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INTRODUCCIÓN
1. Recientemente, el Santo Padre Juan Pablo II y los Dicasterios competentes de la Santa Sede (1)
han tratado en distintas ocasiones cuestiones concernientes a la homosexualidad. Se trata, en efecto,
de un fenó meno moral y social inquietante, incluso en aquellos Países donde no es relevante desde
el punto de vista del ordenamiento jurídico. Pero se hace má s preocupante en los Países en los que
ya se ha concedido o se tiene la intenció n de conceder reconocimiento legal a las uniones
homosexuales, que, en algunos casos, incluye también la habilitació n para la adopció n de hijos. Las
presentes Consideraciones no contienen nuevos elementos doctrinales, sino que pretenden
recordar los puntos esenciales inherentes al problema y presentar algunas argumentaciones de
cará cter racional, ú tiles para la elaboració n de pronunciamientos má s específicos por parte de los
Obispos, segú n las situaciones particulares en las diferentes regiones del mundo, para proteger y
promover la dignidad del matrimonio, fundamento de la familia, y la solidez de la sociedad, de la
cual esta institució n es parte constitutiva. Las presentes Consideraciones tienen también como fin
iluminar la actividad de los políticos cató licos, a quienes se indican las líneas de conducta
coherentes con la conciencia cristiana para cuando se encuentren ante proyectos de ley
concernientes a este problema.(2) Puesto que es una materia que atañ e a la ley moral natural, las
siguientes Consideraciones se proponen no solamente a los creyentes sino también a todas las
personas comprometidas en la promoció n y la defensa del bien comú n de la sociedad.
3. La verdad natural sobre el matrimonio ha sido confirmada por la Revelació n contenida en las
narraciones bíblicas de la creació n, expresió n también de la sabiduría humana originaria, en la que
se deja escuchar la voz de la naturaleza misma. Segú n el libro del Génesis, tres son los datos
fundamentales del designo del Creador sobre el matrimonio.
En primer lugar, el hombre, imagen de Dios, ha sido creado « varó n y hembra » (Gn 1, 27). El
hombre y la mujer son iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto varó n y hembra.
Por un lado, la sexualidad forma parte de la esfera bioló gica y, por el otro, ha sido elevada en la
criatura humana a un nuevo nivel, personal, donde se unen cuerpo y espíritu.
El matrimonio, ademá s, ha sido instituido por el Creador como una forma de vida en la que se
realiza aquella comunió n de personas que implica el ejercicio de la facultad sexual. « Por eso dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se hará n una sola carne » (Gn 2, 24).
En fin, Dios ha querido donar a la unió n del hombre y la mujer una participació n especial en su obra
creadora. Por eso ha bendecido al hombre y la mujer con las palabras: « Sed fecundos y multiplicaos
» (Gn 1, 28). En el designio del Creador complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen,
por lo tanto, a la naturaleza misma de la institució n del matrimonio.
Ademá s, la unió n matrimonial entre el hombre y la mujer ha sido elevada por Cristo a la dignidad de
sacramento. La Iglesia enseñ a que el matrimonio cristiano es signo eficaz de la alianza entre Cristo y
la Iglesia (cf. Ef 5, 32). Este significado cristiano del matrimonio, lejos de disminuir el valor
profundamente humano de la unió n matrimonial entre el hombre la mujer, lo confirma y refuerza
(cf. Mt 19, 3-12; Mc 10, 6-9).
4. No existe ningú n fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las
uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio es
santo, mientras que las relaciones homosexuales contrastan con la ley moral natural. Los actos
homosexuales, en efecto, « cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera
complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobació n en ningú n caso ».(4)
Sin embargo, segú n la enseñ anza de la Iglesia, los hombres y mujeres con tendencias homosexuales
« deben ser acogidos con respeto, compasió n y delicadeza. Se evitará , respecto a ellos, todo signo de
discriminació n injusta ».(7) Tales personas está n llamadas, como los demá s cristianos, a vivir la
castidad.(8) Pero la inclinació n homosexual es « objetivamente desordenada »,(9) y las prá cticas
homosexuales « son pecados gravemente contrarios a la castidad ».(10)
De orden racional
La funció n de la ley civil es ciertamente má s limitada que la de la ley moral,(11) pero aquélla no
puede entrar en contradicció n con la recta razó n sin perder la fuerza de obligar en conciencia.(12)
Toda ley propuesta por los hombres tiene razó n de ley en cuanto es conforme con la ley moral
natural, reconocida por la recta razó n, y respeta los derechos inalienables de cada persona.(13) Las
legislaciones favorables a las uniones homosexuales son contrarias a la recta razó n porque
confieren garantías jurídicas aná logas a las de la institució n matrimonial a la unió n entre personas
del mismo sexo. Considerando los valores en juego, el Estado no puede legalizar estas uniones sin
faltar al deber de promover y tutelar una institució n esencial para el bien comú n como es el
matrimonio.
Se podría preguntar có mo puede contrariar al bien comú n una ley que no impone ningú n
comportamiento en particular, sino que se limita a hacer legal una realidad de hecho que no implica,
aparentemente, una injusticia hacia nadie. En este sentido es necesario reflexionar ante todo sobre
la diferencia entre comportamiento homosexual como fenó meno privado y el mismo como
comportamiento pú blico, legalmente previsto, aprobado y convertido en una de las instituciones del
ordenamiento jurídico. El segundo fenó meno no só lo es má s grave sino también de alcance má s
vasto y profundo, pues podría comportar modificaciones contrarias al bien comú n de toda la
organizació n social. Las leyes civiles son principios estructurantes de la vida del hombre en
sociedad, para bien o para mal. Ellas « desempeñ an un papel muy importante y a veces
determinante en la promoció n de una mentalidad y de unas costumbres ».(14) Las formas de vida y
los modelos en ellas expresados no solamente configuran externamente la vida social, sino que
tienden a modificar en las nuevas generaciones la comprensió n y la valoració n de los
comportamientos. La legalizació n de las uniones homosexuales estaría destinada por lo tanto a
causar el obscurecimiento de la percepció n de algunos valores morales fundamentales y la
desvalorizació n de la institució n matrimonial.
En las uniones homosexuales está ademá s completamente ausente la dimensió n conyugal, que
representa la forma humana y ordenada de las relaciones sexuales. É stas, en efecto, son humanas
cuando y en cuanto expresan y promueven la ayuda mutua de los sexos en el matrimonio y quedan
abiertas a la transmisió n de la vida.
Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstá culos al desarrollo
normal de los niñ os eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la
maternidad o de la paternidad. La integració n de niñ os en las uniones homosexuales a través de la
adopció n significa someterlos de hecho a violencias de distintos ó rdenes, aprovechá ndose de la
débil condició n de los pequeñ os, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno
desarrollo humano. Ciertamente tal prá ctica sería gravemente inmoral y se pondría en abierta
contradicció n con el principio, reconocido también por la Convenció n Internacional de la ONU sobre
los Derechos del Niñ o, segú n el cual el interés superior que en todo caso hay que proteger es el del
infante, la parte má s débil e indefensa.
De orden social
8. La sociedad debe su supervivencia a la familia fundada sobre el matrimonio. La consecuencia
inevitable del reconocimiento legal de las uniones homosexuales es la redefinició n del matrimonio,
que se convierte en una institució n que, en su esencia legalmente reconocida, pierde la referencia
esencial a los factores ligados a la heterosexualidad, tales como la tarea procreativa y educativa. Si
desde el punto de vista legal, el casamiento entre dos personas de sexo diferente fuese só lo
considerado como uno de los matrimonios posibles, el concepto de matrimonio sufriría un cambio
radical, con grave detrimento del bien comú n. Poniendo la unió n homosexual en un plano jurídico
aná logo al del matrimonio o la familia, el Estado actú a arbitrariamente y entra en contradicció n con
sus propios deberes.
Para sostener la legalizació n de las uniones homosexuales no puede invocarse el principio del
respeto y la no discriminació n de las personas. Distinguir entre personas o negarle a alguien un
reconocimiento legal o un servicio social es efectivamente inaceptable só lo si se opone a la justicia.
(16) No atribuir el estatus social y jurídico de matrimonio a formas de vida que no son ni pueden ser
matrimoniales no se opone a la justicia, sino que, por el contrario, es requerido por ésta.
Tampoco el principio de la justa autonomía personal puede ser razonablemente invocado. Una cosa
es que cada ciudadano pueda desarrollar libremente actividades de su interés y que tales
actividades entren genéricamente en los derechos civiles comunes de libertad, y otra muy diferente
es que actividades que no representan una contribució n significativa o positiva para el desarrollo de
la persona y de la sociedad puedan recibir del estado un reconocimiento legal específico y
cualificado. Las uniones homosexuales no cumplen ni siquiera en sentido analó gico remoto las
tareas por las cuales el matrimonio y la familia merecen un reconocimiento específico y cualificado.
Por el contrario, hay suficientes razones para afirmar que tales uniones son nocivas para el recto
desarrollo de la sociedad humana, sobre todo si aumentase su incidencia efectiva en el tejido social.
De orden jurídico
9. Dado que las parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la procreació n y
son por lo tanto de eminente interés pú blico, el derecho civil les confiere un reconocimiento
institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una específica atenció n por
parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel para el bien comú n.
Es falso el argumento segú n el cual la legalizació n de las uniones homosexuales sería necesaria para
evitar que los convivientes, por el simple hecho de su convivencia homosexual, pierdan el efectivo
reconocimiento de los derechos comunes que tienen en cuanto personas y ciudadanos. En realidad,
como todos los ciudadanos, también ellos, gracias a su autonomía privada, pueden siempre recurrir
al derecho comú n para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco. Por el
contrario, constituye una grave injusticia sacrificar el bien comú n y el derecho de la familia con el fin
de obtener bienes que pueden y deben ser garantizados por vías que no dañ en a la generalidad del
cuerpo social.(17)
En el caso de que en una Asamblea legislativa se proponga por primera vez un proyecto de ley a
favor de la legalizació n de las uniones homosexuales, el parlamentario cató lico tiene el deber moral
de expresar clara y pú blicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley. Conceder el
sufragio del propio voto a un texto legislativo tan nocivo del bien comú n de la sociedad es un acto
gravemente inmoral.
En caso de que el parlamentario cató lico se encuentre en presencia de una ley ya en vigor favorable
a las uniones homosexuales, debe oponerse a ella por los medios que le sean posibles, dejando
pú blica constancia de su desacuerdo; se trata de cumplir con el deber de dar testimonio de la
verdad. Si no fuese posible abrogar completamente una ley de este tipo, el parlamentario cató lico,
recordando las indicaciones dadas en la Encíclica Evangelium Vitæ, « puede lícitamente ofrecer su
apoyo a propuestas encaminadas a limitar los dañ os de esa ley y disminuir así los efectos negativos
en el á mbito de la cultura y de la moralidad pú blica », con la condició n de que sea « clara y notoria a
todos » su « personal absoluta oposició n » a leyes semejantes y se haya evitado el peligro de
escá ndalo.(18) Eso no significa que en esta materia una ley má s restrictiva pueda ser considerada
como una ley justa o siquiera aceptable; se trata de una tentativa legítima, impulsada por el deber
moral, de abrogar al menos parcialmente una ley injusta cuando la abrogació n total no es por el
momento posible.
CONCLUSIÓN
11. La Iglesia enseñ a que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno
llevar a la aprobació n del comportamiento homosexual ni a la legalizació n de las uniones
homosexuales. El bien comú n exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unió n
matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las
uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un
comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar
valores fundamentales que pertenecen al patrimonio comú n de la humanidad. La Iglesia no puede
dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad.
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al Prefecto de la Congregació n para la
Doctrina de la Fe, el 28 de marzo de 2003, ha aprobado las presentes Consideraciones, decididas en
la Sesió n Ordinaria de la misma, y ha ordenado su publicació n.