Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
“Mas ¿de qué modo se reproducen? ¿Es por el procedimiento que observamos en los
animales superiores, por un acto sexual, por la conjugación de los elementos masculino y
femenino? No. La célula única que constituye el ser completo, contiene de por sí todas las
potencialidades vitales; la misma substancia que asegura la vida individual, asegura al mismo
tiempo la vida de la especie. Llegada a la madurez, habiendo acumulado suficiente materia viva, la
célula se divide en dos y las dos células hijas contienen toda la substancia proteica que entraba en
la composición de la célula madre. Ninguna parte ha desaparecido; ninguna ha muerto. Jamás se
encuentra el cadáver de un infusorio, y cada célula derivada, conteniendo igualmente en sí todas
las posibilidades de la vida del individuo y de la especie, continúa el ciclo eternamente. El ser
monocelular no conoce la vejez y jamás muere. Puede ser destruido por el enemigo, por inanición,
o por una intoxicación resultante de los desperdicios que no han podido ser eliminados del medio
en que aquel vive, pero no conoce la muerte fisiológica.” (6-7)
CAPÍTUO III. El proceso intimo que, en el seno de los tejidos, determina la vejez y la muerte.
No obstante, los médicos, así como los veterinarios, afirman que jamás han podido
comprobar la muerte natural. Los animales, cuando no son sacrificados para nuestras necesidades,
perecen siempre de alguna afección microbiana o parasitaria o son devorados por otros animales.
Por otro lado, la autopsia de los hombres fallecidos, aún en la extrema vejez, hasta los ciento
veinte años –los anales de la ciencia poseen ejemplos auténticos de ello -, revela siempre alguna
lesión incompatible con la vida, alguna enfermedad fatal. Tales observaciones, por exactas que
sean, no demuestran, sin embargo, la imposibilidad de una muerte natural fisiológica. Jamás
morimos de muerte natural; jamás llegamos al último término de nuestra existencia por la
suspensión definitiva de la multiplicación de nuestras células, por el agotamiento absoluto de
todas las capacidades funcionales de nuestros órganos. La muerte natural va precedida de vejez, la
cual se traduce por un debilitamiento general progresivo, por una disminución de la resistencia a
los factores nocivos que nos rodean. Todas las injurias, de las cuales podría triunfar el hombre
joven, en pleno vigor, encuentran al viejo desarmado, demasiado débil para combatir el mal del
cual es víctima antes de alcanzar su fin natural. La vejez es, con frecuencia, peor que la muerte. La
muerte natural sería, en realidad, un término muy alejado de nuestra existencia. El hecho
auténtico de que algunos de nuestros semejantes han podido alcanzar y aún rebasar los ciento
veinte años, y han muerto a esta edad de enfermedad, prueba que el organismo humano contiene
posibilidades de vida que pueden rebasar esta cifra, y ellos debe bastarnos. Por lo tanto, no es
contra la muerte que hay que luchar, la muerte vendría lentamente a extinguir, después de un
siglo o siglo y medio, la llama de una larga vida, sino contra la vejez, contra la senilidad, que no tan
sólo acaban por degradarnos, sino que anulen toda resistencia a la enfermedad y, por
consiguiente, a la muerte. (15-16)
“(…) Fuera de la lesión propiamente dicha que ha determinado la muerte , que ha dado,
por así decirlo, el golpe de gracia al organismo envejecido, deprimido, ¿qué modificaciones
comprobamos en la estructura de los tejidos del viejo? ¿no es esta la llave del enigma? Miles y
miles de autopsias de viejos muy avanzados han revelado invariablemente las mismas
modificaciones histológicas: disminución, atrofia de las células funcionales especializadas de cada
órgano y aumento, hipertrofia de las células conjuntivas y, más tarde, del tejido fibroso. He aquí,
pues, el hecho capital que explica la disminución del rendimiento de cada órgano y el
debilitamiento general del cuerpo, resultado de ello.”(17)
“La piel se deseca, los músculos se atrofian, tórnanse pálidos, esclerosos. El tejido
conjuntivo, evolucionado en tejido fibroso, invade asimismo todas las glándulas, con detrimento
de sus células funcionales, de donde disminución tanto de las secreciones internas como de las
secreciones externas. Basta observar los viejos que hayan pasado de los ochenta a los ochenta y
cinco años, para verles abrir y cerrar frecuentemente la boca, con objeto de obtener algunas gotas
de saliva y humedecer su mucosa desecada por el hecho de la esclerosis de las glándulas salivares.
Es un fenómeno general y constante que caracteriza la vejez y se acentúa en la senectud; el
número de las células funcionales se hace más escaso; ya no pueden asegurar el equilibrio
fisiológico, la energía desaparece, el rendimiento celular desciende por debajo del mínimo
necesario al sostenimiento de la vida.” (19)
“Todas las reglas de higiene, de vida sobria y sana, todos los ejercicios de cultura física son
recomendables con seguridad; tienden a favorecer el mayor tiempo posible el juego normal de
nuestros organismos, pero no pueden luchar indefinidamente contra la evolución regresiva de
nuestras células, contra la senilidad, que es la expresión última de esta regresión.” (25)
Así, pues, la relación de causa a efecto entre la depresión general del organismo y la
desaparición de la secreción interna del testículo, no deja ninguna duda. Como acabamos de verlo,
ningún órgano puede conservar su energía vital, funcionar con pleno rendimiento si las células no
son estimuladas vivificadas, por la hormona testicular. El papel de esta hormona es tanto más
importante cuanto que ejerce igualmente una acción más o menos directa sobre las otras
glándulas endocrinas, cuya influencia es capital sobre las diversas funciones orgánicas. Sabemos,
en efecto, que la castración va seguida de hipertrofia del lóbulo anterior de la glándula pituitaria –
de donde la frecuencia del gigantismo de los eunucos-, así como de regresión del cuerpo tiroides y
de la epífisis. Inversamente, es sabido que las alteraciones suprarrenales ocasionan la distrofia
genital (Apert, Frobet, Gallois, Muller). Hay, por lo tanto, razón en suponer que si las glándulas
genitales permanecieran activas en la vejez, y únicamente ellas, entre todas las otras glándulas, no
cesaran de verter su hormona, la senectud sería seguramente retrasada. Nuestras células
funcionales sufren lentamente la evolución regresiva; un gran número persisten todavía hasta la
extrema vejez, Si continuaran recibiendo la secreción tonificante de las glándulas sexuales para
estimular su poder debilitado, pero no abolido, de multiplicación y de renovación, lo cual les
permitiría continuar el reemplazamiento de las células usadas por células nuevas, nuestro cuerpo
permanecería joven por mucho más tiempo.” (37-38)
“Así, pues, la privación de la secreción interna del testículo, acorta la vida, y, en realidad,
no puede ocurrir de otro modo. No era admisible que el cuerpo privado de un órgano cuya
supresión hace que los huesos se vuelvan delgados, los músculos más flojos, las grasa más
abundante, los cambio nutritivos defectuosos, sufriera un debilitamiento general, se tornara más
vulnerable, menos apto para luchar contra todas las causas que nos destruyen mucho antes del
término fisiológico de la muerte. Se puede afirmar, por lo tanto, que la privación de la secreción
interna del testículo acelera nuestra vejez y acorta nuestra vida.
“En efecto, injertar una glándula joven, en plena actividad, sería incorporar al organismo
de un viejo privado de la hormona testicular una de las fuentes más importantes de la actividad
vital. De este modo se proporcionaría al cuerpo desgastado, no un producto muerto, con
frecuencia alterado, sino un órgano viviente que realiza independientemente su función; injertar
esta glándula sería imitar a la naturaleza en los procedimientos que ha elaborado para asegurar la
armonía de nuestras funciones, la estimulación de la actividad de nuestras células.” (50-51)
“Vamos a examinar ahora el efecto del injerto de un testículo joven en los ancianos. Como
era de esperar, el organismo humano reacciona en este caso exactamente como el de un carnero
o de un toro. El efecto de la hormona testicular es la misma en todos los mamíferos, y, como lo
hemos visto anteriormente, la castración “por vejez”, deprime del mismo modo al organismo
humano que al organismo animal. El injerto de un testículo joven aporta al viejo la substancia
tonificante que aumenta la vitalidad de todas las células debilitadas, pero no atrofiadas, y que, al
aumentar su poder de renovación, renueva el organismo entero, lo rejuvenece realmente. El
término “rejuvenecimiento” ha suscitado muchas polémicas porque no se habían considerado los
fenómenos que se producen en la intimidad de nuestros tejidos después del injerto.
¿Por qué no podía rejuvenecerse un organismo viejo? A no importa qué edad, es posible la
vida, sin que las células que componen los órganos se dividan (por mitosis, kariokinesis) don
objeto de reemplazar las células usadas por elementos jóvenes? Mientras un organismo, por viejo
que sea prosigue su curso de existencia, la renovación, el rejuvenecimiento, de sus células se
continúan. Desgraciadamente, en la vejez, esta renovación, este rejuvenecimiento, se aminoran;
en cada órgano, un cierto número de las células funcionales se atrofian y son reemplazadas por
tejido conjuntivo, pero no todas, pues sin ello la vida se suspendería. Las que se salvan se
renuevan con más lentitud, pero no obstante, lo hacen hasta el último límite de su vitalidad.
Claro es que un aporte abundante de hormona testicular estimula de nuevo esta actividad.
La células adquieren una nueva energía, crecen con más rapidez, proliferan intensamente, de
donde un mayor número de elementos jóvenes y, por consiguiente, el rejuvenecimiento efectivo
del organismo entero. La palabra “rejuvenecimiento”, que traduce el nuevo estímulo de la
actividad celular por la hormona testicular emanada del injerto, es, por lo tanto, perfectamente
legítima y debe ser mantenida. Corresponde a la realidad de los hechos, al proceso histológico de
rejuvenecimiento, que se traduce por modificaciones fisiológicas que revelan una multiplicación
más intensa de las células en la intimidad de nuestros tejidos.
En efecto, como lo expliqué más atrás, la glándula tiroides no interrumpe, cuando menos
completamente, su función en los viejos –el mixoedema, el cretinismo serían su resultado. Por lo
tanto, hay que guardarse de atribuir al déficit de la hormona tiroidea los fenómenos que se
observan en los viejos, fenómenos fáciles de confundir con los de la insuficiencia tiroidea, pero
que no siempre le son tributarios.
Mi sabio colega y discípulo excelente, el doctor Francis Heckel, muy impuesto en estas
cuestiones, comparte mi opinión en este aspecto y preconiza el injerto mixto siempre que los
síntomas clínicos lo justifican.
Es por esta razón que, dando resultados positivos y de larga duración mi procedimiento en
los animales, he pensado recurrir a los monos para procurarme los testículos necesarios para el
injerto humano.” (87-92)
CAPÍTULO XV. Prueba histológica de la supervivencia de los injertos testiculares tomados de los
monos.
Voy a examinar ahora los efectos del injerto testicular en los viejos. Y veamos en primer
lugar, ¿Cuándo acaba la edad adulta? ¿Cuándo comienza la vejez? ¿Cuándo llega la senectud?
Cifrar exactamente estos periodos sucesivos de a vida humana es extremadamente difícil: las
diferencias individuales juegan un papel considerable. La apariencia exterior está lejos de ser un
criterio seguro; una cabeza vieja puede abrigar el espíritu más joven; la decadencia no alcanza a
todos los órganos al mismo tiempo; hay una especie de gradación en el debilitamiento progresivo
de la economía. La parte que denominaría puramente mecánica se deteriora la primera; la
debilidad muscular se manifiesta mucho antes que la disminución de la actividad cerebral. A partir
de los sesenta años, el esfuerzo muscular puede hacerse penoso, mientras que las facultades
cerebrales conservan habitualmente toda su potencia, y aun aumentada con frecuencia por la
experiencia que es la inteligencia en reserva. Hay gentes que nacen viejos. La herencia juega un
gran papel así como el trabajo excesivo, que desgasta más o menos el organismo. El género de
vida que se lleva, la parte asignada a los placeres materiales o a los del espíritu, se reflejan
igualmente sobre el organismo. En general se puede fijar en setenta años el comienzo de la vejez,
y de ochenta y cinco el de la senectud. Mejor situado que cualquier otro para hacer observaciones
de esta clase, he visto hombres de cincuenta años manifestándose viejos, y hombres de sesenta y
cinco a setenta años que acusaban solamente a esta edad el primer signo de decadencia orgánica.
Estos síntomas son, unos objetivos y los otros subjetivos, y traducen los cambios que se
producen en la vejez en la intimidad de nuestros parénquimas, donde se acentúan cada vez más la
regresión de las células funcionales y a invasión del tejido conjuntivo. Bajo el punto de vista
cerebral, los viejos antes de llegar a la senectud no dan muestra alguna de disminución de su
inteligencia. Por el contrario, la experiencia, la concentración del pensamiento sobre materias
diversas durante toda la vida, hacen esta inteligencia más penetrante, más profunda, el espíritu
más tolerante, el juicio más seguro; pero la memoria empieza a acusar lagunas, el esfuerzo
intelectual prolongado determina una fatiga, una laxitud, que la edad adulta no conocía; la
facultad de imaginación se agota poco a poco. A la edad senil, las más bellas inteligencias se
funden; la sensibilidad, la emotividad, disminuyen progresivamente.
Los trastornos del metabolismo, de la distribución de substancias nutritivas producen con
frecuencia la obesidad; por el contrario, a la edad senil, a consecuencia de la esclerosis cada vez
más acentuada de los órganos, el cuerpo, por decirlo así, se momifica. En los viejos, la piel del
rostro es pálida seca, arrugada; los cabellos son grises o blancos; la actitud es frecuentemente
encorvada; la talla disminuye progresivamente, de 3 a 4 centímetros, entre setenta y ochenta y
cinco años; la musculatura se debilita, las articulaciones pierden su elasticidad, el paso se
entorpece. La somnolencia, sobre todo después de las comidas, es frecuente. La vista disminuye
así como el oído. Hay trastornos urinarios que se traducen por micciones frecuentes, sobre todo
por la noche; la incontinencia de orina puede también sobrevenir a la edad senil, como en mis
viejos carneros antes del injerto. La presión arterial aumenta habitualmente. En cuanto a las
funciones genitales, se debilitan más durante la vejez, para cesar definitivamente. Su presión total
precipita todavía más la debilitación general del cuerpo, la decrepitud. El cuadro que acabo de
esbozar de los fenómenos por los cuales se traduce la vejez, nos permitirán ahora apreciar mejor
las transformaciones que el injerto testicular puede operar en el organismo de los viejos.
Hace dos años que he publicado una obra intitulada Mi método de rejuvenecimiento por el
injerto, en la que dí las observaciones detalladas de todos mis operados hasta el 18 de julio de
1923. En este número no iban incluidos solamente viejos, puesto que conté tres hombres de
veintidós a veintitrés años, cuatro de treinta a treinta y nueve, ocho de cuarenta a cuarenta y
nueve, diez de cincuenta a cincuenta y nueve, catorce de sesenta a sesenta y nueve y uno a
setenta y seis. Después, el número de mis injertos ha crecido considerablemente, así como el
número de operaciones de mis amigos, entre los cuales tengo el honor de contar cirujanos
eminentes, franceses y extranjeros, que han tenido a bien ponerme al corriente de sus resultados.
No hablaré aquí de injertos testiculares hechos a hombres relativamente jóvenes, en razón de
algunas deficiencias de sus glándulas sexuales: atrofia congénita, castración, insuficiencia
glandular, etc., ni de hombres de cincuenta a sesenta años que, no obstante, ofrecían algunos
signos innegables de vejez prematura.” (115-118)
Ambos tienen una acción tonificante sobre el organismo y estimulan la actividad celular.
Con este último objeto el profesor Tuffier ha practicado, con un éxito notable, un gran
número de injertos. Alentado por los felices resultados que he obtenido en los viejos con el injerto
testicular, el 29 de noviembre de 1923 hice el primer injerto de rejuvenecimiento en una mujer de
sesenta y ocho años, por un procedimiento inspirado en el que aplico a los hombres.
(…)
La edad de las mujeres injertadas ha variado entre cincuenta y setenta y tres años.
Como para los hombres, el material de injerto es suministrado por los chimpancés, pero
esta vez por las hembras.
El mejor emplazamiento de los injertos sería, en efecto, el lugar que la naturaleza asigna a
los ovarios
Por medio de esta operación, en ningún modo trato de conservar la ovulación de los
injertos. Al contrario, si tuviera que implantar ovarios de mona sobre ovarios de mujer, tomaría la
precaución de resecar una porción de las trompas de esta última, a pesar de que la fecundación
sea apenas de temer. El fin que yo persigo es únicamente la conservación de la función endocrina
de los injertos, su secreción interna destinada a estimular la vitalidad de un organismo
depauperado.
Practicar, a dicho efecto, una laparotomía en una mujer de edad, ordinariamente muy
adiposa, me ha parecido una empresa un poco temeraria y he tratado de alcanzar el mismo
objetivo por medio de una intervención, completamente benigna, extraperitoneal. (152)