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La resistencia a la teoria Paul de Man [Paul de Man. La resistencia a la teoria, Bd, Wiad Godzich, Trad. Elena Elorriaga y Oriol Francés. Madrid: Visor, 1999. pp. 11-37] En un principio no era mi intencisn que este ensayo tratara directamente Ia cuestién de fa ensefianza, aunque se suponia que tendria una funcién didéctica y educativa que no consiguié tener. Fue escrito a peticién del Committee on Research Activities de la Mo- dern Language Association como contribucién a un yolumen colectivo titulado Introduc- on to Scholarship in Modern Languages and Literatures. Se me pidié que escribiera la sec- cin sobre teoria literaria, Se espera que ensayos asi sigan un programa claramente deter- minado: se supone que deben ofrecer al lector una lista selecta y abarcadlora de las princi- pales tendencias y publicaciones del rea, sintetizar y clasificar las principales zonas pro- bleméticas y presentar una proyeccién critica y programética de las soluciones que cabe esperar en un futuro previsible. Todo esto con una clara conciencia de que diez anos des- pués se le pedird a alguien que repita el mismo ejercicio. Me result6 dificil cumplir, con tun minimo de buena fe, los requisitos de este programa y solo pude intentar explicar, con la mayor concisién posible, por que el principal interés teérico de le teoria literaria consiste en la imposibilidad de su definicidn, El Comité juzg6 con raz6n que esta era una forma poco propicia de lograr los abjetivos pedagégicos del volumen y encargo otro articulo. Considere su decisién totalmente justificada, asf como interesante por lo que implicaba respecto de la enseftanza de la literatura, Digo esto por dos razones. Primero, para explicar los vestigios del encargo original que hay en el articulo, que explican lo torpe que resulta el intento de ser mas retrospectivo y ‘general de cuanto uno puede legitimamente aspirar a ser. Pero, segundo, porque el apuro también revela una cuestion de interés general: la de la relaci6n entre la investigacin (scholarship: la palabra clave en el volumen de MLA), la teorfa y la ensefianza de la lite- ratura A pesar de opiniones demasiado simplistas, la enseiianza no es principalmente una rela- ciGn intersubjetiva entre personas, sino un proceso cognitivo en el que uno mismo y el otto se relacionan solo tangencialmente y por contigitidad. La tinica docencla que merece tal nombre es la investigadora, no la personal; las diversas analogtas entre Ia enseftancza y el show business o las tareas de guia y consejero son, en la mayor parte de los casos, exc sas por haber abandonado la tarea. La investigacidn tiene que ser, por principio, emi- nentemente ensefiable. En el caso de la literatura, una investigaciGn tal afecta al menos dos reas complementarias: los datos hist6ricos y filol6gicos, en cuanto condicion prepa ratoria para Ja comprensidn, y los métodos de lectura e interpretacion, Esta ultima es, desde hiego, una disciplina abierta, que, sin embargo, puede aspirar a evolucionar por me- dios racionales, pese a las crisis internas, las controversias y las polémicas. En cuanto re- flexién controlada sobre la formacién del método, la teoria demuestra acertadamente ser por entero compatible con la ensefianza, y se puede pensar en nuumerosos e importantes te6ricos que son o fueron también investigadores. Surge la duda solo si se produce una tensidn entre los métodos de comprensién y el conocimiento que dichos métodos nos permiten lograr. Si realmente hay algo en la literatura como tal que permite una discre- pancia entre verdad y método, entre Wahrheit y Methode, entonces la investigacién, y la teoria ya no son necesariamente compatibles. Como primera consecuencia de esta com- ane plicacion, ya no se puede dar por sentada la noci6n de «literatura como tal», ni la distin: ci6n nitida entre historia e interpretacién, ya que un método que no puede acoplarse a Ia «vertiads de su objeto solo puede ensefiarilusiones. Diversos cambios, no solo en el esce- nario de lo contemporaneo sino en la larga y complicada historia de Ta ensefianza literaria y lingiistica, revelan sintomas que sugieren que esta dificultad es un objeto de atencién inherente al discurso sobre la literatura. Estas incertidumbres se hacen manifiestas en la hostilidad dirigida hacia la teoria en nombre de valotes éticos y estéticos, axial como en Jos intentos de recuperacién de los propios tedricos al reafirmar su propia servidumbre respecto de estos valores. El mas eficaz de estos ataques denunciara la teorfa como obs- taculo a la investigacién y consecuentemente a la ensefianza. Vale la pena examinar si es este el caso y por que. Porque si es asi realmente, entonces es mejor fracasar ensefiando lo que no deberia ser ensenado que triunfar ensefiando lo que no es verdad. Una toma de postura general sobre Ja teoria literaria no deberia, en teoria, partir de consideraciones pragmaticas. Deberfa tratar cuestiones como la definicién de la literatura aque es la literatura?) debatir la distincidn entre Tos usos literarios y no literarios det Jenguaje, asi como entre las formas artisticas literarias y las no verbales. Deberia continuar con la taxonomia descriptiva de los diversos aspectos y especies de los géneros literarios y con las reglas normativas que inevitablemente han de surgir de dicha clasificacién. O, si se rechaza el modelo escotéstico en favor del fenomenol6gico, habria que intentar una feno- menologia de la actividad literaria como escritura, lectura o ambas cosas, o de la obra lite- raria como producto, como correlato de dicha actividad. Cualquier aproximacién por ta que se opte (y se pueden imaginar bastantes otros puntos de partida tedricemente justfi- cables) no hay duda de que surgirén al instante dificultades considerables, dificultades tan profundas que incluso la tarea mas simple de investigacion, la relimitaci6n del corpus y del tat present de la cuestion, esta destinada a acabar en confusi6n, no necesariamente porque la bibliografia sea muy extensa, sino porque es imposible establecer sus limites, Estas pre- visibles dificultades no han impedido a muchos de fos que han escrito sobre literatura se- guir caminos teéricos y no pragmaticos, a menudo con considerable éxito. Sin embargo, se puede demostrar que, en todos los casos, este éxito depende del poder de un sistema (filos6fico, religioso o ideol6gico) que puede mantenerse implicito pero que determina tuna concepei6n a priori de lo que es «literario> Partiendo de las premisas del sistema mas que de la literaria misma -si dicha «cosa» existe realmente, Las reservas en cuanto a su existencia, son por supuesto, reales, y de hecho dan razén de la previsibilidad de las dift- cultades a las que acabamos de aludir: si la condicién de existencia de una entidad es en si misma particularmente critica, entonces la teoria de esta entidad esta destinada a caer en lo pragmitico. La dificil e irresuelta historia de la teoria literaria indica que esto es real- mente lo que pasa con la literatura, de un modo atin més manifiesto que en otros sucesos verbalizados como los chistes, por ejemplo, o incluso los suefios. Bl intento de tratar la - teratura tedricamente bien podria resignarse a aceptar el hecho de que debe comenzar por consideraciones pragmaticas, ‘Hablando pragmaticamente, pues, sabernos que ha habido durante los tiltimos quince veinte anos un fuerte interés por algo llamado teoria literaria y que, en Estados Unidos, este interés a veces ha coincidido con la importacién y recepcién de inffuencias ex- tranjeras, principalmente europeas continentales, aunque no siempre. También sabemos ‘que esta ola de interés parece ir cediendo, a medida que cierto hartazgo y decepcién suce- den al entusiasmo inicial. Estos movimientos de marea son bien naturales, pero no dejan de tener interés, en este caso, porque ponen muy de manifiesto la profundidad de la resis- tencia a la teoria literaria. En cualquier situaci6n de angustia se repite la estrategia de de sactivar lo que considera amenazante mediante magnificacién o minimizaci6n, atribuyé- dole pretensiones de poder a cuya altura nunca va a legar. Si a un gato se Jo lama tigre es facil desestimarlo como tigre de papel: la cuestién sigue siendo, sin embargo, por qué uno estaba tan asustado del gato para empezar. La misma tactica funciona de modo inver- 0; llamando a un gato ratén y riéndonos de él por su pretensién de set poderoso. En lu- gar de hundirnos en este remolino polémico, seria tal mejor lamar gato al gato y docu- ‘mentar, por brevemente que sea, la versiGn contempordnea de la resistencia a la teoria en este pais. Las tendencias predominantes en la critica literarfa norteamericana anterior a la década de los sesenta no eran adversas a la teorfa, si por teoria se entiende el arraigo de la exége- sis literaria y de la evaluacién critica en un sistema de alguna generalidad conceptual. In- cluso los mas intuitivos y contenicios, empirica y teGricamente, de los que escribfan sobre literatura, utilizaban una minima serie de conceptos (tono, forma organica, alusién, tradi- ign, situacion hist6rica, etc.) de al menos cierto alcance general. En muchos otros caso el interés por Ia teorfa se expresaba y practicaba piblicamente. Una metodologia comin, en términos generales, y mas 0 menos abiertamente proclamada, vincula entre si libros de texto tan influyentes en este periodo como Understanding Poeiry (Brooks y Warren), Theory of Literature (Wellek y Warren) y The Fields of Light (Reuben Browet) u obras, tesricamente orientadas tales como The Mirror and the Lamp, Language as Gesture y The Verbal Icon. Pero, con la posible excepcién de Kenneth Burke y, en algunos aspectos, de Northrop Frye, ninguno de estos autores se habria considerado a si mismo un te6rico en el sentido del término posterior a 1960, ni tampoco su obra provocd reacciones tan fuertes, positi ‘vas 0 negativas, como las provocadas por los te6ricos posteriores. Habfa polémicas, sin duda, y diferencias de enfoque que abarcan un amplio espectro de divergencias, pero nun- ca se puso seriamente en tela de juicio el programa fundamental de los estuclios literarios nil tipo de talento y de preparacién que para ellos se requeria. Los puntos de vista de la Nueva Critica se adaptaron sin dificultad alguna a los establishments tiversitarios, sin que sus cultivadores tuvieran que traicionar su sensibilidad literaria de ningun modo; mu cchos de sus representantes siguieron con éxito tna carrera de poetas o novelistas paralela 2 sus actividades universitarias. Tampoco experimentaron dificultades con respecto a una tradicién nacional que, aunque ciertamente menos tirdnica que las europeas correspon- dientes, es, sin embargo, mas poderosa. La perfecta encamacién de la Nueva Critica sigue siendo, en muchos aspectos, la personalidad e ideologia de T. S. Eliot, una combinacién de talento original, cultura’tradicional, ingenio verbal y seriedad moral, una mezcla an- gloamericana de buenos modales intelectuales no tan reprimidos como para no ofrecer atisbos seductores, profundidades psiquicas y politicas mas oscuras, pero sin romper Ia superficie de un ambivalente decoro que tiene sus propias complacencias y seducciones. Los principios normativos de este ambiente fiterario son culturales e ideoldgicos més que te6ricos, orientados hacia la integridad de un yo social e histérico en lugar de hacia la coherencia impersonal que la teorfa requiere. La cultura permite cierto grado de cosmo- politismo, y de hecho aboga por él, y el espiritu literario del mundo universitario nortea- mericano de la década de los cincuenta no era provinciano en absoluto. No le era dificil apreciar y asimilar productos excelentes de espiritu afin originarios de Europa: Curtius, Auerbach, Croce, Spitzer, Alonso, Valéry y también, con la excepcién de algunas de sus obras, J. P. Sartre. La inclusion de Sartre en esta lista es importante, ya que indica que el cédigo cultural dominante que tratamos de evocar no puede ser simplemente asimilado a ‘una polaridad politica de izquierda y derecha de profesores y no profesores, de Gre- enwich Village y Gambier, Ohio. Las publicaciones de orientaciGn politica y predominan- ‘temente no profesionales, de las que la Partisan Review de los afios cincuenta sigue siendo el mejor ejemplo, no estaban situadas en auténtica oposicién (si damos cabida a todas Tas reservas y distinciones que son del caso) con los métodos de la Nueva Critica. El amplio aunque negativo- consenso que une a estas tendencias ¢ individuos extremadamente di- versos es su comtin resistencia a la teoria, Este diagndstico se ve corroborado por los ar~ gumentos y complicidades que han salido a la luz desde entonces en una oposicién més elocuente al adversario comin, El interés de estas consideraciones seria como mucho anecdético (tan ligero es el impacto hist6rico de los debates literarios del siglo xx) sino fuese por las implicactones tedricas de la resistencia a la teoria. Las manifestaciones locales de esta resistencia son a su vez lo suficientemente sisteméticas como para merecer nuestro interés. 2Qué es lo que std amenazado por los modos de acercarse a la literatura que se desarrollaron durante los afios sesenta y que ahora, bajo diversas designaciones, forman el mal definido y a veces cca6tico campo de la teoria literaria? Estos acercamientos no pueden ser simplemente asig- nados a cualquier método o pais particular. El estructuralismo no era la tnica tendencia que dominaba el escenario, ni siquiera en Francia, y el estructuralismo, como la semiolog- ia, son inseparables de tendencias anteriores en el dorninio eslavo. En Alemania los princi- pales impulsos han surgido de otras direcciones, desde la escuela de Frankfurt a los mar- xistas mas ortodoxos, desde la fenomenologia post-husserliana a la hermenéutica post- heideggeriana, con s6lo incursiones menores hechas por el andlisis estructural. Todas es- tas tendencias han tenido su parte de influencia en los Estados Unidos, en combinaciones més 0 menos productivas con preocupaciones de raiz: nacional. Sélo una visién de la his- toria nacional 0 personalmente competitiva desearia jerarquizar movimientos tan dificiles de etiquetar. La posibilidad de hacer teoria literaria, que de ningin modo se debe dar por sentada, ha pasado a ser una cuestiGn conscientemente meditada y aquellos que més han progresado en esta cuestion son las fuentes de informacién més controvertidas, pero tam- bién las mejores. Esto inclyye a bastantes nombres asociados de algtin modo con el es- tructuralismo, definido de un modo Io suficientemente amplio como para incluir en él a Saussure, Jakobson y Barthes, asi como a Greimas y Althusser, esto es, definido de un modo tan amplio que pierde su significacién como término histérico utilizable, Se puede decir que la teorfa literarta aparece cuando fa aproximacion a los textos Ii terarios deja de basarse en consideraciones; no lingiisticas, esto es, histéricas y estéticas, 6, de un modo algo menos tosco, cuando el objeto de debate ya no es el significado o el valor sino las modalidades de produccién y de recepcién del significado y del valor pre- vias al establecimiento de éstas -lo cual implica que este establecimiento es lo suficiente mente problemético como para requerir una disciplina auténoma de investigacicn critica que considere su postbilidad y su posicién, La historia literaria’, incluso considerindola a Ja méxima distancia de los higares comunes del historicismo positivista, es todavia la his- toria de un entendimiento cuya posibilidad no se cuestiona. La cuestién de la relacién en- ‘tre la estética y el significado es mas compleja, ya que la estética aparentemente tiene que ver con el efecto del significado en vez de con su contenido per se, Pero la estética es, de hecho, ~desde su desarrollo inmediatamente anterior a Kant y con él- un fenomenalismo de un proceso de significado y comprension, y puede ser “ingenua por cuanto, postula (como su nombré indica) una fenomenologia del arte y de la literatura que bien puede ser lo que esté en tela de juicio. La estética es parte de sistema universal de filosofia en vez de una teoria especifica, En la tradicién filos6fica del siglo XIX, el reto de Nietzsche al siste- ma erigido por Kant, Hegel y sus sucesores es una versidn de la cuestién general de la fi- losofia. La critica de Nietzsche a la metafisica incluye, o parte de, lo estético, y lo mismo podria decirse de Heidegger. La invocacion de prestigiosos nombres de fildsofos no da a entender que el actual desarrollo de la teoria literaria sea una consecuencia lateral de espe- culaciones filos6ficas més amplias, En algunos raros casos parece existir un nexo directo entre la filosofia y la teorfa literaria. Mas frecuentemente, sin embargo, la teorfa literaria contemporénea es una versién relativamente autnoma de cuestiones que también apare- cen, en un contexto diferente, en la filosofi, aunque no necesariamente de una forma ‘més clara y rigurosa. La fllosofia, en Inglaterra igual que en el continente, esta menos libe- rada de modelos tradicionales de To que a veces sus exponentes pretenden creer, y el lugar prominente, aunque nunca dominante, de la estética entre los principales componentes Gel sistema es una parte constitutiva de este sistema. Por tanto, no es sorprendente que la teoria literaria contemporénea haya surgido fuera de la filosofia y, a veces, en rebelién cconsciente contra el peso de su tradicin. La teoria literaria bien puede haberse vuelto un objeto de interés legftimo de la filosofia, pero no puede ser y asimilada a ella, ni baséndo- se en hechos ni tedricamente. Contiene un momento necesariamente pragmatico que la debilita como teoria, pero que afiade un elemento subversivo de impredictibilidad y la convierte en una especie de comodin en el serio juego de las disciplinas tedricas. El advenimiento de Ta teorfa, la ruptura que ahora se deplora tan a menudo y que la situia aparte de la historia literaria y de la critica literaria, tiene lugar con la introduccién de la terminologfa lingiistica en el metalenguaje sobre la literatura. Por terminologia ling- difstica se entiende una terminologia que designa la referencia antes de designar al referen- te y tiene en cuenta, en la consideracién del raundo, la funcién referencial del lenguaje 0, para ser mas explicitos, que considera la referencia como una funcién del lenguaje y no necesariamente como una intuiciGn. La intuicién implica percepcidn, consciencia, expe- riencia y conduce inmediatamente al mundo de la légica y de la comprensién con todos sus cortelatos, entre los que la estética ocupa un lugar prominente. El supuesto de que puede haber una ciencia del lenguaje que no sea necesariamente una logica eva al desa- rrollo de una terminologia que no es necesariamente critica. La teoria literaria contem- orénea toma la alternativa en ocasiones tales como la aplicacton de fa lingifstica sausst reana a los textos literarios. La afinidad entre la lingiistica estructural y los textos literarios no es tan obvia como puede parecer ahora, con Ja percepcidn retrospectiva de la historia. Peirce, Saussure, Sapir Bloomfield no se ocuparon, en un principio, de la literatura en absoluto, sino de las ba- ‘es cientificas de la lingiiistica. Pero el interés pot Ja semiologia de filélogos como Roman Jekobson o de criticos literarios como Roland Barthes, revela la atraccién natural de Ia Ii teratura hacia una teoria de los signos lingiisticos. Al considerar el lenguaje como un sis- tema de signos y de significacién en lugar de una configuracién establecida de signi- ficados, se desplazan o suspenden las barreras tradicionales entre Jos. sos literarios y Presumiblemente no literarios del lenguaje y se libera al corpus del peso secular dela ca- nonizacién textual. Los resultados del encuentro entre fa semniologia y la literatura fueron bastante mas allé que los de muchos otros modelos te6ricos -filol6gicos, psicolégicos 0 clasicamente epistemol6gicos- que los escritores sobre literatura en btisqueda de modelos tales habfan probado antes. La capacidad de respuesta de los textos literarios al andlisis se- mitico es visible en el hecho de que, mientras otros acercamientos no eran capaces de ir ‘is alld de observaciones que podian ser parafraseadas o traducidas en términos de co- nocimiento comiin, estos andlisis revelaban configuraciones que solo podian ser descritas en términos de sus propios aspectos, especificamente lingiifsticos. La lingifstica de la se miologia y la de la literatura tienen aparentemente algo en comtin que sélo su coms perspectiva puede detectar y que les pertenece distintivamente a ellas. La definicién de es- te algo, a memudo referido como literariedad, se ha convertido en el objeto de fa teoria li- teraria La literariedad, sin embargo, se malentiende a menudo de un modo que ha provocado gran parte de la confusién que domina la polémica de hoy. Se supone con frecuencia, por ejemplo, que la literariedad es otra palabra para designar la respuesta estética, u otro mo- do de ella. El uso, en conjuncién con literariedad, de términos tales como estilo y estilisti- a, forma o incluso «poesia» (como en «la poesta de la gramiticas), todos los cuales tienen fuertes connotaciones estéticas, ayuda a alimentar esta confusi6n, incluso entre aquellos que primero pusieron el término en circulacién, Roland Barthes, por ejemplo, en un ensayo apropiada y reveladoramente dedicado a Romén Jakobson, habla elocuentemente de la brisqueda por parte del escritor de una perfecta coincidencia entre las propiedades onicas de una palabra y su funci6n significante. «También nos gustaria insistir en el crati- lismo del nombre (y del signo) en Proust... Proust ve la relacién entre el significante y el significado como motivada, uno copiando al otro y representando en su forma material la esencia significante de la cosa (y no la cosa misma)... Este realismo (en el sentido escold- stico del término), que coneibe los nombres como «copia» de las ideas, ha tomado, en Proust, una forma radical. Pero bien se puede uno preguntar si esto no esté més 0 menos conscientemente presente en toda la escritura y si es posible ser escritor sin algtin tipo de creencia en la relaciGn natural entre los nombres y las esencias, La funcion postica, en el sentido més amplio del término, seria asf definida por una conciencia critica cratiliana del signo, y el escritor seria el encargado de transportar este mito secular que quiere que el Jenigtiaje imite a la idea y que, en contra de las ensefianzas de fa clencia lingtifstica, « que los signos son motivados»'. En la medida en que, el cratilismo supone una convergen- cia de los aspectos fenomenales del lenguaje, como el sonido, con su funcién significante como referente, es una concepcién orientada estéticamente. De hecho, y sin distorsién, se podria considerar la teoria estética, incluyendo su formulacién més sistematica con Hegel, como el despliegue completo del modelo del cual la concepeién cratiliana del len- guaje es una version. La referencia algo criptica de Hegel a Platon en la Estética bien pu de ser interpretada en este sentido. Barthes y Jakobson a menudo parecen invitar a una lectura puramente estética, y sin embargo hay una parte de su afirmacién que se mueve en la direccisn opuesta, ya que la convergencia de sonido y significado celebrada por Barthes en Proust y, como Gérard Genette hia mostrado decisivamente?, mds tarde des- mantelada por Proust mismo como una tentacién seductora para mentes oscurecidas, también se considera aqui un mero efecto que el lenguaje puede lograr perfectamente, pe- ro que no guarda ninguna relaci6n sustancial, por analogia o por imitacién de base ontol6- gica, con nada mas alld de ese particular efecto. No es una funci6n estética sino retérica del lenguaje, un tropo identificable (la paronomasia) que opera al nivel del significante y que no contiene ninguna declaracién responsable sobre la naturaleza de] mundo ~a pesar de su fuerte potencial para crear la ilusién opuesta. La fenomenalidad del significante, co- ‘mo sonido, esta incuestionablemente incuestionablemente implicada en la corresponden- cla entre el nombre y la cosa nombrada, pero el nexo, la relaci6n entre la palabra y la cosa, no es feniomenal sino convencional. Esto libera considerablemente al lenguaje de limitaciones referenciales, pero lo ha- ce epistemol6gicamente muy sospechoso y volAtil, porque no puede decirse ya que su uso esté determinado por consideraciones de verdad y falsedad, bien y mal, belleza y fealdad o dolor y placer. Siempre que se puede revelar por medio del andlisis este potencial auté- nomo del lenguzje, estamos tratando con la literariedad y, de hecho, con la literatura co- mo el lugar donde se puede encontrar este conocimiento negativo sobre la fiabilidad de la cenunciacién lingiistica. La consiguiente puesta en primer plano de los aspectos mate- iales, fenomenales, del significante crea una fuerte ilusién de seduccién estética en el mismo momento en que la funci6n estética real ha sido, como minimo, suspendida. Es Inevitable que la semiologia o los métodos orientados deforma semejante sean considera- dos formalistas, en el sentido de estar valorizados estética en lugar de seménticamente, pero la inevitabilidad de dicha interpretacién no la hace menos aberrante. La literatura im: plica el vaciado, no la afirmacién, de las categorfas estéticas, Una de las consecuencias de esto es que, mientras que hemos estado acostumbrados tradicionalmente a leer la lteratu- 2 por analogia con las artes plisticas y la misica, ahora debemos reconocer la necesidad de un momento no perceptivo, lingtifstico en lz pintura y en la miisica y aprender a leer cuadros en lugar de /maginar significados. Sila literariedad no es una cualidad estética, tampoco es principalmente mimética. La mimesis se vuelve un tropo entre otros, donde el lenguaje decide imitar una entidad no verbal como la paronomasia «imita» un sonido sin ninguna pretension de identidad (0 re~ flexién sobre Ja diferencia) entre los elementos verbales y los no verbales. La repre- sentacién més engafosa de la literariedad, y también Ia objecién més repetida a Ja te literaria contemporénea, la considera como puro verbalismo, una negacién del-principio de realidad en nombre de ficciones absolutas, y por razones que se dice son ética y politi camente vergonzosas. El ataque refleja la ansiedad de los agresores en lugar de la culpabi- lidad del acusado. Al aceptar la necesidad de una lingiistica no fenomenal, el discurso so- bre la literatura se libera de oposiciones ingenuas entre la ficcién y la realidad, que son en si mismas fruto de una concepeién del arte acriticamente mimética. En una semiologia auténtica, asi como en otras teorias lingijsticamente orientadas, no se niega la funcién re- ferencial del lenguaje ni mucho menos; lo que se cuestiona es su autoridad como modelo para la cognicién fenomenal o natural. La literatura es ficcin no porque de algin modo se niegue a aceptar la «realidad», sino porque no es cierto a prior! que el lenguaje funcione segtin prineipios que son los del mundo fenomenal o que son como ellos. Por tanto, no es clerto a priori que la literatura sea una fuente de informacién fiable acerca de otra cosa que no sea su propio lenguaje. Seria desacertado, por ejemplo, confundir la matertalidad del significante con la materialidad de lo que significa. Esto parece ser suficientemente obvio al nivel de la luz y del sonido, pero lo es menos con respecto a la ms general fenomenalidad del espacio, det tiempo o especialmente del yo. Nadie en su sano juicio intentaré cultivar uvas por medio de la luminosidad de la palabra «dia», pero es dificil no concebir Ia forma de nuestra existencia pasada y futura de acuerdo con esquemas temporales y espaciales que pertene- cen a narrativas de ficclén y no al mundo. Esto no significa que las narrativas ficticias no sean parte del mundo y de la realidad; puede que su impacto en el mundo sea demasiado fuerte para nuestro gusto. Lo que Hamamos ideologia es precisamente la confusion de fa realidad lingtifstica con la natural, cierta referencia con el fenomenalismo. De ahi que, mas que cualquier otro modo de investigacién, incluida la economia, Ia lingitistica de la litera- tiedad sea un arma indispensable y poderosa para desenmascarar aberraciones ideol6gicas, asi como un factor determinante para explicar su aparicién. Aquellos que-reprochan a la teoria literaria el apartar los ojos de la realidad social e histérica (esto es, ideolégica), no hacen més que enunciar su miedo a que sus propias mistificaciones ideol6gicas sean reve- ladas por el instrumento que estén intentando desacreditar. Son, en resumen, muy malos lectores de La {deologia alemana de Marx. En estas demasiado sucintas evocaciones de argumentos que han sido hechos més extensa y convincentemente por otros, empezamos a percibir algunas de las respuestas a Ia pregunta inicial: qué hay de amenazador en Ia teorfa literaria para que provoque resis- tencias y ataques tan fuertes? Desbarata ideologias arraigadas revelando la mecénica de su funcionamiento, va contra una poderosa tradicién filoséfica de Ja que Ia estética es una parte destacada del canon establecido de las obras literarias desdibuia los limites entre el discurso literario y el no literario. Por implicacién, puede también revelar los nexos entre ideologias y filosofia, Todas éstas son razones suficientes para sospechar, pero no una res- puesta satisfactoria @ la pregunta. Pues hace que la tensiin entre la teorfa literaria contemporénea y Ia tradiciGn de los estudios literarios parezca un mero conflicto histéri- co entre dos modos de pensamiento que comparten accidentalmente el escenario al mis mo tiempo. Si el conflicto es meramente hist6rico, en sentido literal, es de un interés hist- rico limitado, una borrasca pasajera en el clima intelectual del mundo. De hecho, los ar- gumentos a favor de la legitimidad de la teoria literaria son tan poderosos que parece int- til preocuparse por el conflicto. Verdaderamente ninguna de las objeciones a la teorfa, presentadas una y otra vez, siempre mal informadas o basadas en graves malentendidos de términos como mimesis, ficcién, realidad, ideologfa, referencia y aun pertinencia, puede decirse que tenga un auténtico interés retorico. Puede ser, sin embargo, que el desarrollo de Ja teoria literaria esté sobredeter- minado por complicaciones intrinsecas a su proyecto mismo y desestabilizadoras con res pecto a su estatus en cuanto disciplina cientifica. La resistencia puede ser un constituyen- te inherente a su discurso, de un modo que seria inconcebible en las ciencias naturales ¢ inmencionable en las ciencias sociales. Puede ser, en otras palabras, que la oposicidn polé- mica, la incomprensién y tergiversacién sisteméticas, las objeciones carentes de sustancia pero eternamente reiteradas, sean los sintomas desplazados de una resistencia inherente a Ja empresa te6rica misma. Pretender que esto fuera motivo suficiente para plantearse no hacer teoria literaria seria como rechazar la anatomia porque no ha logrado curar la mortalidad. El auténtico debate de la teoria literaria no es con sus oponentes polémicos, sino con sus propios supuestos y posibilidades metodoldgicos. En vez de preguntar por qué la teoria literaria es amenazadora, quiz4 ceberfamos preguntar por qué le es tan dificil cumplir su cometido, y por qué cae tan facilmente en ef lenguaje de la autojustificacién 0 de la autodefensa o en la sobrecompensaciGn de un utopismo programéticamente eufori- co. Esta inseguridad respecto de su propio proyecto requiere autoandlisis, si se quieren comprender las frustraciones que acompafian a los que la practican, incluso cuando pare- ccen vivir seguros de s{ mismos en serenidad metodoligica, Y si estas dificultades son real- mente parte integrante del problema, tendrén que ser, hasta cierto punto, ahistéricas, en el sentido temporal del término. La forma como aparecen en la escena literaria aqui y aho- +4, en cuanto resistencia a la introducciGn de terminologia lingUfstica en el discurso estéti- coe hist6rico sobre Ja literatura, es solo una version particular de una cuestién que no se puede reducir a una situactén hist6rica especifica ni lamar moderna, posmoderna, pos- clésica 0 roméntica (ni siquiera en el sentido hegeliano del término), aunque su modo compulsivo de imponérsenos bajo la especie de un sistema de periodizacién histérica es clertamente parte de su naturaleza problemética. Estas dificultades pueden leerse en el texto de la teorfa literaria siempre, en cualquier momento hist6rico que se elija. Uno de los logros principales de las actuales tendencias tedricas es haber restaurado alguna con- Ciencia de este hecho. La teorfa literatla clisica, medieval y renacentista se Jee ahora fre- cuentemente de un modo que sabe lo que hace lo suficiente como para no desear llamarse «moderno». ‘Volvemos, pues, a la pregunta de origen en un intento de ampliar la discusién to bastante como para inscribir la polémica en la pregunta en vez de hacer que la determine. La resistencia a la teoria es una resistencia al uso del lenguaje mismo o la posibilidad de que el lenguaje contenga factores o funciones que no puedan ser reducidos a la intuici6n, Pero parece ser que suponemos demasiado fécilmente que cuando nos referimos a algo amado «lenguaje> sabemos de qué estamos hablando, aunque probablemente no haya ninguna palabra en el lenguaje que sea tan evasiva, esté tan sobredeterminada y desfigura- da y sea tan desfigurante como «lenguaje>. Incluso si optamos por consideraria a una dis- tancia prudencial de cualquier modelo te6rico, en la historia pragmatica del «lenguaje», no en cuanto concepto, sino en cuanto tarea didactica que ningin ser humano puede evitar, pronto nos encontramos de frente con enigmas tedricos. El mas familiar y general de los modelos lingtisticos, el clisico trivium, que considera a las ciencias del lenguaje com- uestas por la gramética, la retérica y Ia l6gica (o la dialéctica) es, de hecho, un conjunto de tensiones no resueltas, lo bastante poderoso para haber generado un discurso infinita- mente prolongado de frustracién sin fin, del que la teoria literaria contemporénea, incluso en su forma més segura de si, es un capitulo ms. Las dificultades se extienden a las arti- culaciones internas entre las partes constituyentes, asi como a la articulacién del campo del lenguaje con el conocimiento de} mundo en general, el nexo entre el wivium y el quadriviam que cubre las ciencias no verbales del nimero (aritmética), del espacio (geo ‘metria), del movimiento (astronomta) y del tempo (musica), En la historia de la flosofia, esta conexiGn se logra tradicionalmente, asi como sustancialmente, por medio de la logi- a, el area donde el rigor del discurso lingtifstico sobre si mismo corre parejo con el rigor del discurso matemético sobre el mundo, La epistemologia del siglo XVII, en el momento ‘en que la relacién entre la filosofia y las mateméticas es particularmente estrecha, presenta al lenguaje de to que llama geometria (mos geometricus), y que de hecho incluye la ho- ‘mogénea concatenaciGn de espacio, tiempo y nimero, como modelo tinico de coherencia y economfa, El razonamiento more geométrico se dice que es implica al menos la esperanza de un futuro modelo que serfa de hecho aplicable a la generacién de todos los textos. De nuevo, no es nuestro propdsito ahora discutir la validez de este optimismo metodolégico, sino simplemente ofrecerlo co- ‘mo ejemplo de la persistente simbiosis entre la gramatica y la logica. Esté claro que, tanto para Greimas como para toda la tradiciOn a la que pertenece, las funciones gramaticales y [ogicas del lenguaje son co-extensas. La gramética es un isétopo de la Logica. De ahi que, mientras permanezca basada en la gramética, cualquier teoria del Jenguaje, incluyenclo una literaria, no amenace lo que consideramos el principio subyacen- te de todos los sistemas lingiisticos, cognitivas y estéticos. La gramitica esté al servicio de la I6gica que, a su vez, permite el paso a conocimiento del mundo”. El estudio de la ‘gramatica, la primera de las artes liberales, es la condiciGn previa necesaria para el conoci- miento cientifico y humanistico. En tanto que deje este principio intacto, no hay nada amenazante en Ia teoria literaria, La continuidad entre la teoria y el fenomenalismo es afirmada y preservada por el sistema mismo. Las dificultades se dan solo cuando deja de ser posible ignorar el empuje epistemoldgico de la dimensién retorica del discurso, esto es, cuando deja de ser posible mantenerlo en su lugar como un mero adjunto, un mero or- ‘namento dentro de la funcién seméntica. La incierta relacién entre la gramatica y la ret6- rica (a diferencia de la relacién entre la gramitica y la légica) es evidente, en la historia del trivium, en ta incierta posicién de las figuras de lenguaje 0 tropos, un componente del Ienguaje que esté a caballo de la discutida frontera entre las dos éreas. Los tropos solfan formar parte del estudio de la gramética, pero también eran considerados el agente sem- ntico de la funcién especifica (0 efecto) que la retérica cumple como persuasién y como significado. Los tropos, a diferencia de la gramética, pertenecen primordialmente al len- guaje. Son funciones de produccion textual que no siguen necesariamente el modelo de tuna entidad no verbal, mientras que la gramética es, por definicion, capaz de generaliza- cion extralinglifstica. La tensién latente entre la retorica y la gramatica se precipita en el problema de la lectura, el proceso que necesarlamente participa de ambas. Resulta que la resistencia a la teoria es, de hecho, una resistencia a la lectura, una resistencia que tiene quizas su forma mas eficaz, en los estudios contemporéneos en las metodologias que se llaman a si mismas teorfas de la lectura pero que, sin embargo, evitan la funcién que pro- claman como su objeto. 2 Qué queremos decir cuando afirmamos que el estudio de los textos literarlos es necesariamente dependiente de un acto de lectura, o cuando afirmamos que este acto es sistematicamente dejado de lado? Ciertamente algo més que la tautologia de que uno tie- ne que haber leido al menos algunas partes, por pequefias que sean, de un texto (0 haber leido alguna parte, por pequefia que sea, de un texto sobre un texto) para ser capaz. de ha- cer una afirmaciGn sobre él. Por muy comtin que pueda ser, la critica de ofdas slo rara vez se considera ejemplar. Recalcar la necesidad, en absoluto evidente, de la lectura impli- caal menos dos cosas. Primero, implica que la literatura no es un mensaje transparente en el que se puede dar por hecho, que la distincién entre el mensaje y los medios de comunt- caci6n esta claramente establecida, En segundo lugar, y més probleméticamente, implica que la descodificacién de un texto deja un residuo de indeterminacién que tiene que ser, pero que no puede ser, resuelto por medios gramaticales, por muy lato que sea el modo en que estos se conciban. La extensidn de la gramética hasta incluir dimensiones para- figurales es de hecho la estrategia més notable y debatible de la semiologia contemporé- nea, especialmente en el estudio de estructuras sintagméticas y narrativas. La codificacién de elementos contextuales mds alld de los limites sintacticos de la frase lleva al estudio sis- temético de dimensiones de la metéfrasis y ha afinado ampliado considerablemente el co- nocimiento de los cédigos textuales. Estd igualmente claro, sin embargo, que esta exten- sidn va siempre estratégicamente dirigida hacla la sustitucién de figuras retoricas por 6ciigos gramaticales. Esta tendencia a reemplazar una terminologfa retérica por una gra- matical (hablar de hipotaxis, por ejemplo, para designar tropos anamérficos 0 metonimi- cos) es parte de un programa explicito, un programa cuya intencién es completamente admirable ya que tlende hacia el dominio y el esclarecimiento del significado. El reempla- zo de un modelo hermenéutico por uno semistico, de la interpretaci6n por la decodifica- cin, representaria, en vista de la desconcertante inestabilidad de los significados textuales (incluidos, por supuesto, los de los textos canénicos), un progreso considerable, Muchas de las vacilaciones asociadas con la «lectura> podrian asi desaparecer. Se puede argitir, sin embargo, que ninguna decodificacién gramatical, por muy re- finada que sea, puede pretender alcanzar las dimensiones figurales de un texto. Hay elementos en todos los textos que no son de ningin modo agramaticales, pero cuya fun- ciGn seméntica no es gramaticalmente definible, ni en sf misma ni en contexto. {Tenemos que interpretar el genitivo en el titulo del poema épico inconcluso de Keats The Fall of Hyperion por entre la ‘ondicién del autor y la del lector ya que Hegando a este punto, la simetria no es ya una ‘trampa formal sino real y Ja cuestiGn no es ya teérica Este deshacer la teoria, 0 este deshacerse a si misma de la teorfa, esta alteracién del estable campo cognitivo que se extiende de la gramatica a la logica y a la ciencia gene- ral del hombre y del mundo fenomenal puede, a su vez, ser convertido en un proyecto te6rico de andlisis retérico que revelard la inadecuacién de los modelos gramaticales de no-lectura. La retérica, por su relacién activamente negativa con Ta gramética y la l6gica, deshace las pretensiones del trivium (y, por extensién, del lenguaje) de ser una construc cin epistemolégicamente estable. La resistencia a la teoria es una resistencia a la dimen- siGn retorica o tropolégica del lenguaje, una dimension que quiz4 se halle mds explicita- mente en primer plano en la literatura concebida de modo amplio) que en otras manifes- taciones verbales 0 ~por ser menos vago- que puede ser revelada en cualquier acontect- miento verbal es leido textualmente. Puesto que la gramética, al igual que la figuraciGn, es parte integral de la lectura, se sigue que la lectura seré un proceso negativo en el cual la ccognici6n gramatical queda deshecha en todo momento por su desplazamiento retérico. E] modelo del srivium contiene en su interior la pseudodialéctica de su propio deshacerse ¥ su historia nos cuenta fa historia de esta dialéctica. Esta conclusion permite ‘una descrip- cin algo més sistematica de la escena tedrica contemporanea. Esta escena esta dominada por un mayor hincapié en la lectura como problema tedrico 0, como a veces se expresa erréneamente, por un mayor hincapié en la recepciGn que en la produécién de textos. Es cen este dmbito donde se han dado los intercambios més fructiferos entre escritores y pu- blicaciones de diversos paises y donde se ha desarrollado el didlogo més interesante entre la teoria literaria y otras disciplinas, en las artes asf como en la lingtifstica, en Ta filosofia y cen las clencias sociales. Un informe claro sobre el estado presente de la teoria literaria en los Estados Unidos tendria que destacar el Hincapié en la fectura, una tendencia que ya est presente, ademés, en la tradicién de la Nueva Critica de la década de los cuarenta y cincuenta, Los métodos son ahora més técnicos, pero el interés contemporéneo por una postica de la literatura esta claramente unido, de modo bastante tradicional, a los proble ‘mas de la lectura. Y, como los modelos que se estén usando ya no son simplemente inten- clonales y centrados en un yo (self) dentificable, ni simplemente hermenéuticos en la tulaci6n de un sélo texto original, prefigural y absoluto, parecerfa que esta concentracion, en la lectura tendria que levar al redescubrimiento de las dificultades tedricas asociadas con la retorica. Tal es en efecto el caso, hasta cierto punto, pero no por completo. Quiz el aspecto mas aleccionador de la teorfa contemporénea sea el refinamniento de las técnicas por medio de las cuales la amenaza inherente en el andlisis ret6rico se evita en el mismo ‘momento en el que la eficacia de estas técnicas ha progresado tanto que los obsticulos retricos para la comprensién no pueden ya ser erréneamente traducidos a lugares comu- nes teméticos y fenomenales. La resistencia a la teorfa que, como vimos, es una resistencia ‘ala lectura, aparece en su forma més rigurosa y tedricamente elaborada entre los teéricos de la lectura que dominan la escena tedrica contemporénea Seria un proceso relativamente fécil, aunque largo, mostrar que esto se aplica a los tedricos de la Iectura que, como Greimas o, a un nivel mas refinado, Riffaterre o, en un modo muy diferente, H. R. Jauss o Wolfgang Iser ~todos los cuales ejercen una influencia decidida, aunque a veces oculta, en Ia teoria literaria en este pais- estén comprometidos con el uso de modelos gramaticales 0, en el caso de la Rezeptionsaesthetik, con los mode- los hermenéuticos tradicionales que no dan cabida a la problematizacién del fenomenalis- mo de la lectura y, por tanto, permanecen confinados acriticamente en una teoria de la li- teratura enraizada en la estética. Un argumento asf seria facil de hacer porque, una vez que el lector se hace consciente de las dimensiones retéricas de un texto, no tiene dificul- tad en encontrar ejemplos textuales que son irreductibles a la gramética 0 a un significado historicamente determinado, con tal de que esté dispuesto a teconocer lo que tiene for- zosamente que notar. El problemal se convierte pronto en el més desconcertante de tener que dar cuenta de la compartida desgana a reconocer Io obvio. Pero el argumento seria largo porque tiene que entablar un analisis textual que no puede evitar ser algo elaborado, Se puede sugerir sucintamente la indeterminaciGn gramatical de un titulo como The Fall of Hyperion, pero confrontar un enigma tan irresoluble con la recepcién y la lectura criti- cas del texto de Keats requiere algiin espacio, La demostracién es menos fécil (aunque quizés menos laboriosa) en el caso de los teGricos de la lectura que evitan la retérica tomando otro giro. En los iltimos afios hemos sido testigos de un intenso interés por ciertos elementos del lenguaje cuya funcién no sdlo es independiente de cualquier forma de fenomenologismo, sino también de cualquier forma de cognici6n, y que asi pospone la consideracién de tropos, ideologias, etc., 0 los excluye de una lectura que seria principalmente performativa. En algunos casos se rein- troduce un nexo entre la actuacién, la gramética, la Logica y el significado referencial esta- ble. y las teorias resultantes (como en el caso de Ohman) no son esencialmente distintas de las de los gramiticos y semidlogos confesos. Pero los mas astutos practicantes de la teoria de la lectura basads en los actos de habla evitan esa recafda e insisten acertadamente cen la necesidad de mantener Ja actuaci6n real de los actos de habla, que es convencional en higer de cognitiva, separada de sus causas y efectos -se trata de mantener, en sit termi- nologia, la fuerza ilocucionaria separada de su funcién perlocucionaria. La retérica, enten- dida como persuasién, queda enérgicamente desterrada (como Coriolano) del momento performativo y exiliada en el area afectiva de la perlocucion. Stanley Fish expone de modo ‘convincente en un ensayo magistral . Lo que despierta sospechas en esta conclusién es que relega la persuasicn que realmente es inseparable de la ret6rica, a un émbito puramen- te afectivo e intencional y no deja lugar para modos de persuasién que no son menos retdricos ni menos operativos en los textos literarios, pero que son del orden de la persus sin por demostracién y no de la persuasion por seduccién. Asi, es posible vaciar la retéri- ca de su impacto epistemolégico slo porque se ha dado un rodeo en toro a sus funcio- nes figirales, tropologicas. Es como si, volviendo un momento al modelo del trivium, la retorica pudiera ser aislada de la generalidad que la gramética y la l6gica tienen en comin yy considerada como mero correlato de un poder ilocutivo. La ecuacién de la retérica con ja psicologia en vez. de con la epistemologia abre tristes perspectivas de-banalidad pragm: atica, que son tanto més tristes en cuanto se comparan con la brillantez. del andlisis per- formativo. Las teorias de la lectura de los actos de habla repiten de hecho, de un modo mucho més eficaz, la gramaticalizaci6n del trivium a costa de la ret6rica, ya que la carac- terizacion de lo performativo como mera convencién lo reduce en efecto a un codigo gra- matical entre otros. La relaciGn entre tropo y actuacidn es realmente més estrecha, pero més perturbadora de lo que aqui se propone. Tampoco se capta apropiadamente esta rela cién haciendo referencia a un aspecto supuestamente «creativor de la actuacién, nocién de la que Fish acertadamente discrepa. El papel performativo del lenguaje puede decirse que es posicional, lo cual difiere considerablemente de «convencional>, asf como de «crea- tivamente> (0, en el sentido técnico, intencionalmente) constitutivo, Las teorias de la lec- tura orientadas hacia el acto de habla leen sélo en tanto que preparan el camino para la lectura retética que evitan, Pero esto mismo seguiria siendo valido incluso si se pudiera concebir una lectura everdaderamente» retdrica que estuviera libre de cualquier fenomenalizacion indebida © de cualquier codificacién gramatical o performativa indebida de un texto ~cosa que no es necesariamente imposible y hacia la que los métodos y fines de la teorfa literaria deberian ciertamente encaminarse. Dicha lectura pareceria realmente el desmontarse met6dico de la construccién gramatical y, en su desarticulacién sistemética del trivium, seria teorica- mente valida asi como eficaz. Las lecturas retoricas técnicamente correctas pueden ser aburridas, mon6tonas, previsibles y desagradables, pero son irrefutables. Son también to- talizadoras (y potencialmente totalitarias) ya que, como las estructuras y funciones que exponen no evan al conocimfento de una entidad (como el lenguaje), sino que son un proceso no fiable de produccién de conocimiento que impide que todas las entidades, in- cluidas las lingtisticas, entren en el discurso como tales, son realmente universales (they are indeed universals), modelos coherentemente deficientes de la imposibilidad del len- guaje de ser un lenguaje modelo. Son, siempre en teoria, el modelo te6rico y dialéctico més eléstico para acabar con todos los modelos y pueden con razén afirmar que contie- nen en sus propias deficientes mismidades todos los otros modelos deficientes de evasion de la lectura, sean referenciales, semiol6gicos, gramaticales, performativos, kigicos o cua- Jesquiera otros. Son teoria y no son teoria al mismo tiempo, la teoria universal de la impo- sibilidad de la teorfa. En tanto que son teoria, sin embargo, esto es, lecturas retéricas en- sefiables, generalizables y altamente sensibles a la sistematizacidn, las lecturas ret6ricas, como las de otro tipo, atin resisten y evitan la lectura por la que abogan, Nada puede su- perar la resistencia a la teoria ya que la teoria misma es esta resistencia, Cuanto més eleva- dos sean los fines y. mejores los métodos de la teorfa literaria, menos posible se vuelve ésta. Con todo, la teoria literaria no esté en peligro de hundirse: no puede sino florecer ¥, cuanta mds resistencia encuentra, més florece, ya que el lenguaje que habla es el lenguaje de la autorresistencia. Lo que sigue siendo imposible de decidir es si este florecimiento es tun triunfo o una caida. NOTAS De MH. Abrams, R.P. Blackmur yM. K, Wimsat, respectivamente (T.), 1. Roland Barthes, «Proust et les noms» en To Honor Roméin Jakobson (La Haya: Mouion, 1967) pate I, pp. 157-58. 2 eProust et le langage indirect, en Figures 1 (Paris: Seuil, 1968), 3, Blaise Pascal, «De esprit aSométrique et de Hart de persuadern, en Oewores complies, ed. 1. Lafuma (Pati: Seuil, 1963), pp. 349 ys. 4, A.J, Greitnas, Du Sens, Paris: Seuil, 1970), p13 5. Stanley Fish, iow to Do Things with Austin and Searle: Speech Act Theory and Literary Criticism, en ‘MLN 91 (1976), pp. 983-1025.Véase especialmente p, 1008

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