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Más que nada, algunos profesores me reprochaban esta alegría. Suponía añadir la
insolencia a la nulidad. La mínima cortesía exigible a un zoquete es ser discreto: lo
ideal sería haber nacido muerto. Solo que mi vitalidad me era vital, si se me permite
decirlo. El juego me salvaba de los pesares que me invadían en cuanto volvía a caer
en mi vergüenza solitaria.
¡Ah!, fundirme en una pandilla donde la escolaridad no hubiera contado para nada,
¡qué sueño! ¿A qué se debe el atractivo de la pandilla? A poder disolverse en ella
con la sensación de afirmarse. ¡La hermosa ilusión de la identidad! Todo para
olvidar esa sensación de ser absolutamente ajeno al universo escolar, y huir de
aquellas miradas de adulto desdén.
Pero os llevaríais una falsa idea del alumno que yo era si os atuvierais solo a esas
represalias clandestinas. (Además, lo de las tres sotanas no fue cosa mía.) El alegre
zoquete que de noche urdía jugarretas vengativas, el invisible Zorro de los castigos
infantiles; me gustaría poder limitarme a ese cromo, solo que yo era también —y,
sobre todo— un chiquillo dispuesto a todos los compromisos a cambio de una
benevolente mirada de adulto.
A todos los que hoy imputan la constitución de bandas solo al fenómeno de las
banlieues, de los suburbios, les digo: tenéis razón, sí, el paro, sí, la concentración de
los excluidos, sí, las agrupaciones étnicas, sí, la tiranía de las marcas, la familia
monoparental, sí, el desarrollo de una economía paralela y los chanchullos de todo
tipo, sí, sí, sí... Pero guardémonos mucho de subestimar lo único sobre lo que
podemos actuar personalmente y que además data de la noche de los tiempos
pedagógicos: la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende, perdido en
un mundo donde todos los demás comprenden. Solo nosotros podemos sacarlo de
aquella cárcel, estemos o no formados para ello.
La madre. Está sola en casa, la cena terminada, los platos por lavar, las notas del
muchacho delante de sus narices, el muchacho encerrado con doble vuelta de llave
en su habitación ante un videojuego, o ya fuera, de farra con su pandilla a pesar de
una tímida prohibición... Sola, con la mano en el teléfono, vacila. Explicar por
enésima vez el caso del hijo, recorrer una vez más el historial de fracasos, qué
fatiga, Dios mío... Y la perspectiva del futuro agotamiento: tener que buscar
también ese año alguna escuela que le acepte... pedir un día de permiso en la oficina
o en la tienda... visitas a los directores del centro... la barrera de la secretaría...
papeles que re llenar... esperar la respuesta... entrevistas... con el hijo, sin el hijo...
tests... esperar los resultados... documentación... incertidumbres... ¿será esta escuela
mejor que la otra? (Porque en materia de escuelas la cuestión de la excelencia se
plantea tanto en lo más alto de la escala como en el fondo del abismo, la mejor
escuela para los mejores alumnos y la mejor para los náufragos, con eso está dicho
todo...) Llama por fin.
Por eso es crucial entender que la presencia de los alumnos depende estrechamente
de la del profesor: su presencia en la clase entera y en cada individuo en particular.
La presencia del profesor que habita plenamente su clase es perceptible de
inmediato. Los alumnos la sienten desde el primer minuto del año.
Hoy en día existen en nuestro planeta cinco clases de niños: el niño cliente entre
nosotros, el niño productor bajo otros cielos, así como el niño soldado, el niño
prostituido y, en los paneles curvos del metro, el niño moribundo cuya imagen,
periódicamente, proyecta sobre nuestro cansancio la mirada del hambre y del
abandono. Son niños, los cinco. Instrumentalizados, los cinco.
Los males de gramática se curan con la gramática, las faltas de ortografía con la
práctica de la ortografía, el miedo a leer con la lectura, el de no comprender con la
inmersión en el texto.
En clase, el zoquete se pasa el día mintiendo, justificando sus faltas. Esta actividad
mental moviliza una energía que no puede compararse con el esfuerzo que necesita
el buen alumno para hacer bien los deberes. En un internado el zoquete ya no tiene
que justificarse. Supone, pues, un incalculable ahorro de energía vital.
No son métodos lo que faltan, sólo se habla de métodos. En el fondo, sabemos que
falta algo: el amor. No se trata de ese amor. Una golondrina aturdida es una
golondrina que hay que reanimar; y punto final
No sirve decir que los jóvenes están mal preparados o que el nivel es muy bajo, hay
que saber utilizar la metodología adecuada a cada alumno e intentar sacar adelante
hasta al más zoquete de la clase, enseñándoles a creer en sí mismos y a desarrollar
sus capacidades que, indudablemente, todos las tienen, porque tan malo es el
alumno zoquete como el profesor que no es capaz de manejar esa situación
No todo está en manos del profesor, también los padres juegan un papel primordial
en la educación de sus hijos. Los padres del mal alumno raras veces saben afrontar
el problema; la falta de tiempo o la desilusión les llevan a mirar para otro lado,
fingiendo que todo está bien, ya que como hemos dicho anteriormente, estamos en
una sociedad cambiante.
Hoy día, parece que los padres sólo conceden importancia al desarrollo intelectual
de sus hijos, preocupándose exclusivamente por las notas conseguidas, y creo que
esto es un error, ya que la formación de los hijos, debe incluir todas las
dimensiones. A los hijos se les debe ayudar en la formación de unos hábitos sólidos
y bien arraigados, que les ayuden a ser personas de criterio, que toman sus propias
decisiones, evitando que otros las tomen por ellos.
Es muy interesante que siendo un mal estudiante haya podido sobrevivir al espacio
escolar, ser profesor y luego escritor, quizá este libro tenga un valor agregado ya
que viene de la experiencia de alguien que tuvo los problemas que trata de resolver
la pedagogía y que el supero.
Con este libro a modo de conclusión se nos plantea la pregunta si ¿lo importante es
que los profesores saquen a los mejores estudiantes adelante o si por el contrario lo
importante es enfocarse en los peores estudiantes?
Hay que educar a los estudiantes para que no caigan en las 5 clases de niños
actuales ya que ellos están instrumentalizados:
o Niño cliente
o Niño producto de “otros cielos”
o Niño soldado
o Niño prostituido
o Niño moribundo
Este capítulo empieza mostrando a la madre del autor, la cual está viendo una película en la
que se desarrolla la vida y obra de su hijo que aunque hubiese sido un mal estudiante en su
infancia, consiguió a lo largo de su vida profesional convertirse en un gran profesor.
El autor reconoce en repetidas veces que fue un pésimo estudiante, incluso reconocía que
era inferior a los comportamientos cognitivos de su perro. Tuvo problemas al aprender el
abecedario, consiguió ser bachiller muy tarde y a duras penas obtuvo su titulo en la carrera
de filosofía y letras.
Admite que tuvo una infancia feliz pero que su mayor temor era la escuela. Le
consideraban un “zoquete” y recalca que su familia tuvo que llevar con esa carga, la de
tener un hijo y hermano “zoquete”.
Decide escribir el libro “Mal de la escuela” en el que reconoce que tiene un auto-concepto y
el de la escuela muy negativos.
Uno de sus hermanos piensa que el origen de esa “zoqueteria” se debe a que de pequeño,
cayó en el basurero de Dijibuti y allí contrajo una enfermedad que después tuvo que ser
tratada con penicilina.
En un momento consiguió abrir la caja fuerte de su madre y por esta razón sintieron que no
podían mas con el y lo enviaron a un internado, desde los doce a los dieciséis años. Esta
experiencia le hizo reflexionar acerca de los marginados sociales, dice que sus movimientos
reivindicativos los respeta y apoya pero considera que esta mejor fuera de ellos y le da las
gracias a los profesores que confiaron en él y “lo sacaron del pozo” en el que se encontraba.
Capítulo 2: Devenir
El autor describe algunos casos de sus alumnos en la década de los años 70 donde observa
que la sensación de fracaso de algunos de ellos es un fiel reflejo de la proyección del
fracaso que manifiesta en sus padres ante la vida o profesión.
Las razones por las que los profesores y los padres le dicen mentiras a sus alumnos o
hijos, lo hacen en base principalmente en los siguientes aspectos:
Reflexiona sobre la cuestión de haber llegado a ser alguien en la vida y que tardó 10 años
en convertirse en un profesor responsable. Esa maduración personal llega de manera
distinta a cada persona, ya que cada uno tiene su propio ritmo de madurez e incluso algunos
no les llega nunca. Los salvadores del profesor en cuestión para llegar a iniciar su madurez
responsable fueron los siguientes
un profesor de francés
un profesor de matemáticas
una profesora de historia
un profesor de filosofía
La lectura también lo salvó, pero lo hacía de forma clandestina porque en los internados de
esa época estaba prohibido leer. También lo salvo el amor ya que repitiendo el último curso
de bachillerato se enamoró, posteriormente obtuvo una licenciatura y un doctorado en
letras.
El pronombre neutro “lo” así como otros, los utiliza frecuentemente dentro de una
metodología de acercamiento a la literatura, con esto los atrae y los acerca al gusto por la
enseñanza de la gramática ya que plantea que “las malas praxis” se curan con la inmersión
en la gramática e intenta animar a sus malos alumnos a que no descansen y entren en
materia.
En esta labor de búsqueda de estrategias para salvar a sus malos alumnos, recurre a las
enseñanzas y ejemplos que le dan algunas de sus compañeras, entre ellos al de una
profesora de música qué le manifiesta que cada alumno es diferente. Otra de las estrategias
que encuentra como forma de acercamiento a sus alumnos es la de pasar lista, encuentra a
esto como un momento de acercamiento a sus alumnos.
Ingenia unos dictados creativos, en los que cada uno de sus alumnos dicta al resto de sus
compañeros sus experiencias personales de lo que les ocurrió el día anterior o el fin de
semana, a través de estos dictados comprobaba que cada uno de sus alumnos iban
progresando a excepción de algunos de ellos que descubrió que padecían de sordera, esto se
lo comunicaba a sus familiares y sugería una revisión exhaustiva del oído.
Para salvar a alumnos que se iba encontrando en diversos centros escolares por los que iba
dando clase, descubrió que era necesario enseñarles de nuevo e iniciar un proceso de
“desprender para volver a aprender”.
Una de las acusaciones más frecuentes qué hacen las familias y los profesores a los malos
alumnos es “lo has hecho adrede”, el alumno lo niega o lo reconoce y de esta manera se
inicia un círculo vicioso y permanente.
Para cortar este círculo vicioso, el autor utiliza la propia palabra adrede y partiendo de qué
es un adverbio comienza a reflexionar sobre el concepto y lo que significa. Con la
participación de los propios alumnos introduce y desarrolla una parte de la gramática, para
ello comienza comparando a Picasso con un “zoquete” manifestando qué tanto el uno como
el otro hacían las cosas adrede.
Llega a la conclusión de que es evidente la diferencia existente entre los nacidos y criados
en buenas familias, que los nacidos y criados en barrios marginales o suburbios, estos
últimos tienen más posibilidades de ser como Maximilien.
El autor insiste que los profesores tienen que asumir una y otra vez que el papel del colegio,
es y debe ser, un lugar compensador para complementar las posibles deficiencias que traen
sus alumnos en su entorno social y familiar.
Mi reflexión personal es que sin sus ganas de salir adelante y sin los profesores que le
colaboraron estando mas que pendientes de su proceso en el colegio durante la mayoría
de años que estuvo ahí, Miguel se hubiese quedado en el mundo de las drogas. Para mi
es muy importante que las dos partes (maestro y alumno) den lo mejor de si mismos en
un proceso tan importante como lo es la educación para que en conjunto, se pueda
construir una mejor sociedad.