Psicoterapia
y Psicopatología
de niños y
adolescentes
Gabriel Genise - Nicolas Genise - Lia Crocamo
1
MANUAL DE PSICOTERAPIA Y
PSICOPATOLOGÍA DE NIÑOS
Y ADOLESCENTES
Gabriel Genise
Nicolas Genise
Lia Cracamo
ISBN 978-987-570-409-1
Diseño y diagramación:
Lorena Grinberg 1 DG
lorgrinberg@gmail.com
ISBN 978-987-570-409-1
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, archivada o terminada
en forma total ni parcial, sea por medios electrónicos, mecánicos, fotocopiado o grabado, sin el
permiso previo de los editores que deberá solicitarse por escrito.
IV
ÍNDICE
PRÓLOGO VII
INTRODUCCIÓN IX
V
CAPÍTULO 12. Funcionamiento intelectual: una mirada más allá del CI 211
Yamila Soffita
CAPÍTULO 16. Infancias trans: Aportes para un abordaje clínico con perspectiva
en derechos 297
Nora Gisela Barqui
VI
PRÓLOGO
Trabajar como terapeuta infanto juvenil supone grandes desafíos y la enorme respon-
sabilidad de trabajar con múltiples sistemas, niñas, niños, familias, instituciones escolares
y otras/os profesionales de la salud interactuantes. Uno de nuestros objetivos apunta a
acompañarlas/os en un proceso donde apostamos a descubrir juntos herramientas "efec-
tivas" para un futuro prolifero. En ese sentido los terapeutas infanto juveniles debiéramos
estar en constante actualización tanto en psicopatología como en tratamientos psicotera-
péuticos y farmacológicos validados empíricamente y a su vez poseer rasgos distintivos de
flexibilidad que supongan poder adaptarse a las cambiantes demandas que requiere aten-
der a esta población. Porque nuestra labor demandará habilidades interpersonales que
nos permitan interactuar constructivamente con muchos actores intervinientes. Y como
si todo esto no fuera suficiente, debemos sumar un rasgo no menos importante que es la
dedicación y la creatividad para aprovechar el potencial de esta población tan particular y
de esta manera fomentar la creatividad y la imaginación teniendo en cuenta, siempre, las
necesidades específicas de cada familia.
Pensar hoy en día las infancias y las adolescencias nos supone trabajar sobre un
paradigma de derechos, pensar esta etapa como un período con características propias,
con necesidades particulares, con identidades específicas. Debemos a la Convención de
Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño de 1989, el reconocimiento jurídico de los
niños como sujetos activos de derechos, merecedores de una protección diferenciada de
la que, para esos mismos derechos, reciben los adultos a fin de asegurar que el interés
de los niños sea atendido como superior a cualquier otro interés legítimo. La Convención
sobre los Derechos del Niño se ha utilizado en todo el mundo para promover y proteger
los derechos de la infancia. Es nuestra obligación como profesionales de la salud conocer
y fomentarlos. Promover los derechos es permitir el acceso a la información en lo que se
refiere a tratamientos validados empíricamente porque las familias deben tener el derecho
a elegir el tratamiento efectivo que más se ajuste a su caso en particular y nuestro com-
promiso es que los conozcan y puedan elegir libremente. Sabemos el conocimiento es po-
der y que todas las familias tengan la posibilidad de conocer los tratamientos disponibles
validados científicamente para las problemáticas que aquejan a sus hijas, hijos, familias
debería ser moneda corriente y es este manual un gran aporte en esta línea.
Porque el derecho a la salud es un derecho fundamental y nuestra formación y actua-
lización supone hacerlo cumplir. Entonces uno de nuestros roles será fomentar el cum-
plimiento de sus derechos pero también el rol del terapeuta puede variar según cada
caso Podemos funcionar como consultores, orientadores, supervisores, como expertos
en psicología evolutiva que dista mucho de ser "normalizadores", es decir terapeutas con
conocimientos basados en la evidencia y una sólida formación en derechos e inclusión.
Creo que lo enriquecedor de nuestro trabajo nos permite plantearnos más interrogan-
tes que respuestas, he aquí el "espíritu socrático" tan practicado por las terapias cognitivas
contemporáneas. Porque cuando llega una familia a nuestra consulta, es más provechoso
plantear interrogantes que creer que tenemos una única verdad.
VII
¿Qué es lo esperable para esa niña o niño teniendo en cuenta su contexto y depen-
diendo de su etapa evolutiva?. ¿Cómo pensar un tratamiento que fomente su desarrollo
social, emocional, cognitivo, corporal e interpersonal? ¿Cómo aprovechar sus habilidades
y darles herramientas para compensar sus déficits?. ¿Cómo trabajamos para que su con-
texto sea más inclusivo, más validante, más amable, más compasivo?.
Porque no queremos moldear niñas y niños "perfectos", deseamos que puedan tran-
sitar las olas difíciles de la vida y que posean herramientas para hacerlo. En la consulta
suelo utilizar la frase "Ningún mar calmo hizo experto a un marinero" y así es que sabemos
que no elegimos que mar nos toca pero sí como enfrentar las olas, con más o menos
habilidades y la buena noticia es que las habilidades se entrenan, se adquieren, se apren-
den. ¿Hay algo más mágico que adquirir un aprendizaje?.
Somos buscadores de aptitudes, talentos, dotes. Acompañantes de procesos. Y a ve-
ces sentimos que estamos buscando la "pepita de oro en el barro" y puede que nos frustre-
mos y nos sintamos sobrepasados porque trabajar con familias es poner el cuerpo, tirarse
al piso y aprender primero nosotras/os a tolerar la frustración para luego poder enseñarlo.
Flexibilizar, reestructurar, construir herramientas donde parecía no haber espacio posible.
La niñez y la adolescencia son etapas que nos invitan a pensar que tal vez todo puede
ser diferente en la adultez. Es una suerte de trabajo de prevención ya que muchas inves-
tigaciones muestran como las diferentes sintomatologías mejoran si son trabajadas con
efectividad en la niñez, descendiendo la sintomatología en la vida adulta.
Prevención, flexibilidad, empatía e inclusión podrían ser nuestras palabras guía en este
arduo pero bello trabajo lleno de retribuciones mágicas.
El lector de este manual se encontrará en un recorrido necesario para nuestra forma-
ción sobre las problemáticas con mayor incidencia en la consulta infanto juvenil e informa-
ción sobre las variables inespecíficas que tanta incidencia tienen en la psicoterapia.
Festejo que cada vez salgan a la luz más publicaciones actualizadas realizadas en
nuestro país como este completo manual escrito por los expertos en cada temática pro-
puesta por cada capítulo que les brindará conocimientos imprescindibles para nuestra
interminable formación.
VIII
•
INTRODUCCIÓN
Los problemas de salud mental son prevalentes e incapacitantes tanto en niños como
en adolescentes, de aquí en más denominado población infanto juvenil. Aproximadamen-
te, uno de cada seis jóvenes cumplirá con los criterios para un trastorno, y al menos uno
de cada tres lo padecerá antes de los 16 años (J Weisz et al., 2017).
Un reporte realizado por Lancet clasificó a los trastornos neuropsiquiatricos como la
causa más prominente de la carga mundial de enfermedades en niños y adolescentes,
expresadas en "años perdidos debido a la discapacidad"(Gore et al., 2011). De acuerdo a
Olfson, Druss & Marcus (2016) en los últimos años se ha registrado un aumento significa-
tivo de consultas en salud mental para la población infantojuvenil. Entre los años 1995/98
y 2007/10 el número de consultas prácticamente se duplicó. El incremento fue tanto en
población con trastornos mentales graves como leves. También se observó un aumento
parejo en los diferentes niveles socioeconómicos y en el consumo de psicofármacos. Se
hipotetiza que el aumento se debe a los cambios en la nomenclatura del DSM, como así
también al márketing farmacéutico. Para muchas de estas afecciones, la terapia psicoló-
gica se identificó como el recurso principal para promover y proteger la salud mental de
los jóvenes. De hecho, la terapia psicológica, a menudo, es recomendada como el trata-
miento de primera línea de elección para ellos, incluso dentro de las pautas prácticas de
la medicina
Una pregunta abordada por cientos de ensayos controlados aleatoriamente, a lo largo
de cinco décadas fue ¿Qué tan efectiva es la terapia infanto-juvenil, y qué factores están
asociados con su nivel de efectividad? Hoy en día, es posible concluir que la terapia psi-
cológica tiene un efecto beneficioso de magnitud moderada y relativamente duradera (J
Weisz et al., 2017).
¿el impacto de la terapia difiere según el problema? Su respuesta es sí y notablemente,
la identificación del problema es el moderador más potente del beneficio del tratamiento.
Por ejemplo, tanto en el postratamiento como en el seguimiento, los efectos del tra-
tamiento fueron mayores para la ansiedad que para otros problemas específicos. El tra-
tamiento de la depresión mostró débiles efectos (J. Weisz, McCarty, & Valed, 2006). Sin
embargo, las guías de intervención recomiendan la terapia psicológica como tratamiento
de primera línea para la depresión juvenil (Birmaher, Brent, & AACAP, 2007). En la prácti-
ca clínica cotidiana, es frecuente el trabajo con niños y adolescentes que presentan pro-
blemas tanto internalizadores como externalizadores, manifestando una habitual coocu-
rrencia de ambas dimensiones. Además, muchos suelen presentar problemas adicionales
para el tratamiento que justifican el seguimiento y la consideración del clínico (J. Weisz
et al., 2019). Este panorama delata la complejidad que se desarrolla dentro de la clínica
infantojuvenil.
Dada la importancia que reviste el abordaje temprano y las particularidades que pre-
senta esta población, los psicoterapeutas necesitan adquirir conocimientos sobre los pro-
cesos de aprendizaje, dinámica de la personalidad, procedimientos y técnicas de evalua-
ción psicológica, psicopatología, principios de la interacción social, procesos cognitivos
y emocionales y desarrollo durante el ciclo vital y también tienen la responsabilidad de
IX
conocer y recurrir a las intervenciones de mejor calidad comprobada, que debería ser
un requisito para la regulación del ejercicio profesional (Feixas & Miró, 1993; Fernández
Álvarez, 2016).
En este sentido, este manual tiene como objetivo brindar material actualizado sobre
psicopatología y psicoterapia de niños y adolescentes, presentar pautas de diseño de
tratamiento para diferentes situaciones clínicas y ejemplificar el abordaje empleado para
cada situación clínica. Se encuentra organizado en dos secciones denominadas Intro-
ducción a la psicoterapia y psicopatología infantojuvenil e Intervenciones clínicas con
niños y adolescentes. Para la realización de cada capítulo, se convocaron a diferentes
profesionales con basta experiencia en el área, quienes transmitirán sus conocimientos
específicos e ilustrarán las vicisitudes de la práctica profesional. Se espera que mediante
el material proporcionado el lector pueda expandir, no solo la información que posee sino
también sus aptitudes para producir los resultados que desea en el marco de la psicote-
rapia infanto juvenil.
REFERENCIAS
Birmaher, B., Brent, D., & AACAP. (2007). Practice parameter for the assessment and treatment of
children and adolescents with depressive disorders. Journal of the American Academy of Child &
Adolescent Psychiatty, 46(11), 1503-1526.
Feixas, G. & Miró, M.T. (1993). Aproximaciones a la psicoterapia: Una introducción a los tratamientos
psicológicos. Barcelona: Paidós.
Fernández-Alvarez, H. (2016). Reflections on supervision in psychotherapy, Psychotherapy Re-
search, 26 (1), 1-10. doi: 10.1080/10503307.2015.1014009.
Gore, F., Bloem, P., Patton, G., Ferguson, J., Joseph, V., Coffey, C., & Mathers, C. (2011). Global bur-
den of disease in young people aged 10-24 years: a systematic analysis. The Lancet, 377(9783),
2093-2102.
Olfson, M., Druss, B, & Marcus, S. (2016) Trends in Mental Health Care among children and adoles-
cents. The New England Journal of Medicine, 21 (1), 2029 — 2038, D01: 10.1056/NEJMsa1413512
Senge, R(1990). La quinta disciplina. Cómo impulsar el aprendizaje en una organización inteligente.
Buenos Aires: Granica.
Weisz, J., Kuppens, S., Ng, M., Eckshtain, D., Ugueto, A., Vaughn-Coaxum, R., . Chu, B. (2017).
What five decades of research tells us about the effects of youth psychological therapy: a multi-
level meta-analysis and implications for science and practice. American Psychologist, 72(2), 79.
Weisz, J., McCarty, C., & Valed, S. (2006). Effects of psychotherapy for depression in children and
adolescents: a meta-analysis. Psychological bulletin, 132(1), 132.
Weisz, J., Vaughn-Coaxum, R., Evans, S., Thomassin, K., Hersh, J., Lee, E., & Mair, P. (2019). Effi-
cient monitoring of treatment response during youth psychotherapy: the Behavior and Feelings
Survey. Journal of amical Child & Adolescent Psychology, 1-15.
X
Capítulo 1
María T Gonzálvez
José P Espada
Mireia Orgilés
Universidad Miguel Hernández, España
De 3 a 4 años:
- Hablar en presente ("aquí Sf ahora").
- Intercalar juegos durante la conversación.
- Uso del juego simbólico para representar situaciones.
- Conversación guiada por el adulto, con el apoyo de juguetes, objetos o cuentos.
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Gonzálvez 1 Espada 1 Orgilés
De 4 a 5 años:
- Introducir el objetivo de la conversación.
- Reforzar las iniciativas del niño.
- Uso de objetos, juguetes o cuentos para representar situaciones de la vida cotidiana.
De 6 a 8 años:
- Capacidad para hablar de pasado y futuro cercano.
Introducción de temas de aprendizaje escolar y ocio.
Preguntar en sentido espacial en lugar de temporal ("qué", "dónde").
- Evitar entonación excesiva que parezca infantil. Usar la comunicación gestual.
De 8 a 9 años:
- Seguir alternando juego con conversación.
- Uso de lenguaje más complejo y expresividad emocional.
- Reforzar la participación y colaboración.
De 10 a 12 años:
- Atención a las respuestas de deseabilidad social.
- Sintetizar lo hablado para asegurarse una buena comprensión.
- El tiempo de conversación puede prolongarse si los temas le motivan.
De 12 a 18 años:
Comprenden el sentido de la entrevista y saben ponerse en el lugar de la otra
persona.
- Posibilidad de abordar diferentes temas.
- Razonamiento abstracto e hipotético.
Valoran las cosas moralmente basándose en sus principios individuales.
Conciencia social y de sí mismo.
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Dificultades Estrategias
Problemas en la comunicación (no Provocar y reforzar conductas de acercamiento
habla, no colabora, se queja, inte- y hablar de temas agradables para el niño.
rrumpe, etc.) Extinción de conductas de queja e interrupción.
3
Gonzálvez 1 Espada 1 Orgilés
Psicoeducación
Es fundamental que los padres entiendan bien el funcionamiento de la conducta, para
así poder reforzar o penalizar ciertos comportamientos a través de diferentes técnicas. De
acuerdo con Romero (2014), las pautas que se deben proporcionar a los padres son las
siguientes: reducir el número de órdenes, dar instrucciones breves, claras y específicas,
formuladas en positivo y que sean realistas. Tanto las órdenes como los reforzadores de-
ben aplicarse consistentemente, aplicando avisos.
Asimismo, es necesario entrenar a los padres en la aplicación de las siguientes técnicas,
que deben aplicarse de manera contingente a la conducta y lo más inmediatamente posible.
Reforzamiento positivo: consiste en administrar refuerzos cuando el niño emita
conductas adecuadas. Dichos refuerzos han de ser inmediatos, contingentes a
la conducta y de importancia para el niño (deben asegurarse de que tienen un
papel .motivador para él). La economía de fichas es uno de los programas más
empleados en el ámbito clínico.
Coste de respuesta: cada vez que el niño muestre una conducta no deseada
pierde puntos anteriormente ganados en su programa de reforzamiento o un
privilegio que tenía hasta el momento.
Contrato conductual o de contingencias: es un acuerdo por escrito en el que
se describen las conductas que el menor está dispuesto a realizar y las conse-
cuencias que se derivan de su cumplimiento o incumplimiento. Habitualmente se
emplea con adolescentes.
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Actividades agradables
Para garantizar el mantenimiento de la conducta positiva es recomendable fomentar
actividades agradables junto al niño y generar momentos de ocio.
Control de la activación
Cuando el niño presente conductas agresivas, es necesario el entrenamiento en respi-
ración o relajación para generar alternativas a su conducta. En el caso de los adolescen-
tes, la técnica más empleada es la relajación progresiva de Jacobson (1938), mientras que
en los niños se considera más apropiada la relajación infantil de Koeppen (1993).
Entrenamiento en autocontrol
Ante los episodios problemáticos de los niños, es importante que los padres se man-
tengan tranquilos, por lo que resulta fundamental enseñarles a gestionar la situación e ins-
truirles a la hora de hacer frente a la conducta disruptiva, buscando opciones alternativas.
Al mismo tiempo, es necesario entrenar al menor en técnicas que pueda autoaplicarse
para evitar conductas antisociales.
Entrenamiento en autoinstrucciones
Consiste en entrenar al niño en el uso de instrucciones positivas y autoverbalizaciones,
que le permitan afrontar situaciones o tareas de forma más adaptativa y prosocial, redu-
ciendo la impulsividad.
5
Gonzálvez 1 Espada 1 Orgilés
Por tanto, aunque los procedimientos para tratar la depresión infantil y adolescentes
son muy diversos, se consideran como básicos los que se describen a continuación.
Educación emocional
El objetivo es que el niño entienda que existen diferentes emociones y que aprenda a
identificarlas y diferenciar aquellas que le hacen sentir bien. Quiles y León (2014) descri-
ben diferentes técnicas y dinámicas para trabajar las competencias emocionales, como
son la toma de conciencia de las propias emociones, el fomento de la empatía, la expre-
sión emocional, la autorregulación emocional y el fomento de la autoestima.
Actividades agradables
El objetivo es que el niño entienda que puede hacer algo para cambiar su estado de
ánimo. Para identificar las actividades agradables del niño se le pregunta directamente
tanto a él, como a los padres o profesores. Es aconsejable combinar actividades diarias
(como jugar en el parque) con otras semanales (como ir al cine), comenzando siempre
por aquellas que sean más fáciles de realizar para el niño y preferiblemente de tipo social.
Se trata de aumentar progresivamente la cantidad de actividades agradables, así como la
calidad o grado de satisfacción obtenido por el niño.
Reestructuración cognitiva
Esta técnica supone explicar al niño el modelo por el que los pensamientos son los
principales responsables de los sentimientos, a través de ejemplos y con un lenguaje
adaptado a su edad. El objetivo es sustituir los pensamientos disfuncionales por otros
más adecuados. Para facilitar la puesta en práctica, pueden llevarse a cabo experimentos
conductuales (por ejemplo, invitar a sus amigos a casa y comprobar cuántos aceptan la
invitación, analizando las razones de los que rechazan la invitación cuando el niño piense
que no tiene amigos).
Entrenamiento en relajación
El procedimiento de relación progresiva se simplifica en niños, quedando un protocolo
abreviado de siete grupos musculares: 1) brazos, 2) frente y ojos, 3) boca, 4) cuellos, 5)
hombros, espalda y pecho, 6) estómago, y 7) piernas.
Una variante de esta técnica es utilizar los ejercicios de tensión-distensión con ayuda
de la visualización. Koeppen (1993) narra historias en las que participan diferentes anima-
les y el niño, con el fin de provocar tensión en las diferentes zonas del cuerpo.
Estos componentes básicos pueden complementarse con elementos adicionales, como
el entrenamiento en habilidades sociales (para solucionar los problemas de retraimiento
social asociados a la depresión), la resolución de problemas (para fomentar el afronta-
miento de los problemas) y la higiene del sueño y hábitos alimentarios, como característi-
cas clínicas de la depresión.
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Educación emocional
Consiste en realizar un entrenamiento para reconocer las señales que indican
activación fisiológica. Pueden utilizarse muñecos, dibujos y fotografías para que
el niño sea capaz de reconocer las señales.
Exposición gradual
Puede realizarse tanto en imaginación como en vivo (ésta última es más efec-
tiva). Previamente a la práctica de la exposición, se debe elaborar una jerarquía
con el niño, que varía en función de la línea base de la que se parte. Para poner
en práctica un ítem de la jerarquía, el anterior debe ser realizado al menos en dos
ocasiones sin manifestar señales de miedo. Se indica a los padres y al niño que
debe repetirse un paso de la jerarquía las veces necesarias hasta que el niño
logra permanecer en esa condición sin manifestar malestar. Si el niño se niega a
exponerse a un ítem determinado o lo hace manifestando una elevada ansiedad
en repetidas ocasiones, se puede introducir un ítem intermedio que sea menos
aversivo y pueda afrontar con éxito.
Imágenes emotivas
Se emplean como respuesta incompatible con la ansiedad en niños pequeños.
Se le pide que nombre un héroe y unos personajes que quieren que aparezcan
con él. Se van introduciendo los diferentes ítems de la jerarquía de forma gradual
dentro de la historia que se le va a contar.
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Gonzálvez 1 Espada 1 Orgilés
Modelado participante
Esta técnica resulta efectiva cuando se trata de fobias que requieran exposi-
ción física del niño al estímulo al que teme (por ejemplo, fobia a los animales).
Reestructuración cognitiva
El objetivo es que entienda que lo que le asusta no es la situación ni lo que
ocurre, sino lo que él piensa o imagina. En niños pequeños se pueden emplear
cuentos para que comparen lo que habían pensado que iba a ocurrir y lo que
realmente ha pasado.
Psicoeducación
Para lograr el éxito de la intervención, los padres deben saber que un estilo
sobreprotector y un alto nivel de exigencia aumenta sus preocupaciones y le ge-
nera insatisfacción con los resultados obtenidos. El papel de los padres es fun-
damental para que la terapia resulte eficaz, supervisando el cumplimiento de las
tareas para casa y extinguiendo las quejas y preocupaciones. Los padres deben
atender brevemente cada preocupación, extinguiendo rumiaciones que ya hayan
sido abordadas.
Respiración profunda
Se debe enseñar en sesión al niño a realizar inspiraciones lentas y profundas.
El éxito del entrenamiento en respiración profunda es la práctica, por lo que los
padres deben supervisar la ejecución. Para ello, se les puede instruir en juegos
(p. ej., hacer burburjas).
Relajación
El procedimiento más recomendado para niños es la técnica de Koeppen
(1993), basada en la imaginación. Se le pide al niño que tense y relaje diversas
zonas de su cuerpo mientras imagina determinadas escenas.
Reestructuración cognitiva
En primer lugar, el niño debe identificar sus pensamientos negativos o pre-
ocupaciones excesivas. Para ello, debe completar autorregistros cada semana
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Disomnias
Insomnio Dificultad en iniciar el sueño solo o reanudarlo tras un des-
pertar nocturno.
Parasomnias
Pesadillas Fenómenos oníricos angustiosos, donde el niño es capaz de
explicar con claridad qué es lo que ha soñado.
Similares a las pesadillas, pero se caracterizan por llanto
brusco e inesperado del niño, con una expresión de miedo
Terrores nocturnos intenso y sudor frío, siendo muy difícil despertar al niño.
Repetición automática de conductas aprendidas durante la
Sonambulismo vigilia, con el niño profundamente dormido. Al despertar el
niño suele manifestar amnesia del episodio.
Somniloquia Se caracteriza por el habla mientras se permanece dormido.
Bruxismo Contractura excesiva de los maxilares que produce un ruido
típico de rechinar de dientes que no despierta al niño.
Movimientos rítmicos Movimientos rítmicos y estereotipados que implican todo el
cuerpo y los miembros o sólo la cabeza sobre la almohada.
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Gonzálvez 1 Espada 1 Orgilés
no sólo le cuesta conciliar el sueño, sino que también es más probable que se
despierte durante la noche.
3. Incluir una rutina: cepillarse los dientes, ducharse y ponerse el pijama dentro de
la rutina de irse a dormir.
4. Arropar al niño en su propia cama. Puede también formar parte de su rutina
habitual contarle un cuento (en ese caso es importante tenerlo en cuenta para
calcular el tiempo que el niño necesita descansar).
5. Si el niño está intranquilo y tiene dificultades para calmarse, podemos prever las
siguientes actividades: cantarle una canción, hablarle sobre lo que va a hacer el
día siguiente, entregarle algo con lo que se sienta a gusto (chupete, osito, manta,
etc.) o ponerle música relajante.
6. Despedirse hasta mañana por la mañana, apagar la luz y salir de la habitación,
diciéndole "buenas noches, que duermas bien".
7. Si el niño llora o llama a los padres, es importante tratar de tranquilizarle desde
su habitación diciéndole que se duerma (a menos que sea una señal de urgen-
cia que requiera que acudan a su cama). Cuando se levante y vaya donde se
encuentren los padres, hay que llevarlo de nuevo a su habitación y meterlo en la
cama, diciéndole de manera firme pero cálida: "Debes quedarte en la cama. Si
te levantas, te traeré de nuevo a tu cama". Esta acción debe repetirse de forma
consistente cada vez que se levante.
Resulta efectivo pegar un gráfico en el que cada recuadro equivalga a una noche
de la semana. Si no se levanta, marcar una señal en el recuadro correspondiente
y poner una cara alegre o algún otro sticker (también se puede dejar al niño que
coloree una parte de un dibujo).
Es importante alabar cada uno de sus logros y prometerle alguna recompensa
especial para el fin de semana (invitar a un amigo a merendar a casa, ir al par-
que, etc.) por completar el gráfico, momento en que se debe quitar de la habita-
ción del niño y colocarlo en un lugar de honor en el salón.
2.4.2. Alimentación
Durante la primera infancia pueden producirse problemas relacionados con la
comida, como la aversión a ciertos alimentos o la falta de apetito. Según la Guía
de la Práctica Clínica sobre Trastornos de la Conducta Alimentaria (2009), éstos
se diagnostican en niños por debajo de los 6 años y tienen que ver con algo más
global que comprende también la relación del niño con sus padres y la influencia
que la familia o los cuidadores ejercen sobre él. Por ello resulta fundamental el
control de la familia y su implicación en los tratamientos.
Entre los trastornos asociados al acto de comer, se encuentran los que se deta-
llan a continuación (Ortigosa, Villalba, y Riquelme, 2012).
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Existen diversas estrategias conductuales para apoyar tanto la adquisición inicial del há-
bito alimentario como para resolver los casos en los que surjan problemas de alimentación.
1. Exposición gradual al alimento: se introduce de forma progresiva y repetida el ali-
mento, teniendo en cuenta las variables de visibilidad, cantidad e intensidad del
olor y sabor. Por ejemplo, las legumbres se pueden enmascarar convirtiéndolas
en puré.
2. Manejo de contingencias:
a. Refuerzo: se aplica o bien a comportamientos correctos en la mesa o bien a
la ingesta de alimentos: "Si comés toda la verdura podrás agarrar de la hela-
dera tu postre favorito".
b. Extinción: se retira la posibilidad de obtener refuerzo ante conductas disrupti-
vas (rabietas, escupir, etc.). Cuando empiece a jugar con la comida o a tirarla,
retirársela y decirle con calma: "Se ha terminado".
3. Modelado: en estas edades puede ser útil el modelado simbólico mediante per-
sonajes de ficción con los que el niño se identifica.
4. Control estimular: se eliminan todos los estímulos ambientales que dificultan la
conducta que se quiere instaurar y se potencian los que favorecen la aparición
de la conducta deseada. Por ejemplo, si la televisión actúa como distractor, es
aconsejable apagarla. En cambio, es posible que comer con su plato favorito
estimule al niño a comer.
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Gonzálvez 1 Espada 1 Orgilés
Edad
Procesos
(en años)
Control vesical Control intestinal
0-1 Micción automática Defecación automática
1-2 Conciencia de necesidad de orinar Inicio control diurno y nocturno
3-4 Control diurno Control diurno y nocturno
Duplicación de la capacidad vesical
Inicio voluntario micción
Inhibición voluntaria micción
4-5 Control nocturno
Posposición voluntaria micción
Inhibición micción durante el sueño
5 o más Diagnóstico enuresis Diagnóstico encopresis
Tratamiento precoz
Con respecto a los métodos para entrenar al niño en el uso del baño, se clasifican en
aquéllos dirigidos al niño y los dirigidos a los padres.
Los primeros se fundamentan en la participación activa del niño, mientras que los mé-
todos dirigidos a los padres reservan un papel pasivo al niño (Choby y George, 2008).
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
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Gonzálvez 1 Espada Orgilés
ocurrir en edades como los 2 años (Chowdhury y Heyman, 2004). Según el DSM-5 (APA;
2013), los diferentes tipos de trastornos por tics son: trastorno de Tourette, trastorno por
tics motores o vocales crónicos y trastorno por tics transitorios.
El tratamiento de inversión de hábito propuesto por Azrin (Azrin y Peterson, 1988) es
el procedimiento psicológico más eficaz para el tratamiento de los tics. Esta intervención
incluye diferentes componentes, que se detallan a continuación (Bados, 2002).
Relajación
Ayudar al niño a relajarse cuando está nervioso, reduciendo la ocurrencia de los tics.
Apoyo social
Las personas significativas recuerdan al niño cuándo realiza los tics sin corregirlos y le
animan por los esfuerzos y progresos que realiza.
Exhibición de la mejora
A medida que el niño mejora, debe buscar aquellas situaciones, actividades y personas
que ha evitado previamente debido a los tics, con el fin de hacer patentes sus progresos.
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EL ESTADO ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
tratamientos psicológicos de los que se puede decir que están "bien establecidos", como
se describe a continuación.
La terapia de conducta, incluyendo el enfoque cognitivo, es hasta el momento el único
tratamiento psicológico para la depresión infantil del que se dispone apoyo empírico. Tanto
el programa "Acción" (Stark, 1996) como su equivalente en español "Emoción-acción-cog-
nición" (Méndez, 2008) incluyen los dos procedimientos sobre los que existe evidencia de
su eficacia: entrenamiento en habilidades sociales y reestructuración cognitiva.
Los problemas relativos a la timidez, el aislamiento, la inhibición y fobia social o tras-
torno de ansiedad social no han sido considerados durante muchos años. Ateniendo a los
criterios de la Task Force (1995) sólo dos tratamientos pueden ser calificados como bien
establecidos: el modelado simbólico de O'Connor (1969) y el GCBT-A (Albano, Marten, y
Holt, 1991).
De igual forma que ha sucedido con otros trastornos internalizados, se ha subestimado
el malestar y las repercusiones negativas de las fobias en la infancia. La evidencia sobre la
eficacia del tratamiento psicológico para las fobias en niños y adolescentes es importante.
El nivel de eficacia de los tratamientos "bien establecidos" es alto, siendo éstos la desen-
sibilización sistemática en vivo, la práctica reforzada y el modelado participante. A su vez,
los tratamientos "bien establecidos" comparten la interacción gradual en vivo con los es-
tímulos fóbicos, constituyendo este elemento común la base del tratamiento de elección.
Con respecto a los problemas de autonomía, y más concretamente en referencia al
control de esfínteres, la evidencia sobre el método de la alarma para la enuresis nocturna
es incuestionable. El entrenamiento en cama seca con alarma es una alternativa también
"bien establecida".
En cuanto al tratamiento de la encopresis, no existe ningún procedimiento "bien esta-
blecido", por lo que a día de hoy se requiere de datos claros sobre los resultados obtenidos
de un tratamiento, diferenciando con claridad entre remisión y curación de la encopresis.
Conclusiones
En este capítulo se pretendía dotar de recursos teóricos y técnicos para el aborda-
je de la psicoterapia infanto-juvenil. En concreto, facilitar material actualizado sobre la
psicopatología y psicoterapia de niños y adolescentes, así como presentar pautas de
diseño de tratamiento para diferentes situaciones clínicas. Por tanto, este capítulo es una
herramienta para estudiantes que decidan orientar su formación y práctica en la clínica
de niños y adolescentes.
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16
Capítulo 2
LA CONCEPTUALIZACIÓN DE CASOS
EN CLÍNICA INFANTOJUVENIL
La conceptualización de casos es un enfoque que permite a los clínicos elegir entre las
teorías psicológicas y los tratamientos empíricamente validados para poder comprender
los problemas que presentan los consultantes e individualizar las intervenciones (W. Ku-
yken, C. Padesky, & R. Dudley, 2009; Neze, Nezu, & Lombardo, 2004; Person, 2008). En
la mayoría de los modelos de competencias internacionales, donde se detallan las compe-
tencias que los psicoterapeutas deben desarrollar, se considera que la conceptualización
de caso es sinónimo de formulación clínica y conlleva la especificación de objetivos, el
diagnóstico y la evaluación de la situación (European Association for Psychotherapy, 2013,
2017; Kaslow, 2004). Para ello, será necesario conocer y manejar un cuerpo teórico am-
plio y coherente y aplicar ese bagaje teórico al caso particular de la persona que consulta
(Eells, 1997; Lievendag, 2014).
17
Genise I Crocamo
Siguiendo a Sperry and Sperry (2012), una correcta formulación de caso se encuen-
tra comprendida por cuatro componentes: una formulación diagnóstica, una formulación
clínica, una formulación conceptual y una formulación terapéutica. (Ver tabla 1). En otras
palabras, una conceptualización de caso completa se reconoce por la capacidad de res-
ponder a las siguientes preguntas:
• ¿Qué pasó?
• ¿Por qué pasó?
• ¿Cuál es el rol que juega la cultura en ésta situación?
• ¿Qué podría hacerse acerca de ésta situación?
Componentes Descripción
Provee una descripción del problema presentado por
Formulación Diagnóstica el consultante, sus factores desencadenantes, patro-
nes de personalidad, brinda respuesta a las pregun-
tas fundamentales que permiten arribar a un diagnós-
tico DSM.
Provee una explicación de los patrones que presen-
Formulación Clínica ta el consultante. Responde a las preguntas del tipo
¿por qué? (e.g. ¿por qué ocurrió esto?) es el com-
ponente central en una conceptualización de caso ya
que permite conectar el diagnóstico con la formula-
ción terapéutica.
Provee un análisis de los factores sociales y cultu-
Formulación Cultural rales. Responde a la pregunta ¿Cuál es el rol que la
cultura está jugando en esta situación?, niveles de
aculturación y estrés.
Provee un mapa para la planificación de las interven-
ciones. Conjuga las formulaciones anteriores y res-
Formulación Terapéutica ponde a la pregunta ¿Cómo puede cambiar? Contie-
ne los objetivos de tratamiento, el foco, las estrategias
y las intervenciones específicas. Permite al terapeuta
anticiparse de los desafíos y obstáculos que se pre-
sentarán durante la cumplimentación de los objetivos.
entrevistas pautadas, o seguir las indicaciones que se le brindan como ser que el niño
cuente con mayor tiempo de ocio y esparcimiento, o llevar a cabo una reducción horaria
escolar porque la doble jornada no se adapta a las necesidades de su desarrollo.
Johnstone y Dallos (2006) teorizaron las fases que tienen en común las diversas moda-
lidades de formulación de casos: sintetizar el problema central del paciente, sugerir cómo
las dificultades del paciente se relacionan entre sí mediante principios y teorías psicológi-
cas, explicar —basándose en la teoría— el desarrollo y mantenimiento de las dificultades del
paciente en la actualidad, indicar un plan de intervención basado en principios y procesos
psicológicos ya identificados, y por último, revisar y reformular lo realizado.
Keyken, Padesdky, & Dudley (2009) comentan que la investigación comienza a demos-
trar que el uso de la conceptualización de casos se encuentra vinculado a resultados tera-
péuticos positivos. Los autores proponen contemplar las siguientes variables al momento
de diseñar una formulación de casos:
20
LA CONCEPTUALIZACIÓN DE CASOS EN CLÍNICA INFANTOJUVENIL
Asimismo, es parte del espíritu colaborativo de la terapia cognitiva compartir con los pa-
cientes la conceptualización del caso de manera cuidadosa, solicitarles feedback y utilizar
esta información para lograr los objetivos propuestos (Newman, 2012).
Sin embargo, para Hofmann y Asmundson (2017) la formulación de casos presenta
una serie de desventajas, cuya principal crítica es que se apoya en la idea que el clínico
se encuentra en condiciones de realizar una formulación cognitiva precisa del consultante.
Dado que aprender a conceptualizar casos puede resultar difícil, los terapeutas deben en-
trenar esta competencia en virtud de poder crear, testear y revisar la formulación realizada.
Aún luego de haber sido entrenados, no todos los terapeutas logran crear formulaciones
de casos precisas.
Sin importar el formato específico que se utilice para ayudar a construir una formulación
de caso cognitiva, existe un número de elementos que conjugan la problemática actual del
consultante, sus pensamientos, emociones y conductas, y las creencias subyacentes que
están involucradas en los pensamientos, emociones y conductas actuales. El terapeuta
cognitivo conductual emplea un abordaje estratégico y se encuentra interesado en com-
prender cuáles son los factores de mantenimiento y desencadenantes de dichas creencias
(Beck & Dozois, 2011; Beck & Haigh, 2014).
21
Genise Crocamo
Friedberg and McClure (2002) refieren que tal como se viene mencionando, las con-
ductas de los niños y adolescentes son complejas de poder determinar.
\
HISTORIA Y CONTEXTO )
DESARROLLO CULTURAL
$
MOTIVO DE CONSULTA
(-- ■
SÍNTOMAS
ANTECEDENTES Y
CONSECUENCIAS
DE LA
CONSULTA 41-,
7 PSICOLÓGICOS
Á
2 ESTRUCTURAS
COGNITIVAS
INTERPERSONAL ÁNIMO
COGNICIÓN CONDUCTA
De acuerdo al gráfico 1 las variables que rodean al motivo de consulta (historia y de-
sarrollo, contexto cultural, antecedentes y consecuencias de la conducta y estructuras
cognitivas) se encuentran interrelacionadas e influenciadas una con la otra. Las otras va-
riables que están vinculadas al motivo de consulta (síntomas psicológicos, ánimo, conduc-
ta, cognición e interpersonal) interactúan con el motivo de consulta de un modo similar.
Para lograr tener un panorama completo, el terapeuta de niños deberá recoger e integrar
los datos provenientes de distintas fuentes lo que permitirá realizar una síntesis de dicha
información que luego guiará el plan de tratamiento (Kendall, 2000).
A) Motivo de consulta
El primer paso consistirá en poder identificar de manera precisa el motivo que trae a
consulta al niño, adolescente y a su familia. Person (2008) sugiere dividir los problemas
que involucran al motivo de consulta en cognitivos, psicológicos, comportamentales, emo-
cionales e interpersonales.
Por ejemplo, un niño de 11 años que expresa no tener autoestima y sus padres refieren
querer que su hijo sea feliz. Del modo en que presentan el problema tanto el niño como
los padres resulta muy vago, esto no permite obtener una clara descripción del problema
y los desafíos que el niño atraviesa en su vida cotidiana. Por el contrario, una descripción
22
LA CONCEPTUALIZACIÓN DE CASOS EN CLÍNICA INFANTOJUVENIL
que incluya los diversos aspectos anteriormente mencionados, permitirán al terapeuta una
mejor comprensión de la problemática. Dentro de los aspectos conductuales se incluyen
timidez al vincularse con sus pares o el despliegue de conductas evitativas ante tareas
desconocidas por el niño, dificultad en persistir con actividades desafiantes. Los com-
ponentes emocionales incluyen irritabilidad, ansiedad y algo de tristeza. Dentro de los
aspectos interpersonales: poseer pocos amigos. Finalmente, se incluyen componentes
cognitivos tales como "no soy divertido", "ningún chico quiere estar conmigo" "nadie me
comprende, todos están en contra mío".
B) Evaluación
La evaluación clínica infantil y adolescente, es un tema relativamente reciente'. Cual-
quier teoría debe tener en cuenta que una aproximación a la evaluación infantil tiene que
cumplir con los siguientes requisitos:
• Una aproximación multimodal. Puesto que las conductas infantiles pueden resul-
tar difíciles de percibir y por tanto variar según distintos entornos, informantes y
técnicas empleadas.
Adecuadas características psicométricas de las técnicas utilizadas.
Normas evolutivas de comparación. Cualquier evaluación que se hace de un
niño tiene que ser referida a un determinado nivel de edad, puesto que la norma-
lización de la medida en función de esta variable es esencial. Atención al entorno
del niño. El aprendizaje social es una de las estrategias más potentes que el niño
utiliza para adaptarse a su medio; por tanto, es imprescindible saber cuáles son
las características del entorno para entender la conducta del niño.
Una aproximación que tenga en cuenta estos requisitos, está en el camino de hacer
una evaluación seria y adecuada del mundo infantil. El olvido o descuido de alguno de
ellos puede conducir a una inexactitud en la toma de datos, y por tanto, a una inadecua-
ción del proceso diagnóstico.
Sin importar el instrumento seleccionado, la evaluación inicial provee la línea de base
para el trabajo terapéutico. La toma de decisiones con respecto a los objetivos iniciales de
tratamiento y las estrategias de intervención futura pueden mejorarse mediante el uso de
datos de pruebas estandarizadas (Friedberg & McClure, 2002).
' Si bien a éste tema se le dedicará un capítulo completo, aquí se realizará una breve descripción de las variables
necesarias a tener en cuenta al momento de considerarlas para la conceptualización de casos.
23
Genise 1 Crocamo
24
LA CONCEPTUALIZACIÓN DE CASOS EN CLÍNICA INFANTOJUVENIL
La información acerca del desarrollo del niño también nos acercará a la historia de los
cuidadores. ¿Qué podría significar que una madre no tenga registro sobre los hitos evo-
lutivos de su hijo? Tal vez la madre presente dificultades en la memoria, en la atención o
no repare importancia en estos eventos. También esto nos permitirá indagar qué estaba
sucediendo en esa época ¿estaba la madre deprimida?¿presentaba problemas con cier-
tas sustancias?. La historia de apego del niño con sus cuidadores también será un tema
que el terapeuta deberá indagar durante el proceso de evaluación y recopilación de infor-
mación. Se han encontrado efectos en la respuesta de los tratamientos de niños y adoles-
centes vinculadas a la psicopatología de los padres, la disfunción familiar y la tensión de
los cuidadores (Schleider et al., 2015). Por consiguiente, los terapeutas deben estar en
condiciones de orientar a los padres desde el momento inicial en el que se conceptualiza
el caso. Para ello, es menester del terapeuta considerar que los padres hacen lo mejor
que pueden con los recursos que tienen, lo que no significa desestimar que muchas veces
su propia actuación puede funcionar como factor de mantenimiento de las conductas dis-
funcionales de sus hijos, pero implica que el terapeuta se posicione de manera empática.
Continuando con la indagación acerca del desarrollo, la historia del desempeño escolar
es también de vital importancia. Es la escuela donde el niño responde a las demandas,
demuestra productividad e interactúa con otros.
También sugerimos evaluar la prácticas disciplinarias que implementan los padres con
su hijo ya que desearemos conocer cómo se refuerzan las conductas deseadas y cómo se
manejan los padres con las indeseadas. Esto también nos permitirá conocer el estilo que
manejan los padres en cuanto a las prácticas de crianza de sus hijos.
Finalmente, indagaremos sobre los tratamientos anteriores (en caso de existir). El tipo,
la duración, cómo fue la respuesta al tratamiento, si alcanzaron los objetivos deseados,
cuál es la representación que tienen tanto los padres como el niño de la psicoterapia.
E) Variables Cognitivas
Una completa conceptualización de caso debe incluir los procesos, estructuras y con-
tenidos cognitivos tanto del consultante como de sus cuidadores, incluye también los pen-
samientos automáticos, esquemas cognitivos y distorsiones cognitivas. A continuación,
describiremos brevemente cada uno de estos componentes:
1. Pensamientos automáticos: estos se definen por su carácter impuesto, son pen-
samientos que surgen en el fluir del pensamiento normal y condicionan su direc-
ción o curso; se les suele atribuir una certeza absoluta, no suelen ser cuestio-
nados por este motivo, condicionan la conducta y el afecto. Generalmente son
25
Genise Crocamo
A) Motivo de consulta
Martín de 6 años concurre a segundo grado en un colegio de gestión privada de doble
escolaridad. Sus padres solicitan la consulta a pedido del colegio y su pediatra de cabe-
cera debido a que Martín últimamente presenta dificultades para permanecer en el aula,
escapándose y corriendo por los pasillos.
Anteriormente, durante su escolaridad de nivel inicial, le habían solicitado realizar una
consulta psicológica debido a que mordía y pegaba a sus compañeros y docentes. En ese
momento, los padres consultaron a una profesional y al poco tiempo de iniciado el trata-
miento, decidieron suspenderlo dado que no evaluaban resultados positivos.
La madre de Martín refiere, al momento de la consulta, que se distrae fácilmente, le
cuesta focalizar la atención y mantenerse sentado. Suele enojarse con facilidad en el cole-
gio y agredir físicamente tanto a docentes como a compañeros. Ambos padres comentan
que no observan estas conductas en el hogar y refieren encontrarse sorprendidos por la
conducta de su hijo ya que su hermana mayor no presentó mayores dificultades en su
crianza mostrando hasta el momento un rendimiento académico ejemplar.
En la entrevista con el niño, Martín menciona que se enoja con facilidad y que viene al
psicólogo porque se porta mal. Comenta que en el colegio no tiene amigos con quien jugar
en los recreos.
B) Evaluación
Se llevó a cabo una evaluación neuropsicológica con el objetivo de conocer el perfil
cognitivo del niño. Los instrumentos utilizados fueron: SNAP IV, GADS, CBCL, WISC V,
TMT Ay B, NEPSY II y BRIEF a padres.
Durante la evaluación Martín mostró dificultades para adaptarse a la situación con mar-
26
LA CONCEPTUALIZACIÓN DE CASOS EN CLÍNICA INFANTOJUVENIL
E) Variables Cognitivas
Algunos de los pensamientos automáticos que expresaba Martín al inicio del trata-
miento eran: "yo no soy un buen chico", "todos se alejan de mí porque me enojo y me
porto mal", "la seño no me quiere porque dice que hago lío", "todos se enojan conmigo",
"no voy a poder portarme bien nunca", "a mí nadie me puede ayudar". Sus distorsiones
cognitivas características incluyen pensamientos dicotómicos, inferencias arbitrarias, per-
sonalización y generalización. Dado que Martín solo tiene 6 años, sus esquemas aún no
se encuentran completamente formados. Sin embargo, es sensible a desarrollar creencias
nucleares tales como "soy una mala influencia para otros", "ser diferente me transforma
en una persona aislada en un mundo donde los demás son más inteligentes o mejor pre-
parados de que yo".
Conclusiones
Tal como se mencionó al comienzo, la conceptualización forma parte de la fase inicial
de la psicoterapia y es considerado momento clave para finalizarla de manera exitosa
(Fernández, Krause, & Pérez, 2016; Oddli & Halvorsen, 2014) puesto que nos permitirá
trazar la ruta de acción a lo largo de todo el proceso
Sin embargo, no se trata de una tarea fácil, el desarrollo de las habilidades para con-
ceptualizar casos se adquiere por instrucción directa, supervisión y práctica clínica (Sperry
& Carlson, 2014). También, requiere de la aplicación de un cuerpo teórico amplio y cohe-
rente al caso particular de la persona que consulta (Eells, 1997; Lievendag, 2014).
Aunque se trata de una de las competencias más valiosas para llevar a cabo la psico-
terapia (Falvey, 2001), los terapeutas suelen estar pobremente entrenados para llevar a
cabo esta tarea (Eells, 2007). Afortunadamente, la realización de entrenamientos especia-
lizados puede favorecer la adquisición de estas habilidades rápidamente. A modo de ejem-
plo, Kelsey (2014) realizó un estudio experimental con 85 terapeutas quienes fueron en-
trenados durante 2 hs. para conceptualizar los casos, como resultado se encontró que los
participantes mejoraron significativamente después del entrenamiento. El entrenamiento
del terapeuta infanto juvenil será abordado en el capítulo 3.
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29
Capítulo 3
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO
DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
31
Crocamo
2005), en otros, se afirma que el nivel educativo alcanzado y la cantidad de tiempo dedica-
do a actividades para desarrollar las habilidades profesionales predeciría la efectividad de
algunos tipos de terapia (Overholser, 2010; Wampold & Brown, 2005).
Para Klein, Bernard y Schermer (2011) la educación del terapeuta atraviesa diferentes
etapas: el entrenamiento en una profesión en particular, por ejemplo, medicina o psicolo-
gía, luego la educación de posgrado donde se define una orientación teórica, el entrena-
miento para desarrollar una especialidad que definiría su identidad profesional y, por últi-
mo, la educación profesional contínua en la que el terapeuta sigue desarrollándose como
profesional y busca mantenerse actualizado en su práctica.
Siguiendo este modelo, se puede observar claramente que la formación de grado es
necesaria, pero no suficiente para el ejercicio de la psicoterapia, los profesionales deben
desarrollar una serie de competencias entendidas como:
Se estima que entre el 3 y el 15% de los pacientes que concurren a psicoterapia tie-
nen una experiencia negativa (Boisvert & Faust, 2003; Crawford et al., 2016; Hardy et al.,
2017) que incluye el empeoramiento de los síntomas, la aparición de otros, el aumento
de la preocupación sobre los existentes, alteraciones en el funcionamiento del individuo,
generación de dependencia con el terapeuta y reticencia a buscar tratamiento en el fu-
turo (Barlow, 2010; Ortiz Lobos, 2013; Parry, Crawford & Duggan, 2016). Con respecto
al terapeuta, Ghraiba (2006) expresa que, a pesar de tener las mejores intenciones, las
intervenciones poco planeadas o mal ejecutadas pueden tener un impacto negativo en el
bienestar del paciente y concluye que cuanto menos competente sea el terapeuta mayor
probabilidad tiene de generar efectos adversos e iatrogenia.
Por otra parte, existe una creencia popular de que la realización de psicoterapia siem-
pre es algo positivo, y en lo que respecta a población infanto-juvenil se deben considerar
todas las variables y responder la siguiente pregunta: ¿Realmente se justifica iniciar un
proceso psicoterapéutico? Puesto que es primordial favorecer que los niños y adoles-
centes conserven su ambiente natural. Muchas veces asisten a doble jornada escolar y
concurren a múltiples actividades a contra turno, ya sea consultas profesionales o talleres
programados. Entonces, ¿generará efectos positivos iniciar terapia? Para ello, considerar
el movimiento que realiza la familia para concurrir a la consulta, ya sea desde el punto
de vista económico como logístico, se debe resguardar el buen funcionamiento de todos
los miembros de la familia y favorecer hábitos saludables ¿el niño descansa lo suficiente
32
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
Vínculo terapéutico
Proceso diagnóstico
Diseño, intervenciones
y técnicas
Evaluación y finalización
del proceso
33
Crocamo
1. Vínculo terapéutico
La psicoterapia es un tratamiento de colaboración, basado en el establecimiento de
una relación interpersonal, que abarca una compleja red de nexos personales entre el
terapeuta, el niño/adolescente, su familia y otros participantes significativos, y que incluye
aspectos tales como empatía, confianza, aceptación y contacto afectivo (American Psy-
chological Association, 2018; Botella & Maestra, 2016; Fernández Liria & Rodríguez, 2001;
Fuentes Pallas & Lorenzo Pontevedra, 2008). Con cada intervención del terapeuta existe
una posibilidad de ruptura en la relación, definida como los deterioros y puntos de desco-
nexión emocional entre paciente y terapeuta que crean un cambio negativo en la calidad
de la alianza terapéutica (Beutler & Harwood, 2000; Safran & Muran, 1996; 2000).
Si bien las particularidades de la alianza terapéutica en el tratamiento de niños y ado-
lescente serán abordadas en el capítulo 4, a modo de síntesis mencionaremos que la
mayoría de las investigaciones encuentran una relación significativa entre la calidad de
la alianza terapéutica y el desarrollo y los resultados finales de la psicoterapia (Andráde
González 2005; Botella & Corbella, 2003; Crits-Christoph, Gibbons, & Mukherjee, 2013;
Horvath, Del Re, Fluckiger & Symonds, 2011; Laws, et al., 2017; Wampold, 2015; Zil-
cha-Mano, 2017), al punto que algunos autores consideran que es el principal predictor de
cambio y que incluso podría ser suficiente para inducir el cambio por sí mismo (Baldwin &
Imel, 2013; Constantino, Romano, Coyne, Westra, & Antony, 2018; Duncan et al., 2010;
Garfield, 1994; Garay, Fabrissin, Korman, Etchevers & Biglieri, 2008; Norcross & Lambed,
2011; Zilcha-Mano, 2017).
Si bien no todos los psicoterapeutas deben tener que tener el mismo nivel de habilidad
para realizar cada tarea, existen una serie de competencias genéricas que deben poseer,
más allá del área de especialidad que tengan dentro de la clínica de niños/adolescentes.
2. Proceso diagnóstico
Una vez establecida la relación, los terapeutas deben estar en condiciones de eva-
luar las dimensiones cognitivas, afectivas y conductuales del niño o adolescente y su fa-
milia, proceso que requeriría elaborar un diagnóstico provisorio, conceptualizar el caso,
establecer el motivo de consulta, foco y objetivos terapéuticos, además de la formulación
de hipótesis.
34
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
Tal como se afirmaba previamente, no todas las competencias tienen el mismo nivel
de importancia puesto que dependerán del puesto de trabajo en el que se desempeñe el
profesional, algunas tareas se tornarán centrales y diarias mientras que otras simplemente
las deberá realizar de manera circunstancial.
En relación al último punto, muchas veces los terapeutas son reacios a dejar constan-
cia escrita de las intervenciones realizadas. También, suele suceder que los terapeutas
son resistentes a enviar informes escritos al colegio. Realizarlo es un deber del terapeuta
y recibirlo un derecho de la familia. Numerosos padres llegan a consulta, cuyos hijos han
sido evaluados en reiteradas ocasiones, y no tienen registro escrito de ello. También su-
cede que mientras el terapeuta realiza una evaluación psicológica los niños reconocen los
protocolos porque ya lo han completado y el profesional no tenía conocimiento de ello.
A modo de ejemplo, ¿cómo se puede actuar frente a un pedido de informe por parte del
colegio? En primer lugar, la comunicación telefónica puede darnos más información acer-
ca de lo que sucede, para qué necesitan un informe y cuál será el uso que se le dará. Con
frecuencia, los colegios simplemente quieren saber si realmente la familia ha consultado,
puesto que no confían en su palabra o simplemente ponerse a disposición. Otras veces
necesitan ayuda porque no saben cómo manejarse tanto con el niño/adolescente como
con la familia o deben tomar una decisión y buscan apoyo, opinión o un aliado.
En segundo lugar, aunque muchas veces no se dispone del tiempo para realizarlo, es
deseable acercarse a la institución escolar, observar el espacio, conversar personalmente
con los miembros de la comunidad educativa, escuchar qué tienen para decirnos. Como
resultado de estas acciones puede que no sea necesario redactar un informe ya que trans-
mitimos el mensaje que estamos disponibles de ser necesario más allá de las formalida-
des, aunque sería deseable dejar constancia escrita que permita tener información para
un seguimiento detallado.
A la hora de redactar informes, se sugiere remitirse a datos descriptivos, utilizar voca-
bulario de uso frecuente, evitar tecnicismos, la experticia del terapeuta se demuestra en
la simpleza de su lenguaje y no en una redacción técnica que pueda llevar a malos enten-
didos. Asimismo, tal como se mencionó, acompañar el informe escrito con una comunica-
ción telefónica o un encuentro personal para explicar los contenidos del informe escrito.
35
Crocamo
para abordar las diferentes condiciones clínicas en el marco de un plan de tratamiento que
potencie e integre los recursos disponibles.
El diseño de tratamiento implica la selección del área de intervención y las técnicas
más adecuadas que se deben aplicar (Fuentes Pallas & Lorenzo Pontevedra, 2008), in-
cluye la toma de decisiones acerca del tipo de tratamiento, formato, duración estimada,
objetivos y expectativas de resultado (Fernández-Álvarez, Pérez & Fraga Míguez, 2008;
García & Fernández-Álvarez, 2001). Según Fernández-Álvarez et al. (2008) los principales
elementos que se consideran a la hora de diseñar las intervenciones terapéuticas son:
datos básicos de identidad y referencia social, motivo de consulta declarado, evolución de
la demanda, tratamientos anteriores y resultados informados, antecedentes clínicos signi-
ficativos, acontecimientos vitales significativos, signos diagnósticos autodescriptivos, red
social y familiar, nivel de expectativa, motivación para el cambio y reactancia.
Hasta al momento, se han señalado cuatro competencias clínicas básicas que los psi-
coterapeutas deben desarrollar, además, deberán adquirir otras específicas de acuerdo al
tipo de patología abordada y el modelo teórico al que adscriban. Por ejemplo, se han ela-
borado modelos de competencias específicos para la terapia cognitivo conductual (New-
man, 2010; Roth & Pilling, 2008), terapia psicodinámica y psicoanalítica (Lemma, Roth &
36
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
Pilling, 2008), terapia sistémica (Pilling, Roth & Stratton, 2010) y psicoterapia humanísti-
ca-existencial (Roth, Hill & Pilling, 2009). Una vez determinadas las competencias clínicas
que se deben adquirir, cabe preguntarse cómo poder desarrollarlas.
Pertenencia a instituciones
y red de profesionales
Experiencia personal
y profesional
Supervisión
37
Crocamo
Escuela
- Directivos
- Equipo de orientación escolar
- Docentes
- Auxiliares
- Acompañante terapéutico
- Integrador escolar
Médicos
- Pediatra
- Neurólogo
- Psiquiatra
En primer lugar, la escuela representa para el niño, lo que para el adulto es su trabajo,
transcurren allí gran parte de su día, en algunas ocasiones más horas en el colegio que
despiertos en sus hogares. Dentro de este espacio, hay múltiples actores que deben ser
considerados durante el curso del tratamiento psicoterapéutico: directivos, miembros del
equipo de orientación escolar —psicopedagogos, asistentes sociales, psicólogos, fonoau-
diólogos-, docentes, auxiliares, acompañantes terapéuticos e integradores escolares. Se-
guidamente, los profesionales médicos, quienes en algunos casos conocen a los niños/
adolescentes antes que el terapeuta y probablemente conozcan diferentes facetas, tanto
de ellos como de sus familias. Finalmente, es muy común que el espacio de psicoterapia
no sea el único tratamiento en curso. Alguno de los tratamientos habituales que suelen
combinarse con la psicoterapia son: psicopedagogía, fonoaudiología, terapia ocupacional
y en menor medida psicomotricidad.
38
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
r
Experiencia profesional Experiencias interpersonales
\
r
Experiencias familiares Experiencias amorosas
2 \
r
Experiencias de salud Experiencias de duelo
Experiencias de un
Experiencias culturales
periodo hitórico
39
Crocamo
40
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
4. Supervisión
Por último, el indicador Supervisión, uno de los caminos más conocidos y utilizados
en Argentina para formarse como psicoterapeuta. Según Crocamo (2019) definida como
el proceso interpersonal de colaboración activa para recibir orientación y asesoría e inter-
cambiar criterios en relación a uno o varios casos clínicos durante toda la carrera profe-
sional, cuyo objetivo es mejorar el desempeño profesional y la calidad de los servicios
profesionales ofrecidos a los clientes (Barnett & Molzon, 2014; Bernard & Goodyear, 2014;
Bernard & Luke, 2015; Milne, 2007; Keegan, 2012).
En Argentina, en la vida cotidiana la palabra supervisión se utiliza en el ámbito del
control de calidad de un producto o servicio, el supervisor suele intervenir cuando se re-
quiere ayuda, resolución de una situación de la que no se posee conocimiento suficiente
o cuando se presenta alguna queja o conflicto (Fernández-Álvarez, 2016). La supervisión
se constituye como metodología de enseñanza y aprendizaje de la psicoterapia mediante
cuatro mecanismos: modelado, feedback, instrucción directa y aprendizaje autorregulado
a través de la práctica reflexiva (Bernard & Goodyear, 2014; Goodyear, 2014).
La supervisión como práctica se originó en la tradición del psicoanálisis y luego, en el
entrenamiento de otras orientaciones teóricas, se comenzó a exigir horas de supervisión
como actividad evaluativa de las destrezas y desempeño profesional (Bernard, 2015; Kee-
gan, 2012). Más allá de ser un requisito formal, la mayoría de los terapeutas supervisan su
trabajo (Andreucci Annunziata, 2016; Orlinsky & Ronnestad, 2005). Existen características
distintivas en la metodología e intensidad de la supervisión dependiendo de las necesida-
des del supervisado, la etapa profesional en la que se encuentra y el modelo teórico al que
adscribe (Falender & Shafranske, 2004; Barnett & Molzón, 2014). Por ejemplo, en las te-
rapias sistémicas se incluye como aspecto diferenciador la supervisión en vivo en cámara
Gesell, los supervisores forman parte del sistema terapéutico y, por lo tanto, pueden entrar
a la sesión de ser necesario (Daskal, 2008; Haley, 1976,1980).
En el ámbito clínico, la concurrencia a supervisión generaría mejores resultados en los
procesos psicoterapéuticos (Mullen et al., 2004), favorecería el desarrollo profesional y la
satisfacción laboral (Andreucci Annunziata & Bock Gálvez, 2015; Carless, Robertson, Wi-
lly, Hart, & Chea, 2012) y, por último, constituiría un factor de protección frente al estrés la-
boral y el agotamiento emocional (Andreucci Annunziata, & Bock Gálvez, 2015; Knudsen,
Roman, & Abraham, 2013; Wallace, Lee, & Lee, 2010). Puesto que, durante la supervisión,
se alienta a los supervisados a llevar a cabo actividades que reduzcan su nivel de estrés,
en algunas ocasiones puede ser difícil diferenciar el proceso de supervisión y la terapia
personal (Keegan, 2012; Padesky, 1996).
Un estudio argentino señala un alto grado de adhesión a la práctica, 85,6% de los te-
rapeutas supervisan su trabajo bajo diversas modalidades. Los diferentes tipos de super-
visión varían de acuerdo a los participantes que la componen, la modalidad, la frecuencia
41
Crocamo
de los encuentros, el tipo de dispositivo y los objetivos que persiguen (Crocamo, 2019).
Ver gráfico 5.
Frecuencia
Participantes
- Establecida: semanal, quincenal,
- Coordinado por un
mensual o mayor a mensual
terapeuta con
- Solicita si lo requiere
mayor trayectoria
- Pares
Modalidad
r
- Individual Dispositivo
- Grupal - Verbal
- Con apoyo de audio, video
Objetivos
- Verificar el proceso
- Corroborar criterios
- Trabajar implicaciones personales (sentimientos, sesgos, compartir
situaciones tóxicas ligadas al ejercicio de la profesión)
- Buscar alternativas y estrategias de intervención
- Establecimiento del encuadre
(honorarios, cumplimiento de asistencia y horario)
- Detección y corrección de errores y obstáculos
42
LA FORMACIÓN Y EL ENTRENAMIENTO DE LOS TERAPEUTAS INFANTO JUVENILES
Síntesis final
Durante este capítulo se han detallado algunas de las Competencias Clínicas Básicas
que los psicoterapeutas de niños y adolescentes deben desarrollar: Vínculo terapéutico,
Diseño, intervenciones y técnicas, Evaluación y finalización del proceso que luego serán
abordadas con mayor profundidad durante el desarrollo del manual. Asimismo, se han
establecido alguno de los medios para entrenar estas habilidades, denominados Indicado-
res asociados: Pertenencia a instituciones y red de profesionales, Experiencia personal y
profesional, Desarrollo personal y trabajo sobre sí mismo y Supervisión.
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47
Capítulo 4
LA ALIANZA TERAPÉUTICA EN EL
TRATAMIENTO DE NIÑOS/AS Y ADOLESCENTES
I. INTRODUCCIÓN
49
Núñez Hidalgo 1 Gómez Penedo
sistema terapéutico. La relación entre los padres y el terapeuta del/la niño/a o adolescente
se ha estudiado escasamente , a pesar de que la participación de los padres en la terapia
infanto-juvenil está asociada directamente a los resultados de ésta (DeVet et al., 2003,
Shirk y Saiz, 1992).
El estudio de la dimensión relacional en psicoterapia con niños/as y adolescentes, se
encuentra fuertemente anclado al concepto tradicional de alianza terapéutica propuesta
por Bordin (1979), sustentada en las dimensiones de acuerdo y colaboración consciente
en torno a metas y tareas terapéuticas y en el vínculo. Las investigaciones sobre la alianza
terapéutica con niños/as y adolescentes/as, se han apoyado en la utilización de instrumen-
tos de medición mayormente aplicados a terapeutas y padres. Los resultados principales
han asociado una buena alianza con mejoras en la parentalidad y en las interacciones fa-
miliares (Kazdin, Whitley & Marciano, 2006) y en disminución de sintomatología en niños/
as y adolescentes (Marker, Comer, Abramova, & Kendall, 2013).
Sin embargo, los trabajos en la materia aún son escasos, sugiriendo la necesidad de un
mayor volumen de investigaciones con foco en la alianza terapéutica con niños/as y ado-
lescentes, para alcanzar un entendimiento a la par de la investigación clínica con adultos.
Además, a nivel conceptual la alianza presenta importantes desajustes en el escenario
clínico infanto-juvenil, producto de que se genera desde el setting adulto, que tiene dentro
de sus características a un paciente que busca ayuda de modo directo y activo. Es por ello
que los resultados obtenidos en el estudio de la alianza terapéutica con niños/as y ado-
lescentes deben ser interpretados con cautela (Baylis et al., 2011). Específicamente los
elementos colaborativos de la alianza se presentan de modo diferente con el consultante
infanto-juvenil, quien generalmente es convocado desde el mundo adulto. La dimensión
de la alianza que prevalece con mayor claridad en la psicoterapia con niños/as y adoles-
centes es la vinculación afectiva entre terapeuta y paciente (Shirk & Karver, 2011).
En este contexto heterogéneo y de desarrollos incipientes, este capítulo presenta una
revisión del concepto de alianza terapéutica en niños/as y adolescentes, discutiendo sus
particularidades clínicas, teóricas evolutivas y metodológicas en la investigación clínica
infanto-juvenil. El objetivo central es integrar una perspectiva sensible desde el punto de
vista evolutivo al momento de estudiar los elementos relacionales del proceso terapéutico
con niños/as y adolescentes.
50
LA ALIANZA TERAPÉUTICA EN EL TRATAMIENTO DE NIÑOS/AS Y ADOLESCENTES
Si bien Bordin, así como Luborsky, al entender a la alianza dentro de un marco más
amplio que incluye todo tipo de relaciones de ayuda, generaron un puente entre las di-
ferencias conceptuales del término entre lo facilitador versus ingrediente activo. En esta
distinción conceptual, la alianza puede ser entendida como un elemento necesario para
apoyar el trabajo clínico y el cambio terapéutico, es decir, que facilita el proceso y el resul-
tado positivo de la terapia (Hatcher, & Barends, 2006). Sin embargo, para otros autores
destaca la alianza como un ingrediente activo de cambio en psicoterapia, al destacar la
importancia de un proceso dinámico de negociación en la formación y el mantenimiento de
la alianza, que la hacen curativa en sí misma (Safran, & Muran, 2006). Si bien el término
se usa para referirse a cada uno de estos roles, debe destacarse que una alianza positiva
entre paciente y terapeuta desde el inicio del tratamiento, que facilita la colaboración y
el despliegue de técnicas efectivas, es diferente del proceso de construir una alianza o
51
Núñez Hidalgo l Gómez Penedo
repararla, lo que tiene el potencial de crear una experiencia correctiva en la que la alianza
constituye un factor curativo (Zilcha-Mano, 2017).
De este modo, el concepto de alianza terapéutica ha sido objeto de importantes de-
bates, ya que reviste una dificultad central determinar la naturaleza que compone este
elemento esencialmente relacional. En ello se abre la pregunta respecto de cuáles son
los ingredientes que componen a la alianza: ¿es la alianza producto de una relación real,
consciente entre paciente y terapeuta, o bien se basa esencialmente en los elementos
trasferenciales de la relación? (Horvath, 2006).
Si bien, actualmente no existe un consenso generalizado respecto de la definición más
adecuada para la alianza, muchos investigadores han adoptado la definición panteórica
de Bordin (1979), la cual permite estudiar la relación entre alianza y resultados dentro de
variadas escuelas terapéuticas (Baldwin et al., 2007). Bordin (1979) es considerado el pri-
mero en proponer la investigación respecto de los efectos de la alianza independiente de
las perspectivas teóricas, disciplinas y roles profesionales (Baylis et al., 2011).
El uso primordial del modelo de Bordin para la investigación en alianza ha generado
apertura para comprender su peso dentro del proceso terapéutico, sin embargo su uso
masivo ha conllevado a importantes limitaciones en la comprensión de la profundidad del
elemento relacional como eje dinámico del cambio en psicoterapia. De este modo, el mo-
delo de Bordin enfatizaría en el rol de la colaboración consciente o racional, subestimando
la influencia de factores inconscientes tanto de terapeutas como de pacientes, afectando
la investigación en alianza que utiliza únicamente este modelo (Safran & Muran, 2006).
Por otra parte, se ha criticado que en el terreno de la investigación, el concepto de
alianza fue tratado como un fenómeno uniforme en dos sentidos: como similar entre dife-
rentes tipos de terapia y como estable en el transcurso del tiempo. No obstante, la alianza
puede variar según el informante que la describe y el contexto en el que lo hace (Kazdin
et al., 2006). Además, la relación terapéutica, como toda relación, evoluciona con el paso
del tiempo (Horvath, 2006).
Desde esta perspectiva, es fundamental incorporar la evolución de la alianza a lo largo
del tratamiento en las mediciones utilizados (Roussos, Gómez Penedo, & Muiños, 2016),
además de una comprensión más dinámica de los aspectos previos de pacientes y tera-
peutas que influyen en el encuentro relacional (Gómez Penedo, Morgade, Alalu, & Rous-
sos, 2018). En este escenario, es posible visualizar la alianza a partir de su naturaleza
tanto intrapersonal, como interpersonal y conscientemente colaborativa. Existiría eviden-
cia que soporta ambas miradas, en donde la unión de los dos procesos contribuiría a la
calidad general de una alianza positiva (Horvath, 2006).
Otra forma de abordar la dimensión vincular entre paciente y terapeuta, ha sido a partir
del concepto de relación terapéutica, el cual también presentaría disenso respecto de su
definición, quedando más supeditada a la escuela teórica desde donde se origina la inves-
tigación (Kennedy & Migdley, 2007).
En este escenario, destaca la definición de relación terapéutica propuesta por Gelso
(2014) quien aborda esta brecha teórica y propone una definición amplia, precisa y teóri-
camente neutral (Norcross, 2011). Define la relación terapéutica como los sentimientos y
actitudes que los terapeutas y clientes experimentan entre sí, y la forma en que se expre-
san. Incluye la relación real, la alianza terapéutica, más los componentes transferenciales
y contratransferenciales, todo organizado en un modelo tripartito. Los componentes están
interrelacionados y están presentes desde el inicio del proceso terapéutico, e incluso an-
tes, en las fantasías del paciente y del terapeuta sobre los demás. El autor hace hincapié
en la tensión entre los aspectos técnicos y relacionales de la psicoterapia, ya que mues-
52
LA ALIANZA TERAPÉUTICA EN EL TRATAMIENTO DE NIÑOS/AS Y ADOLESCENTES
tran una influencia mutua durante el proceso. La relación terapéutica no es lo mismo que
el tratamiento y las técnicas, y se relaciona con el proceso y el resultado directamente
(Gelso, 2014). En síntesis, la definición de la relación terapéutica es más amplia y contiene
a la alianza terapéutica (DeVet et al., 2003).
En términos conceptuales, desde los inicios de la terapia infantil, destacan dos miradas
primordiales de la relación terapéutica. Una de ellas deriva de los postulados de Anna Freud
(1946), quien señaló que un apego afectivo entre niño/a y terapeuta era prerrequisito para
todo el trabajo terapéutico posterior, donde el vinculo afectivo permitiría que el/la niño/a
trabaje intencionadamente en las tareas de la terapia. Desde esta mirada, el vínculo mismo
no es visto como curativo de por sí, sino como un medio para lograr el trabajo terapéutico
elaborativo (Shirk & Russell, 1996; Shirk & Karver, 2011; Shirk, Karver & Brown, 2011).
En contraste, los terapeutas de juego a partir del trabajo de Axline (1957), han enfatiza-
do la naturaleza curativa de la relación terapéutica, donde la experiencia de los/as niños/
as y adolescentes con un terapeuta apoyador, sintonizado, y no enjuiciador es concebido
como un pivote para el cambio terapéutico. Para Carl Rogers, la terapia no es concep-
tualizada como un tratamiento al niño, sino como una oportunidad de crecimiento. Las
condiciones relacionales de empatía, el ser genuino y tener consideración positiva, fueron
vistos por el padre de la terapia centrada en el cliente como los ingredientes activos del
tratamiento. De este modo, las asociaciones entre vínculo y resultados son directas desde
esta perspectiva, más que mediadas a partir del trabajo terapéutico (Shirk & Karver, 2011;
Shirk, Karver & Brown, 2011). La conexión emocional, por ende, sería un componente
nuclear de la alianza y el cambio terapéutico con niños/as y adolescentes.
Si bien la alianza terapéutica con niños/as y adolescentes es reconocida como un ele-
mento central para alcanzar el éxito terapéutico, en el escenario actual no es un concepto
claramente entendido. De esta forma, si bien el modelo de Bordin ha servido como punto
de partida conceptual para entender la alianza en terapia infantojuvenil, no es clara su
aplicabilidad en esta población (Baylis et al., 2011), siendo posible señalar importantes
desajustes.
En primer lugar, la construcción de la alianza terapéutica con niños/as y adolescentes
responde a un escenario particular y complejo, en un principio asociado a que son clientes
involuntarios, llevados a terapia por los adultos de los cuales dependen, y se espera de
ellos que confíen en otros adultos que les han dicho que lo hagan. Rara vez los niños/as
y adolescentes consultan por sí mismos, en cambio los adultos van a terapia en busca de
alivio. En consecuencia, desde el inicio del tratamiento, las preocupaciones y motivación
para el cambio usualmente reflejan los intereses de otros involucrados en la vida del niño
(Baylis et al., 2011). De este modo, en el inicio de la terapia con niños/as y adolescentes,
se observa la tendencia a no tener un motivo de consulta claro, lo que junto a la incipiente
introspección desarrollada a una temprana edad, conlleva bajo involucramiento inicial de
los niños/as y adolescentes en la terapia (Shirk & Karver, 2011).
La niñez y la adolescencia son períodos en esencia evolutivos, que se caracterizan
por su constante cambio y desarrollo. Ello influye en la naturaleza de los problemas de los
niños/as y adolescentes, sus habilidades cognitivas, su desarrollo emocional y consecuen-
temente como se relacionan con el terapeuta y el proceso de tratamiento (Baylis, Collins
& Coleman, 2011). Los niños/as más pequeños pueden tener menor comprensión de la
necesidad de tratamiento debido a su estadio evolutivo, y los adolescentes, por su parte,
53
Núñez Hidalgo l Gómez Penedo
pueden estar en desacuerdo con sus padres tanto en la naturaleza del problema, como
en la necesidad de tratamiento. El foco del tratamiento puede ser complejo y diferente en
varias partes de la familia. Ello hace pensar que la alianza terapéutica con pacientes infan-
tojuveniles es mas compleja y variable, y por ende más crítica para el resultado terapéutico
(Green, 2006).
En este escenario, lograr vincular a los niños/as y adolescentes a la terapia es un de-
safío particular para los terapeutas infantojuveniles (Shirk & Karver, 2011), y previo a la
construcción de cualquier alianza, prescindiendo del aspecto colaborativo que el concepto
de Bordin formula. El clínico infanto-juvenil tiene el desafío particular de enganchar al
consultante en un proceso que no necesariamente visualiza como necesario o de poten-
cial ayuda, pudiendo existir desacuerdos entre los niños/as y adolescentes y sus padres
respecto de lo que el tratamiento debiera ser. Ello implica nuevamente el cuestionamiento
respecto de la aplicabilidad de la teoría de Bordin, centrada en la idea de colaboración, en
pacientes infanto-juveniles (Baylis et al., 2011).
Sumado a lo anterior, al revisar los tres componentes centrales de la alianza terapéuti-
ca propuestos por Bordin, en la clínica infanto-juvenil podemos ver sólo cierta correspon-
dencia respecto del elemento vincular, ya que las perspectivas actuales en psicoterapia
con niños/as y adolescentes tiene en común el énfasis en la conexión emocional entre
paciente y terapeuta. Sin embargo, en la terapia infanto-juvenil, este elemento vincular
trasciende la relación entre paciente y terapeuta, ya que es importante relevar que este
último debe establecer múltiples alianzas . al menos una con el paciente y otra con sus
padres (Green, 2006; Shirk & Karver, 2011). Al hablar sobre alianza terapéutica con niños/
as y adolescentes, también es necesario mirar la alianza con los padres, que afecta el
compromiso con la terapia y puede apoyar o menoscabar el tratamiento, por fuera de las
sesiones, asociándose así al cambio terapéutico y al abandono de tratamientos (Kazdin
et al., 2006). En este terreno, la mayoría de las investigaciones se enfocan en la alianza
con el/la niño/a o el/la adolescente, a partir de cuestionarios iniciales de alianza, existiendo
escasos estudios que ahonden en la relación del terapeuta con los padres (Shirk & Karver,
2011), y menos aún que exploran ambos niveles vinculares desde una mirada sistémica
complementaria.
Respecto de los otros dos elementos centrales del concepto de alianza terapéutica, es
posible señalar que se presentan significativos desajustes a la luz de la práctica terapéu-
tica con población infanto-juvenil. De tal modo, respecto del acuerdo en tareas, muchas
veces los niños/as y adolescentes no conceptualizan este factor con tanta claridad, menos
aún en el inicio de su proceso terapéutico. De este modo, al momento de observar este
elemento en la psicoterapia con niños/as y adolescentes, se ha optado por definirlo de
acuerdo al nivel de participación de los niños/as y adolescentes en tareas terapéuticas y
no por el grado de acuerdo explícito acerca de éstas, distanciándose de este modo del
componente consciente del acuerdo al centrarse exclusivamente en el aspecto colabora-
tivo del paciente.
Respecto de la dimensión de acuerdo en metas terapéuticas del concepto de alianza
terapéutica, este elemento también se encuentra comprometido por el aspecto evolutivo.
De esta forma, el contexto terapéutico con niños/as y adolescentes, involucra generalmen-
te a los padres y otros miembros de la familia o adultos significativos, y ellos son quienes
presentan en la mayoría de los casos la motivación por consultar de acuerdo a sus propias
metas terapéuticas respecto del paciente. Estos objetivos no siempre coinciden con las
metas de los niños/as y adolescentes, en el caso de que ellos las tengan, y tampoco ne-
cesariamente con los planificados por el terapeuta (Shirk et al., 2011). De esta manera, la
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LA ALIANZA TERAPÉUTICA EN EL TRATAMIENTO DE NIÑOS/AS ADOLESCENTES
variabilidad del acuerdo respecto de las metas se complejiza, y es tarea de los terapeutas
infanto-juveniles lograr conciliar al menos el motivo de consulta del/la niño/a o adolescente
con sus objetivos, y por otra parte con las demandas de los padres respecto de la terapia
de su hijo/a. La alianza terapéutica en niños/as y adolescentes es compleja dada por las
múltiples relaciones que la determinan, entre paciente y terapeuta, entre cuidador y tera-
peuta, entre la institución educativa y el terapeuta, y así como también por las múltiples
perspectivas respecto de esas relaciones (terapeuta, paciente, cuidador, observador ex-
terno) (Accurso & Garland, 2015).
Una particularidad de los consultantes infanto-juveniles es que dependen fuertemente
de lo que sus entornos cercanos les provean para un desarrollo y salud óptima, siendo
un factor de influencia central en sus vidas. El tratamiento efectivo con niños/as y adoles-
centes debe considerar este elemento, ya que por muy buena alianza establecida con el
terapeuta, ésta tendrá muy poco impacto, si no hay cambios contextuales para mejorar los
motivos por los que van a terapia. Se podría investigar si una alianza fuerte mitigaría los
efectos negativos de un entorno desfavorable, pero ello conlleva una serie de limitaciones
éticas (Baylis et al., 2011).
Se observa una significativa asimetría entre el volumen de estudios sobre alianza te-
rapéutica realizados con adultos y aquellos desarrollados con niños/as y adolescentes.
Mientras que más de 7.000 estudios analizaron los efectos de la alianza en psicoterapia
con adultos (Horvath et al., 2011), únicamente 38 estudios examinaron la alianza terapéu-
tica y los resultados en psicoterapia con niños/as y adolescentes (Green, 2006; McLeod,
2011). Como la mayoría de la investigación en alianza ha sido desarrollada con consul-
tantes adultos, se siguiere cierta cautela al momento de trasladar e interpretar estos re-
sultados en el campo de la psicoterapia con niños/as y adolescentes (Baylis et al., 2011).
No obstante, el estudio específico de la relación terapéutica con niños/as y adoles-
centes ha sugerido que ésta también es crucial para un resultado positivo, al igual que
con los adultos (Shirk & Karver, 2011). En la psicoterapia con niños/as y adolescentes,
la alianza terapéutica ha sido fuertemente asociada con mejoras en la parentalidad y en
las interacciones familiares (Kazdin et al., 2006), así como también en la disminución de
sintomatología en niños/as y adolescentes (Marker et al., 2013).
Si bien existe un consenso generalizado respecto de la importancia de la alianza en el
trabajo clínico con niños/as y adolescentes, existe limitada investigación que defina y guíe
la práctica relacionada con el desarrollo de la alianza terapéutica (Baylis et al., 2011). En
el terreno de investigación en general, el modelo principalmente utilizado ha sido el de la
alianza terapéutica propuesto por Bordin (1979), y ya descripto previamente en este capí-
tulo, el cual es originado a partir del abordaje de adultos.
En el contexto particular de la investigación sobre alianza terapéutica en psicoterapia
con niños/as y adolescentes, se observan también desacuerdos en la definición de qué
elementos deberían ser estudiados. De esta forma, una importante proporción de investi-
gaciones se han enfocado en el elemento vincular de la alianza en la psicoterapia con ni-
ños/as y adolescentes, obviando las dimensiones de metas y tareas de la alianza propias
del modelo de alianza terapéutica propuesta por Bordin (ver apartado II). Esta postura ha
sido criticada, ya que existen aproximaciones que enfatizan además la importancia del
acuerdo en metas y tareas, especialmente en la psicoterapia con adolescentes. En con-
secuencia, no se observa una definición unificada de alianza terapéutica con niños/as y
55
Núñez Hidalgo Gómez Penedo
56
LA ALIANZA TEFtAPÉUTICA EN EL TRATAMIENTO DE NIÑOS/AS Y ADOLESCENTES
Por su parte, Marker et al. (2013), estudian la alianza terapéutica en niños/as y ado-
lescentes con trastornos ansiosos, incluyendo múltiples perspectivas (terapeutas, niños/
as y adolescentes y madres), encontrando consistencia con estudios previos asociados
con los resultados. Se observa una relación recíproca entre la alianza terapéutica y res-
puesta al tratamiento, donde la reducción de síntomas ansiosos lleva a una mejor afianza
terapéutica y viceversa, de acuerdo a los diversos informantes. Los autores destacan que
las mediciones de la alianza terapéutica con niños/as y adolescentes desde la perspectiva
de sus padres es escasa, aún cuando puede ser un factor importante para optimizar la
continuidad del tratamiento y comprometer en tareas relacionadas con el tratamiento en
el hogar.
En esta línea, la investigación de Accurso & Garland (2015), tuvo por objetivo estudiar
la estabilidad temporal y el grado de acuerdo entre la alianza del terapeuta con el niño y la
alianza con el cuidador. Además, buscó explorar la línea de base demográfica y predicto-
res clínicos de una mayor alianza, y diferentes trayectorias de alianza a lo largo del tiempo.
Este estudio recaba datos desde múltiples perspectivas, a lo largo del tiempo, y dentro
del contexto de la terapia en general. Los principales resultados señalan que los clientes
perciben una alianza más fuerte y estable con sus terapeutas, mientras que los terapeutas
subestiman el grado en que las familias se sienten aliados a ellos. Dentro de los factores
de los niños/as y adolescentes asociados a la percepción de la alianza, destaca un mayor
aumento de la alianza con las niñas y con pacientes con trastornos ansiosos, mientras que
con los niños/as y adolescentes y aquellos sin trastornos ansiosos permanece estable.
Los terapeutas tienden a puntuar menos la alianza que los niños/as y adolescentes y los
cuidadores. Dentro de los resultados, destaca además que los cuidadores reportaron una
alianza más fuerte con terapeutas de menos experiencia que con los más expertos, lo
que los autores asocian por una parte con el burnout de terapeutas con mayor trayectoria,
y por otra con el entusiasmo de crear nuevas alianzas terapéuticas en los aquellos con
menos experiencia.
Si bien algunos estudios incorporan la perspectiva de múltiples informantes, la mayoría
de ello se basan en el uso de instrumentos como el WAI y el TASC (Escala de Alianza
Terapéutica para Niños/as; Shirk & Saiz, 1992), que se basan en la conceptualización de
Bordin, a partir de una escala que explora elementos del vínculo afectivo y la colaboración
mutua. De este modo, existen muy pocos estudios que rescaten las perspectivas subje-
tivas de los actores del proceso terapéutico desde sus propias narrativas, ajustando en
general los contenidos a lo teóricamente predefinido.
En este escenario, destaca la investigación desarrollada por Campbell & Simmonds
(2011), quienes estudiaron la perspectiva de los terapeutas respecto de la alianza terapéu-
tica con niños/as y adolescentes, utilizando un diseño metodológico mixto (a partir de un
cuestionario y una entrevista semi-estructurada). Sus resultados indican que en relación al
concepto de alianza terapéutica, el vínculo terapéutico fue el aspecto que más terapeutas
consideraron muy importante en la alianza (68% de los participantes), seguido de las me-
tas terapéuticas (25%) y las tareas (19°/0). Al evaluar el aporte del terapeuta, el 65% de los
participantes evaluó que el vínculo que establece es el elemento más importante, seguido
de sus cualidades personales (20.6%). En relación al niño, destaca su contribución al ra-
pport (27%) y su estilo de apego (20.6%) como los aspectos más influyentes en la alianza.
En cuanto a los padres, el apoyo parental fue evaluado como el aspecto más importante
por el 41% de los participantes, seguido de la relación de los padres con el niño (19%). En
conclusión, desde la perspectiva de los terapeutas, la definición de la alianza enfatiza la
colaboración y el vinculo, con un foco predominante en el aporte del terapeuta al vínculo,
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Núñez Hidalgo Gómez Penedo
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LA ALIANZA TERAPÉUTICA EN EL TRATAMIENTO DE NIÑOS/AS Y ADOLESCENTES
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62
Capítulo 5
Introducción
En este capítulo se intentará brindar un panorama actualizado a la complejidad de la
evaluación infanto juvenil. Comenzaremos detallando qué necesita saber un psicólogo
para realizar una evaluación infanto-juvenil y exploraremos la necesidad de contar con los
padres del niño y adolescente. Luego se profundizará en qué se entiende por evaluación
y los dos elementos centrales de los que disponemos como profesionales: entrevista y
test de evaluación. Sobre éstos últimos se expondrá un listado actualizado de test psico-
métricos que cuentan con propiedades psicométricas satisfactorias. Posteriormente, se
expondrá el análisis funcional de la conducta y algunos breves consejos en caso de ser
citados a declarar por cuestiones judiciales. El capítulo concluye con reflexiones finales,
indicando algunos desafíos actuales que nos plantean las infancias y adolescencias de
nuestra sociedad, que están en constante cambio.
La siguiente conversación transcurrió durante octubre del año 2010, vía telefónica:
P (paciente): Hola, me llamo Marcos, ¿Usted es Licenciado en Psicología?
T (terapeuta): Hola Marcos, sí efectivamente.
P: Bueno, quería sacar un turno para charlar acerca de unos temitas.
T. Sí perfecto, Marcos ¿qué edad tenes?
P: /7 años.
T. Como tenes menos de 18 años, la primera vez tienen que venir tus papás tam-
bién, ellos tienen que estar al tanto de que vas a venir a verme.
P: Es que no puede ser, tengo un problema con ellos, no me comprenden.
r Lo entiendo Marcos, pero es así lamentablemente.
P: ¿y cuándo cumpla 18 años puedo ir solo?
T. Sí, no habría problema.
P: Bueno, entonces el 13 de abril lo estoy llamando...
64
LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLÍNICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Sin embargo, el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación introdujo una serie de
modificaciones, en pos de brindar una mayor autonomía al adolescente, especialmente a
partir de los 13 años. Se detalla en el artículo 26 que el mismo puede iniciar un tratamiento
en salud por sus propios medios sin mediar la autorización de los padres (Ministerio de
Justicia y Derechos Humanos, Presidencia de la Nación, 2014).
En este punto se hace necesario detenernos. Si bien los aspectos legales hacen po-
sible esta situación, vale la pena cuestionarnos la factibilidad y la viabilidad de ese trata-
miento. Las posibilidades de realizar intervenciones terapéuticas efectivas se complican
ya que el adolescente se encuentra inserto en una red familiar que sostiene al menor; y la
evaluación psicológica que realicemos debe considerar estos aspectos.
Retomando el punto de los informantes clave, la primera consulta generalmente es con
los padres, donde se explora el motivo de consulta y se realiza una evaluación psicológica
general del estado del niño. Recordemos que aquí la demanda psicológica no es espontá-
nea, son los padres quienes deciden consultar ya sea por motivos propios, o bien porque
desde la escuela hacen la derivación.
P: Pedimos la consulta porque nos enviaron del colegio. La maestra nos pidió que
consultemos por el mal comportamiento de Benja. Hace semanas que nos lle-
gan notificaciones de la Escuela porque golpea a los compañeros. Nosotros le
hablamos, pero parece que no nos escucha, también nosotros hemos estado
alterados porque en el último año nos hemos mudado tres veces.
65
Casari García
T. Buenas tardes Natalia, mi nombre es Rosa, soy psicóloga. ¿alguna vez acudiste
a un psicólogo?
P: No, nunca.
T. Bueno, inicialmente te voy a hacer algunas preguntas para conocerte y me po-
dés contar lo que necesites.
Luego de algunas preguntas generales como edad, colegio, grupo familiar, se
indaga en el motivo de consulta:
P: Vengo porque no me siento bien. Hace un mes, me pasé dos semanas encerra-
da en mi habitación y no quería ver a nadie. Todo pasó porque mi mejor amiga
se mudó a Buenos Aires. Mi mamá dice que exagero, pero para mí, los amigos
son lo más importante que tengo.
T. ¿Tu mamá sabe que acudiste a la consulta psicológica?
P: Sí sabe, me preguntó si quería que me acompañe, pero no me llevo bien con ella.
T. Natalia, para que nosotras podamos continuar trabajando, sería muy importante
que acudan tus papás. Además, necesito hacerles algunas preguntas sobre tu
infancia que seguramente no recordarás. Es importante que sepas, que lo que
hablemos nosotras dos, ellos no lo sabrán, de no ser que vos quieras contarles.
En el caso de corras un riesgo muy importante, sí estoy autorizada a ponerlos
en alerta.
66
LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLÍNICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Evaluación Psicológica
¿En qué consiste concretamente la evaluación psicológica? Básicamente en una inte-
gración de información clínica relevante, para conformar un cuadro diagnóstico que brinde
una orientación al terapeuta sobre cómo llevar adelante el proceso terapéutico si es nece-
sario, ya que no todos los que acuden a psicoterapia necesitan de un proceso terapéutico.
Se trata de brindar información al consultante (y a sus padres) a modo de devolución, y
señalar los caminos que se podrían seguir en psicoterapia en caso de que la persona quie-
ra esta opción (Maristany, 2015). Siempre en pos de fomentar la libertad de decisión, en
consonancia con la idea de brindar el mejor tratamiento disponible tal como señala la ley de
Salud Mental (Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, Presidencia de la Nación, 2010).
Recientemente ha surgido un movimiento, llamado Evaluación Psicológica Basada en
Evidencia (Bornstein, 2017), que implica la integración de:
• mejor información científica disponible (acerca de test y evaluación en general)
• experticia clínica (aquí se incluye el pensamiento crítico sobre el material reco-
lectado, devolución de información y opciones de tratamiento)
• características del paciente (preferencias y cultura).
La mejor información científica disponible la vamos a encontrar teniendo una actitud
crítica hacia las pruebas de evaluación (leyendo sus propiedades psicométricas, y ana-
lizando posibles desventajas de las mismas). La experticia del clínico es clave, de ello
depende sus habilidades de entrevista, las hipótesis que pueda formular, el análisis de las
pruebas y la integración de la información. Y las características del paciente, nos llevarán
a optar por determinadas pruebas o dinámicas para obtener información.
La evaluación psicológica también debe ser un proceso científico, donde hipotética-
mente, dos evaluadores arriben al mismo diagnóstico si contaran con el mismo material.
Sin embargo, la psicología del desarrollo debe guiar cualquier evaluación infanto-ju-
venil. Deben considerarse dos aspectos en la evaluación con niños y adolescentes: 1) la
identificación de conductas de anormalidad debe darse en un contexto donde también se
identifiquen recursos o áreas fuera de conflicto; 2) las deficiencias encontradas deben ver-
se dentro de un continuo, esto es como variaciones de cantidad y no de cualidad (Contini,
2018). Una conducta que hoy es clasificada como anormal puede luego, en un momento
ulterior de desarrollo ser vista como normal, considerando también aspectos de su contex-
to relacional y social.
¿Cómo se logra esta integración de información para conformar un diagnóstico? Bá-
sicamente disponemos de dos grandes herramientas: la entrevista psicológica y un re-
pertorio de técnicas de evaluación (Maristany & Fernández-Álvarez, 2009; Vega, 2015).
Pero previo a adentrarnos en estas herramientas, es necesario una teoría que sustente
la información que vamos a obtener, es decir, un modelo teórico o macro teoría donde el
67
Casari García
caudal de datos que se obtengan tenga una coherencia interna. Dependiendo del enfoque
teórico con el clínico trabaje, también será su inclinación por una diversidad de técnicas.
Anécdota no clínica —
En un grupo de una red social que aglutina profesionales interesados en terapia
cognitiva conductual, una colega preguntó si podían utilizarse test proyectivos
en el diagnóstico. Los colegas ofuscados por la pregunta (es un grupo que no
simpatiza con el psicoanálisis), le contestaban entre otros argumentos las dife-
rencias epistemológicas que había entre las teorías cognitivo-conductuales y las
psicoanalíticas. Sin embargo, reflexionemos un segundo ¿es cierto acaso que
todos los test psicométricos se basan en una teoría similar y por ello es simple su
integración? Por ejemplo, ¿usted diría que el modelo psicopatológico que explo-
ra el Child Behavior Check List es compatible con aquel sostenido en e/ SCL-90?
(pensemos en este ejemplo que exploran variables similares desde perspectivas
o informantes diferentes)
Retomando el tema de entrevista, algunos aspectos a tener en cuenta con los padres
son (Preve, 2015):
- cómo definen y enuncian el problema
- atribución del mismo
La entrevista clínica con los padres es una herramienta muy importante. Provee infor-
mación sobre la definición del problema y las características del menor que se evaluará.
Dependiendo la edad del niño o niña esta entrevista de evaluación puede realizarse con el
menor presente o sin su presencia.
68
LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLINICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
69
Casari García
Un comentario especial merece los test neuropsicológicos, que aquí no serán tratados,
básicamente porque se necesita una formación especializada para hacer su diagnóstico y
tratamiento en caso de ser necesario. Es importante que como diagnosticadores podamos
discriminar si se necesita hacer una evaluación neuropsicológica exhaustiva, y en dicho
caso hacer la derivación pertinente. Es decir, poder detectar si el niño o adolescente re-
quiere dicho examen a cargo de un especialista.
A continuación, se exponen una serie de instrumentos de utilidad clínica, según la
variable que se explore, la población para la que fue adaptado, y la perspectiva desde la
cual se evalúa.
70
LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLINICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Tabla 1. Principales instrumentos de uso clínico para niños y adolescentes que cuentan
con estudios psicométricos locales.
Variable para Nombre del Población para Persona/s que Autores ar-
evaluar instrumento la que fue responde/n gentinos de
adaptado la creación
o adapta-
ción del
instrumento
Aspectos Screening de La Entrevista Niños de entre 4 Padres o Uriel,
negativos psicopatología para la Evalua- y 12 años tutores Scheinsohn,
general o compor- ción Diagnóstica Becerra
tamiento disruptivo Infantil & D'Anna
(2017)
Child Behavior Niños de 6 a Padres o Samaniego
Check List 11 años tutores (2008)
Child Behavior Niños de 1 a 5 Padres o Vázquez &
Check List l'A- 5 años tutores Samaniego
(2017)
Synthomp Check Adolescentes de Adolescente Casullo &
List-90 12 a 19 años Castro-Sola-
no (1999)
Listado de Sínto- Adolescentes de Adolescente De la Iglesia
mas Breve-50 12 a 18 años et al. (2017)
Inventario de Adolescentes de Adolescente Stover et al.
Evaluación de la 12 a 18 años (2017)
Personalidad para
adolescentes
Escala de Niños de 9 Niño Richaud de
Autoinforme de a 12 años Minzi et al.
Sintomatología (2001)
Depresiva para
Niños y Adoles-
centes (DDPCA).
Orientación Suicida Inventario de Adolescentes de Adolescente Fernández
Orientación 13 a 20 años Liporace
Suicida & Casullo
(2006)
Trastornos del Listado Modifica- Bebés de 18 a Padres Manzone
espectro autista do para Autismo 24 meses (2013)
en Niños
Déficit de atención Evaluación de Niños de 4 a Padres Grañana et
con hiperactividad déficit de atención 14 años y maestros al. (2011)
con hiperactividad
SNAP IV
Riesgo de Test de Actitudes Niños de 9 Niño/a Elizathe et
trastornos alimen- Alimentarias a 13 años al. (2012)
tarios en niños y para Niños
adolescentes Cuestionario de Adolescentes de Adolescente Góngora
Cogniciones Ano- 13 a 18 años (2010)
réxicas de Mizes
71
Casari I García
72
LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLÍNICA DE NIÑOS Y ADOLESCENTES
Como puede observarse, se cuenta con un amplio repertorio de técnicas, que sirven
para apoyar el juicio clínico y confirmar una hipótesis. La batería que se sugiere debería
incluir una prueba de psicopatología general (como el Child Behavior Check List o el SCL-
90 para adolescentes), además pruebas específicas para explorar síntomas (por ejemplo,
perfeccionismo infantil), así como también evaluar aspectos saludables de la personalidad
global (afrontamiento, autoestima, etc.). La duración del proceso diagnóstico debería ser
entre 3 o 4 sesiones, incluyendo luego una devolución.
Una sesión debería ocuparse con los padres, para la recolección de datos vitales y
de contexto (como se ha descripto más arriba). La segunda sesión puede consistir en el
contacto con el niño o adolescente, es importante establecer un mínimo de rapport. Es útil
conversar sobre sus preferencias en actividades, con quiénes vive, qué actividades reali-
za y disfruta, y si sabe por qué ha asistido a esa entrevista. Se explica la finalidad y esto
73
Casari j García
Evaluación
Psicológica
Evaluación del
Diagnóstico )
proceso terapéutico
Diseno del
tratamiento
Entonces, necesitamos saber qué significa para los padres esta afirmación. Por lo
tanto, un complemento al uso de los cuestionarios, puede ser el análisis funcional de la
conducta (Molina Moreno, 2001). En primer lugar, implica definir la conducta problema
(aquella que pretende modificarse), qué significa operacionalmente (cómo se manifiesta),
y luego clasificarla en función de:
- Duración
- Intensidad
- Frecuencia
74
LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLINICA DE NIÑOS V ADOLESCENTES
Por ejemplo, para los padres "portarse mal" significa que le pegue a sus compañeros
en clase (definición operacional).
Una vez identificada, se trata de analizar los factores antecedentes o predisponentes:
"está en la escuela, y sus compañeros se ríen de él". Sabemos que tiende a ser agresivo,
entonces tratamos de indagar: cuánto dura esta conducta, con qué frecuencia lo hace, y
si su modo de reaccionar es siempre el mismo (puede recurrir a agresiones verbales o
físicas, por ejemplo). La forma de llevar adelante este proceso es mediante una grilla de
observación que permita ir puntuando la conducta a fin de que sea completada por los
informantes claves (generalmente son los padres o maestros).
La ventaja es que una vez objetivada la conducta problema se puede trabajar en clínica
y hacer el seguimiento. Y los padres reciben un feedback constantemente sobre el avance,
tienen un indicador más para considerar cómo evoluciona el proceso, y permite responder
a la pregunta: "¿Usted cree que va a mejorar?"
En el primer caso, es frecuente, que los profesionales que trabajan con niños y adoles-
centes, sean citados a declarar ante denuncias de casos de maltrato infantil. Entonces se
deben tener ciertos recaudos:
- Es recomendable que antes de acudir al encuentro con el personal que tomará
declaración, que se repase la historia clinic,a del paciente. Muchas veces ocurre
que los profesionales somos citados a declarar años después de haber visto a
un paciente, por lo tanto, siempre es necesario conversar las historias clínicas.
Brindar únicamente la información solicitada. No están solicitando un ateneo clí-
nico, sino que se harán preguntas muy específicas y se debe responder puntual-
mente lo preguntado.
No se deben mostrar las pruebas utilizadas (ya sea pruebas proyectivas o test
psicométricos).
Leer la declaración y si hay algún error (aunque sea ortográfico), pedirle que la
rehaga y no firmar hasta no haber leído todo con detenimiento.
Reflexiones finales
Como ha podido observarse, la evaluación psicológica infanto-juvenil tiene varias aris-
tas. Demanda al profesional una actualización constante y una permanente evaluación de
su rol como terapeuta, a través de diversas herramientas. Se necesita que el psicólogo pe-
riódicamente sistematice sus resultados, los de a conocer a la comunidad profesional (Ca-
zabath, 2013), esté dispuesto a cuestionarse constantemente sobre su modo de accionar.
A futuro el panorama plantea nuevos desafíos: niños cada vez más expuestos a la tec-
nología a temprana infancia, niños con más dificultades para sostener la atención, niños
que pasan cada vez menos tiempo con sus padres, formas de buylling no manifiestas
(como el cyberbuylling), etc. Pero también el mundo de la investigación clínica progresa
de manera exponencial, cada vez contamos con más técnicas que constantemente se
evalúan, asociaciones profesionales encaminadas a promover el conocimiento científico
sobre el desarrollo y terapia infanto-juvenil, ofertas de capacitación abundantes.
En síntesis, la evaluación psicológica infanto-juvenil es dinámica, nuevas problemáti-
cas demandarán más actualización, pero también mayor creatividad en los profesionales.
No olvidemos que la premisa básica de la psicología basada en evidencia es la integración
75
Casari I García
de la mejor evidencia disponible a nivel científico, con las características del paciente y el
juicio del profesional. Por ende, la persona del terapeuta siempre será clave para conducir
el proceso diagnóstico.
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LA EVALUACIÓN PSICOLÓGICA EN LA CLiNICA DE NINOS Y ADOLESCENTES
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Casari García
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Capítulo 6
INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGÍA
DimENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
Nicolás Genise
79
Genise
80
INTRODUCCIÓN A LA PSICÓPATOLOGIA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
2. Evolución de la psicopatologia
En las últimas décadas los problemas relacionados con la salud mental han aumentado
de manera significativa. Dichos problemas comenzaron a ser reconocidos como un factor
importante en diversas patologías como las enfermedades crónicas, las enfermedades
terminales, condiciones degenerativas y adicciones (Carey, Mansell, & Tai, 2015).
La Organización Mundial de la Salud (WHO, 2008), dando cuenta de la magnitud de
la cuestión, publicó en 2008 un informe sobre la carga mundial de enfermedades, en el
cual se marcaba que, en países en vías de desarrollo, 3 de cada 10 personas enfermas
padecían algún trastorno de salud mental, mientras que, en países desarrollados, este
número ascendía a 4. Junto a los incrementos en las prevalencias de los problemas de
salud mental, se dió un aumento en la demanda de efectividad y eficacia en las terapias
(Carey et al., 2015).
La preocupación por los niveles de eficacia y efectividad en los tratamientos psicote-
rapéuticos no es nueva, sino que vió su inicio en la década del 50 junto al comienzo del
auge de la ciencia cognitiva. En 1952 Eysenck publicó un controvertido artículo en el cual
sostenía que los índices de mejoría de los pacientes que realizaban tratamiento psicotera-
péutico eran inferiores al que no lo recibía por lo que su aplicación no era recomendada.
En dicha publicación resaltó la falta de evidencia científica aplicada en los tratamientos
(Eysenck, 1952):
81
Genise
82
INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGIA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
severas del comportamiento normal. El concepto de expansión del desorden mental trajo
consigo consecuencias poco deseables. Se calcula que aproximadamente el 5% de la
población general tiene un desorden mental y que entre 15 y 20% adicional, tiene condi-
ciones más leves y/o temporales que son sensibles al placebo y a menudo, difíciles de
distinguir de los problemas esperables de la vida cotidiana. La nueva edición del manual
diagnóstico, el DSM-V, introdujo varios trastornos nuevos con bordes y requisitos borrosos
para muchos trastornos existentes (Frances, 2013).
83
Genise
adulta, que los episodios depresivos durante la adolescencia predicen episodios posterio-
res y que los problemas de comportamiento durante la infancia son marcadores sólidos
para el desarrollo de trastorno de personalidad antisocial.
Estos hallazgos, entre otros, han llevado a que los investigadores pongan mayor én-
fasis en estudiar los orígenes de los trastornos psicológicos en los niños, permitiendo
comprender que la psicopatología infantil no se debe a un solo factor que opera de ma-
nera aislada, sino que se origina a partir de la interacción dinámica de múltiples factores
de vulnerabilidad y de protección, entrando en juego factores biológicos (ej. genética,
hormonas y neurotransmisores), psicológicos (ej. afrontamiento, autoestima y distorsio-
nes cognitivas) y sociales (ej. Crianza de los padres, estrés y experiencias negativas de
aprendizaje). El temperamento también juega un rol importante en la etiología multifacto-
rial de trastornos en la infancia (Muris & 011endick, 2005).
84
INTRODUCCIÓN A LA PSICÓPATOLOGIA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
85
Genise
Hinshaw, 2007). Existe una creciente evidencia empírica que respalda la premisa de que
la regulación emocional está asociada negativamente, y la impulsividad está asociada
positivamente, con la externalización de conductas problemáticas en todo el desarrollo
(Eisenberg, Hernández, & Spinrad, 2017).
Mas allá de la dimension en la cual se encuentre una persona, todos nosotros experi-
mentamos diversos tipos de emociones y tratamos de hacer frente a distintas situaciones
con ellas (ya sea de una manera efectiva o ineficiente). La experiencia de las emociones,
como por ejemplo la ansiedad, no es el verdadero problema si contamos con la habilidad
para reconocerla, aceptarla, utilizarla (sí es posible) y continuar. Sin emociones nuestro
presente perdería significado, riqueza, textura, disfrute y conexión con los otros. Las emo-
ciones nos dan información sobre nuestras necesidades, frustraciones, nos motivan para
realizar cambio, alejarnos de situaciones difíciles y conocer cuándo estamos satisfechos
(Leahy, Tirch, & Napolitano, 2011).
Las emociones son un componente esencial en la vida de las personas influyendo tanto
en el funcionamiento cognitivo, como en su bienestar e impactarán en los procesos intra e
interpersonal. Pero cuando estas se desregulan pueden volverse intrusivas y destructivas
para la vida de la persona, contribuyendo al desarrollo, mantenimiento y propagación de la
psicopatología (Slee, Arensman, Garnefski, & Spinhoven, 2007).
Muchas personas que se sienten abrumadas por sus emociones tienden a ser temero-
sos de ellas y no sienten estar capacitados para afrontarlas, pudiendo llegar a pensar que
la tristeza o la ansiedad los alejan de comportamientos efectivos.
Pero ¿qué entendemos por emoción y qué valor tiene para la clínica?
5. Emociones....
Existen numerosas definiciones sobre qué es una emoción o sentimiento, pero en sí
mismo, ambos términos no han sido definidos claramente. Según Greenberg el senti-
miento puede ser entendido como "el darse cuenta" de las sensaciones producidas por el
afecto o respuesta biológica, no consciente, de cierta estimulación. Por su parte, las emo-
ciones son entendidas como experiencias que implican la integración de diversos niveles
de procesamiento. Estas dan un significado profundo a nuestra experiencia, nos brindan
información de aquello que para nosotros es significativo, influyendo en el qué, cómo y
cuándo de las decisiones que tomamos (Greenberg & Paivio, 2000). Las emociones nos
asisten a la evaluación de alternativas, a darnos motivación para realizar los cambios o
para realizar algo, como así también nos dicen acerca de nuestras necesidades. Nos
ayuda a vincularnos con otros y constituye a la teoría de la mente (Baron-Cohen, 2009).
Las emociones pueden ser definidas como una experiencia multidimensional caracte-
rizada por diferentes niveles de activación y de grados de placer-displacer que se asocian
a experiencias subjetivas, sensaciones somáticas, tendencias motivacionales, factores
culturales y contextuales que pueden ser regulados, en cierto grado, a través de procesos
intra e interpersonales. Una emoción es una experiencia que es, en general, estimulada
por una situación, un evento, una persona o un recuerdo.
En sí, a diferencia de lo que muchas veces se enuncia, una emoción no es buena ni
mala, esta podrá ser experimentada como placentera o displacentera, fuerte o débil, corta
o larga dependiendo de factores contextuales como por ejemplo los aspectos específicos
de una situación o la interpretación de la persona. Las experiencias emocionales depende-
rán en gran medida del marco de referencia desde donde las emociones son experimenta-
das, el contexto y sobre todo, la valoración cognitiva que se haga de la situación, el evento
o el disparador (Hofmann, 2016).
86
INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGIA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
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Genise
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INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGIA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES.
Significado social
Propocionar contingencias para el comportamien-
Comportamiento de
to emocional
los demás
Entrenar/discutir estrategias regulatorias
Eliminar/gestionar estímulos ambientales
Gestión directa (ej. Calmante físico)
89
Genise
5.3. Desarrollo de la RE
En general, las competencias de RE se irán desarrollando junto al crecimiento del niño,
quienes, comenzarán utilizado la ayuda o soporte de los adultos como de técnicas con-
ductuales para su regulación.
A medida que los niños van llegando a la adolescencia, se irán haciendo más autosu-
ficientes, se involucran en la solución de problemas y utilizan estrategias cognitivas con
mayor frecuencia para resolver eventos estresantes.
La gran mayoría de estos niños y adolescentes lograrán con éxito desarrollar habilida-
des de afrontamiento adecuadas que le permitan adaptarse al medio, pero para algunos
se iniciará una carrera llena de desafíos (Kessler, Chiu, Demler, & Walters, 2005).
PRIMERA INFANCIA
Durante los primeros años de vida se producen cambios significativos en las estrate-
gias de RE. En sus comienzos, la regulación es menos reflexiva y más intencional. Se han
90
INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGÍA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
91
Genise
con las demandas que exija el contexto social. Por ejemplo, desde muy pequeños
a los niños se les enseña que deben sonreír y dar las "gracias" cuando reciben un
regalo, incluso si este no es de su agrado. Este acto implica una forma específica
de regulación de las emociones debiendo realizar la separación intencional de
la experiencia emocional y la expresión facial, vocal y/o de comportamiento que
muestra (Zeman et al., 2006).
5.3.2. Adolescencia
Al llegar a esta etapa del ciclo vital, la capacidad de los hasta ahora niños para
regular sus emociones aumentarán, y comenzarán a tener un papel fundamen-
tal la motivación, el tipo de emoción y los factores socio-contextuales (Zeman &
Garber, 1996).
Los adolescentes comenzarán a tener mayor conciencia de las consecuencias
interpersonales de las emociones. El cambio en las relaciones sociales (padres y
compañeros) influirán en cómo exprese sus emociones, cuándo y a quién (Ship-
man, Zeman, & Stegall, 2001). Por ejemplo, los adolescentes son más propensos
a expresar emociones cuando se espera una reacción de apoyo.
Finalmente, aunque ya han surgido emociones conscientes o sociales como la
vergüenza y el orgullo con anterioridad, estas experiencias emocionales podrán
aumentar en intensidad y/o frecuencia en esta etapa evolutiva, dada la mayor
sensibilidad de los adolescentes a las evaluaciones de los otros.
En la adolescencia, el desarrollo de estrategias de regulación muestra un au-
mento en el uso de reevaluación y una reducción del uso de supresión. Esto estará
en consonancia con el desarrollo que se produce en la funciones ejecutivas duran-
te esta etapa (Essau et al., 2017).
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INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGÍA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
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Genise
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INTRODUCCIÓN A LA PSICOPATOLOGIA DIMENSIONAL: INTER/EXTERNALIZADORES
5.4.2. La Autorregulación
La desregulación emocional (el título del apartado es autoregulacion) puede
ser entendida como la dificultad o la incapacidad de la persona a afrontar la ex-
periencia o procesar las emociones debido al aumento de la intensidad o al in-
cremento de la desactivación. El aumento de la emoción generará pánico, terror,
pavor o un sentido de urgencia que llevaran a que incremente el malestar y con
ello la dificultad de tolerar lo que siente (Hofmann, 2016; John & Gross, 2004).
La falta de RE o conductual a menudo se considera un componente de la
psicopatología; de hecho, algunos tipos de problemas se definen en parte por la
falta de autorregulación (por ejemplo, algunos problemas externos y depresión/
ansiedad). Sin embargo, empíricamente, no se ha llegado a un acuerdo sobre
qué capacidades están incluidas en la construcción de "regulación" o "autorregu-
lación" (Eisenberg, Hofer, & Vaughan, 2014).
Rothbart et al. (2006) definieron a la autorregulación (empezaría con esta defi-
nición y después desregulación x el tema del título del apartado) como la eficacia
de la atención ejecutiva, incluyendo la habilidad para inhibir respuestas dominan-
tes y/o activar otra respuesta, para planear y detener errores. Si entendemos a la
emoción como una transacción entre la persona y la situación que llama su aten-
ción, tiene un significado particular para el individuo y da lugar a una respuesta
multisistémica coordinada pero flexible a la transacción en curso de la situación
personal (Gross & Thompson, 2007), esta tendrá un significado experiencial par-
ticular para los individuos y estará vinculada a las tendencias de acción. Entendi-
da así, obviamente las emociones afectarán la calidad de nuestra experiencia y
también proporcionarán gran parte de la motivación detrás de nuestras acciones
(Eisenberg et al., 2014).
La autorregulación relacionada con las emociones se refiere a los procesos
utilizados para gestionar y cambiar si, cuándo y cómo (por ejemplo, con qué inten-
sidad) se experimentan las emociones y los estados motivacionales y fisiológicos
relacionados con las emociones, así como la forma en que se expresan las emo-
ciones en el comportamiento. Por lo tanto, la regulación relacionada con las emo-
ciones (RRE) incluye procesos que se usan para cambiar el estado emocional
propio, para prevenir o iniciar la respuesta emocional (por ejemplo, al seleccionar
o cambiar situaciones) para modificar la significación del evento para el yo, y para
modular la expresión conductual de la emoción (por ejemplo, a través de señales
verbales o no verbales). La RRE puede ser definida como un proceso utilizado
para gestionar y cambiar el "si, cuándo y cómo"(por ejemplo, con qué intensidad)
uno experimenta emocional y estados motivacionales y fisiológicos relacionados
con las emociones, así como la forma en que las emociones se expresan en la
conducta (Eisenberg et al., 2017).
La RRE se utilizará al servicio de la adaptación biológica y social, así como
también, para lograr objetivos individuales, aunque no siempre lo haga. Al ser ex-
tremadamente difícil diferenciar la emocionalidad de su regulación, resultará útil
enfocarse en los procesos involucradas en lugar de tratar de definir la regulación
de la emoción en función de la cantidad de emoción experimentada o expresada,
95
Genise
por ejemplo, una persona que expresa poca emoción en un contexto potencial-
mente evocador puede estar regulando su emoción o simplemente puede no es-
tar respondiendo emocionalmente. Por lo que será de mayor beneficio centrarse
en los procesos utilizados para manejar la emoción, la cognición y el comporta-
miento asociado, en lugar de medir la cantidad de emoción experimentada o ex-
presada. La RE incluye la selección de situaciones, modificación de situaciones,
despliegue de atención, cambio cognitivo y modulación de respuesta. (Eisenberg
et al., 2014; Gross & Thompson, 2007).
El término de autorregulación relacionada con las emociones es utilizado ya
que muchos de los procesos/habilidades que forman parte de la RRE pueden in-
volucrarse en la regulación de múltiples aspectos del funcionamiento, que incluye
no solo la expresión y la experienda de las emociones, sino también aspectos de
la cognición, la atención y el comportamiento que no implica (o implica secundaria
o mínimamente) la modulación de la expresión y la experiencia de la emoción.
Por lo que, Eisenberg y sus colegas propusieron que es de gran utilidad distinguir
entre los procesos de autorregulación que pueden volverse volitivos cuando sea
necesario para adaptar o lograr una meta y aquellos que "regulan o controlan" los
procesos que afectan la emoción y el comportamiento, pero son más difíciles de
controlar voluntariamente (Eisenberg et al., 2017). Según Eisenberg et al. (2014)
el término "autorregulación" para referirse a "procesos potencialmente volitivos,
autorregu lados".
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INTERVENCIONES CLÍNICAS CON
NIÑOS Y ADOLESCENTES
103
Capítulo 7
TRASTORNOS INTERNALIZADORES:
"EL SUFRIMIENTO SECRETO"
Nicolás Genise
105
Genise
3.1. Depresión
La depresión es un desorden del estado de ánimo caracterizado por el persistente
sentimiento de tristeza, desesperanza y pérdida de interés en actividades que antes la per-
sona disfrutaba. Se caracteriza por un aumento de sensación de cansancio y disminución
de la capacidad de concentración.
El trastorno depresivo puede ser duradero, como así también, recurrente perjudicando
sustancialmente las capacidades del individuo para funcionar con normalidad en la vida
106
TRASTORNOS INTERNAUZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
cotidiana. En los casos de mayor severidad la depresión puede llevar al suicidio de la per-
sona que la padece (Organization, 2017).
Es una condición discapacitante y compleja que afecta todos los aspectos de la vida y
perjudica las relaciones personales, familiares, laborales y la salud en general. El trastorno
representa una de las principales causas de morbilidad y discapacidad en todo el mundo.
Se calcula que el total de personas que viven con depresión en el mundo, es de 322 millo-
nes (Ver Figura 2). Se lo considera el mayor contribuyente a años vividos con discapaci-
dad, siendo la principal causa de discapacidad en adolescencia y adulto jóvenes. Según la
OMS, entre el 2005 y el 2015 se registró un incremento del 18,4% (Organization, 2017). En
una revisión sistemática de la literatura existente hasta febrero del 2017, Yatham, Sivatha-
san, Yoon, da Silva, and Ravindran (2018) encontraron que la tasa de prevalencia juvenil
de síntornas depresivos en países de bajo y medio ingreso varía entre O y 28%, el cual es
casi similar al obtenido en los países de altos ingresos (2-25%).
66,21 $2.96
21% 16%
ter canean O
European Raton
Aroencaa
Figura 2: Casos con Trastornos Depresivos (millones), por región de la OMS (Organiza-
tion, 2017).
107
Genise
mas como estado de ánimo deprimido, pérdida de interés y disfrute por cosas
u actividades que antes lo hacían, disminución de la energía. Dependiendo a
la cantidad y severidad de los síntomas podrá ser clasificada en leve, mode-
rada o severa.
Distimia: Se caracteriza por ser una forma persistente o crónica de depre-
sión leve cuyos síntomas son similares a los del episodio depresivo, pero
tienden a ser menos severos y durar más.
108
TRASTORNOS INTERNALIZADORES EL SUFRIMIENTO SECRETO"
peso, insomnio y perdida de energía en niveles altos junto con un estado de ánimo bajo.
Los niveles altos en mal humor y sentimiento de inferioridad fueron similares para ambas
poblaciones. Como dato particularmente interesante, obtuvieron una falta de evidencia
(Vidal-Ribas, Brotman, Valdivieso, Leibenluft, & Stringaris, 2016) de que la irritabilidad
fuera más común en adolescentes que en adultos a pesar de lo indicado por el DSM. Este
hallazgo es consistente con otras evidencias que sostiene que la irritabilidad no parece
ser un criterio de carácter distintivo para la depresión en jóvenes y que el estado de ánimo
irritable es raro en la depresión juvenil sin un estado de ánimo depresivo cOexistente.
Además de las diferencias en la presentación clínica, existe diferencias etiológicas
entre el trastorno de adolescentes y adultos en términos de respuesta al tratamiento y
arquitectura genética (Rice & Warne, 2019). Por ejemplo, la evidencia de la efectividad
de los antidepresivos para tratar la depresión en los adolescentes es más escasa que la
de la depresión en adultos. En particular, los inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina (ISRS) y los antidepresivos tricíclicos muestran mejores resultados en el trata-
miento de adultos que en el de adolescentes (Locher et al., 2017). Esto puede deberse en
parte a una mayor respuesta de placebo para la depresión en personas jóvenes (Janiaud
et al., 2017). Por su parte, los antidepresivos de tercera generación, como los IRSN y la
Mirtazapina, no han demostrado ser significativamente mejores que el placebo (Locher et
al., 2017).
Curiosamente, el efecto de la TCC también parece ser menor para los adolescentes
que para los adultos deprimidos (Weisz et al., 2017). Los estudios también sugieren que
existe una heterogeneidad genética de la depresión según la edad de inicio. De modo
que, una edad de inicio relativamente temprana se asocia más fuertemente con alelas que
confieren riesgo de trastorno bipolar y esquizofrenia en comparación con la depresión de
inicio tardío (Power et al., 2017).
109
Genise
110
TRASTORNOS iNTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
En el estudio realizado por Silk et al. (2019) indicaron que jóvenes que recibie-
ron tratamiento TCC para algún trastorno de ansiedad durante la preadolescencia
o en la adolescencia temprana, mostraron bajos niveles de síntomas depresivos
en comparación con jóvenes que recibieron tratamiento fallido. El efecto preventi-
vo del tratamiento TCC para la ansiedad durante la preadolescencia y adolescen-
cia temprana parece conferir un efecto preventivo en la sintomatología depresiva
de los adolescentes, especialmente en las mujeres.
111
Genise
112
TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
114
TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
2008). Sin embargo, numerosas investigaciones han mostrado que la expresión de la an-
siedad en la niñez puede estar asociada a desafíos normativos (es decir, desafíos que es-
tán relacionados en cierta medida con el nivel de desarrollo del niño), como la separación
de los cuidadores en los primeros años escolares o las interacciones interpersonales en
los adolescentes. Por ejemplo, las investigaciones en muestras clínicas han sugerido que
el trastorno de ansiedad por separación es más común en niños, mientras que la ansiedad
social es más frecuente en adolescentes (Weems, 2008) y que sus síntomas permanecen
estables o aumentan con la edad en las muestras de edad escolar, en contraste, con los
síntomas de temores a las lesiones físicas y la ansiedad por separación, que generalmen-
te disminuyen (Ahlen & Ghaderi, 2019). De hecho, la ansiedad social es el trastorno de
ansiedad más común en la adolescencia y la edad adulta y ocupa el tercer lugar en preva-
lencia en la vida entre todos los trastornos psiquiátricos, después del trastorno depresivo
mayor y la dependencia al alcohol (011endick et al., 2019).
Una característica central adicional, pero no específica, es la angustia resultante de la
desregulación en el sistema y los correspondientes estados emocionales negativos (por
ejemplo, estar molesto, preocupado, experiencia del efecto negativo). Estas característi-
cas principales de los problemas de ansiedad pueden ser expresadas de manera: con-
ductual (p. Ej., evitación), cognitiva (p. Ej., rumiación y dificultades en la concentración),
fisiológica (p. Ej., mareos, aceleramiento del corazón) y socialmente (p. Ej., dificultades
interpersonales) generando una tendencia a la evitación, preocupación/rumiación y miedo
asociados a síntomas somáticos. Las características secundarias de los problemas de
ansiedad son aquellos que diferencias los manuales diagnósticos. Weems (2008) sugiere
que las características principales de la ansiedad son estables a lo largo del tiempo, mien-
tras que las características secundarias cambian con mayor frecuencia y, en parte, están
configuradas por los desafíos normativos del desarrollo infantil.
El DSM-V incluye tres categorías diferentes para los trastornos que anteriormente se
agrupaban bajo el paragua de trastornos de ansiedad en el DSM-IV: (1) Trastornos de
ansiedad (es decir, trastorno de ansiedad por separación, mutismo selectivo, trastorno de
pánico, agorafobia, fobia específica, trastorno de ansiedad social y trastorno de ansiedad
generalizada); (2) Trastornos obsesivo-compulsivo y relacionados (es decir, trastornos
obsesivos-compulsivo, trastorno dismórfico corporal, tricotilomanía, trastorno de acapara-
miento y trastorno de excoriación); (3) Trastornos relacionados con el trauma y el estrés
(entendiéndose por trastorno de estrés postraumático, trastorno de estrés agudo, trastorno
de vinculación reactiva y trastorno de compromiso social desinhibido). Esta división de los
trastornos se encuentra en distintos caminos alineada con el modelo de ansiedad presenta-
do por Barlow (2004a), donde las vulnerabilidades biológica y psicológica general se com-
binan con una tercera vulnerabilidad, específica del trastorno, en donde el foco de angustia
se relaciona directamente con la presentación específica del trastorno de ansiedad.
3.2.1 Epidemiología
Los trastornos de ansiedad se caracterizan por sentimientos intensos y prolon-
gados de miedo y angustia acompañados, a menudo, por síntomas fisiológicos.
Generalmente comienzan en los primeros años de vida y siguen un curso recu-
rrente e intermitente causando una discapacidad sustancial en termino de pérdida
de salud, deterioro del laboral y desventajas a lo largo de la vida en áreas como
ingresos, educación y relaciones interpersonales. A pesar de ser uno de los gru-
pos de trastornos mentales más frecuentes a nivel mundial (Kessler et al., 2009)
la carga global de los trastornos de ansiedad como grupo, nunca se ha cuantifi-
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cado de manera integral. Varias encuestas han demostrado que la mayoría de las
personas que sufren un trastorno de ansiedad no buscan tratamiento, en particu-
lar las que tienen síntomas menos graves (Baxter et al., 2014).
Las tasas de prevalencia difieren entre los estudios, pero una buena estima-
ción indica que aproximadamente el 10°/0 de los niños ha sufrido un trastorno de
ansiedad a la edad de los 16 años, dejando en manifiesto la alta tasa de frecuen-
cia en que esta problemática se hace presente en la niñez y la adolescencia.
Los trastornos de ansiedad en la infancia comúnmente co-ocurren y no sue-
len aparecen exclusivamente de forma secuencial en las diferentes fases de la
vida. Los trastornos de ansiedad presentan altos niveles de comorbilidad entre sí,
como así también, con otros trastornos psiquiátricos, especialmente la depresión
y los trastornos por consumo de alcohol (Bittner et al., 2007).
Estudios que evalúan el inicio de los trastornos de ansiedad, han demostrado
constantemente que los diferentes trastornos de ansiedad tienden a aparecer
en distintas edades. Por ejemplo; se ha encontrado que los trastornos de an-
siedad por fobia específica y separación tienen su inicio promedio a los 7 años,
mientras que el trastorno de ansiedad social, de pánico y generalizada tienen su
inicio promedio en la adolescencia o en la edad adulta (Kessler, Chiu, Demler,
& Walters, 2005).
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TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
siedad. Desde hace tiempo contamos con una gran cantidad de evidencia para
este modelo explicativo, como por ejemplo en el temprano estudio realizado por
Rapee, Craske, Brown, y Barlow (1996) en donde se remarcó que la baja percep-
ción de control sobre las amenazas externas e internas estaban relacionadas con
autoinformes de ansiedad en adultos y que los adultos con trastornos de ansiedad
tenían percepciones más bajas de control sobre estas amenazas que los adultos
sin un trastorno de ansiedad.
Continuando con los resultados obtenidos, Chorpita, Brown, y Barlow (1998)
extendieron el modelo de Barlow a los niños y realizaron uno de los primeros es-
tudios transversales con niños con y sin trastornos de ansiedad para estudiar las
relaciones entre las estrategias de crianza que controla en exceso según lo infor-
mado por los padres y las percepciones del control y la ansiedad por rasgo según
lo informado por los niños en la etiología de la ansiedad infantil. Como resultado
obtuvieron evidencia sugestiva de que la percepción de una falta de control en las
relaciones mediaba las relaciones entre las prácticas de crianza excesivamente
controladas y la ansiedad infantil.
Weems (2008) postuló un modelo de desarrollo integral de la continuidad y
el cambio de los síntomas de ansiedad en los niños de edad escolar planteado
como punto de partida del modelo a la desregulación del sistema de respuestas
a la ansiedad como característica básica de la ansiedad desadaptativa. Esta idea
se encuentra respaldada con evidencia obtenida en distintas áreas de investiga-
ción. Por ejemplo, en estudios de neuroimágenes se ha observado que niños con
trastornos de ansiedad mostraron un aumento en la reactividad de la amígdala y
la corteza prefrontal. Otros estudios, como los realizados sobre el temperamento
han encontrado que altos niveles de afectividad negativa y bajos niveles de con-
trol con esfuerzo se asocian con síntomas de ansiedad (Ahlen & Ghaderi, 2019).
Estudios sobre el procesamiento de la información (desarrollado más adelan-
te) han encontrado que los niños ansiosos tienen una mayor sensibilidad hacia los
estímulos amenazantes o temerosos en el ambiente (Dudeney, Sharpe, & Hunt,
2015) y una tendencia a imaginar interpretaciones excesivamente amenazadoras
de estos estímulos, lo que a su vez podría implicar una regulación de la emoción
más pobre y más frustración (Cisler & Koster, 2010).
Finalmente, estudios sobre regulación emocional (RE) han encontrado que los
niños con trastornos de ansiedad muestran expresiones más desreguladas y un
manejo emocional menos adaptativo (Suveg & Zeman, 2004).
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ractuando también entre sí. Existe evidencia que muestra que los sesgos que se
dan en la etapa temprana del procesamiento de la información se relacionan más
claramente con factores genéticos y para aquellos que se dan en etapas posterio-
res, el ambiente (ejemplo, la familia) se muestra como el factor con mayor peso.
De aquí, tal como ya hemos enunciado, las conductas de crianza promueven
sesgos cognitivos y los síntomas de ansiedad subsiguientes en los niños (Fliek,
Roelofs, van Breukelen, & Muris, 2019).
En el meta-análisis realizado por Stuijfzand, Creswell, Field, Pearcey, y Dodd
(2018) obtuvieron evidencia de la asociación general entre la interpretación nega-
tiva y la ansiedad en niños y adolescentes. A su vez observaron que a medida que
aumentaba la edad se incrementaba la asociación entre ambas variables. Este
hallazgo tiene importantes implicaciones clínicas ya que un apropiado tratamiento
para la ansiedad en niños y adolescentes debería incluir un trabajo específico
sobre las interpretaciones negativas.
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TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
ciones en niños y adultos para proporcionar criterios con la finalidad de lograr enfoques
terapéuticos más individualizados y precisos, las guías de tratamiento para los trastornos
de ansiedad no presentan la misma especificidad que otros trastornos, como por ejemplo
el bipolar.
Dado el inicio temprano de los trastornos de ansiedad, la investigación sobre factores
clínicos en los últimos años se concentró de igual manera en adultos como en niños. En
niños, los factores clínicos que predicen una peor respuesta o una remisión menos estable
a la psicoterapia encontrados hasta el momento son: ser del sexo femenino, tener ansie-
dad social y un mayor apego ansioso.
Jóvenes con trastorno de ansiedad que han tenido un diagnóstico primario de ansiedad
social y aquellos que tuvieron un trastorno del ánimo comórbido tiene mayor probabilidad
de no responder a la TCC manualizada. En los estudios realizados sobre tratamiento en ni-
ños y adolescentes con ansiedad social han mostrado peores respuestas y menores tasas
de remisióna la TCC que aquellos con trastorno de ansiedad generalizada. Tanto el estado
de ánimo comórbido como los trastornos de externalización predijeron significativamente
peores resultados en el postratamiento y el seguimiento, mientras que la psicopatología
parental auto reportada tuvo poco efecto sobre los resultados postratamiento, pero predijo
significativamente la respuesta en el seguimiento (Deckert & Erhardt, 2019).
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mientras que la baja claridad emocional se asocia con problemas de internalización como
la ansiedad y la depresión. La claridad emocional se incrementa durante la adolescencia,
siendo mayor en los varones que en las mujeres adolescentes. Blóte and Westenberg
(2019) hallaron la posibilidad de que se genere un ciclo vicioso cuando un adolescente
tiene altos síntomas depresivos que conducen a niveles relativamente bajos de claridad
emocional, que a su vez conducirán a niveles aún más altos de síntomas depresivos, etc.
Aquí, la rumiación de emociones negativas parece jugar un papel en la creación de este
ciclo, llevando a la persona a querer evitar o suprimir las emociones iniciales más amena-
zadoras. En el contexto de la RE, la rumiación se define como un enfoque repetitivo en el
estado de ánimo (negativo), en sus causas, significados y consecuencias.
Una falta de voluntad para aceptar emociones negativas puede llevar a los adolescen-
tes a suprimir las emociones, lo que puede llevar a una amplificación de las emociones
negativas (Davis, Sheeber, Hops, & Tildesley, 2000). Neumann et al. (2009) encontraron
que la no aceptación de las respuestas emocionales se relacionó en forma transversal con
los síntomas depresivos en la adolescencia temprana media y tardía.
En tercer lugar, aunque las emociones negativas a veces pueden ser adaptativas, otras
veces pueden dejar a un adolescente incapaz de participar en conductas dirigidas a un
objetivo. Por ejemplo, ser incapaz de realizar las tareas cotidianas como las tareas o
estudiar para un examen importante, mientras experimenta tristeza por una ruptura sen-
timental. Investigaciones recientes han revelado que la incapacidad para participar en
conductas dirigidas a un objetivo durante un estado emocional negativo es un predictor
longitudinal de los síntomas depresivos en adolescentes y preadolescentes (Smith, Guller,
& Zapolski, 2013). De manera similar, un adolescente puede participar en un comporta-
miento imprudente e impulsivo en respuesta a una emoción negativa. Este tipo de res-
puesta también se ha relacionado de forma transversal con el desarrollo de sintomatología
depresiva en adolescentes (d'Acremont & Van der Linden, 2007).
Por último, un adolescente podrá carecer de acceso a las estrategias necesarias para
modular la emoción negativa. Por ejemplo, podrá saber que está triste, pero no saber
cómo regularlo de manera efectiva . Este acceso limitado a las estrategias de RE se ha
asociado en forma transversal con los síntomas depresivos (Neumann et al., 2009). En
resumen, aquellos adolescentes con una limitada habilidad para regular sus emociones
son especialmente vulnerables ante síntomas de internalización.
Se espera que el control de esfuerzo (especialmente control de atención) reduzca los
síntomas de internalización de depresión, ansiedad y asilamiento social. En contraste, los
niños que son rígidos, constreñidos e inhiben su comportamiento (por ejemplo, aquellos
que les incomodan los estímulos novedosos, incluido las personas) propensos a presentar
problemas de internalización, presentan dificultades en el control de esfuerzo (particular-
mente el control de atención) (Eisenberg, Hemández, & Spinrad, 2017). De hecho, los ha-
llazgos empíricos sobre las relaciones de control con esfuerzo y reactivo a los problemas
de internalización de los niños son algo mixtos. En su mayor parte, los investigadores han
encontrado la relación negativa prevista entre el control con esfuerzo y la internalización
de problemas, ansiedad y/o depresión. Los datos longitudinales también apoyan la rela-
ción negativa (Buckner, Mezzacappa, & Beardslee, 2009). Algunos investigadores, como
Murray and Kochanska (2002), han encontrado una relación positiva entre la autorregula-
ción y problemas de internalización. Informaron que niños con mucho control de esfuerzo
mostraron síntomas de internalización más altos que aquellos con control de esfuerzo
moderado, aunque muy pocos niños en el estudio tenían problemas de internalización
graves. Otros investigadores no han reportado relación. Sin embargo, es probable que
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TRASTORNOS INTERNALIZADORES. EL SUFRIMIENTO SECRETO"
algunos aspectos del control con esfuerzo, como el control de atención, sean particular-
mente importantes para los niños con problemas de internalización. Especificamente, se
piensa que el control de atención reduce el sesgo hacia las emociones negativas, como la
tristeza y la ansiedad, y puede servir para mover la atención de pensamientos negativos
a neutros o positivos.
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Hart, Lonigan, & Taylor, 2013). Distintas investigaciones muestran con claridad
que ambos tipos de trastornos presentan covarías y muchos han sugerido que el
efecto negativo puede explicar parcialmente la covarianza entre ambos. El estu-
dio llevado a cabo por Mikolajewski et al. (2013) amplió los hallazgos previos de
asociaciones sugiriendo que el efecto negativo comparte las influencias genéticas
y ambientales para ambos trastornos en la infancia. Estas influencias comunes
pueden explicar parcialmente su co-ocurrencia.
Las investigaciones actuales sobre temperamento asumen que la vulnerabi-
lidad a la psicopatología se caracteriza por una combinación de altos niveles de
emocionalidad/neuroticismo y bajos niveles de control de esfuerzo. Para ser más
específico, los altos niveles de emocionalidad/neuroticismo hacen que los niños
sean propensos a desarrollar trastornos psicológicos, pero puede darse el caso
de que el impacto negativo de este factor de temperamento reactivo pueda ser
amortiguado por un control de esfuerzo. Es decir que, un evento estresante de la
vida provocará emociones negativas en los niños y particularmente en aquellos
que se caractericen por altos niveles de emotividad. Sin embargo, solo los niños
y adolescentes con bajos niveles de control de esfuerzo experimentaran dificulta-
des para lidiar adecuadamente con estos sentimientos negativos y, por lo tanto,
reaccionaran con comportamientos de evitación, agresión y depresión. En con-
traste, niños con alto nivel de control de esfuerzo serán capaces de regular estas
emociones negativas al emplear estrategias de afrontamiento más estratégicas,
flexibles y efectivas (Lengua & Long, 2002).
Lo emocionante de este punto de vista es que nos permite predecir con mayor
precisión qué niño correrá mayores riesgos de desarrollar un trastorno psicológi-
co. Sin embargo, solo un puñado de estudios han examinado realmente el papel
de la emocionalidad y control de esfuerzo en la etiología de la psicopatología
infantil. Eisenberg et al. (2001) realizaron un estudio en donde se obtuvo como re-
sultados que los niños con problemas de internalización como de externalización
obtuvieron puntajes relativamente altos en el factor de temperamento reactivo de
la emocionalidad, particularmente en los rasgos de orden inferior que son rele-
vantes para sus quejas específicas (miedo y tristeza respectivamente) para la ira
o frustración. Además, estos niños evidenciaron niveles más bajos de control de
esfuerzo en compartición con los niños sin problemas psicológicos, aunque en el
caso de los síntomas de externalización el rol de control de esfuerzo parece ser
más prominente. En resumen, cuando la balanza indique la existencia de altos
niveles de emocionalidad y bajos niveles de control de esfuerzo, será posible que
nos encontremos ante posibles problemas de internalización y externalización.
Otro punto importante para tener en cuenta es la relación entre el tempera-
mento y las distorsiones cognitivas. De acuerdo con el modelo cognitivo de Beck,
la psicopatología es mantenida por distorsiones que ocurren durante varias eta-
pas del procesamiento de la información, y hay cada vez más evidencia que esto
también es cierto para los trastornos psicológicos en niños. Por ejemplo, jóvenes
ansiosos y deprimidos muestran una mayor tendencia a interpretar estímulos y
situaciones ambiguas de una manera más negativa. Curiosamente, los niños con
ansiedad interpretan predominantemente el mundo externo como amenazante,
mientras que los niños deprimidos suelen realizar evaluaciones negativas sobre
sí mismos (Muris & 011endick, 2005). Aunque la evidencia empírica es actual-
mente escasa, parece plausible que las distornciones cognitivas desempeñen
127
Genise
• Mecanismos atencionales
Numerosos estudios han dado cuenta de la vinculación entre atención y psi-
copatología. La habilidad atencional parece ser útil para moderar los rasgos an-
siosos y se encuentra estrechamente relacionada con la regulación emocional en
los infantes y aminora el efecto de la emocionalidad negativa en las conductas
problemáticas en los niños. En un gran estudio longitudinal, Dishion y sus cole-
gas (2004) encontraron que los puntajes compuestos en una medida de atención
ejecutiva (según la calificación de padres, docentes y adolescentes) moderaron
los efectos de comportamiento problemáticos de compañeros en el desarrollo de
comportamiento antisocial en la adolescencia. Sorprendentemente, se encontró
un mecanismo modelador similar para el desarrollo de la depresión en esta mues-
tra de adolescentes. Si bien el estrés psicosocial es asociado comúnmente a un
mayor riesgo de depresión, esta relación se vio moderada por la atención ejecuti-
va. Jóvenes con un buen nivel en la atención ejecutiva parecieron verse protegi-
dos por los efectos depresógeno de las experiencias estresantes de la vida. Estos
hallazgos brindan un apoyo fascinante para la atención ejecutiva como factor de
protección transdiagnóstico
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TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
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Trastorno
de conducta
disruptiva
• Irritabilidad
La irritabilidad infantil, entendida como la propensión a la ira en relación con
sus compañeros, se ha identificado como un factor importante de correlación y
riesgo para el desarrollo de trastornos internalizadores (Brotman, Kircanski, Strin-
garis, Pine, & Leibenluft, 2017). Estudios en gemelos han indicado la existencia
de contribuciones genéticas consistente con la heredabilidad de un compuesto
latente de irritabilidad informada por el padre y el hijo), y ambientales comunes a
la depresión y los trastornos de ansiedad, lo que podría explicar la comorbilidad
observada a lo largo del ciclo de vida. Además, la irritabilidad es a menudo un sín-
toma clínico que se observa en la depresión mayor y en la ansiedad generalizada
particularmente en niños (Association, 2013). La irritabilidad se asocia, a lo largo
del desarrollo, con una respuesta emocional y conductual elevada a una amenaza
o una recompensa frustrada.
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TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
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Genise
trado los efectos duraderos de la TCC a largo plazo en jóvenes con trastornos de interna-
lización, especialmente la ansiedad (Kendall & Peterman, 2015).
En los últimos tiempos, existe un enfoque cada vez mayor en la intervención temprana
y la prevención de problemas de salud mental a través de la educación y políticas de la
salud. El desarrollo de programas educativos supone una comprensión de las percepcio-
nes actuales de los jóvenes sobre las dificultades de salud mental. La psicoeducación no
solo es un componente clave en los tratamientos psicológicos efectivos, sino que también
jugará un papel importante en la prevención para niños y adolescentes (Georgakakou
Koutsonikou, Taylor, & Williams, 2019).
Por su parte, desde hace algunos años se desarrollan tratamientos de intervención uni-
ficados y transdiagnósticos como por ejemplo el desarrollado por Barlow, Allen, y Choate
(2004) el cual busca: 1) alterar las reevaluaciones cognitivas (tanto internas como exter-
nas); 2) Reducir la evitación emocional; y 3) modificar las tendencias de acción.
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TRASTORNOS INTERNALIZADORES: "EL SUFRIMIENTO SECRETO"
Las técnicas de exposición abordan la evitación de estímulos temidos por parte del
paciente al proporcionar experiencias que provocan ansiedad en un ambiente seguro (en
sesión o en un entorno natural) y en tiempo real (es decir, en vivo). Dependiendo de la
ansiedad del paciente, se puede desarrollar una jerarquía de miedo (por ejemplo, una
escalera de miedo) para trabajar hasta los estímulos más altos que provocan ansiedad.
Es decir, que la exposición es un componente clave en la TCC para la ansiedad y los
resultados del tratamiento variarán en función del tiempo y las tareas asociadas con ésta
(Dorsey et al., 2019).
Además, el trabajo con la familia puede mejorar la efectividad. Tanto TCC con padres,
psicoeducación familiar y TCC que incluya al niño y a los padres reducen los síntomas
de ansiedad. En particular, cuando hay una alta participación de los padres y el apoyo de
estos en el uso de las mismas estrategias de manejo de contingencias utilizadas por el
terapeuta (Manassis et al., 2014).
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Capítulo 8
Los déficits en las habilidades sociales juegan un rol importante en el desarrollo y man-
tenimiento de los problemas emocionales-conductuales. Durante los últimos 30 años los
psicólogos se han preocupado por desarrollar programas de entrenamiento basados en la
evidencia que mejoren la competencia de interacción social y que sean adaptables a las
necesidades específicas de cada paciente.
En este capítulo exploramos las definiciones teóricas de las habilidades sociales, sus
componentes, instrumentos de evaluación, características, programas de entrenamiento
y recomendaciones clínicas que incluyen ejemplos concretos para guiar al terapeuta en
su aplicación.
Conceptualizar los constructos psicológicos es una tarea difícil y las habilidades socia-
les no son la excepción, existen muchas definiciones y poco consenso. La razón por la
cual sucede esto es porque se trata de un constructo que depende de otros constructos
psicológicos y características humanas: lenguaje, actitud, inteligencia, percepción, per-
sonalidad, valorización e interacción conducta-ambiente (un mismo comportamiento en
dos situaciones diferentes puede ser igualmente habilidoso o puede ser habilidoso en una
situación y en otra no). Sumado a esto, son muchas las disciplinas que se han interesa-
do en las habilidades sociales (educación, psicología, psiquiatría, trabajo social, etc.), y
cada una las observa desde su perspectiva única, lo que resulta en una multiplicidad de
definiciones (Merrell y Gimpel, 1998; Pain, 2008). Es importante considerar también que
existe una amplia variedad de entornos y situaciones donde se da la vida social, lo que
hace difícil establecer un criterio único para definir a las habilidades sociales (Pain, 2008).
Para algunos autores es necesario hacer una distinción entre competencia social y
habilidades sociales. La competencia social suele definirse como la capacidad de ser muy
efectivo en las interacciones interpersonales (Rose-Krasnor, 2006). Además es una pro-
piedad que emerge del uso de la conducta adecuada en la situación apropiada (Dirks,
Treat y Weersing, 2007), por ejemplo, aunque sonreir es una conducta prosocial, sería
inapropiado hacerlo cuando me están hablando de algo triste. Por otro lado, las habilida-
141
Aparicio Alonso
des sociales serían todas esas conductas que nos permiten ser socialmente competentes
(Gresham y Elliott, 1984). La palabra "habilidad" indica que no se trata de un rasgo de
personalidad, sino más bien de un conjunto de conductas que pueden ser aprendidas (Mi-
chelson, Sugai, Woody Kazdin, 1983). Guerrero (2015) específica que cuando hablamos
de habilidades sociales nos estamos refiriendo a un grupo de conductas que necesita el
niño para mantener una relación positiva con pares y adultos, caracterizada por la eficacia
y la satisfacción de ambas partes.
El aprendizaje de habilidades sociales ayuda a afrontar las demandas del entorno,
conseguir determinados fines, obtener una sensación de bienestar en sus relaciones inter-
personales, entablar relaciones satisfactorias y ser capaz de comunicarse de forma eficaz
(Guerrero, 2015; Roca Villanueva, 2005; Zavala Berbena, Valadez Sierra y Vargas Vivero,
2008). Además, es considerado un factor protector de la salud mental, que se vincula con
los roles que adoptamos, el desempeño académico, la regulación conductual y la autoes-
tima (Lacunza, Solano y Contini, 2012; Santamaría Villar y Valdés Muñoz, 2017).
En su manual Merrell y Gimpel (1998) compararon 16 definiciones de habilidades so-
ciales y concluyeron que, a pesar de la gran variedad de conceptualizaciones únicas del
constructo, existen puntos que todas tienen en común. Para estos autores las habilidades
sociales son aprendidas, incluyen la utilización de conductas específicas, suponen la ca-
pacidad de iniciativa y de respuesta, son moderadas por el refuerzo social, interactivas,
utilizadas en situaciones concretas y pueden ser intervenidas.
Gil, Jarana Expósito y León Rubio (1995) explican que son conductas socialmente
aceptadas (respetando normas sociales y legales) que nos permiten recibir refuerzos (de
los otros y de nosotros mismos), no impiden que el otro consiga también sus metas y
requieren una gran variedad de respuestas conductuales versátiles, ya que deberán ade-
cuarse a las capacidades y objetivos del sujeto y a las características ambientales. Esta
última definición resalta el rol que tiene el contexto sociocultural en que se desempeñan
las interacciones sociales. Para Caballo (2005), dentro del factor cultural, la conducta ha-
bilidosa va a depender también del sexo, la clase social, el nivel educativo y la edad.
En suma, las características personales, la interacción con el ambiente, la situación y
el contexto cultural en el que se desenvuelve el individuo, son los que van a definir qué
componentes serán considerados habilidosos en cada interacción. Debido a esto no se
puede hablar de habilidades sociales universalmente válidas.
El desarrollo de habilidades sociales comienza desde que nacemos, ya que desde ese
momento empezamos a interactuar con otros. Sin embargo, en la infancia y con el surgi-
miento del lenguaje y una mayor independencia motora, el niño explora mejor su ambiente
y puede relacionarse más ampliamente con otros. En estas etapas se deberían desarrollar
habilidades sociales básicas. Al entrar a la escuela y estar en contacto con niños de la
misma edad (y otros adultos que proveen modelos diferentes), las habilidades sociales se
van perfeccionando cada vez más, a la vez que aprendemos otras nuevas. Los padres,
hermanos, maestros y pares serán cruciales para este proceso.
La experiencia escolar de un niño será mucho mejor si ha aprendido habilidades so-
ciales apropiadas, que sirvan de apoyo para afrontar situaciones sociales en la escuela y
continuar beneficiándose de esas habilidades y experiencias. En consecuencia, probable-
mente tendrá relaciones interpersonales de calidad que provean recursos tanto sociales
como emocionales (Perry, Calkins, Dollar y Keaney Shanahan, 2018). Posiblemente con-
142
ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES SOCIALES PARA NIÑOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
tarán con redes sociales más eficientes que provean recursos, sean un factor protector en
el cuidado de la salud física y mental y un apoyo para enfrentar situaciones problemáticas.
Todo eso se traduce en un mayor bienestar general.
No obstante es posible que una persona presente deficiencias en estas habilidades,
debido a los síntomas y características propias de algunos trastornos que limitan la capa-
cidad de aprendizaje y generalización de las habilidades sociales; otras veces se dan por
falta de modelos apropiados o por no haber adquirido las habilidades pertinentes. Afortu-
nadamente se pueden aprender, existen programas de evidencia comprobada, factibles
de ser utilizados en terapia para trabajar las deficiencias en habilidades sociales.
Para aprender habilidades sociales hay que estar expuestos a situaciones que nos
permitan practicarlas y perfeccionarlas, para luego añadirlas al repertorio de respuestas
adaptativas; las indicaciones verbales no son tan relevantes en este caso (Fernández-Be-
rrocal y Ruiz Aranda, 2018). Las conductas que hacen que una persona sea habilidosa
socialmente pueden aprenderse por las mismas vías que se aprenden otras conductas:
por experiencia, por modelado, por instrucción directa, a través de la retroalimentación,
por refuerzo positivo, por refuerzo social, identificación de habilidades y práctica (Monjas
y González, 1998).
Una interacción social es considerada exitosa cuando intervienen factores individuales,
de respuesta del otro y contextuales. Las habilidades que ponen en juego dicho éxito son
verbales y no verbales e influyen en la percepción y la respuesta del otro. Asimismo es
importante mantener un equilibrio en la calidad y cantidad de las respuestas no verbales
(expresiones faciales, contacto ocular, postura, etc.) y verbales (claridad, tono de voz, con-
tenido del mensaje, etc.). Sumado a esto, se deben manejar habilidades complejas como
la de saber identificar cuándo es apropiado comenzar una conversación y la selección
de temas a hablar. Los jóvenes deben lidiar con muchas tareas sociales (decir que no,
pedir ayuda, requerir información, asistir a alguien, etc.), cada una de las cuales requiere
una serie de respuestas conductuales para lograr el éxito. A su vez, deben estar atentos
a percibir las respuestas del otro y adaptar la suya según sea necesario (Spence, 2003).
Aparte de la definición, otro elemento que nos ayuda a comprender mejor las habili-
dades sociales son los ejemplos concretos de ellas, ya que nos proveen una visión más
tangible (Merrell y Gimpel, 1998).
Existen muchas maneras de categorizar los componentes de las habilidades sociales:
puede tenerse en cuenta su nivel de complejidad o la importancia que se le de a factores
emocionales, conductuales o cognitivos. Independientemente de cuál sea la clasificación,
los componentes se interrelacionan y potencian entre sí. (Caballo, 2005) nombra otra for-
ma de categorizar: componentes molares y moleculares. Los componentes molares se-
rían las habilidades generales, las cuales dependen de los moleculares o las respuestas
conductuales más específicas. Según el autor, éstas categorías han creado confusión en
las investigaciones, ya que algunos utilizan las conductas molares, otros las moleculares
y otros ambas para realizar estudios. Sin embargo, con el fin de darle una forma más con-
creta a las habilidades sociales, utilizaremos esa clasificación.
143
Aparicio Alonso
Categoría Componente
Entre las razones por las cuales una persona presenta deficiencias en habilidades
sociales podemos encontrar un aprendizaje insuficiente o inadecuado en el proceso de
socialización. En consecuencia, la persona no adquiere las respuestas habilidosas y se
hace más vulnerable a desarrollar problemas como la fobia social. Adicionalmente, hay
ciertos factores que pueden mantener la fobia social: un proceso de socialización inade-
cuado, carencia de modelos apropiado, ausencia de oportunidades para practicar y falta
de refuerzo ante conductas prosociales (Pedro y Ortiz González, 2015). Otros factores que
se vinculan a la deficiencia en habilidades sociales son los trastornos conductuales y emo-
cionales (Spence, 2003). Las características de ciertos trastornos facilitan la vulnerabilidad
a tener deficiencias en las habilidades sociales, como los trastornos del espectro autista, el
trastorno por déficit de atención e hiperactividad, el trastorno oposicionista desafiante, los
trastornos del estado de ánimo y los trastornos de ansiedad.
Las deficiencias en las habilidades sociales pueden ser de varios tipos: el niño no
posee las habilidades, sí las posee pero no sabe cómo o cuándo utilizarlas o puede su-
ceder que cuando desempeña las habilidades no lo hace a un nivel aceptable (Gresham,
Sugai y Horner, 2001). Gresham (1997) también sostiene que el déficit puede estar en la
adquisición o en el desempeño, dependiendo de si no poseen la habilidad social en su
repertorio conductual o si la poseen pero no la demuestran en las situaciones sociales
que la requieren. Los problemas en el desempeño pueden deberse a factores cognitivos
(por ejemplo, distorsiones cognitivas o déficits en el procesamiento de la información),
afectivos o conductuales (por ejemplo, recibir refuerzo para conductas inapropiadas). Todo
esto no debe descartar el déficit en la adquisición de habilidades, ya que los factores antes
mencionados pueden ayudar a mantenerlo.
144
ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES SOCIALES PARA NINOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
1 Al presentar problemas en las interacciones sociales el niño tiene que lidiar con el
rechazo de sus compañeros, la soledad, el aislamiento, el retiro social y dificultades para
iniciar relaciones sociales satisfactorias y mantenerlas (Asher y Markelly Hymel, 1981).
Uno de los mayores peligros es que quede atrapado en ciclos de interacción no apropia-
dos que frenen el desarrollo de su competencia social, debido a la falta de oportunidades
para aprender, practicar y mejorar (Mathur, Kavale, Quinn, Forness y Rutherford, 1998).
Las mayores barreras que afrontará un niño con disfunción social serán la dificultad
en establecer y mantener relaciones interpersonales buenas (lo que lo puede llevar a
amistades vinculadas a conductas antisociales) y la carencia de habilidades para llevarse
bien con el grupo de pares, enfrentando rechazo y/o victimización constantes, aislamiento,
desarrollo de conductas agresivas, baja autoestima, incapacidad de expresar opiniones o
deseos de forma apropiada y malestar emocional (Monjas y González, 1998). Esta insufi-
ciencia de habilidades sociales puede llegar hasta la vida adulta, donde también afectará
la consecución de metas sociales, académicas y laborales.
145
Aparicio Alonso
bajos niveles de aceptación social, pocos amigos y la mayoría de sus interacciones son
negativas (Pelco y Reed-Victor, 2008).
De manera similar a lo que ocurre con el TDAH, existe un buen cuerpo de evidencia
que registra que los niños con depresión sufren limitaciones en las competencias interper-
sonales. Estudios recientes estiman que tienen hasta seis veces más probabilidades de
sufrir algún déficit social (Herman et al., 2018). Se teoriza que la falta de energía, la fatiga
y los sentimientos de desesperanza limitan las oportunidades de interacción social y, a su
vez, la irritabilidad característica en la depresión infantil produce conflictos interpersonales
que aíslan al niño e incrementan los pensamientos negativos sobre sí mismo, como por
ejemplo "nadie me quiere", "soy despreciable", etc. (Krumholz, Ugueto, Santucci y Weisz,
2014). Cabe añadir que la mayoría de las investigaciones no ha explorado la naturaleza
de la asociación entre la depresión y los déficits en habilidades sociales, por lo tanto no
se sabe con precisión si la depresión es la causante de los déficits sociales o si son los
déficits sociales los responsables del estado de ánimo depresivo (Kazdin, 2012).
En cuanto a la ansiedad, los estudios también demuestran que los niños con estos tras-
tornos son más vulnerables a tener déficits sociales (Kingery, Erdley, Marshall, Whitaker y
Reuter, 2010). Probablemente se debe a un aprendizaje social limitado, causado por las
conductas de evitación, generadas a su vez por un diálogo interno negativo, subestima-
ción de sus propias habilidades sociales, miedo a cometer errores y temor exagerado a la
evaluación negativa de sus pares. Al mismo tiempo este patrón refuerza las creencias de
que las situaciones sociales son peligrosas y difíciles (Krumholz et al., 2014). No debemos
sorprendernos entonces de que a estos niños se los describa como menos habilidosos en
el área social, ya que no participan en tantas interacciones sociales y, por ende, disminu-
yen las probabilidades de obtener una respuesta positiva de sus pares.
146
ENTRENAMIENTO EN HABILIDAOES SOCIALES PARA NIÑOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
Observación conductual
La competencia social se manifiesta en un repertorio de respuestas comportamentales,
es por eso que uno de los métodos más utilizados para evaluarla es la observación. Como
mencionamos antes, hay dos tipos de observaciones:
147
Aparicio ¡Alonso
En ambos tipos de observación es muy importante que la persona que las realiza co-
nozca y tenga en cuenta las etapas del desarrollo de los niños y sus características parti-
culares. También debe haber un entrenamiento para asegurar un proceso justo y confiable
en contextos variados (Katz-Buonincontro y Anderson, 2018) y el dominio de las catego-
rías a observar.
Entrevista
La entrevista es una herramienta básica e indispensable en la clínica, con ella podemos
recabar los datos concretos que nos van a servir para entender mejor las problemáticas
de una persona, que es la mejor fuente para esta información y la única que puede darnos
acceso a sus propias emociones y pensamientos. Esta herramienta nos permite identificar
las conductas problemáticas junto con sus antecedentes y consecuentes, las habilidades
que faltan y además ayuda a determinar qué otras herramientas debemos utilizar para ob-
tener información más específica (Caballo, 2005). Adicionalmente, la entrevista nos permi-
te indagar sobre la historia del sujeto, el desarrollo de determinados patrones de conducta,
los modelos con los que contó para aprender a interactuar socialmente y las variables que
mantienen ciertas conductas.
148
ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES SOCIALES PARA NIÑOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
La información que provee un análisis funcional sobre las variables ambientales res-
ponsables de conductas problemáticas puede utilizarse para realizar modificaciones que
resulten en una reducción de éstas conductas y el reemplazo de las mismas por otras más
apropiadas (Poole, Dufrene, Sterling, Tingstrom y Hardy, 2012).
Durante los últimos 30 años la investigación clínica infanto-juvenil ha estudiado con de-
tenimiento los efectos de los programas de entrenamiento en habilidades sociales (EHS).
Distintos análisis de ensayos aleatorios controlados (EACs) han demostrado su efectivi-
dad, tanto en su modalidad grupal como individual, para mejorar la competencia social,
las relaciones entre pares y reducir el riesgo de problemas emocionales y conductuales
a corto y largo plazo (Gresham, 2016). Los programas de EHS son estructurados y pro-
mueven el desarrollo de habilidades emocionales, cognitivas, verbales y no verbales que
incrementan la probabilidad de interacciones sociales positivas en personas con déficits
de interacción social (Linehan, Tutek, Heard y Armstrong, 1994; Spence, 2003). Según
Caballo (2005) los cuatro componentes indispensables de todo programa de EHS son: (1)
entrenamiento de habilidades; (2) reducción de ansiedad; (3) reestructuración cognitiva y
(4) habilidades de resolución de problemas. Estos componentes son implementados por
medio de una amplia variedad de técnicas y estrategias entre las cuales destacamos las
más relevantes en el contexto clínico:
1. Ensayo de conducta o role-playing
1.1.Inversión de papeles
1.2. Representación exagerada del papel
1.3. Ensayo de conducta dirigido
2. Modelado
2.1. Modelado encubierto
2.2. Modelado manifiesto
2.3. Modelado con participación dirigida
3. Reforzamiento
3.1. Reforzamiento encubierto
3.2. Reforzamiento interno
3.3. Autorreforzamiento
4. Feedback o Retroalimentación
4.1. Retroalimentación audio/video
4.2. Retroalimentación verbal
5. Reestructuración cognitiva
6. Auto-Instrucciones
7. Tareas para casa
8. Ejercicios de resolución de problemas
9. Técnicas de relajación
10. Discusión en pequeños grupos
149
Aparicio Alonso
dad social, distorsiones cognitivas, etc.) que limitan la conducta social (Caballo, 2005).
Luego procederá con la implementación del programa más adecuado para las característi-
cas idiosincráticas del paciente. La aplicación completa suele tomar entre 8 y 16 semanas,
con una sesión semanal que dura entre 60 y 90 minutos y puede administrarse en formato
individual o grupal, con el fin de que los niños puedan practicar las habilidades con sus
pares, favoreciendo la adquisición, desempeño y generalización de las conductas proso-
ciales (Cook et al., 2008). En caso de que no se den las condiciones necesarias para desa-
rrollar el entrenamiento en formato grupal, el terapeuta podrá buscar alternativas para que
el niño practique las habilidades, por ejemplo con otros miembros del equipo terapéutico y
al mismo tiempo fomentar su práctica en una variedad de contextos relevantes (escuela,
iglesia, club, hogar, etc.). Es sumamente importante la participación activa de los padres
y cuidadores en el proceso del entrenamiento, para que refuercen las conductas sociales
deseadas y promuevan su práctica.
Los niños con problemas de interacción social o déficits en habilidades sociales suelen
presentar una variedad de problemas emocionales y conductuales tales como (Kavale,
Fornessy Mostert, 2004):
• Problemas de aprendizaje que no pueden ser explicados por factores intelectua-
les, sensoriales o de salud.
• Inhabilidad para crear o mantener relaciones interpersonales satisfactorias con
sus pares y maestros.
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ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES SOCIALES PARA NIÑOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
151
Aparicio Alonso
las expresiones faciales y físicas. También se recomienda hacer un listado (en el tablero o
en una hoja de papel) de emociones y sentimientos (agotado, interesado, asustado, rela-
jado, etc.) para que el paciente pueda escribir qué lenguaje corporal describe cada una de
esas emociones (Shapiro y Holmes, 2008).
El terapeuta debe modelar las conductas sociales apropiadas: cómo saludar, cómo
mantener el contacto ocular, cómo pararse, cómo sonreír, etc. También puede hacer dos
representaciones con conductas apropiadas y conductas no apropiadas y solicitar al niño
feedback sobre por qué éstas últimas no eran adecuadas y con cuál de las dos repre-
sentaciones preferiría conversar. Se recomienda filmar las demostraciones mencionadas
para revisarlas en sesiones posteriores y evaluar cuáles eran las diferencias entre las dos
escenas (Weisz, Thurber, Proffitt, Sweeney y LeGagnoux, 1997).
Como mencionamos antes, el paciente también puede llevarse tareas, las cuales debe
planificar el terapeuta. Un ejemplo de éstas actividades es el Detective social. En ella el
terapeuta le solicitará al paciente que observe en distintos contextos (escuela, casa, reu-
niones familiares, iglesia, etc.) cómo las conductas de las personas afectan las situaciones
sociales y le pedirá que anote todas las situaciones posibles en una hoja de registro, que
ha sido preparada previamente por el terapeuta. La hoja debe contener tres columnas,
tituladas: Quién lo hizo, Qué pasó primero, Qué pasó después (Shapiro y Holmes, 2008).
Detective social
Habilidades de comunicación
Una comunicación clara y precisa ayuda a los niños a transmitir sus pensamientos
y emociones sobre aquello que les interesa y disfrutan o lo que les molesta y enoja, lo
que a su vez reduce los conflictos interpersonales y facilita el cambio conductual. Para
lograr una mejor comunicación, el terapeuta debe informar al niño acerca de la impor-
tancia de la comunicación para entender la perspectiva y emociones de los demás. Así
también el niño o adolescente debe aprender habilidades de escucha activa. Para ello
se pueden utilizar sesiones de role-play en las que se ilustra una conversación donde
uno de los interlocutores (María) interrumpe constantemente al otro (Ana) y evaluar las
consecuencias de las interrupciones (pérdida de información, invalidación, sentimientos
de rechazo). Luego se puede realizar otro role-play donde María escucha atentamente,
sin interrumpir la conversación con Ana y utiliza un lenguaje corporal adecuado (contacto
ocular, asentimiento y postura). Al finalizar la conversación, el terapeuta debe solicitarle
a la participante que hizo el rol de María que narre en sus palabras lo que Ana contó y
qué emociones percibió (alegría, emoción, tristeza, etc.); luego se le debe dar el turno al
otro participante para que cuente cómo se sintió al ser escuchado. Haga hincapié en la
importancia de que se practiquen las habilidades en la mayoría de los contextos posibles
152
ENTRENAMIENTO EN HAEELIDADES SOCIALES PARA NIÑOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
y que los niños se sientan libres de usar sus propias formas de expresión. Basados en
las investigaciones de (Caballo, 2005) recomendamos el entrenamiento en 5 estrategias
para mantener la conversación:
1. Preguntas cerradas o abiertas: resulta útil enseñarle a los niños y adolescentes
las diferencias entre las preguntas cerradas (dónde, cuándo, quién) y las pregun-
tas abiertas (qué, cómo y por qué) y cómo usar las preguntas abiertas para hacer
las conversaciones más prolongadas.
2. Libre información: es una invitación a hablar sobre cualquier tema 'que la perso-
nas piensan que es apropiado dentro de un contexto en específico. En el EHS se
pueden generar una serie de ideas para proveer información libre adecuada.
3. Autorrevelación: son las verbalizaciones por las cuales las personas comparten
información sobre sí mismas. Para mantener una amistad cercana o íntima es
necesario que las personas puedan compartir información sobre ellas mismas,
sus emociones y pensamientos.
4. Escucha activa: es el proceso por el cual las personas comunican que están
prestando atención y que están interesadas en la conversación. En el entrena-
miento se pueden enseñar mensajes verbales que demuestran que el niño está
prestando atención (Ahh, Uhhh, ¡Oh!), parafrasear, asentimientos de cabeza,
sonrisas, contacto ocular, postura, etc. y transmitirlos naturalmente.
5. Silencios: los niños y adolescentes, especialmente aquellos con fobia social,
pueden sentirse intimidados por los silencios que surgen en una conversación.
Por lo tanto, el terapeuta debe explicar su función (sirven para cambiar de tema,
hacer preguntas o reflexionar sobre lo conversado) y también debe explorar los
pensamientos y autoverbalizaciones negativas (soy un tonto, ya no sé qué decir,
no tengo nada interesante que conversar) y proponer estrategias de reestructu-
ración cognitiva.
Elegir las palabras adecuadas para cada situación social puede ser especialmente
difícil para aquellos que no han tenido suficientes oportunidades de practicar habilidades
de comunicación. Un ejercicio que puede ser útil en estos casos es recortar imágenes de
revistas o descargar de internet situaciones sociales comunes: niños jugando al fútbol, un
niña ayudando a su amiga a reunir los papeles que se cayeron al piso o alguien consolan-
do a otra persona que está triste, y escribir junto con el paciente qué palabras apropiadas
podría decir en esa situación (Shapiro y Normes, 2008).
La ansiedad y depresión pueden afectar la capacidad de los niños y adolescentes para
recordar información durante las conversaciones. Por esta razón, en el entrenamiento se
deben practicar habilidades de escucha activa y de memorización de información (nom-
bre, intereses, deportes, juegos, etc.). También conviene enseñar tres reglas simples para
conversar por teléfono o participar en una videollamada: (1) usa un tono de voz amigable;
(2) escucha atentamente y (3) espera tu turno para hablar. De la misma manera el tera-
peuta debe hacer esfuerzos para promover buenas prácticas en el uso de los medios de
comunicación digital (Whatsapp, Facebook, Instagram): cómo construir mensajes amiga-
bles, cómo responder, no abusar de los emojis; no abusar del reenvío de cadenas.
Los niños con depresión y ansiedad suelen tener dificultades para comunicarse aserti-
vamente, defender sus derechos y expresar sus sentimientos y pueden utilizar la agresivi-
dad, pasividad o evitación como respuestas ante solicitudes que les desagradan (Krumholz
et al., 2014). Para promover la asertividad (Clarke, Lewinsohn y Hops, 1990) proponen los
siguientes pasos:
153
Aparicio Alonso
154
ENTRENAMIENTO EN HABILIDADES SOCIALES PARA NIÑOS CON PROBLEMAS EMOCIONALES-CONDUCTUALES
da o rechazada. Del mismo modo se deben realizar distintos ejercicios de role-play que
ejemplifiquen cómo invitar a un amigo a la casa. En este proceso es necesario que el
terapeuta esté atento a las distintas conductas sociales que el niño puede realizar durante
el entrenamiento y reforzarlo (hiciste un buen trabajo cuando sonreíste al invitarme a jugar
con la Nintendo Switch en tu casa) y también proveer feedback de conductas que se pue-
den mejorar: "es importante que hables un poco más despacio para que tu amigo pueda
entender la invitación".
Una manera efectiva de trabajar la percepción social es que el terapeuta presente una
situación en la que una niña (Raquel) quiere invitar a una compañera del salón (Cristina) a
su casa luego de la escuela para ver una película, jugar o hacer un proyecto de matemá-
ticas, pero siente mucho miedo porque cree que la van a rechazar. En este caso se explo-
ran las posibles respuestas que pueda dar la compañera y cómo podría reaccionar Raquel
a ellas, anotándolas en una hoja. El terapeuta debe explorar los pensamientos y emocio-
nes que surgieron ante las respuestas negativas, y luego construir diferentes respuestas
alternativas. A continuación presentamos un cuadro que permite ejemplificar el ejercicio:
Cuéntame sobre la última vez que intentaste hacer una nueva amistad:
¿Cómo reaccionaste?:
Hacer amistades no solo consiste en invitar a un amigo a la casa, sino que también se
debe entrenar al niño en el proceso de mantener esa amistad. Para ello el terapeuta puede
enseñar y fomentar la empatía, ofrecer ayuda cuando sus amigos la necesitan, mantener
la lealtad y generar momentos de diversión.
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Aparicio Alonso
Conclusiones
Los entrenamientos en habilidades sociales son programas multicomponentes que in-
cluyen el aprendizaje de conductas verbales y no verbales, el desarrollo de habilidades de
comunicación, asertividad, reducción de la ansiedad, reestructuración cognitiva, resolución
de problemas, autocontrol y relajación. Estos métodos han sido ampliamente estudiados,
demostrando ser efectivos para lograr interacciones sociales más habilidosas. La elección
del mejor programa dependerá de una evaluación clínica minuciosa y se debe contar con
el apoyo directo de los padres y maestros para que los pacientes puedan generalizar las
habilidades aprendidas en otros contextos importantes.
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159
Capítulo 9
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
Gabriel Genise
161
Genise
Producto de los desarrollos darwinianos se entiende que las emociones poseen tres
componentes:
1. Sentimiento: La emoción es un sentimiento privado y subjetivo. Los seres hu-
manos pueden exhibir una extraordinaria gama de estados, que al decir de ellos,
"sienten" o experimentan. Estas declaraciones de experiencias subjetivas pue-
den tener o no indicadores manifiestos.
2. Arousal fisiológico: La emoción es una expresión o exhibición de respuestas
somáticas y autónomas. Este énfasis sugiere que los estados emocionales pue-
den definirse mediante conjuntos concretos de repuestas corporales. El Arousal
fisiológico que acompaña a la emoción nos permite examinar la emoción tanto
en animales no humanos como en seres humanos.
163
Genise
Producto de esta definición se permite suponer que la ira es una emoción y una condi-
ción necesaria, pero no suficiente, para el desarrollo de actitudes hostiles y de manifesta-
ciones de conducta agresiva.
La agresión constituye una serie muy distinta de patrones de conducta que están al
servicio de distintas funciones, por ello se establece la siguiente clasificación:
• Agresión Territorial: Suele iniciarse mostrando señales fuerte al intruso. De
no poseer éxito las mismas puede producir una escalada física. El atacante o el
que ha perdido la lucha puede presentar conductas de sumisión que le permitan
164
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
165
Genise
En cuanto al sexo; las primeras manifestaciones de rabia y frustración en los bebés son
similares en ambos sexos, pero las diferencias entre ellos emergen muy precozmente en
lo que se refiere a la agresividad instrumental. La media de diferentes datos estiman que
la proporción de 9/1 entre varones y mujeres. Las niñas parecen manifestar conductas
agresivas indirectas o relacionales y los niños conductas de agresión directa o abierta. En
cuanto a índices de prevalencia en lo que al Trastorno oposicionista Desafiante (TND) y
el Trastorno Disocia! (TD) varias investigaciones estiman que el 3% de la población pa-
dece trastornos externalizadores. Se observa una contundente diferencia en cuanto a la
presencia del trastorno en niños y niñas. Los niños presentan una tasa superior en contra
posición a las niñas. Sin embargo existen otros estudios en donde la diferencia no es tan
contundente. La proporción es de 4:1. En la adolescencia la diferencia no es tan signifi-
cativa, la misma es 2:1 (Genise, 2014). En la adultez la diferencia tienden a desaparecer.
Se han encontrado también diferencias en el destinatario de la agresión en chicos y
chicas. Las mujeres suelen utilizar más agresión social contra ellas mismas, mientras que
los varones tienden a usar la agresión física. Las chicas son más agresivas si se trata de
agresividad indirecta (hablar mal de otros, excluir compañeros, etc.).
Otro factor que incide en la conducta agresiva es el temperamento. Este concepto pue-
de ser definido por Allport (1937) como:
166
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
Impulsividad
La impulsividad es entendida como un concepto multidimensional que incluye dificul-
tades en la contención de la conducta, manejo de emociones, procesamiento rápido de la
información, búsqueda de novedad y dificultades para recibir gratificaciones demoradas.
Se ha relacionado con experiencias familiares, factores genéticos y disfunciones en el
mecanismo de neurotransmisión cerebral de serotonina como mediador de la inhibición
de conducta (Plutchik & Van Praag, 1989). Se entiende por impulsividad la tendencia a
responder rápidamente a los estímulos, sin reflexión y cometiendo por ello un alto por-
centaje de errores en la respuesta (Schweizer, 2002). La impulsividad parece que implica
velocidad en la respuesta, alta emocionalidad y ausencia de reflexividad asociada con
motivaciones primarias; todo ello naturalmente incrementa la probabilidad de aparición de
conductas violentas. Es por tal motivo, que la impulsividad ha sido señalada como uno de
los factores explicativos más potentes de agresión (Del Barrio et al., 2003).
Un aspecto especial de la impulsividad es la incapacidad que el sujeto posee en poder
diferir la gratificación. Esta incapacidad se ha observado tanto en niños (en conductas
verbales como físicas) como con adultos (ante la presencia de conductas delictivas). La
impulsividad juega un papel importante en la estabilidad de los niños para inhibir la agre-
sión durante las señales de castigo al tiempo que como conducta inhibidora de estrategias
de solución de problemas, induce a cometer mayores errores y exagerar las atribuciones
hostiles (Dodge & Coie, 1987).
167
Genise
acciones emocionales de los demás, se trata de un factor agresivo que interactuará con
reguladores cognitivos y variables situacionales y sociales. En general, entonces se puede
admitir el supuesto de que la sensibilidad empática favorecerá probablemente el altruismo
y reprimirá la agresión. En resumen lo que se pretende resaltar es la ida de que la presen-
cia de empatía disminuye las posibilidades de desarrollar conductas agresivas.
Continuando con Bandura, el autor estudió detenidamente la autoeficacia y su reper-
cusión en la vida emocional. La autoeficacia es aquella característica personal mediante
la cual el sujeto se percibe como capaz de llevar a cabo sus propósitos. Este concepto se
refiere a la capacidad de resolución de problemas (Bandura, 1982).
De acuerdo con Greene y Ablon (2006) las características asociadas con conductas
explosivas se encuentran relacionadas con la carencia o déficits en habilidades globales
en los dominios de flexibilidad y adaptabilidad, tolerancia a la frustración y habilidades en
la resolución de problemas. Los psicólogos del desarrollo han comprendido la importancia
de estas habilidades ya que se encuentran relacionadas con la capacidad del niño de
adaptarse a los requisitos del ambiente, los cambios y las exigencias que este demanda
para internalizar determinadas conductas.
Las habilidades de estos dominios comienzan en la infancia con la habilidad de manejo
del disconfort que puede venir acompañado por el hambre, sueño, frío o fatiga, logran-
do modular la respuesta pudiendo mantenerse conectado con el medio ambiente y con
los cuidadores (Greene & Ablon, 2006). Mecanismos más sofisticados de la flexibilidad /
adaptabilidad, tolerancia a la frustración y resolución de problemas se desarrollan con el
advenimiento del lenguaje, permitiendo al niño nombrar, etiquetar y comunicar sus pensa-
mientos y emociones. El desarrollo de esquemas cognitivos relacionados con la causa y
efecto como así también internalizar y generar estrategias que permitan la interacción con
el medio ambiente. El modelo propuesto por Greene y Ablon (2006) enfatiza identificar los
factores cognitivos específicos que contribuyen al desarrollo del incumplimiento en el niño
y de las conductas explosivas Los autores insisten en que los adultos deben ser ayudados
en comprender que las dificultades del niño no son producto de un déficit en la motivación
o en la ineptitud del adulto en dar órdenes, sino en el déficit de las habilidades cognitivas,
por lo tanto los programas basados en premios y castigos son poco probable que logran
un éxito dado que estos programas basados en refuerzos no consideran las dificultades
cognitivas de los niños. En segundo lugar, los adultos deben ser guiados en identificar cuá-
les son las habilidades cognitivas específicas que deben de ayudar a entrenar a los niños.
A continuación se realiza una descripción de algunos factores propuestos por los auto-
res que incrementan la posibilidad en la aparición de conductas explosivas:
Funciones Ejecutivas
Una variedad de habilidades cognitivas han sido caracterizadas como "ejecutivas", in-
cluyendo la memoria de trabajo, la cual refiere a la capacidad individual de retener eventos
en su mente mientras se está realizando la actividad. La organización y la planificación, las
cuales refieren a la capacidad individual de organizar sus pensamientos, inhibir impulsos,
generar alternativas a los problemas y anticipar posibles resultados ante las soluciones
propuestas. Finalmente el cambio atencional que refiere a la eficiencia y flexibilidad en
la cual una persona puede cambiar las reglas y expectativas de una situación a otras.
Déficits en estos dominios tienen el potencial de comprometer la capacidad del niño en
responder a las directivas del adultos de una manera adaptativa. Adicionalmente, se ha
demostrado que la agresión raramente ocurre fuera del contexto de problemas atenciona-
les y de control de impulsos (Greene & Ablon, 2006).
168
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
Habilidades Sociales
Los investigadores han documentado una correlación muy significativa entre las dificul-
tades de relación social con las conductas disruptivas. Por ejemplo, la literatura ha demos-
trado que niños agresivos presentan la tendencia a tener pobres relaciones sociales. La
conducta disruptiva tiende a repercutir en los otros por lo que sus amigos tienden a buscar
alejarse del niño problemático. Estos niños presentan dificultades en las habilidades prag-
máticas sociales por lo tanto se les dificulta llevar a cabo habilidades tales como compartir,
involucrarse en un grupo, comenzar una conversación, tomar turnos en una conversación,
reconocer cuándo están aburridos en una interacción.
169
Genise
Amenazas al autoestima
La relación entre el autoestima y la conducta agresiva se ha reconocido amplia-
mente en la literatura científica. Niveles saludables de autoestima correlacionan po-
sitivamente con la capacidad del niño de afrontar diferentes adversidades sin la
necesidad de convertirse en agresivo. Las intervenciones orientadas a mejorar la auto-
estima en los niños es de suma importancia en el abordaje de las conductas agresivas.
Estrés
Pequeñas cantidades de estrés son normales y permiten al niño sentirse motivado para
lograr ciertos desafíos. Cuando los niveles de estrés se transforman en excesivos o se
mantienen elevados y estables a lo largo del tiempo, entonces es probable que el niño ex-
perimente una sensación tóxica del estrés tales como niveles elevados de cortisol (hormo-
na relacionada con el estrés) lo cual favorecería la aparición de conductas disruptivas. La
falta de estimulación en los niños, también son indicadores de aumento de estrés, como
así también los trastornos en la comunicación. Mientras que muchos niños parecen poder
afrontar sus dificultades en la comunicación, otros presentan dificultades para manejar los
sentimientos due se ocasionan ante la dificultad de poder expresar claramente sus ideas o
emociones. Los niños con trastornos severos del lenguaje generalmente no poseen el len-
guaje suficiente como para poder expresar o etiquetar cómo se sienten (Plummer, 2008).
Inseguridad
La relación entre el estilo de apego entre el niño y los padres ha sido un foco de suma
importancia en el modo en que los menores aprenden a regular sus propias emociones.
De manera similar, la incertidumbre y la poca consistencia que pueda generarse en el
170
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
Tristeza
Sentimientos de tristeza profunda, por ejemplo producto de la pérdida de un ser que-
rido, pueden hacer que el niño se sienta con mayor vulnerabilidad o un sentimiento inex-
plicable de ira al mismo tiempo que batalla con sentimientos de abandono por el ser que
falleció. Algunas investigaciones realizadas con adolescentes dan cuenta .de la relación
entre sentimientos de depresión y conductas agresivas (Plummer, 2008)
Frustración
Mientras que algunos niños aprenden a poder tolerar cierta cantidad de frustración en
la medida que crecen, cuando este sentimiento se vuelve frecuente o el niño no ha logrado
desarrollar una capacidad saludable de resiliencia, entonces es probable que aparezcan
conductas agresivas como consecuencia de esto. Sue Gerhard (citado en Plummer, 2008)
sintetiza en su investigación en el área tres habilidades que se encuentran relacionadas
con el control de los impulsos: la habilidad para correr el foco de atención o distraerse, la
habilidad de buscar información sobre los obstáculos para poder lograr los objetivos de-
seados y el uso de estrategias de auto confort.
171
Genise
damental sobre la que se desarrollaron las teorías evolutivas desde la perspectiva cogni-
tiva. La teoría del apego, supone un sistema conductual y un modelo representacional del
sí mismo (self) y de la figura o figuras de apego (Maristany, 2008).
La conducta de apego es cualquier forma de conducta que tiene como resultado el
logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que
se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Esto resulta sumamente obvio
cada vez que la persona está asustada, fatigada o enferma, y se siente aliviada con el
consuelo y los cuidados. Saber que la figura de apego es accesible y sensible le da a la
persona un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad y la alienta a valorar la relación.
Si bien la conducta de apego es muy obvia en la primera infancia, puede observarse a lo
largo del ciclo de la vida, sobre todo en situaciones de emergencia. Dado que se observa
en casi todos los seres humanos, se la considera parte integral de la naturaleza humana y
como algo que compartimos con miembros de otras especies (Bowlby, 2006). En relación
a esto, Cozolino (2006) en una lectura evolutiva comenta que el niño nace con un cerebro
inmaduro y se aferra a su madre durante bastante tiempo luego de haber sido cortado el
cordón umbilical. Tanto la madre del niño como otros cuidadores son los aspectos salien-
tes de su mundo, se transforman en un eje central de su aprendizaje temprano. Lo primero
que el infante aprende de sus cuidadores es cuanto ellos están disponibles para hacerlo
sentir cómodo y a salvo. La experiencia de relación con los padres lleva al niño a elaborar
modelos o representaciones mentales del mundo y de las personas de su entorno, que le
permiten desarrollar expectativas sobre la accesibilidad de sus figuras de apego, anticipar
sus respuestas sobre la base de su experiencia previa en situaciones similares y guiar de
una forma más efectiva su sistema de apego. De ésta manera, diferentes historias de inte-
racción entre padres e hijos incentivan distintos modelos mentales, y en consecuencia, di-
ferentes relaciones de apego. Estos modelos vinculares mantienen cierta estabilidad en el
tiempo y en la edad adulta se transforman en modelos operativos interno, que se definen
como una representación mental de sí mismo y de las relaciones con los otros (Tenorio de
Aguiar, Santelices y Pérez, 2009).
Mary Ainsworth, colaboró con Bowlby en la década de 1950. Su idea básica era: es-
tudiar las interacciones madre — bebé durante el primer año de vida, y a continuación
hacer algo que permitiera a los observadores acceder y clasificar el modelo de apego
propuesto, internalizado y en activo. Su estudio de Baltimore logró realizar este objetivo
y ha sido replicado en múltiples ocasiones por otros investigadores de todo el mundo. En
este estudio, tras un año de observaciones realizadas en el domicilio, cada pareja o d lada
madre — bebé era llevado al contexto del laboratorio. En diversos momentos del procedi-
miento de veinte minutos, el bebé permanecía con la madre, con la madre y una persona
desconocida y sólo con la persona desconocida, y a continuación a solas durante un pe-
ríodo que podía prolongarse hasta tres minutos. La idea era (y sigue siendo) que separar
a un bebé de un año de edad de su figura de apego en un contexto desconocido y, en
ocasiones, en presencia de una persona extraña activaría el sistema de apego del bebé.
Entonces se podrían estudiar las respuestas del bebé ante la separación y en el momento
del reencuentro. En la primera fase de su estudio, Ainsworth descubrió que la conducta de
los bebés durante el reencuentro se correspondía con patrones específicos de respuesta.
Cada uno de estos patrones correspondía de forma estadísticamente significativa con las
valoraciones de las observaciones independientes realizadas en el contexto del hogar du-
rante el año anterior a la evaluación del laboratorio. Esta medida de laboratorio ha recibido
el nombre de Situación del Extraño Infantil o de Ainsworth (Siegel, 2007).
La situación del Extraño, se convirtió en el paradigma por excelencia de la teoría del
172
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
apego. Estos datos sirvieron de apoyo empírico para poder afirmar que la madre es quien
funciona como una base segura para la exploración, y que la percepción de cualquier
amenaza activa las conductas de apego y desaparece las conductas exploratorias (Geni-
se, 2016a). A través del estudio anteriormente mencionado, Bowlby y Ainsworth concep-
tualizaron tres tipos de apego. El primer tipo de apego, incluyó a los niños que respondían
con protesta, dolor y angustia a la situación de alejamiento de su cuidador primario y con
alegría ante el regreso. A partir de esta conducta, se los identificó como poseedores de
un apego de tipo seguro, que se caracteriza en que el individuo confía en que su cuidador
será accesible, sensible, y colaborador con él si se encuentra en una situación atemori-
zante, esto permite que el niño se sienta seguro de explorar el medio, aprender nuevos
repertorios conductuales, y generar conductas de apoyo a los demás. En el segundo tipo
de apego, se observó a los niños que actuaban con desesperanza, pasividad y tristeza.
Se los incluyó en un tipo de apego ansioso - resistente en donde el individuo se encuentra
inseguro de si su figura de apego será accesible o sensible cuando lo necesite, por esto
tiende al aferramiento, centrando así toda la atención en el reencuentro y mantenimiento
de la cercanía y mostrándose ansioso ante la exploración del medio, lo que impide el de-
sarrollo de otras áreas de sí mismo. Finalmente, el tercer tipo de apego. Una porción de
los niños estudiados respondían con defensas y evitación de que la madre retome, a ellos
se los catalogó como poseedores de un apego ansioso - elusivo, hoy también conocido
como apego evitativo. En este niño no se espera que cuando busque cuidado recibirá una
respuesta servicial, sino que por el contrario, espera ser desestimado. A causa de ello,
tiende a construir una coraza que le permite protegerse y evitar contactos futuros (Casullo
y Fernández Liporace. 1995).
En la actualidad también se emplea un cuarto tipo de apego desarrollado por Mary
Main y Judith Salomon que permite definir adicionalmente la naturaleza de la conducta de
algunos bebés. A este tipo de apego, se lo denominó apego desorganizado. Las madres
desorganizadas parecieran crean situaciones conflictivas para sus hijos, dan la impresión
de estar siempre atemorizadas de y por sus hijos. Muchas de éstas madres mostraron
sufrir traumas o duelos inconclusos (Cozolino, 2006).
En un estudio sobre el apego se muestra que la mayor parte de los niños diagnostica-
dos con conductas agresivas patológicas muestra un tipo de apego inseguro. También se
observó en un estudio longitudinal que aquellos niños que presentan conductas agresivas,
correlacionas fuertemente con conductas hostiles maternas.
Así como el apego tiene su vigencia máxima en los primeros tres años de vida, la
vigencia de la crianza dura hasta la adolescencia. La crianza y los modelos educativos
parentales, están unidos a un padre/madre/hijo que potencia, fomenta, o promueve todos
los aspectos del crecimiento del niño, conduciendo y guiando la nueva vida a través del
desarrollo persona, social y emocional. Resulta particularmente necesario conocer los mo-
delos educativos que utilizan los padres que pueden incidir en estos problemas (Del Barrio
Gándara & Roa Capilla, 2006).
Factores Protectores
Como primera medida, se advierte que hay que incrementar la convivencia entre pa-
dres y niños pequeños con la finalidad de formar fuertes lazos afectivos que refuercen y
hagan posible la transmisión de valores de socialización la primera etapa de la vida. Esta
etapa es la más receptiva para la formación de hábitos y valores que encaucen la tenden-
cia egoísta en la que forjan la mayor parte de las conductas agresivas.
Por otro lado, existen emociones y actitudes que son incompatibles por definición con
173
Genise
174
TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
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Genise
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TRASTORNOS EXTERNALIZADORES
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177
Genise
178
Capítulo 10
Mariano Scandar
Recomendaciones Diagnósticas
179
Scandar
180
EL TDAH DESDE UNA PERSPECTIVA DEL NEURODESARROLLO: TRATAMIENTOS BASADOS EN LA EVIDENCIA
foco atencional, o no puede planificar su conducta motora, porque antes de tomar cabal
conciencia de la situación, ha iniciado ya una respuesta. Por otro lado, existen problemas
para tolerar demoras y posponer gratificaciones. en el tiempo, de forma tal de maximizar
los beneficios. Hacer reír a los compañeros es divertido, pero para la mayoría de los niños,
no más que un premio grande al final del día, pero para los niños con TDAH renunciar a
la satisfacción inmediata es extremadamente difícil. No es que no les importe el premio o
el castigo, es que a la hora de iniciar una conducta el peso relativo que tiene un estímulo
próximo en el tiempo es infinitamente más poderoso que el de un estímulo demorado. Esto
es fácil de identificar en niños pequeños neurotípicos, pero debería ser una etapa supera-
da antes de llegar a la escuela primaria (Scandar & Scandar, 2016).
Una vez establecido que el paciente cumple con las características necesarias para
un TDAH que se enumeran en la Tabla 1 restará aún una tarea importante: detectar
las comorbilidades existentes. En un cuadro como este, donde más de la mitad de los
pacientes tienen al menos una comorbilidad, esto es fundamental. Las comorbilidades
pueden implicar tanto la necesidad de tratamientos complementarios, como de modificar
los abordajes existentes, ya que determinadas comorbilidades modifican fuertemente la
eficacia de los tratamientos.
Tabla 1
Pacientes con trastornos bipolares, por ejemplo, no podrán recibir medicación específi-
ca para el TDAH hasta que no estén estabilizados anímicamente con otras medicaciones
(Biederman et al.,1999), pacientes depresivos, posiblemente no estén en condiciones de
afrontar ningún trabajo psicopedagógico específico hasta que no mejoren su estado de
ánimo, y del mismo modo, requerirán modificaciones en las intervenciones parentales
debido tanto al posible impacto negativo sobre el ánimo de los castigos como a una sensi-
bilidad disminuida a la recompensa propia de estos cuadros (Daviss, 2008).
Los pacientes que cursan con trastorno disocial, no se beneficiarán de un entrenamien-
to a padres tradicional y requerirán intervenciones de mayor nivel de intensidad, como la
terapia multisistémica (Henggeler, 1999), mientras que adolescentes con TDAH y Trastor-
no Negativista Desafiante no serán buenos candidatos a terapias individuales antes de un
adecuado trabajo familiar (Antshel, Faraone & Gordon, 2012).
181
Scandar
Preescolar
Consideraciones iniciales. Como se ha dicho anteriormente, el TDAH sigue un curso
de neurodesarrollo. En esta etapa de la vida, todos los niños inician sus capacidades de
autorregulación y control de impulsos, por lo que más que en ningún otro momento, los
diagnósticos deben ser cuidadosos. En el estudio PATS (Posner, et al. 2007; Riddle et al.
2013; Vitiello et al. 2015) se utilizó una muestra de 303 niños preescolares con TDAH a los
que se siguió de forma prolongada, a partir de esto, se cuenta con datos sobre la presen-
tación inicial y la respuesta al tratamiento en esta franja etaria.
Respecto a la presentación típica de este trastorno en edad preescolar, los niños tienen
elevados niveles de externalización, esta tendencia no es exclusiva de esta franja etaria,
pero en ella aparece exacerbada. Los niños con TDAH a los 4 o 5 años, exhiben predomi-
nantemente conductas disruptivas y niveles comparativamente bajos de comportamientos
internalizantes (98% vs. 8-11%). Los síntomas más frecuentes son los del área de hiperac-
tividad e impulsividad y muy especialmente esta última: el 93.4% de los pacientes tenían
dificultades para esperar turnos y el 94.7% interrumpía a los demás.
A nivel demográfico, el 75.6% son varones, lo cual resulta significativo, ya que esta
proporción irá decreciendo con la edad, lo cual implica que muchas niñas con TDAH recién
serán detectadas en edades posteriores (Posner et al. 2007). En la tabla 2 pueden verse
las comorbilidades encontradas. Dos hechos son especialmente destacables: sólo el 30%
de los niños no padecían adicionalmente otro diagnóstico, lo que implica clínicamente que
el trabajo con estos niños es en gran medida el manejo de más de un cuadro de forma
simultánea y que más de la mitad de los niños padecen oposicionismo desafiante, por lo
que dicha presentación en sí parece ser la norma.
Tabla 2
Comorbilidades del TDAH en el estudio PATS (Posner et al.,2007) adaptado.
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El TDAH DESDE UNA PERSPECTIVA DEL NEURODESARROLLO: TRATAMIENTOS BASADOS EN LA EVIDENCIA
El rol de la medicación según el estado del arte. Al igual que en el resto de las eda-
des, la medicación estimulante, especificamente sales de anfetaminas (no disponibles en la
Argentina) y meülfenidato constituyen la primera línea de tratamiento, siendo la segunda la
atomoxetina. Otras medicaciones, como antidepresivos, antirrecurrenciales y antipsicóticos
son ocasionalmente utilizados como coadyuvantes o para el tratamiento de comorbilida-
des. (Vitiello, et al. 2015). Si bien se ha observado un efecto beneficioso de la medicación
sobre los síntomas nucleares del trastorno, en niños preescolares, dicho tratamiento no ha
logrado una remisión sintomática, es decir, que los pacientes continuaban exhibiendo ni-
veles significativos de síntomas (solo el 21% de los pacientes del estudio PATS dejaron de
cumplir criterios para el TDAH). Adicionalmente, en este mismo trabajo se registró una tasa
de efectos adversos significativa (Abikoff et al., 2007; Greenhill et al., 2006).
Tomados en su conjunto, los resultados que existen a la fecha permiten afirmar que, si
bien la medicación es un recurso valioso y con un tamaño de efecto moderado, no posee
una eficacia que lo haga la primera opción de tratamiento en niños pequeños, sino que
debe utilizarse cuando los resultados de las intervenciones psicosociales no son suficien-
tes en un plazo razonable o cuando existen factores que impiden la aplicación de estos
(Charach et al. 2016; Halperin, & Marks, 2019). Respecto a esta última recomendación,
es importante considerar que el plazo para concluir que una intervención psicosocial no
es eficaz o resulta insuficiente, no puede ser excesivamente prolongada, por un lado
porque es una obligación ética proveer a los pacientes de todos los recursos disponibles
para aminorar su sufrimiento y, por el otro, porque no existe evidencia que permita afirmar
que un tratamiento que no ha resultado eficaz en 6 meses, lo hará más adelante (Gleason
et al.,2007).
Intervenciones psicosociales con soporte empírico. En niños preescolares las in-
tervenciones con mayor soporte empírico son los programas de entrenamiento a padres.
Estos cuentan con numerosos estudios de eficacia controlados, así como un estudio me-
taanalíticos (Mulqueen, Bartley & Bloch, 2013) en los que ha demostrado mejorar la adap-
tación de los niños, disminuir la conflictividad familiar, así como atemperar algunos de los
síntomas del TDAH.
Existen numerosos programas de entrenamiento que han sido puestos a prueba en
este rango de etario. En su esencia todos tienen como objetivo modificar la conducta del
niño mediante la enseñanza de técnicas específicas. Tienen por tanto un énfasis muy fuer-
te en las teorías conductistas, especialmente en el condicionamiento operante. El principio
es simple pero extremadamente potente: si todos los adultos significativos se transforman
en coterapeutas, se consigue que la vida cotidiana del niño sea en sí misma una oportu-
nidad de constante aprendizaje. Este tipo de programas son, a su vez, el tratamiento más
eficaz para el trastorno negativista desafiante (TND), que como se ha dicho, constituye
la principal comorbilidad del TDAH (Comer, Chow, Chan, Cooper-Vince & Wilson, 2013).
Las diferencias entre los programas son principalmente en el modo en que las interven-
ciones son suministradas, lo cual no es un aspecto menor, ya que, aunque es claro que
la mejoría vendrá de la mano de la aplicación de las técnicas por parte de los padrés, es
justamente la labor del terapeuta asegurar la transmisión de éstas.
El programa de Barkley (1997), consiste en sesiones que los padres y el terapeuta
tienen en el consultorio, y durante las cuales el primero instruye sobre cómo deben actuar
en el hogar los padres. Un ejemplo de la administración de dicho programa, aplicado a un
caso concreto, puede verse en Musich y Scandar (2015). Los años increíbles (Webster
Statton, 2005 es posiblemente el más investigado de los protocolos y su potencia radica
en el uso de cientos de viñetas breves en video, en las que los padres pueden ver repre-
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Scandar
sentados por actores aciertos y errores frecuentes de la crianza, así como la implemen-
tación adecuada de cada técnica. El programa de interacción padres e hijos (Eyberg,
1988; Hembree-Kigin & Mc.Neil, 2013) trabaja a partir de interacciones que suceden en
vivo en el consultorio entre los padres y el niño, junto con fases en las que los padres a
solas reciben instrucción. Esto permite al terapeuta c,omprender dónde fallan los padres
de forma mucho más exacta y adecuar las intervenciones. Finalmente el programa "New
Forest Parent Training" (Thompson et al., 2009) está especialmente pensado para niños
en edad preescolar y su administración es domiciliaria. Su estructura es modular y posee
paquetes de intervención específicos para las contingencias más comunes en la