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Parábolas de Jesús: El patrón compasivo, Mateo 20:1–16

La parábola del patrón compasivo —o, como se la suele llamar, de los obreros de la viña— es un relato
que contó Jesús para mostrar diversos aspectos de la naturaleza y personalidad de Dios: Su amor,
misericordia y compasión —que quedan claramente de manifiesto en la salvación— y la constancia con
que cuida y premia a quienes lo aman y sirven.

Esta parábola, como otras que contó Jesús[1], empieza con las palabras: «El reino de los cielos es
semejante a…» Esa frase indica al oyente que Jesús se dispone a dar información sobre Dios y Su forma
de ser, y sobre la perspectiva que deben tener los que viven en Su reino y someten su vida a Su autoridad.
Echemos, entonces, un vistazo a lo que dice Jesús.

El reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a
contratar obreros para su viña[2].

El término padre de familia aparece traducido como propietario o hacendado en otras versiones de la


Biblia. En la Palestina del siglo I, muchos propietarios de casas cultivaban las tierras cercanas. El de este
relato tenía una viña grande, por lo que necesitaba contratar más trabajadores en las temporadas de labor
intensa, por ejemplo durante la vendimia.

Necesitando más peones que trabajaran para él por un breve espacio de tiempo, el patrón fue a la plaza,
donde se reunían los jornaleros con la esperanza de que alguien se presentara a ofrecerles trabajo aunque
fuera por un solo día. La vida de los jornaleros en aquel entonces no era nada fácil. No tenían estabilidad
laboral. El día que no encontraban trabajo, no ganaban nada. Cada noche regresaban a su casa, bien con la
alegría de haber conseguido lo suficiente para dar de comer a su familia, bien con las manos vacías. Para
encontrar trabajo se paraban en la plaza del pueblo, a fin de que todo el mundo los viera y supiera que
estaban desempleados. Eso resultaba humillante; pero para que su familia pudiera subsistir era vital que
los contrataran y les pagaran. Los jornaleros estaban en lo más bajo de la escala económica, tanto así que
las Escrituras mandaban que se les pagara al final de cada día, ya que necesitaban el dinero para
sobrevivir.

Deuteronomio 24:14,15 dice:

No explotarás al jornalero pobre y necesitado […]. En su día le darás su jornal, y no se pondrá


el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida. Así no clamará contra ti al Señor, y
no serás responsable de pecado[3].

El dueño de la viña salió muy de mañana a contratar peones que trabajaran todo el día para él. Escogió a
varios y negoció con ellos el salario que les pagaría por la jornada de trabajo. Como la gente no tenía
relojes, la jornada laboral de un obrero empezaba al amanecer y terminaba cuando aparecía la primera
estrella en el firmamento; es decir, era de aproximadamente 12 horas.

Habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña[4].
En aquel tiempo, un denario era lo que se solía pagar por una jornada de trabajo. No era una gran paga,
pero era suficiente para sustentar a una familia. Los peones aceptaron trabajar por esa suma y
probablemente tenían la esperanza de que al final del día les pedirían que regresaran a la mañana
siguiente. Y con eso se fueron a la viña, contentos de que aquella noche tendrían dinero que llevar a su
casa.

El relato prosigue con el regreso a la plaza del dueño de la finca con el fin de contratar más obreros.

Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados y les
dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo». Y ellos fueron[5].

La segunda vez que el hacendado fue a la plaza era media mañana, hacia las nueve. Al llegar, se encontró
con que había hombres que todavía estaban esperando a que los contrataran para el día. Escogió y
contrató a algunos y los envió a su viña. Pero con ellos no negoció un jornal, sino que les dijo que les
pagaría lo debido, es decir, que sería justo a la hora de remunerar su trabajo. Los peones le creyeron, lo
cual da a entender que era un hombre de confianza, respetado en la comunidad.

Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo[6].

Al mediodía y de nuevo a las tres de la tarde volvió a la plaza, y cada vez contrató a algunos hombres
más. No se menciona que el propietario les dijera cuánto les iba a pagar.

Un rato después vuelve a la plaza, por quinta vez, cuando ya solo queda una hora de luz.

Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados y les dijo: «¿Por
qué estáis aquí todo el día desocupados?» Le dijeron: «Porque nadie nos ha contratado». Él les
dijo: «Id también vosotros a la viña»[7].

Uno se puede imaginar lo desesperados por trabajar que debían de estar esos hombres, y lo desalentador
que debía de haber sido para ellos pasarse todo el día en la plaza con la expectativa de que los contrataran
y no haber conseguido nada. Si no hubieran estado resueltos a encontrar trabajo, no habrían estado
todavía esperando en la plaza. En un rato más ya iban a tener que volver a su casa con las manos vacías.

Cuando el amo de la finca les preguntó por qué estaban todavía allí, respondieron que nadie los había
contratado. Así que los envió a la viña. No se indica qué remuneración iban a recibir por una sola hora de
trabajo esos obreros contratados en la hora undécima. A lo mejor se imaginaron que si aceptaban ir a esa
hora, por muy poco que se les pagara, el propietario quizá los contrataría para el día siguiente. Poco
después terminó la jornada y llegó el momento de pagar a los peones.

Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: «Llama a los obreros y págales
el jornal, comenzando desde los últimos hasta los primeros»[8].

Aquí sale a la luz un dato sorprendente. El propietario tiene un capataz, un administrador, alguien que se
encarga de dirigir la finca. Eso inmediatamente debió de suscitar en la mente de los primeros oyentes la
pregunta: cómo es que era el dueño, y no el capataz, quien contrataba a los trabajadores. Los propietarios
que tenían un administrador no solían ocuparse del manejo diario de la finca, ni se molestaban en ir cinco
veces al día a la plaza para contratar jornaleros. Es más, ¿cómo es que el patrón no contrató suficientes
trabajadores por la mañana en vez de ir cinco veces a la plaza a lo largo del día?

Hay que tener en cuenta que Jesús está contando una parábola, no una historia real. En la parábola, el
dueño de la finca contrata personalmente a los obreros a cinco horas distintas del día porque eso le facilita
a Jesús la transmisión del mensaje que quiere comunicar, como veremos más adelante.

A los primeros oyentes también debieron de intrigarles las curiosas instrucciones que el propietario da al
capataz sobre la forma de pagar a los trabajadores. En efecto, le dice que pague primero a los últimos que
fueron contratados, y que pague en último lugar a los primeros. Como veremos, el hecho de pagarles en
ese orden causa algunos problemas.
Llegaron los que habían ido cerca de la hora undécima y recibieron cada uno un denario. Al
llegar también los primeros, pensaron que habían de recibir más, pero también ellos recibieron
cada uno un denario[9].

Bien sabemos que las parábolas incluyen pocos detalles, y en esta solo se menciona lo que se les pagó a
los primeros y a los últimos en ser contratados. Se sobreentiende que todos los demás peones,
independientemente de cuánto trabajaran ese día, recibieron el salario correspondiente a un día completo,
un denario. Cuando los que habían trabajado toda la jornada se dieron cuenta de que los que solo habían
hecho una hora de trabajo recibían la paga completa, se imaginaron que a ellos se les daría más. Desde su
punto de vista, eso era lógico. Sin embargo, recibieron un denario, como todos los demás.

Si el dueño de la finca hubiera pagado primero a los que habían trabajado todo el día, estos se habrían
marchado y no se habrían enterado de la paga de los demás. Todos se habrían ido felices a su casa. En
cambio, los que fueron contratados primero se sintieron estafados porque vieron que los que solo habían
trabajado una doceava parte del día recibían la paga correspondiente a una jornada completa. En aquel
tiempo circulaba una moneda llamada pandion[10] que equivalía a un doceavo de denario. Es de imaginar
que los que habían estado el día entero trabajando consideraran que los que habían trabajado tan poco
tiempo no se merecían más de un pandion; o que si el patrón quería ser justo, debería pagarles a ellos
mucho más. Y no dudaron en comunicarle al propietario cómo se sentían.

Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: «Estos últimos han trabajado
una sola hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor
del día»[11].

Les molesta que se les pague lo mismo o que se los ponga al mismo nivel que a los que solo han trabajado
una hora. Se quejan y argumentan que el patrón no tiene en cuenta las horas que trabajaron, ni el hecho de
que ellos lo hicieron en la parte más calurosa del día. Acusan de parcial al propietario, consideran injusto
el trato que les ha dado.

Tras escuchar esa acusación, el patrón responde a uno de ellos, probablemente dirigiendo sus comentarios
al portavoz del grupo.

Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No conviniste
conmigo en un denario?»[12]

La palabra amigo en este pasaje es traducción del vocablo griego hetairos, que aparece también en otros
dos versículos de Mateo: el primero cuando un hombre llega a una fiesta de boda sin estar vestido para la
ocasión, y por consiguiente lo echan de la fiesta; y la segunda cuando Jesús llama amigo a Judas en el
momento en que este lo está traicionando[13]. El hecho de que el dueño de la finca llame amigo al
jornalero no es ningún halago.

A la pregunta del patrón solo puede responderse afirmativamente, puesto que un denario fue la cantidad
exacta que los obreros aceptaron como paga por un día entero de trabajo. Puesto que el propietario les
entregó esa cantidad, cumplió su promesa.

Como suele suceder con las parábolas, el mensaje que quiere dar Jesús queda claro al final, cuando el
propietario dice:

«Toma lo que es tuyo y vete; pero quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No me está
permitido hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?»[14]

En versiones como la Reina-Valera 1909, la Nueva Biblia de los Hispanos (NBLH), la Nueva Biblia de
Jerusalén (NBJ) y otras, la frase: «¿Tienes tú envidia porque yo soy bueno?» viene traducida: «¿Es tu ojo
malo porque yo soy bueno?» Esa es una traducción literal del texto griego, que reproduce una expresión
hebrea. Cierto autor lo explica de la siguiente manera:

La respuesta del patrón magnánimo alude a las expresiones hebreas «ojo malo» y «ojo bueno»,
para indicar el fuerte contraste entre una persona generosa y bondadosa y una tacaña y egoísta.
La persona desprendida, que tiene un «ojo bueno», está motivada por el deseo de ayudar a los
demás y ver satisfechas sus necesidades. A la persona egoísta, en cambio, la consume un solo
interés: lo suyo[15].

Los peones que estuvieron todo el día trabajando no entendieron que el dueño de la finca quería ser
generoso con los necesitados. No se alegraron por la buena fortuna de los que fueron contratados más
tarde a lo largo del día. Estaban pensando egoístamente en sí mismos y les pareció injusto el trato que les
dio el patrón.

El amo les preguntó si no tenía derecho a hacer lo que quisiera con lo suyo. Él había decidido dar de lo
suyo a los necesitados. A continuación les preguntó si les molestaba su generosidad, si envidiaban los
favores que había concedido a los demás.

Bajo casi cualquier criterio, el comportamiento del patrón se consideraría injusto. Pero la cosa es que él
no actuó conforme a las normas habituales. Fue justo por el hecho de que cumplió su promesa de pagar lo
convenido. No privó de nada a los que aceptaron trabajar a cambio de esa paga. Si a ellos se les hubiera
pagado primero y no hubieran sabido lo que se les pagaba a los demás, habrían vuelto a su casa con la
cabeza erguida, contentos de tener su jornal en el bolsillo.

Pero ¿y los otros jornaleros? Ellos también tenían familias que mantener. Ellos también necesitaban
volver a su casa con la cabeza erguida, y de esa manera podrían hacerlo. No se merecían la paga de un día
entero porque no habían trabajado todo el día. No obstante, por la generosidad del patrón se les dio lo que
no se merecían. El dueño de la finca fue justo y además compasivo.

Esta parábola presenta cómo es Dios. Él es justo y cumple Sus promesas. También está lleno de
misericordia. Ser misericordioso no tiene nada que ver con ser justo. No es dar a cada cual exactamente lo
que se ha ganado o lo que se merece. Es actuar con amor. Es dar a quien no se lo merece, que es
precisamente la esencia del amor, la gracia y la salvación que Dios nos ofrece.

Dios no está limitado por lo que los seres humanos consideramos justo. Si fuera así, no habría esperanza
de salvación, ni perdón de los pecados. Si solo se nos diera lo que nos merecemos, todos estaríamos
perdidos. Sin embargo, al igual que los obreros que no se merecían una paga completa, somos
beneficiarios de la generosidad, compasión, misericordia y gracia de Dios por medio de la salvación.

Un autor conjetura que la razón por la que el dueño de la viña fue tantas veces a la plaza no es que le
hicieran falta más jornaleros, sino que sabía que había hombres que buscaban trabajo y necesitaban
ayuda. No es que quisiera que se ocuparan de sus vides o le recogieran las uvas, sino que lo hizo porque
se compadeció de los hombres y sus familias.

Lo hermoso de esta parábola es que por la compasión y generosidad del propietario —el patrón—, todos
obtuvieron lo que necesitaban. No era cuestión de pagar a unos de más y a otros de menos. Era cuestión
de obrar con amor, de cubrir ciertas necesidades.

A mi modo de ver, esta parábola describe de una forma muy bella el llamado a la salvación que nos hace
Dios. Algunos reciben el llamamiento, o la oportunidad, en la primera etapa de su vida; otros, más tarde;
y otros más, en su lecho de muerte. Dios, al igual que el propietario, vuelve una y otra vez a la plaza para
ver quién hay, quién está listo y deseoso. Todos reciben la misma salvación, tanto el que accede pronto a
ella como el que accede tarde.

Esta parábola nos lleva a entender mejor la salvación y el carácter amoroso y compasivo de Dios.
También toca otros temas importantes. A nosotros, los oyentes, nos pide que examinemos nuestra actitud
cuando vemos a Dios conceder a otros Su amor y bendiciones. Los jornaleros que trabajaron sin descanso
en las horas de más calor recibieron la bendición de su jornal, una promesa que se respetó. A pesar de
todo, se molestaron al ver que otros que no se habían esforzado tanto o por tanto tiempo recibían la
misma bendición.

Es interesante que esta parábola se encuentre justo después de una pregunta que le hizo Pedro a Jesús
sobre la recompensa que recibirían los discípulos por haberlo dejado todo para seguirlo[16]. Y poco
después de la parábola está el incidente en que la madre de Santiago y de Juan le pregunta a Jesús si sus
hijos podrán sentarse uno a Su derecha y otro a Su izquierda en Su reino, lo cual provoca el enojo de los
demás discípulos[17]. Jesús entonces explica que el más grande de ellos debe servir a los demás[18].

Aparte de mostrarnos cuál es la naturaleza de Dios, la parábola también constituye un recordatorio para
los salvos —y especialmente para los que sirven al Señor— de que la promesa de recompensa no debe
llevarlos a especular sobre quién recibirá mayor galardón. La parábola muestra que el sistema divino de
recompensas va mucho más allá de la percepción humana de justicia. Sus caminos, Sus pensamientos y
Su modo de juzgar y premiar se hallan en un plano muy superior al nuestro. Él no se limita a contabilizar
el número de horas que trabajamos, ni tampoco tiene solo en cuenta la dificultad de la labor. Como
escribió cierto autor:

De la misma manera que nadie debe sentir envidia cuando un hombre bueno va más allá de la
justicia y se muestra generoso con los pobres, tampoco debe sentir nadie envidia por causa de la
bondad y misericordia de Dios, como si Sus recompensas se ajustaran a puros cálculos[19].

Otras parábolas mencionan grados de recompensas, pero esta no aborda ese tema. Independientemente de
cuándo se inicie la vida o servicio cristiano de una persona, se la recompensa. En esta parábola vemos que
Dios es por una parte justo y por otra pródigo. Los que llegaron tarde recibieron mucho más de lo que
esperaban. Unos versículos antes Jesús dice:

Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos,
o tierras, por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna[20].

De manera que los que trabajen en las horas de más calor recibirán de Dios esta justa recompensa. Él será
justo y generoso con todos los que acudan a Él.

Aplicando la parábola a los obreros del Señor de la era actual, cierto autor dijo:

Los discípulos modernos de Jesús deben entender las recompensas celestiales de la misma
manera. Recibiremos un galardón por el simple hecho de que Dios nos ha llamado a trabajar
para Él. Podemos contar con que Él será justo, considerado y generoso con nosotros, tanto si lo
hemos servido toda la vida como si solo lo hemos hecho durante un breve espacio de tiempo, por
habernos convertido en Sus discípulos ya de mayores[21].

Aparte de hablar de recompensas y de la generosidad divina, esta parábola expone ciertos principios que
podemos aplicar a diario. Envidiar las bendiciones o el éxito ajeno, o resentirse por lo bien que Dios cuida
de los demás y satisface sus necesidades, es caer en la actitud de los que se molestaron por la generosidad
del dueño de la viña. Eso no es propio del reino de Dios. En vez de ponernos envidiosos, debemos
alegrarnos de lo generoso y misericordioso que es Dios. Debemos gozarnos con aquellos que reciben
bendiciones de Él[22].

Algo más que conviene tener presente es que, al igual que el amo de la viña, Dios puede bendecir a quien
quiera, y por motivos muy Suyos. Puede parecernos incomprensible que conceda abundantes bendiciones
a alguien que a nuestro modo de ver se las merece bien poco, mientras nosotros y otras personas que
consideramos mucho más merecedoras o incluso necesitadas pasamos numerosos apuros y dificultades.
Ciertas situaciones pueden parecernos arbitrarias e injustas. En tales casos, viene bien recordar que el
Señor es amoroso, compasivo y justo. Aunque no entendamos todo lo que Él hace, debemos responder
manifestando confianza en Él. En esta vida tenemos una comprensión limitada de lo que Dios es y hace.
No nos es posible comprender todas Sus formas de actuar; pero en la otra vida lo veremos mucho más
claramente. Lo que no entendemos ahora lo entenderemos entonces; y cuando lo entendamos, desde luego
nos quedaremos abrumados por Su bondad, amor, sabiduría y justicia. Hoy nos toca confiar; mañana
entenderemos y nos alegraremos.

Jesús nos pide que, en lo tocante a Dios y a las bendiciones y recompensas que Él concede, nos
olvidemos de nuestro concepto cerrado de lo que es justo. Pensemos que somos todos jornaleros llegados
en la hora undécima. Siempre habrá alguien que ha hecho más que nosotros al servicio de Dios.
Fijémonos en los apóstoles, en los mártires y en los numerosos hermanos cristianos que sirvieron al Señor
en siglos anteriores, o que lo sirven a la par que nosotros hoy en día.
Debemos maravillarnos de que Dios nos ame y acepte a todos, no por lo que hacemos, sino por ser Él
quien es. No nos salvó por motivo de nuestras obras, sino por Su amorosa gracia. No fue a causa de
nuestros esfuerzos, sino por Su misericordia. Ninguno de nosotros podría merecerse Su amor, Sus
bendiciones o Sus recompensas. Nuestro generoso y compasivo Padre nos ha dado a todos mucho más de
lo que nos merecemos. Y siempre que sea posible, en nuestro trato con los demás debemos procurar
emular Su amor y compasión.

El patrón compasivo, Mateo 20:1–16

 »El reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a
1

contratar obreros para su viña.

 Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día, los envió a su viña.
2

 Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados
3

 y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo.” Y ellos fueron.
4

 Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo.
5

 Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados y les dijo: “¿Por
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qué estáis aquí todo el día desocupados?”

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 Le dijeron: “Porque nadie nos ha contratado.” Él les dijo: “Id también vosotros a la viña, y
recibiréis lo que sea justo.”

 »Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: “Llama a los obreros y
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págales el jornal, comenzando desde los últimos hasta los primeros.”

 Llegaron los que habían ido cerca de la hora undécima y recibieron cada uno un denario.
9

 Al llegar también los primeros, pensaron que habían de recibir más, pero también ellos
10

recibieron cada uno un denario.

11
 Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia,

 diciendo: “Estos últimos han trabajado una sola hora y los has tratado igual que a nosotros, que
12

hemos soportado la carga y el calor del día.”

 Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No conviniste
13

conmigo en un denario?

14
 Toma lo que es tuyo y vete; pero quiero dar a este último lo mismo que a ti.

 ¿No me está permitido hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy
15

bueno?”

 Así, los primeros serán últimos y los últimos, primeros, porque muchos son llamados, pero
16

pocos escogidos.»

Notas
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera,
revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.

[1] Mateo 13:31,33,44,45,47; Lucas 6:47–49, 7:31,32, 13:18–21.

[2] Mateo 20:1.

[3] También: «No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa
hasta la mañana siguiente» (Levítico 19:13).

[4] Mateo 20:2.

[5] Mateo 20:3,4.

[6] Mateo 20:5.

[7] Mateo 20:6,7.

[8] Mateo 20:8.

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