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Si has tocado fondo, no te

quedes ahí: ¡Asciende!


Si has tocado fondo, no te asustes. Si has llegado al límite de tus fuerzas, si este último fracaso o
decepción te ha dejado más tocado que nunca, no te paralices, no te avergüences ni te quedes a
vivir en ese abismo personal y psicológico. Asciende. Toma impulso y ejerce la elección de los
valientes, de aquellos que aúnan dignidad para no volver a caer más bajo que el propio corazón.

Todos nos hemos encontrado en más de una ocasión con esa frase hecha: “tocar fondo”. Por
curioso que resulte, a la mayoría de profesionales del mundo de la clínica no les agrada
particularmente dicha expresión. Psicólogos y psiquiatras se enfrentan a diario en sus consultas a
pacientes que han llegado al límite. Con personas convencidas de que tras haber tocado fondo
solo queda una opción posible: la del cambio y la mejoría.

“Porque es tocando fondo, aunque sea en la amargura y la degradación, donde uno llega a
saber quién es, y donde entonces empieza a pisar firme”.

José Luis Sampedro-

Bien, la triste realidad es que esta regla de tres no siempre funciona. ¿La razón? Hay quien se
instala en ese fondo de forma permanente. Aún más, hay quien descubre que debajo de ese fondo
hay otro sótano aún más oscuro y más complejo. Así, esta idea, ese enfoque a veces tan
compartido por muchos puede impedir perversa e irónicamente que una persona busque ayuda
antes. Mientras el problema aún no es tan grave y es posible facilitar recursos sencillos para la
mejora o el cambio.

Todos hemos tocado fondo alguna vez y ascender no es fácil

Todos hemos tocado fondo alguna vez y sabemos lo que duele. Una buena parte de la población
ha descendido hasta ese estrato donde el miedo, la desesperación o el fracaso los ha dejado ahí.
Atrapados, agazapados en esa resina de ámbar que atrapa y nubla el equilibrio hasta derivar en
algún trastorno del estado del ánimo.

La idea de que solo la desesperación más absoluta nos llevará definitivamente a ver la la luz y a
experimentar una mejoría no es cierta. Como tampoco lo es el tener que sufrir para saber con
autenticidad qué es la vida. Porque el dolor solo enseña e ilumina en caso de que nosotros
tengamos la voluntad y los recursos adecuados para poder hacerlo. Así, y por mucho que nos
guste la idea, en nuestro cerebro no hay un piloto automático que nos ponga en “modo
resiliencia“ cada vez que llegamos al límite de nuestras fuerzas.

El filósofo y psicológo William James habló en su libro “The Varieties of Religious


Experience”(1902) de la cueva de la melancolía. Hay personas que, sin que se entiendan aún bien
las razones, son capaces de tocar fondo y desde ahí atisbar ese punto donde la luz del sol les guía
desde las profundidades hacia la salida. Otros en cambio se quedan atrapados en la cueva de la
melancolía. Es un rincón donde habita la vergüenza (¿cómo he podido llegar hasta aquí?) además
de la sensación de abatimiento crónica (no puedo hacer nada para mejorar mi situación, todo está
perdido).

Si has tocado fondo, no te acostumbres a ese lugar. ¡Asciende!

Haber tocado fondo supone estar en el suelo del desánimo, queda claro, pero no quieras
descender más aún. No te permitas llegar hasta el sótano de la desesperación. Tocar fondo implica
también llegar a un escenario de profunda soledad, a una cueva donde nada pasa y la mente se
enreda, donde se traban los pensamientos y se vuelven extraños y obsesivos. Sin embargo,
recuerda: tienes billete de vuelta y solo tienes que subir un escalón para darte cuenta de las
nuevas oportunidades son posibles.

Ahora bien, el acto de ascender supone algo tremendamente difícil: implica superar el miedo. Un
modo de afrontarlo, es aplicando la técnica de la flecha descendente propuesta por terapeutas
cognitivos como David Burns. Según este enfoque, muchas personas habitan en esos fondos
psicológicos porque están bloquedas, porque sufren, se sienten perdidas y aunque son
conscientes de que necesitan un cambio para vencer ese “impasse” no se atreven o no saben
cómo hacerlo.

La idea central con esta técnica es derribar muchas de esas creencias irracionales que tantas veces
nos instalan en esos escenarios de quietud y desesperación. Para ello, el terapeuta selecciona un
pensamiento negativo mantenido por el paciente y lo desafía mediante una pregunta “Si ese
pensamiento fuera cierto y ocurriera de verdad, ¿qué harías?” La idea es trazar una serie de
cuestiones que actuarían como flechas descendentes para sacar a la luz ideas erróneas, para
visibilizar y derrumbar enfoques irracionales y propiciar nuevos enfoques. Nuevos cambios.

Pongamos un ejemplo. Pensemos en una persona que ha perdido su trabajo y se encuentra en una
situación de desempleo que dura ya un año. Las preguntas que podríamos plantearle para ir
afrontando uno por uno todos sus miedos serían las siguientes: ¿Qué pasaría si nunca más
volvieras a tener un trabajo? ¿Qué pasaría si tu pareja también perdiera su empleo? ¿Qué harías si
os vierais de pronto sin ningún recurso?

Este ejercicio puede parecer bastante duro porque se intenta llegar siempre hasta el límite más
catastrofista. Sin embargo, implica dar impulso a la persona, invitarlo a reaccionar, a confrontar, a
argumentar posibles estrategias ante situaciones desesperadas que aún no han sucedido (y que no
tienen por qué darse).

Supone en esencia demostrarle que a pesar de haber tocado fondo hay situaciones más complejas
y que por tanto, aún está a tiempo de reaccionar. De hecho, una vez haya enfrentado todos esos
miedos planteados solo le quedará una opción: emerger. Y esa será la decisión que lo cambie
todo.

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