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La concepción vitruviana de la arquitectura reaparece en el siglo XV con la obra de L. B.

Alberti De re aedificatoria (Florencia [1450], 1485), primer tratado arquitectónico del


Renacimiento. En él se confirma la consideración de las iglesias, los palacios y la arquitectura
civil pública como los temas o tipologías principales de la «gran arquitectura» y, por primera
vez, se despierta el sentido histórico de la valoración del pasado arquitectónico. Así, dentro de
esta tendencia podemos encuadrar la generalizada opinión desfavorable hacia el mundo
medieval, que es calificado despectivamente de «gótico», o «bárbaro». El propio Alberti, en su
creencia de que el arte sólo florece con la prosperidad y el poder político, afirma que la buena
arquitectura antigua surge y decae con el Imperio Romano y no hace mención alguna de las
grandes catedrales medievales que, forzosamente, conoció. En cualquier caso, el Renacimiento
representó la valoración del espacio y el culto a la proporción.
     En el siglo XVI, y en especial con Palladio, Vignola y Scamozzi, una nueva tipología entra a
formar parte de la considerada «Arquitectura»: la villa privada suburbana, entendida como
residencia de recreo o, como en el caso de las villas de la región del Véneto italiano, como
centro de unidades de economía agrícola. El Manierismo representó, a nivel estilístico, la
ruptura del equilibrio y la proporción renacentista. Fue la introducción de los contrastes, de las
inestabilidades.

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