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públicas de su comunidad.

Las sociedades germánicas se basaban en un cuerpo de


hombres
libres, cuya condición se expresaba en el derecho de llevar armas y que fue
aprovechado
por todos, desde los que formaban el séquito del rey hasta los campesinos más
humildes.
La posibilidad de integrar la hueste daba el derecho, además, de seguir al rey o
jefe guerrero
en las expediciones emprendidas cada primavera y, por tanto, de participar en los
beneficios del botín capturado. La guerra, que de momento conservaba un marcado
carácter tribal, era considerada como una de las principales fuentes de
enriquecimiento.
Para los germanos, la libertad como derecho dependía del principio de obligación.
Marchar a la guerra, por citar este caso, no sólo implicaba una posibilidad que no
todos
podían ejercer, sino también era la obligación que llevaba a los hombres a reunirse
periódicamente para decidir la ley, para hacer justicia en el marco de la asamblea
de
guerreros (momento en que se repartía el botín de una campaña), se disponía la
explotación
colectiva de las partes incultas del territorio y se manifestaba sobre la
aceptación o no de
los nuevos miembros de la comunidad. Si por alguna razón, la unidad entre
derechoobligación
no podía cumplirse, la condición real del hombre se veía alterada. Este era el
caso de la gran cantidad de campesinos libres que, por no poseer tierras propias,
trabajaban
las de otros como “colonos”. Considerados libres, en la práctica eran prisioneros
de una
red de servicios que limitaban su independencia. Por ejemplo, sus obligaciones
militares se
transformaron en el deber de contribuir al aprovisionamiento de la hueste, pero ya
no a
integrarla.
Así, nos encontramos con un límite difuso entre la libertad y formas atenuadas de
servidumbre. Esto fue así, quizá, porque junto a los colonos que sobrevivían de un
manso
o tenencia ajena, también existían aquellos que poblaban los vici, poseían derechos
de
disfrute de las tierras comunales, o bien, podían sostener la propiedad de un
alodio. En un
principio designaba un bien familiar legado por los antepasados, transmitido por
herencia
de generación en generación, para luego referir a la propiedad individual,
divisible y
alienable sin ningún tipo de trabas.
Por encima de los esclavos y como estrato superior de los libres, aparecieron los
que
G. Duby, en uno de sus trabajos clásicos, llamó los “Grandes”. En las estructuras
creadas
luego de las migraciones germánicas, el poder de mandar, de dirigir el ejército y
administrar
la justicia entre el pueblo correspondió al rey (en muchos casos, junto con la
asamblea). La
herencia favoreció la acumulación de riquezas en sus manos, pero como las reglas de
distribución sucesoria eran, respecto a él, las mismas que se aplicaban en todas
las familias
(división del patrimonio en partes iguales entre todos los herederos) esa fortuna
corría el

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