Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EL PENSAMIENTO ANTIGUO
INTRODUCCIÓN
LOS ORÍGENES Y LOS ELEMENTOS PREPARATORIOS DE
LA FILOSOFÍA GRIEGA.
[El Sol, Atón Ra, es el espíritu que sube sobre las aguas, y da
lugar así a la primera tríada cósmica, de la cual se deriva
después toda la enéada divina de los elementos y de las
potencias cósmicas],
Hay algunos que creen que, también los más antiguos, que vi-
vieron mucho tiempo antes que la generación presente, los
primeros en tratar de los dioses, han pensado de la misma
manera (que Tales) respecto a la naturaleza, ya que hicieron de
Océano y Tetis los progenitores de la generación, y el agua,
llamada por los poetas Estigia, la presentaron como juramento de
los dioses: ahora bien, lo más venerable es lo que es más viejo, y
la cosa más venerable de todas, es el juramento. (ARIST., Metaf., I,
3, 983b).
Pudiera sospecharse que el primero en buscar un principio de
este género (es decir, una causa de la que derive el movimiento
de los seres), haya sido Hesíodo o cualquier otro, si (antes que él)
colocó, en los seres, como principio, el Amor (Eros) o el Deseo,
como Parménides lo hizo después. Ya que, también éste
reconstruyendo la génesis del universo, dice: "Como el primero
entre todos los dioses, ella (la divinidad que rige el universo)
creó a Eros". Y Hesíodo: "El primero entre todos los dioses fue el
Caos, después la Tierra de amplio seno, y Eros, que sobresale
entre todos los inmortales" — expresando la necesidad, en los
seres, de una causa que mueva y una las cosas ( ARIST. Metaf., I, 4,
984).
"Me parece que cada uno de ellos (los filósofos que quieren
definir cuáles y cuántas son las cosas) nos relata una especie
de mito, como si fuésemos niños: uno, que los seres son tres,
y que algunas veces, se combaten entre sí, y otras, habiendo
entablado amistad, nos hacen asistir a sus bodas,
nacimientos y educación de la prole. Otro, diciendo que son
dos (húmedo y seco o calor y frío), los une y los desposa. La
estirpe de los eleatas, entre nosotros, que comienza desde
Jenófanes, o quizá antes, nos relata sus mitos, como si lo que
se llama "todas las cofas", fuese una sola cosa. Ciertas musas
jónicas (Heráclito) después, y algunas sicilianas posteriores a
ellas (Empédocles), concuerdan en pensar que ofrece mayor
seguridad entrelazar distintos mitos entre si, y decir que ¿ser
es múltiple y uno, y que es mantenido unido por el odio y el
amor" (Sofista, 242c).
"Hay algunos que creen que, también los más antiguos, que
vivieron mucho tiempo antes de la generación presente, los
primeros en tratar sobre los dioses, han pensado de la misma
manera (que Tales) respecto a la naturaleza, ya que hicieron
de Océano y Tetis los progenitores de la generación, y hacían
jurar a los dioses por el agua, llamada por sus poetas
"Estigia", considerándola la cosa más venerable, o sea más
antigua de todas". (Metafísica, I, 983, b).
Entre los "algunos" de los que habla Aristóteles, se hallaba
también Platón. "Como, a su vez, Homero dice que Océano es
generador de los Dioses y Tetis la madre, y, según creo,
también Hesíodo, en algún lugar. También Orfeo dice:
Océano, el de las bellas ondas, fue el primero que —
introdujo las bodas, él que desposó a Tetis, — su hermana
nacida de la misma madre". (Cratilo, 102, b).
Nadie puede huir de los males enviados por los Dioses ( ESQUILO,
Los siete sobre Tebas).
Ferécides de Siros, fue el primero que afirmó que las almas de los
hombres son eternas (CICERÓN, Tuscul., I, 16, 38).
I TALES DE MILETO.
[Créese que todo este pasaje sea una referencia textual de las
palabras de ANAXIMANDRO. La injusticia reciproca de los seres,
por la cual deben pagar la pena con la disolución, consiste ya
sea en su generación misma, que es un desprendimiento del
seno del ser infinito por medio de separación de opuestos
(caliente, frío; seco, húmedo; etc.), sea en la lucha sucesiva a
esta escisión de los contrarios, en la cual cada uno trata de
superar al otro. A la injusticia debe seguirle la expiación
según el concepto de ley moral y jurídica, que Solón ya
aplicaba a la sociedad humana, con el tiempo como juez
inflexible, que castiga a los culpables en su persona o en la de
sus descendientes. Se tiene así una concepción de legalidad
universal, que constituye la metafísica de Anaximandro: la
noción de comunidad jurídica, extraída de la experiencia
social humana y proyectada en el cosmos, hace inmanente a
este, una ley y un orden.
Los que buscan oro, cavan mucho y encuentran poco (22). Quizá
nunca logres hallar los límites del alma, cualquiera sea el camino
que recorras: tan profunda es su razón (frag. 45).
Parece además, que ellos consideran que los elementos del nú-
mero son el par y el impar, y de ellos, el uno finito y el otro
infinito, y la unidad compuesta por ambos (ya que también es par
e impar), y que consideran que el número consta de unidad, y
todo el universo de números. . . Lo que les es propio, es lo
siguiente: que creyeron que el finito, el infinito y el uno no eran
otras sustancias, como el fuego o la tierra u otra cosa semejante,
sino que consideraron al mismo infinito y al mismo uno como
sustancia de las cosas de las cuales son predicados, por eso
también creyeron que el número era sustancia de todas las cosas
(ARISTÓTELES, Metafísica, I, 5, 986-87).
. . .
le opone un límite].
Otros de estos mismos, dicen que los principios de las cosas son
diez, dispuestos en series (de parejas de contrarios): finito-
infinito, impar-par, unidad-multiplicidad, diestra-siniestra,
macho-hembra, en reposo-en movimiento, recta-curva, luz-
tiniebla, bien-mal, cuadrado-oblongo. Parece que también
Alcmeón de Crotona, ha pensado de la misma manera, sea que él
haya tomado de ellos la teoría, sea que ellos la hayan tomado de
él, porque cuando Pitágoras era ya de edad avanzada Alcmeón se
hallaba en plena juventud y sostuvo doctrinas similares a las de
aquellos. Dice, efectivamente, que la mayor parte de las cosas
humanas, se hallan dispuestas en parejas de opuestos, pero sin
exponer, como aquellos, tales oposiciones en un orden
determinado, sino al azar, como blanco-negro, dulce-amargo,
bueno-malo, grande-pequeño. Él las amontonó confusamente con
las otras; los pitagóricos, en cambio, determinaron el número y el
catálogo de las oposiciones. Entonces, podemos aprender de
ambos que el principio de los seres son los contrarios; pero, sólo
de una parte (es decir de los pitagóricos), el número y el nombre
de ellos (contrarios) (ARISTÓTELES, Metafísica, I, 5, 986).
[La diferencia entre las dos teorías, del ser y del tener una
armonía, se relaciona probablemente al problema de la
supervivencia del alma. Crf. PLATÓN, Fedón, 85-86, donde
SIMIAS, discípulo de FILOLAO, observa que, como si se dijese
que, rota la lira o bien cortadas y despedazadas sus cuerdas,
la armonía subsiste todavía, así sucedería con el alma,
armonía del cuerpo: "estando nuestro cuerpo formado de
calor y frío y mantenido por la sequedad y la humedad y
cosas semejantes, nuestra alma es una especie de mezcla y
armonía de estas cosas, cuando se hallan unidas entre sí,
convenientemente, y en las medidas exigidas. Si nuestra alma
es una armonía, es evidente que cuando nuestro cuerpo se
halla muy laxo o tenso por las enfermedades u otros males
cualesquiera, el alma debe morir inmediatamente". Esta
critica, puesta en labios de un pitagórico, tiende a poner en
guardia contra las groseras interpretaciones del alma
armonía, que conducirían a la negación de la inmortalidad
del alma, la cual, al contrario, se halla entre los puntos
fundamentales de la doctrina órfico-pitagórica.
[La nueva vía, que abre el camino a los eleatas, está, pues, en
haber negado el ciclo de la génesis y de la disolución del
mundo y el movimiento universal de rotación afirmado por
los jónicos. Pero en Jenófanes, esto se halla enlazado a su
concepción religiosa del cosmos],
Dice Jenófanes que quien asegura que los dioses tienen un naci-
miento, comete impiedad, lo mismo que quien afirma que
mueren: efectivamente, de ambas maneras sucede que en un
cierto momento los dioses no existan. (ARISTÓTELES, Retórica, II,
23, 1399).
Hay un solo Dios, el más grande entre los dioses y los hombres,
que no se asemeja a los hombres ni por el cuerpo ni por el pensa-
miento (frag. 23).
De las nubes inflamadas proviene el sol. (AECIO, II, 20, 3). De las
nubes inflamadas nacen los astros; extinguiéndose cada día,
vuelven a encenderse de noche como carbones; su salida y su
ocaso son abrasamientos y extinciones. (AECIO, II, 13, 14).
AAAA
B B B B ---------->
<-------- C C CC
I. EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO.
[Nacido en 492 a. C.; muerto a los 60 años. Mezcla de
científico y de profeta místico, de alcmeonida, de pitagórico y
de órfico, escribió un poema: Sobre la naturaleza y un Poema
lustral (Purificaciones), de los que quedan algunos
fragmentos].
[En tal ciclo, la duración de cada serie cíclica (gran año), está
.indicada en tres veces diez mil años, en el frag. 115].
Y ninguna cosa es igual a otra cosa, sino que aquello que abunda
más, más distintamente da y dio su característica a cada cosa (del
frag. 12). Estando cada cosa caracterizada de acuerdo a lo que en
ella predomina, en efecto, parece oro aquello en que predominan
las partículas de oro, si bien haya en él todas las cosas. (SIMPLICIO,
Física, 272).
[Así, también ARIST., (De gen. corr. loc. cit.): "No constituyen
uno, en cuanto se encuentran en contacto. Y engendran al
componerse y complicarse, pero, de aquello que en realidad
es uno, no se engendra la multiplicidad, ni la unidad de lo que
en realidad es múltiple; sino que esto es imposible". Esto
sirve para explicar lo que ARISTÓTELES dice en Física, III, 4,
203: "Todos los que después consideran que los elementos
son infinitos, como Anaxágoras y Demócrito (el uno con la
panspermia de las homeomerías, el otro de las formas
atómicas), dicen que lo infinito es continuo por contacto".
Cfr. CICERÓN, Acad. pr., II, 23, 73: "Y este METRODORO de Chios,
que tuvo por él (Demócrito) la máxima admiración, al
principio de su libro intitulado De la naturaleza, escribe: "yo
afirmo que nosotros no sabemos si sabemos o ignoramos
algo, y que ni aún sabemos si sabemos o no sabemos esta
cosa misma, ni, absolutamente, si existe alguna cosa o no"].
ESCUELA DE PROTÁGORAS.
GORGIAS DE LEONTIUM.
I. LA FILOSOFÍA Y EL CONOCIMIENTO
[Por medio del parangón con el ojo, PLATÓN tiende aquí hacia
el método indirecto de la autoobservación, que te encuentra
más claramente explicado en las Magna moralia, de escuela
aristotélica; "de la misma manera que cuando queremos ver
nuestro propio rostro, lo vemos mirando en un espejo, así
cuando queremos conocernos a nosotros mismos, nos
podremos conocer mirando en el amigo, porque el amigo es,
por decirlo así, un otro yo" (c., 15, 1213)].
V. EL BIEN.
Por consiguiente el vicio del alma es el más feo de todos, pues su-
pera a los otros no sólo por el dolor que produce, sino también
por un daño que excede toda magnitud, y por un mal horrendo, si
debemos atenernos a tu razonamiento (PLAT., Gorgias, 477).
Pues bien, ¿tú desearías más bien recibir injusticia que come-
terla? —Verdaderamente, no quisiera ni una cosa ni la otra; pero,
si me encontrara obligado (a elegir entre) cometer o recibir in-
justicia, elegiría, más bien, el recibirla, que el cometerla (ibid.,
469).
I. LA ESCUELA CIRENAICA.
1) de los objetos que hay que desear y de los que hay que huir;
[Cfr. SÉNECA, Ep. 89, 12; quien casi con las misma) palabras,
explica que]: "también ellos vuelven a introducir, por otra
vía, lo que querían alejar".
Dicen que las cosas dolorosas, cuyo fin es el dolor, son males, las
placenteras, bienes, cuyo fin es el no engañoso placer; las inter-
medias, ni bienes ni males, cuyo fin no es ni bueno ni malo, es de-
cir, una sensación intermedia entre placer y dolor. (SEXTO EMPÍ-
RICO, Adv. Math., VII, 199).
Los esclavos sirven a sus amos; los viles sirven a sus deseos
(Dióg. L., VI, 66).
I. EL CONOCIMIENTO.
Pero si para cada uno será verdadero aquello que él crea por vía
de la sensación, . . ¿por qué, amigo, Protágoras debía ser tan sabio
como para creerse en el derecho de oficiar de maestro de los
demás y nosotros más ignorantes y obligados a ir a su escuela,
puesto que cada uno es medida de su propio saber? (XVI, 161, c-
d). . . Y esto es lo más gracioso de todo: que por reconocer como
verdaderas las opiniones de todos, él debe admitir que es
verdadera la sentencia de los que opinan en contra de su
sentencia, y creen en consecuencia que él piensa falsamente. —
En verdad, es así. —Pero, entonces, ¿no llegará a admitir que es
falsa su opinión propia, si reconoce como verdadera la que cree
que él piensa falsamente? (XXII, 171, a-b).
Ahora bien, ¿no es acaso éste el modo más fácil y bello de condu-
cirlos hacia lo todavía desconocido? —¿Cómo? —Conduciéndolos
primero nuevamente a los casos en que han opinado rectamente
de estas mismas letras, y luego, colocando junto a ellos los casos
que todavía no conocen, para mostrarles, por medio de la
comparación, la semejanza e idéntica naturaleza de ambos
complejos. Hasta que, habiendo comparado lo que les era todavía
desconocido con aquello sobre que habían ya manifestado su
recta opinión, les resulte aclarado, y por esas aclaraciones,
convertidas en modelos, se obtenga que cada uno de los
elementos sea denominado como diverso de los otros si es
distinto, y como idéntico, siempre consigo mismo en la misma
relación, si es idéntico. —Exactamente. —Por lo tanto, hemos
entendido suficientemente que la formación del modelo
(universal) se obtiene cuando lo que es idéntico en otra cosa
separada, opinado rectamente y confrontado en la una y en la
otra, venga a constituir una sola opinión verdadera para ambas.
(Polit., XX, 277-8).
212
Existe, por una parte, lo que es siempre a causa de otro ser, y por
la otra, aquello por causa de lo cual se engendra, en cada caso, lo
que nace por causa de otro. . . Tomemos, entonces, estos otros
dos géneros. . . —¿Cuáles? —El uno, la generación de todas las
cosas; el otro, la esencia. . . Ahora bien ¿de cuál de estos dos,
diremos que es a los fines del otro? ¿La generación a los fines de
la esencia, o la esencia a los fines de la generación?. . . Yo digo que
a los fines de la generación se preparan ciertamente para todos
las medicinas y todos los medios y toda la materia; pero que cada
particular generación individual, se produce después a los fines
de una esencia particular, y la generación toda entera a los fines
de la esencia toda entera . . Ahora, aquello para cuyos fines se
vendría a engendrar siempre lo que se engendra para los fines de
otra cosa, está en el lado del bien, pero aquello que se engendra
siempre para los fines de otra cosa, debe estar colocado en otra
parte (Filebo, XXXIII, 53-54).
9. ¿Las ideas son creadas por Dios, o bien existen en si y por sí?
— ¿Estamos habituados a decir que los artífices. . . mirando la
idea, hacen unos los lechos y construyen los otros las mesas de
las que nos servimos y así para las demás cosas? Porque
ninguno de los artífices crea la idea misma. . . Pero. . . ¿cómo
llamarás a este otro artífice? —¿Cuál? —Aquel que hace todo
lo que hace cada uno de los obreros pero crea también todas las
plantas que nacen en la tierra y fabrica a todos los animales, a los
demás y a sí mismo, y además, la tierra, el ciclo, los dioses y todo
lo que existe en el cielo y en el Hades debajo de la tierra. . . Ahora
el Dios. . . queriendo ser verdaderamente creador de un lecho
único verdaderamente existente, pero no uno cualquiera, ni ser él
un fabricante cualquiera de lechos, creó este lecho de naturaleza
única. —Así parece, en verdad. —¿Quieres, entonces que lo
llamemos creador de esto o de algo similar? —Es justo, pues ha
hecho esta y todas las otras cosas en su naturaleza (Rep., X, 1-2,
596-7).
Esencia de cada uno (de los números) es aquella que está tomada
una sola vez, tal como del 6 no es el ser dos veces (el 3) o tres
veces (el 2), sino aquel que está tomado una sola vez; porque 6 es
una sola vez. 6 (Metaf., 1020 a).
Pues el alma que tiene sed, en cuanto tiene sed, no quiere sino
beber, y a esto aspira y esto desea. —Evidentemente. —Entonces,
si mientras tiene sed, algo la detiene y la disuade, ¿no habrá en
ella algo distinto de lo que tiene sed y la arrastra como animal a
beber? ¿Pues, hemos dicho, no podría uno mismo, con lo mismo
de sí y respecto al mismo objeto, hacer a un tiempo cosas
contrarias? —No, ciertamente . —¿Qué diremos pues de éstos?
¿Quizá que en su ánimo hay una fuerza que incita y otra que veda
beber, diversa y más fuerte que la otra estimulante? —Me parece
bien, dijo. —Y la fuerza que veda, ¿no entra, tal vez (cuando
entra), por medio del razonamiento, mientras que la que empuja
y arrastra, entra por la vía de los afectos y turbaciones? —En
efecto, así parece. —No sin razón pues (dije) estimaremos que
son dos facultades, y distintas entre ellas, llamando facultad
racional a aquélla por la cual el alma razona, y aquélla por la cual
ama y sufre hambre y sed y se inflama con otros deseos,
irracional y apetitiva. . . He aquí, por lo tanto, determinadas estas
dos facultades inherentes a nosotros en el alma; pero, ¿es quizá
una tercera, aquella por la cual nos enfurecemos, la de la ira? ¿o
con cuál de las dos tendría naturaleza común? —Quizá (dijo) con
la segunda, la apetitiva. —Pero, dije. . . (439), ¿no sentimos, a
menudo, cuando los deseos violentan a uno contri la razón, que él
se injuria a sí mismo y se enfurece con el apetito que lo violenta
interiormente, y, como entre dos partes en lucha, la facultad
pasional contrae alianza con la razón?. . . ¿Y qué? Cuando uno
tiene la convicción de sufrir una injusticia, ¿no se acalora y se
consume y toma el partido de lo que le parece justo, aun
sufriendo hambre y frío, etc., y persistiendo vence, y no abandona
la obra generosa antes de haberla cumplido o de sucumbir, o ser
apaciguado por ella, vuelto en sí por la razón, como el perro por
el pastor? —Justamente. . . —Pero observa también. . . que de la
facultad pasional nos parece lo contrario de antes. Entonces, en
efecto, la creíamos semejante a la apetitiva; ahora, en cambio,
decimos que resulta muy distinta, y, antes bien, que en el tumulto
del alma asocia más sus armas con la racional (440) . . . a no ser
que se halle viciada por mala educación. —Es menester que ella
sea reconocida como una tercera facultad (dijo). —Ciertamente,
dije yo, si resulta distinta de la racional, como resultó diversa de
la apetitiva. —Pero no es difícil que resulte, dijo, pues también se
puede observar en los niños, que apenas nacidos, están llenos de
furor, mientras parece que algunos nunca alcanzan la razón, y la
mayoría, muy tarde ya. —Sí, por Zeus (dije yo), tienes razón. Y
también en las bestias puede verse que es así. (Ibid., 441).
Por ello, las almas son siempre las mismas. — Si es así, observa
que las almas son siempre las mismas. Pues no pueden disminuir,
no destruyéndose alguna ni aumentar su número. Pues si algo
inmortal aumentase en número, debes saber que el aumento
debía provenir de lo mortal; y entonces, al final, todo seria
inmortal (Rep., X, 11, 611).
V. EL BIEN Y LA VIRTUD.
1. Placer y dolor. — Cuando en nosotros, vivientes, se disuelve
la armonía, se engendra a un tiempo entonces la disolución de
nuestra naturaleza y el nacimiento del dolor. . .; cuando en
cambio, se restablece y se reintegra la armonía en su naturaleza,
debe decirse que se engendra el placer (Filebo, XVII, 31).
Éste es, querido mío, el principio tan bello y temerario del que
nace la tiranía. . . Parece que el exceso de libertad no conduce
sino a un exceso de esclavitud, a los individuos y a los Estados. . .
Los cabecillas de las facciones, despojando a los poseedores de
riquezas, las distribuyen al pueblo, pero conservan mucho más
para ellos. . . Luego, pues, un cabecilla, que. . . envíe al exilio y
condene a muerte. . . , después de esto, es fatal que sea muerto
por los enemigos, o que se convierta en tirano y, de hombre, se
transforme en lobo. . . Todos los que han llegado a este extremo
recurren al famoso recurso tiránico de pedir al pueblo una
guardia para salvar al defensor del pueblo. . . Y entonces ese jefe
se planta sobre el carro del Estado, convirtiéndose de jefe en
tirano. . . Y ante todo, provoca siempre guerras para que el pueblo
se halle siempre necesitado de un jefe. . . Y, por eso mismo, ¿no
tendrá siempre necesidad de guardias tanto más numerosas y
fieles, a medida que por su conducta, vaya aumentando el odio de
los ciudadanos hacia él? (ibid., 15-18, 563-7).
total) una vez que han nacido, está en el poder morir lo más
pronto posible (Eudemo, fr. 6, Walzer = 44 Rose).
Porque todos eligen, sobre todo, las cosas de acuerdo a los pro-
pios hábitos... es evidente que el hombre racional elegirá, por en-
cima de todas las cosas, el conocer racionalmente, pues éste es el
acto de su facultad. De manera que es evidente que, de acuerdo al
juicio más soberano, la razón cognoscitiva es el mejor de los
bienes. Por eso no se debe huir de la filosofía, si, como creemos,
la filosofía es adquisición y empleo de la sabiduría y la sabiduría
se halla entre los bienes máximos; y no se debe por amor a las
riquezas, navegar hacia las columnas de Hércules y exponerse a
menudo a los peligros y, en cambio, querer evitar fatigas y gastos
para conocer (Protrépt., fr. 5, Walzer = 52 Rose).
B. El sistema maduro.
I. CIENCIA Y FILOSOFÍA.
Pero las ciencias más perfectas son aquellas que conciernen más
a los principios. . . Pero más susceptible todavía de enseñanza, es
la ciencia que investiga las causas, pues enseña quién indica las
causas de cada cosa. Y quien escoge el aprender y el saber por sí
mismo, escogerá, sobre todo, la ciencia por excelencia, y tal es la
ciencia de lo conocible por excelencia, o sea, de los principios y
las causas, porque por su intermedio y por ellas, se aprenden las
otras cosas, pero no ellas por las cosas subordinadas. Y la ciencia
que hace conocer el fin de todo obrar —que es el bien en cada
cosa y lo óptimo universalmente en toda la naturaleza— es la
ciencia de principios por excelencia y que está por encima de
toda otra subordinada. (Metaf., I,2,982).
Y sólo por ignorancia creen algunos que también haya que de-
mostrar esto, pues es ignorancia no saber distinguir las cosas que
se deben demostrar y cuáles no. Ya que es absolutamente
imposible que haya demostración de todo, pues se llegaría hasta
el infinito, y por ello, no habría ya más demostración. (Metaf., IV,
4, 1005).
[Cfr. también Metaf., III, 2, 997. ¿De qué manera podrá haber
ciencia de ellos? Ya sabemos ahora qué es cada uno de ellos;
por eso se sirven de ellos también otras disciplinas como de
principios conocidos. Pero si pudiese haber de ellos una
ciencia demostrativa, sería necesario que tuviese un objeto
especial, con sus determinaciones y sus axiomas (pues no es
posible que una demostración lo sea de todas las cosas); en
efecto, cada demostración debe ser (derivada) de principios
determinados y moverse en torno a un objeto determinado y
estar (compuesta) de proposiciones determinadas: así que
sucedería que todos los objetos de las demostraciones
constituirían un solo género, pues todas las demostraciones
se sirven de axiomas].
II. EL SER.
1. Sustancia y atributos. — La palabra ser se emplea en múltiples
sentidos. . . pues, de una parte, significa la esencia y la existencia
individual; de la otra, la calidad, la cantidad y cada uno de los
otros atributos de especie semejante. Pero, aun empleando la pa-
labra ser en tantos significados, es evidente que la esencia es el
ser primero entre todos éstos, como la que manifiesta la
sustancia. En efecto, cuando queremos expresar una cualidad de
un ser determinado, decimos, por ejemplo, bueno o malo, pero no
de tres codos u hombre; y después, cuando queremos expresar la
esencia, no decimos: blanco, o caliente o de tres codos, sino, por
ejemplo, hombre o dios. Las otras determinaciones se llaman
seres, porque ellas son las cantidades, o las cualidades o las
afecciones o algo semejante, del ser así considerado... Ninguna de
ellas existe naturalmente de por sí ni puede separarse de la
sustancia. . . Más bien parecen seres sólo porque hay sujeto
determinado de ellas, y éste es la sustancia o el individuo, que
aparece en tal categoría: y, en efecto, sin él no puede decirse:
bueno, o sentado (o algo semejante). Es claro entonces, que sólo
por medio de aquello puede existir cada uno de éstos. De manera
que la sustancia será el primer ser, y no cualquier ser, sino el ser
simplemente. Luego, en muchos sentidos se dice el primero; sin
embargo, la sustancia es primera entre todos por el concepto, por
el conocimiento y por el tiempo. Ninguno de los otros
predicamentos puede existir separadamente, sino únicamente
ella. Y es primera por el concepto, porque es necesario que el
concepto de sustancia sea inherente al de cada cosa. Y cuando
sabemos qué es una cosa, sólo entonces, sobre todo, creemos
saber cada cosa. . . más bien que cuando sabemos cuál, y cuánto y
dónde, pues también de estas cosas conocemos cada una cuando
sabemos qué es la cantidad o la cualidad, etc. Y por ello, antes,
ahora y siempre, la investigación y el problema: "qué es el ser",
equivale a esto: "qué es la sustancia". (Metaf., VII, 1, 1028).
Siendo acto puro es único. Todas las cosas que son múltiples de
número contienen materia: pues es uno e idéntico el concepto de
múltiples, como por ejemplo, de la especie hombre, y es uno, por
ejemplo, Sócrates. Pero la esencia pura, que es la primera de
entre todas, no tiene materia, pues es acto puro (Metaf., XII, 8,
1074).
III. LA NATURALEZA.
Por necesidad son las mismas las divisiones del tiempo y las del
movimiento. . . y del espacio en el cual se cumple el movimiento.
Si el movimiento es divisible, también lo es el tiempo. . . La conse-
cuencia por excelencia del cambio es la divisibilidad de todos y al
infinito, pues a lo mudable le corresponde inmediatamente el ser
divisible e infinito. (Fís., VI, 5, 235).
IV. EL ALMA.
También por eso parecen vivir todas las plantas, pues aparentan
tener en sí una facultad y principio tal, por el cual crecen y
decrecen en sus partes opuestas. . .; y hasta que pueden nutrirse,
viven siempre. Y esta facultad puede existir separada de las otras,
pero, en cambio, las otras no pueden, sin ella, existir en los mor-
tales (De an., II, 2, 413).
Cada uno de los hombres delibera (sólo) en torno a las cosas que
él mismo puede realizar en acto. . . Y no deliberamos en torno a
los fines, sino a las cosas que pertenecen al fin. En efecto, ni el
médico delibera si deberá sanar, ni el orador si persuadir, ni el
político si hará buenas leyes, ni ningún otro en torno al fin; sino
que, establecido un fin, consideran cómo y con qué medios se lo-
grará . . . No toda investigación es deliberación (por ejemplo, las
investigaciones matemáticas), pero sí toda deliberación es
investigación, y lo que es último en la resolución, es primero en la
generación... Luego, siendo el objeto de la resolución deliberada
una cosa deseada entre aquéllas que se hallan a nuestro alcance,
también será apetito de cosas en nuestro poder la resolución,
proveniente de deliberación: porque cuando, después de haber
deliberado, juzgamos, apetecemos de acuerdo a la deliberación.
(Et. n., III, 3, 1112-13).
V. EL BIEN Y LA VIRTUD.
Por eso es necesario que las cosas, de las que hay cambio, sean
comparables de algún modo: para ese fin fue inventada la
moneda, que es como un medio: porque ella todo lo mide, de allí
también lo mas y lo menos. . . Entonces, habrá reciprocidad
cuando sea restablecida la igualdad (Et. n., V, 5, 1133).
Pero no solamente para vivir, sino más bien para vivir bien (III, 5,
1280). Pues todos hacen todo por amor de lo que les parece su
bien, es evidente que todas las asociaciones tienden a un bien, y
tiende, sobre todas, al bien supremo entre todos, la que es la
suprema entre todas y comprende a todas las otras: que es la que
se llama Estado y sociedad política (Pol., I, 1, 1252).
Por tanto, el Estado es asociación no sólo por razones de lugar y
para que no se cometan injusticias y se hagan cambios:
ciertamente, es necesario que existan tales condiciones para que
haya un Estado; pero aún existiendo todas, no hay todavía un
Estado, sino que él es sociedad de bien vivir, y para las familias y
para las gentes, por razón de vida perfecta y suficiente para sí
misma. . . Luego, vivir bien es fin del Estado... es decir, vivir felices
y virtuosos.
Mejor es que la masa sea soberana, antes que los optimates, que
son pocos . Porque puede darse que los muchos, aunque entre
ellos cada uno no sea un gran hombre, empero en su conjunto,
sean mejores que aquellos, no individualmente, sino como masa
(III, 6, 1281).
Pero, ser el Estado virtuoso no es obra del azar, sino más bien de
ciencia y de voluntad deliberadas (Pol., VII, 12, 1332).
15. Los factores de la virtud civil y el objeto del Estado: la
educación. — Los hombres se convierten en buenos y virtuosos
por tres factores, y estos tres son la naturaleza, el hábito y la
razón (Pol, VII, 12, 1332). Ahora bien, la razón y el intelecto son
los fines de nuestra naturaleza. Por lo cual es necesario preparar
para ellos la formación y el cultivo de los hábitos (VII, 13, 1334).