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HOMBRE DE CELULOIDE

La Provocación.

Fernando Zamora.

Se apaga la luz. Sobre negro aparecen los créditos de siempre: Charles H. Joffe y Jack Rollins
producen una película de Woody Allen.
Si por casualidad uno es fan del director, puede recostarse con la paz de quien escucha
una misa. Si uno está más bien cansado del tic neurótico del eterno seductor, se pregunta: ¿qué
puede decir Allen verdaderamente nuevo con más de cuarenta películas? A Andrei Tarkovksy, le
bastaron once para decir lo que tenía que decir, que poco, no es.
Match Point comienza y uno se divierte contando clichés: Aquí están los triángulos
amorosos, la música clásica y las conversaciones sesudas que se celebren frente a un vino tinto.
Todo parece tan visto, que no basta ni siquiera la belleza de Scarlett Johansson para
desperezarnos.
Entonces, algo sucede, la trama da un giro y en el match point nos encontramos de frente
con un dilema de resonancias griegas. Hay suspenso, la edición impecable y una fotografía de
tonos tristes apoyan el monólogo del protagonista. El autor ha conseguido de pronto, aparear a
Ricardo III con lo mejor del cine de Bergman.
Chris Wilton (Rhys Meyers) ha dejado de ser un mediocre trepador, con un problema tan
común como aburrido (eso de enamorarse de la concuña resulta más bien vulgar como premisa)
y se ha transformado en Macbeth. Wilton mira los ojos del destino y dice: No, no me arrepiento,
un poco como el don Juan de Mozart.
Sobre la trama insulsa de un hombre pobre que asciende en el frívolo mundo de los ricos
para enamorarse de la gringa tonta que, además, resulta tabú, Allen consigue lo que parecía
imposible: Se reinventa y sobre las bases de una premisa cómica, plantea una pregunta a la altura
del Arte: ¿Existe la justicia? ¿Cómo, si somos producto del azar?
Cuidado con las respuestas fáciles que demos a la pregunta que plantean siempre los
maestros de dramaturgia: ¿salva o castiga el autor a su protagonista?
La comparación con Tarkovsky no es desmedida cuando hablamos de Match Point. Es
evidente que de principio a fin, Allen ha preparado la mesa para servirnos un problema teológico.
Volvamos al principio: Se apaga la luz. Después de la música y los créditos de siempre,
nos encontramos sobre la pantalla con la imagen de una pelota de tenis suspendida sobre la red.
¿De qué depende que caiga de uno u otro lados? ¿Del azar? Esta imagen parece fabricada para
un documental sobre la Incertidumbre, tema que siempre preocupó al director en clave cómica.
Ahora, cuando en Match Point irrumpen los fantasmas (en dramaturgia clásica símbolo del
desorden que produce la transgresión moral) y hay luego un sueño que revela La Verdad, algo
está diciendo el autor. Nunca en una película de Woody Allen irrumpió la magia en forma tan
contundente.
Si uno se fija bien lo escuchará claramente: si hay fantasmas alzados frente a la
transgresión y sueños premonitorios, existen también el orden y la justicia ahí donde nosotros
vemos sólo Caos y Azar. Chris Wilton es verdaderamente trágico cuando dice: No creo en La
Justicia, pero si existe, seré feliz: Pide que venga por mí.

La provocación (Match Point). Dirección: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Música: Bizet,
Verdi. Con: Jonathan Rhys Meyers, Brian Cox y Scarlett Johansson. Estados
Unidos/Inglaterra /Luxemburgo, 2005.

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