Los griegos fueron de origen campesino y su religión conservó siempre el carácter que le dieron en
un principio aquellos hombres apegados a la tierra. El campesino, apenas levantado, se asoma a la
puerta de su casa y en la madrugada de la mañana, con temor y respeto, eleva su mirada hacia la
colina cercana. Allí, en la altura, reside un dios todopoderoso, Zeus, que puede convocar todas las
nubes y distribuir las lluvias.
Al pasar cerca de un montón de piedras (un herma), parecido a todos los que a través de los
campos jalonan su camino, se inclina, recoge una piedra y piadosamente la coloca sobre las otras;
este montículo es sagrado: Hermes, el dios de los viajeros, lo habita. También es sagrada la tumba
donde descansa algún muerto conocido, un héroe local. El campesino camina observando
atentamente a su alrededor. El río que atraviesa, la fuente donde se abreva, están poblados de
divinidades. La diosa Deméter protege el campo que va a sembrar.
Un gesto suyo, torpe o descuidado, en el mundo viviente y sensible que lo rodea, puede ofender a
un dios, herirlo y desatar su cólera. Si sube a la montaña penetra en el ámbito menos familiar de
los dioses que allí viven. Las divinidades de la naturaleza se agitan constantemente a su alrededor.
Las ninfas de las aguas y de los bosques pasan escoltadas por la "dama de los lugares salvajes".
Artemisa, y el marino que osa aventurarse en el mar se somete a los caprichos de un dios irritable
y celoso: Poseidón. Las olas del mar están pobladas de nereidas y sirenas que poseen la seducción
mortal de los mundos desconocidos. Ante esta naturaleza extraña, a menudo hostil, el griego se
siente seguro en su casa, protegido por Zeus, y cerca de sus genios domésticos.
Los griegos viven entre los innumerables dioses que ellos mismos han esparcido por el mundo.
Unos son humildes divinidades de la caza y de los campos, asociadas a la existencia cotidiana;
otros, grandes dioses más lejanos, que suelen manifestarse por ciertos signos: truenos,
relámpagos o sueños y hasta se mezclan con los hombres, ¿Este extranjero, este mendigo —se
suelen preguntar— no será un dios disfrazado?.
Los griegos le atribuyen a la mayoría de los dioses, apariencia y sentimientos humanos. En los
tiempos primitivos de su civilización, el griego había sentido la debilidad del hombre frente a las
fuerzas desconocidas que lo asedian y amenazan. Incapaz de explicarlas, las atribuye a voluntades
superiores a la suya, es decir, a voluntades divinas. Las venera bajo todas las formas en que se
manifiestan: en la piedra, en e] animal, en el viento, en el rayo. Después las va modelando a su
imagen; un dios que tiene forma de hombre puede inspirar temor y respeto, pero no el horror a lo
desconocido.
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La Mitología griega son creencias y observancias rituales de los antiguos griegos, cuya civilización
se fue configurando hacia el año 2000 a.C. Consiste principalmente en un cuerpo de diversas
historias y leyendas sobre una gran variedad de dioses. La mitología griega se desarrolló
plenamente alrededor del año 700 a.C. Por esa fecha aparecieron tres colecciones clásicas de
mitos: la Teogonía del poeta Hesíodo y la Iliada y la Odisea del poeta Homero.
La mitología griega tiene varios rasgos distintivos. Los dioses griegos se parecen exteriormente a
los seres humanos y revelan también sentimientos humanos. A diferencia de otras religiones
antiguas como el hinduismo o el judaísmo, la mitología griega no incluye revelaciones especiales
o enseñanzas espirituales. Prácticas y creencias también varían ampliamente, sin una estructura
formal — como una institución religiosa de gobierno — ni un código escrito, como un libro
sagrado. Principales dioses
Los griegos creían que los dioses habían elegido el monte Olimpo, en una región de Grecia
llamada Tesalia, como su residencia. En el Olimpo, los dioses formaban una sociedad organizada
en términos de autoridad y poderes, se movían con total libertad y formaban tres grupos que
controlaban sendos poderes: el cielo o firmamento, el mar y la tierra.
Los doce dioses principales, habitualmente llamados Olímpicos, eran Zeus, Hera, Hefesto,
Atenea, Apolo, Artemisa, Ares, Afrodita, Hestia, Hermes, Deméter y Poseidón.
LOS MITOS: Los griegos no se limitan a concebir los dioses a su imagen. A los más importantes
les atribuyen una personalidad, una historia y múltiples aventuras. Los relatos maravillosos que
cuentan estas historias, estos mitos, cuyo conjunto forma la mitología, se habían elaborado
lentamente en el curso de siglos oscuros, durante los cuales se formó el pueblo griego.
Divinidades indoeuropeas, como Zeus, prehelénicas y cretenses como Deméter y más tarde las
asiáticas, se habían incorporado confundiéndose a veces con otras.
Muertos ilustres fueron elevados a la categoría de semidioses y aparecieron también numerosas
leyendas nuevas. Así se acumuló un conjunto de creencias, de tradiciones poéticas, de cuentos
populares. Con esta materia, maleable como la arcilla, poetas y artistas modelaron la imagen
definitiva de los dioses.
Homero definió y precisó su personalidad; Hesíodo, sus lazos de parentesco, y más tarde bajo el
buril de los escultores, estas sombras nacidas de la imaginación de un pueblo acabaron por
perfilarse en el mármol y en el bronce y adquirieron una forma concreta. Los mitos de los dioses
no dejaron de evolucionar, mientras la civilización griega mantuvo su impulso creador.
LA MITOLOGÍA: La mitología ofrece primero una explicación del origen del universo, de los dioses
y de los hombres.
En un principio todo estaba mezclado en una masa confusa que los griegos llamaban caos.
Primeramente se liberaron Nix (la noche de lo alto) y su hermano Erebo (oscuridad de los
infiernos); poco a poco los dos se separaron. Erebo desciende; Nix se instala en una esfera
inmensa que se divide en dos mitades una es Urano (la bóveda celeste); la otra, Gea (la tierra).
De su unión nacen los titanes (Océano, Yapeto, Cronos), los cíclopes, los monstruos de cien
brazos, los gigantes y otras divinidades fantásticas que la mitología distribuye sobre la tierra.
Cronos destrona a su padre, y por temor a sufrir una suerte parecida devora a cada uno de sus
hijos. Rea, su esposa, puede llegar a salvar el último de ellos, Zeus; Cronos en su lugar devora
una piedra, envuelta en pañales que aquélla le ofrece; Zeus se esconde en una caverna de Creta;
más tarde obliga a su padre, por efecto de una droga, a dar nuevamente vida a todos sus hijos.
Con la ayuda de éstos, y la de los cíclopes y los gigantes, emprende la tarea de destronar a su
padre, empresa que apoyan los otros titanes. Zeus, después vence a los titanes y a los " gigantes
y puede reinar como dueño sobre el Universo. La era de los monstruos primordiales termina.
Comienza la de los hijos de Cronos, los olímpicos que encuentran en su reino una primer raza de
hombres cuya creación se atribuye el titán Prometeo, hijo de Yapeto.
El titán sustrae para ello una partícula de fuego arrancada a la rueda del sol. Zeus, furioso, lo
encadena sobre el Cáucaso, donde un águila le devora sin descanso su hígado que vuelve a
crecer. Zeus extermina a los hombres enviando el diluvio; solamente sobrevive Deucalión, hijo de
Prometeo, y su mujer; quienes arrojan por encima 'de sus hombros piedras que se transforman
en hombres y mujeres.
Así aparece una nueva humanidad que no le debe nada a los grandes dioses pero que, nacida de
la' acción de los titanes, está ligada a los olímpicos por un cierto parentesco. Los dioses y los
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hombres son de naturaleza semejante, pero los dioses son más poderosos y están mejor
dotados. Los contemporáneos de Hornero y de Hesíodo consideraban al mundo como una
inmensa ciudad. Los dioses son los aristócratas; los hombres los plebeyos. Estas dos clases de
barreras no son infranqueables. Los dioses pueden aliarse con los simples mortales, y por sus
hazañas, los hombres, es decir los héroes, pueden elevarse a la categoría de dioses.
DIOSES OLÍMPICOS: Los grandes dioses que residen en la cima del Monte Olimpo son los
descendientes de un mismo antepasado, Cronos, y forman un verdadero genos alrededor de
Zeus. A él pertenecen sus hermanos (Poseidón y Hades), sus hermanas (Hestia, Deméter, Hera)
y sus hijos (Apolo y Atenea). Después de la derrota de Cronos, Zeus conserva su autoridad sobre
el universo entero como jefe de un clan. En esta familia divina cada miembro tiene su
personalidad y sus atributos.
Zeus, armado del rayo, es el dueño del cielo. Poseidón, provisto de un tridente, domina el mar.
Hades reina sobre el mundo subterráneo y el mundo de los muertos. Hestia, diosa del hogar,
permanece inmóvil en el Olimpo, como el hogar en la casa de los hombres. Deméter protege la
tierra cultivada; Hera, esposa de Zeus, vela sobre el matrimonio.
En seguida vienen los hijos de Zeus; Apolo, el dios resplandeciente, preside la adivinación, la
medicina, la música, y la poesía. Artemisa, la luna, es la diosa de la naturaleza salvaje; la bella
Afrodita representa el amor, la naturaleza fecunda. La sabia y fría Atenea simboliza la inteligencia
y la razón. Es una diosa guerrera, armada dé lanza y de escudo, y en la paz es la protectora de
los artesanos. Hermes, mensajero del Olimpo, ayuda a los viajeros, a los mercaderes y guía las
almas en el camino de los infiernos. El brutal Ares es el dios de la guerra; Hefaisto, el herrero
cojo, el dios del fuego y de todas las artes y artesanos que se servían de aquel elemento en su
trabajo, especialmente los fundidores de bronce. Dionisio, el recién llegado, personifica la viña, el
vino y la vegetación.
Alrededor de estos grandes dioses se reúnen una cantidad de divinidades menores: las ninfas
rodean a Artemisa, los sátiros forman la bulliciosa escolta de Dionisio, y el cortejo de Apolo, que
es el padre de Esculapio, el dios de la medicina, lo integran las musas (Melpómene, Talía,
Calíope, Erato, Clío, Euterpe, Tersícore, Polimnia y Urania).
LOS HÉROES: Considerados por la leyenda como hijos de un dios o de una diosa, los héroes o
semidioses fueron sin duda en su origen personajes ilustres a los que sus conciudadanos después
de su muerte les dedicaron un culto ? los semidivinizaron. Estaban vinculados con una ciudad o una
región ¡r sobre ellos se contaban las más sorprendentes aventuras.
TESEO: El héroe de Atenas había vencido al Minotauro y unificado el Ática. Con sus compañeros,
los argonautas, Jasón, el héroe de Tesalia, había partido para la lejana Cólquide, donde conquistó
el vellocino de oro. Estos mitos conservan sin duda un fondo histórico. Parecen representar unos el
fin de la tutela cretense sobre el Ática, y el otro la expedición aquea en busca; ide los metales
preciosos del Cáucaso.
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Poseidón Neptuno
Señor de los mares, los terremotos y los caballos. Los símbolos incluyen el caballo, el
toro, el delfín y el tridente. Medio hijo de Crono y Rea. Hermano de Zeus y Hades.
Casado con la nereida Anfítrite, aunque, como la mayor parte de dioses masculinos
griegos, tuvo muchos amantes.
Dioniso Baco Dios del vino, las celebraciones y el éxtasis. Dios patrón del arte del teatro. Los
símbolos incluyen la vid, la hiedra, la copa, el tigre, la pantera, el leopardo, el delfín y
la cabra. Hijo de Zeus y de la mortal princesa de Tebas Sémele. Casado con la
princesa cretense Ariadna. El olímpico más joven, así como el único nacido de una
mujer mortal.
Apolo Apolo
o Febo Dios de la luz, el sol, el conocimiento, la música, la poesía, la profecía y el tiro con arco.
También considerado el dios de la medicina, de las profecías. Los símbolos incluyen el
sol, la lira, el arco y la flecha, el cuervo, el delfín, el lobo, el cisne y el ratón. Hermano
gemelo de Artemisa. Hijo menor de Zeus y Leto.
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Artemisa Diana
Diosa virgen de la caza, la virginidad, el parto, el tiro con arco y todos los animales. Los
símbolos incluyen la luna, el ciervo, el perro de caza, la osa, la serpiente, el ciprés y el
arco y la flecha. Hermana gemela de Apolo. Hija mayor de Zeus y Leto.
Hermes Mercurio
Mensajero de los dioses; dios del comercio y los ladrones. Los símbolos incluyen
el caduceo (vara entrelazada con dos serpientes), las sandalias y el casco alados, la
cigüeña y la tortuga (cuyo caparazón usó para inventar la lira). Hijo de Zeus y la ninfa
Maia. El segundo olímpico más joven, apenas mayor que Dioniso. Se casó con Dríope,
hija del rey Dríope, y su hijo Pan se convirtió en el dios de la naturaleza, el señor de los
sátiros, el inventor de la flauta y el compañero de Dioniso.
Atenea Minerva Virgen diosa de la sabiduría, la artesanía, la defensa y la guerra estratégica. Los
símbolos incluyen la lechuza y el olivo. Hija de Zeus y de la oceánide Metis, surgida de
la cabeza de su padre totalmente adulta y con armadura de combate completa después
de que este se hubiera tragado a su madre.
Ares Marte Dios de la guerra, la violencia y el derramamiento de sangre. Los símbolos incluyen el
jabalí, la serpiente, el perro, el buitre, la lanza y el escudo. Hijo de Zeus y Hera, todos los
otros dioses (con exclusión de Afrodita) lo despreciaban. Su nombre latino, Marte, nos
dio la palabra "marcial"
Afrodita Venus Diosa del amor, la belleza y el deseo. Los símbolos incluyen la paloma, el pájaro, la
manzana, la abeja, el cisne, el mirto y la rosa. Hija de Zeus y de la oceánide Dione, o tal
vez nacida de la espuma del mar después de que la sangre de Uranogoteara sobre la
tierra y el mar tras ser derrotado por su hijo menor Crono. Casada con Hefesto, aunque
tuvo muchas relaciones adúlteras, en especial con Ares. Su nombre nos dio la palabra
"afrodisíaco"
Hefesto Vulcano Maestro herrero y artesano de los dioses; dios del fuego y la forja. Los símbolos incluyen
el fuego, el yunque, el hacha, el burro, el martillo, las tenazas y la codorniz. Hijo de Hera,
por Zeus o solo. Después de que él naciera, sus padres le arrojaron fuera del monte
Olimpo, aterrizando en la isla de Lemnos. Casado con Afrodita, aunque a diferencia de la
mayoría de los maridos divinos, raramente fue licencioso. Su nombre latino, Vulcano,
nos dio la palabra "volcán".
Deméter Ceres Diosa de la fertilidad, la agricultura, la naturaleza y las estaciones del año. Los símbolos
incluyen la amapola, el trigo, la antorcha y el cerdo. Medio hija de Crono y Rea. Su
nombre latino, Ceres, nos dio la palabra "cereal".
Hades Plutón
Dios del inframundo, de los muertos y las riquezas de la tierra («Pluto» se traduce como
«el rico»), nació en la primera generación olímpica, pero debido a que vive en el
inframundo en vez de en el monte Olimpo, suele no ser incluido entre los doce olímpicos.
Robó a Perséfone de la Tierra y la convirtió en su esposa en el inframundo, de donde la
dejaba salir cada seis meses para reunirse con su madre.
Hestia Vesta Diosa del hogar, del correcto orden de lo doméstico y de la familia. Nació en la primera
generación olímpica y formó parte de los doce olímpicos, pero los relatos sugieren que
cuando Dioniso llegó al monte Olimpo ella le cedió su lugar en los doce para evitar
discordias. Se dice que cuando los olímpicos se dirigían a la guerra, la que respaldaba el
Olimpo era Hestia. Ella era la única que no iba a la guerra.
Eros Cupido El dios del amor sexual y la belleza. También era venerado como una deidad de la
fertilidad, hijo de Afrodita y Ares. Se le representaba a menudo portando una lira o un
arco y una flecha. Es a menudo acompañado por delfines, rosas y antorchas.
Heracles Hércules
Un héroe divino (semidios), hijo de Zeus y Alcmena, hijo adoptivo de Anfitrión y bisnieto
(y hermanastro) de Perseo (Περσεύς). Fue el más grande de los héroes griegos, un
parangón de la masculinidad y un campeón de la orden olímpica contra los monstruos
ctónicos. Cuando tuvo lugar su muerte, su parte divina subió al Olimpo, convirtiéndose
en un dios.
Pan Fauno/Silva El dios de las estepas, los pastores y los rebaños, de las montañas salvajes, la caza y la
no música rústica, así como el compañero de las ninfas.
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Perséfone Proserpina
Hija de Deméter y Zeus. Diosa de la primavera. Fue secuestrada por Hades, quien la
llevó al inframundo. Perséfone se convirtió en reina del inframundo. Deméter, diosa de
los cultivos, maldijo la tierra y no permitió que diera frutos. Los hombres, hambrientos, se
quejaron con Zeus y éste ordenó a Hades a que devolviera a su hija. Pero Perséfone
había comido fruta del inframundo y no podía quedar del todo libre. Zeus y Hades
llegaron a un acuerdo permitiendo a Perséfone salir del inframundo y reunirse con su
madre durante seis meses al año en los que Deméter se alegraba y hacía florecer los
cultivos (primavera/verano). Cuando Perséfone volvía al inframundo, Deméter se
deprimía y los árboles perdían sus hojas (otoño/invierno).
PROMETEO Y PANDORA
Según los primeros griegos, los creadores del hombre fueron Zeus y Prometeo. Prometeo era un Titán,
uno de los viejos dioses que habían ayudado a Zeus en su lucha contra Cronos. Fue Prometeo el que
modeló a los primeros hombres de barro, concediéndoles la posición recta para que mirasen a los
dioses. Zeus les dio el soplo de vida.
Los primeros eran aún seres primitivos que vivían de lo que podían matar con sus arcos de madera,
sus hachas de cuerno y sus cuchillos, y de las escasas cosechas que lograban hacer crecer. No
conocían el fuego, así que comían la carne cruda y se envolvían en gruesas pieles para abrigarse del
frío. Eran incapaces de hacer vasijas o escudillas y no sabían trabajar los metales para procurarse
herramientas útiles y armas.
Zeus estaba contento de que vivieran en aquel estado, porque temía que alguno pudiera crecer lo
suficiente como para rivalizar con él. Pero Prometeo había aprendido a amar al género humano y
sabía que con su ayuda los hombres podían progresar. Él y Zeus habían creado a la raza humana, no
unos animales cualquiera.
-Hay que enseñarles el secreto del fuego, dijo Prometeo a Zeus, si no, serán siempre como niños
inermes. Hay que terminar lo que hemos empezado.
-Son felices con lo que tienen, respondió Zeus. ¿Para qué preocuparnos?.
Prometeo comprendió que no conseguiría convencer a Zeus y entonces subió secretamente al Olimpo,
donde ardía el fuego día y noche, y encendió una tea. Con ella prendió un pedazo de carbón vegetal
hasta convertirlo en un tizón, lo escondió entre los tallos de una planta de hinojo y se lo llevó a los
hombres.
Aquel primer tizón proporcionaba el fuego a los hombres y Prometeo les enseñó a utilizarlo. También
los ayudó de otros modos. Por ejemplo, cuando se hacían sacrificios, la parte mejor del animal
sacrificado iba siempre destinada a los dioses y la peor, a los hombres. Valiéndose de un engaño,
Prometeo aseguró a los hombres una parte más adecuada. Dividió la carne de un buey en dos
montones: uno, el más aparatoso, no contenía más que huesos mondos cubiertos de grasa; el otro, la
carne mejor. Zeus escogió el primero, y al verse engañado de ese modo, se encerró en un irritado
silencio.
Con ayuda de Prometeo el hombre hizo rápidos progresos. Aprendió a modelar vasijas y escudillas, a
construir casas con bloques de arcilla cocida y con el tejado de ladrillos en vez de trenzado de cañas.
Aprendió a trabajar el metal para defenderse y cazar. Pero una noche en que Zeus estaba mirando
desde el cielo, vio un fuego que ardía en la tierra y comprendió que había sido engañado. Mandó
llamar a Prometeo.
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-¿No te prohibí que dieras a conocer al hombre el secreto del fuego?, preguntó. Dicen que eres sabio;
pero, ¿no comprendes que con tu ayuda algún día el hombre desafiará a los dioses?.
-No tiene por qué suceder, si lo amamos y le damos buenas enseñanzas, respondió Prometeo. Pero
Zeus se enfureció sobremanera y no quiso oír más explicaciones.
Ordenó que Prometeo fuese llevado a las montañas del este y encadenado a una roca. Un águila feroz
se alimentaba todos los días con su hígado, y el hígado volvía a crecerle durante la noche para que la
tortura pudiera empezar otra vez. Pasaron muchos años antes de que Prometeo fuera liberado: hay
quien dice que treinta mil, y no está claro cómo sucedió. Según una leyenda fue rescatado por el
poderoso Hércules.
De todos modos, Zeus no había quedado satisfecho con su venganza e hizo sufrir todavía más al
género humano. Por voluntad suya, su hijo Efesto modeló una muchacha con una mezcla de arcilla y
agua. Atenea le infundió el soplo de la vida y la instruyó en las artes femeninas de la costura y la
cocina; Hermes, el dios alado, le enseñó la astucia y el engaño; y Afrodita le mostró cómo conseguir
que todos los hombres la desearan. Otras diosas la vistieron de Plata y le ciñeron la cabeza con una
guirnalda de flores; luego la llevaron ante la presencia de Zeus.
-Toma este cofrecito, le dijo, entregándole una cajita de cobre bruñido. Es tuyo, llévalo siempre
contigo, pero no lo abras por nada del mundo. No me preguntes la razón y sé feliz, ya que los dioses te
han dado lo que todas las mujeres desean. Pandora, que así se llamaba la muchacha, sonrió.
Pensaba que el cofrecito estaría lleno de joyas y piedras preciosas.
-Ahora tenemos que encontrarte un marido que te ame, y yo conozco al hombre adecuado: Epimeteo.
Él te hará feliz.
Epimeteo era hermano de Prometeo, pero le faltaba toda la prudencia de su hermano. Prometeo le
había advertido que no aceptara ningún regalo de Zeus, pero él, un poco halagado y quizá temeroso
de rechazarle, aceptó a Pandora como esposa.
Hermes acompañó a la muchacha hasta la casa del flamante marido en el mundo de los hombres.
-Bueno, amigo Epimeteo, le dijo, no olvides que Pandora tiene un estuche que no debe abrir por
ningún motivo. Epimeteo tomó el estuche y lo colocó en sitio seguro.
Al principio, Pandora fue feliz viviendo con él y olvidó el estuche; más tarde, empezó a inquietarla el
gusanillo de la curiosidad. -¿Por qué no podemos ver al menos lo que contiene?- dijo un día Pandora a
su marido. Luego, mientras Epimeteo dormía, abrió el cofrecito y, rápidos como el viento, salieron
todos los males que desde entonces nos afligen: el cansancio, la pobreza, la vejez, la enfermedad, los
celos, el vicio, las pasiones, la suspicacia... Desesperada, Pandora intentó cerrar el cofrecito, pero era
demasiado tarde. Su contenido se había desparramado por todas partes.
La venganza de Zeus se había realizado: la raza humana no podía ser noble como había querido
Prometeo. La vida sería una lucha constante contra dificultades de todo género. Había pocas
probabilidades de que el hombre pudiera aspirar al trono de Zeus.
Pero el triunfo del rey de los dioses no era completo. Una cosita de nada había quedado en el fondo
del estuche y Pandora consiguió encerrarla. Era la esperanza. Con ella el género humano había
encontrado la manera de sobrevivir en este mundo hostil. La esperanza les daba una razón para
seguir viviendo.
4. EL VERRACO
ERIMANTIANO 5. LOS ESTABLOS ÁUGEOS 6. LAS AVES DE ESTÍNFALO
9. LA CORAZA DE LA AMAZONA
7. EL TORO DE CRETA 8. LAS YEGUAS DE DIOMEDES HIPÓLITA
TESEO Y EL MINOTAURO
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El Rey Minos, de Creta, tenía varios hijos: Ariadna, Fedra, Glauco, Catreo, pero su predilecto era Androgeo,
joven fuerte y vencedor en el gimnasio y la palestra.
Cuando en Atenas se organizaron los juegos en honor de Palas Atenea, se reunieron los mejores atletas
griegos, y allí partió Androgeo, para medirse con los más fuertes paladines de la Hélade, con el beneplácito
de Minos, quien esperaba a su hijo regresar con la corona del triunfo.
El joven príncipe logró vencer en todas las pruebas a sus rivales, los mejores campeones de la ciudad.
Pero los atenienses, en lugar de victorearlo, hicieron recaer su furia sobre él, por haber derrotado a sus
luchadores, y esa misma noche le dieron muerte.
Al recibir la noticia el Rey Minos, sintió un inmenso dolor, pero inmediatamente se despertó en él un
irrefrenable deseo de venganza, y marchó con un numeroso ejército a sitiar a Atenas, hasta que logró que
se rindieran incondicionalmente, e impuso condiciones y penas terribles.
Entre sus condiciones, estableció que durante nueve años, los atenienses debían enviar a la isla de Creta a
siete robustos jóvenes y a siete doncellas, quienes serían las víctimas que se ofrecerían para ser
devorados por el minotauro.
El minotauro, mitad hombre y mitad toro, vivía en un laberinto, cercano a Cnosos, capital de Creta. Estaba
encerrado en dicho laberinto y se alimentaba de carne humana, de esclavos y prisioneros de guerra, así
como los jóvenes atenienses, que enviaba el rey Minos.
Año a año, llegaban los mensajeros de Creta a elegir a sus víctimas.
Al tercer año, un joven y gallardo joven hijo del rey ateniense Egeo, llamado Teseo, se ofreció
voluntariamente, pues se consideraba capaz de enfrentar y dar muerte al minotauro.
Al enterarse el Rey Minos, expresó:
- Como miembro de la familia real estás eximido de ir como víctima. Pero si insistes, te diré que, aunque
mates al minotauro, jamás encontrarás la salida del laberinto.
-No me importa- respondió el joven Teseo, me basta con matar al monstruo y ser útil a Atenas.
Ariadna, quien escuchó el diálogo, secretamente, por la noche se acercó al joven y le entregó un puñal y un
ovillo de hilo, diciendo:
-Con este puñal mágico, podrás atravesar el corazón del minotauro, y si sigues el hilo de este ovillo podrás
hallar la salida.
Agradecido quedó el joven Teseo, y penetró en el laberinto, desenvolviendo el ovillo de hilo. Durante horas
recorrió el laberinto hasta enfrentarse con la bestia. Después de ardua lucha, logró atravesar el corazón del
monstruo con el puñal que le entregara la bella Ariadna. El minotauro expiró entre convulsiones. Y Teseo
rescató a sus compañeros, con los que emprendió el camino de regreso siguiendo el hilo.
Fue aclamado por la gente de Cnosos por haberlos liberado del monstruo y del salvaje castigo que año a
año debían tributar al minotauro.
Teseo, victorioso, regresó a Atenas en su nave con las velas desplegadas.
El Mito de Perséfone
Perséfone es hija de Zeus y Deméter (hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, y diosa de la fertilidad y el
trigo). Su tío Hades (hermano de Zeus y dios de los Infiernos), se enamoró de ella y un día la raptó.
La joven se encontraba recogiendo flores en compañía de sus amigas las ninfas y hermanas de padre,
Atenea y Artemisa, y en el momento en que va a tomar un lirio, (según otras versiones un narciso), la tierra
se abre y por la grieta Hades la toma y se la lleva.
De esta manera, Perséfone se convirtió en la diosa de los Infiernos. Aparentemente, el rapto se realizó con
la cómplice ayuda de Zeus, pero en la ausencia de Deméter, por lo que ésta inició unos largos y tristes
viajes en busca de su adorada hija, durante los cuales la tierra se volvió estéril.
Al tiempo, Zeus se arrepintió y ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era posible
pues la muchacha había comido un grano de granada, mientras estuvo en el Infierno, no se sabe si por
voluntad propia o tentada por Hades. El problema era que un bocado de cualquier producto del Tártaro
implicaba quedar encadenado a él para siempre.
Para suavizar la situación, Zeus dispuso que Perséfone pasara parte del año en los confines de la Tierra,
junto a Hades, y la otra parte sobre la tierra con su madre, mientras Deméter prometiera cumplir su función
germinadora y volviera al Olimpo.
Perséfone es conocida como Proserpina por los latinos.
La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica precisamente en este rapto, pues cuando
Perséfone es llevada a los Infiernos, las flores se entristecieron y murieron, pero cuando regresa, las flores
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renacen por la alegría que les causa el retorno de la joven. Como la presencia de Perséfone en la tierra se
vuelve cíclica, así el nacimiento de las flores también lo hace.
Por otra parte, durante el tiempo en que Perséfone se mantiene alejada de su madre, Deméter y confinada
a el Tártaro, o mundo subterráneo, como la esposa de Hades, la tierra se vuelve estéril y sobreviene la
triste estación del Invierno.
El mito de las Amazonas
Las Amazonas eran un pueblo de solo mujeres descendientes de Ares, dios de la guerra y de la ninfa
Harmonía. Se ubicaban a veces al norte, otras en las llanuras del Cáucaso, y otras en las llanuras de la
orilla izquierda del Danubio. En su gobierno no interviene ningún hombre, y como jefe tienen una reina. La
presencia de los hombres era permitida siempre que desempeñaran trabajos de servidumbre. Para
perpetuar la raza se unían con extranjeros, pero sólo conservaban a las niñas. Si nacían varones, se cuenta
en algunas versiones, que los mutilaban dejándolos ciegos y cojos. Otras fuentes indican que los mataban.
Por decreto, a todas las niñas les cortaban un seno, para facilitarles el uso del arco y el manejo de la lanza.
De esta costumbre proviene su nombre ‘amazonas’ del griego ‘amazwn’ que significa ‘las que no tienen
seno’.
Eran un pueblo muy guerrero, por lo que su diosa principal era Artemisa, la cazadora. Debido a esto, se les
atribuía la fundación de Éfeso y la construcción del Gran Templo de Artemisa.
De este pueblo, hay muchas leyendas donde grandes héroes tuvieron que enfrentarse a ellas. Por ejemplo,
Belerofonte quien luchó contra ellas por mandato de Yóbates. Una de las más conocidas es cuando
Heracles (Hércules) cumple la misión que le asigna Euristeo, y se dirige a las márgenes del Termodonte a
adueñarse del cinturón de Hipólita, reina de las amazonas. Ésta consintió en entregarle el cinturón a
Heracles, pero la celosa Hera (esposa del dios Zeuz) provocó una rebelión entre las Amazonas, y Heracles
tuvo que matar a Hipólita. Teseo que acompañaba a Heracles en su misión, se llevó a Antíope, una de las
amazonas. Ellas, molestas por este atrevimiento y para vengar el rapto, hicieron la guerra contra Atenas,
pero fueron derrotadas por los atenienses que estaban liderados por Teseo.
Otra hazaña legendaria que las involucra, es la ayuda que le brindaron a los troyanos durante la guerra de
Troya. Pentesilea, reina amazona, envió un grupo de apoyo a Príamo, rey troyano. Aquiles dio muerte a
Pentesilea, quien antes de morir, hizo que éste se enamorara perdidamente de ella, lo que le infundió gran
sufrimiento.
Atlas
El titán Atlas era hijo de Japeto y de la ninfa Climene. Después de que los titanes se hubiesen puesto a
disposición de Zeus y sus hermanos, Atlas no fue hecho prisionero en el mundo de los muertos como el
resto de ellos. Zeus le infligió un castigo especial que consistió en cargar con el arco del cielo sobre sus
hombros. Atlas llevó a cabo la tarea en el rincón más occidental que los griegos conocían y que se situaría
cerca del estrecho de Gibraltar.
Heracles visitó a Atlas en uno de sus Doce Trabajos para recoger las manzanas de oro de las Hespérides.
Gaya, la diosa de la tierra, le había dado las manzanas a Hera cuando se casó con Zeus y ésta a su vez se
las entregó a las Hespérides, hijas de Atlas, para que las guardasen en un bello jardín que estaba protegido
por el dragón Ladón. Atlas le puso una condición a su visita.
Para evitarle el problema de luchar con el dragón, iría él mismo hasta el jardín mientras Heracles le
sostenía el arco del firmamento.
Afortunadamente, Heracles era lo suficientemente fuerte y Atlas pudo llegar al jardín. Cuando regresó con
las manzanas, le sugirió que podría ir él a entregárselas a Eurystheus (Euristeo), jefe de Heracles, mientras
el héroe seguía sosteniendo el arco un poco más.
Heracles fingió estar de acuerdo con la idea, pero le pidió a Atlas que tomase el arco un momento para
poder ponerse un almohadón sobre sus hombros doloridos. Atlas accedió y así HeracIes pudo huir con las
manzanas, provocando el lamento eterno del primero ante tan pesada carga.
Ovidio describe cómo Perseo, hijo de Zeus como Heracles, visitó a Atlas. Perseo le pidió pasar la noche
con él, a lo que aquél se negó, recordando un oráculo que en cierta ocasión le había dicho que un hijo de
Zeus llegaría para robarle las manzanas de sus hijas -probablemente se refería a Heracles-. Atlas amenazó
a Perseo y éste utilizó la cabeza de Medusa (ver Las Gorgonas, y Perseo) para convertirle en montaña de
piedra, la cadena del Atlas en Marruecos. Esta versión ofrece la contradicción de que Perseo visitara a
Atlas antes que Heracles y que éste luego no lo encontrara convertido en montaña, sino aún como titán.
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Tánatos
Tánatos era el hijo de Érebo y Nicte, hermano gemelo de Hipnos, y personificación de la muerte.
Era el genio alado que acudía a buscar los cuerpos de los que habían fallecido.
Cortaba un mechón de sus cabellos para ofrecer como tributo a Hades y se llevaba sus cuerpos al mundo
de los muertos.
Transportó, ayudado por su hermano Hipnos, el cuerpo del guerrero Sarpedón, muerto en Troya, hasta
Licia. También se llevó el cuerpo de Alcestis que, ejemplo del amor conyugal, había sustituido a su marido
en el féretro.
Más tarde, su presa le fue arrebatada por Heracles, que lo obligó a devolverla a la vida más joven y más
bella que nunca.
Sin embargo, la historia más curiosa en la que interviene Tánatos es en la que es encadenado por Sísifo.
Sísifo era el más astuto y el menos escrupuloso de los mortales. Era capaz de los más enrevesados
engaños para conseguir sus propósitos.
Se dice que, al ser amante de Anticlea, él sería el verdadero padre de Ulises.
Cuando Zeus raptó a Egina, la hija del río Asopo, Sísifo fue testigo casual de los hechos. Utilizó la
información para conseguir de Asopo un manantial en la ciudadela de Corinto, y delató a Zeus.
Éste, enfurecido, mandó a Tánatos para acabar con la vida del mortal, pero el hábil Sísifo consiguió atrapar
y encadenar al genio alado de la muerte, y por un tiempo ningún hombre murió.
Finalmente, Ares liberó a Tánatos, que volvió a realizar su trabajo empezando por el propio Sísifo.
Pero Sísifo era capaz aun de más artimañas para librarse de la muerte, y antes de morir ordenó en secreto
a su esposa que no le tributara honras fúnebres.
Una vez en los infiernos, se quejó ante Hades de la impiedad de su esposa y le pidió que le dejará volver
para castigarla.
Hades se lo permitió y Sísifo, que no tenía intención de volver a los infiernos, vivió en la Tierra feliz hasta
época muy avanzada. Cuando por fin murió, Hades le impuso una tarea para evitar una nueva evasión. Su
martirio consistía en empujar cuesta arriba un gran peñasco que, una vez en la cumbre, volvía a caer por su
propio peso y el trabajo de Sísifo se prolongaba así eternamente.
Sísifo
Sísifo, astuto rey de Corinto, vio de cerca el rapto de la ninfa Egina. Pero guardó el secreto, hasta que
llegara la ocasión de sacarle provecho.
Esperó que el río Asopo, padre de la joven pasara por sus tierras en busca de su hija. Y primero le exigió
que hiciese brotar una fuente cristalina en la ciudadela de su reino. Luego le contó que el raptor de Egina
era Zeus.
El señor del Olimpo, irritado por la delación, llamo a Tánatos (la muerte) y le mandó a arrojar a los infiernos
al rey de Corinto.
Figura siniestra, envuelta en negros ropajes habitante del Hades, hermano del Sueño, Tánatos llegó
súbitamente a las tierras de Sísifo.
La tétrica presencia no atemorizo al astuto soberano. Con mucha maña y mucho arte, Sísifo engaño al dios
de la muerte. Lo invito amablemente a entrar por una puerta y, cuando Tánatos se dio cuenta de lo que
había pasado, se encontró aprisionado en un calabozo. Por largo tiempo nadie murió en el mundo.
Plutón estaba triste y alarmado. Los campos del mundo Inferior no se enriquecían con nuevas almas. La
barca de Caronte yacía varada en un rincón, sin utilidad ni función. Era preciso restituir al mundo su orden
natural. El dios de los muertos recurrió a su hermano Júpiter.
Sabiendo que Sísifo tenía preso a Tánatos, el padre de los dioses envió a Ares (Marte) para obligar al
primero a libertar a su terrible cautivo. Y la primera víctima de la muerte habría de ser el propio delator de
Júpiter. Al rey de Corinto no le quedó más que obedecer.
Se preparó, pues, para seguir a Tánatos a los infiernos; antes sin embargo, pidió un momento para
despedirse de su esposa. En ese instante de los adioses, le recomendó vivamente que no lo enterrase ni le
hiciese funerales. Y aunque sin comprender las razones del marido, la mujer obedeció.
En el centro de la tierra, Sísifo se lamentaba día y noche. Se quejaba de no haber tenido honras fúnebres.
De que la esposa ingrata no lo hubiera sepultado. Necesitaba volver a la superficie de la tierra para
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castigarla por tamaña negligencia.
Tanto se lamentó y tanto pidió, que Plutón acabó compadeciéndose de él y le permitió retornar al mundo
por un corto tiempo.
Apenas dejó el Hades, el astuto Sísifo tomó rumbos lejanos y la firme resolución de no volver a ver nunca
las sombras infernales.
Sin embargo, un día muchos años después, le faltaron las fuerzas para seguir viviendo. Estaba demasiado
viejo. Ya no tenía energías para engañar a la Muerte. Y fue nuevamente arrastrado a los subterráneos del
mundo.
Plutón que jamás había olvidado la fuga de Sísifo, al recibirlo por segunda vez tomó todas las precauciones
para mantenerlo en su dominio. Le impuso una tarea que no le permitiese ni un minuto de descanso e
impidiera cualquier evasión: empujar montaña arriba una enorme piedra, que siempre se le escapa de las
manos al llegar cerca de la cima. Y así, perpetuamente, el condenado que osara engañar a la Muerte
desciende por la ladera para retomar la piedra y recomienza su tarea sin fin y sin objetivo.
Deucalión
Cuando habitaba sobre la tierra la humana generación de bronce, Zeus, el soberano de los mundos, a
cuyos oídos habían llegado malos rumores de sus crímenes, resolvió recorrer la Tierra bajo figura de
persona humana. En todas partes, sin embargo, encontró que la verdad dejaba pequeño al rumor. Un
atardecer, cuando ya el crepúsculo cedía el paso a la noche, entró en la mansión inhóspita del rey de
Arcadia Licaon, famoso por su ferocidad. Realizó varios prodigios para dar a entender que llegaba un dios y
la multitud se hincó de rodillas ante él; pero Licaon se burló de aquellas plegarias piadosas. «¡ Ya veremos
—dijo— si es un mortal o un dios!», y resolvió en lo íntimo de su corazón dar muerte inesperada al huésped
a media noche, mientras estuviese sumido en el sueño. Antes, sin embargo, sacrificó a un desdichado que
le enviara como rehén el pueblo de los molosos, coció sus miembros aun palpitantes en agua hirviente o los
asó al fuego y los sirvió para cena a la mesa del forastero. Zeus, que todo lo había penetrado, levantóse
airado del convite y envió sobre el palacio del impío la llama vengadora. El Rey, consternado, huyó al
campo abierto; el primer grito de dolor que exhaló fue un aullido, sus ropajes se convirtieron en vello, sus
brazos en patas y quedó transformado en un lobo ávido de sangre.
Volvió Zeus al Olimpo y, habiendo celebrado consejo con los dioses, resolvió aniquilar aquella desalmada
raza humana. Disponíase a esparcir el rayo por todos los países, pero le retuvo el temor a que se inflamase
el éter y que el fuego prendiese en el eje del Universo. Dejando el rayo que le forjaran los cíclopes, decidió
enviar a toda la superficie de la tierra lluvias torrenciales y destruir a los mortales bajo los aguaceros caídos
del cielo. Inmediatamente fueron encerrados en las cavernas de Éolo, Bóreas y todos los vientos que
ahuyentan las nubes, y sólo se dio salida al Austro, el cual se precipitó a la Tierra cargado de lluvia. Negro
como la pez era su rostro pavoroso, cargadas de nubarrones sus barbas, el agua fluyendo de sus albos
cabellos, oculta la frente tras un manto de niebla y con la lluvia manándole del pecho. Asióse a los cielos y
sujetando con la mano las nubes suspendidas en vastas extensiones, conmenzó a exprimirlas. Retumbó el
trueno; un denso diluvio se desplomó del cielo; dobláronse los sembrados bajo la tempestad impetuosa.
Desvanecióse la esperanza del campesino que veía perdida su penosa labor de todo el año. Poseidón,
hermano de Zeus, acudió también en su ayuda en aquella obra de destrucción y, reuniendo a todos los ríos,
díjoles: «¡Que vuestra corriente rompa todo freno, lanzaos sobre las casas, derribad los diques!». Y ellos
cumplieron su orden, y el propio Poseidón abrió con su tridente el seno de la tierra, dando, con la
conmoción, vía libre a las olas.
De este modo, los ríos desencadenados invadieron los campos, inundaron los sembrados, arrancaron
alamedas y se llevaron templos y casas. Si emergía un palacio, pronto el agua llegaba a su techumbre y las
torres más altas se perdían en el remolino. Muy pronto no pudo distinguirse el mar de la tierra: todo era
océano, océano sin orillas. Los hombres trataban de salvarse como podían; uno trepaba a la más elevada
montaña, otro se refugiaba en un bote, bogando por encima de su hundida granja o de las colinas de sus
viñedos, cuya superficie rozaba con su quilla. Extenuábanse los peces entre el ramaje de los bosques; el
ligero jabalí huía ante la invasión de las aguas. Pueblos enteros eran arrasados por la oleada, y los que
ésta perdonaba sucumbían a la muerte horrible del hambre en las cumbres de los páramos estériles.
Una elevada montaña proyectaba aún dos peladas cumbres por encima de las aguas en la tierra de Fócida:
era el Parnaso. En ella refugióse Deucalión, hijo de Prometeo, a quien éste advirtiera a tiempo y que se
había construido una balsa; iba con él su esposa Pirra. No se había hallado ningún hombre ni mujer que
superasen a esta pareja en probidad y temor de los dioses. Y he aquí que cuando Zeus, contemplando
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desde el cielo el mundo sumergido en las aguas quietas, vio que de tantos millares y millares no quedaba
sino una única pareja humana, ambos puros, ambos piadosos adoradores de la divinidad, envió a Bóreas,
dispersó las negras nubes y le mandó que disipara la niebla; volvió a mostrar al cielo la tierra, y la tierra al
cielo. También Poseidón, príncipe de los mares, deponiendo el tridente aquietó las olas. El océano volvió a
tener orillas, los ríos tornaron a sus cauces; los bosques sacaron de las honduras las copas de sus árboles
cubiertos de limo, siguieron las colinas; ensanchóse de nuevo la llanura y otra vez, por fin, apareció la
tierra. Deucalión miró a su alrededor. El país se hallaba devastado y sumido en sepulcral silencio. Ante
aquel espectáculo, las lágrimas rodaron por sus mejillas, y dirigiéndose a su esposa Pirra, le dijo: «Amada,
compañera única de mi vida, por muy lejos que mire, en cualquier dirección que vuelva los ojos, no
descubro una sola alma viviente. Nosotros dos, unidos, constituímos la población de la Tierra, todos los
demás moradores han sucumbido bajo el diluvio. Pero tampoco nuestras vidas están del todo seguras.
Cada nube que diviso me llena aún de pavor. Y aun suponiendo que todo peligro haya pasado, ¿qué vamos
a hacer, solos, en la Tierra abandonada? ¡Ah, si mi padre Prometeo me hubiese enseñado el arte de formar
criaturas humanas e infundir un espíritu a la moldeada arcilla!». Así dijo, y la desamparada pareja
prorrumpió en llanto; después hincaron las rodillas ante un altar medio derruido de la diosa Temis y
comenzaron a suplicar a los dioses celestiales: «Dinos, ¡oh Diosa!, por qué medio regeneraremos a nuestra
raza exterminada. ¡Ayuda a volver a la vida al mundo fenecido!».
«Dejad mi altar —resonó la voz de la diosa—, cubrid con un velo vuestras cabezas, desceñios los
cinturones y arrojad detrás de vosotros los huesos de vuestra madre».
Durante un buen espacio permanecieron ambos atónitos ante la enigmática sentencia divina. Pirra fue la
primera en romper el silencio: «¡Perdóname, diosa excelsa —dijo—, si, aun temblando, no te obedezco y no
quiero agraviar la sombra de mi madre dispersando sus huesos!». Pero por el alma de Deucalión pasó
como un rayo de luz y así tranquilizó a su esposa con afables palabras: «Si mi sagacidad no me engaña, el
mandato de los dioses no entraña impiedad ninguna. Nuestra gran madre es la Tierra, sus huesos son las
piedras, y éstas son, Pirra, las que debemos arrojar tras de nosotros».
Con todo siguieron ambos durante mucho tiempo desconfiando de aquella interpretación; pero, ¿qué
perderemos en probarlo?, pensaron al fin. Alejáronse, pues, veláronse las cabezas, desciñéronse los
vestidos y arrojaron, como se les ordenara, las piedras tras de sí. Entonces se produjo un gran milagro: la
piedra comenzó a perder su dureza y fragilidad, volvióse flexible, creció, tomó cuerpo; aparecieron en ella
formas humanas, aunque imprecisas todavía, pues más bien parecían figuras toscas o el primer esbozo
tallado por el artista en el bloque de mármol. Todo lo que había de húmedo y terreo en el mineral trocóse en
la carne del cuerpo; lo rígido y firme se convirtió en huesos; las vetas de la piedra quedaron siendo arterias
y venas. De este modo, las piedras arrojadas por el hombre adquirieron en breve, con la ayuda de los
dioses, la forma humana masculina, mientras las que arrojara la mujer adoptaban la forma femenina.
La raza humana no contradice este su origen, pues es una raza dura y apta para el trabajo. Cada instante
de su existencia le recuerda el tronco de donde procede.
El mito de Eurídice
Eurídice era una dríade (ninfa) y era a la esposa de Orfeo (poeta y músico divino).
Orfeo amaba profundamente a su bella esposa quien acostumbraba pasear con las náyades.
Una vez en que la bella Eurídece caminaba en uno de sus paseos, por un prado de Tracia fue vista -según
Virgilo- por Arsisteo, quien prendado inmediatamente de ella, la persigue para hacerla suya. Ella escapa
con gran velocidad y miedo, pues su corazón sólo le pertenece a Orfeo. En su huída, Eurídice es mordida
por una serpiente y muere.
Orfeo, desconsolado la llora y su desesperación no encuentra consuelo, por lo que toma la arriesgada
decisión de ir en busca de su dulce y amada esposa al Hades, la tierra de los muertos.
Con su dulce canto y su poesías, Orfeo logró conmover a Caronte, quien lo deja atravesar el río Estigia,
límite entre el mundo de los vivos y los muertos. Después, también con sus habilidades artísticas Orfeo
logra convencer a Perséfone y a Hades de que le permitan llevarse a Eurídice.
Las divinidades subterráneas aceptan que se la lleve, pero Orfeo debe prometer que no intentará ver a su
esposa hasta que la haya llevado a la luz del sol.
Entonces, según lo convenido, Eurídice seguía a Orfeo en el camino hacia la luz, y en el momento en que
estaban a punto de abandonar las oscuras profundidades, Orfeo tuvo dudas.
Así, empezó a pensar en la posibilidad de que Perséfone lo hubiera engañado y que Eurídice no viniera tras
él, por lo que no pudo soportar la tentación y se volvió para mirarla y corroborar que ella venía con él.
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Cuando esto ocurrió, Eurídice fue arrastrada por una fuerza irresistible otra vez hacia el Hades. Orfeo,
desesperado, intenta ir de nuevo a rescatar a su amada, pero esta vez Caronte no se lo permite.
Orfeo regresó a la Tierra solo y desamparado y mantuvo fidelidad a su esposa hasta su muerte.
Cancerbero
Es un perro llamado Cerbero (can-cerbero) de enorme tamaño y con tres cabezas. Su misión era guardar la
puerta del Hades , el infierno en la mitología griega. El cancerbero realizaba su trabajo con mucho celo por
lo cual con frecuencia se utiliza su nombre para referir la labor de todo guarda que cumple su función con
mucha seriedad.