria del Verbo, que se entrega
completamente a Él con dependencia absoluta, pero llena de amor, hasta la muerte.
¡Qué bien pudo decir la Iglesia al Verbo en el instante de unirse a Él: «Tú eres para mí un
esposo de sangre»! (Ex 4,25). Entregada a Él para ejercitar con Él y en Él todo cuanto es
voluntad del Padre, no ha cesado durante toda su existencia en el mundo de tender hacia ese
«bautismo de sangre» (Lc 12,50), que debía consumar la fecundidad maravillosa e
inagotable de esta inexplicable y trascendental unión.
De la muerte surgió la vida; del corazón traspasado de Jesús ha brotado el río de agua viva
que debe regocijar la ciudad de las almas después de haberlas engendrado para la gracia.
Fruto de esta unión consumada en el Calvario entre el Verbo y la naturaleza humana, es la
Iglesia y la multitud de los elegidos; multitud que san Juan llama innumerable (Ap 7,9);
elegidos que «han sido rescatados de entre todas las razas, pueblos, lenguas y naciones»
(Ap 5,6) por la Sangre divina, para constituir el reino eterno, glorioso y resplandeciente del
Esposo y de la Esposa.
¿Y quién ha sido el autor de esas obras admirables, sino el amor, el amor del Verbo por la
humana naturaleza, el amor de la santa humanidad por el Verbo? La unión entrambos no se
realiza sino por la acción del Espíritu Santo, que es Amor substancial; éste es quien los
reúne en el seno de la Virgen que «concibe del Espíritu Santo». El Amor ha inaugurado
esta unión; el Amor la ha consagrado y sellado; el Amor la conserva; el Amor la realiza aún
hoy día. Cristo, declara San Pablo, «se ha ofrecido como hostia inmaculada por el
movimiento del Espíritu...» (Hb. 9,14).

La caridad, el amor es, pues, tan esencial como posible en la Iglesia esposa; este es el lazo
de la unión. Este amor se traduce en los diferentes actos enumerados por San Bernardo:
«unirse al Verbo, vivir para Él, dejarse guiar por Él». Estos son los imperiosos deberes que
lleva anejos la excelsa dignidad de esposa; que representan, también, otros tantos grados de
la ascensión que lleva a una unión cada día más perfecta e incesantemente fecunda.*
¿Qué significa «unirse estrechamente al esposo? Que la esposa debe seguirle en todo y por
todo, hacer propios los pensamientos de Él; favorecer sus intereses, compartir sus trabajos,
asociarse a su destino. Una sola palabra compendia todos estos deberes: la fidelidad.
Esta esposa, a la que a la que Cristo “amó y se entregó por ella para santificarla” (Efesios 5,
25-26), la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la “alimenta y cuida”
(Efesios 5, 9) Sin embargo, mientras la Iglesia camina en esta tierra lejos del Señor (cf. 2
Corintios 5, 6), se considera como en destierro, buscando y saboreando las cosas de arriba,
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, donde la vida de la Iglesia está escondida
con Cristo en Dios hasta que aparezca con su esposo en la gloria (cf. Colosenses 3,1-4)».
«Mientras la Iglesia ha alcanzado en la santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual
no tiene mancha ni arruga (cf. Efesios 5, 27), los fieles luchan todavía por crecer en
santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que
resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos. La Iglesia,
meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre,
llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se
asemeja cada día más a su Esposo»
La dimensión marital del misterio de la unión entre Cristo y su Iglesia pone de manifiesto
que se trata de un enlace anudado por una alianza, por lo tanto, hecho de amor y libertad, y
al mismo tiempo radicado en la realidad de formar un único cuerpo, pues la Iglesia es el
cuerpo de Cristo.
La dimensión esponsal del misterio de la Iglesia, en su unión con Cristo, reaparece de un
modo u otro en los sacramentos. En concreto, afirma el Magisterio de la iglesia que hay tres
que producen una configuración con Cristo según esta dimensión el bautismo, el orden y el
matrimonio.
El bautismo, misterio nupcial
1617 Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya
el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como
el baño de bodas (Cf. Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El
Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de
Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre
bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (Cf. DS 1800; ? CIC, can.
1055,2).

Audiencia general de San Juan Pablo II del 28 de agosto de 1982


El amor de Cristo a la Iglesia tiene como finalidad esencialmente su santificación: «Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella... para santificarla» (Ef 5, 25-26). En el principio de
esta santificación está el bautismo, fruto primero y esencial de la entrega de sí que Cristo ha
hecho por la Iglesia. En este texto el bautismo no es llamado por su propio nombre, sino
definido como purificación «mediante el lavado del agua, con la palabra» (Ef 5-26). Este
lavado, con la potencia que se deriva de la donación redentora de sí, que Cristo ha hecho
por la Iglesia, realiza la purificación fundamental mediante la cual el amor de Él a la Iglesia
adquiere un carácter nupcial a los ojos del autor de la Carta.
El amor nupcial de Cristo se refiere a ella, a la Iglesia, siempre que una persona individual
recibe en ella la purificación fundamental por medio del bautismo. El que recibe el
bautismo, en virtud del amor redentor de Cristo, se hace, al mismo tiempo, partícipe de su
amor nupcial a la Iglesia. «El lavado del agua, con la palabra» en nuestro texto es la
expresión del amor nupcial en el sentido de que prepara a la esposa (Iglesia) para el esposo,
hace a la Iglesia esposa de Cristo.
Cristo-Esposo se preocupa de adornar a la Esposa-Iglesia, procura que esté hermosa con la
belleza de la gracia, hermosa gracias al don de la salvación en su plenitud, concedido ya
desde el sacramento del bautismo. Pero el bautismo es sólo el comienzo, del que deberá
surgir la figura de la Iglesia gloriosa, cual fruto definitivo del amor redentor y nupcial,
solamente en la última venida de Cristo.
, el bautizado toma el papel tanto de alma esposa de Cristo, como de esposo de la Iglesia,
participando del amor nupcial de Cristo hacia ella.
Y esa doble participación en ese amor nos hace ver que el cristiano, al mismo tiempo que se
inserta en la comunidad y recibe la salvación a través de ella, se sitúa también frente a la
comunidad con la responsabilidad de cuidar la salvación de sus hermanos en la fe, de
entregar por ellos su existencia mediante la caridad, así como Jesucristo se ha entregado por
la Iglesia en la Cruz.
Y esto no como imperativo moral que le venga de fuera, sino como una exigencia de su
mismo ser cristiano recibido en el bautismo.
Configuración con Cristo esposo por medio del sacramento del Orden
El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo esposo de la Iglesia, por su
configuración con Cristo se encuentra en una posición esponsal frente a la comunidad, por
lo tanto está llamado a revivir en su vida espiritual esa unión de Cristo con la Iglesia, su
Esposa. Esta dimensión esponsal es la que debe inspirar especialmente el ejercicio de la
caridad pastoral.
El matrimonio, signo y participación del misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y
la Iglesia
Los cónyuges cristianos por el sacramento del matrimonio significan y participa el misterio
de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia. Lumen Gentium
Esto es así porque por el bautismo ya esaban insertos en la Alianza de Cristo y la Iglesia, y
debido a esta inserción indestructible la comunidad íntima de vida y amor conyugal,
fundada por el Creador, es elevada y asumida en la caridad esponsal de Cristo, sostenida y
enriquecida por su fuerza redentora Los esposos son, por tanto, el recuerdo permanente,
para la Iglesia de lo que pasó en la Cruz. El misterio de la unión entre Cristo y la Iglesia
tiene una estructura conyugal porque es un misterio de unión corporal y de unión de
alianza.
Los esposos, que ya por su bautismo pertenecían al misterio, participando cada uno por su
cuenta, sin embargo, al casarse y establecer entre ellos una unión conyugal, se configuran
en cuanto pareja conyugal a Cristo y su Iglesia enlazados como Esposo.

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