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Disidencia
Disidencia
después de dos horas lúcidas y agónicas durante las cuales creí revivir y morir
varias veces, logré serenarme y traté de recordar el nombre del novelista
norteamericano que hace unos meses se quitó la vida, según el obituario de un
periódico.
Había estado de viaje por Europa, congraciándose a buen seguro con la
memoria de los representantes de la generación perdida, y trabajó durante
meses como actor ambulante en el viejo continente. Había escrito siete novelas
(una de ellas rechazada por setenta editoriales, que no admitían la maestría de
noticia, más o menos difundida por los rotativos del Estado al que pertenecía,
Las sucias aspas del ventilador daban vueltas en torno a su eje sobre la cama
en la que yo permanecía acostado, tratando de conciliar el sueño. Al
comprender que no me había vuelto loco del todo, comenzaron a asaltarme las
esperanzas.
Como luciérnagas bullían en plena agitación, de aquí a allá. Al contemplarlas
regurgitar y chocar con las paredes, comencé a decirme que quizá no todo
estaba perdido, que acaso mi extraño comportamiento de anoche no había sido
tan evidente para los otros como yo temía. Pero eso, era evidente, significaba
2. James Joyce.
mayestáticos.
Otra vez era yo, otra vez mi voz era la de un ser angustiado por el fracaso.
Digamos que inquirí la oración como decenas de veces te había oído hacerlo:
3. Remordimiento.
al fin, que todo cuanto soy, que todo cuanto he sido siempre, es un hombre
equivocado.
Ellos, por supuesto, no me comprendieron.
Debía aprender a vivir dijeron, debía aprender a reconocer el signo del placer
pintado en las puertas y en las caras.
Entonces los miré fijamente a los ojos y quise, y los reconocí, y no pude, y fui
de nuevo el fantoche que ellos ansiaban.
4. Arthur Rimbaud.
Una cierta crítica añadió después, en una de las muchas celebraciones habidas
aun como renegado de la poesía, pensaba ingenuamente que todo lo que existe
puede aprenderse en los libros. Viajó entonces por el cuerno de África. No
huyendo de algo indescifrable para los otros, como recorriera a pie medio
continente europeo, sino embaucado, engolfado, avasallado por la imagen que
Había escrito:
“Por delicadeza me quedé sin vida”.
5. Pornografía.
Sin motivo alguno bajé a la calle y caminé junto a parterres de flores vulgares
que no recordaban tu nombre. Me senté en un banco y desde allá oí pasar los
Entonces me tendí al sol, cuán largo era, tratando de entender en qué consistía
conmigo hasta altas horas de la noche, cuando caí rendido sobre el sueño
orgiástico de mil meretrices.
No se apoderaron de mi cuerpo, pero ejercieron ante mis ojos las posturas
ciego...
Yo, sobre el péndulo mágico, me balanceaba para observar los diversos
flancos del amor. De ese modo logré ver las sirenas y las flores, el cuero
esmaltado, la panza broncínea, las mataduras del éxtasis...
6. Desperdicio.
(Homenaje a la obra de Jorge Luis Borges)
atreví a acercarme.
Cuando llegué al fin frente a las puertas de tu palacio estaba cansado y ufano
7. William Faulkner.
(Homenaje a la publicación de “Las Palmeras Salvajes” el día en que el
huracán llegó a tres estados del Sur)
Inscribiste el mundo en una porción de mapa que era, según tú, poco más
Hoy han llegado tristes noticias hasta nosotros (perdidos a este lado del mar),
las aguas.
Con emoción hemos vuelto a oír los viejos nombres evocadores de Louisiana,
que ha borrado las avenidas y a los convictos con piel de naranja saludando
con la mano a los aviones...
Partiste el amor en dos. A un lado quedó un hombre virgen que mata sin
voluntad al objeto de su deseo e hiciste del “cornudo” un hombre honrado,
respetable y digno.
Al otro lado dejaste la inundación, las extensas aguas que se abren en el papel
en busca del mareo y la alucinación, de páginas que son cascadas que ahogan
y vuelven.
Contaste la misma historia dos veces, contaste la fuerza del pequeño engranaje
que regla, y esclaviza, y asume, el inquebrantable palpitar de sus membranas...
8. Camarón de la Isla.
Cantabas los cantes pequeños del flamenco como los otros sólo saben cantar el
pueblos blancos de la tierra que te dio la vida, las argucias mágicas y telúricas
de la Bahía, las arenas en las que te tumbaste a soñar prodigios premonitorios.
Cantabas a los caños de San Fernando, donde te bañaste de niño, y a las aguas
siglo por Manuel Torre y Enrique el Mellizo, sino incluso a los quejidos que
por poseerla.
Lo eras todo: el recluta que regresa de la guerra de Cuba, que por falta de años
9. Desgracia.
Tus frágiles dedos se encontraron levemente con los míos dos y tres días antes
Tenías predilección por los ponientes color púrpura y por los paisajes agrestes
puntuados con rocas en forma de chimenea. También, por una raza de hombres
como el de John Ford, con la misma modestia con la que afirmaste no saber
hacer otra cosa que rodar películas de indios y de vaqueros.
Hoy sabemos que esa afirmación de humildad es casi por completo cierta,
11. Fanáticos.
El agitador era un hombre alto, anciano, con aspecto triste y profundas ojeras.
bien cierto que en algún modo tenía ya encima el aire de los cadáveres.
Cuando logré apartar a la multitud que gritaba desde las primeras bancadas y
los intersticios del metal, mojaban de saliva a los fieles más cercanos.
El hombre no imprecaba directamente a nuestros adversarios, pero
uniones sin mácula y ejecutaban sobre sus pequeños cuerpos oscuras conjuras
viles...
Para fortalecer esas palabras, el viejo difundió en el aire un feto (con sus
Había mujeres que, sin conocer por qué, lloraban; los hombres se retorcían
salvajemente los miembros, llevados por una suerte de paroxismo que los
invitaba a matar; hasta los niños extendían los brazos y cantaban con fervor
mayor ejército que nunca vieron los mares hubieron de firmar una alianza para
evitar que aquel viejo de pasos ágiles y sonrisa mordaz desembarcara en la
playa poco tiempo después de las primeras oleadas. Cuando fue imposible
evitarlo incluso para ellos, aquel viejo llevaba su cabeza cubierta con una
gorra de marino (no en vano había sido antaño Lord del Almirantazgo) y
apretaba fuertemente entre los dientes un habano (no en vano había sido
siempre fumador).
A pesar de haber sufrido desde crío la venenosa pasión del gobierno, los
por el modo en que le fue posible aprovechar los años. No fue lo que hoy
rutinariamente entendemos por un político profesional. Cambió tres veces de
partido y, en tan sólo el espacio de una vida con una extensión como las otras,
estuvo como corresponsal de prensa en la guerra de los Boers, al margen de
Otras destacan que en su día fue el personaje político más odiado por los
mineros de Gales y los nacionalistas irlandeses, además de renunciar, por
enésima vez, a una casi siempre frustrante carrera parlamentaria con objeto de
¡¡WINSTON VUELVE!!
De ese modo, el viejo de pasos ágiles y sonrisa mordaz pasó de ser un político
providencial.
victorias y para las derrotas; o revistando las tropas sobre las arenas de Egipto
(vestido con un raro mono azul y unas zapatillas de baile que habían pasado de
moda veinte años atrás), para comprender que uno era testigo de algo
trascendental y emocionante, pero, también, que Alemania estaba
irremediablemente perdida.
No en vano había derrotado aún no a los ejércitos de un Reich llamado
milenario, pero sí a la fuerza del mito. El sistema político que no podía contar
con modelos ni con héroes, a juicio de Thomas Carlyle, había hallado en su
13. Vorágine.
servicio que parecían lienzos de Edward Hopper, con una bombilla solitaria
tardes en las que unimos las manos bajo el cuenco de metal sagrado y bebimos
nosotros, sino tú y yo y aquel otro, y nos hubieran invadido como una plaga
las renuncias...
con el de la conmiseración...
Tú nos enseñaste con palabras certeras y exaltadas lo que se escondía tras los
estético de la literatura una vez que ésta ya no pudo servir como estandarte
tiraban piedras en las cátedras a las que acudías a dar una conferencia y se
convocaban manifestaciones con el único objeto de impedirte hablar.
que buena parte del enlatado y vago concepto del progresismo se hallaba
corrompido hasta la médula y servía sencillamente para no pensar, convertido
en uno de esos idiotas juegos de palabras que tanto obsesionaron a tu maestro
Flaubert; que...
Mes de los locos que transitan por un año delicado y estéril. Mes de las
esperanzas infundadas y de las energías sublimes que nacen ya muertas,
los dementes furiosos que pretenden vengarse del mundo que los hirió y caen
al doblárseles las rodillas. Mes de la incuria y de las espumas afrodisíacas.
Mes de las alondras que acarician tu pelo, del aire sumiso que se rinde ante la
de los navíos varados y de los cuentos del desierto. Mes para desangrarse en
odies...
16. Parálisis.
(A José Manuel San Román)
Un autor, que narró un Sur en alguna forma diferente al que nosotros siempre
Cómo decir que han transcurrido los años desde la fecha en que quedaste
encerrado, aislado y solo, en una terraza que miraba sobre un vergel y que
oíste por vez primera los gritos del furor y de la solidaridad infantil que iban a
serte ajenos.
Han pasado los años y yo, ansioso de todas las famas que puede acaparar el
tuya. Aterrado y amargado por las consecuencias infinitas que engendra cada
negaría.
Quizá todo era cuestión de tiempo, quizá bastaba con que el crío, cuya sangre
bullía en los jardines que tú observabas desde la prisión, quisiera vengar una
ofensa contra tu nombre para que el destino inexorable sellara su deseo. Quizá
bastó con que me encandilara con los artificios que no podría forjar ni ejercer
sobre el mundo para que fuera tú y me convirtiera en lo que tú eres y pudiera
gritar desde un pozo con la misma ansia y la misma furia de los humillados,
los ofendidos y los malditos...
Ahora han pasado los años y tú desearías ser, eres en realidad, el hombre que
yo ya no me atrevo a cumplir...
17. Furia.
Yo rompería las cabezas, quemaría las casas, odiaría sin pasión y sin denuedo,
me arrastraría por las alcantarillas..., para ejercer una justicia de muerte contra
Como siempre que me tomas, no me faltó hoy el ardor que mis ojos desatan en
mujeres conocidas o que nunca volveré a ver. No hay edades para tus mágicas
Sin rubor, sin malicia, sin conciencia plena de lo que se disponen a hacer, se
dejan arrastrar por una fuerza que es más antigua que la humanidad y todos
golpe que dan mis manos sobre una mesa; el de una palabra procaz que escupe
mi boca, pues eso te basta para triunfar. Mientras otras, con objeto de lucir tu
benefactor.
18. Estupidez.
Se supone que debemos odiarlos una vez que ellos nos odian...
Las causas de ese odio resultan, sin embargo, vagas y se hallan veladas por el
número de años transcurrido desde la remota fecha en que se produjo aquel
pecado originario.
Ya no resulta fácil recordar, siquiera, por qué perteneces a la facción que
Como el Sumo Benefactor no nos proveyó con pieles de distinto color para
excusas que no son otra cosa que manías psicopáticas y una regurgitación del
nombrarla.
No deja de ser clarificador el hecho de que hombres dotados para la creación
modo teatral que dio origen a nuestra batalla. El hecho es conocido, en verdad,
datos y se deja conducir por ellos, por el mundo que conoce y por la
irreflexiva idea de que los hombres que vivieron entonces no debieron ser muy
diferentes a los de hoy, sale de las cámaras donde reposan los archivos dando
pasos de ciego y con una sonrisa extraña y una mueca en mitad de la boca.
Pocos de ellos han sido reivindicados más tarde por ninguna de las facciones
en litigio. Pocos, o acaso ninguno, ha vuelto a ser tomados en serio por ellas y
han sufrido a menudo el maleficio que se dedica a los traidores. Algunos han
ardido en el patíbulo.
De todos modos, ellos nos odian y es por eso que nosotros, a su vez, los
odiamos...
Tampoco sabré explicar la génesis de las teorías según las cuales vivimos
odiando y morimos del mismo modo. Sólo podré decir que ellas no aventajan
subsanarla.
Según he creído entender, la misma previsión que hace de nuestros enemigos
no se juzgan sus actos, sino “al individuo o al colectivo en sí”. De ese modo se
premian o denigran actividades idénticas, se disculpan o aborrecen los mismos
crímenes...
Para qué explicar de nuevo que mientras ellos nos odian, nosotros, a su vez,
continuamos odiándolos...
Resulta toda una paradoja que te otorgaran el famoso galardón sólo un lustro
antagónicas.
La tuya fue la de un recluso político (un zek en el argot carcelario), con ocho
una carta personal que mostraba tus dudas sobre el talento como estratega
militar de José Stalin.
La de Mijaíl Sholójov fue la del escritor oficial que más o menos ya fuera
aparato que murió perteneciendo al Comité Central del Partido, ideando desde
protagonismo de modo veraz y cruel en los tuyos. Casi puede decirse que, con
extraña exactitud, donde él deja de escribir comienzas a hacerlo tú mismo.
El jurado que te premió a ti, cinco años más tarde, confesó, o reconoció, que tu
obra se había convertido en la Historia más verídica de la URSS durante el
tiempo de la manipulación, la falsedad y el crimen institucionalizado.
Auschwitz o Mauthausen...
Sólo unos pocos años después, tras la concesión de aquellos dos premios
otorgados con una ceguera tan pusilánime que salta a la vista de los profanos
Él, sin complejos, con orgullo posterior de haberlo hecho, había llegado a
arrastrar una carreta por las calles. Tú, sin embargo, siempre te consideraste un
ascenso del hombre que como un premio más que le otorgara la vida (tan
No hacía falta que él lo entendiera, que lo entendieras tú, que fueras en algún
No hacía falta que nadie más con palabras lo entendiera para que llegado el
momento se comportaran como debían y te depararan la fatalidad de forjar
narraciones inolvidables.
convencionalmente logró, fue inalcanzable para ti. Lo que lograste ejecutar tú,
gracias a la agonía y a la angustia que en algún modo le debiste, no lo hubiera
entendido tu progenitor ni en otros mil años de existencia...
Cierta leyenda sagitaria cuenta que aquel gitano de estirpe fue un díscolo
desde joven. Sólo conocía con certeza que algo aseguraba entre su gente que
había nacido con el pecho y la garganta dignos para la profusión de los cantes
negros, soledades en las que se llora la muerte de los padres y se recorren de
existían hace un siglo, o más, en los patios de las cárceles; a los amores
Según dicen, le corría por la sangre ese cante puro que los flamencos de Jerez
suelen negarle con pasión malsana a cualquier otro lugar del mundo, pero sus
acoplamiento de su voz con la guitarra, en fin, por una falta de instinto para
voz con mi alma, y noté que aquella noche diversa de las otras cantaba con las
manos abiertas sobre los muslos, las palmas extendidas hacia el cielo, como si
orara... Y tú, a unos pocos metros de una torrentera en ebullición que te
Tenía ya por entonces, a su creer, más de sesenta años de edad, aunque nadie
pudiera decir con certeza la fecha y el lugar exacto dónde naciera, y esas dos
ignorancias habían sido añadidas a su figura por los fanáticos que lo seguían
por media España como a un santón pendenciero.
Como “cantaor de tierra adentro”, en su repertorio falta casi por completo la
presencia del mar; pero pronunciaba con pasión los nombres de la retama, de
los pueblos tórridos y blancos de Andalucía, de olivares siniestros donde
Junto a ellas, hubo años en que interpretó una seguirilla gnóstica que tiene
como protagonistas a los oficiales del Santo Oficio y a un gitano que huye de
ellos por las calles desiertas de la ciudad de Sevilla.
historia.
esclavos; que de los gemidos que emite en sus días y noches idénticos un
subnormal (como lo eras tú mismo); de la Biblia, bien llamada “El Libro” por
los que conocen; o de la invocación desde un porche, mientras caen las tardes
Los destinos de la que bien puede llamarse tu familia son siempre trágicos y
para comprender la corrupción que asola al Sur hace falta remontarse a los
Al margen de ella en cierto modo estás tú y los que son como tú. Personajes
que posan las manos yermas sobre las piernas de una muchacha, a la vez
inocente y venal, que será salvajemente violada; personajes que son castrados
por hermanos malvados; o que sirven de instrumento sin saberlo, como es tu
caso, al fin de los grandes mitos y de las leyendas certeras que evocan la
grandiosidad de Melville...
Cuando hundiste el cuchillo en la dura piel del viejo oso, abrazado a él como a
un amante, acababas tú, no ellos que no eran tú, con la vida del animal que
sufría y hacía sufrir a los hombres. Simbólicamente también, con los grandes
paisajes heridos por la ambición y el hartazgo, que eran de lo único que ellos,
pero no tú, podían aún enorgullecerse...
23. Desesperanza.
Juro que te amé del todo, ansiosamente, del modo en que sabía.
mejillas como una niña, mirabas en silencio uno de los ángulos de la pared.
Mientras yo, aferrado a tu espalda, iba vertiendo en tus oídos la plegaria de
mis llantos.
Pasaron las horas nocturnas, hasta el alba, y aún mi boca y mi pecho latían
dispuestos a encontrar una nueva ternura. Pasaron las horas nocturnas, hasta el
alba, y aún mis labios y mis manos continuaban enredados en tu pelo y
apenas supiera tratarte, en algún modo habías sido mía ya de tanto imaginarte.
¿Cómo volver, tras la locura desatada cada noche, a las palabras vanas que
también eran para los otros?, ¿cómo volver, tras la desesperación pronunciada
24. España.
Eres la misma que dicta las madrugadas infames, la que recorre los horizontes
vanagloria...
otros parajes.
25. Borges.
Muchos de los que se han convertido en tus seguidores más fieles recuerdan
todavía hoy fragmentos de tu vida ricamente ensanchada de anécdotas.
Cuando el joven, como respuesta, te amenazó con ordenar apagar las luces, tú
contestaste una plena genialidad con la que podías haber magnificado uno de
gaucho que la realidad tan parca no quiso depararte. Soñaste con quebradas y
en lo posible.
Todos hemos sentido la perentoria necesidad de que pase un día nefasto, como
si el mero trasponer de esa noche redujera nuestra amargura infinita. Todos,
como Dalmann, hemos deseado una muerte corajuda con objeto de invalidar
una vida repleta de renuncias y de convencionalismos. O hemos desechado el
polvo y sentido a Cristo en nuestra carne, porque todos los inocentes que
sufren una ofensa son el mismo y una historia legendaria tiende a repetirse
los años y en acumular experiencias propias y ajenas, recorriste los siete mares
como marino antes de publicar la primera palabra.
Luego, lenta e inexorablemente, llegaron hasta los otros los signos más
proclives de aquel universo individual que se sobraba para contar la diversidad
del mundo con los pocos integrantes que forman una tripulación y los escasos
metros cuadrados con que cuenta una nave.
Para ti, las ventajas que la vida del Mar le deparaban a los hombres que lo
aparecida ya en “The SeaFearer” (una de las más viejas leyendas del Inglés):
la de una íntima provocación que produce sobre la superficie del océano tan
sus héroes.
No es vano por eso señalar que uno de tus personajes, aquél que aparece entre
las más afamadas creaciones debidas a tu pluma, deseara huir de sí mismo tras
En todas y cada una de las historias citadas, y de otras muchas que salieron de
tu pluma, la soledad del individuo parece ser el drama apropiado para esa clase
de hombres que junto a ti otros talentos desde la antigüedad, incluido Homero,
han cantado.
Yo sólo diré, yo sólo sabré decir, que es una soledad que los que ignoran cierta
un intento de suicidio.
27. Inutilidad.
28. Obituario.
Es verdad que yo lo traté apenas. Era mucho más joven que él cuando una
tarde, recién llegado de mi provincia, me acerqué a su casa en busca de
últimas fotografías publicadas por la prensa y lo cierto es que, por una causa
que ahora ignoro, aún no he podido olvidar en aquella tarde lluviosa que había
ido barriendo de gente las calles de la ciudad las ojeras en torno a sus párpados
Acaso pueda confesar también que no me sentía capacitado para fingir, como
convertido esa rutina en una salmodia sobre la que ejecutaba los mayores
malabarismos.
confluía en diversas vaguedades para evitar verse atrapado de nuevo por una
realidad traicionera.
aquella tan triste en la que entré como un sonámbulo y de la que partí siempre
con una especie de alivio. Sólo cuando comencé a demorar mis apariciones me
observó con aquella mirada tan melancólica y una tarde, ya a la salida, me dijo
conversación.
Tras despedirme de él estrechando su mano, que quedó un segundo blanda y
permanente amistad nocturna. Es verdad que aún mantuve frente a las miradas
(curiosas algunas y otras despiadadas) de los que hasta entonces habían sido
mis compañeros, la osadía juvenil de replicar que —si nos habíamos impuesto
la necesidad de ser “subversivos”— nada podía serlo más que aquella novela
una soflama poco entendían de la múltiple realidad, y no yo, los que tenían
regresando del castillo de Rodolphe para matarse; los pasos sobre un jardín del
Dorian Gray, de Wilde; lo supuso para mí aquel estudiante que bautizaste con
un apellido griego (pretendiendo recalcar un antecesor mítico) y una ciudad
pequeña y olvidada que estaba considerada, considerada en primer lugar por ti,
como la periferia de Europa.
Antes de llegar por primera vez a ella, a tu “odiada y amada Dublín”, como
suelen entonar los críticos, ya la conocía del modo en que dicen que los
epigramas que enaltecen el libro y a la literatura misma, como una vieja cerda
páginas que muchas veces repetí en los momentos más negros de mi existencia
reza, dice, para que sea capaz de aprender, al vivir mi propia mi vida y
lejos del hogar y de mis amigos, lo que es un corazón, lo que puede sentir
un corazón. Amén. Así sea. Bien llegada, ¡oh, vida! Salgo a buscar por
las madrugadas, expresiones procaces oídas tan sólo en los más bajos
arrabales.
Puedo ser carne y ser espíritu. Puedo poseerte sin apenas rozarte,
reportero de los mineros en huelga, en luchador por una libertad que antes de
objeto de engañarte.
No tenías unas relaciones fáciles con las mujeres y fuiste profesor con
Era evidente y estaba allá mismo, delante de ellos, para que todos lo vieran,
circunstancias, que el tuyo es un libro grande, sin bandos. Por él, y por otros
como él, algunos te acusaron de haber nadado siempre, durante toda la vida,
guardando la ropa.
bromas macabras y que decidiste dejar para la posteridad una relación verídica
del hecho más fantaseado y maquillado del mundo.
Incapaz de creer en utopías (te echaste a llorar de crío el día en que unos
Pérez Galdós, con Baroja, con Antonio Azorín... Más tarde, tú mismo
confesaste admirar la fuerza en Quevedo y en Faulkner, y los tradujiste a todos
ellos bajo un aroma de venganza, en esa novela que nos explica, que nos
circundante.
Tuviste lectores innumerables que cada año, hasta quizá el de la muerte (pero
estaciones.
Había una de castañeras que convocaba al serafín del invierno; otra de
muchachas en flor, o con cuello/cisne, como tú inmortalmente las bautizaste,
Los hubo que esperaron e incluso soñaron, cuando las palabras ejecutaron de
nuevo el noble y ágil oficio del florete, con venganzas quevedianas, de
como ellos gritaron de modo infamante en más de una ocasión (de hecho, ya
los habías logrado en verdad casi todos); sino que, en una vejez, espléndida
por tantos motivos, aprendiste y nos enseñaste el lugar errado al que conducen
Una y otra vez, en esa obra que se sucede, se justifica y se emparenta consigo
misma, el esquema mental traducido a palabras reproduce a un padre como
pudo ser el tuyo. Un padre que al oír que, siendo todavía un joven, ibas a
casarte con tu tía Julia, te buscó por las calles de Lima para matarte.
El anterior no es más que uno de los más célebres términos de una serie que
contaba con otros muchos, quizá más insignificantes y desconocidos, y acaso
debido a ello mucho peores para la memoria. Todos hemos oído alguna vez de
tus mismos labios que aquel drama personal comenzó cuando el niño que eras
por la década de los cuarenta, acostumbrado a una vida dulce entre mujeres, se
despertó una mañana con la llegada de un progenitor que pensaba
Aquél fue sin duda el inicio de todo cuanto había de sucederte. Pero nadie
podía imaginar los frutos que aquella angustia, aquel temor y aquella cobardía
tan íntima y sufrida que uno siente el temblor de los dedos al ser declarada
Esos mismos hechos los he oído utilizar a menudo por tus detractores para
Para ellos nunca te dejaste convencer por los argumentos de Popper o de Von
Hayek más que como mera simulación. Pero lo cierto es que, de desearlo,
podían haber averiguado que fue aquel desastre personal el que te convenció
para que en el futuro odiaras la tiranía en cualquiera de sus formas y que la
acabaras peleando con la fe del converso, del ultrajado y contagiado por ella,
Para todo aquel que desea comprenderlo, quedan pocas dudas de que tus libros
han sido, entre muchas otras cosas, una lucha ganada por la voluntad y la
pasión con que todo lo enfrentaste por distanciarte de aquel hombre
incomprensible, sin sensibilidad, visto con terror por un niño llamado para
desempeñar en el futuro un oficio dentro del arte.
No es vano, por lo tanto, que los padres de tus novelas sean por ellas zaheridos
entregan hijas a sus mentores, son descubiertos en sus más innobles secretos
por un hijo primogénito, sombra de ese hijo único que tú fuiste, que se
Años más tarde y no sé si tú, tan extremadamente lúcido para casi todo, con
una ceguera deliberada aún declarabas que nunca habías podido enfrentarte
druídica que encrespaba tus ánimos y concitaba esa prosa hermosa que está ya,
desde hace tanto tiempo, entre las mejores...
35. Burdel.
negro que tocara otra vez una canción. Otras, eres el reverberar en una
carretera lejana a la que acuden los que despiden una soltería o los que
pretenden engañar por una noche el peso muerto de la soledad.
construcción, haces volar de día, sobre las cuerdas, las prendas íntimas de las
esforzadas trabajadoras que descansan de los ejercicios amorosos de la noche
finada.
En ti hay raptos de países inconsecuentes en los que críos profanados, que no
llegan a los diez años, simulan los signos de la fornicación. Gasas, lentejuelas,
sonámbulos.
inadecuado. Te cortejan los bajos fondos, los maridos que prefieren que
trabajen las mujeres, aunque se vendan, los que te llevan tu carga de amorosas
Flaubert, los caballos resultan elementos simbólicos del acto sexual. Tienes un
ascensor oficinesco, un mostrador de banco en el que se cobra a los morosos y
se reparten las llaves de cuartos en los que lucen las bombillas y se escuchan
teatrales gritos que atraviesan amortajados las paredes...
36. Lorca.
Para comprender toda tu influencia no hay nada como alejarse del pequeño
puñado de tierra incógnita que en una oscura carretera de Granada acoge tus
restos.
narra una fiesta estudiantil en la que surge una España que no es otra cosa que
una guitarra que llora acuchillada por cinco espadas romas y unos versos que
tú eternamente escribes.
Ese hecho vencería por sí sólo la repulsión, el cansancio por acumulación, que
a menudo causa la utilidad que pretenden extraer de ti tus supuestos deudos.
Y no quiero llantos,
A la muerte hay que mirarla cara a cara,
Y no quiero llantos...
Ese mero recuerdo, jaleado por jóvenes estudiantes que sólo conocen los
rudimentos del español y que tiene lugar en el otro confín del mundo, invoca
Con esa ingenuidad de niño eterno, de pasiones arrebatadas que sólo podías
arrostrar con la huida, con esa exactitud que atrapa entre millones de imágenes
las certeras evocaciones del alma de una tierra, has significado todo lo que la
tuya tan artera ha supuesto para el mundo en los ojos de los extraños.
Y no quiero llantos,
A la muerte hay que mirarla cara a cara,
Y no quiero llantos...
Nos visitabas a menudo desde ese extraño y lejano estado de Illinois en el que
la infancia.
sola mujer, la rehúye antes de conocerla; hasta otros que son víctimas de un
engaño tan cruel que aduce la forma del retorno, después de los años, a los
seres más queridos...
desgracias por venir, la literatura sería asesinada por unas cuantas invenciones
libros (a veces personas tras ellos, como anunció tanto tiempo atrás el poeta
alemán Heinrich Heine) y defiende un mundo donde reina una soledad adusta,
el antiguo bombero cae atrapado en esa ínfula que nos sobrevivirá a todos y
suele llamarse insatisfacción.
Quizá convenga aclarar que los volúmenes que como bombero Sontag quema
en su jornada laboral no son otra cosa que el objeto más perfecto ideado para
apagar esa llama indolente y fatal que forma parte de nuestro ser, como un
miembro más de nuestro cuerpo. También, que la vida sobre este malhadado
planeta, del que tú tantas veces huiste, sería tan incomprensible sin ella como
sin los artilugios que los hombres inventaron para superar las dificultades con
puesto que tus libros suelen comenzar casi siempre bajo la misma fórmula: un
esa pesadilla (aunque quizá hubiera despertado a cualquier otra aun peor) que
lo lleva a descubrir sin grandes muestras de sorpresa que se ha transformado
modo dramático e inolvidable en una cantera de una ciudad que debe ser tu
Praga natal...
Muchos han tratado hasta hoy de entender la génesis de esa obra que explica,
quizá como ninguna otra, la vida del hombre durante el siglo XX, pero, como
todos los precursores, tú los has esquivado sin apenas esfuerzo.
Si hay algo que denota cuán revelador y veraz era tu empeño, cuánto de
opereta italiana. Aun otros, los más difíciles de consignar, en que el autor,
Franz Kafka, agotado por el esfuerzo, deja de escribir sin entender que tal
es cierto que junto a esas partes las hay que son más claras, pero no menos
inquietantes por varios o por muchos motivos.
A nosotros, aun hoy, nos bastan las primeras para comprender de qué modo
envolvente e hipnótico la literatura se confundió con tu vida, cómo
mortalmente la contagió y la acabó convirtiendo en una de esas pesadillas que
Siempre te gustó decir, quién sabe si porque acaso esa era la verdad, que
hueso. La literatura tan grande que conlleva ese libro único es por completo
obra tuya.
pesadilla de los primeros capítulos era una de las estancias del infierno que te
habría declarado íntimamente el Altísimo en un siglo de disipación para
en un rincón una caja de zapatos donde hay una criatura que acechan las ratas,
te habrían dictado ese afán para continuar adelante con una historia en la que
una violación, un abogado que a media vida pretende enmendarse tras un
reservas y de todos los sueños, aunque fueran casi siempre los más atroces...
Hay quien defiende que, siendo el más versátil de todos sus miembros, habías
pensaron ir.
Tu libro es tan premeditado que causa muchas veces esa impresión.
imagina tomó ante tus ojos en muchas ocasiones el aspecto de una probeta de
laboratorio, todas las posibilidades, las llevas a sus máximas contradicciones y
individual; con una droga, el “soma”, que cura de la ansiedad y de las crisis;
con una sociedad de castas que mantiene a cada elemento en el ámbito mismo
El Salvaje, como lo llamaste, quizá para reírte de esa fe tan prosaica de los
historia.
Envenenado por una educación de exiliado y, en un mundo sin libros, por un
sufrimiento.
Ese planteamiento te habría llevado a proponer, en los términos más concisos
y simples posibles, el dilema entre libertad y seguridad que iba a inundar con
provocación para un espíritu cartesiano que desnudaba los problemas hasta sus
términos más simples y desechaba como palabrería huera las abstracciones
falaces.
hasta ahogarlo, antes que en exponer grandes sistemas teóricos en los que
cupiera la realidad.
Un filósofo haciendo uso de las estadísticas era hace años una cosa llamativa,
tribu, era piedra casi de escándalo. Pero tú afirmaste entre otros hallazgos que
la revolución juvenil de los últimos años sesenta estaba teniendo mayor
parecen desear creer tus adversarios, no son ellos, los hombres, sino las
falacias y esa diatriba del conocimiento que nada puede contra las
y de que la debilidad y la crisis que desde hace años atacan Francia, según los
42. Aflicción.
Eres una película fatal, sin apenas pretensiones. Podría decirse que huyen de ti
los improperios que otros hubieran a buen seguro utilizado y pesan en ti, sobre
cualquier otra consideración, los silencios.
Si tú, un mero objeto por el que pululan las palabras y las imágenes, tratas de
demostrar algo, esto sea acaso un tema inconveniente, sin edad: el de la
herencia paterna que reciben los hijos por medio de la genética o de las
enseñanzas y la imposibilidad, real o irreal, de escapar a ella.
New Hampshire en los que tienes lugar, y ese silencio rencoroso que va
consumando sobre el aire el vaho de la respiración...
Ampárame de los desvelos aciagos, de las caricias mortuorias (que son aire),
mi prisión.
44. Humildad.
Pese a ser la ópera prima de un joven director, dejaste desde el principio muy
película frívola y de la que saldrían con una sonrisa en los labios. Lo tenías
todo a tu favor porque los pobres de espíritu imaginan, o imaginamos, el
paraíso como uno de los cielos que prometió el profeta a sus soldados y huríes,
bacanales y orgías sin Roma se suceden en tu tiempo artero.
Al parecer contabas la vida desde ese otro punto de vista, desde esa otra
sombra que se prodiga en las contra-utopías cuando se pretende negar la
resolución de los problemas y se conjetura sobre la felicidad universal. Tú,
más modesta, más humilde, pero no menos sabia que ellas, estableciste una
idealización de la realidad que afecta sólo a unos pocos hombres no a todos
sabiendo que la pretensión de hacerla general ya había sido probada en sus
parecer a veces fieras en una jaula que los demás observamos; otras,
beneficiarios de una extraña lotería a los que envidiamos con pleno derecho.
universos que apenas tienen puntos de encuentro entre sí. Lo que para nosotros
es un anhelo constante, una tortura, un modo de evasión o el cumplimiento
deben caer sobre quienes violentan el velo que esconde los secretos mejor
guardados de la Naturaleza.
Tu infierno no es entonces el de la muerte ciega de un padre por un hijo, pero
46. Kurtz.
desde que aquel polaco que escribiera en la lengua inglesa te inventara, hace
empeño, bien es cierto que sólo para gigantes, te tomó intuitiva como modelo
precursor de los grandes tiranos del siglo XX.
Uno tras otro, tras ese marino de nombre Marlowe, alter ego de Conrad, no
han precisado más que observar en la lejanía aquellas estacas en las que hay
pinchadas cabezas de hombres, para que tu sueño el perverso monstruo de la
modernidad vuele como un águila sobre su imaginación y la fecunde.
Con el peso de la corrupción y de la desidia, con el de saber que nos hallamos
ante una historia que nos explicará en el futuro, hemos asistido a ese lento
recrearse de un hombre que remonta un río en busca de otro que se ha vuelto
loco. De otro que puede pronunciar y hasta hacer creer que ya no es carne,
sino espíritu que clama con una voz tan desnuda que hace temblar las más
arraigadas convicciones.
En ti subsisten las efigies que De Quincey, visitado una mañana por un indio
personalidad, que puede lograr que con placer matemos, que creamos en
idiotas quimeras, que destruyamos con una perseverancia digna del mayor
encomio.
El cine no era entonces lo que hoy conocemos. Había tan sólo películas para
todos los públicos en las que geniales saltimbanquis, a menudo procedentes de
universal.
Ambos, por caminos bien distintos, acabasteis siendo iconos del siglo que
comenzaba. Chaplin se convirtió con el paso del tiempo en célebre millonario.
Él, que había sido en el pasado y representado toda su vida la figura del
mendigo, obtuvo dinero y fama y masas enfervorecidas que iban a recibirlo a
las estaciones de tren de medio mundo, de las que él a menudo escapaba para
vomitar en un retrete.
timidez lo llevan a escenas tan logradas que constituyen la envidia del teatro
del absurdo, sufriste la inesperada llegada del cine hablado que te arruinó y te
hizo finalizar la vida como un anciano que bebía en exceso y para comer
Como un viejo campeón olvidado, nadie recordó entonces que le hiciste tan
dura competencia que muchos te prefirieron a ti antes que a él; que algunos se
bajo una de las ventanas abiertas; y que en alguna película, ya de las últimas,
se observa tu cara tan trabajada, tan estatuida por el dolor y por el
su madre, loca por una vida llena de privaciones, y el modo en que ésta, antes
de la despedida, le guardaba trozos de comida en los bolsillos, como cuando
fuera un niño vagabundo que hablaba con el acento “cokney” de las calles de
Londres.
De ti, apenas pueden descifrarse aquellos últimos años olvidados en los que no
Los que apenas te comprenden te han escogido a menudo como blanco de sus
iras por ser una práctica que interrumpe, según ellos, el largo sueño de la
humanidad por mejorarse, por hacerse civilizada y no hundirse en las prácticas
físicas y mentales a menudo fatales para el futuro, aunque bien es cierto que
no mayores que las que causa la enfermedad por sí misma y sin que nadie la
llame...
Los más rudimentarios hablan con torpeza de la excitación, de los nervios que
Los que abundan en referencias poéticas saben que lo que hacen Chávez, Ray
vieran otro.
Esa plaga de incongruencias te harían parecerte a la vida de tal modo que,
junto a los prostíbulos, resultas siempre uno de los mejores temas literarios
Sólo para nuestra suerte, las cámaras existían ya cuando el combate celebrado
fuerza que transmiten ese apasionamiento las crónicas del momento, el trabajo
periodístico del escritor norteamericano Norman Mailer o la película
documental de la que ahora hablo, ganadora de un Oscar.
Aunque cueste creerlo hoy, una nación entera se detuvo esperando a que
George Foreman, campeón del mundo de los grandes pesos, y aquel loco de
Cassius Clay, o ya Mohamed Alí, desposeído del título de campeón y juzgado
vieron por vez primera en el centro de la atención del mundo, y que siguieron
y jalearon las bromas de aquel bocazas que tenía la suerte de ser uno de los
Debido a una inesperada lesión en una de las cejas del campeón, que demoró
Los afortunados que lo contemplaron han narrado centenas de veces ese asalto
número ocho y un golpe de derecha como nunca hubo otro, como si ese rayo
luminoso y ajeno, que duró apenas unas centésimas de segundo, justificara sus
propias existencias.
Yo no ocultaré, no debería ocultar, que ganó Alí. Tampoco, que pasaron los
años y aquellos dos hombres que tanto y tan teatralmente se habían odiado en
la cumbre se convirtieron a la vejez, ya casi ganados por el olvido, en amigos.
A pesar de los años transcurridos desde que firmaras tu último film, de los
trabajar a tus órdenes, los críticos más preclaros apenas se ponen de acuerdo
sobre cuál debe ser proclamada como la mejor de tus películas.
Nadie se atreve a negar hoy, sin duda, la plenitud que transmite gracias a su
belleza onírica “El Hombre Tranquilo”. Tampoco, la insuperable corrección
formal que acompaña durante todo su tiempo a “El Hombre que Mató a
Liberty Valance”. Ni la honradez que tenía como confesión personal el relato
el riesgo.
Otros, cansados de tales perfecciones de las que sólo se puede extraer el
No pocos han entendido ya tras este tiempo, tras todos los años pasados desde
que nos dejaste, que te correspondería el insigne papel que Homero tuvo en el
inicio de la literatura y que no hay maestro que no palidezca ante ese sentido
Tu grandeza es tal que haces de cualquier otro una anécdota, pero es bien
cierto que en “Centauros del Desierto”, el gran director que eras siempre, el
gran artesano dueño de todos sus recursos, parece a veces sorprendido por los
derroteros que está tomando aquella triste y cruel historia entre sus manos.
Seguramente sin buscarlo, y sin esperarlo, aquel año de gracia de 1956, tú,
John Ford, quien más lo merecía, dirigiste una película que se conducía a sí
misma y narraste una historia por la que hablabas al dictado de los dioses...
Para realizar la moderna edición que yo poseo eligieron como portada uno de
los dibujos que tú mismo realizaste. En él se ve la figura de un hombre/insecto
eras por completo un hombre maduro: mi cuerpo parecía no destacar hoy entre
los otros.
para encontrar las piernas delgadas como hilos y desnudando el pecho hundido
que nadie, menos tú, reparó que tuvieras.
Tenías tal intimidad con aquel cuerpo miserable, habías aprendido a odiarlo de
tal modo desde que eras crío, que quizá nunca lo viste de otro modo a lo que
los ojos y las energías de los filósofos. Él te hacía sentir la incapacidad para
51. Holocausto I.
Del modo más siniestro posible, tú ocupas el lugar más central del mundo.
¿Cómo decir que, irremediable, multiplicaste hasta la náusea el fragor del
crimen?
Hasta ti llegaban trenes de ganado en los que se asfixiaban los muertos del
matar, que tramaba las mentiras y despedía a los torturados a la puerta de las
cámaras de gas con una orquestina judía que interpretaba el “Adiós a la Vida”
de la Tosca.
Sombras errantes en esa tierra por la que corre la sangre del cordero y en la
que se alivia mortecino el rencor y se violan los más sagrados votos. Por ti lo
el terror dictado por tus hampones de hules grises y por tus médicos, veneros
52. Bergman.
piedad, golpea las puertas y hace que se congele en un cuarto sin calefacción y
53. Oficio.
Te hablarán del talento inestimable de los grandes, pero yo te aseguro que sólo
pudieron llevarlo a cabo una vez que habían domesticado a su hermano más
espurio.
Horas, semanas, meses y años por entero malgastarás sondeando en tu alma el
lugar exacto que ocupa la fascinación que te hará único. Serán horas vertidas
en un vertedero sin memoria, puedes creerme. Una tarde escucharás desde un
albañal la voz de un hombre de inteligencia obtusa que ya te habrá superado.
Horas, semanas, meses y años por entero dedicarás a corregir intentos vanos,
empeños que forjaste mientras los otros se multiplicaban en el goce. Habrás
caído a pozos tan inmundos que nunca adivinarás el modo en que hallaste la
salida. Una madrugada deseaste hasta la muerte con tal de escapar a tan
humillante y obsesiva locura. Te habrá abandonado tu mujer, y ya no tendrás
hijo, habrás nadado en los profundos subterfugios de la fe y serás esa nada que
vencer.
54. Dublín.
el que estudiaron las más grandes y bellas glorias de Irlanda. Tampoco ese
preciso entramado que ideó Joyce y que hace de ti un espejo del alma
dinero para las misiones cristianas en uno de tus bares. No te cantaré siquiera
como el florido vergel que eres los veranos en la carretera hacia Shannon, ni
55. Gades.
disueltas en la posteridad...
Pero eres, sin duda, más que una ciudad.
Tu extensión se proyecta sobre una tierra que es más grande que otras no por
la magnitud de su superficie, pero sí por el talento y la diversidad de sus
evocaciones.
Y es bien cierto que basta recorrer la mera lejanía que te separa de Jerez de la
Frontera para vislumbrar, por siempre, la comprensión distinta del mundo que
poseen los hombres de mar frente a los de tierra adentro.
56. Wayne.
Al parecer, tras los muchos años pasados, aún te avergonzaba esa paradoja
suprema que hizo de ti el más grande de los guerreros un hombre que no
combatió nunca en una guerra de verdad. Se impusieron las circunstancias, o
lo dictó pérfido el azar, para hacer que los soldados que morían para
salvaguardar la libertad en el mundo quedaran reflejados en ese personaje
Eras el ambiguo Ethan Edwards, o Ringo Kid, o esos oficiales del ejército
yankee, sin familia y sin ninguna esposa que no fuera la Caballería. Eras el
hombre que mató, matándose a sí mismo, al forajido Liberty Valance, y el
boxeador que huye del ring para descubrir la más grande historia de amor,
alrededor y, por ende, la suya propia. Pero, también, el hombre que cumple
naturaleza que arrastra a las mujeres hacia una puerta que no deben atravesar
El único capaz de poner aliento y rostro a las mejores historias que ha podido
narrar el cine como invento del siglo XX, en el género en el que éste, con
naturalidad, sin apenas esfuerzo, suplantaba a la literatura de aventuras.
Alambres de espino siguieron existiendo en tu vida tras todos los años en que
ya habías abandonado el mero infierno sobre la tierra.
te sería dado superarla. Pero allá mismo estaban las noches en las que te
Auschwitz con los tortuosos itinerarios del pasado, cuando aún no te habían
del Holocausto.
58. J. M. Coetzee.
Charles Baudelaire.
Como hombre tímido que detestaba la fama, causaste a tu pesar el mismo
revuelo que cualquier otro a la hora de obtener el preciado premio.
Los demás oímos decir que aquel año el galardón más universal de la literatura
había recaído sobre un escritor sudafricano que había vivido y dado clases en
los Estados Unidos y, los que aún ignorábamos tu obra, pensamos que por otro
año la academia sueca, que comete célebremente tantas injusticias como
sin duda valioso, habría pesado en el plato de la balanza que usaron los jueces
tanto o más que tus dotes literarias.
los días.
los halagos de los que debían constituir por fuerza tu más dura competencia.
Según ellos, eras no otra cosa que uno de los más grandes autores vivos que
escribía en la lengua inglesa. Habías sido el humilde padre de grandes
últimos años, tras que utilizaras la inteligencia artificial de una máquina para
sentida e íntima personalidad del niño que, secretamente, desde la periferia del
mundo, prefiere que sean los rusos y no los americanos los que ganen las
borracho...
Pues lo que otros vivieron como mera cotidianidad, sin apenas entender, tú,
como suelen hacerlo siempre los más grandes, intuiste que constituía el tejido
59. Nabokov.
consideración por los semejantes que ellos, que nacieron bajo ellas, ya apenas
valoraban.
piadoso sobre algunas de tus aseveraciones que lo tienen por objeto. Pero a
cambio deparaste unas recordadas lecciones en las que analizaste con tesón de
entomólogo, pasión que practicabas en los ratos libres ataviado con una red
decir por ti mismo, en el que éste anota hasta las bromas con las que piensa
divertir y sorprender a los alumnos. Tus comentarios son mordientes,
encendidos y sagaces.
era leído en las escuelas de Rusia a las que acudiste de crío, como un autor
simpático y particular para los niños.
A Joyce, en el que otros se pierden desde el principio debido a su apariencia
enseñanza.
Como otras escasas excepciones, dentro de aquel oficio que te hizo perdurar
que te leen sientan ese otro cosquilleo de internarse en los vestigios de los que
Hay quien dice que fuiste, al margen de gran profesor, maestro de la novela en
las dos lenguas en las que la practicaste: el ruso como idioma materno, que en
60. Lujuria.
O en bellas palabras inglesas, que vuelan y nos hacen creer, como creímos
enigmática bajo unos ojos atigrados y la cifra, acaso demasiado estricta, de los
veinte millones. Pretendías con él homenajear a tu padre y te pareció que
todo a salvo.
Ellos, tu padre y alguno de los intelectuales ingleses que constituían sus
amistades, celebraban sus encuentros en la que era tu casa por entonces y tú
antagonistas del Oxford comunista que vivían al otro lado de los muros
victorianos.
que en él aparecen escritores que merecen una fama más o menos universal
su hijo Martin y el poeta Philip Larkin, autor de “The Less Deceived”, entre
otros.
Por lo que hoy sabemos, The Movement era una pequeña misión que
anunciaba la ruptura con una ilusión infantil que a algunos suele acompañarlos
hasta la muerte. Ilusión que supone que el mundo siempre mejora y se
Algo así como una suculenta y a la vez anodina flor de invernadero que
Popper pudo llamar el mito del marco común.
asistentes a un colegio.
Quince años le duró a tu padre ese extraño veneno en la sangre que tú llamas
fe; otros, utopía; otros, él y algunos de los amigos de The Movement,
simplemente mentira. Quince años de zozobras, más todos los que él hipotecó
hasta su muerte para arrepentirse de una ceguera tan pusilánime y
62. Pater.
Lo cierto es que apenas nos entendimos. Pero sé, porque todavía lo recuerdo,
suelen llamarla contigo. Poseíamos muchas cosas en común, sin duda, pero
éstas siempre eran las que yo más detestaba.
aquella noche fue la última vela en la que tuvimos algo que decirnos.
Desde entonces fuimos ajenos y permanecimos siéndolo.
cuarterona.
de entre todas las que traté. A lo largo de los años se convirtió en guisa de lo
que no deseaba, a ningún precio ser, y ha marcado mis noches, mis
A veces te odié, Padre, sin apenas entender que lo hacía por existir. Quizá,
porque en realidad yo deseaba no ser. En modo alguno.
63. GULAG.
(Glávnoe Upravlenie Lagueréi)
Has tenido una suerte menos caduca que la de tus hermanos, Lager, Lagueréi,
Laogai chino o 221 camboyano. Muchos, acaso la mayoría, ni siquiera hayan
aún más al Este y, sin embargo, tu forma sobre el mapa se distanció del
aspecto de palacio, del de monasterio iniciático que poseíste en los primeros
laureles, para terminar asemejándose a una bruñida tela de araña que alcanzó a
desesperante, fue tu gozo más refinado. Gracias a ella tus huéspedes viajaron a
unos dispendios dignos de las cavernas; otras, a los propios del Egipto de los
faraones.
Así, el tiempo, una vez hurgado, se fosilizó. Así, el espacio, una vez birlado,
se arqueó en desierto de nieve, plaga de mosquitos y auroras boreales. En
palabras de otro, fuiste un continente ciego y opaco cuyo peso oprimía los
pechos de diversos insectos que un Primus Inter Pares declaró, de una vez y
para siempre, entre los réprobos.
presuntuosa cartelera oficial. Por ello, no fueron Mijail Suslov, ni aquel Naftalí
Frenkel, que empezó siendo camarero para terminar como prestidigitador en
te visitó, pese a preguntar por ti a menudo a sus lacayos... Sino una tal
hirsuto de declamaciones.
64. Heston.
Las crónicas dicen que desapareciste ayer de una enfermedad degenerativa que
tú mismo habías anunciado sufrir desde hace meses. Quizá, ahora la muerte
limpie el polvo y la paja que han acumulado sobre tu figura los que no tienen
en sus manos ser otra cosa de lo que son, lo que continuarán siendo tan
irremisiblemente en el futuro.
los dioses, que no en vano eran tus padres, y alargaste la sombra del Olimpo
cuando todos lo creímos tan muerto como dicen que tú lo estás ahora.
abstracciones, pero que los venciste en la trayectoria moral que hizo que nadie
que te tratara pudiera colegir una mala acción por tu parte.
Llegaste tarde al cine que te hubiera gustado protagonizar, así que, con
No eran las mejores de todas las que protagonizaste, pero había que ver ese
gesto célebremente acartonado que lucha contra los elementos, se crece contra
la adversidad y se sabe en lo cierto por el mero hecho de conocerse nacido
sólo para lo grande. Había que verlo pelear contra terremotos y escuadras
enemigas que apenas se vislumbran en la espesura del mar; pedir favores por
un vástago que nunca hubieras pedido para ti; e inmolarse sin pensarlo,
que había sido la única cosa que de veras habías conseguido amar.
Quizá fuera por ese error que lo defendiste a veces con certeza y a veces a
verdad eso fue hasta el día de ayer, cuando la portada de los periódicos
después frustradas sus aspiraciones por una guerra. Simulaste la vida con ello
y es por eso que ejércitos invencibles resultan tres años después bandadas de
levanta los faldones de sus abrigos, el viento golpea las caras quemadas por la
mundo más pequeño. Los mismos hombres combatieron comidos por las
Cairo y Grossman comprendió, corriendo tras las tropas del Ejército Rojo, que
su amor revolucionario había sido años ha despeñado desde la morgue
implantada en el Kremlin...
Londres vieron ejecutar un baile que bromeaba con el saludo romano de los
nazis y con el bigote charlotín de Hitler. En esos salones se desfilaba con palos
de escoba al hombro y, al paso de un fox, se fingían los simulacros
que creía haber alentado desde mis años núbiles, protegiéndote del negro
pasiones sincopadas.
engañabas, con la imagen de mil y una aventuras por venir y con batallas
“Comisión Extraordinaria”.
67. Vorágine II.
sustento.
por el rito farisaico que tú y yo tan bien conocemos, que tú y yo tan bien
escondemos.
el frígido despertar de la mañana sin aurora, el polvo sin barro, el amor sin el
beso de tu sexo.
Fuimos dejando atrás las estaciones donde nos robaron el último de los
sargazos.
ponzoña.
Fuimos dejando atrás el tributo debido a los árboles, al más vil pariente de los
con buena puntería y los cielos se convierten en púrpura sacra, sangre, mugre,
nube de flores sobre los carros de Marte y el beso de una muchacha que llora
recibe una de las deshonras cometidas contra las víctimas por quien ahora
pretende liberarlas.
cual la del viejo es granito. Un padre borracho que dejó todas sus pertenencias
en una caja de zapatos y un barrunto de estudios de Matemáticas y de Poesía.
Ciudad del Cabo. Una Londres detestable en invierno y no tan pródiga en
seríamos. Un soplo de muerte que llega desde los mataderos de animales. Una
mujeres que realizan acuerdos bajo sello, dentro de una clandestinidad teatral e
ignominiosa. Se escuchan risas falsas, estridentes, fatales, y desde el portón se
llama a los fulanos con un nombre por el que todos se igualan y todos se
reconocen.
En el interior de tus buhardillas, las medias de nylon se hallan a menudo
picadas por los gusanos (si se mira); entre batas gastadas, las axilas muestran
carne fresca vendida mil veces y las ávidas celestinas que, convertidas en
71. Londres.
los varones en busca de unas entradas. Una especie de Berlín de Grosz que
hubiera cruzado el Canal y te hubiera reportado uno de sus entierros salvajes y
huracanados: sacerdotes calvos y sanguíneos, prostitutas que ya no ofician,
Pimlico, que una vez aspiró a ser república e independizarse para ahogar el
mar, y en su camino concibió un chofer que dirigía el vals de los clientes con
anciana dama venerable que había perdido su pluma de oca bajo la silla de una
hamburguesería.
Todo giraba, huía, corría espeluznante y veloz, sin detenerse ante la iglesia de
Eres una angustia en el pecho que anuncia que para siempre estarás solo.
No bastarán tus esfuerzos para acercarte a otra carne y contarás el tiempo con
cada ave que torne, pero entonces, también estarás solo.
tantos años ha que aun pudiera pensarse que todo lo decidió otro. Nada podrá
arrancarte de ella y en toda boca oirás la sentencia que te espera, pero
73. Estupro.
Pretendías exigir que me conciliara con la tiranía, pero lo cierto es que por esta
Ahora parece una historia quimérica el relato de aquella medianía usurpada sin
apenas gasto a la piel del mundo, pero tenías que haber visto aquel chorreón
de luz que brillaba sobre una mesa vacía, luego lo he sabido, como un
eléctrico poste de campo; y aquel corredor inmaculado que, luego lo he
sabido, se hacía tan negro en la imaginación del penado como la embocadura
de una mazmorra.
Para comprenderme con plenitud tenías que haber oído el lamento cruel y la
Es difícil entender por qué exigía precios desorbitados por artículos de los que
nadie, ni aun él, podía obtener beneficio alguno: una noche era la humillación
ruinosa de un hombre insignificante, mientras, la siguiente, una renuncia falaz
a lo que sólo podían arrebatarte por la muerte. Acaso puedas creer que su
contemplar la pútrida condición que había contagiado tanto a sus justos como
a sus infieles.
Tú, sin embargo, cedías, porque no deseabas que la gente más querida fuera
hacerte menos inconveniente. Muchas veces claudiqué tras soñar con el llanto
En otras ocasiones, cedías, por entender que las humillaciones y los desfalcos
cometidos contra tu alma eran una forma de juego que ganaba quien más
lograra engañar a su adversario.
Te atería ese foco luminoso pegándote en los ojos durante los interrogatorios y
te atormentaban los tercos pasos dados sobre ese corredor, propiciadores del
castigo. Entonces, cedías, porque, por qué motivo no estar de acuerdo con lo
que apenas era capaz de rozarte o, porque, por qué motivo no desear descanso
y paz para un corazón demasiado agitado para tal falta de años.
Por último, cedías, porque nunca te preguntaste qué mísera cosa podías ceder
más...
74. Diógenes.
partícula amoratada que, por algún motivo, todavía se respeta. Pero ahora que
lo pienso, acaso tu presencia me termine siendo grata y beneficiosa.
Quizá sea debido a que llevas nombre de enfermedad invasiva y a mí me
subliman desde siempre las epidemias negras y multitudinarias. Según los
médicos, tu virus se transmite como el tifus: por las guerras, el hambre y en el
marco anónimo y común de las calles. Algunos aseguran no obstante que tus
rejas son como las otras, mitad hierro y mitad falta de arrojo para romperlo.
Es por ello que tus sótanos, como los míos, se hallan repletos de artilugios
Expresan las memorias más longevas que los que te sufren durante la infancia
Eres como yo, azote de mangosta y fiebre de vivos que deambulan junto a
muertos, mascarón de proa donde sólo brotan flores horrendas...
Pero no sólo agitación y febril movimiento alocado. Paz en las ánimas que
supuran de música el río y un condón colgado de uno de los herrajes del
Metro.
Blackfriars, Embarkment, Arsenal, con sus túneles y puentes de roblones
negros sobre las aguas, y una pelea a muerte en el suburbano que terminó en
añagaza de punkies y hooligans borrachos. Galanaduras italianas camino de
Primorosos desvelos sobre la rivera en la que una vez ondeara con orgullo el
médico reputado...
mujer sobre la cara de una muchacha, una mísera gasa sobre el horror y la
desesperación, un filtro contra el hedor horrendo y nauseabundo..., así que me
Así que cogí el problema resueltamente entre las manos, como por otra parte
según éste, constituía una prolija denuncia del American way of life y me dije
Más tranquilo, me aproximé a la cama y la vi tan vacía que daba pena, Phil.
Un hombre aún con vigor, lleno de amor, frente a una cama vacía y temiendo
la pesadilla que provocaba la dichosa gasa de tu maldito velo.
habías estado contando que te sentías recientemente? Con esa forma tuya de
titular las cosas. Primero extendiéndote en los detalles hasta no dejar ni uno
Esa forma de decir las cosas del modo más fúnebre posible, no dejando ni un
solo resquicio para la huida. Extendiendo tu vieja mano, Phil, hasta hacerle
sombra a las mismísimas civilizaciones. Dejando que uno crea tener razón por
el sentido común y, más tarde, sólo un poco más tarde, hundiéndolo a uno al
demostrar que esa razón no es más que un tenderete sobre el caos ambiente
que nos rodea y nos alimenta, sobre el caos ambiente que somos y del que
somos alimento...
otra vez.
La sábana me pesó como si fuera de metal, se acartonó como un sudario
pareció revivir la imagen de esa hija que está con las cosas, a favor de ellas en
77. Joyce.
Escriben esta mañana sobre un papel de periódico que dejaste de creer en Dios
escuchando orinar a una criada. Otros sostienen, sin embargo, que en realidad
la culpa la tuvo ese viaje a Cork junto a tu padre, en el que pasaste la yema de
los dedos sobre una injuria grabada en un banco por un colegial y te zahirió el
alma el olor nauseabundo de un lavatorio.
Otros arguyen que “¡a Burke, a Burke!”, que se oye como reclamo en una de
las páginas más oscuras que escribiste, desentraña ese fenómeno nietzscheano
del que habrías formado necesariamente parte, porque, más que ese alemán
loco, tú te redimiste como poeta para crear un mundo más bello, elástico y
Otros prefieren creer que perdiste la fe en uno de esos callejones del barrio de
los judíos, del que hoy son mera sombra los portalones de establo que se
desvanecen en el río y los vallados que antaño precedieron a las cuadras. Pero
madre y el no menos rotundo “non serviam” contra ese Dios que trata de
imponerse sobre ti con las peores artimañas.
Otros afirman que renegaste del dogma la tarde en que la belleza de una
caer cuando ya habías caído, cuando adivinaste que toda tu vida sería ese caer
y ese levantarse...
a quienes está dedicado tu libro. Quizá sea por evitar la rutina de conocer el
nombre de desconocidos que nada nos dicen y se nos olvidarán de inmediato,
o por el ahorro de papel que dicta la política de las fábricas de impresión; pero
Pero según tú: borregos, corderos, nueva carne que picar por nuestros
Aunque para ellos: bazofia, perros, basura fascista, espías, criminales, peste
burguesa, puercos...
Y otra vez para ti: primos, panolis, Yeuguenia, Svetlana, Zoya, Ania...,
la delgada línea que distancia el mal del bien que todos portamos dentro, del
umbral que una vez traspuesto nunca se regresa...
Pero para ti: no hijos de su Eminencia Gris, del Sabio Guía del Proletariado,
sino hijos de dios, porque en un siglo tan maldito como este hace más falta que
nunca un dios. Y no distinguiré entre réprobos y justos, y haré lo que éste en
mi mano para preservar el aliento y ser la voz de los que nunca la tuvieron...
De nuevo para ellos: ¡hez, tugurio andante, contra, empecedor, saboteador,
terrorista, asesino, hijo de puta! ¡Te vamos a matar, vas a pedir estar muerto
No lo lograron.
79. Infidelidad.
Sería la felicidad construida eternamente sobre la desgracia de un tercero, para
qué engañarnos.
No diré que no te deseo, en verdad me paso los días y, sobre todo, las noches
deseándote. A veces mi lujuria es suscitada por un vestido que flota sobre tus
muslos (la única tierra que en verdad nos ha sido prometida), cuya muselina
con los que lucha tu cuerpo apenado o alegre como un pueblo sojuzgado que
pretende le restituyan la libertad.
de Courbet que posan todos los festivos por unas moneditas y, otras, sufres el
relámpago que ciñe a las berlinesas de Grosz, sobre las que suelen cabalgar
Otras veces es escuchar el sonido metálico de tu risa que, sin gran fanfarria,
pasados, siglos que cabalgan sobre coches de caballos más que sobre autos de
motor; y me digo con convicción que quien roba al ajeno, quien le quita
Pero, ¿cómo olvidarlo?, también dedicado a los 36 autores que según tus
nosotros no necesitamos leer más. Nos basta con esa miseria moral,
ante el Estado y la mentira que se pega todavía hoy sobre las manos...
Dicen que contemplaste cuarenta veces aquella película para aprender a rodar
la que sería posteriormente conocida como tu obra maestra.
La cosa no parece hoy tanto como lo que fue, acaso porque todos los sucesores
la imitaron aún sin conocerla, aun sin ni siquiera haber oído hablar de ella y
peligro causado por una bandada de indios salvajes liderada por el jefe
Jerónimo, recientemente huido de la reserva. En ese grupo necesariamente
joven, recién salido de la cárcel por un crimen que nunca cometió, apostado en
uno de los lados más célebres del camino, que nunca se rodó, ni a buen seguro
se rodará.
tu obra maestra y esa otra que, según tú mismo, tanto la condicionó y ayudó a
forjarla?
Fue, quizá, ese espacio cerrado de un coche de caballos, que tú no pudiste
del mar. La Venta del Maca y su ejército de vampiros, que se atiborraron una
noche de la santa, humana y mísera sangre de tu padre. El increíble libro de
hoy los edificios del paseo, del que muchas veces pendió iluso tu cadáver.
Sobre tus manos, las negras pezuñas de un payo que se robó un campo de
fútbol con una soga de ahorcado. Los charcos de espuma que deja tras de sí
cada marea y en las que se hunden los pies de niños silentes. El herético juego
inmediato, Él no te matara.
te sacaron dentro del ataúd (y que a buen seguro ha recorrido a estas horas el
mundo) posees el aspecto irredento de un pájaro recién librado, con la piel
estirada sobre esa calavera en la que se adivinan aquí y allá los huesos
menudos, marchitos y cohibidos.
Los años y las penas fraguaron esas arrugas, te dejaron el cráneo pelado y,
sobre las sienes, le dieron al cabello fuerte y alborotado del capitán artillero el
mejor que ningún otro que las palabras sardónicas, profundas y enaltecidas de
En esos últimos años volviste a caminar con la torpeza aparente de los presos,
forzado. La ropa te colgó abolsada del cuerpo, como si no fuera la tuya, del
inscribieron un número y tú abriste dos veces al día para pasar los cacheos.
prisión de tránsito.
Cuando el “Gran Padre” ya no estaba él te hubiera simplemente matado te
Después de pasados los años de la gran sombra, después del deshielo y del
revisionismo para volver a helar la sangre; te creyeron un bicho raro que
con el medievo.
Eso por parte de los críticos con el Sistema.
furiosamente las caretas entonces y pidieron para ti las penas que su amado
los campos de concentración más seguros para que inocentes como tú nunca
salieran de ellos...
Tras tanto refutarlo bizantina, cínica, arteramente, tu sola presencia nos
guerra napoleónica le hubieran surgido unos gusanos tan sólo propios del siglo
XX.
Éstos trepan, acechan, se ceban con los vivos y los cadáveres de una familia
De “día”, escribías una historia para calmar la sed del poder, según sus
arbitrarias entendederas; y se supone que, de “noche”, otra, en secreto, sólo
para la eternidad.
La primera era digna del realismo socialista, con sus reconocibles héroes de
cartón piedra, sus ideas simplonas travestidas maquinalmente de hombres y
mujeres y su psicología sólo apta para imberbes mentales. La segunda era una
historia narrada en carne viva por el hombre que contempló con horror los
campos de exterminio, que habló con esos sujetos cadavéricos, ataviados con
pijamas a rayas, que salían a su paso y llegó a sentirse judío por primera vez
en su presencia.
la libertad, pero, también, las semejanzas de los dos negros iconos que
poblaron el mundo como sueños pervertidos e ideológicos.
psicópata, blandiendo una porra, escupe: “¡Aparta esas manos, perra judía!”.
nos asemejaba a los demás. Conocer que, si fuéramos borrados como un leve
Fuimos dejando atrás la ignorancia del precio y gastamos toda nuestra riqueza
en un álbum de mitos que luego nos robaron y por el que fuimos abaratados a
perpetuidad.
Fuimos dejando atrás los retales de una ficción de parco fruto y reventamos
Fuimos dejando atrás la patria con la que soñábamos y nos dejamos desbravar
por la que habíamos odiado sin descanso, sólo porque en ella nos era
displicencia al papel de ser hombres comunes, de procrear hijos a los que nada
enseñar, dispuestos a que cuando se rebelaran lo hicieran contra esa misma
nada inaprehendida.
humillarnos, a rehuir las peleas en las que poco había que obtener y de las que
uno podía librarse con un solo gesto y un minúsculo olvido.
Fuimos dejando atrás el bravo resquemor de los arrojos y desfallecimos en esa
heredad de aceptación aquietada que es tu cuerpo, suma soberana y adusta de
timbres pelagianos.
toda vida.
de la luna.
FIN