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Desde la antigüedad, la naturaleza del hombre ha sido un tema muy altercado y polémico,
ya que este estado es aquel por lo que el hombre es hombre: la vida humana está regulada
por un principio de acción que es su naturaleza, y a ella debe atenerse; nos referimos a la
naturaleza del hombre como una ley de acción, como un principio regulador de la práctica
de los seres humanos y su sociedad. Traigo esto a colación porque surge en mi la inquietud
con respecto al porqué se hace patente, durante toda la historia de la humanidad,
vulneraciones a los derechos fundamentales y humanos de estos.
Según Thomas Hobbes “el hombre por naturaleza es hedonista y egoísta”, es decir, tiende
a buscar su propio placer, sean cuales fueren los costes que esto acarree a los demás. La
razón humana para él no capta el bien en sí mismo, sino que es un cálculo de medios a fines
que nos enseña a conseguir nuestras metas utilizando para ello cualquier tipo de medios a
nuestro alcance; al ser humano no le interesa si para ser millonario tiene que dejar en la
quiebra a centenares de familias, ya que los hombres actúan así: primero yo, segundo yo y
tercero yo. “Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre”, dijo el filósofo
inglés.
Según Hobbes, “para satisfacer el placer es necesario el poder”. Todos los hombres son
iguales antes de firmar el pacto o contrato, y todos gozan del mismo poder; es precisamente
esta situación la que lleva a los hombres a desconfiar unos de otros y es esta desconfianza
la que conduce a la “guerra de todos contra todos”. Los peligros que esta guerra acarrea
llevan a pactar y formar el Estado. Por tanto, el Estado tiene su origen en nuestra naturaleza
egoísta y desconfiada.
Por eso propone este filósofo que se haga un contrato social en el cual todas las libertades
del ser humano pasen a manos del Estado (Leviatán) quien tendrá todo el poder para crear
leyes que regulan esa naturaleza destructiva de los individuos; al ser el hombre una criatura
violenta y ventajosa, cuya única motivación es la supervivencia propia, se hace presente esa
anarquía total, que trae como consecuencia que “no haya lugar para la industria, porque el
fruto es incierto; ni cultivo de la tierra, ni navegación, ni artes; un temor permanente a la
muerte violenta; y la vida del hombre solitaria, pobre, desagradable, embrutecida y
breve”.
Podemos evidenciar como a partir de las ideas recopiladas en este ensayo y presentadas por
Hobbes en su soberbia y laureada obra Leviatán, el hombre es un lobo para el hombre por
lo cual necesita para poder coexistir con otros hombres la presencia del Estado. Empero, no
sólo nos remitamos a este genio, sino investiguemos y naveguemos un poco más adentro de
las aguas del conocimiento.
Él vio el contrato como un acuerdo entre individuos conducente a dar forma a una clase
especial de sociedad donde el individualismo fuese reemplazado por una nueva clase
solidaridad, de unidad, de identidad que se encarnaría en lo que el filósofo denominó
“voluntad general”.
“Este paso del estado de naturaleza al estado civil, produce en el hombre un cambio muy
importante, sustituyendo en su conducta el instinto por la justicia y dando a sus acciones la
moralidad que les faltaba antes. Sólo entonces, cuando la voz del deber sucede al impulso
físico y el derecho al apetito, el hombre, que hasta entonces no había mirado más que a sí
mismo, se ve obligado a obrar con arreglo a otros principios y a consultar su razón antes
de escuchar sus inclinaciones”.
Otra vez podemos ver, a partir de las ideas suscitadas por Rousseau, como la sociedad está
degenerada moralmente y como prima el hiperindividualismo y el egoísmo en nuestras
comunidades.
Un acontecimiento que es el ejemplo perfecto donde podemos ver esas ideas sobre el
hombre planteadas por Hobbes y Rousseau, donde podemos ver el reflejo vivo de esa
naturaleza de los hombres es en la Segunda Guerra Mundial.
Esta guerra, además de ser la mayor pugna que se haya desarrollado a lo largo de la
historia, es un acaecimiento en el cual sucedieron, asiduamente, eventos en los que se
desconocieron de sobremanera los derechos humanos, los derechos fundamentales y la
dignidad humana de las personas; se trató a millones de individuos como medios, como
simples instrumentos, como maquinas que sólo sirven para alcanzar un determinado fin,
cuando el hombres es, en esencia, fin (centro vital) y medio (circunstancia de los otros
hombres).
En la película “adiós a los muchachos”, escrita, producida y dirigida por Louis Malle, se
puede visibilizar todo ese contexto bélico, también, se puede ver, y en lo cual me quiero
enfocar específicamente es, como hay, paralelamente al desarrollo de la película,
conculcaciones al debido proceso.
Empero, justo aquí surge una controversia y es que si para los nazis, en la Segunda Guerra
Mundial, el “debido proceso” es agarrar a un judío y someterlo a tratos crueles,
experimentos o a la muerte, se les podría recriminar a los nazis que incidieron en una clara
infracción al “debido proceso” (¿?) (¡!)
Empero, para mi sentir, la institución jurídica del debido proceso no puede ser aplicada en
los contextos en los cuales se encuentran inmerso los Estados transpersonalistas, pues, la
política jurídica propia de estos Estados es una política antihumanista, irrespetuosa de la
dignidad humana, trayendo como consecuencia que, en palabras de Ortega (1983), “se
instrumentalice a cada ser humano en función de un ideal colectivo, des-humanizándolo o
des-individualizándolo”.
En síntesis, en este recorrido incesante y sin destino el cual emprendimos los seres
humanos hace miles de años, se ha frecuentado acaecimientos que sirven como ejemplos
perfectos para evidenciar dicha naturaleza destructiva, ventajista, egoísta y hedonista del
hombre; para mostrar como los derechos humanos siempre han estado en una toxica disputa
entre el reconocimiento y la violación de los mismos; y como muchas veces por diferencias
ideológicas se han cometido injusticias, llevando a hombres libres e inocentes a pagar
deudas que no les correspondían.