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La revelación y la experiencia.

Por: Jesús Piedra Barboza. (2013)

En presente ensayo se desarrollan las ideas más relevantes de Libanio en su obra “Teología de la
revelación a partir de la modernidad.” Y los retos, que según mi parecer, enfrenta la Iglesia en América
Latina.

Luego de exponer brevemente el objetivo, el problema y la tesis de Libanio y comentarlas bajo mi


reflexión personal, realizo un itinerario por su obra, partiendo de los problemas para aceptar la
revelación en la época moderna, parto luego a exigencia de razón por parte de la fe, pasando luego a
presentar la experiencia como interpretadora de la revelación, pasando a explicar la coherencia entre
la experiencia y la revelación, que encuentra su culmen en la Escritura y en la Tradición , y como esta
realidad necesita ser implementada y actualizada en nuestro contexto latinoamericano.

No han sido pocas la grandes y largas guerras que so pretexto de fe se han llevado a cabo en todo el
mundo, dentro de estas nuestra madre Iglesia también se ha visto inmersa, ejemplo de ello son las
múltiples cruzadas por los lugares santos, las guerras por defender los estados papales y la santa
inquisición que aunque no es una guerra propiamente dicha fue una persecución sin medida que cobro
miles de vidas inocentes.

Este motivo ha sido razón suficiente para escribir una gran cantidad de libros que nos recuerdan que la
experiencia de la fe es una experiencia personal, individual y digna de ser compartida, quiero recalcar
esto último, digna de ser compartida no impuesta a los demás. Esto, según mi parecer, ha causado
la aparición de la teología fundamental, la cual “se entiende hoy más comúnmente como la reflexión
sobre la primera realidad cristiana, la revelación de Dios, de la que dio pleno testimonio Jesucristo”
(Libanio, 2002: 68).

No es raro entonces que Joâo Batista Libanio plantease como objetivo principal de su libro: “Teología
de la revelación a partir de la modernidad” “buscar desde el interior de la fe una mayor claridad y
transparencia de la misma, dentro de las posibilidades de su propia naturaleza” (Libanio, 2002: 28).

Ahora bien, es cierto que la fe es una experiencia personal, pero ella misma exige que sea preservada
y transmitida, por lo que nos es casi imposible ignorar lo que hemos recibido desde antaño. La
comprensión de la fe que surge de forma natural en nosotros y que nos exige que la pulamos hasta
que quede clara y transparente, nos lleva a aceptar la revelación histórica por lo que no podemos
pasar de largo ante la historia de las comunidades primitivas, ya que en ellas encontramos la base de
lo que yo y mi comunidad actual estamos viviendo en nuestra realidad social y cultural, en la cual
descubrimos a Dios presente en nuestra fe y otorgándonos el don de la fe.

Me permito citar la parábola de la perla en el campo desde la cual me estoy basando para realizar este
comentario, y la cual, considero, tenía presente Libanio a la hora de plantear el problema de su obra.
“También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que,
al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.” (Mt. 13, 45-46).

He traído a colación el problema central que Libanio tiene presente en su obra, sin embargo, no lo he
mencionado aun, tal problema es: “¿En qué medida la historia de la experiencia de salvación de la
comunidad primitiva (en el mundo greco-judío) puede inspirar y orientar nuestra experiencia (mundo
moderno)?” (2002: 237)

Recapitulando un poco lo que hasta ahora he mencionado puedo citar tres palabras claves, a saber:
experiencia, fe e historia. Esta tres palabras se mesclan, agregue revelación al gusto y tendrá un rico
coctel de historia de la salvación.

Otro aspecto que debemos de tener claro es el carácter de la revelación, la cual “tiene un carácter
profundamente intervencionista de Dios en la historia de los hombres (y las mujeres), sin consideración
de la autonomía del orden y sobre todo del ser humano.” (Libanio, 2002: 49), esta cita constituye la
tesis del autor, a la que debo de decir que deja un cierto sin sabor, puesto que permite entre ver que
Dios no toma en cuenta la libertad humana a la hora de revelarse, atropellándonos con su revelación.
Esto, a mi parecer, es incorrecto y sumándome a la teoría expuesta por Zubíri afirmaría que el hombre
es libre de dejar a Dios revelarse o de ignorarlo hasta el punto de negar su existencia.

Esto no significa que, como afirma Zubíri, estemos exentos del problema de Dios o que este último no
exista por de suyo.

Por lo que llegados a este punto, yo me tomaría la libertad de interpretar estas palabras de Libanio de
la siguiente manera: la revelación de Dios se da en la historia y en las personas, dando libertad a estas
de ignorarla, negarla o aceptarla.

Ahora bien cuales son, según Libanio, los problemas para aceptar esta revelación divina. Podríamos
mencionar dos, la revelación por la razón y la revelación por la fe.

Con respecto a la revelación por la razón, se constituye como un problema desde la ilustración, la cual,
como es sabido, colocó al ser humano en el centro de su reflexión, y, sin duda alguna, lo más
sobresaliente que tiene este es su capacidad de razonar, por lo que todo debe de pasar por su
entendimiento, solo si desde él es comprendida la revelación puede ser aceptada, de lo contrario es
un conocimiento falso, esto representa un problema para la revelación por obvias razones, ella
trasciende la realidad misma de la persona, se manifiesta en la historia pero viene desde fuera de ella,
en pocas palabras la revelación es sobrenatural, por lo que necesita de la fe para poder ser aceptada.
La limitación de la veracidad de las cosas al entendimiento excluyo aquella realidad medieval llamada
fe. Por lo que la revelación se encuentra en nuestros días con el primer gran problema la razón, la cual
niega su presencia reduciéndola a una falacia de la fe. Creada para “atontar” al proletariado y embobar
a los ignorantes.

Así la revelación se redujo a un constructo humano, cuyo único fin es el poder coercitivo de las masas,
una invención que no puede ser recibida por los que proclamaban la iluminación de la razón en ellos,
de esta manera se oyó el grito siniestro de Nietzsche “Dios ha muerto” y hemos sido nosotros los que
lo hemos matado.

Pero que significa la palabra entendimiento, esto es “la actividad mental superior que apunta a la
conexión y unidad definitiva del saber y del operar” (Libanio, 2002: 42)

En el caso de América Latina esta corriente del pensamiento trajo consigo un grave problema, no solo
se desprecia a la fe y todo su contenido, también se desprecia a toda persona que la proclame.

“Los pobres en esa modernidad están excluidos del discurso, de la palabra leída y escrita, de la
fuerza del dinero, del poder del prestigio y del “status”, del culto de la forma y de la belleza. No
saben ni hablar bien ni leer, no tienen dinero…, no pueden frecuentar los mismos recintos de
los modernos. Pero, irónicamente, ellos construyen las maravillosas habitaciones en que no
van a vivir, tejen las costosas ropas que no van a vestir, limpian los aeropuertos y hoteles que
otros frecuentan, ven el mundo de los ricos en los sueños de las novelas, para despertar entre
las paredes de una choza. Son constructores materiales del mundo moderno, excluidos de su
usufructo.” (Libanio, 2002: 168).

En conclusión, la revelación por la razón es imposible en la modernidad, este a posteriori que presento
Santo Tomas no es ahora más que un discurso risible y carente de sentido, por la razón, se proclama
en la actualidad, no se puede conocer a Dios, por el contrario, por la razón se ve la religión como una
estrategia de dominación solapada y generalmente aceptada.

Por esto no es raro que figuras en las que surge con fuerza la revelación en la actualidad, como es el
caso de Mons. Romero, sean usadas como figuras políticas con las cuales se quiere subyugar a los
pobres.
En tales casos, lamentablemente debemos sumarnos a estos racionalistas, y afirmar que la revelación
por la razón es imposible, ya que la es personal, pero al mismo tiempo es inclusiva, en especial incluye
a los pobres, los anagüin, en los cuales y por lo general se revela Dios, por este motivo es imposible
ver en la razón moderna algún rastro de revelación ya que ella es excluyente, y no hay nada más
contrario al querer de Dios, uniéndonos a Zubíri podemos decir que la fe que surge de la revelación es
religante, no solo con el Creador, también con el prójimo.

“Mostrar la coherencia intrínseca entre la estructura profunda del ser humano y la revelación
de Dios. Solamente la revelación ofrece inteligibilidad perfecta del ser humano. Y solamente la
estructura trascendental del espíritu hace inteligible y posible el acogimiento de la revelación.
Se pretende establecer la delicada articulación entre la existencia humana, como a priori
trascendental de la fe y el cristianismo como a posteriori histórico.” (Libanio, 2002: 195)

Ante esta razón moderna los apologistas están equivocados al presentar “la revelación como algo
sólidamente fundado y, por consiguiente, a la altura de las exigencias de la “razón critica” de todos los
tiempos.” (Libanio, 2002: 32) Al menos en nuestra perspectiva latinoamericana me uno a Libanio el
cual afirma que “la verdad revelada es para ser “hecha verdad” y no para ser aprendida como verdad”
(2002: 322). Esta crítica nos pone frente a una realidad teológico-eclesial muy profunda y preocupante,
que exige de los teólogos y pastores de América Latina una tarea reformadora muy grande, que sobre
pasa un simple sínodo, que tiene como fin publicar un bello libro de reflexiones sobre la situación
actual en nuestra región, pero que nunca será puesto en práctica.

Como solución a este problema Libanio propone una solución un poco más que interesante: la
revelación debe ser vivida no enseñada.

Ante todo lo presentado cabe hacerse la pregunta ¿Por qué representa un problema para aceptar la
revelación, la revelación por la fe? La respuesta es muy simple “es la misma fe la que pide
inteligibilidad” (Libanio, 2002: 172).

Con esto volvemos casi que íntegramente al objetivo planteado por el autor, la claridad y transparencia
de la fe, exige que esta sea justificada por la razón, un divorcio completo entre la fe y la razón como el
presentado por la modernidad, niega la revelación puesto que la mutila mortalmente llevándola hasta
su exterminio.

“La revelación es todo: desde el rito, en el que se presencializa la acción primordial divina,
hasta el mito en el que la experiencia de lo sagrado se convierte en narración; desde la oración,
donde lo divino se hace presencia dialogante, hasta la acción moral, donde es simple presencia
que manda, ampara o juzga; desde el templo y los lugares donde se configura la presencia
hasta las mil modalidades de hierofanías, en las que aparece la infinita riqueza de su rostro, o,
incluso, hasta el tabú, donde se manifiesta el aspecto negativo de su poder” (Libanio, 2002:
291).

En tal caso es más que comprensible porque el limitar la revelación a la fe es un problema para
aceptarla, cuando la revelación se limita a la fe sin ningún cuestionamiento, posee dos opciones una
es la de querer imponer mi revelación a la fuerza, esto como tal es ya un problema; la otra opción es la
de vivir mi revelación de una manera personal e intimista, ambos casos tiene como principal problema
la preservación y transmisión de la revelación, ya que en la primera al ser impuesta está destinada a
desaparecer, cuando los hombres y mujeres a los que fue impuesta se ven liberados de ella la
eliminaran desde raíz, y en el segundo caso no es ni necesario explicar mucho, con la muerte del
individuo muere la revelación.

Otro problema es el de los milagros, por dos motivos, estos no pueden ser explicados por la razón,
limitándolos al aspecto de la fe, pero está necesita la corroboración del entendimiento para poder
aceptarla como una revelación divina.“El milagro participa de la misma naturaleza de un acto creativo
y, en buena filosofía, solamente Dios puede crear y ninguna criatura puede por sí misma participar de
ese acto a no ser como mediadora de Dios.” (Libanio, 2002: 45)

En fin la fe por sí sola no puede encerrar el misterio de la revelación, ya que esta no se limita a una
acción sobrenatural, la revelación no es solo milagros y experiencias místicas, es también experiencia
y silencio. Y la profundidad de la experiencia y del silencio se clarifican con la reflexión, la cual tiene
como requisito la razón, la una sin la otra son solo vació y ruido.

El problema de aceptar la revelación por la fe radica en la experiencia, esta es tan ordinaria y simple
que la fe la pasa por alto, ignorándola y hasta negándola.

Ahora bien, lo que es la base del problema, la experiencia, es al mismo tiempo su solución, ¿por qué?
Porque la fe es una respuesta y, como Zubíri afirma, la experiencia del ser humano es también una
respuesta al problema de Dios, como dice Libanio.

“Esa experiencia llega a su punto culminante cuando la pregunta y la respuesta se dan en el


mundo de la gracia de la comunicación de y con Dios; el Hombre (y la mujer) pregunta a Dios y
es preguntado por Dios. Responde a Dios y es respondido por Dios. Pregunta por Dios sólo
porque antes Dios preguntó creativa y salvíficamente por él. Responde a Dios sólo porque
también Dios respondio creativa y salvíficamente.” (2002, 208).
Por fin el Concilio Vaticano II zanjó estos problemas de una manera definitiva, al afirmar que la razón y
la fe son complementarias y necesarias, solo juntas puede se acepta y se vive la revelación.

Como lo que he dicho, la revelación necesita de la historia y del ser humano, el cual la vive como una
experiencia, misma que podemos llamar como encuentro entre Dios y los hombres.

Personalmente considero que una dificultad eclesiástica latente en Latinoamérica es la catequesis, la


cual transmite la divina revelación en un método dogmático, que no propicia de ninguna manera la
experiencia y, para terminar de rematar, la teoría transmitida no es ni siquiera la más básica, por lo que
la mayoría de cristianos que se ven cuestionados por su fe, no encuentran sostén fuerte para dar
razón de su fe. Provocando crisis de fe.

La realidad actual urge la experiencia de Dios como un necesario para construir su respuesta de fe, es
especial en nuestros pueblos latinoamericanos, hemos superado la etapa de la costumbre, de la
tradición, aquella respuesta de que soy católico porque mis padres lo eran, ahora no es justificación
validad para tal pregunta.

Ha este respecto todos los teólogos, todas las corrientes teológicas coinciden, la experiencia personal
y comunitaria es necesaria para la correcta interpretación de la revelación y la construcción de la fe
recta.

“Son las experiencias las que más aproximan o alejan a las personas de la revelación y no tanto los
argumentos lógicos” (Libanio, 2002: 50). Una de las principales características de la experiencia
religiosa es la libertad, por ello es que esta es capaz de interpretar la revelación, porque libre de las
estructuras sociales descubre al Dios que le habla.

Desde aquí, se explica como es que tantos hombres y mujeres del Antiguo y Nuevo testamento se
salen del cajón de sus contextos, y proclaman las maravillas de Dios. Más aun, este era un requisito
en el Antiguo Testamento para reconocer la intervención de Dios.

Ejemplos como los de Rut, Ester, entre otros en donde estas mujeres se manifiestan con libertad,
hablan ante la corte, se pronuncian en juicio, toman la justicia en sus manos y hasta destruyen
ejércitos enteros, todo esto sin importar su condición de mujeres o niños, los cuales, a nivel
sociocultural, eran simples pertenencias del varón.

Tal vez el caso más sorprendente es el de la casta Susana, quien confió en Dios y en su justicia y
experimento su mano poderosa a través de un niño que superando la “inteligencia” de los jueces salva
la vida de esta mujer.
Pero el caso sublime en el que la libertad se manifiesta como la lupa de la interpretación de la
revelación se da en la revelación plena, es decir en Jesús mismo.

“Jesús se muestra un hombre libre, libre ante Dios y para Dios. Libre ante los hombres (y
mujeres) y para los hombres (y mujeres). Esa libertad es insólita, y los contemporáneos de
Jesús lo reconocen mediante sus dudas al definir la personalidad de Jesús… cada uno percibe
más o menos conscientemente que esa libertad no tiene fundamento en sí misma: revela un
“realidad” cuyos contornos nadie consigue fijar. Se presenta una personalidad excepcional, una
misión que se enraíza en la esperanza bíblica.” (Libanio, 2002: 238).

En síntesis la revelación solo se puede dar a través de la experiencia, esta a su vez da como fruto la
libertad en el actuar y en el pensar, y se constituye como una herramienta que iluminada por la luz de
la razón (en el magisterio y la Tradición) y la fe (la Sagrada Escritura) interpreta la revelación,
conservándola y transmitiéndola.

Otra clave, y la más importante de todas, para la interpretación de la revelación, es, y como ya lo he
citado antes, la persona Cristo, en quien adquirimos libertad absoluta y en quien la ejercemos, solo
desde su persona la revelación alcanza el sentido pleno y salvífico querido por Dios. Sin él todo intento
de interpretar la revelación no pasaría de un bonito discurso vacío.

Siguiendo en este mismo tema de la revelación podemos ver como ella es un puente y como puente
urge de dos polos separados en los cuales descansa y une, tales polos son Dios y el género humano.
Por este motivo es que la revelación se da de forma sobrenatural y trascendente, desde la acción
divina y como racional e histórica, desde la perspectiva humana.

Sin embargo, como revelación debe traer algo nuevo, actual, y al mismo tiempo antiguo y pleno
(fundamentado en la revelación plena en Cristo). Por lo que “cada expresión religiosa es, al mismo
tiempo, creación de la carencia humana y manifestación de la presencia reveladora de Dios en esa
misma creación humana.” (Libanio, 2002: 289).

Es sorprendente en este punto ver la iniciativa divina por introducir al ser humano en su misterio, pues
el hombre y la mujer por sí solos no pueden conocer a Dios, aunque quieran ser como dioses, esto
escapa de sus manos sin la ayuda divina que les capacita para contemplarle cara a cara sin morir.

Pero ¿qué es lo novedoso de la revelación divina? Tal vez lo más impactante es que el Dios que se
manifiesta es un Dios comunitario, y nos invita a ser comunidad con él, esto implica, claro esta, la
comunión con nuestro prójimo.
El Dios que sale en nuestra búsqueda, quien caminando por el paraíso (en El génesis) nos pregunta
¿Dónde estás? Es el mismo Dios, que en apocalipsis quiere hacer morada en nosotros, de forma que
ya no necesitemos más luz de lámpara ni de sol.

Este Dios comunidad se nos revela como trinidad como caridad, y nos invita a ser uno con él (Cfr.
Libanio, 2002: 100).

El principal motivo de la revelación del Dios comunidad es el amor, quiso buscar al hombre y a la mujer
revelándose como la fuente misma del amor, este amor es capaz de existir únicamente en la
comunidad, un Dios no trinitario carece de amor, en su lugar posee ego y soberbia (impulsadores del
castigo, la venganza, de la exigencia de latría y de la obligatoriedad de los sacrificios.) En nuestro
caso el Dios que se nos revela en nuestra historia nos invita a la trascendencia, desea como dice, el
catecismo de la Iglesia Católica que “estemos con él” por eso la gran pregunta en el momento del
pecado ¿Dónde estás?

En lugar de un Dios castigador tenemos a un Dios misericordioso, dispuesto a perdonar, que sale en
nuestra ayuda, en este punto es muy sugestiva la pintura de Miguel Ángel en la capilla Sixtina al
momento del encuentro de Adán con Dios, es evidente que quien extiende su dedo para llegar al otro
es Dios, Adán por su parte parece no hacer el más mínimo esfuerzo.

Al ver en un solo conjunto el misterio de la revelación queda al descubierto el proceso trinitario,


inclusive muchos teólogos, de manera incorrecta, han dividido las épocas históricas en cada una de
las personas de la Santísima Trinidad, otorgando al principio de la economía salvífica el título de la
época de Dios Padre, luego la época del Hijo y nos ubican en la actualidad en la época del Espíritu.

No hay nada más lejano que eso en el misterio de la revelación, ciertamente Dios ha respetado
nuestras capacidades y se ha manifestado de manera progresiva, sin embargo, siempre ha actuado en
comunidad, nunca aisladamente, a tal punto que creemos en un solo Dios, y este como Padre, Hijo y
Espíritu Santo.

Tal vez el ejemplo más claro nos lo presenta el Génesis al referirnos la creación del mundo, Dios
Padre en su sabiduría decide crear, pero crea a través de la Palabra o dicho de otra manera, a través
del Hijo, quien vence el caos del mundo creado por la fuerza del Espíritu que revoloteaba sobre las
aguas. De la misma manera en la revelación es Dios Padre quien tiene la iniciativa y actúa insuflando
su Espíritu en los patriarcas y en los profetas, revelándose plenamente en su Hijo.

Siendo en él donde se ve como esta en el corazón de Dios la “religación”; porque en él el hombre


trasciende hasta la comunidad divina, puede, por fin, ver el rostro de Dios sin morir, y Dios asume
nuestros límites históricos sensoriales, nuestra inmanencia. Este es el puente terminado y transitado.
“Un hombre, Jesús de Nazaret, se presenta con la triple pretensión de ser mesías, Hijo del Hombre e
Hijo de Dios. Y esta triple pretensión se resume, al fin y al cabo, en la función del revelador divino.”
(Libanio, 2002: 46)

Pero cuál es el fin de este querer de Dios, San Irineo lo resume diciendo “la gloria de Dios es que el
hombre (y la mujer) viva y la vida del hombre (y la mujer) es la contemplación de Dios”. En palabras
más simples, el principal querer de Dios es que el ser humano este con él, para lo cual es necesaria la
salvación del género humano, por esto es que la revelación cumple una función salvadora, no por
nada se le ha llamado “historia salutis” o historia de la salvación.

Ha este respecto la teología franciscana y la teología agustina han encontrado un punto de pugna, al
referirse al motivo de la encarnación del Hijo, ya que la teología agustiniana sostiene que Jesús se
encarna por culpa del pecado de Adán, solo por el pecado es necesaria la revelación ¡oh feliz culpa
que mereció tan grande redentor!; por otro lado la teología franciscana sostiene que la encarnación se
da por amor, eliminando así la necesidad del pecado, aunque Adán no hubiera pecado Dios hubiese
tomado nuestra condición para llevarnos hasta él por el vínculo del amor.

No habría que ser un gran lógico matemático para descubrir que si en Jesús se cumple la revelación
plena de Dios y en el quedamos religados, en él también se cumple la salvación plena, por la cual
somos uno con él y el Padre.

Así pues “el Dios trino de la revelación histórica, de la economía salvífica, es el mismo Dios trino de la
vida interna inmanente. Él es la salvación y la felicidad de la humanidad. Por eso se revela realizando
la salvación, realiza la salvación revelándose.” (Libanio, 2002: 100)

He hablado de la experiencia y de la revelación pero ¿Cuál es la coherencia que existe entre ellas? El
mejor ejemplo de esto es la Sagrada Escritura y la Tradición en ellas se encierran las experiencias de
un pueblo, escogido por Dios, el cual experimento en su historia el paso de Dios y su salvación hasta
la plenitud en Cristo Jesús. Quien les mostro el rostro amoroso y trino de Dios.

Sin más palabras considero que al respecto Libanio recoge dos párrafos que resumen perfectamente
lo que deseo presentar en este respecto. “La biblia lee la historia bajo el ángulo de la relación de Dios
con los hombres, es decir, bajo el prisma de la historia de la salvación, de manera especial de un
pueblo y de una comunidad, pero con significado universal, descubriendo, en último análisis, el sentido
último de la existencia humana.” (2002: 385).
“Sin la tradición no se puede decir qué es la Escritura, ni lo que significa, ni lo que nos
transmite. De poco servirá apelar a “la” Escritura, si no se explica lo que se entiende por esta
palabra o en qué contexto deberá ser interpretada.” (Libanio, 2002: 445).

Es precisamente por esto que podemos decir que la coherencia entre la revelación y la experiencia se
encuentra plasmada en la historia de la salvación contenida en la Escritura y en la Tradición. Por eso
no está lejos la promesa hecha por Dios a Abraham “y este pueblo será bendición para todos los
pueblos del orbe.”

Ahora bien, como es que este pueblo, como es que esta historia que sucedió hace más de dos
milenios puede enseñarnos algo hoy, donde nuestros contexto han variado tanto, y más aún donde la
realidad continental no es la misma que en la que ocurrieron los hechos en ella contenidos. Empezare
por decir que “la única manera de decir lo mismo en un contexto que ha cambiado es decirlo de
manera diferente.” (Libanio, 2002: 424)

Creo que ejemplo de esto es la línea de trabajo que, hasta el momento, ha presentado el papa
Francisco, en donde se nota como la interpretación de la historia de la salvación vivida en
Latinoamérica es para Europa, y, en cierta manera, para la Iglesia universal, una reforma más que
necesaria para dejar actuar al Espíritu de Dios.

Por lo que con Libanio podríamos decir que “la Biblia nació de la preocupación de encontrar, en la
realidad conflictiva de cada época, la llamada del mismo Dios de siempre.” (2002: 482). Continuadora
de esta preocupación es la madre Iglesia, a la cual la modernidad le está planteando un reto enorme a
la hora de transmitir, lo que a su vez ella ha recibido. Este reto no es el mismo en todas partes, por lo
que se ve incrementado, en Europa la transmisión se enfrenta con el problema de la razón y del
ateísmo. En América se enfrenta con el problema de la exclusión de los pobres y de los necesitados,
en Asia con el problema del capitalismo desmedido y del acelerado crecimiento social y la imposición
de dictaduras políticas, en África se enfrenta con el problema del hambre y la guerra.

Cada una de estas realidades exige de los cristianos una respuesta adecuada a sus experiencias
diarias y en consonancia con la Tradición recibida, exige ejemplos no doctrinas, exige entregas y
servicios no funcionarios y administradores.

Desde aquí es que “[la tradición cristiana] constituye “la historia en acto de esa plenitud [revelación]
(posible) en la historia”” (Libanio, 2002: 413).

Conclusiones.
a) El hombre (y la mujer) actual tiene serios obstáculos para aceptar la revelación con una
respuesta personal, pero también manifiesta otras señales de apertura a la trascendencia. (Libanio,
2002: 501)

b) El concilio (Vaticano I) afirma los dos polos: la posibilidad, la existencia de una


revelación sobrenatural en contraposición a la absoluta autonomía de la razón, y la capacidad de la
razón humana para conocer la verdad en contraste con un irracionalismo. (Libanio, 2002: 37)

c) La revelación de Dios al hombre (y la mujer) tuvo lugar en la historia. Se establece un


círculo hermenéutico entre la revelación y la historia. ((Libanio, 2002: 501)

d) La revelación tiene una historia con diversas etapas, que van manifestando cada vez
más el ser de Dios y su plan salvífico. (Libanio, 2002: 501)

e) La revelación de Dios está destinada a toda la humanidad de todos los tiempos,


garantizada por una tradición viva. Jesucristo se convierte en la clave hermenéutica para interpretarla.
Una posición fixista o relativista no da cuenta de su interpretación, sino solamente una comprensión
dialéctica. (Libanio, 2002: 501)

Balance valorativo.

Desde mi opinión la lectura de esta obra es sumamente interesante, por lo que se merece una lectura
más lenta y profunda para poder disfrutarla de una mejor manera.

Considero que la presencia del tema de la experiencia humana y la revelación es un tema de mucha
importancia, sin embargo, es un tema que se ha opacado por la doctrina didáctica, por lo que
rescataría como positivo el hecho de presentarlo desde la perspectiva en la que lo presento, no
obstante considero que en un segundo momento abandona esta perspectiva para caer en la trampa de
la doctrina didáctica, desde este punto, creo que le hubiese sido de más provecho llevar al máximo la
perspectiva de la experiencia-revelación y como esta se puede traer hasta nuestros días para mejorar
la vivencia de la fe.

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