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Una mañana la madre de Pablo, quien vivía sola junto a él desde la separación

de su marido, despertó y se preparó para ir al trabajo, llamó también a su hijo

para que se dispusiera para ir a estudiar; él estaba somnoliento y entre dormido

le pidió que lo dejara cinco minutos más. Mamá salió a cumplir con sus

obligaciones pero no se percató que el infante había hecho caso omiso a su

llamado. Cuándo Pablo despertó miró el reloj, faltaban 10 para las 7:00 a.m, se

le había hecho tarde para arreglarse y salir a tiempo, dio un salto de la cama y

rápidamente de una zancada llegó a la ducha, se puso el uniforme, mordisqueo

algo del sándwich que le dejaron sobre la mesa, se cepilló los dientes y

emprendió el viaje hacia la escuela aun guardando la camisa en el pantalón y

ajustándose el cinturón.

En un fugaz pensamiento durante su apresurado trayecto, analizó la situación y

notó que si tomaba el camino habitual no alcanzaría a llegar a tiempo para el

comienzo de su clase; tomó una bocanada de aire y se desvió por un atajo para

lograr su cometido; atravesó el parque de su barrio de manera apresurada, saltó

por encima de una banca y aterrizó en la calle, siguió por unas cuadras más

pasando de manera cautelosa frente a la oficina de su mamá por temor a la

reprimenda en caso que se diera cuenta que había salido tarde.

Finalmente, agitado y bañado en sudor entró a un vecindario desconocido,

observaba en silencio un poco temeroso a su alrededor buscando pasar

desapercibido e imaginando como atravesarlo rápidamente; un sobresalto

interrumpió sus cavilaciones al escuchar a un enorme perro que ladraba sin

control cuando veía u olfateaba que alguien pasaba frente del jardín de la

hermosa casa de esa calle poco transitada donde vivía su dueña, una anciana
solitaria que solo contaba con la compañía de su mascota. El can era amistoso,

sacaba la cabeza por entre las rejas y hacía ruidos juguetones pero por su gran

tamaño se escuchaban como fuertes y agresivos ladridos, Pablo no lo entendió

así, creyó que era una amenaza.

En ese momento recordó que algunos compañeros de salón le habían hablado

antes del animal y por tal razón siempre había evitado transitar por dicho caserío,

de manera que aceleró aún más su paso y el leve temor que antes tenía lo

invadió por completo

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