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CONTRITO Y HUMILLADO
Este Salmo expresa el arrepentimiento de David al ser amonestado por el profeta Natán después
de pecar con Betsabé. Las palabras de David cuando el profeta le declara su pecado fueron “…
pequé contra Jehová…” (2 Samuel 12:13), es decir, hubo un reconocimiento inmediato de su
transgresión.
Es importante recordar que Saúl hizo todo lo contrario a David, pues cuando el profeta Samuel
llegó a decirle su desobediencia a Dios la respuesta de Saúl fue “…Antes bien he obedecido la voz
de Jehová…” (1 Samuel 15:20) y en el versículo 24 se trata de justificar diciendo “…temí al pueblo
y consentí a la voz de ellos…”, a tal punto que después de justificarse pidió el perdón.
Estas dos historias nos hacen reflexionar sobre lo necesario que es reconocer nuestro pecado.
Saúl fue desechado y David fue perdonado, pero en medio de su reconocimiento su espíritu se
quebrantó. La palabra quebrantado viene del hebreo shabar que significa quebrar, romper,
destrozar, despedazar, aplastar, triturar; en otras palabras, el espíritu de David se quebró, se
rompió delante de Dios buscando el perdón, y al quebrarse dejó desnudo ante Dios un corazón
contrito y humillado buscando la misericordia de Dios.
Cuando nuestro corazón está contrito siente una tristeza, un pesar, un dolor por haber fallado a
Dios. A su vez este sentir provoca que nuestra alma se humille delante de Dios con un clamor
profundo y un llanto de arrepentimiento genuino. ¿Podrá despreciar nuestro Dios esa súplica?,
el salmista afirma “… no despreciarás tú, Oh Dios” (Salmo 51:17)
David dijo: “Mientras callé se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de
noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano (v 3-4),
nuestra vida no es la misma porque cuando hemos conocido a Dios y hemos claudicado la mano
de Dios se agrava sobre nosotros, no podemos sentir gozo, nada pude llenarnos, hay un vacío en
nuestro interior que solo Dios puede llenar.
Por lo antes expuesto, David dijo: “…Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad… y tú
perdonaste la maldad de mi pecado”. (Salmo 32:5). Es necesario que en nuestra oración seamos
honestos con Dios porque él ama “…la verdad en lo íntimo…” (Salmo 51:6). Ese momento
de quebrantamiento, de humillación, es el instante íntimo con nuestro Dios en el cual podemos
declarar nuestro pecado y alcanzaremos el perdón de Dios.
El pecado de David trajo consecuencias. El juicio de Dios por medio del profeta Natán no se
detuvo, pues el profeta le dijo que no se apartaría jamás de su casa la espada, se levantaría el mal
sobre él de su misma casa y su hijo moriría a causa de su pecado (2 Samuel 12:10-14).
A veces podemos pensar que podemos salir libres de juicio, pero el mismo David experimentó lo
contrario. A pesar de todo, Dios levantó nuevamente a David, le dio otro hijo (Salamón) de la
misma mujer Betsabé para que se sentara en su trono, pero tuvo que pasar un proceso.
Tenemos que pasar un proceso pero no todo está terminado, no hay que darnos por vencidos. Job
14:7 dice: “porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aún, y sus
renuevos no faltarán”, a veces nos sentimos cortados sin estarlo, pero aunque así estuviéramos,
todavía queda esperanza de retoñar y que seamos renovados.
Job sigue diciendo: “Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al
percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva” (v 8-9). El hombre sin Dios es
cortado, pero el hombre que beba del Espíritu Santo de Dios puede ser renovado. Así que si
hemos fallado a Dios nunca olvidemos que un corazón contrito y humillado no desprecia nuestro
Dios.