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El lugar que Juan no ocupó

-Cuando atardecía solo la pálida luz era el presagio- esa tarde tomo su sombrero, recorrió la casa
como si buscara algo que no podía encontrar desde hace meses, miro a su mujer en la cocina, a lo
lejos se escuchaba el bramido de los terneros que descendían de la montaña, tomo su café,
taciturno con la mirada perdida obvio decir algo por lo amargo de este, volvió a ver a su mujer, te
paso algo viejo, no, respondió suavemente pero no encuentro el machete, enrique lo debió tomar
viejo, dijo que iría a cortar pasta para las cabras, pensó en lo parsimonioso del atardecer mientras
se recostaba en una hamaca, que recibía el aire fresco de octubre, carbón era un perro juguetón,
pequeño y completamente negro le ladraba a todo, pero nunca atacaba, había dado las dos
vueltas alrededor de la casa siguiendo a su amo. La tarde moría lentamente con pastosidad
retórica, parecía que todo estaba en su lugar, sus hijos en la meseta con el ganado, su mujer
preparando la cena y el descansaba, de súbito saliendo de los pensamientos en los que se
encontraba inmerso, recordó donde había dejado su machete-por la mañana había ido a cortar
yuca para Teresa, su hija menor que estaba embarazada, había cortado un cantidad considerable
por lo que no podía cargar ambas cosas- se levantó de la hamaca, entro a la cocina y le dijo a su
mujer que debía ir donde estaba la yuca del compadre Andrés, partió cerca de las seis de la tarde,
un manto difuso cubría el dombo y los matorrales, carbón lo seguía dando vueltas alrededor de él,
en ocasiones se adelantaba corriendo y regresaba dando saltos. Cruzaron un cerco de alambre
para llegar hasta donde se visualizaba el machete, Se agacho a recogerlo y de súbito sintió como si
la sangre le hubiese colmado las cienes, se sentó y observo impávido el cielo lleno de estrellas,
todo le parecía estar ocupando su lugar menos el, carbón había comenzado a dar vueltas en el
pasto rascando su espalda, lo habría regañado por considerarlo como un mal augurio, un presagio
de la muerte; pero estaba lleno de una resignación insulsa que contrastaba con su deseo por vivir,
opto por combinar su respuesta con la del epitafio de una tumba olvidada y sin cruz. Tomo su
machete y camino lentamente, carbón había desaparecido, antes de llegar a la cerca coloco su
mano fuertemente en su pecho, como mitigando el dolor y cayó sobre uno de los hilos que
formaban la cerca.

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