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El fruto

Ricardo Díaz Gutiérrez

Décimo ciclo circadiano

… encuentro tiempo para escribirte, para decirte que hace más de dos soles que no
probamos comida sólida. Cada vez somos menos dentro en el batallón y lo único que vemos
es una blancura eterna en el horizonte. No se puede descansar por la sensación de que nos
observan, de que nos devoran desde adentro esperando caer dominados por la
desesperanza y el olvido; nos vigilan inquebrantables, aguardando a cometer un error más
para nunca regresar. Hay ojos por todas partes, ojos al acecho que no miran nuestras
pesadas y oxidadas armaduras, que ven nuestro blando interior, donde guardamos todo lo
oculto para nuestro placer y tormento.

Lo más aterrador es la gente que se encuentra aquí. Hay quienes afirman con
absoluta seguridad que la Causa es justa y protectora. Que sin la menor vacilación morirían
o matarían por el honor de servir esta la insaciable búsqueda. Y vaya que lo hacen con gozo,
los he visto morir más felices que los reyes que los envían. Aunque nunca serán dueños de
su destino, siendo piezas de una maquinaria que los subyuga a no más que escoria humana;
la abnegación al conocimiento, ya sea propia o premeditada, los enerva hasta un estado de
bienestar. Una vez más me aseguro de que la ignorancia es la que trae la felicidad, pues
aquí el único que sufre es el que se sabe dominado. Hoy dormiré con hambre, frio y miedo,
aferrado a la empuñadura de mi espada y a la de mi mente. Prefiero morir mil veces con la
garganta cortada de un tajo que en el olvido de mi realidad.

Catorceavo ciclo circadiano

No hay peor infierno que el que está congelado. Unas costras ennegrecidas se
asoman aterradoramente por mis piernas. Granos duros y ásperos de nieve se cuelan entre
mis botas, el hielo perpetuo me hace pedazos el pie sin darme cuenta. Lo único que me
reconforta es que si necesito amputármelo no sentiré nada. Podrán quitarme las piernas a
mordidas, pero seguiré hasta el final porque necesito verte. Si todo perece pero tú sigues
ahí, habré ganado; pero si la apoteosis prometida me alcanza y no estás ahí, el infierno
congelado estará sobre el cielo.

No consigo recordar el color que inunda los pórticos de la ciudadela, el olor de la


comida recién horneada, ni la vereda en la que nos conocimos. Todo eso me parece opaco,
como si el tiempo se hubiera vuelto carente de sentido, en un presente perpetuo
bombardeado y en constante cambio. Sólo pienso en seguir andando hasta encontrar el
árbol, ya no me importa lo que suceda después. La Causa puede transformar el mundo en
un lugar mejor o desbastarlo hasta el olvido. Sólo quiero que esto acabe ya…

Dieciseisavo ciclo circadiano

En la marcha de este sol sucedió algo terrible. Apenas puedo escribirte estas notas,
me tiemblan las manos como un poseído. El sabor amargo del hierro me escuece la boca,
me pica todo el cuerpo y me tortura el alma. Intentaré relatártelo tal y como aconteció.

Nuestro batallón, cada vez más reducido, se sostenía con la inercia de la vida.
Después de la última tormenta el número de bajas casi alcanzaba la centena, dejándonos
poco más de veinte cabezas congeladas en la búsqueda. En el despertar de este sol ninguno
se sentía capaz de avanzar, un estupor mutuo hacia todo más irreal. El estómago me ardía
como si hubiera tragado fuego líquido. Algunos comían pequeñas piedras o cortezas resecas
tratando de engañar a la mente. Vomité un poco de sangre bastante espesa y ocre, parecía
que nadie vería el nacer de otro sol. Seguimos caminando para tener como consuelo el
morir de pie acompañando por siempre a la muerte. Y así, varias horas después, uno de
nosotros cayó. Ya no recuerdo quien fue, lo único que sé es que no me tocó a mí.

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Todos lo sentimos caer con un sordo golpe. No hubo grito ni agonía, se desplomó y
eso fue todo. Lo más aterrador fue que sin compartir una mirada de complicidad, sin esperar
a una confirmación de vida, nos abalanzamos al cuerpo. Le quitamos las gruesas ropas con
una premura animal. El cuerpo olía agrio, a sudor pasado, a ropas con orines secos, a cebo
curtido de días en la batalla, a lágrimas saladas de desesperanza: olía a muerte. Mordimos
ferozmente todo el cuerpo, la piel estaba indudablemente callosa y seca. Arrancamos carne
de donde pudimos. Yo entendía perfectamente lo que estaba haciendo, pero no quería ni
podía parar. Qué ironía fue la de llorar para limpiar mi alma mientras devoraba a uno de los
hombres caidos (¿O me devoraba a mí mismo?). Todos tenían la misma expresión, lágrimas
cayendo de rostros marchitos. Lloramos como lloran los desdichados al ver agua en el
desierto, o igual que los náufragos al verse devorados por una tormenta inmensa. No
tardamos mucho en dejar todo el cuerpo sin comida. Nadie dijo una sola palabra. Y así,
tendimos el campamento en ese mismo lugar como si nada hubiera pasado.

Ahora todos duermen tan plácidamente, dopados por la tranquilidad de saberse


vencedores. Estoy seguro de que este hecho guarda un lugar especial en las cavernas del
séptimo infierno, pero escúchame bien, nadie, ni por un segundo, vaciló un momento en lo
que se debió de hacer con el cuerpo. ¿Acaso estuvo mal lo que hicimos? Siendo un animal
cualquiera, no hubiera importado en absoluto saciarnos. Bienaventurada sea mi próxima
comida, la cual no me mire a los ojos ni me hable momentos antes de tomarla; sea cual
fuere, pues la distinción ya no está en mi mente. Espero esto no desencadene una pérdida
de nuestro conciliado compañerismo, aunque bestias en el exterior, aun mantengo un
atisbo de confianza en los hombres que me rodean. Dormiré jugando con las voces de mi
mente que me dicen basta.

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Dieciseisavo ciclo circadiano y quinto sol

Te escribo una vez más,

De nuevo te pienso en este sol fue en extremo pesado. Nos despertamos con la
cabeza hecha pedazos, fragmentados por las imágenes pasadas. Hay cosas que no
comprendo si en verdad sucedieron. Levantamos el campamento y caminamos más que
otras veces, nutridos desde las entrañas. Se acordó no volver a cometer un
aprovechantismo, como se le denominó a nuestra hazaña contra el hambre. Todos
estuvimos de acuerdo, al igual que estamos seguros de que cuando vuelva a ocurrir nadie
dudará en actuar de la misma manera. Espero me vuelvas a ver con los mismos ojos, aunque
quizá no me reconozcas; yo no lo hago.

Lo más imperioso fue el hallazgo que obtuvimos al final de la búsqueda de hoy. Al


parecer, un cambio en las corrientes de la tundra norte dejó al descubierto una pequeña
formación de cuevas kársticas y glaciares, lo suficientemente amplia para albergarnos a
todos con nuestro equipaje. Dentro había agua helada, hielo perpetuo y unas cuantas rocas
dolomías. En la cueva había suficiente liquen para alimentarnos a todos. El destino se reía
de nosotros una vez más.

Diecisieteavo ciclo circadiano

Parece que nos acercamos más al lugar donde se encuentra el fruto. Se nos dijo que
cuando estuviéramos cerca del sitio donde crece el árbol, la gravedad se sentiría más fuerte.
La presencia del inmenso poder del árbol haría curvar el espacio donde se encontrara, por
lo cual el tiempo pasaría más lento para nosotros. Desde hace mucho noto más pesadas la
espada y la forja que cargo apretadas junto a mi pecho, y extraordinariamente largos los
soles y ciclos. Ya no me fio del tiempo ni de mi mente, ambos colaboran para no verte más.
Siempre te imagino aquí. En medio del casco helado, entre vientos cortantes, calentado el
camino hacia el final. Las mentes que nos maldijeron y me enviaron a este infierno, nunca
conocerán el amor del que provenimos. Ni ahora, ni nunca.

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Los hombres en el campamento se sienten más animados, hoy recibimos una
transmisión mientras intentábamos bordear un frágil lago congelado. El transmisor RMC se
encendió con el himno de la Causa, ese que con sus altos y largos pasos de contrabajo y
cuerno siempre incitaban a la confrontación y la guerra, el mismo que escuchan los recién
nacidos tan pronto pueden abrir los ojos. Después vinieron los anuncios: el frente de guerra
se encuentra victorioso, el enemigo se haya casi derrotado, predican como siempre que
recae en nosotros en proveer más para la Causa, en dejar todo lo que poseemos al servicio
irresoluto de esta causa. Causa de guerra, causa de desgracias y tormentos, causa de
inconciencia. Esta autoproclamada alianza salvadora de nuestros infortunios, los cuales son
únicamente creados por ellos mismos. Para elevarse como magnánimo héroe se necesita
un enemigo de igual tamaño, y cuando controlas el devenir de ambos, controlas la débil
realidad que es pura percepción. Puede que el árbol y su fruto ni siquiera exista, y es el
simple hecho de profesar su mística existencia lo que genera el miedo y admiración a este.
¡Qué frágil es la realidad cuando no está en tus ojos!

Dieciochoavo ciclo circadiano

Estas cartas son lo último, lo único que me queda, son mis confidentes, hay veces en
las que no te escribo y siento que no vivo, estoy como no percibido por mi historia. Me
escribo y soy. Cuando he dudado del día o cuando me siento ligero y sin forma, me he
comido algunas entradas de estas cartas. Así me aseguro de que todo es real y no creaciones
de mi imaginación. Me guardo los días que parecen más borrosos, ya no en mi mente que
siempre está contigo, acariciando tu aliento; si no en el estómago, que ahora por él vivo, es
él el que manda ahora. Todo ha tomado una apariencia lustrosa y hasta apetitosa. La nieve
brilla con crispados nódulos de energía blanca. Vaya gracia la de los pocos y raquíticos
árboles, de nudosas cortezuelas y frágiles ramas. ¡Pero qué intensa complejidad
infinitamente rugosas las vetas de los troncos! Y qué rica, que profunda y misteriosamente
sinuosa es la textura de la gruesa corteza. Todo se ve tan irreal y tan vivo, casi idílico. Si esto
es estar tan cerca del fruto, ¡epa!, todo ha valido la pena. Parece que no comeré la entrada

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del ciclo de hoy, me servirá para evidenciar mi realidad. Aunque la forma y pliegues de esta
hoja sean tan llamativas y encantadoras. Áspero y suave tacto del papel, dulce día que
siempre se ilumina. Pero ¡no más!

Veintiunavo ciclotípico circadiano en algún sol

Hoy dimos con el árbol. Los cinco que aún quedamos en la búsqueda divisamos
desde muy temprano una extraña niebla púrpura envolviendo el aire mientras
avanzábamos, parecía que nos llamaba, los efluvios disonantes nos atraían al lugar. Poco
después, rompiendo absurdamente con el blanco paisaje, una espesura verde brotaba
como espuma salvaje, la copa del árbol se notaba aún a mucha distancia. Caminamos como
nunca, casi un tercio de sol en completo trance, no nos hubiéramos detenido si no fuera
por los kochia que crecían alrededor del árbol. Estos arbustos discurrían apretados unos
entre otros, creciendo concéntricamente a un árbol enorme, su particular tono escarlata se
intensificaba a medida que crecían más cerca del tronco del espigado árbol. Maniobramos
hasta situarnos bajo la sombra proyectada por el alto follaje. Dentro de su magnificencia, el
árbol aguardaba impaciente, nos miraba de soslayo con sus gruesas hojas, se hinchaba con
la fuerte briza y parecía abarcar todo el espacio dentro de lo observable.

Caí rendido, por fin estaba ahí, en la parte baja de la enramada el fruto brillaba con
tenue luz dorada. Te hubiera encantado verlo, lo hubieras guardado junto a tu seno, donde
se haya lo mágico y lo divino, de incasables notas, dulces melodías y suaves alientos, lo
hubieras guardado para engrandecer tu fresca y tierna belleza. Subimos con facilidad hasta
donde se encontraba el fruto, se sostenía de una rama muy gruesa pareciendo no querer
desprenderse de él. El fruto era una esfera casi perfecta, lo bastante grande para ser del
tamaño de una cabeza, y tan brillante para ser un sol pequeño. Pero aparte de eso, no era
más que cualquier otra cosa que hubiera visto antes, y para nada valdría un viaje tan largo
y mortal.

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Ya hemos guardado el fruto con gran recaudo, decimos tomarnos un descanso antes
de informar a la Causa de nuestro hallazgo. No creí volver a tener un momento de
tranquilidad desde que inició la búsqueda, la cansada búsqueda ¿No es cierto que nos
enviaron aquí para salvarnos de nosotros mismos? Qué osada es esta búsqueda, que audaz
e intrépida fue. La causa realmente fue el salvar al pueblo, la Causa era siempre nuestra. La
Causa nos reunirá nuevamente y nos perdonará, aunque no haya nada que perdonar,
gracias con causa, gracias Causa.

Mismo bello ciclo de este grandioso sol

Los escucho, creo que ya vienen, han sabido encontrarnos, y no se han demorado
nada. Los veo, se mueven tan lentos y tan coordinados. Tan pronto le di un pellizcon al fruto
se ha oído que se acercan. Qué buena es la Causa, y que exquisita se ve la fruta. No hay más
que tenerla cerca para estar en paz, floto con ella hacia ti, huyo de mis males. Pero lo hacen
por mi bien, la Causa, claro, la que viene allá es tan buena. Me irradia pureza, sólo a mí, los
demás se han ido por ventura de la fruta, ¡mi fruta! Qué venga la Causa que ya casi se acerca,
juntos los venceremos. Pero no desfallezcas, es a ti a quien en realidad busco, será nuestro
el fruto del destino. La veremos crecer, justo como yo a tí; será un árbol maravilloso, grande
y rollizo. La buena Causa nunca la encontrará, será nuestro propio manantial de proezas.
Viviremos por ella, y ella vivirá por nosotros, lo prohibido se hará añoranza del pasado pues
todo se nos revelará entre edenes florales. Ya casi están aquí, qué coléricos se ven, me
mataran, lo sé. Siempre lo di todo por la magnífica causa, dejé que me enviaran a la
búsqueda por banales acusaciones, por la inmensidad de ciclos y soles entre nosotros, por
las eras que nos separan, por deseo ilícito. La codiciosa Causa también lo sabe, el fruto
prohibido siempre es el más dulce, yo tenía el mío contigo y ahora tengo el suyo. Pero nada
importa ya, todo está tan bien aquí, ahora todo tiene sentido, la fruta siempre me buscó, la
rica fruta, fruto piadoso. Ella te puso en nuestro camino, siempre fuiste tú y fue ella. Ambas
son uno, mi amor y anhelo; mi fruto prohibido.

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