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Su propuesta es la de la:
En esta ética, cabe la aceptación del otro como un ser diferente a mí, legítimo en su forma de ser,
autónomo en su capacidad de pensar y actuar.
Solo pueden llamarse sociales las relaciones que se fundan en la aceptación del otro como un
legítimo otro en la convivencia y esta aceptación mutua constituye una conducta de respeto.
Según esto reconocemos la dignidad humana del otro cuando lo aceptamos como un legítimo
otro, diferente a mi; en la convivencia cotidiana.
La emoción fundante para que la aceptación mutua pueda llevarse a cabo efectivamente, es el
amor.
Amar es abrir un espacio de interacción con el otro, en el que su presencia es legítima, sin
exigencias.
La forma en que nos relacionamos con el otro, lleva entre muchas dimensiones, una dimensión
moral, que puede darse a nivel individual o social. Es en la convivencia diaria con los demás, donde
podemos reconocer, aceptar, rechazar o suprimir al otro.
La emoción del amor permite reconocer al otro como un legítimo otro, dignificándolo. Si actuamos
desde el rechazo, estaríamos negando su dignidad y también la posibilidad de convivencia.
Si nuestra relación con el otro se da en la confianza y respeto, podemos hablar de que estamos en
una situación de aceptación mutua.
Maturana señala que el respeto y aceptación del otro parte por el respeto y aceptación de sí
mismo; respeto y aceptación que se reflejaría en la seriedad de nuestro quehacer.
Quién no se acepta y respeta a sí mismo, está en una permanente negación de si, en una falta de
reconocimiento de su propia dignidad.
Occidente ha tenido una manera de relacionarse que ha sido en base a una verdad que ha
primado sobre todo, que está fuera del ser humano y que es objetiva, es universal (vale para
todos).
Occidente ha privilegiado la razón antes que las emociones; ha dignificado la razón y esto da como
resultado la competencia, porque esta forma de ver la realidad va a determinar, entre otras cosas,
la manera de relacionarnos con el otro.
Esta objetividad implica la creencia de que cada uno de nosotros tiene acceso y puede apropiarse
de una verdad que es única, trascendente y universal. Al apropiarnos de la verdad, no aceptamos
la legitimidad del mundo del otro y lo negamos de manera irresponsable.
Esta apropiación de la verdad por parte de Occidente, ha generado una historia de guerras, de
dominación, de sometimiento, de apropiación, que excluye y niega al otro, de patriarcado.
Nuestra cultura es patriarcal, en ella se ha valorado la lucha, la guerra, las jerarquías, el
sometimiento, el control, la autoridad y el poder.
Matrístico Patrístico
Colaboración guerra-poder
Aceptación competencia
Ayuda dominación
Convivencia lucha
Acuerdo propiedad
Maturana propone otra forma de ver la realidad; es una opción por el multiverso, es decir, existen
muchos dominios legítimos diferentes de realidad, como tantos dominios de explicación puede el
observador traernos para explicar su experiencia inmediata o la praxis de su vivir.
En este camino, no hay verdades absolutas ni verdades relativas; hay muchas verdades diferentes
en muchos dominios distintos. Todos legítimos en su origen aunque no iguales en su contenido y
no igualmente deseables para vivirlos.
Desde esta perspectiva, nadie está intrínsecamente equivocado, porque cada cual opera en un
dominio de realidad distinto del que yo opero.
Si otro ser humano opera en un dominio de realidad que no me gusta, puedo oponerme a ella,
pero no lo haré porque el mundo de ella esté equivocado en un sentido absoluto o trascendente,
si no porque ese mundo no me gusta a mí personalmente.
De acuerdo a lo expresado, nos damos cuenta que la negación del otro y del mundo que trae
consigo en su vivir, no se puede justificar con referencia a una realidad o verdad trascendente,
solo se puede justificar desde la preferencia del que niega y esto es una negación responsable.
Maturana dice que lo humano solo pudo surgir teniendo el amor como constituyente de acciones
de aceptación recíproca, donde fue posible el empezar a conversar.
Dice que en tanto humanidad somos “hijos del amor”, porque el amor es la base fundante de lo
humano y debido a esto fue posible surgir y conservarse el conversar, el cual fue agregado al
modo de vida de nuestros ancestros pudiendo dar origen a lo humano.
Según Maturana, lo humano es cultural, por lo tanto, si es cultural es susceptible de ser construido
o más bien reconstruido o recuperado a partir del amor.
Desde luego, si nuestras emociones están sanas y armónicas, ello se habrá de reflejar
necesariamente en nuestro modo de relacionarnos con el otro, lo que constituiría un valioso
aporte para reconstruir lo humano.