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Sin pretender hacer una apología de la criminalidad femenina, debemos reconocer que la
cárcel también es un asunto de género. Cabe la aclaración que ésta es una situación que
prevalece no sólo en México, sino en la mayoría de los países del mundo.
Hablando de las mujeres que viven en un Centro de Readaptación Social en nuestro país,
en la mayoría de los estados son víctimas de toda clase de violaciones a sus garantías
individuales, toda vez que predomina en el sistema penitenciario la mentalidad de que “por
ser pocas no cuentan”. Asimismo, la sociedad en su conjunto impone a la mujer que vive
en ésta situación el estigma de haber transgredido la ley, pero sobre todo la moral. En el
imaginario colectivo no es posible concebir que una mujer delinca, por el contrario,
subyuga toda capacidad de decisión, acción y visión de ella misma, situación que se
agrava cuando se encuentra en situación de pobreza, ignorancia, violencia (familiar
principalmente) y peor aun, cuando se trata de mujeres que viven en zonas rurales o
marginadas, donde el control social por parte de la iglesia, familia y pareja repercuten en la
idea de que cuando una mujer comete un delito, es visto como un pecado y por
consiguiente debe compurgar su sentencia, (penitencia). En estas condiciones, es el
mismo entorno social el que las destierra de su mundo, situación que se recrudece aún
más cuando se encuentran en Centros de Readaptación que se localizan fuera de su
estado, ya que el olvido y el abandono se vuelven una práctica cotidiana, lo que da como
consecuencia que la constitucional “readaptación social” (expiación de las culpas) sea un
verdadero fracaso institucional.
Por otra parte, es un hecho que las mujeres que se encuentran en reclusión son las que no
contaron con el apoyo de la familia, ni con los recursos económicos para cubrir los montos
de la caución o sobrellevar un proceso. En cuanto a la imposición de las sentencias
también existe inequidad con respecto al hombre, esto es, en el supuesto que una mujer
cometa una conducta tipificada como delito, independientemente de su grado de
participación (autora material, intelectual, cómplice, etc.), generalmente recibe condenas
mayores a las que recibe el hombre por la comisión del mismo delito aún cuando su grado
de participación sea menor.
La mujer en reclusión, es más fácil de controlar, pese a ser más demandante que el
hombre, la mujer no causa conflictos que impidan la gobernabilidad de los centros y en
caso de realizar un motín, no lo hace con el fin de fugarse o causar daños al
establecimiento del centro, sino por demandar mejores servicios, primordialmente de
salud.
A lo anterior, debemos adunar que pese a que la mujer en reclusión es abandonada por la
familia principalmente por la pareja, padres, hermanos, (hombres), difícilmente ella
desatenderá a la familia, en algunos casos, cuando le es permitido vivirá con sus hijos en
prisión, en caso de tenerlos afuera, no se deslindará de su obligación de ser el sustento
económico, y realizará diversas actividades con el fin de proporcionarles lo que le sea
posible otorgar. Lamentablemente la capacitación para el trabajo (uno de los pilares de la
readaptación social) dirigida a las mujeres, se constriñe a actividades manuales más
terapéuticas que verdadera instrucción de oficios.