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En aquel tiempo, como hubiese de nuevo una gran muchedumbre, y que no tenía qué comer,
llamó a sus discípulos, y les dijo: "Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres
días que no se aparta de Mí, y no tiene nada qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas,
les van a faltar las fuerzas en el camino; porque los hay que han venido de lejos". Dijéronle sus
discípulos: "¿Cómo será posible aquí, en un desierto, saciarlos con pan?" Les preguntó:
"¿Cuántos panes tenéis?" Respondieron: "Siete". Y mandó que la gente se sentase en el
suelo; tomó, entonces, los siete panes, dió gracias, los partió y los dió a sus discípulos, para
que ellos los sirviesen; y los sirvieron a la gente. Tenían también algunos pececillos; los
bendijo, y dijo que los sirviesen también. Comieron hasta saciarse, y recogieron siete canastos
de pedazos que sobraron. Eran alrededor de cuatro mil. Y los despidió.
Después de que esa mujer, que es un tipo de la Iglesia, fue curada del flujo de sangre, San
Lucas 8:43-48; el Señor había enviado a sus discípulos a predicar el reino de Dios 9:2. Su
ternura celestial dio alimento. Pero consideren quiénes fueron a quienes se los dio. No se lo
dio a los que viven a gusto, ni a los hombres de las ciudades, ni a los que se sientan en
lugares de esplendor mundano, sino a los hombres que buscan a Cristo en un lugar desierto.
Los que no son dados fastidiar son los que Cristo recibe, y a los que la Palabra de Dios habla,
no de cosas terrenales, sino del reino de Dios. Y si alguno lleva en ellos las llagas de la pasión
carnal, Él los cura.
Y entonces sucedió que, como había sanado a los que tenían necesidad de curación, alimentó
su hambre con carne espiritual. Así es que nadie toma la carne de Cristo, a menos que sea
curado primero (espiritualmente), y aquellos, que son invitados a la cena, son curados primero
por la invitación. Los cojos reciben el poder de caminar, para que puedan venir; los ciegos no
pueden ver la puerta de la casa del Señor, a menos que se les dé la luz.