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La inhumanidad: ¿una cualidad connatural e inalienable del ser humano?

Los derechos humanos se han convertido desde tiempos ancestrales en la bandera de


defensa de todos los aconteceres de la vida del hombre. Lo contradictorio, es que siendo el
ser humano la especie dominante en la tierra, tenga que crear mecanismos jurídicos de
defensa ante sus pares, para posibilitar la existencia en coexistencia en medio de la
inexorable existencia de conflictos de intereses. Los derechos humanos siempre han estado
en una disputa entre el reconocimiento y la constate violación de los mismos, en cualquier
circunstancia o país, sin distinciones de raza, sexo, religión, condición social o política.
Esto hace que brote en mí una duda, incógnita, interrogante que me carcome la cabeza y es
¿por qué si somos seres humanos la inhumanidad se encuentra latente en nuestra forma de
actuar y de ser, como una especie de condición, cualidad inmanente en nosotros?.

Desde la antigüedad, la naturaleza del hombre ha sido un tema muy altercado y polémico,
ya que este estado es aquel por lo que el hombre es hombre: la vida humana está regulada
por un principio de acción que es su naturaleza, y a ella debe atenerse; nos referimos a la
naturaleza del hombre como una ley de acción, como un principio regulador de la práctica
de los seres humanos y su sociedad. Traigo esto a colación porque surge en mi la inquietud
con respecto al porqué se hace patente, durante toda la historia de la humanidad,
vulneraciones a los derechos fundamentales y humanos de estos.

Según Thomas Hobbes “el hombre por naturaleza es hedonista y egoísta”, es decir, tiende
a buscar su propio placer, sean cuales fueren los costes que esto acarree a los demás. La
razón humana para él no capta el bien en sí mismo, sino que es un cálculo de medios a fines
que nos enseña a conseguir nuestras metas utilizando para ello cualquier tipo de medios a
nuestro alcance; al ser humano no le interesa si para ser millonario tiene que dejar en la
quiebra a centenares de familias, ya que los hombres actúan así: primero yo, segundo yo y
tercero yo. “Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre”, dijo el filósofo
inglés.

Según Hobbes, “para satisfacer el placer es necesario el poder”. Todos los hombres son
iguales antes de firmar el pacto o contrato, y todos gozan del mismo poder; es precisamente
esta situación la que lleva a los hombres a desconfiar unos de otros y es esta desconfianza
la que conduce a la “guerra de todos contra todos”. Los peligros que esta guerra acarrea
llevan a pactar y formar el Estado. Por tanto, el Estado tiene su origen en nuestra naturaleza
egoísta y desconfiada.

Por eso propone este filósofo que se haga un contrato social en el cual todas las libertades
del ser humano pasen a manos del Estado (Leviatán) quien tendrá todo el poder para crear
leyes que regulan esa naturaleza destructiva de los individuos; al ser el hombre una criatura
violenta y ventajosa, cuya única motivación es la supervivencia propia, se hace presente esa
anarquía total, que trae como consecuencia que “no haya lugar para la industria, porque el
fruto es incierto; ni cultivo de la tierra, ni navegación, ni artes; un temor permanente a la
muerte violenta; y la vida del hombre solitaria, pobre, desagradable, embrutecida y
breve”.

Podemos evidenciar como a partir de las ideas recopiladas en este ensayo y presentadas por
Hobbes en su soberbia y laureada obra Leviatán, el hombre es un lobo para el hombre por
lo cual necesita para poder coexistir con otros hombres la presencia del Estado. Empero, no
sólo nos remitamos a este genio, sino investiguemos y naveguemos un poco más adentro de
las aguas del conocimiento.

Rousseau en todo momento de su pensamiento hace una crítica a la sociedad, a la


civilización. Para él la civilización está podrida y perdida. Según Rousseau “el hombre por
naturaleza es bueno, es inocente, pero es la sociedad la que lo corrompe, haciendo que la
persona se degrade moralmente”. Para el filósofo suizo “La "civilización” es producto de
los vicios humanos: La astronomía habría surgido de la superstición, la aritmética de la
avaricia, la Física de la vana curiosidad: el hombre técnico es "dependiente", débil,
limitado”. Como volver a ese estado de naturaleza es imposible, entonces, Rousseau, va a
proponer hacer un contrato social, con el fin de que se pueda vivir en sociedad, ya que, para
él, “esta es la única posibilidad de regeneración moral”.

Él vio el contrato como un acuerdo entre individuos conducente a dar forma a una clase
especial de sociedad donde el individualismo fuese reemplazado por una nueva clase
solidaridad, de unidad, de identidad que se encarnaría en lo que el filósofo denominó
“voluntad general”.
“Este paso del estado de naturaleza al estado civil, produce en el hombre un cambio muy
importante, sustituyendo en su conducta el instinto por la justicia y dando a sus acciones la
moralidad que les faltaba antes. Sólo entonces, cuando la voz del deber sucede al impulso
físico y el derecho al apetito, el hombre, que hasta entonces no había mirado más que a sí
mismo, se ve obligado a obrar con arreglo a otros principios y a consultar su razón antes
de escuchar sus inclinaciones”.

Otra vez podemos ver, a partir de las ideas suscitadas por Rousseau, como la sociedad está
degenerada moralmente y como prima el hiperindividualismo y el egoísmo en nuestras
comunidades.

Un acontecimiento que es el ejemplo perfecto donde podemos ver esas ideas sobre el
hombre planteadas por Hobbes y Rousseau, donde podemos ver el reflejo vivo de esa
naturaleza de los hombres es en la Segunda Guerra Mundial.

La Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento, un hecho, que manchó de manera


definitiva e imborrable la historia, pues, para nadie es un secreto que entre los años 1939 y
1945 se desató la mayor contienda bélica de la historia. Ningún otro antes ni después lo ha
igualado en grado de movilización de recursos ni en número de víctimas; Según Donald
(2008) “fue el más mortífero en la historia con un resultado de entre 50 y 70 millones de
víctimas, el 2,5% de la población mundial”. Además, agrega Ayén (2010) “La mitad de los
fallecidos son rusos (22 millones) seguidos de los chinos (13 millones) alemanes (7
millones) y polacos (6 millones). Yugoslavos y japoneses tuvieron cerca de 2 millones de
víctimas respectivamente, mientras que franceses, británicos e Italianos perdieron cerca de
½ millón cada uno. Los americanos apenas tuvieron ¼ de millón de decesos”.

Esta guerra, además de ser la mayor pugna que se haya desarrollado a lo largo de la
historia, es un acaecimiento en el cual sucedieron, asiduamente, eventos en los que se
desconocieron de sobremanera los derechos humanos, los derechos fundamentales y la
dignidad humana de las personas; se trató a millones de individuos como medios, como
simples instrumentos, como maquinas que sólo sirven para alcanzar un determinado fin,
cuando el hombres es, en esencia, fin (centro vital) y medio (circunstancia de los otros
hombres).
En la película “adiós a los muchachos”, escrita, producida y dirigida por Louis Malle, se
puede visibilizar todo ese contexto bélico, también, se puede ver, y en lo cual me quiero
enfocar específicamente es, como hay, paralelamente al desarrollo de la película,
conculcaciones al debido proceso.

La génesis y el reconocimiento escrito del debido proceso se encuentra en la Carta Magna


de 1215; en nuestro ordenamiento jurídico, es el artículo 29 de la Constitución Política
Colombiana. Para Prieto (2002) “Debido, en una primera acepción, es lo que se debe, lo
que un sujeto debe a otro, en términos de prestación. Así pues, debido es lo que es
adecuado para hacer algo, y, como adecuado es lo conforme con un principio, debido es el
proceder conforme con un o unos principios. En este orden de ideas, Debido proceso es la
actividad judicial ordenada a resolver pretensiones, la cual se desarrolla con arreglo y
observancia a unos principios, reunidos en el concepto de justicia, y particularizados en
las normas de procedimiento y las propias de cada proceso”. En suma, es aquel proceso en
el cual se observa y se discurre por todos los requerimientos, exigencias y condiciones que
establece la ley para proveer a la persona juzgada de un manto, un ropaje jurídico que lo
proteja de arbitrariedades, irregularidades y baches procedimentales que, le asegurará a lo
largo del mismo, una recta y cumplida administración de justicia, la seguridad jurídica y la
fundamentación de las resoluciones judiciales conforme a derecho, escudando los derechos
fundamentales de este.

El debido proceso en la película, simplemente, es inexistente, pues, a los judíos no se les


aplicaba dicha institución solo los agarraban y, sin ellos haber cometido algún acto
antijurídico, se los llevaban a campos de concentración donde los ponían a hacer trabajos
inhumanos, indignantes y deplorables, además, en múltiples ocasiones, experimentaban con
ellos o los metían a cámaras de gas donde fallecían.

Empero, justo aquí surge una controversia y es que si para los nazis, en la Segunda Guerra
Mundial, el “debido proceso” es agarrar a un judío y someterlo a tratos crueles,
experimentos o a la muerte, se les podría recriminar a los nazis que incidieron en una clara
infracción al “debido proceso” (¿?) (¡!)

En un primer momento, se pensará que sí, efectivamente quebrantaron ese “debido


proceso”, pues, esos procesos no proveyeron a la personas juzgadas de unos mantos, unos
ropajes jurídicos que los protegerán de arbitrariedades, irregularidades y baches
procedimentales que, les asegurará a lo largo del mismo, una recta y cumplida
administración de justicia, la seguridad jurídica y la fundamentación de resoluciones
conforme a derecho. Empero, si lo vemos desde el punto de vista de un militar nazi de la
época, seguramente, inferiríamos que, en efecto, no se quebrantó dicha institución, pues,
recordemos que, el debido proceso es aquel proceso por el cual se observa y se discurre por
todos los requerimientos, exigencias y condiciones que establece la ley, en este ejemplo la
ley nazi, para proveer a la persona juzgada de un manto, un ropaje jurídico que lo proteja de
arbitrariedades, irregularidades y baches procedimentales que, le asegurará a lo largo del
mismo, una recta y cumplida administración de justicia, la seguridad jurídica y la
fundamentación de las resoluciones judiciales conforme a derecho.

Empero, para mi sentir, la institución jurídica del debido proceso no puede ser aplicada en
los contextos en los cuales se encuentran inmerso los Estados transpersonalistas, pues, la
política jurídica propia de estos Estados es una política antihumanista, irrespetuosa de la
dignidad humana, trayendo como consecuencia que, en palabras de Ortega (1983), “se
instrumentalice a cada ser humano en función de un ideal colectivo, des-humanizándolo o
des-individualizándolo”.

En síntesis, en este recorrido incesante y sin destino el cual emprendimos los seres
humanos hace miles de años, se ha frecuentado acaecimientos que sirven como ejemplos
perfectos para evidenciar dicha naturaleza destructiva, ventajista, egoísta y hedonista del
hombre; para mostrar como los derechos humanos siempre han estado en una toxica disputa
entre el reconocimiento y la violación de los mismos; y como muchas veces por diferencias
ideológicas se han cometido injusticias, llevando a hombres libres e inocentes a pagar
deudas que no les correspondían.

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