sinceridad, cultiva -sin prejuicio de recompensas más brillantes- ese difícil y arriesgado
género que exige una especial idiosincrasia artística, tan peculiar como la del novelista,
pudiera ser -y que de hecho tampoco es- en Pintura: un mero campo de experiencias
previas para la gran obra, el cuadro grande, la novela. Actualmente, los géneros sienten
agredidas las fronteras que al limitarles les dan unidad, personalidad, persistencia. El
cuento también ha padecido y padece esta agresión. Pero de ella resurge -por lo menos
esa agresión -que también afecta a los escritores y a los lectores, a quienes desorienta...-,
vano. Y aun a riesgo de rozar los predios del crítico, me aventuro a un comentario
escrito casi en la misma intimidad de la obra. De esta obra que he visto ir creciendo
perder el tiempo propio y de no hacer perder el ajeno. Todo lo que este hombre
escriba, lo escribirá puesto en la coyuntura de lo irremediable, de lo que ha de
unidad de dirección, del mismo modo que las flechas dispuestas en el carcaj
arquero.
El título del libro es feliz. Unidad en la diversidad. Cada cuento, como cada
del mundo que representa, también las ofrece en el terreno de lo artístico. La prosa
escritor que, como pocos, posee el don de la palabra exacta. Y este don hace que su
que aspira a un arte que nada tenga que ver con el desdichado Ars gratia Artis.
Nuestra Literatura da pocos escritores de esta clase. Tiende más a los extremos. La
sea el mismo que se dispone para leer autores menos comprometidos con la realidad
demostrarnos, una vez más, que arte es medio de conocimiento. Esto no significa
que el autor «ponga en prosa» -como podría «poner en verso»- su mundo y sus opi-
a veces en los más satíricos, hay una implícita defensa de un mundo ético sano,
Sin necesidad de evidenciar moralejas en letra cursiva, nos dice lo que aprueba y lo
que no aprueba, lo que defiende y lo que ataca. Su juego es limpio. Por ejemplo, en
Nada de golpes escondidos. El escritor pone en marcha unas piezas que cobran
vida propia y que se mueven según la urgencia de sus convicciones. Al final, habrá
ganado quien tenía que ganar y no quien el autor hubiera podido querer que
ganase. Lo cual viene precisamente a defender la personalidad y la voluntad del
escritor, que no pertenece a una secta, sino a una entidad universal y para cuyos
adictos los dogmas no son cárcel, sino que son libertad ordenada y ordenadora.
«Clara en el cuarto oscuro.» ¿Mero juego verbal? No. Cada una de las
palabras de Esteban Padrós de Palacios responde -en este cuento y en todos los
suyos- a una intención que no desaprovecha, por otra parte, las ocasiones de
desenfatizarse, siempre que puede. Y así hay que entender el espíritu con que el
al análisis somero de uno cualquiera de sus cuentos. En todos ellos -en el más largo
y en el más breve, que tiene una sola cuartilla- el autor se manifiesta en su totalidad
uno de los más ingeniosos y menos significativos- da -como cualquier otro- ocasión
al estudio. Al comenzar el cuarto leemos: «...los faros de un coche que les seguía
la analogía descubridora. La rima de ideas es constante y eficaz entre «lo que pasa»,
su sentido y el «cómo se dice lo que pasa». Porque se trata de coches, dice que los
faros de otro vehículo «arrollaban la intimidad del taxi» en que se hallan sus per-
acierto aún es presentarla «arrollada» por la luz de otro vehículo. O sea que la retó-
Padrós de Palacios rechaza la retórica adjetiva y sus imágenes siempre sirven para
prosopopeya. Todo se humaniza, todo pasa a ser un sujeto vivo, real y consciente de
tedio y tiempo que son los de un personaje que se halla en el cuarto así
empapelado es «corroído por el tedio» del personaje, en otro momento del libro «el
cadencia no por vivaz desordenada. Y consigue ese don de palabra exacta por el cual el
«lo sugerente»... Y, a la vez, dar a cada pieza de Aljaba esa sólida estructura en la que
imagen, es directa y a la vez sutil. No está dejada al azar de lo espontáneo sino que -sin
negar el hallazgo aportado por el uso del idioma en que se escribe- se responde a un
«querer decir», a una voluntad literaria connatural al autor y que, por lo tanto, no
a la calidad humana de su obra, posible artísticamente sólo gracias a esa adecuación. Sin
intervenir él como un personaje más de lo que narra, sin limitarse a una única técnica,
acepta la experiencia de quienes le han precedido, y a ella suma su esfuerzo. Sin aspirar
Escribe con nitidez y con precisión y entrega un mundo en el que todo queda dicho
mediante una economía verbal bien dirigida y en sí misma rica, aunque no ostentosa.
Sus personajes no quedan expuestos por un trazo impresionista al que el género cuento
podría inducir, sino por una extraordinaria capacidad de síntesis. La misma que le hace
cuentista y no le hace novelista, sin que por ello quede truncada una carrera. Queda en
su límite natural y no niega que Padrós de Palacios pueda escribir buenas novelas.
palabra. Porque, en definitiva, del autor dependen. También en ellos se realiza una
lector podrá disfrutar de una presencia viva e interesante y a la vez -también como
inventivo.
diversas situaciones.
sátira, «lo cómico» de estos cuentos siempre sirve a un fin no menos artístico que
quienes -y por eso decía que acepta la condición humana- entienden a la vez las
peligroso juego de ser hombre que piensa, que siente y que escribe. Por eso su
obra tiene ese temple poco común y a la vez produce ese efecto de acicate y de
alegría a quien llega a ver lo que el autor se ha propuesto como hombre y como
dando a conocer una tarea- en la primera línea de quienes, hoy por hoy, en España
todas las cosas de la vida. Tal vez esta afirmación comprometa demasiado a
¿Por qué y para qué escribimos? En la ocasión de que un nuevo autor lleva
con que los hombres selectos aceptan todo lo humano. El autor de Aljaba respon-
dería -me consta- con esta sencillez y con esta naturalidad. Y diría: «Para que los
por qué respiramos..., Esteban Padrós de Palacios suscribe que el arte, al ser
aclaro yo- el círculo reducido en que un hombre se halla, ni ese «buen rato» es
algo trivial. Ese «buen rato» es el momento -que hay que desear perdurable- en
su condición.
Por todo lo dicho, al acabar esto que más que un prólogo son unas palabras
Pertenecen al soneto «La mort des artistes» y con ellos no pretendo decir
que Esteban Padrós de Palacios sea un místico. Pero me parece que estos versos
están en consonancia de ideas con el título de este libro de cuentos y con el deber
aljaba no pierde sus dardos. El escritor los emplea y los sitúa hacia una diana y en
un espacio en los que, sin cesar en su viaje, están siempre en camino y siempre
presentes para quien quiera admirar la precisión de su vuelo y tal vez sentirse
ENRIQUE BADOSA
1961
PRÓLOGO A UN PRÓLOGO
no necesita de prefacio a ninguna de sus obras. Sin embargo, tanto el escritor como los
proemio que escribí a la que sería inicial entrega literaria del escritor. Lo agradezco y
me complace. Es más: me permite la tal vez vanidad de decir, al cabo de muchos años,
que estaba en lo cierto en mis juicios críticos acerca de Aljaba, y que tales juicios
Palacios. Anuncio o deducción fácil de hacer a partir de las premisas que son los
cuentos que componen Aljaba. El tiempo, pues, me ha dado la razón: aquí están -no
todos de fácil presencia en las librerÍas- los títulos que siguieron al primero: La lumbre
y las tinieblas (1966), Velatorio para vivos (1977 Y 1985), Los que regresan (1991) y
ratificando a su autor como uno de los más señeros cuentistas españoles. De ahí que
Bígaro Ediciones se interese por llevar a cabo una tercera entrega de Aljaba.
Lo que al principio pensé y escribí sobre este libro, es muy parecido a cuanto
ahora podría exponer acerca de él y de las demás obras padrosianas. Esto no significa
que Padrós de Palacios no haya, por así decir, progresado en su calidad de escritor.
Quiere decir que desde su primer libro era y es un escritor del todo formado, en
plenitud, maduro. A mi prólogo, pues, me permito invitar al lector que se interese por
unos juicios tanto acerca de Aljaba como de las demás obras de Padrós de Palacios.
época en que los cuentos fueron escritos, sino posteriores, la mayor parte de ellos de
problemático encuentro. Así pues, el «y otros cuentos» que se lee en la portadilla de este
volumen, se refiere a los titulados El aparecido, de La lumbre...; Delincuentes, de
Velatorio...; Los que regresan, del libro de igual título; y El gesto, de El gran
usurpador. Con este añadido, dispondrá de muchas posibilidades de juicio el lector que
con Aljaba se inicie en Esteban Padrós de Palacios. Además, puede que yo no salga del
actualmente está trabajando en su sexta obra. Cada uno de los diecinueve cuentos de tal
libro era una saeta perfectamente lanzada hacia su blanco. Todos los demás cuentos del
resto del trabajo padrosiano también se revelan como flechas de idéntica perfección.
De ahí que el día en que Padrós de Palacios reúna en un solo volumen todos sus
cuentos, bien podría emplear como título general el título con que tal obra comenzó.
Hamlet
A mi madre que me enseñó a leer