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PRÓLOGO

Un nuevo autor: Esteban Padrós de Palacios. Un escritor que, fiel a su propia

sinceridad, cultiva -sin prejuicio de recompensas más brillantes- ese difícil y arriesgado

género literario: el cuento. Un género que no es «menor», entre los de la Literatura. Un

género que exige una especial idiosincrasia artística, tan peculiar como la del novelista,

la del dramaturgo o la del poeta. El cuento no es, en Literatura, lo que el bodegón

pudiera ser -y que de hecho tampoco es- en Pintura: un mero campo de experiencias

previas para la gran obra, el cuadro grande, la novela. Actualmente, los géneros sienten

agredidas las fronteras que al limitarles les dan unidad, personalidad, persistencia. El

cuento también ha padecido y padece esta agresión. Pero de ella resurge -por lo menos

en el propósito y en la acción de algunos escritores, entre los cuales se halla Esteban

Padrós de Palacios- con una nueva conciencia de valor, de límite y de extensión, o

profundidad a la vez. También, con una nueva conciencia de posibilidades.

Aljaba es un auténtico libro de cuentos literarios. Si el género no hubiera sufrido

esa agresión -que también afecta a los escritores y a los lectores, a quienes desorienta...-,

decir que Aljaba es un auténtico libro de cuentos resultaría perogrullesco, inútil y

vano. Y aun a riesgo de rozar los predios del crítico, me aventuro a un comentario

escrito casi en la misma intimidad de la obra. De esta obra que he visto ir creciendo

día a día, cuento a cuento, en la alborozada y prudente voz de su autor, que a mí

antes que a nadie ha distinguido con la primicia de su trabajo.

He aquí la realidad y un hombre ante ella. Este hombre es joven, posee

cultura, inteligencia, calidad de escritor y esa maravillosa vocación de no querer

perder el tiempo propio y de no hacer perder el ajeno. Todo lo que este hombre
escriba, lo escribirá puesto en la coyuntura de lo irremediable, de lo que ha de

realizar. Y al cabo de unos años de formación intensa y de dedicación literaria cons-

tante y ordenada, al fin publica su primer libro de cuentos, Aljaba. Da a la imprenta

una completa estructura literaria, un conjunto de cuentos que responden a una

unidad de dirección, del mismo modo que las flechas dispuestas en el carcaj

obedecerán a un destino determinado por la voluntad, el propósito y el pulso del

arquero.

El título del libro es feliz. Unidad en la diversidad. Cada cuento, como cada

saeta, puede obedecer a un destino particular y determinado en cualquier momento.

Pero todos ellos responden a la misma intención de un hombre. Intención

desveladora de la realidad, ordenadora de una experiencia y realizadora de un

mundo estético. En Esteban Padrós de Palacios la preocupación espiritual, humana,

no mengua la necesidad de belleza. Y si su libro ofrece peculiaridades en la visión

del mundo que representa, también las ofrece en el terreno de lo artístico. La prosa

de Esteban Padrós de Palacios es el resultado de una alianza -en él natural, nada

obligada por precepto alguno- entre las posibilidades de expresión intelectual y de

expresión artística que la palabra tiene. El estilo de Padrós de Palacios es riguroso

por cuanto ciñe a moldes inalterables tanto el pensamiento como la expresión. Un

escritor que, como pocos, posee el don de la palabra exacta. Y este don hace que su

prosa sea intocable, grávida de significación y de arte.

Esteban Padrós de Palacios pertenece a una estirpe de escritores poco

numerosa: la de los que consiguen esa síntesis entre lo estético y lo significacional

que aspira a un arte que nada tenga que ver con el desdichado Ars gratia Artis.

Nuestra Literatura da pocos escritores de esta clase. Tiende más a los extremos. La

conjunción es difícil y más obedece a lo gratuito -pero cultivado- de un don que al


esfuerzo de una voluntad. Porque el escritor tiene noción de la peculiaridad esencial

de su estilo, los cuentos de Esteban Padrós de Palacios se erigen sobre la línea

lúcida de un andamiaje inteligente que se irá recubriendo -hasta esencializarse con

él- con la piedra de un verbo brillante pero no oropelesco; atractivo, pero no

falazmente fascinador. Padrós de Palacios, que no es un artista hermético, exige, sin

embargo, atención. Si en su prosa hay -como a mí me parece- el mesurado correntío

de lo meditativo, también el lector deberá colaborar con un ánimo de lectura que no

sea el mismo que se dispone para leer autores menos comprometidos con la realidad

y con el arte de escribir.

Cada cuento de Esteban Padrós de Palacios ofrece un doble aspecto

argumental: una anécdota siempre ingeniosa, siempre de resolución inesperada,

sorpresiva y congruente, y un significado que apoyándose en esta anécdota viene a

demostrarnos, una vez más, que arte es medio de conocimiento. Esto no significa

que el autor «ponga en prosa» -como podría «poner en verso»- su mundo y sus opi-

niones. Padrós de Palacios -escritor de noble sensibilidad ante el mundo de la

moral- no es un moralizador. Pero sí me parece que en sus cuentos más atrevidos, o

a veces en los más satíricos, hay una implícita defensa de un mundo ético sano,

cristiano, sólido, razonado y razonable.

Sátira... Sí, sátira y polémica. Padrós de Palacios es un escritor dialéctico.

Sin necesidad de evidenciar moralejas en letra cursiva, nos dice lo que aprueba y lo

que no aprueba, lo que defiende y lo que ataca. Su juego es limpio. Por ejemplo, en

«Clara en el cuarto oscuro» todo está dispuesto como en un tablero de ajedrez.

Nada de golpes escondidos. El escritor pone en marcha unas piezas que cobran

vida propia y que se mueven según la urgencia de sus convicciones. Al final, habrá

ganado quien tenía que ganar y no quien el autor hubiera podido querer que
ganase. Lo cual viene precisamente a defender la personalidad y la voluntad del

escritor, que no pertenece a una secta, sino a una entidad universal y para cuyos

adictos los dogmas no son cárcel, sino que son libertad ordenada y ordenadora.

«Clara en el cuarto oscuro.» ¿Mero juego verbal? No. Cada una de las

palabras de Esteban Padrós de Palacios responde -en este cuento y en todos los

suyos- a una intención que no desaprovecha, por otra parte, las ocasiones de

desenfatizarse, siempre que puede. Y así hay que entender el espíritu con que el

autor adopta como lema de su libro esa parte de un monólogo shakesperiano.

Para concretar un poco más el estilo de Padrós de Palacios, se puede acudir

al análisis somero de uno cualquiera de sus cuentos. En todos ellos -en el más largo

y en el más breve, que tiene una sola cuartilla- el autor se manifiesta en su totalidad

de posibilidades expresivas. El cuento titulado «La trampa» -que en apariencia es

uno de los más ingeniosos y menos significativos- da -como cualquier otro- ocasión

al estudio. Al comenzar el cuarto leemos: «...los faros de un coche que les seguía

arrollaron, por un momento, la intimidad del taxi...». El escritor lleva hasta su

última y permisible consecuencia lógica las posibilidades de una retórica basada en

la analogía descubridora. La rima de ideas es constante y eficaz entre «lo que pasa»,

su sentido y el «cómo se dice lo que pasa». Porque se trata de coches, dice que los

faros de otro vehículo «arrollaban la intimidad del taxi» en que se hallan sus per-

sonajes. Dado el destino de este taxi, es ya un acierto hablar de intimidad. Y mayor

acierto aún es presentarla «arrollada» por la luz de otro vehículo. O sea que la retó-

rica se substantiviza. Paralelamente a la imagen substantiva del poeta, Esteban

Padrós de Palacios rechaza la retórica adjetiva y sus imágenes siempre sirven para

explicamos más y mejor una realidad.


Esta imagen, al fin de cuentas, se identifica con una también substantiva

prosopopeya. Todo se humaniza, todo pasa a ser un sujeto vivo, real y consciente de

la acción. Y, así, en este mismo cuento nos habla de un «entusiasmo que se

desconcha»... y de un «empapelado corroído por el tedio, por tanto tiempo inútil» -

tedio y tiempo que son los de un personaje que se halla en el cuarto así

«decorado»-. La relación personaje-problema-ambiente es conseguida con

originalidad e intensidad. Y esto desde las dos direcciones posibles: si el

empapelado es «corroído por el tedio» del personaje, en otro momento del libro «el

otoño, la tarde fría parecían salir de él», de otro de los protagonistas.

El período narrativo suele ser breve, dinámico, incisivo, portador de una

cadencia no por vivaz desordenada. Y consigue ese don de palabra exacta por el cual el

autor escribe de un modo insustituible. Sólo un estilo equilibrado y vigoroso puede

conseguir esta humanización de la realidad ambiental sin caer en la mera divagación, en

«lo sugerente»... Y, a la vez, dar a cada pieza de Aljaba esa sólida estructura en la que

todo cuento tiene un principio, un punto de clímax y un fin. La expresión, no obstante la

imagen, es directa y a la vez sutil. No está dejada al azar de lo espontáneo sino que -sin

negar el hallazgo aportado por el uso del idioma en que se escribe- se responde a un

«querer decir», a una voluntad literaria connatural al autor y que, por lo tanto, no

transparece como afectación ni como preocupación esteticistas.

Esteban Padrós de Palacios es un escritor bien dotado. Su inventiva es adecuada

a la calidad humana de su obra, posible artísticamente sólo gracias a esa adecuación. Sin

intervenir él como un personaje más de lo que narra, sin limitarse a una única técnica,

acepta la experiencia de quienes le han precedido, y a ella suma su esfuerzo. Sin aspirar

a rutilantes originalidades, ofrece la originalidad de su arte verdaderamente creacional.

Escribe con nitidez y con precisión y entrega un mundo en el que todo queda dicho
mediante una economía verbal bien dirigida y en sí misma rica, aunque no ostentosa.

Sus personajes no quedan expuestos por un trazo impresionista al que el género cuento

podría inducir, sino por una extraordinaria capacidad de síntesis. La misma que le hace

cuentista y no le hace novelista, sin que por ello quede truncada una carrera. Queda en

su límite natural y no niega que Padrós de Palacios pueda escribir buenas novelas.

Sus personajes hablan con un diálogo verosímilmente literario y

humanamente verosímil. Nunca engolan la voz ni obligan al autor a que disfrace su

palabra. Porque, en definitiva, del autor dependen. También en ellos se realiza una

síntesis: «son de verdad» y «significan algo». En ellos -como en los argumentos- el

lector podrá disfrutar de una presencia viva e interesante y a la vez -también como

en los argumentos- de una experiencia que va más allá de un simple ingenio

inventivo.

«Tanto en lo trágico...» En Aljaba hay tragedia y dramatismo. A veces, en

«lo que pasa». A veces, en ese potenciar en grado impresionante la significación de

una realidad ya de por sí patética. Me refiero -ahora- al extraordinario y brevísimo

cuento «Náufragos». El autor, que sabe de la realidad, no la disimula con afeites

neutrales. Le reconoce lo que es suyo, y lo dice. Acepta la condición humana de sus

diversas situaciones.

«...Como en lo cómico.» Matiz irónico, pincelada humorística, también

sátira, «lo cómico» de estos cuentos siempre sirve a un fin no menos artístico que

elevado a medio de lograr la plasmación de una experiencia. Esteban Padrós de

Palacios ni se complace excesivamente en lo dramático ni se demora

temerariamente en lo exultante. Su vitalidad queda inscrita en el arriesgado vivir de

quienes -y por eso decía que acepta la condición humana- entienden a la vez las

razones del corazón y las razones de la cabeza. De quienes aspiran a un humanismo


igualmente alejado de sobrerrealismos y de subrrealismos. Aspiración mucho

menos cómoda de lo que algunos creen.

Esteban Padrós de Palacios es, además, un escritor responsable en quien la

sinceridad obliga en lo artístico y en lo espiritual. Juega bien y juega fuerte el

peligroso juego de ser hombre que piensa, que siente y que escribe. Por eso su

obra tiene ese temple poco común y a la vez produce ese efecto de acicate y de

alegría a quien llega a ver lo que el autor se ha propuesto como hombre y como

artista, y lo que ha conseguido. La personal vibración de su estilo en componer y

en resolver un cuento, le sitúa -aunque casi recién llegado a los trabajos de ir

dando a conocer una tarea- en la primera línea de quienes, hoy por hoy, en España

escriben con arte de escritor y con inteligencia de hombre consciente y culto en

todas las cosas de la vida. Tal vez esta afirmación comprometa demasiado a

Esteban Padrós de Palacios. Pero es que yo le debo la justicia de hacerla. En todo

caso, me compromete más a mí que a él. Y yo acepto el compromiso.

¿Por qué y para qué escribimos? En la ocasión de que un nuevo autor lleva

a cabo el esfuerzo y el donativo de su obra, parece que la pregunta es conveniente.

Sobre todo, es oportuna si se formula y se contesta no con el envaramiento

sensacionalista de un periodismo superficial, sino con la sencillez y naturalidad

con que los hombres selectos aceptan todo lo humano. El autor de Aljaba respon-

dería -me consta- con esta sencillez y con esta naturalidad. Y diría: «Para que los

amigos puedan pasar un buen rato.» Y de este modo, quitando en apariencia

gravedad a una cuestión en el fondo tan innecesaria como si nos preguntáramos

por qué respiramos..., Esteban Padrós de Palacios suscribe que el arte, al ser

medio de conocimiento, también es caridad. Pues esos «amigos» no son -y esto lo

aclaro yo- el círculo reducido en que un hombre se halla, ni ese «buen rato» es
algo trivial. Ese «buen rato» es el momento -que hay que desear perdurable- en

que el hombre vive plenamente su dignidad acorde con su naturaleza y no ajena a

su condición.

Por todo lo dicho, al acabar esto que más que un prólogo son unas palabras

de compañía para el escritor, pero palabras al margen del libro, se me vienen a la

memoria unos versos de Baudelaire:

«Pour piquer dans le but, de mistique nature,

Combien, ô mon carquois, perdre de javelots?»

Pertenecen al soneto «La mort des artistes» y con ellos no pretendo decir

que Esteban Padrós de Palacios sea un místico. Pero me parece que estos versos

están en consonancia de ideas con el título de este libro de cuentos y con el deber

y la aspiración del escritor. Precisamente porque el escritor suele ser hombre al

cual le importa -como a Esteban Padrós de Palacios, escritor, le ocurre- alcanzar

esta meta de mística naturaleza.

Y no añado más que esto: en el caso de Esteban Padrós de Palacios, la

aljaba no pierde sus dardos. El escritor los emplea y los sitúa hacia una diana y en

un espacio en los que, sin cesar en su viaje, están siempre en camino y siempre

presentes para quien quiera admirar la precisión de su vuelo y tal vez sentirse

invitado a marchar, a correr con él.

ENRIQUE BADOSA

1961
PRÓLOGO A UN PRÓLOGO

Después de haber publicado cinco libros de cuentos, Esteban Padrós de Palacios

no necesita de prefacio a ninguna de sus obras. Sin embargo, tanto el escritor como los

editores tienen la gentileza de que en esta tercera edición de Aljaba se mantenga el

proemio que escribí a la que sería inicial entrega literaria del escritor. Lo agradezco y

me complace. Es más: me permite la tal vez vanidad de decir, al cabo de muchos años,

que estaba en lo cierto en mis juicios críticos acerca de Aljaba, y que tales juicios

comportaban el anuncio de la brillante carrera literaria que sería la de Esteban Padrós de

Palacios. Anuncio o deducción fácil de hacer a partir de las premisas que son los

cuentos que componen Aljaba. El tiempo, pues, me ha dado la razón: aquí están -no

todos de fácil presencia en las librerÍas- los títulos que siguieron al primero: La lumbre

y las tinieblas (1966), Velatorio para vivos (1977 Y 1985), Los que regresan (1991) y

El gran usurpador (1996). Creación cuentística de excepcional calidad que ha ido

ratificando a su autor como uno de los más señeros cuentistas españoles. De ahí que

Bígaro Ediciones se interese por llevar a cabo una tercera entrega de Aljaba.

Lo que al principio pensé y escribí sobre este libro, es muy parecido a cuanto

ahora podría exponer acerca de él y de las demás obras padrosianas. Esto no significa

que Padrós de Palacios no haya, por así decir, progresado en su calidad de escritor.

Quiere decir que desde su primer libro era y es un escritor del todo formado, en

plenitud, maduro. A mi prólogo, pues, me permito invitar al lector que se interese por

unos juicios tanto acerca de Aljaba como de las demás obras de Padrós de Palacios.

Esta tercera edición de Aljaba aparece aumentada, aunque no por textos de la

época en que los cuentos fueron escritos, sino posteriores, la mayor parte de ellos de

problemático encuentro. Así pues, el «y otros cuentos» que se lee en la portadilla de este
volumen, se refiere a los titulados El aparecido, de La lumbre...; Delincuentes, de

Velatorio...; Los que regresan, del libro de igual título; y El gesto, de El gran

usurpador. Con este añadido, dispondrá de muchas posibilidades de juicio el lector que

con Aljaba se inicie en Esteban Padrós de Palacios. Además, puede que yo no salga del

todo malparado del compromiso que acepté en 1958 al escribir el prólogo.

Aljaba es el título del primer libro de Esteban Padrós de Palacios, que

actualmente está trabajando en su sexta obra. Cada uno de los diecinueve cuentos de tal

libro era una saeta perfectamente lanzada hacia su blanco. Todos los demás cuentos del

resto del trabajo padrosiano también se revelan como flechas de idéntica perfección.

De ahí que el día en que Padrós de Palacios reúna en un solo volumen todos sus

cuentos, bien podría emplear como título general el título con que tal obra comenzó.

ENRIQUE BADOSA (Diciembre 1997)


«Tanto en lo trágico como en lo cómico. »

Hamlet
A mi madre que me enseñó a leer

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