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¿Por qué no todo el mundo puede hacerlo como ellos? ¿Por qué no
llevamos negocios como Jack Welch, jugamos al golf como Tiger
Woods o tocamos el violín como Itzhak Perlman? ¿Por qué ser
personas inteligentes y laboriosas, y trabajar con diligencia, no resulta
suficiente para convertirnos en personas con un rendimiento excelente?
La verdad lisa y llana es que la mayoría de nosotros no hemos
alcanzado la grandeza ni tan siquiera nos hemos acercado a ella, y que
únicamente unos poquísimos lo consiguen.
Por hablar solo de unos pocos de los ejemplos más destacados, David
Ogilvy, considerado por muchos como el mayor ejecutivo del siglo XX
en el mundo de la publicidad, fue expulsado de Oxford, trabajó en la
cocina de un hotel de París, vendió cocinas en Escocia y fue granjero
en Pennsylvania, entre muchas otras ocupaciones aparentemente
caprichosas que consumieron los primeros 17 años de su carrera
profesional. Predecir que iba a dejar huella como leyenda de la
publicidad habría sido muy difícil, sobre todo teniendo en cuenta que
presentaba muy pocos indicios de que fuera a dejar huella en nada en
absoluto.
Jack Welch, nombrado por Fortune como el gerente más importante del
siglo XX, no mostraba ninguna inclinación particular para los negocios
ni tan siquiera a los 20 años cumplidos. Creció como un chico con un
buen rendimiento escolar y unas buenas notas, pero nadie lo
consideraba brillante. No se especializó en empresariales ni en
economía, sino en ingeniería química. Cuando estaba a punto de entrar
en el mundo real, a los 25 años, aún no estaba seguro del rumbo que
iba a tomar y realizó entrevistas para entrar a trabajar en las
universidades de Syracuse y West Virginia. Finalmente, aceptó una
oferta para trabajar en una operación de desarrollo químico en General
Electric.
Esta explicación fue muy importante por dos razones. En primer lugar,
rechazaba explícitamente la idea de las capacidades innatas. Explicaba
el rendimiento extraordinario sin recurrir al concepto del talento. La
segunda razón es que resolvía la enorme contradicción presente en
todas las investigaciones eruditas y en nuestra experiencia diaria sobre
el rendimiento y los grandes logros. Por un lado, vemos que muchos
años de trabajo duro no convierten a la mayoría de las personas en
grandes en lo que hacen. Por otro lado, vemos repetidamente que
quienes han llegado a lo más alto son quienes han trabajado más duro.
Aquí nos encontramos ante la paradoja de la veracidad de ambas
afirmaciones.
Percibir más. Los deportistas del más alto nivel son capaces de percibir
lo que va a ocurrir antes que los de nivel medio gracias a que ven más,
y esto es así tanto en deportes como en otras actividades. Los mejores
jugadores de tenis no miran la pelota. Se fijan en las caderas, los
hombros y los brazos del adversario, lo cual les permite saber dónde
van a golpear la pelota. Por otra parte, los mecanógrafos, por ejemplo,
escriben mucho más deprisa que la mayoría de la gente. Consiguen
esta ventaja mirando más allá en el texto, lo que les permite seguir
moviendo sus dedos hasta las teclas correspondientes para pulsar la
siguiente tecla algo antes (y, en particular, escribir de una manera
especialmente rápida letras sucesivas que se pulsan con las manos
opuestas, lo cual es su manera más eficaz de superar a los
mecanógrafos medios).
La percepción superior de las personas con un rendimiento
extraordinario va más allá del sentido de la vista. Oyen más cuando
escuchan y sienten más cuando tocan. Los músicos son mucho mejores
que los no músicos a la hora de detectar las variaciones muy pequeñas
en el tono y la afinación de las notas. En el mundo de los negocios, la
capacidad de tomar decisiones rápidas a partir de una información
escasa es una ventaja importante. Ello puede verse muy fácilmente en
Wall Street, donde una diferencia de 30 segundos puede hacer que una
operación pase de generar ganancias a generar pérdidas.
Las destrezas y las habilidades que uno puede decidir desarrollar son
infinitas, pero las oportunidades para practicarlas son básicamente de
dos categorías generales: a) las oportunidades para practicar
directamente, como, por ejemplo, un músico que practica una pieza
antes de interpretarla; b) las oportunidades de practicar como parte del
trabajo.