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Eternos

Lighling Tucker
Copyright © 2020 LIGHLING TUCKER
1ªedición Junio 2020.
ISBN
Fotos portada: Shutterstock.
Diseño de portada: Tania-Lighling Tucker.
Maquetación: Tania-Lighling Tucker.

Queda totalmente prohibido la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, y ya
sea electrónico o mecánico, alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la previa autorización y por
escrito del propietario y titular del Copyright.
Todos los derechos reservados. Registrado en copyright y safecreative.
A ti, esa pequeña fuente de energía inagotable, por enseñarme a querer. Algún día podrás leer
estos libros, cuando seas muy muy muy mayor.
Gracias a todos los que me dais esta nueva oportunidad. Gracias por
leerme y seguir ahí día tras día apoyándome. A los recién llegados:
¡Bienvenidos!
Espero que disfrutes de la lectura.
A todos los que amaron sin contemplaciones, sin miedos y sin pensar en
el qué dirán. A los que lo dejaron todo por seguir al corazón. El amor
puede ser complejo, duro y descelebrado, pero si estás seguro de amar
lánzate sin miedo.
Si te equivocas siempre puedes volver a intentarlo. No importa a quién
sea, ama y disfruta y no solo a tu pareja también a tus amigos y familiares.
Porque amar siempre fue de valientes y el amor puede convertirse en
eterno.
¿Amas?
ÍNDICE
Katariel de Nislava
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Epílogo
Tu opinión marca la diferencia
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BIOGRAFIA
Katariel de Nislava
Estamos en guerra.
Dicen que años atrás todo este lugar era cálido y acogedor, pero ahora es frío y cruel.
No soy nadie, salvo una mota de polvo en el lugar más sucio del mundo. Aún así te invito a
conocerme y, tal vez, puedas ver la belleza de las pequeñas cosas como hago yo.
Sí, estamos en guerra, no obstante, no permitas que la oscuridad no te deje disfrutar de las
vistas.
Bienvenido.
Prólogo

Érase una vez que se era un gran mundo distinto al tuyo. Un mundo formado por un único y gran
continente repartido en cinco reinos. Cada uno distinto al siguiente, con seres muy dispares como
habitantes.
Quiero que sepas que es un mundo mágico, capaz de cambiar a voluntad tanto en clima como en
cultivos.
El reino del norte: Kaharos. Reino repleto de ninfas, elfos y seres mágicos que solo tu
imaginación es capaz de crear. Una ciudad pacífica y en armonía con la naturaleza donde la calma
suele reinar, aunque peligroso en su esencia.
El reino colindante: Draoid. La magia en este lugar es mucho más visceral y peligrosa, su gente
estudia durante largos años antes de poder ser capaz de lanzar su primer hechizo. Peligrosos y con
ejércitos capaces de doblegar a cualquier enemigo.
Al sur el reino de Reiyar. Ciudad de grandes montañas y colinas, sus gentes aprendieron a
extraer minerales y piedras preciosas vendiéndolas por una gran suma de dinero.
A su lado izquierdo, el reino de Diamon. Poco se sabe del reino en ruinas, se dice que sus
bosques están malditos como envenenados sus ríos. Tras la maldición de una bruja a la que se le
negó el trono fue totalmente deshabitado; incluso los animales huyeron despavoridos.
Y el último reino, en el centro: Nislava: antaño fue la ciudad más hermosa del universo. Las
mejores flores se cultivaban en él, había sido el centro turístico y la gente podía viajar durante
días solo para contemplar sus hermosos campos. El reino del sol se hacía llamar antes de caer en
desgracia.
Pero la guerra estalló por culpa de su rey y el reino quedó sumido en un perpetuo invierno.
Treinta años hace ya de los primeros copos y sigue nevando como si no fuera a parar jamás.
La naturaleza castigó al rey y sus gentes ante la barbarie que crearon. Sus ejércitos saquearon,
mataron y torturaron en un intento de adueñarse de todo. El castigo fue eterno, aunque eso no hizo
cambiar a su monarca solo consiguió hacerlo más oscuro.
Visualiza este mundo. Distinto al tuyo, no obstante, con cosas en común. Ellos conocen la
electricidad, el agua y el gas, aunque con ciertas diferencias. No es un mundo antiguo, es moderno,
con gente curiosa y ansiosa por descubrir más.
La guerra ha hecho que muchas vidas se pierdan en vano, odiándose entre los cinco son
incapaces de dar con una solución.
Y es aquí donde empieza esta historia.
Porque a veces una brisa alzando una mota de polvo puede hacer que todo cambie.
Es posible.
Capítulo 1

—Señorita Kata, debería apurarse si no desea llegar tarde.


Las palabras de su doncella hicieron que saliera del baño a toda prisa con el peine todavía
enredado en sus cabellos. Ellos habían decidido que no iban a colaborar esa mañana y poco tenía
que decir en su defensa.
Malorie, con signos evidentes de estar aguantando la risa, señaló hacia arriba como si tratara
de hacerle entender algo.
—¿Piensa ir así?
Kata cabeceó un poco ante la posibilidad de hacerlo, pero decidió cambiar de táctica y atacar
al problema de una forma mucho más sencilla.
Giró sobre los talones entrando nuevamente en el baño. Allí registró un par de cajones con la
esperanza de encontrar lo que deseaba y, al hacerlo, emitió un pequeño suspiro.
Decidida, y con unas tijeras entre los dedos, cortó el primer mechón de su melena pelirroja
dejando que cayera al suelo sin remedio. El sonido del peine le indicó que ya era libre.
—Vale, ahora solo tenemos que igualar el resto —se dijo a sí misma decidida.
Siguió cortando sin titubear ni un instante y no le resultó tan difícil como imaginó en un
principio. Hubo un momento en el que dejó que sus labios tararearan una canción mientras se
desprendía de su larga cabellera. No la necesitaba.
De pronto un grito hizo que dejara caer las tijeras al suelo y diera un brinco al mismo tiempo
que su corazón parecía colapsar.
—¡¿Qué ha hecho?!
Malorie la miraba desde la puerta con los ojos tan abiertos que creyó que iban a salírsele de
las cuencas.
—Estoy cansada de batallar cada mañana, pierdo mucho tiempo cuidando un pelo que escondo
con recogidos interminables —se justificó.
La doncella seguía petrificada sin dar crédito a lo que acababa de hacer. Kata, sin embargo,
tomó las tijeras de nuevo e igualó un par de mechones que le quedaban para sentirse satisfecha
con el trabajo.
Cuando miró al suelo no sintió pena. Aquella melena había sido una condena durante todos
aquellos años. Malorie cada noche la cepillaba sin cesar dando tirones innecesarios para dejarla
suave y brillante.
Ahora eso no era un problema.
Se miró al espejo y sonrió al verse bien. Su cabello apenas colgaba bajo sus orejas y se sintió
la mujer más hermosa del reino; no importaba si el resto no podían verlo. Casi creyó que esa
melena era una pesada carga.
Comenzó a recoger aquel deshecho y consiguió que ocupase entre sus manos mucho más de lo
que hubiera esperado en un principio. Era demasiado larga como para seguir cargando con ella.
—Su padre la matará —susurró Malorie con horror.
Kata volvió la mirada al espejo.
—No. Hace años que no se fija en mí —contestó sin rastro de pesar en sus palabras.
El sonido de unos nudillos golpeando su puerta hizo que reaccionara al instante. Dejó sus
cabellos caer ante la imperiosa necesidad de salir corriendo y sorteó a su doncella a toda prisa.
—Lo lamento, después lo recogeré —explicó sin mirar atrás.
Interceptó el picaporte, abrió y cerró tras de sí a tanta velocidad que acabó impactando contra
el pecho del hombre que acababa de llamar. El olor a mar inundó sus fosas nasales
reconociéndolo al instante. Kata gimió lastimeramente antes de apartarse para mirarle.
Nixon era su mejor amigo, tal vez el único en todo aquel estúpido reino.
Era un guerrero al servicio del rey y al que todos temían. Tenía la capacidad de atemorizar a
todos sus hombres solo con una mirada, algo que era totalmente inútil con ella. Lo conocía
demasiado bien como para dejarse amedrentar por él.
Iba pulcramente vestido de negro, de los pies a la cabeza, toda la tela se apretaba a su cuerpo
luciendo sus músculos; los mismos que tenían a las mujeres del reino suspirando sin cesar.
Ahora lucían casi el mismo peinado, él algo más corto y sus cabellos negros como la noche
distaban de los suyos. Su rostro, según decían las mujeres, era el más atractivo que los dioses
habían podido esculpir. Ella solo veía un hombre de rasgos duros y cincelados para culminar en
unos labios finos y rojos que escondían la mejor de las sonrisas.
—Vas tarde, otra vez —reprochó él.
La joven se encogió de hombros fingiendo indiferencia a pesar de que temía las posibles
represalias de sus actos.
—Tú también —acusó ella enarcando una ceja.
Los ojos azules de Nixon la contemplaron de arriba abajo hasta detenerse más segundos de la
cuenta en su recién estrenado peinado. Frunció el ceño unos instantes, como si su cerebro hubiera
colapsado en aquel instante, y la rodeó con un brazo posándolo sobre sus hombros. La aplastó
contra su pecho con fuerza poco antes de dejar caer la mano libre sobre su cabeza, acto seguido,
la movió con rapidez, despeinándola.
—¡Nixon! ¡No! ¡Para!
—Vaya, pero si nuestra princesita ha perdido esa larguísima melena que todos los hombres del
reino adoran. ¿Serán ciertos los rumores y eres más hombre de lo que pensábamos?
Ante las burlas de él usó una táctica sencilla para liberarse: lanzó su codo contra sus costillas y
el agarre desapareció.
Kata se alejó unos pasos mientras trató de peinarse con los dedos, una tarea difícil ya que no
podía verse reflejada en ningún sitio y no podía saber el resultado.
—Eres un estúpido.
No lo dijo en serio y él lo sabía bien. En el transcurso de su amistad se habían dicho cientos de
barbaridades, a cada cual más pintoresca y eso no la había mellado lo más mínimo.
—Muchas dirían lo contrario. Creo que has querido decir que soy el hombre de tus sueños.
Kata fingió una arcada antes de regalarle un corte de mangas.
—¡Eso no es gesto para una princesa! —se quejó Nixon.
La joven se llevó las manos al pecho fingiendo sorpresa y, después, dolor como si sus palabras
la hubieran disparado en el centro de su corazón.
—Bésame el culo mientras te adelanto hasta el despacho de mi padre —le retó.
No esperó a que contestase, giró sobre sus talones y arrancó a correr sabiendo que él era
mucho más rápido que ella. Debía usar esa débil ventaja que acababa de robarle para tratar de
ganar aquella carrera.
Los pasos de Nixon tras de sí le provocaron una risa nerviosa, siempre lo conseguía. Tenerlo
atrás, a aquel hombre imponente, hacía que su adrenalina se disparase y su cuerpo se activase.
Corrieron por los pasillos del castillo, sortearon empleados y algún que otro animal que
decidió cortarles el paso mientras las risas de ambos se entremezclaban creando una sola.
Kata mantuvo la ventaja hasta pocos metros antes de llegar al despacho del rey. Fue cuando se
creyó victoriosa que Nixon la tomó de la muñeca y tiró de ella con cierta fuerza.
Ella gruñó enfadada por perder y peleó. Forcejeó dispuesta a ganarle de una vez, lo empujó
dejando que las palmas de sus manos hicieran fuerza sobre su pecho y salió disparada hacia la
puerta de espaldas.
No estaba cerrada, lo que provocó que el mayor de sus miedos se hiciera realidad. Al impactar
contra la madera cedió y notó, con horror, como la sensación de caída la abrazaba. Con
desesperación trató de sujetarse a Nixon y él también intentó alcanzarla, no obstante, fue inútil y
cayó demasiado sonoramente contra el suelo.
El golpe fue duro, cortándole la respiración en cuanto la espalda tocó el suelo. Asustada, giró
sobre sí misma y trató de levantarse, aunque fue demasiado rápido consiguiendo marearse
mientras luchaba contra su cuerpo.
—Señor, discúlpenos, ha tropezado por mi culpa. No vi por dónde caminaba y la empujé sin
querer —la excusó Nixon.
Kata se paralizó en el suelo, siendo incapaz de mover extremidad alguna durante unos
angustiosos segundos. Levantó la cabeza y vio, con estupor, como todos los guerreros de su padre
la miraban con miedo.
Y supo lo que iba a pasarle.
Tragó saliva antes de mirar hacia el escritorio de roble que tenía su padre. Tras él, su temible
figura se erigía con severidad.
Era un hombre que rondaba los cincuenta años, aunque parecía tener diez menos. Sus cabellos
oscuros y sin rastro de canas le dotaban de una juventud que sabían que no era cierta.
Sus pobladas y anchas cejas subieron y bajaron con desaprobación como si acabase de ver a
una cucaracha sobre su impoluta alfombra.
Presa del miedo, la joven alcanzó a ponerse de rodillas mientras el rey se levantaba de su
asiento para caminar hacia ella.
—Lo siento mucho, padre. Resbalé… —explicó titubeante.
El rey no prestó atención a sus palabras. Se colocó ante su hija y la tomó por la barbilla de
forma dolorosa haciendo que ella luchara contra sí misma por no gritar.
No se detuvo ahí, la levantó sin miramiento alguno y sin importar el dolor que le causó cuando
tiró de su cuerpo desde el rostro. Cuando la tuvo en pie la miró de forma acusatoria y Kata
recordó que no era nadie en aquel lugar.
Menos que nadie.
—Te has cortado el pelo.
Su voz severa provocó que temblase de los pies a la cabeza sabiendo bien que eso no le
gustaba a su padre.
—Sí, señor…
El primer bofetón llegó sin avisar, ladeando su cara con fuerza, pero sin liberarse del agarre
impasible que su padre seguía ejerciendo sobre su barbilla. Kata contuvo las ganas de pelear
porque sabía que eso empeoraría las cosas.
Tragó aire y dejó que dos golpes más señalaran su rostro.
—Señor, es culpa mía. Yo la empujé —dijo Nixon en un intento inútil de exculparla.
El rey asintió.
—Si es tu culpa tendrás el placer de contemplar lo que hago con los que me molestan —
explicó.
Kata gimió entonces sabiendo lo que ocurriría.
La soltó para mirar a sus guerreros, ellos ya supieron lo que tenían que hacer. Con pesar, se
acercaron a ella y la tomaron de los brazos para sacarla de allí arrastrándola.
La princesa miró al rey sabiendo que no había grito o llanto que pudiera provocarle
sentimiento alguno. Se resignó aceptando bien lo que iba a ocurrir y que no podía evitar.
Dejó caer la mirada mientras la guiaron al patio trasero del castillo, justo ahí donde había ido
cientos de veces, donde él podría dañarla.

***

Nixon reprimió las ganas de gritar cuando se llevaron a Kata sin oponer resistencia. Todos
sabían lo que vendría después y no había forma de evitarlo. Lo mejor era superarlo para no volver
a caer en el mismo error.
Siguió a su rey Negan cuando arrancó a andar.
Al salir el frío les golpeó el rostro. La nieve superaba los cincuenta centímetros de altura a
pesar de que un equipo de limpieza se encargaba de rebajar el grosor de nieve para hacer
habitable la ciudad.
Llevaron a Kata al centro, donde una T de madera la esperaba. La regularon a su altura y le
ataron las muñecas a cada extremo y los tobillos en la base para evitar que pudiera escapar.
Ella no lo haría, la conocía bien, aunque su padre se empeñase en tratarla como si fuera una
extraña.
Uno de esos guerreros entró en el castillo para salir con una especie de mordaza que le colocó
a la princesa en la boca. Ella la abrió de forma sumisa dejando que se la pusieran como tocaba.
La primera descarga eléctrica hizo que la joven se estremeciera, cerró los ojos intentando
soportar las que vendrían después. La segunda dio paso a la tercera, cada vez más intensas y
largas provocando que los gritos rompieran el aire.
Excepto al rey, a todos los presentes se les encogió el corazón, deseaban con todas sus fuerzas
mirar hacia otro lado, pero no podían hacerlo o ella sufriría las consecuencias de la piedad.
Porque sí, todo era culpa de la princesa.
Si sentían pena por ella ese motivo, significaba que era lo suficiente mala persona como para
crear ese sentimiento. No valía nada y no debía hacer que los demás se compadeciesen de su
situación.
—Cuando seas rey serás tú quien deba hacer esto —comentó Negan.
Nixon asintió.
—Su madre fue más fácil de doblegar, le bastaron un par de descargas para comprender cuál
era su sitio. Ella es trabajo duro, sin embargo, estoy convencido de que podrás.
Kata gritó a pleno pulmón y luchó por liberarse cuando la séptima descarga pudo con su
cuerpo. Eran demasiadas como para soportarlo.
Nixon quiso detener aquello, aunque supo que no podía. Únicamente se le permitía mirar.
La octava duró casi diez segundos, lo que hizo que él apretase los puños con rabia mientras
veía a la princesa llorar y gritar al mismo tiempo. La novena no fue mejor y la décima casi
pareció romperla en dos.
Negan rio cuando comprobó que el esfínter de su hija no pudo soportarlo más y el orín bajó por
sus piernas hasta convertirse en un charco.
—¿Cuántas crees que merece?
La pregunta le sorprendió, dudó unos segundos antes de debatir consigo mismo qué debía
contestar.
—¿Señor? —preguntó.
Negan alzó una mano deteniendo la tortura lo justo como para mirarlo a los ojos esperando una
respuesta.
—Quizás sea suficiente. La princesa Kata debe estar viva el día de la boda para poder
proclamarme rey.
Nixon sintió asco de sí mismo al pronunciar esas palabras. Jugaba en el terrero del rey y todos
sabían bien que su hija seguía con vida solo porque todos sabían que lo era. Se convirtió en un
trofeo al que regalar cuando encontrase heredero al trono.
El rey sonrió satisfecho.
—Buena respuesta. Soltadla.
Los soldados soltaron los tobillos de la princesa antes que las muñecas, aunque el resultado fue
el mismo. Con dolor y bajo la atenta mirada del rey, tuvieron que dejarla caer duramente contra el
suelo.
La volvieron a coger y la arrastraron camino al interior del castillo. Cuando pasaron por su
lado él no pudo evitar mirarla. La pobre muchacha apenas se mantenía consciente después de
todo.
—Si tanto te gusta mirarla pídeles que la dejen ahí —propuso el rey.
Él se estremeció cuando supo que acababa de cometer un gran error. Tragó saliva antes de
pedirle a los soldados que hicieran justo lo que su monarca acababa de pedir y lo hicieron sin
pestañear.
La nieve estaba demasiado fría.
—¿Sabes? Creo que no solo hay que doblegar a Katariel. Tal vez su futuro esposo necesite una
lección…
Nixon se quedó paralizado al sentir sus palabras sabiendo que su destino estaba marcado. Sus
compañeros lo rodearon sabiendo bien lo que debían hacer y él decidió alzar las manos en señal
de rendición antes de arrancar a andar hacia la T que lo esperaba.
Sin mediar palabra dejó que lo ataran a aquella máquina de tortura.
—¿Algo que decir? —preguntó el rey con una sonrisa.
—Siento mi error.
La primera descarga hizo que la sonrisa se expandiera casi de oreja a oreja.
—Un rey nunca pide perdón —sentenció Negan.
Giró sobre sus talones y caminó hacia el interior del castillo.
—Seis más y dejadlo en el patio. Un día al raso hará que ambos sepan dónde está su lugar.
Las órdenes fueron claras y pobre del que no hiciera caso al rey, correría la misma suerte o
peor. Estaba convencido de que cualquier otro moriría sin contemplaciones, no obstante, a ellos
dos solo podía torturarlos.
Nixon cerró los ojos y soportó lo que cayó sobre él.
¿Qué otra cosa podía hacer?

***

La nieve estaba demasiado fría, pero Kata estaba tan paralizaba que no podía moverse y huir
del hielo que quemaba su piel.
Los brazos de Nixon la envolvieron en un intento de proporcionarle calor para que ninguno de
los dos muriera de hipotermia. Llevaban tantas horas allí que habían perdido la noción del tiempo,
sin embargo, el sol ya había abandonado el firmamento lo que significaba que llevaban más de
diez horas.
—He sido una estúpida… —susurró lamentándose por lo que sus actos habían provocado.
Él temblaba más que ella y se apretó en su pecho intentando hacerle sentir mejor.
—Yo nunca te haré eso cuando sea rey —sentenció castañeando los dientes.
Lo sabía, Nixon no era su padre. Confiaba en él más que en cualquier otra persona en el mundo
y sabía que las cosas malas que le habían ocurrido no las había provocado buscando su dolor.
El rey la odiaba, a decir verdad, odiaba a todo el mundo y no se podía luchar contra eso.
—Se me olvidó decirte algo —comentó Nixon.
Ella escuchó la puerta del patio abrirse y temió por ver el rostro de su padre.
—Me gusta tu pelo corto, estás guapa.
Kata sonrió y llevó los dedos de una mano sobre sus labios para instarlo a callar. No podían
seguir hablando si el rey Negan estaba allí.
—Santo cielo, que los dioses lo castiguen algún día.
La voz de su doncella Malorie hizo que todas sus defensas cayeran y las lágrimas mancharan su
rostro. Su presencia significaba que el rey daba por finalizado el castigo y podían volver al
interior.
Por fin había acabado todo.
Esta vez.
Capítulo 2

Kata había perdido la noción del tiempo en aquella habitación. Llevaba encerrada lo que ella
pensaba que era una semana, pero las horas comenzaban a ser todas iguales y ahí, privada de luz,
no podía ver los ciclos lunares.
¿Cómo había llegado allí?
Se envolvió con la manta que Nixon había conseguido colar antes de tratar de recordar qué
acto tan malo había hecho en su vida para revivir aquella tortura año tras año.
La fecha de su nacimiento marcaba una de los peores días de todo el calendario. Por decreto de
su monarca, todo el mundo estaba de luto ese día. Los comercios debían permanecer cerrados y
toda clase de vida social quedaba terminantemente prohibida.
Y a ella la encerraban unos días en ese estúpido cuarto que había ordenado hacer desde que
cumplió catorce años.
Ahora, con poco más de treinta sobre sus hombros, comenzaban a pesar los años y los castigos
que no comprendía.
Negan, su padre y castigador, hizo aquella especie de cuarto o armario a conciencia. Era un
lugar pequeño, oscuro, de no más de metro veinte de ancho y dos de largo. Las paredes eran de
piedra, dura, la misma que había arañado los primeros años buscando huir.
Lo había dotado de todo “lujo” de detalles, un retrete donde poder hacer sus necesidades y una
comodísima almohada para que pudiera conciliar el sueño las noches que él creyera conveniente
tenerla allí.
Kata, en su infinita soledad, no podía evitar echar la vista atrás año a año para recordar la
primera vez que la trajo allí. Hasta aquel día su padre era una figura retórica porque había sido
criada por el personal que tenía contratado.
Inocentemente creyó que venía a felicitarla, no obstante, la agarró de la muñeca y, sin mediar
palabra, la arrastró hasta allí.
Gritó, lo hizo durante horas y días en un intento absurdo de comprender el delito tan terrible
que había cometido. Luchó por escaparse y eso solo hizo que añadiera días a su eterna agonía. Al
final, los días dejaron de ser días, rindiéndose al cansancio y a la pena que provocaron que cayera
enferma.
Malorie siempre explicaba que estuvo con fiebres altas y delirios cerca de un mes. Uno en el
que su padre no se preocupó por ella salvo cuando el médico certificó que estaba a punto de
morir.
Eso lo desesperó.
Trajo a los mejores médicos del reino exigiéndoles salvar la vida de su hija. Por desgracia lo
hicieron.
Los años siguientes no mejoraron la perspectiva, pasar encerrada el día de su cumpleaños no
debía ser lo que todas las niñas de su edad hacían. No se atrevió a preguntar los motivos por
miedo a ser recluida de nuevo.
Él no volvió a hacerlo de esa forma tan brusca. Días antes se cercioraba de ir a hablar con ella
y notificarle lo que iba a ocurrir, como si eso mitigase el dolor, la rabia y el terror que pasaba.
No volvió a pelear. Era casi el único día que su padre le dirigía unas pocas palabras y las
aceptaba como si de un sermón se tratase.
“—Recuerda bien: eres mi hija y eso significa que debo hacerte fuerte ante cualquier
situación. Esto es de lo más suave que vivirás a partir de hoy —sentenció Negan.
Kata asintió con cierto pesar.
Eso fue cierto, porque los castigos empezaron. Primero fue por un vaso que se precipitó
contra el suelo, después por suspender una asignatura en el colegio y otras veces solo por
respirar.
Eso la fortalecía, decía.
—Sabes porqué hago esto, ¿verdad, Katariel? —preguntó.
La joven, sin levantar la vista del suelo, asintió.
—Dímelo —ordenó el Rey.
—Porque tengo tu sangre y no puedo ser débil como mi madre.
Percibió cómo asentía orgulloso y se lo imaginó sonriendo al escuchar esas palabras que se
había preocupado de calar en su mente a golpe de cinturón.
—¿Qué más?
Kata tragó saliva segundos antes de levantar el mentón para mirarlo a los ojos.
—Ella nos abandonó de la forma más ruin y debo repudiar la sangre que me quede en las
venas de su procedencia. Soy Katariel de Nislava y debo estar a la altura de mi nacimiento.
Negan sonrió como una serpiente, era tan viperino que podía ver la maldad en aquellos ojos
oscuros como la noche.
—Tu madre se suicidó a las pocas horas de tenerte y yo limpiaré el mal que queda en ti.
Kata asintió.
—Sí, señor…”
El eco de sus recuerdos rebotó unos segundos en aquellas cuatro paredes desprovistas de
recovecos. Casi fue como si aquellas palabras fueran una canción de cuna que la advertía de lo
que era.
La hija de una mujer que no pudo soportar a Negan y, aunque pudiera parecer sorprendente, la
comprendía.
Cuando cumplió veinte años nadie vino a buscarla, así pues, se dirigió a su habitáculo a la
espera de que la encerrase. En lugar de eso, se encontró a su padre vociferando por todo el
castillo buscándola. Al encontrarla tiró de ella sin explicar nada, como era de costumbre.
La llevó a su despacho, no sin antes advertirle lo refinada que había sido su educación y que
esperaba haber dado los golpes suficientes como para que recordase el protocolo adecuado.
“Kata entró en el despacho temblando como una hoja siendo incapaz de imaginar qué nueva
tortura habría ideado.
Se topó con tres personas perfectamente sentadas a la espera de su Rey. Al verlos entrar se
levantaron e inclinaron como marcaba el protocolo.
Eran un matrimonio, de una edad similar a la de su padre, y el que parecía ser su hijo. Él se
llevó toda su atención como si el resto se acabase de desvanecer en el aire por arte de magia.
Kata, tratando de contener los latidos asustados de su corazón, alcanzó a recordar que
debía caminar hasta colocarse en el lado izquierdo de su padre. Lo hizo en el momento justo en
el que se sentó en su gran silla y les separaba una mesa de sus invitados.
Tras unas justas presentaciones en las que comprendió que eran grandes benefactores de la
corona y que sus donaciones sustentaban la guerra que tenía abierta con el resto de los reinos,
le presentaron al muchacho.
—Este es Nixon, mi alteza. —presentó su madre orgullosa como quien exhibe un coche
recién comprado. Le acariciaba la nuca de forma que le hizo pensar en un perro—. Tendrá un
par de años más que usted.
Explicó sus atributos y la meticulosa educación a la que había sido sometido. Eso provocó
que se lo imaginara como una pertenencia la cual vender al mejor postor, en este caso al Rey.
—Se someterá a un curso militar para pasar a ser guardián de confianza. Si quiere ser rey
deberá cuidarme bien —explicó Negan.
Ella luchó para esconder su sorpresa cuando él se giró hacia ella tan sonriente que no creyó
que fuera posible. Aquel hombre estaba desprovisto de emoción alguna, pero ese día se
anunciaba glorioso.
—Katariel. Nixon será, el día de mi muerte, mi sucesor al trono. Será tu deber complacer al
próximo monarca y proveerlo de la felicidad que crean las buenas esposas.
Porque ese era su lugar en el mundo. No era una persona a la que amar o apreciar, era un
símbolo absurdo de una corona. El Rey no podía nombrar a otro que no tuviera parentesco
sanguíneo.
Nadie heredaba la corona salvo ella, no obstante, él prefería convertirla en un símbolo de
realeza y cederla a un hombre que disfrutase de su derecho de nacimiento.
Pasada la sorpresa inicial, Kata miró a Nixon con rostro desencajado. Rápidamente se
recompuso y sonrió como si fuera la mejor de las noticias antes de inclinarse ante el joven.
—Será un placer cuidar de usted el resto de mi larga vida, solo deseo estar a la altura de las
expectativas.
Nixon la miró a los ojos con tanta lástima que se vieron por primera vez.
—El placer es todo mío, su alteza —contestó.
Él no estaba allí por voluntad propia. Desde su nacimiento lo habían instruido para
impresionar a Negan y pretenderla como esposa. Aquel hombre había vivido su propio infierno.
Y las almas condenadas siempre se reconocían con una simple mirada.
Nixon estaba tan atrapado como Kata.”
Alguien golpeó la puerta con los nudillos un par de veces. El toque fue suave y firme a la vez,
intentando llamar su atención, aunque no la del resto del castillo.
—¿Kata? ¿Estás despierta?
Ella sonrió al reconocer la voz.
—Nixon… —susurró.
Cambió de postura, se aproximó a la puerta todo lo que pudo y se sentó con las manos sobre el
frío acero como si buscara el contacto de otro ser humano. La única persona en el mundo que la
comprendía estaba al otro lado de la puerta.
—No voy a poder entrarlo, pero te he traído la cena con una vela.
Ya era el día de su cumpleaños, aquella vez la había encerrado mucho antes, como si el
recuerdo del día que vino al mundo atormentase al Rey como la peor de sus pesadillas.
—Pide un deseo y yo soplaré por ti —pidió el joven.
Kata puso la oreja en la puerta para escucharlo mejor. Nixon susurraba para no ser descubierto,
lo que entorpecía poder oírlo con claridad.
—¿Lo has hecho? —preguntó para cerciorarse.
Ella susurró de forma afirmativa, sintió temor a que alguien pudiera escucharla y no pudo más
que dejar escapar un delicado hilo de voz.
—De acuerdo, ahora cierra los ojos y sopla conmigo —pidió Nixon.
Kata lo hizo imaginándose una gran tarta de chocolate cubierta con treinta velas a las que
soplar, rodeada de gente que podía ser su amiga. El salón principal estaría lleno de comida,
bebida y gentes de todo tipo celebrando su día.
—Una, dos, tres…
Ambos soplaron, cada uno en un extremo de la puerta como si el aliento de ambos pudiera
apagar esa vela.
No esperaba que su deseo se cumpliese, ser libre no entraba en los planes del rey.
—Feliz cumpleaños, Kata.
No pudo contestar, solo acurrucarse más sobre la puerta en un intento desesperado de sentir
contacto.
La rendija del suelo se abrió dejando entrar una bandeja de acero con algo de pasta con tomate,
pan y agua.
Nixon acompañó su comida unos centímetros más de lo permitido dejando que ella pudiera
tocarlo. Tragó saliva antes de armarse de valor, sabía que si aquello llegaba a oídos de su padre
el castigo iba a ser terrible, pero no pudo negarse, lo necesitaba más que respirar.
El contacto fue suave, con el dedo índice y el corazón acarició sobre las falanges de aquel
hombre. Volvió a cerrar los ojos al mismo tiempo que eso la reconfortaba mucho más que
cualquier deseo.
—Algún día todo esto pasará, te lo prometo —aseguró Nixon.
Ella no pudo estar de acuerdo porque no creía en cuentos de hadas, su vida no tenía final feliz.
Capítulo 3

—¡No voy a permitirlo de ninguna manera! —exclamó Kata levantando la voz de tal forma que
Malorie se removió en su asiento.
Supo que no debía llamar la atención porque si su padre se enfadaba con ella volvería a
castigarla. No era una novedad, pero llevaba una buena racha y no deseaba romperla por su
propia estupidez.
—No puedo negarme —se justificó un Nixon más que mortificado.
Estaba sentado en el suelo con las manos extendidas casi pidiendo clemencia, pero no era
suficiente para Kata.
Aquella mañana soleada era portadora de malas noticias. El Rey Negan hacía treinta años
declaró la guerra al resto de reinos, los mismos que no dudaron en no doblegarse y presentar
batalla.
Todos creyeron que, tras unos años de duro asedio, el rey de Nislava se rendiría, no obstante,
nada más lejos de la realidad. Así seguían, con la certeza de que sus enemigos caerían bajo el
mandato del hombre más cruel de la tierra.
Nislava era el reino más grande, pero eso solo era a causa de hierro y sangre, las fronteras
habían crecido ganando batallas y su plan era seguir conquistando hasta reducir a cenizas el resto
de países.
Al parecer, Draoid había conseguido avanzar y en una noche había arrasado todo un
asentamiento Nislavo. La sangre derramada debía pagarse, a lo que el rey respondía con su feroz
ejército.
Kata cerró los ojos, era incapaz de comprender los motivos por los cuales quería que fueran
liderados por Nixon.
—No tengo opción. Tu padre quiere que le demuestre que soy capaz de ganar batallas para
ganarme el puesto.
Tenía sentido y no esperaba menos de su padre. Nadie podía ganarse ese puesto sin demostrar
ser digno. Eso no quitaba que el temor a perderlo la bloquease de los pies a la cabeza.
Kata asintió aceptando que no tenían opción alguna. No había nada que hacer ante el decreto de
su padre.
—Tranquila, estaré de vuelta pronto.
La promesa de Nixon caló hondo en su corazón y rezó para que se cumpliera. Iban a ser días
largos de espera, incluso semanas sin saber nada concreto del campo de batalla.
Se levantó reprimiendo las ganas de llorar y caminó hacia la ventana. Fuera nevaba, como
llevaba haciendo los últimos treinta años. Los mayores siempre explicaban historias de una
Nislava diferente, una verde y con tanta vegetación por doquier que era imposible de creer.
Y todo residía en el rey Negan.
El resto de reinos lo castigaron condenando su reino a una helada perpetua mermando la vida.
Los animales habían huido despavoridos por el frío y por la falta de alimentos. No existían los
campos de cultivo, solo invernaderos que producían alimentos casi insípidos.
—Te veo preocupada, princesa. ¿No me ves capaz de volver?
La pregunta de Nixon la sacó de su ensimismamiento, trayéndola de vuelta al mundo real; uno
que amenazaba con quitarle una de las pocas personas que cuidaba de ella.
Él se había sentado en el alféizar de la ventana por donde ella había estado mirando. A su lado
quedó un hueco que llenó dejándose caer con hastío. No contestó inmediatamente, solo lo miró a
los ojos.
Era un gran hombre y había sido entrenado por los mejores. Sabía de lo que era capaz, pero
también sabía que eso no era suficiente. No peleaban con seres iguales a ellos, las armas de fuego
no iban a salvarlo de la magia de los guerreros de Draoid.
La formación militar que habían recibido era de las mejores, no obstante, eran simples
humanos ante un ejército de magos y eso la hacía temer por su vida.
—Claro que sí, creo en ti —contestó esperanzada.
Ambos sabían los peligros de enfrentarse al reino vecino. Históricamente, Nislava solía ganar
la gran mayoría de enfrentamientos, solo esperó que esa batalla no fuera de las pocas que
perdieran.
—¿Cuándo te vas? —preguntó Kata con un hilo de voz, casi sin querer molestar al aire con la
pregunta.
Nixon tomó las manos de la princesa y se las llevó sobre sus rodillas con pesar, lo que le
indicó que el viaje era inminente.
—¿Mañana? —preguntó ella con un nudo en la garganta.
Él, para su desgracia, asintió haciendo que aquello fuera más aterrador.
La princesa tragó saliva siendo consciente de que él la miraba como si esperase una reacción
visceral por su parte. Quedaban apenas unas horas para verlo partir y volverse loca no era la
solución.
Cerró los ojos unos segundos interiorizando la noticia, si mantenía la esperanza tal vez
regresase a su lado.
Al final, cuando fue demasiado para soportarlo, soltó sus manos, giró sobre sí misma y dejó
que su espalda se apoyara en el pecho de Nixon, el cual la recibió con los brazos abiertos.
Con lentitud, juntaron sus manos y las entrelazaron al mismo tiempo que miraban la terrible
tormenta de nieve que no parecía tener intención de parar.
Kata respiró profundamente buscando la forma de no pensar en todo aquello, no obstante, no lo
consiguió. Se aferró a él con la esperanza de aquel momento pudiera durar toda la vida.
—Voy a volver —prometió Nixon.
La princesa solo cerró los ojos y se impregnó de su aroma, para recordarlo en todos esos días
en los que no lo vería.

***
No había llegado el alba cuando Kata se despertó. Saltó de la cama como si esta se hubiera
envuelto en llamas y corrió a vestirse, no se fijó si la ropa estaba del revés y tampoco le importó.
Nixon se había marchado poco después de media noche. Ella había estado dispuesta a suplicar
que se quedase a su lado, pero no lo hizo por intentar hacerle más soportable la despedida.
Abrió la puerta de su habitación topando directamente con Malorie, la cual llegaba a
despertarla.
—¡Señorita! —exclamó sorprendida.
A Katariel no le importó, salió disparada pasillo abajo para salir a despedirse de los guerreros
que se iban a marchar aquel día. Cientos de hombres y mujeres saldrían a enfrentarse a la muerte
sabiendo bien que no todos volverían.
Descendió las escaleras a toda velocidad, casi saltándolos de cuatro en cuatro sin tener en
cuenta el riesgo que podía conllevarle.
La princesa se detuvo en seco cuando entró en el vestíbulo del palacio, no fue por llegar a la
meta sino por reconocer la figura que había de espaldas a ella. La frenada fue tan brusca que cayó
al suelo de culo.
Ante el estruendo no pudo pasar desapercibida. El rey Negan giró sobre sus talones para mirar
a su hija con la desaprobación de siempre. No estaba a la altura y apareciendo así tampoco
ganaba puntos.
—Me sorprende que llegues antes de la hora, sin embargo, las formas dejan que desear.
Después, cuando se hayan marchado los soldados, trataremos ese tema.
La nuca de Kata se erizó, sabiendo bien lo que eso significaba. El castigo iba a ser terrible.
Se levantó como pudo y se estiró la ropa como si quitar las arrugas de la vestimenta provocase
que él la viera mejor. Eso no iba a pasar jamás, aquel hombre la tenía sentenciada de por vida, lo
que provocaba que no existiera forma humana posible para hacerle cambiar de opinión.
—Espero que no montes una escena como viuda afligida, deja que ese papel lo haga su madre.
Lleva telefoneándome los últimos tres días intentando hacerme cambiar de opinión.
La joven no tuvo claro porqué le explicaba todo aquello, pero no pensaba preguntar. Suficiente
tenía que soportar en los próximos minutos como para lidiar con aquel ataque de verborrea que no
le interesaba.
—¿Tengo permiso para hablar con Nixon? —preguntó Kata segundos antes de ver como abría
la puerta para dirigirse a sus masas.
El Rey comenzó a caminar seguido de su fiel hija, la cual temblaba como una hoja. No fue por
el frío, sino por el gran ejército reunido en los jardines del palacio de hielo.
Aquellos hombres y mujeres estaban dispuestos a morir por su rey y por la causa; tampoco es
que tuvieran opción alguna. Creían estar en posesión de la verdad absoluta al creer que el resto de
reinos debía rendirse a su único Rey y él sería lo más piadoso posible.
Un «spoiler»: Negan no conocía el significado de la compasión.
El resto de personas del mundo se evaporaron justo en el instante en el que los ojos de la
princesa vieron al orgulloso coronel del ejército. Se emocionó casi sin poder controlarlo y tuvo
que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no derramar ni una sola lágrima.
Nixon estaba imponente. Vestido con los colores del reino, rojo y naranja, con el escudo de
Nislava pintado en el centro del pecho: una corona sobre la forma del reino mostrando lo
comprometidos que estaban a su rey.
Todo giraba a su alrededor.
Kata, de soslayo, pudo ver a una desconsolada madre de Nixon abrazada a su marido. Nadie
podía convencer al Rey de cambiar de opinión y había llegado el día en el que, su hijo, debía
mostrar su valía o morir en el campo de batalla.
Negan avanzó hasta el micrófono colocado a pocos metros de Nixon y sus valientes guerreros.
Estaba a punto de decir unas palabras, unas que, la princesa, no quiso escuchar.
Se mordió el moflete por dentro buscando sentir dolor y, al no despertar, comprobó que la
pesadilla se había hecho realidad.
—Hoy es un día glorioso. Hoy, mi futuro yerno, Nixon, parte al frente para traer consigo su
primera victoria y la cabeza del enemigo. No hay lugar para el miedo porque nuestro reino no
sabe de su existencia.
»Vais a demostrarles lo equivocados que están al retarnos y caerán bajo mis pies. Ellos
pagarán con sangre cada muerte, provocación y ataque sufridos estos años. El fin del invierno está
cerca.
La ciudad rugió alabando a su Rey y señor, supo que en realidad no importaba lo que dijera
porque inspiraba tanto temor que podían aplaudir cualquier cosa que saliera de sus labios.
De lo contrario los asesinarían públicamente. Los castigos, humillaciones y asesinatos eran el
deporte favorito de su padre y su atención no iba destinada exclusivamente a su hija «non grata».
Tenía maldad en su corazón para todos.
—Id con mi bendición —sentenció Negan.
Pocas palabras para un Rey que enviaba a la muerte a sus fieles, no obstante, sabía bien que ni
el mejor de los discursos hubiera hecho más llevadero aquel día.
El Rey dio por acabado su emotivo momento dando por terminadas las palabras que pudiera
decirles a sus guerreros. Fue justo en ese momento en el que se dio cuenta de que muchos de ellos
temblaban presos del terror.
Kata se compadeció, en silencio, permaneciendo impasible al lado de su padre.
Inocentemente buscó su mirada cuando este se giró para regresar al interior de su palacio. Solo
deseaba una cosa, una que no le concedió. Negó como solo él sabía hacer arrancándole toda la
vida de su pecho y obligándola a contemplar a Nixon con una mirada desconsolada.
No quería volver a esa cárcel de marfil sin poder abrazarlo. Había sido estúpida al pensar que
aquel hombre pudiera tener un poco de corazón y la dejase decir adiós.
Nixon y Katariel se contemplaron en completo silencio y ante la mirada de todo un reino que
lloraba la partida de sus seres queridos. Fueron un par de segundos, pero los suficientes como
para hablar sin palabras todo lo que sentían el uno por el otro.
No podía morir.
Nixon debía regresar con vida.
Capítulo 4

Los últimos seis días habían sido una tortura y, sorprendentemente, no de una forma física o
psicológica por parte de su padre. Lo curioso era que cada minuto sin saber de Nixon era como un
puñal en la espalda clavándose sin piedad.
Había vislumbrado en su mente cientos de finales posibles y la noche no ayudaba a sentirse
mejor. Las pesadillas la perseguían noche tras noche, desde el momento en el que cerraba los
ojos.
Y así despertó, envuelta en su propio sudor impregnado en las sábanas y el corazón a punto de
salírsele del pecho.
Los gritos resonaban en su cabeza, de cientos de personas e imágenes que se alternaban en su
mente una detrás de otra a una velocidad apabullante. En sueños veía rostros que jamás antes
había contemplado, voces que vociferaban sin haberlas escuchado jamás acompañada de la
sensación de haber estado allí.
Necesitó unos segundos antes de poder acostumbrarse a la poca luz que había en la habitación.
Giró sobre sí misma y atravesó la almohada de tal forma que pudo apoyar la cabeza y abrazarla
con la pierna a la vez.
Pronto los rayos de sol lucharían por entrar entre las rendijas de la ventana. Según los cuentos,
antaño, los pájaros habían sobrevolado el reino. Ahora era el silencio abrumador el que los
despertaba día tras día.
Solo esperó que no nevara durante más de dos días seguidos, lo cuál era una gran novedad.
Estaba cansada de los copos, del frío y de las veces que había tenido que usar la pala para
despejar el camino de entrada al palacio.
Curiosamente, la idea de reinar le llenó la mente. A pesar de todas las torturas y castigos,
llegaría el día en el que Negan moriría. Katariel y Nixon gobernarían aquel lugar, si es que eran
capaces de sobrevivir a su padre.
Lo primero que deseaba cambiar era la guerra que les hacía pasar dolor, miedo y hambre.
Después buscaría ayuda mágica para hacer retroceder el invierno perpetuo y buscaría la forma en
que aquel lugar volviera a ser cálido como años atrás.
Aunque, lo que más quería hacer, era visitar la playa. En su cabeza la había visto cientos de
veces como si de una película se tratase, no obstante, en la vida real jamás se lo habían permitido.
«Tal vez Nixon quisiera acompañarme». Pensó.
Las ideas volaron. Ellos serían matrimonio y su deber era tener descendencia, lo que implicaba
tener sexo, algo que la enrojeció.
Kata rodó hacia el lado contrario en el que estaba colocada como si la almohada sintiera
vergüenza de sus pensamientos. No era virgen, aunque tampoco era la más alocada del reino.
Estaban siendo obligados a casarse, estar juntos y amarse el resto de sus vidas, pero el cariño
no llegó de golpe. Antes pasaron años compitiendo el uno contra el otro, tratando de superarse
para acabar dándose cuenta de que estaban en el mismo barco y estaban a punto de hundirlo.
El jugar en el mismo equipo les dio ventaja, pronto descubrieron que se complementaban lo
suficiente como para hacer soportable la convivencia.
Pasado unos pocos minutos no pudo soportar seguir tumbada. Salió de la cama derecha a la
ducha esperando poder despejarse y sentirse mejor. Las voces de la guerra que se imaginaba
amenazaban con volverla loca.
—¿Señorita Katariel?
La voz de su doncella la hizo sonreír. Apenas se había desvestido y el grifo seguía cerrado
cuando la escuchó.
—En el baño —contestó.
La escuchó subir las persianas antes de entrar en la estancia donde se encontraba. Kata ya
había entrado en la ducha y su piel recibió las primeras gotas calientes del grifo.
—Buenos días, señorita —saludó Malorie.
Ella contestó sin muchas ganas, aquella mañana las reglas sociales no le interesaban lo
suficiente. Únicamente buscaba consuelo para sí misma y para el terrible agobio que sentía.
—Su padre la espera en media hora en su despacho. Ha sido muy claro en su orden.
Por supuesto. Días atrás había sido claro en su objetivo, iba a proporcionarle un nuevo
entrenamiento militar.
—¿De qué sirve saber pelear si nunca me lleva al frente? Al menos allí podría ser útil —se
quejó furiosa por no poder estar junto a Nixon.
No lo vio venir ya que nunca se esperó una reacción así por parte de su doncella. Ella, la gentil
y amable, Malorie, le dio una sonora colleja que hizo que Kata se encogiera a causa de la
sorpresa.
—¡No diga eso! —La reprendió visiblemente molesta—. Los príncipes no pueden ir a la
guerra, son el futuro del reino. Hasta su padre sabe eso.
Katariel quiso rebatirla, pero no encontró palabras suficientes. Así pues, después de aclararse
el jabón, salió y se envolvió en el albornoz.
Lo hizo de forma rápida, sin reparar en el reflejo en el espejo de la mujer que era. Tenía el
cuerpo tan lleno de cicatrices que siempre rehusaba mirarse para no recordar todo lo vivido.
—La entrena por si algún día toman el palacio. Debe ser fuerte.
Malorie dijo eso mientras ella se sentaba en el borde de la bañera dejando que, la doncella, le
secara el cabello.
—¿Ella lo fue? —preguntó Kata.
Ambas sabían a quién se refería. A la misma mujer a la que había servido mucho antes de su
nacimiento: a su madre. Todo el reino tenía prohibido hablar de la mujer que había enfurecido al
rey.
Conocía detalles de la que había sido su progenitora, no obstante, no tenía ni una imagen de
ella. A veces, la curiosidad era mucho más grande que la razón.
—Su madre era una gran mujer. Yo era muy joven cuando empecé a servirla y tuvo mucha
paciencia conmigo. Era gentil, cálida y generosa, aunque…
La doncella calló como si los recuerdos fueran más fuertes que la realidad.
Kata, se giró hacia ella en busca de un poco de verdad. Nadie hablaba de aquella mujer y
necesitaba saber algo más. Sabía que había sido una traidora a su reino, que el suicidio la había
condenado a vivir sola, pero a veces sentía curiosidad por aquella extraña.
—Su sonrisa se apagó con los años hasta convertirse en un fantasma de lo que fue.
La princesa lo comprendió y no la culpó, de alguna forma supo que su padre tuvo que ver en
todo aquello. Convivir con él no era algo sencillo, lo que sus cicatrices hablaban por sí solas.
—Ella no era de este reino, ¿verdad? —preguntó queriendo saber un poco más.
Malorie suspiró.
—No. Al igual que usted, Negan concertó el matrimonio con la hija de uno de los mayores
reinos, creyendo así que gobernaría en los dos. La boda fue por todo lo alto, nunca antes vi
Nislava tan llena de vida. Gente de todo el mundo asistió a la celebración.
Se tomó un par de segundos para proseguir.
»Poco después descubrió que, a pesar de casarse y tener un aliado fuerte, no pensaban ceder a
ser reinados por él. Las fricciones hicieron que todo se fuera tensando hasta poco después de su
nacimiento y fallecimiento de su madre. Ahí la guerra comenzó.
Katariel se estremeció. La información encontrada en la biblioteca era difusa y poco clara
sobre todo aquello. Era mucho mayor de lo que contaban, como si hubieran maquillado la historia
por miedo al Rey Negan.
—¿De dónde era mi madre?
No sabía su nombre, nadie lo pronunciaba como si fuera un pecado terrible.
—Del mismo reino al que hoy Nixon se enfrenta. No es azar que lo haya enviado a un
contraataque con Draoid. Quiere que le muestre que es capaz de matar a las personas que una vez
se atrevieron a desafiarle.
Malorie le dio un golpecito en el hombro instándola a levantarse e ir a vestirse. Estaba claro
que aquella conversación acababa de finalizar y no pensaba seguir insistiendo. Su doncella se
entristecía con aquel tema.
—Vístase rápido o llegará tarde a la reunión con su padre. No le de motivos… —No fue capaz
de acabar.
Kata lo hizo por ella.
—Para castigarme. Sí, lo sé.
Se vistió a toda prisa y se peinó lo mejor posible para estar ante él con su mejor cara. Antes de
salir de la habitación tragó saliva y se tomó unos segundos para respirar profundamente.
«Permíteme no meter la pata para que no me…». Pensó sin ser capaz de terminar, esta vez era
ella misma la que no podía.
Capítulo 5

Katariel estaba camino al despacho de su padre cuando Carisa Myara la asaltó. Supuso que
acaba de tener una audiencia con el rey para informarse sobre el frente y el estado de su hijo
Nixon.
La mujer iba vestida con un largo vestido color marfil, casi parecía ser una novia a escasos
minutos de casarse. Tenía un cinturón dorado que resaltaba su cintura pequeña, casi de avispa y
una especie de corpiño provocativo. Le gustaba embelesar a los hombres a pesar de estar casada,
de hecho, alguna vez había intentado embaucar a su padre con sus curvas y su verborrea
incansable.
La trenza que acostumbraba a llevar, morena y larga, descansaba sobre su hombro izquierdo
con una pequeña cadena plateada que la rodeaba y adornaba hasta la base.
Kata podía ver la sirena que había en ella. Aquella mujer parecía dulce y amable, con tono
sensual, pero escondía una auténtica harpía que podía hundirte en las profundidades del mar.
—Señora Myara, buenos días —saludó la princesa tratando pasar de largo lo más rápido
posible.
Esta le cortó el paso justo en el momento en el que quiso sortearla. No podía decirse que
fueran grandes amigas y, a pesar de estar comprometida con su hijo, jamás iba a verla como parte
de su familia.
—¿Para ti son buenos? ¿Sabiendo que tu prometido podría haber muerto? —preguntó Carisa
completamente enfurecida.
Su mano agarró el brazo de la princesa y ella, sin hacer un movimiento brusco, buscó la forma
de liberarse, pero no lo consiguió.
—Es solo una formalidad. Nada es bueno desde que Nixon no está —contestó sin titubear
mirándola a los ojos.
Aquella madre afligida no la creyó, nunca le había caído bien y aquello era la excusa perfecta
para odiarla todavía más.
—¿Fuiste tú quién lo envió al frente?
Kata, presa de la sorpresa, sonrió incapaz de creer que la viera de tal forma.
—Me hubiera ido con él si así me hubiera sido permitido —contestó la princesa.
El agarre sobre su brazo se hizo más fuerte hasta convertirse en doloroso. Ella hizo una mueca
de desagrado antes de volver a encararse con su futura suegra.
—Cuando mi hijo sea rey me encargaré de que te traten como te mereces. Nixon va a gobernar
sobre todos y tú solo serás una mancha en la alfombra que limpiar. Después de que le des los
suficientes hijos que perpetúen la línea de sangre Nislava, ya no habrá lugar para ti —susurró
Carisa acercándose a su oído.
Escupió tanto odio que casi sintió que era la mordedura de una serpiente y no las palabras de
una persona. Kata supo que era el dolor el que hablaba, no obstante, fue como si algo se activara
casi de forma primitiva.
La mano derecha de la princesa, que quedaba libre, tomó a Carisa Myara del cuello y la hizo
retroceder hasta que su espalda, al igual que su nuca, tocaron la pared. No fue de forma violenta,
ni produciéndolo dolor, pero sí lo suficiente como para que ella se quedara completamente
paralizada.
—No vuelvas a amenazarme —advirtió de forma lenta y pausada —. Si tengo que soportar un
desprecio más por tu parte, te desollaré viva y dejaré que los cerdos se coman el resto.
Kata, mostrando una sonrisa terriblemente fría, se acercó a su oído antes de susurrar:
—Nunca podrás entender lo mucho que me importa tu hijo, sin embargo, no creas que, por ser
golpeada por mi padre, seré igual contigo.
Se alejó y disfrutó de las vistas. Las pupilas de su futura suegra estaban dilatadas, además, el
temblor que la acompañaba de los pies a la cabeza la complacían hasta límites insospechados.
—¿Me he explicado con claridad?
Carisa asintió como pudo y fue entonces cuando la dejó ir. Se acomodó las ropas como si de
esa forma volviera a recobrar la compostura e hizo un leve asentimiento de cabeza mientras decía:
—Bien pues, como decía antes: buenos días.
La dejó marchar sin reparar en su ausencia, se limitó a caminar hacia el despacho de su padre
sin tener en cuenta lo que acababa de pasar.
La gente tenía la mala costumbre de juzgarla conforme a cómo la trataba su padre. La veían
débil, una carga o una mujer que apenas merecía respirar. Muchos cometían el error de creer que
era alguien sumiso e incapaz de defenderse y acababan lamentándose de su error.
Negan era su torturador, sin embargo, el resto no tenían ese privilegio y ella tenía carta blanca
de aplastarlos como si de cucarachas se tratase.
La respiración se le entrecortó cuando vislumbró a su padre ante la puerta del despacho, allí,
mirándola impasiblemente. Fue ahí, cuando los ojos de Negan se hicieron más oscuros
indicándole que lo había visto todo.
Katariel tragó saliva, como si de alguna forma se animara a sí misma a seguir caminando en
lugar de echarse al suelo y hacerse un ovillo suplicando perdón. Llegó hasta él bajo un silencio
sepulcral que hizo que toda ella se estremeciera.
—¿Así es cómo te haces valer? —preguntó decepcionado.
Ella, agachó la cabeza y asintió.
—La próxima vez córtale un dedo o una mano, entenderá el mensaje.
—Sí, señor —contestó casi al momento.
Esperó un golpe que acompañara a su enseñanza, pero, por suerte, no fue así. Al parecer tenían
trabajo que hacer que requería su atención más que la madre de Nixon y sus pretensiones a ser una
suegra entrometida.
Acompañó a su padre hasta el despacho, esperó a que él entrase y cerró tras de sí sin mediar
palabra alguna. Ambos caminaron hasta el escritorio y se sentaron en lugares opuestos quedando
el uno ante el otro.
—Han llegado noticias del frente y no son buenas. Al parecer, tu prometido no está resultando
ser el comandante que esperaba. Una decepción más para una lista larga de fracasos.
Sus palabras fueron frías y distantes, como si el hecho de que estuvieran muriendo personas en
la guerra no fuera importante.
Antes de que Kata fuera a decir algo, su padre le tendió una carta dentro de un sobre. El sello
estaba roto, evidentemente, había sido traída por algún emisario o alguna ave destinada para ello.
Escribirse por carta era algo bastante antiguo, pero cuando peleaban contra los Draoid era la
forma más efectiva de conseguir que llegase. Al ser conocedores de magia, podían bloquear
cualquier señal de internet. Nada salía del campo de batalla de forma digital si sus enemigos así
lo querían.
A Kata le temblaban las manos, aunque luchó por disimularlo para que él no se percatara de
ese detalle. Abrió el sobre y sacó la carta, casi pudo sentir el olor a azufre; fue como si la muerte
hubiera impregnado todo vaticinando el horror que aquellos hombres estaban viviendo. Desdobló
el pequeño trozo de papel y las letras de su interior, ahora algo borrosas, contaban la terrible
emboscada en la que habían sido sorprendidos.
Ahí comprendió que no había sido culpa de nadie.
Las pocas líneas que quedaban decían que los supervivientes se habían refugiado en un bosque
cercano, además de pedir permiso para regresar a casa ante la evidente inferioridad numérica.
La joven tragó saliva tratando de deshacer el nudo que tenía en la garganta mientras mantenía
bajo control todos sus gestos faciales. No iba a darle una excusa a su padre para atormentarla más
de lo que ya lo estaba.
La carta no mencionaba si Nixon había sobrevivido o estaba herido, nada, solo una súplica
para retirarse de aquel campo de batalla.
Volvió a guardar aquel trozo de papel y se tomó su tiempo bajo la atenta mirada de su padre.
Ninguno de los dos articuló palabra como si esperasen que fuera el otro el que rompiese el hielo.
Finalmente, Negan lo hizo volar por los aires.
—Si esa rata no sabe volver por su propio pie será mejor que muera como un hombre por su
rey.
Katariel recordó las miles de razones que tenía para callar, todas y cada una implicaban dolor
y sangre, pero fue como si la cordura acabase de volatizarse en mil pedazos sin ser capaz de
controlarlo.
—No es una rata, ni él ni ninguno de tus títeres.
Acababa de hablar, siendo consciente de las consecuencias que vendrían a continuación.
Negan se levantó, sorprendido por su ataque repentino de rebeldía. Eso provocó que Kata
saltara de su asiento como un resorte y retrocediera mucho más rápido que él.
Tomó la puerta a toda velocidad, arrancando a correr por el pasillo como si la peor de sus
pesadillas la persiguiera.
—¡Guardias! —bramó el Rey haciendo que estos, que caminaban de un lado al otro del
castillo, corrieran a la llamada de su señor.
Casi como perros rabiosos, dos de ellos aparecieron ante Katariel cortándole el paso. Ella se
detuvo en seco antes de mirarlos sabiendo que no la dejarían pasar, así pues, resignada, giró sobre
sus talones y lo encaró.
—¡No son guardias! ¡Son guardaespaldas! ¡No estamos en la Edad Antigua! —Dispuestos a
enfurecerlo iba a sacar lo que llevase dentro.
El Rey enrojeció de puro enfado, avanzó hacia ella de forma amenazante y supo que estaba
atrapada. Así pues, cuando faltaban unos pocos metros para prenderla, ella se llevó la mano al
interior de la chaqueta que llevaba. Ahí, cerca del pecho, tenía bien protegida una pistola. La sacó
y desbloqueó a toda velocidad para acabar apuntándose a sí misma a la sien.
Su padre se detuvo en seco.
—¿Qué haces? —preguntó exigiendo saberlo.
Ella, sin titubear y presa del enfado, sonrió.
—Si me vuelo los sesos no tendrás tu juguete para torturar.
Negan no reaccionó como ella esperó. Sin venir a cuento, echó la cabeza hacia atrás
arrancando a reír como si acabasen de contarle el mejor chiste del mundo.
—Eres una cobarde como lo fue en su día tu madre.
—¡No soy cobarde! —gritó enfurecida.
Pero su padre no creía sus palabras, estaba convencido de las suyas propias.
—Claro que sí. En vez de apuntarme a mí, te has apuntado a ti.
Kata se sorprendió de descubrir que así era. Estaba tan atemorizada por ese hombre que no
había visto la posibilidad de acabar con su vida. Eso la hizo gemir lastimeramente, casi dejándose
vencer por aquel hombre. La conocía mejor que ella misma.
—Suelta el arma, acepta tu castigo y aprende de tus errores —exigió Negan.
No le dio tiempo a pensar. La joven pudo ver como hacía un leve movimiento de mano dándole
la orden a sus hombres para que la capturaran. Eso casi fue como un pistoletazo de salida justo
para defenderse.
Kata giró sobre sus talones justo en el momento en el que uno de ellos lanzó sus manos hacia su
cuerpo. Reaccionó sin pensar en lo que hacía, lanzó su pie propinándole una fuerte patada en el
plexo solar haciendo que este cayera al suelo estrepitosamente.
El segundo también quiso detenerla. Ella esquivó el puñetazo que le lanzó y, con la mano libre,
le dio uno en el costado lo justo como para hacerlo doblarse hacia delante. Allí aprovechó para
envolver sus brazos en su cuello y presionar el punto justo como para hacerle perder el
conocimiento. No tardó más de veinte segundos, los que sirvieron para que el primero comenzara
a no estar tan aturdido, así pues, con la culata de su arma, le golpeó duramente la cabeza para
hacerle perder el conocimiento.
Fue entonces cuando miró a su padre, desafiándolo.
—No soy débil —sentenció convencida.
Él, en cambio, no parecía sorprendido por su hazaña.
—Claro que lo eres. No los has matado —comentó sin más segundos antes de sacar el arma
que tenía en el cinturón.
Fue cuestión de segundos, unos en los que ella vio todo como si de una película se tratase.
Incapaz de reaccionar, contempló cómo Negan disparaba a sus dos guardaespaldas en la cabeza.
Entonces sus instintos le pidieron que corriera.
No preguntó, arrancó a correr pasillo abajo sin esperar a que nadie le dijera nada. Lo hizo
sabiendo bien que su padre era peligroso en aquel momento. No iba a darle la oportunidad de
descargar su ira sobre ella.
El primer disparo rozó su oreja arrancándole un grito desgarrador y el siguiente pasó
zumbando muy próximo a su rodilla. Su padre había abierto fuego contra ella, lo que afianzó su
idea de seguir corriendo.
Poco después llegó a su habitación, estaba abierta porque seguramente Malorie había entrado a
llevarle el correo como cada mañana.
Katariel lloriqueó contenta de no tener que lidiar con aquel portón grande y pesado. Entró casi
derrapando, antes de tomar aquel trozo de madera y cerrar a toda velocidad.
Antes de hacerlo pudo ver a su padre, con el rostro completamente desencajado por la ira,
persiguiéndola con la promesa de dolor.
Ella alcanzó a cerrar, dejándolo fuera, y puso el pestillo. Era una puerta de seguridad, lo que la
hacía muy difícil de abrir por alguien desde afuera.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Malorie.
La mujer estaba a pocos pasos de ella, tan blanca como una hoja. Katariel quiso contestar, no
obstante, todo se ensordeció cuando el primer disparo impactó contra la puerta.
Las dos mujeres gritaron asustadas al escucharlo. Estaba claro que su padre pensaba derribar
la puerta fuera como fuera.
—¡KATARIEL! —bramó.
—¡No! —contestó ella.
Ella, buscando a su alrededor, se acercó corriendo a la gran cajonera que tenía al lado, casi de
su misma altura, y comenzó a empujarla para bloquear, todavía más, la puerta.
Impulsó aquel pesado mueble, dejando toda su fuerza para conseguir moverlo unos pocos
centímetros.
Malorie corrió en su ayuda, cosa que facilitó que se pudiera desplazar hasta quedar delante de
la puerta, cortando el paso a todo el que quisiera entrar.
—¡Niña, vas a contarme que has hecho! —Gritó asustada.
Ella reparó en aquel instante, la había tuteado, algo que no había pasado jamás en los años que
llevaba cuidándola.
—Ellos han caído en una emboscada y no pone nada de Nixon, él dijo que era una rata y yo…
yo no sé cómo… me apunté con mi propia arma.
Supo bien que había sido una explicación pésima de lo que acababa de suceder, no obstante, su
mente no era capaz de conectar nada en aquel estado. Fue como si se hubiera quedado totalmente
paralizada por el miedo.
Malorie no pudo hablar, cuando abrió la boca para hacerlo algo contundente golpeó la puerta.
Ambas gritaron antes de que la doncella abrazara a la joven, la cual temblaba sin control.
El segundo golpe les hizo adivinar que se trataba de un hacha, aquel hombre había enloquecido
y pensaba llegar hasta ella como fuera.
—¡Abre la puerta ahora mismo! —gritó enfadado.
—¡No pienso hacerlo! —contestó ella convencida.
Si lo hacía las consecuencias iban a ser terribles.
—¡Será mejor que hagas buen uso de esa pistola y te vuelas los sesos! ¡Si yo te alcanzo lo haré
mucho más doloroso!
Su padre estaba enajenado por la rabia, ella no solía desobedecerle y no abrir estaba
empeorando las cosas, sin embargo, si lo hacía iba a sufrir toda su rabia en sus propias carnes.
Kata miró a su alrededor sabiendo que esa puerta no aguantaría eternamente. Además, no iban a
sobrevivir allí dentro muchos días. Necesitaba una escapatoria factible.
Se acercó a su ventana y abrió sopesando sus posibilidades.
—¡¿Qué haces?! —preguntó Malorie aterrorizada.
No podía saltar como si de un pájaro se tratase porque se trataba de un segundo, corría la
posibilidad de aplastarse contra el suelo, aunque esa forma de morir le resultó más agradable que
la que su padre tenía preparada.
—Tengo que irme —sentenció Kata—. A ti no te tocará, pero a mí va a matarme.
Malorie negó con la cabeza.
—No, niña. Arrepiéntete y seguro que será menos duro contigo.
Ella arrancó a reír, algo extraño teniendo como banda sonora los hachazos de su padre contra
la puerta.
—Va a dejar morir a los pocos hombres que quedan en el campo de batalla. Los ha abandonado
a su suerte. Y yo necesito saber que Nixon sigue con vida, tengo que traerlo a casa.
Kata volvió a asomarse a la ventana, era el único lugar por el que salir, pero la caída era tan
fuerte que sabía que iba a romperse algo.
La doncella la tomó de la cintura, retirándola de su vía de escape, tratando de poner serenidad
a aquella locura.
—¡No puedes ir al campo de batalla! —exclamó sorprendida con ella.
Kata asintió.
—No puedo dejarlo morir, no me lo perdonaría jamás —explicó con tanto dolor en el corazón
que pensó que dejaría de latir.
Malorie acunó su rostro con cariño.
—Si me quedo aquí me matará. ¿No lo ves? Tengo que ir a por Nixon y, tal vez, podamos huir
juntos. A algún lugar en el que no seamos sus peones —gimió deseando que la comprendieran.
La mujer mayor la abrazó como solo una madre sabía hacer, meciendo a su pequeña como si
fuera la última vez. Amasándole el cabello como cientos de veces había hecho a lo largo de los
años.
—De acuerdo, ve a por él. Ve a por tu amor y volved juntos. Los días harán que la ira de tu
padre mengüe y todo volverá a su cauce.
Aquello tenía sentido, pero no era capaz de pensar en nada más que en los trozos de madera
que salían disparados con cada golpe. A pesar de la plancha de metal que tenía en el centro,
pronto no podía soportar seguir siendo agredida de esa forma.
—Ve a por él y regresad a casa. Comprende una cosa, la sangre de ese hombre —señaló la
puerta—, corre por tus venas. No estarás a salvo en otro reino. Solo te queda volver aquí y
esperar a que los años se lo lleven.
Katariel gimió con horror. Aquello era cierto, siendo quién era no tenía escapatoria en reino
alguno.
—Corre, mi pequeña y trae de vuelta a ese muchacho. Los días harán que el mal humor de tu
padre se esfume.
Asintió.
Entonces, Malorie la soltó para meter las manos en su mandil. Allí tomó su teléfono móvil y
mando un par de mensajes.
—¿Qué… qué haces? —preguntó aturdida.
—Pedir ayuda, no podemos salir volando como pájaros —contestó.
Fue entonces cuando volvió a guiarla hacia la ventana. Pocos segundos después, llegaron un
par de criadas acompañadas por un par de hombres del equipo de seguridad. Ellos cargaban una
gran escalera que apoyaron contra la pared del castillo, quedando a un par de metros de su
ventana.
—Vamos, pequeña. Ellos te ayudarán a salir del castillo —explicó la doncella.
Katariel, después de volver a enfundar su arma, pensó en la locura que era aquello. Reaccionó
negando con la cabeza y se abrazó a la única mujer que la había querido en toda su vida.
—Tienes que venir conmigo o te matará —pidió desesperada.
Malorie, mucho más centrada que ella, acunó su rostro asegurándose de que recibía toda la
atención.
—No lo hará, confía en mí.
Aquellas palabras no significaban nada y sabía bien que cuando esa puerta cayera alguien
debería asumir las consecuencias.
Negó con fervor mientras la empujaban hacia su escapatoria. Allí calculó lo que tendría que
descolgarse antes de que sus pies alcanzasen el primer escalón. Era un salto grande, pero podía
conseguirlo.
—Toma —dijo Malorie.
Se llevó las manos a la nuca y allí abrió el broche de uno de los dos collares que llevaba. Era
un medallón de oro con una flor de invierno grabada, lo conocía bien porque llevaba en ese lugar
toda la vida.
—Perteneció a tu madre. Ella me lo encomendó poco antes de su partida. Pensaba dártelo el
día de tu boda, pero creo que lo necesitarás antes —explicó de forma confusa antes de atárselo a
su cuello.
Aquel colgante pesó mucho más de lo que hubiera esperado en un principio. Como si fuera
mucho más que un mineral precioso.
—Corre y vete. Y ve con mucho cuidado, mi niña.
Kata la abrazó con fuerza antes de que esta volviera a guiarla hacia la escapatoria.
Era un salto sencillo, pero le dio miedo la altura. Antes de hacerlo cerró los ojos y pidió al
cielo conseguirlo. Se sentó en el alféizar, giró sobre sí misma y se descolgó lentamente mientras
sus manos se aferraban al marco con fuerza.
Le quedaban unos centímetros para alcanzarla, lo comprobó al mirar abajo. Así pues, le
quedaba un acto de fe. Soltó sus manos y cayó con todo su peso producto de la gravedad. Por
suerte, reaccionó rápido y se aferró a la escalera.
Bajó a toda velocidad y en los últimos peldaños, uno de los hombres la tomó de la cintura.
Lo siguiente pasó a toda velocidad. Ellos le colocaron una sudadera con el escudo del ejército
de Nislava, además, le pusieron la capucha para evitar que nadie le viera el rostro.
—Tenemos que irnos, princesa —anunció uno de ellos.
Asintió.
Las criadas tomaron la escalera y se fueron de allí a toda prisa. Fue el momento en el que Kata
reaccionó estirando los brazos, titubeando de aquella decisión.
—No, esperad…
Miró hacia arriba.
—Ven conmigo, por favor —susurró sabiendo bien que Malorie sabía lo que decía.
Esta miró a su pequeña con una sonrisa en los labios.
—Todo irá bien.
La princesa odió con todo su ser aquel dichoso cliché, porque nada de lo que estaba ocurriendo
estaba bien. Ella quería llevársela para asegurarse que su padre no la dañaba de ninguna forma.
De pronto un estruendo hizo que su doncella se girase. Aquel golpe provocó que el corazón se
le parase en seco. Supo bien que la puerta acababa de ceder y Malorie quedaba a las manos de su
padre.
Quiso gritar, subir aquella pared que acababa de descender y ser capaz de lo que no había
sido: disparar al Rey.
No obstante, los hombres la tomaron de los hombros y arrastraron su cuerpo mientras ella
luchaba por ver a través de esa ventana. Su corazón necesitaba saber qué ocurría en el interior de
su habitación porque, a fin de cuentas, había provocado aquello.
—No puedo irme —dijo convencida.
—Demasiado tarde, señora —explicó uno de ellos.
Por desgracia supo que tenía razón, pero eso no lo hizo más fácil.
Fue entonces cuando se marchó de aquel lugar que la vio crecer. Dejó de oponer resistencia,
dejando que sus piernas la llevaran lejos de todo aquello. Aunque no fue fácil cuando escuchó el
cargador del arma de su padre vaciarse por completo.
Su corazón se rompió un poco más aquel día.
Para siempre.
Capítulo 6

A Katariel le dejaron una moto para que saliera de allí lo más rápido posible. Un coche puede
que fuera más seguro, pero más lento si el Rey decidía iniciar una persecución.
Ella tenía una, aunque por razones obvias no la había cogido. Era como ponerse una diana en la
espalda para que la encontrasen. No podía permitirse el lujo de llamar así la atención.
Se había despedido de aquellas personas que tan altruistamente le acababan de echar una mano
y partió lejos del hombre que se había atrevido a dispararle con un arma de fuego.
Las lágrimas empañaban sus ojos, por desgracia no pudo apartarlas de su rostro porque el
casco se lo impedía. Así pues, siguió conduciendo hasta la primera parada de su camino.
Ese lugar no entraba en los planes de Malorie, no obstante, no estaba allí para impedirle
hacerlo.
Aparcó en el jardín de los Myara y caminó por el césped a toda velocidad. El personal de
servicio, extrañado, fue hacia ella en pos de detenerla. No quiso tener que explicar nada, así pues,
sacó su arma y apuntó a todo el que se acercó.
Los gritos no tardaron en sonar, todos alzaron las manos y dejaron que ella prosiguiera su
camino.
Llamó al timbre, ocultando la pistola de la mirilla para que se negasen a abrir. La pobre
doncella que abrió bramó asustada cuando Katariel se la mostró en cuanto la puerta cedió.
Entró y cerró la puerta con un talón antes de que los Myara bajaran la enorme escalera que
tenían en el vestíbulo de su casa. Ninguno de los dos vio el arma hasta que no fue demasiado
tarde.
—¡Santo cielo! ¿Qué quiere de nosotros? —preguntó el señor de la casa con las manos en alto.
Ella se retiró la capucha descubriendo quién era.
—¿Qué es esto? ¿Una especie de juego o algo? —preguntó Carisa totalmente indignada con
aquella intromisión.
Kata no la miró, decidió tratar con el marido porque era el más cuerdo de aquellos dos.
—Necesito ropa de Nixon, a ser posible un uniforme del ejército —pidió.
Cornelius Myara se detuvo unos segundos a mirarla. Era mejor que su mujer, pero no era un
hombre al que menospreciar. No había llegado a su cargo y su puesto por sus atributos de
madurito interesante.
Muchas hablaban de su tupé blanco como la nieve a conjunto con su barba poblada repleta de
canas. Sus ojos azules, tan claros como las costas de Nislava, casi parecían hipnóticos, como si
fueran capaces de adentrarse en tu alma.
—¿Qué ha pasado? —preguntó sin preocuparse del arma que apuntaba directamente a su
cabeza.
Kata suspiró.
—Necesito la ropa de su hijo —repitió ella.
Los Myara no se movieron ni un centímetro del lugar, incapaces de moverse por mucho que ella
pudiera matarlos.
—Voy a llamar a palacio —anunció Carisa.
La princesa quitó el seguro del arma entonces, dejando el mensaje alto y claro. Quería que
supieran que era capaz de hacer cualquier cosa en el estado en el que estaba.
—Si llamas tu hijo no tendrá ninguna oportunidad —anunció.
Cornelius tomó el control de la situación agitando un poco las manos tratando de que ambas
mujeres lo mirasen a él.
—Si su alteza se explicase puede que pudiéramos comprenderla mejor.
La bilis se le atascó en la garganta a la muchacha, sabía bien que aquel hombre podía ser un
encantador de serpientes y no pensaba bajar la guardia.
—Habéis visto la carta que me ha enseñado a mí. Piensa dejarlo morir en el frente, si no lo ha
hecho ya. Pienso ir a buscarlo, pero las prisas no me han dejado ir vestida como se merece. Esto
es parte del uniforme de entrenamiento, si quiero adentrarme allí, necesito pasar como un soldado
más.
Carisa amaba a su hijo con devoción, lo que provocó que cediera al instante.
Los Myara la guiaron hasta la habitación de Nixon. Al entrar su colonia le picó en la nariz
trayendo consigo tantos recuerdos que tuvo que hacer acopio de todo el esfuerzo posible para no
llorar.
Miró a su alrededor, era una estancia muy amplia, pero con pocos muebles. Había lo esencial,
todo de colores claros.
Carisa se adelantó a rebuscar en el armario de su hijo, lo hizo con prisa sabiendo que la
presencia de la princesa no era algo normal.
Katariel siguió mirando. Nunca había estado en esa casa y le sorprendió encontrar cientos de
fotografías en una pared. Se acercó a ellas quedando prendada con la belleza que encontró en
ellas.
Muchas eran de cosas normales, árboles, nubes, sin embargo, poseían una magia especial. Eran
pequeñas obras de arte que formaban un conjunto digno de mirar.
Tragó saliva comprendiendo partes de Nixon que no conocía. Él podría haber sido un gran
fotógrafo, el mundo a través del visor de su cámara se veía mucho más hermoso de lo que era en
realidad.
Nadie le había preguntado si quería ser el heredero al trono, dieron por hecho que estaría
encantado de asumir ese puesto a pesar de los castigos.
—Toma —dijo Carisa sacándola de su ensimismamiento.
La joven giró sobre sus talones descubriendo que Cornelius la había estado mirando todo el
tiempo, comprobando sus reacciones.
—Él te quiere mucho —anunció como si con eso le descubriera algo del mundo que no hubiera
visto antes.
Se acercó a las fotos y retiró una de un gran lago helado para mostrar otra mucho más increíble.
Le costó reconocerse en aquella instantánea, pero cuando lo hizo se quedó boquiabierta.
No se había dado cuenta de aquel momento, estaba sentada sobre el muro de la torre más alta
del castillo; el mismo que les gustaba escalar para ver las estrellas, y sonreía mirando al cielo.
Recordó que no tenía tiempo que perder. Dejó los sentimentalismos a un lado y corrió a tomar
las ropas para vestirse.
Cosas del destino, no le importó que sus futuros suegros la vieran en ropa interior. Tampoco
que descubrieran la infinidad de cicatrices que decoraban su cuerpo de arriba abajo por arte y
obra de su padre.
Cuando estuvo vestida, volvió a tomar su arma, la cual había dejado sobre la cama, y se
preparó para marchar.
—Gracias —dijo a modo de disculpa.
Salió de aquella habitación seguida muy de cerca por el matrimonio. Descendieron las
escaleras a toda velocidad y decidieron romper el silencio en cuanto tocó el picaporte.
—Nixon es todo lo que tengo, no sabría vivir sin él —explicó Carisa.
Kata chistó con la lengua. Al parecer pensaban lo mismo de ese hombre, aunque cada una
obtuviera su amor de forma diferente.
—Espera, Katariel —pidió él.
Su nombre en sus labios sonó diferente, como si fuera la primera vez en toda su vida que lo
sentía.
Giró en pos de él, tratando de mirar esos labios, los mismos que acababan de provocar que su
nombre le erizase el bello del cuerpo.
Cornelius se acercó a la joven. Sus manos cayeron, con suavidad, sobre sus hombros y su
mirada caló en ella.
—Tu madre fue, hasta la fecha, una mujer increíble, pero hasta ella sucumbió en las manos de
tu padre. Si mi hijo sigue con vida, aléjalo de aquí porque no habrá paz para vosotros mientras
Negan reine.
Sus palabras calaron en ella de una forma tan profunda que se encogió un poco, fue casi como
una bofetada, una de realidad que agradeció.
—Gracias, señor.
No pudo seguir hablando, el tiempo corría en su contra.
Una criada corrió con una bolsa en las manos. Al parecer, a Cornelius le había dado tiempo a
ordenar que le dieran una mochila de provisiones para el camino. Algo que agradeció más de lo
que nadie pudo imaginar. Y, es que, huir a la desesperada provocaba cabos sueltos.
Salió al jardín cuando los primeros copos de nieve comenzaron a caer. No importaba la
tormenta que tenían encima, existía una peor que pronto soltaría a sus perros para encontrarla.
Se montó en su moto y echó un último vistazo hacia los Myara. Estos asintieron antes de dejarla
marchar, lejos, donde el bosque se acababa y el reino llegaba a su fin.
Capítulo 7

El mundo que conocía en palacio era mucho más pequeño de lo que imaginó en un principio.
Ahora era grande, inhóspito y peligroso. Había aprendido una cosa que nadie le explicó en su
momento: contra más se separaban de palacio menos gente había.
Los poblados vivían muy cerca de la capital ya que era casi imposible sobrevivir en el frío y
helado reino que quedaba.
Pronto las horas se convirtieron en días y cuando quiso darse cuenta el viaje le había tomado
una semana. Por suerte, en cada poblado que visitó, hizo mal uso de quién era para conseguir
provisiones y energía para la moto.
Esperó a atravesar la gran explanada para poder detenerse unos minutos en el gran bosque que
se abría ante sus ojos. Bajó de la moto como pudo ya que, después de tantos días, sentía tan
dolorida la zona de las piernas y las ingles que no podía caminar con normalidad.
Se dejó caer al suelo cuando comprendió que sus rodillas ya no querían colaborar. Dejó su
espalda reposar apoyada contra el tronco de un árbol y cerró los ojos unos segundos.
El frío calaba sus huesos, ya no recordaba la última vez que había dejado de temblar. Toda ella
era un amasijo de agujetas, dolor y frío.
Llevó una de sus manos al colgante que le había dado Malorie. El mero recuerdo le produjo
una punzada en el corazón. Su mente rememoró cómo su padre había disparado al descubrir que
ella había escapado.
Su muerte era culpa suya.
Se había esforzado en seguir las directrices de su padre toda la vida. Cierto era que no era la
primera vez que lo cuestionaba, pero sí la vez que peor había reaccionado. Estaba tan fuera de sí
que sabía que la hubiera asesinado.
El colgante pesó entre sus dedos. Esa era la única pertenencia que le quedaba de la persona
que la había amado toda la vida. Además, parecía ser que era una pertenencia de su difunta madre.
—Me hubiera gustado conocerte… —susurró dejando que el vaho se escapase de su boca.
Lo agitó un poco recordando los pasos que la habían conducido a ese lugar inhóspito, muy
cerca de las fronteras del reino.
—¿A quién quiero engañar? Necesito un milagro para encontrarlos y otro para poder huir de
aquí.
Los Draoid no debían estar muy lejos de su localización, lo que podía hacer que muriera mucho
antes de dar con Nixon.
—¿Podrías ayudarme? —preguntó mirando al cielo—. Sé que nunca te he rezado, que he hecho
pocas preguntas y que, seguramente, esté enloqueciendo por culpa del frío, pero necesito un
milagro y no se me ocurre a nadie a quién ir a rogar. Por favor…
Sus palabras solo fueron un susurro al aire que nadie escuchó. Estaba sola y únicamente se
tenía a sí misma para sobrevivir.
Supo que había sobrepasado el tiempo de descanso, debía ponerse en marcha si no quería
morir a causa de una hipotermia. Tiró de sí misma tratando de levantarse descubriendo que le
llevó mucho más tiempo del esperado.
Lloriqueó agotada cuando sus piernas volvieron a sentarse en la moto de motocross. Estaba
preparada para la nieve, aunque hasta sus ruedas comenzaban a mostrar el paso del tiempo.
Secándose las lágrimas con el dorso de la mano, fue a colocarse el casco. De pronto un crujido
llamó su atención.
Si algo había aprendido era que, en Nislava, no quedaban animales. Todo ruido procedía de
otro ser muchísimo peor.
Con el corazón desbocado, se colocó la capucha de su sudadera y tomó su pistola para
defenderse. Iba a disparar a toda sombra que viera moverse, sin hacer preguntas porque ese
segundo era el decisivo entre vida y muerte.
Bajó de la moto con suma lentitud. Un segundo crujido le indicó que en uno de los árboles más
próximos había alguien.
En silencio deseó no morir allí mismo, su vida no podía acabar de una forma tan absurda y sin
poder cumplir el cometido que ella misma se había impuesto.
Decidió avanzar hacia ese árbol, pero sin dar señales de que sabía bien que había algo detrás.
Disimuló revisando todo el alrededor con lentitud, dándose cuenta de que había pisadas que no
eran suyas.
Haciendo acopio de todo el valor posible, caminó a grandes zancadas hasta el punto dónde
había escuchado los ruidos dispuesta a matar a quién estuviera allí.
Con rapidez giró hacia la parte trasera y, antes de poder apretar el gatillo, un brazo la golpeó
en el codo haciéndola impactar con el tronco. Un enorme cuerpo apareció ante ella y todo sucedió
demasiado deprisa.
Kata lanzó un puñetazo hacia la cara de aquella persona, él lo esquivó y, antes de que pudiera
contraatacar, recibió un rodillazo en todo el estómago. Fue entonces cuando ella pudo liberar el
brazo con la pistola, ese era su segundo de suerte.
O al menos eso fue lo que creyó.
—¿Por qué no usas tu magia en vez de matarme como uno de los nuestros? —dijo el
desconocido.
La joven, sin embargo, retrocedió un par de pasos casi aturdida por la confusión. Aquella voz
era demasiado familiar para pasarla por algo. Gimió una mezcla de alegría, dolor y agotamiento
antes de poder aclarar su garganta.
—¿Nixon?
Este, casi más confundido que ella, se levantó segundos antes de retirarse la capucha. El
bosque era tan oscuro que se esforzó por poder ver con claridad la persona que tenía ante sí.
Era él.
—¿Kata?
Ella, al borde de las lágrimas, asintió para proseguir mostrándose. No era su día de suerte,
pero eso era lo más cercano posible a la felicidad.
Nixon fue el primero en reaccionar, acortó la distancia que les separaba a toda velocidad y la
estrechó entre sus brazos con mucha fuerza. La joven necesitó un par de segundos más, los mismos
que él aprovechó para acunar su rostro en un intento desesperado de verla con claridad.
—¿Qué haces aquí? —preguntó atónito.
Y ahí el mundo pareció romperse. Ella gorgoteó algo antes de romper a llorar producto de la
alegría. Fue incapaz de pronunciar palabra, solo aferrarse a aquel hombre como si llevasen años
sin verse.
La carta no decía nada de él y era una opción real que estuviera muerto. Había luchado contra
ese pensamiento todo ese tiempo para evitar volverse loca. Ahora podía tocarlo y sentir lo real
que era.
—Él iba a dejaros morir aquí… Dijo tantas cosas… Me disparó, Malorie no sé si… Huí…
Sus palabras inconexas desorientaron un poco más al pobre hombre que la sostenía.
Antes de seguir hablando, de poderse explicar con claridad, él rompió la distancia que les
separaba besándola en los labios.
Kata tardó unos segundos en procesar esa información. Que recordase era el primer beso que
se daban de esa forma tan real. Alguna vez, hablando del matrimonio, habían probado a darse un
pico, sin embargo, jamás de esa forma tan profunda y visceral.
Se rindió a su toque como si acabase de ser bendecida por los ángeles. Su lengua barrió todo a
su paso, dejándola sin aliento y loca por aquel hombre. Sabía que sus sentimientos eran tan reales
que dolían.
—Eres una estúpida —dijo él finalmente, frente con frente.
Sus manos acunaron su rostro unos segundos antes de secar sus lágrimas y dirigirse al pelo. Lo
hizo a toda velocidad como si tuviera prisa, como si aquel instante fuera a desvanecerse de un
momento a otro.
—¿Has venido a por nosotros? ¿Te has enfrentado a él?
¿En serio había podido entenderla?
Ella asintió.
Nixon volvió a besarla.
—No tenías que hacer eso. Él… Él va a estar muy enfadado contigo —dijo sin ser capaz de
tocarla.
Kata tragó saliva recordando las palabras de Cornelius. Ellos no tenían lugar en Nislava ahora.
—No podemos volver o nos matará —sentenció convencida de las intenciones de su padre.
Nixon se retiró unos pasos antes de volver a abrazarla. Estaba tan contento de volverla a ver
que casi podía vislumbrar una sonrisa en sus labios cada vez que la tocaba.
—Pensé que no volvería a verte —confesó él.
Ambos habían sentido lo mismo. Su relación no había empezado de forma normal, pero se
necesitaban el uno al otro.
—¿Eres el único que queda? —preguntó ella tratando de pensar con claridad.
Nixon negó con la cabeza.
—Quedamos unos pocos, muy pocos —enfatizó—. He salido a buscar provisiones cuando he
escuchado tu moto. Creí que eran los Draoidianos de nuevo y pensé que, si tengo que irme de este
mundo, que sea habiendo matado a todos los posibles antes.
La idea de la muerte golpeó el pecho de Kata de forma tan brutal, que fue ella la que se acercó
a él para besarlo.
—Tenemos que irnos de aquí. A donde sea, pero alejarnos de este bosque —sentenció la
princesa.
Él, en cambio, negó con la cabeza.
—Eso es lo que llevamos intentando semanas. Cada vez que lo hacemos ellos nos rodean y nos
matan.
Ella, incapaz de creerlo, acunó su rostro tratando de llamar su atención.
—Yo he podido entrar sin que me vean, así que, podremos salir.
La mirada que le echó Nixon entonces supo que no iba a olvidarla jamás en toda su vida, por
corta que fuera. Una de lástima, como si ella fuera una ingenua en un juego demasiado grande.
—Nadie sale o entra sin que ellos lo vean, lo hemos aprendido a las malas. —Hizo una pausa,
como si le diera miedo pronunciarlo—. Te han dejado entrar.
Eso la impactó mucho más de lo que hubiera esperado. Ellos estaban en un tablero con todas
las fichas comidas y casi sin turnos para tirar los dados.
—Algo podemos hacer, ¿no? —preguntó ella algo desesperada.
Nixon se encogió de hombros.
—Algo se nos ocurrirá —prometió—. Coge tu moto, el resto se alegrará de verte.
Capítulo 8

Apenas quedaban un puñado de hombres y mujeres desgastados por la guerra, heridos tanto
física como psicológicamente. Al verla creyeron que el Rey había mandado un gran ejército para
rescatarlos. La decepción al saber la verdad fue tan dura que sintió una punzada en el corazón.
Todos ellos tenían familias a las que amaban, las mismas que rezaban cada día por su vuelta y
su señor les había abandonado.
Kata les dio las provisiones, ellos la necesitaban mucho más que ella y se negó a comer cuando
le dieron una parte. Podía aguantar, ellos llevaban días sin probar bocado.
Escuchó con atención todo lo que quisieron contarle. Llevaban viviendo un infierno desde que
abandonaron palacio. Les habían dado la espalda, los habían destruido hasta conseguir que fueran
unos pobres y asustados humanos luchando contra seres muy poderosos.
—El tema es que vamos a morir de todas formas, ¿no? —preguntó Kata atrayendo la atención
de todos.
Nixon tosió un poco ante la crudeza de sus palabas.
—Es una forma poco diplomática de decirlo —contestó.
Ella se encogió de hombros, las formas en un lugar como ese no importaban lo más mínimo.
—Solo se me ocurre que salgamos corriendo cada uno en direcciones distintas. No podrán
seguirnos a todos y alguien se salvará.
La miraron como si acabara de enloquecer, lo que hizo que tuviera más ganas de defender su
única idea.
—Sí, es una locura, pero si os quedáis aquí os matarán de uno en uno o dejarán que el hambre
haga su trabajo. Además, si salimos todos a la vez tendrán difícil darnos caza. Os quedan unas
pocas motos, yo traigo algo de gasolina y el tanque lleno. Conduzcamos hasta donde nos dejen,
lejos de aquí.
Tomó una bocanada de aire.
—Es verdad que no todos los aquí presentes vamos a salir con vida, no obstante, es una
oportunidad. Porque quedarnos aquí y esperar a que nos maten es la peor de las opciones, casi
prefiero volarme yo los sesos antes.
Su franqueza caló en todos ellos. No había querido arrebatar esperanzas a nadie, solo abrirles
los ojos. No había ningún Rey rezando por su regreso, ni ejército que viniera en su ayuda. Estaban
solos.
Katariel no habló más en toda la noche, no quiso obligarles a obedecer por ser princesa o
gritarles por su propia estupidez. Dejó que hablaran entre ellos, sopesando las pocas
posibilidades que tenían.
Ella se limitó a ir hacia su moto y sentarse delante, no quería perderla de vista porque era el
medio de transporte más rápido del que disponían. La nieve no era un sitio agradable para correr,
así pues, debían tomar lo que tenían.
Nixon se acercó a ella pocas horas después. Su rostro serio mostró el cansancio que cargaba
sobre sus espaldas. Además, también lo había escuchado discutir con alguno de sus soldados.
—Has sido un cuervo portador de malas noticias —dijo sonriendo, algo que no casaba con sus
palabras.
Ella asintió.
—Tengo razón y ojalá no la tuviera —deseó.
Nixon, cariñosamente, llevó sus manos a su capucha y se la colocó ocultando su rostro.
—¿Qué haces?
Él acomodó su pelo dentro, ocultándola por completo. Solo él era capaz de verla y era porque
estaba apabullantemente cerca.
Nixon, antes de contestar, también se puso la suya. Aquello cada vez era más confuso.
—Nadie debe saber que estás aquí, eso daría una ventaja al enemigo. Todos han ocultado sus
rostros para darte una oportunidad.
La seriedad de sus palabras le indicó que habían tomado a una decisión y que tener allí a la
princesa era algo más peligroso de lo que hubiera imaginado en un principio.
Siempre olvidaba su cargo, como si no lo fuera, de hecho, nunca antes la habían hecho sentirse
así. Su padre se había encargado de enseñarle que no era más que un insecto que no merecía vivir.
—Hemos decidido seguir lo que nos dices, no podemos esperar a tu padre sabiendo que no
llegará.
Las palabras de Nixon le dolieron en el corazón, ellos confiaban en el hombre que les acababa
de dar la espalda.
—Tenemos motos suficientes como para salir de aquí cada uno en una. Muchas ya tenían
energía para seguir, solo unas pocas irán con dos ocupantes. Se están preparando para salir ahora,
aprovecharemos la noche para correr el máximo posible. No dejaremos a nadie atrás.
Kata se levantó a toda prisa, aquello era inminente, algo que no hubiera imaginado.
—De acuerdo —aceptó la joven.
Nixon se colocó ante ella para darle un beso, uno rápido y fugaz.
—Tú ve hacia el oeste. Los que podamos huir nos reuniremos en Sazer, el primer poblado que
hay en dirección a palacio, tienen una gran fortificación que ha logrado detener a los Draoid
durante años.
Kata escuchó las indicaciones de Nixon poco antes de escuchar como las motos comenzaban a
arrancar. El plan se ponía en marcha ya, sin opciones a pensar o añadir algo más.
Le tendió su casco y se lo colocó a regañadientes. Todo era tan confuso que notaba como a su
mente se le escapaba algo. Aquello era demasiado precipitado como para tener la suerte a su
favor.
—Nix…
Él la mandó callar poniéndose un dedo sobre los labios. Cuando lo hizo, también se colocó su
casco.
—¿Y tú en qué dirección irás? —preguntó asustada.
La muerte era demasiado real como para asimilarla.
—Nos veremos en Sazer. Corre, monta.
Volvió a preguntar, pero él se alejó de ella para tomar su moto, así pues, no le quedó más
remedio que obedecer.
Todos estaban ya en sus puestos como si aquello fuera una carrera y esperasen el disparo de
salida. No hubo arma de fuego que les instara a apretar el gas de sus vehículos, pero si un Nixon
que pareció rugir en la noche.
Las motos arrancaron resquebrajando el silencio de aquel bosque, casi como si fuera un
pecado hacerlo.
Kata reunió el valor necesario como para tomar la dirección que le acababan de decir. Lo hizo
a tanta velocidad que temió caerse y romperse el cuello allí mismo.
Pocos segundos después el suelo tembló anunciando la llegada de los fieros guerreros de
Draoid.
Era un gran ejército, mucho mayor que ninguno que hubiera visto antes. Salieron de todas
partes, algunos hasta de las copas de los árboles que les habían cobijado segundos antes.
Entonces comprendió las palabras de Nixon: la habían dejado entrar.
Supo que era una locura, sin embargo, y a pesar de la velocidad, miró absorta a aquellos
guerreros. No se parecían a los de Nislava en nada, ellos eran mucho más altos y corpulentos.
Además, algunos parecían estar envueltos en llamas mostrando así sus feroces poderes.
La joven buscó con la mirada las motos de los suyos, algunas ya estaban muy alejadas entre
ellas. Fue imposible encontrar la de Nixon, pero no escucharle.
—¡Aquí me tenéis! ¡Soy Nixon Myara, prometido de la princesa y próximo rey de Nislava!
El grito atravesó la tierra y lo inundó todo.
Tarde comprendía el plan que habían orquestado sin su aprobación. Él se entregaba como
señuelo a cambio de la vida del resto, era un suicidio anunciado. El corazón de Katariel se
rompió en mil pedazos al descubrir lo estúpida que había sido.
«No dejaremos a nadie atrás»
Recordó las palabras de Nixon y tomó una decisión.
Giró su moto a toda velocidad, levantando nieve derrapando en un terreno demasiado peligroso
para hacerlo.
Y allí, en la lejanía, vio al hombre por el que se había enfrentado a su padre.
Nixon, detenido sobre la moto, se había quitado el casco y la capucha mostrando así su rostro y
su identidad para sorpresa de todos sus enemigos. Pocos segundos después arrancó dejando que
una horda de Draoids lo siguieran a toda prisa.
Kata se lanzó, sin pensarlo lo suficiente, hacia él. No importó que un par de los suyos trataran
de cortarle el paso para detenerla. Continuó como si Nixon fuera la única estrella en el cielo y
tuviera que seguirla.
Subió la velocidad en un intento desesperado por llegar a él antes que nadie. No fue así, vio
como un choque de energía detuvo la moto de Nixon lanzándolo por los aires varios metros.
En un parpadeo estuvo rodeado por una docena, quitándole la única posibilidad que tenía para
seguir con vida.
Kata llegó a ellos antes de lo esperado. Cuando estaba a pocos metros bajó un poco la
velocidad y decidió hacer una locura.
Tomando la moto caída de Nixon como rampa, subió para tomar altura. Fue cuestión de
segundos, desmontó y empujó con sus piernas el asiento para lanzarla sobre el primer Draoid que
le cortó el paso.
La joven cayó al suelo poco después.
El golpe fue de lejos suave, rodó, gritó y se rasgaron sus vestiduras durante unos largos y
dolorosos metros. Justo después, completamente aturdida, luchó por ponerse en pie.
Alguien la tomó de la ropa logrando, con un fuerte tirón, ponerla en pie. Ella gritó enfurecida
antes de lanzar la cabeza hacia atrás dejando que impactase sobre la nariz de alguien, una que
cedió con un fuerte crujido.
Justo al soltarla ella aprovechó para tomar su arma, le quedaban un puñado de balas que usaría
bien.
Disparó al guerrero que se sujetaba la nariz con dolor, acabando con su vida en el acto y se
giró hacia el siguiente más cercano.
Este le lanzó una especie de golpe de aire, uno que esquivó lanzándose al suelo y rodando.
Llegó hasta él, lo hizo caer barriéndolo con sus piernas y volvió a disparar sin dar opción a
atacar.
Algo golpeó su casco, provocando que todo girase un poco, no obstante, no tenía tiempo para
eso. Se levantó lanzando una patada en el plexo solar de aquel hombre y disparó, descubriendo
con horror que no le quedaban balas.
Un par de segundos de desconcierto por parte de ambos sucumbió dándole la vuelta a la pistola
y golpeándole con la culata en la cabeza tumbándolo al momento.
Quiso alegrarse, aunque no pudo al comprobar la cantidad de hombres que caminaban hacia
ella.
Fue entonces cuando una moto pasó por su lado a muy poca velocidad. Kata aprovechó para
montar y aumentó la velocidad al máximo posible para huir de ahí.
—¡¿Te has vuelto loca?! —bramó Nixon.
Ella, abrazada a él, solo pudo sonreír.
—¡No dejamos a nadie atrás! ¿Recuerdas? —contestó ella convencida de sus actos.
Un choque de energía impactó muy cerca de ellos provocando que la moto se desestabilizara
unos segundos antes de seguir su camino.
Kata, en su abrazo, notó las dos armas que él llevaba en su cuerpo. Las tomó con cierta
dificultad y las desbloqueó. Iban a salir de aquel dichoso bosque o iban a morir en el intento.
Giró sobre su asiento quedando de espaldas a Nixon, afianzó las piernas en la moto como pudo
y levantó ambos brazos.
Los disparos cortaron el aire alcanzando de forma efectiva a algunos de los guerreros que los
perseguían. Los vio caer al suelo y rodar sin vida haciendo un hueco en los pocos centímetros de
nieve que había.
En ese momento uno de ellos despuntó de una forma peligrosa, sus ropas mostraban un estatus
superior dentro de ese ejército. Iba completamente rapado, cosa que en ese momento no le debió
importar, pero lo hizo por algún motivo. Su mirada, oscura y penetrante le vaticinó lo peor.
Aquel ser era mucho más peligroso que el resto.
Kata solo pudo desear que Nixon saliera con vida de aquel lugar. No había otro deseo más
fuerte que ese y ella se iba a encargar de protegerlo hasta su último aliento.
Apuntó hacia el enemigo y supo que todo estaba perdido cuando notó un choque de energía
alcanzar la moto. Los elevó en el aire un par de metros al mismo tiempo que ambos gritaban
asustados.
Lo peor fue la sensación de caer, esa que les encogió el corazón. Fueron pocos segundos, los
suficientes como para que su mente solo pudiera pensar en Nixon.
El destino quiso que él cayese muy cerca de la moto, levantándose y subiendo de nuevo a ella.
Giró en su dirección, para ir a ayudarla. Kata apenas tenía aliento suficiente como para
permanecer consciente después del golpe tan duro que acababan de recibir.
—¡VETE! —bramó sabiendo que si se entretenía con ella morirían los dos.
Un segundo choque de energía salió disparado dispuesto a golpear nuevamente a la moto. Esta
vez no fue invisible, Kata pudo percibir su forma de boomerang y la dirección a la que había sido
lanzado.
No dudó ni un segundo en levantarse y colocarse en dirección a la energía. Esta la golpeó
duramente en la espalda tirándola al suelo, haciéndola impactar tan fuerte que creyó que algún
hueso acababa de ceder.
—¡VETE! —gritó sin saber si Nixon la escuchaba.
Rezó como nunca antes lo había hecho y el cielo le dio la respuesta, él, a regañadientes y sin
querer abandonarla, había llegado a su lado y se disponía a protegerla con su propio cuerpo.
—No, no, no, no —lloró horrorizada.
No había podido salvarlo.
—No puedo dejarte aquí —se justificó él.
Y solo por eso iban a morir juntos.
Kata, sin saber muy bien el porqué, guiándose por su instinto, tomó el colgante que llevaba en
el cuello y lo besó.
—¡Sácalo de aquí! —exclamó antes de tocar a Nixon.
No tuvo explicación plausible para lo que ocurrió entonces, él, el hombre al que había venido a
salvar, acababa de desaparecer ante sus ojos; se evaporó como si de una burbuja de jabón se
tratase.
Fue entonces cuando una magia invisible cayó sobre su espalda aplastándola contra la nieve.
—¡QUIETO! —gritaron las voces al aproximarse.
Ella no tenía salvación y esperaba que Nixon hubiera sido capaz de aparecer muy lejos de
ellos.
Capítulo 9

Dolía, aquello era demasiado para soportarlo. Lo que la inmovilizaba contra el suelo la
aplastaba de tal forma que ya no podía expandir sus pulmones para tomar aire. Quiso gritar,
revolverse y pelear para librarse de aquello, no obstante, no fue capaz de hacerlo.
La carga se aligeró lo suficiente como para toser en busca del oxígeno que necesitaba.
Su cuerpo se levantó sin que ella hiciera nada, una magia invisible la tomó por las axilas
dejándola en pie y con los brazos extendidos, casi de puntillas. Era una postura dolorosa, pero no
emitió sonido alguno para no demostrárselo.
Él se acercó, seguía destacando por encima de los demás como si llevase un aura especial que
lo indicase.
Se colocó a su altura, levantó la mano derecha y chasqueó los dedos con fuerza. En ese
momento, por arte de magia, el cierre de su casco se abrió y salió de su cabeza privándola de esa
coraza de anonimato que poseía.
La luz la cegó unos instantes, sin embargo, luchó por abrir los ojos y enfrentarse a aquel
hombre.
Y no, no estuvo preparada para hacerlo. Él era un guerrero feroz, de ojos más oscuros que la
noche, los mismos que la miraban con cierta sorpresa al descubrir que no era un hombre.
—Eres una mujer… —susurró.
Su voz le hizo temblar las piernas o tal vez fuera la postura tan incómoda a la que estaba siendo
sometida.
—¿Sorprendido? —preguntó dibujando una media sonrisa.
Aquel guerrero negó con la cabeza.
–Sí, pero no para bien —contestó.
Kata no supo qué más decir o quizás era porque estaba presa de un hombre que podía
asesinarla sin pestañear y sin darle opción a defenderse. Tarde fue cuando descubrió sus malas
decisiones.
—Nuestras mujeres pelean mejor —explicó él acabando su frase.
Ella lo aceptó sin rechistar, reprimió el impulso de decirle tantas cosas que sintió que podía
envenenarse con ellas.
—¡¿Dónde has enviado a tu amigo?! —preguntó otro guerrero.
Quiso mover la cabeza para ver quién era el que acababa de gritar, no obstante, al estar
inmovilizada fue incapaz de hacerlo. No pudo verlo hasta tenerlo ante ella, momento en el que
luchó por liberarse.
Aquel hombre estaba fuera de sí, enfurecido como si ella le hubiera ofendido con alguna
palabra malsonante.
Era rubio, algo extraño en su tierra. Llevaba una trenza que nacía en su frente y parecía
descender hasta por debajo del pecho. Su barba temblaba de pura rabia mirándola como si no
fuera nada.
Sus ojos verdes no podían apartar la mirada de su cuello, algo sorprendente ya que Kata no era
capaz de recordar lo que llevaba colgado en él.
—¡¿Dónde has robado eso?! —preguntó gritando haciendo retumbar sus oídos.
Alargó la mano, pero antes de alcanzarla, el que parecía el jefe le dio un leve toque en el codo
parándolo al instante. Fue una orden sin palabras, una que acató sin rechistar, lo que afianzaba más
su idea de que era alguien de peso.
—No lo toques. Eso que lleva no se puede robar, te lo tienen que dar voluntariamente y dudo
mucho que la señorita esté deseando ceder ese objeto tan peculiar.
Kata frunció el ceño. ¿Qué tenía de especial ese collar?
—¿Y si le da por hacer desvanecer al resto o a ella misma?
Reprimió las ganas de reír, apenas había sido consciente de haber hecho desaparecer a Nixon.
—La vigilaré bien, yo me encargo. Me gustan las peleonas —sonrió mirándola a los ojos
haciéndola temblar.
Sus pies tocaron el suelo lo que la alivió mucho, también hizo bajar sus brazos hasta dejarlos
completamente estirados. Fue en ese momento en el que ató una cuerda alrededor de sus muñecas
con fuerza, mostrándole que el otro extremo quedaba entre sus manos.
Como si de un perro se tratase, tiró de ella incitándola a andar y seguirle.
—¿Dónde están los otros? —preguntó el jefe.
El rubio señaló unos metros más allá.
—Hemos cogido a cuatro con vida.
Él asintió satisfecho con aquello. Habían hecho rehenes, aunque no sabía si eso iba a ser por
mucho tiempo ya que podían matarlos en el momento en el que quisieran y nadie se lo impediría.
—¿Y los caídos?
—Al menos una docena, muchos por culpa de ella —dijo acusándola con un dedo.
Kata no dijo nada, no iba a disculparse por las vidas que acababa de sesgar. Aquello era una
cuestión de supervivencia.
Nadie pudo decir nada más o, si lo hizo, ella no fue capaz de escucharlo. Justo en ese instante
sintió como una mano en el cuello, graznó en busca de aire y levantó las manos en dirección a
ellas para liberarse, descubriendo que no había nada; era magia.
El agarre se hizo más intenso casi cortando la entrada de oxígeno a su cuerpo.
—Duele, ¿eh, zorra? —preguntó el rubio.
Estaba ante ella con una mano extendida, haciéndole comprender que era él el que estaba
haciéndole daño.
Kata sonrió y eso lo enfadó más de lo que ya lo estaba. Se aproximó a su rostro hasta quedar a
unos escasos centímetros.
—¿Te parece divertido?
La princesa echó la cabeza hacia atrás y después hacia delante con toda la fuerza que pudo
reunir. Golpeó la nariz de aquel hombre con tanta fuerza que pudo escuchar como se rompía al
instante.
Justo entonces el agarre sobre su cuello se desvaneció cayendo de rodillas al suelo. Comenzó a
toser buscando aire desesperadamente.
—¡Voy a! —gritó el hombre alzando un puño amenazador.
El golpe nunca llegó, el jefe bloqueó el ataque con su magia y lo obligó a retroceder lentamente
hasta que estuvo a un par de metros de ella.
—Te dije que yo me encargaba de ella.
Él negó con la cabeza.
—Tengo derecho al menos a marcarla.
—Nadie tiene derecho a nada hasta que no lleguemos a casa. Si te acercas a ella o alguno de
los rehenes, el menor de tus problemas será una nariz rota.
Retrocedió un par de pasos con cierta dificultad. La rabia burbujeaba en sus venas y estaba tan
sediento de sangre que únicamente era capaz de mirarla como si de un despojo se tratase.
—Markus, retrocede ya —ordenó con cierta calma.
Un tirón en la cuerda de sus manos provocó que tuviera que levantarse a toda prisa por miedo a
ser arrastrada. El jefe tiró de ella sin piedad instándola a caminar. Lo hicieron durante unos
minutos, todos en marcha mientras el ejército de los Draoid se reagrupaba.
Pasados unos metros pudo ver el alcance que tenían. Eran mucho más de los que su padre había
enviado. Eso sumado a los poderes que poseían hacía una ecuación difícil, no habían tenido
posibilidad alguna.
En la lejanía, pudo ver un par de camiones, las lonas ondeaban al viento mostrando los víveres
y lo necesario para sobrevivir allí.
El jefe la llevó a la parte trasera de uno de ellos y ató su correa a un hierro que sobresalía.
Pronto, antes de que pudiera pensar, trajeron a los otros cuatro rehenes Nislavos.
Kata los miró con pena antes de bajar la mirada avergonzada. Ellos habían esperado a un rey
que les había dado la espalda.
Él subió al camión. A pesar de estar atada al hierro, cogió parte de su cuerda entre sus dedos y
la mantuvo ahí. Se puso cómodo antes de dar un golpe a la lona como orden para arrancar. El
vehículo se puso en marcha al instante, lo que les hizo ponerse a caminar.
Los rehenes eran tres hombres y una mujer, más la princesa. Uno de ellos parecía herido,
estaba cubierto de sangre y su palidez no era buena señal.
El camión no iba excesivamente rápido, cosa que agradeció.
Les esperaba un largo camino hasta su reino.

***

Tras horas de marcha, los Draoid se detuvieron cuando la noche cerró el cielo. Justo cuando el
camión se detuvo, el rehén herido cayó al suelo de bruces para mofa de muchos de sus enemigos.
Kata, con cariño, se agachó a su lado. Tomó su cabeza y parte del pecho y lo arrastró sobre su
regazo.
—Pr…
—Shhh, guarda fuerzas —susurró ella.
Nadie podía saber quién era. Jugaban con la ventaja de que no parecían saber que la princesa
de Nislava estaba entre ellos.
—Zachary, tenemos un par de problemas —dijo un hombre acercándose al jefe.
Él estaba en el interior del camión buscando algo y no tardó en sacar la cabeza para atender a
quién lo llamaba.
Ahora ya sabía su nombre.
Bajó del vehículo de un salto provocando que el suelo temblara por su peso. Era muy
corpulento y musculoso. Sus ropas eran holgadas, pero dejaban entrever un cuerpo entrenado.
A Kata le pareció curioso que no llevasen uniforme como ellos. En el caso de su jefe, iba
vestido con unos pantalones oscuros y una camiseta cruda que se intuía bajo la chaqueta que lo
abrigaba. Era oscura, con el forro caliente, que asomaba por el cuello.
De no haber sido por esas circunstancias a ella le hubiera parecido muy atractivo.
Zachary, antes de atender a su soldado, le echó una mirada que le heló el corazón. Se dio
cuenta de que lo había estado mirando, lo que hizo que ella bajase la mirada tratando de no
enfadarle.
Fue una fracción de segundo, pero sintió que el corazón iba a salírsele del pecho.
La noche pasó con tranquilidad. Ellos montaron tiendas de campaña para dormir y cenaron
contando diversas historias de la travesía que llevaban desde que empezó esa batalla.
Pronto estuvieron dormidos. Por lo que habían estado hablando, el día siguiente iba a ser duro.
Pensaban llegar a casa costase lo que costase.
Kata miró al cielo cuando el silencio de la noche los abrazó. Únicamente el sonido de la
madera arder los acompañaba y eso consiguió relajarla, hacerla sentir como en casa a pesar de la
distancia.
Trató de conciliar el sueño, pero su cabeza apenas fue capaz de desconectar mostrándole las
imágenes de los últimos días.
Al menos Nixon estaba a salvo o eso era lo que esperaba. Ese había sido su máximo deseo y lo
había conseguido, lo demás no importaba.
Un crujido provocó que frunciera el ceño antes de abrir los ojos.
Miró a su alrededor con desesperación sabiendo que algo no iba tan bien como esperaba.
Pronto encontró unos ojos color miel que los miraban.
El corazón se le desbocó como si vaticinase lo que estaba a punto de pasar. O, quizás, fue que
esa mirada solo podía significar problemas; unos que no esperaba tener.
Un Draoid se acercaba a ellos con paso lento y una sonrisa dibujada en los labios.
—Hola, chicas —canturreó provocando que la bilis le subiera por la garganta.
Kata miró a la otra rehén, la cual había comenzado a temblar sabiendo bien las intenciones del
desconocido.
—Me preguntaba cómo se tiene que sentir meterla en una Nislava.
Ella tragó saliva.
Con cariño, acompañó el cuerpo de su compañero, que tenía en el regazo, hacia el suelo, el
cual estaba dormido o inconsciente, y se levantó.
—No, tú no eres mi tipo. Me van más las rubias como tu amiguita —anunció el Draoid.
La rehén, asustada, se hizo un ovillo con sus piernas como si al hacer eso el mundo
desapareciera.
—No llores, bebé. Soy un hombre cariñoso —canturreó él.
Kata contó los segundos que tardó llegar a su lado. Sopesó sus posibilidades, si gritaba y
despertaba al resto, tal vez estos se unían a la fiesta y si dejaba que pasase no iba a perdonarse
jamás.
Ocho segundos después, toda cordura se desvaneció en el aire.
Justo en el momento en el que aquel hombre tocó el cabello de la Nislava, Kata le lanzó una
patada en las costillas lanzándolo al suelo. Sus instintos hicieron el resto. Corrió al camión y
luchó por soltar el nudo de sus cuerdas, lográndolo tras un par de desesperados segundos.
Él la encaró.
—Vale, veo que no te sienta bien que te dejen de segundo plato. Te follaré antes a ti, haré el
esfuerzo —anunció sonriendo.
Katariel se lanzó al suelo cuando vio la energía salir de sus dedos, lo esquivó y lo barrió con
las piernas poniéndolo a su altura.
El Draoid cayó boca abajo, lo que ella aprovechó para colocarse sobre su espalda. Pasó la
cuerda por su cuello y comenzó a tirar con todas sus fuerzas dispuesta a acabar con su vida.
La magia de él explotó haciendo que ella saliera disparada por los aires un par de metros.
Impactó contra el suelo y se quedó sin aire unos segundos antes de recobrar el aliento.
Consiguió levantarse a la par que su atacante y muchos Draoid.
Vio como Markus comenzó a caminar hacia ella, pero Zachary le detuvo poniéndole una mano
sobre el pecho.
Tanto Kata como su atacante los miraron esperando que dijera algo, lo que fuera, cosa que no
ocurrió.
—¿Ves? Mi jefe me da el visto bueno. Voy a hacértelo hasta que no puedas andar —rio él.
No obstante, ella no pensaba lo mismo.
Tomó su cuerda y haciendo un pequeño nudo, consiguió un lazo como el que utilizaban con el
ganado. No tenía armas con las que defenderse, pero eso no significaba que estuviera indefensa.
Esperó un instante a que aquel hombre se acercase unos centímetros, lo justo como para llegar.
Tiró el lazo consiguiendo que el cupiera dentro, lo apretó con fuerza inmovilizándole los brazos a
ambos costados del cuerpo.
Corrió hacia él lo suficiente como para usar sus rodillas como impulso y después envolver sus
piernas alrededor de su cuello. Ambos cayeron al suelo, aunque no soltó su agarre. Apretó con
fuerza mirando a los ojos a su atacante.
—Ya es suficiente.
La voz de Zachary cruzó el cielo como un rayo. Fue una orden clara y directa hacia ella.
Una que tardó un par de segundos en obedecer. Después, gruñó de rabia y se retiró de encima
de su atacante.
Él rodó a toda prisa y se levantó lo suficiente como para mirarla con tanto odio que casi la
fundió allí mismo. El lazo seguía atado alrededor de su cuerpo, uno que se abrió por arte de
magia.
El cabo de su cuerda voló hasta la mano de Markus, guiado por Zachary, el cual la miraba con
dureza. Kata no fue capaz de sostener la mirada y giró el rostro hacia el camión donde debía estar
atada.
—Señor, yo… —balbuceó el soldado.
—Cuando lleguemos redirás cuentas a Markus. Yo no quiero tener que tratar contigo —explicó.
Kata, moviéndose un poco, pudo ver como el hombre palidecía al instante. Al parecer, aquel
Markus no era alguien a quien enfadar. Ella tomaba nota de aquello, si es que salía viva esa noche.
Zachary ordenó que siguieran durmiendo. El soldado rubio se marchó lejos de los rehenes y
desapareció entre la multitud. Y, para su sorpresa, cedió su cuerda al hombre al que debía temer
antes de irse a dormir.
Markus y ella intercambiaron un par de miradas antes de que, la joven, volviera a mirar al
suelo. El jefe caminó hacia ellos, provocando que Kata solo pensara en huir, no obstante, se
mantuvo inmóvil tratando de no parecer tan asustada como lo estaba en realidad.
Quedando ante ella sonrió y siguió su camino llevándola hasta el camión, justo donde la ató
con un triple nudo.
Al girarse quedaron muy próximos el uno del otro, casi pudiendo tocarse. Eso hizo que Kata
pudiera notar la energía de aquel ser a su alrededor. Era como un torbellino, que podía
succionarla y dispararla lejos acabando con su vida.
—Sí que eres peleona —susurró satisfecho.
Solo cuando estuvo a un par de metros lejos de ella pudo respirar de nuevo.
Kata tomó asiento con normalidad, al parecer iba a seguir con vida una noche más. El
cansancio llamó a su puerta y más cuando apoyó su espalda contra el camión.
Y ahí, antes de que sus ojos se cerrasen, pudo ver como Zachary la miraba tumbado en su saco
de dormir. Ella hizo lo mismo, como si pudieran ver el uno dentro del otro a tanta distancia.
Fueron unos segundos antes de que todas las luces de su mente se apagasen de puro
agotamiento.
Capítulo 10

Después de largas horas caminando, los habían metido en el camión para poder llegar a casa
antes. Fue algo que todos agradecieron porque los pies les quemaban y dolían después de tanta
travesía.
Kata descubrió un agujero en la lona, uno por el que aprovechó para mirar cuando la nieve de
Nislava desapareció.
Era la primera vez que veía un mundo verde en persona. Las fotografías le habían mostrado
como era todo en realidad, sin embargo, nunca antes pudo contemplar la belleza de los colores.
Vigilando a Zachary de cerca, fue moviéndose centímetro a centímetro para tratar de quedar
ante el agujero y así poder mirar mejor. A pesar de las circunstancias, necesitaba poder ver
aquello, aunque después la muerte la visitara.
Él, como era de esperar, se acabó dando cuenta y la miró unos segundos con el ceño fruncido.
Poco después pareció comprender qué era lo que estaba ocurriendo y el porqué de tanta
curiosidad.
Se levantó, lo que hizo que su corazón amenazase con salírsele del pecho, y desató un poco la
tela que no le dejaba ver el exterior.
—Es la primera vez que ves algo así, ¿no? —preguntó dando por hecho la respuesta.
Markus, también confundido, los observó ya que todos los rehenes respondieron de la misma
forma. El sol les cejó unos segundos antes de poder ver la belleza de aquel mundo nuevo.
—¿Nunca habéis visto el pasto verde? —preguntó el soldado incrédulo.
Kata asintió con cierta vergüenza.
Tanto el jefe como él se miraron comprendiendo lo que ocurría, les sorprendió, pero no
mediaron palabra.
—Así estáis tan paliduchos —rio Markus.
Ella lo ignoró, estaba demasiado emocionada por ver todo aquello. El camión iba tan rápido
que no podía observar todos los detalles, no obstante, sí lo suficiente como para recordar las
palabras de Malorie cuando hablaba del mundo antiguo.
La tristeza no le dejó respirar.
Llegaron al reino de Draoid casi a la noche, cuando los pájaros comenzaron a callarse.
Entraron a una gran ciudad amurallada, pero no pudo ver nada más porque Zachary volvió a
colocar bien la lona.
Los vítores a los soldados hicieron eco a lo largo de todo el camino. Ellos estaban contentos
de ver a sus familiares regresar a casa y lo celebraban con fuertes gritos y cánticos; cosa que en
Nislava no sucedía.
Cuando todo se detuvo supo que habían llegado a su próximo destino y, tal vez, a una muerte
temprana.
Zachary tomó las cuerdas de los cinco rehenes y bajó instándoles a hacer lo mismo. Eso
hicieron, salvo Kata que se apresuró a tomar al herido por la cintura y ayudarlo a bajar.
Markus cayó de un salto tras ella, lo que provocó que la piel se le erizase.
—Vais a ver a Gerald —rio el hombre antes de poner sus manos en su espalda y empujarla
suavemente.
Recordó el nombre del Rey de Draoid, lo que significaba que una audiencia con él no era nada
bueno. En realidad, ser rehén tampoco lo era. Para bien o para mal estaban a punto de sellar su
destino.
Estaban, en lo que parecía, la plaza del pueblo.
Aquel reino no era para nada lo que había esperado. Era muy distinto a los libros que estudió
de más joven.
Las calles eran de piedra, con casas de una planta por doquier y una algo más grande al frente.
Esta última era blanca como la nieve, con el porche y el balcón de madera y el tejado negro como
la noche, provocando que resaltase sobre el resto.
Comprendió que aquel lugar era el «palacio» del Rey, siendo mucho más modesto de lo que las
escrituras decían.
Aquella plaza podía albergar quizás a unos pocos cientos de personas, era tan humilde como el
resto del reino que había visto.
Vio lo que parecía haber sido una fuente muchos años atrás. Le habían colocado un gran poste
en el centro, alto en dirección al cielo. Curiosamente, también vio muchos de ellos a lo largo de la
plaza y en las calles colindantes.
—¡Oh, Zachary! ¡Bendito sea el cielo por traerte de vuelta! —dijo una voz.
Kata miró como salía un hombre de la casa que correspondía a la de la realeza. Era mayor y lo
pudo saber por su forma de caminar, lenta. El resto parecía mucho más joven de lo que sabía que
era.
Al estudiar sabía bien que Gerald Draoid tenía unos setenta y pocos años. No los aparentaba,
casi parecía unos veinte más joven. Negan siempre le dijo que aquel hombre practicaba magia
prohibida y que por ese motivo se mantenía tan joven.
El rey y Zachary se fundieron en un abrazo antes de que pudieran compartir unas palabras sobre
el duro viaje.
Ella miró bien a ese hombre, como si quisiera memorizar cada una de sus facciones. No era
muy alto, quizás un poco más que ella. Su cabello castaño presentaba unas cuantas canas que le
hacían parecer algo mayor, pero no lo suficiente. Bajó a su rostro queriendo encontrar alguna cosa
que le indicase la edad que tenía en realidad y no la encontró.
Tenía las arrugas propias de un hombre de cincuenta años, unas pocas de expresión en los ojos
y alrededor de los labios, unos gruesos y rojos oscuro como la sangre. Además, lucía una poblada
y tupida barba negra de unos buenos ocho centímetros. Quiso mirar el color de los ojos, no
obstante, no encontró valor para hacerlo.
—¿Qué me traes? —preguntó el Rey.
Zachary señaló hacia ellos como si fueran ganado y él los miró con atención uno a uno hasta
llegar a ella.
—¿Cuántos han caído? —le preguntó afligido.
Él contestó, demasiados.
Gerald caminó entre los rehenes mirándolos de arriba abajo, como si así pudiera saber todo de
ellos. De pronto se detuvo ante ella provocándole un escalofrío de los pies a la cabeza.
La joven, de forma impulsiva, se negó a mirarlo. Algo que no le importó al Rey, ya que la tomó
del mentón y la obligó.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
Kata tragó saliva.
—Alana Sould —contestó de forma instintiva.
Desde pequeña le habían enseñado a mentir por si caía en manos enemigas. Nadie podía saber
quién era porque podía ser peligroso para ella y para su reino, al que le debía total lealtad
—Alana, ¿eh? Eso ya lo veremos —comentó.
Soltó su barbilla para agarrar su cuerda. Tiró de ella casi haciéndola tropezar y caer, aguantó a
duras penas y caminó tras él como un perro siendo dirigido por su dueño.
La arrastró hasta llevarla casi a las puertas de su casa. Allí la hizo girar sobre sus talones, de
modo que todo el mundo pudiera verla.
La plaza estaba llena de soldados y familias que habían venido a celebrar el regreso de su
gente. Además, los balcones estaban atestados de personas que no querían perderse el
espectáculo.
La mano de Gerald cayó sobre su hombro derecho con contundencia, pesó mucho más de lo que
pudo soportar provocando que acabase de rodillas. Fue entonces cuando su mano cambió yéndose
a la izquierda y rodeando su cuello.
—Muy bien, Alana Sould. Estás en un juicio donde se la acusa de asesinato. ¿Cómo te
declaras?
La mente de la joven iba tan rápido que no podía comprender lo que estaba ocurriendo. No
contestó inmediatamente, necesitó que la agitase un poco para poder ser capaz de hacerlo.
—Culpable —contestó sin temor a mentir.
Ella había sesgado vidas.
—Bien. Te condeno a muerte —sentenció el Rey sin titubear.
Ese era su final, no iba a poder pelear por seguir viviendo. Aunque lo hiciera no podía huir de
un reino entero. Debía asumir que sus decisiones la habían llevado a ese lugar. Era la única
culpable de su suerte.
Agachó la cabeza esperando el golpe de gracia, solo esperaba que fuera rápido e indoloro.
Notó la palma de la mano de él sobre su cabeza y, segundos después, una descarga eléctrica
que, tras cortarle la respiración unos segundos, le hizo gritar hasta rasgar sus cuerdas vocales.
Los rehenes se movieron inquietos y ella suplicó al cielo, sin palabras, que aquello acabase lo
más pronto posible.
—¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar el Rey.
La electricidad paró en seco provocando que su cuerpo cayera laxo. Sorprendentemente no
cayó al suelo, él la sostuvo en la misma posición en la que llevaba los últimos minutos.
—Alana Sould.
Una segunda descarga hizo que se revolviera tratando de liberarse. Gritó con todas sus fuerzas
dejando que el dolor se expandiera a cada extremidad de su cuerpo.
—¿Cómo te llamas? —repitió.
Ella, luchando entre la consciencia y la inconsciencia, negó con la cabeza negándose a abrir la
boca. Notó humedad descender de su nariz hasta llegar a sus labios, el sabor metálico le indicó
que era sangre.
—¡Dímelo, niña! —bramó enfadado.
—Alana Sould —contestó al mismo tiempo que escupía al suelo la sangre que se acumulaba en
la boca.
El Rey apretó su agarre sobre su cabeza, como si no estuviera contento con su decisión.
—Muy bien.
Ese parecía ser su final. Iba a morir allí mismo y, dadas las circunstancias, lo prefería a seguir
sufriendo. Solo sintió pesar por los suyos, los que dejaba allí indefensos, a merced de un hombre
que podía hacerles cualquier cosa.
—¡ES KATARIEL DE NISLAVA! —gritó uno de los rehenes que miraban la escena, que
contemplaban a su princesa sufrir.
La sorpresa golpeó a todos con contundencia. Fue tal que el agarre que había sobre su cuerpo
se desvaneció cayendo al suelo de bruces. Justo ahí, cuando impactó contra la dura piedra,
lloriqueó mientras negaba con la cabeza.
—No, no, no. No lo soy… —gimoteó sabiendo que era inútil.
La magia de Gerald la levantó, liberó sus muñecas segundos antes de suspenderla a unos pocos
centímetros del suelo. No contento con eso, le hizo abrir los brazos y la dejó allí para deleite de
todos los presentes.
—Así que eres la hija de Negan —dijo regocijándose con su descubrimiento.
Kata, mirándole de reojo ya que no podía moverse, gorgoteó:
—No sé de qué me estás hablando.
Pero nadie la creía.
—Tu papaíto estará muerto de preocupación por ti —comentó Gerald caminando a su
alrededor.
Eso hizo que ella sonriera tratando de ocultar su risa, al no conseguirlo, rio un instante.
—¡Qué poco lo conoces!
La magia que sostenía su cuerpo se hizo más fuerte, como si cientos de cuerdas se enrollaran
alrededor de cada centímetro de piel hasta quemarla.
—Conozco bien a tu padre, llevamos en guerra treinta años —le indicó como si fuera la
primera vez que lo escuchaba.
Kata miró al cielo.
Fue en ese momento en el que el collar que llevaba en el cuello llamó la atención del Rey. Se
acercó para observarlo, alargó los dedos para alcanzarlo, aunque no lo hizo finalmente.
—¿Quién te dio esto? —preguntó.
—Alguien.
Su contestación no fue tan divertida como ella pensó y lo descubrió cuando rodó en el aire
hasta acabar con la cabeza cerca del suelo y los pies hacia arriba.
—No tengo paciencia para esto —advirtió.
La princesa cerró los ojos unos segundos como si los recuerdos fueran demasiado como para
lidiar con ellos en aquel momento. Al final, decidió rendirse y decirle lo que quisiera.
—Me lo dio la mujer que me crio.
Gerald no estuvo satisfecho con eso, la agitó como si fuera a hacer música y volvió a repetir su
pregunta.
—Se llamaba Malorie.
Los rehenes entendieron lo que eso significaba y seguramente también él y los presentes, pero
necesitó preguntar.
—¿Qué le ocurrió?
Kata jadeó sintiendo que estaba a punto de desmayarse, la sangre la tenía acumulada en la
cabeza y ya no podía ver con claridad. Por suerte pareció entenderlo y la giró nuevamente.
—Él la mató —contestó.
Gerald miró el colgante como si viera una obra de arte.
—¿Sabes lo que es?
—Un colgante —contestó aún a riesgo de acabar siendo descuartizada o agitada hasta vomitar.
El Rey contuvo el aliento unos segundos como si tratase de calmarse. Supo entonces, que de no
haber sido quién era, hubiera muerto en sus manos.
—Hizo desaparecer a su prometido cuando estábamos a punto de capturarlos —explicó
Zachary.
La sorpresa se dibujó en el rostro de aquel hombre para después ocultarlo tras una capa de
indiferencia.
—Entonces sí sabes lo que es. Tu padre lamentará que te hayamos puesto la mano encima —rio
—. Ahora tenemos una pieza que puede inclinar la balanza al favor de Draoid.
Kata, como si acabasen de contarle el mejor chiste de su vida, sonrió cerrando los ojos.
—¿Qué te parece tan divertido? —preguntó Markus.
—Que podáis creer que ese hombre pueda mover un solo dedo por mí —contestó con una
sinceridad arrolladora.
Con el mentón, señaló a los rehenes antes de poder continuar hablando.
—Recibimos una carta en la que decía que habían sido vencidos, que habían caído en una
trampa y decidió dejarlos morir allí.
Zachary avanzó hasta colocarse ante ella.
—¿Eres el soldado que dejamos pasar? —preguntó recordando cuando llegó al bosque.
Kata lo miró a los ojos antes de dibujar una media sonrisa. Era la mejor decisión de su vida y
no se iba a arrepentir jamás. Salvar a Nixon había sido el mejor objetivo que había tenido nunca.
—Yo quería saber si Nixon seguía con vida. Le pedí ir ayudarles, traer los soldados de vuelta
a casa y no lo vio de la misma forma —explicó.
Gerald chasqueó la lengua haciendo que Zachary y Markus retrocedieran dejándola a solas con
su rey.
—Mientes.
—¿Crees que cualquier rey, en su sano juicio, enviaría a su hija sola y sin protección a la
guerra?
Todos comenzaban a comprender lo que decía. Les costaba creer su historia y no les culpó, a
ella misma también le pasaba. Todo era tan irreal que apenas era capaz de comprenderlo.
—¿Y cómo llegaste? —quiso saber un todavía incrédulo Gerald.
—Cuando le dije de salvarlos, incluyendo a Nixon, decidió dispararme. Mató a dos guardias
que noqueé por no haber acabado con su vida. Me encerré en mi habitación esperando que se
calmase, pero fue a más.
Las lágrimas mancharon su rostro y tuvo que hacer un alto en su relato.
—Malorie estaba allí y pidió ayuda. Me ayudaron a bajar por la ventana —relató como si
estuviera allí mismo—. Le supliqué que viniera conmigo y no me escuchó. Me entregó el colgante
antes de que escuchase como mi padre la disparaba sin piedad. Y lo hubiera hecho conmigo de
haber estado en la habitación.
Miró al cielo al mismo tiempo que parpadeó a toda velocidad tratando de hacer a un lado las
lágrimas, no podían verla débil.
—Yo solo quería salvar a Nixon, necesitaba hacerlo. Viajé por todo el reino hasta
encontrarlos. Obviamente el plan de escapar no nos fue del todo bien.
Gerald suspiró.
—¿Y el muchacho?
—Pedí al cielo que no estuviera allí, que escapase y se desvaneció en el aire. Es lo único que
sé. Lo juro.
Kata cayó al suelo duramente cuando lo que la sujetaba desapareció. No trató de incorporarse,
únicamente dejó que pasara lo que tuviera que pasar. Ya nada más le importaba. Él estaba bien.
—Atadla al poste y también al resto. Tengo que verificar esa información —ordenó el Rey.
Zachary avanzó hasta ella, se agachó para tomarla del brazo y levantarla. Sin mediar palabra,
comenzó a caminar hacia el poste de la fuente que había estado mirando al llegar al reino.
La hizo sentarse y obedeció sin rechistar, no pensaba pelear en aquellos momentos, no tenía
fuerzas. Tomó sus brazos y volvió a atar sus muñecas para fijarlas a una anilla que había sobre su
cabeza para ese cometido.
El resto sufrió su misma suerte antes de que anunciasen que estaban todos invitados a una gran
fiesta. Una que celebraron en honor a los guerreros que habían sobrevivido y a los caídos.
Capítulo 11

—¿Qué posibilidad hay de que sea realmente quién dicen? —preguntó Gerald.
El rey estaba reunido en el comedor de su casa con el jefe de su ejército, Zachary, y su segundo
al mando, Markus, mientras el resto celebraba una gran fiesta en honor a la victoria.
Zachary paseó por la estancia, era algo rutinario, como si sentarse fuera estar demasiado quieto
para alguien que vivía todo el día alerta.
—Yo sí lo creo —contestó Markus.
Él cabeceó, tenía tanto sentido que podían estar engañándoles, sin embargo, en la vida había
aprendido que la respuesta más sencilla solía ser la verdadera.
—Yo también. Nixon hizo todo lo posible por sacarla del campo de batalla y hasta sus vasallos
la protegen. Creo que estamos ante la descendiente de sangre del mismísimo Negan —sentenció el
jefe convencido de ello.
Por supuesto, aquella noticia era algo agridulce. Tener a una descendiente de aquel hombre
podría levantar muchas ampollas.
—No se parece en nada a ella —comentó Gerald dejándose caer sobre la butaca de su
escritorio.
Él optó por encogerse de hombros.
—Yo tampoco me parezco a mi madre —dijo Markus restándole importancia a las similitudes
físicas.
Zachary caminó hasta quedar ante la estantería de libros que tenía su rey. Giró sobre sus
talones y apoyó la espalda en ella segundos antes de enfrentar a su segundo al mando.
—¿Estás seguro? Tenía entendido que fuiste un bulto que le salió a tu madre —bromeó.
La vena del cuello de Markus se inflamó y le regaló un corte de mangas que prefirió ignorar.
Quiso dejar estar el tema, no obstante, le resultaba tan divertido meterse con él que no pudo
evitarlo.
—¡OH! ¡Ya recuerdo! A ti te encontraron en medio del bosque. Tu madre biológica te abandonó
y la de ahora se apiadó de ti. Dijo: hasta los feos merecen ser queridos.
Markus chasqueó los dedos lanzándole un choque de energía que Zachary transformó en una
bengala infantil.
—Esto es serio, chicos —regañó Gerald.
Zachary decidió seguir caminando mientras se desarrollaba la conversación.
—Mañana a primera hora mandaré un mensaje a Negan, quiero ver si es verdad que hace algo
por su hija —prosiguió el Rey.
Ella no había estado convencida de ello. Por alguna razón, a pesar de la tortura a la que estaba
siendo sometida, en cuanto mencionaron a su padre arrancó a reír. Eso podía resultar
esclarecedor.
—Si no es su hija él nos lo confirmará.
El jefe suspiró.
—Lleva el colgante, ¿no? Tiene que ser ella.
Markus tenía razón. Él también estaba convencido de que así era. Aquella mujer era la
mismísima Katariel de Nislava, algo que jamás hubieran esperado cuando emprendieron el viaje a
la guerra.
—Y no tiene ni idea de lo qué es —explicó Gerald.
Zachary se colocó detrás del asiento del segundo al mando, puso las manos sobre sus hombros,
pero este le dio un par de manotazos para que se apartase. Eso le provocó una sonrisa.
—En la guerra la información es un pilar clave y ella parece haber sido excluida de todo eso
—dijo con contundencia.
Gerald juntó las manos a modo de súplica u oración, como si deseara al cielo pudiera hacer
aquello muchísimo más fácil.
—Mandaré el mensaje e iremos improvisando sobre la marcha, quiero una reunión a primera
hora todos los días —ordenó el Rey.
Ambos asintieron ante la petición de su señor. No podían tomar una decisión precipitada ya
que tenerla a ella podía cambiar el curso de la guerra. Una que duraba demasiado tiempo.
—¿Y qué hacemos con ellos? ¿Los dejamos como espantapájaros? Sé que es costumbre
hacerlo, pero otros prisioneros han gozado de ciertos privilegios como atención médica,
alimentación y trabajo —recordó Zachary.
Gerald asintió un par de veces.
—Sí, sí. Haremos el procedimiento habitual, por ahora.
Ella había hecho tambalear un pilar, como si con su llegada hubiera hecho caer la primera
pieza de un dominó perfectamente ensamblado. Ahora todo podía hundirse golpeando una ficha
contra otra.
Zachary se acercó a la ventana del comedor. Usando dos dedos apartó un poco la cortina que la
cubría, lo justo como para poner verla en el mismo sitio donde la había dejado atada.
—Señor, ¿ha avisado usted a la reina madre? —preguntó tragando saliva.
—¡Por supuesto que no! Mi madre sale poco de casa, mañana la prepararé —contestó Gerald.
Él decidió abrir un poco más la cortina para que pudieran ver lo mismo que estaba viendo.
—Creo que no podrá ser así —titubeó.
Y es que, después de años sin salir apenas, aquella mujer había elegido el día más idóneo para
tomar el aire de una cálida noche de verano. Aunque lo peor no era eso, sino que estaba ante
Katariel.
Los tres hombres se miraron unos instantes antes de correr al exterior.

***

Kata movió los brazos en un intento de despertarlos. Aquella postura era tan incómoda que ya
apenas era capaz de mover las puntas de los dedos. Lo intentó con todas sus fuerzas, sin embargo,
ya no quedaba de eso en su cuerpo.
—Hola, querida —dijo una voz.
La joven frunció el ceño, confusa. Ante ella vio como llegaba una mujer que le pareció más
mayor que el mismísimo mundo.
Caminaba con un bastón que la ayudaba a mantener el equilibrio, uno de una madera oscura. Le
llamó la atención la gran cantidad de nudos que tenía, como si el árbol que hubieran usado fuera
casi tan viejo como ella.
Encorvada por la edad, lucía un vestido negro como la noche y una chaqueta de punto roja, sus
mangas eran tres cuartos, dejando sus brazos al aire. Le pareció curioso ver que llevaba la
manicura hecha del mismo color, intenso como la sangre.
Su pelo blanco estaba recogido en un moño repleto de horquillas. Además, en la cúspide,
llevaba un pasador con una mariposa azul de adorno. Eso le hizo pensar que era una mujer muy
elegante.
Su rostro tenía las arrugas propias de la avanzada edad que poseía, pero tampoco demasiadas.
Kata estuvo convencida de que de joven había sido una mujer muy hermosa.
Y sus ojos, unos azules como el cielo que habían contemplado en aquel reino, despejado y sin
nubes. Eran tan increíbles que se los quedó mirando sin apartar la mirada como sabía que debía
hacer, no obstante, no fue capaz de hacerlo.
—He dicho «hola» —regañó.
Ella, comprendiendo lo que decía, carraspeó antes de conseguir hablar.
—Hola.
La mujer sonrió satisfecha.
La miró de arriba abajo como si estudiara bien la posición en la que estaba. Molesta, apoyó
ambas manos en su bastón mientras le fruncía el ceño al agarre de sus muñecas.
Para su sorpresa, el nudo se deshizo y, sus brazos cayeron por culpa de la gravedad, sobre su
regazo. No pudo evitar gimotear dolorosamente ya que apenas sentía que fueran parte de ella.
La cuerda se deshizo por completo para hacer un agarre diferente. Volvió a tomar sus muñecas,
pero esta vez giró a la derecha para atarse a la parte baja del poste, cosa que agradeció ya que así
no tenía que levantar los brazos.
—Mucho mejor así —dijo satisfecha la mujer.
—Gra… gracias —tartamudeó.
Ella asintió.
Resultaba incómodo que la mirase tanto. Lo peor es que parecía tener todo el tiempo del mundo
para hacerlo.
—¿Cómo te llamas, niña?
La pregunta la sorprendió.
—¡Madre!
La voz del rey hizo que ella se erizase recordando la tortura a la que había sido sometida. Así
pues, quedó rígida contra el poste a la espera de no ser castigada por hablar con aquella mujer.
No solo llegó Gerald, Markus y Zachary franquearon a la reina madre como si ella se hubiera
convertido en una amenaza mayor. Eso provocó que, la joven, enseñara las palmas de las manos
recordando que estaba atada, no podía hacer nada.
—Hijo, hace una noche muy bonita. ¿No crees? —preguntó como si nada estuviera pasando.
El rey asintió no demasiado convencido de ello.
—Seguro que Molly tiene algodón de azúcar. Siempre hace para días especiales. ¿Le
apetecería un poco, señora? —preguntó Zachary.
Estaba claro que querían apartarla de ella. Por algún motivo, su presencia era mucho más
peligrosa de lo que habría esperado en un principio.
—¡Oh, sí! Siempre hace ese dulce tan rico. Quizás debería saltarme la dieta e ir a verla —
comentó la mujer.
Markus asintió y le extendió el brazo para que se agarrase, sin embargo, en lugar de hacerlo, le
dio un leve golpe de bastón en el codo obligándolo a bajarlo.
—Después, querido —explicó.
Eso no le gustó a ninguno, sus rostros mostraron decepción y Kata temió que la culpasen a ella.
—Antes me gustaría seguir con esta muchacha, estábamos en una conversación muy interesante.
El corazón de la joven se congeló al saber que dijese lo que dijese iba a recibir la ira de
alguno. Una parte de ella recordó su hogar, allí tampoco tenía posibilidades de ganar ninguna
conversación.
—Madre, es solo una rehén —comentó Gerald.
Pero aquella mujer no cejó en su empeño. Estaba convencida en hablar con ella y lo iba a
conseguir les gustara a esos hombres o no.
—Disculpa a mi hijo, es rey y eso siempre va en el cargo —pidió la señora volviendo a ella
—. Ahora dime, ¿cuál es tu nombre?
La joven tragó saliva y cabeceó un poco sus opciones llegando a la conclusión de que no tenía
ninguna. De forma desesperada, miró a los hombres que la acompañaban, pero no dijeron nada.
Así pues, solo tenía que contestar.
—Kata, señora.
La mujer le dio un ligero golpe con el bastón en los pies. Era una advertencia y estaba
convencida de que todo podía empeorar.
—Nombre completo —regañó.
Ella tomó una bocanada de aire.
—Katariel Alana Martha de Nislava, pero suelen resumirlo como Katariel de Nislava o Kata.
El rey la miró con severidad sabiendo que, a pesar de todo, cuando había preguntado su
nombre no había mentido del todo. Era el segundo y por eso podía decirlo con soltura.
El rostro de aquella mujer cambió, la miró como si fuera un espejismo en un desierto antes de
comenzar a temblar.
—Todavía estamos a tiempo de ir a comer algodón de azúcar —se ofreció Markus.
Ella lo rehusó levantando la mano.
—Una vez conocí a la dueña de ese collar… —comenzó a decir.
Al parecer todas las historias colindaban en él. Como si el peso que sintió la primera vez que
se lo dieron se hubiera multiplicado por mil. Ahora casi era una maldición en lugar del milagro
que había salvado a Nixon.
—Sé que mi madre fue Draoid y que fue suyo —dijo rápidamente como si con eso pudiera dar
por zanjada la conversación.
Ahora fue Markus el que le dio un leve golpe en la planta del pie con su bota. Estaba
convencida de que no querían que hablasen y de que estarían encantados de cortarle la lengua.
—Ella lo llevó mucho tiempo antes de tu nacimiento, pero no supo protegerla lo suficiente. No
la trajo de vuelta a casa.
La mujer sonrió.
—En su defecto te trajo a ti. Estoy convencida que ella lo hubiera querido así.
Kata apretó la mandíbula con cierta rabia y dolor. No era una reacción voluntaria, era la
conseguida durante años hablando mal de su madre. Negan se había encargado de castigarla por
los pecados de su progenitora, lo que hacía que no pudiera sentir demasiada simpatía por una
mujer que decidió salvarse ella, tomando la salida más fácil, que a su propia hija.
—¿La conociste? —preguntó la reina madre.
La joven negó con la cabeza.
—Una pena. Una hija siempre debería saber de dónde procede y tú lo has conocido demasiado
tarde.
Katariel frunció el ceño sorprendida. ¿Cómo podía saber aquello?
—Puede que sea vieja y esté oxidada, pero todavía me quedan algunos trucos bajo la manga —
confesó orgullosa.
Esa conversación había durado demasiado tiempo y pudo notar el nerviosismo en los hombres
que mantenían silencio a su lado. Ellos estaban deseando poder llevarse a aquella mujer lo más
lejos posible.
—¿Cómo murió? —preguntó la reina madre.
La pregunta hizo que todo el aire de sus pulmones se esfumase como por arte de magia. Tosió
un poco tratando de respirar y se calmó pasados unos segundos.
—No lo sé —contestó Kata mirándola a los ojos.
El bastón se levantó y le dio un ligero toque en la cabeza. Aquella mujer podía llegar a ser muy
severa si se lo proponía. Supo que huir de aquella respuesta podía hacer que doliera mucho más.
—Se suicidó al poco de nacer yo.
La mujer, consternada, negó con la cabeza como si acabase de decir una de las mayores
barbaridades del mundo, cosa que ofendió a Kata.
—¡Eso es mentira! —exclamó llevando sus manos al pecho.
Zachary y Markus tomaron a la mujer de los brazos con miedo a que pudiera caer al suelo.
Kata, en cambio, solo pudo desviar la mirada para no contemplar aquello. El corazón se le
encogió con dolor pensando en la pobre mujer y la imagen que tendría de su madre.
—¡Retira eso, niña! —exclamó enfadada.
—Lo retiro —cedió ella.
Apoyó la cabeza en el poste, suspirando, y cerró los ojos.
Las mentiras no iban a cambiar aquello que se había grabado en su cuerpo desde el día en el
que la enterraron.
—¿Qué te dijo ese monstruo? —preguntó volviendo a la carga.
Estaba claro que se refería a su padre y Kata aceptó que aquel calificativo se quedaba corto
con lo que era.
—Madre, ya has tenido suficientes emociones por hoy. Quizás mañana —trató de convencerla
para encontrarse con una gran negativa.
La mujer estaba convencida a hablar con la princesa del reino enemigo y no pensaba marcharse
de allí sin las respuestas que había venido a buscar. No importaba lo que tardase en conseguirlo.
—Mi padre siempre ha sostenido que ella se suicidó y lo sé bien porque me ha castigado por
ello toda la vida. He sufrido en mis carnes los pecados de otra persona y me han torturado para no
ser débil como ella. La meta que me asignó fue que borrase todo rastro de esa mujer en mí —
contestó Kata.
Los miró a los ojos a todos, no pensaba mentir. Ya sabían quién era y esconder algo podía
girarse en su contra. Tenía cientos de cicatrices testigos de los abusos a los que había sido
sometida.
—Él es un mal hombre. Yo lo dije cuando vino a pedir su mano, pero sus padres no me
creyeron —explicó la reina madre.
Kata asintió.
El silencio los abrazó unos instantes, como si las palabras que acababa de decir hubieran sido
toda una sorpresa. Tenían mucho en lo que pensar ya que, tener retenida a la princesa, no producía
tantas ventajas como hubieran imaginado.
—Ahora sí que me apetece ese algodón de azúcar. —Se aferró al brazo de Markus—. Tú me
vas a llevar, ¿verdad, joven?
Todos se fueron sin decir nada más. Como si romper el silencio fuera algo prohibido en un
momento como ese.
Capítulo 12

—Toma —dijo Zachary sacándola de su ensimismamiento.


Kata parpadeó y buscó la voz hasta encontrarla a su lado. Durante unos segundos había estado
embobada en la mujer que acababa de sondearla.
Ella no sabía que la reina madre era la mujer más importante del reino y que conocía su
historia desde mucho antes de su nacimiento. Aquella mujer, que apenas salía de casa, había
elegido verla en persona justo en el momento que supo que estaba ahí.
Vio dudar a la joven mirando la cantimplora que le tendía, pero cedió finalmente. Alargó sus
manos hasta alcanzarla.
—No voy a envenenarte —prometió Zachary.
—Creo que sería lo mejor que podía pasarme —contestó antes de abrir y dar un buen sorbo.
Zachary no hubiera negado ante nadie lo mucho que miró a esa mujer mientras bebía. Podría
haberse defendido diciendo que vigilaba a la prisionera y no le hubiera importado si le creían o
no.
Sus cabellos pelirrojos eran algo tan extraño en su reino que sabía que muchos se habían
detenido a observarla. Casi parecía un trofeo expuesto para que todos pudieran vanagloriarse de
haber capturado a la princesa de Nislava.
Su tez pálida mostraba el poco sol que tenían en su reino, casi parecía la nieve que habían
estado pisando los días que duró la batalla.
Siguió con la mirada las pecas que se dibujaban en sus mejillas y que subían por su nariz. Casi
parecían ser el mapa de un tesoro, uno que podía culminar en algo peligroso.
Sabía bien de lo que era capaz.
Para todos era una atracción de circo, no obstante, no tenían ni idea de lo que la había visto
pelear en aquel lapso de tiempo. No era solo una cara bonita, podía atraerte al agua como una
sirena y ahogarte en sus profundidades.
—Gracias —contestó ella devolviéndosela.
—Quédatela, te la iremos llenando.
Katariel asintió sin decir nada más. No era un trato de honor, si querían que los rehenes
siguieran con vida debían alimentarlos.
—¿Puedo preguntar su nombre? Nunca me hablaron de ella, solo del rey Gerald.
Molly en ese momento atrajo su atención. Canturreó su nombre, lo cual solo podía significar
que tenía algo para él. Era como un ritual que conocían bien. Esa mujer podía ser el mismísimo
infierno y el cielo a la vez, como si dos personalidades habitasen en el mismo cuerpo.
Zachary decidió a ir a ver lo que quería de él. Cuando llevaba un par de pasos no pudo evitar
girar hacia Kata. Ella, como si se hubiera dado por vencida, estaba con la nuca apoyada en el
poste con los ojos cerrados, casi como si tratase de descansar.
—Loretta. Así se llama la reina madre.
Katariel abrió sus enormes ojos para mirarle. Acto seguido asintió y volvió a cerrarlos como si
el sueño fuera demasiado. Decidió dejarla atrás y no molestar el poco descanso que pudiera
encontrar en aquella postura.
—Hola, querido —sonrió Molly en cuando llegó hasta ella.
Había puesto su paradita, la que siempre montaba cuando regresaban a casa. Estaba repleta de
dulces, tenía buena mano para ellos y había conseguido que muchos fueran adictos a sus recetas,
entre ellos la reina madre.
La mujer, vestida con un elegante vestido azul, salió de detrás de su mostrador y se lanzó a sus
brazos. Los envolvió en su cuello, apretándolo con fuerza contra él como si hiciera mil años que
se hubiera marchado.
—¡Cuánta efusividad! —exclamó él apartándola con delicadeza.
—Eres el más esquivo de todos. Markus vino a verme hace un ratito y ya le di sus dulces.
Zachary no pudo evitar notar la malicia y la picaresca de esa frase. Aquella mujer era muy
atractiva, no era un secreto de que muchos hombres habían intentado ganarse sus favores, pero él
no pensaba preguntar por si su compañero acababa de probar algo más que sus dulces.
—Tranquilo, solo se ha llevado un trozo de tarta y algodón de azúcar. Los otros dulces los
guardo a buen recaudo —sonrió como si pudiera leer su pensamiento.
Él asintió algo avergonzado por haber sido descubierto.
Molly tomó una bolsa transparente en la que puso un buen puñado de golosinas ácidas. Sabía
que eran sus favoritas y le gustaba que se acordase de uno de sus gustos más peculiares.
Cuando fue a echar mano de su cartera ella negó con un dedo amenazante.
—A estas invita la casa. Por el valor en el campo de batalla y por hacer que muchos hayan
vuelto.
Fue agradable que alguien valorase todo el esfuerzo. La única cosa que tenía clavada en el
corazón era los soldados que jamás volverían a ver sus familias. Ellos eran unas víctimas
inocentes.
—Siempre eres muy amable conmigo —sonrió.
Molly asintió aceptando el cumplido. Contoneó sus caderas de vuelta a su sitio de trabajo
puesto que, mientras hablaban, la cola de gente esperando no había hecho más que alargarse.
—¿Ella es quién dice ser? —preguntó señalando rápidamente a la rehén.
Él le dio una rápida mirada, parecía ajena al bullicio de gente, como si acabase de dormir.
—Yo sí lo creo.
La mujer se abstuvo de contestar, únicamente asintió como si eso fuera suficiente. Creía en su
intuición. Además, tampoco es que tuvieran forma de saberlo al cien por cien, siempre iba a
quedarles la duda.
—Baila un rato y diviértete, guerrero. Te lo has ganado.
Zachary asintió como si acabase de recibir una orden y se perdió entre la gente.
***

Katariel se revolvió cuando algo húmedo cayó sobre ella. Quiso alejarse, pero fue entonces
cuando chocó con la realidad: estaba atada y no era una pesadilla, seguía estando en el reino de
Draoid.
—¿He despertado a la princesita? —preguntó una voz.
A su lado había un hombre muy alto o es que ella en aquella posición así lo veía. Se
tambaleaba un poco mostrándole que se encontraba en un estado de embriaguez bastante alto.
Miró su sonrisa maligna, casi perversa; se trazaba de lado a lado del rostro como si así pudiera
vaticinar lo que pensaba hacer.
En una de sus manos llevaba un vaso, el contenido del cual, decidió que era buena idea dejarlo
caer sobre ella. Se lo colocó sobre su cabeza y, con un leve giro de muñeca, todo cayó.
Katariel jadeó cuando el líquido frío la empapó. Bajó por su rostro para seguir camino abajo
hasta conseguir que toda ella quedase mojada. El olor a alcohol le picó las fosas nasales, como si
se tratase de algún ron que hubiera olido alguna vez.
—Si te prendo fuego, ¿arderías para mí? —preguntó apoyándose en el poste.
La joven se negó a mirarlo o contestar. No pensaba provocar su ira y mucho menos iba a
abogar por compasión, sabía bien que no tenía ya que su rostro mostraba sus deseos más oscuros.
—Mataste a mi amigo —escupió enfadado.
El silencio le molestó mucho más.
—Tu le metiste una bala entre los ojos —explicó al mismo tiempo que un dedo bajó hasta
apretar su entrecejo.
Kata no se resistió y no se retorció evitando el contacto. Aquel hombre era peligroso, solo
debía concentrarse en mantener la calma.
Escuchó una cremallera descender, eso llamó suficiente su atención como para que quisiera
mirar qué era lo que se disponía hacer.
Era de noche, no obstante, las luces de las calles pudieron dejarle ver el nuevo plan que
trazaba.
Aquel hombre metió la mano en la bragueta de su pantalón apartando la ropa interior con dos
dedos. Lo siguiente fue algo que deseó no mirar, pero se descubrió a sí misma contemplando con
horror.
Él ahuecó su miembro entre sus dedos y lo liberó sacándolo del pantalón. Fue entonces cuando
Katariel cerró los ojos y apartó el rostro todo lo que pudo. El orín se derramó sobre su hombro
derecho y descendió a toda velocidad.
La princesa no lo pudo soportar, su estómago se retorció dejando que la bilis subiera garganta
arriba, no obstante, ella retuvo el vómito impidiendo que el contenido de su estómago acabase en
el suelo.
Usó sus piernas para impulsarse y ponerse el pie. El agarre sobre sus muñecas dolió cuando lo
logró, pero no le importó.
Con la poca distancia que los separaba, usó unos pocos centímetros para afianzar un pie el en
suelo y subir la otra rodilla directo al punto de gravedad de aquel hombre. Golpeó sus testículos
con tanta fuerza, que de haber sido un hueso lo hubiera notado quebrarse.
El guerrero se dobló hacía delante por el dolor, lo que ella aprovechó para darle un cabezazo
con todas sus fuerzas.
Lo vio caer de espaldas justo antes de llevarse las manos a la entrepierna para socorrer esa
parte de su anatomía que dolía. Gritó, aulló de dolor casi como si de un niño se tratase.
Katariel supo entonces que acababa de llamar demasiado la atención.

***

Zachary frunció el ceño cuando la gente dejó de bailar. No solo eso, se giraron hacia un lado
demasiado concreto como si algo hubiera llamado su atención. Pero el misterio se desveló cuando
vio la dirección.
—¡Zachary! —gritó Molly desgarradoramente indicándole que había problemas grandes.
Corrió entre la gente, se abrió paso como pudo sabiendo bien quién era o más bien hacia dónde
debía ir. Solo cuando el último Draoidiano se apartó pudo contemplar una escena que lo
sorprendió.
Katariel estaba de pie, enfrentándose a uno de sus soldados, el cuál parecía estar sujetándose
la entrepierna con dolor. Fue cuestión de un segundo porque se incorporó lo justo como para estar
sentado y cantó el hechizo que hizo que creciera una llama de fuego en su mano.
Sabiendo bien quién sería el objetivo, Zachary alzó ambas manos. Convocó un hechizo
sencillo, aunque efectivo. Justo cuando la llama de fuego se alejó de su dueño, apareció una nube
de tierra que la rodeó. Giró a su alrededor unos segundos antes de consumirla dejando un reguero
de humo como estela.
Toda su atención fue hacia su guerrero, se colocó ante él tratando de que le diera una
explicación plausible para justificar lo sucedido.
Markus también llegó, pero su objetivo fue otro muy distinto al suyo. Colocándose tras
Katariel, la tomó del cabello y la inmovilizó como si una mujer atada e indefensa fuera a suponer
una amenaza.
—¡¿Qué has hecho?! ¡¿Haciendo amigos de nuevo?! —bramó, el segundo al mando, en su oído.
—Evitar que una escoria así se reproduzca —contestó, la joven, destilando odio por todos sus
poros.
Aquella contestación provocó que ambos mirasen al hombre que seguía sentado en el suelo.
Al estar ante sus jefes, saltó para ponerse en pie desvelando parte del misterio en forma de
pene colgando fuera de sus pantalones.
—¿Qué se supone que ibas a hacer con eso? —preguntó Zachary.
Fue entonces cuando Markus lanzó un par de improperios al cielo llamando su atención.
Mantenía a la princesa sujeta por el cabello, pero solo con una mano y se había apartado de su
cuerpo todo lo posible como si le diera repulsión estar cerca. Fue entonces cuando el olor golpeó
sus fosas nasales.
Ahora parecía tener el rompecabezas completo mostrándole algo que no le gustaba.
No fue capaz de contenerse o es que, tal vez, no quiso hacerlo. Con un ligero movimiento con
el pecho y los hombros dejó escapar un choque de energía que lanzó a su soldado un par de metros
más allá de él.
—Di una orden explícita de no tocar, molestar o torturar a los rehenes. Siempre procedemos
igual y bien puedes conocer mi ética laboral. ¿Qué tienes que decir en tu defensa?
El hombre tartamudeó ante las palabras de su jefe sabiendo que las consecuencias serían
terribles, no obstante, el alcohol dejó que consiguiera decir lo que realmente sentía.
—¿Por qué deberíamos tener piedad ante los enemigos?
Zachary avanzó un par de pasos.
—Tener piedad o no es mi decisión y la del rey. Solo él puede elegir cuándo cruzar la línea.
La energía se arremolinó a su alrededor con fuerza, mostrando porqué era el jefe de aquel
reino. Se había ganado aquel puesto a base de entrenamiento, fuerza y templanza. Además, sabía
cumplir una orden cuando se la daban.
—Por el momento quedas suspendido de empleo. Ya buscaré el sitio más duro y sucio del reino
que requiera tus hábiles manos para limpiar. —Hizo una pausa—. Ahora, fuera de mi vista.
Esa orden sí la supo acatar. Se levantó a trompicones antes de arrancar a correr hacia su casa.
Zachary giró sobre sus talones para encarar a Markus y a Kata. Él seguía distante con ella a
causa de su olor y no le culpaba.
—Yo me encargo, si quieres —se ofreció su segundo al mando.
Negó con la cabeza.
—Disfruta de la fiesta, yo lo haré.
Markus aceptó encantado, soltó a la princesa y se alejó unos pasos antes de dirigirse a la
multitud. No había nada que hacer allí en aquellos momentos, ya todo había acabado.
La música retomó la melodía donde lo había dejado y pronto todo el reino decidió seguir con
la celebración.
Así pues, solo quedaba una cosa: Katariel.
Zachary la contempló unos segundos antes de colocar sus manos en sus caderas. Suspiró sin
tener claro qué hacer con ella.
Capítulo 13

Katariel iba detrás de aquel hombre. Seguía sus pasos, poniendo los pies donde justo antes
había pisado, como si quisiera seguir sus huellas sin dejar las suyas propias. La guio hasta un
cobertizo, uno que parecía haber sido reformado hacía muy poco, su madera caoba brillaba sin
que el paso de los años hubiera hecho mella en ella.
Zachary se detuvo entonces, a pocos centímetros de la puerta, y se giró para comenzar a desatar
sus muñecas.
—Hay una ducha dentro, está destinada para soldados, pero podrás usarla.
La joven asintió y esperó a que le diera alguna indicación más. Lo vio abrir las puertas, le
sorprendió descubrir que las dos puertas eran en realidad cuatro. Estaban partidas por la mitad,
haciendo que quedase parte de la cabeza al descubierto.
—Quiero las de arriba abiertas —ordenó.
Ella tragó saliva, necesitó aclararse la voz antes de contestar de forma afirmativa. Tampoco es
que tuviera opción a negarse.
La ducha estaba impoluta, incluso desprendía un olor cítrico que indicaba que había sido
limpiada hacía poco.
Apoyándose en una de las puertas se descalzó y entró en ella. Cerró las inferiores bajo la
atenta mirada de aquel hombre y logró encontrar a tientas un pestillo para evitar que se abrieran.
—Espera —pidió él.
Ella vio como su mano se encendió, fue algo que pasó de una pequeña chispa a una bola de un
tamaño considerable. Entonces la introdujo dentro haciendo que todo el habitáculo se iluminase
por completo.
—Podéis hacer de todo —susurró sorprendida.
—Solo los más estudiosos —contestó.
Katariel, ante el silencio que quedó, decidió pasar a la acción. No estaba cómoda en aquel
lugar, pero sentía la necesidad de desprender ese olor de ella. Era imperativo que los restos
biológicos de aquel hombre desaparecieran de una vez.
Dejando a Zachary a su espalda tomó la camiseta y se la quitó. Miró a su alrededor buscando
un lugar donde dejarla, al no encontrarlo decidió tirarla a través de la puerta que quedaba abierta.
El resto de la ropa siguió cayendo por allí una a una hasta quedar completamente desnuda y sin
haberse girado en ningún momento.
No podía saber si él era capaz de ver su cuerpo o no.
Abrió el grifo apartándose para dejar salir los primeros litros fríos como el hielo. Una vez se
calentó se metió debajo dispuesta a limpiarse.
—No somos partidarios de ese tipo de humillaciones —resonó la voz de Zachary a su espalda.
Katariel cerró los ojos buscando una paz interior que no existía. Esas palabras le resultaban
carentes de significado, estaban en guerra y desde pequeña había escuchado todo tipo de historias
que sufrían los rehenes.
—Os agradezco la ayuda a ti y a Markus.
Debió dejar la frase ahí, quedando como alguien bueno.
—Pero no me mientas. Sé de lo que sois capaces y que parece que tengo un trato de favor por
ser hija de Negan.
No tuvo tiempo a reaccionar. Las puertas se abrieron de golpe, sin necesidad de tocarlas,
permitiendo la entrada al enemigo dejándola a merced de aquel hombre. El mismo que llenó todo
su espacio sin temor a mojarse.
Katariel se giró demasiado lento como para poder defenderse, él la tomó de la barbilla y la
obligó a retroceder hasta quedar con la espalda contra la pared. Fue un golpe seco, algo violento.
—No confundas piedad con estupidez. ¿Nos ves como los malos? ¿Qué les hace tu rey a los
rehenes? Porque podría contarte historias de la infinidad de mujeres que ha regalado a sus
soldados para ser explotadas sexualmente. También las torturas a las que son sometidos por puro
regocijo de un hombre que no tiene alma.
La joven no se defendió, lo miró a los ojos totalmente aterrorizada sabiendo que sus palabras
eran ciertas.
—Ha asesinado públicamente a muchos de mis amigos y ha hecho cosas que ni el viento
merece saberlas.
Hizo una pausa, la que aprovechó para apagar la luz que él mismo había creado.
Katariel pudo fijarse en su rostro. Sus ojos oscuros eran solo la puerta a un guerrero esculpido
por dioses. Tenía los pómulos marcados y una barba de más de tres días que adornaba la parte
inferior de su rostro sin ocultar unos labios gruesos y de un rojo oscuro que no temblaba ante sus
palabras.
—Sí, hoy has gozado de un trato especial que quizás debería cobrarme para que así pudieras
odiarme con motivo. A tu padre no le temblaría la mano para follarse a una rehén, tal vez deba
aprender de él.
Zachary descendió lentamente provocando que ella comenzase a temblar como una hoja. No se
movió ni un centímetro cuando notó su aliento en su oído. La mano que sujetaba su barbilla
recorrió el camino que la separaba del cuello, fue una caricia dura, haciendo friccionar sus dedos
por su piel hasta dejar su pulgar por debajo de su mandíbula y el resto de dedos cerca de su oído.
Acto seguido descendió hasta caer sobre su clavícula.
—Yo no soy un violador. Ni tampoco tu amigo. Aquí hasta los actos más insignificantes tienen
consecuencias. Yo de ti elegiría bien tus próximas palabras.
Alguien carraspeó a su espalda.
—¿Molesto?
La voz de una mujer hizo que el gran guerrero que tenía encima se apartase lentamente. Sin
dejar de mirarla a los ojos, utilizó su magia para cerrar las puertas y se permitió un par de
segundos para atender a quién los acababa de interrumpir.
—Tú nunca molestas, Molly.
Kata, que seguía apoyada en la pared y temblando, luchó por tomar el control de su cuerpo.
Pocos segundos después pudo ver a la mujer que acababa de llegar.
Sus ojos solo pudieron ver el vestido azul que llevaba durante unos instantes, fue como si
aquello se llevara toda la atención. Contoneaba su figura mostrando sus grandes y generosos dotes
que no dudaba en adornar con un atrevido escote. Lo siguiente que pudo ver fue como su pelo
negro caía sobre sus hombros con cierta gracia, dejando que sus rizos cayeran sobre ella a
propósito para resaltar su piel morena.
—He traído ropa para la muchacha. Supuse que no habías reparado en ello —explicó la mujer.
Su voz no era estridente, más bien melodiosa, como si estuviera cantando al oído de un
marinero para hacerlo entrar en el agua.
—Siempre sabes lo que necesito —sonrió Zachary.
La mujer sonrió ampliamente ante el cumplido. Kata casi sintió que sobraba en aquella
ecuación, como si aquello en otro contexto pudiera acabar en una noche de sexo salvaje.
Solo rezó por no ser público en algo así.
Molly caminó hacia ella, sus pasos seguros y nada titubeantes hicieron que Kata se pusiera en
alerta.
—Hola, cariño. ¿Ya estás? Te he traído algo cómodo que ponerte.
La joven contuvo la respiración unos segundos.
—No… señora. Ahora mismo acabo.
La mujer, con gesto divertido, miró a Zachary antes de encogerse de hombros y soltar una
carcajada.
—Señora dice. Si no debo ser mucho mayor que tú.
Katariel dejó que ellos hablaran sobre edades para pasar a tomar el primer jabón que encontró
en el suelo. Se dio prisa para lavarse, no quería hacer esperar a nadie y mucho menos que él
volviera a ocupar todo ese espacio.
—¡Oh, cielo santo! —exclamó Molly.
Eso hizo que ella girase de un salto como si temiera por su vida. Lo que no supo es que el
destino no la preparó para la imagen de lástima con la que chocó cuando se topó de frente con la
recién llegada.
—¿Quién te ha hecho todo eso? Estás hecha girones —preguntó llevándose ambas manos sobre
los labios.
Kata se miró, recorrió un par de cicatrices con los dedos, casi como rememorándolas y se
encogió de hombros.
—Mi padre —contestó.
Aquella mujer parecía consternada y una parte de sí misma quiso que fuera real, no obstante,
sabía que nadie podía sentir nada por ella y mucho menos una desconocida de un pueblo enemigo.
—¿Por qué motivo un padre podría hacer eso? —preguntó con la voz tan quebrada que la
sorprendió.
Katariel miró a Zachary ya que no soportó la lástima que Molly destilaba hacia ella. Él estaba
observando la conversación con cierta curiosidad.
—Supongo que nunca estuve a la altura —contestó antes de aclarar el jabón de su cuerpo.
Capítulo 14

La noche no duró mucho más después de que se vistiera y la atasen de nuevo al poste. Las
calles quedaron vacías poco a poco hasta que ningún transeúnte quedase en ellas.
Solo los rehenes en sus lugares de honor. Todos ellos agotados, sus rostros mostraban miedo y
incertidumbre de qué pasaría con ellos el próximo día.
La joven decidió descansar, si la vida iba a seguir poniéndola a prueba iba a necesitar hacer
acopio de todas sus fuerzas para enfrentarse a lo que viniera a buscarla.
Así pues, se apoyó en el poste, buscó la postura más cómoda posible y trató de dormir.
«Katariel…».
Aquel susurro le hizo abrir los ojos.
Buscó a su alrededor alguna persona que hubiera podido hablar y se encontró sola.
«Katariel…».
Era un mero hilo de voz que atormentaba su sueño. Volvió a buscar en la oscuridad cualquier
posible compañía que no fuera capaz de vislumbrar.
Cerró los ojos enfadada.
—Si no vas a dejarme verte deja de joderme —sentenció dándole la bienvenida al sueño.
Justo cuando peleaba entre los brazos de Morfeo la voz volvió a increparla. Era femenina,
dulce, alguien que no recordaba haber escuchado jamás. De pronto notó un dedo tocar su mejilla.
Eso provocó que abriera los ojos de par en par y con el corazón a punto de salírsele del pecho.
No pudo más que chocar contra la más infinita de las oscuridades y la soledad pareció reírse de
ella.
«¡Katariel!».
Ella se encogió como si así pudiera librarse de lo que fuera que la estuviera atemorizando.
—Déjame en paz. Lárgate y no regreses.
Una brisa de aire arremolinó su cabello como si de una mano se tratase, después se alejó a toda
velocidad calle abajo hasta donde se alcanzaba la vista.
«Pronto despertarás. Ven al bosque…».
Kata rio.
—Genial. Me estoy volviendo loca —se dijo a sí misma antes de obligarse a dormir y huir de
aquella situación el tiempo que la dejasen.
***

—Yo voto por noquearla —propuso Markus.


Volvían a estar reunidos en casa del rey observando de cerca a la terrible invitada que tenían
en sus tierras. Tarde descubrían que era un regalo envenenado que el destino les había entregado.
—¿Cómo puedes ser tan bruto? —preguntó Molly desde el lado opuesto de la mesa.
—Ven aquí y te demostraré lo duro que puedo llegar a ser —prometió el guerrero mordiéndose
los labios.
Aquello no la impresionó, únicamente hizo que riera como si acabasen de contarle el mejor
chiste.
—Querido, he dicho bruto. Deberías aprender un poco de vocabulario antes de tratar de ligar
conmigo. Me gustan más cultos.
Zachary chasqueó con la lengua antes de decir:
—Por supuesto, para que tu amante pueda decirte que te comerá el baúl de tus tesoros en vez
del coño.
Molly se llevó las manos a la entrepierna y fingió acariciarse a pesar de quedar a un par de
centímetros de su piel.
—¿Ves? Dicho así me entra mejor.
Gerald carraspeó trayendo cordura a aquella conversación tan estúpida que acababan de
arrancar por culpa de un Markus que no sabía mantener la boca cerrada. Su rey supo llevar el
silencio a la sala y apoderarse de él.
—¿Duerme? —preguntó.
Todos miraron por la ventana sentados en sus sitios, aunque Zachary era el que más cerca se
había colocado.
—No, parece que batalla contra algo —susurró convencido de que podía ver los labios de la
joven moverse.
Nadie dijo nada porque supieron qué ocurría. Aquellas tierras estaban plagadas de magia, la
misma que destilaban por todos sus poros. A lo largo de la historia había leyendas de voces que
susurraban al viento, tal vez algo así estaba tratando con Katariel o era su propia mente
volviéndose en contra de ella.
—Gracias por ducharla.
El guerrero se erizó ante las palabras de su rey.
—No debería agradecerme nada. Supuse que siendo quién es debía hacerlo. Además, nunca he
permitido ese tipo de trato hacia nadie —se justificó.
Comprendía el odio que podían tenerle a aquella mujer, pero no pensaba justificar cualquier
ataque que no viniera por orden expresa de Gerald. Solo él podía mandar sobre esa muchacha.
—No es por mí y lo sabes. No siento nada hacia ella, pero si mi madre supiera que le ha
ocurrido algo así mandaría decapitar al que fuera o lo haría ella misma —comentó.
Todos asintieron.
—No sé cómo pudo saber que estaba entre nosotros —escupió Markus tan sorprendido como
el resto.
Gerald, en cambio, tenía una respuesta para eso, una que parecía que lo atormentaba desde que
Katariel pronunció su nombre completo ante la multitud. Aquel hecho había sacudido el reino de
Draoid por siempre.
—Es su bisnieta y podría haberla notado hasta en los confines del mundo.
Zachary se negó a decir palabra alguna.
Si esa mujer era quién decía ser, procedía de un linaje de sangre pura entre dos reinos.
—No parece saber quién es su madre.
Molly tenía razón.
—No. Ese monstruo ha borrado el recuerdo de mi hija de todo su reino. Ha privado a su hija
de conocer sus raíces y la ha adoctrinado para ser como él alegando que mi niña era débil —dijo
el rey destilando odio en cada una de sus palabras.
Nadie conocía exactamente la historia de Negan y cómo había pretendido la mano de la
princesa. Solo sabían que después de la boda prohibió la entrada de cualquier Draoid al reino, no
obstante, todo empeoró cuando meses después las noticias de un descendiente no varón había
nacido.
La muerte de la madre de Katariel consternó a todos los reinos, siendo la gota a un vaso
demasiado lleno. La guerra explotó entre los dos reinos, pero Negan, no contento con eso, decidió
desviar su ira hacia el resto del mundo.
Treinta años de aquel día certificaban que el odio de aquel hombre no conocía parangón. No
había dado tregua a su gente y a sus ejércitos que año tras año enterraban a sus seres queridos.
—No sabe ni el nombre de su madre —susurró Markus temiendo enfadar todavía más al rey.
Gerald se acercó a la ventana y contempló a su nieta. Un detalle que ella desconocía por
completo.
—Nadie le dirá nada sobre esto. El que lo haga se enfrentará a mi ira. Ella no es sangre de mi
sangre, es solo la hija del enemigo y trataremos de sacar partido de esto. Negan no es tonto, sabe
que ella es un símbolo de la corona, solo por eso debe estar deseoso de recuperarla.
Zachary siguió mirando a la joven, al fin parecía quedarse dormida ya que vio como su cabeza
colgaba de una forma poco cómoda.
Un pensamiento atravesó su mente, uno que lo perturbó unos segundos más de lo que le hubiera
gustado.
Había visto las cicatrices que adornaban su cuerpo, en ellas se certificaba el poco amor que
sentía el rey hacia su hija. Había estado torturándola toda su vida contándole la historia de su
débil madre, era como si hubiera querido borrar el vínculo biológico y sanguíneo que las unió en
su momento.
Y ahora estaba en el reino de su abuelo. Uno que la miraba con recelo por ser el enemigo
número dos. Ella significaba las muertes absurdas y dolorosas que provocaba Negan con esa
incansable guerra.
Gerald no podía sentir simpatía hacia aquella desconocida que había crecido a los pies de su
padre.
Lo que significaba que nadie podía amar a aquella criatura.
—Yo no creo que sea mala, está viviendo una guerra que no le pertenece —comentó Molly
siendo incapaz de permanecer en silencio.
Zachary estuvo de acuerdo, sin embargo, todos eran inocentes salvo el hombre que planeaba
con reinar sobre todos los seres vivos. Negan era el culpable de todo lo que ocurría más allá de
las fronteras que los separaban.
A pesar de todo, había algo en Katariel que hacía que no fuera un rehén cualquiera y todos lo
sabían.
Les gustase o no, aquella mujer había venido a ese reino para cambiarlo todo. Tal vez fuera la
pieza que inclinase la balanza hacia su favor o hacia la perdición.
—Debemos esperar a que él nos conteste. Hasta entonces la quiero con vida.
—¿Y si él no mueve un dedo por ella? —preguntó Markus.
Zachary cerró los ojos sabiendo bien la contestación del rey.
—Entonces que el cielo se apiade de su pobre alma.
Capítulo 15

No fueron los primeros rayos de sol los que la despertaron sino el canto de los pájaros. Ellos,
criaturas pequeñas y gentiles, que nunca antes había visto o escuchado.
Uno de ellos, valiente como ninguno, estaba posado sobre su rodilla cuando abrió los ojos.
Katariel, evitando moverse para no asustarlo, lo contempló. Era pequeño, marrón y algo
rechoncho, no obstante, le pareció la criatura más hermosa de la tierra.
El animalito se acicaló sobre ella sin importarle mucho su presencia o sin temer que pudiera
hacerle daño.
La lástima fue verlo marchar volando cuando Zachary se acercó a ella. Casi sintió que era su
propio corazón el que salía volando hacia aquel cielo despejado.
—Hoy tenemos trabajo —explicó el guerrero.
Ella asintió.
Sus ataduras se abrieron sin necesidad de que nadie las tocase y supuso que había sido él, de
hecho, solo podía ser él.
Se levantó con cierta dificultad y estiró todas sus extremidades buscando relajar sus músculos.
Dormir atada no era una de las maravillas del mundo, tampoco es que pudiera quejarse por ello.
Seguía con vida y eso era lo importante.
—Toma —dijo Zachary antes de tenderle una botella de agua y algo que parecía un bocadillo
envuelto en servilletas.
—Gracias.
No iba a negar que tenía que hambre porque su estómago se encargó de demostrarlo al rugir
como si de un león se tratase. Eso le provocó una sonrisa a su captor antes de arrancar a andar.
Lo siguió mientras intentaba morder su comida, no sabía el tiempo que iba a tener y no pensaba
desaprovecharla.
Después de un par de calles a paso ligero, vio a Markus a pocos metros. Él estaba acompañado
por los otros rehenes. Todos aprovechaban para comer como ella, lo que le produjo cierta
tranquilidad.
Los miró a todos, los tres hombres y la mujer que pertenecían a la misma tierra que ella y se
sintió culpable. Katariel sabía que no había nadie esperándola en Nislava, no obstante, aquella
pobre gente tenía familia y sabía bien que las posibilidades de regresar eran casi nulas.
Al parecer, el rehén herido, había recibido atención médica. Tenía mejor aspecto, aunque
estaba muy lejos de encontrarse bien.
—¡Qué bonito día para trabajar! ¿No crees? —preguntó Markus con una amplia sonrisa cuando
se acercaron.
Zachary, manteniendo la calma y seriedad habitual, asintió sin añadir palabra alguna a su
afirmación.
Kata se entremezcló entre los rehenes antes de seguir a aquellos hombres. No tardaron
demasiado en salir de las calles asfaltadas para encontrar otra maravilla del mundo: campos de
cultivo.
A pesar de que sabía que no podía, no pudo evitar detenerse a contemplar lo que sus ojos
apenas podían creer.
No eran invernaderos como en su reino, allí se cultivaba en el suelo, como había estudiado en
el colegio. Los campos se extendían más allá de la vista, mostrando un mundo fértil, fuerte y capaz
de alimentar a sus habitantes.
Markus se percató que se quedaba atrás y, enfadado, giró hacia ella provocando que subiera las
manos en señal de inocencia.
—Solo miraba, disculpa. No volverá a pasar —se justificó tratando de apaciguar su genio.
Él se detuvo en seco suspirando. Al parecer, podía comprender que todo aquello era nuevo
para ellos.
—Anda, camina —pidió.
Lo hizo pasando por su lado sin mirarle, no quería enfrentarse a nadie. La clave de la
supervivencia era, o eso le habían dicho siempre, que se mantuviera en un perfil bajo. Lo que
significaba no enfadar a sus captores.
—¿Cómo os alimentáis en Nislava? —preguntó Zachary.
Al parecer él había estado observando lo que acababa de pasar, es más, se detuvo esperándola
como si quisiera cerciorarse de que no volvía a despistarse.
—Gracias a los invernaderos, allí consiguen cultivar casi todo, aunque es obvio que no
llegamos a las cantidades de aquí. En nuestro reino la comida escasea y puede presentar un
problema grande. Por suerte, tenemos dos mares y la pesca nos ayuda lo suficiente —explicó
terminándose el bocadillo.
Zachary los llevó a un campo completamente vacío. Estaba claro que aquella parcela estaba
preparada para ellos, ya que estaba lo suficientemente lejos del resto, donde no ponían en riesgo a
su gente.
—Es un milagro que haya vida en aquel gélido lugar —comentó el guerrero.
Kata asintió.
Vivir allí no era fácil, ya no solo por Negan, el clima representaba una dificultad añadida.
—¿Los Draoid hicisteis el hechizo de invierno perpetuo?
Markus se llevó a los otros rehenes y ella quedó relegada con Zachary. Estaba claro que tenía
un trato diferente al resto, lo que le confirmaba que creían quién era. Eso le hizo pensar en su
padre.
¿Ya sabría que era rehén?
¿Renegaría de ella al saberlo?
—No te han enseñado nada de historia, ¿no? —preguntó él algo molesto.
Katariel se sonrojó por ser tan ingenua. Había sido muy estudiosa, siempre había sacado
buenas notas, pero no les habían enseñado nada de la realidad que vivían. Nunca antes se lo
cuestionó, aunque ahora comenzaba a creer que no había sido una buena idea.
Su cometido allí era labrar la tierra. Estaba claro que ellos lo hacían con magia, pero era una
forma de entretener a los rehenes y agotarlos al máximo para evitar rebeliones indeseadas.
Le facilitaron guantes, gorra y una azada, material suficiente para el resto de la jornada que
tenían ante ellos.
—Aunque me gustaría marcarnos el tanto la verdad es que ese hechizo no es cosa nuestra —
comentó Zachary regresando a la conversación anterior.
Ella se limitó a asentir antes de comenzar a colocarse los guantes para dedicarse al trabajo que
tenían asignado.
—Diamon fue una vez un reino fuerte y rico, de los más influyentes de los cinco. Era una tierra
próspera donde muchos se mudaban en busca de un futuro mejor. Sin embargo, se dice que una
bruja acabó con todo aquello.
»La reina Circe era de las mujeres más compasivas que el mundo había contemplado jamás.
Gobernaba con mano firme, pero piadosa, lo que hizo que su reino fuera glorioso. Las envidias
hicieron que su hermana, bruja de nacimiento, comenzase a descubrir magia oscura, prohibida.
Ansiosa de más logró controlar los hechizos más peligrosos y se enfrentó a Circe tratando de
reclamar un trono que no era suyo.
Katariel tragó saliva.
—Minerva, la bruja, asesinó a su hermana y a todos los que se opusieron a su reinado. Cuando
el trono fue suyo se encontró con una sorpresa más: su reino no la quiso. Negándose a la nueva
reina muchos murieron bajo su ira, otros huyeron a reinos colindantes: Nislava y Reiyar.
La joven cerró los ojos cuando recordó cierta parte de esa historia. La que decía que, el rey
Negan, cerró las fronteras cuando la gente del reino de Diamon pidió asilo, dejándolos morir a
merced de su tirana soberana Minerva.
—Al final el reino quedó completamente en ruinas, sus ríos envenenados y sus montañas y
campos estériles. Todo por la ira de su gobernanta, la cual no aceptó que su pueblo no la quisiera
tanto como a Circe. Ahí si tenemos algo de protagonismo los Draoid.
Aquello llamó su atención.
—El rey Gerald y la reina madre Loretta hicieron un hechizo de contención para evitar que la
maldad de Minerva se extendiera por los otros reinos. Se dice que murió allí, sola y desprovista
de todo, sentada en su precioso trono, con su corona puesta y la única compañía de su magia.
Aquella historia hizo que el cabello se le erizase. Se había puesto a trabajar el suelo, pero eso
no hizo que no prestase máxima atención a su relato.
—Y con esto puedo contestarte a tu pregunta. Ante la maldad que mostró Negan por dejar morir
el pueblo de Diamon, ellos mismos lo condenaron. Aprendiendo magia como la bruja Minerva, se
aliaron con los elfos del reino superior Kaharos y, entre ellos, hicieron el hechizo de invierno
perpetuo. Obviamente cada pueblo lo hizo por sus motivos propios, Diamon por dejarlos morir y
Kaharos porque Negan acababa de iniciar una guerra contra el resto del mundo. Así fue como os
condenaron a la nieve, al frío y a la falta de campos de cultivo.
Katariel no se sorprendió.
Sabía que habían sido condenados por su padre, él había hecho que el resto del mundo lo
odiase y lo condenase. Obviamente, Negan, de forma totalmente premeditada, había borrado esa
historia de los libros y los archivos; puesto que no quedaba nada de eso.
—Tu padre es un cabrón que ha jodido a mucha gente, hasta a su propia gente. No debería
gobernar —añadió Markus atento a la conversación.
Ella estuvo de acuerdo, pero no lo dijo en voz alta.
Su padre era la máxima crueldad que había conocido y, al parecer, el resto de personas del
mundo así lo creían.
Eso solo afianzaba su teoría de que el rey Negan era incapaz de amar, lo que la condenaba a
aquel reino para siempre.
Capítulo 16

Nixon llevaba tantas horas caminando que no sabía distinguir realidad de ficción. Su mente,
enferma por puro agotamiento, llevaba jugándole malas pasadas casi desde el principio de su
andadura.
Apenas era capaz de comprender lo sucedido, se sentía como parte de un embrujo del que no
podía escapar. Había hecho todo lo posible para sacar a Katariel del campo de batalla, no quería
que cayera en las manos de los Draoid y no fue capaz de evitarlo.
Maldito el destino que lo condenaba a la peor de las torturas.
Verla en el campo de batalla le dio unos segundos de felicidad antes de darse cuenta del
problema real que tenían entre manos. Solo quiso una cosa, una sola y no le hubiera importado dar
su vida por la de ella.
—¡Nixon! —gritó una voz femenina.
La ignoró puesto que no era la primera que sentía, sabía bien que era su cabeza la que lo
engañaba.
Preso del agotamiento, se dejó caer de rodillas tratando de tomar una bocanada de aire. No
podía quedarse quieto mucho tiempo para evitar morir de hipotermia.
—¡Nixon!
Alguien lo agarró de los hombros provocando que se revolviera. El contacto era real y no un
espejismo como había creído en un principio. Giró hacia esa persona y no le importó quién fuera,
lo abrazó totalmente desesperado de encontrar a alguien.
—¡Cornelius! —gritó la voz femenina.
Ella le acunó el rostro, no obstante, a él le costó mucho más de lo que hubiera esperado ver de
quién se trataba. Pasados unos segundos, sus ojos comenzaron a enfocar a la mujer que tenía ante
sí.
—¿Madre?
Carisa Myara abrazó a su hijo, apretándolo contra su pecho con tanta fuerza que temió dejar de
respirar allí mismo.
—¡Hijo! ¡Hijo! —exclamó su padre—. ¿Qué haces aquí?
Sus padres, bajo el amor paternal, lo zarandearon entre abrazos. Se aferraron a él como si fuera
el mayor tesoro de la tierra. Solo duró unos pocos segundos, aunque los suficientes como para
hacer que el estómago de Nixon se revolviera.
Cornelius fue el que detuvo el cariño para tomarle de los hombros.
—¿Dónde está Katariel? —preguntó frunciendo el ceño.
Su madre, molesta por la pregunta, le dio un par de golpes en las manos de su padre y lo apartó
para tratar de levantarlo y meterlo en casa.
—Eso no es importante, ahora —comentó Carisa con desprecio.
Nixon caminó como pudo, con ayuda de ellos, a entrar en su casa. Estaba tan agotado que
apenas podía permanecer despierto, además, el dolor de las heridas de sus pies, después de tantas
horas caminando, hacían más difícil dar un paso más.
Se desplomó cuando pasaron el umbral de la puerta. Su madre, después de profesar un grito
ahogado, lo incorporó hasta dejar que su espalda chocase contra la pared.
—Tranquilo, mi niño, mamá cuidará de ti —le alentó.
Nixon asintió.
—¿Y Katariel? —volvió a preguntar su padre.
Él no pudo más que lanzar un quejido penumbroso.
—¡Déjalo ya! ¡No todo gira en torno a esa muchacha! —bramó su madre como si aquel nombre
estuviera prohibido.
Impotente pudo contemplar como golpeaba a su padre en el pecho con las manos, estaba
enfurecida y lo pagó con él en aquel momento. Cornelius, en cambio, dejó que lo empujase
mientras negaba con la cabeza.
Al final, harto de ser golpeado, la tomó de las muñecas y le alzó los brazos en un intento de
detener su ira.
—La hija del rey vino aquí dispuesta a salvar a nuestro hijo. Es importante. ¡Es la hija de
Negan!
Carisa retrocedió como si acabasen de darle un bofetón. Ofendida, dolida y enfadada se apartó
lo justo para dejar que él pudiera hablar con su hijo. No estaba de acuerdo, pero dejó que hiciera
lo que creyera conveniente.
—Nixon, hijo mío, ahora podrás descansar, pero necesito saber dónde está la princesa.
Él, compungido, asintió sabiendo que ella era importante. Por desgracia era portador de las
peores noticias.
—Ella llegó hasta nosotros. Nos encontró y te juro que hice todo lo posible por sacarla de ahí.
Tracé un plan, solo tenía que acelerar su moto e irse y yo atraería la atención de todos los Draoid.
Era un plan simple.
Tomó aire dejando que los recuerdos lo golpeasen con fuerza.
—Cuando me escuchó gritar, diciendo quién era para que me persiguiesen… —Tuvo que hacer
acopio de todas sus fuerzas para seguir—. Se dio la vuelta, giró la puta moto y vino a por mí.
Peleamos muy duro, yo conducía y ella disparaba.
El recuerdo se hizo tan doloroso que solo pudo abrazarse a sí mismo en un intento de
reconfortarse.
—Salimos volando por los aires. Puse la moto en pie y fui a por ella, pero desaparecí lejos de
allí.
Su padre lo miró, confuso. Le tomó la temperatura de la frente con el dorso de la mano
creyendo que deliraba. Él, en cambio, negó con la cabeza.
—Es verdad, ella me hizo desaparecer. Me salvó.
—Cariño, esa mujer es muchas cosas, pero no maga —dijo Carisa abrazando a su hijo como si
de un bebé se tratase.
Nixon afianzó su versión de los hechos.
—Lo hizo ella, lo juro. Los Draoid no iban a dejar escapar un rehén de esa forma. Lo hizo
Katariel.
Cornelius suspiró dejándose caer al suelo. Su trasero golpeó la madera produciendo un crujido
a modo de quejido.
—Me estás diciendo que, ¿los Draoid tienen a la hija del rey?
Nixon asintió sabiendo bien lo que ello significaba e hizo que su padre escondiera su rostro
entre las manos totalmente desesperado.
—Pero eso no es culpa de él, ella lo eligió así —comentó Carisa tratando de exculpar a su
hijo.
Sus padres dejaron el tema unos minutos, los suficientes como para llevar a Nixon hasta el
sofá. Allí su madre lo tapó, no sin antes quitarle las botas con todo el cariño del mundo tratando
de no hacerle más daño.
—Llama al rey, tengo que contárselo —gimoteó Nixon.
Su madre gritó un sonoro «no» que estuvo convencido que hasta los vecinos habían sido
capaces de sentirlo.
—Necesito una audiencia con el rey. Tiene que saber lo que ha pasado con Kata y que voy a
hacer todo lo necesario para traerla de vuelta.
Ahí sí que Carisa enloqueció, comenzó a gritar como si la vida se le escapase de entre los
dedos siendo incapaz de retenerla. Blasfemó mil y una vez el nombre de la princesa, haciéndola
culpable de todos sus males.
—Tu padre ha conseguido que Reiyar nos de asilo. Es un mundo minero, podemos conseguir
una nueva vida, lejos de todo esto y Negan quedará atrás y, con él, su dichosa hija —escupió
presa de la más profundas de las iras.
Nixon extendió su mano esperando que ella la tomase. Su madre hizo lo que esperaba, se la
llevó hasta los labios donde la besó con cariño y ternura. Sabía bien que su amor de madre estaba
por encima de cualquier cosa.
—Iros y tened una buena vida. Yo no puedo abandonar a Katariel.
Carisa comenzó a llorar al mismo tiempo que negó con la cabeza. Su padre, en cambio, se
sentó cerca de su estómago y dejó una de sus manos sobre su pecho dejándole sentir que seguía
ahí.
—Mamá, le debo mi vida y amo a esa mujer, no puedo dejarla.
—Sí puedes —lloriqueó.
Nixon negó con la cabeza.
—No quiero dejarla y haré todo lo posible para traerla de vuelta, no importa si no lo
comprendes.
Carisa se ahogaba en sus propias lágrimas dejando que el maquillaje manchase su rostro. La
máscara de pestañas había dejado un rastro negro de los ojos hasta casi la barbilla, mostrando la
angustia que sentía.
—Negan os matará. Tendríais que haber huido los dos juntos, lejos de ese hombre. Si te ve
aparecer sin ella mandará ejecutarte.
La mano de su padre que tenía en el pecho se apretó como si esas palabras hicieran mucho más
daño de lo que parecía.
Nixon suspiró, en el fondo eran dos buenas personas que sufrían por su hijo. Ellos siempre
habían tratado de darle el mejor porvenir, aunque fuera bajo el mandato del despiadado Negan.
—Si me merezco la muerte, la aceptaré de buen grado, pero no puedes pedirme que le dé la
espalda a Kata.
—¡Tu vida vale mucho más que la de esa mujerzuela! —gritó Carisa provocando que su hijo
cerrase los ojos, descontento.
Aquella situación no era agradable, sabía bien que era producto de unos padres desesperados
por proteger a su hijo. A pesar de todo él tenía la última palabra y esa era su decisión.
—Llamaré a palacio para concertar una audiencia —cedió Cornelius.
Carisa aulló de puro dolor.
—¡Es nuestro hijo! —gritó acusándolo.
Su padre la miró con toda la piedad que pudo reunir en aquellos momentos. Como si estuviera
tratando con una niña pequeña, se agachó para quedar a su altura y secó sus lágrimas con los
pulgares.
—Katariel vino aquí dispuesta a dar su vida por la de Nixon, no hay mayor privilegio que
morir por ella si así lo cree el destino pertinente.
Nixon suspiró escuchando los llantos incansables de su madre, ahogándose en su propia
amargura, dejando que el dolor se destilase por todos sus poros. No la culpaba por quererlo,
nadie podría hacerlo.
—Te quiero, madre —suspiró Nixon aceptando su destino.
—Y yo a ti, mi pequeño.
Capítulo 17

Katariel se detuvo para tomar aliento unos segundos, dejó caer la azada antes de estirar los
brazos al cielo y encorvar su espalda hacia atrás buscando el alivio suficiente como para que sus
riñones dejasen de doler.
—¿Y por qué esta vigilancia tan exhaustiva? ¿No tenéis a nadie más en todo el reino? —
preguntó a un Zachary sudado por el sol abrasador.
Su camiseta estaba tan pegada a su pecho que estuvo segura que podía contemplar cada
centímetro de músculo de aquel hombre.
Él, lejos de enfadarse, sonrió. Estaba a unos escasos tres metros de ella, mirando a conciencia
cómo trabajaba la tierra y dándole las indicaciones pertinentes.
—Cada vez que te quito un ojo de encima tienes la mala costumbre de patear o dar cabezazos a
alguien.
La joven se encogió de hombros restándole importancia a su afirmación.
—Defensa propia —dijo sin más.
Él, negando con la cabeza, se aproximó hasta quedar a un par de centímetros de ella. Era
mucho más alto y ancho que la princesa, imponente como estar ante una bestia salvaje.
Su presencia le entrecortó la respiración y su corazón dejó de latir cuando Zachary la tomó de
la barbilla para acercarla todavía más a él.
—¿Qué serías capaz de hacer con esa azada y sin vigilancia?
Su voz profunda produjo una corriente eléctrica que la atravesó de los pies a la cabeza, sin
dolor, solo erizando su piel sin apenas tocarla.
—No represento una amenaza —susurró ella.
Los dientes perlados de aquel hombre se mostraron al volver a sonreír. No creía en sus
palabras y estaba equivocado.
—¿Por qué será que no te creo?
—Porque somos enemigos y tenemos que odiarnos —contestó.
Zachary retiró su agarre, con lentitud, como si se recrease con el movimiento; alejándose de
ella nuevamente para dejarla trabajar.
Un grito ensordecedor rompió esa especie de momento, llamando la atención de todos los
presentes. Ese atrajo muchos otros y pronto descubrió que aquello que ocurría no era nada bueno.
—¡¿Dónde está?! —bramó Markus atrayendo toda la atención.
Katariel contó a los rehenes y supo que faltaba uno, lo que, por consiguiente, no sonaba nada
bien.
—Solo quiso ir a la acequia a lavarse un poco el sudor —se justificó.
Zachary dijo algo que Katariel ya no pudo escuchar. Los gritos se hicieron más sonoros,
además, pudo ver como muchas personas corrían hacia algo. Eso desencadenó que no pensara en
su propia seguridad y arrancase a correr.
Sorteó a Markus cuando este se percató de lo que hacía, siendo consciente de que iba a ser
castigada por eso. No se detuvo a pensar, únicamente dejó que sus piernas hicieran el resto.
Pronto un golpe mágico la derribó y no solo eso, echó sus manos a su espalda y las ató,
además, de sus tobillos. Entonces notó una rodilla sobre su columna y un aliento en su oído.
—¿Ves lo que decíamos? No puedo fiarme de ti —la acusó Zachary antes de dejarla atrás.
Katariel forcejeó contra algo de lo que sabía que era imposible librarse. Aquel hombre se
había cerciorado de dejarla allí bien atada para que no causara problemas.
Los otros rehenes llegaron a ella, atados por Markus, el cual les hizo sentarse a su alrededor.
Les dio un par de indicaciones y amenazas para no huir, de hacerlo iban a sufrir graves
consecuencias.
—¡Puedo ayudar! —gritó ella tratando de llamar su atención.
No sirvió de nada porque la ignoró dejándola tirada sobre el pasto húmedo.
Presa de la rabia, golpeó con la frente el suelo al mismo tiempo que gritaba enfadada por la
situación. Lo siguiente que hizo fue mirar, como pudo, a los tres rehenes que tenía alrededor.
—¿Qué habéis hecho? —les acusó.
Los dos hombres giraron el rostro, como si la mirada de su princesa fuera demasiado como
para soportarla. La mujer, en cambio, pidió perdón al instante, mostrando el plan que acababan de
llevar a cabo.
—Solo teníamos que distraerlos y vos teníais absorto a Zachary, era nuestra oportunidad —se
excusó.
Katariel, temiéndose lo peor, forcejeó hasta notar como las ataduras abrían su piel. Gritó, pero
no de dolor, de rabia por lo que acaban de hacer. Eso no les ayudaba a seguir con vida.
Los gritos se intensificaron lo que le hizo temer demasiado las consecuencias.
—¡¿Os habéis vuelto locos?! Cada acto así os aleja más de vuestras familias. No podemos huir
de ellos. ¿No habéis visto la magia? —les regañó.
Levantó la cabeza tratando de ver algo, no obstante, no fue capaz.
—¿Podéis desatarme? —preguntó mirándolos a los tres.
Supo que no podían ya que ellos también estaban atados con las manos a la espalda. La rabia
hizo que gritase con fuerza, pero nadie acudió en su ayuda, sabían que ella no era el problema.
—¡Sois unos estúpidos!
Iban a matar al rehén que se había escapado. Aquel hombre jamás iba a volver a ver a su
familia y todo por un plan mal trazado de huida.
—Si alguien puede detener esto eres tú —dijo alguien a su espalda.
Katariel se revolvió hasta alcanzar a ver a alguien que no esperaba: Molly. Ella estaba ahí,
mirándola tan fijamente que casi consiguió deshacerla en aquel mero instante.
—No sé lo que puedo hacer, pero no quiero que muera lejos de su casa —explicó la princesa.
Molly movió la mano derecha levemente y sus ataduras desaparecieron.
—Corre —la instó.
Katariel lo hizo sin pensar en nada, no escuchó cuando el resto le dijo que no lo hiciera, que
era una trampa y tampoco cuando su propia cabeza le indicó que aquello era un error.
Era una experta cometiendo errores y aquel iba a ser uno más en una lista larga de otros
fracasos de su vida.
Siguiendo los gritos, torció hacia un campo de maíz y se perdió en él siguiendo cualquier pista
que pudo encontrar.
No era capaz de ver a nadie, solo ver las matas que se alargaban hasta por encima de su
cabeza. Los gritos, los ataques y los crujidos la guiaron como si eso pudiera llevarla hasta él.
De pronto apartó una de las plantas quedando frente a frente con Markus, chocó contra su pecho
antes de caer al suelo de espaldas.
—¡Tú! —exclamó.
Kata, usando sus piernas, lo barrió antes de huir entre el maíz. La magia la persiguió como si él
le lanzase granadas. Todo su alrededor estallaba por los aires provocándole que corriera sin
parar.
Al final, pasados unos minutos, pudo despistarlo.
Se detuvo en seco producto del agotamiento y trató de coger aire para unos pulmones que
estaban a punto de colapsar.
Fue en ese momento en el que pudo escuchar el llanto de un niño pequeño. Frunció el ceño
pensando que era producto de su imaginación, pero el sonido prosiguió indicándole que no era
producto de una alucinación.
Caminó con lentitud hacia allí, tratando de no levantar ningún tipo de sospecha o sonido que
pudiera advertirles.
Pocos metros después pudo ver que se trataba de el rehén. Entre sus manos llevaba un niño, de
no más de dos años, completamente aterrorizado. Lloraba sin comprender nada de lo que estaba
ocurriendo.
—¡Deja de llorar o te rajo el cuello! —exclamó el hombre.
Justo cuando vio la hoja del cuchillo sobre el cuello del niño, Katariel salió de entre el maíz
para hacerse visible.
—No lo hagas —le dijo atrayendo toda su atención.
Aquel hombre estaba fuera de sí, pero pudo reconocerla al instante.
—Mi princesa… yo…
Al verla avanzar reaccionó agarrando más fuerte al pequeño y apretándole más el cuchillo. Eso
provocó un grito tan estridente que supo que los otros no tardarían en llegar.
Tenía que hacer algo antes de que alguien pudiera resultar herido.
Levantó las palmas de las manos y se las mostró quedándose inmóvil en el sitio. No pensaba
dar un paso en falso en aquel momento.
—No estoy armada —le dijo.
—Tú no, pero ellos son capaces de cualquier cosa. Tengo que huir antes de que me atrapen —
explicó.
Katariel negó.
—¿Huir? ¿Y el niño?
El pobre lloraba tan desconsoladamente que le rompió el corazón. No podía permitir que le
ocurriera nada malo.
—Cuando llegue a Nislava deberá…
No fue capaz de terminar la frase porque era tan terrible el crimen que pensaba cometer que no
tenía el valor suficiente como para decirlo en voz alta.
—¿Y crees que podrás huir de todo un reino?
—Si me alcanzan le rajaré la garganta al niño.
Katariel sintiendo pasos tras de sí, no pudo más que echar una mano a su espalda, ocultándola
de aquel hombre y tratando de decirles a los recién llegados que esperasen, que le dieran un
instante para probar de solucionarlo todo.
Al parecer y para su sorpresa, le hicieron caso.
—Esta no es la solución. No podrás huir de ellos, son mucho más poderosos que nosotros y
estás desarmado. —Señaló al niño—. Él no tiene la culpa de todo esto y su madre tiene que estar
muerta de preocupación, no podemos hacerle eso.
Él apretó más al niño sobre su pecho y lo agitó en un intento absurdo de acallar sus gritos.
—¡Ellos también matan a nuestros niños! ¡No podemos sentir piedad! Mis hijos y mi mujer me
esperan en casa y no volveré a verlos. Cuando se cansen de nosotros nos matarán. Yo quiero
volver a casa —lloró el pobre hombre.
Katariel avanzó muy lentamente, tanto que él apenas podía percatarse del detalle. Comprendía
sus motivos y lo atroz que podía resultar aquella guerra, no obstante, en aquel instante solo podía
pensar en el pequeño inocente que tenía en los brazos.
—Todos queremos volver, lo sé. Nadie quiso que esto acabase así y tampoco quisimos ir a la
guerra por un hombre que solo nos ve como mercancía, te entiendo. Pero esta no es la solución, te
darán caza y tu muerte será en vano. Deja que trate de negociar, siendo quién soy podría intentar
que os dejen libres. Algo querrán que pueda dar a cambio.
Su voz apaciguó un poco los ánimos, incluso el niño dejó de gritar para mirarla atentamente.
—¿Podríais hacer eso, princesa? —preguntó algo esperanzado.
Ella asintió.
—Claro que sí. Yo me quedaré aquí con ellos a cambio de todos, estoy convencida de que
puedo conseguirlo, pero para eso necesito que seas un rehén obediente y que soportes toda la
mierda que nos vaya a caer encima —explicó a pocos centímetros de ellos.
Con cautela extendió las manos hasta tocar el brazo que sujetaba al pequeño.
—Deja las armas en el suelo y dame al niño. Ese sería un gran paso para que se apiadasen de
ti.
El hombre, el cual lloraba, la miró a los ojos.
—Yo solo quiero regresar a casa —gimoteó.
Katariel asintió convencida con sus palabras.
—Lo sé, haz lo que te digo y todo irá bien —prometió.
Tras unos segundos en los que pudo notar el maíz crujir por impaciencia, provocó que ella
rezara a los cielos que le permitiesen un poco más de tiempo para seguir negociando y, finalmente,
cedió.
El cuchillo cayó al suelo, pero no la azada que había conseguido atar a su costado, no obstante,
el agarre sobre el niño disminuyó haciendo que ella se olvidase de todo solo por tomarlo entre sus
brazos.
Lo abrazó con ternura antes de besar su frente y buscar algún signo o rastro de herida. Al no
encontrarlo, suspiró agradecida.
—Gracias —susurró Katariel al rehén.
Giró entonces sobre sus talones y dejó al pequeño en el suelo para señalarle a pocos pasos
adelante donde sabía que estaban escondidos los Draoid.
—Ve con ellos.
El pequeño hizo justo lo que le pidió y fue en ese preciso instante en el que supo que acababa
de cometer un error. Ahora él sabía que había sido conocedora de la presencia de sus enemigos
mientras discutían.
Cerró los ojos aceptando que acababa de cometer una estupidez y se agachó al suelo mientras
fingía ver al niño marcharse.
—¡Eres una traidora! —bramó el rehén.
Los siguientes segundos pasaron demasiado rápido como para ser capaz de pensar, los instintos
tomaron el control de la situación.
Él desató la azada y, lejos de lo que ella pensaba, no fue a atacarla, pero sí al niño. Alzó el
arma al aire con la intención de que, al bajarla, acabase la vida del inocente pequeño que
caminaba a trompicones hacia la salvación.
Katariel tomó el cuchillo, que estaba en el suelo, por la empuñadura. Se levantó con toda la
rapidez que pudo con la idea de contenerle y evitar aquella desgracia que pensaba cometer.
Sin ser consciente de lo que hacía, a toda velocidad, se colocó delante del soldado y
reteniéndolo con la mano izquierda, la otra subió hasta que el cuchillo se clavó en la base del
cuello.
Y allí quedaron ambos, uno ante el otro mirándose a los ojos tan sorprendidos por cómo habían
acontecido los hechos que no podían moverse. Soltó la azada cayendo tras la espalda de Katariel,
pero sin alcanzar al pequeño.
La sangre llenó la boca de aquel hombre sin remedio justo en el momento en el que ella soltaba
el arma. Fue entonces cuando cayó al suelo, ahí contemplando a su atacante con estupor.
—¡No! —gritó ella arrodillándose a su lado.
Las lágrimas llegaron a los ojos, desbordando de tal forma que sintió que podía ahogarse en su
propio llanto. Supo que iba a morir allí mismo, lo supo en la forma en la que él la miró.
Temblando, tocó la empuñadura del arma sin llegar a retirarla sabiendo que, si lo hacía, su
final sería mucho más rápido.
—Yo no quería… —susurró desgarradoramente.
—Traidora… a… la… corona… y… a tu reino —balbuceó el hombre mientras se debatía
entre la vida y la muerte.
Alguien la cogió de los brazos retirándola de allí al instante, supo que era Zachary cuando este
le dijo a Markus que se la llevase lo más lejos posible.
Cuando la soltó para que hiciera lo que acababa de decir, se negó en rotundo y giró hacia ellos
en un intento desesperado por alcanzar al hombre que estaba a punto de morir. No lo consiguió, el
segundo al mando la cogió de la cintura y la levantó unos centímetros para separarla unos metros
de allí.
Solo cuando sus pies tocaron el suelo usó todo el impulso que pudo para empujar a Markus y
hacerlo tambalear. Al conseguir que la soltase trató de correr, pero este le barrió el paso.
—¡Quítate! —le gritó enfadada.
No lo estaba con él sino con ella, por lo que acababa de conseguir.
El guerrero la encaró de forma que ambas frentes chocaron, estaba claro que no pensaba
dejarla ir ya que su jefe así lo había ordenado.
Katariel se revolvió con desesperación hasta conseguir liberarse una vez más, pero no pudo
avanzar porque chocó contra un muro invisible que supo que lo había creado Zachary, lo vio
hacerlo y pronunciar las palabras.
Fue entonces cuando golpeó con toda su rabia la separación que acababa de crear para
impedirle estar allí los últimos instantes del ciudadano Nislavo.
Markus pasó los brazos por su cintura y se aferró a ella con toda la fuerza posible para tratar
de mantenerla quieta.
Y ahí contempló con estupor como Zachary negaba con la cabeza y usaba las yemas de los
dedos para cerrar los ojos del soldado caído. Sorprendentemente no había muerto en manos
enemigas sino por la mujer que debía haberlo protegido.
Las rodillas de Katariel cedieron entonces y Markus la acompañó hasta el suelo con lentitud.
Justo tocar el suelo con su piel la barrera desapareció, así como el agarre del guerrero sobre ella.
Ya nada importó. Aquel hombre había muerto rodeado de Draoids en vez de su familia, la cual
esperaba su regreso; uno que jamás iba a suceder.
Ella había sido el brazo ejecutor. Había querido ayudar, tratar de que el niño saliera con vida
de aquella batalla en la que no tenía nada que ver y también aquel soldado que solo ansiaba
regresar a casa.
Había sesgado una vida. Una que la perseguiría el resto de sus días.
Fue entonces cuando no le importó su alrededor y gritó, lo hizo con todo el aire de sus
pulmones, de forma tan desgarradora que los Draoid se estremecieron al escucharla.
Ella era una asesina.
Y una traidora a su pueblo.
Capítulo 18

Katariel no pronunció palabra alguna de camino a la ciudad. Después de gritar, de vaciarse por
dentro, se limitó a hacer lo que le pidieron sin oponer resistencia alguna. Dejó que Zachary
llegase hasta ella, se agachase a su altura y la contemplase totalmente destruida. Consiguió
levantarla y hacerla caminar por el campo a través del maíz.
Todos parecían saber lo ocurrido o, al menos, lo intuían ya que cuando vieron pasar a la
princesa Nislava agacharon sus rostros compungidos.
A todos parecía haberle llegado al corazón ese grito, como si en él hubiera dejado parte de su
alma.
Markus transportó el cuerpo hacia donde él le indicó, no era momento de dejarlo allí para que
las bestias salvajes se alimentasen. Puede que con otros lo hubieran hecho, sin embargo, no
pasaría esta vez.
Al llegar a la plaza principal del reino la hizo detenerse cuando vio al rey Gerald aproximarse.
—¿Qué ha pasado? —preguntó.
—Un pequeño accidente, uno de los rehenes ha muerto —explicó él tratando de no entrar en
detalles.
Gerald, sorprendido, asintió, aunque no quedó conforme.
—¿Quién lo ha hecho?
Zachary se tomó un par de segundos para tomar aire y encarar aquella respuesta. Él mismo
sabía que no debía haber ordenado al resto que se detuvieran cuando ella lo pidió, pero era
imperativo salvar al niño y cualquier paso en falso hubiera provocado que el cuchillo le habría
desgarrado.
—Yo lo hice —sentenció Katariel sin pestañear.
Gerald, preso de la sorpresa, la encaró incrédulo.
—¿Ahora matas a los tuyos?
Aquella pregunta dolió y lo supo por la forma en la que ella se encogió como si acabase de
recibir un bofetón.
—Sí —contestó.
No era del todo así, pero no era el momento para discutir aquello. Encontraría la forma de
hablar con su rey sin que ella tuviera que estar presente. Merecía saber todo lo ocurrido.
Zachary se encargó de llevarla al poste, justo donde volvió a atarla a pesar de que sabía que no
se escaparía.
—Déjalo ahí en medio, donde todos puedan verlo.
Las crueles palabras del rey hicieron que se girase para observar lo que ocurría. Markus
llegaba con el cadáver cuando le hizo aquella horrible petición. El segundo al mando dudó un
poco antes de dejar caer al soldado Nislavo al suelo.
—Bien. Quiero que todos contemplen la obra de Katariel de Nislava. La misma mujer que nos
asesina a nosotros y a los suyos. Así el resto de rehenes y el reino entero podrá disfrutar de tu
obra.
Markus cerró los ojos al igual que lo hicieron muchos de los que venían del campo y habían
contemplado lo ocurrido, no obstante, pudo ver como la princesa no lo hacía. Fijó la vista en el
cadáver congelándose al instante sin pestañear.
Zachary se giró hacia ella.
—No tienes que mirar hacia allí —la avisó.
—Déjala que lo haga si disfruta de su muerte.
Nunca había sentido ganas de golpear a su rey, pero aquel instante lo puso a prueba. Aquel
hombre estaba cegado por el odio hacia el padre de la joven, un odio que no le dejaba ver más
allá.
Gerald mandó que el reino siguiera con sus quehaceres ignorando aquel pequeño incidente.
No quiso hacerlo, pero Zachary se vio obligado a dejarla atrás para tratar de tener una
audiencia con su rey. Antes de hacerlo se agachó hasta quedar de rodillas ante ella, como si eso
pudiera distraerla del atroz espectáculo que estaba mirando.
—¿Cómo te liberaste? —preguntó.
Sabía bien que iba a ser una pregunta en la reunión. Además, él mismo la necesitaba porque
sabía que la había atado a conciencia para evitar que saliera corriendo de aquel lugar.
—Magia —contestó ella sin parpadear.
—Necesito que me digas la verdad.
Katariel reaccionó mirándolo ofendida.
—No vas a creer nada de lo que diga, pero fue magia —escupió enfadada antes de dejar de
mirarle como si aquello doliera.
Antes de mirar al cadáver señaló con el mentón.
—Pregúntale a ella, seguro que la crees diga lo que diga —acusó la princesa.
Zachary se sorprendió al ver llegar a Molly, la miró a los ojos sin rastro de arrepentimiento y
supo entonces que había sido ella. Que aquella mujer, saltándose todas las órdenes, había liberado
a la princesa teniendo como resultado un cadáver que contemplar en el suelo.
—¿Por qué? —preguntó tratando de encontrar una explicación.
Molly, la cual tenía un mechón propio entre los dedos y lo acariciaba como a un gatito, se
encogió de hombros antes de hablar sin rastro de culpa en su voz.
—Quería que el niño viviera y ella es su princesa, podía convencerlo.
Zachary apretó los puños con ira.
—Podríamos haberlo solucionado nosotros.
Ella, lejos de creerle, rio un poco.
—O tendrías a un niño desangrándose sobre el maíz y un rehén condenado a muerte. He
salvado una vida.
Su falta de remordimientos lo sorprendió. La guerra lo había endurecido, aún así, seguía
viendo a todo el mundo como personas. Todos querían una cosa: vivir y lo que aquel hombre
trataba de hacer era regresar a casa. No había encontrado la forma adecuada, no obstante, eso no
quitaba que fuera un humano más buscando sobrevivir.
—Has condenado a Katariel.
—Yo no le puse el cuchillo en la mano, lo hizo ella sola.
Tuvo que dejarla marchar por miedo a matarla, ya se había derramado demasiada sangre aquel
día.
Markus se acercó a él.
—Zach, puedo hablar yo con Gerald si lo prefieres. Fue mi culpa, me despisté —se ofreció
temiendo que su ira tomase el control.
Agradeció el ofrecimiento, aunque supo que era algo que él mismo debía hacer. Nadie podía
tomar su obligación, por algo era el jefe del ejército y lo seguiría siendo hasta el fin de sus días.
Eso significaba compromiso.
—Dadles comida y agua a los presos. Esto hubiera pasado de todas formas tarde o temprano.
Es algo con lo que debemos vivir —contestó antes de bajar la mano y colocarla sobre Katariel, la
cual no respondió de forma alguna.
—Asegúrate que bebe lo suficiente.
Markus asintió y supo que se encargaría, aunque eso significase alimentarla él mismo con
cuchara las horas que hicieran falta.
Confió en él.

***

—¿Así que me pides que retire el cadáver? Con lo bien que queda ahí —preguntó Gerald
divertido con su petición.
Zachary, que había rehusado sentarse, asintió mientras caminaba por el comedor de su rey. Las
cortinas se movieron a su paso y él mismo uso su magia para dejarlas cerradas e inamovibles, no
quería contemplar aquella escena dantesca.
—Ella lo hizo para salvar a un niño de los nuestros. No se merece esa humillación, solo
reaccionó cuando el rehén quiso matar al pequeño —explicó tratando de conmover a un rey que no
lo iba a hacer.
Gerald asintió.
—Me has contado la historia y sé que es verdad, pero mi decisión sigue siendo la misma.
Quiero ese trozo de carne sobre mis calles para el disfrute de mis ciudadanos.
La magia de Zachary explotó por su propio enfado, se arremolinó a su alrededor como si
buscase un atacante y logró mantenerla bajo control antes de que fuera demasiado tarde.
—He asesinado a miles de Nislavos y lo haría si con eso salvara vidas Draoids, pero eso es un
ensañamiento hacia alguien que ha hecho algo bueno por nosotros. ¿Así paga el sacrificio que
acaba de hacer? Ha preferido una vida nuestra que suya —trató de explicarle.
Gerald no retrocedió, estaba convencido de su decisión y poco importaba lo que tuviera que
decir.
—No gastes saliva, hijo. ¡Es un cabezota! —exclamó Loretta entrando al comedor acompañada
por su fiel bastón.
El rey pareció ofenderse con las palabras de su madre, la miró como si acabase de salirle una
segunda cabeza.
—Zach te ha explicado lo ocurrido y sigues estando interesado en culparla. Ella no es su padre
por mucho que la haya criado. Negan hubiera dejado morir al niño. Tiene la piedad de tu hija,
aunque te niegues a reconocerlo.
Él trató de no asentir, pero estaba de acuerdo con la reina madre, hasta la hubiera aplaudido de
haber podido.
—¡Katariel nunca será ella! —gritó Gerald mostrando tanto dolor en sus palabras que hizo
retroceder al resto unos pasos.
Nadie lo sería jamás.
—Yo no te he dicho que lo sea. La niña nunca será su madre. Este castigo no es por lo que haya
o dejado de hacer. Crees que castigas a Negan haciendo eso cuando ha demostrado que poco o
nada le importa lo que le pase a Katariel.
El decir su nombre en voz alta provocó que el rey se levantase de su asiento provocando que la
silla cayera al suelo sin remedio.
—Te guste o no, madre, sigo siendo el rey y es mi decisión.
Loretta asintió.
—Claro que sí, como también fue tu decisión enviar a mi nieta al extranjero con un hombre que
nos trajo la ruina. Esta también es otra de tus maravillosas ideas y espero que contemples con
orgullo como destrozas a tu nieta por placer.
Dicho esto, la reina madre salió de la estancia como si el diablo la persiguiese. No quería estar
con su hijo y aquella conversación había abierto heridas del pasado que solo les provocaron
dolor.
Zachary creyó que era más conveniente marcharse de allí y tratar de razonar con él el día
siguiente.
Justo antes de tomar el picaporte de la puerta, notó la magia del rey negándole la salida. Así
pues, solo le quedó girarse hacia él para escuchar lo que tuviera que decirle o acusarle.
—Deja el cadáver en el suelo hasta el anochecer, después entiérralo lejos.
Su interior sonrió al fin, había cedido un poco.
—Sí, majestad.
—Que ella haga el agujero —sentenció refiriéndose a Katariel.
Fue entonces cuando Zachary tuvo que apretar los labios y contenerse para no contestar. Estaba
claro que su rey no iba a darle la oportunidad a su nieta. Iba a castigarla hiciera lo que hiciera.
—Por supuesto, majestad —contestó sin rastro de convencimiento.
Su rey solo quería una venganza que Kata no podía darle.
Capítulo 19

Era noche cerrada cuando Zachary salió en busca de Katariel. Maldijo para sí mismo por lo
que se veía obligado a hacer. Hasta la fecha no había dudado de ninguna de las órdenes del rey
Gerald, ahora, esta no le parecía la más acertada.
El odio hacia Negan era tal que tener a su hija le servía para acabar con una venganza de la que
ella no estaba enterada.
Cuando la vio mirando sin pestañear hacia el cadáver algo en él se rompió. Había esperado
verla dormida por puro agotamiento en vez de encontrarla torturándose con la muerte de uno de
ellos.
Pasó por su lado sin pronunciar palabra alguna, dispuesto a acabar con eso lo antes posible.
Tomó el cuerpo sin vida del rehén y se marchó lo más lejos posible, no le importó el peso solo
quiso alejar aquel recuerdo de la vista de la princesa, al menos durante unos minutos antes que
tuviera que obligarla a algo peor.
Regresó a por ella y se sintió miserable cuando descubrió que, al fin, se había quedado
dormida. Aquella mujer había nacido solo para ser torturada una y otra vez, no importaba lo que
hiciera o pensase.
Se acercó a Katariel y luchó consigo mismo para conseguir darle un ligero toque con la bota a
uno de sus pies.
Fue justo en ese momento en el que una brisa de aire le golpeó en la espalda. Fue rápido,
sintiendo casi como si lo atravesara hasta llegar a lo más profundo de su ser.
«Estás a punto de despertar, Zachary…». Dijo una voz.
Giró sobre sí mismo para ver a quién fuera que hubiera pronunciado aquellas palabras y se
encontró a sí mismo peleando con la noche y la soledad.
—¿Tú también puedes escucharla?
La pregunta de Katariel lo conmovió, volviendo a ella como centro único de atención, pudo
contemplar como estaba ante alguien completamente destruido.
—¿Eh? ¿Tú también la oyes?
Zachary asintió ante sus preguntas. Al parecer esa voz parecía atormentar de alguna forma a la
muchacha.
—Estos bosques están llenos de magia y de voces. Tal vez le has caído bien a una y trata de
molestarte. Ignórala o acabará enloqueciéndote.
Ella asintió.
La desató y le pidió que lo siguiera. No preguntó o trató de descubrir de qué se trataba. Sintió
como si hubieran quebrado su espíritu a base de golpes hasta conseguir la persona que era ahora.
Eso le hizo preguntarse cuántas veces había tratado de hacer lo correcto y no había conseguido
la aprobación de nadie.
Apartó aquellos pensamientos de su mente para tratar de mantener la cordura. Ella no dejaba
de ser la enemiga de su reino y la piedad no era cualidad demasiado bien vista en la guerra.
Además, pronto recibirían respuesta del rey Negan y sabrían qué pasaría con Katariel, aunque
mucho se temía que Gerald no iba a dejarla marchar jamás. Ella era el resultado de una de sus
malas decisiones.
—Se está muriendo… —susurró ella a su espalda.
Miró entonces al rehén que ella señalaba con el dedo. Había sido herido en batalla y cierto era
que no tenía buen aspecto.
—Está recibiendo atención médica y me consta que están haciendo todo lo posible por
mantenerle con vida. Gerald lo ha retirado de los trabajos para que descanse y se recupere con
mayor rapidez.
Pero eso no la convenció, siguió mirando al herido con el rostro desencajado por la
preocupación y supo que no iba a ser capaz de pronunciar palabra que calmase ese sentimiento.
—Vamos —la instó finalmente.
Caminaron durante largos minutos en completo silencio, como si abrir la boca fuera un pecado
o pudieran despertar a un reino que dormía tranquilamente. Fue tan incómodo que supo que
necesitaría una copa después.
Atrás dejaron las calles infestadas de casas, los campos de cultivo y la civilización para
encontrarse con el más angosto de los bosques. Uno que rodeaba el lago Saner, el que tenían en
común con el reino Nislava.
Katariel pudo ver el cadáver, del que había sido ciudadano de su mismo reino, en el suelo y
casi comprendió lo que iba a pasar allí mismo. Suspiró compungida, pero no preguntó o emitió
quejido alguno.
Zachary le tendió la pala, la cogió al momento y se lo quedó mirando esperando la orden que
sabía que vendría a continuación, no obstante, parecía necesitar escucharla de viva voz.
—Haz un agujero para enterrarlo —ordenó él.
Ese fue el pistoletazo de salida que necesitaba para ponerse manos a la obra. Lo hizo, comenzó
a cavar palada a palada, en silencio y sin intención de sacar ningún tema de conversación.
Zachary, pasado un rato, se sentó apoyando la espalda contra un árbol mientras vigilaba a la
presa. Iba a ser un trabajo duro y arduo, que iba a llevarle más horas de lo que parecía en un
principio.
Dejó que el tiempo pasara, impasible, las estrellas parecían moverse en el cielo a su antojo.
Algunas parpadeaban como si tratasen de comunicarse de alguna forma con ellos.
Fue el momento en el que pensó en la voz. Conocía las historias de ellas, pero hasta la fecha no
había tratado con ninguna. Era femenina y casi había parecido tocarle lo más profundo de su ser.
Lo más perturbador era que sabía su nombre y que también le hablaba a Katariel.
Todo alrededor de aquella mujer era distinto, pasaban cosas inexplicables y se preguntó si
siempre habría sido así.
—¿Cómo era tu vida en palacio? —preguntó.
Su voz sonó más oscura y profunda de lo que planeó, produciéndole un escalofrío a Katariel, la
cual se revolvió antes de dedicarle una mirada para después seguir trabajando.
—Me limitaba a sobrevivir como aquí. Tenía horas de estudio, profesores particulares que
venían a darme clase a casa. Y después tenía el entrenamiento con los soldados. Ese era mi día a
día. También intentaba no lidiar con mi padre, aunque cada noche quería que cenásemos juntos.
Zachary escuchó atentamente.
—¿Había alguien que te quisiera?
Esa era una pregunta que lo comenzaba a atormentar. Puede que fuera enemiga, no obstante, la
idea de que no hubiese conocido ningún tipo de amor le hacía sentir verdadera lástima.
Ella no contestó inmediatamente y no le metió prisa. Dejó que ella misma pensase bien la
respuesta.
—Malorie me quería y dejé que muriera por no tener el valor suficiente como para disparar a
mi padre.
Esa era una culpa que no le pertenecía, no podía considerarse mala persona por no ir contra
natura. Los padres debían amar a sus hijos, cuidarlos y protegerlos de todo mal, pero este parecía
ser su instigador.
—Bueno, Nixon también me quiere, aunque es diferente… —dijo casi divagando.
La imagen de su prometido llenó la mente de él. Había peleado contra ese hombre un par de
veces antes de que Katariel llegase en su rescate. Estaba claro que había algo más que amistad
entre ellos porque lo había dado todo por salvarle la vida.
—¿En qué es diferente?
Se sintió como un niño haciendo demasiadas preguntas. Ella no estaba obligada a contestar, aún
así, lo hizo.
—No fue un amor lento o un flechazo. Un día nos metieron en la misma habitación y nos dijeron
que nos íbamos a casar, que él ocuparía el lugar de mi padre el día de su muerte. Cierto es que
podría haber sido peor hombre que Negan, sin embargo, cuando nos vimos fue como si
pudiéramos reconocernos. Estábamos viviendo lo mismo, sin voz ni voto, dejando que otros
manejaran nuestras vidas a su voluntad.
Hizo una pausa para tomar aire.
—Creo que eso fue lo que nos unió. El pensar que un día todo esto acabará y podremos ser
nosotros mismos. Que el dolor tendrá fin si sabemos esperar. Y así nos unimos, descubriendo que
teníamos muchísimas cosas en común.
Zachary pensó en sus palabras. En cómo la vida había unido a dos personas que estaban
destinadas a reinar juntas. Estaba convencido que, de ser así, era mucho mejor llevarse bien que
odiarse el resto de sus días.
Y él era muy importante para Katariel, de lo contrario jamás hubiera aparecido en el campo de
batalla de esa forma.
—No volveré a verle, ¿verdad? No es que me queje, me queda el consuelo que sigue con vida
y lejos de vosotros.
Él no supo contestar.
La vida era muy larga para saber si podían volver a reencontrarse. Todo era posible, sin
embargo, tampoco podía prometer algo semejante. No sabía si algún día Gerald se cansaría de su
nieta y la asesinaría.
Ella siguió cavando aquella tumba con dedicación y supo que era injusto. Había tenido que
elegir entre una vida y otra. Había sido una buena decisión, aún así se la condenaba por ser
piadosa.
Tuvo que cerrar los ojos un segundo para evitar seguir contemplando aquella escena.
Un gemido hizo que frunciera el ceño antes de abrir los ojos. Katariel, en el más absoluto de
los silencios y sin dejar de trabajar, lloraba. Las lágrimas resbalaban por su rostro sin control
alguno haciendo aquel momento más intenso.
Zachary echó la mirada al cielo y buscó la estrella más brillante. Quiso ser fuerte, lo era, pero
sus valores no dejaban de decirle que aquello estaba mal. No era noble hacerle pasar por algo así.
Al final, pasados unos pocos minutos, estalló.
Se levantó y fue hacia ella con paso firme. Eso hizo que Katariel le temiera, dejó caer la pala y
se llevó las manos a las mejillas para borrar las lágrimas que derramaba.
—Lo… lo siento —se disculpó.
El guerrero vio que ya tenía un agujero de unos veinte centímetros de profundidad, a ese ritmo
estarían toda la noche allí y ya había tenido suficiente. Como jefe tenía potestad sobre algunas
órdenes.
Y, por primera vez en mucho tiempo, decidió quebrantar una orden directa.
—Aparta —pidió.
Ella, perpleja, solo pudo pestañear sin comprender lo que ocurría.
No quiso volver a pedírselo, así pues, la tomó de la cintura y la colocó tras de sí. No tenía
tiempo para nombrar los cientos de motivos por los que estaba mal condenarla de esa forma.
Juntó las manos y, al separarlas, la tierra empezó a salir hacia los lados como si una fuerza
invisible cavara a toda velocidad. Fue cuestión de minutos hacer una tumba de más de tres metros
de profundidad y tampoco era la primera que hacía en su vida.
—Mételo dentro —pidió.
Katariel corrió hasta el cadáver y, tras peinarle un poco con los dedos a modo de despedida, lo
empujó haciéndolo rodar por el suelo hasta lanzarlo al agujero. El sonido fue duro y sordo,
cayendo a plomo.
No dejó que mirase en la postura que había caído ya que comenzó a tapar sus restos con la
tierra que acababa de sacar.
Al final solo quedaron ellos, el silencio y una infinidad de estrellas como testigos de aquel
instante.
—¿Por qué lo has hecho? —quiso saber Kata.
Zachary se encogió de hombros.
—No tengo que darte explicaciones de todo.
Ella aceptó la respuesta sin rechistar.
—Échate un poco y descansa. No podemos regresar antes del amanecer o sabrán que te ayudé.
No es que me importe demasiado, sin embargo, no tengo intención de alargar más la lista de tus
castigos.
La joven se alejó bordeando la tumba haciendo justo lo que acababa de pedirle. Se alejó unos
centímetros antes de tumbarse en el suelo con la palma derecha contra el pasto. Algo le dijo que
ese gesto era como estar cerca del hombre que había asesinado, torturándose un poco más por lo
que había hecho.
El guerrero se sentó en el lado opuesto, quedando por delante el agujero y ella, siendo incapaz
de perderla de vista. Si alguien hubiese preguntado la contestación hubiera sido que lo hacía para
que no escapase, pero no era verdad.
—No te di las gracias por salvar al pequeño.
Katariel, con los ojos cerrados, suspiró.
—Díselo a los hijos que nunca jamás verán a su padre de nuevo.
El dolor estaba presente en la guerra. Cada vida que se sesgaba significaba dolor para alguien.
La felicidad del niño era a costa de una familia que nunca jamás volvería a ver a su ser querido.
Él sabía bien de dolor y todo el que había causado no se lo perdonaría jamás. No se excusaría
nunca por las vidas asesinadas, todos eran personas en un mundo en el que buscaban prosperar.
El pensamiento de que la guerra duraba demasiado tiempo se afianzó en su corazón.
Y lo peor es que nadie saldría victorioso.
Zachary se levantó cuando la respiración de Kata se relajó, se hizo mucho más profunda lo que
le indicó que se había quedado dormida. Se acercó a ella tratando de no despertarla con sus
pisadas y se agachó hasta quedar de rodillas.
Ahí contempló su rostro, uno que no parecía en paz y deseó que todo hubiera sido mucho más
fácil. Ella representaba algo que todos sabían muy bien el qué salvo Katariel.
No tenía ni idea que era la nieta de Gerald.
Se tumbó hacia el otro lado, quedando únicamente su rostro delante del de la princesa.
Antes de acomodarse, se aproximó un poco y depositó un beso en su frente, como si este, de
alguna forma, calmase el dolor y el tormento al que estaba siendo sometida desde el día de su
nacimiento.
Después se colocó boca arriba a la espera de que el sueño llamase a su puerta.
Se sorprendió cuando la mano de Katariel tomó la suya. Giró un poco el rostro esperando verla
despierta y se topó con una mujer profundamente dormida. Eso hizo que enumerase en su mente los
cientos de motivos que tenía para alejarse y, a pesar de que todos eran importantes, no lo hizo.
Simplemente se durmió.
Capítulo 20

Zachary supo que estaba soñando. No podía dar una respuesta exacta a esa teoría, era más su
propia intuición la que le indicaba que seguía dormido.
Estaba en un bosque muy similar al real, aunque mucho más oscuro. Apenas podía ver unos
pocos centímetros más allá de sí mismo. Lo peor era el silencio perpetuo, no había animal o brisa
que hiciera crujir las ramas de los árboles.
Respiró profundamente tratando de tomar el control de la situación. Si aquello era un sueño
podía hacerlo desaparecer. Se concentró poniendo en práctica todo lo aprendido durante años en
el colegio y, pasados unos segundos, se dio cuenta que no era capaz.
—¿Zachary?
Ante él apareció Katariel, lo miraba con el ceño fruncido, como si encontrárselo allí fuera una
gran coincidencia.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la joven.
Él trató de dar sentido a su aparición. Por algún motivo su mente quería tenerla en ese lugar.
—Esto es un sueño, no tiene por qué tener sentido —se recordó diciéndolo en voz alta.
Katariel se mostró más confusa todavía. Al parecer ella no parecía estar al tanto de estar
dormida, aunque no le sorprendió ya que ellos no habían estudiado magia. Para un humano
corriente podía costar discernir entre realidad y ficción.
Ellos, al poder ser atacados con encantamientos, aprendían muy pronto a distinguirlo.
—¿Y qué haces tú en mi sueño? —preguntó la joven.
Zach sonrió. No pensaba despistarse con su presencia.
Supo que había sido un error bajar la guardia. No tendría que haber dormido con ella. Estaba
convencido de que eso era por su culpa, tal vez la princesa escondía bien que era alguien mágico.
—No debí apiadarme de ti. Nadie lo hace y debe ser por un motivo —le escupió mirándola
directamente.
Sintió rabia cuando su gesto se torció mostrando dolor. Ella se había valido de la pena para
conseguir que él flaquease, un error que subsanaría en cuanto saliera de aquella especie de
embrujo.
—¿Qué quieres conseguir? He sido piadoso, el único que ha visto que eres una persona bajo
todo ese rollo de princesa, de hija de Negan o de enemigo. ¿Así es cómo me lo pagas?
Katariel, presa de la rabia, usó las palmas de sus manos para empujarlo con fuerza. No
consiguió derribarlo, pero tampoco le importó ya que salió corriendo bosque a través perdiéndose
en la oscuridad.
Aquel lugar le estaba volviendo loco. No comprendía los motivos por los cuales ella pudiera
hacer algo así.
¿Qué pretendía?
Un grito atravesó el bosque.
—¡Ayuda! —vociferó Katariel destilando terror.
Zachary, manteniendo el control, no se movió ni un ápice de su lugar. No pensaba correr hacia
nada. Era una de las primeras reglas que se aprendían en clase, si ibas hacia el peligro eras el
primero en caer. Además, morir en un sueño podía equivaler a hacerlo en la vida real.
—¡Zachary!
Le costó arrancar a correr en dirección contraria y no ir en su ayuda. Obligó a todo su cuerpo a
moverse rápido, sorteando cada rama, piedra o desnivel al que se enfrentó en su huida.
De pronto un crujido a su espalda lo puso en sobre aviso de que estaba siendo perseguido. Eso
solo incrementó los latidos de su corazón y se exigió ser más rápido a pesar de que no sabía bien
a dónde se dirigía.
—¡Ah!
Katariel gritó una última vez, siendo muy diferente a las anteriores. Su voz desgarrada atravesó
cada centímetro de aquel lugar, mostrando dolor infinito y tantos sentimientos que una parte de él
se doblegó.
Cedió, no queriendo hacerlo, y se detuvo en seco.
Justo en ese momento algo cayó sobre su cuerpo cegándolo por completo. No alcanzó a tocar el
suelo en ningún momento haciendo que la sensación de caída nunca desapareciera.
Su cuerpo parecía flotar en el espacio mientras caía sin remedio muy lentamente.
Fue entonces cuando todo pareció explotar y llenarse de imágenes extrañas. Lo primero que
alcanzó a ver fue una joven riendo, su voz le fue tan similar que casi sintió dolor en su cabeza.
Ella siguió riendo hasta girarse.
Era Katariel, pero era muy distinta a la que conocía. Estaba inmensamente feliz y en su rostro
no había signo de miedo alguno. Sus ojos brillaban mientras le mostraba un hermoso vestido
morado.
—¿Te gusta, Zachary? —preguntó la visión.
Pocos segundos después pudo contemplar con horror como esa misma mujer yacía muerta ante
sus pies.
Todo aquello pareció reactivarse para mostrarle una nueva imagen. Esta vez era una Katariel
subida a un árbol. Estaba tratando de alcanzar una cometa, una que había quedado atrapada en lo
más alto.
—Podrías ayudarme, Zachary, en vez de limitarte a mirar.
Pocos parpadeos después esa misma mujer apareció en un ataúd improvisado y rodeado de
rosas rojas.
Las imágenes fueron alternándose viendo una y otra vez cientos de miles de versiones de
Katariel de Nislava. Cada una era distinta a la anterior, aunque a su vez tenían algo en común.
Y todas decían su nombre.
Él estuvo ahí, lo que le pareció una eternidad, condenado a ver su muerte de muchas formas
distintas. No había salvación para ella en ninguna de las formas que se mostraba allí.
Zachary trató de darle sentido a todo aquello.
—¿No lo ves? —preguntó una voz muy similar a la suya.
Él no pudo más que llevarse las manos a la sien tratando de conjurar algo que lo sacase de allí
a toda velocidad.
—Eres tú una y otra vez viéndola morir. La has enterrado tantas veces… Has luchado por ella
hasta consumirte. Cientos de veces habéis vivido con la única condena de dejarla ir.
¿Él se estaba hablando a sí mismo?
—Y lo peor es que la volverás a perder otra vez si no despiertas.
Y ahí estaba, una versión de sí mismo ante sí. Era como mirarse a un espejo salvo las
diferencias en la ropa. Ahí estaba, inmóvil contemplándolo como si esperase algo o se estuviera
advirtiendo.
—¿A qué te refieres? —se preguntó.
El otro Zachary no pestañeó.
—Para siempre, lo prometiste —le acusó esa versión de él que no comprendía.
De pronto pareció empujarlo sin manos, como cuando caes al agua y alguien te saca cogiéndote
de la camiseta. Tiraron de él a la superficie, alejándolo lejos de todo aquello, dejando aquellas
imágenes enterradas en lo más profundo de aquel lugar.
Puso de su parte para seguir subiendo, no importaron las miles de sensaciones que lo golpearon
con fuerza durante el camino. Una parte de él pudo llegar a creer que todo aquello una vez fue
suyo, que él mismo había experimentado todo aquello.
Al final todo se desvaneció dejándolo únicamente consigo mismo. Duró apenas unos segundos
antes de que recobrara la conciencia y despertase. Como si un mago hubiera contado hasta tres.
Uno.
Dos.
Tres.
Capítulo 21

Zachary saltó cuando logró despertar.


Se alejó de Katariel como si esta fuera la personificación de la maldad y buscó toda la
distancia posible para que su embrujo no pudiera alcanzarlo. Aquello era inaudito, no podría
creer que hubiera conseguido engañarlo usando la piedad como cebo.
Respiró llevándose las manos al pecho como si tratase de quitarse algún tipo de atadura, como
si llevase alguna especie de cadena que tirase de su cuerpo hacia la dirección a la cual se negaba
ir.
Miró entonces a la joven, seguía tumbada en el suelo en la misma posición en la que la había
dejado al dormirse; no se había movido ni un ápice salvo que ahora no le sostenía la mano.
—¡No sigas fingiendo! —bramó completamente enfadado.
No obtuvo respuesta y, a pesar de que supo que no debía hacerlo, dudó. No supo decir si
realmente estaba fingiendo o ella estaba tan dormida como lo había estado él hasta hacía unos
segundos.
La incertidumbre pudo más que su propia sensatez.
Se aproximó a la princesa con paso decidido y con todos sus sentidos en alerta. Si algo pasaba
quería ser capaz de defenderse. Estaba claro que ella era mucho más que lo que aparentaba en un
principio.
—Levanta —ordenó.
La joven no se movió ni un ápice.
Con la bota trató de moverla, la colocó debajo de su estómago y la giró sin demasiado cuidado.
El cuerpo lo hizo, se movió completamente laxo solo por la fuerza que él ejercía. Eso le indicó
que no podía ser fingido.
—¿Katariel? —preguntó incrédulo.
Al no responder se fijó en su pecho comprobando, con estupor, que no había respiración
alguna.
Eso fue como un pistoletazo de salida, cayó a su lado, de rodillas y corrió a tratar de
encontrarle el pulso. Sorprendentemente no lo encontró y eso fue como un jarro de agua fría.
De una forma extraña una teoría se formó en su mente. Ellos habían sido producto de un
hechizo, la primera Katariel que encontró en el sueño era la real; por desgracia la misma que le
pidió ayuda y la que él rehusó.
—No, no, no… Vuelve —le dijo.
No tardó en ponerse con el masaje cardíaco. Por algún motivo ella había fallecido en el sueño
y eso se había traducido en la realidad. Era una regla básica para todos los Draoids, mantenerse
con vida en algo así a toda costa.
—¿Zachary?
La voz de Markus lo alegró, miró hacia atrás buscándolo con desesperación y rugió tratando de
llamar su atención de alguna forma. Por suerte él lo comprendió, salió de entre la maleza y se
encontró con aquel escenario.
—¿Qué coño…? —preguntó acercándose a ellos.
No tenían tiempo para explicaciones, solo necesitaba que su amigo siguiera con lo que él había
iniciado para así él poder intentar una nueva táctica. Le indicó que se colocase justo en su
posición y así lo hizo.
Cuando Markus comenzó él se concentró. A pesar de la situación debía mantener la compostura
para tratar de conseguir un hechizo que ayudase. Entonces una idea le inundó la mente.
Juntó las manos e hizo que la magia se convirtiera en electricidad, calculó la cantidad justa
para su siguiente movimiento.
—Aparta —ordenó.
Acto seguido colocó sus manos, una sobre el corazón y otra en el costado izquierdo. Su magia
hizo como si de un desfibrilador se tratase. No hizo efecto a la primera, así pues, Markus y él
tuvieron que turnarse un par de veces para conseguir que ese corazón volviera a latir.
—Hay pulso —indicó el segundo al mando.
Los dos se dejaron caer al suelo, incapaces de hablar por miedo a que su corazón reculara.
Entonces Katariel abrió los ojos, lo hizo de forma brusca y comenzó a toser como si acabase
de salir del agua, de hecho, de su boca salió disparada una fuerte bocanada de agua salada.
—¿Qué cojones ha pasado? —preguntó Markus exigiendo saber.
Ella no fue capaz de contestar, únicamente se colocó boca abajo mientras tosía luchando por
respirar.
—Un embrujo nos hizo dormir, sabes lo difícil que es salir de algo así —mintió.
No iba a decir que se habían dormido por voluntad propia, no pensaba explicar la piedad que
había mostrado con ella y que fuera juzgado como si fuera una persona blanda.
Katariel los miró, primero a su compañero y después a él, lo hizo de forma tan acusatoria que
sintió como si una bala le atravesase el pecho.
—Tú estabas ahí y te pedí ayuda.
Zachary no retrocedió.
—Y tú provocaste todo esto.
La princesa sonrió sardónicamente.
—Nunca vas a creer lo que diga —susurró antes de dejar caer el rostro contra el suelo,
dejando que la frente golpease la fría tierra.
Él se fijó en la joven, sus ropas estaban empapadas, algo que antes no era así. Aquello solo
pudo afianzar la teoría de que no había sido un sueño corriente. Lo peor es que no tuvo claro si
Katariel era la responsable o no.
Markus fue el primero en levantarse, todavía no había amanecido, pero faltaba poco para que
eso ocurriera.
Tiró de Katariel incorporándola, ella se quedó rígida cuando este la ayudó y esperó al
siguiente movimiento. Esa era la mujer que conocía y no los cientos de princesas que había visto
en esa visión.
Caminaron hacia la ciudad, solo tenían que llegar al poste y dejarla atada, después todo
quedaría atrás. Necesitaba alejarse de todo lo que ella significaba, necesitaba un descanso o
acabaría enloqueciendo.
—¿Qué te ocurrió? —preguntó Zachary.
Estaba colocado en la retaguardia, quedando el segundo al mando primero, ella después y él
cerrando el grupo.
No contestó inmediatamente, cabeceó un poco la respuesta como si tratase de encontrar las
palabras adecuadas a lo que acababa de ocurrir. Pudo ver, sin contemplar su rostro, que todo era
un puro caos y confusión.
—Corrí sintiendo que me perseguían, lo hice todo lo rápido que pude hasta que caí al agua. Era
un mar profundo y con tal oleaje que no importó lo mucho que nadé para escapar.
Se hizo el silencio.
—Ni tampoco lo mucho que imploré ayuda —susurró dolida.
Él no pensaba justificar su decisión.
—Los sueños así pueden ser nuestro peor enemigo. Solo un estúpido moriría en ellos —
masculló Markus.
Katariel asintió dándose por aludida. Estaba claro que aceptaba las culpas de lo ocurrido, pero
no dejaba claro si había hecho aquello de una forma intencionada o acababan de ser sacudidos por
otro tipo de magia o fuerza.
Zachary solo supo que no volvería a bajar la guardia, con ella no se podía.
Al llegar a la ciudad la joven siguió caminando hasta dejarse caer pesadamente delante del
poste. Lo hizo agotada, aunque no solo físicamente, todo comenzaba a pasarle factura.
—En un par de horas saldrás a trabajar —advirtió el guerrero.
La princesa se limitó a asentir.
Markus ató las cuerdas con fuerza para evitar que escapase, algo que ya nadie esperaba que
pasase, aún así había demostrado con creces que tenía agallas o sorpresas suficientes bajo la
manga.
Dejó que su amigo se fuera a sus quehaceres y él se quedó allí, contemplándola como si
aquello fuera a darle alguna respuesta. Al encontrarse exento de ellas no pudo más que suspirar y
marcharse.
—Yo no lo hice —dijo entonces Kata.
—Permíteme que lo dude —contestó.
Ella asintió abriendo ambos brazos en señal de rendición.
—Tú fuiste el que me dejó morir, yo debería dudar de ti.
Zachary no quiso entrar en la provocación. Necesitaba descansar en un lugar seguro, lejos de
ella, donde no tuviera que pelear por seguir respirando. Solo una cama mullida y el más absoluto
de los silencios lo ayudarían.
La dejó atrás sin remordimientos, estando convencido de que esa mujer era mucho más de lo
que decía ser. No era solo una princesa, acababa de convertirse en una bruja capaz de encantar al
mayor de los guerreros.
Tal vez Gerald no estuviera equivocado.
Tal vez ella no mereciera ser amada.
—¿Todo bien, cielo? —preguntó Molly poco antes de que llegase a su casa.
Se detuvo a mirar a la mujer que había dejado libre a la rehén en el peor momento. Las causas
se le escapaban a su comprensión, sin embargo, no tenía ganas de iniciar una discusión mayor.
—Cuidado con encariñarte con ella —le advirtió refiriéndose a Katariel.
Aquello la sorprendió.
—¿Y eso por qué?
—Es solo una bruja mediocre —escupió.
Acto seguido desapareció entrando en su hogar. Solo al cerrar la puerta pudo activar los
sistemas de seguridad, eso dejaría fuera todo tipo de hechizo que viniera a hacerle daño porque sí,
de alguna forma, ver morir a Katariel tantas veces lo había removido por dentro.
Capítulo 22

Nixon no estaba preparado para tratar con el rey, no había forma posible que lo preparase para
ello, no obstante, no podía rehusar a sus obligaciones. Katariel se había convertido en su objetivo
más inmediato y convencería a quién hiciera falta, aunque se tratase del rey menos piadoso de
todos.
Entró en su despacho dejando a sus padres atrás, ellos habían tratado de convencerle para
acompañarlo, pero se negó en rotundo. Aquello era algo que solo él debía hacer y no necesitaba a
sus progenitores allí como si de un niño se tratase.
El rey Negan no se inmutó con su presencia. Lo ignoró durante unos segundos, los que él tardó
en entrar y cerrar a su espalda.
—Majestad —pronunció haciéndole una reverencia.
—Tienes dos minutos antes de que ordene que se te ejecute públicamente. Es el momento más
importante de tu vida, chico.
Aquello era real y no una prueba, su vida pendía de un hilo, uno del que no tenía control
alguno.
—Katariel apareció en el campo de batalla, los Draoids la dejaron entrar sin saber de quién se
trataba. Tracé un plan para sacarla de ahí, yo iba a ser el cebo mientras huía, pero se dio la vuelta.
Juro que peleé por ella como se esperaba de mí en una situación así. Y en el último momento
desaparecí, como por arte de magia, a kilómetros de ella. Regresé hasta el lugar y ya no quedaba
rastro.
Negan lo miró.
—¿Han llegado el resto de supervivientes?
Nixon asintió, acababa de enterarse de camino a la audiencia con el rey.
—Bien, saldrás a hablar de aquí a una hora y dirás públicamente que, como próximo rey, los
condenas a muerte.
La sorpresa lo golpeó con contundencia.
—Pero, señor…
No fue capaz de proseguir, no había forma de conseguir que las palabras llegasen a su boca de
forma clara.
—Si estáis vivos es por mi hija, de lo contrario hubierais muerto en aquel lugar. Por lo que a
mí respecta, así seguiréis.
Nixon se llevó las manos a la cara, frotándose como si tratase de despertar de una pesadilla.
—Son buenos soldados, podrán dar la vida por el reino en otra batalla —dijo tratando de
convencerlo.
Aquel hombre no conocía el significado de la piedad y mucho menos por los que daban la vida
para que su reino siguiera en pie. No sentía valor alguno por ellos, ni el sacrificio que hacían.
—¿Yo también? —preguntó.
Negan sonrió con malicia indicándole que disfrutaría con ese espectáculo.
—De ti depende, muchacho. ¿Cómo lo hiciste para desaparecer mágicamente? ¿Quieres que
crea que un Draoid te sacó de allí? ¿Le caíste bien o algo?
Nixon apretó los puños con rabia. No tenía las claves de su desaparición y era algo que seguía
persiguiéndolo a día de hoy, pero sabía a ciencia cierta que no se había tratado de uno de sus
enemigos.
—Creo que fue Katariel, señor. No es algo que sepa sin más, solo una conjetura… Ella…
El rey no pronunció palabra alguna, se recreó en el silencio a la espera de que terminase sus
últimos segundos de alegato.
—Se aferró a su colgante y yo desaparecí. Es lo único que sé. No es mucho, lo sé y quisiera
tener la oportunidad de poder rescatarla, me siento en deuda con su hija y, antes de partir de este
mundo, quisiera hacerlo con el contador a cero.
Negan chasqueó la lengua, molesto.
—Eres demasiado sentimental. Deberías querer recuperarla porque es tu llave del reino, ella te
da el trono en bandeja de plata, pero eres tan estúpido que te has enamorado. Es como si acabase
de tirar los años de enseñanza contigo.
Nixon aceptó sus palabras y concluyó que él no tenía el alma oscura como aquel hombre.
Acababa de decirle que su hija estaba en manos del enemigo lo que no había movido ni un ápice
de preocupación en él.
Ese hombre no tenía corazón.
—Aquella doncella se lo entregaría… —susurró misteriosamente.
Ahora sí parecía perturbado, no obstante, no como si su hija estuviera en manos de la muerte,
más bien era un enfado.
—¿Quieres traerla de vuelta? ¿Hacerla tuya, aunque se la hayan follado todos los Draoid?
Nixon tragó saliva antes de asentir. Fue entonces cuando el rey se levantó y caminó hasta
encararlo a pocos centímetros de su rostro.
—Esa ya no es mi hija, no me importa lo que le pase. No obstante, y dada tu entregadísima
lealtad a ella sí puedo concederte que la consigas. Pelea con Gerald, quítasela de sus manos y así
os perdonaré la vida a ti y a ella. Trae la cabeza del rey Draoid y tendrás carta blanca para lo que
quieras. Después si quieres casarte con Katariel o matarla, será tu elección, no la mía.
Una parte de él sintió un gran alivio al sentir aquellas palabras, otra fue como si acabasen de
apuñalarlo. Aquel ser no sentía nada por ella, no lo conmovía lo más mínimo a pesar de ser sangre
de su sangre.
—¿Y si ella muere? ¿La corona?
Tal vez hablando su idioma podía remover algo en él, aunque supo que pisaba arenas
movedizas.
—Sí, lo sé. Esas estúpidas leyes antiguas que certifican que solo la sangre puede reinar. –
Chistó enfadado—. Podría nombrar a un mono si lo así lo creyera conveniente, pero existen
fuerzas que es mejor no despertar. ¿Qué clase de monarca sería si no pelease por la corona?
Nunca dijo su nombre, como si la hubiera deshumanizado hasta dejarla en un despojo sin
sentimientos.
—Tráela con vida o muere en el intento. No me importa lo que le suceda al reino cuando yo me
marche. No quiero que la gente empiece a desertar por un rey que no protege a su princesa, así
pues, te encomiendo la virtuosa misión de devolver nuestra adorada niña a casa. Gánate al pueblo
con hazañas así y contrólalo bajo la mano del miedo. Sé su nueva esperanza y así tendrás sueños
que destruir.
Nixon supo que, de no estar en presencia del rey, hubiera vomitado allí mismo. Resultaba tan
repugnante su falta de decoro que no podía creer que alguien como él pudiera seguir con vida.
—No te horrorices tanto con mis palabras. Cuando seas rey sabrás la cantidad de enemigos que
tendrás —rio.
Negan caminó hasta la puerta del despacho y la abrió mirando unos segundos a sus padres. El
corazón de Nixon se detuvo creyendo que ellos también serían condenados a muerte.
—Mano de hierro te dije hace unos años, Cornelius. Tu hijo es demasiado blando —le
recriminó.
Su padre, sin pronunciar palabra, asintió aceptando lo que le decían sin protestar. Con él no se
podía.
—Lo dejaste demasiado tiempo con su madre —dijo mirando despectivamente a su madre–.
Vuestro hijo va a ser el nuevo salvador del pueblo o el bufón, eso está por ver todavía.
Dejó salir a Nixon, el cual no dudó ni un instante en apartarse de aquel ser oscuro antes de que
pudiera cambiar de opinión. Sabía bien que podía ser caprichoso con la sangre y no se negaba a
un buen espectáculo al ejecutar sin piedad.
—Que no se te olvide que, en una hora, tienes faena. ¡Ah! Y quiero estar al tanto de los planes
para liberar a mi hija. Encárgate de traerme la cabeza de Gerald para que pueda lucirla cerca de
mi trono.
—No le defraudaré, majestad.
Negan, mirándolo de arriba abajo, provocó que se quedase helado. Él tenía esa capacidad.
—Ya lo has hecho —masculló el rey.
Y, acto seguido, cerró la puerta dejándolos fuera de su despacho. Así daba por finalizada una
conversación que no había acabado del todo mal. Al menos mantenía su cuello y el de sus padres
intactos.
Ahora tenía que mandar asesinar a los pocos supervivientes que habían luchado valientemente
por su rey, el mismo que agradecía su esfuerzo enviándolos a la horca solo por seguir respirando.
Katariel había tenido razón, él los daba por muertos y no pensaba mover un dedo para
salvarlos. Además, la idea de que no tenían nada en ese reino se afianzaba todavía más después de
esa conversación.
¿Por qué no huía entonces?
Tenía una última misión, una que requería los medios de los que Negan disponía. Pensaba
entrar en guerra con uno de los reinos más fuertes del mundo e iba a conseguir traer de vuelta a la
princesa.
No iba a escatimar en usar los medios que hicieran falta.
Después, tal vez, ya no hiciera falta volver a Nislava. Quizás bastaba con huir de aquel angosto
y poco fértil reino. Quizás su madre aceptase que amaba a esa mujer y pudiera incluirla en el plan
de viajar a Reiyar.
Algo en él le dijo que ya estaban marcados para siempre. La sombra de Negan los perseguiría
el resto de sus vidas.
Y no tenían dónde escapar.
—¿Qué te ha dicho, hijo? —preguntó su madre.
—Tengo que asesinar a gente inocente para conseguir que me deje ir a buscar a la princesa.
Nadie dijo nada más.
¿Qué palabra pronunciar en un momento así?
Capítulo 23

Días después…

Katariel estaba trabajando bajo la atenta supervisión de Markus, aquel hombre no se despegaba
de ella para nada. Ya había demostrado que no iba a huir, con ellos no existía escapatoria posible
y que siguieran dudando la molestó.
Aquel sol abrasador estaba provocando que sudaran ciertas partes de su anatomía que no sabía
que eran capaces de hacerlo. No le gustaba aquel clima, aunque el suyo tampoco, quizás alguno
intermedio estuviera bien.
Un niño llegó corriendo antes de que él lo detuviera. Katariel pudo fijarse y era el mismo que
había rescatado hacía días. Su madre apareció al poco, sofocada por venir corriendo tras el
pequeño.
—Solo quiere darle las gracias, nada más —explicó la mujer.
Markus asintió, sin embargo, antes de dejar que el pequeño se aproximase a ella, la advirtió.
—Si le haces algún daño te las verás conmigo.
Katariel asintió aceptando el trato. Aquel hombre estaba diseñado para odiarla hiciera lo que
hiciera, nunca la vería como otro ser humano; poco importaba que uno de los suyos hubiera muerto
para protegerlo.
Soltó la azada y se la entregó a su supervisor cuando el niño caminó hasta colocarse delante.
Se agachó para estar a su altura, lo miró con cariño y comprendió que su vida había valido el
sacrificio.
—Gracias —dijo él muy contento.
—De nada —susurró ella siendo incapaz de decirlo en voz alta.
Lo que el niño no comprendía es que una persona había muerto, una que jamás vería a sus hijos
crecer.
El pequeño juntó las manos y pidió que pusiera las suyas debajo. Lo hizo sin saber qué
ocurriría y, aunque no esperaba dolor, no tenía claro si hacía lo correcto.
De pronto una corriente pequeña de aire se arremolinó dentro de las manos del niño. Fue
cuestión de un segundo, pero consiguió hacerle reír y ella sintió una especie de cosquillas. Al
final, algo pesado cayó sobre sus manos.
Las retiró con cariño para encontrarse algo que la dejó sin aliento, era un copo de nieve, uno
que no se deshacía. Tenía forma de estrella y brilló cuando el sol se reflejó en él. Era el regalo
más hermoso que le habían hecho en toda su vida.
No pudo evitar sentirse mal por aceptar el regalo. Era como un recuerdo de haber traicionado a
los suyos, no obstante, tras dudar unos pocos segundos, decidió aceptarlo.
—Gracias, es muy bonito.
El pequeño sonrió como si acabasen de hacerle muy feliz y se marchó hacia su madre gritando
todo lo que acababa de pasar.
Antes de que se marchasen la madre y ella cruzaron una rápida mirada. La mujer asintió
dándole las gracias sin palabras a lo que la joven contestó con el mismo movimiento. No podía
culparla por querer a su hijo con vida, no importaba si esa decisión la persiguiera de por vida.
Ellos se marcharon y Markus no tardó en darle la azada, tenía todo un campo nuevo que labrar
y no podía perder el tiempo.
—Fue muy loable lo que hiciste —se sinceró el guerrero.
Katariel respiró profundamente.
—Sí, díselo a los míos. Cambié una vida por otra y creo que estuvo bien que prevaleciera la
del niño, pero no borrará lo que hice.
Guardó el copo en el bolsillo de su pantalón, no era un regalo que quería tener ya que no se lo
merecía, sin embargo, le recordaba a su hogar y era algo que deseaba conservar. Con el paso de
los días y bajo aquel sol abrasador casi había olvidado la nieve.
Delante de ella, a pocos metros, uno de los rehenes Nislavos cayó al suelo. Katariel no se lo
pensó, corrió hacia él y trató de ponerlo en pie para que siguiera trabajando. El pobre, agotado, lo
intentó para volver a caer.
No llegó a tocar el suelo ya que la joven lo sostuvo. La herida que tenía en el estómago, de la
batalla antes de ser capturados, se había vuelto a abrir y emanaba sangre a borbotones.
—Necesita atención médica —explicó Katariel cuando Markus llegó hasta ellos.
Él asintió dándole la razón, aunque tampoco había que ser un genio para darse cuenta de que no
pintaba demasiado bien.
Lo tumbó en el suelo, mirando que no se golpease la cabeza, y levantó sus ropas para
encontrarse con una herida demasiado grande. Tenía los bordes inflamados, eso sin contar que
había comenzado a oscurecerse, señales inequívocas de que estaba infectada. Con el dorso de la
mano le tomó la temperatura, descubriendo así que estaba ardiendo.
Tomó la botella que tenía atada a la cintura, dejó que bebiera antes de quitarse la camiseta.
Usando la boca, la rasgó para romperla en tres pedazos los cuales empapó antes de colocárselos
en las muñecas y en la frente.
—Mi princesa… —susurró agotado.
Katariel acarició su cabello.
—Tranquilo, ahora te ayudarán —dijo en un intento de reconfortarlo.
Este negó la cabeza.
—No volveré a ver los campos nevados de Nislava —se lamentó.
Ella suspiró, no tenía una respuesta clara para eso puesto que no sabía si algún día volverían a
ser libres. Mucho se temía que todos los presentes podían morir en una guerra que no parecía
tener fin.
—Debemos tener esperanza.
—Yo solo quiero dejar de sufrir, ya apenas recuerdo la cara de los míos. Cada día es una
tortura. Si pudiera ayudarme… —masculló.
La idea que le vino a la mente la aterrorizó, no podía ser que le estuviera pidiendo algo así
cuando hacía unos días que habían enterrado a un Nislavo. Ella no podía ser el brazo ejecutor de
dos por mucho que esa muerte fuera por piedad.
—No te rindas tan pronto, ya verás que, cuando te cures, lo ves todo de otro color. Solo
necesitas sentirte mejor —lo animó sin esperanza alguna.
No podía rendirse, no iba a dejar que los Draoids ganasen y se cobrasen una vida más en su
marcador. Esa iba a ser suya, iba a pelear con uñas y dientes para conseguir que no muriese.
Markus regresó acompañado de Molly y dos hombres más, estos ayudaron a levantar al preso y
se lo llevaron unos metros más allá para que ella pudiera atenderlo.
Katariel miró unos segundos antes de recordar que no era una espectadora, debía seguir
trabajando. Era una buena forma de mantener la mente en blanco, la ayudaba a pasar los días uno
tras otro sin más preocupación que las pocas hortalizas que pudieran cultivar.
Para ella todo aquello era un mundo nuevo. Hacía días que en el otro campo que habían
labrado, habían crecido unos pequeños brotes verdes. La felicidad la embargó al contemplarlo,
aquello solo podía ser magia, no conocía nada similar.
—¿Se puede saber qué has hecho? —preguntó Markus disgustado.
La joven frunció el ceño sin comprender a qué se refería.
—¿Has volatilizado tu ropa?
Entonces cayó en la cuenta de que se había quitado la camiseta para ayudar al pobre hombre.
—Solo la usé correctamente, no es que yo la necesitase.
El guerrero discernió de ella, pero para dejárselo más claro señaló a los hombres de campos
colindantes que la miraban casi sin pestañear. Fue entonces cuando comprendió que sus cicatrices
estaban al aire, allí para que todos pudieran ver lo que su padre le había hecho.
—Dejas tu piel al descubierto para deleite de quién quiera mirar.
Kata rio.
—¿Deleite? Estoy rota, como un trozo de tela zurcido demasiadas veces —contestó.
Markus puso los ojos en blanco antes de alejarse un poco. Siempre traía un saco con él, uno en
el que descubrió, con sorpresa, que tenía ropa de recambio. No tardó más que unos pocos minutos
en tenderle una nueva camiseta.
—Tápate —dijo de mal humor tirándosela al pecho.
Katariel la cogió, decidió hacer caso a lo que decía, además, el sol era tan abrasador que
prefirió taparse para no coger una insolación.
Molly se acercó a ellos cuando regresó al trabajo. Ella no pudo evitar reparar en su contoneo
de caderas mientras sonreía tratando de deslumbrar al guerrero que parecía no haber ido al baño
esa mañana.
—Ya está, querido, pero debería descansar lo que queda de jornada —le explicó.
Después de pensarlo un poco, él decidió dar la orden de que se lo llevaran a su poste donde
podría dormir hasta el día siguiente.
—Ya has hecho tu trabajo, puedes irte —ordenó Markus.
Pero Molly no lo hizo, de hecho, no parecía de esas mujeres que dejasen que otros
dictaminasen su vida. Parecía pensar por sí misma, dejando a un lado lo que otros pudieran decir.
—Puedo relegarte un poco, me gustaría hablar con la princesita —explicó.
—Claro que sí, porque la última vez la dejaste libre. Suerte que corrió hacia el preso y no
aprovechó toda la confusión para huir.
La mujer echó la cabeza hacia y arrancó a reír dejando que sus generosos pechos subieran y
bajaran al son como si de un baile exótico se tratara.
—Ella no huiría. Los hombres importantes de este reino os habéis encabezonado con que va a
salir corriendo en cuanto apartéis la vista un momento.
Markus sonrió, tomó la barbilla de la mujer y la acercó a su boca. No llegó a besarla, sin
embargo, todos pudieron ver la tensión que existía entre ellos. Casi sintió que podían dejar a un
lado a los presos para tirarse sobre el maíz y hacerlo allí mismo sin importar los pares de ojos
que mirasen.
—Puede que no me haya expresado con claridad, pero no me fío de ti. Después de lo que
hiciste no sé cómo el rey y Zachary no te han dado una buena zurra en el trasero.
Molly, sin vergüenza alguna, tomó la mano derecha de aquel hombre y la guio hasta dejarla
sobre una de sus nalgas.
—¿Este trasero? ¿Y por qué no lo haces tú ya que ellos no se ven capaces de hacerlo?
Katariel no pudo evitar dejar de trabajar para contemplar su reacción, no obstante, él solo la
apartó como si quemase, hasta vio cierto recelo en sus movimientos cuando lo hizo.
—Largo de aquí o te buscaré un poste cerca de la princesita si tanto la quieres.
Molly hizo una mueca lastimera.
—Yo pensaba en otro tipo de juego sexual, pero si es lo que te gusta… —Se acercó a su lado
derecho y le dijo al oído—. Búscame cuando quieras, sabes dónde vivo y mis puertas siempre
están abiertas.
Markus se mofó.
—Iría si no supiera de sobras que después no lo eres capaz de hacerlo. Huyes de los hombres.
Molly alzó el mentón con orgullo.
—Tal vez no esté interesada en ellos.
Y, tal cual vino, se fue sin mirar atrás siendo objeto de todas las miradas, incluyendo la de
Kata. Era como si tuviera un aura distinta a las demás que hacía que tuvieras que mirarla, aunque
no quisieras.
—¿Y tú qué? ¿Hoy no trabajas?
Markus la sobresaltó, así pues, volvió al trabajo sin decir nada.
—¡Mujeres! —exclamó enfadado.
Capítulo 24

Katariel miró al cielo cuando las primeras gotas mojaron su cabeza. Era la primera vez que
veía llover y hubiera sido una visión romántica de no ser porque a los pocos minutos caló su ropa.
Alzó el mentón para ver a los otros tres presos de su tierra. Ellos también parecían estar
sorprendidos por aquel fenómeno de la naturaleza llamado lluvia. No era algo propio de Nislava,
así pues, casi parecían niños conociendo el mundo por primera vez.
Escuchó pasos, los mismos que se hicieron más fuertes hasta convertirse en un grupo de
soldados que regresaban de una nueva incursión. Habían estado cerca de diez días en la frontera
con Nislava, tratando de doblegar al pueblo que se negaba a ser conquistado.
Zachary los encabezaba, como su jefe que era, iba cubierto de barro, uno que dejaba caer con
cada pisotón que daba al avanzar. Sus soldados, al llegar a la plaza, se dispersaron yéndose a sus
casas a descansar.
Fue entonces cuando las preguntas llenaron su mente. ¿Habrían asesinado a muchos de los
suyos? ¿Estaría Nixon entre ellos?
No traían rehenes, lo que no supo si debía alegrarla o no.
Él llegó hasta ella, tan cerca que casi pudo verse reflejada en sus ojos oscuros. Le pareció
curioso compararlos con los de su padre y encontrar que los tenía más claros, quizás era porque el
alma de Negan estaba podrida.
—He estado a punto de cortarle el cuello al escurridizo de tu prometido. Quizás la próxima vez
—escupió enfurecido.
Katariel no se amedrentó.
—Tal vez él te lo corte a ti.
Aquella contestación le sorprendió, lo supo porque su semblante se congeló unos instantes
antes de seguir caminando.
—Sé que sueñas conmigo, te veo todas las noches e ignorarme no hará que no sepa que estás
ahí —advirtió la princesa.
No llegó contestación alguna, pero los silencios muchas veces hablaban más que las palabras.
Sabía bien que compartían las noches desde el día que pasó la primera vez, cada vez que cerraba
los ojos lo veía y no sabía los motivos.
Su sueño seguía el mismo patrón, aparecía en una especie de bosque, similar al que tenían
delante, casi idéntico donde enterraron al Nislavo. A los pocos minutos aparecía él, salvo que
solía alejarse para evitar ser visto. No quería que supiera que estaba allí.
Después todo eran imágenes, sonidos y sensaciones. Había visto una infinidad de Zacharys que
distaban el uno del otro, muchos parecían despreocupados o sonrientes como si no estuvieran en
esa vida que estaban. El dolor aparecía al finalizar de visionarlo todo y el océano se la llevaba.
Ya no moría, había aprendido a despertar antes de que todo se acabase, pero eso no significaba
que fuera menos aterrador.
La voz tampoco había cedido, le pedía ir al bosque y despertar. No comprendía bien qué estaba
ocurriendo con ella; había días que creía que era una broma de algún Draoid que buscaba
atormentarla, no obstante, todo eso acababa de desaparecer con la llegada de Zachary y su
reacción.
Él certificaba que vivían lo mismo noche tras noche.
Pasado un rato el sueño comenzó a llamar a su mente. Aquella jornada había sido demasiado
intensa y estaba tan agotada que supo que no tardaría en dejarse caer en los brazos de Morfeo.
Un quejido la distrajo, buscó en la oscuridad de la noche y vio que se trataba del rehén herido.
No parecía haber mejorado, al contrario, estaba tan pálido que parecía que la muerte lo
sobrevolaba como un buitre esperando su festín. Por muchos intentos que estaban haciendo por
curarle no estaban consiguiendo nada.
Y eso solo significaba que iba a irse.
Gruñó para sí misma, completamente enfurecida con el destino por permitir que cosas así
sucediesen.
Miró hacia sus manos y luchó por desatarse, no lo consiguió, lo que provocó que tirase de sus
amarres con fuerza. Se puso en pie y tiró esperando que la cuerda estuviera lo suficientemente
desgastada como para rasgarse, por desgracia no fue así.
Su siguiente plan, nada brillante, fue usar sus dientes. Tal vez si mordía una y otra vez
conseguía dejarse ir.
De pronto el nudo de sus muñecas se deshizo. Supo bien que no había sido ella, buscó con la
mirada a su alrededor y no encontró a la persona que acababa de ayudarla, no obstante, supo que
eso ahora no importaba.
Tenía algo mejor que hacer.

***

—Dices que sueñas con ella, que eso no te afecta y la dejas ir, así, sin más. No tengo claro que
estés bien —comentó Markus mirando por la ventana de casa de su jefe.
Era una tradición de ellos verse y tomar un café antes de que el propio cansancio se los
llevase.
—Es cierto que no me afecta. Esto no tiene nada que ver con ella —contestó convencido.
Lo que acababa de hacer era un acto de piedad, ni más ni menos. Puede que no fuera de la
mejor forma, pero era lo mejor que podía hacer en aquellos momentos. Eso sí, sabía que tendría
que cargar aquella noche a su conciencia.
—¿La estás dejando huir? —preguntó Markus.
Zachary no contestó, una parte de él estaba convencido de que ella era la causante de aquellas
pesadillas que lo perseguían desde aquel maldito día. Ni siquiera poniendo kilómetros de por
medio había ayudado.
Ahora necesitaba cerciorarse si era lo que ella vendía ser o todo era una fachada.
Era su momento, podía brillar o apagarse para siempre y mostrar ser más cercana a su padre de
lo que decía en realidad.

***

Katariel no esperaba descubrir quién lo había hecho, era de esas cosas que no necesitaban
respuestas para salir corriendo y hacer lo que deseaba. Eso hizo, sin miedo a lo que pudiera
ocurrir.
Se acercó al preso herido, su piel estaba blanca, mortecina, señal de que no aguantaba más.
Con cuidado le levantó la camiseta para descubrir una herida terriblemente infectada. El olor que
desprendía era nauseabundo, lo que provocó que se llevase una mano a la nariz.
La bilis subió por la garganta, pero rehusó vomitar. No pensaba hacerlo en un momento así.
Acunó su rosto sin obtener respuesta, cosa que la asustó mucho más de lo que estaba dispuesta
a admitir. Era momento de mantener la calma, estaba convencida que se podía hacer algo porque
siempre había una salida.
Desató sus muñecas para tratar de tumbarlo, tal vez así se sintiera mejor. Tomó su cabeza por
la nuca y lo acompañó hasta que tocó el suelo, fue entonces cuando lo escuchó suspirar aliviado.
—Voy a buscar ayuda —le advirtió.
Se puso en pie dispuesta a buscar a Molly o a quién hiciera falta, no le importaba quién fuera.
En ese instante él la tomó del pantalón, la detuvo en seco para su sorpresa. Ella giró sobre sus
talones para encontrarse un hombre a las puertas de la muerte, que luchaba por retenerla a su lado.
—No, no quiero vivir —susurró.
—No puedes rendirte, déjame ir en busca de ayuda.
Él negó con la cabeza con los ojos cerrados y eso le rompió el corazón en mil pedazos.
—Quédate conmigo —suplicó.
—No soy la mejor compañía, maté a… —Fue incapaz de terminar la frase.
Aquella muerte la perseguiría el resto de su existencia, aunque sabía que había hecho lo
correcto.
—Eres la mejor que puedo tener, sería un honor para mí.
Katariel se pasó las manos por el pelo tratando de calmar sus nervios, no podía controlar ese
corazón que estaba a punto de salírsele del pecho. Cedió a su petición porque no tuvo el valor de
dejarlo solo.
Con cariño, lo retiró un poco del poste, lo justo como para sentarse ella y apoyar la espalda;
justo después colocó parte de su cuerpo sobre su regazo. Casi parecía una madre acunando a su
pequeño al que prometía proteger.
Entonces lo olio, ese hedor a muerte tan característico; ese que le indicaba que apenas había
vida en él. Puede que estuviera un par de días agonizando, no obstante, no tardaría mucho más en
cruzar al otro lado.
—¿Recuerdas Nislava? —preguntó él.
Katariel tuvo que aclarar la voz para proseguir.
—Sí, pero solo pequeños trozos. Lo que más recuerdo es el paisaje desde mi ventana de
palacio. Desde allí podía veros a todos, todas las casas cubiertas de nieve día tras día.
Él pareció relajarse sobre su cuerpo.
—Recuerdo el sonido de la quitanieves pasar a toda velocidad y la voz de la mujer del
mercado de los martes, ella, gritando que traía pescado del mismísimo reino de Kaharos.
Ambos rieron porque sabían que era mentira puesto que no existía el comercio entre reinos a
causa de la guerra.
—Me gustaba oír los niños jugar en el campo que había cerca de palacio y también la casa más
alta que podía ver. Tenía una habitación en lo más alto, una que siempre permanecía abierta,
aunque nunca supe el motivo.
Aquel hombre pareció dormirse con el relato de su reino.
Grandes bosques de nieve llenaron su mente, parte del lago estaba helado en el que
aprovechaban para patinaje sobre hielo. También recordaba el olor a madera quemada de la
chimenea, algo que siempre la ponía de buen humor.
Otra cosa que recordó fue los cuentos de una Nislava mejor que Malorie siempre le contaba,
cuentos de un reino que ya no existía, que se había desvanecido con el tiempo hasta convertirlo en
un lugar helado.
No había canto de pájaros, pero sí las gotas de las estalactitas al caer al suelo, como un
tintineo incesante.
Y ahí supo que su tierra estaba muy lejos y él también. Aquel hombre iba a agonizar hasta morir
y no podía permitirlo, necesitaba una muerte digna para dejar el dolor atrás.
Estaba dormido sobre ella, recordando el que fue su hogar hasta que lo enviaron a la muerte.
Solo esperaba que estuviera viendo a su familia, que los últimos instantes de su existencia
fueran realmente felices con ellos. Katariel esperaba que, con su relato, hubiera conseguido
transportarlo allí en vez de estar en aquel poste.
Lo miró con compasión, si lo pensaba bien solo iba a seguir durmiendo.
Con dolor, alzó la vista para toparse con la mirada de la rehén, la misma que había defendido
de un violador. Ella lloraba con la escena anticipándose a lo que vendría después. No gritó para
alertar a nadie, solo asintió aceptándolo.
Así pues, y después de que la princesa se secase las lágrimas, dejó de acariciarle el cabello
para bajar las manos hasta su cuello. Lo rodeó sin titubear y apretó con toda la fuerza que pudo.
El rehén abrió los ojos producto de la sorpresa, luchó por liberarse, sin embargo, estaba tan
débil que apenas opuso resistencia. Fueron unos pocos segundos, no llegó ni al minuto cuando
escuchó su última bocanada de aliento.
Justo ahí dejó de forcejear, sus brazos cayeron laxos a su lado y Katariel pudo soltarlo.
Entonces se rompió en tantos pedazos que creyó que nunca jamás sería recompuesta de nuevo.
Con dolor y tristeza, se abrazó al cuerpo sin vida y pidió perdón mil veces antes de arrancar a
llorar. No fue algo discreto o un par de lágrimas, fue feroz, dejando que su cuerpo se vaciase.
Casi se sintió como una niña pequeña cuando comenzó a gimotear con todo el dolor de su
corazón, nunca antes había sentido algo así y temió perder el alma en aquel instante.
Acababa de dejarlo marchar para siempre.
Y ella enterraba un nuevo cadáver Nislavo.
La lluvia seguía mojándolos, pero dejó de notarlo. Solo se abrazó a él como pudo antes de
enterrar la cabeza entre sus ropas para perderse entre lágrimas.
Era la peor escoria del mundo.
Capítulo 25

—¡Joder! ¡Somos escoria! —bramó Markus evidentemente molesto.


Zachary se dio cuenta de su error, aquella mujer no era su padre ni lo sería en mil vidas. No
importaba haberse criado bajo el mismo techo que aquel monstruo, ella era muy distinta.
Acababa de mostrar una piedad infinita, aquel hombre llevaba sufriendo desde hacía tiempo y
no parecía responder a tratamiento alguno. Solo le habría esperado muerte y mucho más dolor.
Ese acto de bondad requería un corazón noble del que Negan no disfrutaba.
Fue camino a la puerta dispuesto a salir cuando su compañero le cortó el paso colocándose
delante.
—Deja que yo me encargue —pidió.
—Yo lo he provocado, la he dejado libre y esta es mi consecuencia.
Se apartó porque no le quedó más remedio que hacerlo, pero al salir notó como le seguía y eso
le gustó, no quería enfrentarse a nada sin su amigo al lado. Markus y él funcionaban desde hacía
años como un matrimonio y apenas tenían que hablar para compenetrarse.
Zachary dejó que la lluvia lo empapase, sin embargo, algo cambió, ya que usó sus poderes para
cubrir a los dos rehenes que seguían atados mientras se dirigía a Katariel.
Al llegar dudó un poco, había muchas cosas que quería hacer, aunque antes tuvo que hacer
orden en su cerebro para ponerlo todo en regla. Se sentía culpable de aquello por dejarla ir, pero
ya tendría tiempo para pelear con sus demonios.
Se agachó hasta quedar a su altura y sintió que algo se removía por dentro cuando ella lo miró.
Sus lágrimas se habían mezclado con la lluvia y era incapaz de diferenciarlas. Sabía que sentía un
dolor real, uno demasiado poderoso y no la culpaba. Acababa de mostrar una piedad infinita.
—Yo… Tenía que hacerlo… —murmuró como si esperase una reprimenda por ello.
Él asintió tratando de hacerle entender que lo comprendía, que sabía el gran sacrificio que
acababa de hacer y que venía ayudar de alguna forma.
Dejó que Markus se encargase del cuerpo, no fue fácil ya que, cuando quiso cogerlo, ella se
aferró sobre él como si fuera una osa defendiendo su osezno. Quiso intervenir, pero no hizo falta.
—Tranquila, solo quiero darle sepultura —susurró el segundo al mando mirándola a los ojos.
Las manos del guerrero descansaron sobre las de Katariel hasta que esta cedió dejando que se
llevase al Nislavo. Lo cargó sobre su hombro dispuesto a marcharse cerca de donde estaba
enterrado el otro.
Zachary decidió que no podía hacerlo solo, aquel hombre debía recibir el último adiós por
parte de los suyos. Desató a los otros rehenes, no necesitó palabras para hacerlo, ya que sus nudos
cayeron al suelo con solo pensarlo.
Todos caminaron tras Markus, como si él fuera la estrella fugaz a la que seguir. En ese
momento supo que nadie huiría, habían aceptado que no podían marcharse de ese lugar sin que los
Draoids les dieran caza.
Para cuando llegaron al lugar, Katariel estaba sumida en una tristeza tan profunda que solo se la
sentía gimotear mientras lloraba sin cesar. No había parte de ella que no sintiera un profundo
dolor y eso lo conmovió.
Nadie cavó su agujero, lo hicieron ellos con magia; no había necesidad de torturarlos más de lo
que ya habían sufrido.
El cuerpo cayó con contundencia provocando que se estremeciera, el golpe sordo fue como una
especie de despedida de un mundo demasiado cruel. Y supo que aquel hombre era una muerte más
en una lista infinita de sangre de una guerra que llevaba en pie suficiente tiempo.
Cuando la tierra acabó de sepultarlo los rehenes dijeron un par de palabras, una especie de
despedida propio de su tierra.
Entonces Zachary miró a Markus y este entendió que lo quería lejos, además, podía llevarse los
rehenes con él porque necesitaba tener unas palabras a solas con Katariel. Por suerte lo entendió
sin necesidad de palabras.
Cuando los vio emprender el viaje de regreso no se inmutó, fue como si supiera que le
permitían un par de minutos más de cortesía para su despedida. Esa era la más real y, quizás, la
más dolorosa.
—Lo siento mucho —susurró llevándose la mano a un bolsillo.
De él sacó un pequeño copo de nieve cristalizado, uno con el que se agachó y depositó sobre la
tumba como si de un ramo de flores se tratase. Después se levantó quedando con la cabeza gacha.
—Yo te liberé, siento haberte puesto en esta tesitura —se disculpó Zachary.
La joven negó con la cabeza.
—Te lo agradezco, eso me dejó hacer lo que debía. No podía seguir sufriendo más, no se lo
merecía.
Su voz temblaba.
Tal vez se trataba de frío ya que todo su cuerpo también lo hacía. Así pues, intentó llevársela
de allí sin conseguir que moviera un pie de donde estaba. Era como si estuviera plantada delante
de la tumba sabiendo que necesitaba un poco más.
Se lo permitió porque supo que le habían quitado muchas cosas en esa vida. Tal vez no le
habían dado nada sin que se lo ganase. Además, estaba convencido de que las metas a conseguir
estaban muy lejos de su alcance.
Y fue ahí cuando dejó las dudas a un lado, habría mil noches para creer que era una bruja o una
encantadora de serpientes. Ahora era una mujer rota por un dolor tan lacerante que amenazaba con
consumirla.
Y fue ahí cuando, colocada a su espalda, cometió una locura. Estiró los brazos y los envolvió
alrededor del pecho de la joven, ahí los dejó descansar sin ser su intención tocar más de lo
debido. Su mentón descansó sobre la coronilla, dejándola inmóvil durante unos segundos.
Notó cómo no respiraba y se preocupó por hacerla colapsar. Justo cuando estaba a punto de ver
si seguía teniendo pulso, ella subió sus manos para aferrarse a sus brazos y ponerse a llorar como
nunca antes lo había hecho.
Zachary jamás contempló a nadie tan roto, ni sintió un dolor tan puro y visceral. No podía curar
esos sentimientos, solo asegurarse que estaba ahí para que no se viniera abajo y ahí certificó que
ella nunca había experimentado ese tipo de apoyo.
Solo cuando se dio cuenta de que lloraba trató de empujarlo, de liberarse de su agarre, pero no
lo permitió y acabó rindiéndose dejando una exhalación molesta. No trató de gritar, ni tampoco
romperle la nariz de un cabezazo, solo se rindió y se dejó llevar por primera vez en la vida.
Ahí Zachary supo lo sola que había estado toda tu vida.
—Yo tendría que haberlo matado para aligerarte la carga —susurró arrepentido.
—Tú no tienes nada que hacer por mí. Eres mi captor y, tal vez, algún día, mi verdugo.
Ninguno de los dos dijo nada más, solo permitieron que la lluvia los mojase el tiempo que
hiciera falta. Zachary no se retiró y supo que, aunque su rey se lo hubiera pedido, no lo hubiera
hecho. Aquella noche era la nobleza la que tiraba de su cuerpo y ella necesitaba alguien que no la
dejase caer.
Y no caería.

***

—Ya puedes sentirte orgulloso —masculló Loretta.


Gerald se enfadó, no era noche para que viniera a atormentarlo. Había sido su demonio
particular desde el día en que permitió que Negan se casara con su hermosa hija.
Ese había sido el mayor error de su vida. Todo comenzó como una alianza entre reinos y la
codicia le permitió dejarla marchar. Cada día desde entonces recordaba cómo lloró su pequeña al
partir.
Una última mirada, eso quedaba en su recuerdo; esa mirada suplicante que ella le dedicó antes
de irse con él a cumplir con su obligación como princesa. Esa fue la última vez que la vio.
—Ella no es mi nieta.
—¡Es hija de Layla! —gritó su madre.
Eso provocó que Gerald se levantase tirando el espejo que tenía en las rodillas, con él había
contemplado todo y ahora sus restos se esparcían en el suelo sin control. Nadie podría
recomponerlo nunca, como su castigado corazón.
—¡No digas su nombre!
No se había pronunciado en treinta años y nada podría cambiar esa regla no escrita que habían
pactado.
—Es tu nieta te guste o no. La misma por la que no luchaste cuando supiste de la muerte de tu
hija. La dejaste en manos de ese monstruo sabiendo lo que haría con ella. Ahora es una mujer
destruida y te sigues empeñando en ver a su padre reflejado en un tierno corazón que no para de
sufrir.
Gerald estaba enfurecido, se llevó las manos a las sienes en un intento de silenciar a su anciana
madre. El dolor lo había perseguido desde el día que supo que jamás volvería a ver a su pequeña.
—Ella es solo de él y no creas que no veo lo que intentas hacer. No sentiré piedad por esa
chiquilla, yo mismo le haré más daño del que le hizo su padre porque no se merece piedad. Su
madre no la tuvo y si tengo como devolverle el golpe a Negan lo haré.
El odio se destilaba en sus palabras consiguiendo que los ojos de Loretta se anegaran de
lágrimas, no lloró, pero supo que había estado a punto.
—Si tocas a Katariel te merecerás el mismo destino que Negan, no habrá diferencia entre
ambos. Ella no te devolverá a Layla por mucho que la castigues. ¡Ni siquiera sabe nada sombre su
madre! No puedes culparla por tu codicia.
Los poderes de Gerald explotaron rompiendo todos los cristales de la estancia, las ventanas
estallaron en mil pedazos, pero su madre no se inmutó por su ataque de ira. Nada lo hacía ya
porque habían discutido muchísimos años.
—Nadie debe querer a ese monstruo de la naturaleza —sentenció Gerald preso del dolor.
Loretta, con el mentón bien alto.
—Ojalá estos ojos puedan verte comiéndote tus palabras. Es más, y aquí quede presente esta
advertencia, si la tocas seré yo misma tu perdición y no ese rey Negan que tanto te empeñas en
odiar.
Acto seguido se marchó dejándolo solo con los pedazos de un espejo roto y unos recuerdos que
pesaban demasiado como para seguir viviendo. Su hija lo había significado todo y ya no estaba.
Jamás regresaría.
Capítulo 26

Katariel trató de mantener la calma esa mañana cuando Gerald se acercó a ella. Estaba molesto
y no lo ocultaba, estaba claro que tenía que ver con su ira y no iba a tener un día fácil, de hecho,
nunca lo había tenido.
Blandió un papel en la mano como si de un arma se tratase, golpeándole el rostro con él un par
de veces.
—Dijiste que no movería ni un dedo por ti —la acusó.
Dejó que alcanzase aquel trozo y, cuando lo sostuvo en las manos, no pudo evitar emocionarse
al reconocer la letra de Nixon. Seguía con vida y, no solo eso, pedía su liberación inmediata.
Kata miró al rey a los ojos antes de encogerse de hombros.
—¿Y qué debería hacer? ¿Lamentarme por ello?
Gerald rio sardónicamente.
—No, pero esta carta me indica que eres una pieza clave y no dudaré en usarte para ganar la
guerra.
La joven asintió aceptando sus palabras, de haber sido al revés también hubiera aprovechado
cualquier ventaja que el destino le brindase. Lo que él no sabía es que, a pesar de que firmaba
como el rey, era la letra de su prometido y eso tenía más valor que cualquier cosa en el mundo.
—Aquí me tienes para lo que quieras. Disfruta de tu guerra —escupió convencida.
Él le arrebató el papel de un manotazo antes de marcharse. No le importó porque en su mente
se habían quedado grabadas cada una de las palabras que Nixon había escrito.
—¿Estás feliz, niña?
Al reconocer la voz de la reina madre no pudo evitar ponerse erguida, tenía un tono que la
incitaba a portarte bien, como la abuela que nunca había tenido y que no tendría jamás.
—Depende de cómo se mire, señora —contestó.
—Yo le dije a mi hijo que esa no era la letra del rey de Nislava, pero está tan cegado que ya no
escucha a su madre. En cambio, tú me has confirmado que no es de él, sino de alguien más cercano
a ti.
Quiso mentir, lo deseó con todo su corazón, no obstante, no fue capaz de hacerlo. Necesitaba
gritarle al mundo que Nixon seguía con vida, que había hecho todo lo posible por salvarlo y lo
había conseguido.
—Así es —sonrió.
Loretta le dio con el bastón en la bota borrándole cualquier tipo de alegría para cambiarla por
confusión.
—Esconde ese sentimiento antes de que te lo quiten. Disfruta de él cuando nadie mire y hazte
fuerte.
Asintió aceptando el consejo acertado que le daba la reina madre, lo cual se hizo más confuso.
No comprendía los motivos que la llevaban a aconsejarla de esa forma, aunque no iba a
desperdiciarlo.
—Hoy todo el mundo está entretenido con los cientos de quehaceres. En los próximos días
habrá la fiesta más hermosa de Draoid, la que conmemora el nacimiento de alguien que fue de la
realeza.
Katariel escuchó atentamente sin saber a quién se refería.
—Nadie está pendiente de vosotros, tan ocupados arriba y abajo que no se darían cuenta de
que no estás.
Acto seguido, justo cuando la reina madre acabó de hablar, sus ataduras se desvanecieron en el
aire. Katariel no se movió ni un ápice, demasiado sorprendida con lo que estaba ocurriendo.
—¿Me está pidiendo que huya?
Loretta mirando a lo lejos, disimulando como si no fuera con ella la conversación, contestó:
—Sí, pequeña. Vuelve a casa.
Katariel, conmocionada, no pudo hablar durante unos segundos. No era capaz de comprender
los motivos que habían llevado a esa señora a dejarla libre sin pedirle nada a cambio a Negan.
—¿Y ellos? —preguntó por los otros rehenes.
La reina madre negó con la cabeza.
—Ellos no son hijos de reyes, ni van a usarlos en una guerra tan larga. Podrás volver a por
ellos en la próxima batalla. Hoy es tu día, niña y yo no haría demasiadas preguntas —contestó
algo molesta.
Katariel sintió que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. No sabía los motivos que
habían llevado a aquella mujer a actuar así, pero no pensaba mirar atrás si el destino le ponía esa
oportunidad en bandeja de plata.
—Gr… gracias. No lo olvidaré.
Ella movió una mano tratando de restarle importancia.
—Solo vete, aunque antes tengo que hacer una cosa más. Toca ese collar tan bonito y especial
que llevas, tres veces, y di el nombre de Layla, eso hará que nadie pueda verte solo hasta que
vuelvas a pronunciar tu nombre y solo el tuyo.
La princesa no pudo evitar tomar entre sus dedos el colgante que Malorie le dio. Al final
siempre tenía algo de protagonismo, como si hubiera estado destinado a estar en su cuello.
Un ligero golpe de bastón en su bota le indicó que era el momento, así pues, dio tres toques
antes de pronunciar el nombre que le había dicho.
—Layla… —susurró.
Acto seguido Loretta miró a su alrededor sonriente, puede que ella no notase nada y que se
siguiera viendo, sin embargo, parecía que el hechizo había hecho el efecto necesario.
—Ahora corre y hazme caso. Tienes la bendición de acabar con esta guerra, toma bien tus
siguientes acciones.
—Gracias reina, Loretta. De verdad —susurró.
Ella chasqueó la lengua mostrando descontento.
—Niña tonta, puede que no te vea, aunque sí te escucho. Vete ya.
Eso hizo, no obstante, no tan rápido como se planteó en un principio. Se puso en pie y dio un
par de pasos esperando ser vista por todos, como si no creyera en el hechizo que acababa de
ocurrir.
Sorprendentemente nadie se percató de lo que estaba ocurriendo y eso la hizo sonreír de
verdad.
—Si yo quisiera dar un paseo corto hasta casa, elegiría el camino del bosque que tenemos al
otro lado de los campos de cultivo. Ese siempre conduce al lago y después, el reino de Nislava.
Katariel tragó saliva mirándola.
Aquella mujer la estaba ayudando sin pedir nada a cambio y le estaba indicando el camino a su
hogar. Estaba inmensamente agradecida con ella y esperaba que lo supiera algún día.
Sintió pena cuando vio a los dos rehenes que quedaban ahí, ellos no tenían esperanza, lo que
provocó que su corazón se rompiera en mil pedazos. Allí comprendió que no podía salvarlos a
todos, ahora era el momento de correr por ella.
Y eso hizo.
Tomó el camino que llevaba a los campos de cultivo a toda velocidad, no miró atrás porque su
cuerpo no se lo permitió. Estaba tan asustada por ser descubierta que no quiso saber si alguien la
seguía.
Atajó por el primer campo de maíz, ya se conocía aquel lugar al dedillo. Al salir supo que
pasaría por las tumbas de los Nislavos, necesitaba darles un último adiós antes de poder dejar
todo atrás.
Se detuvo en seco cuando vio que no era la única en aquel lugar. Tuvo que hacer acopio de
todas sus fuerzas para no gritar a pleno pulmón cuando se encontró con Molly y Zachary en el
lugar de las sepulturas.
Algo en ella se removió, ellos dos no hacían buena pareja juntos, cosa que tampoco le
importaba.
—He estado buscando la información que me pediste —canturreó la mujer, sonriente.
Él, en cambio, no podía dejar de mirar al suelo casi como si presentara sus respetos a los
hombres que yacían ahí.
—¿Qué has descubierto? —preguntó.
Ella le dio un manojo de papeles atados por una grapa. Eso suscitó muchas incógnitas que no
podía dejar ahí. Algo le dijo que, dada su situación actual, podía fisgonear un poco.
Caminó a su alrededor hasta quedar al lado de Zachary, necesitaba saber qué había en aquellos
papeles y qué se traían entre manos para ir a hablar a un lugar tan apartado.
—El nombre del prometido es Nixon Myara, sus padres han estado dando dinero al rey desde
hace años, gastando su gran fortuna para conseguir un puesto para que acabe casado con Katariel.
El corazón de la joven se paró en seco cuando escuchó esas palabras.
—En la página tres tienes los nombres y perfiles de los padres. Además, también he
conseguido los horarios de Nixon, para que, cuando ataques él esté allí.
No pudo creer lo que estaba escuchando. Con dolor y atónita, echó un par de pasos hacia atrás,
alejándose de la pareja que estaba planeando atacar al hombre que habían elegido como su futuro
marido.
—El rey quiere que esto se lleve a cabo con total discreción, no quiere que la reina madre lo
sepa y por eso ha creído que este era buen lugar para hablar —explicó Molly.
Zachary asintió ojeando aquellos papeles que podían darle la clave de cómo asesinar a Nixon.
Puede que fueran sus enemigos y que era lo propio de esperar de ellos, sin embargo, nunca
imaginó ese escenario. No fue como una traición porque no le debían lealtad alguna, aunque dolió
como si lo fuera.
Siendo incapaz de seguir escuchando, miró a aquellas personas y se dio cuenta que nada había
importado. Ella era un peón en un juego mucho mayor, era el objeto para conseguir una tan ansiada
meta.
No tenía importancia haber sufrido o haber mostrado piedad. Ellos iban a acabar con la única
persona que quedaba en su vida que valía la pena.
—Le diré a Markus que vigile a los demás, esto no puede llegar a oídos de Katariel.
Las palabras de Zachary dolieron en lo más profundo de su alma, como si él mismo le acabase
de clavar un puñal en su corazón. Una parte de sí misma se regañó, era su enemigo y hacía justo lo
que se esperaba de su cargo.
Ella era la hija del adversario, solo eso.
Fue entonces cuando comprendió que en sus manos estaba el avisar a su gente, tenían tiempo
para preparar una ofensiva que detuviera a los Draoids.
Sin mirarlos una última vez, arrancó a correr como si el mundo estuviera ardiendo. No soportó
más la presencia de Molly y Zachary. No quiso pensar en ellos, solo en la nueva misión que el
destino le daba, aunque parecía ser siempre la misma: salvar a Nixon.
Se metió en el bosque, uno tan profundo que debió asustarla, sin embargo, estaba tan
convencida en su objetivo que no se planteó la opción de sentir miedo. Ya tendría tiempo para
eso.
Capítulo 27

Aquel bosque era mucho más espeso y oscuro de lo que recordaba. La verdad era, que la
primera vez que lo cruzó, iba siendo guiada por los Draoids y subida a un camión. Ahora el
camino iba a ser mucho más largo y arduo.
No podía correr sin más, necesitaba un plan y eso fue lo que trazó con las pocas cosas que
tenía para hacerlo. Lo primero que necesitaba era cazar, por lo menos dos o tres animalillos que
poder llevarse para el camino y, después, encontrar el río. Siguiéndolo no le faltaría de beber en
todo el camino.
No estaba armada, aunque esperaba no tener que necesitarlo.
Dejó de correr para calmar su corazón, ya estaba lo suficientemente lejos de Zachary como
para no temer que pudiera darse cuenta que estaba cerca.
Se detuvo en seco para coger aire siendo incapaz de borrar de su mente las palabras de aquel
hombre. Estaban planeando acabar con su prometido, el mismo por el que él la había visto pelear
con uñas y dientes.
Reprimió las ganas de gritar, cambiándolas por lágrimas.
No iba a permitir que llegaran hasta él y mucho se temía que eso significaba tener que
enfrentarse a ellos algún día.
Debía tener la mente despejada para pensar con claridad, los sentimientos sobraban en un
momento como ese. Así pues, tuvo que hacer una bola con ellos y tragarla para apartarlos un rato.
Se tomó un par de segundos para respirar antes de pensar en su siguiente movimiento.
Miró a los árboles, ellos subían y subían como si quieran tocar el cielo, es más, sus copas eran
tan espesas que apenas dejaban pasar la luz del sol como si quisieran que todo lo que viviera
debajo de ellos lo hiciera en noche perpetua.
Subió por uno de ellos, el que le pareció más accesible. Escaló como pudo dándose cuenta de
que no estaba tan en forma como recordaba. Hacer faenas de campo la había dejado un poco
oxidada.
Cuando alcanzó la copa rehusó mirar abajo un instante, necesitaba tomar aliento un momento
para proseguir.
«¡Katariel!».
La voz le produjo en susto de tal magnitud que gritó como si la vida se le escapase del pecho,
de hecho, tuvo que llevarse las manos allí para cerciorarse de que su corazón no había dejado de
latir.
—Mira, vamos a dejar las cosas claras. No te caigo bien y no entiendo lo que quieres decir con
despertar. Si vas a ayudarme sé algo más claro, si no solo te pido que me dejes en paz. Este es un
lugar de paso, voy camino a casa y no tendrás que volver a soportarme. ¿Trato hecho?
Como si el bosque contestase a su petición, una brisa de aire huracanado la empujó tan fuerte
que perdió el equilibrio. Luchó por agarrarse a cualquier lado, sin embargo, cayó sin poder
remediarlo.
Gritó presa del pánico y creyó que iba a acabar aplastada como un bicho antes de que una
enorme rama, con sus respectivas hojas, se colocase debajo de ella para amortiguar el golpe. Una
vez la tuvo, la acompañó hasta el suelo y dejó que bajase.
Katariel reprimió el impulso de besar el suelo.
—¿Esto qué significa?
Al no obtener respuesta se llevó la mano a los ojos.
—¡Podías ser un poco más claro!
Se pellizcó el puente de la nariz, como si ese toque de realidad la hiciera volver en sí durante
un instante.
—Estás hablando con un bosque —se regañó.
No pudo decir nada más, porque el sonido del agua la distrajo. Estaba convencida que hacía
unos minutos no era posible escuchar algo semejante, de haberlo hecho, no hubiera subido a la
copa para tratar de buscarlo.
—¿Ves? Así cuando eres más claro nos entendemos —le dijo al viento como si este fuera el
que hablaba con ella a través de señales.
Caminó ubicándose gracias al sonido, cuando este se alejaba daba marcha atrás para tratar de
encontrarlo en otra dirección.
Le llevó mucho más tiempo del esperado encontrar aquel río, salvo por la diferencia de que, al
hacerlo, se dio cuenta que estaba en la cúspide de una grandísima cascada. Una de la que no
conocía su existencia.
Caminó sintiéndose pequeña ante tanta belleza. Estaba tan alto que parecía una hormiga en un
lugar del mundo tan impresionante que le cortó la capacidad de hablar. Fue hacia al borde, como
si este tuviera algo que mostrarle.
Y vaya que lo hizo.
Cuando llegó pudo ver una caída de agua tan mortal como hermosa, de más de cien metros de
altura, tan imponente que disfrutó del temblor de sus piernas cuando se asomó un poco.
Por mera supervivencia se echó atrás unos centímetros para evitar caer. Ahora lo tenía fácil,
solo debía seguirlo en dirección opuesta al reino Draoid y llegaría a Nislava, esperaba que lo
antes posible.
Giró sobre sus talones encaminándose a encontrar un camino con el que descender esos metros
que la separaban del fondo.
«Katariel». Dijo la voz a su espalda.
Presa del miedo, se dio la vuelta esperando no encontrar a nadie, craso error. Quedó
petrificada al encontrar una figura levitando ante ella.
No gritó, su cuerpo estaba tan bloqueado por el miedo que le fue incapaz hacerlo. Solo pudo
observar con claridad el ser o cosa que tenía delante y supo, de alguna forma, que no se trataba de
una alucinación.
Era una mujer, lo que no era una sorpresa porque siempre había sido una voz femenina. Parecía
una especie de fantasma ya que se podía ver a través de ella, pero también verla.
Llevaba un hermoso vestido de tonos azul cielo que descendía hasta el suelo, no quiso ver si
tenía pies o no, así que, subió para ver algo más. Encontró, con sorpresa, que portaba el mismo
colgante que ella haciendo que una parte de sí misma quisiera salir de allí sin preguntar nada.
No pudo huir, otra parte de Katariel necesitaba respuestas más pronto que tarde y hacía
demasiado tiempo que no sabía nada.
Su cabello largo, pelirrojo y rizado caía elegantemente sobre sus senos y bajaba hasta su
estómago; su flequillo no pudo ocultar aquellos grandes y hermosos ojos verdes que la miraban
sin pestañear.
En un intento de controlar sus nervios quiso contar las pecas que dibujaban su rostro, pero le
fue imposible cuando vio sus generosos labios rojos como la sangre, de una forma tan similar a
ella que le certificó de quién se trataba.
—¿No vas a decirme nada? —preguntó con una sonrisa.
Katariel se llevó los dedos al colgante, lo tocó tres veces como Loretta le indicó y pronunció
su nombre para hacerse visible. Fue algo por cortesía porque estaba convencida de que ella podía
verla.
—Eres tan bonita —anunció contenta.
La princesa negó con la cabeza, no quería mantener una conversación así con algo que,
seguramente, no era verdad.
—¿Qué quieres de mí? —quiso saber Kata.
Cuando la fantasma avanzó no pudo evitar retroceder, no quería tenerla cerca, más bien no
podía. Ella, al comprenderlo, se detuvo en seco y respetó su reacción y decisión, aunque supo que
eso no le gustó.
—Nunca esperé verte.
—Créeme, esto es una sorpresa para ambas —se sinceró Katariel.
No sabía cómo sentirse, no tenía todas las piezas delante, no obstante, eso no le tapaba la vista
de la imagen total.
—Estás muy mayor.
Molesta, se llevó la mano a los bolsillos tratando de pensar bien qué era lo que estaba
ocurriendo.
—¿Qué quieres de mí? Y, por favor, sé clara —escupió molesta.
Eso sorprendió a la fantasma, su rostro mostró una mueca de dolor antes de volver a mostrarse
neutral.
—Cuando te vi en casa no podía creerme la suerte que tenía, llevo años queriendo conocerte.
Katariel se retiró un poco tratando de que esas palabras no le afectasen, no obstante, le resultó
imposible obviarlas porque ella no comprendía el dolor que podían causarle.
—Disculpa, ¿en casa? ¿A este reino le llamas mi casa? Creo que no has mirado suficiente
como para no darte cuenta de que soy una presa. Me han tenido atada a un bonito poste, he hecho
trabajos forzosos y… ¡Espera! He matado a dos personas inocentes, pero, claro, seguro que no te
importa porque eran Nislavos.
La fantasma alzó ambas manos en señal de rendición.
—Creo que no hemos empezado con buen pie, permíteme disculparme.
—¡No! —bramó enfurecida.
No solo se sorprendió la mujer que levitaba, ella misma se quedó unos segundos,
completamente inmóvil, al darse cuenta del dolor que corría por sus venas. Trató de calmarse, no
servía de nada estar enfadada.
—No puedo disculparte. No he hecho más que sufrir desde que nací y tu hogar no me ha tratado
mucho mejor. Yo no pertenezco a este lugar, solo a Nislava, donde conseguiré que mi padre no te
vea cuando me mire. Sé que puedo conseguirlo por mucho que ese hombre carezca de alma.
La fantasma apareció ante ella para acunar su rostro, el toque fue extraño y la erizó de los pies
a la cabeza, pero no permitió que siguiera. Primero trató de empujarla, aunque al atravesarla con
las manos cambió de táctica y se alejó unos pasos.
—Todos te quieren a ti y no soy como tú. Quieren tu fuerza, tu alegría y tus ojos y yo soy una
copia barata de lo que un día fuiste. No me han dejado saber de ti en toda mi vida y, ahora, en
cuestión de unas semanas solo sé lo maravillosa mujer que eres. No importa a dónde mire, todos
te conocen y coinciden en que eres genial y yo solo la hija de ese hombre.
Katariel se rompió.
—No estoy a tu altura y mi nacimiento solo les recuerda tu muerte. No te perdono que me
condenases así.
Ella sabía bien quién era esa mujer, no era más que su propia madre, aunque no tenía claro si
era la real o solo algo que hubiera creado su imaginación en el peor momento de su vida.
—Yo nunca pretendí eso, cielo. Yo solo quise lo mejor para ti, no huvo alegría más grande en
mi vida que saber que venías de camino.
Sus palabras parecían reales, a pesar de eso luchó para que su corazón no las aceptara. Su vida
era una muy distinta y ella no podía llegar tantos años después a romper lo que los demás habían
construido.
—¿Eres mi madre? ¿La mujer que se suicidó al poco de darme a luz? Porque yo, por mucho
que te miro, no encuentro esa señora de la que todos hablan y la que extrañan…
Se giró para evitar encararla.
Ambas estuvieron unos segundos en silencio. Ella deseó que su madre le dijera algo, al no
hacerlo la enfadó todavía más de lo que ya estaba.
—¿Y este colgante? ¡¿Por qué es tan especial?! Dime algo antes de que me explote la cabeza.
¡Quiero respuestas! —bramó al cielo dejando escapar lo que su corazón llevaba pidiendo tantos
años.
La fantasma apareció ante ella, esta vez no pudo rehusar su toque. Dejó que la tomase de las
manos antes de indicarle que tomara asiento, lo hizo sin tener muy claro porqué lo hacía y esperó
no perder el corazón en aquel bosque encantado.
—Sí, soy tu madre. No sabía que era tan especial para los demás y lamento que no vean la
mujer en la que te has convertido, tú me haces sombra a mí.
Acarició su mejilla, pero Katariel se apartó y ella lo aceptó.
—Ese colgante no se hizo para mí. Una noche, embarazada de ti, una visión llegó a mí. Mi bebé
era alguien especial, los dioses me habían bendecido con una de las personas más especiales del
universo, pero eso significaba que necesitaba protección. Yo pedí, por carta, que mi abuelita me
hiciera uno para que cuidara de ti siempre.
Suspiró como si los recuerdos fueran muy dolorosos.
—Pronto descubrí que… Negan no podía tocarme, era como si el bebé repeliese a su padre y
eso lo enfureció. El embarazo siguió su curso y no tardó en descubrir que eras un ser especial,
aunque terriblemente condenado y me dio la peor de las amenazas: te mataría. Al salir de mí
estarías su merced.
Por desgracia eso era del estilo de su padre, sabía muy bien que era capaz de eso y más. A
pesar de todo, no quiso dar veracidad a sus palabras, no quería dejar de verla como la mujer que
la abandonó y por la que la habían castigado toda la vida.
—El día del parto me tocó hacerlo sola en mi habitación, cuando vi tu carita supe que no podía
permitir que te pasase nada malo, así que, decidí darte el colgante. Por desgracia no podías
llevarlo, eras muy pequeña para soportar su magia y se lo encomendé a Malorie, mi doncella. Ella
prometió cuidarte el tiempo que la vida se lo permitiera. Además, cuando llegase el momento, te
lo entregaría y veo que lo ha hecho. Me alegro mucho.
Las palabras flotaron en su cabeza diciéndole muchas cosas. No quiso tratar de descifrarlo
todo a la vez, prefirió hacerlo poco a poco.
—¿Este colgante me protege de mi padre?
—Es capaz de muchas cosas, es cierto, pero no puede librarte de él por siempre. Yo, en un
intento por salvarte, volqué en él parte de mi esencia para cerciorarme que no acababa con tu
vida.
Katariel se llevó la mano al cierre como si quisiera quitárselo, aunque se detuvo sin saber muy
bien cómo.
—¿Tú te suicidaste?
Era lo único que necesitaba saber.
—No, pero se lo puse fácil, es cierto. Al dejar parte de mi energía en tu collar pudo conmigo.
Yo nunca quise dejarte, solo velar por tu bienestar y sabía que él sería feliz de arrebatarme a mi
pequeña.
La historia de su vida daba un giro que provocó que su estómago no lo soportase, trató de
contenerlo en su sitio antes de vomitar todo lo que había desayunado.
—¿Qué soy? ¿Por qué soy especial?
La fantasma suspiró y ella supo que no iba a obtener esa respuesta. Por alguna razón esa era la
única que iban a negarle.
—Ese es un camino que deberás hacer tú misma. Yo no puedo ayudarte, aunque sí he podido
desencadenar un poco esa magia que te persigue.
¿Se refería a los sueños?
La fantasma asintió.
—¿Te llamas Layla?
Rio cuando se escuchó a sí misma decir esa pregunta en voz alta. Estaba claro que se llamaba
así, lo había sabido en el momento en el que la reina madre le dijo el hechizo para hacerse
invisible.
—¿Y por qué ahora?
Layla suspiró, tenía muchas preguntas que hacerle y esperaba que tuviera la paciencia
suficiente como para poder contestarlo todo.
—Me has traído a mi tierra, he podido comunicarme contigo a través de la magia del bosque y
puedes verme porque ya llevas mucho tiempo aquí. Cada día que pasas en Draoid me fortalezco.
Eso significaba que su madre seguía muerta, nadie iba a poder cambiar eso por mucho que se
empeñasen, pero tener comunicación abierta con esa mujer daba un giro al mundo como lo
conocía hasta ahora.
El corazón amenazó con salírsele del pecho y no podía morir en un momento como ese. Tenía
muchas cosas a hacer.
—Yo no puedo ver este sitio como hogar, lo siento —se disculpó Katariel.
No quería decepcionarla, aunque tampoco la conocía. Sabía bien que su aparición quería
marcar un antes y un después y, en parte, lo había hecho, no obstante, debía regresar a casa para
salvar a Nixon.
—Yo no te pido que lo veas así, te comprendo. Quiero que sepas que siento que estés entre dos
aguas, ojalá hubiera podido hacer algo más por ti.
La princesa suspiró, había una pregunta más que la atormentaba desde el primer día. Le había
resultado curioso que no había tenido audiencia con los padres de Layla, ellos no habían ido a
verla a su poste en todo ese tiempo. Y eso tenía muchas interpretaciones.
—¿Quiénes son tus padres? ¿Cuál es tu apellido?
—Creo que eso lo has descubierto tú solita.
Sus sospechas le apretaron el corazón, contuvo el aliento tratando de mantener esa calma
ficticia que no sentía.
—Dímelo.
—Layla Draoid.
Eso significaba muchas cosas, entre ellas que conocía a su abuelo, que no era más que el rey
Gerald, el hombre que la había tratado como un despojo. Eso confirmaba, uns vez más, que nadie
la quería. Excepto Loretta, aquella mujer se había apiadado de su biznieta y la había dejado libre
contra todo pronóstico.
—¿Por qué? ¿Qué viste en Negan?
No era una acusación, solo quiso comprender cómo alguien podía sentir algo por el peor ser de
la tierra.
—Fue por conveniencia, eso daría prosperidad a nuestros reinos y no tuve ni voz ni voto. Creo
que de eso sabes un poco…
Las palabras de su madre le hicieron recordar a Nixon, puede que fuera todo difícil y que
habían conseguido llevarse bien, aunque eso no quitaba que debía casarse con él quisiera o no.
Layla acunó el rostro de su hija y ese contacto le pareció el más humano que había vivido en
toda su vida. Una parte de ella se culpó por creer las palabras de su padre, aquel hombre había
permitido que odiara a la única persona que trató de que ella viviera.
Y lloró, como una niña lanzándose al regazo de su «no corpórea» madre. Ella acarició su
cabello, como debía haber hecho toda su vida, justo lo que le habían arrebatado.
—Todos te quieren a ti y yo no puedo serlo, lo he intentado, pero solo soy yo.
Su madre cuidó de ella, no importaron los minutos que lloró porque ella también lo hizo. Su
hija había sido criada por un monstruo, uno que le había hecho creer que había algo malo en ser
ella misma.
Toda su vida castigada sin tener opción alguna a redención, nunca podría aspirar a remover
piedad en la gente que debía amarla puesto que su familia la veía como la manzana podrida del
cesto.
Layla sintió las lágrimas de su hija hasta en lo más profundo de su alma. No había podido
protegerla como tanto había ansiado, en su defecto la había soltado a un mundo demasiado cruel y
sola.
—Lo siento, mi pequeña… Ojalá pudieras creer que para mí eres perfecta.
Era cierto, Katariel no la creyó.
Capítulo 28

Zachary frunció el ceño cuando, llegando a casa, se encontró con un Gerald más exaltado de la
cuenta y una Loretta indiferente. Eso le indicó que aquella mujer había hecho una travesura ya que
era muy dada a ellas.
—¡No puedo creer que hayas hecho eso! —le recriminó el rey.
No quiso preguntar porque era algo que no le convenía. La experiencia de los años le había
hecho aprender que no era bueno reñir con los reyes, ellos tenían una relación especial y solo se
entendían a sí mismos.
Decidió pasar de largo, solo esperaba que la discusión cesase tarde o temprano y así
mantendría una conversación con el rey.
—¡Este es el reino al que debes lealtad y con eso has ayudado a Negan! —gritó como si así
fuera a tener razón.
De pronto, y a pesar de que la intuición le dijo que no le gustaría descubrirlo, miró hacia el
poste donde debía estar Katariel. Sí, ese «debía» era correcto, ya que no había ni rastro de ella.
Lo primero que hizo fue creer que había una explicación lógica para aquello, tal vez no hubiera
regresado del campo, aunque ya era bastante de noche o puede que le hubieran asignado una nueva
tarea.
—¡Es tu nieta! Y no tengo que justificar mis actos. De haber sido tu hija todo hubiera
cambiado, pero no ella, es tan sangre tuya como la de esa niña y siento que el dolor te ciega de tal
forma que has olvidado amar.
Él quiso irse de allí, de verdad que lo intentó; no contó con que ellos ya lo habían visto y no
tenía escapatoria alguna.
—Zachary, te necesito. Organiza una partida de caza. Mi madre ha dejado ir a la prisionera.
El suelo tembló poco después de que el rey pronunciase esas palabras. Supo entonces que la
reina madre estaba mucho más enfadada de lo que parecía y que era prudente no tentar a la suerte.
—No es un conejo, es una niña —se quejó Loretta.
—No es una niña, es una mujer y una fugitiva, se la tratará como se merece por atreverse a huir.
No iban a llegar a un consenso y eso solo podía hacer explotar todo su alrededor, alguna vez
había sucedido. Ella podía ser algo visceral con sus sentimientos y no sentía temor alguno a
exponerlos.
Tenían visiones del mundo muy opuestas, como si su hijo fuera totalmente diferente a ella.
—Si me permitís el atrevimiento, me gustaría proponer cazarla yo mismo, sin necesidad de un
equipo de búsqueda. Así podré garantizar que no sufrirá daño alguno.
La petición volvió a hacer que discutiesen sobre los términos, al rey no le importaban mucho
las formas, solo la quería de vuelta y Loretta ansiaba ganar tiempo para que ella pudiera llegar a
Nislava.
—Vete ya —ordenó Gerald.
Zachary asintió, pero no fue capaz de proseguir porque la reina madre le cortó el paso con su
bastón, así pues, con calma y paciencia la miró esperando que le dijera algo.
—Es a niña ha sufrido bastante, no añadas más a su cuenta —suplicó.
—Regresará sana y salva.
Supo, por cómo gesticuló, que no deseaba volverla a ver allí en el reino. El corazón noble de
aquella mujer había dejado libre a la princesa, la cual tenía ya bastante ventaja.
Debía darse prisa.

***

Sabía que aquella decisión no había gustado a muchos de sus hombres, los mismos que se
amontonaban en la puerta de su casa esperando a que saliera.
Suspiró antes de acabar de coger su mochila, no tenía ganas de lidiar con ellos, solo de salir
cuanto antes a buscar a aquella joven. Él tenía cierta ventaja porque conocía aquel bosque como la
palma de su mano.
Abrió la puerta esperando la ronda de quejas que le esperaban.
—Voy contigo —sentenció Markus convencido.
Zachary negó con la cabeza, él iba a ser el único que iba a darle caza y no iba a dejar que otros
entraran en el juego.
Sabía bien de lo que eran capaces algunos de sus hombres y que podían aprovechar cualquier
distracción para hacerle daño. No creía que Markus se lo hiciera, no obstante, tampoco lo quiso
en el terreno.
—No, esta caza es mía.
—Entre los dos podemos dar más rápido con ella.
No había palabras en el mundo que pudieran convencerle de que cambiase de opinión.
—Markus, quédate al mando en mi ausencia, pero cuidado con extralimitarte. No quiero a
nadie en ese bosque hasta que regrese con la chica —ordenó.
Supo, por su suspiro, que no estaba satisfecho con su decisión, él siempre quería formar parte
de todo y valoraba su entusiasmo, aunque esa vez debía dejar que se encargase a solas.
Todo pareció estallar, fue como si las voces comenzaran a solaparse una sobre la otra. Había
diez o doce personas hablando a la vez, dándoles los motivos por los cuales creían que hacían
bien acompañándole.
Zachary no pudo soportarlo más y chasqueó los dedos dejando que un rayo impactase en el
suelo. Justo cuando alcanzó tierra el sonido provocó que todos callasen al instante y se quedaran
mirando el socavón que acababa de crear.
—He dicho que voy solo y el próximo que diga algo del tema estará limpiando letrinas un mes
—amenazó.
Eso fue suficiente para que se dispersasen, ya no quisieron discutir su decisión. Todos, salvo
uno, se marcharon a casa a la espera de que su jefe no cumpliera con su amenaza.
—Lo tuyo con esa mujer es personal, ¿no? —preguntó Markus.
Zachary puso los ojos en blanco y decidió arrancar a caminar, eso sí, sabiendo que él lo seguía
de cerca.
—¡No digas tonterías! —exclamó sorprendido con su pregunta.
Pero su compañero no pensaba dejarlo estar y no es que fuera una sorpresa. Sabía lo
persistente que podía ser si se lo proponía. No importaba lo mucho que él se negase, sabía bien
que lo iba a seguir hasta la entrada del bosque.
—Desde que te encontré en las tumbas tratando de reanimarla algo ha cambiado contigo. Ha
sido sutil porque tratas de ser una roca, pero yo lo veo.
Zachary tuvo que detenerse para encararlo, no necesitaba un psicólogo en aquellos momentos,
solo un amigo que no hiciera preguntas. También era consciente que aquella conversación iba a
repetirse hasta que soltase prenda, lo conocía bien.
—Sueño con ella desde ese día. Lo peor es que veo cientos de Katariels decir mi nombre para
después morir una y otra vez. Eso cada noche sin excepción, creí que al marcharme y poner
distancia la cosa se arreglaría, sin embargo, notarás por mi alegría que no es así.
Markus se quedó petrificado.
—¿Te gusta?
Solo él podía llegar a una respuesta tan simple. Podría haberle contado los horrores del mundo
que sacaría una pregunta totalmente ajena a lo dicho.
—No, no me gusta. Los sueños son producto de algún embrujo o hechizo por su parte y tengo
que hacerle entender que necesito que deje de hacerlo.
Reanudó la marcha con su fiel compañero.
—Yo… no creo que ella tenga magia —se sinceró Markus.
Lo peor es que él tampoco lo creía. Había dado tantas vueltas al tema que solo había podido
llegar a esa conclusión, nadie del reino podía estar tratando de volverle loco de esa forma.
—Es la explicación más sencilla y, por ahora, la que más sentido tiene.
Llegó el momento de separarse, uno que debía hacer sin ceder en que lo acompañase. Miró a su
compañero dejándole entender que no iba a venir por mucho que lo intentase.
—Espero que cazarla te solvente muchas dudas, aunque buscaré algo de información sobre eso
—explicó Markus.
Zachary asintió con una media sonrisa.
—Solo vamos a jugar al gato y al ratón y sabes lo mucho que me gusta ese juego.
Todos sabían que era de los mejores rastreadores del reino, además, sentía una debilidad con
acorralar a la presa. Le gustaba hacerles sentir que ya eran libres para después capturarlos.
Y, después de escaparse, era lo único que merecía Katariel.
—Dos días, si se alarga un poco más te dejo venir a buscarme —dijo.
Markus aceptó el trato como si se tratase de una apuesta, chocaron las manos sellando el pacto
y dejó que se fuera.
Ahora el bosque era el terreno de juego y él no pudo evitar sonreír cuando notó la adrenalina
expandirse por todo su cuerpo a toda velocidad. Sí, le gustaba lo que estaba a punto de hacer.
Capítulo 29

Su madre desapareció poco después dejándole el corazón hecho pedazos. Conocerla había sido
algo demasiado fuerte como para soportarlo y cambiaba mucho lo que creía saber.
Dolía saber que su vida había sido montada sobre mentiras, una sobre otra hasta ocultarle casi
todo. Ahora sabía algo más, pero eso no lo hacía más fácil. Era como una espina más en su alma,
Ella era el daño colateral de su padre.
Después de casi toda una vida creyendo que su madre, de la cual no sabía ni el nombre, la
había abandonado, conocer que hizo el acto más puro de amor era demasiado.
Una parte de ella no quería conocer todo eso, como tampoco que Gerald era su abuelo.
Llevaba horas caminando y si a eso le sumabas que su mente no podía dejar de pensar daba un
resultado de agotamiento máximo. Necesitaba descansar un poco antes de seguir el camino hacia
Nislava.
Tenía que ayudar a Nixon, salvarlo de aquellos hombres que querían acabar con su vida. El
resto no importaba, tampoco su padre, al que no tenía ni idea de cómo reaccionaría al verla.
Sus últimos instantes habían sido algo más que tensos, lo que le hizo recordar su querida
Malorie. Ella había sido su doncella, al igual que la de su madre, eso contestaba tantas preguntas
que sintió rabia.
Aquel sentimiento era demasiado fuerte como para dejarlo estar, todos conocían quién era
menos ella misma. Estaba ciega en un mundo que ya la había juzgado y condenado de por vida.
Decidió detenerse, no pasaría nada por un par de horas. Así pues, subió a un árbol, tratando de
pasar desapercibida, cuanto más alto estuviera más difícil sería avistarla. Se sentó en la rama más
ancha que encontró, no sin antes cerciorarse de que soportaba su peso.
Quiso pensar en cientos de cosas, en todo lo que acaba de descubrir, pero el cansancio decidió
ganar la batalla.
El sueño, como era costumbre, comenzó en un bosque muy similar ese. Esta vez no llegó
Zachary, por lo que dedujo que él no estaba dormido en aquellos momentos. Así que todo pasó
demasiado rápido, las imágenes se atropellaron unas a las otras sin control hasta acabar cayendo
al agua.
Esta vez no peleó por nadar, únicamente dejó su cuerpo laxo produciendo que flotase y se
relajó en aquel remanso de paz. El fondo podía ser muy profundo y aterrador, pero si algo había
aprendido era que se trataba de su sueño y en él ya podía tener algo de control.
De pronto sus instintos la alertaron, necesitaba despertar con urgencia. No tuvo más remedio
que gritarse a sí misma que abriera los ojos. No lo consiguió a la primera, ni a la tercera, al final
alcanzó su objetivo.
Era noche cerrada, la luz de la luna apenas lograba colarse entre las ramas de los árboles, pero
eso no impidió que pudiera ver su alrededor.
Todo estaba en calma, algo que no la sorprendió. Las criaturas de ese bosque dormían
plácidamente ajenas a que ella estaba ahí. No es que su presencia tuviera que perturbarles.
De pronto miró abajo y una sombra la advirtió.
No estaba sola.
La compañía en un lugar como ese no era bien recibida, así que, no tuvo más remedio que
ponerse en pie lentamente y tratar de salir de allí sin que fuera lo que fuese la viera.
Un traspié tuvo la culpa, cuando quiso saltar de un árbol al otro no calculó lo suficiente y cayó
sobre una rama demasiado endeble que se partió con su peso. Cayó unos centímetros antes de
poder sostenerse en otra, no obstante, ya era demasiado tarde.
Acababa de advertir a quién hubiera abajo que estaba ahí.
—¿Nunca te enseñaron a ser sigilosa?
La voz de Zachary le produjo un vuelco al corazón. Luchando todavía por mantenerse sobre el
árbol sin caer, tiró de su cuerpo hasta quedar encima de la rama. Solo cuando tuvo estabilidad se
centró en buscarlo con la mirada; para su sorpresa no lo encontró.
¿Cómo había dado con ella tan rápido?
—Tienes dos opciones disponibles: bajar, ser buena y regresar a tu poste o correr, enfadarme y
que todo se vuelva mucho peor. Te dejo elegir.
La idea de entregarse podía estar bien, sin embargo, ella no era de las que se rendían tan
fácilmente. Todavía no la había alcanzado y tenía una posibilidad de despistarlo.
Ante su falta de respuesta él decidió volver a insistir.
—¿Qué eliges?
—Que te follen —contestó enfadada antes de tocar el collar y hacerse invisible.
Si quería jugar podían hacerlo con un poco de igualdad de condiciones, él tenía poderes y ella
podía no ser vista.

***

Zachary estuvo enfadado todo el camino, aquella mujer había sido una descuidada. Sus huellas
se podían ver con claridad, no había tenido el más mínimo interés en esconder su rastro y eso era
algo imperdonable.
Para su sorpresa no tuvo que buscar durante muchas horas para encontrarla dormida en la copa
de un árbol. Hubiera sido una buena idea de no ser por la cantidad de huellas que lo llevaban
hasta ella.
Hasta un niño pequeño hubiera dado con su paradero.
—Que te follen —contestó enfadada.
La vio tocar su collar y desaparecer en la oscuridad de la noche.
La travesura de Loretta había ido más allá de dejarla ir. Realmente había deseado que
regresase a casa, algo que él no iba a permitir.
Ruidosa como un rinoceronte, saltó a otro árbol y, esta vez, sí que calculó bien.
Dos altos más hicieron que aquello pasara a ser una persecución en toda regla. Zachary,
atónito, no pudo más que perseguir el sonido para saber hacia dónde se dirigía.
Mientras uno corría el las alturas, el otro lo hacía en el suelo. Justo cuando se cansó de
perseguirla lanzó un choque de energía hacia donde ella estaba. La copa del árbol saltó por los
aires convirtiéndose en mil astillas.
La escuchó gritar un poco antes de lograr cogerse a otro árbol.
Siempre había admirado aquel lugar, pero en aquel momento le parecía poco práctico que
estuvieran tan juntos.
De pronto una gran rama cayó muy cerca de él, por suerte logró saltar y esquivarla a tiempo.
—¿Planeas matarme? —preguntó sorprendido.
Ella, que no pudo permanecer callada, dijo:
—No, solo noquearte un poco, aunque pensándolo bien, tampoco estaría mal matarte.
Zachary sonrió ante la sinceridad de sus palabras.
—Te noto algo enfadada, ¿es porque te he encontrado? —preguntó él deseando jugar.
Katariel se detuvo a tomar aliento, la pudo escuchar a bastantes metros de altura sobre él, pero
fue incapaz de calcular en qué árbol se encontraba en aquel instante ya que el eco hacía rebotar el
sonido en todas las direcciones.
—¡Qué perspicaz eres! Pero no aciertas en los motivos —contestó.
Al menos acababa de obtener una respuesta, ella estaba enfadada, aunque no le importaba
demasiado. No había venido al bosque a hacer de psicólogo, solo a cazarla, tirarla sobre sus
hombros y llevarla de nuevo al reino donde su abuelo quería exponerla cual trofeo.
Tres segundos más tarde arrancó a correr de nuevo y eso le dio una pista bastante fiable de por
dónde se movía.
No se lo pensó, comenzó a lanzar choques de energía volatilizando los árboles uno tras otro
con la esperanza de golpear el siguiente salto de la princesa. Ella no iba a sufrir daño alguno, pero
sí su alrededor o puede que se llevase algún rasguño.
Al final logró hacer lo que buscaba, hizo pedazos su siguiente salto y ella cayó al vacío. Ese
fue su momento, hizo levitar todo su alrededor con la esperanza de que así la cogía a ella.
Al no escuchar golpe o queja supo que la tenía en sus garras. Sonrió gloriosamente.
Zachary chasqueó los dedos y ella estaba lo suficientemente cerca como para hacerse visible.
Era un hechizo complicado y nunca le encontró utilidad alguna, lo que no sabía es que pasarían
años hasta usarlo.
Solo cuando clavó la vista en ella pudo darse cuenta de que su collar ya no funcionaba.
—No jugamos en igualdad de condiciones —se quejó Katariel.
Zachary se encogió de hombros sin señal alguna de arrepentimiento.
—Una lástima —comentó sin más.
Esperando que ella tomase la dirección opuesta a la suya, se preparó para seguir corriendo tras
ella al mismo tiempo que avanzó hacia su posición. La sorpresa lo golpeó cuando, la joven, tras
negar con la cabeza, tomó impulso antes de saltar y caer justo contra él haciéndole un placaje.
Los dos cayeron al suelo sin remedio.
Katariel, aprovechando la sorpresa, le golpeó con su puño en la mejilla. Este gruñó, pero no de
dolor, más bien de rabia.
Empujándola se la quitó de encima, la proyectó a pocos centímetros de él y, cuando quiso usar
magia para atarla, ella se lanzó al suelo y rodó antes de golpearle con sus piernas en los tobillos.
Una vez lo tuvo contra el suelo quiso levantarse y huir, pero no contó con que el guerrero la
tomase del pantalón. La bloqueó contra el suelo para colocarse sobre su espalda e inmovilizarla.
—Hasta aquí has llegado —le dijo sonriente.
Katariel se revolvió fuertemente, trató de darle algún que otro cabezazo que él esquivó.
Al final, cuando parecía que se rendía, la suerte quiso que alcanzase una piedra de grandes
dimensiones y lo golpease duramente en el costado. Fue solo un instante, aflojó su agarre un breve
segundo que aprovechó para ponerse en pie y arrancar a correr.
Zachary no tardó en seguirla y se sorprendió de lo ágil que era esa mujer. Necesitó lanzar su
mochila para sentirse más ligero y ser capaz de darle caza.
De pronto, cuando ella se deslizó por debajo de una raíz y él decidió saltarla, dejó de
escucharla. Paró en seco para tratar de poner sus instintos en alerta, estaba convencido de que no
iba a tardar en sacarse un nuevo truco de la manga.
—¿Molly la chupa bien?
Aquella pregunta lo sorprendió, caminó hasta donde creyó que había venido el sonido y no la
encontró. Miró al suelo buscando huellas para cerciorarse que, cuando quería, sabía ocultar su
rastro.
Así que inició el plan B.
—No me puedo quejar —contestó enfadándola.
Lo supo en la forma en la que ella bufó.
—No te pega —escupió.
Nunca le había interesado Molly como pareja de ningún tipo, ella y él funcionaban bien cuando
se trataba de trabajo y no quería llevar esa relación a otras partes de su vida, sin embargo, no
pensaba decírselo a la princesa.
—No, claro que no. Me pega más follar con cierta princesa esquiva y descuidada —dijo
estirando el brazo a modo de barrera.
Justo ahí impactó con el estómago de Katariel haciéndola rebotar y caer al suelo. Había dado
con ella por un leve crujido. Aprovechó su sorpresa para hacerse con el control de la situación,
aunque no esperó que le golpease las rodillas para hacerlo caer.
Aprovechó aquel instante para caer sobre ella y se recuperó a toda velocidad para cubrirla por
completo. Fue ahí cuando interceptó sus muñecas y las dejó clavadas al suelo con sus manos.
—No vas a follar conmigo, antes te haría comerte tu propio miembro —comentó la joven
tratando de liberarse.
Zachary sonrió mirándola a los ojos.
—Creía que esto iba de darnos placer mutuamente.
Katariel y sus trucos lo sorprendieron de nuevo. Con una sorprendente elasticidad, logró subir
la rodilla colocándola entre ambos lo suficiente como para hacer palanca y quitárselo de encima.
Él gruñó cuando la vio alejarse de nuevo y dejó que un choque de energía saliera de sus dedos.
Este golpeó justo al lado de Katariel, la cual gritó presa del pánico antes de desaparecer en la
oscuridad de la noche.
Ante tanto silencio, ya que solo pudo escuchar su propia respiración, Zachary se temió lo peor
y esperó no haberla matado.
—En parte sí va de darnos placer, yo sentiría un placer enorme si una de las ramas te diera,
pero aquí sigues respirando —comentó ella haciéndole sonreír.
Aquella mujer seguía con vida.
—Por cierto, casi me matas y no creo que eso le gustase a Gerald —le regañó.
Zachary asintió. Había estado cerca de acabar con ella y ese era el peor escenario posible,
también debía reconocer que nunca antes se le habían resistido tanto y la pelea le resultaba
excitante, no obstante, tendría más cuidado a partir de ese momento.
Eso no había hecho nada más que comenzar.
Capítulo 30

—No te recuerdo así —se quejó Zachary cuando pararon de correr unos pocos segundos y
tomar aire.
Aquel juego del gato y el ratón duraba demasiado, ella había logrado escabullirse y fundirse
con la noche, sin embargo, la podía oír cuando avanzaba. Él era bueno cazando y siempre acababa
dando con su escondite, así que, solo quedaba seguir cansándola hasta poder alcanzarla.
—No, porque era una rehén y quería mantener mi pellejo en su sitio —contestó desde las
alturas.
Ella había vuelto al plan original de mantenerse en las copas de los árboles y él no iba a dudar
en derribar todo aquel maldito bosque de ser necesario.
—Ahora no es que tengas la sartén por el mango —le recordó Zachary.
Era cierto, aunque tampoco podía decirse que él tuviera demasiada ventaja. Para tener de su
lado la magia no estaba pudiendo sacarle todo el partido posible porque tenía que concentrarse en
no romperle el cuello.
—¿Sabes? —preguntó Zach—. De haber sabido que eras así hubiera follado contigo mucho
antes.
Se la imaginó poniendo los ojos en blanco.
—Eres idiota —escupió ella.
La verdad era que aquella mujer le parecía muy divertida. Sacada de esa imagen de rehén
desvalida se escondía una persona fuerte y mordaz. La lástima era que estaban destinados a
odiarse.
Ese era su derecho de nacimiento, por nacer en reinos distintos.
—Seguro que estás acostumbrado a que se te pongan a cuatro patas para follar.
Las palabras de Katariel, mientras corría, lo sorprendieron. Por una parte, no tenía sentido
mantener esa conversación, aunque por otra la estaba encontrando la mar de interesante.
—Puede y no me quejo. Tú, en cambio, no pareces haber follado mucho. ¿Lo has hecho con
Nixon?
Una rama cayó a muy pocos centímetros de su cabeza, una capaz de haberlo asesinado.
—No-digas-su-nombre —amenazó Katariel abriendo la caja de los truenos.
Fue cuando comprendió su enfado, esa era la cuestión y él no se había dado cuenta en todo ese
tiempo.
—¡Oh, vaya! Así que es por eso. Nos escuchaste. Esto es una guerra y gente como él debe
morir.
Una segunda rama estuvo muy a punto de alcanzarle, eso le hizo comprender que ella estaba
muy enfadada con esas palabras. Estaba claro que aquel tema era demasiado importante.
Si con eso lograba desestabilizarla y acabar con aquella persecución, lo usaría sin tener
remordimiento alguno.
—Voy a pensar que quieres matarme… —canturreó.
Siguieron corriendo, esta vez sin hablarse, comprendió que nombrar a Nixon la afectaba mucho
más de lo esperado. Sin embargo, allí había ido con un único objetivo y eso era lo que no debía
perder de vista.
Conocía el bosque, así que usó un poco su ventaja para, a través de choques de energía, guiar a
Katariel hacia una de las cuatro cascadas. No era la más alta, pero su altura podía dar miedo y así
parar en seco la huida de la muchacha.
Después del último salto ya no quedaron árboles a los que agarrarse y, a pesar de eso, se dejó
caer a más de seis metros de altura.
Él no pudo permitir que se estrellara contra el suelo. Poniendo a prueba su magia a tal
distancia, logró alcanzarla y llevarla con los pies en la tierra lentamente.
Aprovechando que la tenía atrapada la colocó contra el suelo, no lo hizo de forma suave, no
supo hacerlo. Una vez ahí, colocó su rodilla en la base de la espalda; ahí acababa su carrera.
—No esperarías que fuera blando contigo —dijo cuando ella gimió al tomar sus muñecas y
echarlas a la espalda.
No podía fiarse, se lo había demostrado con creces.
—No, ya he notado lo blando que lo tienes y, la verdad, es una birria.
Zachary rio, la verdad es que era mucho más ocurrente de lo que hubiera esperado en un
principio.
—¿Por qué hablamos tanto de follar? —preguntó algo sorprendido.
Sorprendentemente ella dejó de forcejear, se mantuvo inmóvil en el suelo mientras él buscaba
la forma de mantenerla bajo control.
—Tú sacaste el tema —lo acusó.
Hizo memoria.
—No es verdad, princesita, lo sacaste tú.
La sentó con las manos a la espalda, fue entonces cuando se fijó que tenía algún rasguño en los
brazos. Pasó los dedos sobre las heridas para certificar que no eran graves, sobreviviría.
Entonces se fijó en que su ceja sangraba y chasqueó la lengua, nunca había querido dañarla,
pero no se había puesto nada fácil. Lo único que no le gustó es que aquella herida requería un par
de puntos y para eso debía volver a encontrar su mochila.
—Levanta, tenemos camino que recorrer.
Katariel lo hizo, no sin antes echar la vista atrás para contemplar el enorme lago que
compartían con Nislava. La imagen era sobrecogedora y no solo por la altura, medio lago estaba
congelado, con una capa tan gruesa de hielo que tenían que romper con pico. Ese era el invierno
perpetuo al que habían sido condenados.
Había estado a un paso de volver a casa, después de esas aguas estaba su reino, su hogar; un
poco más y lo hubiera logrado.
—No envidio tu reino, es un milagro que podáis seguir con vida —confesó Zachary.
Lo siguiente pasó tan rápido que casi no fue capaz de comprenderlo. Tan pronto tenía a Kata
ante él mirando a su espalda, como giró sobre sí misma colocándose de espaldas. Ahí fue cuando
se impulsó de tal forma que lo empujó hasta hacerlo caer.
—¡Katariel! —bramó con fuerza.
Y, como si de un pájaro se tratase, corrió hacia aquel enorme acantilado y saltó sin pensárselo
dos veces.
La caída fue brutal, cayó a plomo completamente erguida entrando al agua con los pies tan
juntos que parecía como si fuera a caminar de puntillas. No gritó ni una sola vez, aceptó lo que
acababa de decidir hasta hundirse en las aguas oscuras, profundas y heladas de aquel lago.
Puede que la zona que tocaba con Draoid no estuviera congelado, pero eso no quitaba que las
temperaturas fueran brutalmente frías.
Zachary se asomó al borde esperando verla salir. Necesitaba cerciorarse de que estaba con
vida antes de poder pensar su siguiente movimiento, aunque este fuera bajar y estrangularla.
Recordó entonces que a la locura de tirarse había que sumarle que estaba maniatada, lo que
hizo que negase con la cabeza siendo incapaz de comprender lo que acababa de hacer.
Un par de segundos después, sin salir, solo pudo tomar una única decisión: saltar.
Y lo hizo con la esperanza de encontrarla con vida, así podría darse el lujo de matarla después
por todo lo que había causado.
No dudó en dar el paso, lo hizo sin dejar que sus instintos le gritasen que estaba loco. Solo
cuando la sensación de gravedad lo envolvió, logró tener un único pensamiento: aquella mujer
estaba loca.
Rompió la superficie del agua con los pies y se hundió a mucha velocidad a causa de su peso.
Pasados unos instantes luchó con los brazos y los pies para salir de aquel lugar. El frío era tal
que fue como si cientos de agujas se clavasen en cada centímetro de su cuerpo, casi bloqueándolo.
Luchó porque tenía mucho por vivir y a una princesa a la que poner sus manos encima.
Que Gerald le perdonase porque tenía algo que tratar con aquella loca.
Solo cuando sacó la cabeza del agua alcanzó a respirar llenando sus pulmones de aire. Desde
arriba el lago parecía mucho más pequeño de lo que lo era, ahora era lo único que venía a su
alrededor.
Katariel no estaba, eso fue lo más preocupante.
Se zambulló para tratar de encontrarla, a pesar de lo oscuras que eran esas aguas tenía que
encontrarla sí o sí.
Con vida.
Capítulo 31

Para Katariel, entrar en el agua fue como volver a casa, como si la hubiera estado esperando
toda una vida sin saberlo. Se hundió dejando que los problemas se fueran flotando y, cuando pensó
que no saldría, descubrió que podía hacer un alto en el camino y seguir peleando.
Había escuchado a Zachary gritar su nombre cuando ya era demasiado tarde, ya había saltado
dejando que la suerte hiciera el resto. Si algo había aprendido en todo ese viaje es que, si
peleaba, podía conseguir todo lo que se propusiera, de lo contrario solo conseguiría quedarse con
las dudas.
Logró pasar las manos, que seguían atadas a su espalda, hacia delante sorteando las piernas y
abrió los nudos usando la boca. Justo después logró nadar hasta sacar la cabeza del agua para
llenar los pulmones de aire.
Lo hizo a toda velocidad, sabía que Zachary no iba a dudar en seguirla y quiso aprovechar
cualquier mínima ventaja que tuviera a su favor. Aprovechando la oscuridad de las aguas se metió
entre ellas y nadó lo más rápido que pudo.
Puede que él conociera el bosque, sin embargo, ese lago era su terreno de juego. Había
entrenado allí con Nixon cientos de veces y, como travesura, habían nadado al lado Draoid hasta
conocérselo al dedillo.
El guerrero se tiró al agua poco después y, aunque llevaba bastante ventaja, no quiso
entretenerse y perderla.
Las aguas frías entumecieron sus músculos, algo que no le importó. Pensaba llegar al otro lado,
a su casa y librarse de aquel hombre durante una buena temporada.
Una de las veces que quiso subir a coger aire chocó con una fina capa de hielo, certificando
que estaba en territorio Nislavo. Con una sonrisa triunfante en los labios golpeó con el puño para
romperlo y poder respirar.
El frío le heló la cara y ella sintió el impulso de reír, aquel lugar era su hogar.
Nadó hasta alcanzar la orilla, justo al salir la nieve cedió bajo su peso y se hundió; fue un
detalle simple que le hizo recordar mil cosas. Jamás hubiera imaginado echar tanto de menos
aquel reino.
Corrió, siendo consciente de que necesitaba estar en movimiento para no morir de hipotermia.
No llegó muy lejos ya que, al avanzar unos metros, pudo ver una moto en el suelo.
Con la respiración y el corazón agitados, llegó hasta ella reconociendo perfectamente el
modelo, la marca y la matrícula. Fue entonces cuando creyó que iba a desmayarse allí mismo.
—¿Nixon? —preguntó al viento mientras miraba a todos lados buscándolo.
Encontró unas huellas recientes, unas que iban hacia el mismo lago del que acababa de salir y
eso no era una buena noticia.
Zachary estaba en esas aguas.
Desesperada, corrió deshaciendo el camino hecho hasta entonces, necesitaba encontrarlo antes
de que el enemigo lo hiciera. No podía regresar a casa sabiendo que a él podía pasarle algo malo.
No tardó en verlo, estaba agachado en el agujero que había hecho ella para salir de aquellas
aguas.
—¿Katariel? —preguntó Nixon al aire sin verla.
La joven jadeó al sentir su voz, fue como si la escuchase después de años y le produjo un
escalofrío. Tembló siendo incapaz de dejar de mirarlo, ahí estaba después de tanto tiempo.
Era justo el momento que deseaba, solo tenía que alzar la voz y salir de allí a toda prisa.
Tomó aire y, cuando fue a hablar, una mano cayó sobre sus labios tapando por completo su
boca. Otra, mucho más ruda, se enroscó en su cintura y tiró de ella hacia atrás hasta esconderla
entre la maleza.
—No se te ocurra gritar —amenazó Zachary a su oído.
Katariel se revolvió buscando la forma de liberarse sin conseguirlo, gruñó enfadada sabiendo
que aquello no podía acabar bien.
—Vas a venir conmigo y ahora no vas a escaparte.
Él no pudo verlo, pero puso los ojos en blanco, hasta trató de morderle la mano para liberarse;
tal vez entre ella y Nixon podían noquear a Zachary lo suficiente como para correr lejos.
—Mira, hoy estoy generoso. Vamos a hacer un trato. Hoy no muere y tú vuelves conmigo.
Katariel valoró la posibilidad, pero la rehusó negando con la cabeza y eso firmó la condena de
Nixon.
La mano que la tenía sujeta por la cintura se movió unos centímetros, fue algo muy leve, aunque
supo que lo suficiente como para hacer un hechizo. Y ahí, con horror, contempló como apareció
una cuerda alrededor del cuello de Nixon, la cual se envolvía y apretaba.
La joven, desesperada, se revolvió luchando por liberarse. Él no podía morir delante de sus
narices sin poder hacer nada.
—¿Aceptas el trato o sigo apretando? De ti tengo órdenes de no matarte, pero él puede morir
—preguntó Zachary en su oído.
No quería aceptar, pero tampoco quería perder a Nixon. Él, luchando con la cuerda que le
cortaba la respiración, ya había caído al suelo y comenzaba a peligrar su vida. Decir «no» era una
inconsciencia, así que, con el corazón roto, tuvo que aceptar.
Aferrándose al brazo del guerrero, el que tapaba su boca, asintió.
La cuerda cayó al instante produciendo que él luchase por respirar, jadeó con dolor llenando
sus pulmones con oxígeno. Tosió, mucho, lo hizo durante unos minutos, los mismos que Katariel
dejó que las lágrimas manchasen su rostro hasta acabar en la mano de él.
Fue allí cuando quitó la mano de sus labios sabiendo bien que no haría nada que pusiera en
peligro la vida de Nixon.
—¿Cómo sé que no le harás daño? —susurró la joven.
—No lo sabes y tendrás que fiarte de mi palabra —contestó en su oído.
El agarre de su cintura pasó a su brazo, tiró de su cuerpo llevándosela lejos. A pesar de estar
en suelo Nislavo, iba a tener que volver a Draoid siendo la rehén que era. De nada había servido
luchar sin parar.
Apenas unos pasos la separaban de Nixon, los más largos de su vida. A pesar de todo, él
seguía con vida y eso era lo importante. Ella siempre lo antepondría en cualquier situación.
Caminó porque no le quedó remedio alguno, se dejó guiar a través de la maleza en un intento de
no levantar sospechas. No querían alertarle, ni tampoco a los soldados que seguro habrían ido con
él.
El corazón de Katariel se rompió un poco al descubrir que había estado a un paso de la
libertad. Solo un instante la separaba de poder abrazar a Nixon, ahora solo podía verlo mientras
ella comenzaba el camino de regreso a Draoid.
Echó una vez la vista atrás y se lamentó por no gritar su nombre, si lo hacía lo ponía en peligro.
A pesar de que no quiso se rindió. Zachary acababa de ganar y ella había perdido una vez más.
No había forma de que el destino le diera una tregua, no era posible que le pudieran salir las
cosas bien.
Y su interior gritó en rebeldía.

***

Solo cuando se alejaron unos kilómetros, Zachary se detuvo permitiéndole respirar un poco.
Estaba cansada, mojada y con el corazón hecho pedazos, a pesar de eso decidió no quejarse.
No iba a darle la oportunidad.
—Después de la charla es raro no volver a sentirte. Con lo divertida que me parecías tratando
de matarme.
Ella puso los ojos en blanco.
—Dame la oportunidad y verás la fiesta que monto bailando sobre tu tumba —contestó
totalmente encolerizada.
Él no pudo evitar echar la cabeza atrás y reír a carcajada llena.
—Ahora ya sí eres como recordaba.
Decidió no seguirle la corriente, prefería quedarse en silencio y no darle el gusto. Si quería
reír era mejor que no fuera de ella. Respiró profundamente con los puños apretados, no quería
volver a caer en ninguna provocación.
—Tengo una pregunta en mente…
Katariel puso los ojos en blanco, prefería que se ahogara con su propia respiración a que
siguiera hablando. Estaba claro que había encontrado su punto débil y que iba a explotarlo al
máximo: Nixon.
No contestó esperando que lo entendiera, no obstante, estaba claro que él ya había encontrado
un objetivo y que pensaba ser como un perro con un hueso. No iba a soltarlo en mucho tiempo.
—¿Os queréis porque sois compatibles o porque os han dicho que acabaréis juntos?
No iba a contestar ninguna tontería que saliera por su boca.
Y eso lo divirtió mucho más.
—Pensándolo bien, si yo tuviera que verme en esa situación, buscaría la forma de llevarme
bien con esa persona. Es mucho mejor así que pasar el resto de la vida peleando.
Quiso contestar mordazmente, pero recordó que no iba a darle el gusto.
Él la miró de reojo con una sonrisa dibujada en los labios. Estaba claro que estaba haciendo
todo aquello para hacerla saltar. Comenzaba a ver que su crueldad no tenía límites.
No le había dejado llorar como se merecía la pérdida de su libertad. Había sido amenazada
con la muerte de un ser querido y, encima, la arrastraba hacia el otro lado del mundo sin opción a
defenderse.
—Estoy convencido de que ese Nixon ni siquiera sabe besar.
Esa ya fue la gota que colmó el vaso, podía meterse con ella, pero aquello era cruzar una línea
roja que no sabía que tenía. Esas palabras provocaron que la ira se esparciera por todo su cuerpo.
Se detuvo en seco y tiró de su brazo para liberarlo, al no conseguirlo, lanzó su puño contra su
pecho.
—¡Eso sí te hace enfadar! —exclamó victorioso.
Katariel gruñó y bufó completamente airada.
—¡Eres muy mezquino! —lo acusó solo para su disfrute ya que volvió a reír a carcajada llena.
Aquel hombre estaba logrando sacar lo peor de ella.
—¿Me confirmas que él no sabe besar o eres tú la que no? —preguntó antes de que ella le
diera un manotazo en el pecho, sonó mucho más de lo que dolió, pero lo sorprendió lo suficiente
como para mirarla con los ojos bien abiertos.
Él debía comprender que iba a pelear todo lo necesario si pensaba hacerla rabiar de esa forma.
—¡Habló el experto! ¡No he visto una gran cola de mujeres detrás de ti! Seguro que es porque
no eres capaz de conseguir que ninguna mujer se fije en ti y no me extraña.
Zachary tomó su barbilla, no le hizo daño, pero sí ejerció la presión suficiente como para
mantenerla quieta. Ambos se miraron a los ojos con tanta intensidad que fue como si de ellos
desprendieran chispas capaces de quemar todo el bosque.
De pronto él recortó la distancia que los separaba y tomó su boca. No fue dulce, ni tampoco
delicado, fue como un vikingo asaltando una aldea, tomando lo que era suyo por derecho propio.
Sus labios la cubrieron por completo, apretándose contra ella al mismo tiempo que sus manos
bajaron a su cintura y la empujaron contra su pecho.
La cabeza le dio vueltas unos segundos, no supo si producto de la sorpresa o por algo más.
Pasados unos segundos no pudo certificar que su mente estuviera en plenas facultades mentales.
La lengua de Zachary empujó sus labios, no llamó o avisó, simplemente entró quemándolo todo
a su paso. La saboreó a conciencia como si tuviera intención de recordar cada rincón de su boca.
Y fue ahí, cuando Katariel, apretada a ese fuerte pecho, sintió que el mundo daba vueltas a su
alrededor. Se sujetó a sus brazos tratando de no caer porque tuvo la sensación de que si no lo
hacía se daría de bruces contra el suelo.
Entonces se defendió, él pegó un quejido antes de retirarse. La confusión se reflejó en su rostro
antes de que sonriera con unas pequeñas gotas de sangre entre los labios.
—Me has mordido —gruñó llevándose el pulgar derecho a la boca.
Se limpió los restos de sangre y volvió a tomarla por el codo.
—Bien, princesa. Toca regresar a mi casa.
El interior de Katariel rio como segundos antes lo había hecho él. Ahora sabía a quién se
enfrentaba y no pensaba perder esa batalla.
Capítulo 32

Nixon solo le bastó seguir un par de sonidos y huellas para encontrarla. Sabía que se trataba de
ella porqué, segundos antes, un grito con su nombre había atravesado el cielo.
Él no se encontraba en una misión, lo cuál significaba que estaba solo. Había ido a desconectar
y tratar de pensar al lago al que tantas veces visitó con Katariel. Ese lugar donde habían entrenado
tanto.
La imagen que encontró ante sí lo enfadó y sorprendió a partes iguales, encontrándose a una
mujer siendo besada por otro hombre. En otra circunstancia eso no hubiera tenido importancia
alguna, pero ella era Katariel de Nislava y él su enemigo.
Conocía bien a ese hombre porque había peleado con él en el campo de batalla, se llamaba
Zachary y era el jefe del ejército Draoid; eso significaba que era un alto cargo de aquel reino.
La sorpresa lo apuñaló en el corazón.
Él llevaba preocupado por Kata desde el momento en que la vio llegar al campo de batalla y
ahora estaba en brazos de otro como si nada. Algo ahí no podía ser real porque no era capaz de
comprender lo sucedido.
—¿Beso mejor que Nixon? —le preguntó Zachary.
Ella le dio un golpe en el pecho, uno que pareció no importarle ya que ni se inmutó.
—No le llegas a la suela de los zapatos —escupió ella esclareciendo un poco lo sucedido.
Siempre se la había imaginado siendo sometida a torturas o llorando en manos de los
enemigos, encontrarla de esa forma lo sorprendió mucho más de lo que hubiera calculado jamás.
Por suerte todo parecía tener una explicación.
—¡Katariel! —gritó entonces sin tener muy en cuenta las consecuencias posibles.
Estaba solo y aquel hombre tenía poder para acabar con todo un ejército sin pestañear siquiera,
no obstante, tenerla delante había hecho que su sentido común se volatilizase.
El guerrero no tardó en responder, girándose hacia él levantó un brazo y concentró energía en
la palma de la mano. Antes de poder dispararlo fue la misma Katariel quién lo empujó haciendo
que el choque de energía se desviara unos centímetros.
Impactó muy cerca de sus pies, provocando que la honda expansiva lo hiciera caer al suelo.
Nixon sacó su arma dispuesto a pelear, si el destino quería que los viera era por algo y debía
tratar de defenderla.
—¡Tenemos un trato! ¡Dijiste que si iba contigo no le dañarías! —gritó la princesa enfurecida.
Zachary, haciendo una mueca de desagrado, asintió.
—¿Y qué hago? ¿Dejo que nos dispare? —le respondió.
Aquellas pocas palabras le explicaron lo que estaba sucediendo allí. Katariel sí seguía siendo
una rehén y lo peor era que no presentaba batalla para salvarle la vida, otra vez.
Ella siempre tenía que interponerse.
Esta vez él sería quién la salvase.
Justo cuando se puso en pie apuntó su arma. Ellos estaban absortos en una discusión y no
vieron cómo lo hacía. Cuando disparó el sonido cortó el aire hizo que los pájaros, hasta entonces
posados en la rama de los árboles, salieran volando, huyendo de allí.
La bala nunca llegó. El Draoid la hizo desaparecer por arte de magia.
Lo vio hacer un hechizo, aunque no supo qué se proponía. Nixon salió corriendo en su
dirección en un intento desesperado por salvar a Katariel de sus garras enemigas. Ahora era su
oportunidad de ser un verdadero rey y poder devolverle todos los favores que le había hecho.
Una raíz del suelo brotó tirándolo con fuerza parando en seco su carrera. Rodó tratando de
levantarse, pero a esa se le unieron muchas más cubriéndolo casi por completo.
Él forcejeó hasta gritar y desgarrarse las cuerdas bocales. Nada funcionó, ella volvía a
escapársele entre los dedos sin poder evitarlo. La vida de Katariel era un bien tan preciado que se
odió por no poder salvarlo.
Y así, vio como el Draoid la tomaba del brazo, justo cuando ella quiso avanzar hacia él para
ayudarle, y se la llevó contra su voluntad. Vio partir a la mujer que amaba, con la impotencia de
saber que no había podido salvarla.
Dejándola sola de nuevo.

***

—¡¿Qué le has hecho?! —bramó enfadada pasados unos minutos.


Llevaban corriendo cerca de media hora y su cuerpo le exigía parar, así pues, tiró de él con
todas sus fuerzas hasta lograr que soltase su brazo.
Colocando las manos sobre las rodillas trató de recuperar el aliento mientras su cabeza
explotaba en mil reacciones distintas. No podía creer que Zachary hubiera roto el trato que
acababan de hacer. No tenía porqué sorprenderse, sin embargo, estaba tan decepcionada y
enfadada que hubiera podido matarlo allí mismo.
—Distraerlo, estará así un par de horas, pero no le pasará nada malo —explicó él algo molesto
con su actitud.
Chasqueó los dedos haciendo aparecer una cuerda alrededor de su cintura, se ató con la
suficiente fuerza como para tenerla bajo control, aunque sin ejercer ningún daño.
—¿Ahora soy un perro? —preguntó tirando de la cuerda que llegaba hasta las manos de aquel
hombre.
Él, divertido con la situación, se encogió de hombros fingiendo ser inocente.
—No es que hayas dado muchas señales de ser obediente y no querer escaparte.
En eso tenía razón, era mejor que durmiera con un ojo abierto porque ella se había cansado de
ser la princesa desvalida. La gota que había colmado el vaso había sido verlo atacar a Nixon, con
ese acto acababa de firmar la guerra.
Volvía a Draoid, sí, pero ya no quedaba nada de la pobre niña que creían que era. Había sido
entrenada para la guerra y eso es lo que se iban a encontrar. Ahora sabía demasiado, tanta
información sobre su vida había provocado que todo diera un giro.
Ya no era Katariel la princesa, ahora era Katariel la guerrera.
Pensó en su padre, aquel hombre había conseguido que todo el mundo estuviera en su contra y
eso era todo un hito. Su crueldad no tenía límites y, contra más sabía de su pasado, más cosas
horribles entraban en su mente.
Treinta años de guerra. Había querido reinar en Draoid a base de casarse con la princesa del
reino, al no conseguirlo, decidió acabar con su vida y hacer que toda su gente entregase la vida en
una guerra sin sentido.
¿Y los otros reinos? De todos quería algo, de Kaharos la sabiduría de los elfos y de Reiyar las
piedras preciosas que extraían de las montañas. Siempre tenía algo que sacar en su beneficio sin
tener en cuenta de que eran personas que solo querían una vida normal.
Eso la hizo recapacitar.
—¿Hay forma de parar la guerra? —preguntó sin darse cuenta que lo hacía en voz alta.
Zachary la miró con sorpresa.
—Supongo que sí, acabando con tu padre —dijo con crudeza.
Por mucho que esas palabras no le gustaron no pudo negar que eran ciertas. Él había iniciado
aquello y con su muerte podían firmarse nuevos pactos para alcanzar la paz que siempre había
existido.
Cabeceó con la idea sin volver a emitir palabra alguna.
—¿Esa cabecita ya comienza a pensar como una reina?
Katariel lo fulminó con la mirada, además, se cruzó de brazos para mostrar aún más su
descontento.
—¡Oh! No vas a hablarme, ¿eh?
Para aquel hombre todo parecía un juego, uno en el que podía salir mal parado.
—Quizás debería besarte de nuevo, ahí estabas más receptiva.
La joven se plantó, frenando en seco provocando que él la mirase con tal intensidad que sintió
que sus piernas flaqueaban. No mostró rastro de titubeo alguno para no hacer que se sintiera
victorioso.
—Sigo mojado, ¿tú no? —preguntó como si todo aquello le diera igual.
Acto seguido se quitó la camiseta dejando al descubierto un pecho tan musculado que hizo que,
por desgracia, se descubriera a sí misma mirándolo de arriba abajo como si quisiera memorizarlo.
Le sorprendió ver que todo él llevaba tatuajes, en el pecho parecía llevar una especie de
inscripciones que no pudo leer con claridad. Su vista se centró en su hombro izquierdo, donde
llevaba una especie de cruz mezclada con un árbol de la vida que resaltaba más lo fuerte que
estaba.
Pasados unos segundos no le importó que él viera lo mucho que miraba su desnudez, no tenían
nada que reprocharse el uno al otro.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó Zachary triunfante.
Katariel no se sonrojó, no era el primer hombre que veía sin camiseta y, dado los duros
entrenamientos que debían seguir para el campo de batalla, todos estaban fuertes.
Él no podía ser una excepción.
Se mordió la lengua sin contestar, no le importaba envenenarse ella misma si así no le daba ni
un segundo de disfrute a ese hombre.
—Tú y yo en otras circunstancias, no hubiera importado, ¿no?
Katariel fingió tener ganas de vomitar.
—Ni que fueras el último hombre de la faz de la tierra. Nos extinguiríamos.
Zachary no pudo aguantar más de dos segundos antes de volver a reír a carcajadas. Aquel
sonido se filtró en sus oídos, casi fue como si se tratase de una melodía capaz de transportarla a
otros lugares, a otros momentos de su vida.
Como si él y ella se conocieran desde hacía muchísimo tiempo.
Capítulo 33

Katariel certificó que aquel reino era asquerosamente caluroso. Al menos agradecía que los
árboles apenas dejaran pasar rayos de sol, porque eso haría mucho peor su camino de vuelta a
Draoid.
Pasadas unas horas, a modo de sorpresa, justo al atravesar un par de árboles encontraron la
mochila de Zachary. Él pareció alegrarse antes de cogerla, acto seguido miró a su alrededor y
asintió.
—Pasaremos la noche aquí, todavía nos quedan unas horas.
La joven no se lo pensó y se dejó caer hasta sentarse en el suelo con las piernas cruzadas.
Estaba tan cansada que le gustó saber que iban a tener unas horas antes de regresar a su «tan
preciado poste».
Zachary buscó en su recién encontrada maleta y sacó una cantimplora, un poco de pan y
embutido. No tardó en partirlo en dos para darle una porción cosa que ella aceptó encantada, por
mucho que batallara con ese hombre necesitaba comer para seguir con vida.
—Gracias.
—No soy un bárbaro.
Ella prefirió poner los ojos en blanco para no entrar en su provocación, estaba muy cansada y
solo esperaba tener un rato para dormir.
Lo miró con atención cuando usó sus poderes para abrir la botella y servir un vaso de agua, uno
que levitó hasta bajar, delicadamente, sobre su mano derecha.
—¿Cómo puedes conjurar sin decir palabras? —preguntó.
Él, enarcando una ceja, pareció divertido con su pregunta.
—¿Qué esperabas? ¡Oh, ya! Al decir magos nos imaginaste con calderos, bolas de cristal y
cien libros de hechizos.
Se sonrojó, había dado en el clavo. Allí en palacio apenas había podido ver el mundo exterior
y era ahora cuando se daba cuenta de lo muy equivocada que estaba en todo. El mundo real era
muy distinto.
—Hace siglos era así, pero la magia evoluciona generación tras generación y ahora somos
capaces de controlarla con nuestra mente y unos pocos pasos con las manos —explicó.
Eso tenía sentido, cada vez que lo había visto hacer magia siempre había ido acompañado de
un chasquido o un movimiento. Eso era mucho más práctico que recitar hechizos.
—Duerme un rato, te ayudará para el camino que nos queda —comentó él cuando vio que
acababa su cena.
Katariel dudó, las últimas noches él había llenado sus sueños. ¿Qué pasaría? Había comenzado
a temer sus aventuras nocturnas, con esas imágenes que la atormentaban. Estaba convencida de
que querían decir algo y que por eso Layla decía haber provocado eso, pero nada quitaba el cierto
recelo que sentía.
—¿Y tú?
—Yo vigilaré, ya tendré tiempo de descansar cuando lleguemos. Mi cama me espera y a ti no
parece que el poste sea lo más cómodo.
Asintió dándole la razón, aquel lugar era horrible, además estaba en medio del paso con todo
el mundo.
Se tumbó dejando que su mente imaginase cuál sería el resultado de aquella noche y no le gustó
descubrir que tenía cierto miedo a esos sueños. Ellos mostraban algo que comenzaba a
comprender y del que estaba segura que no quería saber.
—¿Qué imágenes ves al dormirte?
Él se pasó una mano por la cabeza, su cabello rapado ya había crecido unos centímetros y
pensó que le quedaba mejor así.
—Te veo a ti, siempre dices mi nombre o me dices algo, estás feliz, como si fueras ajena a esta
guerra. Después mueres en todas ellas.
Las palabras de Zachary calaron hondo en su pecho, era como si sus mentes se hubieran vuelto
locas a la par y buscaban enloquecerlos hasta reducirlos a una mera alucinación.
—¿Tú que ves?
Era justo que preguntase, aunque no estuvo segura de responder. Las últimas noches todo se
había tornado más confuso que nunca y decirlo en voz alta solo mostraría lo loca que se estaba
volviendo.
A pesar de eso, tomó una lenta respiración y contestó.
—A ti siempre prometiéndome que volverías a encontrarme.
Ambos se miraron en silencio incapaces de romper el silencio que los abrazaba. Cada uno
tenía su propio infierno interior.
—Después el agua me lleva —concluyó Katariel.
Zachary carraspeó un poco como si tuviera la necesidad de aclarar su garganta. No le culpó, lo
que acababan de decirse era extraño y no tenía sentido alguno. En otras circunstancias ellos
hubieran compartido habitación en alguna institución psiquiátrica.
—Será mejor que duermas —cortó el guerrero.
Ella le hizo caso, necesitaba esas horas de descanso. Su cuerpo ya comenzaba a sentirse
totalmente agotado y poder dormir, a pesar de las imágenes, era algo tan imperioso que apenas
cerrar los ojos cayó en un sueño tan profundo que temió no despertar nunca.

***

—Te dije dos días —regañó Zachary al aire sabiendo bien quién era el que estaba a punto de
aparecer allí.
Markus hizo acto de presencia, la sorpresa de encontrarlos se reflejó en su rostro unos
segundos antes de suspirar aliviado. Se fijó en Katariel, la cual parecía dormir plácidamente ajena
a su alrededor.
—Faltan unas pocas horas para esos dos días. Bésame el culo por preocuparme, no te imaginas
lo difícil que ha sido esperar —explicó su compañero.
Asintió aceptando sus palabras, no podía quejarse por querer cerciorarse de que estaba bien.
Él era un buen hombre al que le confiaría su vida y eso era difícil de conseguir en un mundo como
el suyo.
—¿Temías que me matase? —preguntó divertido.
Markus se dejó caer al suelo y echó la mano a su pesada mochila. De ahí sacó un par de
cervezas, le tendió una y las hicieron chocar a modo de brindis antes de poder abrirlas y pegar un
trago.
—No, eso no me preocupaba —contestó convencido.
Zachary recordó todo el camino con aquella mujer y sonrió antes de seguir bebiendo.
—Pues me ha ido de un pelo en algún momento, no creas —se sinceró.
Había sido excitante seguirla por aquel bosque. Resultaba estimulante haberla visto pelear con
uñas y dientes. Además, tenía claro que si Nixon no hubiera aparecido no hubiera podido traerla a
Draoid de vuelta.
Tenía un corazón demasiado blando.
—Y si no era mi muerte, ¿qué era lo que te preocupaba?
Markus la señaló con el botellín antes de volver a beber.
—Algo ha cambiado entre vosotros y serías tonto de negarlo —le acusó ferozmente.
Su amigo tenía razón, había cosas que estaban evolucionado de una forma que no habría
esperado jamás. Entre ellos comenzaba a haber un vínculo, muy a pesar de que ella hubiera
tratado de asesinarlo; eso había sido supervivencia y no lo iba a tener en cuenta.
—Ella también sueña conmigo. Dice que le prometo encontrarla —dijo sin saber muy bien
porqué lo hacía.
Era como una pesada carga que necesitaba soltar y no había nadie mejor en el mundo a quién
confiarle un secreto.
Markus se llevó las manos a las sienes tratando de masajearse y así conseguir algo de claridad
en algo tan turbio. Nunca había sentido que alguien hubiera vivido algo semejante y sabía que no
lo haría.
—¿Y qué crees que son todas esas imágenes? ¿Qué quieren decir? —preguntó el segundo al
mando siendo incapaz de comprender semejante locura.
Zachary tenía una teoría en la mente, una que parecía tomar fuerza con cada noche que pasaba,
pero que no significaba que fuera cierta. De serlo, todo se tornaría mucho más extraño.
—Creo que son vidas…
Decirlo en voz alta le hizo sentir como un loco, pero el silencio de Markus le indicó que tenía
mucho más sentido de lo que habría pensado en un principio.
—Quieres decir… —Se detuvo a pensar—. ¿Qué ya os conocéis?
Asintió solemnemente.
De pronto vieron como el sueño de Katariel cambiaba. Ya no dormía plácidamente, en su
defecto había comenzado a moverse de un lado al otro como si algo la persiguiera. Quiso ir a
despertarla, sin embargo, se contuvo, como si quisiera dejar que ella misma se enfrentase a esos
demonios.
Además, había demostrado ser lo suficientemente fuerte como para poder enfrentarse a
cualquier cosa.
—Creo que nos hemos conocido cientos de veces —sentenció Zachary contestando la pregunta
de su amigo.
No dejó que dijera nada más porque su mente iba mucho más rápida que cualquier cosa en ese
bosque. Era como si alguien hubiera abierto el cajón de los truenos y todos ellos resonaran sin
piedad.
—Y creo que siempre hemos estado en lados opuestos de la balanza.
Markus lo miró como si acabase de enloquecer y no lo culpó, solo rio ante su gesto totalmente
desfigurado.
—¿Cómo sabes eso? Porque yo sueño con una mujer y no saco tanta información.
—Es sencillo, ella, en mis sueños, siempre acaba muerta.
Su amigo suspiró pesadamente antes de sacar una segunda tanda de cervezas. No beberían más
que esas dos porque necesitaban estar despejados para el día siguiente, pero el alcohol estaba
ayudando.
—Si yo soñara así con Molly o alguna otra me pegaría un tiro.
—Yo estoy a un paso, pero prefiero seguir jugando que hay más allá de todo eso.
Hicieron un brindis.
—Por esta locura de mundo —dijeron a la vez.
Capítulo 34

Cuando Katariel despertó no estuvo contenta de ver a Markus con ellos, lo fulminó con la
mirada siendo incapaz de fingir indiferencia.
—Veo que te alegras de verme —dijo lanzando un beso al aire.
Katariel se revolvió cuando un escalofrío la atravesó de los pies a la cabeza.
—Sí, después de mis días del mes eres lo más alegre que puedo ver —contestó sin miedo
ninguno.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Markus, el cual, en vez de contestar o decir algo de mal
humor, prefirió reír como si acabasen de contarle uno de los mejores chistes del mundo.
—¡Oh, claro! Que aún no conocías a la alegre Katariel —exclamó Zachary acercándose a ella
—. Markus, te presento a la rehén ya no tan callada. Ha sido un auténtico placer pelear con ella
por todo este maldito bosque.
La princesa decidió cambiar de objetivo y mirar al guerrero como si tratase de fundirlo allí
mismo, no lo consiguió, pero no le importó no lograrlo. Él sabía bien cómo se sentía.
—No te creas que para mí ha sido un paseo tranquilo —contestó.
No, no lo había sido y era una sorpresa encontrar que, debajo de esa piel fina y delicada, se
encontraba una guerrera más feroz que muchos de sus soldados.
Regresaron a Draoid más pacíficamente de lo que hubiera esperado en un principio. Ella dejó
que ellos hablaran de sus cosas, tampoco entró en ninguna provocación que lanzaron al aire para
hacerla rabiar.
Fue como si al regresar a casa todo volviera a estar como antes. Eso le molestó un poco, le
gustaba esa nueva faceta de la princesa y perderla tan pronto era algo desalentador.
—¿Lista para Gerald? —preguntó Zachary.
El primer paso para salir del bosque lo dio Katariel mostrando que esta preparada para lo que
viniera de ahí en adelante. Su mirada y su gesto serio hicieron que ambos hombres pudieran llegar
a sentir algo de pena por su cambio.
Esa mujer mordaz parecía haberse diluido paso a paso hasta regresar.
El rey no tardó en salir a recibirlos cuando las primeras voces comenzaron a sonar contando su
regreso.
Atravesó la plaza siendo incapaz de esperar a que llegaran ante su casa. Su rostro, donde
reflejaba enfado, no mostró un ápice de alivio al verla de regreso. Algo que sorprendió a Zachary.
Justo cuando se detuvo ante Katariel levantó la mano soltándole un sonoro bofetón que hizo que
girase la cara.
—Devuélvela a su poste, seguro que lo ha echado de menos —ordenó impasible.
Ella volvió a encararlo, aunque esta vez con una sonrisa en los labios que se dibujaba tan
amplia que todos creyeron que acababa de enloquecer.
—¿Por qué no me atas tú, abuelo? ¿O crees que no ensuciarte las manos hace que Layla se
remueva menos en su tumba?
Un segundo bofetón atravesó el aire, esta vez con tanta fuerza que estuvo a punto de caer al
suelo; se tambaleó unos pocos segundos antes de que el rey la tomase del cuello de la camiseta y
la acercase a él.
—¡Tú no sabes nada!
Katariel no se amedrentó, al contrario, se acercó mucho más a su rostro para mirarlo a los ojos.
—¡Yo lo sé todo! Tu codicia hizo entregarla como si de un trofeo se tratase y me dejaste con
ese hombre sabiendo de todo lo que era capaz. ¡No eres distinto a mi padre! ¡Sois dos hombres
cortados por el mismo patrón!
Zachary quedó perplejo ante las palabras de la joven, aunque no fue el único. Todos los
presentes se sorprendieron al ver que ella había descubierto cosas de su pasado. Ese mismo que
lo ataba al rey.
Gerald, con rabia, tomó la cuerda que llevaba el primer al mando y tiró de su nieta instándola a
caminar hasta llegar al poste. Ahí, apretándole los hombros, hizo que se sentase justo para atarla,
aunque esta vez sí puso sus manos por encima de su cabeza haciendo, aún más, difícil su postura.
—¿Así me ensucio las manos suficiente?
—Tus manos ya tienen sangre de sobra, podrán aceptar lo que me hagas, lo que no sé es cómo
lo vería tu hija.
Gerald levantó el puño dispuesto a atacarla justo cuando un sonoro «NO» resonó en el viento.
Era Loretta.
La reina madre irrumpió en la discusión sin temor a enfrentarse a Gerald. Corrió como pudo
hasta colocarse entre su biznieta y su hijo, no temió ataque alguno porque él jamás la dañaría.
—¿No ha recibido suficiente? —preguntó enfadada.
—¡Mira lo que has hecho! Le has explicado lo que no quería que supiera y has conseguido que
se crezca. ¡Es una prisionera! Su lazo sanguíneo no significa nada para mí.
Zachary quiso intervenir. Por primera vez en mucho tiempo no sentía las palabras de su rey
como suyas. Había conocido a Katariel más a fondo que los estándares pedían, ya no era la hija
del enemigo, era mucho más y todos lo sabían.
No era una simple rehén.
—Claro que no. Dile a todo el reino, con orgullo, que a la mujer que torturas es tu nieta. Ellos
lo saben, pero es mucho mejor si lo dices en voz alta. Diles también que planeas hacerle el daño
que le hizo Negan a tu hija, que eres capaz de infringir daño a lo que queda de Layla.
Ante las palabras de Loretta, Katariel no pudo más que agachar la mirada como si aquello
fuera terriblemente doloroso. No obstante, el rey siguió mirando a su madre con tanta fiereza que
hizo que Zachary se preocupase.
—También diles que jamás moviste un dedo por ese bebé. Que Malorie envió cientos de cartas
durante sus primeros años de vida avisando que la niña corría peligro. Cuenta como quemaste
esas cartas y nos condenaste a perder una nieta por tu odio.
Gerald apretó los puños.
—Madre…
Loretta negó con la cabeza.
—Si quieres hacerlo al menos acepta las consecuencias de tus actos.
El rey miró a Katariel destilando odio por todos sus poros, no importaban las palabras de su
madre, él jamás la vería como era, solo como una persona a la que destruir y aplastar como a un
insecto.
—Layla murió por protegerte —la acusó.
Ella jadeó como si eso doliera.
—Hizo lo que toda madre haría por sus hijos, lo que tendrías que haber hecho tú al saber que
su marido la golpeaba y le hacía vivir un infierno. Estuviste meses tratando de mediar su regreso
sin ir a por ella. Quisiste solucionarlo pacíficamente acabando con su vida, porque acepta que no
solo Negan la asesinó, tus manos están manchadas con la misma sangre —sentenció Loretta con
dureza.
El rey, siendo incapaz de soportarlo, se llevó las manos al pecho como si aquello fuera
demasiado doloroso como para soportarlo. Eran recuerdos que hacían mella en él amenazando
con consumirlo.
—Permití que gestionaras lo de Layla, pero con Katariel no echaré la vista a un lado.
Gerald, casi enloqueciendo, buscó la forma de sortear a su madre para alcanzar a la mujer que
parecía haber removido el mundo. Ese había sido un regalo envenenado del destino y pensaba
hacérselo pagar.
Zachary se movió a toda velocidad tratando de detener a su monarca, pero llegó tarde ya que
quién le paró los pies fue la reina madre.
De un fuerte golpe del bastón contra el suelo, provocó una honda expansiva que lanzó a todos
lo que estaban más cerca, a metros de distancia. Cayeron al suelo de forma poco amable y
golpeándolo duramente.
—He hablado con suficiente claridad como para no tener que repetirlo —dijo Loretta mirando
a su hijo con cierta decepción.
El rey se levantó algo dolorido. Para sorpresa de todos no trató de alcanzar a su nieta o
enfrentarse a su madre una vez más. Aceptó sus palabras, aunque no le gustaban, y caminó hacia su
casa mientras maldecía en voz alta.
—Lo siento… —susurró Katariel.
Eso llamó la atención de la reina madre, la cual se giró hacia ella contemplándola con todo el
cariño del mundo.
—¿Y qué sientes?
Ella, algo confusa por lo sucedido, carraspeó un poco tratando de despejar su mente y poner
algo de claridad a tanta confusión. Para todos había sido algo difícil de contemplar y mantenerse
al margen.
—Me soltó para que huyera y le he traído más problemas —confesó acongojada.
Loretta acarició le cabeza de su biznieta.
—¡Oh, no, niña! Hacía mucho tiempo que debíamos de reunir cuentas con el pasado. Todos
hicimos sacrificios y tomamos decisiones poco acertadas. Tu presencia ha traído lo inevitable,
pero todo esto pasó sin que tengas culpa alguna.
Katariel asintió tragando saliva, todos sabían que no era capaz de creerla. De alguna forma
lograba sentirse culpable del espectáculo que acababan de presenciar. Algo que jamás había
sucedido antes.
—¿Qué más tienes en esa cabecita? —preguntó la reina madre.
Ella, con sorpresa, cabeceó un poco.
—¿Malorie era Draoid?
Loretta asintió.
—Sé, pequeña, que quisiste mucho a esa mujer. Y por cómo la conocía, también sé que su amor
hacia ti fue puro.
Las lágrimas mancharon el rostro de la joven, la cual luchó por ocultarlas sin conseguirlo.
La reina volvió a atar las manos de ella en la cintura, salvándola de la postura tan incómoda.
No podía liberarla y lo sabía bien, pero al menos quiso cerciorarse de que estaba en mejor
posición.
Acto seguido, y sin despedirse, se marchó canturreando una canción infantil como si nada
hubiera pasado.
Pero sí lo había hecho.
Capítulo 35

Katariel pasó todo el día atada, no se la llevaron a trabajar el campo o a nada similar. Fue
como si, de pronto, olvidasen que estaba ahí. Esa noche parecía en calma, volvía a ser calurosa,
pero mucho más soportable que la anterior.
Escuchaba los gritos provenientes de la casa del rey, llevaba horas discutiendo con Loretta,
Zachary y Markus cada uno por sus razones propias.
Con Loretta era por defenderla a capa y espada a pesar de que ella no lo merecía.
Con Zachary por confesar que había tenido a Nixon al alcance de la mano y lo había dejado
escapar. El guerrero confesó que bastante difícil había sido darle caza, si a eso le añadía la
muerte de su prometido, el regreso a casa hubiera sido un infierno. Había preferido priorizar.
Y para Markus también hubo mal humor porque había decidido no ponerla a trabajar en todo el
día después de haberse escapado.
Así pues, acabó mascullando que tenía a todo el reino en contra por una mujer que no merecía
el aire que respiraba.
Una brisa de aire lo cambió todo, fue como si saltasen todas las alarmas de su interior
reconociendo un olor dulce muy particular. Dejó de mirar hacia la casa del rey para observar
como el resto de rehenes también lo habían notado.
De pronto fue como si en el suelo comenzaran a dibujarse una especie de huellas que le
provocaron un vuelco al corazón.
No lo dudó ni un instante, giró la cabeza y gritó con toda la fuerza que pudo vaciando los
pulmones al instante.
—¡AYUDA!
Hicieron falta dos intentos antes de que abrieran esa maldita ventana por la que siempre
miraban y la vigilaban.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó Gerald sorprendido.
Katariel negó con la cabeza.
—Estáis en peligro, tenéis que…
No pudo terminar la frase, su abuelo logró materializar un pañuelo que ató sobre su boca a
modo de mordaza. Ella trató de comunicarse, pero le fue imposible decir una sola palabra más.
La discusión siguió a expensas de que, la princesa, había comenzado a revolverse con fuerza.
Se llevó las cuerdas de las muñecas a la boca con desesperación, esperando poder desatarse.
Logró quitarse la dichosa mordaza, pero le fue imposible deshacer el nudo.
Una segunda brisa de aire le indicó que estaba en lo cierto de temer por su propia vida.
Justo ahí, entre ellos, acababa de llegar un enemigo peor que cualquier Draoid. Aquellos seres
solían formar parte de los cuentos populares que usaban para asustar a los niños. Podían
desaparecer a voluntad dejando un reguero dulce que atraía a sus víctimas.
—¡ELFOS! —bramó asustada.
Sabía de lo que eran capaces.
No eran seres de luz como la gente solía pensar. Podían llegar a ser poderosos y despiadados,
capaces de cualquier cosa por su propio beneficio.
De pronto notó unas manos tomar sus tobillos, el agarre fue firme y con fuerza, tirando de ella
para llevársela. Justo cuando la cuerda de las manos los detuvo, la magia hizo el se soltase del
poste y de sus muñecas a la vez.
El corazón de Katariel estaba a punto de colapsar allí mismo. Ella era el objetivo y eso no
podía significar nada bueno. Se revolvió con fuerza logrando dejar ir uno de sus pies. Tomó
impulso y pateó con toda la fuerza que pudo reunir encontrando algo duro que crujió y gritó a
partes iguales.
Aprovechó la confusión para rodar sobre sí misma y tratar de incorporarse para correr en
dirección contraria a aquellos seres.
—¡AYUDA!
Su grito alertó al resto, que esta vez sí la creyeron.
Antes de que llegasen volvieron a tomarla de las piernas, haciéndola caer de bruces al suelo
con fuerza. Sus pulmones se vaciaron de aire al instante y necesitó unos segundos antes de volver
en sí.
La arrastraban como a un saco, necesitaba defenderse o, de lo contrario, los elfos se la
llevarían. Estiró los brazos y logró alcanzar la cuerda que, hasta hacía apenas unos segundos,
ataba sus muñecas.
Con fuerza, giró sobre sí misma al mismo tiempo que usaba aquello como arma. Se irguió lo
justo como para calcular dónde estaba la cabeza de su atacante y la ató alrededor de su cuello.
Ahí apretó con toda la fuerza que pudo reunir.
Gerald lanzó una especie de rayo al cielo que provocó que todos los elfos presentes se hicieran
visible. Y eran muchos. Demasiados.
Todo Draoid salió a combatir al enemigo.
Ella no soltó la cuerda hasta cerciorarse de que perdía el conocimiento, apretó hasta que cayó
al suelo sin moverse ni un ápice. Fue justo en ese momento en el que alguien la tomó por debajo
de los brazos y la levantó.
Sonrió al encontrar una cara conocida, Zachary.
—Dame un arma —pidió.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó como si acabase de pedir algo prohibido.
Tuvieron que separarse unos segundos porque dos elfos los atacaron, eran muy superiores
numéricamente y tenían un claro objetivo: la princesa de Nislava.
—¡Agáchate! —gritó Markus.
Le hizo caso sin rechistar, notando una gran fuerza pasar por encima hasta impactar contra uno
de los enemigos. La honda expansiva la tiró al suelo, aunque pudo recuperarse a toda velocidad y
levantarse como si nada.
—¡Qué me des un arma, joder! ¡Sé pelear!
No iba a huir porque las expectativas de ir al reino de Kaharos no eran las mejores, casi
prefería el trato que estaba recibiendo en Draoid. Puestos a elegir, ese era el mejor de los reinos
hasta la fecha.
El infierno se desató a su alrededor y solo pudo unirse a ese caos. Entró a pelear con toda la
fuerza que tenía y demostrar que era mucho más que un objeto a ganar en una guerra absurda.
Tras noquear a un par de elfos, presa del enfado, se acercó a toda prisa a Zachary. Él acababa
de hacer explotar a un enemigo cuando dejó que entrase en su campo de visión.
Katariel se aferró a su cintura sabiendo bien que, a pesar de los poderes, llevaba un arma
encima por miedo a que sus poderes fallasen. Se la había visto en el bosque cuando se quitó la
camiseta, como también sabía que Markus también llevaba una.
Él frunció el ceño ante su cercanía y pronto comprendió lo que buscaba entre sus ropas.
—Está mojada del lago, no disparará —la advirtió segundos antes de silbar al hombre que
tenía delante.
Markus negó con la cabeza antes de sacar la suya y lanzarla al aire, Katariel la tomó luciendo
una enorme sonrisa. Ahora podría estar a la altura de las circunstancias y pelear como sabía.
—Esto es una mala idea —masculló el segundo al mando.
Zachary le ordenó que no se separara de él, quería tenerla vigilada y no lo culpó por querer
algo así. Ella lo iba a intentar con todas sus fuerzas, aunque falló estrepitosamente cuando vio que
los elfos estaban tratando de llevarse a los rehenes.
Corrió hacia ellos y disparó a uno en la cabeza antes de patear al otro en el pecho haciéndole
perder el equilibrio. Eso bastó para que un guerrero Draoid acabase con él casi al instante.
Katariel miró a los rehenes, ellos eran solo daños colaterales de la guerra de su padre y ese era
la única oportunidad que tenían.
—Huid —les dijo sabiendo que iba a ser la única vez que pudieran hacerlo.
—Venid con nosotros, princesa —pidió la mujer.
Kata, sabiendo que no podía, negó con la cabeza. Acababan de depositar en ella la confianza
suficiente como para entregarle un arma, además, en aquellos momentos había dos reinos peleando
única y exclusivamente por conseguirla.
No tenía escapatoria, sin embargo, ellos sí.
—Corred, rápido y no miréis atrás.
La orden no se hizo esperar, asintieron y giraron sobre sus talones lo suficiente como para
correr. Estaba convencida de que, a través del caos, nadie se fijaría en ellos y así podrían regresar
a casa.
Katariel, dispuesta a seguir batallando, buscó a Zachary con la mirada para hacer justo lo que
le había pedido: permanecer a su lado.
Antes de hacerlo no pudo evitar ver como, mientras Markus peleaba, un elfo pretendía atacarle
por la espalda. No dudó ni un segundo, cargó su arma y le disparó en la nuca provocando que
cayera al suelo sin remedio.
El segundo al mando se giró para ver lo que acababa de suceder, encontrándosela con una
sonrisa tan amplia que parecía un niño abriendo sus regalos de cumpleaños.
—Una mala idea, ¿eh? —dijo orgullosa.
El guerrero tuvo que morderse la lengua para no decir una grosería, lo supo por cómo su
mandíbula se apretó con fuerza.
Alguien la tomó del brazo y la giró de golpe, ella levantó la pistola y apuntó justo en la sien del
recién llegado. Por suerte no llegó a apretar el gatillo, solo consiguió perderse en los ojos oscuros
de Zachary.
—Te dije que te quedaras cerca de mí, no creas que no he visto lo que has hecho —la regañó.
—Después te encargas de los azotes, ahora no tengo tiempo para pelear contigo —sonrió ella.
El guerrero sonrió mirando directamente a su boca y supo que, de no haber sido por el infierno
a su alrededor, ellos hubieran tenido otro momento íntimo. Una parte de sí misma se quejó por no
tener en cuenta muchas cosas, Nixon, que eran enemigos, que tenían que odiarse y todas esas cosas
que, ahora, le parecían tonterías, pero la otra parte se quejó por tener que matar elfos en vez de
dar rienda suelta a lo que sentía.
Llevada por su instinto más primario, echó el brazo hacia atrás y disparó en el pecho al
enemigo que venía.
—Habrá que dejarlo para después —prometió Zachary.
Lo peor fue que Katariel aceptó asintiendo con la cabeza.
Capítulo 36

Los elfos habían venido con un claro objetivo y no pensaban irse hasta que tuvieran a Katariel.
No les importó atravesar las fronteras de su reino e invadir Draoid, algo que jamás habían hecho,
para llevársela.
Estaba claro que era una pieza importante y que estaban dispuestos a todo para conseguirla.
Pelearon arduamente sin importar las consecuencias o cuantos soldados morían de ambos
bandos. Los elfos eran conocidos por sus artes en la guerra, eran fieros guerreros que dominaban
cierto lado de la magia como ellos, lo que equiparaba las fuerzas.
Pasado un rato, a pesar de que lo intentó, no fue capaz de ver a Katariel. Miró a su alrededor
completamente desesperado por encontrarla y solo pudo ver muerte por doquier.
—¡KATARIEL! —bramó tratando de encontrarla.
Markus, alertado por el grito, también trató de contribuir en la búsqueda. Fueron minutos de
angustia antes de encontrarla completamente rodeada por más de diez elfos.
La joven trató de defenderse como pudo, lanzó golpes y disparos hasta que acabó con el
cargador de su arma. Fue en ese momento, cuando no quedaban balas, que decidió encogerse de
hombros y golpearle en la cabeza con la pistola.
Tanto él como el segundo al mando estaban tratando de llegar hasta ella, sabía que tenían
ventaja suficiente como para hacerlo, pero todo cambió en cuestión de segundos.
Los elfos se colocaron en fila y cantaron un encantamiento que todo Draoid pudo reconocer.
De sus manos surgieron cadenas doradas que usaron para atar alrededor del cuerpo de
Katariel. Ella, presa del pánico, giró para tratar de huir, pero no lo consiguió. Solo pudo notar
como diez de esos encantamientos rodeaban parte del tronco superior de su cuerpo y comenzaban
a tirar.
Zachary lanzó un hechizo al aire encontrándose que chocó contra una barrera defensiva que
acababan de conjurar el enemigo.
No quedaba nadie cerca de la princesa, habían conseguido su objetivo. Aprovechando el caos
la habían separado de los demás hasta conseguir dominarla. Y eso no era bueno.
Su propio abuelo trató de romper la barrera siendo incapaz de conseguirlo, ahí gritó, con
horror el nombre de su nieta por primera vez.
***

Katariel se tiró al suelo en un intento desesperado de intentar pesar más y poner más difícil que
pudieran llevársela. Si aquellas orejas puntiagudas querían llevársela iban a tener que pelear duro
por conseguirlo.
Escuchó el grito de su abuelo consiguiendo que algo se removiera por dentro.
Miró hacia ellos, comprobando que todos estaban tratando de romper eso que parecía
separarlos. Sin querer dar lástima, alargó los brazos en un intento inútil de alcanzarlos.
No quería tener una audiencia con el temido rey de Kaharos.
Pasados unos segundos notó que las cadenas no solo servían para tirar de ella, por cada
instante que ella gastaba forcejeando se calentaban lentamente. Pocos segundos después estaban
tan ardiendo que notó como atravesaban la ropa hasta llegar a la piel.
Dolía, mucho más de lo que podía soportar, no obstante, se aferró al suelo con las manos y
presentó toda la batalla posible mientras trataban de tirar de ella como si de un animal se tratase.
Gritó y ya no supo si era dolor, rabia o miedo lo que se destilaba por sus poros. Solo quería
acabar con aquello y enviar al infierno a los elfos.
Lograron ponerla en pie antes de que ella volviera a tirarse al suelo y agarrarse como si la vida
le fuera en el intento. No importó cuando la piel de las yemas de sus dedos se desgarró, ni las
quemaduras que sentía a causa de las cadenas; solo quería huir.
Fue justo ahí, con todos los Draoid tratando de ayudarla, que el miedo y la rabia se unieron en
un único sentimiento. No supo describir cómo se sentía, solo que necesitaba dejarse ir.
Miró al cielo y quedó de rodillas un instante en un intento estúpido por tomar aire.
No quería aquello, no quería ser una pieza en ese tablero de juego. Estaba cansada de ser
princesa, de ser acusada de crímenes que no había cometido y de ser solo un trofeo que mostrar al
mundo.
Y ahí, con la rabia burbujeando en sus venas, la piel llena de heridas y las ropas manchadas de
sangre que gritó al cielo como nunca antes lo había hecho.

***

Zachary pudo contemplar como Katariel se dejaba la vida peleando para que no se la llevaran,
de verdad podía observar como lo intentaba a pesar de que no parecía tener mucho con qué
defenderse.
Ella gritó, con una rabia tan interna que parecía haber estado quemándola por dentro. Ahí
estaba, de rodillas, con diez cadenas alrededor de su cuerpo mientras tiraban de ella como si de
un animal se tratase.
Lo impensable se hizo real, del cuerpo de Kata surgió una honda expansiva de tal magnitud que
hizo temblar el suelo. Fue en dirección a los elfos que tenía a su espalda, los arrolló con fuerza y,
a todo el que tocó, se deshizo en el aire como si de burbujas de jabón se tratasen.
No solo acabó con la vida de ellos, arrasó cualquier rastro de casa, árbol o señal que encontró
a su paso. Después de eso, con las cadenas todavía incrustadas, cayó al suelo provocando que se
formase un charco de sangre a su alrededor.
La barrera no cayó, pero sí se hizo añicos cuando Loretta golpeó con su bastón contra el suelo.
Ese fue el momento en el que Zachary y Markus se acercaron a ella, al hacerlo se quedaron
congelados unos instantes incapaces de tocarla.
Ella gemía de dolor visiblemente agotada. No tardaron en darse cuenta de que sus ataduras
seguían estando al rojo vivo.
Usaron su magia para quitar el resto, si las tocaban corrían el riesgo de quemarse como ella.
Solo cuando cayó la última al suelo pudieron escucharla suspirar de alivio, estaba al borde entre
la consciencia y la inconsciencia tratando de mantenerse despierta.
Zachary se agachó lo justo como para poder tomarla en brazos, no fue tarea fácil ya que toda
ella parecía estar herida. Gritó cuando sus brazos la tocaron, lo que no hizo sencilla la tarea de
ponerla a salvo.
Se puso en pie con ella muy próxima a su pecho, estaba tan exhausta que no se quejó. Ese fue el
momento para pensar lo que acababa de ocurrir. Ella había sido capaz de producir una explosión a
su alrededor de una magnitud terrible.
Eso solo significaba que Kata sí tenía poderes. Su parte Draoid acababa de despertar para
sorpresa de todos.
Solo cuando giró sobre sus talones pudo enfrentarse a su rey, el cual llegó hasta ellos. Miró a
su nieta valorando los daños físicos que tenía por toda su piel y, aunque no pareció preocupado, sí
mostró una mueca de desagrado.
—Llévala a Molly, rápido —ordenó.
Lo hizo seguido de su fiel compañero, él le cuidaba las espaldas mientras se abría paso entre la
multitud. Nadie dijo nada, no supieron hacerlo. Acababan de vivir el ataque más feroz en los
últimos años de un país con el que siempre habían mantenido una especie de paz dormida.
Ellos se habían atrevido a venir al corazón de Draoid y atacarlos directamente. Eso solo
sembraba la semilla de la guerra.
Cuando llegó a casa de Molly, ella se dio prisa en abrir la puerta. Entró con la joven y caminó
hacia donde le indicó sin preguntar siquiera. Solo sentía la necesidad de ponerla a salvo de una
vez por todas.
—Colócala sobre la cama —le pidió y lo hizo.
Era la habitación de invitados, pero no quiso pararse a mirar disposición alguna, solo vio que
era pequeña y que las sábanas blancas de aquel colchón acabarían totalmente manchadas.
Katariel lloriqueó cuando su piel lastimada tocó el colchón.
—Shh, pequeña —susurró Zachary tratando de hacerla sentir mejor.
Con la yema del dedo, borró una lágrima que cayó de sus ojos y se odió por no haber sido
capaz de ayudarla cuando lo había necesitado.
—Cielo, vas a estar bien, te lo prometo —dijo Molly.
Lo primero que fue a buscar fueron unas tijeras, las mismas que usó para cortar su rasgada
camiseta. Lo siguiente que pudieron ver les rompió el corazón sin opción a volver recomponerlo.
Toda ella era una herida que empezaba en el cuello y bajaba hasta la cintura. Las cadenas
habían hecho girones su piel, quemándola y destrozándola hasta llegar al músculo, algunas incluso
a los huesos.
Y aquello iba a ponerse mucho peor. Los Draoids conocían ese hechizo porque era uno de los
prohibidos. Las cadenas no solo se calentaban, también al retirarlas, si no era quién las había
conjurado, dejaban unas grandes espinas clavadas a modo de recuerdo.
Y eso es lo que tenía ella en la piel, restos de espinas que Molly tenía que sacar antes de poder
curarla.
Vieron como se ponía unos guantes, además, trajo una bandeja metálica y unas pinzas para
ponerse manos a la obra.
—¿Por qué no usas magia? —preguntó Markus.
—Si lo hago, por cada una que saque saldrán tres más y no está como para soportarlo —
explicó.
Zachary tragó saliva, estaban a punto de contemplar algo que no iban a olvidar el resto de sus
vidas.
Molly tomó una espina y, sin contar hasta tres, la sacó produciendo que Katariel gritase con
todo el aire de sus pulmones. No solo eso, se irguió y buscó la forma de huir de aquella cama que
acababa de convertirse en un potro de tortura.
—Sujetadla —ordenó antes de ir a por una segunda.
Kata bramó como si la vida se le escapase entre los dedos. Luchó por salir de allí siendo
incapaz de comprender el dolor que estaba sufriendo.
Zachary subió a la cama y se sentó en la cabecera, la colocó con sumo cariño sobre su regazo,
tratando de que su cabeza descansara cerca de él. Después tomó sus manos y las apretó
mostrándole que no estaba sola.
La tercera provocó que, al no poder mover los brazos, agitara las piernas acertando en las
costillas a Molly. La tiró con fuerza haciendo volar la bandeja, las pinzas y a la mujer que trataba
de ayudarla.
Esta se levantó algo aturdida y fulminó con la mirada a Markus.
—A las piernas, ya —ordenó.
Él corrió y también se subió a la cama usando su propio peso para conseguir que ella no
pudiera golpear de nuevo.
Los gritos de Katariel resonaron por todo el reino, ellos tres supieron que, al tener la ventana
abierta, eran capaces de escuchar la tortura a la que estaba siendo sometida.
Gritó, lloró y suplicó que parasen siendo incapaz de conseguirlo. El dolor no cedió, aunque
solo lo hacían para ayudarla. Sabían que ella, en su estado de agotamiento, era incapaz de
entender el porqué de todo aquello.
—¡Basta! —gritó pidiendo una y otra vez.
Molly, con el rostro impregnado de lágrimas, hizo oídos sordos y siguió quitando una tras otra
tratando de acabar cuanto antes con aquello.
—Por favor… para… por favor… —suplicó llorando sin poder soportarlo.
Zachary bajó la cabeza hasta dejar que su frente tocase la de aquella mujer. Fue un contacto
suficiente como para provocar que ella lo mirase a los ojos.
—No volveré a escapar, lo prometo… parad… por favor —siguió pidiendo rompiéndole el
corazón a todos los presentes.
Markus blasfemó sin soltarla, sabían que el tiempo jugaba en su contra y debían darse prisa en
acabar con aquello.
—Katariel, mírame —pidió Zach.
Ella, centrada en el dolor no le hizo caso. Siguió gritando, desgarrándose con cada nueva
espina que extraían de su destrozado cuerpo.
—Mírame, amor.
Esa palabra la hizo reaccionar como si fuera un viejo recuerdo, centró su vista en él como si la
hubiera sentido millones de veces antes. Hasta Zachary tuvo ese sentimiento, casi como si esa
palabra fuera familiar.
—Todo esto es por ayudarte, acabará, te lo prometo. Céntrate en mí, mírame —pidió.
Ella asintió tratando de hacer lo que le pedía, no obstante, dos espinas después no fue capaz de
cumplirlo y volvió a gritar. Se revolvió con fuerza tratando de salir de aquella habitación de una
vez por todas.
—¡Basta!
Loretta hizo acto de presencia, tirando del brazo de su hijo. Uno que dudó en entrar en la
habitación de los horrores.
Empujado por su madre, logró colarse dentro y observar lo que ocurría. Perplejo fue testigo de
como dos hombres trataban de contener a una pobre mujer que se revolvía en su propio dolor.
Molly estaba tratando de darse prisa, pero tenía el cuerpo tan lleno de espinas que podrían
pasar horas haciendo aquello.
Se acercó a ellos para contemplar más de cerca lo que ocurría. Todos supieron que no había
estado preparado para encontrarse con un cuerpo hecho girones y con una Katariel gritando de
dolor.
Ella lo miró y, absorta en lo que le estaban haciendo, trató de soltar una mano para agarrarse a
él como si fuera su salvador.
—Páralos, por favor —lloró siendo incapaz de detenerlos.
Ahí fue cuando el gran rey Gerald se rindió a lo inevitable. En él seguía quedando corazón
suficiente como para saber que lo que estaba viviendo era demasiado para soportarlo.
Con cariño se sentó en el borde de la cama echando a Molly, su mano quiso tocar su estómago,
pero se contuvo al observar las profundas heridas que tenía. Cambió el plan sobre la marcha
ajustándose a las condiciones a las que se enfrentaba.
Su mano cayó, cariñosamente, sobre la mejilla que hacía horas que había golpeado. Las
lágrimas la mojaron y pareció remover algo interno de aquel hombre.
No era su hija, no era la mujer por la que la ira lo había consumido, sin embargo, era su nieta.
Y estaba sufriendo lo indecible.
—Por favor… No me escaparé… Haré lo que digáis… —suplicó completamente rota.
Gerald apretó la mano en su mejilla dejando que la magia entrase en ella. Lo hizo con cuidado,
tratando de evitar el hechizo que tenía de las cadenas. No podía aliviar su dolor quitando las
espinas, pero podía ayudar de una forma que nadie podía.
Alcanzó su cabeza y, con sumo cuidado, dejó que su mano libre apoyara sobre su frente. Justo
ahí logró hacer un hechizo que muy pocos controlaban.
Poco a poco Katariel fue cediendo al sueño que la embaucó. No lo hizo de forma rápida, tardó
unos minutos en caer demostrando lo fuerte que era. Por suerte, logró conseguir que se dejara
llevar por un profundo descanso.
Solo cuando su cuerpo cayó laxo sobre la cama, los tres hombres la dejaron ir.
Gerald la observó en silencio unos pocos segundos más, necesitó aclararse la voz un poco más
antes de poder hablar.
—Date prisa, solo estará así un par de horas —ordenó antes de salir de esa habitación como si
el mismísimo infierno lo siguiera.
Nadie lo culpó.
El horror que había en esa habitación les costaría de olvidar a todos.
Capítulo 37

Días después…

Molly levantó las manos cuando vio llegar a Zachary, se cuadró en el porche y negó con la
cabeza.
—No, no, no y no. Sigue descansando, no vas a entrar aquí hasta que ella despierte.
No pudo más que parar en seco. Estaba convencido que, pasados tres días, podía entrar a tener
una conversación con Katariel, sin embargo, parecía haber encontrado en su cuidadora un
guardaespaldas.
—Sabes que algún día deberás dejarme entrar, ¿verdad? —le preguntó tratando de
mentalizarla.
Molly no estuvo de acuerdo con aquella afirmación, lo supo en cómo levantó una ceja tratando
de no reír. Estaba claro que pensaba cuidar de ella mucho más que médicamente.
—Claro, me imagino la conversación. Katariel, cielo, espero que te encuentres mejor. ¡Ah!
¿Sabes algo? ¿Te acuerdas de los rehenes que dejaste ir por la bondad de tu corazón? Pues nos los
encontramos descuartizados pocos kilómetros más allá. —Entonces lo fulminó con la mirada—.
No, no voy a permitir ese tipo de conversación en mi casa, está convaleciente.
Dicho en voz alta sonaba muy mal, lo que hizo que dudase si algún día iban a tocar ese tema.
No pensaba decirle que los rehenes habían fallecido o, al menos, no iba a hablar de ellos si no
preguntaba.
—Ya debe estar mucho mejor y deja de hacer de cuidadora. No te pega eso de ponerte estricta
y eso —comentó Zachary.
Pero ella no estaba para interrupciones, pronto Katariel despertaría y tenía que hacerle las
curas. Cada día lo llevaba mejor, pero eso no quitaba que fuera un mal rato para ambas.
—Quizás, mañana, te deje entrar si eres bueno, muy bueno. ¿Te parece bien? —le propuso.
Zachary puso los ojos en blanco y colocó sus manos en las caderas a modo de respuesta. Lo
cierto es que, al no recibir respuesta de la mujer, decidió hablar para dejar clara su postura.
—¿Te parece que sea un niño? —preguntó atónito.
Ella prefirió no contestar. Había muchos adjetivos que casaban bien con ese hombre, pero la de
infantil no era una de ellas, así pues, decidió usar una excusa y salir de allí como buenamente
pudiera.
—¡Uy! ¡Qué tarde es! Y nosotros aquí hablando. —Negó con la cabeza—. Nos vemos en otro
rato, cielo. ¡Qué tengas buen día!
Acto seguido entró en casa dejándolo en el exterior perplejo, estaba claro que no se había visto
eso venir. Pasados unos segundos lo escuchó reír antes de irse a algún lado. Al menos se lo tomó
con humor.
—¿Han muerto?
La voz de Katariel a su espalda provocó que diera un brinco y gritara asustada. Tuvo que
llevarse las manos al corazón para evitar que este saliera de su pecho huyendo de aquel lugar.
—¡Casi me matas! —exclamó quejándose.
La joven estaba encorvada apoyada en la pared, apenas se tenía en pie, sin embargo, había
salido al escuchar la voz de Zachary. Era una reacción que había tratado de hacer cada día, pero
nunca antes había tenido la fuerza suficiente como para conseguirlo; así que, en parte, eso
significaba que estaba mejorando.
—¿Qué haces levantada?
Molly corrió hacia ella, agarrándola por donde pudo, la ayudó a llegar al sofá y la sentó con
cuidado.
—He sentido a Zachary —contestó.
Era obvio que lo había hecho, pero Molly trató de mantener el control suficiente como para no
enfadarse.
—Sigues estando débil y mi magia te está haciendo efecto, pero debes tomarte en serio la
recuperación.
Asintió dándole la razón antes de que le abriera los vendajes. Las heridas ya estaban casi
cerradas, adquiriendo ese tono rosita que tan buena señal significaba. Colocó sus manos a pocos
centímetros de su piel e irradió magia, la que usaban dos veces al día para curarla.
Katariel cerró los ojos al mismo tiempo que gimió dolorosamente, no se quejó, nunca lo hacía
y soportó el tratamiento.
Pasado un rato, los abrió mirándola tan profundamente que no pudo evitar sentir un escalofrío.
Aquella princesa era mucho más que la mujer desvalida que habían creído una vez.
—Llevo tiempo queriendo preguntarte algo… —comenzó a decir.
Dudó y se calló.
—Adelante, chica. Soy toda oídos —la animó Molly.
La joven suspiró tratando de tomar aire unos segundos, tenía la cabeza apoyada en el respaldo
del sofá mientras dejaba que la magia cerrase sus heridas.
—¿Cuál es tu historia? La mía la conoces mejor que yo misma, la hija de una mujer a la que
todo el mundo quiso.
Esa era una definición muy pobre de lo que ella era, había demostrado que no era solo eso.
Había logrado ser mucho más que su madre, además, de tener un corazón tan grande que cabía
todo el mundo. Cualidades poco vistas en la guerra.
Molly suspiró tratando de poner sus recuerdos en regla.
—¿Por qué me haces esa pregunta?
Katariel, incapaz de mantener los ojos abiertos, siguió la conversación a expensas del dolor
que sentía.
—Me liberaste, me dijiste que solo yo podía ayudar de verdad y siempre has mediado para
ayudarme. Eso me hace pensar que hay algo que se escapa de mi control.
Molly sonrió, era perspicaz y lista, cualidades que admiraba. No era una niña crédula que
dejaba que el resto dictara su vida, había aprendido a pelear con uñas y dientes. En el tiempo que
llevaba en Draoid había hecho un cambio tan grande que apenas quedaba nada de esa princesa
rehén que llegó una vez.
—Yo, no sabía por dónde empezar —comenzó a decir moviendo sus manos nerviosamente
sobre sus piernas—. Me siento identificada contigo, Katariel. Mi familia también resultó atípica,
pero yo cometí el error de no pelear para parar todo el mal y eso hizo que mucha gente muriera.
No quise que tú te equivocaras como yo.
La joven suspiró casi adivinando quién era en realidad. Era un secreto tan bien guardado que le
costó creer que estaba a punto de dejarlo salir. Trató de no temblar, pero los demonios del pasado
parecían perseguirla.
—Eres Circe, ¿verdad?
Su antiguo nombre provocó que su corazón diera un vuelco, fue como si alguien abriera la
compuerta a todos aquellos sentimientos que, en su día, dejó escondidos en un cajón esperando su
regreso.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó atónita.
Katariel abrió los ojos y la miró profundamente.
—Una corazonada, llevo con esa idea desde que Zachary me explicó la historia de tu pueblo.
Además, es como si tuvieras cierta autoridad en el reino, me soltaste y nadie te castigó o te
reprochó nada, lo que me hizo pensar que no eras una mujer sin más.
Molly asintió.
—Cuando Minerva quiso arrebatarme el reino, mi familia ayudó a fingir mi muerte. Yo creí que
así ella sanaría sus ansias de poder. No se esperó que el reino entero no la quisiera como reina y
la hizo enloquecer.
Tuvo que tomarse un par de segundos para respirar. De pronto notó como Kata le tomó una
mano en señal de apoyo, cosa que agradeció enormemente.
—Mi hermana acabó con la vida de todos los que pudo. Asesinó a toda nuestra familia y miles
de ciudadanos cayeron bajo su tiranía. Negan no abrió las puertas de su reino, solo los Draoids y
los Reiyar nos ayudaron. Tuve que ver, con impotencia, cómo mi pueblo moría sin yo hacer nada.
Los recuerdos la atormentaban de tal forma que aún seguía teniendo pesadillas. Todas las
muertes tenían su culpa y jamás haría tanto el bien como para compensar aquel horror.
—Gerald y su reino me dieron un nuevo nombre, una nueva vida, a mí y a todos los
supervivientes. Es más, al poco pudieron ver cómo, al igual que mi hermana, yo también poseía
poderes y me ayudaron a desarrollarlos.
Eso no compensaba las muertes, jamás lo haría, pero al menos iba a dedicar el resto de su vida
a hacer algo bueno.
—Y me vi reflejada en ti, tratando de ser sumisa y no llamar la atención como lo hice yo. Te
puedo asegurar que fue el peor error que cometí y que jamás me perdonaré. Por eso quise que tú
fueras diferente. Tienes el poder capaz de acabar con esta guerra y liderar las masas para finalizar
todo esto.
Katariel sonrió.
—Yo no tengo nada, ni siquiera ejército.
Molly soltó su mano y acunó el rostro de la princesa.
—Tienes muchos más apoyos de los que crees. Has conseguido ganarte a la gente y, con un
buen plan, podrás conseguir enfrentar a tu padre. Estoy convencida de que tu reino quiere librarse
de ese tirano, acabarán viendo que deben rebelarse contra él. —Tragó saliva—. Su princesa debe
inspirarles, darles esperanza.
Todo había cambiado con ella allí y era una conversación recurrente. El reino de Nislava
esperaba noticias de su legítima reina y Draoid comenzaba a verla como la hija de Layla y no
como una rehén.
Los engranajes se habían puesto en marcha. Solo ella tenía la autoridad suficiente como para
cambiar el tablero de juego.
—Yo te apoyaré y estoy segura que podrás contar con los ciudadanos que una vez fueron del
reino Diamond.
Katariel se llevó las manos a la cabeza como si aquello fuera demasiada información.
—Soy solo una persona, no puedo hacer lo que dices. Sí que había pensado enfrentarme a mi
padre, pero liderar una ofensiva va mucho más allá de mis cualidades.
Ella se subestimaba, pero la había visto, de hecho, todos lo habían hecho. Todo un reino
acababa de cambiar de parecer con quién era solo mostrando la bondad de su corazón y su fuerza.
Eso debía significar algo.
Y no dejaría que cometiese sus mismos errores.
—Descansa un poco, es demasiada información —concluyó Molly al ver que cerraba los ojos
luchando mantenerse despierta.
Tendrían tiempo para hablar, muchos estaban esperando una conversación con ella y tenía que
estar preparada. Su vida acababa de cambiar de nuevo y tenía en sus manos la capacidad de
cambiarlo todo.
Para siempre.
Capítulo 38

—Me estás diciendo que mi hija besaba al enemigo —dijo Negan con una calma fingida.
Nixon asintió, sabía que no era voluntariamente sino una forma de humillarla más como rehén.
Eso necesitaba un ataque directo, no podían tratar a la princesa del rey más importarte como una
vulgar prostituta.
—Yo propongo preparar una buena ofensiva. Debemos mostrarle a los Draoids que Katariel no
es una chica sin más.
Negan escuchó con atención.
—¿Y crees que tú puedes liderar algo así? La has tenido al alcance de tu mano y has sido tan
mediocre como esperaba.
Las palabras fueron como un puñal para su corazón. Él había tratado de salvarla, pero aquel
guerrero usaba una magia que ellos no sabían controlar. Era muy difícil enfrentarse a algo así.
Eso le hizo a pensar que lo iba a ejecutar tal y como amenazó en un principio. Todavía el
recuerdo de la ejecución pública de los supervivientes lo despertaba por las noches.
Se levantó provocando que todo él temblase, sin embargo, no hizo lo que esperaba. Salió de su
despacho con paso tranquilo, lo siguió a pies juntillas sin que se lo pidiera, pero se sintió atraído
sin más.
—No puedo confiar en ti algo tan importante como traer a Katariel de vuelta. Ella, si intima
voluntariamente o no con esos bastardos, deberá ser castigada a su regreso. Por ahora vamos a
centrarnos en el placer que voy a sentir cuando ese viejo chocho de Gerald se retuerce al ver a su
nieta en mis manos de nuevo y su reino reducido a cenizas.
Llegaron a las catatumbas, un lugar que pocas veces en su vida había visitado y al cual
esperaba no pertenecer jamás.
El olor a muerte se extendía de lado a lado de aquel lugar, se entremezclaba con el de las heces
de los que allí torturaban, la sangre y las lágrimas de las pobres almas que tenían la condena de no
morir rápido.
Llegó a una de las celdas y no abrió enseguida, se recreó en pasar las llaves, que previos
instantes había sacado de su bolsillo, por los barrotes al mismo tiempo que tarareaba alguna
canción poco adecuada para un momento así.
—Querida Malorie, ha llegado la hora —anunció glorioso.
Nixon trató de no vomitar cuando vio a la pobre doncella de Katariel reducida a la mínima
expresión.
En su día había sido una mujer alta y ancha, siempre bien vestida y con el mentón erguido de
orgullo por la mujer que criaba. Ahora, sus ropas eran apenas unos harapos sucios y rotos,
sobraba tela por todos lados mostrando la gran cantidad de peso que había perdido. Su pelo
enmarañado ocultaba su rostro, uno que intuyó que se encontraba demacrado y sucio como el resto
del cuerpo.
Aquella pobre alma había estado viviendo un infierno y esa sorpresa lo golpeó con dureza.
Recordó como Katariel le explicó que había escuchado como su padre había asesinado a la
doncella, algo que claramente no ocurrió en ningún momento.
—Vas a reunirte con tu querida niña y tu estimado rey. ¿A qué es una buena noticia?
La mujer lloró como si supiera lo que estaba a punto de ocurrir. Esa puerta no se abrió
entonces, Negan la observó unos segundos, regocijándose de su obra, antes de girar sobre los
talones para salir de allí.
—Prepáralo todo y no me falles.
Nixon asintió aún a sabiendas que él no podía verlo.
De pronto, el rey se giró para encararlo, como algo meramente casual, le colocó el cuello de la
camisa bien y le dio un leve golpecito en la mejilla sin causarle daño alguno.
—El objetivo es recuperar a mi hija, pero al menor síntoma o atisbo de que es parte de ellos,
mátala.
Él no pudo asentir esta vez, se quedó completamente congelado en su sitio siendo incapaz de
comprender los actos de su rey. Ya no le importaba la corona o recuperar a su hija, es como si
todo girase en torno al daño al orgullo que le podía generar a Gerald.
—¿Señor? —logró preguntar.
Negan puso los ojos en blanco.
—No me importa lo que le pase a este reino cuando yo muera, puedes quedarte este trozo de
hielo si quieres. Yo solo quiero reinar sobre los cinco reinos y reducir a cenizas a Gerald y sus
gentes. Y si Katariel, en algún momento de su «aventura» ha comenzado a sentir algo o
demostrarme que no es 100% Nislava significará que no ha cumplido su objetivo. Solo se
merecerá la muerte y prefiero que dispares tú a que la torture yo.
Sabía que eso era una amenaza y tragó saliva al escucharla.
—Todos hacemos sacrificios en la guerra y si debo ser un padre afligido por la pérdida de su
hija, lo seré.
Se marchó dejándolo solo con sus propios pensamientos, unos que lo destruían por dentro.

***

—¿Y dónde está el problema? —preguntó su madre Carisa.


Nixon miró a su madre, sabía que ella no era capaz de comprender que amaba a Katariel.
—Jamás la mataría, no puedo. Ella es la mujer de mi vida —trató de explicar por enésima vez.
Caminó por el comedor de casa de sus padres tratando de pensar algo, para Negan la vida
valía tan poco que ni su propia hija importaba. Ese era el hombre con el que debía lidiar.
—Es posible que ella, en virtud de sobrevivir, haya querido seguirles el juego —explicó
tratando ser comprendido.
Katariel llevaba siendo meses rehén, los cuales podría haber usado para ganarse su confianza;
era algo básico para seguir con vida.
—No debiste de contarle que la viste así con ese guerrero —regañó su padre.
Cornelius sabía mantener la cabeza fría en las peores situaciones y él no había heredado esa
gran cualidad. A pesar del entrenamiento que había recibido seguía sin saber cómo actuar.
Ella era distinta, había logrado sobrevivir en un reino enemigo. Seguía fuerte como la
recordaba, mucho mejor que él en todos los aspectos. En cada prueba que le ponía la vida sacaba
buena nota y Nixon quedaba relegado al segundo puesto.
—Ahora eso está hecho y partimos al anochecer. Solo quiero saber cómo evitar su muerte —
pidió.
Cornelius caminó hasta donde se encontraba su hijo, puso sus manos en sus hombros y lo miró
a los ojos, pero fue como si pudiera ver más allá, casi pudo ver su alma y su corazón.
—¿Por qué motivo crees que Negan querrá matarla? Solo te ha dicho que, si ves algún indicio,
no tiene porqué suceder algo así.
Él lo sabía, aunque al mismo tiempo su corazón le decía que algo podía salir mal. En la guerra
siempre había sorpresas y no quería tener que matar a la mujer que amaba solo porque ella
interpretase un papel.
—Además, es lógico que pueda sentirse algo unida a ellos. Su madre era Draoid y estoy seguro
que ha descubierto muchas cosas sobre su familia. El rey Gerald es su abuelo.
Aquella noticia cayó como un jarro de agua fría.
—¿Lo habéis sabido todo este tiempo? —preguntó acusándolos.
Un secreto así no podía guardarse y esconderlo durante treinta años. No tenía lógica haber
tapado esa parte de la historia. Eso significaba que Katariel podía haber abrazado su parte Draoid
y ese era el peor de los escenarios.
—Su madre fue una gran mujer y siempre creímos que su enlace con Negan traería prosperidad
al reino. No contábamos con la maldad de nuestro rey y cómo acabó por consumirla.
Su padre habló con nostalgia, como si aquella mujer hubiera significado mucho para él y
recordarla fuera demasiado doloroso.
Fue entonces cuando lo miró.
—Katariel es la clave para detener la guerra y no importa lo que diga Negan, no puedes
matarla —ordenó.
Nixon titubeó.
—Si me lo ordena y lo no hago os ejecutará. Yo tengo asumido que moriré por defenderla, sin
embargo, le debo la vida y haría cualquier cosa por ella. No quiero que os asesine a vosotros.
Carisa negó con la cabeza, su madre era incapaz de comprender los motivos que la ataban a esa
mujer. Nunca vería bien que su corazón le pertenecía a la princesa, que hacía años que era la
única en su vida.
Y haría cualquier cosa por salvarla.
—Tenéis que iros y no aceptaré un no por respuesta. Partimos al alba, debéis aprovechar la
ausencia de Negan para iros a Reiyar. Cuando sepa que habéis desertado tratará de cortar cabezas,
es mejor que estéis lejos cuando eso pase.
Su madre gritó negando con la cabeza. Nadie podía culparla por querer proteger a su hijo, era
lo propio y agradeció ese amor. Al mismo tiempo, él tenía la capacidad de decidir su destino y
Katariel ya lo había sellado, la seguiría a dónde hiciera falta.
—¡No te dejaré aquí! —bramó enfadada.
Nixon la comprendió y abrazó a su madre tratando de reconfortarla. Toda su vida había
peleado por conseguir lo mejor para su hijo y estaba agradecido de ello.
—Solo hay una cosa con la que estoy de acuerdo con Negan: en la guerra hay que hacer
sacrificios y este es uno de ellos.
Únicamente esperó que no hubiera más. Si todo iba bien traería a Katariel a casa y pensarían
en algo. Estaba escrito que iban a ser reyes, podían lograrlo, vivir sus vidas de una vez por todas
y cumplir todas las promesas que se habían hecho.
Una parte de él estuvo muy orgulloso de la mujer que el destino le había regalado. A pesar de
todo, ella siempre peleaba por salvarle; no existía amor más puro e infinito que ese.
Y él pensaba estar a la altura.
Capítulo 39

Katariel salió a la calle con cierta dificultad. Sus heridas ya estaban casi curadas, pero seguía
teniendo cierto mareo cuando trataba de mantenerse en pie demasiado rato.
Molly había luchado por conseguir que nadie la molestase durante su recuperación, cosa que
agradecía, aunque ya debía rendir cuentas con todos aquellos que tuvieran algo que decirle.
Al no encontrar a nadie, solo miradas de transeúntes, decidió caminar hacia casa del rey
Gerald. Subió las cuatro escaleras que tenía en el porche y llamó a la puerta con los nudillos.
Pocos segundos después abrió, enfrentando con sorpresa a su nieta. No se dijeron nada, se
miraron por primera vez, como si hubieran comenzado de nuevo y aquel día se convirtiese en el
uno.
—Ya me siento mejor y te agradezco los cuidados médicos. ¿Debo volver al poste? —preguntó
casi retrocediendo para ir hacia allí.
Estaba convencida que ese era su lugar y no le importaba regresar. Casi comenzaba a tenerle
cariño a ese trozo de madera, ya había encontrado la postura buena para dormir, aunque agradecía
la comodidad de la cama.
Gerald suspiró.
—Entra —ordenó.
Katariel frunció el ceño y no lo hizo inmediatamente. Pasó el umbral con cierto recelo
esperando encontrar cualquier ataque allí dentro.
Justo cuando la puerta se cerró pudo ser capaz de ver aquel hogar. Supo que ahí había vivido
su madre porque las paredes estaban plagadas de imágenes que así lo testiguaban. Las miró sin
tener en cuenta que estaba ante el rey, su enemigo de nacimiento.
Consiguió reconocer a su madre siendo una niña en el regazo de su progenitora tratando de
comer algodón de azúcar. Esa imagen sobresalía por encima de las demás y la atrajo como la luz a
los mosquitos. Caminó hasta esa pared salmón con el gran cuadro que lucía con orgullo la
fotografía.
Una parte de ella sintió pena por no haber tenido una infancia así, estuvo convencida de que
Layla la hubiera cuidado con todo el amor del mundo.
—Tu madre y Edith, tu abuela. Murió poco después de saber que no volvería a ver a su
pequeña y que yo había decidido dejarte con Negan. Nunca me perdonó no haber movido un dedo
para recuperarte.
Un escalofrío recorrió su espalda. Aquella familia había sufrido tanto o más que ella y solo
logró compadecerse de ellos.
—Lo siento mucho —dijo con sinceridad.
Su padre había destrozado a todos los que había tenido a su alrededor. Su crueldad había hecho
estallar por los aires siglos de paz entre reinos.
Él la guio hasta el comedor desde donde la habían vigilado todo ese tiempo. Allí la invitó a
tomar asiento y lo hizo, fue todo tan extraño que decidió dejarse llevar. Cuando la vida golpeaba
era mucho mejor tratar de fluir.
—¿Quieres un café? ¿Un té? ¿Has comido?
Katariel se sintió abrumada con tantas atenciones, no pudo evitar cogerse las sienes con las
manos antes de amasarse el pelo y respirar profundamente.
—No, gracias. Molly me ha alimentado lo suficiente como para soportar días. Creo que tiene
miedo a que no vuelva a comer —rio nerviosamente.
Se quedaron en silencio y no pudo evitar tomar la esquina del mantel entre sus manos para
juguetear, era una forma de desestresarse o sabía que iba a morir de un ataque al corazón.
—No es una novedad que nunca te he visto como una nieta —comenzó a decir el rey.
Su voz profunda hizo que soltase el mantel, se quedase erguida y atenta a cualquier cosa que
deseara decir.
—Te pareces tanto a él que me ha costado ver que también eres mucho más que eso. Tienes el
corazón de mi pequeña, incluso más y la fuerza capaz de enfrentarte a un ejército.
Katariel tembló sin saber bien el motivo, no estaba preparada para esa conversación.
—Negan me quitó la persona que más amaba en el mundo y poco después perdí a Edith. Me he
ocultado tras el dolor, la ira y la rabia ignorando que yo mismo cometí mis propios errores.
Ella solo quiso salir de ahí, su mente daba vueltas con tanta información. No sabía ver a ese
hombre de otra forma que un enemigo y eso hizo que comprendiera sus palabras.
—Nunca sentí que hacía nada malo cuando te dejé allí.
Aquella acusación dolió mucho más de lo que él podría creer jamás. Toda su familia la había
repudiado y eso no se arreglaba en un día.
—El día del ataque de los elfos de Kaharos todo cambió.
Ella se enfadó un poco con aquello, quería seguir escuchándolo, lo intentó de corazón, pero
solo pudo cortarle y decir lo que pensaba.
—¿Te has replanteado quién soy solo porqué fui capaz de hacer magia? —preguntó algo
ofendida.
Desde pequeña Negan la había enseñado a ocultar su parte Draoid a golpes, solo que ella no
sabía qué había en su cuerpo que no le gustase. Jamás le explicó que era mucho más que eso, era
la sangre que corría por sus venas lo que trataba de anular.
Gerald negó con la cabeza.
—Vi quién eras en casa de Molly. Los gritos me congelaron en la puerta y Loretta me arrastró a
tu lado.
Para ella esos momentos eran demasiado confusos como para sacar algo en claro. El dolor lo
tapaba todo como si fuera un recuerdo lejano o demasiado fuerte como para poder revivirlo.
—Suplicabas ayuda a cambio de ser buena, envuelta en sangre. Bajo todo eso no solo vi tus
cicatrices, también vi a esa niña que llevaba toda la vida pidiéndole a su padre que dejase de
golpearla.
Katariel jadeó al borde de las lágrimas, aunque se juró soportarlo.
—No vi a la mujer que tengo delante. Solo a esa niña asustada, la que no protegí entonces. Me
pregunté cuántas veces le habrías pedido piedad a tu padre sin encontrarla y me di cuenta que
había sido un monstruo.
Su sinceridad tan brutal la hizo temblar como si no pudiera creerle. Estaba conociendo una
faceta oculta de ese hombre. Quiso creerle, sin embargo, no podía abrirse al mundo como si nada.
—¿Sigo siendo tu prisionera?
La pregunta hizo daño al rey ya que se encorvó como si acabase de ser disparado.
—No, eres libre. Si quieres volver a casa pediré que te escolten hasta Nislava inmediatamente.
Las palabras de su abuelo hicieron que se levantase a toda prisa tirando así la silla al suelo.
Dio un brinco antes de tratar de cogerla para ponerla de nuevo en su sitio, sus manos temblaban
siendo incapaz de digerir lo que estaba pasando.
Tomó asiento nuevamente intentando pensar más allá de sus instintos pidiéndole volver a casa
con Nixon.
Tragó saliva antes de decir algo, se sintió como si estuviera a punto de ser ejecutada.
—¿Y si no quisiera volver? —tanteó.
Gerald, sin modificar su rostro, asintió.
—Este también es tu reino y serás bienvenida, esta vez sí.
Jadeó buscando aire, pero la habitación comenzó a dar vueltas. Así pues, no pudo más que
levantarse para abrir la ventana y sacar la cabeza tratando de poder llenar sus pulmones.
Temblaba de tal forma que sus rodillas no la soportaron, cayó al suelo y se sentó esperando
controlar su cuerpo. Fue entonces cuando su abuelo se levantó preocupado, se acercó y se sentó a
su lado.
—Yo también soy nuevo en todo esto. Puede resultar ser abrumador, sin embargo, siempre
tendremos los bastonazos de mi madre para hacernos recapacitar.
Katariel sonrió recordando a Loretta, eso la reconfortó.
De golpe la mano del rey cayó sobre su rodilla provocando que ella se asustara. La miró como
si fuera un cuerpo extraño y siguió el brazo hasta contemplarlo con auténtico terror.
No había golpes, desprecios o humillaciones y eso era un mundo nuevo que no sabía si podía
descubrir.
—Si decides quedarte serás una más en este reino y espero, con el tiempo, poder reconectar
como familia.
Kata se mordió la parte interna de los mofletes para evitar llorar, necesitaba no ser vulnerable
ante nadie.
—Podrás hacer lo que quieras. Aprender magia o no, tener una casa y podemos intentar tener
una vida normal en esta guerra.
Esa palabra desencadenó un horror que se llevaba viviendo muchos años. No era justo para
ningún reino a lo que les había expuesto Negan. Era una crueldad seguir peleando hasta la muerte.
Recapacitó, ahora una nueva vida se abría ante sus ojos. Tenía la oportunidad de hacer algo o
perderse en el tiempo.
Suspiró tratando de poner sus ideas en orden, todas ellas gritaban y se empujaban queriendo
ser las primeras. Deseaba hacer tantas cosas que no podía elegir una como más importante.
Ahora ya no era rehén.
¿Quería volver a Nislava?
¿Quería regresar con Nixon?
Tras unos segundos en silencio, los mismos en los que su abuelo no la molestó. Respetó su
mudez, comprendiendo que era una decisión difícil. Nunca antes había tenido voz y voto.
Al final miró a Gerald con firmeza.
—Quiero matar a Negan –sentenció.
Si estaba en el mundo era por una razón. El destino había escrito sus pasos de tal forma que la
dotaba de voluntad para cambiar el curso de la historia y quería acabar con la guerra.
Para siempre.
Capítulo 40

Katariel conversó un poco con su abuelo antes de decidir salir de allí. Eran demasiadas cosas
para asimilar, todo había cambiado a demasiada velocidad; casi sintió la necesidad de agarrarse a
su alrededor para no caer.
Llegó a su poste, en el que había compartido tantas horas y no pudo evitar pasar la yema de los
dedos por la madera, el contacto fue corto porque sintió dolor al acariciarlo.
Miró el resto de postes y se lamentó, no había conseguido salvar a ninguno de los rehenes,
todos ellos habían muerto de una forma u otra y ella llevaría sus nombres sobre los hombros para
el resto de su existencia.
—¿Echas de menos estar atada? —preguntó Markus acercándose.
Ella lo encaró tratando de mantener una sonrisa.
—Fue una mala idea darme tu arma, ¿eh?
El guerrero, que transportaba algo de leña en sus manos, la contempló con seriedad unos
segundos.
—¿Pasamos a la táctica de cambiar de tema? Esa no es buena señal, es una evasiva en toda
regla.
Katariel asintió aceptando la derrota. No quería hablar con nadie de las muertes y mucho
menos con aquel hombre. No todo podía cambiar de la noche a la mañana, podía ser admitida en
el reino, sin embargo, todo era demasiado extraño para confiar tan pronto.
—Gracias por…
—No sé de qué me hablas —le cortó antes de que él pudiera acabar la frase.
Sabía de sobras que había matado al elfo que amenazaba con asesinarle, no obstante, debían
comprender que necesitaba su tiempo. No podía avanzar a los pasos que esperaban.
—No hay prisa, ¿sabes? Además, ahora puedo llegar a caerte bien —bromeó Markus.
Katariel se acarició la nuca.
—¿Sí? Eso es apuntar muy alto, no te pases tampoco —contraatacó ella.
Molly hizo acto de presencia, llegó contoneando las caderas solo como ella sabía hacer. Lucía
un precioso vestido rojo y un escote que jamás sería capaz de ponerse, casi parecía que sus
pechos estaban a punto de caer mostrándose al mundo exterior.
Fue entonces cuando se fijó en la mirada de Markus, absorto en las curvas de aquella mujer.
Sonrió cuando ella también se entretuvo en observar cada uno de los músculos del guerrero
haciéndola sentir que sobraba.
Katariel tosió un poco tratando de salir de ahí como si de humo se tratase.
—¿Molestando a mi invitada? —preguntó Molly.
Markus miró a la princesa.
—Tienes que mejorar la clase de tu compañía, creía que tenías mejor gusto —contestó tratando
de hacerla rabiar.
Katariel no pudo evitar darle un puntapié en la espinilla antes de dejarlos allí hablando sin que
se dieran cuenta de que se marchaba. Estaban absortos el uno en el otro y eso le robó una sonrisa.
—Tengo muchísima clase, ella es de la realeza y tú un vulgar soldado.
Markus dejó caer la leña al suelo provocando que Molly profesara un brinco. Tenía suficiente
confianza en sí misma como para enfrentarse a él, pero eso no quitaba que aquel hombre podía ser
terriblemente atractivo y fiero.
—¿Por qué no me das esa oportunidad que tanto queremos y vemos lo vulgar que puedo llegar
a ser? —preguntó aproximándose a ella hasta quedar a centímetros de su boca.
Katariel los observó a distancia. No se dio cuenta de que se mordía el labio inferior como
Molly. De haber podido ayudar a esa conversación, les hubiera empujado hasta conseguir que se
besaran.
—Tal vez algún día —suspiró ella antes de retirarse y dejarlo mirando su trasero bamboleante.
Kata suspiró, se notaba la tensión sexual a kilómetros de distancia, no obstante, por alguna
razón ella no caía. Repelía a aquel hombre como si fuera a quemarla y eso la confundió.
—¿Nunca te han dicho que oír conversaciones ajenas es de mala educación?
La voz de Zachary en su oído provocó que diera un fuerte grito, además, del brinco que pegó
tratando de alejarse.
—Tienes los nervios de punta —comentó él divertido con la situación.
Kata reprimió las ganas de patearlo, con el susto que acababa de llevarse estuvo convencida de
que había envejecido diez años. Se llevó las manos al corazón tratando de contenerlo de alguna
forma sabiendo que eso iba a ser difícil.
«Mírame, amor». Recordó en su cabeza.
A pesar del dolor sabía bien que había sido él el que había pronunciado aquellas palabras, las
mismas que habían rebotado por su mente durante días. La habían acompañado todo ese tiempo
recuperándose.
—¿Has decidido quedarte? —preguntó mirándola de tal forma que supo que sabía de sobras la
respuesta.
Katariel colocó las manos en la espalda tratando de dar misterio a su respuesta, como si eso
pudiera hacerlo dudar. En Nislava no tenía nada más que dolor, había que estar loco como para
elegir regresar.
—Me lo estoy planteando, después de la estancia tan agradable que he tenido es una
posibilidad más que aceptable.
Arrancaron a caminar sin tener ni idea de a dónde se dirigían, solo lo hicieron por impulso,
como si sus piernas supieran mucho más que ellos mismos. Lo hicieron en paralelo, mirándose a
la cara como si fuera un reencuentro entre viejos amigos.
—Yo creo que he sido el más hospitalario, hasta tuviste un paseo guiado por el bosque.
Si echaba la vista atrás todo había cambiado mucho en un parpadeo, como si alguien hubiera
decidido jugarle una broma. Le costaba asimilar su nueva posición, ya no era una rehén y eso no
podía asimilarse en un instante.
—Sí, lo que más me gustó fue conseguir patear al guía —sonrió Katariel.
Siguieron caminando a pesar de que la multitud había empezado a fijarse en ellos. ignoraron al
resto del reino como si el otro fuera la única persona que existía en el mundo.
Una extraña conexión les unía, una que conseguía que ahora se estuvieran descubriendo.
—Mi parte favorita fue cuando decidiste hacer un alto en el camino y tomar un baño en el lago
—puntualizó él.
El recuerdo del frío provocó que su piel se erizase. Su instinto le había pedido pelear y
regresar a casa y eso había hecho. Zachary no importaba, tampoco el resto de Draoids que solo
querían su dolor.
Y así, sin darse cuenta, entraron en el bosque. Al hacerlo se detuvieron en seco como si aquello
fuera una línea roja que era mejor no atravesar. Retrocedieron sin decirse nada continuando su
paseo hacia otro extremo.
—Es todo un poco raro —se sinceró Katariel.
—Lo es.
Ya no eran enemigos, así lo habían dictaminado. Todo el odio que se habían tenido podía
desaparecer de un plumazo. Bueno, él había dejado de sentir eso hacía tiempo o eso pensaba ella.
—¿Ahora puedo ir a dónde quiera? ¿Nadie me empujará, pegará o odiará? —preguntó mirando
al cielo como si esa pregunta no tuviera nada que ver con aquel hombre.
Zachary carraspeó.
—Creo que te has ganado un hueco en el reino. Has demostrado tener el corazón suficiente
como para salvar a un niño a expensas de un hombre de tu reino, dejaste ir a los rehenes y salvaste
la vida de Markus.
Katariel jadeó dejando que los recuerdos la invadiesen. Le había dado tiempo a hacer muchas
cosas más, todas incluían una pelea de por medio. No importaba la situación, casi todas las
arregló con golpes.
—¿Y tu ya aceptas que forme parte de esto? —preguntó dejando libre la curiosidad.
Zachary cabeceó un poco como si quisiera ser lo más mordaz posible. No tardó mucho en
contestar, pero para ella la espera resultó eterna. Él sabía bien que ese silencio amenazaba con
volar su cordura.
—Bueno, creo que tenemos que limar alguna aspereza porque tienes un poco de mal carácter.
Cuando te disculpes lo tendremos todo arreglado, no soy un tipo rencoroso.
No pudo evitarlo, le dio un leve golpe en el pecho con el dorso de la mano. Disculparse es lo
último que haría y más después de todo lo mal que lo había pasado. Tenía excusa.
—Yo creo que alguna rama cayó demasiado cerca y te dio un buen porrazo porque no te veo
del todo bien.
La caminata acabó en la casa de Zachary, acababan de dar una gran vuelta a la parte del reino
que conocía. Sabía que existía mucho más y que sus paisajes eran hermosos, pero no había tenido
tiempo a disfrutarlo.
Ella miró su puerta, era el momento de despedirse y, aunque no tenía muy claro a dónde ir,
sabía que siempre podía regresar a casa de Molly. Ahora mismo, de una forma extraña, era como
su lugar seguro.
Estaba convencida, solo tenía que despedirse, darse la vuelta y caminar sin más. Nada podía
salir mal.
—¿Quieres entrar? —preguntó Zachary.
—Claro.
La mente de Katariel pareció explotar en ese momento. No podía creer que hubiera aceptado la
invitación.
¿Cómo no había podido seguir un plan tan sencillo?
Capítulo 41

Zachary nunca supo los motivos por los cuales la había invitado a entrar. Había límites
infranqueables y aquel era uno de ellos. Su casa era su fuerte seguro al que no dejaba entrar a
nadie.
—¿Quieres un café? —preguntó tratando de ser hospitalario.
Ella estaba incómoda, había aceptado la invitación, sin embargo, ambos sabían que no debía
estar ahí.
—¿Agua? —pidió.
Fue hacia la cocina seguida por la princesa. Le resultaba extraño tener compañía femenina en
su casa, pero resultaba agradable ese cambio. Quizás dar el paso significaba algo.
Le dio el vaso y ella bebió en completo silencio, la incomodidad casi podía palparse con los
dedos. Estuvo convencido que podía masticar aquella tensión y tragarla como si fuera comida.
—¿Quieres que te acompañe a algún lado?
—He decidido matar a mi padre –dijeron a la vez.
Zachary supo que de haber tenido algo en la boca lo hubiera escupido de golpe. No era el tema
de conversación que esperaba. La miró con sorpresa porque sabía lo que un padre podía
significar.
—¿Estás segura?
Asintió convencida.
—Esta guerra dura demasiado tiempo y Gerald está de acuerdo con acabar con él. Estoy
convencida de que podemos hacerlo, instaurar la paz de nuevo.
Era un plan idílico, pero él conocía los horrores de la guerra. Las cosas no eran tan fáciles por
muy bonito que fuera el resultado. Llevaban treinta años tratando de derrocar a ese rey y no se
haría de golpe solo porque su hija quería.
—Deja de mirarme así, ¿quieres? —pidió molesta devolviéndole el vaso.
—¿De qué forma?
Katariel suspiró antes de girar sobre sus talones y comenzar a caminar hacia la salida. Zachary
quiso dejarla salir siendo incapaz de hacerlo, caminó rápido cortándole el paso.
Ella ya había llegado a la puerta y se disponía a abrir, así pues, él puso la palma de su mano en
la madera bloqueándole la escapatoria.
—No he querido ofenderte, pero la guerra es horrible y llevamos muchos años en esto.
Katariel asintió.
—No soy estúpida. Conozco los entresijos de esta batalla y los horrores que puede causar. Soy
consciente de que, para enfrentarme a mi padre, necesito apoyos suficientes, sin embargo, creo
que el pueblo Nislavo lleva muchos años sufriendo, está lo suficientemente desgastado como para
cambiar de parecer para con su rey.
Esa era una buena idea, hablaba de conseguir que su pueblo la siguiera y era una idea no muy
difícil de vender.
—Además, quedan dos reinos más, con los contactos suficientes podemos conseguir una
audiencia con los reyes. No creo que les beneficie que esta guerra siga durando —explicó Kata.
Zachary rio a pesar de saber que así la ofendía.
—Puedo llegar a ver una pequeña alianza con Reiyar, pero ¿Kaharos? No sé si recuerdas que
fueron sus elfos los que te hicieron un hechizo prohibido —le escupió algo molesto.
La joven puso los ojos en blanco, además, supo que acababa de reprimir las ganas de darle un
golpe porque apretó los puños.
—¡Justamente por eso! Me quieren porque significa debilitar a Nislava. Si habláramos con
ellos podríamos llegar a un acuerdo. Os he escuchado todos estos días decir que ellos jamás os
habían atacado, eso debe significar algo.
Sí, que los enemigos eran fuertes, poderosos y despiadados.
—No te dejaré ir a Kaharos a hablar con su rey —bufó Zachary convencido.
En ese momento ella inclinó la cabeza y puso sus brazos en jarras, estaba claro que no pensaba
como él y que no iba a llegar a un acuerdo amistoso. La conversación no dejaba de empeorar.
—Perdóname porque me importe una mierda tu opinión. Eso es algo que deberé hablar con
Gerald y, aunque él no lo viera bien, siempre sería decisión mía.
Aquello lo molestó.
—Pues no «princesita» —dijo poniéndole énfasis a esa palabra—. Me he roto los cuernos, la
espalda y el culo por mantenerte a salvo y, créeme, me ha costado lo mío porque cada vez que
parpadeaba estabas en un lío.
Katariel lo miró como si acabase de enloquecer, hasta se retiró unos pasos como si necesitase
algo de espacio.
—¡Ah! ¿Es que te has declarado mi dueño? —preguntó acusándolo con el dedo índice.
Él miró su mano para después encararla directamente.
—No, pero si tengo que atarte para que no pises suelo Kaharos lo haré. Estoy convencido que
por eso prefirieres a Nixon, porque puedes con él.
La joven cambió totalmente, fue un golpe bajo y se dio cuenta en como ella retrocedió. Miró a
su alrededor como si buscase algún tipo de salida, ya no quería estar en aquella estancia y no la
culpaba.
—Katariel, eso estaba fuera de lugar —suspiró.
Decidida caminó hacia la puerta, la que él seguía bloqueando. Tomó el pomo, pero no fue
capaz de abrir porque se negó a moverse. No quería acabar aquella conversación así.
—Espera, escúchame —pidió casi ordenando.
—Déjame salir —escupió sin mirarlo.
Con cierta cabezonería tomó su mano para apartarla del pomo consiguiendo que Kata se
revolviese luchando por huir.
—Vamos, chica, no ha sido mi intención —se excusó mientras forcejeaban.
Al final, completamente furiosa, golpeó con las palmas de sus manos en el pecho con tanta
fuerza que lo hizo tambalearse.
—Puedo contigo —amenazó ella.
—No quiero pelear, solo disculparme, ha sido un comentario bastante desafortunado.
Estaban solos, sin embargo, supo que nadie en todo el reino podría creer esa disculpa tan
absurda. No se sentía orgulloso de haberlo dicho de esa forma, por mucho que creyera que tenía
razón.
—¿Qué te molesta? ¿Que lo elija a él en vez de a ti? Hasta hace dos días éramos enemigos y no
por soñar conmigo significa que tengamos que tener algo.
Ese contraataque no se lo esperó, estaba convencido que había conseguido enfadarla y podía
verlo en la tensión de su cuerpo; estaba al borde, como si se contuviera por no tratar de romperle
la cabeza.
—Te gustó cuando te besé —le acusó él.
—Te mordí —le recordó.
Zachary llevó su pulgar a la boca lo justo como para sacar la lengua y chupárselo de forma tan
picante que pudo ver como miraba ese gesto.
Aquella mujer era hermosa y fuerte, una combinación peligrosa. Le gustaba el contraste de su
pelo pelirrojo con su piel clara, aunque, en el tiempo que llevaba ahí algo de bronceado tenía.
También comenzaba a sentir una especie de adicción por esas conversaciones fieras que
compartían.
—No es que tenga nada personal contra Nixon, pero creo que es tu solución fácil. Si acabas
con Negan ya no tienes porqué casarte con él. Serás libre —rectificó—, eres libre ahora mismo,
Katariel.
Ella negó con la cabeza.
—Es mi decisión —sentenció.
Zachary sabía que no era así, que todo era por la vida que había tenido y porque ese hombre
había sido lo único bueno que había experimentado alguna vez.
Caminó hasta ella, no se retiró, lo esperó como si supiera que tenían esa conversación
pendiente. Había habido un tira y afloja desde que se habían conocido, no importaba lo mucho que
trataba de ocultarlo.
Él notaba esa tensión que tiraba de ellos y no eran los sueños.
Se colocó tan próximo a su cuerpo que casi pudo sentir su aliento cosquilleándole en el cuello.
La joven miró hacia arriba para ser capaz de mirarlo a los ojos y sus miradas chocaron como dos
trenes de alta velocidad.
—Dime que él te hace sentir más que yo ahora mismo. Síguete mintiendo si quieres, pero yo
puedo notar esa tensión que hay entre nosotros. Y ahora que eres libre no tienes porqué fingir que
eso no existe.
Katariel se mantuvo en silencio unos segundos, respirando como si quisiera poner sus ideas en
regla. De pronto un choque de energía, procedente de su cuerpo, lo obligó a retroceder con
contundencia.
Casi pudo ver fuego en su mirada de entonces.
—No me gustas —lo acusó.
Zachary sonrió justo antes de que ambos arrancaran a caminar el uno contra el otro.
Para su sorpresa, no se atacaron, él tomó su rostro entre sus manos y ella su cintura,
conteniéndose el uno al otro antes de besarse. Fue como chocar directamente contra un muro, lo
hicieron a toda velocidad casi sin calcular dónde estaba la boca del otro, aunque, por suerte,
acertaron.
Capítulo 42

Zachary besaba como nadie o eso fue lo que le pareció a Katariel. Nadie antes había
conseguido enfadarla tanto y excitarla de esa forma a la vez. Odiaba su crudeza, pero más el que
tuviera razón.
Caminaron sin romper el beso a través del pasillo hasta llegar al pequeño comedor que tenía la
casa. Ahí fue cuando se separaron un instante para tomar aire y no morir ahogados.
Él lanzó un pequeño choque haciéndola retroceder, fue como devolver el golpe que había
recibido. Sonrió de forma tan picante que pudo notar como sus piernas temblaban por ese hombre.
Devolvió el golpe, solo que no controlaba sus poderes y lo lanzó con algo más de fuerza contra
una de las estanterías de la pared que tenían detrás. Katariel se paralizó un poco antes de que él
arrancase a reír, suspiró aliviada al ver que estaba bien.
El guerrero le tendió una mano, una que tomó al instante. Tiró de ella hacia su cuerpo y la
apretó con fuerza hasta sentirse piel con piel a pesar de la ropa. Con cierta desesperación, ella
subió las piernas lo suficiente como para envolverlas alrededor de su cintura.
Zachary gruñó victorioso, puso sus manos bajo su trasero y lo agarró con fuerza. Se incorporó
con ella aferrada a su cuerpo y giraron hasta que, esta vez, fue Kata la que chocó contra el armario
del comedor. No le hizo daño o no lo notó en ese momento.
Volvieron a besarse, dejando que la lengua del otro entrase para descubrir y saborear lo que
quisiera. Casi fue como si una corriente eléctrica los envolviera de los pies a la cabeza.
La magia de ambos surgió con fuerza tirando cualquier tipo de decoración que hubiera sobre
aquel mueble. No se inmutaron, solo siguieron en la boca del otro sin descanso.
Katariel se agarró a su nuca con fuerza, incapaz de separarse de aquel hombre. Su mente daba
vueltas y podía cambiar lo que quisiese, ahora necesitaba estar con aquel ser esculpido por
dioses.
Pasados unos segundos, lo empujó un poco obligándola a soltarla para poder respirar. Lo
hicieron, tomaron bocanadas de aire mirándose directamente a los ojos tratando de pensar su
siguiente movimiento.
Ella descendió de sus caderas dejando que sus pies tocasen el suelo. Aquello era como una
guerra y ninguno quería perder.
Katariel caminó unos pasos rodeándolo fingiendo querer apartarse de su contacto. Él rugió a su
oído cuando la tomó por la espalda y la envolvió con sus brazos, duró un segundo antes de que
notase descender sus manos hasta agarrar la base de su camiseta y sacársela de un tirón.
No le dio cuartel, no lo necesitaba. Sus labios cayeron en su hombro izquierdo al mismo
tiempo que una de sus manos tocaba toda la piel de su estómago y la otra tenía el cuello entre sus
dedos.
Lamió su piel consiguiendo erizarla hasta llegar a su cuello, donde se entretuvo a besar a
conciencia cada centímetro expuesto que encontró.
La mano descendió hasta encontrar un pecho, lo agarró colmándole la mano y lo amasó con
mera desesperación. Fue entonces cuando Katariel echó la cabeza atrás y gimió en voz alta.
Como si eso fuera una aprobación, la mano del estómago bajó con rapidez colándose entre sus
pantalones y su ropa interior hasta alcanzarla.
Ahí le arrancó un grito de sorpresa y excitación a la vez, ese contacto fue tan íntimo que sintió
un poco de miedo un par de segundos, los mismos que él tardó en alcanzar su clítoris con sus
dedos.
Giró el rostro buscando su boca, pero él se lo negó, con el mentón la obligó a seguir en la
posición que estaba. Katariel gimoteó un poco en señal de queja, aunque se le pasó cuando su
lengua llegó a su oreja.
Una oleada de placer la sacudió de los pies a la cabeza y no pudo más que dejarse caer. Él
acompañó su cuerpo hasta que cayeron, de rodillas, sobre la mesita del café que tenía delante del
sofá.
El golpe fue duro y sordo, no importó ya que Zachary dejó que sus traviesos dedos,
completamente humedecidos por la excitación de Katariel, entrasen en ella. Primero la penetró
con uno arrancándole un gemido, aunque no tardó en introducir el segundo.
Cerró los ojos cuando el mundo comenzó a dar vueltas, contoneó sus caderas notando la
erección de aquel hombre en su trasero. En aquel instante no pudo más que echar las manos atrás y
agarrarse a su cintura para evitar no perderse.
No le dio cuartelillo, la penetró con velocidad dejando que el placer se expandiera por todo su
cuerpo cortándole la respiración; solo podía gemir.
Gritó cuando el orgasmo la sorprendió, justo en el momento en el que la mesa cedió por el
peso de los dos. Cayeron al suelo de rodillas, en la misma posición mientras Katariel gritaba
vaciándose por dentro.
Después de aquello necesitó un par de segundos para tomar aire. Él se retiró un poco dejándola
recomponerse.
Katariel se levantó a toda prisa, casi como si, al perder tiempo, perdiera placer. Se acercó a él
lanzándole un choque suave que lo dejó contra el mueble del comedor. Él pareció entender lo que
estaba a punto de pasar porque se quitó los zapatos sin manos quedándose a su merced.
Zachary subió los brazos antes de que ella tomase su camiseta y se la quitara a tirones
desesperados. No pudo aguantar la posición porque bajó una mano para agarrar su barbilla y
guiarla hasta la boca.
Se besaron, dejando que sus lenguas pelearan la una contra la otra como si alguna fuera a ganar
mientras Kata se entretuvo en abrirle el pantalón. El cinturón cedió después de que gruñera en la
boca del guerrero, eso le produjo risa, pero tampoco se separó para respirar.
El pantalón cayó sin remedio y su ropa interior también. No tuvo piedad, soltó entonces su
boca, justo cuando dejó que su mano tomase toda su erección. Ahora tenía el control e iba a hacer
lo que quisiera.
—Manos arriba —le ordenó y él lo hizo sin rechistar.
Descendió hasta quedar de rodillas, en todo momento lo miró mientras él jadeaba por lo que
estaba a punto de hacer.
Katariel no cerró los ojos cuando se la metió en la boca, pero Zachary sí, es más, pareció
aullarle al cielo cuando notó su miembro entre sus labios.
Ella lo saboreó a conciencia, metiendo todo lo que pudo dentro y saboreando al mismo tiempo.
Por cada gemido que obtenía más lo torturaba, aquel sonido era como un cántico para sus oídos.
Lo torturó a conciencia unos minutos hasta que él pareció perder el control. No solo bajó los
brazos, también los usó para tomarla de la cintura y levantarla. La besó casi quemando toda su
boca.
Las manos del guerrero llegaron al sujetador, cada uno tomó una copa y tiró con tanta fuerza
que lo partió en dos sin piedad. Lo apartó de sus pechos deseoso de metérselos en la boca.
Y lo hizo.
Primero con uno, al mismo tiempo que pellizcó el pezón del otro. Katariel sintió que podía
morir allí mismo. Lo torturó de forma que toda ella se erizó y se pasó al otro cuando consiguió
dejarlo rojo e inflamado.
Zachary tomó su mano para tirar de su cuerpo y guiarla hacia la mesa. En ella había mucho
papeleo, vasos y cosas que cayeron al suelo cuando él chasqueó los dedos. Lo lanzó todo en todas
direcciones despejando aquel mueble.
El siguiente chasquido fue mucho más práctico ya que la desvistió por completo dejándola a su
merced.
No pensó los siguientes instantes, dejó que él la tomase en brazos y la tumbase sobre la mesa
con las rodillas colgando. Se colocó entre ellas sin dar tiempo a prepararse mentalmente para ello
y dejó que uno de sus dedos la penetrase.
Katariel se encorvó producto del placer facilitando que él saboreara uno de sus pechos.
Después, demasiado provocativamente, descendió por su cuerpo beso a beso hasta llegar a su
sexo.
No tuvo piedad y tampoco la esperó, tomó su clítoris entre sus labios haciendo que gritase con
todo el aire de sus pulmones. Lo saboreó unos minutos antes de que un segundo orgasmo la
golpease.
Gimió su nombre sin ser consciente, pero se lo había ganado.
Y fue ahí, cuando luchaba por respirar, que notó como su lengua la penetraba sin piedad
provocándole un segundo orgasmo de golpe. Se retorció como si quisiera apartarse, aunque solo
fue por el placer que le provocaba.
—Zachary —suspiró.
Él llegó hasta su boca y la besó, esta vez no fue salvaje, lo hizo de forma lenta, con cariño,
siendo incluso más placentero que antes.
Ella, al notar su miembro entre sus piernas, luchó por acercarse y, cuando estuvo a punto de
suplicar, entró colmándola por completo. Ambos gritaron cada uno por su propio placer.
Bombeó un poco, penetrándola con su larga polla. No pudo evitar erguirse un poco para tomar
su boca y, antes de darse cuenta, se agarró a su espalda con los brazos y él la tomó por el trasero.
Usando su fuerza, la subió y la bajó por todo su miembro y ella acompañó el movimiento.
Katariel besó su cuello, ansiosa por saborear todo su cuerpo, siguió hacia arriba hasta tomar su
oreja.
—Zachary —gimió en su oído.
Él caminó hasta el sofá, donde la ayudó a descender. Estaban en un reposabrazos y lo colocó
bajo su estómago poniéndose boca abajo esperándole. Zachary no tardó en entrar en ella y
colmarla por completo.
—Recuerdo que una vez dijiste que debía estar acostumbrado de tener a las mujeres a cuatro
patas —rio el guerrero sin parar de penetrarla.
Kata le dio una palmada de aviso a su pecho, fue un golpe fuerte, pero que no le hizo daño.
—Que te jodan.
—A sus órdenes.
Subió el ritmo, bombeando con tanta fuerza que supo atraer un nuevo orgasmo y hacerla gritar
por ello. El placer se extendió desde su vagina hasta el resto del cuerpo casi provocando que
perdiera el aliento.
Katariel lo empujó suavemente obligándolo a salir. Giró sobre sus talones y lo besó, lo hizo al
mismo tiempo que lo instó a caminar de espaldas. Ella llevaba el control produciendo que se
dejase llevar.
Lo sentó en el sofá, dejándolo mirándolo confuso. Pronto cambió a una sonrisa cuando vio que
la joven se sentaba encima de él.
Ella subió el ritmo, bombeando fuerte con sus manos en sus hombros mientras ambos trataban
de mirarse a los ojos. Sus labios se juntaron un par de veces, pero prescindieron de besos porque
ya empezaba a ser imperativo respirar.
Katariel lo torturó subiendo y bajando, provocándole infinidad de gruñidos y gemidos que la
animaron, aún más, a seguir. Ella disfrutaba con su placer, lo que no esperaba es un último
orgasmo.
Él se aferró a sus caderas, acompañando su movimiento dejando que sus cuerpos chocaran
produciéndose un placer infinito.
Al final, ambos llegaron, para su sorpresa, a la vez. El orgasmo los asaltó produciéndole tanto
placer que no fueron conscientes del choque de energía que enviaron en todas las direcciones a
través de toda la habitación destruyéndolo todo a su paso.
Solo cuando el placer cesó, Katariel se dejó caer sobre su pecho con la mejilla apoyada en su
hombro. Necesitaban un respiro.
Zachary miró a su alrededor, completamente saciado y satisfecho, descubriendo el destrozo que
habían hecho juntos.
—Vas a necesitar muebles nuevos —jadeó Katariel.
Él rio.
—Una reforma ahora mismo no entra en mis planes.
Con un dedo en su barbilla, tiró de su amante hacia arriba para tomar sus besos una última vez.
Después la abrazó dejando que descansara sobre él. Tal vez necesitaran un momento de calma.
Capítulo 43

Después de un buen rato, Zachary la tomó en brazos. Caminó con ella a través de los destrozos
que habían producido en el comedor y la sacó de allí hasta llegar al baño. Ahí usó sus poderes
para abrir el grifo y calentar el agua.
—¿Yo seré capaz de hacer eso algún día? —preguntó mirando sin pestañear.
—Sí, si practicas y estudias.
Con la bañera casi llena de agua, la ayudó a entrar. Dejó que su cuerpo se mojase poco a poco
mientras se sentaba, después, cuando estuvo seguro de que no resbalaría, entró para sentarse a su
espalda.
Ella lo recibió sin quejarse, sus piernas quedaron a sus lados y se echó atrás para apoyarse
contra su pecho.
—¿Tú me enseñarías?
Sonrió al escucharla.
—Por supuesto —contestó besándole un hombro —. Así tendré una excusa para castigarte o
quizás quieras subir nota con tu profesor favorito.
Su risa le produjo cosquillas, estaba cansada y se notaba. Fue entonces cuando se culpó por no
haber sido suave, seguía convaleciente por las heridas de los elfos y no lo había tenido en cuenta.
Ella conseguía que todo se olvidase.
Tomó una esponja, la mojó y le puso jabón para hacer espuma. La usó para limpiar sus brazos,
en silencio, disfrutando de ese momento íntimo que compartían.
—¿Crees que todo esto es porque soñamos?
Katariel no podía dejar la mente en blanco, no era capaz y no la culpó por ello. Únicamente se
rindió, la besó en la coronilla y entró en la conversación.
—No, no creo que sea por eso. ¿Y tú? ¿Qué crees que significan? —preguntó Zach.
La joven dejó que la limpiase y él pudo contemplar, con horror, como sus cicatrices llenaban su
cuerpo. Ya las había visto, pero de cerca parecían mucho más dolorosas y terribles.
—Tú y yo sabemos que son vidas pasadas. Por alguna razón hemos estado encontrándonos una
y otra vez.
La respuesta de la princesa era igual que la suya y no creyó que pudieran estar equivocados.
Ellos eran una infinidad de reencarnaciones que habían tenido la desgracia de ser condenados.
—Existe una leyenda en Nislava, una que cuenta la historia de dos amantes. Eran enemigos,
como nosotros, y sus familias trataron de separarlos. Al no conseguirlo los maldijeron de por vida
sin darse cuenta que eso significaba morir y revivir sin parar. Solo se prometieron una cosa:
reencontrarse.
Esa era la promesa que él le hacía cada noche en los sueños de Katariel. Tenía sentido.
El agua se llenó de espuma, no dijeron nada más porque no tenían nada que decirse. Sabían lo
que soñaban y también lo que compartían, casi sin palabras se habían dicho todo lo que tenían.
No eran desconocidos, llevaban meses conociéndose y no podían negar esa atracción que
sentían. Todo les había envuelto, empujándolos a seguirse conociendo hasta desembocar en
aquella situación.
—Debería irme —susurró Katariel—. Molly quizás quiera saber dónde estoy.
Él la enjuagó cambiando el agua que llenaba la bañera. Se tomó su tiempo para cerciorarse que
estaba limpia o quizás fue una excusa para seguir disfrutando su compañía.
—Vete si quieres —aceptó a regañadientes.
Katariel buscó su mirada con la suya tratando de ver su reacción a lo que él contestó
manteniéndose impasible.
—Esto es nuevo para mí, yo no sé ni cómo actuar —se escuchó.
Zachary asintió, para él también lo era. Jamás esperó que aquel soldado que conseguía atrapar
en la guerra iba a ser la hija de Negan, no solo eso, que esa misma mujer fuera de esa forma.
Inevitable, aquello solo podía definirse de esa forma.
—No me voy a molestar si te vas con Molly —rio tratando de quitar importancia al tema.
—¿Y si quisiera quedarme? —preguntó tanteando un poco.
Él se enjuagó la cabeza, dejando que el jabón cayera. Le gustaba esos silencios incómodos que
compartían porque eran como si pudieran hablar a través de la mente. Casi notaba su
desesperación.
—Todavía tengo una habitación que no hemos destrozado, podría ser nuestro nuevo horizonte
—bromeó.
Ella, sorprendentemente, aceptó casi dejándolo sin palabras. Nunca hubiera esperado que una
discusión pudiera concluir en todo aquello. No se quejaba, al contrario, sabía que su compañía
era lo que quería.
—Bien.
Pasados unos minutos salieron del agua, ella tenía pinta de dormirse allí mismo y solo quería
tener tiempo de poderla llevar despierta. Por suerte colaboró cuando la ayudó a secarse, también
se quejó diciendo que no era una niña pequeña, pero poco le importó.
La guio hasta su habitación, allí tomó una camiseta y se la dio. Lo que para él era una prenda
ajustada, para ella era casi un vestido donde cabían dos Katariels dentro. Reprimió la risa,
dejando el humor a un lado.
La princesa se metió en la cama casi de un salto, se acomodó y bostezó al mismo tiempo que se
estiraba. Ese fue la señal que necesitaba para retirarse, eso hizo, salió de la habitación dejándola
descansar.
—¿Zachary? —preguntó confundida.
Él, haciendo acopio de todas sus fuerzas, no reculó, pero sí preguntó en voz alta si necesitaba
algo.
—Después del sexo no pensarás dejarme aquí sola como una apestada, ¿no?
Solo ella podía darle la vuelta a su amabilidad. Había querido hacerla sentir cómoda y le
pagaba haciéndole la pregunta más absurda de todas. Sí, eso sí que hizo que arrancase a reír.
Reculó marcha atrás hasta asomar por el marco de la puerta.
—Creí que la princesita descansaba sola.
—Te tendría que atar en el poste solo por eso.
Zachary enarcó una ceja mientras sonreía. Entró caminando como si fuera un animal salvaje a
punto de comerse a su presa. Saltó sobre la cama, la tomó de las piernas y tiró de ella hasta
ponerla completamente tumbado.
En ese instante, la cubrió con el cuerpo, besándola con intensidad. Ella se perdió entre sus
labios, saboreándolo hasta morderle el labio inferior y separarse.
—Entonces, ¿me haces compañía?
Zachary se desplomó a su lado.
—Puede.
No volvieron a hablar porque cayeron en un sueño tan profundo que los separó unos instantes
antes de volver a reencontrarse. Esta vez ya sabían que significaban esas visiones, solo debían
tratar de sacar toda la información posible.
Y eso hicieron.

***

Poco antes de dormir…

—¿Qué narices es eso? —preguntó Markus.


Miró a casa de Zachary con cierto recelo, los golpes se sucedían uno tras otro sin tener una
explicación lógica.
—No quieres saberlo —dijo Molly saliendo al porche acompañada con una taza de café.
Se miraron unos segundos, los que ella aprovechó para subir y bajar las cejas un par de veces.
Al mismo tiempo los gemidos de dos personas perforaron sus oídos mostrándole una imagen
completa de lo que estaba sucediendo en esa casa.
Palideció unos segundos, abrió la boca y señaló hacia allí mientras su mente procesaba toda
aquella información.
—¡¿En serio?! ¿Y yo llevo años esperando que me dejes entrar en tu casa?
Alguien carraspeó llevándose toda la atención del momento. Ambos pudieron observar al rey,
que también contemplaba el hogar de Zachary entre golpes y gemidos. Sorprendentemente, se
llevó la mano a la frente poco antes de sonrojarse.
—Los jóvenes de ahora no sabéis ser discretos.
Markus alzó ambas manos.
—Tú no te acerques a mi nieta —advirtió.
Molly rio con la reacción del guerrero, este miró a su alrededor como si aquello fuera una
cámara oculta, pero no la encontró. Finalmente, harto de los gemidos que llegaban sin cesar,
decidió hablar.
—¿Sabes que es tu nieta la que está con Zachary?
Fue ahí cuando la mujer se atragantó con el café, tosió un poco antes de fulminarlo con la
mirada.
Ahí comprendió que no tendría que haberlo dicho.
—Katariel está en casa de Molly, descansando.
Markus se mordió la lengua.
—Lo siento, majestad. Debo darle la razón a Markus esta vez, es ella la que está con Zachary.
Gerald palideció producto de la sorpresa antes de mirar a la casa, Markus y a Molly de forma
intermitente. Lo hizo durante tantos segundos que todos creyeron que aquel hombre entraría allí y
mataría a alguien.
—¡Son jóvenes! —gritó Loretta apareciendo tras su hijo, regresaba de su paseo —. Yo
recuerdo cierto jovencito que me hizo sacar los colores un par de veces por follar en sitios
públicos.
Markus y Molly se miraron, fue entonces cuando ella le hizo una señal de que la siguiera hasta
su casa. Al parecer esa conversación estaba siendo demasiado para que siguieran escuchando.
No se lo pensó, corrió hasta que entraron. Ambos fueron hacia la ventana que daba al porche,
puede que desde allí no los vieran y así escucharan porque se morían de curiosidad por saber más
de su rey.
—No tendrías que haber dicho eso, madre —la regañó.
—Tú fuiste peor. Deja que le pase algo bonito antes de la guerra. Sabías que iban a
reencontrarse y que esto pasaría.
Gerald asintió.
—Esperé que no fuera tan pronto.
Loretta suspiró al cielo.
—Tú y Edith tardasteis mucho menos y aún recuerdo cuando el panadero me dijo que os
encontró en la trastienda desnudos y cubiertos de harina.
Gerald, ofendido, giró sobre sus talones dispuesto a marcharse hacia su casa. No deseaba que
nadie pudiera escuchar sus travesuras de juventud. Aceleró el paso, sin embargo, volvió atrás
cuando su madre necesitó ayuda y la dejó agarrarse a su brazo.
—Gracias, hijo.
—De nada, madre.
Markus rio un poco antes de darse cuenta que estaba en casa de Molly. Al parecer no fue el
único, ambos dieron un brinco y se separaron casi como hubieran cometido un pecado.
Ahí fue como vio, a su espalda, el retrato de un hombre muy apuesto y con una corona en la
cabeza.
—¿Quién es? —quiso saber.
Molly pareció encorvarse de dolor. Cuando él quiso retirar la pregunta negó con la cabeza y
caminó hacia aquella fotografía.
—Es mi marido o, al menos, su imagen. Mi hermana Minerva lo ejecutó delante de mí.
Los hombros del guerrero cayeron mientras un sentimiento de culpa lo invadía. Nunca debía
haber preguntado algo así, ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado que era viuda.
—Lo siento mucho.
—Gracias, fue hace mucho tiempo, pero siento que debo guardarle el luto. Una parte de mí lo
sigue esperando.
Se apiadó de ella. Era una mujer que lo había perdido todo en la vida, había vivido su propio
infierno y nadie podía culparla por rechazar a todos los hombres que querían algo.
—Debería irme, pero me gustaría que supieras que mi puerta siempre estará abierta para un
café. Solo eso, una buena taza de café y una conversación.
Molly lo agradeció con una sonrisa que pareció iluminar el resto de la estancia.
Justo después abrió la puerta invitándole a salir y eso hizo, ya no tenía excusa para estar ahí
dentro. Ella necesitaba su propia intimidad, él acababa de recordarle que el amor de su vida
estaba muerto.
—Te has coronado —se dijo a sí mismo.
Capítulo 44

Katariel salió de casa de Zachary cuando una llamada lo hizo saltar de la cama. El rey Negan
estaba en Draoid y venía a buscar a su hija, todavía estaban a kilómetros de distancia, cerca de las
fronteras, sin embargo, los Draoids iban a responder a esa provocación.
Esas palabras se agolparon en su mente, tomando su ropa se vistió a toda prisa dispuesta a
acompañarlo a la batalla. No pensaba quedarse de brazos cruzados mientras su padre trataba de
acabar con aquella gente.
—¡Quédate aquí! —bramó Zachary cuando la vio salir.
Sabía que estaba en su naturaleza dar órdenes y no se amedrentó al recibirla. Solo había un
problema: no pensaba cumplirla.
—¡Pienso ir!
Él ya no la escuchó, se había marchado con sus soldados. Tenían un reino que defender y eso
era lo único que importaba.
Katariel corrió entonces a casa del rey, su abuelo estaba en el porche mirando como sus
guerreros partían a la guerra que su enemigo había declarado.
—¡Tengo derecho a ir! ¡Confía en mí! Solo quiero evitar un derramamiento de sangre
innecesario. Si puedo alcanzar a mi padre acabaré con esto —dijo tratando de convencerlo.
Supo que no lo había hecho, él quería mantenerla a su lado porque era la única baza que tenía
para la guerra y porque era su nieta.
—Lo siento —dijo la voz de Markus a su espalda.
Ella giró lentamente sabiendo bien que aquello no era una buena señal. Él la miró con tanta
pena que supo lo que quería hacer. Iban a retenerla.
Katariel se concentró dejando escapar un choque de energía que provocó que el soldado cayera
al suelo.
—Yo también lo siento —dijo antes de arrancar a correr.
Pocos metros más allá estaba la moto que iba a usar el segundo al mando para seguir al resto,
solo tenía que subirse en ella.
Justo cuando tocó el manillar con los dedos notó como una segunda cuerda se ataba en su
pecho. Markus tiró de ella con contundencia y la tiró al suelo de bruces. El golpe fue duro, pero
logró reponerse enseguida.
Por los brazos algo retorcidos, tomó la cuerda y miró en la dirección en la que se había
marchado el ejército. Su padre estaba ahí, eso significaba que Nixon también y podía morir
innecesariamente. Además, no solo él, cientos de soldados Nislavos y Draoids que no tenían
porqué hacerlo.
—¡Estate quieta! ¡Es por tu bien! —gritó Markus.
Ella fue la siguiente en gritar, lo hizo mirando al cielo siendo incapaz de controlar la rabia que
sentía al dejar morir a tanta gente solo por una mala decisión.
La magia se desprendió de ella consiguiendo hacer caer y rodar a todo al que tuvo a su
alrededor, incluso a Markus. Fue ahí cuando la cuerda se desvaneció y aprovechó su única
oportunidad.
Tomó la moto sin mirar atrás e ignoró los gritos del guerrero, su abuelo y de Molly. Arrancó y
salió de allí tan rápido que supo que nadie iba a ser capaz de detenerla. Lo hacía por una buena
causa y eso debía significar algo.

***

Alcanzó al grupo de Zachary casi una hora después, sabía que no iba a ser bien recibida, pero
tuvo la suerte de que ya habían entrado en batalla y eso lo distraería lo suficiente.
Le sorprendió ver un grupo tan reducido de hombres peleando contra los Draoids. Su padre no
solía enviar tan pocos a la guerra ya que tenían uno de los ejércitos con más números de
combatientes del mundo entero.
Soltó la moto antes de comenzar a batallar. Necesitaba hacer algo que atrajera la atención de
todos, necesitaba decirles que no tenían porqué morir ese día. Su rey no merecía su sangre.
Muchos Nislavos la reconocieron deteniéndose en seco, los rumores de que la princesa estaba
ante ellos fue suficiente distracción como para que todo se congelase al instante.
Notó la mirada de Zachary fulminándola, pero prefirió ver al otro hombre que encontró en el
campo de batalla: Nixon.
Él bajó sus armas contemplándola como solo se mira a un fantasma, estaba convencida de que
no esperó jamás encontrársela allí.
—¿Katariel? ¿Estás con ellos?
La joven no supo contestar al momento, le dedicó una mirada de arrepentimiento antes de poder
contestar.
—No es fácil de explicar, lo sé. —Tragó saliva y se descubrió a sí misma completamente en
blanco.
Siempre sabía qué decir o hacer, no obstante, ahora, ante aquel hombre, no era capaz de
explicar sus motivos. Así pues, se obligó a mantener la calma antes decir todas las cosas que
debía.
—El rey Gerald es mi abuelo —dijo como si eso lo significase todo—. ¿No estáis cansados de
tanta guerra? Creo que Negan no ha hecho nada para ganarse la sangre que dais por él. Podemos
acabar con esto, buscar una solución al invierno perpetuo y tener una vida normal.
Nixon, que la miraba como si hubiera enloquecido, rio rompiendo el silencio de todos.
—Eso es alta traición y tú misma lo sabes —la acusó.
—Hemos hablado miles de veces de las cosas que haríamos cuando él muriera, también
pensábamos en paz. ¿Por qué no hacerlo ahora? Podemos conseguir una alianza entre todos los
reinos, todos están cansados de morir.
Nixon buscó a Zachary con la mirada, cuando lo encontró hizo una mueca de rabia como si eso
significase algo.
—¿Él? ¿Todo esto es por ese hombre?
Sabía que el jefe de los Draoids estaba preparado para atacar en cualquier momento, no lo hizo
solo por ella y lo agradeció enormemente.
—No, esto es mucho más grande que nosotros mismos. Te estoy hablando de paz, Nixon.
Pero su prometido no la escuchaba, había sacado sus propias conclusiones y nadie iba a
hacerle cambiar de opinión. Lo supo por cómo la miró, con una pena tan grande que rompió su
corazón.
—No, estás hablando de matar a tu padre porque te has encoñado de un Draoid. ¿Te lo has
follado?
Katariel lo miró sorprendida.
—¡Contesta! —bramó.
La princesa se cuadró y levantó el mentón con orgullo. Abrió los brazos antes de girar para que
todos los presentes pudieran verla bien.
—Yo, hoy os prometo acabar con la tiranía de Negan. Su tiempo debe llegar a su fin. Y sí, he
follado con ese hombre y no me arrepiento de nada. Eso no nubla mi juicio. Todos habéis visto
cómo me ha tratado todos estos años y la cantidad se sangre que he donado a su tiranía.
Caminó un par de pasos antes de detenerse.
—Todos habéis perdido un familiar por su culpa y seguiréis así si no evitamos esto.
Nixon se pellizcó el puente de la nariz a pesar de que tenía un arma en cada mano. Ella lo
vigiló atentamente esperando, con esperanza, que él cediera. Era lo que siempre habían soñado
cuando eran dos don nadies, ahora tenían la suerte de su lado.
—¿Y qué ofrecéis? —preguntó mofándose.
Zachary avanzó para apoyarla.
—Una alianza, una que ayude a crear paz —contestó.
Los segundos pasaron mientras que para Katariel todo aquello parecieron horas. Necesitaba a
su amigo de su parte, era una de las personas más importantes de su vida y su apoyo era vital.
—No sabes lo que he tenido que hacer para venir a por ti —le recriminó—. Me hizo asesinar a
los supervivientes que ayudaste a escapar y tiene amenazado a mis padres. Han tenido que huir a
Reiyar para salvar la vida.
El dolor era algo que compartían, esa gente no merecía morir, eran inocentes y merecían estar
con sus familias.
—Solo por eso, para que nadie más tenga que sufrir algo así. Podemos conseguir paz —explicó
ella llegando hasta él.
Dejó sus manos sobre su pecho haciendo el toque real. Hacía meses que no podían hacerlo,
aunque todo había cambiado. Se habían besado la última vez y esta no lo hicieron.
Estaban en puntos distintos de la vida.
—Nixon, confía en mí como siempre has hecho. Esto es bueno para todos.
Él pareció arrepentido.
—No somos el único grupo que ha entrado en Draoid. Ahora mismo un ejército mayor que este
va de camino al reino. Tiene intención de hablar con Gerald cara a cara para enfrentarse a él.
Aquello cayó encima de ella como un jarro de agua fría, esa confesión les decía que ellos eran
la distracción.
Zachary ordenó que parte de sus soldados regresaran a casa a toda velocidad, allí también
había otra parte de su ejército y presentarían batalla contra los Nislavos en cuanto los vieran
venir.
—Tú salvaste mi vida, Katariel. Yo solo quería que volvieras conmigo —susurró Nixon.
Ella lo sabía y, durante muchos años, lo había amado con la misma intensidad. Ahora no podía
decir lo mismo.
—Yo traté de sacarte de aquel maldito infierno… —se lamentó de nuevo.
Katariel sabía que el hecho de que la atraparan había sido culpa suya. Se enfrentó a los
Draoids queriendo salvar la vida de Nixon a toda costa. No le importó su vida en ningún
momento, solo conseguir que él volviera a casa.
—Has sido la persona más importante de mi vida. No hubiera podido sobrevivir tantos años
sin haberte tenido a mi lado y lo sabes. Lo que hice lo volvería a hacer una y mil veces. Pero
ahora tenemos la oportunidad de hacer algo mucho mayor y te necesito a mi lado —explicó la
princesa.
Nixon, en cambio, se retiró como si su toque quemase y la miró como si fuera una completa
desconocida.
Capítulo 45

Ella había cambiado, ya no era la mujer que había sido antaño. No era su Katariel y podía ver
en sus ojos que no lo amaba con la misma intensidad. Y eso dolía mucho más de lo que sabría
jamás.
Seguía enamorado de la mujer que decía haberse acostado con otro, la misma que la última vez
la besó con pasión. De ella solo quedaban meras cenizas que no podía recomponer.
Y le pedía una alianza.
Se retiró sintiendo falso aquel toque que tenía sobre su pecho y se mezcló entre los soldados
Nislavos. Ella lo siguió, aunque confusa y con paso mucho más lento, no comprendía lo que
ocurría.
A poco menos de cien metros tenían un helicóptero, cuando no pudo soportar la idea de tener a
Katariel tan cerca corrió hacia él. Fue entonces cuando lo imitó y trató de alcanzarlo.
—¿Nixon? ¿Qué ocurre? ¡Habla conmigo! —pidió.
Él, subido a aquel enorme aparato, se giró hacia ella tan decidido que ambos supieron que era
un punto de inflexión para ambos y su relación.
—Sube conmigo, déjate de guerras que no puedes ganar. ¿Qué no lo ves? Negan siempre gana.
Huye conmigo —le pidió.
Katariel, desconcertada, jadeó como si aquello fuera la petición más loca de toda su vida.
—No podemos huir. Tenemos el deber de acabar con esto.
Pero Nixon no lo veía así. Sabía que podían tener una vida más allá de aquellos dos reinos que
buscaban destruirse el uno al otro.
La guerra había hecho mella en él. Llevaba conviviendo entre muerte toda su vida y necesitaba
un respiro. Uno al lado de Katariel para el resto de sus vidas, estaba convencido de que podían
ser felices.
Ya lo habían sido una vez.
—Sube —pidió.
Katariel, asumiendo su respuesta, contestó.
—No. No puedo acompañarte.
Nixon tomó la decisión, debía alejarse de todo aquello de una vez por todas. Era demasiado
doloroso como para soportarlo.
Ordenó que encendieran el aparato y no pudo escuchar las veces que Katariel gritó su nombre,
aunque sí leyó sus labios. Ella le rogaba que recapacitase, parecía tener la solución mágica a
todos sus problemas sin comprender que no quería eso.
Solo la quería a ella. Y la había perdido.
En el aire pudo ver como no se rendía, seguía gritándole como si eso fuera a hacerle cambiar
de opinión, no obstante, sus destinos ya estaban sellados. Supo entonces que Katariel le había
traicionado.

***

Nixon no la escuchaba, aunque tampoco quería hacerlo. La decepción más profunda se


reflejaba en su rostro y se sintió culpable por fallarle. Él había sido la única persona que había
creído en ella y no había logrado estar a la altura.
—¡Nixon, por favor! —suplicó.
Zachary fue a acercarse a ella, entonces Nixon, tomando un arma de alto alcance, disparó cerca
de sus pies.
Eso la desconcertó. Miró al cielo y lo encontró fuera de sí, entonces supo que el dolor que
sentía era tan poderoso que no cambiaría de opinión.
Él la amaba de verdad.
—Por favor, Nixon —suplicó una vez más.
Entonces algo cambió.
Su prometido, su amigo y su cuidador, giró el arma hacia ella. La contempló un par de segundos
con el ojo en la mirilla, aunque Katariel supo que jamás podría hacerle daño alguno.
Falló estrepitosamente esperando bondad en su corazón.
Casi pudo ver todo aquello a cámara lenta. Él apuntó a su cabeza y vio como apretaba el gatillo
dejando que la bala surcase el aire. El sonido resonó por aquel campo haciendo que los pájaros
huyeran.
Todos se quedaron congelados mirando a la princesa de Nislava, hasta el propio Nixon apartó
el arma para poder contemplar lo que acababa de hacer. No pudo creerse que ella siguiera en pie,
que pudiera respirar después de todo y se preguntó dónde había disparado.
Katariel, jadeando por la sorpresa, parpadeó mientras veía como el helicóptero tomaba altura.
Fue justo en ese momento en el que miró a su derecha, levantó el brazo y lo colocó delante de sí
para abrir la mano.
Con estupor, comprobó que tenía la bala sobre su palma. Ella había conseguido que sus
poderes la salvasen de Nixon.
La persona a la que tantos años había amado.
Él acababa de disparar a su cabeza con la intención de asesinarla. Con horror, miró fijamente
esa bala, la que estaba destinada a acabar con su vida. Aquel hombre había sido capaz de dañarla.
Su corazón se rompió en mil pedazos.
Presa de la pena y el dolor más infinito, lloró antes de gritar al cielo. Quería que el mundo
entero pudiera ver como acababan de romper su alma con aquel gesto. También notó la magia salir
de ella, incluso alcanzó a leer los labios de Nixon pidiéndole al piloto que los sacara de allí a
toda prisa.
Nada importó, Kata dejó que el dolor saliera a través de su piel, haciendo que se alzase hasta
impactar en el helicóptero, no consiguió hacerlo caer, pero ya nada le importó. Todo el mundo en
el reino escuchó su grito y notó la honda expansiva que liberó. Ahí estaba su corazón y sus
lágrimas.
Con dolor, cayó al suelo completamente abatida. Nunca antes se hubiera esperado nada así de
él. Nixon era su persona de confianza.
Zachary la tomó de la cintura cuando la batalla dio comienzo. Los Nislavos se tomaron aquello
como una orden de atacar y estar allí en medio hacia que corriera mucho más peligro.
Katariel forcejeó cuando el guerrero la puso en pie, quiso quitárselo de encima, pero fue
incapaz.
—Derríbalo.
—¿Cómo? —preguntó Zachary, confuso.
Ella echó una última mirada al hombre por el que hubiera dado la vida cientos de veces, por el
que había sido una rehén, el mismo que acababa de intentar asesinarla.
—¡Derríbalo ya! —bramó enfurecida.
Él la había traicionado, para siempre.
No pudo mirar cuando Zachary alzó la mano e hizo lo que le pedía. Con rabia por el dolor que
le habían causado, dobló las hélices provocando que se precipitase al suelo sin remedio.
La explosión que vino a continuación sentenció el destino de las personas que habían ocupado
el helicóptero.
Katariel lloró entonces comprendiendo que la guerra acababa de provocar que hiciera algo
horrible. Se habían amado durante años y había sido traicionada de la peor forma.
Pocos minutos después todos los Nislavos fueron reducidos. Era un grupo pequeño y no
presentaron dificultad ninguna.
Ahora tenían un enemigo mayor a las puertas de la ciudad, lo que significaba que no podían
quedarse allí lamentando amores pasados. Tendría tiempo para llorar aquel disparo, todo llegaría
en su momento.
Guardó la bala en el bolsillo y siguió al resto hacia Draoid.
Tenían un reino que defender.
Capítulo 46

Negan pensó que aquel era un glorioso día. Volver a sentir el sol le recordó tiempos antiguos
donde todo su reino era soleado, algún día conseguiría que el hechizo desapareciera.
Tiró de Malorie, a la cual agarraba del cuello, y avanzó entre la batalla que él mismo acababa
de declarar. Todo pareció detenerse cuando zarandeó a la mujer que tenía como rehén.
Y ahí vio a Gerald, habían pasado mucho desde la última vez. Los años no parecían pasar para
el que una vez fue su suegro.
—¡Cuánto tiempo! —exclamó —Casi había olvidado cómo era este lugar.
—Vete de mi reino o seré yo mismo el que te mate —amenazó su exsuegro.
Sí, ahora recordaba esa última visita a Draoid. Fue un día glorioso y hacía un sol tan abrasador
como entonces.
—Tú también recuerdas mi última vez aquí, ¿eh? Fue el día de mi boda, ese en el que me llevé
a Layla de tu lado para siempre.
El suelo tembló recordándole que su enemigo tenía unos poderes con los que él únicamente
podía soñar. A pesar de eso, tenía una rehén con la que sabía que no iban a atacarle.
—No está aquí, tu hija.
No le gustaron esas palabras y no pudo creerlo.
—Me estás queriendo decir, ¿qué has perdido algo tan importante? ¿Y dónde se supone que
está? ¿La has perdido o la has dejado caer por ahí? No son unas llaves creo recordar, aunque
tampoco es que sirva de mucho, la verdad.
Gerald avanzó un paso, su energía crepitaba a su alrededor como una tormenta. Tenía el poder
suficiente como para pestañear y pulverizarlo, solo por eso no se habían visto en treinta años,
pero era el momento de demostrar quién era.
—He visto lo que le has hecho —le acusó el rey de Draoid.
Eso hizo que sonriera orgulloso.
—Así que, mi pequeña ha conseguido rascar ese corazón viejo y putrefacto. Te adelantaré el
final de la película, ella acaba volviendo a mi reino y seguiré haciendo con su cuerpo lo que me
plazca el resto de mis días.
Pudo notar como apretaba la mandíbula, quería contenerse porque le preocupaba la integridad
de Malorie y esa era una baza que pensaba aprovechar en su beneficio.
—Puedo prometerte una cosa, Negan. Katariel no volverá contigo a ese trozo de hielo tuyo.
Eso estaba por ver, él tenía las intenciones claras y aquel día no iba a cambiar por mucho que
tratasen de alejarlo de ese camino. Durante años había sabido que ese reencuentro tenía que darse
tarde o temprano.
—Ella es mía, ¿recuerdas? No moviste ni un dedo por recuperarla y no creas que no sé la
infinidad de cartas que te envió Malorie pidiendo salvar a la pobre niña. ¿Y sabes algo? Creo
recordar que nadie vino, ni un alma preguntó si estaba bien o seguía respirando. Me pertenece por
derecho propio.
No podía cogerle cariño a ese saco de huesos ahora, no tenía ningún derecho sobre esa nieta
que repudió en su momento.
—Hemos cometido muchos errores todos estos años, Negan. Darte a Layla es el que más me
pesa con diferencia, pero no proteger a Katariel es otro que no me perdonaré jamás.
Los sentimentalismos eran tan aburridos que creyó bostezar esperando a que terminase de
hablar.
—Vamos, acaba con esto de una vez. Dame lo que es mío y yo te devolveré a la doncella,
puedo decir que ha hecho un trabajo estupendo todos estos años. Podrás darle una buena
jubilación.
La agitó mientras ella parecía gimotear asustada.
—El único defecto que puedo sacarle es que le dio ese estúpido collar poco antes de que
huyera.
Gerald asintió, por supuesto que lo había visto colgado de su cuello. Estaba convencido de que
había descubierto muchas cosas de su nieta y que ella sabía gran parte de la historia.
—Tengo curiosidad, ¿sabes? Me pregunto si nada más saber que era tu rehén la acogiste entre
tus brazos y le diste todo el calor de tu corazón —se mofó.
Supo, por la mueca que puso entonces, que no había sido así y eso le gustó. Al parecer Katariel
no había encontrado allí el abuelo que tenía. Draoid había sido también una condena.
—¿Llegaste a torturarla? ¿Escuchaste los gritos?
Gerald negó antes de taparse los ojos.
—¿Tú te escuchas? ¿Eso es lo que le hiciste a Layla?
Lo que le hizo a su hija era un secreto, pero tenía mucho que ver con gritos, placer y sangre.
Acabó con su vida de la forma más cruel que encontró y encontró regocijo cuando vio lo
debilitada que estaba. Sostener su cuerpo sin vida entre sus brazos era un recuerdo demasiado
bonito.
—Rompí ese estilizado cuello con mis manos, no sabes el placer que me produjo sentir su
último aliento. No pudo volver a verte, Gerald, preguntaba por su papi a diario creyendo que sería
su salvador. Yo le dije que el cobarde de su padre no iba a pisar suelo Nislavo jamás y no me
equivoqué.
Rio recordando aquel día y supo que sería capaz de dar cualquier tipo de fortuna para regresar
atrás y vivirlo otra vez.
—También le dije, mientras luchaba por respirar, que nunca moverías un dedo por Katariel,
que ella sería mía para siempre. Su hijita especial no conocería el amor de una madre, pero
tampoco el de una familia.
Se regocijó en el dolor que se reflejó en el rostro del rey Gerald, detrás de él, su más vieja
madre tampoco parecía estar contenta con su presencia. Aquel fósil parecía no querer morir
jamás.
En ese preciso instante gritó atravesó el aire.
—¡Negan! —bramó Katariel a su espalda.
Giró sobre sus talones y le sorprendió ver a su hija. Su físico era el mismo, pero algo había
cambiado. No importaba, antes de que pudiera acercarse a él agitó a Malorie como si de un
instrumento musical se tratase y consiguió que se detuviese en seco.
Ahora sí tenía toda su atención.

***
Él estaba ahí y Malorie, Nixon no había mentido. Respiró agitadamente mientras trataba de
pensar en algo mínimamente claro. Durante meses había creído que había fallecido cuando ella se
escapó.
Craso error.
Su cuidadora seguía con vida, estaba demacrada y lejos de la persona que recordaba, sin
embargo, era ella.
—¡Oh, vaya! La hija pródiga está lista para volver a casa —rio su padre.
Katariel negó con la cabeza.
—No pienso ir contigo a ninguna parte.
Él fingió decepción, no parecía importarle lo que tuviera que decir porque ya tenía decidido
cómo acabaría ese día. Siempre actuaba de esa forma, elegía el cómo y el cuándo y todos debían
seguir su plan.
—¿No está Nixon contigo? ¡Menuda decepción! No tenía madera de rey, un pobre perdedor por
el que sus papaítos pagaron muy bien.
El recuerdo de aquel hombre provocó que tuviera ganas de llorar. No podía pensar con
claridad después de lo que había pasado, no era capaz de comprender lo que había ocurrido.
—Te alegrará saber que me disparó a la cabeza —explicó tratando de parecer neutra.
Eso sí fue toda una sorpresa para su padre.
—Al final le echó cojones. Le dije que al menor indicio de que parecías uno de ellos te matase.
Sin embargo, entiendo que tú tuviste un as en la manga con el que él no contaba, ¿verdad?
Asintió dándole la razón, no pensaba explicar lo que había ocurrido para no darle la
satisfacción.
Entonces su padre dejó de fijarse en ella para mirar a su alrededor. Comprobó que algunos
Nislavos los acompañaban, seguro que imaginó que se trataban de rehenes, no obstante, no supo
que era porque se habían rendido.
Todos necesitaban paz.
—Tú eres Zachary, ¿verdad? Te reconozco, el fiero guerrero. He visto tus poderes y son
impresionantes —rio Negan.
Él avanzó unos pasos hasta quedar delante, era el jefe del ejército y debía estar en primera
línea de fuego.
—Y tú el cobarde que reina en Nislava, no recuerdo haberte visto nunca en el campo de
batalla. Dejas que todos mueran por ti —comentó con seriedad.
Negan nunca participaba en la guerra o, si lo hacía, no era con los Draoids. Los años le habían
hecho tenerles el debido respeto y mantener las distancias. Conocía de lo que eran capaces.
—Tú eres músculo y yo soy la inteligencia. Eso me ha mantenido en mi trono tantos años, pero
es algo que la plebe no puede llegar a entender.
Respiró profundamente tratando de mantener el control, no podía perderlo en un momento así.
Malorie estaba con él y eso solo significaba problemas, no quería poner su vida en peligro cuando
acababa de descubrir que seguía con vida.
—¿A qué has venido? —preguntó Katariel.
Negan miró a la doncella unos segundos.
—Quería una bonita reunión ante todos. ¿Ya te han contado que Malorie fue la doncella de tu
madre? La cuidó muy bien como hizo contigo, pero no podía esperar nada menos que eso de ella.
Viene de una larga familia de doncellas reales.
Katariel solo quería que la soltase, que pudieran reencontrarse de nuevo y ella pudiera estar
con su gente. Estaba convencida que tenía familia con la que le gustaría abrazarse.
Malorie había ido a Nislava a cuidar de su madre, aunque solo iban a ser unos meses hasta que
el personal del nuevo reino aprendiera bien lo que hacer. Al final acabó allí más de treinta años.
—Os propongo un trato, os doy la doncella a cambio de mi hija. ¿Qué os parece? —preguntó
Negan.
Capítulo 47

La vida de Malorie dependía de Kata, solo tenía que entregarse. Si se rendía y se entregaba
podría tener una oportunidad para que ella estuviera bien. Eso no borraba sus planes de acabar
con su padre, estaba convencida de que iba a ser capaz de seguir con aquello a pesar de estar
recluida en Nislava.
—De acuerdo —aceptó sin dudar.
—¡No! —gritaron muchas voces, la más sonora fue la de Zachary, aunque ninguna resonó con
tanta fuerza como para hacerla cambiar de opinión.
Negan rio.
—La señorita ha hablado y no me gustaría contradecirla, es de sangre real.
Quiso avanzar en dirección a su padre, pero Zachary la tomó por el codo y la atrajo hacia él.
Trató de no forcejear, pero se trataba de Malorie. No podía perder a Nixon y a su doncella el
mismo día.
No podía desmoronarse el mundo de esa forma.
—Así es como yo lo veo —comenzó a decir el rey—. Te has divertido con ella, cosa que no
está nada mal, ahora me la entregas, yo te doy esto como premio de consolación y todos contentos.
Nadie estaba feliz como su padre decía, no había forma de estarlo.
—Cielo, estaré bien, no tienes que preocuparte por mí —lloró Malorie.
Aquello hizo que sintiera que podía morir allí mismo, ella quería entregarse y solo esperaba
que su padre no fuera tan cruel como para hacerle algún tipo de daño a Malorie.
La necesitaba en su vida.
—Sabes que no gozo de buena paciencia. ¿Podríais hacer el favor de entregarme a mi hija?
Este padre ansía una reunión familiar urgente. —Giró hasta mirar a Gerald—. Yo sí soy un padre
preocupado que mueve un dedo por su hijita.
Ese era un golpe bajo, uno demasiado hasta para él.
Katariel apretó los puños, no podía permitir que siguiera así. Pegó un fuerte tirón tratando
liberar el agarre que Zachary ejercía sobre ella, no obstante, solo consiguió hacerse daño y gruñir
de rabia.
—Tic, tac, tic, tac.
—No obtendrás nada de nosotros, solo una muerte prematura, no vas a aferrarte a tu trono
mucho más tiempo —contestó Zachary.
Esa fue su última opción y todos sabían que no estaba dispuesto a ceder o cambiar de opinión.
Eso hizo que el infierno se desatara.
Negan, luciendo una enorme sonrisa, sacó un enorme cuchillo de entre sus ropas. Katariel lo
vio todo a cámara lenta, quiso intervenir, lo intentó al igual que Zachary. Nadie llegó a tiempo,
seccionó su garganta y la tiró al suelo antes de que todos los Nislavos entrasen en batalla.
—¡No! —gritó ella con horror.
Eran dos grandes ejércitos enfrentados, la batalla tan real y cruel que el caos se desató a su
alrededor.
Antes de poder acercarse a su padre, vio como cientos de soldados la rodeaban en una lucha
encarnizada. Todos buscaban lo mismo: ganar, pero solo uno podría salir victorioso.
A empujones, ella trató de abrirse paso.
Las cosas no debían haber ido así, no podía estar pasando algo semejante. Estaba desesperada
y solo necesitaba llegar hasta Malorie, no quería nada más, no le importaba lo que le pasase al
resto del mundo en ese momento.
Pudo ver como Zachary y Markus comenzaron a abrirle el camino, la bloquearon quedándose
cada uno a un lado suyo y trataron de ayudarla a pasar. Lo hicieron mientras la guerra pasaba a su
alrededor, todos luchaban por defender a sus reyes, su pueblo y su honor sin saber muy bien los
motivos.
Aquella guerra no era justa.
Negan, cobarde por naturaleza, se entremezcló entre los suyos usándolos como escudo para
salir de allí. Gerald lo persiguió, tenían un asunto que zanjar, pero fue demasiado tarde.
Su padre era astuto, siempre tenía un plan detrás y ese día no iba a ser distinto. Justo cuando
estaba a punto de ser atrapado, cuando ya lo tenían rodeado, una mujer apareció a su lado de la
nada: Minerva, la reina bruja.
—Hola, querido —canturreó.
—Sácame de aquí, cariño.
Se agarró a su cintura y esta, antes de desaparecer, miró a Gerald, el cual no podía estar más
sorprendido.
—¿Qué esperabas? Ese hechizo de mierda que hiciste con tu madre senil no iba a durar para
siempre. Saluda a mi hermana de mi parte.
Acto seguido desaparecieron abandonando a cientos de hombres a su suerte. Quedaron en
Draoid, atrapados sin un líder que los guiase, acababan de mandarlos al matadero como si fueran
piezas sustituibles. No valían nada para Negan.
Katariel siguió peleando, empujando y gritando hasta que logró llegar hasta ella. Se arrodilló a
su lado antes de tomarla entre sus brazos con sumo cuidado. Era una herida tan profunda que toda
ella ya estaba cubierta de sangre.
Con horror, buscó con la mirada a Zachary y a Markus, el cual no paraba de gritar el nombre de
Molly, la necesitaban a ella o, más bien, a un milagro.
—Mi niña —jadeó Malorie sonriendo al verla.
—No hables, la ayuda viene en camino —pidió.
Zachary ordenó que contuvieran a los Nislavos, no querían muertes, solo que los dejasen
bloqueados y sin pelear. Necesitaban tener la situación bajo control antes de que demasiada
sangre fuera derramada.
—¡Molly! —gritó Katariel desesperada.
La vida se le escapaba entre las manos, ella no podía morir, no podía perderla. Estaba rota por
el dolor, estaba convencida de que había podido hacer algo, solo que no había usado las cartas
adecuadas.
—Lo siento —gimió llorando.
Las lágrimas mancharon su rostro sin tener ningún tipo de control sobre ellas. Abrazó a
Malorie dejando que sus brazos la reconfortasen, se fustigó mentalmente por la resolución de todo
aquello.
—Mi niña… —comenzó a decir.
Katariel negó con la cabeza. No podía forzar su cuerpo, tenía que utilizar las fuerzas que le
quedaban para sobrevivir.
—No, no hables —pidió.
Las lágrimas de Malorie mancharon su golpeado rostro. Aquel monstruo la había mantenido
con vida, a duras penas, todo ese tiempo. Ella no lo había sabido, su muerte la llevaba
persiguiendo desde entonces.
—Lo siento mucho, no fui la niña obediente que merecías.
La doncella sonrió como si lo que acabase de decir fuera la mayor locura de toda su vida.
—Has sido mucho mejor de lo que esperé jamás. Esa forma de llegar, sin miedo a tu padre.
Estoy muy orgullosa de ti.
Las palabras de Malorie provocaron que sollozara, no se veía así; no había estado a la altura
de la situación y el resultado era ese. Miró a su alrededor y volvió a gritar el nombre de Molly.
Necesitaba ayuda urgente.
La doncella subió una mano lo suficiente como para acariciar su mejilla. Katariel se aferró a
ese contacto como si fuera un clavo ardiendo y comprendió que aquello era una despedida.
La vida estaba siendo demasiado cruel.
Gruñó con rabia y se abrazó con más fuerza al cuerpo de su querida Malorie. No iba a dejarla
sola en ningún momento, iba a estar con ella hasta el final.
—Te quiero, has sido como una madre para mí —le dijo.
Necesitaba que lo supiera. Puede que solo hubiera ido a Nislava para unos meses, sin embargo,
había sido la mujer que mejor la había cuidado en toda su vida. Gracias a ella sabía lo que era el
amor.
—Y yo a ti, mi pequeña.
Molly llegó entonces, se arrodilló justo en el momento en el que Malorie expiraba su último
aliento. Lo hizo en calma, entre los brazos de la niña que había visto crecer, la que había criado
con amor y ternura. Se marchó en paz sabiendo que Katariel era una mujer fuerte.
La princesa miró a Molly con los ojos anegados de lágrimas y esta negó con la cabeza
certificándole que había muerto.
Ahí sintió el dolor más punzante que había sentido en toda su vida. Era la segunda vez que la
perdía y, esta vez, para siempre. Rota de dolor, besó la frente de Malorie al mismo tiempo que la
meció unos segundos.
Nadie dijo nada.
Permitieron que llorase en absoluto silencio, comprendían lo que su padre acababa de hacer y
la atrocidad que acababa de suceder.
Fue ahí cuando Katariel se aferró con fuerza a su doncella gritando de puro dolor, lo había
hecho tantas veces que estaba ronca, sus cuerdas vocales estaban dañadas de tanto gritar y su
corazón demasiado destrozado como para latir.
Se balanceó con Malorie entre sus brazos, lo hizo durante unos largos minutos mientras lloraba
su pérdida. La rabia la inundó de una forma que nunca antes lo había hecho. Notó cómo se
extendía de los pies a la cabeza.
La mano de Molly sobre su espalda le indicó que había llegado la hora de dejarla partir. Eso
hizo, como si se tratase de un bebé, acompañó a su cuerpo hasta que tocó el suelo.
—Te quiero —susurró.
Y se puso en pie siendo otra Katariel, una parte de sí acababa de morir en ese instante y no
regresaría jamás.
Giró sobre sus talones, tenía algo que decir.
—¿No os cansáis de enterrar a los vuestros? —preguntó alzando la voz.
Caminó queriendo acercarse a ellos, lo hizo bajo la atenta mirada de Zachary, el cuál se
franqueó a su derecha y la siguió como si fuera la mano derecha de la muerte, una que pensaba
usar de ser necesario.
—Negan no se merece más sangre y lágrimas. Hemos dado todo de nosotros y solo hemos
obtenido dolor. Y yo solo quiero su muerte, no voy a descansar hasta ver que ese corazón ha
dejado de latir para siempre.
Miró a todos los que pudo a los ojos, a muchos los conocía y ellos sabían bien todo lo que
había sufrido a lo largo de los años.
—Sé que para eso necesito aliados y eso os ofrezco. Quiero que, cuando llegue el momento,
estéis a mi lado derrocando al rey de Nislava. Todos estamos cansados de morir y sufrir solo por
su disfrute.
Supo que muchos de ellos no creyeron sus palabras, cambiar de un día para el otro no era fácil,
sin embargo, lo necesitaban. Ya era el momento de acabar con todo aquello de una vez por todas.
—¿Qué puedes ofrecernos? —preguntaron.
—Guerra y después paz. Todos los reinos están cansados de morir, podemos conseguir una
alianza que nos de tranquilidad de una vez por todas. Además, los Draoids trabajarán para romper
el hechizo de invierno.
Sabían que estaban hartos del frío, de las pocas cosechas y de no ver el sol o animales. Aquel
clima desgastaba, conseguía que la esperanza de vida fuera mucho menor que en otros reinos y que
muchos recién nacidos no sobrevivieran.
—Sabéis que vuestro rey os ha abandonado a una muerte segura. Os ha dejado aquí sabiendo
que ellos os perseguirán hasta que no quede nadie. Yo os propongo alianza o muerte.
Uno de ellos, cuando pasó por delante, escupió el suelo donde pisaba y eso provocó que
Zachary le lanzara un choque de energía. Voló un par de metros antes de impactar contra un árbol y
romperse el cuello.
—Os doy a elegir. La muerte que os ha entregado mi padre o un nuevo futuro para vuestros
hijos.
Los Draoids soltaron a su pueblo. Ellos titubearon y, por desgracia, algunos no confiaron en su
palabra.
Katariel cerró los ojos antes de girarse y tocar la mano de Zachary. Esa fue la señal para hacer
lo que tenían que hacer. Nadie podía regresar a Nislava siendo un enemigo, lo sintió por ellos,
pero esa era la muerte que su padre había sellado.
Cuando volvió a mirar muchos soldados seguían ahí. No solo eso, se arrodillaron ante su nueva
reina, la que seguirían hasta la muerte.
Capítulo 48

Zachary estaba preocupado por Katariel. Habían pasado dos días desde la muerte de Nixon y
el entierro de Malorie, los cuales, apenas había vuelto a hablar o probar bocado.
Aquel día llevaba sentada en el poste que había estado atada tanto tiempo. Nadie se atrevía a
decirle nada, como si supieran el sufrimiento interno que tenía, no querían romper esa calma
ficticia que solo escondía caos.
Decidió que ya había pasado demasiado tiempo sola, que necesitaba sacar todos esos
pensamientos que amenazaban con ahogarla.
Salió de su casa encontrando a Gerald sentado en el porche de la suya. También observaba a su
nieta con la misma pena de todos. Después de lo sufrido nadie se atrevía a hablar y no los
culpaba.
Caminó hacia la muchacha y se sentó a su lado, eso provocó que ella diera un respingo y lo
mirase. En sus ojos contempló el mismísimo infierno interno al que se estaba enfrentando.
—Sé que estás sufriendo mucho y no te lo reprocho, no puedo imaginar el dolor que sientes, ni
siquiera voy a intentarlo. —Tomó una bocanada de aire—. Aunque debo reconocer que no
escuchar tu voz se está haciendo preocupante. No hemos discutido ni una vez, ya no hablamos de
cama y había pensado un par de sitios interesantes que destrozar juntos.
Katariel sonrió entonces.
Se echó sobre él dejando que su cabeza apoyase en su hombro y no se quejó, el contacto le
gustó y solo rodeó su cuerpo con su brazo mientras la dejaba acomodarse mejor.
—Siento lo de Malorie y Nixon, no lo merecías.
Su padre atravesaba líneas rojas a menudo, no obstante, la crueldad que había mostrado aquel
día fue mucho más de lo que hubieran esperado de él. Sabía dónde pulsar para hacer daño y lo
usaba en su beneficio.
Ella rebuscó en su pantalón hasta sacar la bala. La colocó en la palma de la mano al mismo
tiempo que ambos quedaron absortos mirándola.
Ese trozo de metal había tenido el cometido de asesinarla y él no había podido ayudar.
Sorprendentemente, los poderes de Katariel la habían ayudado salvándole la vida.
Ese hombre había sido su prometido y la razón por la que ella hubiera entregado su vida una y
otra vez. Él se había rendido provocándole demasiado dolor.
—¿Sabes de alguien que pueda hacer un colgante con esto? —preguntó.
Zachary no estuvo de acuerdo con esa decisión, sabía que no era bueno para ella, sin embargo,
aceptó que era mejor ayudarla porque encontraría la forma de conseguirlo de todas formas.
Ella era así.
Tomó la bala con cuidado y la escondió entre sus manos, se iluminaron un poco y, al abrir, tenía
un agujero por dónde se podía pasar una cadena. Extendió la mano para dejarla caer sobre su
palma.
Ella lo agradeció, cosa que no hacía falta y se la guardó en el bolsillo. A pesar de todo, eso no
alegró su gesto.
—Tengo un secreto —dijo tocándose el colgante que Malorie le entregó en su momento.
Zachary no lo comprendió, así que dejó que se explicase.
—No puedo hacerlo sola.
Asintió aceptando que era algo importante. Podía confiarle todo lo que necesitase porque ya
habían cruzado esa frontera. Él ya se creía capaz de cualquier cosa por hacerla feliz, aunque no lo
dijera con palabras.
—Necesito llevar a Gerald y Loretta al bosque.
Aquello le hizo fruncir el ceño, confuso. Era la petición más extraña de toda su vida y por
mucho que buscó una explicación no supo encontrarla.
—Loretta está débil de salud, no sé sí…
Katariel se levantó llevándose las manos a las sienes como si discutiera consigo misma y
comprendió que acababa de meter la pata. Ella estaba tratando de comunicarse sin escuchar.
A pesar de todo lo que habían vivido seguía existiendo esa separación de enemigos que habían
sido una vez.
Y costaba dejar morir viejas costumbres.
—Lo siento, Kata.
—Confía en mí de una vez. Esto es bueno, de verdad —prometió.
Estaba convencida de lo que decía y eso solo podía ser algo bueno. Había algo en ese bosque
ella había visto, sea lo que fuere, tenía que mostrárselo a los monarcas de Draoid y él decidió
seguirla.
—De acuerdo —aceptó.
Eso fue como un pistoletazo de salida. Sin esperarlo, salió corriendo hacia el porche de su
abuelo. Derrapó quedando casi a punto de caer de bruces contra los escalores lo que hizo que
Gerald se quejara.
—¿Por qué tanta prisa, niña? —preguntó quejándose.
—Necesito llevarte al bosque y a Loretta. No puedo explicarlo, pero necesito que, por una vez,
solo una, me sigas sin rechistar —pidió ella.
Gerald, con su gesto torcido, fue a quejarse. No alcanzó a hacerlo ya que su madre apareció
por la puerta como si hubiera escuchado la conversación.
—Un paseo por el bosque. ¡Qué estimulante! —dijo ella muy emocionada con la idea.
Zachary llegó para subir los escalones, dejó que Loretta tomara su brazo y se apoyara en él y
en el bastón para caminar. Gerald fue el que más se lo pensó, mientras que ellos tres habían
emprendido el viaje, él quedó rezagado dudando.
Katariel titubeó cuando vio que se quedaba allí. Solo esperaba un poco de confianza, que no
dudasen de cada palabra que saliera de su boca.
Al final, dándose por vencido, decidió arrancar a caminar con ellos lo que le provocó una gran
alegría, aunque supo que a su nieta muchísimo más.
***

Les hizo adentrarse en el bosque, no hasta la cascada, pero sí lo suficiente hasta que notó la
magia fluir por sí misma. Se detuvo notando que su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en
los oídos.
No sabía la reacción que iban a tener, solo que necesitaba mostrar aquello antes de que se
desvaneciera.
Tocó su colgante con cariño, tratando de comunicarse como si este fuera una especie de
teléfono y esperó. Al no pasar nada se puso un poco nerviosa, aunque no cejó en el intento.
—¿Hola?
Esa palabra lo desencadenó todo, fue como una reacción o como lanzar una piedra a un charco.
Todo cambió haciendo que el aire se arremolinase a toda velocidad en un punto concreto, uno en
el que acabó apareciendo Layla.
—Hola, madre —anunció con una sonrisa.
Aquella hermosa mujer pisó el suelo, miró con alegría a su hija acercándose a ella hasta que
pareció saber todo lo que acababa de ocurrir. Con lástima, acunó su rostro tratando de
reconfortarla.
—Lo siento mucho, cariño.
Katariel negó con la cabeza antes de retirarse, había cubierto con su cuerpo lo que venía a
mostrarle, una pequeña sorpresa que todos necesitaban. Las heridas del tiempo habían hecho tanto
daño que solo quiso aliviarlas.
—¡Oh! Papá… Abuela —lloró casi tan emocionada como su hija.
Gerald cayó al suelo de rodillas, su mandíbula temblaba contemplando a su hija treinta años
después de su muerte. Fue la primera vez que lo vio tan vulnerable y no pudo evitar emocionarse.
Loretta, soltándose de Zachary, se acercó a aquella imagen fantasmagórica de su nieta.
Katariel retrocedió sabiendo que ese momento no era suyo, era algo que Negan les había
quitado y solo trataba de compensar un poco el daño que había sembrado su padre por el camino.
Chocó, asustándose unos segundos, contra el pecho de Zachary. Él la recibió con los brazos
abiertos y la envolvió transmitiéndole toda la confianza que necesitaba en aquellos momentos.
Apoyó su mentón en su coronilla y observó ya que era lo único que podía hacer.
—H…hija —dijo quebrándose la voz en el intento.
Layla se agachó para abrazar a su padre, lo hizo permitiendo que los dos llorasen todo el dolor
que llevaban escondiendo tantos años. Había sido un verdadero infierno sobrevivir a ella.
—Lo siento, no hice nada por ti esperando que él entrase en razón. No quise entrar en guerra
porque eso significaba arriesgar la vida de millones de personas y acabé perdiéndolo todo.
Las palabras de su abuelo la emocionaron. El dolor le había llevado a cometer actos terribles y
ese era el momento de rendir cuentas y perdonarse. Demasiados años sufriendo.
—Sé porqué lo hiciste y jamás te culpé por ello —dijo Layla.
Zachary la apretó un poco recordándole que estaba ahí para cuidarla, que siempre lo estaría.
Ya no estaba sola.
—Dejé a tu bebé y vino a mí como una mujer. La traté como Negan lo hizo contigo —se
lamentó Gerald.
Su hija miró a Katariel unos segundos haciendo que el rey y la reina madre también lo hicieran,
eso provocó que se limpiase las lágrimas rápidamente.
—Creo que si ella os ha traído aquí es porque ha perdonado todo lo ocurrido —anunció Layla.
La princesa asintió, era el momento de cerrar heridas y eso significaba que las suyas propias
también. No se podría avanzar si no dejaban el rencor atrás para contruir unas nuevas vidas.
—Mi niña, has tenido una hija estupenda –rio Loretta.
Ambas mujeres se abrazaron, duraron unos minutos en silencio como si tuvieran tanto que
decirse que solo pudiera ser a través del contacto. Nadie las molestó o metió prisa, ese era su
momento.
—Te dije que sería especial —dijo Layla orgullosa.
Katariel sintió una punzada en el corazón, aquellas palabras significaban mucho más de lo que
pensaba.
—Sí y veo que seguiste mis pasos al pie de la letra. Pusiste parte de tu esencia en el colgante
para una última misión.
Todos observaron con atención a Loretta y Layla, ellas se miraron cómplices. Habían guardado
ese secreto durante treinta años, uno que no sabían si iban a cumplir jamás, pero que el destino
había querido que así fuera.
—¿Misión? —preguntó Gerald.
Hablaron unos pocos minutos de toda la vida que llevaban separados como si necesitasen
hacerlo antes de que todo se desvaneciera. Katariel comprendió que su madre no iba a quedarse
para siempre y esa sería la última vez que la vería con vida.
Eso dolió.
—Cuando se quedó embarazada me envió una carta diciendo que había soñado con esa niña. El
destino la había bendecido con una de las reencarnaciones más especiales del mundo antiguo —
explicó Loretta—. Yo indagué un poco más y descubrí la leyenda de los amantes condenados a
estar separados, ellos se buscarían por los siglos de los siglos, amándose y perdiéndose una y otra
vez.
Katariel tragó saliva, ya conocía esa leyenda.
—Y decidimos ayudarles un poco. Al meter mi esencia en el colgante podría ayudar a mi hija
en algún momento de su vida y tal vez, cambiar el transcurso de la maldición.
Zachary apretó a Katariel y ella se aferró a sus brazos con cierto temor. Aquello era demasiado
cierto como para ser real.
—No solo sois amantes condenados, la historia va más allá. Se dice, que, en el mundo antiguo,
vuestras familias os maldijeron. Enemigos por naturaleza que se amaban sin importar las
consecuencias. ¡Oh, cariños! ¡Cuánto daño os hicieron! —se lamentó Loretta.
Katariel quiso huir, lo intentó, pero él se lo impidió. Debían llegar hasta las últimas
consecuencias y darles sentido a los sueños.
—Cuenta la leyenda que, al maldecir al hombre, su padre lo transformó en una estrella que
creció hasta convertirse en el propio sol. Así pues, para que siempre estuvieran separados, la
familia de la muchacha la convirtió en la luna condenándola a la oscuridad eterna. Lo que no
pudieron calcular fue que el sol la amaba tanto que podía iluminarla, alcanzándola siempre pasara
el tiempo que pasase —explicó Loretta.
«Siempre te encontraré». Recordó Katariel.
Zachary negó con la cabeza ya que ella no pudo. No comprendían aquella parte de la historia.
—Sois la personificación del sol y la luna. Condenados a amaros sin poder estar juntos. Esa es
vuestra maldición. Por eso siempre estáis en bandos distintos —añadió Layla.
Ambas se miraron, fue como una señal, aquello podía significar muchas cosas, pero solo había
una que iba a hacerse realidad: su madre iba a desaparecer.
—Quiero daros una ventaja en esta vida, una que puede hacer que podáis romper esa
maldición. Por eso guardé mi esencia, por eso siempre he querido lo mejor para ti, mi niña. Estoy
muy orgullosa —explicó su madre.
Katariel levantó una mano.
—No lo hagas.
Ella ya no le prestó atención. Abrazó por última vez a su padre y su abuela, los tres se
fundieron en un doloroso sentimiento. Era la hora, tocaba dejarla partir para siempre y eso no es
lo que Katariel había pretendido.
—Lo sé, niña. Tú solo querías nuestra felicidad —sonrió Loretta.
La magia de ambas se elevó como una luz en medio de la oscuridad haciendo temblar el bosque
entero. Se entremezclaron dejando que una entrase en la otra convirtiéndose en algo mucho más
grande.
—Os quiero mucho —susurró Layla.
—Yo te quiero más —contestó Gerald.
No lo vieron venir, la energía de ambas alcanzó a Katariel y Zachary impactando en el pecho
de ella para salir por la espalda de él. Cayeron al suelo como si de un disparo se tratase y todo
cambió.
Layla se desvaneció en el aire.
Fue entonces cuando todo se fundió en negro. De pronto las imágenes cobraron vida como en
cada sueño, una tras otra sin parar hasta llegar a la principal. Se vieron conociéndose por primera
vez, a sabiendas que eran enemigos.
Katariel murió la primera, su propio padre la apuñaló en el corazón acabando con su vida y
Zachary corrió una suerte similar, su hermano lo asesinó mientras dormía.
Los maldijeron convirtiéndose en los astros del cielo y así permanecieron durante cien años
antes de volver a descender a la tierra. Ahí se inició un ciclo de vidas y muertes constantes.
Ambos abrieron los ojos. Ella salió de encima del pecho del soldado y se miraron a los ojos
comprobando que seguían siendo ellos mismos, salvo por el detalle que tenían el conocimiento de
todas sus vidas anteriores.
Esas vidas eran parte de ellos, como recuerdos de una historia inacabada. Cada muerte era una
nueva oportunidad de reencontrarse y su amor era tan fuerte que siempre acababan enamorándose.
No existía amor más puro que ese. Ellos ya se querían mucho antes de ese día y había sido
inevitable.
Zachary se acercó a Katariel y la besó. Ese era su destino, estar juntos era la única meta que
tenían en la vida.
Y la cumplirían, por siempre.
Capítulo 49

Un par de días después…

—¿Estás segura? —preguntó Molly.


Katariel cabeceó su respuesta. Asintió convencida, no iban a tener otra opción y eso
significaba que solo les quedaba una única oportunidad. Negan y Minerva llevaban mucho tiempo
reinando, eso les hacía astutos y peligrosos.
—Le diré a Markus que te acompañe —anunció dándose cuenta de que ella no quería.
Se sintió algo decepcionada porque había visto la conexión y la tensión sexual no resuelta que
compartían. Por mucho que comprendiera que había perdido a su exmarido tenía derecho a ser
feliz.
Bueno, ella no era la mejor en ese tema, llevaba siglos reviviendo para reencontrarse con
Zachary. Así pues, decidió que iba a ser mucho mejor no meterse en ese tema.
—Tengo un contacto en Reiyar con el que dialogar antes. Él me ayudará.
La curiosidad la embargó, resistió preguntar muy a pesar de que esa idea iba a perseguirla
durante días.
—¿Crees que nos escucharán? —preguntó la princesa.
Tenían un plan en marcha, pero eso era solo palabrería, pasarlo al mundo real era mucho más
difícil de lo que cabría esperar. Contaban con eso, pero ya habían perdido suficiente en todo aquel
tiempo.
—¿Qué crees que ha visto mi padre en Minerva? —preguntó Katariel pensando en voz alta.
Era una alianza que nunca se vio venir. Lo cierto es que llevaba años viendo a aquella mujer en
el castillo, aunque siempre se hizo pasar por alguien más del servicio, nunca imaginó que se
trataba de un ser tan despreciable como vil.
—Magia. ¿No te parece extraño que Nislava, a pesar del hielo, siga ganando? Ha mantenido su
reinado del terror más de treinta años y eso no se hace siendo únicamente humano.
Las palabras de Molly hicieron que se sentase de nuevo, esta vez dejándose caer sobre el
asiento con fuerza. Esa alianza llevaba mucho más tiempo de lo que habría esperado jamás.
—¿Tú sospechabas de ella? —preguntó siendo incapaz de pensar con claridad.
Su amiga negó con la cabeza.
—Siempre la creí en su reino, con su estúpida corona, pero es evidente que ha sabido escapar.
Zachary llamó al timbre, cortando la conversación al momento. Llevaba allí cerca de tres horas
y eso comenzaba a levantar alguna sospecha.
Se alzó, antes de irse no pudo no mirar el cuadro de su exmarido, esa imagen provocaba que
tuviera una espina clavada. Era tan real la conexión que existía entre ellos que no podía cerrar los
ojos y negarlo.
—Prométeme una cosa —comenzó a decir.
Giró hasta comprobar que tenía toda su atención.
—Si todo esto sale bien irás a tomar un café con Markus, solo eso.
Molly dudó, pero no era una petición tan mala como para negarse en redondo. Asintió
cediendo, con un café no podía pasar nada malo, aunque Katariel esperó que algo pasase; no lo
confesaría jamás.
Salió topándose de frente con Zachary. Se dieron un beso muy rápido, no podían entretenerse.
Tenían una reunión con el rey Gerald para hablar de alianzas.
—Oye, antes de entrar tengo una pregunta —comenzó a decir Katariel.
Él la miró enarcando una ceja, no tenía muy claro qué era lo que podía pasar por esa cabeza.
—Nunca te he preguntado por tu familia, es raro, lo sé. No sé si tienes padres, hermanos… No
te he visto con ningún familiar ni nada parecido. Ex, ¿tal vez?
Zachary arrancó a reír como si le acabasen de contar el mejor de los chistes. Cuando logró
calmarse se rascó la cabeza con cierta indiferencia.
—Ex, como todos, evidentemente no funcionó. Y mis padres murieron hace algunos años a
causa de la guerra.
—Lo siento mucho.
Él no le dio importancia, prefirió dejar los recuerdos en el pasado y centrase en la realidad. El
presente era lo único que merecía atención, necesitaba aquello y poder pensar en el bien mayor
que debían cumplir.
Llegaron a casa del rey, la verdad que estaba a pocos pasos de la casa de Molly.
Zachary fue a subir, alcanzó a subir un escalón antes de que ella lo tomase del brazo y lo
acercase a su cuerpo. Envolvió su cintura con los brazos y, acto seguido, apoyó la barbilla en su
pecho.
—Estoy nerviosa —confesó—. ¿Me das un beso?
—Uy, pareces tan dócil que casi me asustas. Con lo que me gustabas al tirarme ramas, me
excitabas mucho.
Katariel mordió un poco su pecho a pesar de la camiseta que llevaba, no le hizo daño, aunque
sí dejó que notase los dientes.
—No me enfades o tendré que pelear contigo.
—Nada me gustaría más si eso significa que destrocemos una nueva habitación.
Ella tomó su nuca, lo guio hasta su boca y, antes de besarlo, le pasó la lengua por los labios. El
beso fue tan profundo que gimió por puro placer, se acercó a su entrepierna y se rozó
provocándole.
—No podemos ahora —recordó Zachary.
Katariel se retiró emitiendo un pequeño quejido, no quería parar por mucho que la reunión que
los esperaba fuera tan importante.
—Después —prometió él.
Ella sonrió.
Giró dispuesto a entrar, aunque se detuvo cuando se dio cuenta que ella no lo seguía, la miró
con el ceño fruncido esperando algún tipo de explicación. Estaba claro que todo estaba yendo
demasiado rápido y que el dolor podía hacer mella en el alma, con suerte todo habría acabado
pronto.
—¿Lista?
Asintió.
—¿Podrías darme un par de minutos? Entretenlos un poco, por favor.
Él aceptó sin dudarlo cosa que agradeció, suspiró aliviada con los ojos cerrados y, al abrirlos,
tenía a Zachary delante. Se miraron a los ojos como si eso fuera suficiente como para darle todos
los ánimos que necesitaba.
—No importan el resto de vidas pasadas. Quiero que sepas que en esta te quiero y ya lo sabía
antes de los recuerdos.
Katariel lo supo, fue a contestar, pero Markus pasó por su lado dándoles una colleja a cada
uno. Al final la pareja no pudo más que reír por la intromisión.
Zachary le dio un beso en la frente.
—Te veo dentro —le dijo antes de entrar.
Ambos hombres entraron, lo que significaba que tenía unos pocos minutos antes de que se diera
cuenta. Esperó allí unos segundos, los que Zachary miró por la ventana para cerciorarse de que
estaba bien.
Cuando la conversación comenzó eso la puso en alerta. Con cierta pena miró a las personas
que estaban allí reunidas y, sin darse tiempo a pensar, decidió dar la vuelta y correr.
Todo estaba en marcha y Molly los entretendría lo suficiente como que, para cuando se dieran
cuenta, estuviera muy lejos de allí.
Su amiga se había encargado de robar las llaves de la moto de Markus, había sido fácil
tonteando un poco y sabía dónde la aparcaba cada día. La arrancó, no podía dudar y aceleró
rumbo a Kaharos.
Tenía que tener una audiencia con el rey de ese reino.
Capítulo 50

«Katariel solo está nerviosa». Se dijo Zachary mirándola en el exterior de la casa.


Necesitaba unos minutos y no pensaba que fuera tan grave, todos lo habían necesitado en algún
momento. La vida acababa de cambiar a toda velocidad, eso podía amedrentar a cualquiera.
—¿Y Katariel? —preguntó Gerald.
—Unos minutos y estará lista —la excusó Zachary.
Se sentaron alrededor de la mesa, también faltaba Molly y no solía retrasarse nunca en
momentos como ese. Al parecer las mujeres necesitaban un respiro y no era una sorpresa porque
acababa de descubrir que su hermana había conseguido escapar de su prisión.
—Tenemos que mandar un mensaje a cada reino, Reiyar y Kaharos deben saber lo que
planeamos hacer. Si consiguiéramos su apoyo tendremos algo de ventaja. Además, hemos visto el
cariño que sienten los Nislavos hacia Katariel, todo nos hace sumar puntos —explicó Gerald.
Zachary miró a través de la cortina cuando escuchó una moto rugir, no significaba nada porque
podía ser cualquiera. El instinto le pedía que saliera a investigar, que eso significaba algo.
Se levantó a expensas de que Gerald seguía hablando y no importó que todos lo mirasen.
Abrió la cortina, apartándola con dos dedos para darse cuenta que Katariel no estaba allí.
Gruñó sabiendo que lo había engañado.
—Ahora vuelvo —avisó.
Markus lo siguió a pesar de que no se lo dijo, él lo agradeció ya que, si estaba pasando algo
malo, sabía que tenía su apoyo.
Molly salió de su casa y fue como si el rompecabezas acabase de encajar. Estaba convencido
que había tenido algo que ver, lo podía sentir por su lenguaje corporal y por todos los detalles
insignificantes que había dejado Katariel.
—¡¿Qué habéis hecho?! —bramó enfadado.
La mujer retrocedió un par de pasos indicándole que sabía a qué se refería. Estaba convencido
de que acababan de tramar algo a sus espaldas.
—A ver, vamos a hablar un poco de esto…
Molly trataba de ganar tiempo, lo que hizo que Markus caminase hasta quedar ante ella.
—No compliques las cosas.
Aquella mujer lo fulminó con las miradas.
—No necesito que me defiendas.
Markus se apartó entonces dejando que fuera Zachary quién tomara su sitio, ahí sí que pareció
temer. Su peligrosidad se hizo visible, es más, cuando se trataba de Katariel era capaz de
cualquier cosa.
—Visualiza esta conversación: Zacha, voy a ver al rey de Kaharos para pedir su apoyo en la
guerra. ¿Cómo reaccionarías?
Se enfadó, mucho, tanto que su magia salió de él proyectándose en el suelo haciéndolo temblar.
No podía creer que Katariel hubiera tomado una decisión tan temeraria.
—¡Tú misma viste lo que los elfos le hicieron! —bramó.
Molly cerró los ojos ante el enfado del jefe del ejército. No supo hacer nada más para calmar
sus nervios.
—¿En qué más consiste vuestro fantástico plan? Y no te atrevas a mentirme —amenazó.
Ella tragó saliva, estaba claro que solo quería ganar tiempo para que no pudieran alcanzarla y
no iba a conseguirlo.
—¡Markus! Nos vamos de caza y pienso dejarle el culo de tal forma que no podrá sentarse en
un mes. —Antes de irse señaló a Molly—. Y tú irás después, le daré ese honor a mi segundo al
mando, estoy convencido de que lo disfrutará.
Antes de que pudieran irse suspiró dándose por vencida.
—Puede que la idea de dejarla ir sola no haya sido nuestro mejor movimiento. Mejor será que
cojáis otras motos, robé las llaves de la de Markus hace un par de días.
Él la señaló con un dedo acusatorio.
—Yo… Yo… Tú y yo rendiremos cuentas —prometió Markus.
Molly asintió aceptando lo que podría pasar a su vuelta.
Los dejó caminar un par de pasos más antes de confesar algo más de ese estúpido plan.
—Iré a Reiyar a pedir aliados, muchos de sus ciudadanos fueron de mi reino.
Zachary alzó un dedo tratando de pensar en algo útil. Estaba claro que no podía dejarla ir sin
protección, pero tampoco podía entretenerse con Molly y dejar escapar a Katariel.
Usando su magia, hizo aparecer una cuerda que ató las muñecas de esa mujer a ambos lados de
su cadera y después la guio hasta el poste de honor.
—Tú te lo has buscado. Cuando regrese irás con un grupo de soldados como protección. Y si
volvéis a planear a mis espaldas os haré comprender lo peligroso que puedo ser al enfadarme.
Acto seguido salió de allí a toda prisa.

***

Durante kilómetros no fueron capaces de ver a Katariel, casi creían que la habían perdido
cuando la vieron a lo lejos. Eso les daba una única oportunidad, una que pensaban aprovechar.
Ella iba tan rápida que pensó que podía romperse el cuello subida en aquella maldita moto. Las
carreteras eran demasiado antiguas como para ser transitables, lo que hacía mucho más peligroso
ir a esa velocidad.
Por desgracia también vio como estaba a punto de cruzar la frontera.
—¡NOOO! —gritó dentro de su casco, nadie lo escuchó salvo él mismo.
Y Katariel hizo lo que se había propuesto: cruzar.

***
Katariel soltó la moto cuando supo que aquello era suelo Kaharos. No tardó en colocarse de
rodillas con las manos a la espalda y los dedos entrelazados. Respiró profundamente calmando su
corazón, solo tenía una cosa que hacer.
Pronto un grupo de elfos la rodeó apuntándola a la cabeza con diferentes armas de fuego, algo
que la sorprendió, estaba claro que habían modernizado su forma de pelear.
—¿Qué quieres?
—Quiero a hablar con el rey de Kaharos. Soy Katariel de Nislava y vengo a entregarle la
cabeza de Negan en bandeja de plata.
Uno de ellos sacó un cuchillo para colocárselo en la garganta, fue en ese movimiento cuando se
dio cuenta de que Zachary y Markus no tardarían en llegar. Debía dejarlos fuera.
—Mientes.
Ella hizo una mueca de desagrado.
—Después de lo que me hicisteis en Draoid no tendría porqué venir. Busco aliados para
acabar con mi padre, así que mueve tus orejas picudas y llévame ante el rey.
Eso le provocó risa y apretó un poco más el cuchillo al mismo tiempo que la tomaba del
cabello para tirar hacia atrás.
—Yo soy el rey.
Katariel comprendió que insultarlo no había sido una buena idea.
—Yo lo veo así, hablamos y negociamos cómo vamos a despellejar a mi padre o dejas que dos
de los mejores soldados de Draoid crucen la frontera y os hagan papilla.
El rey levantó la vista para cerciorarse de que decía la verdad. Chasqueó la lengua,
visiblemente molesto, aquel era un contratiempo que solo ellos podían parar y ella iba a jugar esa
carta.
—¿Qué quieres a cambio?
—Déjalos fuera —pidió.
Él suspiró ante su petición, no obstante, no se negó. Tocando el colgante que llevaba al cuello
se alzó una barrera casi tan alta que pareció llegar al cielo, una que separó ambos reinos.
Zachary tiró la moto y Markus lo imitó. Los últimos metros lo hicieron a pie hasta que golpeó
la frontera que los separaba.
—¡No! ¡Katariel!
Al rey no le importaron los gritos o lo mucho que luchó por echar abajo aquella barrera. Siguió
a lo suyo porque tenía un botín mucho más grande de lo que hubiera imaginado jamás.
—Movedla —ordenó.
Katariel miró entonces a Zachary.
—Te quiero —dijo antes de que se la llevasen a las profundidades del bosque.
Capítulo 51

Aquel reino era mucho más bonito que cualquier cosa que hubiera visto jamás. Vivían
mimetizados en la naturaleza, sus casas no dañaban árbol alguno, se retorcían con ellos hasta
conseguir figuras imposibles.
Las edificaciones subían y subían haciendo cosas imposibles que la lógica humana no podía
comprender. No solo eso, todos ellos tenían muchas luces en las fachadas.
Era como si estuvieran en una fiesta, veía farolillos de colores morados, azules y verdes por
todos lados. Algunos decoraban las casas, otros colgaban de las farolas, hasta algunos parecían
subir por las copas de los árboles.
Era algo digno de ver.
No pudo entretenerse mucho con las vistas, puesto que también tenía que estar pendiente de
caminar sin tropezar. No la empujaron en ningún momento, aunque le metieron prisa un par de
veces.
Al final llegaron a una casa que bien podía parecer la de cualquier otro. Ahí comprendió que la
pomposidad solo era de Negan, el resto de reyes eran humildes y no construían castillos enormes
con torres infinitas.
—Entra —le ordenaron cuando la gran puerta de roble se abrió.
No tenía idea alguna de lo que encontraría en el interior, así que se sorprendió cuando
comprobó lo amplio que podía llegar a ser. Casi parecía una ilusión óptica porque desde fuera las
casas parecían mucho más estrechas de lo que eran en realidad.
Le fascinó ver que también había ciertas ramas que se habían integrado en la arquitectura de la
casa. La más interesante fue la más grande, la que lo tapaba todo lo que tenía debajo con sus
enormes hojas, casi como si de una pérgola se tratase.
Justó ahí la sentaron, aunque no en el suelo. Colocaron un cojín muy mullido que agradeció
cuando empujaron sus hombros hacia abajo.
Alguien, no pudo ver quién, puso una taza de algo parecido a café delante de sus piernas y otra
ante el rey, el cual imitó su postura sentado en el suelo completamente sereno.
—Bien, dice mucho de ti que hayas venido por propia voluntad después de lo que mis hijos
hicieron con tu cuerpo.
Las palabras del rey parecieron entrar en su mente obligándola a recordar el horrible dolor que
aquel hechizo había hecho en ella. Los gritos seguían perforando sus oídos muy a pesar que ya no
abría la boca.
—Sí, no fue una buena forma de pedir una audiencia conmigo.
El rey bebió un poco de su taza sin perderla de vista, incluso, en un momento le indicó con la
mirada que ella también debía probarlo. Tratando de no ofender ninguna tradición, tomó esa taza y
dio un fuerte sorbo.
Quemaba, fue como si toda ella se derritiese, como si aquella especie de licor estuviera hecho
solo para abrasar. Soltó la taza y tosió sin poder evitarlo, aquello era demasiado fuerte como para
soportarlo.
Muchos elfos rieron, solo uno se apiadó de ella y le tendió un vaso de agua.
—Gracias —jadeó con las lágrimas en los ojos.
—Se me olvidó decirte que es demasiado fuerte para humanos.
Katariel solo tuvo ganas de matar, aunque se contuvo por el bien del resto de reinos.
—Yo soy Blair, señor de este reino desde mucho antes que tu nacimiento en esta vida.
Sus palabras le indicaron que sabía a la perfección quién era, no solo Katariel de Nislava, era
conocedor de toda la historia que había detrás de su persona y eso la impresionó.
—Sé de tiempos en el que los cinco reinos vivían en paz. Había comercio entre ellos, turismo y
se tomaban leyes en conjunto. Quiero recuperar eso.
Blair no se inmutó. Siguió bebiendo aquella bebida de la muerte mientras ella hacía una mueca
de asco sin darse cuenta. No tardó en corregirlo y hacer que su cabeza retomase la conversación.
—Negan ha hecho mucho daño y con su muerte el resto de los reinos podría vivir en paz. Los
Nislavos están hartos de derramar sangre, los Draoids también ansían la paz y, espero no
equivocarme, también vosotros.
Puede que se hubiera precipitado, no obstante, esas palabras sí hicieron que él cambiase de
parecer. Dejó la taza en el plato que tenía delante de los pies y miró a su alrededor con
detenimiento.
—Muchos años hemos permanecido en paz con el resto de especies hasta que llegó Negan.
¿Conoces la historia de tu padre?
Se sonrojó ante la pregunta, no sabía nada de su vida anterior antes de Layla y no era porque
nunca hubiera preguntado, es que nunca habían contestado.
—Hijo de reyes, de pequeño ya disfrutaba con el dolor. Torturó a todo tipo de animales y
compañeros de colegio. Se aprovechó de su posición para tomar las mujeres que quiso. Todo el
que le llevó la contraria cayó bajo su ira, fue entonces cuando puso la vista en Layla.
El nombre de su madre en los labios de aquel ser hizo que toda ella se removiera. No supo el
motivo exacto, pero lo hizo.
—Ella estaba enamorada de un joven Nislavo bien posicionado. Algo que no fue suficiente
para tu abuelo cuando llegó la petición de mano del rey Negan. Eso significaba la unificación de
dos reinos y no pudo estar más contento. La propia estupidez de los humanos le hizo caer en esa
trampa y atrapar con ambas manos la desgracia.
Katariel no pudo más que jadear mientras escuchaba la historia, lo hacía de una forma que casi
se sintió allí mismo viendo las imágenes que él relataba. Fue tan real que tuvo que beber un poco
más de agua para mantener la compostura.
—¿A quién amaba mi madre? ¿Lo sabes? —preguntó queriendo saber más.
Blair miró a su alrededor y, de pronto, la imagen de una niña pequeña saltando de rama en
rama apareció ante sus ojos. Supo que no era real, aunque eso no le quitaba validez.
—Ella solía venir aquí a jugar con alguno de mis hijos, era una niña muy feliz. Solo con su risa
hizo arrodillarse a mucho de mis elfos —contó relatando una historia.
De pronto la niña cambió hasta convertirse en una mujer adulta. Katariel se descubrió a sí
misma sonriendo viendo a su madre inmensamente feliz. Parecía canturrear detrás de un hombre al
que abrazó por la espalda.
Él se giró y el vaso de agua que Kata llevaba en las manos cayó al suelo mojándola por
completo. Se levantó de un salto rompiendo aquel tipo de imagen que Blair había creado.
—Lo siento mucho —se disculpó pasándose las manos por los pantalones tratando de secarse.
Él no pareció enfadado, casi vio comprensión en sus ojos.
El corazón le iba a mil por hora y no era por el vaso derramado. Una elfa le trajo una toalla
que agradeció y con la que empezó a secarse como pudo. Apenas atinaba a darse en la ropa
porque no paraba de repetir esa visión en su mente.
—¿Mi madre estaba enamorada de Cornelius Myara? —preguntó con un hilo de voz tan bajito
que supo que susurraba como si fuera un pecado decirlo.
Blair asintió sin inmutarse.
—Tu padre le arrebató a su amigo la mujer a la que amaba. Lo hizo casarse con Carisa y
prometió a su hijo con la princesa.
El estómago le gritó que no pensaba soportar el contenido que tenía en su interior. Ella se
agarró como pudo la barriga en un intento de tratar de detener las arcadas, pero fue incapaz.
—¿El baño? —preguntó sin esperanzas.
Un elfo la guio a toda prisa, por suerte estaba muy cerca porque no hubiera dado un paso más.
Abrió la puerta con violencia y no se fijó en lo impoluto que estaba o el olor a nubes de azúcar
que desprendía la estancia, solo se agachó y dejó que su estómago se pusiera del revés vaciándose
por completo.
Contra más conocía a Negan peor era y más fuerte era su maldad. Era mucho peor de lo que
hubiera imaginado jamás.
Tiró de la cadena y fue al lavamanos para enjuagarse la boca. Aprovechó también para
refrescarse la cara y la nuca ya que sintió que todo daba demasiadas vueltas.
Después, tambaleándose, regresó ante el rey Blair y su gemelo. Sí, veía doble, aunque no le
preocupó en un principio.
—¿Qué motivos tienes para entregar a tu padre? —preguntó el rey.
Katariel, sin pudor alguno, tomó su camiseta y la sacó por encima de su cabeza mostrando así
todas las marcas que llevaba. Sabía bien que tenía la piel hecha girones, no las lucía con orgullo,
aunque sí supo reconocer que era una superviviente.
—Tengo cientos de ellos.
Blair pareció entonces hacer una mueca de tristeza. Recorrió con la mirada cada pulgada de su
piel en busca de todos los horrores que había conocido a manos de su padre y los encontró; a cuál
peor.
—¿Y qué condiciones pones? —preguntó aceptando sus motivos.
Katariel no dudó.
—Quiero una alianza entre reinos y, después de la guerra, paz. Que todos podamos tener una
vida tranquila, que vuelva el comercio y todo lo que eso conlleva.
Blair sonrió satisfecho.
Extendió su mano o, quizás, unas pocas más de las que ella tenía. Trató de alcanzar una y la
apretó con fuerza. Al parecer tenían un trato.
Acto seguido no pudo soportarlo más y se desmayó.
—Siempre olvido que esa bebida es demasiado fuerte para los humanos. Si recobramos la
normalidad habrá que rebajarlo un poco —dijo Blair para que el resto tomase nota.
Ellos eran inmortales, llevaban mucho más tiempo que el resto en ese mundo y habían
aprendido a sobrevivir, aunque reconocía que el comercio y el turismo hacía que todo fuera mucho
más divertido. Le gustaba tener su reino lleno de gente.
Tal vez aquella chica fuera la elegida.
—Ponedla a descansar —ordenó un poco preocupado por su salud.
Capítulo 52

Molly llegó a Reiyar acompañada de Markus y un gran pelotón de soldados enviados por el
mismísimo Zachary. Él seguía a la espera de que el reino de Kaharos bajase las defensas y no lo
culpaba por ello.
Junto con Katariel, se había metido en un buen lío, ya saldarían cuentas cuando todo acabase.
Bajó de la moto, se estiró dejando que todos los huesos de su columna crujieran. Además, le
dolía el trasero por culpa de las horas que había sido obligada a montar en ese cacharro del
demonio, no obstante, no iba a quejarse.
Sabía bien que el castigo sería mucho peor que montar con Markus, les esperaba a las dos algo
ejemplar que todos recordarían.
—¿Es aquí? A mi me parece un montón de mierda —comentó el soldado.
A aquel hombre no le faltaba razón, pero le urgía tener algo de imaginación. Estaban ante el
lugar correcto, uno que no levantase sospecha alguna ante ninguna mirada indiscreta.
Carisa, vestida con harapos, salió cargada con un cubo para dar comida a los cerdos mientras
lamentaba al cielo su suerte y blasfemaba a su marido.
Sí, estaban en el sitio correcto.
Cornelius salió a ayudarla, a diferencia de su mujer él estaba radiante y no importaba las ropas
que llevase. Aquel hombre siempre había tenido clase y nada, ni nadie le arrebataba eso.
—¡Cornelius, amigo! —exclamó sonriente.
Este se giró hacia ella y la reconoció al instante. Olvidando a su mujer, fue hacia la verja de la
propiedad con una sonrisa.
—No has cambiado nada.
Markus palideció entonces. Fue justo en el momento en el que ella pidió al cielo que no
metiera la pata. Iban a darle la noticia de su hijo en su debido momento, no podían llegar y
estrellarle la desgracia en la cara.
—¿Os conocéis? —logró articular el segundo al mando.
Molly asintió.
—Tú apenas tienes treinta y pocos años, querido. Yo, en cambio, tengo unos pocos más, pero
me conservo bien.
Cornelius rio antes de abrir para estrecharla entre sus brazos. Hacía demasiados años que no
se veían, desde la boda de Layla. Al parecer ese día había marcado la vida de muchísimos de ese
mundo.
—La magia siempre fue tu amiga —comentó el hombre.
Ella asintió.
—Y pensar que siempre pensé que fue una maldición. Se pueden hacer cosas fantásticas con
ella —explicó Molly.
Cornelius miró a Markus adivinando que se trataba de un alto cargo del ejército Draoid, no le
estrechó la mano, no fue nada personal solo que llevaba demasiados años enfrentándose a esa
gente.
—Wade ya nos espera dentro —anunció él.
Dejó pasar a Molly, la cual caminó muy segura de sí misma hacia la casa. Antes de que pudiera
pasar Markus, Cornelius le puso una mano en el pecho para darle una directa muy clara.
—Tus hombres se quedan fuera de la casa, a ti te dejo entrar porque tienes pinta de tirar la
puerta abajo, el resto me sobran.
Aceptó, tampoco es que pudieran caber todos en aquella casa, lo mejor era quedarse y vigilar
los exteriores.
Lo acompañó dejando pasar a su mujer primero, una vez dentro se colocó al lado de Molly, la
cual sonreía ampliamente ante el rey de Reiyar, Wade.
—Dichosos los ojos que te ven de nuevo, pequeña Circe —dijo antes de rectificar—. Molly,
quería decir Molly.
Era un hombre de la edad de Gerald, pero para él no había hechizo que lo hiciera parecer más
joven. Sus arrugas no engañaban, se acercaba a los ochenta años, aunque se mantenía bastante ágil
por como lo vio levantarse y abrazarla.
Habían pasado demasiados años desde que tuvo que huir de su hermana Minerva. Wade había
sido el primero en ayudarla, juntos reconocieron que el reino más seguro era Draoid y medió para
que Gerald la ocultase.
Poco después Nislava cerró sus fronteras dejando a su pueblo morir. De no ser por los otros
reinos esa gente hubiera muerto sin remedio alguno.
Se sentaron todos alrededor de la mesa, le pareció curioso ver que Carisa, la esposa de
Cornelius, quiso presidir la mesa. Wade se lo permitió porque era un hombre sencillo y amable,
no necesitaba la pomposidad y la fama de su cargo.
—Bien, han llegado a mí rumores de la princesa Katariel y me gustaría saber cuánto de verdad
tienen —pidió el rey.
Molly tragó saliva, aquella reunión iba a ser difícil, mucho más que una reunión de amigos
después de años.
—Ella está en Draoid —mintió siendo incapaz de decir que mediaba con los elfos—. Juntos
creemos que podemos derrocar al rey Negan.
Aquello cayó como un jarro de agua fría. Los rumores así lo decían, sin embargo, muchas
veces no tenían veracidad alguna. Esta vez podía prometer que la hija de Negan planeaba acabar
con su reinado del mal.
—La pequeña Kata. Su madre era alguien muy especial, ¿verdad, Cornelius?
La pregunta de Wade provocó que Carisa pusiera los ojos en blanco. A ella nunca le había
caído bien esa mujer y tampoco la iba a culpar, Layla y Cornelius habían sido amantes muchos
años atrás. Esa era la típica cosa que podía desestabilizar un matrimonio.
—Puedo asegurar que su hija es mucho más especial que la madre. No he visto a nadie con
tanto valor en mi vida. Además, no le importa su integridad física y tiende a meterse en problemas
si cree que alguien debe ser salvado —explicó Molly.
Cornelius asintió.
—Así es, ella fue a salvar a Nixon cuando el rey los abandonó. He tenido el honor de tenerla
cerca los últimos años y puedo certificar que lo es.
Markus tosió entonces. Molly no tardó en darle unos buenos golpes en la espalda tratando que
volviera en sí.
—¿Todo bien? —preguntó el rey.
El soldado asintió.
—Todo perfecto —contestó.
Era el momento de hacer lo que había venido a decir. Después tendría que enfrentarse a su
amigo para certificarle la muerte de su único hijo, algo que era demasiado cruel. Él siempre había
tenido buena relación con el rey y había aprovechado eso para huir cuando Negan amenazó su
vida.
—Está buscando aliados para la guerra. Draoid y algunos Nislavos están con ella, pronto
tendrá una audiencia con Blair, el rey elfo y también nos gustaría contar con el apoyo de Reiyar.
Era una forma de decirlo, necesitaban su ejército y les pedía ir a la guerra, donde muchos
morirían para tratar de conseguir un mundo mejor.
—Katariel es ambiciosa, lo reconozco y me gusta cómo piensa. Es cierto que a todos nos
gustaría ver a su padre enterrado y recobrar el mundo que tuvimos antaño, pero es un plan que
puede implicar mucha sangre.
Molly asintió.
—Más sangre seguirá derramándose si Negan y Minerva siguen reinando.
El nombre de su hermana hizo que su garganta quemase, hacía años que no lo pronunciaba y
casi fue como abrir la caja de los recuerdos, unos que podían ser capaces de destruirla por
completo.
—¿Minerva? —preguntó Cornelius.
—Sí. Draoid fue atacado por Negan y escapó en el último momento gracias a la ayuda de mi
hermana. Es evidente que ha podido liberarse del hechizo de contención, es más, la propia
princesa certifica que lleva años viéndola en el castillo haciéndose pasar por alguien del servicio.
Eso fue un golpe duro, lo que Minerva había hecho era imperdonable y había dejado morir a
miles de personas inocentes; por eso juntar las dos personas más despiadadas que conocían lo
hacía un combo peligroso.
—De haberla visto alguna vez hubiera tratado de avisar —explicó Cornelius.
Estaba claro que Negan la había mantenido oculta a la gente que alguna vez la había visto.
—Bien. Si eso es cierto y ambos están aliados, eso nos deja un camino: guerra. Tus antiguos
ciudadanos no dudarán en seguirte como su única y legítima reina. Y los míos, que han sufrido en
sus propias carnes la maldad de Negan, también querrán sangre.
Wade se levantó, solemne, con el mentón erguido con orgullo.
—Una pregunta más, ¿responderías bajo sus órdenes como tu futura reina? Siendo quién es
Katariel de Nislava es la mujer destinada a reinar en dos reinos fuertes y orgullosos.
Molly no se lo pensó, cerró los ojos al mismo tiempo que asentía con fuerza.
—La seguiré hasta el fin de mis días.
Eso agradó a Wade, el cuál sonrió antes de ir hacia ella para darle un segundo abrazo. Este era
de despedida, aunque las comunicaciones iban a seguir abiertas.
—Nos vemos pronto y espero que, cuando todo esto acabe, podamos tener una conversación
más alegre —dijo el rey.
Ella también lo esperaba.
De verdad.

***

Molly supo que no podía irse de esa casa sin contar la verdad. Había usado su amigo para
comunicarse con el rey sin contarle lo que sabía, algo que iba a cambiar su mundo.
—Cornelius, siento lo que voy a decirte —comenzó a decir.
Markus se levantó a modo de protección, algo que ella creyó que no iba a hacer falta, no
obstante, lo dejó a su lado a modo de apoyo moral. Carisa estaba en la cocina, una que no tenía
pared de separación con el comedor, podía escuchar perfectamente la conversación. Aún así,
decidió llamarla para que tomase asiento.
—Negan atacó Draoid, llevó a Malorie, la cual seguía con vida y la ejecutó delante de Katariel
cuando se negaron a entregarla.
El pobre hombre se llevó las manos al rostro con horror, todo el mundo había sentido aprecio
por esa mujer y, justo por ese motivo, era tan doloroso perderla de una forma tan cruel.
—No solo pasó eso y quiero que sepas que lo lamento muchísimo —dijo como si eso pudiera
excusarla.
Cornelius tomó entonces sus manos y las apretó entre las suyas, fue como si comprendiera que
tenía una gran carga que dejar ir. Una que iba a costar mucho más de lo que hubiera pensado
jamás.
—Nixon estaba allí y Katariel quiso convencerlo de que podíamos ganar a Negan, que una vida
mejor era posible.
Él tragó saliva escuchándole, ya sabía lo que iba a decir. Reuniendo el valor suficiente dijo:
—No la escuchó porque él ya no la veía como un igual. Decía que era la mujer su vida, que
podía ser capaz de cualquier cosa, pero era tan cobarde como su padre. Yo nunca peleé por Layla
como él tampoco defendió a Katariel. Nos dedicamos a amar de una forma segura, pensando en
nosotros mismos primero. Si yo hubiera peleado por ella, quizás hubiera podido evitar lo que vas
a decirme.
Molly dejó que las lágrimas que llegaron a sus ojos cayeran, era horrible dar una noticia así.
—Disparó a Katariel en la cabeza, aunque ella, con su parte Draoid, logró evitar la bala.
Tuvo que tomar aire porque estaba a punto de romperse allí mismo. No podía dar esa noticia,
no era justo.
—Ella, cuando vio la bala en su mano…
Al no poder terminar, Cornelius le dio un par de palmaditas en sus manos haciéndole la señal
que se detuviera. Ya comprendía de sobras lo que había pasado justo después.
Dejó ir sus manos, evidentemente emocionado, y se tapó la cara lamentando al cielo la pérdida
de su hijo.
—¿Quién lo mató? ¿Lo hizo ella? ¡Esa niña mimada! —gritó Carisa enfurecida.
Molly supo que debía saber la verdad.
—Pidió a Zachary que derribase el helicóptero donde iba.
Tuvo que apartar la mirada cuando aquella madre se rompió en pedazos. Era una de las peores
noticias del mundo y no había palabra o gesto que pudiera reconfortarla. Katariel había querido a
Nixon de su lado, toda su vida había girado en torno a él y no pudo reaccionar cuando la disparó.
—¡Iros de mi casa! —bramó ella.
Molly se levantó, pero no fue capaz de irse. Se acercó a él y tocó su hombro, se agachó a su
altura para verlo mejor.
—Lo siento mucho, Cornelius. Sé que hubo un tiempo en el que se quisieron mucho.
Nunca supo si la pudo escuchar, el pobre hombre lloraba desconsoladamente por la pérdida sin
reparar en su presencia. La noticia era demasiado difícil de digerir.
—Le dije una vez que valía la pena morir por Katariel y él se reveló contra ella.
—Nixon vio que ella ya no sentía lo mismo y el dolor fue demasiado fuerte como para
soportarlo —explicó Molly.
Tenían derecho a la verdad.
Carisa, enfurecida, corrió a un mueble. Tiró de un cajón y rebuscó hasta encontrar un arma, la
misma que usó para apuntarles.
Cornelius reaccionó, se puso en pie y cubrió a su invitada con el cuerpo. Molly, por miedo a
que Markus hiciera algo terrible, le tomó la mano a modo de advertencia. No quería que se
derramase más sangre de la necesaria.
—Baja el arma, Carisa.
—¡¿Cómo puedes defenderlos cuándo han sido partícipes de la muerte de Nixon?! ¡Te dije que
mi hijo se merecía algo mejor y nunca me escuchaste!
Cornelius, a pesar del dolor, negó con la cabeza.
—¡Él se puso del lado de Negan! No merecía morir, pero esa fue la peor decisión que pudo
tomar.
Carisa disparó, por suerte no acertó a ninguno de los tres, solo a una pared de madera vieja que
crujió quejándose. Ella tembló por la sorpresa, lo que hizo que Cornelius corriera a tratar de
quitarle el arma.
Forcejearon un par de segundos antes de que un segundo disparo resonase con fuerza. Todos se
quedaron congelados poco antes de que Carisa cayera al suelo con las manos en el estómago.
Él la tomó, tocó su cuerpo antes de ver salir la sangre a borbotones.
—Siempre quisiste a esa furcia y a su hija —la acusó Carisa.
Molly se arrodilló a su lado dispuesta a ayudar, comprobando que no quedaba vida en ella;
había sido un disparo mortal casi en el acto.
—¡Cielo santo! ¡Lo siento tantísimo! —exclamó ella.
Cornelius la empujó tirándola al suelo, después, abrazando a la que había sido su mujer, le
señaló la puerta. Ya no era bien recibida en aquel lugar y no se sorprendió.
Resbalando con la sangre, necesitó la ayuda de Markus para levantarse y salir de allí. Lo hizo a
toda prisa como si el mismísimo infierno la persiguiese. Nunca imaginó que aquello podía acabar
de esa forma.
Los Draoids que los acompañaban se quedaron sorprendidos al verlos salir después de
escuchar disparos.
Molly corrió a la moto y se subió, necesitaba huir de aquel lugar. No podía haber causado más
dolor a ese hombre ni habiéndole disparado ella mismo.
—Deberíamos hablar de esto —pidió Markus.
Ella se puso el casco negándose en redondo, el corazón iba tan rápido que supo que podía
salírse del pecho en cuanto se despistase.
—¡No! ¡No vamos a hablar de nada! Katariel nos necesita.
Él no estuvo de acuerdo, aunque los gritos de Cornelius solo hacían que empeorar las cosas.
—Pero…
Molly estalló en mil pedazos.
—Le he dicho a uno de mis mejores amigos que su hijo ha muerto. Negan le quitó a Layla, lo
obligó a casarse con esa mujer y, cuando vio que tenía un hijo varón, lo prometió a su hija. Ahora
Nixon está muerto y ha tenido que matar a su mujer. Negan y Minerva destruyen todo lo que tocan.
—Se secó las lágrimas con rabia a través de la apertura del casco—. Solo por eso no vamos a
hablar. Tenemos una guerra que librar.
Markus no se movió de donde estaba provocando se que enfadase mucho más. Necesitaba su
apoyo y no una pelea.
—¡Sube a la puta moto! —bramó terriblemente dolida.
Solo cuando lo vio cruzarse de brazos sintió las ganas de asfixiarlo con sus propias manos.
Él dudó unos segundos antes de gruñir.
Al final lo hizo, sin rechistar o tratar de mediar algo para hablar. Se subió delante de ella y
dejó que se abrazase a su cintura. Después de eso apoyó el casco en el centro de su espalda, iban
a volver a casa.
Y lo hizo llorando casi todo el camino.
La vida era demasiado cruel.
Capítulo 53

—¿Estás seguro de que no puedo quedarme aquí un poco más? —preguntó Katariel viendo a
Zachary a través de la barrera.
Blair sonrió.
—Tengo toda una eternidad para esperar a que te decidas, no es un problema para mí —
contestó el elfo.
Katariel suspiró.
La mirada de Zachary quemaba sin tocarla. Estaba tan enfadado que podía ser capaz de hacer
temblar a un ejército entero. Esta vez no tenía escapatoria o excusa posible para convencerle de su
inocencia.
—Está bien, levántala —pidió.
El rey asintió, se agachó un poco hasta que su boca quedó cerca de su oreja. Eso le produjo un
escalofrío, aunque fue capaz de soportarlo.
—Seguiremos en contacto.
Notó, con temor, como la magia hacía desaparecer la separación que había mantenido a
Zachary fuera del reino y las negociaciones. Ahora ya estaba libre, pudiendo convertirse en un
animal salvaje.
—Adiós, princesa —dijo el rey instándola a marcharse.
Ella lo miró con una sonrisa fingida antes de levantar un pie, atravesó la frontera siendo
incapaz de mirarlo a los ojos.
Los elfos se marcharon, ya no tenían nada que hacer en aquel lugar. Los tratos estaban cerrados
y pronto los ayudarían en la guerra que estaba preparando.
—Zachary, yo… —dijo antes de enmudecer.
Se desinfló sin necesidad de pensar en nada. Solo le bastó esa mirada para hacer que su valor
se desvaneciera en el aire.
Zachary sí sabía qué decir, llevaba muchas horas allí esperando a volverla a tener al alcance.
—¡¿En qué pensabas?! ¡Podrían haberte matado! ¡Después de lo que te hicieron! Pero lo que
más me molesta es que planeaste a mis espaldas con Molly.
Katariel dejó que él gritase lo que necesitaba. Sabía bien que aquello era preocupación pura
por su integridad y lo agradecía. No podía reprocharle nada, además, había demostrado tener una
paciencia infinita.
—Nunca me hubieras dejado venir a hablar —contestó con toda la tranquilidad del mundo.
Se lamentaba de que ellos la hubieran tenido que perseguirla, también las horas de espera y la
preocupación, no obstante, estaba segura de que sería capaz de hacerlo de nuevo. Solo esperó que
no le preguntase eso.
—Las cosas no se hacen así, se queda en sitio neutral con cientos de guardias pudiendo
protegerte.
Ella suspiró.
—Después de lo que me hicieron, venir aquí con toda una corte de Draoids fornidos les
hubieran hecho creer que buscábamos venganza. Solo he querido darle mis motivos para acabar
con Negan.
Zachary apretó la mandíbula con fuerza, levantó ambas manos para enlazarlas en la nuca y
gritar al cielo. Lo hizo con rabia, con fuerza y con magia, una que se alzó como un halo de luz. Fue
como si quisiera tocar las nubes, casi lo creyó capaz.
—Sé que recuerdas las otras vidas, te he perdido tantas veces que creí que esta iba a ser una
más. Y nos necesitan con vida para acabar con Negan —dijo tan serio que se sintió culpable.
Miró al suelo como si fuera una niña recibiendo una de las mayores regañinas de su vida.
—Lo siento, solo quería entablar una reunión amistosa con Blair.
Zachary puso los brazos en jarras, las colocó apoyadas en su cadera antes de parpadear
perplejo.
—¡Oh, me alegro mucho! ¡Ya os tuteáis y todo! Como hay tan buen rollo entre vosotros ya sé
quién será el primer invitado del funeral cuando te mate —contestó el guerrero.
Katariel puso morritos, sabía que eso solo había hecho que empezar. Estaba en su derecho de
enfadarse e iba a dejar que se desahogase todo lo que hiciera falta. Solo tenía la esperanza de que
se calmase algún día.
—Sube a la moto, tenemos camino hasta casa.
—Yo dormiré con Molly —dijo ella rápidamente.
La mirada de aquel hombre la hizo temblar, fue como si la atravesase de los pies a la cabeza.
—Era una broma, hombre.
En realidad, no lo era, pero sabía que no tenía escapatoria. Él jamás la dañaría, sin embargo,
no sabía cuántas horas iba a estar enfadado por su pequeña travesura.

***

Después de todo el camino tuvo que soportar que Gerald se pusiera como una hidra con ella.
Aguantó aquella regañina con cierto grado de ilusión, nunca antes se habían preocupado así por
ella y eso la hizo feliz.
Pero estuvo convencida de que sonreír no fue su mejor idea ya que tanto él como Zachary
decidieron vociferar un poco más.
Finalmente, Loretta salió a defenderla, como siempre. Estaba convencida de que quería a esa
mujer, mucho. Gracias a ella había conseguido muchas cosas.
«Cada uno en su casa, vienen días de negociaciones y de reuniones largas». Recordó sus
palabras.
—Entonces, ¿estás lista?
La pregunta de Zachary la sacó de su ensimismamiento.
Estaban sentados en el sofá, Markus se había encargado de reponer todas las cosas que habían
sufrido después de su primer encuentro sexual. No es que los siguientes hubieran sido más leves,
no obstante, sí menos destructivos.
—Más que en toda la vida —contestó convencida.
Cabeceó. Su vida había sido dura, mucho. En todos esos años siempre rezó para que una
enfermedad o enemigo acabase con la vida de su padre. Todas sus opciones estaban en esperar a
su muerte.
Nunca hubiera reunido el valor suficiente de acabar con él de no haber pasado por todo
aquello. Después de todo, ir a por Nixon y cambiarse había hecho cambiar su vida para siempre.
—Nunca esperé enfrentarme a mi padre —confesó.
Zachary se encogió de hombros.
—Yo sí, llevo haciéndolo años.
Katariel rio, recordó cuando solo era un hombre salvaje y peligroso capaz de hacerla temblar.
Le sorprendió comprobar que todo podía cambiar con un leve pestañeo.
—¿Qué haremos después? —quiso saber el guerrero.
Ella tenía muchos planes para ellos cuando todo acabase. Puede que tuviera que reconstruir un
reino después y tratar con los otros reyes para escribir un montón de leyes, pero valdría la pena.
Además, lo mejor vendría después.
Paz y libertad para todos.
—Visitar Kaharos, ese reino es lo más bonito del mundo entero. También quiero conocer
Reiyar, algo de turismo de Draoid, pero lo importante es que estemos juntos.
Zachary tomó su mano entrelazando los dedos con los suyos, fue un gesto leve, aunque cargado
de cariño.
—Me dijiste «te quiero» cuando los elfos se te llevaron —recordó.
El tema de los elfos iba a ser recurrente, se los veía muchos años después discutiendo por ir a
ver a Blair sin haberle dicho nada. Tenía que prepararse porque la vida a su lado iba a ser larga.
Suspiró.
—Una parte de mí creyó que no volvería a verte y quería que lo supieras.
Era cierto, quería tener tiempo a decírselo por si las cosas en Kaharos hubieran ido mal. No
había sido un amor a primera vista, aunque algo había cambiado cuando se conocieron.
Todo los había llevado a conocerse, como si tuvieran un imán que los atrajera el uno al otro sin
remedio. A decir verdad, no habían tenido opción alguna desde que el colgante hizo que Nixon se
salvase.
Katariel apoyó su cabeza en el hombro de él. Estaba nerviosa por todo lo que vendría, deseó
no tener que hacerlo, encontrar una escapatoria factible y no la encontró.
Tenían un destino que cumplir.
—Lo sigo pensando, te quiero, Zachary.
Él, giró hacia ella buscando su rostro. Se dejó guiar por sus movimientos hasta que ambos
rostros estuvieron uno delante de otro. Respiraron el aire del otro antes de que ella tomase sus
labios.
Fue un beso cargado de sentimiento, entre ellos existía una conexión especial que conseguía
que se encontrasen vida tras vida. Y estaban agradecidos de tener un nuevo momento juntos.
Al separarse él dejó un reguero de besos desde su boca, pasando por las mejillas, subiendo por
el puente de la nariz y culminando en la frente.
—Yo también te quiero.
Esa noche sol y luna fueron capaces de conseguir estar juntos, un día más que podían celebrar.
Y los astros lo acompañaron dándoles esa noche el mayor eclipse lunar de la historia. Ambos
brillaron juntos con fuerza y, con la ayuda que habían tenido, pensaban hacerlo toda la vida.
Capítulo 54

Dos días después el mundo estaba preparado para la batalla, tampoco pudieron elegir porque
las tropas de su padre comenzaron a prepararse. Él también sabía que el mundo comenzaba a
rebelarse.
Katariel se despidió de Loretta con dos besos antes de salir de casa de su abuelo. Todos la
esperaban y eso significaba muchísima gente.
No quiso dar un discurso porque no era buena haciéndolos, ellos no lo necesitaban, solo ganar
y acabar con la tiranía de su padre. Los años habían hecho que sus aliados lo fueran abandonando,
todos y cada uno de ellos aprendieron lo peligroso que podía llegar a ser amigo de Negan de
Nislava.
El camino a su tierra natal lo hizo en moto, tal y como estaba acostumbrada. Zachary iba en
cabeza, abriendo el camino y lo siguió como si fuera una estrella, sabía que con él era capaz de
hacer cualquier cosa.
A su lado tenía a Markus y a una muy valiente Molly sentada con él. Habían tratado de hacerle
entender que no existía necesidad de estar allí, pero ganó la pelea. Era su derecho enfrentar a su
hermana Minerva.
Cuando llegaron a la frontera con Nislava no pudo evitar temblar, aunque no fue de frío. Estaba
acostumbrada a las bajas temperaturas, sin embargo, no a la imagen del grandísimo ejército al que
había pertenecido.
Nislava era el reino más grande y uno de los más preparados en cuanto a armas se refería. Eso
le hizo temer.
Detuvo la moto cuando Zachary se detuvo.
Se alegró al ver a los elfos de Kaharos allí, de hecho, no pudo evitar saludar a su rey con un
ligero movimiento de cabeza. Además, sabía que, en el otro lado del reino, los soltados de Reiyar
también entraban en batalla.
Markus se acercó a ella, se quitó el guante y le colocó la yema de dos dedos en el cuello para
amplificar su voz.
Era su momento.
—Ciudadanos de Nislava, soy Katariel. No soy el monstruo que mi padre dice que soy, vengo a
daros una opción. —Tragó saliva—. Durante años, Negan, ha reinado con mano de hierro. Muchos
hemos perdido seres queridos en guerras innecesarias, torturas o ejecuciones públicas. Es el
momento de entregarle a vuestro rey la poca gratitud que ha mostrado todo este tiempo.
La voz le tembló un poco, aunque se repuso con facilidad.
—No le debéis sangre, sudor y lágrimas. Esta gente que veis no son vuestros enemigos, son
personas como vosotros que luchan por la paz. Una que todos merecemos.
Aclaró su voz antes de continuar.
—Os doy una única oportunidad. Luchad a nuestro lado, hacedlo por vuestros hijos, por el
mundo que queréis para ellos o pelead contra nosotros y morir por un rey al que no le importáis
nada.
Markus, cuando se cercioró de que había acabado, enfundó su mano para subir de nuevo en su
moto.
Katariel esperó unos segundos, deseó que recapacitaran. Muchos de ellos habían sido amigos
desde hacía años, conocía a la gran mayoría y no quería tener que pelear con ellos.
Desgraciadamente, como en todas las guerras, siempre había dos mandos y el odio por el resto
de reinos había calado hondo durante los discursos de su rey. Muchos siguieron siendo leales a
Negan y, los que no, gritaron el nombre de su princesa.
Con ese grito de guerra la batalla dio comienzo. Era el momento.

***

Mientras el mundo se dividía entre el bien y el mal, ellos cuatro se abrieron camino entre la
multitud. Tenían un castillo que alcanzar. Negan estaría en él, custodiado por sus mejores
guerreros a la espera de ver ganada una nueva batalla.
Cuando llegaron a la ciudad aquello parecía un mundo extraño. Para Katariel, recorrer esas
calles dolieron de una forma que no supo describir. Las había recorrido todas y cada una de ellas
cientos de veces.
Gritó a las madres con niños que se quedasen en casa, que no opusieran resistencia y los
soldados no las dañarían. No tenían porqué morir.
Vislumbró el castillo a lo lejos, ese del que había huido cuando su padre la apuntó con un arma.
Tan absorta estaba en sus propios pensamientos que no fue consciente de cómo su moto pasó
sobre unas trampas que perforaron las ruedas. Perdió el control a toda velocidad, esta cayó al
suelo con fuerza y salió disparada por encima.
Zachary consiguió amortiguar el golpe lanzando un choque de energía que la cogió justo por el
trasero a pocos centímetros del suelo.
Finalmente cayó de bruces. Cuando quiso darse cuenta, alguien apareció ante ella: Minerva.
Estaba tumbada en el suelo y, cuando quiso levantarse, notó como una pesada carga caía sobre
su espalda.
—¡Minerva! —bramó la voz de Gerald antes de lanzarla un par de metros más allá.
Su abuelo los había seguido a la guerra por mucho que le había suplicado que no lo hiciera.
—Seguid con el plan. Id a buscar a Negan y no os confiéis, sabe lo que hace —les advirtió.
La bruja no estuvo de acuerdo con el plan, hizo crujir su cuello antes de tratar de hacer un
hechizo. Por suerte, Gerald, supo mover rápido las manos y la contuvo dejándole caer una cúpula
de acero encima.
Sabía que eso no la entretendría demasiado tiempo, así que necesitaban ser más rápidos y más
listos. Corrió hacia la moto de Zachary y se subió detrás de él de un salto antes de que este
arrancase a toda velocidad.
Se fijó en que Markus y Molly no los siguieron inmediatamente y comprendió los motivos. Ya
habían hablado de eso, la prioridad era atacar a los dos a la vez para que ninguno pudiera escapar.
Los dejó atrás poniendo rumbo al castillo con el deseo de verlos pronto, ella tenía una reunión
familiar pendiente.
Capítulo 55

Molly se cubrió cuando su hermana hizo estallar la cúpula, al menos les había dado el tiempo
suficiente como para dejarles a Katariel y Zachary una cierta ventaja. Pronto llegaron muchos
soldados más, la gran mayoría elfos y Draoids.
—Me ha contado un pajarito que ahora te llamas Molly, me gustaba más Circe —dijo su
hermana sin preocupación alguna por estar en inferioridad numérica.
A ella no le importaba cómo se llamaba.
—El hechizo de este viejo chocho me dejó jodida unos años. Bastantes, a decir verdad, pero el
destino quiso que encontrase al amor de mi vida: Negan. Él, cual caballero de brillante armadura,
vino a mi rescate.
Gerald atacó con tal virulencia que su magia quebró el suelo, no obstante, cuando fue a
alcanzar a Minerva, este pudo repelerlo sin problema alguno.
—¿Cómo puede un humano romper un hechizo? —preguntó Molly sin comprenderlo.
Su hermana rio.
—Cariño. ¡Qué poco conocéis a ese hombre! ¿No sabéis por qué se casó con Layla?
Eso significaba mil cosas y estuvo convencida que ninguna buena. Su hermana solo se juntaba
con la misma calaña de la que ella había sido concebida. Estuvo convencida que iban a descubrir
algo que no les iba a gustar.
—Un humano no puede reinar en un mundo de seres mágicos, pero existe un hechizo que puede
hacer variar ese estatus. Si conseguía un ser de fantásticas habilidades podía drenar su poder para
uso propio. Y Layla, aunque era muy joven, se decía que sería capaz de superar a sus mismísimos
padres.
Aquello cayó como un jarro de agua fría. Eso indicaba que Negan había tenido poderes o,
¿seguía teniéndolos?
—Cuando la estúpida de su mujer dejó parte de su esencia en aquel maldito collar se enfadó
mucho. La mató para que los poderes que quedaban en ella fueran suyos para siempre.
Gerald volvió a atacar consiguiendo golpearla y tirarla al suelo. Minerva pareció divertida con
todo aquello, limitándose a reír y levantarse.
—Después de eso necesitaba más y, ¿quién mejor para tener poderes que la mismísima hija de
Layla?
Markus gruñó completamente enfadado.
Por eso siempre le ocultó su propia historia, por el mismo motivo por el que jamás le dejó
desarrollar sus poderes. Únicamente la destruyó haciéndole creer que su madre era impura y había
algo malo en ella, para drenarse de su energía. Katariel no se enteraría jamás porque al no notar
magia no podría echarla de menos.
—¿Y cómo puede tener poder ahora? Katariel huyó hace meses y ya conoce su parte Draoid, no
puede estar usándola —explicó Molly.
Minerva contoneó un poco sus caderas, antes de lanzar un hechizo para crear huracanes, uno
que chocó directamente con el contrataque de Markus que hizo que se destruyeran mutuamente.
—Siempre hay un plan B, tu marido no lo tuvo y por eso acabó como acabó. El pobre, tan
estúpido e inocente, aunque ahora te codeas con jovencitos guapos y fornidos; me gusta cómo
piensas.
Molly no quiso ofenderla, necesitaba que siguiera hablando para conocer todo lo que les
depararía en el castillo y sabía de sobras que su hermana padecía de verborrea desmedida, no
sería difícil conseguir lo que necesitaban.
—No puedo comprenderlo, hermana —dijo haciéndose la inocente.
Eso provocó que Minerva se sintiera superior.
—Claro que no, tonta. Negan ha conseguido, durante años, algunas docenas de rehenes Draoids
de los que extrae su magia. Algunos han muerto por el camino, no obstante, cuando la mercancía
escaseaba solo tenía que agitar un palo para que Gerald fuera corriendo en busca de guerra.
Katariel y Zachary iban directos a una trampa. Necesitaban saberlo lo antes posible o, de lo
contrario, morirían allí mismo.
—Vete, yo la entretendré —le ordenó a Markus.
—¡Y una mierda! ¡Yo no te dejo!
Minerva arrancó a reír como si estuviera visionando una película de comedia.
—Lo tienes en el bote, querida.
Gerald decidió intervenir, acercándose más a su enemiga consiguió conjurar uno de los
hechizos prohibidos, justo el que habían usado los elfos contra su nieta. La cuerda se abrió
alrededor de la cintura de Minerva, aunque, antes de cerrarse, ella levantó el dedo índice y negó
con la cabeza.
—Eso es juego sucio y en eso soy la mejor —anunció.
Sus poderes contuvieron el hechizo evitando que la cadena tocase su piel lo más mínimo.
Sorprendentemente, alcanzó a tocar el cabo y tiró de él para acercar al rey.
Fue ahí cuando Molly y Markus comenzaron a atacar.
No pudieron hacerlo porque Minerva, de un ligero movimiento de mano, los lanzó un par de
metros más allá. Cayeron al suelo con tanta fuerza que casi perdieron el aliento.
—¡Corred y ayudadla! —gritó el rey.
Molly supo que Gerald usó toda la fuerza que quedaba en él para conseguir que la cadena se
apretase en la cintura de su hermana. Lo consiguió produciendo que esta gritase consumida por un
dolor atroz.
Markus se subió a la moto, la montó a ella y salió disparado hacia palacio. Molly, en cambio,
solo pudo mirar atrás con horror.
Minerva, completamente enfurecida, tomó a Gerald del cuello. A pesar del hechizo, aprovechó
la avanzada edad del rey y que tenía toda la magia empleada en la cadena, para atravesar su pecho
y alcanzar su corazón.
Molly gritó cuando vio caer al rey al suelo, lo hizo con rabia, dolor y desesperación, perdiendo
entonces a uno de los mejores hombres que había conocido en toda su vida.
Minerva, rebosante de gozo, desapareció en el aire, eso solo significaba que había ido a buscar
a Negan.

***

Zachary y Katariel no estaban preparados para lo que encontraron al abrir las puertas del
castillo.
Ahí, en el recibidor, había más de cincuenta Draoids y estuvo convencido de que los suyos se
extendían a lo largo de todos los pasillos y habitaciones de aquel pomposo lugar.
—¿Qué es esto? —preguntó ella.
Alguien aplaudió llevándose toda la atención, al mirar sobre las escaleras encontraron a Negan
regocijándose de su pequeño mercado de esclavos.
—¿Os gustan? Son mis favoritos, los más feos, desmembrados o viejos están en lugares menos
vistosos —explicó el rey.
Ambos sintieron ganas de vomitar, aquello era de una crueldad que jamás habían contemplado
y eso que aquel hombre era experto en no tener corazón. Siempre se podía esperar algo más de él.
—¿Qué hacen aquí?
Esa pregunta era más que obvia, aunque comprendió que Katariel tuviera que hacerla.
—Durante años han estado escondidos en la mazmorra esperando a su glorioso día. Ellos, son
mis pequeños generadores de energía. Antes lo eras tú y solo contigo me bastaba, eres tan
especial que tus poderes me hacían cosquillas en las manos. Obviamente, tuve que contenerte
mucho para que no lo descubrieras.
La sujetó cuando hizo amago de vomitar, podía comprender que aquello fuera demasiado.
Esa gente estaba en muy mal estado de salud, mutilados y plagados de heridas y suciedad, los
habían reducido a ser un mero objeto. Casi resultaban ser enchufes para Negan, uno que substituía
cuando le placía.
—¿Para qué querías magia?
—Para hacer esto —anunció lanzándoles una explosión tan fuerte que casi pareció una de las
muchas bombas que estaban usando los Nislavos para defenderse.
Zachary logró contener la honda expansiva tratando de no dañar a ninguna de las personas que
estaban allí.
—¡Levantaros y pelear! —pidió el guerrero.
No lo hicieron, se limitaron a quedarse allí, sentados y con los ojos vidriosos ajenos a lo que
ocurría a su alrededor.
—No te escuchan, efectos de una bruja muy buena que me enseñó. Es mejor mantenerlos así
que pelear constantemente como hacía con Katariel.
Minerva apareció al lado de Negan, estaba ensangrentada y parecía herida, aunque mantenía
una sonrisa tan triunfante que Zachary solo pudo pensar en borrársela de un golpe.
—Toma, amado —dijo la bruja antes de dejar caer lo que parecía un corazón sobre la palma de
la mano del rey.
Este sonrió conforme.
—Es el corazón de Gerald, recién extraído.
Katariel se quedó conmocionada en ese instante. Jadeó luchando por mantenerse en pie, no
podía acabar de perder a su abuelo de esa forma tan cruel.
—Eres la mejor, pastelito —contestó Negan besándola apasionadamente.
Zachary, lleno de dolor y rabia supo que debían pensar algo para pasar entre la gente y
alcanzarlos. No solo los usaba como generadores de energía, también como escudos para
disuadirlos de atacar.
Kata gritó entonces, apretó los puños y bramó con tanta ira que no calculó la cantidad de
energía que dejaba ir. Esta salió de ella a toda velocidad, casi como un tren, que arrolló toda una
fila de Draoids hasta impactar en su padre.
Este bloqueó el ataque con un chasquido y miró a su alrededor para su disfrute.
Lo que acababa de hacer la princesa había significado asesinar a unos cuantos Draoids, los
mismos que quedaron esparcidos en el suelo hechos pedazos. Eso solo empeoró la situación.
—Me gusta tu estilo, hija —rio Negan.
Katariel no lo hizo, llevándose las manos a la boca tembló cuando contempló el horror que
acababa de crear.
Markus y Molly llegaron en ese instante para contemplar el huerto de Draoids que tenía Negan
preparado para disuadirles de atacar. Uno que les conmocionó y sorprendió a partes iguales.
—Ahora, que estamos todos, podemos dejar la guerra fuera y divertirnos entre nosotros —
anunció Negan antes de que las puertas del castillo se cerrasen.
Acababa de atraparlos dentro.
Capítulo 56

—Yo puedo alzaros hasta allí —propuso Markus susurrando.


—Y yo puedo oíros —bufó Negan algo aburrido.
Lo primero que tenían que hacer era conseguir llegar hasta ellos, unos debían encargarse del
rey y otros de la bruja, así tendrían más posibilidades. Y como si todo eso fuera poco tenían un
montón de rehenes a los que no deseaban dañar.
El plan era bastante complicado.
—¿Sabéis algo divertido? En este estado ellos están en una especie de trance o estado
catatónico y no notan nada —rio Minerva.
Se acercó a uno, para, con toda la crueldad de su corazón, romperle un brazo. Su teoría se
demostró, aquel hombre no se quejó, lloró o gritó; siguió mirando al frente sin pestañear.
—¡Basta! —exclamó Katariel.
Negan bufó.
—Siempre has sido una sentimental, eso son los genes de tu madre.
—Prefiero tener los genes de ella que los de alguien como tú —contratacó.
Markus hizo volar a los tres, sin que se lo esperasen, hasta encima de las escaleras. Estaba
claro que hablando no iban a conseguir que todo acabase, debían pasar a la acción y para eso era
un experto.
—¡Qué lindo! A parte de guapo, fuerte. Yo lo quiero para mí, como esclavo —canturreó
Minerva.
Molly estalló lanzándole un rayo que casi impactó sobre ella, lástima que la bruja lo desvió.
—Eso podría hacerme daño, pero no te lo tendré en cuenta porque somos hermanas —la
excusó Minerva.
Katariel y ella se miraron, estuvieron de acuerdo, sin palabras, de que cada una iría hacia su
familiar para acabar con él. Había llegado el momento de acabar lo que había empezado hacía
demasiados años.
La princesa sacó un arma que llevaba enfundada cerca de su pecho y disparó a su padre
acertando claramente. Para sorpresa de todos, él siguió como si nada acabase de pasar.
—Una cosa muy divertida de estos generadores de energía es que pueden recibir el daño que
me hacen —explicó señalando a uno de los más cercanos de la puerta.
Ya no estaba sentado, se había desplomado en el suelo con una herida de bala en la frente.
Ahora sí que estaban jodidos.

***

Zachary pensó rápido en sus opciones. Si querían dejar de perder Draoids como si de chapas
se tratase, debían encontrar la forma de romper el vínculo que los unía al rey.
Minerva tenía algo que ver porque, al retirarse el hechizo de la cadena, no mostró rastro alguno
de herida. Ella era capaz de formar vínculos de esa forma, aunque en menor medida porque sí
había llegado a sangrar.
—Déjame jugar un poco, cielo, solo un par de huesos rotos —suplicó Minerva agarrándose al
brazo de Negan.
Casi parecía una niña pequeña.
El rey, incapaz de negarse a esa petición tan especial, la dejó ir como si un brazo ejecutor se
tratase.
Molly y Markus se adelantaron, eso dejaba claro que ellos se encargaban de la bruja y Katariel
y Zachary lo harían con Negan. Minerva se adentró en uno de los pasillos del castillo llevándose
consigo a sus amigos persiguiéndola.
—Parece que nos hemos quedado solos —rio el rey.
Zachary se acercó a Katariel, se agachó hasta llegar a su oreja para susurrarle al oído.
—Tiene que tener algún objeto que los vincule a ellos como hizo el colgante con tu madre.
Algo simbólico con el que haya demostrado apego.
La princesa pensó a toda la velocidad, siempre había tratado de no compartir espacio con su
padre, eso hacía que no lo conociese tanto como hubiera querido en ese momento.
Tras unos segundos, su mente le hizo recordar un viejo reloj que tenía un lugar de honor en la
vitrina de su despacho. De pequeña se llevó una buena zurra por tratar de sacarlo y darle cuerda.
Después de eso había hecho poner llave a la estantería y, años después, lo guardó en una caja
fuerte que escondía detrás de un cuadro.
Miró a Zachary convencida, tenía que ser eso.
—Lo tengo.
Ahora tenían que alcanzarlo.
—Ve a por él y destrúyelo, yo te cubro —ordenó Zachary antes de sellar sus palabras con un
beso.
Katariel corrió escaleras arriba, tenía que subir un par de pisos más para alcanzar aquel lugar.
Negan disparó energía muy cerca de ella provocando que cayera al suelo. No se dejó
impresionar y usó los puños para empujar su cuerpo hacia arriba. No pensaba cejar en su empeño
hasta acabar con él.
—¿Ya te vas? Si no hemos hecho nada más que empezar —rio su padre.
—Ahora tendrás que centrarte en mí —comentó Zachary.
Ella corrió, viendo como aquellos dos hombres entraban en batalla. Sabía que él no quería
dañarlo por miedo a que más Draoids murieran y se centró en intentar contenerlo de todas las
formas posibles.
Katariel se dejó la piel sorteando personas, ellos estaban en trance, no podían verla y sentir
cuando los pisaba sin querer. Esa era una vida cruel y terrible, mucho más de lo que hubiera
imaginado jamás.
Derrapó al girar hacia las escaleras que llevaban al segundo piso. Justo al hacerlo se detuvo en
seco al encontrar uno de los mayores troles que hubiera contemplado jamás.
Su padre había dejado algunas sorpresas en el castillo mientras la esperaba. Aferrándose a su
arma, se preparó para acabar con él.
Corrió cuando aquel ser la vio y se preparó para atacarla. Era tan grande, viscoso y tan
maloliente que tuvo que hacer el esfuerzo por no vomitar. Se metió entre sus piernas sabiendo que
ahí tenía un punto ciego. Disparó en la rodilla, el pobre ser gritó y, con sus manos, comenzó a
romper las paredes de aquel pasillo en un intento de pillarla.
Ella era un mosquito y podía partirla en dos si la pillaba. No solo eso, también estaban
rodeados de Draoids y ellos podían morir en aquel ataque.
Tomando una fuerte bocanada de aire, trepó por la pared usándola como impulso para subirse
sobre sus hombros. Allí tuvo que aferrarse con fuerza antes de clavar su pistola en la cabeza y
disparar.
El trol se quedó congelado en ese momento, por desgracia comenzó a precipitarse hacia atrás,
en dirección a los grandes ventanales. Katariel quiso saltar para no caer con él, pero la agarró de
la cintura.
La ventana se rompió por el peso y ambos fueron a caer por ella, no obstante, una descarga
eléctrica provocó que el trol la soltase y ella pudiera agarrarse al marco hecho pedazos.
Subió a toda prisa, no quería caer, y miró a ver qué había sido esa ayuda extra que acababa de
tener.
Abajo encontró al rey Blair mirarla. Ambos asintieron antes de continuar.
Sorteó personas como si estuviera en una pista de obstáculos. El suelo tembló un par de veces
por la batalla que estaba habiendo justo bajo sus pies. Solo deseó que Zachary no recibiera mal
alguno.
Aulló de alegría cuando vio el despacho de su padre a lo lejos. Nunca antes se había
ilusionado tanto yendo hacia ese horrible lugar.
Comprobó que estaba cerrado con llave y no tuvo paciencia para abrirla, usando las piernas
pateó con fuerza hasta conseguir hacerla caer. Entró allí siendo una Katariel diferente de la última
vez que estuvo allí.
Ya no tenía miedo, poseía la voz y la fuerza suficiente como para poder enfrentarse a ese
hombre.
Con un choque de energía, hizo pedazos la mesa y la silla que la separaban del horrendo
cuadro que había detrás. Era un retrato de su padre de joven, uno al que siempre le había
incomodado mirar como si ya hubiera maldad en esos ojos.
Disparó, estúpidamente, a la caja fuerte cuando retiró lo que lo tapaba. La bala no hizo nada, lo
que provocó que bufase. No sabía la clave y quería abrirlo.
—Mierda —susurró.
Tenía el poder de los Draoids, lo sabía, no obstante, no era capaz de conseguir enfocarlo en
algo tan pequeño. Iba a tener que aprender en ese justo momento porque lo necesitaba.
Muchos dependían de ello.
Juntó las manos esperando que eso funcionase y se concentró. Notó la magia fluir a través de
ella como si lo hubiera hecho toda la vida.
—Hola, princesita.
La voz de Minerva la sorprendió.
Ella apareció a su espalda envolviendo un brazo alrededor de su cuello. De pronto un dolor en
el costado le hizo gemir, después notó el frío acero que había entrado en su piel apuñalándola.
—¡Katariel! —gritó Zachary antes de hacer volar a la bruja contra una pared.
Cogió a su amada antes de que esta cayera al suelo.
—Estoy bien, no te preocupes. Vuela la puta caja fuerte —pidió ella.
Él no lo hizo inmediatamente, tardó unos segundos antes de comprender que la prioridad era
acabar con Negan.
Molly apareció dándole la posibilidad de tomar un respiro para recuperarse. Ambas hermanas
se miraron con rabia, cada una por sus propios motivos.
—Voy a matarte —anunció Molly.
Cada una lanzó un hechizo a la otra como si midiesen sus fuerzas. La segunda vez fue con más
contundencia y ambas magias chocaron como si de un torrente de agua se tratase.
Katariel aprovechó para ponerse en pie justo en el momento en el que Zachary voló la puerta
de la caja fuerte. Cientos de papeles saltaron por los aires con demasiados secretos de estado,
unos que no importaban en aquel momento.
Rebuscó hasta dar con una caja y, en ella, el reloj de bolsillo. Lo agitó en el aire triunfante.
—¡Lo tengo! —gritó.
Acto seguido desapareció para volver a reaparecer en la mano derecha de Minerva.
—Yo lo tengo, querido.
Katariel actuó por puro instinto, apuntó casi sin mirar y apretó el gatillo volándole la mano a la
bruja obligándola a soltar el reloj que cayó al suelo.
Todos los presentes en la habitación lucharon por cogerlo. Molly contuvo a su hermana gracias
a la telequinesis, la bloqueó contra la pared para que fuera el mismísimo Zachary quien lo
cogiera.
—¿Y mi padre? —preguntó ella.
—Markus se está encargando. ¡Destrúyelo! —lo instó Molly.
Fue ahí cuando el guerrero se lo tendió a ella, le daba el honor de hacer daño a su padre.
Después de tantos años de tortura podía devolverle un poco de lo que había sembrado toda su
vida.
Lo sostuvo entre los dedos unos segundos y la sensación de peso le hizo recordar cuando
Malorie le había dado el collar. Los objetos mágicos pesaban muchísimo más de lo que parecían.
Lo alzó tratando de tomar impulso antes de estrellarlo contra el suelo con fuerza. Al hacerlo
todo el reino tembló, no se rompió del todo, aunque sí lo suficiente como para notar como la
energía se liberaba a través de él.
Tomando una segunda pistola, apuntó hacia ese objeto y disparó. No se contentó con una o dos
balas, vació el cargador asegurándose de que era irrecuperable.
Minerva gimoteó.
—Eso no le va a gustar —amenazó antes de lograr desaparecer en el aire.
Capítulo 57

De camino de regreso al vestíbulo, pudieron comprobar que muchos Draoids parecían


reaccionar. Les gritaron que salieran de allí lo antes posible, que no hicieran preguntas, que su
gente estaba en la calle.
Lo peor fue descubrir que muchos seguían en aquel estado catatónico como si nada hubiera
pasado.
—¿Por qué no despiertan? —preguntó Katariel.
Todos sabían la respuesta, pero resultaba tan perturbadora que no supieron cómo explicarlo.
—Minerva tiene el control sobre ellos.
Habían quitado un problema de la lista, pero otro se añadía sin permiso.
Al llegar Molly estalló contra Negan con un choque de energía que dañó una de las columnas
principales, la agrietó de tal forma que supieron que tenían que salir de allí mucho antes de lo que
hubieran esperado.
Nadie la culpó por hacerlo, de lo contrario, él hubiera acabado con la vida de un Markus que
luchaba por respirar mientras le tenían una soga al cuello. Al liberarse lo atacó con rabia.
Zachary avanzó queriendo acabar con aquel rey de una vez por todas, sin embargo, Minerva
apareció al lado de Negan y se abrazó a su cintura.
—Tu hija me ha reventado la mano, quiero venganza, querido —lloriqueó volviéndola a tener
bien.
El rey acunó el rostro de su amada, solo a ella podía quererla porque eran casi la misma
persona.
—Por supuesto, pero antes tendrás que compartir un poco de magia conmigo. Han agotado mis
existencias —le pidió besándola.
Minerva lo hizo, se la veía tan enamorada de ese monstruo que no pudo comprender qué se
veían el uno al otro.
—Tú y Markus comenzad a sacar de aquí a todos los Draoids que podáis —le dijo Zachary a
Molly.
Esta se negó en un principio, aunque comprendió que las vidas de esa gente necesitaban ser
salvadas. La vendetta contra su hermana no tenía sentido porque iba a morir de todas formas, no
importaba quién lo hiciera, ella no necesitaba ese tipo de venganza.
—Amor, vas a tener que elegir: tu padre o la bruja —anunció Zachary sonriente.
Katariel los miró a los ojos a ambos antes de darse la mano con él, era un contacto leve,
aunque significó muchas cosas a la vez.
—Yo quiero a Negan —declaró.
Ella sí necesitaba acabar con ese hombre.
Se lanzó contra él con toda la rabia y el rencor que supo reunir. Ambos pelearon cuerpo a
cuerpo unos minutos. Aquel hombre la había entrenado a base de golpes, disfrutaba humillándola
delante de todos los soldados diciendo que nunca llegaría a nada y ahí estaba, salvando al mundo.
De un salto, logró apoyar uno de sus pies en el pecho para dar impulso y envolverle el cuello
con sus piernas. Después se dejó caer hacia atrás provocando que perdiera el equilibrio y
golpease el suelo.
No le importó el dolor, ni la puñalada de Minerva, solo quiso ver su último aliento.
Negan usó su magia para hacer que una corriente eléctrica la atravesara, fue tanto dolor que no
pudo más que luchar por no perder el conocimiento y lo aprovechó para escapar de su agarre.
—No eres más que una insignificante pulga peleando contra un gran tigre —le anunció.
Katariel pateó sus rodillas provocando que una de ellas crujiera por el impacto, sonó tan fuerte
que el eco rebotó en las paredes. El dolor no se transmitió a ningún Draoid, quedó en él aullando
como si estuviera sufriendo un dolor incalculable.
Una vez en el suelo, se montó sobre su pecho y comenzó a golpearle con los puños. Descargó
toda la rabia posible en aquellos golpes.
No quería verlo respirando.

***

Zachary logró hacer volar a la bruja hasta impactar contra el suelo a tanta velocidad que hizo
un surco por el impacto. Sus poderes se expandieron por doquier inundándolo todo como la marea
alta.
No había llegado a jefe del ejército por nada. Sus entrenamientos habían sido duros, no
obstante, había valido la pena cada gota de sudor gastada.
Molly miró entonces para mirar a su hermana con sorpresa, la señaló.
—¡Es el colgante lo que la une a los Draoids! ¡Era de mi marido!
Aquella revelación fue muy dura. La bruja había mantenido un collar propiedad del ex de
Molly, la persona por la que seguía sufriendo.
No pudo mirar a otro lado, Zachary usó su magia para conseguir que el hechizo prohibido se
clavase en los brazos de Minerva. Markus lo imitó para atrapar sus piernas y ambos tiraron de las
cadenas.
Esa muerte llevaba un nombre concreto.
—No te lo merecías, él era para mí y te lo dieron a ti porque eras la mayor, pero yo lo maté. Yo
lo hice.
Molly, sorprendentemente serena, se agachó para arrancarle el colgante sin abrirlo del cierre.
Lo contempló unos segundos recordando una vida pasada que ya no existía, él había partido y
jamás volvería.
Debía pasar página.
—Adiós, hermana —susurró.
Lo colocó entre sus palmas antes de hacer una pequeña explosión en ellas y lograr que aquel
trozo de oro y metal se hiciera pedazos, aquello sí despertó al resto de rehenes del castillo.
Con el hechizo roto, Negan bramó furiosamente dejando escapar el poder que tenía en todas
direcciones. Lanzó a su hija escaleras abajo, la cual rodó hasta que Zachary la tomó en brazos.
Antes de que alguien pudiera pensar, pestañear o respirar, él se aseguró que su amada quedaba
sentada. Aprovechó la confusión para volver a acercarse a Minerva y entró en ella.
Su magia la destruyó órgano a órgano, quemándolo todo a su paso hasta que la propia piel y
huesos cedieron. Se hundió como si fuera el envoltorio de algún alimento congelado que se
derretía.
Y no quedó nada.
El castillo se lamentó cuando murió, sus columnas ya no soportaban el peso de los metros y
metros de altura.
—Vais a morir aquí, he llenado todos cimientos del castillo de explosivos esperando vuestra
llegada. Plan C lo llaman —dijo antes de pulsar un botón que llevaba perfectamente protegido y
guardado en el bolsillo.
Acto seguido, usando los restos de poderes de la bruja, desapareció de aquel lugar.
Katariel se levantó dispuesta a seguirlo, pero se detuvo cuando comprobó que quedaba mucha
gente viva en ese lugar.
—Tenemos que sacarlos —anunció antes de que todo explotase.
Las cargas explosivas sonaron una contigua a la otra, volando todas las mazmorras casi a la
vez. El suelo cedió bajo sus pies con tanta fuerza que supieron que había llegado la hora.
Las bombas siguieron sonando, como si de un festival de fuegos artificiales se tratase hasta
que, de pronto, se detuvieron.
Katariel miró a su alrededor, confusa y sin comprender lo que ocurría allí. Giró sobre sus
talones entendiendolo. Jadeó producto del dolor sintiendo que apenas podían sostenerla sus
rodillas.
Zachary estaba en pie, con los brazos extendidos creando una especie de cúpula que mantenía
el castillo en pie.
—No… —gimoteó.
—Sacadlos a todos de aquí, yo contendré la explosión.
Era el único que podía, no existía otro con esos poderes y estaba arriesgando su vida para
conseguirlo.
Katariel se acercó a él tratando de disuadirlo, pero, pocos pasos antes de alcanzarlo, él gritó.
—¡Haz lo que te digo por una vez!
Zachary estaba arriesgando su vida.
***

Para él no era fácil aquello. Había cientos de mujeres, hombres y niños en aquel castillo, todos
inocentes y merecían vivir. Había sido una decisión impulsiva, no obstante, no se arrepentía de
ello.
Alejó a Katariel cuando esta trató de alcanzarlo, no quería que tratase de convencerle. No
había muchas opciones, si soltaba la cúpula el castillo se les vendría encima sin poder huir.
Markus y Molly hicieron lo que les pidieron, no solo ellos, también los soldados más próximos
al castillo. Katariel, a regañadientes, lo hizo sin ser capaz de dejar de mirarlo.
Soportar el peso del castillo quebró, pasados unos minutos, sus rodillas provocándole que
cayera. No era el momento de rendirse y no lo haría.
La vida de ella le hizo luchar, quería conseguir que tuviera una oportunidad. Tenía una misión
que cumplir todavía: matar a Negan.
Los minutos pasaron mientras las cargas explosivas se sucedían la una a la otra. Estaba claro
que el rey había preparado a conciencia su visita.
Llegado a cierto punto, algunos Draoids y elfos trataron de ayudarlo sin éxito. No tenían el
poder suficiente como para soportar aquello y él solo pudo pensar en Katariel.
La miró cada una de las veces que entró a por gente, trató de recordar su fuerza, su valentía, su
cabello pelirrojo y las veces que la había visto sonreír. Esos recuerdos no podían borrarse de su
mente, debían mantenerlo fuerte.
Sintió más dolor cuando sus dedos comenzaron a ceder y supo que no podría sacarlos a todos
de ahí. Había demasiada gente y eso suponía hacer un sacrificio. Su corazón se partió cuando supo
que tenía que dejar morir a los suyos.
—¡Markus! —gritó atrayendo su atención— ¡Iros de aquí!
Katariel se paralizó entonces, soltó a quién ayudaba para correr directamente hacia él. Fue
entonces cuando su segundo al mando la cogió por la cintura, ella comprendió al instante lo que
pasaba.
Gritó furiosa.
—¡NO! ¡No puedo dejarte aquí! —gritó.
Zachary asintió sabiendo que ella no podía y por eso se lo pedía a un amigo. Así tendría la
certeza de que seguiría con vida.
Dolió saber que ese iba a ser su final, que no viviría para ver a Negan morir, pero dolió mucho
más no poder vivir un día más con ella. Al final la maldición ganaba de nuevo.
Katariel le dio un cabezazo a Markus haciendo que este la soltara preso del dolor. Eso le dio
ventaja para llegar hasta él y abrazarse a su cuello llorando.
—¡Vente conmigo! ¡Vente conmigo! —repitió dolorosamente.
Zachary besó sus lágrimas mientras notaba como ella intentaba tirar de su cuerpo sin poder
moverlo ni un centímetro.
—Tenemos una nueva oportunidad en la próxima vida. Tienes que acabar con ese monstruo por
el bien de todos, no puedes morir aquí conmigo. Te quiero.

***

Katariel maldijo al mundo que pudieran arrebatarle al hombre al que amaba. No escuchó
durante unos segundos, tiró con fuerza comprendiendo que tenía todo el castillo sobre sí.
No iba a moverlo. Aquello era una despedida.
Su corazón se rompió en mil pedazos sabiendo que él no saldría de aquel espantoso lugar.
Estaba aguantando para que ella huyera.
—Te encontraré en la próxima, ¿me oyes? —prometió salvo que esta vez no fue él quién hizo
ese juramento.
Zachary asintió antes de que ella lo besara por última vez.
—Te encontraré. Te quiero —repitió rota de dolor.
Markus la tomó entonces produciendo que gritase, no podía dejarlo allí, no quería abandonarlo
para morir. Luchó con fuerza sin conseguir que aquel guerrero la dejara ir.
La arrastró hasta la puerta mientras ella extendía los brazos hacia él, el amor de su vida moría
allí mismo.
—Te quiero —susurró Zachary.
El castillo se vino abajo de pronto, cayó piedra a piedra sepultando a todo el que quedaba
dentro y a los que más cerca quedaron de él.
Nadie gritó más que Katariel, nadie lloró o peleó más por tratar de alcanzar aquel ataúd de
piedra y sangre. Muchos murieron allí mismo incluyéndola a ella al saber que Zachary estaba
dentro.
Giró sobre los brazos de Markus para golpeando duramente con los puños, lo hizo sin control y
sin importarle si le dolía; solo descargar su rabia e impotencia de perder al amor de su vida.
Una vez más la maldición ganaba.
Al final, rendida a la realidad, se dejó caer al suelo llorando sin poder soportar el dolor que
golpeaba su pecho. Ya no tenía corazón, se había hecho astillas y su alma se acababa de
volatilizar.
Todo había ardido dentro de ella hasta conseguir que no quedase nada de Katariel.
Capítulo 58

No tuvo mucho tiempo para llorar porque algunos elfos comenzaron a decir que Negan había
huido al puerto. Tenía que ponerse en marcha antes de que pudiera escapar mar abierto.
—¡Una moto! —gritó exigiendo a quién hubiera al lado que le facilitase una.
Molly le cortó el paso cuando un soldado Reiyar gritó que ahí había una.
—Vamos contigo.
Sorprendentemente no pudo escucharla, quiso hacerlo, pero una ráfaga de energía la golpeó con
contundencia. Cayó al suelo en busca de aire antes de comprender que era la estela de poder de
Zachary que quedaba en ese mundo.
Él había hecho un último sacrificio para conseguir que ganasen la guerra y no tuvo palabras
suficientes para agradecerlo.
Las cosas no tenían que haber acabado así, no era justo y lo lamentaba de tal forma que supo
que nunca sería capaz de reponerse a su pérdida.
—Él es mío y no pienso compartirlo —anunció.
Caminó hacia la moto y, cuando Molly y Markus quisieron cortarle el paso, usó sus poderes
para conseguir que se arrodillasen ante ella, los clavó al suelo con fuerza para impedir que
vinieran.
Duraría unos minutos, los suficientes como para llegar al muelle para destruir a ese monstruo al
que le debía la vida.

***

Katariel hizo volar por los aires, uno a uno los barcos que había en el muelle. Sabía que
estaban vacíos y que, en uno de ellos, estaba la peor persona que había pisado nunca antes el
mundo.
—¡Sal! —bramó completamente enfurecida.
Aquello no era odio, era un nivel más alto que no tenía descripción alguna. El dolor era tan
terrible que apenas podía respirar. Los recuerdos no paraban de golpearla con fuerza exigiéndose
detenerse para llorar. No tenía tiempo para eso.
Sentía la energía de Zachary recorriendo su cuerpo, una que comenzaba a desvanecerse
amenazando con abandonarla. Debía aprovecharla antes de que todo acabase.
—¡Sal sucia rata! —gritó levantando la mano y haciendo volar el penúltimo.
Su padre, malherido, salió a gatas del último con las manos en el aire a modo de rendición.
—Hija, siempre has tenido un corazón noble. Sé que jamás le harías algo así a tu padre —dijo.
Katariel casi sintió el impulso de reír, pero ya no quedaba alegría en su cuerpo; él mismo se la
acababa de extraer. Así pues, moviendo dos dedos provocó que la mano derecha de él girase en
un ángulo imposible haciendo que gritase.
—Tú no me conoces —gruñó Katariel.
El rey, de rodillas, se tomó la mano herida como si sintiera que estaba a punto de perderla. La
llevó al estómago donde la protegió con el resto de su cuerpo como si tuviera miedo a que se
cayera.
—Has destruido todo y a todos.
El dolor habló a través de ella, no podía respirar sin sentir como si cien astillas se clavasen en
sus pulmones. No quedaba ni rastro de felicidad en ella, lo había sustituido por un dolor agudo y
atroz.
Con esa acusación, usó su poder para tomar la otra muñeca y romperla del mismo modo. El
grito que obtuvo entonces no la reconfortó en absoluto, necesitaba mucho más del hombre que le
acababa de quitar a quién amaba.
No había grito de dolor suficiente como para complacerla, nada lo hacía después de Zachary.
—Katariel, hija mía, ten un poco de piedad. Cambiaré, lo juro —prometió.
Se arrastró por el suelo cuando la vio caminar hacia él con paso impasible. Cada vez que uno
de sus talones tocaba el suelo este temblaba como si pudiera temer la fuerza sobrenatural que tenía
encima.
Antes de descargar la rabia contra Negan, hizo estallar el último barco de la flota de su padre.
Consiguió que solo quedaran astillas de aquel navío tan espectacular y que era el orgullo de aquel
hombre.
—Así pienso dejarte cuando acabe contigo —anunció Katariel.
Mirando al despojo que tenía ante, sí no encontró ni rastro de humanidad en él. Desde muy
pequeño su única diversión había consistido en dañar, golpear y asesinar a todos los que le
rodeaban por varios motivos. El mayor era por beneficio propio, aunque la diversión también
estaba presente.
—Yo le amaba —anunció.
No se contentó con romperle la rodilla de golpe, lo hizo sin pestañear mientras permitía que
una corriente eléctrica lo atravesase de los pies a la cabeza. No merecía compasión alguna y poco
le importaba convertirse en un monstruo al torturarle.
Negan, al borde del desmayo, pareció sonreír.
—Estás muy enfadada, pero no tienes el valor suficiente de matarme. De tenerlo hubieras
acabado conmigo —la tentó.
Tuvo que respirar para no darle lo que quería, pero decidió disfrutar de aquel momento antes
de que acabase.
—Llegará tu hora, padre. Antes me gustaría seguir jugando como tú has hecho durante años y
años. Nunca te importaron mis gritos, mis súplicas o mis lágrimas. ¿Por qué debería conmoverme
las tuyas?
Un choque de energía lo lanzó un par de metros más allá golpeando el suelo con la cantidad de
huesos rotos.
Era la sombra del hombre que fue una vez y los fieles a él estaban cayendo poco a poco por los
ejércitos aliados. Pronto ya no quedaría nada de Negan de Nislava, solo su amargo recuerdo; uno
que se había empeñado en grabar a fuego en el alma de muchas personas.
Nunca sería suficiente dolor para saldar la deuda que había contraído contra el mundo, sin
embargo, decidió que era el momento de dejarlo marchar de una vez por todas.
Concentró la energía en sus manos para un último golpe. De ella salió la magia de Zachary y
lloró al saber que, después de eso, no quedaría nada del hombre al que amaba.
Disparó absorta en su propio dolor, tanto, que no vio como Negan quemaba un último cartucho.
Mientras hablaba había conseguido usar los pocos poderes que le quedaban de Minerva para
hacer levitar una pistola cercana.
Disparó justo en el momento en el que un rayo lo atravesó de los pies a la cabeza quemándolo
por completo. Se desplomó, sin remedio, al suelo sin rastro de vida alguna.
Katariel suspiró aliviada.
Al fin todo había acabado.
Fue entonces cuando notó un ligero dolor en el pecho, llevándose la mano a él comprobó que
sus dedos se mojaban con alguna especie de líquido. Los apartó para contemplar el color rojo
carmesí propio de la sangre.
El dolor llegó justo después, bloqueándola de una forma tan brusca que se sorprendió de no
haber notado el disparo antes.
Se precipitó contra el suelo cuando sus piernas no lograron sostenerla. Fue ahí cuando los
brazos de Markus la tomaron con fuerza. Acompañaron su cuerpo hasta acomodarla sobre su
regazo.
—Katariel, no… —susurró conmocionado.
Ella, sonriendo, le dio la bienvenida. Comprendió que no iba a tardar en reunirse con Zachary.
—Negan ha caído, lo hemos conseguido, amigo.
Este negó con la cabeza siendo incapaz de ver la felicidad que ella veía. La guerra tocaba a su
fin y un nuevo mundo de paz se abría ante sus ojos.
—Aguanta, la ayuda está en camino —pidió aferrándose a ella.
Katariel supo que no se salvaría. Su cuerpo apenas respondía y la magia de Zachary había
desaparecido como si nunca hubiera estado ahí. No tenía adónde aferrarse para seguir.
—Tranquilo, yo estoy bien. Puedo esperar —dijo.
La boca se le llenó de sangre, lo supo por el sabor asqueroso y metálico que notó entonces.
—No puedes irte. ¿Me oyes? —la amenazó.
La princesa cerró los ojos unos instantes para descansar, pero él se negó a que eso ocurriese y
la agitó produciéndole algo de dolor. Allí concluyó que ser disparado no tenía nada de divertido.
—Con ese colgante sabrán que te he declarado rey. Cuida sabiamente de Nislava y Draoid. —
Hizo una pausa— Al igual que de Molly, es algo gruñona, aunque tiene buen corazón.
Markus negó completamente desesperado. No pensaba dejarla marchar por mucho que viera
que había perdido la lucha por sobrevivir.
—No puedo hacerlo, te esperan a ti —susurró él.
Ella tosió demasiado cansada como para permanecer despierta. En ese momento sus
extremidades empezaron a perder sensibilidad como si su cuerpo comenzase a apagarse poco a
poco.
—Pues tendrás que ser mejor que yo —contestó.
Markus no estaba para bromas.
—Yo tendré más oportunidades de vivir, pero tú solo tienes esta vida. Disfrútala y sé feliz, haz
que me sienta orgullosa. —Hizo un jadeo—. Toma mi colgante, es tuyo.
Se apagó como lo hacían las velas, exhalando una pequeña cantidad de aire antes de que todo
se fundiera a negro. Lo dejó completamente a oscuras y roto por un dolor que debería aprender a
sobrellevar.
Katariel acababa de fallecer y, con ella, la legítima reina de Nislava y Draoid.
Todo había acabado. Ya podrían tener la ansiada paz, pero habían pagado un precio muy alto
para conseguirlo. Demasiadas vidas desperdiciadas por un rey que no había tenido jamás la
capacidad de amar y unos amantes que siempre estaban condenados a morir.
El mundo iba a ser un poco más oscuro a partir de ese día.
Capítulo 59

Un año más tarde…

Reconstruir el mundo fue difícil, un trabajo arduo que requirió de la ayuda de todos. Durante
meses se había construido, ayudado y trabajado en todo lo necesario para que la paz regresase.
Los funerales habían sido lo más difícil, cientos de personas murieron en aquella guerra y
dejarlos ir fue muy doloroso.
El sacrificio de todos no iba a ser en vano, todos aprenderían la importancia de la paz y lo
terrible que resultar una guerra. Se había ganado y perdido al mismo tiempo, pérdidas
irreparables que dejaban un gran vacío en el corazón.
Markus, rey de Draoid, salió de su casa aquella mañana muy temprano. Tomó un coche y
condujo durante largas horas hacia Nislava.
Aquel reino ya no era un trozo de hielo sin vida, sus prados lucían verdes y plagados de flores
como antaño. Eso le hizo recordar cuando descubrió que Katariel jamás había visto algo
semejante.
El dolor fue tan lacerante que deseó poder olvidar.
Entró en el reino de Nislava. Caminó por sus calles dejando que todo el mundo le saludase al
pasar. No hacía mucho que lo habían visto, pero ese día era tan especial que nadie quiso perderse
su llegada.
Molly era la soberana de ese reino, la nombró cuando descubrió que no podía reinar en dos
lugares a la vez y ella, como antigua soberana de Reiyar, conocía los entresijos de la monarquía y
sus horribles obligaciones.
Durante todos esos meses habían conseguido que el comercio se abriese entre todos los reinos,
ya no eran enemigos sino una máquina bien engrasada. Fue como si se acabasen de convertir en un
reloj en hora.
Aunque nadie olvidó el sacrificio tan grande que hicieron.
Markus se reunió con Molly en el centro de la plaza. Juntos habían decidido que no iban a
seguir con la monarquía. Querían que el pueblo pudiera elegir a sus gobernantes y tuvieran voz y
voto en las decisiones del reino.
Ahora tenían todas las ayudas posibles para conseguir que el mundo fuera próspero y en paz
para cada uno de los ciudadanos.
Caminaron de la mano hasta el lugar en el que, hasta hacía un año, se había erigido un gran
castillo. Nadie pensó en reconstruirlo, no querían ese tipo de pomposidad o recuerdo.
Llegaron allí, donde mucha gente estaba reunida. Aquel día se había convertido en uno muy
importante. Tocaba celebrar que sus vidas habían comenzado y quedaba marcado para el resto de
sus vidas.
Suspiró cuando los recuerdos se hicieron demasiado dolorosos y encontró que Molly lloraba
en silencio hacia las dos tumbas que había en el centro de aquel hermoso jardín con el que habían
sustituido el castillo.
Eran de dolor blanco, aunque la naturaleza había provocado que se tiñeran de verde. No les
importó porque sabía que a ellos les habría gustado.
Loretta estaba ahí, muy delicada de salud y con el corazón roto, sabían que pronto partiría. Aún
así, había deseado estar para dejar un ramo de rosas rojas como la sangre derramada.
Sabían que antes había dejado una igual en la tumba de su hijo Gerald, que estaba al lado de la
de su mujer Edith.
Molly tocó las dos lápidas, con dolor y él no pudo más que rodearla con un brazo y apretarla.
Todos extrañaban esa pareja tan especial, ellos habían conseguido movilizar a todo el mundo en
favor de la paz y les recordarían por eso.
Markus se acercó a los farolillos que había preparado en el suelo, ya era de noche y los
encendió dándole uno a Loretta y otro a Molly. Ese día todo el mundo dejaría volar esas estrellas
brillantes en conmemoración de las vidas perdidas, aunque en especial por Katariel y Zachary.
Loretta fue la primera que dejó que se alzase, a él le siguieron cientos, después miles y
acabaron siendo millones de farolillos que iluminaron el cielo como si se hubiera hecho de día.
Ese no era el final esperado de la guerra, aunque en las batallas nunca se podía prever nada
así. Habían pagado un precio demasiado alto porque ellos merecían estar ahí, debían disfrutar de
ese día.
—Les he hecho un regalo —comenzó a decir Molly.
Markus frunció el ceño sin comprenderlo.
—¿Cuál?
Molly lucía hermosa, se había puesto su mejor vestido rojo, con algún detalle transparente que
marcaba su preciosa figura. Después de esas palabras su piel pareció resplandecer como el sol.
—Llevo estudiando mucho tiempo con Loretta y el rey Blair. Entre los tres hemos conseguido
hacer un hechizo que les ayudará.
Él sintió que no estaban hablando el mismo idioma, comprendía las palabras, aunque no el
significado. Algo fallaba y necesitaba una explicación para poder seguir aquello.
—En todas las vidas Katariel era la primera en morir. En esta algo cambió gracias a Layla, les
dieron los recuerdos antes y un pequeño detalle pasó: él murió antes. Ese cambio en el flujo
temporal puede hacer que toda la magia cambie y podamos ponerla de nuestra parte.
Markus miró a su alrededor más confuso todavía, si alguien tenía el gusto de hablar algo
entendible lo agradecería el resto de su vida.
—Yo no es por parecer idiota, pero no te sigo —confesó.
Molly rio antes de darle una palmadita en el trasero, fue entonces cuando Loretta les dio con el
bastón a modo de regañina. Estaban presentando sus respetos a los caídos en la guerra y no era
lugar para eso.
—La próxima vez que se encuentren solo necesitarán tocarse para recordarse y Blair añadió
algo más: serán inmortales. Ya que, en teoría lo son, al menos que sea con vida. Ya nadie podrá
hacerles daño nunca más.
Eso le alegró mucho, después de todo tenían su final feliz, aunque no era en esa vida. Él
siempre los extrañaría, sin embargo, se alegraba de que tanto sufrimiento hubiera llegado a su fin.
Para siempre.
Esa noche todos bebieron, comieron y bailaron en honor a la princesa y su guerrero. Ellos
llenaron las bocas de todos destacando lo valientes que fueron en la guerra. Uno había acabado
con la bruja Minerva y la otra con el rey Negan.
Ahora iban a ser leyenda.
La noche transcurrió feliz, a pesar de que para Markus no lo era. Después de todo lo sufrido
ellos no podían estar allí para celebrarlo y eso era un giro cruel del destino. No podía estar menos
conforme.
Con una botella de licor, se sentó en el muelle, muy cerca de donde había visto morir a Katariel
entre sus brazos. Recordó cómo la había sostenido durante horas sin dejar que nadie lo tocase.
Acababa de perderlos a ambos en un leve pestañeo.
—¿Puedo sentarme? —preguntó Molly.
Él, pegando un trago de la botella, se encogió de hombros; aquel día ya no le importaba nada.
—¿Cómo te sientes, exrey?
Iban a anunciarlo oficialmente al día siguiente, aunque muchos ya conocían lo que iba a ocurrir.
Ese cargo nunca había sido suyo y no lo deseaba, solo había deseado cumplir los deseos de sus
amigos de paz y prosperidad.
Se llevó la mano al cuello para acariciar lo que había pertenecido a Katariel. La había odiado
al conocerla, pero ahora sería capaz de dar su vida por ella.
—Cómo si no hubiera pasado un año, sigo allí repasando cada una de las cosas que hicimos
mal.
Molly lo abrazó.
—No pudimos salvarlos y eso es algo que deberemos cargar en nuestra conciencia toda nuestra
vida. Sé que las vidas que salvamos no consuelan el hecho de que no estén, lo sé, pero el tiempo
amortiguará el dolor. Además, ellos tienen una oportunidad más.
Y se alegraba por ellos, mucho más de lo que lo había hecho en toda su vida. Se merecían un
final feliz porque el mundo era demasiado cruel.
Respiró antes de tratar de beber nuevamente. Con sorpresa vio desaparecer la botella y
hundirse en el mar.
Sonrió con malicia.
—Si no querías que bebiese me lo podrías haber dicho —dijo.
Molly, sonrojada, lo miró a los ojos. Supo que tenía algo que decirle y no pudo comprender
qué la echaba para atrás.
—Le prometí a Katariel que, cuando todo pasase, tomaría un café contigo uno de estos días.
¿Te apetece?
Markus rio.
—¿Y has esperado un año para invitarme? —preguntó fingiendo estar ofendido.
Ella se encogió de hombros y supo el motivo, habían estado muy ocupados ese año tratando de
encajarlo todo. Sus vidas quedaron relegadas a un segundo plano para anteponer la de todos.
Ahora eran libres.
—Yo le prometí que te cuidaría y me dijo que eras un poco gruñona.
Fue el momento de ella para reír.
—Si la pudiera pillar le pegaría en el culo como hace Loretta cuando nos equivocamos.
Ambos se miraron y hablaron sin palabras. La atracción había estado ahí todo el tiempo, pero
no se habían atrevido. Ella lloraba un hombre que jamás volvería y, ahora, comprendía que solo
tenía una oportunidad para ser feliz.
¿Iba a desaprovecharla?
—¿A qué esperas para besarme? Porque si me rechazas te tiro al mar —amenazó Molly.
Markus se acercó a ella y tomó sus labios con sumo cariño. Nunca imaginó poder saborearlos y
gruñó glorioso al hacerlos. Se movió tratando de cubrirla con su cuerpo sin calcular que estaban
en un muelle.
Rodaron y, aunque Molly pudo agarrarse al cabo de un barco, él se precipitó al mar como lo
había hecho la botella segundos antes.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Él sacó la cabeza del agua y asintió.
—Mejor que en toda mi vida.
Epílogo

Muchos años después…

—¡Katariel! —gritó por enésima vez el rey Blair.


Ella, inmersa en sus libros, sacó la cabeza para notar que se impacientaba. Salió de la cama, se
adecentó como pudo y tomó el tronco del árbol, que atravesaba la casa, para descender como si
de un tobogán se tratase.
Cayó ágilmente, bailando alegre. Aquel día era su cumpleaños y él siempre solía hacerle un
regalo muy especial.
—Hola, padre —sonrió.
Blair no le devolvió el gesto, estaba sentado en su lugar favorito de la casa con una copa del
licor que producía. Siempre contaba la historia de cuando le dio de beber a una viajera y esta
perdió el conocimiento.
—¿Qué día es hoy, Katariel? —preguntó con voz severa.
Ella cabeceó, era el día más especial del mundo, no solo porque era su cumpleaños. El mundo
entero celebraba el día en el que la guerra acabó gracias a la princesa Katariel y su guerrero
Zachary. Gracias a ella le habían puesto ese nombre.
—¿Un día para celebrar? ¿Mi cumpleaños tal vez? —contestó con voz aguda esperando su
regalo.
El rey entornó los ojos, estaba claro que no estaba de buen humor ese día y eso no era buena
señal. No le gustaba ver a su padre enfadado o triste, sentía un amor puro por él.
Siempre había sido un padre amoroso con ella, nunca la había tratado mal y tenía mucha más
paciencia que el resto de elfos. A muchos les solían regañar con las travesuras, en cambio él la
instaba a cometer más.
—Es el día que la guerra acabó y el que más visitas tenemos. Tenías que estar a mi lado hace
una hora.
Katariel movió sus orejas picudas recordando la promesa de la noche anterior, se había
comprometido en dar la bienvenida a unos soldados que enviaba Draoid. Ellos iban a entrenar con
elfos una temporada.
—¿Han llegado los guerreros? —preguntó nerviosa.
Nunca antes había estado con Draoids de ese rango, siempre algún turista, pero jamás un
soldado en pleno servicio.
Blair negó con la cabeza.
—Parece que los caballeros gozan de la misma impuntualidad que tú —suspiró—. Calculo que
en unos minutos estarán cerca de la ciudad. Deberías ser la princesa que espero que seas y les des
una cálida bienvenida.
El término princesa le traía una especie de sensación extraña, le había pasado durante toda su
vida y, por ese motivo, su padre lo usaba poco.
—¿Son guapos?
El rey negó con la cabeza.
—Tengo entendido que son los más feos del reino. Siento decepcionarte, hija.
No importaba, no esperaba hacer un pase de modelos con ellos. Solo quería llevarlos a sus
habitaciones antes de poder regresar a sus queridos libros, en especial el que contaba la guerra.
—¿Katariel?
Eso hizo que mirase a su padre con el ceño fruncido.
—No estarás inmersa en la lectura de la leyenda del sol y la luna, ¿verdad?
La joven se sonrojó hasta la punta de las orejas, no pudo evitarlo ya que supo que él estaba
harto a oír hablar de esa historia. Con cierto recelo asintió algo atormentada por no poder parar
de leerla.
—Lo siento mucho, padre, pero es que me parecen tan valientes. Es una historia de amor muy
trágica y lo siento mucho por ellos, se merecían estar juntos. Él era fuerte, guapo y noble. Ella era
valiente, mucho más que cualquier elfa que haya conocido. Yo quisiera ser tan especial cómo
Katariel —suspiró enamorada de las letras que leía sin parar.
Su padre la contempló de los pies a la cabeza y no pudo evitar dejar escapar una sonrisa.
—Eres muy especial, hija.
Bufó, eso es lo que todos los padres le decían a sus hijos y sus palabras no tenían validez.
Una campanita sonó indicándole que sus invitados ya habían llegado. Eso hizo que el rey la
mirase con severidad, tenía que cumplir un único cometido y volvía a llegar tarde.
—Ahora vengo —dijo antes de salir corriendo.
Sin embargo, no pudo continuar, se detuvo para regresar al lado de su padre y depositarle un
sonoro beso en la mejilla. Acto seguido, giró sobre sus talones y fue a hacer de anfitriona.
—¡Te quiero! —exclamó sonriente.
—Y yo a ti —suspiró Blair.

***

—La princesa Katariel debería estar aquí —dijo uno de sus compañeros.
Zachary suspiró, aquella mujer tenía fama de impuntual y, teniendo en cuenta que ellos llegaban
tarde, lo era mucho más de lo que hubiera esperado.
—Busquemos nosotros mismos el edificio —propuso él.
Si la princesa tenía mejores cosas que hacer no la culpaba, no era lo más excitante del mundo
tratar con soldados que venían a quedarse allí unos meses. Comprendía que no hubiera ido a
recibirlos con los brazos abiertos.
—Dicen que es guapísima —susurró uno.
—Si está buena le pediré salir.
—Su padre te matará —rio otro.
Zachary entornó los ojos, ellos siempre pensaban en eso y llevaban todo el camino hablando de
lo largas que serían sus piernas, de lo hermoso que resultaría su pelo pelirrojo y lo gruesos que
serían sus labios.
Decidió comenzar a caminar antes de que una elfa de esas características entrase en su campo
de visión. Parpadeó como si se tratase de un espejismo y sintió que ella era como un oasis en el
desierto.
Aquella mujer era la belleza personificada, fue como si todas las mujeres que sus ojos hubieran
contemplado antes fueran trols en comparación. Su pelo pelirrojo sí era precioso, sedoso y con
unas trenzas en la parte de delante que le daban un toque sexy. Sus piernas también eran largas
como decían, para perderse entre besos o lamiendo su piel.
Tragó saliva, sus labios eran gruesos y rojos como una manzana, apetitosos; capaces de
conseguir que muchos hombres murieran por un beso.
—Sí que está buena —susurró su compañero, lo que él silenció con un codazo, nada amable, en
las costillas.
Tras unos segundos ella se colocó ante ellos, no les dijo nada, se detuvo a contarlos
señalándolos con un dedo como si de una maestra de preescolar se tratase. Solo cuando hubo
contado treinta sonrió inmensamente feliz.
—¡Estáis todos! ¡Bienvenidos a Kaharos! —exclamó.
Retrocedió un poco para que todos pudieran observarla.
—Yo os llevaré al edificio que está destinado a los aprendices. Ahí, todos tenéis asignada una
habitación en unos papeles que encontraréis en la pared del vestíbulo. Sobre vuestra cama
tendréis un set de bienvenida y unas pequeñas instrucciones sobre el funcionamiento de este reino
y vuestros horarios.
Giró sobre sus talones y todos la siguieron como si estuvieran hechizados, él incluido.
Se fijó en que no llevaba zapatos, caminaba dando saltitos como si fuera un recipiente cargado
de alegría y no pudiera contenerla.
—No son muy estrictos los primeros días, pero haced caso de las indicaciones o podréis tener
algún problemilla —les aconsejó.
No tardaron mucho en llegar, el edificio estaba construido alrededor de un enorme árbol
cargado de luces de colores. Nunca antes había visto algo semejante y le pareció maravilloso.
La princesa los acompañó al interior, les señaló los papeles donde debían buscar sus nombres
y se despidió de ellos. Sorprendentemente no se fue, se quedó atrás, acompañado de un elfo
gigante, como si vigilasen que fueran capaces de encontrar su lugar.
Zachary tardó mucho en hacerlo, absorto en ella dejó que todos sus compañeros buscasen su
nombre. La elfa rio dándose cuenta de lo que estaba sucediendo y eso lo puso nervioso.
Se buscó sin éxito, supo que era por los nervios que acababa de pasar al hacer el ridículo y eso
le hizo sentir más estúpido.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó la princesa a su lado.
Genial, ahora necesitaba ayuda como un bebé.
—Tranquila, sé leer —dijo pareciendo más idiota.
Aquel día iba a ser muy largo.
Ella miró los papeles para después chasquear con la lengua. Estaba claro que no iba a darse
por vencida hasta que la dejara ayudar. Así pues, suspiró rindiéndose.
—Zachary.
La princesa dio un saltito de alegría.
—¿Te llamas como la leyenda? Yo me llamo como ella, ¿no te parece genial?
En realidad, no, solo necesitaba encontrar su maldita habitación y esconderse en ella hasta que
no volviera a hacer el ridículo delante de la princesa o cualquier alto cargo de la realeza de aquel
reino.
Ante su falta de respuesta ambos comenzaron a leer los nombres, él debía estar al final. Cuando
vio las letras que componían su nombre lanzó su dedo hacia allí sin darse cuenta de que la
princesa también lo hizo y sus manos chocaron.
—Lo siento mucho —se disculpó.
—Tranquilo, solo quería decirte que aquí estás. Habitación 109.
Zachary se retiró, no sin antes dar las gracias. Solo debía subir las escaleras para huir antes de
que algo más sucediera, no quería que lo acusaran de agredir a la princesa.
Ella se retiró hasta salir del edificio, de pronto algo cambió.

***

Se encontraba mal y quiso llegar a casa. Había sido de golpe y no tenía explicación, pero le
dolía el corazón. Katariel se llevó la mano al pecho con miedo a que algo en ella explotase.
Cientos de sentimientos la sacudieron entonces su cuerpo, las imágenes llenaron su mente y
espacios que no sabía que tenía. Recuerdos de cientos de vidas cobraron sentido.
Miró a su alrededor y le sorprendió encontrar a los exreyes Markus y Molly, ellos la
contemplaban con cierta complicidad, como si esperasen algo; una reacción que no sabía que
llegaría.
Jadeó cayendo al suelo de rodillas, nadie se acercó, la observaron esperando algún tipo de
reacción. Ante ella estaba su padre, el rey la miró con cariño y sin mover ni un dedo como si
supiera lo que estaba a punto de suceder.
—Feliz cumpleaños, mi pequeña —dijo.
El dolor fue tan gutural que gritó, rasgó sus cuerdas vocales cuando la muerte y la sangre llenó
sus recuerdos. Lloró viendo las imágenes de la guerra y más cuando vio a Zachary morir, lo vio a
él.
Ella prometió encontrarle.
Acabó de gritar profundamente agotada, los recuerdos le pertenecían. Ahora era la de siempre,
su historia al completo le pertenecía.
—¡KATARIEL! —gritó Zachary.
Estaba a su espalda, ella se giró hacia él y pudo ver que también la recordaba. Había dado la
vida por ella, el amor no fue suficiente como para echar a andar porque tuvo miedo a que aquello
fuera un espejismo y se desvaneciera.
Zachary arrancó a correr hasta alcanzarla, la tomó de la cintura y ella no pudo soportar las
lágrimas de alegría. Estaba ahí, al fin. Era como si nada hubiera pasado, como si el dolor
producido por Negan no existiera.
Estaban juntos, para siempre.
—No tuviste que morir por mí —le reprochó.
El guerrero rio.
—Yo iba a decir cuánto tiempo —bromeó.
Katariel se secó las lágrimas con los dorsos de la mano antes de abrazarse a él y poder sentir
su corazón. Era real.
—Te quiero —dijo temblando por miedo a perderle.
Algo le dijo que ya nada les separaría, fue como si el conocimiento del hechizo de Molly
llegase a ella comprendiendo que esa iba a ser su vida. Ya no tendrían que morir y reencontrarse.
—Yo también te quiero —contestó Zachary con un beso.
El mundo entero aplaudió felices con su reencuentro, la leyenda era real y ahora tenían esa
felicidad que jamás pudieron tener antes.
Su amor era para siempre.
Y tú, ¿crees en el amor eterno?

FIN
Tu opinión marca la diferencia

Espero que hayas disfrutado de la lectura y la novela.


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OTROS TÍTULOS
Saga Devoradores de Pecados:

—No te enamores del Devorador.


—No te apiades del Devorador.
—No huyas del Alpha.
—No destruyes al Devorador.
—No confíes en el Devorador.

Más títulos como Lighling Tucker:

—Huyendo de Mister Lunes.


—Las catástrofes de Alicia.
—Los encuentros de Cristina.
—Navidad y lo que surja.
—Se busca duende a tiempo parcial.
—Todo ocurrió por culpa de Halloween.
—Cierra los ojos y pide un deseo.
—Alentadora Traición.

Como Tania Castaño:

—Redención.
—Renacer.
—Recordar.
Otros libros de la Autora:

"No te enamores del Devorador”

Leah es solo un juguete. Como prostituta en el club “Diosas Salvajes” no tiene derecho a sentir,
únicamente obedecer. Pero todo cambia cuando su jefe decide que esa noche es distinta. No
atenderá a sus clientes habituales sino a alguien aterrador: Dominick Garlick Sin, un Devorador
de pecados. Y, a pesar del miedo inicial al verle en el reservado, no puede evitar sentirse atraída.
Él es diferente, es la personificación del miedo y, a su vez, la de la provocación.
Dominick decide ir una noche más al club “Diosas Salvajes” con uno de los novatos que
entrena. Las reglas son claras: nada de sexo. Debe mantener una conversación con una de las
chicas y alimentarse de sus pecados.
El destino le tiene preparado un cambio radical a su vida.
Mientras espera que la sesión del novato llegue a su fin, una asustada humana de ojos azules
entra en el reservado. Es una más de las chicas y, a su vez, distinta a todas. ¿Qué tiene de
especial? Hasta sus propios poderes deciden manifestarse para sentirla cerca.
Además, la vida se complica cuando un malentendido provoca que la vida de Leah corra
peligro. Esa misma noche, con una sola mirada, el destino de ambos se selló para siempre.
Son como nosotros, respiran y hablan como los humanos, pero son Devoradores de pecados.
Perversos, peligrosos y con ansias de saciarse del lado oscuro de las personas. Miénteles y
satisface su hambre.

“No te apiades del Devorador”


Pixie Kendall Rey no esperaba que al llegar al hospital con su amiga Grace, que acababa de
romper aguas, no la atendieran. Eso la obligó a recurrir al único lugar al que su madre siempre le
había prohibido acudir: la base militar.
La sorpresa fue aun mayor cuando allí también se negaron a hacerlo. No podía rendirse y no
tenían tiempo, así que decidió derribar la puerta de la base con su coche para así llamar la
atención.
¡Y vaya si lo hizo! Provocando incluso que la inmovilizasen contra el capó.
El doctor Dane Frost no estaba teniendo el mejor de sus días y ver la puerta de la base saltar
por los aires no lo mejoró. Corrió hacia allí para bloquear el ataque y se dio cuenta de que se
trataba de una mujer que necesitaba ayuda urgente.
Al tocarla e inmovilizarla todo cambió.
¿Quién era esa mujer? ¿Qué la había llevado a cometer esa locura?
Ninguno de los dos estaba preparado para conocerse, pero el destino no da segundas
oportunidades. Así pues, ambos pusieron la vida del otro del revés.
Son como nosotros; respiran y hablan como los humanos, pero son Devoradores de pecados.
Perversos, peligrosos y con ansias de saciarse del lado oscuro de las personas. Miénteles y
satisface su hambre.

“No huyas del Alpha”


Olivia siente que ha cambiado un cautiverio por otro. Ya no está siendo golpeada, pero no
puede salir de esas cuatro paredes que dicen ser su protección. El recuerdo de la muerte del amor
de su vida la está desgastando.
Además, el cambio a loba está siendo difícil y más tratando directamente con su protector. Él
tiene un carácter muy especial, se cree divertido cuando lo que ella siente es que es un bufón de la
corte. Pero, ¿a quién puede engañar?
Sin proponérselo, él se acaba convirtiendo en alguien indispensable en su vida y eso cambia
las reglas del juego. Olivia siempre ha dicho que, una vez finalizase el celo, se marcharía con su
hermana y viviría una nueva vida.
¿Es eso posible con la presencia de Lachlan en su vida?
Lachlan no supo lo que hacía cuando acogió a Olivia en su casa. La ha protegido durante meses
y ha establecido un vínculo tan fuerte que le duele pensar el día en el que la vea marcharse.
Ha descubierto en ella miles de facetas que no creía que existieran. Olivia tiene picardía,
fuerza y siente que debe ayudarla; que no debe dejarla caer en el pozo oscuro de la pena.
No obstante, se ha marcado una meta: no tocarla mientras dure el celo.
¿Podrá resistirse? ¿Luchar contra sí mismo? ¿Entre honor y placer?
Amor, pasión y acción en un libro plagado de seres que te robarán el aliento. Sin olvidarnos de
la presencia de los Devoradores.
¿Te atreves a entrar en su mundo?
Otros títulos:

"Navidad y lo que surja"

¿Qué ocurre cuando una bruja decide llevar a su hermana “no bruja” a un hostal repleto de seres mágicos? Que casi
acabe siendo atropellada por un Cambiante Tigre, que la quieran devorar los Coyotes y que no deje de querer
asesinar a la embustera de su hermana, bruja sí. Así es Iby, una humana nacida en una familia de brujos que odia la
Navidad y es llevada, a traición, a pasar las Navidades a un hostal bastante especial. Allí conocerá a Evan, un
Cambiante Tigre capaz de hacer vibrar hasta a la más dura de las mujeres. ¿Acabará bien? ¿O iremos a un entierro?
Quédate y descubre que estas Navidades pueden ser diferentes.

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"Se busca duende a tiempo parcial":

Para Kya las últimas navidades fueron un desastre, por poco muere a manos de su amante Tom en el Hostal
Dreamers. Pues este año no parece mejor, su exmarido ha hecho público su divorcio a los medios y las cámaras la
siguen a donde quiera que vaya. ¡Ojalá la Navidad nunca hubiera existido! Y lo que parecía un deseo simple se
convirtió en el peor de sus pesadillas, su hermana Iby nació en Navidad y ya no existía. En el hostal Dreamers nadie
la recuerda y Evan está con otras mujeres. Suerte que el único que cree en ella es Matt, un ardiente y peligroso
Cambiante Tigre, que la hace vibrar y sentir cosas que jamás antes ha experimentado. ¿Cómo recuperar la fe en la
Navidad? ¿Cómo volver a tener a Iby a su lado? Acompaña a esta bruja en un viaje único en unas Navidades
distintas.

"Todo ocurrió por culpa de Halloween":

Se acerca Halloween al Hostal Dreamers y los alojados allí poco saben lo que el destino les tiene preparado. Todo
comienza cuando en una patrulla algo consigue noquear a Evan. Para mejorar la situación Iby Andrews vuelve a ser
bruja y esta vez no es en el Limbo sino en el mundo real. A todo eso se les suma un nuevo e inquietante huésped en
el Hostal: Dominick el Devorador de pecados. Kya e Iby comienzan a investigar los extraños sucesos que ocurren
y se topan con alguien que no deben. ¿Qué puede ser más terrorífico que vivir en el Hostal Dreamers?

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"Cierra los ojos y pide un deseo":

Aurion Andrews es el mayor brujo de su familia, está cansado de su vida monótona y aburrida hasta que recibe la
llamada de su hermana mayor Kya. Ella le hace una petición muy especial: hacer un hechizo para que su mejor
amiga pase unas Navidades muy calientes y fogosas. Pero no es capaz de hacerlo y un plan se pone en marcha en su
mente. Mía Ravel lleva demasiado tiempo sin sexo, su amiga Kya está recién casada y odia escuchar sus aventuras
nocturnas con su estrenado marido. Y, de pronto, abre la puerta y aparece un hombre desnudo con un gran lazo…
ahí. Él le dice que viene a poseerla y a desearle felices fiestas. La locura es demasiado para soportarlo. ¿Quién es
ese hombre? Nunca tomarse las uvas habían resultado tan calientes y divertidas.
La ayudante de Cupido:

¡Ey! ¡Hola! Mi nombre es Paige y soy una de las ayudantes de Cupido. ¿Sabéis qué me ocurre?
Pues que me han obligado a tomarme unas vacaciones, cosa que yo no quiero y encima tengo que
bajar a la Tierra.
¿Qué hace un ángel como yo allí abajo? Pues creo que será más divertido de lo que esperaba.
Conozco a April una humana con muchísimas ganas de pasarlo bien y mostrarme que puedo
divertirme además de trabajar. Pero la guinda del pastel es Iam, un abogado criminalista que no
dejo de encontrármelo a cada paso que doy.
Tal vez mi jefe tenga razón y deba divertirme un poco.
¿Me acompañas?

Alentadora Traición:

Melanie Heaton no está pasando su mejor momento en su matrimonio, las muchas infidelidades
por parte de su marido están comenzando a desgastar el amor que, un día, sintió por Jonathan. Sin
embargo, cree que puede perdonarlo, que todo volverá a ser lo de antes.
Gabriel Hudson es un pecado mortal que todas las mujeres desean en su cama. Atractivo y
sensual, es un hombre que llama la atención por donde pasa. Aunque, no parece estar preparado
para lo que siente al ver por primera vez a Melanie. Se siente atraído por ella de un modo
visceral, sin embargo, al saber que está casada decide poner distancia entre ellos, con la
esperanza de que la atracción morirá. Así que, para cuando vuelve tres meses después no está
preparado, no sólo nada ha cambiado, sino que necesita a esa mujer. Melanie lo atrae hasta un
punto inhumano, todo su cuerpo la reclama como suya y lo peor es que ve que el sentimiento es
mutuo. Sabe que siente lo mismo, que se deshace entre sus manos al mínimo toque.
Ninguno de los dos puede luchar contra una atracción igual y eso es peligroso, porque Melanie
no se imagina lo que es Gabriel en realidad. Lo que esconde bajo una máscara de normalidad;
sabe que no puede exponerla, que no debe hacerla suya… pero sus instintos se lo niegan. Necesita
que Melanie sea completamente suya, en cuerpo y alma.
¿Puede haber una atracción tan difícil de soportar?
Títulos como TANIA CASTAÑO:

Redención:

Ainhara sabe que su secreto no puede ser comprendido por nadie. En su sangre hay lo que
podría hacer tambalear el mundo tal cual se conoce. Su vida ahora es un completo caos, despojada
de todo lo que ama, es atrapada en una espiral de dolor y traición a la que no puede hacer frente,
sin saber que Gideon amenaza con hacer vibrar cada una de sus células.
El hombre más poderoso de todos fija sus ojos dorados en ella y sin poder evitarlo, Gideon se
convierte en el único aliento que necesita para seguir soportando el dolor de la vida, sin saber que
miles de peligros comienzan a rodearla hasta cortarle la respiración.
Déjate seducir por la pasión, la intriga y el misterio del mundo de las sombras. Ellos te guiarán
hasta adentrarte en la oscuridad donde te harán arder en pasión y palpitar de terror.
Ahora comprenderás el porqué de la atracción fatal entre humana y vampiro.

Renacer:
Seis meses después de todo el caos, Ainhara está atrapada por sus propios recuerdos. La
muerte de Dash y todos los actos acontecidos después le han golpeado con dureza, llenándola de
oscuridad. Siente que se está perdiendo en sí misma; pero sabe que pronto él vendrá a por ella.

Todavía puede escuchar sus palabras firmes y seguras, Gideon no piensa dejarla escapar. Él, el
único capaz de hacer tambalear su propio mundo.

Cuanto más fuerte es la luz más oscura es la sombra. El mundo ya no es el que conoce, todo ha
cambiado, sabe que no puede huir pero luchará fervientemente por su libertad y lo más importante:
escapar de la sombra que la persigue.
Recordar:

Ainhara ha despertado en la habitación de un hospital. Sola, plagada de heridas y con algo


inquietante: sin recordar nada. Toda ella se ha desvanecido ante sus ojos y ni siquiera sabe su
propio nombre.
¿Quién es? ¿Qué ha ocurrido?

Gideon a su vez, se ha adentrado en un agujero oscuro de dolor y rabia. Se ha convertido en


alguien peligroso al que todos sus amigos prefieren no enfrentar.
Lo ha perdido todo y la eternidad es demasiado larga para vivirla sin Ainhara.
¿Hay esperanza?
Adéntrate en la última entrega de la trilogía Negro Atardecer. Donde los vampiros no son como
conoces. Vigila con no tropezarte con ninguno, son adictivos.
BIOGRAFIA
Lighling Tucker es el pseudónimo de la escritora Tania Castaño Fariña, nacida en Barcelona el
13 de Noviembre de 1989.
Lectora apasionada desde pequeña y amante de los animales, siempre ha utilizado la escritura
como vía de escape. No había noche que no le dedicara unos minutos a plasmar el mundo de ideas
que poblaban su cabeza.
En 2008 se lanzó a escribir su primera novela en la plataforma Blogger, tanteando el terreno de
la publicación y ver las opiniones que tenían sobre su forma de expresarse. Comenzó a conocer
más mujeres como ella, que amaban la escritura y fue aprendiendo hasta que en 2014 se lanzó a
autopublicar su primera novela Redención.
En la actualidad, tiene libros publicados para todos los públicos, desde comedia a la acción,
pero siempre con grandes dosis de amor y magia.
Esta escritora no pierde las ganas de seguir aprendiendo y escribir, esperando que sus historias
cautiven a las personas del mismo modo que la cautivan a ella.

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