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ALGUNOS SUBTIPOS DE DEPRESIÓN Y SUS IMPLICANCIAS PARA EL TRATAMIENTO

PSICOANALÍTICO
Hugo B. Bleichmar, Madrid.

El autor discute el caso de la necesidad de desarrollar un modelo psicoanalítico clínico integrativo de la


depresión que tome en cuenta varios caminos que lleven a diferentes subtipos de depresión. Algunos factores
intervinientes en la génesis y mantención de la depresión (agresión, culpa, trastornos narcisistas, ansiedades
persecutorias, déficit del yo, masoquismo, identificación con padres depresivos, y fijación en eventos
traumáticos en los que el sujeto se siente desolado) son examinados así como también ciertas interrelaciones
dinámicas entre ellas. La relación entre agresión y depresión es analizada, con particular atención a los
pasos a través de los cuales la agresión se convierte en depresión. Se discuten las intervenciones
psicoanalíticas que podrían ser pertinentes para un subtipo dado de depresión que puede probarse
contraproducente al aplicar otro subtipo. Se dan ejemplos clínicos para proveer soporte a las ideas
presentadas entre las diversas configuraciones depresivas y los tipos de intervenciones psicoanalíticas que
mejor calzan para cambiarlas.

En duelo y Melancolía (el texto básico de nuestra comprensión psicoanalítica de la depresión), Freud
no es que simplemente enumere los síntomas de la depresión sino que busca la condición universal para
explicar los distintos tipos de depresión. Freud caracteriza la depresión como la reacción a la perdida de un
objeto real o imaginario: “una persona amada, o la pérdida de una abstracción que ha tomado el lugar de algo,
como el propio país, libertad, un ideal, y así sucesivamente” (1917; p. 243). Freud propone el estado
depresivo como una reacción, porque la esencia del fenómeno depresivo reside no en la pérdida misma, sino
en cómo esa pérdida se codifica; en las fantasías inconcientes y en los pensamientos concientes que organizan
el modo que la perdida es experimentada. Para que aparezca la depresión, la perdida del objeto debe estar
acompañada por la persistencia del deseo de ese objeto y por la representación de su inalcanzabilidad. Esto es,
el objeto debe estar construido físicamente como una perdida. Freud destaca esto en Inhibiciones, Síntomas y
Ansiedad cuando subraya la “insatisfecha cathesis de la nostalgia” (1926, p. 172) en la que es distinguible en
la reacción a la perdida del objeto. Esta “insatisfecha cathesis de la nostalgia” es un estado afectivo con un
componente doble. El primero, uno ideativo: el deseo del objeto está representado como frustrado. El
segundo, uno afectivo: el sentimiento de dolor que surge como resultado de representar el deseo como
frustrado. Este afecto depresivo posee una cualidad específica, diferente de la ansiedad como una
anticipación del peligro (Brenner, 1982; Hoffman, 1992).
Entonces lo que encontramos en la depresión es un sentido 1 de que un deseo que es central a la
economía libidinal del sujeto (no califica cualquier deseo) se encuentra frustrado. En una formulación
relacionada, Jofffe & Sandler caracterizan este deseo como uno alcanzado en un estado ideal de bienestar y
felicidad (Joffe & Sandler, 1965; Sandler & Joffe, 1965). Este deseo puede variar en su contenido temático,
en lo que constituye su objetivo final. Puede, entre otras cosas, consistir en:
a) Deseos de satisfacción instintiva y de experimentar bajos niveles de tensión física y mental (Freud,
1915).
b) Deseos de apego, que van desde los normales de estar en contacto físico con el objeto,
compartiendo estados emocionales, etc. a unos más patológicos de fusión con el objeto (para una
revisión del apego ver Parkes et al., 1993).
c) Deseos narcisistas, que van desde los más normales deseos (dominando impulsos, emociones,
funcionamiento mental, y / o el medio circundante; ser amado y/o apreciado) a uno más patológico
(ser un si mismo ideal de perfección física, mental o moral; recibiendo una admiración ilimitada;
teniendo control omnipotente sobre el si mismo y sobre los otros) (Kohut, 1971; Kernberg, 1975).
Lo irrealizable de estos tipos de deseos dará lugar a la depresión con un predominante componente
narcisista (Bibring, 1953; Jacobson, 1971; Kohut, 1971; Lax, 1989).
d) Deseos relaciones con el bienestar del objeto. Si el sujeto se ve a si mismo siendo el agente causal
del daño o sufrimiento del objeto, podría seguirse una depresión con un predominante componente
culpógeno (Abraham, 1911, 1924; Freud, 1917; Jacobson, 1971; Klein, 1935, 1940).

1
El término “sentido” es empleado en esta publicación para connotar un estado afectivo con componentes
cognitivos, similar al uso común de la expresión “sentido de culpabilidad” para referirse a un estado ideativo
– afectivo.

1
Esta categorización de los diferentes tipos de deseos no es exhaustiva. Los diferentes tipos de deseos
tampoco son mutuamente exclusivos. Existe un cierto grado de coincidencia, y los varios tipos de deseos
pueden coexistir en una misma persona. Así, por ejemplo, la falta de llenura de los deseos de apego o de los
deseos de satisfacción instintiva por parte de un sujeto narcisista causados por su propia incapacidad para
satisfacer dichos deseos, como un fracaso en el alcance de sus deseos narcisistas de control sobre el sujeto, o
el ser capaz de proveer a si mismo satisfacción instintiva.
De modo correlativo al sentido de desesperanza frente a la satisfacción del deseo está la representación
que la persona hace acerca de si mismo como ineficaz, como desamparado para modificar el estado de las
cosas: él / ella no pueden dejar de desear, ni de lograr la satisfacción del deseo. Así el estado depresivo
consiste no solo en la irrealización del deseo, sino también y más significativamente, en la representación del
si mismo como ineficaz para satisfacer el deseo, la imponer dirección hacia la propia vida. Debido a la
estrecha relación entre la representación del si mismo y su alto nivel de funcionamiento corporal y mental, al
punto que el si mismo es representado como desolado / ineficaz, las mociones que tienden hacia el objeto de
deseo son desactivadas; de ahí la apatía e inhibición que constituyen el componente central del estado
depresivo.
Bibring (1953) ha enfatizado el rol central que tiene el sentido de desolación e ineficacia en la
constitución del fenómeno depresivo. Bibring sugiere que la pérdida del objeto no es una característica
definitoria de la depresión como la propia representación del sujeto respecto a su incapacidad para alcanzar
las metan, entre ellas, la presencia del objeto amado. Bibring considera que la predisposición a la depresión
está determinada por un a fijación al experimentar la desolación e ineficacia, experiencias que dejan imprints
en la psique. Así, cada vez que l persona depresiva se siente impotente de llevar a cabo sus aspiraciones, todas
aquellas experiencias en las que domina en sentido de desolación (real o imaginario) son automáticamente
reactivados. La revisión de Haynal (1977, 1987) y su detallado análisis bibliográfico acerca de la depresión
asignan también al sentimiento de desolación un rol central en el establecimiento de la depresión. Elaborando
sobre el concepto Freudiano de Hilflosigkeit, Haynal destaca la intima relación que existe entre la perdida del
objeto, el sentimiento de impotencia y el estado depresivo.
Para resumir, los componente que pueden considerar como elementos definitorios del estado depresivo
son:
a) Existencia de un deseo que ocupa un lugar central en la economía libidinal del sujeto; fijación a un
deseo que no puede ser reemplazado o compensado por otro deseos.
b) Sentido de desolación / ineficacia para satisfacer el deseo 2. Una representación de si mismo como
ineficaz para satisfacer el deseo.
c) Sentido de desesperanza no restringida al presente, sino también al futuro circundante.
d) Consecuencias afectivas y motivacionales del sentido de desolación / ineficacia para satisfacer el
deseo: afecto depresivo e inhibición psicomotor.
Es importante también diferenciar entre lo siguiente: (a) factores que llevan al estado depresivo (los
caminos a través de los cuales el individuo llega al estado depresivo); (b) el estado depresivo mismo; (c) el
trastorno depresivo clínico que está constituido por intentos restaurativos defensivos, complicaciones de la
depresión y beneficios secundarios (Bibring, 1953; Jacobson, 1971; Joffe & Sandler, 1965); (d) estados de
disminución o desaparición del deseo.
Cuando un sujeto es confrontado con el estado depresivo doloroso, se ponen en marcha un rango de
procesos depresivos. Estos procesos son intentos por aliviar el sufrimiento producido por el estado depresivo
(Brenner, 1982; Grinberg, 1992; Haynal, 1977; Hoffman, 1992; Jacobson, 1971; Klein, 1935, 1940; Kohout,
1971; Stone, 1986). Rado (1928, 1951) ha indicado rabia coactiva como uno de los intentos por recuperar al
objeto perdido. Otro esfuerzo restaurativo puede ser la re – promulgación a modo de fantasía, al imprintear el
curso deseado de los evento en la fantasía (Renik, 19901). En otros casos el depresivo puede recurrir al llanto
como súplica de ayuda. También son útiles las reaproximaciones defensivas del si mismo con el fin de
disminuir los sentimientos de culpa y recubrir el amor del superyo, y reaproximaciones del si mismo que
constituyen una forma verdadera de auto-punición (Rado, 1928, 2951).

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La connotación doble del término “desolación” – falta de apoyo externo y falta de poder personal – permite,
en su ambigüedad, cubrir dos estados diferentes: aquellos en los que el sujeto se siente principalmente que
carece de asistencia externa para satisfacer su deseo, y aquellos en los que enfatiza residir en la representación
de su propia capacidad para satisfacer el deseo.

2
Cuando se prolonga el dolor de la depresión, los mecanismos restaurativos son insuficientes para
mantener la ilusión que el deseo puede ser satisfecho. La estrategia defensiva psíquica final puede consistir en
movilizar las defensas frente al funcionamiento mental mismo, intentando abolir el desear, pensar y sentir al
mismo tiempo. Este puede ser el caso del estado mental descrito por Spitz (1946) como las fases finales del
hospitalismo, o en procesos de desapego severos que tienen lugar cuando luego de una perdida importante
esta no es compensada por un objeto sustituto adecuado (Bowlby, 1980). Orden (1982) describe una forma
extrema de defensa en ciertos pacientes esquizofrénicos que han enfrentado condiciones de sufrimiento
insoportable y duradero que él llama el “estado de la no experiencia”.
Hay momentos en los que el afecto depresivo cae a un plano secundario y es reemplazado por un
sentimiento de peligro producido por la perdida de un objeto que ha sido sentido como protector, o por la
perdida de la confianza en la propia capacidad para afrontar diferentes tipos de peligros. Cuando algunos
pacientes depresivos manifiestan ansiedad como uno de sus síntomas centrales, despliegan una fobia
generalizada, o presentan preocupaciones hipocondríacas (síntomas no existentes previo a la depresión), esto
puede deberse a que el sentido inicial de ineficacia hacia la satisfacción del deseo ha coloreado la total
representación de si mismo del sujeto. El sentido de potencia del sujeto para confrontar la realidad es
reducido, y los peligros imaginados aumentan. La representación del si mismo como incapaz, como inferior,
como débil e impotente, establecen una condición psíquica que hace que cada cosa parezca amenazante. En
tales casos, la inhibición del estado depresivo es reemplazado por la agitación y por la hiper-vigilancia
producto de la constante anticipación del peligro.

¿POR QUÉ EL ÉNFASIS EN LA REALIZABILIDAD DEL DESEO?

Como la fórmula que equivale depresión con reacción a la perdida de un objeto abre un camino crucial
hacia la comprensión de los síndromes depresivos, la pregunta que para seguir es: ¿qué progresos representa
el concepto de Freud de “insatisfecha cathesis de la nostalgia” en la aclaración del fenómeno depresivo? En
otras palabras, ¿dónde yace la importancia de hablar de la percepción del sujeto acerca de la realizabilidad del
deseo como el principal eje sobre el cual se desarrolla la depresión? La limitación de la fórmula “reacción a la
pérdida del objeto” es que no especifica en que consiste esta reacción. La perdida del objeto puede causar
depresión, o el complejo fenómeno conocido como ansiedad de separación, con sus variadas manifestaciones
(Quinodoz, 1991). Especificando que el componente principal de la depresión es el sentido de impotencia y
desesperanza frente a la satisfacción del deseo nos ayudará a diferenciar el fenómeno depresivo del estado de
ineficacia que surge frente al peligro y produce un sentimiento de pánico, no de depresión.
Algunas veces, el sentido de desamparo puede ser interpretado por el sujeto, desde un punto de vista
narcisista, como un testimonio de inferioridad. En otros casos, el énfasis puede ponerse en la preocupación del
sujeto respecto al bienestar, preocuparse con el peligro que los sujetos dan. En el último caso, predominan
sentimientos de culpabilidad. Uno con frecuencia encuentra casos de depresión en los que coexisten
preocupaciones culpógenas y narcisistas, pero también hay casos en los que predomina una u otra, algunas
hacia la exclusión completa del otro. Ciertas personalidades narcisistas (aquellas que calzan con la
descripción de Kernberg de su trastorno y que despliega grandiosas fantasías, omnipotencia, agresión
destructiva, etc.) (Kernberg, 1975) se deprimen cuando no pueden satisfacer sus grandiosas fantasías. La
depresión se establece cuando deben lidiar con lo que ellos perciben como humillación por no ser capaces de
dar rienda suela a su agresión, lo que los hace sentir que no han logrado alcanzar la identificación deseada con
un si mismo ideal, omnipotente y destructivo. Por el contrario, en otros trastornos depresivos, se cuestiona la
agresión hacia el objeto por parte del superyo, dando lugar a intensos sentimientos de culpa.
La culpa es el resultado de la preocupación por el bienestar, con el sufrimiento de un objeto que es
pensado como dañado por ciertas acciones o inacciones realizadas por el sujeto. Al mismo tiempo, cuando se
siente culpa, hay una auto – representación en la que el sujeto es representado como agresivo, peligroso,
indigno, e incapaz de alcanzar los estándares de un buen si mismo. Dichos sentimientos de inadecuación
indican que el área de representación de si mismo, de la comparación entre la representación de si mismo y el
ideal de valencia moral está también involucrado, acompañando la preocupación por el objeto.
Tomando estas dos dimensiones diferentes (las preocupaciones por el bienestar del sujeto y del valor del
si mismo del sujeto), lo que sucederá cuando el sujeto sienta que ha sido dañado por el objeto o no ha sido
protegido adecuadamente dependerá en gran parte de cuál de estas dos dimensiones prevalezca. En
condiciones en las que la preocupación por el bienestar del objeto domina (identificación con el objeto), la
culpa y las acciones orientadas a beneficiar al objeto se pondrán en marcha (intentos de reparación( (Klein,

3
1937). Por el contrario, cuando los sentimientos de inadecuación narcisista toman precedencia, los
mecanismos psíquicos compensatorios tenderán hacia la indiferencia del bienestar del objeto y estarán
destinados a la recaptura de la valía del objeto.

LA CALIDAD DEL DESEO

Cuando la esencia de los trastornos depresivos es definida del modo descrito (por el sentido de
desolación, falta de poder, desesperanza frente a la satisfacción del deseo sobre el cual es sujeto está
intensamente fijado), puede ser útil preguntarse una series de cuestionamientos, al encontrarnos con un caso
depresivo:

1) ¿la insatisfacción del deseo del sujeto se debe a una patología del deseo mismo?, ¿el deseo
establece metas que son excesivamente altas, y lejanas a las posibilidades del sujeto?. Ejemplos
de esto podrían incluir personalidades narcisistas que tienen modelos grandiosos con los que
esperan identificarse.
2) Cuando el deseo parece estar en concordancia con la realidad, ¿es insatisfecho por ciertas
características de la personalidad del sujeto, subestimación de la representación de si mismo,
severidad del superyo, varios tipos de patologías que producen el fracaso, como ocurre con
ciertas personalidades borderline, obsesiones y compulsiones, déficit del yo, etc.?
3) ¿el deseo es percibido como irrealizable debido a una fijación en las experiencias pasadas que
empañan los lentes a través de los cuales se miran las circunstancias actuales, dándoles una
apariencia negativa?, ¿es inalcanzable por una realidad actual que es abrumadora para el sujeto
(presencia de una figura patológica a la que la persona está sujeta, enfermedad severa, situación
de guerra, etc.)?
4) ¿por qué este deseo no puede ser reemplazado por otro? ¿cuáles son las razones emocionales
detrás de esta fijación con este deseo en particular que hace este inalcance sea una causa de
depresión?

CAMINOS DIFERENTES QUE LLEVAN A LA DEPRESIÓN

Si el sentido de desesperanza y desolación frente a la satisfacción del deseo constituye el núcleo


común para cada estado depresivo, es posible arribar al sentido dicho (y entonces a la depresión) a través de
múltiples caminos, ninguno de ellos condiciones obligatorias. Cada uno de los caminos es impulsado por
factores diferentes, o áreas de patología, que analizaremos. Posteriormente, nos referiremos al modo en que
estos factores pueden estar interrelacionados.

AGRESIÓN Y DEPRESIÓN

La íntima relación que existe entre agresión y depresión ha sido enfatizada varias veces en los
estudios psicoanalíticos de depresión (Abraham, 1991, 1924; Freud, 1917; Jacobson, 1971; Klein, 1935,
1940). Sin embargo, no existe acuerdo definitivo acerca del rol que juega la agresión en la génesis de la
depresión. Las posiciones correspondientes son relativas a diversas líneas: (a) Agresión como una condición
universal necesaria presente en cada depresión, y como agente causal fundamental de la última. Klein (1935,
1940). (b) Agresión como un agente causal de depresión, pero formando parte de un proceso más amplio que
consiste en frustración, rabia, e intentos hostiles por lograr la gratificación deseada. Esta línea de pensamiento
sostiene que cuando el yo es incapaz (por razones externas o internas) de alcanzar metas, la agresión se vuelve
hacia el si mismo, con la consiguiente perdida de la auto-estima (Jacobson, 1971). (c) Agresión presente en
ciertos casos pero siendo la causa central o principal una disminución de la auto estima causada por la fijación
a experiencias de desolación (Bibring, 1953). (d) Agresión como un fenómeno secundario en respuesta al
fracaso de un objeto externo, que genera dolor y rabia narcisista en el sujeto (Kohut, 1971, 1977).
A pesar de si consideramos o no la agresión como la causa principal de depresión, la experiencia clínica
sugiere que es uno de los caminos más importante que llevan a la depresión. Entonces deberíamos volcar
nuestra atención hacia la pregunta de por qué formas diferentes de agresión pueden llevar a sentimientos de
desolación y de impotencia frente a la satisfacción del deseo. Usando el diagrama adjunto como guía para la
exploración de este tópico, diferenciaremos entre los efectos que la agresión produce cuando es dirigida a la

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representación del objeto o a la representación del si mismo, de los efectos que produce cuando es actuado
frente al objeto externo real, o frente a las funciones del si mismo.

a) Agresión y deterioración del objeto interno.


Abraham (1924) sostiene que la agresión destruye el objeto, describiendo las fantasías de los ataques
orales y anales que hacen que el sujeto sienta como si él destruye, arruina o aniquila al objeto, con el
consiguiente sentimiento de culpa. En tanto el objeto critica internamente al objeto, este último pierde su
estatus como objeto valorado. Esta devaluación del objeto tiene consecuencias para el narcisismo del sujeto,
particularmente cuando el sujeto es dependiente del objeto para mantener una auto-estima balanceada.
Permítanos tomar como ejemplo a un paciente cuyo narcisismo patológico la llevaba a atacar a su marido
frente a la rivalidad que ella sentía hacia él. Esta paciente, aprovechará cada oportunidad para denigrar a su
marido y así transformarlo desde un objeto previamente idealizado en uno absolutamente devaluado. Pero
dado que el marido funcionaba para esta paciente como una posesión narcisista (así como también un rival),
su representación de si misma como casada a otro devaluada la hacía sentir que era una fracasada, sin
esperanza alguna de ser capaz de tener una relación satisfactoria.
Al tomar en cuenta los efectos de la agresión, nada es más apropiado que la expresión “destrucción del
objeto”, no por las fantasías de la persona acerca de la destrucción física del objeto de diversos modo sádicos
(que él o ella pueden o no hacer) sino porque en la realidad psíquica individual la denigración del objeto lleva
a su perdida como objeto estimulante capaz de apuntalar el narcisismo del si mismo. Este es el proceso que
tiene lugar en personas que, como el paciente mencionado anteriormente, continuamente atacan a aquellos
que los rodean por rivalidad. Como resultado, nadie parece ser merecedor de su estima. No hay escapes
proyectados sujetos a la denigración de un conjunto de preguntas. El ataque y la destrucción del objeto lleva a
un mundo desprovisto de objetos estimulantes o valiosos, un mundo que inevitablemente comparado al
mundo imaginario del sujeto, lleno de objetos idealizados, parece inalcanzable.
Esta agresión hacia el objeto puede definirse al preguntar lo siguiente: ¿la agresión está dirigida a un
objeto que constituye una “posesión narcisista” o está dirigida a un objeto que permite que el sujeto lleve a
cabo una actividad catexiada como narcisista?. Por “posesión narcisista” entendemos todos aquellos objetos
(personas o cosas) cuyo valor o falta de valor cae directamente sobre la representación de si mismo. El marido
de la paciente, en el ejemplo mencionado anteriormente, representa una posesión narcisista para la mujer. Una
posesión narcisista es también lo que el niño significa en un padre. El valor o falta de valor es añadido a eso
del sujeto. Las posesiones narcisistas pueden tomar forma de una casa, un auto, una colección de libros de arte
o estampillas. Puede ser un amigo que está valioso y manifiesta su fama, estatus o fortuna. El sentimiento para
el sujeto es de un incremento en su auto-estima, de fusión con el valor que el objeto parece tener. Del mismo
modo, el grupo al que el sujeto pertenece puede constituir una posesión narcisista, sea este político, religioso,
o un movimiento ideológico. El juicio valórico realizado acerca del grupo, positivo o negativo, se refleja
directamente sobre el sujeto.
Por el contrario, un “objeto de actividad narcisista”, es uno que permite al sujeto llevar a cabo una
actividad que le garantiza valor narcisista. Este es el objeto – instrumento para una actividad de su mismo que
ha sido catexiada narcisísticamente, un objeto sin el cual la actividad o función no puede llevarse a cabo.
Ejemplo: el paciente y su cuerpo para el cirujano, el piano o el violín para el músico, el estudiante para el
profesor, el juego y el oponente para el atleta, el auto para el corredor de autos. Cualquier trabajo, hobby o
profesión que permita una función del valor narcisista puede ser un objeto de actividad narcisista. El objeto de
actividad narcisista, en términos de las funciones del si mismo son percibidas desde un punto de vista
narcisista, juegan un rol equivalente del objeto del instinto, permitiéndole alcanza su meta “el objeto de un
instinto es la cosa respecto a la cual o a través de la cual el instinto es capaz de alcanzar su objetivo” (Freud,
1915, p. 122). Si el narcisismo es una fuerza tan importante para la motivación humana como la sexualidad
de las zonas erógenas, entonces parece ser que también posee objetos específicos. La ausencia de “objetos de
actividad narcisista” puede explicar el desequilibrio profundo experimentado con frecuencia por ciertas
personas durante los fines de semana o vacaciones.
Hay individuos que atacan a sus propios “objetos de actividad narcisista”. Denigran su trabajo o sus
profesiones al citar su falta de importancia, enunciando las condiciones precarias bajo las cuales se llevan a
cabo, o la escasa recompensa material. Estos ataques hacen que el sujeto se sienta impotente frente a la
satisfacción de sus deseos narcisistas personales que son dependientes de estos objetos. La profesión o
actividad en cuestión parece no valiosa al compararse con otras (objetos idealizados) que se sienten como
inalcanzables. Este vacío da pie a la catexis insaciable de la añoranza mencionada por Freud (1926). Esto está

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con frecuencia en la raíz de las depresiones crónicas observadas en pacientes que se mantienen apegados a un
trabajo o relación que perciben como denigrante y que luego alcanzan de un estilo burocrático no
satisfactorio. Todos los ataques o devaluaciones del “objeto de actividad narcisista” dejan un vacío en el si
mimo al llevar a cabo aquellas funciones que dependen de este objeto y que contribuyen al sustento no solo de
la auto –estima del sujeto sino también a su organización mental3.
), y el otro que enfatiza la falla en el objeto externo (Markson,
b) Agresión actuada frente al objeto externo.
Si el sujeto no solo despliega agresión frente a la representación de los objetos dentro de si mismo, sino
también actua en el mundo externo (destruyendo entonces amistades y relaciones familiares, relaciones
laborales y oportunidades de la vida real), él / ella comienza a sentir una gradual deteriorización de las
situaciones en la vida real, de impotencia frente a la satisfacción de deseos amorous y en el logro de éxito y
reconocimiento por parte del mundo externo. La depresión es, en estos casos, el resultado del fracaso en la
creación de condiciones que permitan las realización de los deseos que son centrales para la persona. Esto es
observado en aquellas personas que pasan gran parte de sus vidas atacando eso que, en su negación
omnipotente, piensan que pueden recuperar más tarde, solo para darse cuenta a cierta edad que la realidad
impide la mantención de las ilusiones defensivas, llevándolos a sentir el sentido depresivo de la perdida
irremediable y el daño irreparable.

c) Agresión dirigida contra el si mismo.


En dos artículos muy diferentes, uno desde una perspectiva que toma en cuenta el rol del conflicto,
agresión y los aspectos especiales del superyo (Kernberg, 1988), y otro que enfatiza la falla en el objeto
externo (Markson, 1993), se discute la importante del masoquismo para la depresión (ver también, Glick &
Meyers, 1988). Estas contribuciones, asi como el conocimiento que tenemos acerca de las relaciones que el
sujeto mantiene consigo mismo y acerca del sadismo del superyo (Freud, 1923), nos permite comprender por
qué la agresión dirigida hacia el si mismo juega tan importante rol en la depresión. La agresión en la forma de
una auto – crítica continua deteriora la representación de si mismo. Pero la auto –agresión también tiene un
impacto negativo sobre el funcionamiento del si mismo. El sujeto, odiándose a si mismo, consume sus
energías en una guerra interna, ataca e inhibe las funciones de su yo y prohíbe cualquier movimiento hacia la
satisfacción de sus deseos. La consecuencia: un si mismo empobrecido incapaz de proveer sustento a su auto
– estima. En los casos donde el individuo es finalmente capaz e darse cuenta como se ha atacado a si mismo,
se desarrolla un sentimiento de culpabilidad. Grinberg (1992) ha insistido en la importancia de tomar en
cuenta no solo el proceso de duelo causado por la perdida del objeto, sino también el duelo de los aspecto del
si mismo que son experimentados como perdida como resultado de la agresión.

AGRESIÓN Y CULPA

Al igual que la relación entre agresión y depresión es compleja, del mismo modo lo es la relación
entre agresión y culpa. Permítanos examinarla. La concepción de Freud acerca de las condiciones que generan
culpa evoluciona en el curso de sus escritos. Como ha sido el caso con otros conceptos psicoanalíticos, la
complejidad de las ideas de Freud ha dado lugar a varias escuelas de pensamiento que se basan a si mismo en
los hallazgos de Freud. Podemos reconocer, dentro del trabajo de Freud, al menos cuatro concepciones de los
orígenes de la culpa.

a. Culpa por la calidad del deseo inconciente.


De su trabajo más previo, Freud considera el sentido de la culpa como un producto de la existencia de
ciertos deseos sexuales y hostiles que aparecen en disputa con la representación previa del sujeto (i.e. Freud,
1897, 1909). Una vez que se desarrolló el modelo estructural de la mente, esta concepción (que es la
existencia de un deseo disruptivo en la realidad psíquica del paciente lo que lleva a la culpa), encuentra
confirmación en la proposición que el “superyo sabe más que el yo acerca del ello inconciente” (Freud, 1923,

3
El “objeto de actividad narcisista” debe diferenciarse del “objeto de si mismo” (Kohut), un objeto que es
espejo del si mismo o que permite al si mismo fusionarse con su grandiosidad – “imago parental idealizado”.
En ambos casos lo que se modifica primero es la representación de si mimos. El “objeto de actividad
narcisista” modifica el funcionamiento del si mismo y, secundariamente, la representación del si mismo.

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p. 51). Así, la culpa es la consecuencia lógica natural de la calidad del deseo; dado que lo que es deseado es
transgresivo, parece natural que la persona sienta culpa.

b. Culpa por la codificación del deseo.


Junto con la culpa por los deseos inconcientes, existe otra explicación que no depende de la calidad del
deseo ni del impulso sino de la codificación que el sujeto hace de ella. En Acerca de Narcisismo: Una
Introducción, Freud dice:
La misma impresión, experiencia, impulso y deseo que un hombre satisface o al menos trabaja sobre él
concientemente será desestimado por otro, o incluso reprimido antes de que entre en la conciencia…
podemos decir que lo que un hombre ha establecido como su ideal a través del cual medirá su yo actual,
otro no lo ha considerado como un ideal (1914, p. 93)
Lo crucial del argumento no reside más en la calidad del deseo o del impulso, sino en el hecho de que la
agencia crítica evaluativo e ideal sin diferentes unas de otras. Unos años más tarde, cuando Freud establece el
modelo estructural de la mente, la existencia de la culpa en algunos sujetos y no en otros es explicada por el
desarrollo del superyo. Aquí yace un cambio radical con implicancias para el tratamiento: ya no estamos
lidiando con el analista descubriendo que su paciente tiene culpa inconciente y así debiendo encontrar los
deseos inconcientes que lo provocan, sino con un analista teniendo que encontrar las razones de por qué el
superyo del paciente codifica estos deseos como agresivos o dañinos, algo que el superyo de otra persona no
haría. Tomando en cuenta la influencia de la codificación del superyo sobre los deseos y los impulsos no
comunicará al paciente la concepción que “te sientes culpable por tener esos deseos” pero le permitirán
preguntarse la pregunta: ¿por qué mis deseos son percibidos desde la perspectiva que parecen transgresores?
Y para el analista: ¿qué condiciones llevan al establecimiento del superyo con dichos estándares tiránicos, con
tal conciencia crítica, con un sadismo que constantemente busca la oportunidad para atacar?
c. Culpa por identificación.
En El Yo y el Ello, Freud afirma:
Uno tiene una oportunidad especial para influenciarlo cuando este sentido inconcientes (Ucs.) de culpa es
uno “prestado” – cuando es producto de una identificación con otra persona que alguna vez a sido el
objeto de una cathesis erótica (1923, p. 50).
En este caso, no es que un individuo dado llegue a la conclusión inconciente que él es malo por sus deseos o
por la codificación que el superyo hace de ellos. Por el contrario, es la existencia de una identidad global, de
ser malo, agresivo, una representación del si mismo como dañino, un trastorno de la representación del si
mismo desde la cual el sujeto concluirá que él es malo en cada ocasión, dejando que lo que siente en ese
momento en particular refuerce todo lo que él creía. Este es el caso de aquellos que se identifican con padres
culposos. Los deseos libidinales hacia el objeto que guía la identificación determina que cuando el objeto es
patológico, los atributos del objeto serán incorporados de forma indiscriminada; entre ellos, el sentido de
culpabilidad. La culpa puede también venir de la imagen que el otro significativo inculca en el sujeto, más
que con lo que los otros son, haciendo que el sujeto crea que es agresivo y malo (Markson, 1993).

d. Culpa por introyección de la agresión frente al objeto.


En Duelo y Melancolía (Freud, 1917), la auto – aproximación y auto – culpa son vistas como resultado de
la introyección de la agresión originalmente dirigida hacia el objeto: el si mismo es reaproximado en la
conciencia, el objeto en lo inconciente. Uno podría pensar que esta condición es la misma que la descrita
anteriormente (culpa por identificación), dado que en Duelo y Melancolía Freud propone la identificación
secundaria con el objeto perdido, esto es, el reemplazo de la cathesis del objeto con la identificación. La
diferencia es que, en Duelo y Melancolía, la identificación sufrida por el yo es con el objeto externo hacia
quien se dirige la agresión, esto es, con el objeto de reaproximación, con el objeto odiado. Sin embargo,
en la culpa “prestada”, la identificación es con un objeto que en si mismo se siente culpable. Es algo que
existe en el objeto externo (su sentimiento de culpa) con lo que se identifica el sujeto. Lo que es
significativo no es tanto la agresión introyectada sino los efectos de la identificación estructural con la
patología del objeto que moldea la representación del si mismo, generando sentimiento de culpa.
Las cuatro concepciones diferentes de culpa en el trabajo de Freud no se contradicen sino se
complementan. Las distintas escuelas psicoanalíticas tienden a enfatizar uno u otro mecanismo
involucrado en la psicogénesis de la culpa. Encontramos un espectro que va desde aquellos analistas que,
cuando detectan culpa inconciente, buscan los impulsos agresivos inconcientes que los impulsan, al polo
opuesto, compuesto por aquellos analistas que creen que la culpa es resultado de la influencia de la figura

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externa y que el conflicto juega un rol secundario (cuando el hijo (a) se siente responsable del sufrimiento
de los padres, “esto no es simplemente la creación de una fantasía inconciente; de modo abierto o
encubierto el sufrimiento de los padres es atribuido a su hijo no disfrutado (Markson, 1993, p. 932)).
Fairbairn provee una explicación sofisticada para el origen de la culpa que toma en consideración los
procesos internos por los cuales llega a existir: el niño, desesperadamente necesita sentirse protegido y
amado por sus padres, prefiere pensar que él es malo:
Asume la responsabilidad de la carga de la maldad que parece residir en sus objetos. Con esto busca
purgarlos de su maldad, y, en proporción a su éxito en hacerlo, es recompensado por el sentido de
seguridad que un medio de buenos objetos confiere (1943, p. 65).
Esto es alcanzado a través de un proceso complejo, incluyendo las defensas contra los objetos malos
internalizados, que Fairbairn llama “defensa moral” (p. 66). El niño, sintiéndose malo y no teniendo padres
que lo amen o sean sádicos, puede mantener la ilusión de ejercer cierto control omnipotente sobre la realidad;
si solo él se comporta adecuadamente, entonces logrará que sus padres lo protejan y lo amen. La culpa como
defensa, como un modo de recaptura del siento de controla para determinar el curso de los eventos, se vuelve
una estrategia de enfrentamiento para lidiar con situaciones que la psique experimenta como traumática (ver
también Grotstein, 1994; Killingmo, 1989).

DEPRESIÓN NARCISISTA

Aunque la agresión y la depresión han ocupado un lugar importante en nuestra comprensión


psicoanalítica de la depresión, varios autores han cuestionado la noción que sean componentes esenciales para
todos los tipos de depresión (Bibring, 1953; Haynal, 1977; Jacobson, 1971; Lax, 1989). Kohut (1971, 1977,
1980) ha insistido en la existencia de depresiones donde la culpa no forma parte del trastorno. Más aún, el
sentimiento de frustración en el logro de las aspiraciones narcisistas del si mismo es lo que constituye el
centro de la depresión. Kohut (1980) metafóricamente resume la diferencia entre culpa y sufrimiento
narcisista en su formulación del “hombre culpable” y en el “hombre trágico”. En el detallado caso clínico
presentado por Tolpin (1983), los estados depresivos del paciente no son explicados en relación con los
sentimientos de culpa sino en relación a los déficits estructurales en la formación de un si mismo nuclear
cohesivo.
Kerneberg diferencia depresiones en las que hay más sentimientos de culpa auténticos de la “depresión
que tiene más de una cualidad de rabia impotente, o de desesperanza – desolación en conexión con el quiebre
de un concepto de si mismo idealizado…” (1975, p. 20). Lax sostiene que “en una depresión narcisista,
predominan los sentimientos de vergüenza y humillación, más que la culpa” (1989, p. 88). Esto nos lleva a
diferenciar entre vergüenza y culpa. Con respecto a la vergüenza, Hirsuto, en una amplia revisión del tema en
la que discute cómo la vergüenza ha sido conceptualizada por diferentes escuelas psicoanalíticas, considera
que:
La vergüenza está relacionada a la auto-evaluación (yo y superyo) de estar al servicio de una respuesta
afectiva. Esto concierne el componente narcisista de cualquier experiencia o fantasía, sea esta pre – edípica,
edípica o post – edípica (1991, p. 304)

La concepción de Hirsuto de vergüenza como producto de una auto- evaluación negativa cae bajo las
mismas líneas de los autores que entienden el sentido de la vergüenza como producto del fracaso en el logro
de metas establecidas por el yo y el ideal del yo (Broucek, 1991; Lewis, 1987; Morrison, 1989; Sandler et al.,
1963; Wurmser, 1987). Hay una dimensión que parece ser fundamental para el sentimiento de la vergüenza:
la presencia, real o fantasiada, de otro significativo que es testigo del fracaso narcisista del sujeto: “vergüenza
como resultado del conflicto que afecta al sentido de si mismo y a la evaluación narcisista en presencia del
objeto significativo” (Hirsuto, 1991, p. 298); “para que ocurra la vergüenza, debe haber una relación entre el
si mismo y el otro en la que el si mismo se preocupe por la evaluación de los otros” (Lewis, 1987, p. 108).
Esto es muy diferente de lo que ocurre con la culpa en la que el centro yace en la preocupación con el peligro
y sufrimiento inflingido en el objeto (hay una identificación con el otro que está sufriendo) y no con la
inferioridad narcisista del sujeto frente a un testigo real o fantaseado.

DEPRESIÓN POR UN TRASTORNO NARCISISTA PREVIO

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Usualmente se consideran dos condiciones en la literatura psicoanalítica como trastorno narcisista: primero,
aquellos caracterizados por una baja auto – estima permanente o por una dificultas en sostener una
representación de si mismo valiosa y un si mismo cohesivo (Kohut, 1971, 1977; Stephansky & Goldberg,
1984; Stolorow & Lachmann, 1980); segundo, aquellos que se encuentran en personalidades con una
incapacidad para depender de otras personas, personalidades que despliegan omnipotencia y envidia, que
atacan y desprecian sus objeto, y que muestras una fusión defensiva del si mismo ideal, del objeto ideal y de
las imágenes de si mismo, una agresión que juega un rol central en sus relaciones objetales patológicas
internas y externas (Kernberg, 1975; Rosenfeld, 1964).
Los caminos por los cada uno de estos dos tipos de trastornos narcisistas llevan a la depresión son tan
diferentes. En el primer tipo, caracterizado por una pobre representación de si mismo, la depresión puede
originar: (a)directamente, debido a que una pobre representación de si mismo hace que el sujeto se sienta
impotente, incapaz de lograr el objeto de deseo que es tomado por perdido. En dichos casos la depresión es
más o menos crónica y forma parte de la personalidad. (b) indirectamente, debido a las consecuencias de
poner en juego las defensas. Por ejemplo, con el fin de exponerse a uno mismo a situaciones que producen
temor o vergüenza, la persona se inhibe, renunciando al contacto interpersonal y a las experiencias de
aprendizaje, con el consiguiente empobrecimiento en el desarrollo de los recursos del yo y una perdida de las
oportunidades de la vida real. Esta secuencia de trastorno narcisista / vergüenza / evitación fóbica / déficits
del yo/ y perdidas en la realidad, concluye en el sentido de impotencia para la satisfacción del deseo. En esta
condición, la depresión es secundaria a una fobia mutilante, una fobia que no viene solo de una representación
distorsionada del objeto, sino esencialmente de la percepción del si mismo como diminutivo en comparación
con el objeto. Como me lo explicó un paciente con gran ironía y magia “Tarzan no teme de los leones porque
se cree Tarzan”. Esto es, la representación de si mismo valiosa determina el poder atribuido al objeto. Cuando
el objeto externo es utilizado como un modo de apoyo a la auto –estima o cuando las ofertas del superyo
toman forma de logro personal, cualquier falla en el funcionamiento de estas dos modalidades de
apuntalamiento del equilibrio narcisista da pie a la depresión (Arieti & Bemporad, 1978; Blatt et al., 1982;
Blatt & Zuroff, 1992).
En el otro tipo de trastorno narcisista (grandiosidad y omnipotencia a través de la denigración del
objeto) la depresión no es crónica. Aparece en el momento en que hay un colapso de la grandiosidad de la
persona luego de haber desconocido la realidad así como también las limitaciones personales (Kernberg,
1975). La depresión viene por los efectos dañinos de un narcisismo destructivo sobre las relaciones
interpersonales, inserción en la realidad, y en el auto – cuidado de la persona.

ANSIEDAD PERSECUTORIA

Las ansiedades persecutorias (Klein, 1935, 1940) pueden llevar a depresión por las consecuencias que tienen
sobre el funcionamiento mental: perturban el desarrollo del yo, las relaciones objetales, las sublimaciones y la
prueba de realidad. Las defensas activadas para disminuir las ansiedades persecutorias (agresión, evitación
fóbica, rituales obsesivos, y otros trastornos caracterológicos) limitan seriamente las capacidades del sujeto,
haciéndolo sentir impotente para manejar no solo la realidad, sino especialmente su mente. Para proveer un
ejemplo, el circuito de ansiedad persecutoria / carácter fóbico / inhibición / fracaso para gratificar el deseo /
deteriorización de la representación de si mismo / depresión, da un indicador de la importancia de las
ansiedades persecutorias como una condición que yace en la raíz de algunos trastornos depresivos (como se
ilustra más adelante).

IDENTIFICACIÓN Y DEPRESIÓN

La importancia que Freud garantiza a la identificación en la formación del carácter (1923; ver
también Baudry, 1983) da pie a la pregunta del rol que la identificación con pacientes depresivos puede jugar
en el origen de la depresión. No me estoy refiriendo a la correlación entre la depresión parental y sus efectos
en los hijos (Morrison, 1983), o a las consecuencias de la carencia de respuesta de un padre depresivo frente a
las necesidades del desarrollo del niño (Anthony, 1983), ni a la atmósfera de tristeza y culpa que los padres
depresivos generan (Markson, 1993); sino me estoy refiriendo a la identificación del niño, como rasgo
caracterológico, con la depresión del padre. Respecto a la depresión infantil, Anna Freud sostuvo:
Lo que sucede es que estos infantes alcanzan su sentido de unidad y armonía con la madre depresiva no por el
hecho de sus logros del desarrollo sino al producir el humor de la madre en ellos mismos (1965, p. 87).

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Hay personas que son criadas desde muy temprana edad con mensajes, concientes e inconcientes, del
tipo “nosotros no podemos hacer eso”, o “nunca seremos capaces de alcanzar eso”. Dichos mensajes son
incorporados por el sujeto como concepciones fundamentalmente impregnadas a todos los deseos,
haciéndolos parecer imposibles desde el comienzo; la renuncia ocurre incluso antes de que el deseo aparezca
en la conciencia, porque el resultado es percibido como negativo desde antes.
Sin embargo, el rol jugado por la identificación puede intervenir no solo en la construcción de la
representación de si mismo, sino también en la representación de la realidad. Las fantasía de la realidad de los
padres, tanto si perciben la vida como intrínsicamente frustrante y abrumadora, o como placentera y excitante,
establece modos inconcientes en los que el hijo (a) se relacionarán con la realidad, y lo que esperarán de ella.
Los estudios de análisis simultáneos de padres e hijos en el Hampstead Chile Therapy Clinic (llevado a cabo
por dos analistas diferentes que en la mayoría de los casos no se comunicaron entre ellos para no interferir el
trabajo analítico del otro) provee apoyo para la noción que las fantasías parentales influyen en la estructura
del mundo emocional del niño (Hellman, 1978).
En el caso de un paciente, Hellman indica: “él desarrolló una identificación no solo con su madre,
sino con la imagen de él que ella le transmitió con palabras y acciones” (p. 448); “el análisis posterior muestra
que ella (la madre) vio a David tal como ella imaginaba que su propia madre la había visto a ella” (487). Esto
puede llevar a la consideración que la tesis de Bibring acerca de la fijación del yo a experiencias en la que se
siente sin poder y desamparado debe ser complementada con la tesis que estas experiencias no necesariamente
deben ser vividas por la persona: la historia de los padres permanece incorporada inconcientemente en el
inconciente del hijo (a). Así como hay un “sentido de culpabilidad prestada” (Freud, 1912), puede también
haber un “sentido de impotencia y desesperanza prestado”, jugando una parte importante en algunos casos de
depresión.

DÉFICITS DEL YO

El sentido de impotencia en la satisfacción del deseo puede provenir de un déficit actual de los
recursos del yo y no solo de los trastornos en la representación del si mismo. Los déficit del yo pueden incluir:
déficits estructurales en las capacidades cognitivas, expresivas y relacionales, déficit en el control de los
impulsos y de la ansiedad, déficits en la diferenciación entre los estados emocionales de uno y de los demás;
déficit en la prueba de realidad, etc. Cualquier condición que produzca un déficit en el yo (conflictos
internos, realidad traumática, déficit del yo de los padres, etc.) disminuye las posibilidades de sublimación, de
establecer relaciones satisfactorias, de ser capaz de tomar ventaja de las oportunidades de la vida real, de
compensar las perdidas. Así el sujeto llega a sentirse desamparado y sin poder para satisfacer sus deseos. En
algunos casos de duelo patológico posterior a la perdida del trabajo o de un ser querido (muerte, divorcio,
etc.) la incapacidad del sujeto para encontrar a un nuevo objeto, por su falta de recursos del yo, determina que
la perdida del objeto empieza a experimentar un proceso progresivo de idealización. Esta fijación en el objeto
perdido no depende de la ambivalencia del sujeto y de su culpa, como vimos en otros casos. Es una vuelta al
objeto perdido por las limitaciones del sujeto para reemplazarlo. Esta fijación secundaria es diferente de los
casos de duelo patológico donde la idealización del objeto precede a la perdida.

REALIDAD EXTERNA TRAUMÁTICA

No hay duda que las experiencias vividas adquieren su significado psíquico sobre la base de la
fantasía por la que son percibidas. Sin embargo, al mismo tiempo, estas fantasías no surgen exclusivamente de
la creación intrapsíquica sino son sujetas a discursos y fantasías parentales concientes e inconcientes
(Hellman, 1978), y a la realidad externa a la que ha sido expuesto. Es un proceso de ir y venir de
retroalimentación continua, de asimilación de lo externo a través de lo interno, y de acomodación de lo
interno a lo externo. Así, aunque la realidad externa del individuo es mediada por la interna, hay situaciones
en las que la realidad externa misma es abrumadora y juega un rol central en la creación del sentimiento de
desesperanza e impotencia. En situaciones de prolongada sumisión a las personalidades patológicas, sádicas o
tiranas (Person & Klar, 1994; Steele, 1994) o a enfermedades serias y discapacitantes (particularmente en la
etapa temprana), a condiciones de abandono o desprotección, a fracasos parentales (Balint, 1968; Winnicott,
1965; Kohut, 1971), o a cientos de formas de dolor físico y psicológico, se pueden incorporar en la psique

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como un sentimiento subyacente que nada puede hacer vis a vis la realidad (Bibring, 1953). Así, el mundo es
experimentado como abrumador.
Cualquier modelo que intente explicar la depresión será incompleto si no toma en cuenta la historia
real del sujeto y cualquier realidad traumática que haya experimentado (para una revisión de la complejidad
de la reconstrucción del análisis del trauma psíquico infantil ver Baranger et al., 1988). Es valioso destacar
que lo que el psicoanálisis clínico sugiere acerca de la influencia de las experiencias traumáticas en la génesis
de la depresión está apoyado por los hallazgos de Brown & Harris (1989). Utilizando herramientas de análisis
sofisticadas, examinan la importancia de la perdida del objeto en la generación de la depresión, tanto en la
infancia temprana como en la vida tardía, definiendo perdida en un sentido amplio: perdida de una persona, de
la salud física del sujeto, de una idea valiosa, el quiebre de la expectativa respecto a la decisión de otro, o
incidentes que desafían el sentido de identidad (p. 61). Estos estudios sugieren que la perdida de la madre, y
especialmente, la ausencia de un cuidado adecuado por figuras parentales sustitutas luego de la perdida, son
variables importantes en la predisposición a la depresión. Los autores señalan:
Deberíamos enfatizar que los eventos casi siempre amenazan a algún aspecto central de la identidad y del
valor del si mismo, y quizás, dejando a un lado el drama de los eventos trágicos, esto es lo que en esencia los
define (p. 65)

Además, respecto a los tipos de trauma y las formas de depresión:


En este contexto, es interesante que hay evidencia que los tipos de experiencias de perdidas tempranas pueden
influir en la forma de la depresión…en dos estudios independientes acerca de pacientes depresivos, la
experiencia temprana de la muerte se vio asociada con la imagen “psicótica” de la depresión y la experiencia
temprana de la separación con la imagen “neurótica” (p. 57).

INTERRELACIONES ENTRE LOS DIFERENTES FACTORES

Aunque se puede llegar a la depresión a través de caminos que son independientes, donde cualquier
de los factores mencionados anteriormente juega un rol y genera tipos de depresión (descrito como
paradigmas por Klein, 1935, 1940; Kohut, 1971; Jacobson, 1971), también es posible que estos factores
aparezcan combinados. Esta operación sinérgica de distintos factores es destacada por Stone (1986).
Debemos distinguir dos modos diferentes en los que se pueden combinar varios factores: (a) como series
complementarias cuyos elementos sobredeterminan la depresión; esto es, la depresión como resultado de la
participación simultánea de varios factores; (b) como series secuenciales en las que un determinante líder
produce consecuencias y movimientos defensivos que, en el siguiente paso, activan otro factor (o grupo de
factores), que por su parte, activa otros, o reactiva al anterior; una sucesión de pasos y circuitos que
finalmente llevan a la depresión. Permítanos ilustrar esta forma secuencial de interrelación entre los factores.
A. Un trastorno narcisista con una pobre representación de si mismo (que puede generar depresión por
su propio derecho) puede llevar a una depresión a través de un circuito más complejo: dando pie a
una agresión defensiva que, por medio de la proyección, genera ansiedades persecutorias que
bloquean el funcionamiento mental de la persona y su desarrollo cognitivo y afectivo. Esto produce
déficits en el yo y fracasos en la vida real con un incremento en el trastorno narcisista y la
precipitación de la depresión. De otro modo, la secuencia puede ser: sufrimiento/ agresión
defensiva / sentimientos de culpabilidad / renuncia masoquista/ depresión.
B. La identificación con padres depresivos (que puede generar por si misma depresión) puede hacer que
el sujeto sienta que todos son más poderosos que él, llevándolo a temer de los otros, a renunciar
competiendo no fuera del masoquismo moral sino de las ansiedades persecutorias. Esto lleva al
fracaso en la obtención de gratificaciones narcisistas, a sentimientos de inferioridad y a una retirada
narcisista como defensa frente al temor de experimentar vergüenza, lo que crea más sensación de
impotencia y desesperanza, y finalmente, un trastorno depresivo.
C. Culpa, debido a cualquier condición mencionada anteriormente, seguido por una renuncia
masoquista y/o compensaciones compulsivas patológicas hacia el objeto, o por el castigo del
superyo, seguido de agresión defensiva; luego, más culpa y finalmente depresión.

UTILIDAD DE UN MODELO INTEGRATIVO

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Lo que nos gustaría destacar en la ventaja de tener modelos integrativos es que nos permite mirar la
depresión como un proceso constante; modelos que reconocen los múltiples caminos a través de los cuales
una persona puede ir de un circuito dominado por una factor a otro, y la dinámica es la razón de estas
transformaciones. De otro modo la depresión parece ser una categoría cerrada. Si ciertas circunstancias o
eventos vitales pueden generar un episodio depresivo, es posible que lo hagan a través de ciertos circuitos
descritos anteriormente, que terminan en una depresión. Del mismo modo, si la familia o el contexto social
más amplio puede contribuir al establecimiento de la depresión, lo es porque actúan a través de caminos como
los destacados anteriormente, u otros que aún no se detallan.
Un modelo integrativo de la depresión nos permitirá ubicarnos dentro de las contribuciones que los
diferentes autores han realizado en relación a la comprensión del fenómeno depresivo. Así, por ejemplo,
Abraham y Klein centran su análisis de la depresión en la relación agresión/culpa/depresión. Dentro de esta
área, hacen contribuciones innegables. Pero la aplicación clínica de sus descubrimientos pueden correr el
riesgo de volverse reduccionista si no se consideran también otros factores. Tomando a otro autor, Kohut por
ejemplo, nosotros vemos cómo su fructífero trabajo clínico ha contribuido a la comprensión de ciertas
depresiones narcisistas, jugando así el rol de la agresión, culpa y, especialmente, del conflicto.
Respecto a la necesidad de diferenciar entre los tipos de depresión, en Duelo y Melancolía, Freud
destaca que el mecanismo que él estaba describiendo (la introyección de la agresión) corresponde a un tipo
entre el amplio ámbito de trastornos depresivos, pero que habían otros con los que lidiar tales como “una
perdida en el yo con independencia del objeto – un soplo puramente narcisista para el yo…”(1917, p. 253).
Un enfoque similar de mostrar la multiplicidad de subtipos depresivos puede encontrarse en los trabajo de
Jacobson (1971, 1975), o la diferenciación con implicancias para la terapia que Blatt hace entre las
depresiones anacliticas e introyectivas (Blatt et al., 1982; Blatt & Zuroff, 1992).
Jacobson (1971) enfatiza que lo que distingue la depresión de la personalidad neurótica, psicótica y
borderline no es tan solo una pregunta de contenido (la materia del sujeto del conflicto), sino los componentes
estructurales: el nivel de desarrollo del yo y del superyo, el grado de su integración y la propensión hacia la
fragmentación regresiva; la tendencia del superyo a asumir un control excesivo sobre el yo o a desintegrarse a
fusionarse con el objeto y la representaciones de si mismo; los impulsos libidinales y agresivos que invisten al
si mismo y a las representaciones del objeto; los mecanismos de defensa empleados. Con respecto a la
depresión psicótica, Jacobson distingue entre las depresiones correspondientes a los trastornos maniaco –
depresivos y las depresiones correspondientes a los trastornos esquizofrénicos no solo en suelos
fenomenológicos sino en términos de profundidad y naturaleza de la regresión que implica las
representaciones del yo, superyo, si mismo y objeto.
Siguiendo a Freud y destacando la importancia de ciertos factores psicológicos incluidos en las series
complementarias de los factores causales, Jacobson reafirma su creencia en la importancia del rol que jugado
por los procesos neurofisiológicos constitucionales en el origen de la depresión psicótica. Sin embargo, esto
no significa que los pacientes con este tipo de depresión no puedan ser ayudados por un tratamiento
psicoanalítico (Jacobson, 1971, 1975). Kernberg también adopta un foco estructural en vez de puramente
sintomático para diferenciar la depresión encontrada en estructuras de carácter masoquista de aquellos bajo
condiciones borderline, distintos trastornos de personalidad, y psicosis. Las diferencias se consideran
básicamente para apuntar al nivel de diferenciación entre las imágenes de si mismo y las imágenes del objeto
(límites del yo, difusión de la identidad), nivel de integración del superyo, patrología de la relación objetal
internalizada, más o menos niveles primitivos de escisión, identificación proyectiva e idealización, impulsos
involucrados (dando especial importancia a la agresión y a la investidura libidinal en las estructuras de si
mismo patológicas) y la capacidad de juicio de realidad (Kernberg, 1975, 1992).
Otro tema importante es la diferencia entre dueo normal y trastorno depresivo, una pregunta que
Freud hace en Duelo y Melancolía (Freud, 1917). Un examen del duelo no complicado está más allá del
espectro de este artículo (para una revisión crítica y comprensiva ver Hagman, 1995). Pero, al menos, nos
gustaría destacar un aspecto: el rol que el proceso de duelo (tiene en su sentido más amplio al trabajar
diferentes tipos de perdida y no solo referido a la muerte de un ser querido) puede jugar para el crecimiento y
la salud mental. Distintos analistas (Klein, 1940; Grinberg, 1992; Haynal, 1977; Hagman, 1995) han descrito
cómo los insights de los pacientes comienzan a ganar hacia su rasgos previamente negados de omnipotencia,
agresividad o generalmente patológicos hacia sentimientos de tristeza con respecto a lo que ha sido una
perdida, pero tristeza con peculiaridad; está acompañada no por desesperanza e impotencia sino por una
vitalidad fresca y por un sentimiento que es posible vivir de otro modo, y especialmente, por los movimientos
reparatorios reales, tan diferentes a los intentos defensivos de restauración. Igualmente, la reconciliación con

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el objeto, sea esta por aceptación de los defectos o de los atributos (cuando el conflicto y hostilidad previenen
su reconocimiento), genera sentimientos de tristeza pero no de impotencia ni de desesperanza (Klein, 1940).
Combinando las observaciones clínicas psicoanalíticas con la aplicación del psicoanálisis a las biografías de
figuras creativas, Pollock (1989, Volumen II, parte IV) también enfatiza la importancia del proceso de duelo
para la salud mental y para la creatividad. Es por esto que él se refiere al duelo como “el proceso de
liberación- duelo”, dada su utilidad y significado adaptativo (p. ix).
La depresión puede ser:
A. Un componente de distintos tipos de trastornos, siendo la depresión un síntoma que proviene del
sentido de desesperanza / falta de poder para sobrellevar la carga ocasionada por los elementos del
trastorno principal. Los componentes que caracterizan al trastorno principal están a la base, mientras
que la depresión colorea el trastorno como un humor a la base, aunque ocasionalmente toma
prominencia.
B. Una entidad nosológica en si misma que domina toda la vida mental: el sentimiento de
desesperanza / falta de poder impregna la representación y el funcionamiento de si mismo debido al
importante rol que juega el sentimiento de la no satisfacción del deseo en la economía libidinal del
sujeto. Esta condición depresiva comprende: el estado depresivo, los intentos restaurativos, las
complicaciones de la depresión, y las ganancias secundarias. La depresión como trastorno puede
coexistir con otros trastornos pero tiene un origen independiente, por ejemplo un trastorno fóbido,
causado principalmente por la proyección de los impulsos hostiles, coexistiendo con una depresión
que es originada en la perdida actual de un objeto, una perdida que reactiva el duelo de una perdida
previa y mucho más importante que no ha sido elaborada.

ALGUNAS IMPLICANCIAS PARA LA TERAPIA

Me gustaría volcarme hacia algunos ejemplos clínicos para ilustrar cómo un modelo integrado puede
ser útil para ayudarnos a lograr una orientación general acerca de qué condiciones son sustentadoras de la
depresión en un paciente en particular (i.e. trastorno narcisista, sentimientos de culpabilidad, ansiedad
persecutoria, identificación con figuras parentales depresivas, fijación en situaciones traumáticas de
impotencia, etc.)Si uno estuviera por detectar que la patología reside básicamente en una de las áreas
mencionadas anteriormente, entonces las intervenciones terapéuticas estarían principalmente orientadas hacia
la modificación del área. Ante todo, pero no exclusivamente, porque siempre existe el riesgo que una
orientación preconcebida por parte del analista puede restar mérito a la actitud de escucha psicoanalítica de
atención libre-flotante4.
Mr. K, un hombre en la mitad de la cuarentena, viene a tratamiento por un severo caso de depresión
(insatisfacción consigo mismo y con aquellos que lo rodean, perdida del apetito y del deseo sexual,
dificultades para llevar a cabo su trabajo, e incapacidad ocasional para salir de la cama por lo que él describe
falta de energía). Comenzamos a trabajar con una frecuencia de tres sesiones semanales durante dos meses, y
luego pasamos a cuatro sesiones semanales. Mr. K usualmente llegaba a mi oficina con una expresión hosca
en su rostro, se sentaba casi sin movimiento en el diván, y hablaba bajo, su voz monótona reflejaba cuán
deprimido estaba, y particularmente, hablaba respecto de las diversas injusticias cometidas contra él por parte
de los otros que era representados como agresivos. Luego de seis meses de análisis, Mr. K trae un sueño en el
que aparecen tres animales. El primer animal, uno grande y agresivo, estaba mordiendo al más pequeño con
una expresión de placer en su rostro. Este pequeño animal busca la ayuda del tercero, pero este último
simplemente se une al más grande en los mordiscos y el ataque. Luego de relatar el sueño, Mr. K comienza a
hablar de su jefe, a quien describe como un tirano. Él dice que sus otros colegas están tratando siempre de
complacer al jefe pero que él se niega a hacerlo porque él no es un “sirviente miserable”. Esto fue dicho en un
tono lleno de queja e irritación. Mr. K, en este punto, también comienza a criticar a los psicoanalistas,
acusándolos de ser impulsados por los beneficios y carentes de cualquier solidaridad social.

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La escucha psicoanalítica requiere que hagamos varias tareas compatibles: la atención libre – flotante a las
asociaciones del paciente y a sus experiencias emocionales, la atención libre-flotante a nuestro propios
sentimientos y pensamientos, y simultáneamente, una evaluación considerada de las razones que puedan
apoyar una intervención particular (incluyendo su contenido, forma, tono emocional, timing, etc.). Siendo el
equilibrio perfecto un ideal alcanzado solo en circunstancias ocasionales.

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A la luz de este material, y dado lo que hemos estado trabajando en las sesiones previas en las que
Mr. K repetidamente intenta que yo me una a su indignación frente a la supuesta agresividad de los otros,
considero diversas líneas posibles de interpretación. Podría haber orientado a Mr. K hacia hacer que su propia
agresión sea proyectada sobre el animal atacante y claramente manifestar placer con lo que él ha criticado de
sus colegas y los psicoanalistas. La agresión negada era sin duda una característica importante de la depresión
de Mr. K. Aún mi experiencia con él, y lo que estaba sucediendo durante este momento particular de nuestra
relación, me llevó a pensar que esto lo podría haber hecho sentir acusado, lo que habría incrementado su
necesidad de defensa a través de una crítica más agresiva hacia mi persona y los otros.
Una línea de intervención diferente que parece más apropiada de alcanzar en ese momento para Mr.
K es parece que él me viera a mi como alguien que une fuerzas con aquellos que lo atacan, en vez de cómo
alguien que desea ayudarlo frente a sus enemigos. Mr. K no responde a nivel conciente a lo que le digo y
vuelve al sueño, añadiendo algo que no había relatado antes: el animal pequeño escapó del ataque de los
otros y arrancó un arbusto con unas de sus patas que se había transformado en una garra gigante. Le digo
que parece como si cuando él se confrontó con el temor de ser atacado, él necesitaba otorgarse a si mismo un
sentido de poder fantaseado (la garra gigante) y así ser él mismo el que atacara.
La agresión de Mr. K no era solo una defensa frente a los sentimientos de ansiedad persecutoria. Era
también una expresión de su rivalidad y sentimientos de envidia frente a las personas que él sentía como
superiores. Esto se me hizo evidente un día cuando llegó atípicamente relajado y afable, un signo que
signifiqué como que no se sentía amenazado. Al entrar en la oficina, y percatarse de un nuevo objeto (una
escultura pequeña) que yo había puesto en una mesa, Mr. K repentinamente cambió su humor. Hizo el
comentario que los psicoanalistas ganaban mucho dinero, y que éramos privilegiados dado la recesión
económica que el país estaba atravesando actualmente. Su voz comenzó a morirse y sentí que él se estaba
deprimiendo. Se mantuvo en silencio por algunos momentos, y luego, con un entusiasmo renovado, dijo que
la nueva escultura tenía una mancha, y concluye que la debí haber comprado en un mercado de precios bajos.
Se mantuvo en silencio por un momento y luego continúo criticando la escultura.
Mr. K luego me habló de un amigo que lo había llevado a su pasear en su auto nuevo, que tenía un
motor muy poderoso pero inútil, dado que ni las condiciones del tránsito ni el límite de velocidad permitido le
permitían la implementación total del poder del motor. Le recordé que solo hace un mes atrás él había estado
considerando cambiar su auto, pero que descartó la idea debido a que no podía pagar el crédito. Luego de
unos breves segundos, casi en un tono de confesión, me dijo que su reacción inicial frente a ver el objeto en
mi mesa fue pensar que era muy bonito. Inmediatamente añade, “Pero solo luego de ver la mancha”. Yo le
digo que quizás ahora podríamos entender su necesidad de desacreditar el objeto y de criticarme a mi en la
sesión anterior: él criticó eso que valora y aprecia pero que pensó que él no podría hacer o bien no podría
poseer. Enfatizo el “pensamiento” para dejarle claro que yo no quiero decir que él es inferior, sino que se
representa a si mismo como siendo inferior.
En ese momento, la línea de interpretación era que él se percatara que sus criticas y agresiones no
querían decir que él fuera intrínsicamente una mala persona, pero que estas eran el resultado de su auto-
desprecio y de su des-idealización, a nivel mas profundo, de la escultura y de mi mismo; la denigración
comienza solo como una defensa superficial. La agresión de mister K tiene aun una tercera fuente. En su
fantasía, la agresión se ha vuelto una herramienta mágica a través de la cual es capaz de sujetar a otros a sus
deseos. Por ejemplo, una vez él comentó, con gran admiración, acerca de cómo un dictador tenía al mundo
atemorizado frente a la posibilidad de que su país tuviera posesión de armamentos nucleares.
Mister K me llevó a cuestionarme una serie de preguntas: (a)¿Qué relación había entre su agresión y
su depresión? (b)¿Su depresión era un resultado directo de la culpa provocada por su agresión a los otros?.
Tomando en cuenta esta última pregunta, aunque todo psicoanalista tiene dudas respecto a cuan profundo uno
puede explorar el inconsciente de un paciente, ni en las asociaciones de mister K, ni en sus sueños, encuentro
apoyo para concluir que los significativos sentimientos de culpa se siguen de sus ataques al objeto (él
despliega una escasa simpatía por el sufrimiento de aquellos que lo rodean). Así, me convenzo cada vez mas
que la depresión de mister K es resultado de la frustración y humillación experimentada cuando los receptores
de su agresión (su esposa, su jefe, yo mismo) fracasan en sucumbir a sus arrebatos emocionales. Él
experimenta esto como una impotencia humillante, sintiéndose inferior cuando ha tenido que aceptar que él se
debe conformar a la realidad al igual que “la totalidad de las personas mediocres” (con frecuencia utilizaba
esta expresión) que lo rodeaban. Mas aun, dado que mister K tenía consigo mismo una relación en la que
fantaseaba que, por el sentido del castigo él podía obligarse a ser del modo que él deseaba (un si mismo
grandioso), se enojaría consigo mismo por estar deprimido, diciendo que él era “estúpido, débil, suave). Esta

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identificación con un súper yo sádico, lleva a mister K a darse a si mismo una paliza, lo que solo refuerza su
depresión.
Yo entiendo la depresión de mister K como principalmente un producto de un narcisismo patológico
con fantasías grandiosas de poder (las complejidades del caso son mayores a los elementos aislados que he
dado); el narcisismo patológico que pone en movimiento la agresión frente a sus objetos significativos que él
denigra. Pero dado que estos objetos denigrados también constituyen posesiones narcisistas para mister K (su
esposa, su hijo, su analista, etc.), la denigración podría fracasar, haciendo sentir a mister K que está rodeado
por objetos que él no valora, pero que no puede vivir sin ellos. La devaluación de sus otros significativos le
quita a mister K gran parte del placer de ser padre, marido y empleado de la firma para la que trabaja. Una
dinámica similar ocurre en su trabajo de análisis, cuando él critica el trabajo que hacemos juntos y se deprime
aun más en tanto no ve esperanza de recuperación. Fuera de los efectos internos de los ataques de mister K a
los otros, hay también consecuencias externas para estos ataques: repetidamente fracasa en el logro de ser
ascendido, su mujer duerme en otra habitación, su hijo lo evita. Estos eventos solo le causan gran
humillación y perpetúan el ciclo de frustración narcisista – depresión – agresión – frustración narcisista.
Una pregunta relevante que surge de este caso es: ¿Por qué poner demasiado énfasis en la agresión
del paciente, cuando esta parece ser un producto, en parte de, una ansiedad persecutoria y especialmente, de
un narcisismo patológico impulsado por expectativas de grandiosidad? ¿Por qué no focalizarse primero en la
auto imagen deficiente del paciente y el uso de expectativas de grandiosidad como defensa, esperando que él
no sienta más la necesidad de atacar una vez que se restaure el narcisismo herido?. Desde mi perspectiva, la
respuesta es que, una vez que la agresión se ha vuelto el modo establecido de relación entre él y sus objetos en
tanto una forma de sobrellevar el sentido de inferioridad, él ataca el objeto a pesar de los últimos intentos por
ayudarlo. Corroboro esto varias veces en la transferencia: incluso si tengo una actitud que yo considero como
una comprensión emocional de su sufrimiento, mister K termina atacándome. Con este paciente, tuve la
oportunidad de ver que la empatía y la calidez, aunque absolutamente indispensable y sin que nada de lo que
logramos hubiese sido posible, no son suficientes, y que él requiere una constante interpretación de su
agresión y, sobretodo de las razones que hay tras esta. Esto coincide con lo que Jacobson sostiene:
El paciente será menos y menos capaz de tolerar la calidez y simpatía del analista, que, no logrando
producir una adecuada respuesta libidinal, solamente aumentará el desacuerdo y la queja hostil de un amor
mas poderoso. En su temor de un quiebre completo de la imagen del objeto, el paciente regresa a una etapa
previa. Nosotros nos damos cuenta que el niño abandonado prefiere un objeto amoroso fuerte y agresivo
que la pérdida de éste. De este modo, el paciente puede ahora intentar mantener al menos una imagen de
objeto omnipotente, no amorosa, pero castigadora pero sádica. Esto se manifiesta en el aumento de la
provocación masoquista del paciente frente a la rabia del analista, para hacer alarde de la agresión lo que
puede traer alivio temporal pero promover el proceso patológico (1971, P. 239).
Mas aun, en el caso hipotético que el analista tuviera éxito generando una transferencia idealizada (a
través de esfuerzos crecientes hacia la comprensión empática y la sintonía con las necesidades del paciente)
sin dar la cara a la transferencia negativa, el paciente puede llegar a considerar al analista como una figura
excepcional como alguien que de alguna manera está apartado del resto de las figuras de la vida del paciente.
Este vinculo idealizado podría generar un conjunto de expectativas que inevitablemente llevan a la
frustración, a la reactivación de agresión defensiva, y eventualmente hacia la depresión.
En un claro contraste en un caso previo, me gustaría referirme al caso de Mrs. J, una mujer atractiva
de unos cuarenta años que viene a tratamiento porque siente una completa ausencia de placer en todos los
aspectos de su vida. Ella no refiere satisfacción en su trabajo o en sus relaciones sexuales con su marido, y
tiene a cargo a sus dos hijos por obligación pero no siente ni placer ni felicidad por hacerlo. Incluso comer se
ha vuelto para ella una carga. En nuestra primera sesión Mrs. J me dice que no está segura si será capaz de
rescatar algo útil del análisis en tanto “siempre he sido de esta forma, y soy demasiado vieja para cambiar”.
No obstante, deseaba intentarlo, principalmente debido a que su marido ha insistido en esto. Y acordamos
tener cuatro sesiones semanales.
La relación que Mrs. J estableció conmigo era de tipo afectiva, pero repleta de pasividad y fatalismo.
Venía a sesión y me contaba sus preocupaciones diarias, con frecuencia mencionando problemas con su
comer (carencia de apetito, mal sabor bucal, dificultades digestivas, sensación de llenura) pero no tenía
expectativa alguna de que yo la pudiera ayudar. La imagen devaluada que Mrs. J tenía de si misma era
contraria a la que yo comenzaba a formarme de ella. La pregunta que me hice (sin hacérsela explicita a ella
de modo de no imponerle mi sentido de realidad) era: ¿Qué ha pasado en la vida de esta mujer quien, a pesar

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de ser inteligente, atractiva, relativamente exitosa en su trabajo, y teniendo un buen matrimonio, era incapaz
de verse a si misma de esta manera?.
La historia infantil de Mrs. J revela que proviene de una familia profundamente infeliz. El padre era
descrito como un hombre afectivo que estaba afectado por una enfermedad crónica que lo había forzado a
permanecer meses en cama. Cada vez que se recuperaba, la familia vivía en perpetua incertidumbre al no
saber por cuanto tiempo duraría la buena salud. La madre (de acuerdo a los recuerdos infantiles de Mrs. J y a
sus actuales encuentros) era una mujer caracterizada por una actitud de auto - sacrificio, y por lograr sus
tareas debido a que ella estaba resignada “al destino que Dios me garantizaba”.
La ausencia de cualquier tipo de conflicto manifiesto en la relación que Mrs. J tenía conmigo me
llevó a pensar si no estaba reprimiendo las emociones negativas del sentimiento de culpa por un padre
enfermo. Este supuesto parece hallar soporte cuando una vez le dije, en un momento en que ella estaba
sintiendo una gran necesidad de mi, que yo iba a estar fuera durante dos sesiones, a lo que ella responde: “si,
por supuesto usted debe descansar”. Yo le digo que debe haber sido difícil enojarse con un padre enfermo,
pero mi comentario no parece resonar fuertemente con ella. Pensé que podría haber errado en asumir la
existencia en ese momento de una rabia bien desarrollada que estaba en estado de represión, puesto que para
que la rabia aparezca primero debe haber una expectativa que posteriormente es frustrada, pero Mrs. J se ha
acostumbrado a casi no tener ningún tipo de expectativa, a transitar por la vida y por el análisis con una
resignación total y con la misma ausencia de placer que su madre tenía. Aparte de identificarse con una
madre pasiva, Mrs. J se ha identificado con el sentido de impotencia de su padre en relación a su cuerpo y a su
vida en general. Con frecuencia ella se sentirá enferma (sus problemas frecuentes de digestión) y se sentirá
sin poder para hacer cualquier cosa respecto a esto.
Yo intente tomar ventaja de cada oportunidad provista por el tratamiento para tocar la falta de
expectativa y de demandas que Mrs. J. Pero dichas interpretaciones transferenciales por mi parte fueron
recibidas por ella como trozos de información intelectual, no como supuestos cargados de peso afectivo.
Entonces permití que la exploración de la transferencia cayera temporalmente en un plano secundario
(sin abandonarla por completo), y me focalice en el material no cubierto que le parecía a ella de naturaleza
mas emocional. La reconstrucción de su infancia, y particularmente de la enfermedad de su padre, comienzan
a despertar este tipo de sentimientos, ella recuerda como su madre le solía decir “no hagas ningún ruido,
finalmente tu padre se ha quedado dormido”. Ella recuerda también que al volver de un campamento un
verano encontró que su padre había tenido una severa recaía por lo que se sintió extremadamente culpable.
En este punto tenia la sensación de que habíamos llegado a algo realmente importante: aparte de una
identificación con una madre pasiva, su renuncia al placer estaba relacionada con los sentimientos de culpa.
La culpa de Mrs. J no estaba enraizada en agresión (esta era la firme impresión que yo tenía), pero en el
equiparar placer con abandono del objeto de su sufrimiento. Era por el sufrimiento del objeto que sus
fantasías y conductas (las que no tenían más agresión que el monto inevitablemente encontrado en el
desarrollo pre-edípico y edípico de cualquier persona) eran significadas como dañinas.
Para resumir, yo diría que la depresión de Mrs. J tiene un componente central de renuncia del placer
proveniente de un masoquismo moral, así como también de una auto-representación de impotencia. Esta
auto-representación es resultado de una identificación con el padre que la paciente ha amado, y cuya muerte la
ha dejado con un sentido de desesperanza para alcanzar un nivel de intimidad que necesita y desea. Una vez
que hemos tenido éxito en el análisis de algunas raíces infantiles del masoquismo moral y de los temores del
compromiso emocional de Mrs. J, ella era mas capaz de acercarse a mi y de arriesgarse en tener una relación
mas emocional, conflictiva y asertiva conmigo.
Permítanos mirar un tercer caso. Ms N, una mujer joven de 22 años que viene a tratamiento porque
esta teniendo problemas en la escuela y en su vida social. Recientemente ha sido abandonada por su novio
porque, según ella, luego de meses de intentar el encuentro sexual su vaginismo ha hecho imposible la
penetración. Cuando me vino a ver por primera vez, Ms N estaba acompañada por su madre y parecía
altamente desmoralizada, mostrando escaso amor por su apariencia física, pensando que era un fracaso total y
que debía renunciar sus estudios. Durante la entrevista llora repetidamente y me dice que es incapaz de
comunicarme correctamente qué es lo que le sucede. Me parece que está muy asustada. No logra el contacto
ocular conmigo y, al irse, no me da la mano sino que ligeramente tiende su mano sudorosa y fría.
Comenzamos tratamiento de tres sesiones semanales.
Ms N vendrá a mi oficina y se ubicará en el sillón con sus piernas balanceándose hacia un lado y
agarrará su mochila durante toda la sesión. Esto, cuando es visto con su actitud infantil y temerosa, me
recuerdan de la forma en que un niño sostiene el objeto transicional cada vez que se enfrenta a un extraño.

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Me hallaba a mi mismo hablándole a Ms. N en un tono cauteloso, como si estuviese lidiando con alguien que
es frágil, y que puede ser dañado fácilmente por cualquier comentario repentino. Durante prácticamente los
primeros seis meses de tratamiento, mis intervenciones estaban casi exclusivamente restringidas a realizarle
preguntas y ha señalar que yo comprendía cuan difícil era para ella hablar acerca de ciertos temas. Las
limitadas asociaciones y la ausencia de sueños reportados de Ms N habría hecho riesgoso para mi el haber
hecho cualquier interpretación respecto a lo que yace en la raíz de su depresión. Mi sensación era que yo
debía permitirle adaptarse gradualmente al análisis. Dejarla ser quien explorara la relación conmigo, sin
parecer invasivo ni sobre cargador (la imagen de su vaginismo como resultado de los intentos de penetración
de su pololo estaban en mi mente recordándome ser cauteloso).
Durante este periodo, Ms. N describe a sus padres como una pareja unida que exponen muy pocos
problemas maritales. Ellos tienen un pequeño negocio y han tenido solo un hijo. La madre de Ms. N una vez
tuvo una crisis de pánico por lo que Ms. N la acompaña ahora a todas partes. La madre no saldría de casa a
menos que su marido o hija la acompañaran. El padre era descrito como un hombre tímido que estaba
obsesionado con no transgredir la ley y que siempre temía que alguien le dijera que había hecho algo
incorrecto. La infancia de Ms N parece haber sido feliz. Sus problemas aparecen (o al menos se vuelven
evidentes) durante la adolescencia, cuando debe dejar la atmósfera protectora de su vida familiar y encarar la
rivalidad de sus pares femeninos, y especialmente los anticipos sexuales de los hombres. Fue allí cuando se
intensificaron sus ansiedades paranoicas provocando una regresión significativa hacia una dependencia
simbiótica con la madre, quien por su parte, necesitaba a su hija en tanto una compañía contra fóbica.
No parecía como si las dificultades sexuales de Ms N fuesen un producto de los sentimientos de
culpa, o de una agresión proyectada en los hombres, o una insatisfacción con su imagen corporal (ella se
consideraba a si misma atractiva), o una madre interna persecutoria quien la amenazaba por sus deseos
incestuosos. Tampoco eran sus fracasos académicos un producto de un súper yo demandante proyectado en
sus profesores. Sino parece que el mundo fóbico-paranoide de sus padres, percibido desde el punto de vista
de sus propias fantasías, era lo que ha creado un mundo de objetos internos que la hacen ver que todos los que
están fuera de sus familia son amenazantes lo que la hacer tener fracasos repetitivos en la realidad (ella se
queda en blanco durante los exámenes que ha preparado con creces; se aterroriza por el sexo; y estaba
terriblemente temerosa de mi). La acumulación de estas situaciones de fracaso la vuelven depresiva, como
única hija de sus padres que la han idealizado, ella ha crecido expectante del triunfo en su vida.
El principal impedimento hacia el progreso en el tratamiento surge del hecho que parte de sus
fantasías estaban intrínsicamente interrelacionadas con la visión de mundo de su madre. Asignando dichas
fantasías al análisis le hacia sentir a ella que estaba cuestionando o criticando a su madre. Este
cuestionamiento provocó en Ms. N una angustia enorme, no tanta culpa como la ansiedad de separación de un
objeto que funcionaba como fuente de seguridad en su inconsciente. Pensé que Ms. N sería incapaz de
separase de la visión suspicaz de su madre respecto a las personas (la que por ahora era parte de su mundo
interno) hasta que ella comienza a ver nuestra relación como una fuente de estabilidad y seguridad. Mas aun,
aunque yo sentía que comprendía el origen de sus fantasías y le ofrecería mis interpretaciones, durante mucho
tiempo tenía la convicción de que mis interpretaciones no le llegaban. Comencé a sospechar que ella me tenía
a mi como uno de sus “extranjeros” término que su madre utilizaba para referirse a aquellos que no eran de su
parte del país, y que, en la mente de mi paciente, se asociaban con una cruz entre algunos gitanos y algunas
personas negras que aparecen en sus libros infantiles raptando a algunos niños pequeños. Junto con mi
suposición de que ella me veía como uno de estos extranjeros amenazantes, le dije: “¿cómo uno puede creer
en lo que un extranjero dice sin sospechar que este tiene una motivación ulterior en cada cosa que dice?”, ella
responde “correcto”, sin ninguna convicción, como si mi pregunta realmente era que un “extranjero” estaba
intentando taimadamente bajar su guardia.
Esta situación se prolongo durante aproximadamente un año, durante el cual intenté ayudarla a través
del trabajo de su ansiedad paranoica respecto a mi. Mi impresión durante este tiempo era que lo que yo le
decía a ella no importaba tanto como el tono como el tono que yo utilizaba. La cadencia, el ritmo y el timing
de mis intervenciones parecen afectar a Ms N mas que el contenido real. Lo mas importante, es que yo sentía
que Ms N se estaba comenzando a acostumbrar a mi presencia, a mi oficina, a mi sillón y que esto ayudaba
mas que lo que yo decía a convertirme en “uno de la familia”, en vez de ser “un extranjero”. Fue a este nivel
más profundo de contacto entre nosotros, casi del modo en que un niño aprende a distinguir entre sus
cuidadores y los “extranjeros” (a través de su presencia, su olor, etc.), que se le abrió la posibilidad de
realmente escucharme. El día en que ella dejó su mochila en una silla y comento a darle golpes al sillón con
uno de sus dedos. Tuve la sensación que algo importante había sucedido; que finalmente teníamos una base

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(¿yo, como objeto transicional?) desde la cual comenzar la separación del mundo paranoideo fantaseado de su
madre. ¿Significa esto que mis interpretaciones durante el periodo previo de tratamiento fueron irrelevantes?
No completamente. Parte de ellas se mantienen, pero solo cuando Ms. N comenzó a mirarme como “uno de la
familia” lo que yo había dicho adquirió significado (acción a plazo), pudo escuchar e incorporar. Así éramos
capaces de discutir sus temores acerca de los genitales de los hombres y de los extranjeros desde otra
perspectiva.
Si intentamos resumir el caso de Ms. N, su depresión parece ser resultado de las ansiedades
paranoídeas que bloquean su funcionamiento mental y le impiden tener una relación cercana, satisfactoria con
las personas y una maestría exitosa en otros aspectos de la realidad. Las repetidas frustraciones de sus
expectativas narcisistas legítimas la llevan a la depresión. Sin embargo, el trastorno narcisista era secundario,
a su ansiedad persecutoria. A pesar de haberlas buscado, yo era incapaz de detectar patologías significativas
en las áreas de las expectativas de grandiosidad, de sentimientos de culpa importantes, de déficit de los
suplementos narcisistas por parte de los padres, y de experiencias traumáticas que la dejan con el sentimiento
de impotencia.
Estos tres casos proveen cierto apoyo a la idea que es necesario tener modelos de amplio alcance
para los trastornos depresivos. También destacan el significado de la idea de exactitud temporal, esto es, de la
importancia de un timing correcto para cualquier intervención psicoanalítica. Sin esta, sería concebible que,
mientras nosotros estamos embarcados en examinar el circuito de la agresión, el paciente en cuestión se ha
movido hacia un desequilibrio narcisístico severo, y que cuando nos estamos focalizando en las ansiedades
narcisistas, el paciente se ha movido hacia las ansiedades persecutorias o hacia los sentimientos de
culpabilidad.
Teniendo un modelo más integrativo de la depresión se puede disminuir el riesgo de hacer
intervenciones que, siento pertinentes para un subtipo dado, se vuelven ineficientes, o incluso refuerzan la
patología, cuando se aplica a uno diferente. Tal como en la medicina, donde incluso medicación muy útil
tiene casos claros en los que están contra – indicados, quizás las intervenciones psicoanalíticas deben pensarse
también como indicadas o contra – indicadas y no como universalmente aplicables. Para ilustrar el riesgo
potencial de líneas de intervención que son adecuadas para ciertos pacientes pero no para otros, necesitamos
pensar en el final de l calle donde analizar la supuesta agresión de un paciente puede llevar donde la depresión
es esencialmente el resultado de tener una representación de si mismo enmarcada por la culpa o devaluada
inculcada por los otros significativos. En dicho caso, el trabajo analítico puede correr el riesgo de reforzar lo
que los otros significativos han comunicado al paciente; que él es agresivo y malo. No hay ninguna persona
desprovista de fantasías agresivas concientes o inconcientes. Pero un tema importante es si dichas fantasías
juegan realmente un rol causal en la depresión de la persona o si son defensas frente a esta (i. e. actuar de un
modo imaginario de adquisición de un sentido de potencia que logra salirse de la percepción dolorosa de
impotencia y desolación).
Sería también improductivo focalizarse en la agresión del paciente cuando la depresión viene como
resultado de una fobia, que, por su parte, es resultado de una identificación con los padres que hacen que el
paciente sienta que todo en la vida es peligroso y tiene que desconfiar, como en el caso de Ms. N; una fobia
que puede encausar al paciente en un mundo lleno de limitaciones y frustraciones, y lo previene de obtener
gratificaciones narcisistas legítimas; una fobia que no proviene de la proyección sobre el objeto de impulsos
agresivos, ni del desplazamiento de los temores acerca de las figuras significativas, sino de un trastorno
primario profundo en la representación del si mismo y de los objetos.
Sería inapropiado también concentrarse en el supuesto fracaso de otro significativo cuando la
depresión proviene de la agresión del sujeto (basado en la rivalidad pre - edípica o edípica, o impulsado por
un narcisismo destructivo) (Rosenfield, 1987) que lleva a la confrontación repetida y a la perdida del objeto.
Del mismo modo, podemos entorpecer el progreso del tratamiento si fallamos en detectar que la depresión no
es el resultado de una deficiencia en la capacidad de los otros significativos de satisfacer las necesidades
narcisistas, sino, lo contrario: la depresión como resultado de la inculcación en el paciente de una auto-imagen
megalomaníaca que le garantiza un sentido de auto-valía excepcional, y que lo lleva a despreocuparse de la
realidad, asumiendo que él está sobre y más allá de la necesidad de aprender, de hacer un esfuerzo, de tener
precaución. Dicha auto-representación megalomaníaca lleva a la sorpresa y a la consiguiente depresión,
cuando el sujeto es confrontado con los fracasos repetitivos en la realidad.
Finalmente, me gustaría destacar que el modelo presentado aquí aún está dentro de un nivel general y
preliminar de elaboración. Estudios posteriores podrán requerirse, con el fin de sintonizar sus proposiciones.
Duchos estudios deben enfocarse hacia la integración mayor de los trabajos psicoanalíticos que han

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contribuido a nuestra comprensión acerca de la depresión, y especialmente, hacia la ejecución de
correlaciones entre las diferentes configuraciones depresivas y aquellas intervenciones psicoanalíticas que
mejor calcen para cambiarlas.

PRECIO: $102.000 ($3.000 por plana, total: 34 (33 planas+ 1 plana archivo cuadrito)
Traductora: Andrea Salamero B.
Psicóloga
09-1593474

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