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Creadores de la Estrategia Moderna

Desde Maquiavelo a la Era Nuclear


Obra coordinada por Peter Paret
Peter Paret

Creadores
de la Estrategia
Moderna
Desde Maquiavelo a la Era Nuclear

Obra coordinada por


Peter Paret

Ministerio de Defensa
CATALOGACIÓN DEL CENTRO DE PUBLICACIONES
DEL MINISTERIO DE DEFENSA
CREADORES de la estrategia moderna : desde Maquiavelo a
la era nuclear / obra coordinada por Peter Paret ; [traducción,
Rebecca I. Pace, Joaquín Sánchez Díaz]. — [Madrid] : Ministe-
rio de Defensa, Secretaría General Técnica, D.L. 1992. 969 p. ;
30 cm. — (Defensa)
Traducción de: Makers of modern strategy: from Machiavelli to
the nuclear age. Bibliografía: p. 905-969. ÑIPO 076-91-078-9
— D.L. M. 14891-1992. ISBN 84-7823-180-3.
I. Paret, Peter, coord. II. Pace, Rebecca I., tr. III. Sánchez
Díaz, Joaquín, tr. IV. España. Ministerio de Defensa. Secretaría
General Técnica, ed.

La responsabilidad por las opiniones emitidas en esta publica-


ción corresponde exclusivamente al autor de la misma.

Título original: Makers of modern strategy:


from Machiavelli to the nuclear age
© En lengua inglesa: Princeton University Press, 1986
© En lengua española: Traductores y Editor, 1991
Edita: MINISTERIO DE DEFENSA
Secretaría General Técnica
Traducción: Rebecca I. Pace y Joaquín Sánchez Díaz
ÑIPO: 076-91-078-9
ISBN: 84-7823-180-3 Depósito Legal: M-14891 -1992
Diseño: América Sánchez
Imprime: V.A. Impresores, S. A.

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni
transmitida por ningún sistema mecánico o electrónico, incluidas fotocopias, cinta magnética
o cualquier otro sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin la autorización
por escrito del editor.
Índice

9 Agradecimientos
13 Introducción. Peter Paret
21 PRIMERA PARTE. Los orígenes de la guerra moderna
23 1. Maquiavelo: El renacimiento del arte de la guerra.
Félix Gilbert
43 2. Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo
Monteccucoli y la "Revolución Militar" del Siglo XVII.
GuntherE. Rothenberg
75 3. Vauban: El impacto de la ciencia en la guerra.
Henry Guerlac
101 4. Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las guerras dinásticas a
las nacionales. R. R. Palmer

131 SEGUNDA PARTE. La expansión de la guerra


133 5. Napoleón y la Revolución en la guerra. Peter Paret
155 6. Jomini./o/m Shy
197 7. Clausewitz. Peter Paret

197 TERCERA PARTE. De la Revolución Francesa a la Primera


Guerra Mundial
229 8. Adam Smith, Alexander Hamilton, Friedrich List:
Las bases económicas del poder militar.
Edward Mead Earle
271 9. Engels y Marx sobre la revolución, la guerra y el ejército en la
sociedad. Sigmund Neumann y Mark von Hagen
293 10. La escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado
Mayor General. Hajo Holborn
311 11. Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento
Estratégico. GuntherE. Rothenberg
343 12. Delbrück: El historiador militar. Gordon A. Craig
371 13. El pensamiento militar ruso: El modelo occidental y la sombra de
Suvorov. Walter Pintner
Creadores de la Estrategia Moderna

393. 14. Bugeaud, Gallieni, Lyautey: El desarrollo de las guerras coloniales


francesas. Douglas Porch
425. 51. La estrategia americana desde sus comienzos hasta la Primera
Guerra Mundial. Russell F. Weigley
461. 16. Alfred Thayer Mahan: El historiador naval. Philip A. Crowl
495. CUARTA PARTE. De la Primera a la Segunda Guerra
Mundial
497. 17. El líder político como estratega. Gordon A. Craig
525. 18. Los hombres contra el fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914.
Michael Howard
543. 19. La estrategia alemana en la era de la guerra mecanizada,
1914-1945. Michael Geyer
613. 20. Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas del Riesgo Limitado y de la
Defensa Móvil.
Brian Band y Martín Alexander
639. 21. Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del Poder Aéreo. David
Machaco
665. 22. La creación de la estrategia soviética. Condoleezza Rice
695. 23. La estrategia aliada en Europa, 1939-1945. Maurice
Matloff
696. 24. Las estrategias americana y japonesa en la Guerra del Pacífico. D.
Clayton James

755. QUINTA PARTE. Desde 1945


757. 25. Las dos primeras generaciones de estrategas nucleares. Lawrence
Freedman
801. 26. La Guerra Convencional en la era nuclear. Michael Carver
839. 27. La Guerra Revolucionaria. John Shy y Thomas W. Collier
887. 28. Reflexiones sobre estrategia en el presente y en el futuro.
Gordon A. Craig y Félix Gilbert
899. Colaboradores
900. Bibliografía
Agradecimientos
PRIMERA PARTE
LOS ORÍGENES DE LA
GUERRA MODERNA
Peter Paret
Introducción
Introducción

Carl von Clausewitz definió la estrategia como la utilización del combate, o la amenaza
del mismo, para los propósitos de la guerra. Esta definición, que un historiador moderno
ha calificado de revolucionaria y tremendamente simplista, puede ser modificada o
ampliada sin ninguna dificultad (1). El propio Clausewitz, poco dado a las definiciones
absolutas, variaba el significado de estrategia según el tema que estaba tratando en cada
momento. La estrategia es el uso de la fuerza armada para lograr los objetivos militares y,
por tanto, el propósito político de la guerra. Para aquellos que están involucrados en la
dirección y conducción de la guerra, estrategia es a menudo algo más sencillo y, según la
frase de Moltke, es un sistema de oportunidades. Pero la estrategia se basa también, o
puede incluir, la explotación y correcta utilización de todos los recursos del Estado con el
fin de favorecer su política en la guerra. Es en estos dos sentidos en los que el término
estrategia aparece en este volumen.
El pensamiento estratégico es inevitablemente pragmático. Depende de realidades
como la geografía, sociedad, economía y política, así como de aquellos otros factores
pasajeros que provocan situaciones y conflictos que requieren una solución bélica. El
historiador de estrategia no puede ignorar estas fuerzas. Debe analizar el amplio
contexto de la estrategia y la forma en la que las situaciones y las ideas se influyen
mutuamente, mientras que rastrea el largo camino desde la idea inicial a la doctrina de
aplicación, un proceso que a menudo le hará descubrir nuevas ideas. La historia del
pensamiento estratégico es una historia del razonamiento aplicado. Por todo ello, los
ensayos que componen este volumen van más allá de la teoría y se ocupan de otros
muchos factores, tanto militares como no militares, que ayudan a configurar la guerra. De
formas muy distintas, todos ellos demuestran la íntima relación entre la paz y la guerra, y
los lazos entre la sociedad y sus instituciones militares y políticas; la maraña del
pensamiento estratégico está inmersa a través de todas ellas. Estos ensayos exploran las
ideas de los soldados y civiles desde el Renacimiento sobre la forma más eficaz de aplicar los
recursos militares de su sociedad: ¿Cuál es la mejor manera de utilizar la potencia
combatiente disponible, o la potencialmente disponible? Teniendo en cuenta estas
ideas, los ensayos van más lejos: ¿Qué impacto ha tenido la teoría estratégica en las
guerras y en los períodos de paz posteriores?
16 Creadores de la Estrategia
Moderna

I
El concepto general de este libro se deriva de un trabajo anterior. En 1941, Edward
Mead Earle, organizó un seminario sobre política exterior americana y seguridad, por
encargo del Instituto de Estudios Avanzados y la Universidad de Princeton. Fruto de este
seminario fueron veintiún ensayos sobre "el pensamiento estratégico desde Maquiavelo a
Hitler", con los que Earle, contando con la colaboración de Gordon A. Craig y Félix
Gilbert, publicó dos años más tarde un libro con el título Makers of Modern Strategy
(Creadores de la estrategia moderna). Uno de los aspectos más sorprendentes de este
libro fue la convicción de sus editores y autores de que, en medio de una guerra mundial,
la historia del pensamiento estratégico merecía una seria y detenida atención. En su
opinión, las atrocidades del presente, no hacían disminuir la importancia del pasado. Por
el contrario, la historia parecía particularmente reveladora. En su introducción, Earle
declaraba que el propósito del libro era "explicar como se había ido desarrollando la
estrategia de la guerra moderna, con el convencimiento de que un mejor conocimiento
del pensamiento militar permitirá a los lectores comprender las verdaderas causas de la
guerra y de los principios fundamentales que gobiernan su conducta". Poco después
añadía: "Estamos convencidos de que la constante vigilancia de estos asuntos es el precio
de la libertad. Creemos, además, que si vamos a tener una paz duradera, debemos tener
un claro conocimiento del papel que van a desempeñar las fuerzas armadas en la sociedad
internacional. Yesto no lo hemos tenido siempre claro" (2).
Es evidente que las circunstancias en las que fueron escritas estas palabras tuvieron un
impacto en las mismas. Una sociedad que hasta muy recientemente había prestado poca
atención a los acontecimientos que se desarrollaban fuera de sus fronteras, se veía ahora
envuelta en la mayor guerra de todos los tiempos. De repente, había un nuevo interés por
aprender cosas acerca de la guerra y sobre todo aquello que había sido ignorado, pero
que ahora dominaba a la vida pública; incluso se despertó interés por obtener una cierta
perspectiva histórica, no sólo sobre los aspectos políticos e ideológicos del conflicto, sino
también por las cuestiones militares del mismo.
En cuanto a la atmósfera en la que fueron escritos los ensayos, existía el
convencimiento, no sólo de la conveniencia, sino también de la necesidad de que los
ciudadanos pudieran comprender las realidades determinantes de la guerra. Makers of
Modern Strategy fue una contribución más del arsenal democrático en el mejor sentido de
ese término; constituyó una respuesta sería y fundamentalmente optimista a las
importantes necesidades intelectuales de Estados Unidos para la guerra en los umbrales
de convertirse en una potencia mundial.
Otro aspecto importante de ese libro fue que, a pesar de que nació durante la guerra,
su objetividad no sufrió menoscabo. La calidad de su contenido variaba de unos ensayos
a otros, aunque el nivel general era
Introducción
1
7

muy alto, pero ninguno de ellos pecaba de chauvinismo, ni denigraba a los


actuales enemigos; incluso ensayos como La estrategia naval japonesa y El concepto nazi
de la guerra, mantenían una ejemplar honestidad intelectual. Esto es, sin duda, una
de las razones por las que varias décadas después de aquella guerra, la colección
ha mantenido su éxito. El libro ha proporcionado una vasta perspectiva y un
profundo conocimiento a dos generaciones de lectores; muy probablemente, para
algunos haya sido su único contacto con un completo estudio sobre la guerra.
Makers of Modern Strategy se ha convertido en un clásico moderno. Aunque los
ensayos relacionados con la Segunda Guerra Mundial fueron pronto superados por
los acontecimientos posteriores a la misma, lo cierto es que su importancia global
no ha disminuido. Ningún libro de este tipo puede estar constantemente
actualizado; más importante fue el hecho de haber definido perfectamente las
etapas iniciales del pensamiento estratégico, mostrando su conexión con la
historia general, cosa que muchos historiadores pretenden ignorar, y situando
los acontecimientos bélicos y los períodos de paz dentro de una amplia
perspectiva histórica. Pero, inevitablemente, con el paso del tiempo el volumen en
su conjunto fue perdiendo actualización. Desde la derrota de Alemania y Japón y
con la llegada de la era nuclear, el análisis estratégico ha tomado nuevas
direcciones, mientras que la investigación histórica ha continuado profundizando
en el conocimiento del pasado más remoto. Por ello, parecía conveniente la
sustitución del libro Makers of Modern Strategy.
Al preparar el nuevo volumen los editores no han querido abandonar el
modelo anterior. No se ha forzado a los colaboradores a emplear ningún esquema,
sino que cada uno ha abordado su tema siguiendo únicamente su punto de vista.
Algunos episodios importantes para la historia de la estrategia han tenido que ser
eliminados para que al volumen pudiera mantener un tamaño razonable. No
obstante, los ensayos seleccionados (dispuestos cronológicamente y, a menudo,
enlazados también por su temática), ofrecen al lector una guía para la teoría
estratégica y para las ideas sobre el uso de la violencia organizada, desde que
Maquiavelo escribió su Arte de la güeña hasta nuestros días.
El nuevo Makers of Modern Strategy contiene ocho ensayos más que su predecesor.
Sólo unos pocos ensayos de la primera versión han sido eliminados, la mayoría
continúan en ésta (3). Tres ensayos de la edición de 1943 permanecen sin
modificar, excepto con algunas correcciones de estilo: el de Henry Guerlac sobre
Vauban y el impacto de la ciencia en la guerra; el de Robert R. Palmer sobre
Federico el Grande y el cambio de las guerras dinásticas a las nacionales y el de
Edward Mead Earle sobre las bases económicas del poder militar. Ciertamente se
podría decir mucho acerca de estas personalidades y sus trabajos, pero basta con
expresar nuestra admiración por ser unas piezas maestras en su género. Las notas
bibliográficas de estos ensayos han sido actualizadas. Otros dos ensa yos han
sido modificados en gran parte de
18 Creadores de la Estrategia Moderna

su contenido, y otros dos, revisados (4). Los otros veintidós de este volumen son
nuevos.
Para concluir esta breve comparación de los dos libros conviene tener en
cuenta algunas de las diferencias temáticas más importantes entre ellos. El
nuevo posee un mayor contenido que el primero acerca de la estrategia
americana. Contiene cuatro ensayos relacionados con el período desde 1945,
que pertenecían al futuro para Earle y sus colaboradores. En términos generales,
el nuevo Makers of Modern Strategy contempla una perspectiva más amplia. Earle
hubiera preferido limitarse al análisis de los principales teóricos, pero la propia
naturaleza del tema le impulsó a ir más allá. Como los Estados Unidos no habían
"producido un Clausewitz ni un Vauban", los únicos militares tratados en el
primer libro fueron Mahan y Mitchell. No se incluyeron otras figuras relevantes
americanas y europeas porque "o bien eran más tácticos que estrategas, o porque
su legado a la doctrina estratégica no constituía un conjunto de ideas
coherente". Esta última consideración explica también la ausencia de un ensayo
sobre Napoleón. En su introducción, Earle escribía que "contemplaba la
estrategia de Napoleón sobre el campo de batalla; por lo tanto, él está
representado aquí por sus intérpretes Clausewitz y Jomini" (5). Desde luego, este
punto de vista parece ser demasiado exclusivista. Consideramos que merece la
pena conservar las diferencias entre estrategia y táctica; pero estrategia no es
exclusivamente (ni siquiera fundamentalmente), el trabajo de las grandes
mentes, interesadas en difundir sus teorías. Aunque Napoleón no escribió un
tratado general sobre sus ideas acerca de la guerra y de la estrategia, merece la
pena estudiarlas y no sólo a través de las interpretaciones que sobre las mismas
dieron Clausewitz y Jomini. En este volumen aparece un ensayo sobre
Napoleón. Pero es preciso tener en cuenta que la estrategia napoleónica no fue
creada solamente por el Emperador. Fue posible porque él poseía el genio y el
empuje para combinar y explotar las ideas y las políticas de otros. Pero muchas de
ellas no pueden identificarse con un individuo en particular, sino que
pertenecen al estudio de la estrategia y son tratadas en esta obra. Como
comentó en cierta ocasión uno de los colaboradores, dado el punto de vista
histórico más amplio de este nuevo libro, hubiera sido más apropiado titularlo
The Creation of Modern Strategy.

II

Los problemas y conflictos de la época en que aparece el nuevo Makers of Modern


Strategy, from Machiavelli to the Nuclear Age, son muy diferentes de los que existían
cuando se publicó el primero. Pero la necesidad de comprender la guerra es incluso
mayor ahora que en 1943. La gran amplitud de los temas a considerar ha inhibido
su estudio a unos y ha incentivado a otros. Mucha gente ha reaccionado ante el
poder destructor de las armas nucleares, rechazando el concepto de la
Introducción 19

la guerra en general y, consecuentemente, consideran que la naturaleza de la misma ya


no requiere ninguna investigación. Se alega incluso que las armas nucleares han hecho a
la guerra irracional e imposible, es decir, se intenta negar una realidad, como un reflejo
de la ansiedad que ocupa una buena parte de la vida actual. Hasta ahora la era
nuclear ha producido todo tipo de guerras no nucleares, desde operaciones de gran
componente terrorista y de guerrilla, hasta los bombardeos aéreos a gran escala y
campañas con vehículos acorazados. La guerra no ha desaparecido, simplemente se ha
hecho más peligrosa. Incluso teorías tan impensables como la de la disuasión nuclear,
demuestran la necesidad del estudio de la estrategia.
Desde el comienzo de la era nuclear ha existido una constante, aunque
intermitente, similitud entre las estrategias anteriores a 1945 y las de la guerra
convencional a partir de esa fecha. El vínculo es más ambiguo entre la estrategia
prenuclear y la nuclear. Se ha pretendido que, al menos en lo que se refiere al conflicto
nuclear, todo aquello que afecta al terreno nuclear es nuevo. La tecnología es ciertamente
nueva; pero el hombre y sus ideas sociales y políticas, así como las estructuras en las que
vive, han cambiado muy poco. Los gobiernos y fuerzas armadas que disponen de arsenales
nucleares, están formados por hombres y mujeres que no son muy diferentes de sus padres
y abuelos.
Bajo estas condiciones de crisis y discontinuidad parcial, el nuevo Makers of Modern
Strategy parece que es aún más oportuno que su predecesor. Edward Mead Earle estaba
convencido de que un buen conocimiento de la guerra a lo largo de la historia ayudaría al
lector a comprender la guerra en los momentos actuales. No todo el mundo (y menos los
historiadores) compartirían su fe en la actual conexión de la Historia. No sólo cada era es
única en su combinación de condicionantes, aspectos y personalidades, sino que,
ocasionalmente, una profunda revolución tecnológica, en las creencias o en la
organización social y política, parece apartarnos de la Historia, aunque para algunos su
importancia pueda quedar reducida a una absurda ficción. Depende sobre todo de lo
que cada uno entienda por "importante". El pasado, incluso si estuviéramos seguros de
poderlo interpretar con exactitud, raramente ofrece lecciones directas. Pero la historia
de todo aquello que nos ha precedido, es una fuente de conocimientos digna de tener
muy en cuenta. En los acontecimientos de una nación y en las relaciones entre estados,
como en la vida de un individuo, el presente tiene siempre una dimensión de pasado, y es
mejor conocerla que ignorarla o incluso negarla. Incluso en el caso de que sólo podamos
ver el presente en términos superficiales, siempre tenemos a nuestra disposición la
Historia como la gran maestra que, al clarificar y dar sentido a acontecimientos del
pasado, nos puede ayudar a entender el presente y pensar sobre el futuro.
La mejor forma de entender el fenómeno de la guerra es estudiar su pasado. Ese es
uno de los mensajes de este libro. Pero la historia de la guerra debe estudiarse también
para comprender su propio pasado. A veces los historiadores han sido reacios a
reconocer esta necesidad.
20 Creadores de la Estrategia Moderna

Aunque no pueden negar que la guerra ha sido una realidad fundamental de la


existencia política y social, desde los estadios más elementales de organización política
hasta nuestros días, resulta tan trágica y tan perturbadora, tanto intelectual como
emocionalmente, que han tendido siempre a dejarla de lado en sus investigaciones.
Particularmente en los Estados Unidos, en la enseñanza de la Historia y en la tarea
cotidiana de los historiadores, la guerra no ha sido nunca uno de los temas favoritos.
Uno de los resultados ha sido la proliferación de una literatura popular sobre la guerra,
esencialmente romántica, que no explica nada, pero que responde crudamente a la
fascinación que las guerras pasadas y presentes ejercen en nuestra imaginación y en
nuestro deseo de llegar a comprenderla. Este volumen intenta demostrar la utilidad de
integrar la historia del pensamiento militar y de la política, con la Historia General.
Los ensayos que componen esta obra tratan de analizar el papel desempeñado por la
fuerza en las relaciones entre estados. Todos reconocen que la guerra no ha sido nunca,
ni es hoy en día, un fenómeno básicamente militar, ni tampoco solamente militar, sino
que es la combinación de muchos elementos que abarcan desde la política y la
tecnología, a las emociones humanas sometidas a tensiones extremas. La estrategia es
solamente uno de los elementos, aunque a veces sea muy importante. Veinticuatro de
estos ensayos hacen un seguimiento de las ideas y acciones de las anteriores generaciones
y de cómo utilizaron o no la guerra; los otros cuatro analizan el pensamiento militar y la
política en el pasado más reciente y en la actualidad. La obra es fundamentalmente
histórica; pero, como en la primera edición, está dedicada a la causa intemporal de "un
mejor conocimiento de la guerra y de la paz".

NOTAS:
1. Foreign Affairs de Michael Howard (Verano de 1979); reeditado por el mismo autor
en su libro The Causes of War (Cambridge, Mass, 1984), 101.>
2. Makers óf Modem Strategy-Introduction de Edward Mead Earle, editado por el autor
(Princeton, 1943), VIII.
3. Algunos de los ensayos que han sido eliminados se ha debido a que no encajan en
esta nueva distribución de la obra, como por ejemplo, el estudio sobre geopolítica
de Derwent Whittlesey y el resumen de doctrinas eropeas del poder naval de
Theodore Ropp. Otros fueron escritos cuando aún no se disponía de la
documentación precisa y, aunque tuvieron un gran mérito en su tiempo, en la
actualidad, resulta aconsejable su eliminación. Uno o dos, como el ensayo sobre la
línea Maginot y Liddell Hart, escrito por un autor cuyo pseudónimo era Irving M.
Gilson, no tenían la calidad del resto.
4. Félix Gilbert ha vuelto a escribir su ensayo sobre Maquiavelo, de la misma manera
que Mark von Hagen el ensayo sobre Marx y Engels. Gordon Craig ha introducido
algunos cambios en el ensayo sobre Delbrück, y Peter Paret ha revisado la primera
parte del ensayo de Hajo Holborn sobre Moltke, y la segunda parte que ha sido
totalmente cambiada.
5. "Introduction" de Earle, IX.
Agradecimientos

Los editores están en deuda de gratitud con los autores de este volumen, por haber
facilitado extraordinariamente su tarea. Queremos también expresar nuestro
agradecimiento a Michael Howard, John Shy y Russell Weigley por sus consejos sobre la
estructura de este libro; ajames E. King cuyas críticas han sido oportunas, como siempre, y
a Donald Abenheim por su ayuda en la elaboración de las biografías de los autores.
Loren Hoekzema, Elizabeth Gretz y Susan Bishop, de Princeton University Press,
analizaron esta obra antes de su publicación con un cuidado e inteligencia ejemplares.
Nuestro agradecimiento especial para Herbert S. Bailey, Jr., Director de Periodismo de la
Universidad de Princeton, cuya fe en la importancia del tema ayudó a hacer posible el
volumen.
Félix Gilbert
1. Maquiavelo: El Renacimiento del
Arte de la Guerra
1. Maquiavelo: El Renacimiento del
Arte de la Guerra

Si las numerosas campañas y sublevaciones que se sucedieron en la Italia del


Renacimiento produjeron la sensación de que la habilidad y la técnica militar habían
desaparecido, la verdadera razón de este vacío fue que los métodos antiguos de hacer la
guerra no eran adecuados y nadie era capaz de encontrar otros nuevos. "Un hombre que
acceda al poder no puede adquirir mayor reputación mas que descubriendo nuevas reglas
y métodos". Con estas palabras Maquiavelo expresó una idea que solía repetir en sus
escritos: la necesidad más urgente y fundamental en aquella época era la creación de
nuevas instituciones militares y procedimientos para la guerra. Maquiavelo introdujo una
nueva era, la Era Moderna, en el pensamiento político; detrás de todas sus reflexiones
sobre el mundo de la política estaba su convicción de que la organización militar de la
Italia contemporánea necesitaba cambios profundos. Se puede decir que
Maquiavelo llegó a ser un pensador político porque antes fue un pensador militar. Su
visión de los problemas militares de su tiempo orientaron totalmente su punto de vista
político.

Maquiavelo ocupa una posición singular en el campo del pensamiento militar debido a
que sus ideas estaban basadas en el reconocimiento del enlace existente entre los cambios
que ocurrieron en la organización militar y los movimientos revolucionarios que se
produjeron en la esfera política y social. Para un observador, la conexión entre la causa y el
efecto del desarrollo militar parecía obvia. El descubrimiento de la pólvora y la invención
de las armas de fuego y la artillería hicieron inevitable un colapso en la organización
militar de la Edad Media, en la que los caballeros jugaban un papel decisivo. Ariosto,
contemporáneo y compatriota de Maquiavelo, en su Orlando Furioso (1516), narra cómo el
protagonista de la obra, su héroe y personificación de todas las virtudes de un caballero,
se vio obligado a enfrentarse a un enemigo con un arma de fuego:
"Tan pronto como se ven los fogonazos, la tierra se estremece. Los baluartes
tiemblan al eco de sus sonidos. La peste, que nunca consume sus fuerzas en
vano,
26 Creadores de la Estrategia Moderna

Sino que despedaza todo lo que encuentra en su camino, Pasando como


un rayo en su vuelo con el viento".
Cuando el invencible Orlando abatió a su temible enemigo y pudo elegir entre el rico
botín:
".... nada ganaría el vencedor Si de todos los despojos de este
día victorioso Salvara ese artefacto, cuya fuerza irresistible Se
asemeja al Trueno en su rápida carrera."
Después, al navegar por el mar para lanzar el arma al agua, exclamó:
"¡Oh, maldito ingenio! ¡fundamento de la muerte! ¡Inventado en las
tinieblas de los reinos tártaros! Diseñado por el maligno arte de Belcebú
Para ser la ruina del genero humano... Por tu culpa, nunca más los
caballeros tendrán arrojo. Ingenio que ayuda a los cobardes en la guerra.
Que da ventaja ante un más noble enemigo, ¡Yace aquí para siempre en
el profundo abismo!" (1)
En resumen, pretendía achacar a las armas de fuego todos los males, llegando a la
conclusión de que si no se hubieran inventado o pudieran desaparecer, el mundo de los
caballeros se mantendría vivo para siempre con todo su esplendor.
Esta explicación del declinar del poder de los caballeros no corresponde a la realidad.
La historia de las instituciones militares de un período no puede separarse de la historia
de la sociedad en la que están inmersas. La organización militar de la Edad Media era una
parte integrante del mundo medieval y declinó cuando la estructura social se desintegró.
Tanto espiritual como económicamente, el caballero presentaba unas características
propias de su época. En una sociedad en la que Dios estaba considerado como la cabeza de
la jerarquía y de donde emanaban todos los poderes, el significado religioso se extendía a
toda actividad social. La tarea principal de la Caballería era proteger y defender a su
pueblo; haciendo la guerra, el caballero servía a Dios. Al mismo tiempo, esos servicios
militares estaban a disposición de su señor que, a su vez, tenía confiada por la Iglesia la
supervisión y control de sus actividades. Además de los aspectos religiosos espirituales, el
compromiso militar entre el vasallo y el señor tenía un aspecto legal y económico. El señor
proporcionaba al caballero unas tierras, el feudo, y al aceptarlas, el caballero asumía la
obligación de prestar servicio militar al señor en caso de guerra. Era un cambio de bienes
por servicios que se ajustaba a la estructura agrícola y al sistema señorial de la Edad Media.
El concepto religioso de la guerra como acto de hacer justicia, la restricción del servicio
militar a la clase social de los caballeros que poseían tierras y sus criados, y un código
legal-moral que actuaba como verdadero lazo de unión entre todas las fuerzas, eran los
factores determinantes de la or-
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 27

ganización militar y de los métodos de la guerra de la Edad Media. Los ejércitos medievales
se formaban sólo cuando había una necesidad, es decir, para una campaña definida y
permanecían juntos mientras duraba aquella. El carácter temporal del servicio militar
hacía muy difícil la adaptación de los soldados al nuevo medio, por lo que el
mantenimiento de la disciplina era muy difícil de lograr, si no imposible. El objetivo
principal de una batalla consistía, a menudo, en abatir a los jefes de los bandos respectivos,
e incluso combatían únicamente los jefes entre sí, siendo definitivo para ambas partes el
resultado del lance. Como la guerra representaba el sentimiento de un deber moral y
religioso, había una fuerte inclinación a conducir la guerra y las batallas de acuerdo con
reglas fijas y a un código establecido.
La organización militar era un producto típico del sistema social general de la Edad
Media y cualquier cambio en los fundamentos de ese sistema tenía repercusiones
inevitables en el campo militar. Cuando se produjo una rápida expansión de la economía
de mercado, las bases de la agricultura medieval se derrumbaron y sus efectos sobre las
instituciones militares fueron inmediatos. En el terreno militar, los que eran los
protagonistas del nuevo desarrollo económico, las ciudades y los grandes comerciantes,
podrían hacer uso de las nuevas oportunidades, es decir, aceptar pagar un dinero a
cambio de unos servicios, o recibir un servicio de seguridad a cambio de recompensas en
metálico y unos salarios. De esta manera, el nuevo señor debería pagar a aquellos que
considerara más idóneos durante un período mayor mediante promesas de pagos regulares.
O, por el contrario, aceptar dinero de aquellos que no deseaban cumplir con sus
obligaciones militares. Con este tipo de acuerdos se conjugaba un ejército permanente y
profesional con una libertad por parte del señor para no depender de sus vasallos. La
transformación de un ejército feudal en un ejército profesional, de un estado feudal a otro
burocrático y absolutista, fue lenta y alcanzó su máximo desarrollo en el siglo XVIII,
aunque el verdadero espíritu caballeresco de los ejércitos feudales murió mucho antes.
Hay una ilustración de este cambio en una balada del siglo XV que describe la vida en el
ejército de Carlos el Temerario de Borgoña (2). En esa época, Borgoña era una reciente
formación política y las demás potencias la consideraban como una advenediza. Por ello,
Carlos el Temerario se esforzó en legitimar la existencia de su estado a través de la estricta
observancia de las viejas tradiciones y costumbres, y llegó a tener el carisma de un rey al
estilo del pasado romántico. Sin embargo, detrás de esa fachada caballeresca, toda la
obra está dominada por un pensamiento, "¿cuando llegará el pagador de la soldada?"; la
prosaica realidad del interés material se impone a la romántica hidalguía del caballero.
En los ejércitos de las mayores potencias (Aragón, Francia e Inglaterra) existían
elementos antiguos y modernos, profesionales junto con reclutas eventuales. Sin
embargo, debido al importante poderío económico de las ciudades italianas, se impuso la
transformación hacia un ejército puramente profesional.
28 Creadores de la Estrategia Moderna

Desde el siglo XIV, Italia había sido la tierra "prometida" para los caballeros que veían en
la guerra el único medio para hacer fortuna. Las compagnie di ventura estaban pagadas por
los condottieri que ofrecían sus servicios a cualquier potencia que les pagara. Por lo que en
Italia, ser soldado se convirtió en una profesión, al margen de cualquier otra actividad
civil.
El nuevo sistema económico dio mayores oportunidades para reclutar ejércitos. Nuevos
hombres, despojados de las tradiciones militares precedentes, entraban al servicio de las
armas motivados únicamente por el dinero, y con ellos se empezaron a introducir nuevas
armas y formas de lucha. Nuevas formaciones de arqueros e infantería aparecieron en
Francia e Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años. La tendencia a crear nuevos
métodos obtuvo su impulso definitivo al producirse la derrota de Carlos el Temerario a
manos de los suizos a finales del siglo XV. En las batallas de Morat y Nancy (1476), los
caballeros de Borgoña fueron incapaces de romper las escuadras de infantería de los suizos
y fueron derrotados. La noticia causó sensación en toda Europa y como consecuencia, la
infantería había ganado un puesto en la organización militar de la época.
La importancia de las armas de fuego no debe evaluarse sólo en el campo militar y es
preciso contemplarla en el contexto de varios acontecimientos: primero, la naciente
economía de mercado; en segundo lugar, los deseos del señor feudal de liberarse de su
dependencia en los vasallos y establecer una fuerza permanente; y, por último, la
tendencia a cambiar la organización militar medieval a la vista de la debilidad de los
compromisos feudales.
Las armas de fuego y la artillería no fueron la causa de esos cambios sino que fueron
un factor acelerador de esa evolución. Ante todo, fortalecieron la posición del señor
respecto a sus vasallos al disponer de unas armas a las que, lógicamente, ellos no podían
tener acceso. El empleo de la artillería en una campaña suponía una tarea compleja;
eran necesarios muchos vehículos para transportar los pesados cañones y equipos, así
como mecánicos y especialistas en el manejo de las armas. Todo ello suponía unos gastos
desconocidos hasta entonces, y los que correspondían a la artillería eran muy superiores a
todos los demás componentes que intervenían en una campaña (3). Sólo los más ricos
podían permitirse la artillería. El principal efecto militar de la artillería fue favorecer a las
grandes potencias contra los pequeños estados y focos locales de independencia. En la
Edad Media, el señor se sentía relativamente inmune a los ataques enemigos mientras
estaba en su castillo. Ello provocó el culto del arte de la fortificación (4). Los pequeños
estados se protegían con fortalezas en sus líneas de frontera que los mantenían a salvo
frente a fuerzas superiores. Con la aparición de la artillería, las fortificaciones pasaron a
ser vulnerables y la tendencia militar del momento se centró en la ofensiva. Francesco di
Giorgio Martini, arquitecto italiano del siglo XV, encargado de construir una serie de
fortalezas para el Duque de Urbino, se quejaba en su tratado sobre arquitectura militar de
que "el hombre que fuera capaz de resistir ante un ataque, sería más un dios que un ser
humano" (5).
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 29

Los cambios en la composición de los ejércitos y de la técnica militar transformaron el


espíritu de la organización militar (6). El código moral, las tradiciones y las costumbres de
la época feudal no tenían significado para los nuevos hombres que formaban parte de los
ejércitos. Aventureros y rufianes en busca de riqueza y pillaje, hombres que no tenían
nada que perder y casi todo que ganar en la guerra, constituyeron el grueso de los
ejércitos. Como resultado de una situación en que la guerra no era considerada como un
deber religioso, el propósito del servicio militar pasó a ser puramente económico.
Inmediatamente surgió el problema moral de si era pecado una profesión cuya finalidad
era matar a otras personas. En las naciones más civilizadas de Europa, y por supuesto en
Italia, la gente miraba con desprecio a los soldados.

II
Las circunstancias que rodearon la vida de Maquiavelo fueron un factor crucial para
situarle en una posición desde la que pudiera darse cuenta de los cambios en las
situaciones y de los problemas que se produjeron en su época.
Su carrera como escritor político comenzó cuando los Medici regresaron a Florencia
en 1512, y le expulsaron de su cargo en la Cancillería, donde había servido a la República
durante 14 años. Sus escritos reflejan todo lo que él había aprendido a través de su "larga
experiencia en los asuntos de su época" (7). En realidad se trataba de una recopilación de
los decretos, reglas y leyes, así como de sus observaciones de la escena política, realizadas a
lo largo de su trabajo en la Cancillería florentina.
En las ciudades italianas del Renacimiento, los oficiales de las Cancillerías solían ser
funcionarios fríos que se limitaban a llevar a cabo las medidas tomaas por el círculo en el
poder. Maquiavelo fue una excepción; se convirtió en un personaje político importante
en la República de Florencia entre 1498 y 1512. Guicciardini, cuando cayó Maquiavelo en
desgracia y aceptó una ridicula misión en una orden franciscana, le escribió
irónicamente: "en otros tiempos, vos negociabais con muchos reyes, duques y príncipes"
(8).
Había muchos motivos por los que Maquiavelo había desempeñado una labor
política importante hasta 1512. Su familia era de las más antiguas y respetadas, hasta el
punto de que entre ellos había 12 Gonfalonieri y 66 altos magistrados. Nicolás Maquiavelo
era descendiente de una rama ilegítima de la familia y por esa razón tenía vetado su acceso
a la Magistratura y a los Consejos Reguladores, pero su nombre y su amistad con Nicolás de
Alejandro Maquiavelo, uno de los líderes políticos, le permitió acceder a las cancillerías
(9).
30 Creadores de la Estrategia
Moderna

La razón principal de la importancia política de Maquiavelo fue su estrecha relación


con Fiero Soderini, que ocupaba el cargo de Gonfaloniero en Florencia (10). El puesto
de Gonfaloniero había sido creado en 1502 por un grupo de patricios florentinos que
confiaban en que reduciría la influencia del Gran Consejo, donde la clase media tenía
mayor poder. Pero Soderini no escuchó a los patricios porque consideraba que la labor de
su cargo debía orientarse a mantener y estabilizar el régimen popular. Soderini favoreció a
Maquiavelo y le encargó diversas tareas gubernamentales; consideraba que sería útil tener
a su servicio un hombre que dependiese de él por completo en su lucha contra la
aristocracia.
Además de esto, Maquiavelo tenía una personalidad relevante que le sirvió para
extender sus actividades y responsabilidades más allá de las que le correspondían por su
cargo. No existen retratos de Maquiavelo. Los dibujos y bustos que pretenden
representarle, muestran a un hombre con rostro enigmático, inteligente y con sonrisa
ambiciosa, pero son obras que corresponden a artistas del siglo XVI, cuando Maquiavelo
se había convertido en la personificación de la amoralidad y el mal. Pero no sólo era la
encarnación de la racionalidad y de la inteligencia; a menudo era emocional y en
momentos de ira podía olvidar toda precaución. Le gustaba gastar bromas a los demás y a
sí mismo. Fortalecer los lazos entre él y los hombres de estado de Florencia (Guicciardini,
Filippo Strozzi, Francesco Vettori) fue una de sus obsesiones principales, hasta el punto de
que llegó a ser imprescindible para esos hombres que estudiaban con sumo interés los
análisis de Maquiavelo sobre los problemas y situaciones políticas del momento. Pero
Maquiavelo les servía también en otras muchas funciones: podía encargarse de las
negociaciones para las condiciones de las bodas de las hijas de su amigo Guicciardini,
hasta organizar suntuosas comidas en honor de algún hombre de estado. Maquiavelo
sabía muy bien que actuando a veces como maítre de plaisir podría mantener la amistad de
los hombres poderosos. Maquiavelo estuvo profundamente inmerso en el mundo
político, pero al mismo tiempo lo observaba desde una atalaya. Ninguno de sus
contemporáneos había tenido la habilidad de combinar la agudeza y la perspectiva,
moviéndose continuamente entre lo que era y lo que debería ser (11). Maquiavelo era
consciente de la tensión que llevaba consigo la ambigüedad de su posición. En el prólogo
de su obra Mandragola dice de su autor que "en toda Italia no reconoce a nadie superior a
él, pero que se inclinaría ante cualquiera que llevara mejores vestidos" (12).
Una de las funciones de Maquiavelo en la Cancillería era la de Secretario del Consejo
de los Diez que era un comité encargado de los asuntos militares y de la guerra (13). De
esta manera, Maquiavelo entró en contacto con los problemas para la recuperación de
Pisa, y la guerra contra esa ciudad fue una continua preocupación durante 10 años, hasta
su rendición en 1509. En su primera misión gubernamental fuera de Florencia fue
encargado de negociar el salario de un condottiero que exigía unas cantidades desorbitadas
del gobierno de la ciudad. Poco después Maquiavelo se ocupó del caso de otro condottiero,
AAAAA
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 31

Paolo Vitelli, que prestaba sus servicios a Florencia; las tropas de Vitelli habían tomado
uno de los baluartes de Pisa, por lo que la ciudad esta-ba a su merced, pero dudó en
ordenar a sus tropas el ataque final y se perdió la oportunidad de tomar la ciudad.
Vitelli fue acusado de traición, encarcelado y finalmente decapitado. La mayor parte de
este tipo de asuntos pasaba por las manos de Maquiavelo. Esto hizo que surgieran
dudas sobre la utilidad de los servicios prestados por los condottieri en la mente de
Maquiavelo cuando en un campamento florentino en las puertas de Pisa presenció el
comportamiento de los gascones enviados por el Rey de Francia, aliado de Florencia,
como promesa para reestablecer el reinado de ésta sobre Pisa; se negaban a avanzar
contra la ciudad, se quejaban de la paga y de la comida, se amotinaban y desaparecían
del campamento.
Una de las misiones más famosas y discutidas de Maquiavelo fue la que llevó a cabo con
Cesar Borgia a finales de 1502. El estaba presente en Sinigaglia cuando César Borgia
había persuadido a un cierto número de condottieri enemigos suyos para que se reunieran
con él, y entonces ordenó a sus hombres que los mataran. La estupidez de aquellos
condottieri al caer tan fácilmente en la trampa de Borgia despertó definitivamente el
desprecio de Maquiavelo por ellos y por todo lo que representaban. Su falta de visión,
indecisión y timidez le afectaron profundamente, sobre todo al compararlos con César
Borgia que, al menos aparentemente, poseía todas las virtudes de un gran capitán:
ambición, constancia, capacidad para el planeamiento detallado, decisión, prudencia,
rapidez en la acción y, si era preciso, dureza. Aunque el sentimiento de Maquiavelo hacia
César Borgia cambiaría con los años, la experiencia de Sinigaglia fue crucial para llegar al
convencimiento de que era necesario un nuevo tipo de jefes militares.
La contribución más importante de Maquiavelo en cuanto a temas militares fue la
redacción de la ley de diciembre de 1505, por la que se ordenaba la creación de una
milicia florentina (14). Fue redactada por Maquiavelo, y la introducción ya anunciaba
algunas de sus ideas favoritas: la base de una república es 'justicia y armas" y que la larga
experiencia, los grandes gastos financieros y los peligros han demostrado que los ejércitos
de mercenarios son de una utilidad dudosa. La ley, llamada la Ordinanza, preveía la
formación de una milicia de 10.000 hombres comprendidos entre los 18 y 50 años, y que
habrían de ser elegidos por un comité especial; además, los elegidos deberían vivir en los
distritos rurales de Toscana, que pertenecía a Florencia. La milicia estaría dividida en
compañías de 300 hombres cada una. La posibilidad de enrolarse estaba limitada a los
distritos rurales ya que dar la posibilidad de acceder a las armas a los habitantes de las
ciudades del territorio de Florencia hubiera facilitado que éstas se revelasen. Tampoco
se esperaba que los ciudadanos de Florencia se sintieran persuadidos en aceptar los
sacrificios del servicio militar, aunque Maquiavelo confiaba que en el futuro cambiaran
de parecer.
32 Creadores de la Estrategia
Moderna

Maquiavelo consideraba a la Ordinanza sólo como un comienzo. Trabajó, aunque sin


éxito, para añadir unidades de caballería a las de infantería. Su objetivo final era un
ejército compuesto por hombres de la ciudad de Florencia, del resto de las poblaciones
de su territorio y de los distritos rurales, bajo un mando único.
La inseguridad de los condottieri y de los mercenarios era sólo una de las razones por las
que Maquiavelo mostraba un apasionado interés por la creación de un ejército regular.
Confiaba en que tendría consecuencias muy importantes para Florencia, tanto en su
política exterior como la interior. Maquiavelo había aprendido en sus numerosas misiones
diplomáticas que el depender de mercenarios o de tropas extranjeras limitaba la libertad
de acción y originaba una dependencia respecto a otras potencias. Anteriormente, se
había visto obligado a solicitar los servicios de condottieri y mercenarios a otros
gobernadores italianos; en una misión en Francia, su tarea consistió en implorar al rey
francés para que enviase sus tropas para ayudar a mantener la autoridad de Florencia en
algunas zonas que se habían sublevado. Todo ello derivó en una marcada debilidad militar
y los peligros que acarreó fueron particularmente importantes en las primeras décadas del
siglo XVI. La caída del poder italiano debido a la invasión francesa en 1494, seguido del
alzamiento de César Borgia apoyado por el Papa y el rey francés, trajeron consigo una
situación inestable en la que todas las potencias mayores se veían tentadas a absorber a
sus vecinos mediante el empleo de la fuerza. En su primer escrito político, Maquiavelo
establece que un estado sólo tiene dos caminos para alcanzar sus objetivos: "o por la fuerza
o por el amor" (15), e inmediatamente explica que las negociaciones y los acuerdos (que
es lo que él entendía por "amor") nunca conducirían a esos objetivos; los gobiernos, por
tanto, deben basarse en la fuerza.
Maquiavelo sabía demasiado bien que el contratar los servicios de un condot-tiero, la
determinación de su salario y los cálculos sobre el número de tropas necesarias para una
determinada operación militar, aumentaban siempre la tensión interna. Las cantidades
necesarias para satisfacer esos gastos se conseguían principalmente por medio de
préstamos e impuestos a los ciudadanos más ricos; por ello, las clases sociales más altas
estaban interesadas en que esos gastos se redujeran al mínimo. En un escrito al
Gonfaloniero, Maquiavelo se quejaba amargamente de que los ciudadanos acaudalados
ponían las máximas dificultades en lugar de hacer ciertos sacrificios (16). En la Ordinanza,
Maquiavelo dio énfasis a los aspectos financieros. Estableció que el aparato administrativo
debería asegurar el pago regular a los soldados, ya que éstos sólo necesitaban unas pocas
horas al mes de entrenamiento y si no recibirían su salario únicamente durante el tiempo
de guerra, que es cuando tendrían que ausentarse de sus hogares; de esta manera, los
gastos previstos por la Ordinanza no serían excesivos y se podría atender a ellos mediante
impuestos regulares. El resultado concreto sería una disminución del poder de las élites
adineradas, hostiles a Soderini, y evitar la influencia extranjera en la política exterior.
Con las armas en poder del pueblo, la influencia de las clases ricas disminuiría y el
régimen popular se estabilizaría.
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 33

Maquiavelo mostró un enorme interés en la formación de la milicia. En algunos


distritos, él mismo seleccionó a los hombres. Organizó una parada militar en la Plaza de la
Signoria en Florencia e incluso estuvo al mando de varias compañías durante la guerra
para conquistar Pisa, a finales del sitio. La rendición de la ciudad fue la confirmación de
que sus ideas militares eran correctas. Incluso tras el regreso de los Médici, después de la
desastrosa derrota de la milicia frente a Prato, sus convicciones se mantuvieron firmes.
En su obra Historia de Florencia hizo particular hincapié al descubrir las batallas libradas por
los condottieri en territorio italiano durante el siglo XV. En 1423, en la batalla de Zagonara,
una victoria "renombrada en toda Italia donde nadie resultó muerto excepto Lodovico
degli Obizzi, porque junto con dos de sus hombres, se cayó de su caballo y se ahogó en el
barro". En la batalla de Anghiari que "duró desde la hora 20 hasta la 24, sólo un hombre
resultó muerto, y no fue herido ni matado por un valiente, sino que cayó de su caballo y
fue pisoteado hasta morir". Esta presentación grotesca de la labor de los condottieri no era,
naturalmente, exacta; algunos fueron soldados competentes, valientes y con un fuerte
sentido del honor y de la reputación (17). Pero Maquiavelo no'ípretendía dar un relato
real y objetivo. Durante su cargo se libraron tres batallas que causaron admiración y temor
en toda Italia: la de Cerignola, donde las tropas de Gonzalo de Córdoba arrasaron
magistralmente a los franceses expulsándoles de Ñapóles; la victoria francesa de
Agnadello, donde el desacuerdo entre sus condottieri costó a los venecianos la invasión de
la ciudad; y Ravena, donde Gastón de Foix trajo la victoria de los franceses sobre las tropas
españolas y papales, siendo la batalla más sangrienta de todo el siglo. Lo que Maquiavelo
pretendía poner en evidencia ante sus compatriotas es que una nueva forma de hacer la
guerra había comenzado.

III

En El Príncipe, Maquiavelo prometía fama a un nuevo legislador siempre que introdujera


nuevas leyes sobre la guerra; el lector no puede dudar que Maquiavelo era el hombre que
conocía todas estas reglas. Además, escribió un libro titulado El Arte de la Guerra en el que
pretendió presentar toda una nueva doctrina revolucionaria. Pero cualquiera que lea el
libro se sentirá a veces desorientado al comprobar que no hay nada de "nueva" teoría en
él. El problema está en la acepción de la palabra "nueva". Para nosotros, el futuro debe
ser mejor que el pasado y el presente; "nuevo" significa lo opuesto a "viejo". Pero en
aquella época y antes de que la idea de progreso entrara en las mentes de los europeos, lo
nuevo representaba el declinar desde una situación álgida que se había dado en el
pasado. El ideal para los humanistas del Renacimiento era que el mundo perfecto había
existido en los tiempos clásicos.
34 Creadores de la Estrategia
Moderna

Maquiavelo era un hombre educado humanísticamente; creía profundamente que


Roma había demostrado la posibilidad de que una ciudad-república alcanzara la
conquista del mundo y, además, representaba para él el ideal de república. Un ejemplo
característico de su profunda creencia en todo el sistema creado por Roma fue un
memorándum que escribió como Secretario del Consejo de los Diez en respuesta a la
pregunta de cómo debería ser tratado el pueblo de Arezzo que se había sublevado, una
vez que fuera sometido de nuevo a la ley florentina. El memorándum comenzaba con
una explicación según Livy de lo que Lucio Furio Gamillo había hecho cuando el pueblo
de Latium se rebeló (18).
Las "nuevas" leyes de la guerra que Maquiavelo quería introducir en Italia eran las
"viejas" leyes de las milicias romanas. Sin embargo, hay que tener presente que no
pretendía una reconstrucción exacta y total de esas leyes, sino sólo aplicar aquellas que
tenían vigencia en el presente. La idea de Maquiavelo sobre Roma era utópica y sólo se
quedaba en cada momento con lo que le interesaba para conformar la idea que tenía en
su mente. Como consecuencia de los profundos estudios que tuvo que realizar y del gran
esfuerzo que suponía el intentar descubrir una regla general detrás de cada suceso o
acción en particular, logró penetrar en los secretos del arte de la guerra y del orden
militar.
El Arte de la Guerra fue el único libro publicado durante su vida. Escribió este libro
pensando en que produciría en el público de la época un fuerte impacto. De alguna
manera marcó la literatura y los métodos didácticos de su tiempo (19). En el libro, las
ideas están presentadas en forma de diálogos entre patricios florentinos y el condottiero
Fabrizio Colonna (20). La organización de los ejércitos romanos y sus métodos de hacer la
guerra se describen basándose en fuentes antiguas, especialmente de Vegetius, Frontinus
y Polybius, de cuyas obras traduce largos pasajes ocasionalmente (21). Según el
condottiero de la obra, los soldados romanos eran seleccionados cuidadosamente entre los
jóvenes que procedían de las zonas rurales. El Ejército Romano era relativamente
reducido, siendo su infantería la base; el valor de la caballería en una batalla era muy
limitado, aunque se utilizaba en misiones de reconocimiento y para impedir que llegasen
suministros al enemigo. El énfasis que Maquiavelo da a la infantería como alma de los
ejércitos, lleva implícita la crítica y el rechazo hacia los condottieri, cuyo grueso estaba
formado por caballería pesada; es más, debido a que la Ordinanza había demostrado que las
ciudades italianas podían organizar una milicia, la imitación del ejemplo romano era
totalmente posible. Para Maquiavelo la posibilidad de resucitar el sistema militar romano
justificaba una descripción detallada del comportamiento del ejército romano. Describió
las distintas unidades en las que se dividía el ejército, la cadena de mando, su actuación
durante la batalla y en sus operaciones, la selección de campamentos y el ataque y
defensa de las fortificaciones. Sus descripciones precisas sobre el comportamiento romano
junto con la admiración renacentista por todo lo procedente del mundo clásico
ayudaron a atraer el interés de sus lectores del siglo XVI.
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 35

Pero para el estudiante actual de Maquiavelo, El Arte de la Guerra no es su mejor obra.


Para la implantación total del sistema militar romano en los tiempos de Maquiavelo
había un serio inconveniente: la invención de la artillería, que con sus nuevas
posibilidades, parecía que los métodos romanos estaban obsoletos. En el libro apenas se
aborda este tema ya que se trata con detalle en otros sitios (hace alusión al capítulo 17 del
segundo libro de Maquiavelo, Discursos).
Fabrizio responde a esa objeción diciendo que la artillería no era precisa. Era lenta y
difícil de mover: en una batalla, la decisión la da el combate cara a cara y entonces no
hay espacio para que actué la artillería. Para finalizar su argumento, Fabrizio sostiene que
"la artillería tiene un mayor uso para el atacante que para el defensor y como las milicias
romanas tenían una gran capacidad de ataque, la artillería podría haberse utilizado para
reforzar los métodos romanos de hacer la guerra en lugar de invalidarlos" (22).
Pero esta discusión, o más correctamente, el rechazo al efecto revolucionario de la
invención de la pólvora, hacía que según Maquiavelo, el mundo moderno siguiera
estando totalmente inmerso en lo que constituía su ideal, es decir, Roma. Maquiavelo
afirmaba que el objetivo de la guerra debía ser enfrentarse a un enemigo en el campo de
batalla y derrotarle allí; este era el único camino de "llegar a una solución adecuada" (23). El
Arte de la Guerra de Maquiavelo está dividido en siete libros y una buena parte del tercero
está dedicado a explicar la destrucción producida durante una batalla imaginaria. Esta
batalla está situada en el presente y es narrada por un testigo. "No oyes nuestra artillería...
Mira con qué ímpetu cargan nuestros hombres. Ve como nuestro general da ánimos a sus
hombres y les asegura la victoria... Contempla los estragos que producen nuestros hombres
en el enemigo. ¡Qué carnicería! ¡Cuántos hombres heridos! Comienzan a huir. La batalla
ha finalizado; hemos logrado una gloriosa victoria" (24). Aunque el resto de El Arte de la
Guerra está orientado a los aspectos técnicos de la organización militar (armamento,
orden de marcha, línea de mando, fortificaciones), la sección dedicada a la batalla se
centra en las cualidades humanas que son necesarias para la guerra: coraje, obediencia,
entusiasmo y arrojo.
En el prefacio del libro se refiere a los dirigentes de la antigüedad en el sentido de que
se preocupaban de inspirar a todos sus hombres, y particularmente a los soldados, la
fidelidad, el amor a la paz y el temor a Dios. "¿Quién puede amar más la paz que los
soldados, cuyas vidas están en peligro durante la guerra?" (25). Los lectores de El Príncipe y
Los Discursos dudarán que frases como la anterior reflejen el verdadero sentimiento de
Maquiavelo. Esos dos libros tratan de las reglas y del comportamiento político en general y
no sobre organización militar y guerra; sin embargo, cuando se quiere profundizar en las
ideas que Maquiavelo tenía sobre la guerra, es preciso estudiarlas. En ambos libros no
existe nada sobre la conveniencia de la paz, sino que la guerra consiste en una fuerza
grandiosa, terrorífica e irremediable.
36 Creadores de la Estrategia Moderna

En ellos el mundo aparece en continuo cambio. Maquiavelo no comparte la creencia


general de su época de que el hombre está por completo en manos del destino, sino que
él creía que ese hombre debe conocer la fuerza del destino para tratar de dominarlo;
"sólo cuando los pueblos y los estados sean fuertes podrán resistirse al destino y éste
aparecerá como un simple juguete en sus manos". La guerra es la actividad más
importante de la vida política.
Las guerras deben acabarse lo más rápidamente posible, pero siempre que se alcance
un resultado definitivo: la derrota total del enemigo. Las guerras deben ser cortas y
decisivas (26). Sin embargo, las decisiones precipitadas sólo deben tomarse en una batalla.
Puesto que todo depende del resultado de la batalla, es preciso hacer todo aquello que
asegure la victoria; por ello, hay que utilizar todas las fuerzas, incluso cuando el
enemigo parezca inferior. El momento y lugar para llevar a cabo la batalla es una
decisión crucial para toda la campaña militar, por lo que debe ser planeada y coordinada
concienzudamente. El mando debe estar en manos de un solo hombre. Si el estado es
una monarquía, el propio rey debe ostentar el mando supremo. En el caso de las
repúblicas, en tiempo de guerra deben confiar su ejército a un comandante con autoridad
ilimitada; por eso, "los romanos dejaban todos los detalles de una campaña en manos de
un cónsul" (27).
Maquiavelo reconocía que una guerra corta y decisiva como él deseaba precisaba
contar con una actitud apasionada de los soldados y, por tanto, sería una guerra feroz.
Para Maquiavelo la brutalidad inherente a la guerra tenía sus peligros pero también sus
ventajas. Los peligros consistían en que las grandes masas de soldados, en el ardor de la
batalla, no quisieran obedecer las órdenes de sus jefes y sólo pensaran en su propia
salvación. En ese caso los ejércitos se desintegrarían. La importancia de la disciplina y
del entrenamiento es recalcada una y otra vez en los dos libros. El éxito militar depende
del orden y de la disciplina. El valor no es suficiente. Maquiavelo observó con
admiración que las ciudades alemanas tenían "gran estima por los ejercicios militares y
todos ellos estaban perfectamente reglamentados" (28). El entrenamiento no se puede
considerar completo nunca. Todo líder debe tener en mente la necesidad del
entrenamiento, tanto en paz como en guerra. Pero incluso los vínculos que crea el
entrenamiento y la disciplina no pueden garantizar la obediencia, por lo que es
preciso que exista también miedo a sufrir severos castigos. La severidad y dureza son
necesarios para mantener al cuerpo político unido (29). "A un príncipe no debe
preocuparle que lo acusen de cruel si su propósito es mantener a sus subditos unidos y
esperanzados"; "resulta mucho más seguro ser temido que amado". Según Maquiavelo,
esta regla general de política es particularmente apropiada para el comandante de un
ejército. La crueldad inhumana de Aníbal era necesaria para mantener la unidad de sus
fuerzas, "compuestas por hombres de todas las razas y luchando en países extranjeros";
los historiadores que consideran a Aníbal como a un héroe, pero que le acusan por su
crueldad, son unos insensatos; su crueldad era la causa principal de sus éxitos.
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 37

Sin embargo, la coerción necesita complementarse con medidas de carácter muy


diverso. Se deben crear lazos espirituales entre los soldados de un ejército que inspiren
acciones heroicas. Tales lazos serán más fuertes si se producen por necesidad; incluso
cuando la situación no sea desesperada, el jefe debe exagerar advirtiendo que los peligros
de la derrota son grandes, para que los soldados combatan con el coraje de la
desesperación. Para aumentar aún más el valor y el entusiasmo hay que orientar la
situación hacia una obligación moral. El servicio en la guerra debe considerarse como
el cumplimiento de un deber religioso (30). Maquiavelo creía que en el mundo
antiguo, la pompa de las ceremonias religiosas, intoxicaban a los hombres con fanatismo
belicoso. La religión cristiana ha creado dificultades para el desarrollo de las virtudes gue-
rreras porque "identifica la felicidad suprema con la humildad y con el desprecio por las
cosas mundanas"; esto ha hecho a los hombres débiles. Sin embargo, aunque existía en el
mundo antiguo no puede repetirse, la religión cristiana es compatible con el amor a la
patria y el sacrificio de la vida por ella se puede comparar con el martirio de los santos. En
el pensamiento de Maquiavelo apelar al patriotismo debería ser uno de los resortes más
importantes para inspirar en un ejército los actos heroicos.
Por otra parte, el entusiasmo patriótico sólo se puede esperar de un ejército cuando
está compuesto por hombres que luchan por su propio país. La tesis más importante de
Maquiavelo, puesta de relieve en todos sus escritos, es que un ejército debe estar
compuesto por nativos del estado que tienen que defender. "La actual desgracia de Italia
es el resultado de haber depositado toda la confianza en los mercenarios" (31). "Están
desarraigados, son ambiciosos, sin disciplina, desleales, fanfarrones con los amigos y
cobardes con los enemigos; no tienen temor a Dios, ni lealtad a los hombres". Los
requisitos básicos para ganar una guerra son confianza y disciplina, y ambos "sólo pueden
existir cuando las tropas son nativas del país donde tienen que luchar y han vivido juntos
durante un tiempo". El primer paso importante en la reforma militar que Maquiavelo
deseaba era que el estado formase un ejército compuesto por sus propios ciudadanos (32).
Maquiavelo estaba convencido de que los ciudadanos estarían dispuestos a combatir y
morir por su país siempre que estuvieran satisfechos en la sociedad en la que viven. "Hay
una gran diferencia entre un ejército que está contento y combate por su propia reputación
y otro con la moral baja y que tiene que combatir para defender los intereses de otros". Las
tesis sobre la estrecha relación entre las instituciones políticas y militares es la más
importante de Maquiavelo, y también su argumento más revolucionario (33). En El Príncipe,
escribió que "debe haber buenas leyes donde hay buenos ejércitos, y donde hay buenos
ejércitos debe haber buenas leyes" ( 34 ); y al final de Los Discursos dio su punto de vista
sobre la interdependencia de
38 Creadores de la Estrategia Moderna

la organización militar y la política, en sus más categóricos términos: "Aunque siempre he


mantenido que el fundamento de un estado es poseer una buena organización militar, me
parece conveniente insistir aquí que, sin tal organización, un estado no puede tener buenas
leyes, ni nada bueno" (35).

IV

El Arte de la Guerra tuvo una gran éxito; durante el siglo XVI se hicieron 21 ediciones y
se tradujo al francés, alemán, inglés y latín (36). El mérito de Maquiavelo en este libro
fue que se adelantó a su tiempo (37), e incluso en el siglo XVII, cuando los métodos
militares cambiaron profundamente, a menudo eran utilizadas frase suyas por los
estudiosos de la época (38). Al igual que a muchas personas interesadas en asuntos
militares, Jefferson tenía un ejemplar de El Arte de la Guerra de Maquiavelo en su
biblioteca (39) y cuando a partir de la guerra de 1812 aumentó el interés americano por los
problemas de la guerra, este libro mereció una edición especial en Estados Unidos (40).
El interés por Maquiavelo como pensador militar no es debido sólo a la fama de su
nombre; algunas de las recomendaciones que hacía en El Arte de la guerra (entrenamiento
y disciplina entre otras) adquirieron toda su importancia en la práctica cuando en Europa
los ejércitos empezaron a estar compuestos por profesionales procedentes de los más
diferentes estratos sociales. Desde luego, el progreso del arte militar durante el siglo
XVI no fue debido a la influencia de Maquiavelo, pero sí contribuyó de forma decisiva a
dar a conocer la organización militar de Roma como un modelo válido para los ejércitos de
su época.
Por otra parte, es preciso admitir que Maquiavelo se equivocó en sus juicios sobre lo
que era posible en su tiempo. En el pasado, y a veces incluso hoy día, Maquiavelo ha
tenido un puesto destacado en el desarrollo del pensamiento militar por su defensa del
ejército de reclutamiento; en ese sentido, su forma de pensar era absolutamente visceral.
Aunque achacar a las ideas militares de Maquiavelo un carácter profético podría
agradar a sus estudiosos y admiradores, se podría incurrir en error si se le atribuyera
demasiada importancia a su defensa del ejército de reclutamiento. En realidad, su idea se
limitaba a las milicias de las ciudades-estado y se basaba en el modelo antiguo de las
ciudades repúblicas, pero con ciertas demandas que imponía el estado territorial de su
tiempo. Sin embargo, al menos en los dos o tres siglos siguientes a Maquiavelo, la realidad
ha demostrado que los ejércitos han estado formados por aquellos soldados que él
despreciaba y ridiculizaba: los mercenarios, los profesionales.
Un factor al que Maquiavelo no dio la importancia que posteriormente iba a tener fue
la dotación de los soldados con armas de fuego y el papel fundamental de la artillería. El
resultado de esta nueva dimensión fue que el personal especializado y los
destacamentos
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 39

destacamentos militares permanentes formaron el alma necesaria de un ejército. Los


gastos, particularmente los debidos a la artillería, aumentaron. Aunque Maquiavelo había
previsto las necesidades financieras de una organización militar, no consideró en su
verdadera dimensión los gastos provocados por los fusiles, los cañones y todo el equipo
auxiliar necesario. A partir de entonces, sólo las naciones más poderosas podrían tener un
ejército moderno y, de esa manera, los vecinos más pequeños estarían bajo su control. El
absolutismo debía apoyarse en ejércitos permanentes y bien equipados.
La influencia del pensamiento militar de Maquiavelo fue más allá de la esfera técnico-
militar. Si por una parte, su visión del carácter ejemplar de la organización militar romana
le había hecho cometer el error de no dar importancia al impacto de las nuevas armas y la
influencia de la economía en todos los temas militares, por otra, su admiración por Roma
fue decisiva para hacerle comprender el papel de la guerra en los tiempos modernos.
Durante la Edad Media, la conducción de la guerra había sido función de una
determinada clase social y se había conducido con arreglo a sus propias normas y a un
código del honor. La primera y crucial lección que Maquiavelo obtuvo de sus estudios del
mundo antiguo fue que la defensa de un estado no era una tarea de un grupo de privi-
legiados sino que concernía a todos los que viven en esa sociedad.
El estudio de los historiadores romanos ayudó a Maquiavelo a comprender el sistema
internacional de su época. Los estados crecían rápidamente y se expandían; estaban
permanentemente en guerra, intentando aumentar su poder y sus territorios, o
luchando por su existencia, defendiéndose de otros que intentaban subyugarlos.
Maquiavelo fue uno de los primeros hombres que comprendieron la competitividad
natural del sistema estatal moderno. Un admirador suyo, Federico II de Prusia, escribió:
"Engrandecerse es el principio permanente de la política de un estado. La existencia de
un estado depende de su capacidad para la guerra".
Como la vida de un estado depende de la eficacia de su ejército, las instituciones
políticas deben estar organizadas de tal manera que creen unas condiciones favorables
para el funcionamiento de la organización militar. Esta es una de las tesis que impregna
todo el pensamiento de Maquiavelo. Otra de sus constantes es que el objetivo de una
guerra es someter al enemigo a la voluntad propia; una campaña militar debe ser una
operación planeada por un mando único, culminando en una batalla decisiva. Cuáles
serán los medios apropiados para llevar a cabo este objetivo dependerá de las
circunstancias particulares bajo las que se conduce una campaña.
La idea de Maquiavelo sobre la naturaleza de la guerra y el papel de la organización militar
en la estructura de la sociedad es el fundamento de su pensamiento militar; estos temas
no están limitados a un período histórico particular. Así, cuando Napoleón accedió al
poder a raíz de la Revolución Francesa, y la organización militar y las formas de hacer la
guerra sufrierongrandes cambios, las ideas de Maquiavelo al respecto permanecían con
toda su vitalidad.
40 Creadores de la Estrategia
Moderna

El pensamiento militar desde el siglo XVI está sorprendentemente influenciado por el


de Maquiavelo. Esto no quiere decir que sus recomendaciones hayan sido adoptadas
como verdades indiscutibles, pero cuanto más se ha profundizado en ellas, más aplicación
y actualidad se les ha encontrado. Por ejemplo, al analizar la idea de Maquiavelo sobre la
capacidad de decisión de una batalla, resulta evidente que es preciso hacer un análisis de
todas las cuestiones que lleva anejas. La teoría militar no se puede contentar con tener
en cuenta una serie de reglas para establecer un orden de batalla adecuado porque tam-
bién necesita de un análisis continuo de los acontecimientos durante su desarrollo. Por
otra parte, si la batalla constituye el punto álgido de una guerra, es lógico que una
campaña tiene que ser planeada y analizada con respecto a la batalla decisiva. Estas
consideraciones confirman que el papel que desempeñan la preparación y la dirección
planeada de la acción militar en la guerra moderna es tan grande como preveía
Maquiavelo. De la misma manera, él había hecho una premonición del papel del
general y sólo había defendido que debía tener conocimientos de historia y de geografía.
Los problemas de la capacidad de planeamiento y de la preparación técnica de los
generales es uno de los problemas centrales del pensamiento militar que surgió después.
En el desarrollo de estos problemas, el pensamiento militar dejó atrás a Maquiavelo, pero
estas conclusiones más modernas eran la continuación lógica de las preguntas que él se
hacía.
No obstante, hay un aspecto en el pensamiento militar moderno que contrasta
fuertemente con el de Maquiavelo. Este pretendía dar unas normas válidas para las
organizaciones militares de todos los estados y de todos los tiempos; por el contrario, el
pensamiento militar moderno sostiene que las acciones deben ser distintas dependiendo
de las circunstancias históricas y que las instituciones militares son adecuadas sólo cuando
se ajustan a las condiciones particulares de un estado concreto. Sin embargo, el énfasis de
Maquiavelo para que tanto las instituciones militares como la conducción de la guerra se
rigieran de acuerdo con reglas racionales ha dado un gran peso específico a todos los temas
militares. Como la guerra está determinada por leyes racionales, no es lógico dejar nada
al azar, ni por tanto esperar que el adversario esté en buenas condiciones para lanzar su
ataque, ya que entonces la guerra estaría perdida. El resultado de considerar la guerra
como una ciencia, o al menos como el producto de un proceso racional, es que se llega
fácilmente a la conclusión de que ésta puede decidirse tanto sobre papel como sobre el
campo de batalla.
Está claramente comprobado que la guerra no es sólo una ciencia sino también un
arte. Al finalizar el siglo XVIII hubo un rápido reconocimiento de la importancia de otros
factores además de los puramente racionales. El carácter específico y particular de cada
caso, fue considerado de una importancia capital, de manera que existían ciertos
factores imponderables que tenían tanta influencia como los previsibles y racionales.
Maquiavelo: El Renacimiento del Arte de la Guerra 41

En el campo de la teoría militar, el advenimiento de estas nuevas tendencias


intelectuales, es decir, el reconocimiento de la importancia de la individualidad e
irrepetibilidad de cada caso, así como de los factores creativos e intuitivos junto con los
científicos, llegó de la mano de Clausewitz. Es digno de mencionar que siendo Clausewitz
extremadamente crítico con otros escritores militares, se mostró muy cauteloso al
examinar las sugerencias de Maquiavelo y reconoció que "tenía buen sentido para analizar
los temas militares" (41). Esto es la confirmación de que a pesar de que Clausewitz
introdujo nuevos elementos en la teoría militar que están por completo fuera del
contexto presentado por Maquiavelo, estaba de acuerdo con éste en los puntos básicos.
Ambos estaban convencidos de que la validez de los análisis específicos de los problemas
militares se basaba en un concepto correcto de la naturaleza de la guerra. Todas las
doctrinas de Clausewitz tienen su origen en un análisis de la naturaleza global de la
guerra. De esta manera, incluso este gran revolucionario del pensamiento militar del siglo
XIX no despreció las ideas fundamentales de Maquiavelo, sino que las incorporó a las
suyas, dándoles una nueva dimensión.

NOTAS:

1. Orlando Furioso de Ludovico Ariosto, traducción de John Hoole (London, 1783;


Philadelphia, 1816), libro 1, canto 9.
2. "Quand viendra le trésorier?" de las Oeuvres completes de Emile Deschamps, editado
por Saint Hilaire (París, 1884), 4: 289
3. Compárese con Ordine dell'Esercito Ducale Sforzesco, 1472-1474 del Archivio Símico
Lombardo, Vol 3 (1876), 448-513.
4. Compárese con A History of the Art of War in the Middle Ages de Charles Oman
(London, 1924), 1: 358.
5. Trattato di architettura civile e militare de Francesco di Giorgio Martini, editado por
Carlo Promis (Torino, 1841), 131.
6. // Rinasdmento e la crisi militare italiana de Fiero Fieri (Torino, 1952). Ver también los
capítulos "Military Development and Fighting Potential" y "Soldiers and the State"
de M.E. Mallett y J.R. Hale en The Military Organization of a Renaissance State de J.R.
Hale (Cambridge, 1984), 65-100, 181-98.
7. De la dedicatoria de Maquiavelo en El Príncipe a Lorenzo de Medici: "gran
experiencia de las cosas modernas".
8. Francesco Guicciardini a Niccoló Machiavelli, 18 de Mayo de 1521.
9. The life of Niccoló Machiavelli de Roberto Ridolfi, traducción de Cecil Grayson
(Londn, 1963), 29; este es el mejor trabajo que existe sobre la vida de Maquiavelo.
10. Sobre la posición de Maquiavelo en la época de Soderini, ver Machiavelli and
Guicciardini (Prin ceton 1965), capítulo 2.
11. El Príncipe de Maquiavelo, capítulo 15.
12. "... in ogni parte del mondo dove el si sona, non istima persona, ancor che facci el
sergieri a colui che puó portar miglior mantel di lui".
42 Creadores de la Estrategia
Moderna

13. Sobre las actividades de Maquiavelo en la Cancillería, ver Niccoló Machiavelli: I primi scrítti
politici (1499-1512) de Jean-Jacques Marchand. (Padua 1975).
14. Ver Niccoló Machiavelli de Marchand, 450-61. La milicia no era algo nuevo en
Florencia, sino que tenía una larga tradición; ver War and Society in Renaissance
Florence de Charles Calven Bay- ley (Toronto, 1961).
15. Niccoló Machiavelli de Marchand, 403.
16. Ibid, 412-16.
17. "Battle of Zagonara: Florentine History", libro 4, capítulo 6; "Battle of Anghiari" Ibid,
libro 5, capítulo 33. Para una completa evaluación de los condottieros ver Mercenaries
and Their Masters de Michael E. Mallett (London, 1974).
18. Niccoló Machiavelli de Marchand, 427.
19. The Machiavellian Moment de J.G.A. Pocock (Princeton, 1975) y The Foundations of
Modem Political Thought de Quentin Skinner, volumen 1 (Cambridge, 1978)
20. La edición de The Art of War de Bobbs-Merrill Company (Indianapolis, 1965),
contiene una excelente introducción por Neal Wood y una bibliografía muy bien
seleccionada.
21. Ver "Le fonti letterarie di Machiavelli nell'Arte della Guerra" de L. Arthur Bird en Atti delta
Academia dei Linca vol.4 (1896) 187-261.
22. Esta discusión sigue a la descripción de una batalla en el libro 3 de El Arte de la Querrá.
23. "... nunca más tendrá lugar una guerra de honor" del libro 1.
24. Del libro 3.
25. "In quale debbe essere piú amore di pace, che in quello che solo dalla guerra puote
essere offeso?".
26. "Fare le guerre, como dicono i Franciosi, corte e grosse" de Discorsi, II, 6.
27. Discorsi, II, 33.
28. El Príncipe, capítulo 10.
29. El Príncipe, capítulo 17: "An sit melius amari quam timeri, vel e contra".
30. Discorsi, II, 2. Acerca del patriotismo como deber religioso ver Selected Studies de Ernst
Kantorowicz (New York, 1965), 308-24.
31. ElPrínápe, capítulo 12.
32. Discorsi, I, 43.
33. Ibid. A veces es muy difícil para Maquiavelo separar la utilidad de las medidas militares
de su impacto en la política doméstica. Maquiavelo es muy escéptico sobre el valor de
las fortalezas, pero la cuestión de si sirven para fortalecer o debilitar a un régimen
juega un papel crucial en estas discusiones. Ver "Renaissance War Studies" deJ.R.
Hale (London, 1983), 189-209.
34. El Príncipe, capítulo 12.
35. Discorsi III, 31.
36. Bibliografía Machiavelliana de Sergio Bertelli y Piero Innocenti (Verona, 1979).
37. Essais de Montaigne, libro 2, capítulo 34.
38. Cartas 8 y 9 del libro Scienzia militare del Segretario Florentino de Francesco Algarotti
(Venice, 1791).
39. Catalogue of the Library of Congress, 1815.
40. The Art of War in Seven Books Written by Nicholas Machiavelli... to Which is added hints relative to
Warfare by a gentleman of the State of New York (Albany, 1815).
41. Strategic de Carl von Clausewitz, editado por Eberhard Kessel (Hamburg, 1937), 41.
Ver también la respuesta de Clausewitz al ensayo de Fichte sobre Maquiavelo en
Clausewitz and the State de Peter Paret (Oxford y New York, 1976; reeditado por
Princeton, 1985), 169-79.
Gunther E. Rothenberg

2. Mauricio de Nassau,
Gustavo Adolfo,
Raimundo Montecuccoli
y la "Revolución Militar"
del siglo XVII
2. Mauricio de Nassau,
Gustavo Adolfo, Raimundo
Montecuccoli y la
"Revolución Militar" del
siglo XVII

Al principio de la Era Moderna se produjo en Europa lo que se ha dado en llamar la


"revolución militar". Aunque no hay acuerdo entre los estudiosos del tema acerca del
momento exacto de este acontecimiento, tradicionalmente se considera al ejército de
Carlos VIII, que tomó Italia en 1496, como el primer ejército moderno, ya que "su
composición era muy parecida a la de los ejércitos napoleónicos, así como su forma de
actuar en el campo de batalla" (1). Por otra parte, mientras hay acuerdo en que muchos
de los elementos de esa revolución militar, tales como la creación de la infantería, el
empleo masivo de las armas de fuego y la rápida evolución de las fortificaciones para
contrarrestar a la nueva artillería, existían ya a finales del siglo XV, algunos historiadores
sostienen que el componente más importante de esta revolución fue la creación de los
ejércitos profesionales permanentes, que tuvo lugar más tarde, entre 1560 y 1660 (2).
Antes de este período, la guerra en Europa era cada vez más estática e indecisa.
Tácticamente, la combinación del fuego de las armas y la rapidez de maniobra habían
desaparecido para dar paso a las grandes formaciones de mosqueteros y soldados con picas.
Aunque estas formaciones obligaron a la caballería a abandonar sus tradicionales cargas
contra ellas, la profundidad de esas unidades de infantería, que a menudo constaban de
doce o más líneas de hombres, impedía la acción ofensiva. A la pesadez táctica había que
añadir los factores logísticos y estratégicos. Pocas zonas eran capaces de sostener a un
ejército durante períodos prolongados, por lo que las tropas dependían de puntos fijos
para su aprovisionamiento; estos puntos eran generalmente almacenes situados en las
fortalezas. Pero esos puntos vitales, con sus grandes edificaciones se vieron, de repente,
vulnerables ante la artillería enemiga. No obstante, era necesario establecer formalmente
el sitio a la fortaleza o ciudad, lo cual suponía un proceso lento al tener que utilizar
artillería pesada, una gran cantidad de munición y aprovisionamientos de todo tipo.
Frecuentemente las campañas se resolvían con los sitios, considerados más importantes
que las propias batallas, por lo que cada vez eran más numerosos. En este estado de cosas
"el arte de la guerra estaba estrictamente sometido a la inmovilidad, con una pérdida casi
total de la concepción estratégica como forma de contemplar la acción militar" (3).
46 Creadores de la Estrategia Moderna

Sin embargo, el cambio posterior que hemos denominado "revolución militar" no se


produjo como consecuencia de los tremendos problemas logísticos que planteaba la
guerra de sitios. Quizás el mayor obstáculo que se presentó para la conducción de las
operaciones militares hay que buscarlo en las características sociales de la mayoría de los
ejércitos. Aunque durante el siglo XVI existían ya algunas unidades permanentes, eran
una minoría respecto al conjunto del ejército que una nación necesitaba en caso de
guerra, por lo que era necesario complementarlas. Aunque algunos países mantenían
aún reliquias de las instituciones medievales, como el servicio de los caballeros feudales y
cierto tipo de milicias, eran muy poco eficaces y la mayor parte de su ejército estaba
compuesta por mercenarios (4). Estos eran competentes en el combate, pero al mismo
tiempo mostraban muchas reticencias con sus patronos e incluso resultaban peligrosos. Si
no se les pagaba puntualmente o no disponían de los suministros que necesitaban,
podían amotinarse o desertar, paralizando las operaciones (5). La superioridad de la
defensa frente al ataque, la creación de nuevas fortificaciones menos vulnerables al
ataque de la artillería y el carácter eminentemente mercenario de las tropas, da
explicación al por qué la guerra en Europa había llegado a ser tan estática y a tener un
carácter tan indeciso.
El problema de cómo organizar un ejército efectivo, capaz de ser un instrumento al
servicio de la política del Estado, fue reconocido a finales del siglo XV, y el nuevo interés
por la civilización clásica produjo un impacto distinto en la teoría y en la práctica militar.
El estudio de los métodos militares de Roma se convirtió en una fuente de inspiración para
los reformadores y El Arte de la Guerra de Maquiavelo es el más importante de una larga
lista de tratados en los que se descubrían las virtudes del sistema militar greco-romano y
recomendaba volver a él. Aunque a veces eran menospreciados, estos "neoclasicistas"
contaban con algunos soldados de relevancia como Lazarus von Schwendi y el Capitán La
Noue, a pesar de que algunas de sus sugerencias sobre el armamento y las tácticas eran a
menudo inviables. No obstante, Maquiavelo y otros humanistas coincidían en su idea
central de la necesidad de la disciplina y de que la sociedad tenía una obligación militar.
Haciendo los primeros ensayos en Florencia, muchos de estos escritores estaban
convencidos de que las tropas nativas eran superiores y más fiables que los mercenarios. A
pesar de todo, los dirigentes de la época dudaban acerca de la conveniencia de armar a sus
vasallos y, quizá lo que era más importante, creían que sólo los mercenarios expertos
podían manejar las complicadas armas de la época y llevar a cabo con exactitud las tác-
ticas. Tanto en la Europa occidental como en la central el rendimiento de las tropas que
estaban en régimen de dedicación parcial dejaba mucho que desear. Lentos y torpes para
evolucionar en el campo de batalla, fueron utilizadas principalmente para la defensa de
las ciudades, pero resultaron inadecuadas para operaciones complejas y prolongadas (6).
El énfasis de Maquiavelo en la disciplina, basada en una cadena de mando
jerarquizada, en los destinos de carácter funcional y en la competencia militar
alcanzada por el entrena-
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 47

mientoconstante, todo ello implícito en su defensa de la legión romana, tuvo una


considerable influencia en el surgimiento de las fuerzas controladas y también eficaces en
combate en la Guerra de los Ochenta Años en los Países Bajos. La oligarquía dirigente
holandesa hizo que sus comandantes, los Príncipes de la casa de Orange-Nassau, adoptaran
la nueva organización del ejército. Como otros soldados cultos de la época, los Príncipes de
Orange habían tenido contacto con los textos militares antiguos, pero también estaban
interesados en obtener el mayor beneficio posible de la combinación de mosquetes y picas
que exigían un nuevo grado de control de la situación, combinado con un nuevo estilo de
liderazgo durante el combate y mucho más entrenamiento. Para lograr la mayor capacidad
de fuego y movilidad, la infantería ya no podía desplegarse en grandes formaciones, sino
que debía disgregarse en pequeñas unidades, lo que exigía de los oficiales y de los propios
soldados un mayor grado de iniciativa y formación táctica, para mantenerse al mismo
tiempo en el marco del plan general de la batalla. Una imitación puramente mecánica del
modelo romano no era suficiente; debía ser complementada por una nueva ética militar,
diferente del coraje individual temerario de los caballeros feudales y de la típica actitud
egoísta que propiciaba el enriquecimiento personal de los mercenarios. Al resolver estos
problemas, los reformadores de Orange crearon un nuevo tipo de soldado profesional y de
líder en el combate, que combinaba una experiencia militar con ciertos valores sociales y
espirituales.
Uno de los grandes artífices de esta reforma fue Justus Lipsius, un filósofo neoestoico,
historiador y filólogo de la Universidad de Leiden entre 1571 y 1591, quien ejerció una
influencia directa en Mauricio de Nassau. En sus escritos, Lipsius, admirador de
Maquiavelo, al que equiparaba con Platón y Aristóteles, hizo hincapié en las doctrinas de
la obediencia, lealtad y servicio al estado. Su Politicorum libri six, publicado en 1589 y del
cual dio una copia a Mauricio, está considerado como la base intelectual de las reformas
holandesas. Según Lipsius, la guerra no era un acto de violencia incontrolada, sino una
aplicación ordenada de la fuerza, dirigida por una autoridad competente y legítima, en
interés del estado. Su oficial ideal no estaba motivado por el deseo de gloria individual,
sino que debía estar enseñado tanto para mandar como para obedecer, así como para
considerar su misión como un servicio a la comunidad. Paciente y sobrio, sin rastro de
sucia violencia en su comportamiento, ese oficial no sólo debía ser un ejemplo para sus
hombres, sino también su instructor para hacer de ellos unos combatientes eficaces y
disciplinados. En opinión de Lipsius, estas cualidades habían sido los factores principales
que permitieron a los ciudadanos-soldados romanos vencer a enemigos numéricamente
superiores, pero menos disciplinados (7).
La disciplina se convirtió en el elemento clave y, aunque debido a ciertas cir-
cunstancias, los reformadores orangistas se vieron obligados a descartar la idea de un
ejército de ciudadanos en favor de una fuerza mercenaria profesional, mantuvieron el
énfasis en la disciplina, inculcada por oficiales profesionales, la instrucción y el
entrenamiento. Esto fue suficiente
48 Creadores de la Estrategia Moderna

fue suficiente para transformar las relaciones entre los soldados y el estado, así como
para aumentar considerablemente la potencia del ejército holandés. Max Weber afirmó
que "era la disciplina y no la pólvora la responsable de la transformación... la pólvora y
todas las técnicas de guerra adquirieron significado solamente a partir del momento
en que comenzó a haber disciplina" (8).
La dimensión social y moral, más que la tecnología, fueron las que proporcionaron los
parámetros fundamentales para el nuevo estamento militar en los comienzos de la nueva
era, y los métodos puestos en práctica por Mauricio y sus primos se convirtieron, unos
años después, en una normativa estándar para todos los ejércitos europeos. Aunque si se
las comparaba con el ideal establecido por Lipsius, las fuerzas profesionales existentes en
general en Europa, tenían graves deficiencias respecto a los mercenarios del período
anterior, resultaban ser un instrumento razonablemente eficaz al servicio de la política del
estado, respondiendo con la obediencia debida a las órdenes emanadas por una cadena
de mando político-militar perfectamente definida.
Estos acontecimientos tuvieron una influencia sustancial en la estrategia y en la
táctica. Aunque ambas continuaron adoleciendo de unas comunicaciones muy pobres y
de un ambiente dominado por la existencia de numerosas fortalezas, así como que la
división entre la estrategia y la táctica, siguió siendo poco nítida hasta finales del siglo
XVIII, la disciplina imperante en los ejércitos permitió a los comandantes planificar y
llevar a cabo operaciones de gran envergadura. Tanto Gustavo Adolfo como Montecuccoli
eran "discípulos de los reformadores holandeses", especialmente por su convicción de que
unas tropas bien organizadas era un requisito básico de la guerra moderna (9). A pesar de
todo, es preciso tener en cuenta que la evolución de los ejércitos permanentes europeos
tuvo lugar a partir de dos líneas de desarrollo independientes. Sin duda, el modelo
holandés fue el más extendido, pero también existió el modelo "imperial" que se originó
durante las largas guerras contra los turcos. En el Sacro Imperio Romano, humanistas
como Aventinus y comandantes como Fronsper-ger y Schwendi, admiraron la
organización militar del Imperio Otomano e insistieron en la adopción de un sistema
similar (10). Montecuccoli mezcló a menudo en sus escritos la experiencia en combate de
los suecos y los turcos, lo que se convirtió en el primer intento de los tiempos modernos de
analizar el fenómeno de la guerra en todas sus dimensiones: estrategia, táctica,
administrativa, política y social. Fue de esta forma como se transmitió la herencia de los
holandeses, suecos y austríacos a Eugene, Marlborough, Federico el Grande y poste-
riormente a la época de la Revolución Francesa. Scharnhorst, asesor de Clause-witz,
sentía una gran admiración por Montecuccoli y le consideraba como una guía
imprescindible para el análisis de la naturaleza de la guerra (11).
Entonces, si el término "revolución militar" significa más que una adopción de nuevas
armas y formaciones tácticas y está diseñada para abarcar un cambio fundamental en la
natu
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 49

naturaleza de los ejércitos y de la guerra, éste tuvo lugar a partir de 1560, en la


era de Mauricio, Gustavo Adolfo y Montecuccoli. Fue entonces cuando los
ejércitos modernos, fundados en los principios de la subordinación jerárquica, la
disciplina y la obligación social, se configuraron en la forma que tienen
actualmente. Esta transformación, debida en gran parte a los esfuerzos, prácticas y
teorías de estos tres comandantes, constituyó una verdadera "revolución militar".

El nombre de Mauricio de Nassau, el segundo hijo de Guillermo el Taciturno,


está asociado con la organización del ejército profesional holandés. Aunque se
distinguió por sus conocimientos como administrador táctico y su maestría en la
guerra de sitios, nunca se le consideró como un gran estratega. Extremadamente
cauteloso, evitaba que su ejército corriera ningún riesgo y en veinte años sólo
luchó en una batalla importante. Logró su objetivo estratégico, que era asegurar
la independencia de los Países Bajos Unidos, pero su cautela le situaba a veces en
desventaja frente a adversarios más combativos y menos metódicos (12). Aún así, su
éxito en transformar a un grupo de mercenarios y de milicias temporales fue
suficiente para situarle en un lugar de honor en cuanto a la evolución de la guerra
moderna.
En las reformas militares que llevó a cabo entre 1589 y 1609 contó con la
colaboración de personas importantes; para los temas relacionados con las
finanzas tuvo el apoyo de Johan van Oldenbaarneveldt, fiscal general de Holanda y
durante tres décadas la persona más influyente en los Estados Generales, que era
la asamblea de las siete provincias que formaban los Países Bajos Unidos. En el
terreno táctico y administrativo fue asistido por dos primos suyos, William Louis y
Johann de Nassau-Siegen (13). Finalmente, en todo lo que se refería a tecnología
militar y su aplicación a la guerra de sitios, contó con la ayuda de Simón Stevin, su
tutor en matemáticas y estudios militares, que llegó a ser Ingeniero Jefe del Ejército,
dirigió la mayoría de los sitios y ayudó a establecer el cuerpo de ingenieros militares
(14).
La estrategia que seguía Mauricio de Nassau junto con su excesiva prudencia
eran un reflejo de la compleja situación política y militar de la República de
Holanda. Al contrario que Gustavo Adolfo, Federico el Grande o Napoleón, fue un
hombre dedicado a la guerra, pero siempre estuvo sujeto a un fuerte control civil.
En 1588, cuando tenía 21 años, fue nombrado Almirante General de los Países Bajos
Unidos y Capitán General de las tropas de Bravantía y Flandes, el ejército principal de las
provincias. Además, ostentaba el cargo de Gobernador de Holanda y Zelanda, y a
partir de 1591 de Güeldres, Overijsel y Utrecht. Al mismo tiempo, su primo William
Louis era el gobernador de Frisia y desde 1594, de Groningen y de Drenthe (15).
Pero todos estos cargos no significaban más poder. Como Comandante naval
estaba
50 Creadores de la Estrategia
Moderna

estaba en realidad a merced de de los Almirantes de cinco distritos marítimos distintos, y


aún siendo el Capitán General de los Ejércitos, nunca ejerció el mando de las tropas
holandesas. Los particularismos provinciales impedían la formación de fuerzas importantes
y, a veces, incluso la realización de operaciones; un comité especial de los Estados
Generales, el Consejo de Estado, coordinaba todos los asuntos militares y controlaba las
operaciones a través de unos diputados especialmente nombrados al efecto. Un
historiador ha descrito la figura de Mauricio como la de un "técnico experto, un hombre
operativo y un asesor militar para los estados" (16).
A pesar del conflicto potencial inherente a esta situación, Mauricio se desenvolvió bien
entre sus diferentes organismos. Tenía poca ambición política, pero las oligarquías
mercantiles que emergían habían perdido su inclinación por todas las tradiciones
marciales y por la carrera militar, por lo que dejaron esa labor a los gobernadores de las
provincias. A pesar de todo, la fricción no podía evitarse. Cuando las presiones políticas
obligaron a Mauricio a emprender una ambiciosa campaña en Flandes en 1600, los
oficiales manifestaron su descontento hacia los políticos por su falta de interés hacia el
ejército (17). En otra ocasión, como consecuencia de un conflicto político entre partidos,
Oldenbaar-neveldt intentó reducir el protagonismo del ejército mediante la creación de
unas fuerzas paramilitares pagadas por cada ciudad; Mauricio le arrestó, juzgó y mandó
ejecutar en 1619. Pero ni siquiera esta demostración de fuerza a través de ese
desafortunado suceso entre antiguos amigos fue suficiente para que disminuyera el control
civil sobre el ejército.
Esto aún no había sucedido cuando Mauricio fue nombrado Comandante en Jefe en
1588, en aquella época los políticos y los militares coincidían en la necesidad de
transformar la ineficaz mezcla de mercenarios y milicias en una fuerza capaz de repeler al
Ejército Español de Flandes, mandado por el hábil Alejandro de Farnesio, Duque de
Parma, y cuyo objetivo era completar la reconquista de los Países Bajos del norte. El largo
conflicto en los Países Bajos tenía las características de una guerra civil y de una guerra de
liberación. Los holandeses habían sobrevivido gracias a sus extraordinarios esfuerzos y,
principalmente, a su geografía que impedía a las fuerzas españolas realizar operaciones a
gran escala durante largos períodos de tiempo.
En 1566, los territorios de la zona de Flandes en poder de los ejércitos españoles
consistían de diecisiete provincias, con alrededor de tres millones de habitantes. Los
sistemas fluviales del Rin, Mosa y Escalda dividían las diez provincias del sur, con una
agricultura próspera, con las ciudades más importantes del norte, con habitantes más
pobres. El Sur había sido el foco original de la revuelta de 1566, pero en 1579, como
consecuencia de las continuas derrotas que sufrían sus improvisados ejércitos, así como
la propia división de las familias aristócratas, volvieron a pasar bajo la dominación
española. Mientras tanto, las siete provincias del norte se unieron para socorrer a las del
sur, pero cuando Guillermo XXXX
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 51

el Taciturno fue asesinado en 1584, sus esfuerzos en el campo militar fueron inútiles.
Divididas por rivalidades locales no fueron capaces de unir sus esfuerzos y sus mercenarios
"pedían dinero cada vez que se les ordenaba combatir" (18). Todas las ciudades
sucumbieron a las tropas del Duque de Parma. Algunas, sobre todo Amberes, ofrecieron
una tenaz resistencia, pero la mayoría se entregaron sin combatir. Al continuar el Duque
hacia el norte, quedó abierto un segundo frente en el este atravesando Frisia, Groningen y
Güeldres hasta el río Ijsel, amenazando Utrecht, Holanda y Zelanda. El miedo a una
nueva victoria española impulsó a Isabel de Inglaterra a proporcionar apoyo a los insurgen-
tes con el envío de tropas. La intervención inglesa fue totalmente ineficaz. Su
comandante, el Conde de Leicester, se enfrentó con los Estados y algunos de sus
hombres traspasaron una gran cantidad de material, procedente de los ingleses, al
Duque de Parma. En 1587 la ofensiva española alcanzaba el río Zui-der Zee y enlazaba con
el frente sur, reduciendo el despliegue de su enemigo a Holanda, Zelanda, Utrecht, algunos
puntos aislados en Overijsel, Güeldres y Frisia, así como Ostend y Bergen-op-Zoom que se
encontraban al sur de los grandes ríos. El Duque de Parma no pudo completar la
maniobra emprendida en 1587-88 porque la intervención inglesa había originado que el
rey Felipe II enviara contra Inglaterra a la Armada Invencible y al Duque se le ordenó
dirigirse a Dunquerque para preparar el embarque de su ejército. Después del fracaso de
la Armada Invencible las tropas del Duque se encargaron de apoyar a los católicos en las
guerras de religión francesas (19).
Esta serie se sucesos dieron tiempo a Mauricio para reconstruir el ejército, recuperar
una gran parte del área noreste y reforzar las defensas. El establecimiento de esa reducida
zona estratégica (que se defendió contra los franceses en 1572, pero cayó en manos
alemanas en 1940) fue un hecho vital. Protegidos por el norte y oeste por el mar del Norte
y el Zuider Zee, al sur por los grandes ríos y al este por el Ijsen y por las marismas, ese
pequeño territorio consistía de un terreno cortado por canales, diques, estuarios,
pantanos y jalonado por pequeñas ciudades fortificadas (20). Los holandeses tenían la
posibilidad de inundar grandes extensiones de terreno gracias a su control sobre las
esclusas y los diques, una maniobra utilizada anteriormente en 1572 y 1574 para frenar la
penetración española. Es más, desde entonces los holandeses mantenían el control de las
aguas de las costas y del interior. Si España hubiera concentrado una flota superior a la
que tenía en esos momentos en la zona, podría haber obtenido la victoria, pero su
intervención en Francia, sus compromisos en el Mediterráneo y las necesidades de
seguridad en su imperio americano, impidieron tal medida. Por otra parte, las dificultades
financieras del ejército español provocaron motines en el seno de Flandes y, además, al
haber perdido el control del Canal de la Mancha, los refuerzos debían realizar un largo y
penoso recorrido, desde España a Italia por mar y de allí hasta Flandes por tierra: la
Ruta Española (21).
52 Creadores de la Estrategia Moderna

La maestría de los holandeses en el control de las aguas de las esclusas les permitió
hacer rápidos avances por los grandes ríos y realizar cortas incursiones en Brabante y
Flandes. Por otra parte, ese crecimiento les permitió acceder al control de los mares
adyacentes y expandir rápidamente su comercio marítimo, por lo que su economía
prosperó (22). Como dijo el alcalde de Amsterdam: "Cuando generalmente la guerra
suele arruinar la tierra y al pueblo, estos países han mejorado mucho gracias a ella". Este
fortalecimiento financiero proporcionó los recursos para el establecimiento de un ejército
profesional, llevar a cabo una guerra de sitios a gran escala y construir nuevas líneas
fortificadas a lo largo de sus fronteras.

II

La inspiración para las reformas del ejército procedía de los modelos clásicos así como
de las necesidades prácticas que imponían las características de la guerra del siglo XVI
(23). Aunque los acontecimientos más recientes habían demostrado que las fuerzas
mercenarias no eran fiables, y aunque Lipsius había defendido el empleo de ciudadanos-
soldados leales, los reformadores se vieron obligados a utilizar profesionales contratados
por períodos. Aunque los holandeses servían con distinción en el mar, "era muy raro que
se enfrentasen al enemigo... ya que la lucha se cedía a las tropas reclutadas en el
extranjero". Durante los primeros sitios que se establecieron en los Países Bajos las milicias
de las ciudades habían combatido con bravura, pero el comercio marítimo en expansión y
el correspondiente aumento del número de navios necesitaba una gran cantidad de
hombres y se prefería que fueran nativos. Por ello y a pesar de que la defensa local de las
ciudades y guarniciones se reservaba a tropas nativas (los waardgelder), los reformistas,
mostrándose más realistas que puros doctrinarios neoclásicos, reclutaron a un selecto
cuerpo de mercenarios; como dijo Miche-let: "no muchos hombres, pero bien elegidos,
bien alimentados y muy bien pagados" (24).
Las características que distinguían a esta nueva fuerza eran: su incuestionable
obediencia, lealtad, dominio de los despliegues tácticos y de los movimientos y unos jefes
inteligentes. La reforma comenzó con una reducción en el número total de las tropas,
lo que provocó una disminución en los gastos. En 1600, las fuerzas holandesas no
superaban los 12.000 hombres, de los cuales unos 2.000 iban a caballo y el resto a pie,
apoyados por una artillería compuesta por 42 piezas en 1595, pero sólo seis piezas de
campaña (25). La mayoría de los mandos intermedios y los soldados eran extranjeros:
franceses, alemanes, ingleses y escoceses, y unos pocos suizos y daneses. Los contratos
renovables cada año y los gastos puntuales hacían que esos hombres aceptaran de buen
grado una férrea disciplina. Aunque Mauricio estableció un severo código de conducta,
redescubrió también la instrucción como método para inculcar la disciplina.
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 53

Siguiendo las sugerencias de Wiliam Louis, las tropas hacían instrucción todos los días con
ejercicios tomados directamente de los modelos romanos descritos por Aelian y Leo,
traduciendo las órdenes al holandés, al inglés y al alemán (26). En cuanto a los
especialistas en alguna materia y los que manejaban las armas pesadas, su entrenamiento
se orientaba, casi exclusivamente, a obtener la mayor eficacia en su cometido. El
adecuado cumplimiento de los manuales de entrenamiento se convirtió en una
manifestación externa de disciplina. La vuelta a la práctica de la instrucción en el
ejército fue un elemento crucial de la reforma orangista y una contribución básica al
sistema militar moderno (27).
Lipsius escribió: "La naturaleza nos proporciona hombres valientes, pero el buen orden
conseguido con la instrucción les mejora" (28). Los ejercicios diarios con las armas
permitían unas evoluciones más precisas, mejoraban la coordinación de los fuegos y el
aumento de la cadencia de los mismos mediante la adopción de una nueva forma de
contramarcha, recomendada a Mauricio por William Louis en 1594 (29). Esta tendencia
general hacia unidades más pequeñas afectó también a los Tercios españoles que
quedaron reducidos a unos 1.500 hombres cada uno después de 1584 y Mauricio
redujo las compañías hasta dejarlas con 130 hombres en total. Los holandeses no
establecieron grandes formaciones tácticas permanentes, pero en las batallas las
compañías se combinaban en batallones de unos 800 hombres al principio y
posteriormente de 550, adoptando una formación similar a la del juego de damas, que
era un despliegue típico de las legiones romanas (30).
El constante entrenamiento así como una mayor libertad de las pequeñas unidades en
combate, exigía un mayor número de oficiales jóvenes y estos debían tener una buena
preparación. Mauricio creó las escuelas para la formación de oficiales y por ese motivo es
considerado como el creador de los modernos cuerpos de oficiales europeos. Pero su
contribución más importante fue que cambió la ética básica de la profesión. Influido por
su educación calvinista y los maestros neoclásicos, consideraba el acto de mandar como
un servicio al pueblo y la autoridad no podía derivarse de un noble nacimiento sino que
era una comisión requerida por el estado. Estas ideas junto con una obediencia
incondicional dentro de una jerarquía establecida, fueron las fundamentos de la
estructura moderna del mando. En la práctica, naturalmente, existían discrepancias; la
mayoría de los puestos de responsabilidad fueron adjudicados a familiares de los
gobernadores y los nobles abundaban entre los altos mandos. Muchos estranjeros fueron
contratados como oficiales mayores ya que reunían la experiencia necesaria, pero hasta
1618 no se introdujeron los criterios que regulaban el sistema de escalafonamiento,
ascensos y competencias de cada empleo (31).
El nuevo sistema táctico ha sido criticado a veces. Un conocido historiador sostiene
que el nuevo orden fracasó "al restaurar, tanto a caballo como a pie, la capacidad de una
ofensiva táctica para ganar las batallas". Las nuevas formaciones eran demasiado rígidas,
demasiado pequeñas
54 Creadores de la Estrategia Moderna

pequeñas para asaltos decisivos y, generalmente, sólo eran adecuadas para la defensiva
(32). Pero estas críticas no se apoyaban en los hechos, ya que en los Países Bajos los
holandeses actuaron de forma ejemplar en sus dos únicas intervenciones importantes: el
encuentro en Tournhout en 1597 y la batalla de Nieupoort en 1600. En Tournhout la
caballería expulsó a la española del campo de batalla destrozando posteriormente a la
infantería; en Nieupoort la carga de los holandeses derrotó primero a la caballería
enemiga y después, apoyados por la infantería, rompió el frente español (33).
Las aportaciones de Mauricio a la guerra de sitios son innegables. Comenzó por asignar
una misión definida a la artillería y a los ingenieros y organizó los suministros. Además,
consiguió una mayor eficacia en la operaciones al introducir el uso de "las tropas de trabajo"
(34). Hasta entonces, los soldados consideraban que realizar tareas tales como cavar,
levantar murallas, construir caminos, etc., no eran dignas de su condición y los ejércitos
tenían que alquilar o reclutar mano de obra para ese tipo de trabajos. Conscientes de que
tal práctica no era adecuada, algunos jefes tomaban un pico y una pala para animar a sus
hombres a seguir su ejemplo. Lipsius había recomendado que "los oficiales portasen
tablas y palancas para enseñarles, no mandarles" (35). Pero Mauricio fue más lejos. Hizo
que las palas fueran un elemento más del equipo de la infantería y reguló los incentivos
económicos que correspondían a los que hicieran esos trabajos. Durante el largo sitio a
Gertruidenberg en 1593, "tres mil zapadores trabajaron día y noche, y cada día recibían
puntualmente su paga, que llegaba a triplicar la de un soldado que no hiciese ese trabajo"
(36). Con mano de obra disciplinada, Mauricio pudo establecer rápidamente sitios a las
ciudades o bien emprender trabajos en el terreno cuando era necesario.
Desde el punto de vista estratégico, siguiendo los deseos de los Estados Generales y
sus propias inclinaciones, limitó sus objetivos a recuperar el territorio de las Siete
Provincias. Para ello, su plan no era intentar derrotar en batalla al grueso de la fuerza
enemiga. Entre 1589 y 1609, capturó más de 29 fortalezas y estableció tres sitios, pero
solamente combatió en una batalla importante, Nieupoort. Utilizó los canales y grandes
ríos para trasladar a su ejército del frente sur al este, lo que dio a su pequeño ejército una
fuerza sorprendente con relación a su tamaño. Si no hubiese sido por el transporte fluvial,
la campaña hubiese sido mucho más difícil que la de 1602 cuando intentó llegar a
Brabant. No obstante, la eficacia de sus fuerzas se vio a veces perjudicada por las peculia-
ridades de las provincias y por la negativa de los Estados Generales para mantener unas
fuerzas mayores que las absolutamente necesarias.
Las operaciones durante el período entre 1590 a 1594 son un ejemplo del estilo de
guerra que caracterizaba a Mauricio de Nassau. El fraccionamiento de los ejércitos
españoles para atender a las guerras contra Francia e Inglaterra proporcionó una
excelente oportunidad y el Consejo de Estado declaró que era "el momento de atacar.
Para hacer daño al enemigo".
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 55

Pero los Estados Generales se opusieron a cualquier acción ofensiva, alegando que
era preferible aprovechar ese período de calma para fortalecer las defensas; la acción
ofensiva "alertaría al perro dormido, atrayendo de nuevo la guerra sobre sí mismos" (37).
Después de turbulentas reuniones, Mauricio fue autorizado a llevar a cabo acciones
limitadas para recuperar las ciudades más importantes del norte. En 1590, comenzando
con el golpe contra Breda, el Ejército de los Estados expulsó a los ejércitos españoles de la
zona norte de los grandes ríos y cruzaron el Waal para, a continuación, dirigirse contra
las pequeñas fortificaciones de Brabante y Flandes. Durante el año siguiente, Mauricio
lanzó una gran ofensiva, capturando cuatro importantes fortalezas durante la campaña
desde mayo a octubre. Comenzando en el este, se apoderó, en dos semanas entre mayo
y junio de 1591, de Zutphen y Deventer, situadas sobre la línea Ijsel; a continuación
dirigió sus fuerzas para capturar Hulst, cerca de Amberes, en cinco días durante el mes
de septiembre y después retrocedió hasta Dordrecht para desde allí marchar sobre
Nijmegen, que se rindió tras seis días de asedio, en octubre. Estos espectaculares
resultados se lograron debido a la sorpresa de las operaciones y la rapidez en el
establecimiento de los asedios, además de por las condiciones favorables que se ofrecían
a las guarniciones de las plazas sitiadas para su rendición.
En 1592 Mauricio continuó las operaciones en el noreste apoderándose de Steenwijk
y Coevorden. Pero los particularismos de las provincias supusieron un grave inconveniente
para el avance de los ejércitos. Frisia había apoyado la campaña en Overijsel y Güeldres,
pero cuando la presión por parte de Zelanda obligó a Maurico a volverse contra
Gertruidenberg en el sureste, los Estados de Frisia prohibieron a William Louis y a sus
tropas participar en la operación. Tras una demora considerable y un sitio prolongado,
Gertruidenberg cayó en junio de 1593 y al año siguiente Mauricio regresó al este y
conquistó Groningen en junio de 1594. Después de estos acontecimientos, con los
objetivos inmediatos alcanzados, las provincias recortaron sus contribuciones al ejército, lo
que obligó a suspender temporalmente las acciones (38).
Mauricio aprovechó esa pausa para reorganizar sus fuerzas y en 1597, coincidiendo con que
parte de las fuerzas españolas se habían desplazado a luchar contra Francia, atacó y
recuperó algunas fortalezas y nudos de comunicaciones importantes. En 1598 la paz entre
España y Francia cambió la situación. Al contar con refuerzos, los ejércitos españoles
expulsaron a los holandeses de los territorios al sur de los grandes ríos, pero pero fueron
repelidos a comienzos de 1599. Ante esto, las tropas españolas se amotinaron, lo que
animó a los Estados Generales a autorizar a Mauricio a avanzar de nuevo hacia el sur por la
costa flamenca contra las bases corsarias en Nieupoort y en Dunquerque. El 2 de Julio de
1600 derrotaron a los españoles cerca de Nieupoort, lo que constituyó una victoria
táctica pero no estratégica porque, al contrario de lo que sucedía en otros sitios, el
ejército holandés tuvo que ser evacuado por mar a principios de agosto.
56 Creadores de la Estrategia Moderna

Después de esta derrota, el Archiduque Alberto, que mandaba los ejércitos españoles,
decidió tomar Ostende. Mauricio intentó levantar el sitio llevando a cabo su operación
más ambiciosa, con un ejército de 5.442 jinetes y casi 19.000 infantes. Pretendía penetrar
en Brabante y de allí desviarse hacia Flandes para derrotar a los españoles. La operación
falló cuando, tras cruzar el Mosa los holandeses no pudieron dar suficiente forraje a sus
caballos y se vieron obligados a retroceder siguiendo el río (39). Los Estados Generales le
ordenaron que adoptase una posición defensiva; la iniciativa pasó a España y al recién
llegado Ambrosio de Espinóla, que era el mejor general español de la guerra. Durante los
tres años que duró el sitio de Ostende, que era una fortificación poderosa y abastecida
desde el mar, los Estados comenzaron a construir una amplia línea de terraplenes para
reforzar el vulnerable frente este. A pesar de esto, Espinóla logró llevar su ejército
principal hasta allí en 1609 y consiguió grandes progresos en Overijsel y Güeldres antes de
que las lluvias de otoño detuviesen su avance. Espinóla, siendo consciente de la
catastrófica situación financiera de España, decidió poner fin a las hostilidades y se
concluyó una tregua en abril de 1607, de doce años de duración, a contar desde finales
de 1608. Ello resultó ser el final de la lucha de la República de Holandesa. Cuando se
reanudó la lucha en 1621, lo hizo como parte de un conflicto más amplio cuyo centro de
gravedad estaba en Alemania (40).

III

Tras la batalla de Nieupoort el sistema táctico holandés atrajo la atención mundial. El


Ejército de los Estados se consideraba el mejor de Europa y como dijo un escritor: "para lo
bueno o para lo malo" los Países Bajos se convirtieron "en las Escuelas Militares donde la
mayoría de la juventud de Europa aprendió sus ejercicios militares" (41). Ese tipo de
reformas fueron mejor aceptadas en los estados protestantes. En Suecia, Gustavo Adolfo
"adoptó los métodos creados por Mauricio de Nassau", pero con ciertas modificaciones
para darles mayor capacidad ofensiva (42). El fue el primero en comprender
perfectamente el valor de la combinación del movimiento con el fuego y aumentó los
efectos de ambos con nuevos métodos de combate y con el perfeccionamiento de las
armas. Desde el punto de vista administrativo, el rey Gustavo reinstauró el ejército de
reclutamiento en toda la nación, aunque sus mayores campañas las llevó a cabo con
fuerzas mercenarias a las que él había disciplinado y enseñado sus tácticas. Estaba asistido
por oficiales que habían aprendido su profesión en los Países Bajos, como Jacobo de la
Gardie, quien es considerado respecto a Gustavo Adolfo "lo que Schwerin fue para
Federico el Grande o Parmenio para Alejandro Magno" (43).
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 57

Aunque era más decidido a la hora de emprender batalla, el rey Gustavo, como
Mauricio, ha pasado a la historia por sus innovaciones tácticas y administrativas. Por lo
que se refiere a sus conceptos estratégicos no pudo escapar de las limitaciones de su
tiempo. Aunque realizaba sus planes a una escala mucho mayor que Mauricio, él también
tenía una norma de conducta cautelosa de manera que "evaluaba con sumo cuidado cada
paso que daba y no se arriesgaba sin necesidad", lo que le hacía un estratega metódico
(44). Sus famosas campañas en Alemania se caracterizaron por su habilidad para
establecer y mantener plazas fuertes, controlando los nudos de comunicaciones y las zonas
de abastecimientos. Naturalmente, esto limitaba su capacidad para llegar a una situación
decisiva con rapidez, pero le proporcionaba seguridad; por esta razón se le ha considerado
como un exponente de la guerra de posiciones y un precursor de las tendencias del siglo
XVIII. Reaccionando contra esta tendencia, Clausewitz juzgó muy duramente a Gustavo
Adolfo de Suecia, acusándole de "no haber sido un conquistador osado sino un aprendiz
lleno de temores que practicaba un estilo de guerra indeterminado y artificial" (45).
Cuando Gustavo Adolfo accedió al trono de Suecia, apenas cumplidos los diecisiete
años, encontró un ejército "mal entrenado, indisciplinado y muy mal organizado" (46). Los
orígenes de esto hay que buscarlos cincuenta años antes, cuando Gustavo Vasa y Erik
XIV, anticipándose a las reformas de los holandeses, convirtieron el servicio feudal y los
mercenarios extranjeros contratados al servicio de la Corona en un ejército nacional. Al
principio estaba bien organizado en pequeños batallones, pero esas innovaciones habían
tenido lugar demasiado lejos de las principales corrientes ideológicas europeas como para
sentir su influencia y mantenerse vivas, por lo tanto, estaban condenadas a tener una
vida muy corta. Durante el reinado de los sucesivos monarcas suecos, la situación del
ejército fue empeorando y su falta de eficacia quedó patente en sus sucesivas guerras
contra Dinamarca, Polonia y Rusia. Johann de Nassau-Siegen que lo observó en Polonia
en 1605, se desilusionó. En esta situación, el ejército sueco no era un instrumento
adecuado para las ambiciones de su joven rey. Aunque poseía una educación militar muy
superficial y un ligero conocimiento de la literatura clásica y de los escritores humanistas,
tenía noción de las reformas holandesas y dándose cuenta de las deficiencias de su ejército
emprendió la tarea de su reconstrucción comenzando por las necesidades más urgentes
(47).
Entre sus primeras acciones figuran la firma del armisticio con Polonia y, en 1613, la
finalización de la guerra contra Dinamarca, aunque en unas condiciones muy
desventajosas para Suecia. A continuación, acompañado por La Gardie como segundo jefe,
realizó una campaña en Finlandia con el fin de llegar a conseguir una paz favorable con
Rusia en 1917. Tres años después, y una vez conseguidas ciertas mejoras en su ejército,
invadió Polonia que se encontraba en guerra contra el Imperio Otomano y Rusia. Pero
sus esperanzas de realizar una campaña rápida no se materializaron. Por el contrario, fue
una larga guerra de desgaste en la que el joven rey aprendió lecciones muy útiles sobre
logística,
58 Creadores de la Estrategia Moderna

logística, movilidad, utilización de la de la caballería y establecimiento de sitios (48).


Interrumpida sólo durante dos años gracias a una tregua, la guerra se prolongó hasta
1629, llegándose a la paz mediante otro armisticio. Entonces, dándose cuenta de que la
situación alemana representaba una seria amenaza para Suecia y, al mismo tiempo, una
buena oportunidad para intervenir, Gustavo Adolfo llevó a cabo con toda rapidez los
cambios más importantes en el seno de su ejército.
Comenzó en 1625 modificando el método de reclutamiento. Se introdujo un sistema
en el que cada autoridad cantonal mantenía un registro de los hombres comprendidos
entre los 18 y 40 años. El servicio militar duraba 20 años, pero normalmente sólo un
hombre de cada diez era alistado, además de existir exenciones por cargos o por familias.
Al no estar remunerados mientras no estuviesen en acto de servicio, se les mantenía
ofreciéndoles terrenos; la caballería se reclutaba entre la nobleza y los agricultores más
ricos. Al resto del pueblo se les impusieron unos impuestos para proveer el equipamiento
necesario. Este sistema produjo un ejército nacional de servicio prolongado muy grande,
ya que disponía de unos 40.000 hombres; el primero de Europa (49).
El sistema fue diseñado fundamentalmente para la defensa nacional. Las campañas
en el extranjero eran difíciles de afrontar por un país cuya población era de un millón y
medio de habitantes. Aunque el Rey Gustavo siempre consideró que el estado estaba
mejor defendido por nativos y describía a los mercenarios extranjeros como "faltos de fe,
peligrosos y caros", comenzó reclutando a regimientos ingleses, escoceses y alemanes
incluso antes de emprender la marcha hacia Pomerania. En 1631, las tropas extranjeras
constituían el grueso principal de su ejército y fueron las que afrontaron la mayor parte de
las batallas. Existía la política de que incluso si el ejército era derrotado, las unidades dota-
das con nativos podrían garantizar la defensa del territorio nacional (50). Por ese motivo
se las mantenía a modo de reserva estratégica en puntos claves y guardando las líneas de
comunicaciones. Montecuccoli dijo: que "todos los puertos están protegidos por los
comandantes y guarniciones suecos; no confían ni en los finlandeses ni en los alemanes"
(51). A pesar de todo, cuando el Rey Gustavo murió en 1632, de los 120.000 hombres
bajo su mando, sólo una décima parte eran suecos. El resto eran tropas extranjeras,
incluidas algunas de los estados aliados, como las de los príncipes alemanes. La mayoría de
estas tropas estaban entrenadas en las tácticas suecas y demostraron su eficacia en la
batalla de Breitenfeld en 1631, que ha sido descrita como "una victoria de la movilidad y
la potencia de fuego sobre los números y las picas". Esta batalla obligó a todos los ejércitos
europeos a revisar sus métodos de combate (52).
El sistema táctico de Gustavo Adolfo era eminentemente ofensivo y se basaba en la
combinación de las distintas armas aunque, debido a las frecuentes improvisaciones, "no
había ningún momento ... obtenido gracias a un método universal" (53). La unidad básica,
tanto táctica como administrativa era el regimiento de infantería, formado por dos
escuadrones u ocho compañías; para el combate se combinaban dos o tres regimientos
formando
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 59

formando una brigada. Cada regimiento contaba con alrededor de 800 hombres, más
unos 100 mosqueteros para misiones especiales. El despliegue lo realizaban en formaciones
poco profundas de seis hombres de fondo, intercalándose los hombres con armas de
fuego y picas, de manera que las brigadas continuaban avanzando incluso durante la
contramarcha, mientras que las picas, consideradas por Gustavo Adolfo como un arma
ofensiva, contribuían al impacto final (54). El tiempo entre dos descargas sucesivas, era
aprovechado por los mosqueteros para disparar las suyas, por lo que se producía un efecto
de fuego muy intenso y continuado, además de ser muy eficaz (55). La caballería,
entrenada para cargar al galope y apoyada por los mosqueteros, normalmente actuaba
contra los flancos enemigos, mientras que la artillería abría el ataque con fuego desde
posiciones fijas que solían formar una línea en un punto elevado del terreno o de gran
visibilidad. Después de Breitenfeld, se adoptó una nueva pieza de tipo regimental, muy
ligera y móvil que proporcionaba apoyo de fuego directo a la infantería. Las reservas de
caballería e infantería se mantenían al margen de la batalla para utilizarlas según las
necesidades. Era un sistema efectivo aunque complicado, hasta tal punto que incluso
Gustavo, que había probado ser un gran comandante en combate, con fuerza de voluntad,
decisión y originalidad, encontraba difícil a veces mantener el control de la batalla. No
obstante, el modelo sueco se convirtió en un prototipo para todos los comandantes del
siglo siguiente.
El nuevo Ejército Sueco no tenía carácter estratégico. Gustavo reconocía que la
movilidad en el campo de batalla se basaba en la disciplina, y ésta a su vez, en una
administración eficaz, pero ambos aspectos seguían siendo los puntos débiles del ejército
sueco. El entrenamiento alcanzó un alto grado en la mayoría de las unidades suecas y
uno aceptable en los regimientos de mercenarios, pero éste no era siempre el caso de los
contingentes aliados. Intentando mejorar la disciplina, el Rey introdujo un estricto
reglamento en 1621, respaldado por los capellanes del ejército, las oraciones diarias y de
sanciones de tipo moral. No dio el resultado apetecido entre aquellas tropas rudas y con
pocos valores morales en su forma de actuar, por lo que la disciplina fue erosionándose
cada vez más. Ello se debió no sólo al predominio de las unidades de mercenarios, sino a la
falta de autoridad para controlar y mantener al ejército. Aunque Gustavo había
elaborado planes logísticos muy detallados, los abastecimientos suecos no eran capaces de
suministrar los recursos necesarios al ejército que operaba en Alemania. Como dijo un
diplomático sueco: "otras naciones se embarcaron en la guerra porque eran ricas,
Suecia porque era pobre" (56). La ayuda francesa y holandesa no podían cambiar esto. Es
más, cuando había fondos disponibles, las dificultades permanecían como consecuencia de
los transportes. Para la primavera de 1631 las tropas suecas arrasaron los pueblos protes-
tantes, y ese verano Gustavo Adolfo se quejó de que sus fuerzas hambrientas y no
remuneradas estaban despojándole de su base regional de abastecimiento (57).
Aunque la disciplina en el combate
60 Creadores de la Estrategia Moderna

combate se intentaba mantener a toda costa, el ejército sueco, como todos los ejércitos
de aquella época, tenía que mantenerse de la tierra que ocupaba. Incluso en zonas ricas,
la necesidad de alimentar a los hombres y a los caballos era más importante que las
consideraciones operativas y dictaba sus movimientos, hasta el punto de que "los grandes
esquemas estratégicos del Rey no eran más que esquemas sobre papel" (58).

IV

Cuando Gustavo llegó a la desembocadura de río Oder, en el verano de 1630, la


Guerra de los Treinta Años, que había comenzado como un conflicto entre católicos y
protestantes, pasó a ser una disputa por el control de Alemania y se había
internacionalizado. Después de las victorias iniciales de los Habsbur-go, se formó una débil
coalición de Francia, Inglaterra, Dinamarca y algunos príncipes protestantes alemanes
para oponerse al resurgimiento del imperio. Pero esta alianza fue pronto deshecha por las
fuerzas imperiales bajo el mando de Albrecht von Wallenstein, el formidable organizador
militar, y Johann Tilly, el competente general al mando de las fuerzas de la Liga Católica.
En 1627 el Emperador había vuelto a tener el control de la mayor parte de la costa sur del
Báltico. Solamente unos cuantos puertos permanecían fuera de su dominio; entre ellos,
el de Stralsund que estaba reforzado por fuerzas danesas y suecas. Aún así, la idea de una
hegemonía imperial en el Báltico preocupaba al rey sueco, por lo que decidió enviar sus
tropas a Alemania porque pensaba que era mejor combatir allí que en la propia Suecia.
En 1629 estaban preparados para una intervención a gran escala en Alemania.
La situación estratégica parecía favorable. Creyendo que la guerra en Alemania estaba
prácticamente acabada, el Emperador Fernando II se dirigió a combatir a los franceses
en Italia, por lo que dejó sólo unos pocos regimientos en la zona norte. Entonces Gustavo
entró en juego. Su fuerza expedicionaria inicial era de unos 13.000 hombres, pero
posteriormente reclutó a cierto número de escoceses y daneses y, además, confiaba en
una importante ayuda por parte de los príncipes alemanes. Pero se equivocó en sus
espectativas. Los dos príncipes más importantes del norte de Alemania, el de
Brandemburgo y el de Sajonia, habían decidido mantenerse al margen del conflicto, por lo
que Gustavo tuvo que adoptar una estrategia que le conduciría a una guerra llena de pos-
traciones y desencantos. Las necesidades logísticas y el mantenimiento de las
comunicaciones con la metrópoli, junto con las preocupaciones que imponía la amenaza
potencial de Dinamarca y Rusia, impusieron también fuertes restricciones a su estrategia.
Al emprender la campaña tenía dos alternativas. La primera consistía en seguir los ríos
para asegurar las plazas fuertes en sus cuencas; la segunda era establecer y fortificar zonas
en el norte de Alemania dentro de las cuales su ejército podría replegarse, reteniendo la
mayor parte de sus fuerzas de nativos para la defensa de Suecia (59).
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 61

Gustavo no comenzó su campaña en Stralsund, sino más al este, en la


desembocadura del Oder. Aquí encontró una buena posición estratégica para flanquear
las guarniciones de Tilly en Mecklenburg y en el oeste de Pomerania, y desde ese lugar
podía presionar a Brandemburgo y a Sajonia para que se aliasen con él. A principos de
1630, después de un desembarco sin oposición, penetró en Stettin, unas 40 millas a lo largo
del río Oder, y el resto del año lo dedicó a establecer su Cuartel General. Durante los
primeros meses se dedicó a conquistar algunas pequeñas poblaciones próximas, mientras
que continuaba recibiendo nuevas tropas. Quizás Gustavo perdió entonces una buena
oportunidad al no haber atacado desde el primer momento en vez de esperar esos meses
para establecer una plaza fuerte y aumentar al número de sus tropas. Si bien su ejército era
reducido, el de su adversario Tilly, también lo era y, además, en aquellos meses tuvo que
atender a una revuelta en Magdeburgo, una rica y estratégica ciudad a orillas del Elba. Si
Gustavo hubiese avanzado rápidamente por el Elba, habría obligado a Tilly a entablar
batalla antes de que las fuerzas imperiales se le hubiesen incorporado, y obtenido una
victoria inicial, supuesto el apoyo de los príncipes protestantes que permanecían
neutrales. Por el contrario, con la llegada del invierno los suecos tuvieron que replegarse a
Pomerania y Mecklenburg.
Durante ese tiempo, Gustavo concibió un nuevo plan para el año siguiente. Se trataba
de emplear unos 100.000 hombres para avanzar a lo largo de los ríos, de forma
convergente, hasta el centro de Alemania. Pero el Rey no tenía ni una posición
estratégica lo suficientemente fuerte ni las tropas necesarias. Sobresti-mó su habilidad para
atraerse nuevas fuerzas y se equivocó en su apreciación de las distancias, los medios de
comunicación, los suministros necesarios y en la capacidad operativa de su ejército (60).
La falta de suministros le obligaron a abandonar pronto sus cuarteles de invierno y de
nuevo erró al no enfrentarse en ese momento con Tilly. Por el contrario, confiando en
que Tilly abandonaría su refugio de Magdeburgo, llevó a cabo una serie de pequeñas
acciones a lo largo del Oder. En Marzo de 1631, Tilly decidió presentarle batalla con unos
12.000 hombres, pero Gustavo evitó la lucha a pesar de que disponía de 18.000. Este fue
uno de los mayores desatinos que cometió en todo su reinado y Clausewitz lo describió
irónicamente como "un nuevo método de intentar ganar una guerra mediante maniobras
estratégicas" (61). Gustavo continuó subiendo por el Oder, capturando pequeñas pobla-
ciones y atacando Frankfurt el 3 de abril, cuya guarnición fue masacrada y a
continuación saqueó la ciudad. Mientras Gustavo continuaba moviéndose lentamente y
con muchas precauciones, el Ejército Imperial había hecho una maniobra envolvente,
formando una gran bolsa que pasó a ser un ejemplo para todos los ejércitos del siglo XVII.
Unas 25.000 personas murieron y todos los edificios, excepto la catedral, fueron
incendiados. Esto supuso una contrariedad para las pretensiones de Gustavo y le forzó a
entrar en acción. Logró presionar al príncipe de Brandeburgo para que pusiese dos
grandes fortificaciones a su disposi-
62 Creadores de la Estrategia Moderna

su disposi- ción, las de Küstrin y Spandau. Una vez que tenía la retaguardia mejor
protegida, giró hacia el Elba. Pero seguía moviéndose con demasiada cautela. Las fuerzas
imperiales estaban esperando refuerzos procedentes de Italia y cuando estas llegaron
entraron en Sajonia y pidieron al Elector John George que declarase su posición. Esto
hizo decidir al Elector el apoyar a Gustavo Adolfo.
A partir de entonces el choque era inevitable. Gustavo marchaba hacia Sajonia y el 17
de Septiembre de 1631 su ejército se enfrentó a las fuerzas imperiales en Breitenfeld. A
pesar de que las fuerzas de Sajonia huyeron nada más empezar la batalla, Gustavo
consiguió la victoria en sólo cinco horas de lucha. Pero no explotó esa victoria, ya que no
persiguió a las fuerzas de Tilly que se volvieron a reagrupar pocos días después a pesar de
haber sufrido muchas bajas. Después de esa batalla el rey sueco tenía dos opciones:
dirigirse a través de Bohemia contra Viena o girar al suroeste hacia el Bajo Palatinado y
la cuenca del Rin. Ir contra Viena suponía atacar el mismo corazón del Imperio, pero
Gustavo lo consideró demasiado arriesgado ya que el invierno se aproximaba y sólo
disponía de las débiles fuerzas sajonas a retaguardia. Por esa razón optó por dirigirse hacia
el suroeste, situando a sus fuerzas en una zona rica que, al mismo tiempo, proporcionaba
una buena posición estratégica. Para asegurar sus comunicaciones con el norte, situó
destacamentos de fuerzas suecas cerca de Magde-burgo y Erfunt, que constituían dos
importantes nudos de comunicaciones en Alemania; mientras tanto, las fuerzas sajonas se
desplazaron hacía Bohemia y Silesia (62).
La mayoría de los historiadores han acusado a Gustavo por no haber explotado su
victoria. El verdadero objetivo del rey sueco no era la cuenca del Rin, ni siquiera Viena,
sino el ejército de Tilly. Por este error, Tilly y su lugarteniente Pappemheím, pudieron
obtener nuevas fuerzas durante el invierno, mientras que el Emperador intentaba
presionar a Wallensteím para formar un nuevo ejército en Bohemia. Gustavo
continuaba con su obsesión de establecer una base segura. Durante su marcha hacia el
Rin, evitó enfrentarse a las pequeñas guarniciones de bávaros y españoles; una vez que
llegó al Rin, pronto su cuenca estuvo bajo su control. Durante el otoño de 1631 preparó
de nuevo un ambicioso plan para el año siguiente. Este consistía en hacer una gran bolsa
con siete ejércitos actuando coordinadamente y maniobrando en un frente en forma de
hoz, extendiéndose desde el Vístula al Brener y desde Glogau al lago Constanza (63). El
ejército principal, mandado por el Rey, invadiría Baviera y seguiría por el Danubio hasta
Viena, mientras que los sajones, en Bohemia y Silesia, realizarían una maniobra de bisagra.
Sin tener en cuenta a los sajones, el Rey esperaba disponer de 170.000 hombres al final de
la siguiente primavera. Mientras tanto, siempre cauteloso, intentó formar una gran zona
que sirviera de base defensiva entre el Danubio, el Lech y las colinas alpinas, por si su
gran plan fracasaba (64).
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 63

En marzo de 1632, Gustavo emprendió de nuevo la marcha y conquistó


Donauwórth, la fortaleza más importante al oeste de Baviera, el 10 de abril; poco
después atravesó el Lech. Pero de nuevo fue lento en tomar una decisión. A pesar de que
el ejército de Tilly estaba muy debilitado, se replegó al sur y cuando Gustavo llegó ante la
fortaleza de Ingolstadt, se encontró con que no podía conquistarla con sus métodos
habituales. Renunció a conquistar esta fortaleza y emprendió la conquista de algunas
poblaciones de Baviera y Suevia, pero perdió la iniciativa estratégica.
La razón principal residía en que había perdido fuerza para continuar su avance hacia
Viena. Todavía tenía un número importante de fuerzas, pero ya no disponía de medios
para reclutar más y sus ejércitos estaban demasiado dispersos para emprender una acción
coordinada. El error de no aniquilar a las fuerzas de Tilly después de Breitenfeld, había
permitido a este último recuperarse y los suecos tenían que hacer frente ahora a nuevos
ejércitos, sobre todo a las fuerzas que Wallenstein estaba reagrupando con sorprendente
rapidez en Moravia. Además, las ambiciones del rey sueco alarmaron a sus aliados. Sus
acciones en el Rin le habían dado una posición ventajosa respecto a Francia que era su
principal valedor financiero; por otra parte, sus intentos de controlar los pasos alpinos
habían alertado a los cantones suizos. Por si eso fuera poco, los Príncipes de
Brandemburgo y Sajonia empezaron a inclinarse por Wallenstein, ya que por encima de
todas las demás consideraciones, su objetivo principal era expulsar de Alemania a
cualquier invasor extranjero.
Mientras Gustavo intentaba obligar a Wallenstein a dirigirse hacia Baviera, éste último
se dio cuenta de cuál era la razón principal de la debilidad del ejército sueco. Se trataba
de su alianza con Sajonia. Si los sajones fueran derrotados, Gustavo tendría cortadas sus
comunicaciones con Suecia y esto no podría permitirlo. Por lo tanto, Wallenstein se
desplazó hacia Bohemia, derrotó fácilmente a los sajones y, entonces, moviéndose muy
rápidamente, se dirigió hacía el sur para enlazar con los bávaros cerca de Eger. Desde
Suecia, el canciller Oxenstierna intentó convencer al Rey para que continuase por el
Danubio, pero no le hizo caso porque pensaba que perdería todo el norte de Alemania
mientras avanzaba hacia Viena. Una vez más, Gustavo no quiso arriesgarse (65). Al
no haber tomado medidas para evitar que Wallenstein se uniera a los bávaros, tuvo que
detenerse cerca de Nuremberg. Wallenstein había analizado los métodos de combate
suecos y llegó a la conclusión de que su sistema táctico estaba basado en la movilidad en el
campo, y su sistema estratégico consistía en combatir manteniendo a retaguardia unas
bases y unas comunicaciones seguras. Por tanto maniobró sus fuerzas para obligar a
Gustavo a detenerse en un punto y dejarle allí inmovilizado. Los dos ejércitos hicieron su
despliegue uno enfrente del otro y permanecieron en una tensa espera durante seis
semanas. El hambre y las enfermedades comenzaron a aparecer en ambos lados y
Gustavo se vio forzado el 3-4 de septiembre a realizar un ataque desesperado contra las
líneas de Wallenstein, quién rechazó el ataque, produciendo graves pérdidas a los suecos.
64 Creadores de la Estrategia Moderna

La situación del Rey comenzó a ser crítica. Wallenstein estaba demasiado cerca del
territorio protestante y con el fin de forzarlo hacia el sur, Gustavo volvió a dirigirse hacia
Viena. Wallenstein le ignoró, emprendiendo la marcha hacia Sajonia y conquistando
Leipzig (66). Como Gustavo no podía correr el riesgo de que los sajones fueran
derrotados, se dirigió rápidamente hacia el norte, recorriendo 270 millas en 20 días. Sus
fuerzas estaban formadas por unos 18.000 hombres, pero las dificultades en los
abastecimientos y la necesidad de establecer guarniciones en muchos puntos para
defenderse de las incursiones del enemigo, las habían reducido. El ejército del Duque
Bernard de Saxe-Wei-mar se le unió, pero el Príncipe de Sajonia retiró el suyo a Torgau,
no haciendo caso a las súplicas de que se uniera a los suecos. Era ya noviembre y
Wallenstein intentó retirar sus tropas para pasar el invierno. Entonces, Gustavo decidió
atacar y dijo: "Ahora, creo verdaderamente que Dios le ha enviado a mis manos"
(67). El 6 de noviembre de 1632, sin el apoyo de los sajones, combatió en su última batalla
en Lützen, al suroeste de Leipzig. Fue una lucha desesperada y aunque Wallenstein recibió
refuerzos durante el combate, Gustavo consiguió la victoria, pero murió mientras realizaba
una carga con su caballería.
Fue un final digno de su espectacular carrera militar a pesar de que sólo contaba con
37 años. A raíz de Lützen, sus planes para que Suecia tuviera en Alemania una base de
operaciones habían fracasado. Incluso si no hubiera muerto y hubiera podido mantener
la lealtad de sus aliados, esa victoria no hubiera supuesto el fin de la guerra. Las
comunicaciones y la situación agrícola en Europa Central habían complicado la situación
hasta hacerla insostenible. Los abastecimientos no llegaban a tiempo y pocas zonas
podían mantener a un gran ejército durante un largo período, por lo que los
movimientos estaban impuestos más por la logística que por consideraciones estratégicas.
Además, los movimientos eran lentos, especialmente cuando el equipo pesado tenía que
moverse por tierra en vez de utilizar las vías fluviales. Aunque Gustavo intentó vencer esos
inconvenientes con todos los medios a su alcance, en la práctica los sufrió gravemente. Su
estrategia no transcendió a generaciones futuras sino que fue un ejemplo típico de las
limitaciones de su tiempo (68).
A pesar de todo, fue un excelente comandante de la Guerra de los Treinta Años. Su
estrategia de posición y maniobra, junto con su idea de entrar en combate sólo cuando la
posición era ventajosa, prevaleció hasta la Revolución Francesa y Napoleón. Gustavo
realizó grandes mejoras desde el punto de vista táctico; aumentó extraordinariamente el
radio de acción de su ejército y aunque fue inmovilizado por Wallenstein en 1632, nunca
fue derrotado en el campo de batalla. Sus procedimientos administrativos y tácticos
fueron muy imitados y dirigió con maestría a las distintas armas que componían su
ejército. Fue un gran capitán para sus hombres, imponiendo su voluntad al ejército al que
inculcó la idea de que
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 65

inculcó la idea de que no había nada que no fuera capaz de hacer. A pesar de sus errores
fue un gran jefe, un práctico de la guerra más que un teórico, el "antepasado militar" de
Turenne y Montecuccoli, de Eugenio de Saboya y de Marlbo-rough. Napoleón reconoció
sus méritos cuando le incluyó en su lista de grandes generales (69).

Raimondo Montecuccoli, Teniente General y Mariscal de Campo del ejército


austríaco de los Habsburgo, vencedor en la batalla de St. Gotthard en 1664 y victorioso
sobre Turenne en 1673, hábil administrador, experto en la guerra de maniobra y con
ambiciones de convertirse en una pieza imprescindible dentro del ejército austríaco, es
quizás más conocido por su faceta de militar intelectual. Aún mayor que su victoria en
St. Gottard fue derrotar a los turcos ante Viena en 1683 y su éxito contra Turenne no se
repitió durante la campaña dos años después. Por eso sus innovaciones en la
administración, tecnología y las tácticas fueron limitadas. Como administrador,
Montecuccoli nunca pudo vencer la innata pereza de la burocracia de los Habsburgo. Sus
tácticas, como las de todos los ejércitos europeos de su época, estaban inspiradas en el
modelo sueco. Su importancia y su gran aportación al desarrollo del pensamiento estra-
tégico se debe a sus escritos. Fue el primer teórico moderno que hizo un análisis sobre la
guerra en todos sus aspectos. Montecuccoli buscó una integración de todo el
conocimiento científico, militar y político a base de hechos confirmados, pero
manteniéndose siempre dentro de un profundo concepto católico. El confiaba en que si
las conclusiones a las que había llegado se aplicaban adecuadamente, podría resultar más
predecible la conducción de las operaciones, eliminando las incertidumbres y reduciendo
los costes. Naturalmente, la experiencia ha demostrado que esto es imposible y sus
concepciones adolecían de un rígido dogmatismo sin contener nada realmente nuevo, que
como dijo un historiador: "era un esfuerzo por aprovechar lo máximo de un glorioso pero
anticuado arte de la guerra" (70). A pesar de todo, sus escritos, publicados después de su
muerte, se convirtieron en los más estudiados desde Maquiavelo (71).
Fueron aceptados por su reputación como uno de los mayores expertos de la guerra.
Sus campañas contra Turenne eran admiradas. Incluso Clausewitz, que no era muy
partidario de la estrategia de maniobra, reconoció que a veces era necesaria y que las
acciones llevadas a cabo por Montecuccoli en 1673 y 1675 estaban "entre los ejemplos
más brillantes" (72). En vida, se le achacaba a menudo el ser un comandante tímido, pero
ese tipo de acusaciones no le turbaban. En una ocasión escribió: "Todo el mundo quiere
ser jefe y crítico militar al mismo tiempo, pero los buenos generales no pueden guiarse
por la opinión voluble de la gente". Siempre se declaró partidiario de que había que
"estudiar al dictador Fabio para aprender que después de una serie de derrotas es nece-
sario cambiar los métodos de combate y,
66 Creadores de la Estrategia Moderna

cambiar los métodos de combate y, mientras tanto, adoptar una estrategia de desgaste"
(73).Pero el desgaste no era su único tipo de estrategia. En condiciones favorables
aceptaba la lucha. En uno de sus escritos se expresaba así: "Hay quienes se engañan a sí
mismos creyendo que la guerra se puede desarrollar sin batallas, pero las conquistas y las
grandes decisiones sólo se pueden llevar a cabo a través del combate, y creer otra cosa es
de ilusos". El siempre se refería a grandes batallas, no a escaramuzas. Las incursiones,
emboscadas y ese tipo de acciones las asociaba a los jefes húngaros de los que tenía
amargos recuerdos de cuando tuvo que unirse a ellos en la guerra contra los turcos y
aseguraba que nunca decidirían una campaña. Avisó que: "si alguien quiere hacer la
guerra de esta manera, está buscando entre sombras y pierde la sustancia". Pero como las
batallas eran decisivas, "ya que legan los juicios más importantes de un Principe a otro,
hacen que finalicen las guerras, e inmortalizan a sus jefes" no debían tomarse a la ligera
(74). Montecuccoli reconoció que la guerra tenía dos polos opuestos, el desgaste y la
destrucción, e intentó compaginar ambas en sus teorías.
Montecuccoli nació en 1609, en el seno de una familia noble de Módena. Comenzó
su carrera militar como simple soldado cuando tenía 16 años; a los 23 era Teniente
Coronel y al acabar la Guerra de los Treinta Años era ya General. Participó en muchas
batallas importantes, siendo herido en Breitenfeld y hecho prisionero; puesto en libertad
seis meses después, se distinguió en la batalla de Nórdlingen en 1632 y también
dirigiendo de forma excelente la retirada del Ejército Imperial después de la derrota de
Wittstock en 1636. Herido de nuevo en 1639, durante la batalla de Melnik, estuvo tres
años prisionero en Suecia. Cuando fue liberado renunció al título de Mariscal General
de los Ejércitos Imperiales para hacerse cargo del conflicto entre el Ducado de Módena
y el Papa. Regresó al Ejército Imperial en 1643 y se distinguió como un gran jefe de
caballería durante los años decadentes de la guerra tras la Paz de Westfalia; llevó a cabo
diversas misiones diplomáticas y desde 1656 a 1658 mandó las fuerzas austríacas que
apoyaron a Polonia contra Suecia. Ante la ofensiva turca de 1663 tomó el mando del
ejército combinado austríaco-francés, derrotando a su enemigo, muy superior en número,
en la batalla de St. Gotthard en 1664. Como prueba de agradecimiento el Emperador le
nombró Teniente General del Ejército y, en 1668 también fue nombrado presidente del
Hofkriegsrat, teniendo así en su poder los dos cargos militares más altos. Durante la guerra
contra Francia entre 1672 y 1678 llevó a cabo una campaña ejemplar, sobresaliendo la
derrota del General Turenne en 1673. Una vez finalizada esta guerra, agobiado por las
críticas y con una salud muy precaria, volvió a Austria, muriendo en 1680 (75).
El estilo de guerra de Montecuccoli cambió a lo largo de su carrera. Hasta 1648 fue
un gran jefe de combate de la caballería, siguiendo el modelo de Baner y Tortensson.
Como obtuvo un mando independiente, se volvió cauteloso. Conociendo que el ejército
austríaco sólo estaba compuesto de nueve regimientos de infantería y diez de caballería,
y que los refuerzos entrenados eran difíciles de obtener, apoyaba en todo momento a sus
hombres. Además,
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 67

Además, su relación con los húngaros, en especial con los magnates como Miklos
Zrinyi, era tensa. Escribiendo sobre las dificultades de gobernar Hungría, Montecuccoli
concluyó que los magiares eran "inestables, testarudos, desagradecidos e indisciplinados" y
requerían de una mano firme (76). Como consecuencia de esto se ganó el eterno odio de
los patriotas húngaros y de los historiadores del siglo XIX, quienes denigraron su
generalato e incluso le llamaron metodizmus por su estrategia de maniobra (77).
Pero fue este tipo de estrategia la que le dio su victoria sobre Turenne. En 1673 la
misión del general francés era impedir que el ejército imperial cruzara el Rin para que no
invadiera Alsacia y evitar así que se uniera al ejército holandés en los Países Bajos.
Intentando tomar la iniciativa, Turenne cruzó el Rin dirigiéndose a Würzburg, donde
Montecuccoli le engañó haciéndole creer que iba a aceptar la batalla, pero
posteriormente la rehuyó. Moviéndose con rapidez a lo largo del Main hasta el Rin,
capturó gran cantidad de abastecimientos de Turenne. Volvió a engañar a los franceses,
haciéndoles creer que se dirigía a Alsacia, pero una vez alcanzado el río, embarcó a su
ejército en lanchas y siguió su curso hasta unirse a los holandeses. Mientras que Turenne
estaba intentando organizar la defensa de Alsacia, el ejército combinado de Montecuccoli
expulsó a los franceses de Holanda. El desarrollo de la campaña no resultó tan fácil
como parecía en un principio ya que Turenne, en 1675, contrarrestó hábilmente los
movimientos de Montecuccoli, pero la muerte del general francés durante una de las
batallas anuló la ventaja conseguida.
En 1675 la posición de Montecuccoli era cada vez más comprometida y dijo: "estos
hombres han tardado un año en conseguir lo que se debía haber hecho en una hora"
(78). A las preocupaciones lógicas de las operaciones tenía que añadir sus continuas
luchas contra todo el sistema burocrático imperial para conseguir fondos y nuevas armas.
Montecuccoli estaba convencido de que un ejército bien preparado era el único
vencedor de un estado; en cierta ocasión, escribió: "bajo su protección, las artes y el
comercio florecerán, mientras que si el ejército desapareciera, no habría seguridad, ni
fuerza, ni honor". Esto era particularmente importante para Austria, porque según sus
palabras, "ningún otro país de Europa tiene que hacer frente a tantos enemigos" (79).
Montecuccoli se opuso a la práctica de mantener los regimientos permanentes en cuadro
para después completarlos apresuradamente cuando se rompían las hostilidades. Pero sus
recomendaciones no fueron atendidas. Dijo que las tropas veteranas, "bien entrenadas"
constituían un instrumento fiable, pero que las nuevas tropas eran "sólo un montón de
hombres sin experiencia ni disciplina, sólo un ejército de palabra" (80). Después del
Tratado de Nijmwegen en 1679, los austríacos redujeron considerablemente sus fuerzas lo
que provocó que en 1683 los turcos arrasaran al débil ejército imperial en Hungría y a
continuación sitiaron Viena (81). El establecimiento de un sitio a una ciudad importante
fortificada, aunque no fuera una gran fortaleza, demostró ser un error estratégico.
Actúando en el límite de sus capacidades logísticas, los turcos no eran
68 Creadores de la Estrategia Moderna

Actúando en el límite de sus capacidades logísticas, los turcos no eran lo


suficientemente fuertes como para tomar la ciudad y Viena resistió hasta que una
fuerza internacional consiguió levantar el sitio (82). Durante el mismo, las
fuerzas regulares habían demostrado ser la columna vertebral de la defensa y
también eran regulares las que actuaron de punta de lanza para expulsar a los
turcos de Hungría en 1683, aunque no lo consiguieron. Montecuccoli estaba en lo
cierto, pero a pesar de sus esfuerzos, no aumentó el número de los efectivos
permanentes en el ejército de los Habsburgo.

VI

La obra literaria de Montecuccoli abarca treinta años y se puede dividir en


tres períodos: el primero desde 1640 a 1642, el segundo desde 1649 a 1654, y el
último de 1665 a 1670. Durante el primer período escribió Sulle battagliey Trattato
della guerra. Durante el segundo, Dell'Arte militare que es un compendio de
matemáticas, logística, organización y fortificación. Su obra más conocida es
Aforismi dell'arte bellico, que contiene sus ideas sobre cómo debería realizarse una
futura campaña contra los turcos; esta obra la finalizó en 1670. Los escritos de
Montecuccoli se leían en los círculos militares y políticos de Viena en forma de
manuscritos ya que no se publicó nada suyo hasta después de su muerte.
Durante el siglo XVIII, la última obra de las aquí mencionadas tuvo un rotundo
éxito en toda Europa, traduciéndose al español, francés, ruso y alemán, con lo
que se afianzó su reputación internacional como tratadista militar (83).
El método de análisis de Montecuccoli era inductivo. Según escribió en el
prefacio del Trattato della guerra: "me he sentido muy cómodo siguiendo los
métodos de Lipsius y he leído con mucho cuidado a la mayoría de los historia-
dores antiguos, así como a los autores modernos. A todos ellos he añadido
ejemplos derivados de mi experiencia de 50 años de servicio". No ofrece ninguna
lista de autores en este libro, pero las cuidadosas citas de pie de página indican que
sus fuentes incluyen quince autores antiguos, cinco medievales y del
Renacimiento y veintidós contemporáneos. Los antiguos incluyen tanto griegos
como romanos. Los medievales sólo contribuyeron con algunos detalles históricos,
pero los escritos de Maquiavelo influyeron claramente en su pensamiento político
del arte de la guerra. Naturalmente, se citan más a menudo los autores y
ejemplos modernos, pero Montecuccoli expresaba que él era más práctico y
comprensivo que sus predecesores. Más adelante, en el mismo libro, advierte: "Se
ha escrito mucho sobre la guerra. La mayoría de los autores no han traspasado los
límites de la teoría. Otros han combinado la práctica con la especulación, por lo
que sólo se han ocupado de una parte o se han restringido a las generalidades sin
entrar en los detalles de los casos específicos" (84). Su análisis es global y todos sus
escritos son profundamente consecuentes unos con otros, por lo que se puede
considerar que forman un solo cuerpo.
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 69

Su visión del mundo, de la política y de la guerra fue realista. Consideraba a la


guerra como un gran mal, pero formando parte del orden natural: "Los filósofos
pueden debatir si en la naturaleza existe un permanente estado de guerra, pero los
hombres de estado no pueden dudar de que no es posible una verdadera paz entre
estados poderosos y con los mismos intereses; uno debe suprimir al otro, o ser
suprimido; uno debe matar o perecer" (85). En el Tratado de la Guerra establece
diferentes niveles de conflicto, distinguiendo entre guerras interestatales y civiles,
guerras ofensivas o defensivas y aquellas hostilidades dirigidas por medios indirectos.
En este mismo libro también advertía que un estado podría verse envuelto en un
ataque subversivo, pero apostaba por soluciones socio-políticas en vez de acciones
militares. En lo que se puede considerar como un adelanto a Clausewitz, definió la
guerra como "el uso de la fuerza o de las armas contra un pueblo o príncipe
extranjero", y al arte de la guerra,como "la habilidad para combatir bien y ganar".
No obstante, insistía en que era preciso una preparación previa tanto del material
como de los hombres y de la organización que los alberga. Su obsesión por
recaudar fondos para sus campañas le impulsó a decir, "el dinero es el verdadero
sistema nervioso de la guerra". Como él consideraba a la guerra como una
cuestión de vida o muerte para el país, aconsejaba que "los príncipes y las más
altas jerarquías de la nación deberían dar a sus jefes militares la necesaria libertad
para poder actuar con rapidez y explotar las oportunidades" (86).
Las frases más renombradas de Montecuccoli pertenecen al libro Aforismi
dell'arte bellica, también conocido con el título Delia guerra vol Turco in Ungheria. En él
mantiene que la guerra es "una actividad en la que los adversarios intentan
infringirse daño mutuamente por todos los medios posibles; el objetivo de la
guerra es la victoria". Independientemente de la naturaleza y nivel de la guerra, la
victoria dependerá de la preparación, del planeamiento de las operaciones y del
desarrollo de las mismas. La preparación incluye a los hombres, al material y a las
finanzas. El planeamiento depende de la relación entre las fuerzas de ambos lados,
del teatro de operaciones y de los objetivos que se pretendan alcanzar. En
cualquier circunstancia las operaciones deben llevarse a cabo en secreto y con
decisión. (87). A pesar de que intentaba por todos los medios conseguir un alto
grado de predicción en el desarrollo de las campañas, reconocía que era posible
calcular así todos los factores con anticipación, pero algunos detalles "deberían
dejarse en manos de la fortuna, porque quien se preocupe por todo, nunca logrará
nada y quien no se preocupe por nada, irá al desastre" (88). El comandante ideal
para Montecuccoli debía ser " guerrero marcial y con buena salud, además de
poseer una moral fuerte, ser prudente y, por encima de todo, poseer fortaleza, que
es la cualidad que engloba al coraje, energía y determinación". Muy similar a lo que
Maquiavelo llamaba virtú y la constantia que defendía Lipsius.
70 Creadores de la Estrategia Moderna

Montecuccoli no hacía una clara distinción entre estrategia, operaciones y táctica,


sino que todo lo consideraba unido de forma indivisible. Su principio básico era mantener
siempre unas fuerzas de reserva porque, "el que al final posea mayores fuerzas intactas
ganará la batalla". En sus despliegues tácticos adoptó el sistema de armas combinadas
desarrollado por Gustavo Adolfo, pero solamente hacía uso del grueso principal de sus
fuerzas para el contraataque decisivo, después de que una defensa férrea había debilitado
al enemigo. "Los restos de un ejército vencido deben ser buscados y aniquilados" (89).
Llegó a la conclusión de que el tamaño de un ejército estaba limitado por las fuerzas que
un solo hombre podía mandar de forma adecuada y por lo que el sistema logís-tico
establecido era capaz de mantener. Aunque el tamaño de los ejércitos aumentó
rápidamente a lo largo del siglo, Montecuccoli recomendaba la cifra de 50.000 hombres
por ejército (90). En cuanto a la composición que debería tener, fue cambiando de
parecer a lo largo de su carrera, mostrando al final de la misma una clara predilección por
la caballería. Montecuccoli fue un extraordinario comandante en el campo de batalla y
quedaron bien patentes sus dotes de legista (91). Por supuesto, sus ideas no eran únicas y
reflejaban el estado contemporáneo del pensamiento militar en Europa Central y
Occidental.
Montecuccoli fue un renombrado comandante y administrador militar, aunque se
discute que era demasiado cauteloso y prudente, puede que debido a que era consciente
de los limitados recursos de los que disponía. No en vano fue bien considerado por los
más grandes de la Historia, incluso Napoleón consideró a su campaña de 1673 como una
pieza maestra de la estrategia de maniobra (92). La más importante contribución fue en el
campo del pensamiento militar. Aunque sus ideas se han presentado a menudo con
carácter puramente didáctico, nunca pretendió ser un simple profesor de estrategia.
Mantenía que el arte de mandar sólo podía aprenderse con la práctica, "con las armas
en la mano, en el campo de batalla, sudando y pasando frío" (93). En su introducción en
Dell'Arte militare escribió: "He intentado, dentro de un ámbito definido, compaginar las
distintas grandes áreas que constituyen la única ciencia vital para un estado y he hecho
todo lo que he podido por descubrir las reglas básicas sobre las que se apoya dicha
ciencia, analizando los acontecimientos ocurridos a lo largo de toda la historia y me
atrevería a decir que no he encontrado un solo militar importante que no se haya guiado
por estas reglas" (94). Sus investigaciones no se limitaron a los aspectos puramente
mecánicos de la guerra, sino que abarcaron consideraciones de tipo moral, psicológico,
social y económico.
El legado de Montecuccoli tiene aspectos científicos y humanísticos con la ventaja de
que plasmó en sus escritos la experiencia de un veterano soldado. Un historiador alemán lo
describió como "una atalaya por encima del pensamiento militar de la segunda mitad del
siglo XVII"; más adelante, añadió:"Lo que Bodian representó para la política o Bacon
para la filosofía, Montecuccoli lo fue para la ciencia de la guerra" (95). Quizás esto resulte
demasiado pretencioso, pero Montecuccoli fue a la vez un impresionante práctico y un
imaginativo teó-
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 71

imaginativo teórico de la guerra. Integró su propia experiencia con las ideas de


Maquiavelo y de Lipsius en una estructura intelectual comprensible. Sus escritos
constituyen una síntesis de la revolución militar de su tiempo y un paso muy importante
en la evolución de la estrategia moderna.

NOTAS:
1. War in European History de Michael Howard (London, 1976), 19-20; 'The Military
Revolution, 1560-1600 - A Myth?" en Spain and the Netherlands: Ten Studies de
Geoffrey Parker (London, 1979), 90, 92. Compárese con A History of the Art of War in
the Sixteenth Century de Charles Oman (London, 1937), 6.
2. The Military Revolution, 1560-1600 de Michael Roberts (Belfast, 1956), reeditada
con ligeras modificaciones en sus Essays in Swedish History (Minneapolis, 1967), 195-
225.
3. Essays in Swedish History de Roberts, 59-60; "Armies, Navies, and the Art of War" de
J.R. Hale en TheNew Cambridge Modern History (Cambridge, 1968), 3:200-201.
4. Armies and Societies inEurope 1494-1789de Andre Corvisier (Bloomington, 1979), 27-
40.
5. Spain and the Netherlands, capítulo Mutiny and Discontent in the Spanish Army of
Flanders de Geofrey Parker, 106-21.
6. Armies, Navies and the Art of War de Hale, 181-82; Volk und Landesdefension de
Helmut Schnitter (E. Berlin, 1977); Lazarus von Schwendide Eugen von Frauenholz
(Hamburg, 1939), 16-21.
7. 'Justus Lipsius ais Theoretiker des neuzeitlichen Machtstaates" de Gerhard
Oestreich en Histo rische Zeitschriff, 66-67; "Military and Civil Societies: the
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Rapoport en Political Studies 13 (1964), 178-83; y "Moritz von Oranien" de G. Martin
en Grosse Soldaten der europáischen Geschichte, editado por Wolfgang von Groóte
(Frankfurt a.M., 1961), 37-62.
8. De Max Weber: Essays in Sociology, traducido y editado por Hans H. Gerth y C. Wright
Mills (New York, 1946), 256-57.
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10. "Aventinus and the Defense of the Empire against the Turks" de Gunther E.
Rothenberg en Studies in the Renaissance ns!0, (1961), 60-67; 'Johann Jacobi von
Wallhausen: Ein fortschrittlicher deutscher Militártheoretiker des 17.
Jahrhunderts" de Hans Schnitter en Militárgeschichtens6 (1980), 709-12; Geschichte
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11. Schamhorst: Schicksalundgeistige Weltde Rudolf Stadelmann (Weisbaden, 1952), 92-95.
12. Het Krijgswerzen in den tijd van Prins Maucrits dejan W. Wijn (Utrecht, 1934), 538-
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72 Creadores de la Estrategia
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21. The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659 de Geoffrey Parker
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30. Staatsche Leger de Ten Raa y de Bas, 2:332-35; Krijgswezen de Wijn, 32-33.
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46. Gustavus de Roberts, 1:33.
47. Ibid, 2:191-99.
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50. Gustavus de Roberts, 2:205-206; Die schwedische Armee im Dreissigjáhrigen Kriege
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51. "Relation ueber die Art der Kriegsfuehrung der Schweden" en Ausgewahlte
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(Viena y Leipzig, 1899-1900) ,2:9.
52. Decisive Battles de J.F.C. Fuller (New York, 1940), 340.
53. Gustavus Adolphus de Dodge, 51.
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56. Schwedische Armee de Lorentzen, 3.
57. Ibid, 23-24; Gustavus de Roberts, 2:204-205.
58. Supplying Warde Van Creveld, 16-17.
Mauricio de Nassau, Gustavo Adolfo, Raimundo Montecuccoli y la "Revolución Militar" 73

59. Gustavus de Roberts, 2:26.


60. Ibid, 450, 470-72; Gustavus Adolphus de Dodge, 177-78.
61. Gustavus de Roberts, 2:478-79; Strategische de Clausewitz, 29.
62. Gustavus de Roberts, 2:539, 543-44.
63. Essays in Swedish History de Roberts, 72-73.
64. Gustavus de Roberts, 2:676-78.
65. Ibid, 743-44.
66. Strategy de Basil H. Liddell Hart (New York, 1962), 85.
67. Gustavus de Roberts, 2:747-48.
68. Supplying Wards Van Creveld, 16-17.
69. Essays in Swedish History de Roberts, 74.
70. "Raimundo Montecuccoli" de Piero Fieri en Klassikereditado por Hahlweg, 141-43.
71. The Military Intellectual and Battle de Thomas M. Barker (Albany, 1975) ,1-5.
72. On War de Carl von Clausewitz, traducido y editado por Michael Howard y Peter
Paret (Princeton, 1984), libro 7, capítulo 13, pag. 542.
73. "Delia guerra col Turco in Ungheria" de Raimondo Montecuccoli, en Ausgewahlte
Schriften, editado por Veltzé, 2:257-59, 485-86.
74. Ibid, 522-23, 343-44.
75. Raimondo Montecuccoli 1609-1680 de H. Kaufmann (Berlin, 1974) 8-28.
76. "L" Ungheria nell'anno 1677" de Raimondo Montecuccoli en Ausgewahlte Schriften,
editado por Veltzé , 3:423-24, 450.
77. "Montecuccoli as an Opponent of the Hungarians" de Thomas M. Barker, en Armi
Antiche, edición especial del Bolletino dell'Academia di S. Marciano (1972), 207-
21.
78. Raimondo Montecuccoli de Kaufmann, 30.
79. Delia guerra col Turco de Montecuccoli, 459-467.
80. Ibid, 456-57.
81. "II dolce suono delta pace: Der Kaiser ais Vertragspartner des Kónigs von Polen im
Jahre 1683" de Walter Leitsch en Studie Austro-Polonica (1983), 163-67.
82. Double Eagle and Crescent de Thomas M. Barker (Albany, 1967), 228-35.
83. "Raimund Fürst Montecuccoli 1609-1680" de Kurt Peball en Osterreichische
Militárische Zeitschrift 2 (1964), 303. Geschichte der Kriegswissenschaften de Maxjahns
(Munich y Leipzig, 1890), 2:1162-1171 ofrece resúmenes de los escritos y Veltzé,
I:xli-xc (vernotaSl) da una biografía completa.
84. Ausgewahlte Schriften de Montecuccoli, editado por Veltzé, 1: 5-8.
85. Delia guerra col Turco de Montecuccoli, 459-60.
86. "Trattado della guerra" de Montecuccoli en Ausgerwáhlte Schriften, editado por
Veltzé, 1:21, 47, 76, 89-90.
87. Della guerra col Turco de Montecuccoli, 206-207.
88. Ibid, 253-54.
89. Military Intellectual de Barker, 153-54, 162-63.
90. Della guerra col Turco de Montecuccoli, 497-99.
91. Raimondo Montecuccoli de Fieri, 139-40.
92. Raimondo Montecuccoli de Kaufmann, 75-76.
93. Della guerra col Turco de Montecuccoli, 482.
94. "Dell'arte militare" de Montecuccoli, en Ausgewahlte Schriften l:xlvi-xlvii.
95. Geschichte de Jahns, 2:1162; Sc/iamAoraí de Stadelmann, 95-96.
Henry Guerlac
3. Vauban: El Impacto de la
Ciencia en la Guerra
3. Vauban: El Impacto
de la Ciencia en la Guerra

Desde la época de Maquiavelo hasta la finalización de la guerra de Sucesión a la


Corona Española, Europa vivió un período de guerras casi ininterrumpidas. La invasión
francesa de Italia, que tanto había conmovido a Maquiavelo, fue el preludio de dos
centurias de rivalidades internacionales, donde las guerras civiles provocadas por los
problemas dinásticos de los Valois y Borbones contra los Habsburgo, ocuparon una gran
parte de ese período. Al final del siglo XVII, cuando las guerras civiles habían cesado y los
principales estados europeos estaban ya consolidados, comenzó otra etapa de
convulsiones como consecuencia de las pretensiones del rey Luis XIV por conseguir la
supremacía de Francia sobre el resto de los estados europeos, pero en esta ocasión la
situación internacional había cambiado ya que las nuevas potencias comerciales,
Holanda e Inglaterra, que habían ayudado a Francia a acabar con el predominio
español en Europa, se aliaron en su contra. La Paz de Utrecht (1713) proporcionó a
Inglaterra la posibilidad de controlar los mares, pero eso no debilitó tanto a Francia
como deseaban sus rivales continentales. Por el contrario, permitió que la mayoría de las
conquistas francesas permanecieran intactas y, al mismo tiempo, alteró muy poco los
acuerdos de Westfalia, que eran un fuero para su seguridad y, por encima de todo, su
ejército, que a pesar de las guerras que había soportado continuaba siendo muy potente,
mantuvo su prestigio inalterable como el instrumento militar más importante del
continente.
Durante esos doscientos años el ejército francés había incorporado todos los progresos
militares que se habían producido (1). En primer lugar, los ejércitos eran mucho mayores.
Cuando al analizar las Guerras de la Revolución Francesa sorprende los grandes ejércitos
que intervenían, se olvida a menudo que ese aumento no fue repentino sino progresivo
durante los siglos XVI y XVII. Por ejemplo, cuando Richelieu amplió el contingente
militar francés a 100.000 hombres en 1635, supuso doblar las fuerzas que disponía el
último rey de la dinastía Valois; incluso esa cifra era sólo un cuarto de la que Louvois
formó durante el reinado de Luis XIV.
Esta expansión de los ejércitos fue debida al papel cada día más predominante de la
infantería. Cuando Carlos VIII invadió Italia, el número de hombres de infantería era sólo
el doble que el de caballería, pero al final del siglo XVII, la proporción era de cinco a uno.
La explicación
78 Creadores de la Estrategia Moderna

La explicación de este resurgir de la infantería hay que buscarla en las mejoras


introducidas en las armas de fuego, el perfeccionamiento de los mosquetes y la invención
de la bayoneta. Pero esto es sólo una de las razones, ya que la importancia que se le
concedía a la guerra de sitios también hacía que se necesitase una gran cantidad de
infantes, puesto que la caballería no podía apenas intervenir.
Los ejércitos europeos en el siglo XVII eran bandas de profesionales, muchos de
ellos extranjeros, reclutados con carácter voluntario. Excepto cuando se recurrió al arriére-
ban, que era un vestigio feudal más ridiculizado que empleado, y cuando se llevó a cabo el
experimento de resucitar la milicia a finales del reinado de Luis XIV, no existía en Francia
nada parecido al servicio universal. A primera vista, este ejército nacional no parecía ser
representativo de la nación. Mientras las clases nobles copaban las unidades de élite de la
caballería y la oficialidad en la infantería, los soldados procedían de los estratos más bajos
de la sociedad. Los comerciantes acaudalados, los grandes propietarios y los miembros
de la burguesía, estaban exentos del servicio militar ordinario a cambio de una cierta
cantidad de dinero.
¿Fue, entonces, todo un sector de la sociedad el que falló en su contribución a la
fortaleza militar de su país? De ningún modo. La burguesía contribuyó notablemente al
fortalecimiento militar de Francia aunque no sirviera directamente en la infantería ni en
la caballería. Su aportación se centró fundamentalmente en dos campos. Primero, fue un
eslabón muy importante desde el punto de vista técnico, es decir, como soporte de la
artillería, del cuerpo de ingenieros y para la aplicación de la ciencia a la guerra; en
segundo lugar, destacaron en el campo de la administración del ejército, aportando
reformas muy importantes. Estos desarrollos técnicos y organizativos son quizás los aspectos
más importantes del progreso registrado en el siglo XVII; en ambos, el ejército francés fue
pionero.

El ejército que Luis XIV dejó a sus sucesores no se parecía en nada al que habían
tenido los reyes de la dinastía Valois. Las mejoras en la organización, disciplina y
equipamiento se debieron fundamentalmente a que durante esa centuria la
administración civil estuvo en manos de grandes hombres, como Richelieu, Le Tellier,
Louvois y Vauban.
Hasta entonces, todos los asuntos militares se trataban exclusivamente en el seno del
propio ejército y apenas existía ningún control fuera de él. En las compañías de infantería
sus capitanes respectivos eran prácticamente autónomos y sólo eran coordinados por el
jefe del regimiento correspondiente en aspectos muy vagos y limitados. Estos regimientos
eran mandados, por un alto cargo, el Coronel General de la Infantería. Las unidades de
caballería, formaron
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 79

Caballería, formaron regimientos a finales del siglo XVII, pero el control de la corona sobre
ellos era muy limitado. Los cuerpos de élite de la gendarmería estaban representados por
las unidades más antiguas de caballería y estaban controlados únicamente por sus capitanes
y por un oficial superior de la corona, lo que hacía que muy a menudo actuaran
independientemente del rey. La caballería ligera, después del reinado de Enrique II, estaba
mandada por un Coronel General, como la infantería. La artillería era una excepción; la
influencia de la burguesía era muy grande y su dirección estaba en manos de un Comisario
General de Artillería que, generalmente, se trataba de un hombre de la clase media. De esta
manera, el ejército estaba totalmente desarticulado y ninguna persona, salvo el rey, poseía
ningún tipo de autoridad centralizada. Además, excepto en la artillería, los civiles no
ocupaban ningún cargo importante.
Richelieu confió la administración del ejército a civiles como una prolongación de su
conocida política de depositar en las clases medias el control de los organismos del estado
para así fortalecer el poder de la corona. Creó una serie de intendentes del ejército, uno para
cada arma, que tenían una jurisdicción provincial y unas atribuciones especiales en tiempo
de guerra. Dependientes de estos existían los comisarios que se ocupaban de pagar a la
tropa, proporcionar los equipos y otros asuntos similares. Finalmente, y bajo la
dependencia directa de Richelieu, estaba el Ministro de la Guerra. Durante el mandato de
Michel de Tellier (1643-1668) y el de su hijo, el Marqués de Louvois (1668-1691), como
ministros, el prestigio y la complejidad de la administración civil aumentó extra-
ordinariamente. Alrededor de la figura del ministro existía una oficina de gobierno
estructurada en diversas secciones. En 1680 se habían creado cinco secciones, cada una
mandada por un chef de bureau que a su vez contaba con numerosos ayudantes. En ellas se
recibían los informes y las peticiones que enviaban los intendentes, los comisarios o
incluso los comandantes de las unidades. Allí se elaboraban las órdenes que
posteriormente emitía el ministro de la guerra. Solamente las personas que ostentaban
altos cargos despachaban directamente con el ministro y éste, a su vez, era el asesor del rey
en todos los asuntos relativos al ejército.
A pesar de ser considerado moderno, el ejército de Luis XIV no poseía una estructura
adecuada. Existían defectos de todo tipo, tanto de organización y administración, como
de reclutamiento. El ejército no podía seguir siendo un conjunto anárquico de unidades
separadas, conocidas únicamente por el capitán o el coronel a su mando. Era necesario
definir claramente la jerarquía militar y establecer las competencias a cada nivel, así como
asegurar que la autoridad real iba a ser aceptada plenamente por todos los comandantes
de unidades. Estas medidas fueron posibles gracias a un laborioso trabajo de la
administración civil durante el siglo XVII. Las grandes unidades que a menudo eran semi-
independientes de la Corona, debían ser abolidas o absorbidas dentro de la nueva
organización. En esta situación era necesario llevar a cabo profundas reformas. Estas se
orientaron, en primer lugar a
80 Creadores de la Estrategia Moderna

primer lugar a establecer una línea jerárquica, igual para todas las armas, así como
delimitar claramente las funciones de cada empleo y cargo para eliminar la continua
rivalidad entre los generales. Fue introducido de forma tajante el principio de
antigüedad. La unidad de mando fue posible gracias a la creación del cargo de Mariscal
General de los Ejércitos, que tenía un carácter temporal; el primero que ostentó este cargo
fue el General Turenme en 1660. Además, durante este período se introdujeron una
serie de pequeñas reformas para acabar con la excesiva burocracia, mejorar el control,
introducir el uso del uniforme, mejorar la disciplina, los cuarteles, los procedimientos de
reclutamiento y el pago a las tropas.
Como es lógico, este esfuerzo por modernizar la estructura del ejército era un reflejo
de lo que estaba ocurriendo en el conjunto del estado. En toda la vida política francesa
los procedimientos tradicionales, fruto de muchos años, estaban siendo demolidos con el
fin de fortalecer el poder central. Este culto a la razón y al orden no era sólo un reflejo
del autoritarismo ni del ideal estético impuesto por el clasicismo imperante. La
impaciencia frente al desorden generalizado era una de las características, aunque no la
más importante, del neorra-cionalismo matemático de Descartes, es decir, del esprit
géométrique detectado y enunciado por Pascal. Así fue como se manifestó la revolución
científica en Francia. Ello condujo a la adopción de la máquina (donde cada parte
desarrolla una función definida, sin movimientos superfluos y con los mecanismos preci-
sos) como ejemplo no sólo de la capacidad racional del hombre, sino del universo creado
por Dios. En este universo, los engranajes eran los átomos de Gas-sendi o los vórtices de
Descartes, mientras que el primum mobile era el divino relojero de Fontenelle. A menudo se
dice que los siglos XVIII y XIX fueron los del maquinismo, pero no se puede olvidar que, en
realidad, fue en el siglo XVII cuando se descubrió la máquina, con las grandes
aportaciones matemáticas de Pascal y Leibnitz; durante el siglo XVIII recibió el gran
impulso de la física de Newton, y el siglo XIX no es propiamente el siglo de la máquina,
sino el de la potencia y el trabajo. Por todo ello, en la época de Richelieu y Luis XIV, los
reformadores se guiaban por el espíritu que imperaba entonces, es decir, por el
racionalismo científico, y sus esfuerzos estaban orientados a hacer que el funcionamiento del
estado, y en particular del ejército, fuese similar al de una máquina perfectamente
diseñada. Sin embargo, el desarrollo científico produjo otros muchos efectos en todo lo
relativo al ejército, como vamos a analizar a continuación.

II

La ciencia y la guerra siempre han estado íntimamente relacionadas. Ya en la época


de los imperios griego y romano resultaba evidente esta unión; la contribución de
Arquímedes a la defensa de Siracusa en un ejemplo clásico. El fio recimiento cultural y
económico de Europa occidental
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 81

económico de Europa occidental a partir del siglo XII demuestra que esta relación no
era fortuita, puesto que el ansia de volver a instaurar las formas de hacer la guerra de los
clásicos, iba acompañada de un gran esfuerzo por recuperar y desarrollar el conocimiento
científico y tecnológico de aquella época (2). Pocos científicos europeos fueron soldados,
pero muchos de ellos, tanto al principio como en los siglos posteriores, fueron asesores
técnicos e incluso sirvieron en cuerpos auxiliares. En los anales de la ciencia médica
figuran numerosos médicos militares; más numerosos aún fueron los que sobresalieron en
el campo de la ingeniería, combinando sus conocimientos puramente militares con el
uso de una gran variedad de máquinas, por lo que contribuyeron de manera decisiva,
tanto al desarrollo del arte de la guerra como al de la teoría científica. Leonardo da
Vinci, el primer gran creador de la ciencia moderna, no fue ni el primero ni el último de
estos versátiles ingenieros militares, aunque sí fue probablemente el más grande.
Durante los siglos XVI y XVII, antes de que se desarrollaran los cuerpos técnicos de los
ejércitos, grandes científicos italianos, franceses e ingleses fijaron su atención en una
serie de problemas que afectaban a la parte técnica de la guerra. Hacia 1600 se
consideraba que el servicio de los especialistas debía ser complementado por los propios
oficiales con un entrenamiento específico en sus áreas. Los numerosos proyectos para
sistematizar la educación militar, como los de Enrique IV y Richelieu, dieron como
resultado una elevación en la preparación científica de los militares profesionales, sobre
todo de la oficialidad (3). El propio Galileo perfiló un ambicioso programa de
matemáticas y física que, según su criterio, debía conocer todo futuro oficial. A pesar de
que la organización de la educación militar no se llegó a completar hasta el siglo XVIII,
en la época de Vauban todo oficial de prestigio poseía ciertos conocimientos técnicos.
El arte de la guerra y la ciencia militar sufrió una violenta revolución durante el siglo
posterior a las guerras italianas del tiempo de Maquiavelo. La artillería francesa derribó
con extraordinaria facilidad las fortificaciones medievales de las ciudades italianas. La
respuesta italiana a esta nueva arma fue la construcción de un nuevo tipo de fortificaciones
que, mejoradas posteriormente, prevalecieron en Europa hasta el siglo XIX. Estas
fortificaciones eran en forma poligonal, generalmente pentágonos o hexágonos regulares,
con bastiones en cada vértice, de manera que un atacante estaba sometido a un eficaz
fuego cruzado. Los ingenieros italianos perfeccionaron el diseño inicial de las nuevas
fortalezas y el conjunto arquitectónico constaba de tres zonas concéntricas: en el interior,
una gruesa muralla con parapetos; una amplia zanja rodeando a la edificación central, y
en el exterior, otra muralla con glacis que acababa en una suave pendiente que bajaba
hasta el nivel del terreno circundante.
El diseño de estas fortalezas se convirtió en un arte que requería unos profundos
conocimientos de matemáticas y arquitectura. Un importante número de científicos
eran expertos
82 Creadores de la Estrategia Moderna

eran expertos en este nuevo campo de la ciencia aplicada. El matemático italiano


Niccolo Tartaglia y el gran científico holandés Simón Ste-vin destacaron en aquella época
como ingenieros de este tipo de edificaciones, además de como grandes matemáticos y
físicos. Incluso Galileo enseñó el arte de la fortificación en Padua (4).
Francisco I de Francia, consciente de la habilidad de los ingenieros italianos, tomó a
su servicio cierto número de ellos y les encargó fortificar los puntos claves de las fronteras
norte y este para defenderse del ejército de Carlos V. Durante todo el reinado de Enrique
II, hubo una febril actividad en lo que se refiere a la construcción de fortificaciones, sólo
interrumpida por las guerras civiles. Cuando subió al poder Enrique IV, los holandeses
empezaron a arrebatar a los italianos la supremacía en este campo e ingenieros franceses,
como Errard de Bar-le-Duc reemplazaban con total garantía a los extranjeros (5).
Errard es considerado el fundador de la escuela francesa de fortificaciones por su
publicación de Fortification réduicte en Art (1594). Durante el siglo XVII aparecieron cierto
número de ingenieros, algunos de ellos soldados y otros científicos civiles de prestigio.
Entre estos últimos merecen especial mención, Gerard Desargues, gran matemático,
Pierre Petit, científico, y Jean Richer, astrónomo y físico. En el desarrollo de la teoría de
la fortificación, el gran precursor de Vauban y su maestro fue el Conde de Pagan.
Blaise de Pagan (1604-1665) fue un teórico. Por lo que de él se conoce, nunca dirigió
ninguna construcción importante. Sus aportaciones a la ingeniería fueron realizadas
desde su mesa de trabajo. Sin embargo, las reformas que introdujo fueron muy valiosas y se
implantaron en todas las fortalezas construidas en Francia al final del siglo XVII. En
realidad, el famoso primer sistema de Vauban se trataba de una copia del estilo Pagan con
algunas mejoras de poca importancia y con cierta flexibilidad para adoptarse a los
diferentes terrenos. Sus principales ideas están contenidas en su tratado Les fortifications du
comte de Pagan (1645). Todas ellas partían de una premisa: la efectividad cada día mayor del
cañón, tanto para la defensa como para el ataque. Para Pagan los bastiones eran los
puntos más importantes de toda la fortificación y su disposición y forma estaba
determinada por la aplicación de unas simples reglas geométricas que él establecía de
acuerdo con el terreno circundante.
En el desarrollo de la artillería hubo también un continuo desafío entre la capacidad
científica y las necesidades militares durante los siglos XVI y XVII. El tratado denominado:
De la pirotechnia, escrito por Biringuccio (1540), es considerado como uno de los libros
clásicos en la historia de la química, y durante mucho tiempo constituyó el manual
imprescindible de los pirotécnicos militares para la preparación de explosivos y para todo
lo relativo a aspecto químico en la fabricación de cañones. La teoría de la balística fue
tratada por Tartaglia y Galileo. Las investigaciones del primero llevaron a criticar la teoría
de Aristóteles sobre la dinámica que afectaba a la relación entre el ángulo de depresión
de los cañones y el .
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 83

de los cañones y el alcance de los proyectiles. El resultado de todo ello fue el


descubrimiento de que el ángulo que proporciona el máximo alcance es 45o; también se
debe a él, el establecimiento de la milésima como medida del ángulo de depresión de los
cañones. A Galileo se debe el descubrimiento fundamental de que la trayectoria de un
proyectil, para un caso ideal, es decir, sin tener en cuenta los factores perturbadores,
como la resistencia del aire, viento, etc, es una trayectoria parabólica. Esto fue posible
gracias a sus otros tres descubrimientos básicos de dinámica: el principio de inercia, la ley
de caída libre de los cuerpos y el principio de la composición de velocidades. A partir
de estos descubrimientos se ha construido gran parte de la estructura de la física clásica.
A finales del siglo XVII los progresos de la nueva ciencia habían supuesto tales cambios
en la forma de pensar que impulsaron a introducir su estudio en los planes de educación
técnica militar, con el patrocinio de los gobiernos de Inglaterra y Francia. El rey Carlos II,
en 1662, creó la Royal Society de Londres y cuatro años después, gracias a los esfuerzos de
Colbert, se creó la Academic Royale des Sciences en Francia. Ambas tenían la misión,
entre otras, de supervisar y controlar la instrucción técnica en las academias de formación
de los oficiales. En estas dos organizaciones, dedicadas a desarrollar "conocimientos útiles",
según constaba en el acta de su formación, se llevaron a cabo investigaciones que tuvieron
un gran valor potencial, tanto para el ejército como para la marina. Las investigaciones
balísticas, estudios sobre los fenómenos del impacto de los proyectiles, la búsqueda de
explosivos cada vez más eficaces y la determinación exacta de un punto en el mar, fueron
temas básicos de investigación. Especialmente en Francia, los científicos eran consultados
a menudo sobre los asuntos técnicos relacionados con las fuerzas armadas. Bajo la
supervisión directa de Colbert, la Academic des Sciences realizó un estudio geodésico
detallado incluyendo una esmerada descripción de las costas como parte del programa de
expansión naval de Francia; esto fue la base para la moderna cartografía, permitiendo la
elaboración del famoso mapa Cassini de Francia en el siglo siguiente; de esta manera, el
ejército francés fue el primero en disponer de un mapa topográfico detallado de su propio
país.

III

A la pregunta de cómo han quedado reflejados todos estos adelantos en la literatura


militar de los siglos XVI y XVII, la respuesta es simple: por término medio, existe más
cantidad que calidad. La antigüedad seguía siendo la gran maestra, tanto para la pura
teoría militar como para todo lo referente a seguir los pasos de los genios militares de
antaño. Vegetius y Frontinus eran considerados indispensables; y el libro más popular del
siglo, titulado Parfait capitaine de Henri de Rohan, era una adaptación de Gallic Wars de
César. La mayoría de los escritos más importantes coinciden en que el arte de la guerra
afecta a dos campos: a los trabajos en el ámbito de la legislación internacional y a los
trabajos de tecnología militar.
84 Creadores de la Estrategia Moderna

Maquiavelo había sido el teórico de la época en la que la guerra no estaba regulada,


pero su influencia fue grande durante el siglo XVI. Francis Bacon fue quizás su discípulo
más ilustre y no resulta fácil encontrar, incluso hasta nuestros días, una defensa tan
descarada de la guerra sin limitaciones como la que expone en su libro Essays. Pero en la
época de Bacon, surgieron opositores a esa forma de entender la guerra. Hombres como
Grotius lucharon denodadamente contra la anarquía internacional y contra un tipo de
guerra donde la destrucción no tenía límites. Estos hombres se constituyeron en los
padres de una nueva ley internacional que se basaba en los preceptos de la ley natural,
como Talleyrand recordó en cierta ocasión a Napoleón, y cuyo principio básico era que
las naciones debían aspirar a construir todas juntas la paz, como bien supremo y, en caso de
guerra, infringirse el menor daño posible.
A veces se subestima la influencia de estas generosas teorías al compararlas con la
realidad de las guerras y que quedaron patentes en la exposición que Albert Sorel hizo
de la moral y conductas internacionales en el período del Antiguo Régimen. Pero lo
cierto es que tuvieron un valor innegable y modificaron los modos y maneras de conducir
las guerras, acusándose su efecto inmediatamente, incluso antes de finalizar el siglo XVII
(6). Aunque no pusieron el punto final a la amoralidad política, sí establecieron unos
límites para la conducción de las guerras, con una cierta cantidad de prescripciones y
prohibiciones que contribuyeron a que las guerras del siglo XVIII fueran relativamente
más humanas. Estas reglas fueron seguidas generalmente por todos los comandantes de los
ejércitos. Entre las principales merecen destacarse las que se referían al trato e
intercambio de prisioneros; la condena de ciertos medios de destrucción, como el uso de
venenos; las reglas para el trato a los no combatientes y para establecer asambleas, treguas
o proporcionar salvoconductos; las normas para llevar a cabo la ocupación de los
territorios conquistados y para finalizar los sitios. La tendencia general de todas ellas era
defender a las personas particulares y sus derechos durante la guerra y, por tanto, mitigar
sus efectos.
En cuanto al segundo campo, el de la tecnología militar, nadie tuvo tanta influencia y
prestigio como Sebastián Le Pestre de Vauban, el gran ingeniero militar durante el reinado
de Luis XIV. Su prestigio en el siglo XVII fue inmenso, perdurando incluso en la época de
Napoleón (7). Los escritos que se conocían de él en aquella época, se referían a trabajos
muy especializados sobre ingenios para la guerra de sitios, sobre la defensa de
fortalezas y sobre minas (8). No publicó nada sobre arquitectura militar ni tampoco se
orientó directamente a la estrategia o al arte de la guerra en general, pero su influencia
en estas áreas fue muy grande. No obstante, muchas de sus ideas fueron mal
interpretadas y la mayoría de sus aportaciones no fueron tenidas en cuenta durante
mucho tiempo. Gracias a los trabajos de algunos estudiosos del siglo XIX y XX ha
sido posible acceder a una gran parte de los trabajos de Vauban con lo que se ha logrado
esclarecer sus ideas y su figura ha adquirido las dimensiones que se merece. A la luz de
los modernos estudios, su figura aparece realzada y la leyenda Vauban queda clarificada y
documentada; en muchos aspectos ha sido enmendado, pero en ningún caso puede ser
ignorado.
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 85

La leyenda Vauban requiere una explicación. ¿Por qué un simple ingeniero, aunque
fuera un experto en su trabajo, logró convertirse en un ídolo nacional? ¿Por qué sus
publicaciones, especializadas en artefactos para la guerra de sitios y la defensa de fortalezas,
fueron suficientes para elevarle a la categoría de uno de los escritores militares más
influyentes?
Las respuestas no son difíciles de encontrar: sus trabajos eran los textos en los que se
basaban los aspectos más importantes del tipo de guerra del siglo XVIII. Durante los
últimos años del siglo XVII y todo el XVIII, la guerra se nos presenta como una monótona
e interminable sucesión de sitios. Casi siempre ocupaban los puntos focales de una
campaña, a pesar de que la conquista de una fortaleza enemiga no fuera el principal
objetivo, sino que el sitio era el preludio inevitable a la invasión del territorio enemigo.
Los sitios fueron mucho más frecuentes que las batallas, hasta tal punto que se intentaba
evitar estas últimas por todos los medios; sólo se recurría a ellas cuando se pretendía
levantar un sitio. La imaginación estratégica estaba encasillada por unos axiomas aceptados
que imperaban es ese tipo de guerra. En una época en la que se acataba
incondicionalmente la doctrina estratégica derivada de la guerra de sitios, los tratados de
Vauban se consideraron imprescindibles y su nombre ha quedado indisolublemente
unido a ella.
El prestigio que rodeó a Vauban no sólo se debió a sus escritos técnicos, sino también a
su superioridad, su larga carrera como ferviente servidor del estado, sus contribuciones en
el campo militar a otro tipo de especialidades al margen de la suya y su interés
humanitario y liberal por el bienestar público. Desde sus comienzos, Vauban fue un
empleado al servicio público que despertó una gran admiración. De origen modesto, su
diligencia y honestidad , su coraje y lealtad al estado, venían a ser la reencarnación del
servidor público de la República de Roma. Fontenelle, en su famoso éloge, le describe como
un "romano que parece trasladado desde los más felices días de la República al siglo de Luis
XIV". Para Voltaire era "el mejor de los ciudadanos". Saint-Simon no contento con califi-
carle de romano, le aplicó por primera vez en su significado moderno, la palabra patriota
(9). Todos los temas que Vauban trató estaban impregnados de su genio organizativo y de
su inspiración para las reformas, forjeando el camino para el establecimiento de un nuevo
estado nacional.
Su capacidad para las matemáticas aplicadas, su amor a la precisión y al orden, y su
puesto como miembro de la Academic des Sciences, simbolizan la importancia del
conocimiento científico en la prosperidad del estado. Las reglas cartesianas, el
protagonismo de la ciencia aplicada a la sociedad, tanto en paz como en guerra, y el
esprit géométrique, de la época, estaban encarnadas en el hombre y se hacían visibles a
través de las fortalezas que él diseñaba.
86 Creadores de la Estrategia Moderna

IV

Ningún otro ministro u hombre de armas durante el reinado de Luis XIV tuvo
una carrera activa tan larga como Vauban. Entró al servicio real con Maza-rino cuando
contaba poco más de 20 años, mostrándose tan activo en aquel entonces como hasta
su muerte a los 73 años. Durante el medio siglo de actividad dirigió más de 50 sitios y
diseñó más de 100 fortalezas y puertos.
Descendiente de un prestigioso y hacendado notario, de Bazoches en Mor-van,
que a mediados del siglo XVI había adquirido un pequeño feudo, siempre se mantuvo
en el delicado punto medio que separaba a la burguesía y a la baja nobleza. Nació en
Saint-Léger en 1633 y su primera educación fue bastante deficiente (solamente
nociones de historia, matemáticas y dibujo) en Semur-en-Auxois; en 1651, cuando
contaba 17 años, se alistó como cadete en las tropas de Conde cuando éste se
encontraba en rebeldía frente al rey. Aprovechándose del perdón concedido a Conde,
entró al servicio real en 1653 bajo las órdenes del Caballero de Clerville, hombre de
mediocre talento que ostentaba el cargo de jefe de los ingenieros militares de Francia.
Dos años después obtuvo su graduación como "ingeniero del rey" y pronto fue
ascendido a capitán, confiándosele el mando de una compañía de infantería del
Regimiento del Mariscal de La Ferté.
Durante el intervalo comprendido entre el cese de las hostilidades con España en
1659 y la primera guerra ofensiva que llevó a cabo Luis XIV en 1667, Vauban trabajó
incansablemente en la reparación y mejora de las fortificaciones bajo la dirección de
Clerville.
En 1667, Luis XIV atacó a los Países Bajos. En esta breve Guerra de la Devolución,
Vauban se destacó como un maestro en la guerra de sitios y fue nombrado por Louvois,
Comisario General de todos los trabajos de ingeniería de su departamento. Las
conquistas realizadas durante la Guerra de la Devolución propiciaron el gran
programa de construcciones de Vauban. Fueron adquiridas ciudades importantes en
Hainaut y Flandes que se convirtieron en la avanzada de la gran expansión: Bergues,
Furnes, Tournai y Lille. Las ciudades que iban conquistando los franceses eran
fortificadas de acuerdo con el llamado "primer sistema Vauban", que será tratado a
continuación.
La vida de Vauban durante el reinado de Luis XIV se caracterizó por una febril
actividad: supervisiones constantes, reparaciones y nuevas construcciones, en tiempo
de paz; en guerra, establecimiento de sitios, toma de ciudades y acondicionamiento
de las mismas según las normas vigentes. Esto le obliga ba a estar constantemente
viajando de un lado a otro de Francia. Apenas tuvo tiempo para dedicar a su
familia y a las tierras que adquirió en 1675; siempre intentó evitar la corte, por lo
que sus estancias en París y Versalles fueron muy breves. La mayor parte de su
vida la pasó en pequeñas ciudades fronterizas, llevando a cabo su trabajo y
alejado de los centros culturales y de esparcimiento. Los momentos que podía
arrebatar a sus trabajos de ingeniería los dedicaba a contestar la correspondencia
oficial y a sus escritos.
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 87

Mantuvo contacto permanente con Louvois a quien incitaba


constantemente con sus cartas e informes sobre los temas más diversos, tanto
civiles como militares, e incluso no relacionados directamente con su
especialidad. Todos ellos fueron recogidos en sus memorias, que constaban de
doce volúmenes manuscritos, que denominó Oisivetés.
Algunos eran de carácter técnico, otros no, pero todos respondían a la des-
cripción que Voltaire hizo de él como "un hombre siempre ocupado, unas veces en
temas útiles, otras en temas poco practicables, pero, en cualquier caso, singulares"
(10). Entre sus estudios sobre problemas militares destacan su informe del Canal
del Languedoc, la necesidad de emprender un programa de reforestación, los
posibles métodos para mejorar el estado de las colonias francesas en América, las
funestas consecuencias de la revocación del Edicto de Nantes y, anticipándose a la
creación de la Legión de Honor por Napoleón, estudió las ventajas de formar una
aristocracia basada en los méritos y que estuviera abierta a todas las clases, en lugar
de la arcaica nobleza derivada del nacimiento.
Las Oisivetés fueron escritas sin conexión entre ellas, en lugares muy distintos y
separadas en el tiempo. A veces sólo se trataba de unas notas u observaciones
recogidas a lo largo de sus viajes a través de toda Francia; en otras ocasiones eran
verdaderos tratados. Lo que tenían en común todos sus escritos era la
humanidad que los invadía y su espíritu basado en el racionalismo científico que
imperó en el siglo XVII. Las sugerencias de Vauban se basaban en la experiencia y
en la observación. Todas las propuestas de Vauban estaban basadas en la
experiencia propia y en la observación. Sus incesantes viajes como consecuencia de
sus obligaciones profesionales le dieron una oportunidad incomparable de
conocer su país y sus necesidades. Su gran curiosidad y su mente despierta le
permitieron acumular un sin fin de hechos sobre economía y condiciones sociales
de las áreas donde trabajaba, y su mente científica transformaba esas observaciones
en forma cuantitativa.
Estas consideraciones sirven para ayudarnos a responder a la pregunta de si
Vauban se merece el calificativo de científico o bien fue simplemente un soldado y
un constructor con una determinada formación en matemáticas y en temas de
mecánica. ¿Fue nombrado miembro de la Academic des Sciences en 1699
solamente para honrar sus servicios públicos y por ello recibió los elogios de los
hombres ciencia?
88 Creadores de la Estrategia Moderna

Los logros de Vauban se centran en la aplicación de los conocimientos científicos y


matemáticos, pero no se distinguió como físico o matemático, como lo hiciera
posteriormente el ingeniero militar Lazare Carnet. Tampoco hizo grandes aportaciones
teóricas a la ingeniería mecánica como Coulomb. Aparte de sus diseños de fortalezas,
raramente se apoyó en la ciencia pura y su contribución a la ingeniería fue un estudio
empírico de las proporciones adecuadas de los muros (11). El mérito principal de
Vauban reside en su originalidad científica al extender los métodos cuantitativos a
campos donde, a excepción de los ingleses, nadie se había querido aventurar. El fue uno
de los fundadores de la meteorología sistemática, honor que comparte con Robert
Hooke, y uno de los pioneros en el campo de estadística, junto con John Graunt y Sir
William Petty (12). Su hábito estadístico resulta evidente en muchos de sus informes;
la mayoría están repletos de detalles, aparentemente irrelevantes, sobre la riqueza,
población y recursos naturales de varias regiones de Francia.
En una carta a Hue de Caligny, que fue durante un tiempo director de fortificaciones
para la frontera del noroeste desde Dunkirk a Ypres, expresaba su irritación por la
incompleta información que recibía acerca de esa región. Pidió a Caligny que le
suministrara un mapa que describiera en detalle los canales de agua, datos de producción
de madera y fecha de la tala de los árboles y una información estadística detallada sobre la
población, según la edad, sexo, profesión y categorías. Además, Caligny le debía
proporcionar todos los datos disponibles sobre la vida económica de la región (13). Con
toda la información de este tipo, adquirida a base de grandes esfuerzos y sin tener una
relación directa con su trabajo como ingeniero del ejército, Vauban amplió su campo de
actuación a temas civiles, pero les aplicó el mismo espíritu de valoración crítica, la misma
lógica, orden y eficacia que a los problemas militares.

Vauban fue uno de los más pertinaces reformadores militares del siglo. Sus cartas y sus
Oisivetés están llenas de este tipo de propuestas. Hubo pocos aspectos de la vida militar y de
los problemas de organización y tecnología militar en los que Vauban no interviniera,
aportando sugerencias o proyectos que suponían una completa reorganización (14).
Sus esfuerzos para que los ingenieros constituyeran un arma dentro de ejército, con un
uniforme distintivo, no tuvieron éxito a pesar de que fue una de sus ideas permanentes
durante toda su carrera (15). Sin embargo, sirvieron para que en el siglo siguiente se
aprobara tal medida y se adoptaran todas sus recomendaciones al respecto, incluidas sus
ideas sobre la educación científica de dicho cuerpo. Apoyó con entusiasmo la creación de
las primeras escuelas de artillería a finales del reinado de Luis XIV. Aunque no logró en
vida la formación de una escuela de ingenieros, estableció un sistema de exámenes para
comprobar la
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 89

comprobar la preparación de los candidatos a entrar al servicio real y tomó las medidas
necesarias para que estos fueran educados por instructores con una preparación especial.
Mostró un profundo interés por todo lo relacionado con la artillería puesto que él era
experto en la guerra de sitios y, por tanto, en todos aquellos instrumentos o armas que la
afectaban. Sus estudios e innovaciones en este campo fueron muy numerosos. Comprobó
que los cañones de bronce no eran adecuados e intentó persuadir al ejército para que
imitara a la marina en el uso de cañones de hierro. Realizó numerosos experimentos con
su nuevo mortero que disparaba gruesas piedras, pero no tuvo éxito. Finalmente, inventó
un sistema de fuego en el que se aprovechaba el rebote de la bala; fue utilizado por prime-
ra vez en el sitio de Philipsbourg y su ventaja consistía en que la carga impulsora era muy
reducida y la bala iba rebotando a lo largo de su trayectoria de manera que, una vez que
golpeaba en la zona del blanco, suponía además un peligro para cualquier hombre o
máquina en las proximidades.
Vauban sugirió también en sus Oisivetés numerosas reformas fundamentales para la
infantería y para el ejército en general. Fue uno de los más incansables defensores del
mosquete para la infantería y el inventor de la primera bayoneta verdaderamente
operativa. Ya en 1669 escribió a Louvois urgiéndole por el uso generalizado de los
mosquetes y la sustitución de las picas; poco después, sugirió que las bayonetas podían
hacer el mismo servicio que las picas, al adaptarlas un mecanismo de enganche a un lado
de la boca del mosquete, de manera que permitía disparar el arma con la bayoneta calada.
Una de sus constantes preocupaciones fue el bienestar de sus hombres, así como el
equipo que disponían. A él se debe en parte el abandono de la práctica de alojar a los
soldados entre la población civil a partir de la Paz de Aquisgrán y, en su lugar, diseñó unos
edificios transportables (casernes), a modo de barracas, que se utilizaron en las regiones
fronterizas y en los territorios recientemente conquistados (16).
Vauban no realizó estudios profundos sobre construcción naval y lo que sabía el
respecto parece ser que lo aprendió de Clerville, que era experto en este tipo de trabajos
(17). Su primera obra relacionada con el mar fue la mejora de las instalaciones del puesto
de Toulon, pero su obra maestra fue el puerto de Dunkirk. Realizó un interesante estudio
sobre el papel que podrían desempeñar las galeras, donde preveía extender su uso tanto
en la costa mediterránea como en la atlántica y, además, sugería que podrían servir
como barcos de patrulla, como protección para los barcos más pesados al navegar cerca de
las costas, o incluso para realizar rápidas incursiones contra la costa inglesa. Como
conclusión de estos estudios se mostró partidario de la guerra de corso, considerándola como
la única estrategia posible después del colapso del poder naval francés bajo la tutela de
Colbert.
90 Creadores de la Estrategia Moderna

VI

Las aportaciones más importantes de Vauban al arte de la guerra fueron dentro de su


propia especialidad: armas y equipos para los sitios y todo lo referente a la técnica de las
fortificaciones. Vauban se caracterizó por su aversión al derramamiento innecesario de
sangre, coincidiendo con el nuevo espíritu de moderación que comenzó a prevalecer en
aquella época; muchas se sus innovaciones en los equipos para los sitios fueron diseñadas
para facilitar la toma de las fortalezas y sobre todo para disminuir las pérdidas en las
fuerzas atacantes. Antes de que realizara la mejora del sistema de paralelas, que
probablemente él no inventó, los ataques a una fortificación bien defendida requerían un
elevado tributo en vidas por parte de los atacantes (18). No existía ninguna metodología
al llevar a cabo los ataques y todo se basaba en enviar grandes cantidades de infantes al
punto en el que el comandante consideraba más adecuado hasta que se lograba vencer la
resistencia.
El sistema de ataque ideado por Vauban, que continuó utilizándose con pequeñas
variaciones durante el siglo XVIII, era mucho más racional y sosegado. Los asaltantes
reunían a sus hombres y equipos en un punto fuera del alcance del fuego enemigo. A
partir de aquí, los zapadores comenzaban a cavar una trinchera hacia la fortaleza.
Después de haber progresado una cierta distancia, giraban noventa grados y continuaban
excavando una profunda trinchera, paralela a la fortaleza hacía el punto del ataque
deseado. En esta trinchera, denominada primera paralela, se almacenaban equipos y
constituía una verdadera place d'armes. A partir de allí, se volvía a girar otros noventa grados
hacia la fortaleza, de manera que se formaba otra trinchera de aproximación
zigzagueante. Una vez que había progresado hasta la distancia deseada, se construía una
segunda trinchera paralela; a continuación, otra de aproximación y normalmente finali-
zada con una tercera trinchera paralela, a muy poca distancia de la base del glacis. El
peligro de avanzar hasta el glacis expuestos al fuego enemigo fue aliviado por el uso de unas
estructuras en forma de parapetos, denominadas cavaliers de tranchées, que se iban
colocando a lo largo de las trincheras y ponían a cubierto a los atacantes mientras les
permitía disparar contra los defensores. Desde estas posiciones se sometía al punto del
ataque a un fuerte bombardeo, o bien se enviaba a los granaderos al asalto, cubiertos por
el fuego de las trincheras. Una vez que se había abierto una brecha en la fortaleza, el
bombardeo se dirigía contra las defensas principales, mientras las infantería realizaba su
asalto.
El sistema de asalto de Vauban a una plaza sitiada se basaba, pues, en fortificaciones
temporales, trincheras y parapetos para proteger a las fuerzas en sus avances. Su modelo
de trincheras fue utilizado por primera vez en el sitio de Maestricht en 1673, y los
parapetos en el sitio de Luxemburgo en 1684. El sistema perfeccionado de los cavaliers de
tranchées fue recogido con todo detalle en Traite des sieges, escrito por el Duque de Borgoña
en 1705.
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 91

El trabajo de Vauban en cuanto a arquitectura militar ha sido tema de fuerte


controversia; en primer lugar, acerca de si el estilo de sus fortalezas era totalmente original
y, después, si al emplazarlas se había guiado por algún plan preconcebido para la defensa de
Francia.
Hasta hace muy poco, incluso los más fervientes admiradores de Vauban estaban de
acuerdo en que su arquitectura militar era poco original y se limitaba a añadir pequeños
detalles al diseño de fortalezas que él heredó de Pagan. Lazare Carnot admiraba a
Vauban por sus singularidades respecto a otros ingenieros del siglo XVIII, aunque
encontraba en él pocos signos de originalidad. "Las fortificaciones de Vauban aparecen
ante los ojos como una sucesión de obras que ya se conocían antes, pero para la mente
de un buen observador, ofrecen unos resultados sublimes, combinaciones brillantes y obras
maestras de construcción" (19). Allent coincidía con él: "Una mejor sección transversal,
un simple contorno , parece que son más grandes y están mejor situados; éstas son las
únicas modificaciones que él aportó al sistema que se usaba entonces" (20). Estudios
profundos llevados a cabo recientemente por el Teniente Coronel Lazard han
confirmado el verdadero valor del trabajo de Vauban (21).
Lazard realizó cambios importantes sobre la interpretación de los métodos de
fortificación de Vauban. Mientras que los escritores anteriores se referían generalmente a
los tres tipos de construcción de Vauban, Lazard resalta la idea de que, en términos
estrictos, no tuvo ningún tipo definido de construcción, sino que hubo períodos en los
que se inclinó por un determinado diseño. A pesar de ello, y teniendo en mente esta
opinión de Lazard, es conveniente mantener la referencia a esos tres tipos o sistemas
referidos anteriormente.
El primer tipo fue por el que se rigió Vauban para construir la gran mayoría de sus
plazas fortificadas. Consistía en utilizar el diseño de Pagan sin apenas modificaciones. La
estructura exterior de estos fuertes era, a ser posible, un polígono regular, octagonal,
cuadrangular e incluso triangular, como el de La Kenoque. Los bastiones eran la clave de
todo el sistema defensivo, aunque más pequeños que en las construcciones anteriores a su
época. Excepto en las mejoras de algunos detalles (como las tenaillesy las medias lunas), y en
el mayor uso de defensas exteriores, pocas cosas habían cambiado desde los tiempos de
Pagan. Puesto que la mayoría de las estructuras de Vauban estaban construidas de
acuerdo con los diseños de Pagan y como esto fue tomado como una de las
características de su trabajo, no es de extrañar que los críticos posteriores encontraran
que la obra de Vauban carecía de originalidad. Según Lazard, la originalidad es evidente,
más que en los estilos de ambos, en que Vauban tuvo muy poca influencia en sus
sucesores y que sólo algunos de sus trabajos fueron tomados como ejemplo.
El segundo tipo, utilizado por primera vez en Belfort y a continuación en Besancon, fue
una derivación del primero. Se mantuvo la estructura poligonal, pero las cortinas (la
parte comprendida entre los bastiones), eran más grandes y los propios bastiones fueron
sustituidos por torres en los ángulos, siendo protegidas éstas por unos bastiones separados
de la edificación principal que se construían en el foso.
92 Creadores de la Estrategia Moderna

El denominado tercer tipo es sólo una modificación del segundo. Se utilizó sólo una
vez, en Neuf-Brisach, pero fue la obra maestra de Vauban. Las cortinas se modificaron en
su forma, permitiendo un mayor uso del cañón para la defensa, y las torres y los
bastiones separados, aumentaron de tamaño.
El tipo más interesante es el segundo. En él, aunque sus contemporáneos no pudieron
apreciarlo, Vauban hizo una importante y revolucionaria mejora: se liberó de la
dependencia del recinto principal y dio los primeros pasos hacia la defensa en
profundidad. Ganó flexibilidad al adaptar el diseño a la configuración del terreno, sin
poner en peligro la defensa. Anteriormente, la adaptación se realizaba mediante anillos u
obras del tipo galerías, que eran simples apéndices, aunque espectaculares, del recinto
principal. Este tipo de construcciones de Vauban fue desechado por Carmontaigne y
posteriormente por l'Ecole de Méziéres, cuyas ideas prevalecieron durante el siglo XVIII y
que se ajustaban estrictamente a las del primer tipo. Para ellos este nuevo tipo
representaba una vuelta a los métodos medievales. Sólo a finales del siglo XVIII se puede
encontrar una vuelta al segundo sistema de Vauban: la modificación de Montalem-bert,
que fue aceptada por los alemanes mucho antes que por los franceses, y que consistía
básicamente en que pequeños fuertes separados sustituían a gran parte de la
infraestructura que consistituía el recinto principal (22). Montalem-bert abogó también
por la idea de la defensa en profundidad, aunque no es seguro que se inspirara en las
ideas de Vauban.
La confusión que ha existido sobre sus ideas se debe al hecho de que Vauban nunca
escribió nada sobre fortificaciones permanentes, ni explicó como él aplicaba sus teorías al
arte del ataque o de la defensa. Todos los libros que aparecieron después de su muerte
mostrando sus secretos resultaron ser falsos. Sólo hubo un trabajo, escrito por Bélidor,
que fue directamente inspirado por Vauban, y no trataba de diseños ni de problemas de
tipo militar, sino de temas de construcción con ciertos detalles de carácter administrativo
(23). Existen, sin embargo, dos tratados en forma de manuscritos que se refieren a los
principios básicos de la fortificación y que fueron inspirados también por él. Uno de ellos
fue escrito por Sauveur, el matemático que Vauban eligió para que fuera el instructor y
examinador de los candidatos a ingenieros; el otro, fue escrito por su secretario,
Thomassin.
Estas constituyen las mejores fuentes para conocer los principios generales de Vauban
sobre la fortificación. Sólo es posible hablar de principios generales, y no de un sistema
dogmático, y estos principios son aplicados exactamente igual en los tres estilos de
Vauban. Ellos son pocos y de carácter general. El primero de todos es que todas las partes
del fuerte deben ser igual de seguras y que la seguridad debe obtenerse mediante una
construcción robusta de los puntos expuestos al fuego (bastiones) y por una cobertura
adecuada de las cortinas. Estas condiciones se cumplirían si, 1. no existiera ninguna parte
del recinto sin ser flanqueada por puntos fuertes, 2. estos puntos fuertes fueran lo más
grandes posibles y 3. si estuvieran
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 93

posibles y 3. si estuvieran separados entre sí como máximo a la distancia de tiro de los


mosquetes. Un breve repaso a las obras de Vauban demuestra que en todas ellas se
tuvieron en cuenta estos preceptos. El problema principal en la construcción de una
fortificación permanente consistía en adaptar la estructura comprendida entre los
bastiones (o la estructura poligonal con los bastiones separados) a las exigencias de un
terreno en particular, de manera que no se violaran ninguno de los principios básicos.
Esto daba al ingeniero una gran libertad de acción y flexibilidad. El segundo estilo se
desarrolló, según confesión del propio Vauban, no como consecuencia de las
consideraciones teóricas, sino forzado por las condiciones del terreno en Belfort (24).

VII

¿Hasta qué punto el programa de construcciones militares de Luis XIV estaba guiado
por una concepción estratégica definida, cuáles son las pruebas de ello y, si fue así, se
debió al ingenio de Vauban? Estas son las preguntas más importantes, pero no son las más
fáciles de responder.
Los primeros biógrafos de Vauban, con la impetuosidad característica reflejo de la
admiración por su héroe, dan la impresión de que antes de Vauban, Francia no tenía
ningún sistema de fortificación que mereciera ese nombre y que el anillo de fortalezas
que rodeaban al reino al final de la vida activa de Vauban suponían la ejecución de un
plan maestro concebido por la mente de un gran ingeniero. Para estos escritores,
excepto Vauban nadie hubiera sido capaz de organizar este sistema defensivo y habría
necesitado muchos años para poder desarrollarse.
Aunque como hemos visto la reputación técnica de Vauban como arquitecto militar se
ha elevado por estudios llevados a cabo recientemente, ha existido una tendencia
simultánea por parte de algunos escritores para reducir su figura al nivel de un gran
constructor desprovisto de imaginación estratégica. Se le ha representado como un
técnico brillante que ejecutaba ciegamente las tareas dictadas por la necesidad histórica
o por las órdenes de sus superiores.
¿Quién era el que mejor podía disputar la autoridad de Vauban en el campo de su
especialidad? Por extraño que parezca la respuesta es, el propio rey. Luis XFV era un
enamorado del arte de la fortificación. La había estudiado en su juventud y durante la
primera parte de su reinado, había sacado buen partido de ello gracias a los consejos y a
la instrucción recibida de Turenne, Villeroi y Conde. Durante todo su reinado mostró un
interés constante por todo tipo de detalles relacionados con el arte de las fortificaciones y
en numerosas ocasiones se opuso resueltamente a las recomendaciones de Vauban.
94 Creadores de la Estrategia Moderna

Dos importantes fuertes, el de Fort Louis y Mont-Royal, fueron inspirados por el rey, y
en ambos Vauban no estaba de acuerdo (25). Para un autor, Luis el Diligente era el maes-
tro incuestionable, incluso en los aspectos técnicos. Louvois era sólo un "excelente
sirviente, por no decir un discípulo", mientras que Vauban "era simplemente el ejecutor
de sus órdenes, aunque... excelente" (26). Otros escritores describen a Vauban como "el
trabajador de una gran empresa, cuya dirección nunca le fue confiada" (27). Vauban
dibujó o corrigió todos los planos de las fortalezas que se habían definido con anterioridad;
realizó informes técnicos y recomendaciones; dio su opinión sobre asuntos cruciales
cuando se le consultó y a veces sin consultarle. Pero su presencia no se consideraba
necesaria cuando se iban a tomar las decisiones. El no era un político; era simplemente un
asesor.
Todo esto no debe conducirnos a subestimar la influencia que tuvo en las decisiones
reales. Incluso en el caso de que Vauban hubiera tenido un plan maestro para la
defensa de Francia, éste sólo fue ejecutado parcialmente. Muchas recomendaciones de
Vauban fueron rechazadas; muchos de sus esquemas quedaron reducidos a la nada por las
realidades de la guerra y de la diplomacia. La Paz de Ryswick en 1697, por ejemplo,
supuso el primer frenazo para las ansias de conquista de Luis XIV. Para Vauban, que fue
consultado directamente sobre su contenido, este tratado era un gran engaño, aunque
no resultó ser tan malo como él temía. Era necesario trabajar mucho para compensar la
pérdida de Luxemburgo (que él la considera como uno de los sitios más fuertemente
defendidos de Europa), de Brisach, Friburgo y Nancy (28).
¿Tenía realmente Vauban un plan maestro? Sobre esta cuestión existe un total
desacuerdo. Los escritores del siglo pasado daban por supuesto que Vauban tenía una idea
estratégica sobre la colocación de sus fortalezas, aunque ninguno sabía exactamente en
qué consistía. Un escritor la describió como "un conjunto de obras lo suficientemente
cerca unas de otras como para prestarse apoyo entre sí. Cada una de ellas era lo
suficientemente fuerte como para imponer al enemigo la obligación de establecer un sitio y
lo suficientemente pequeña como para necesitar un reducido número de hombres para su
defensa" (29). Sin embargo, Gastón Zeller se mostró en completo desacuerdo con esta
interpretación. En su opinión Luis XFV y Vauban no tenían ningún plan concebido al
comenzar las edificaciones, sino que se apoyaron en los planes de defensa que ya
existían; indicaba igualmente que muchas de las características del sistema defensivo que
implantaron se debían a Francisco I, Sully, Richelieu y Mazari-no, a sus programas de
edificación y a sus tratados. La disposición de las ciudades fortaleza era "el resultado de una
serie de esfuerzos para adaptar la organización defensiva del reino al cambiante perfil de la
frontera" (30). El argumento de Zeller en el sentido de que el sistema de fortalezas era el
resultado de la evolución histórica y no del trabajo de un solo hombre, se ve apoyado por
la propia carrera de Vauban. La gran mayoría de las obras que se asocian con él no eran
"plazas nuevas", sino viejas fortalezas, algunas de ellas de la época de Errard o de sus
predecesores italianos,
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 95

italianos,a las que Vauban modernizó y reforzó. Las fortalezas no constituían en ningún
caso un sistema como las consideraba Vauban; ellas eran importantes solamente como
unidades separadas. No existía enlace entre ellas y estaban casi siempre demasiado
separadas entre sí. Sin embargo, cada emplazamiento había sido elegido teniendo en
cuenta su importancia local: para proteger un puente, un cruce de caminos o la
confluencia de dos ríos. Su valor total dependía, no de su localización relativa, sino de
su número (31). Zeller y Lazard coincidían en que el esquema general de Vauban era el
resultado de un proceso de selección entre las fortalezas ya existentes. Eligió una serie de
fuertes cuyas posiciones merecían ser conservadas y reforzadas, y sugirió que otras fueran
destruidas. Su visión estratégica no era totalmente libre; estaba limitada por razones de
economía, por lo que debía trabajar con lo que ya poseía Francia. Es fácil descubrir los
principios que guiaron su proceso de selección y encontrar así la clave de su pensamiento
estratégico. Para Zeller no hay nada extraordinario en estos principios; el orden que
preconizaba Vauban estaba muy lejos de ser una gran concepción estratégica. Lazard es
mucho más condescendiente. Para él, Vauban fue el primer hombre de la historia que
tuvo una idea global del papel estratégico de las fortalezas. No era sólo un ingeniero sino
un estratega, con ideas muy adelantadas a su tiempo (32). Únicamente mediante el
análisis de los escritos del propio Vauban, el lector podrá tomar una postura ante estas
dos interpretaciones.
Es preciso recordar que, como resultado de la Guerra de la Devolución contra España,
su primera guerra de conquista, Luis XIV extendió sus dominios en la frontera noroeste,
en el territorio de Flandes administrado por los españoles. Las nuevas posiciones (desde
Furnes, en la costa este, hasta Bergues y desde Courtrai hasta Charleroi), dieron a Francia
un número de puntos fuertes intercalados entre las guarniciones españolas. La primera
gran tarea de Vauban fue reforzar y mejorar estas nuevas adquisiciones y dedicó a ello la
mayor parte de su tiempo durante los años de paz desde 1668 a 1672. En la primavera de
1672, Luis XIV declaró de nuevo la guerra a los holandeses. Vauban consideraba que era el
momento oportuno para llevar a cabo por primera vez una organización general de la
frontera. En una carta a Louvois, del 20 de enero de 1673, le decía: "Sinceramente, mi
señor, el rey debería considerar la conveniencia de cerrar firmemente el contorno de sus
dominios (songer áfaire son pré corre). Esta confusión de fortalezas propias y enemigas sin
nigún orden, no me parece conveniente. De esta manera, está usted obligado a
mantener tres en vez de una" (33).
En 1675, año en el que se consolidaron las conquistas francesas en Franche Comté y en
otras regiones, Vauban realizó algunas sugerencias más específicas. En septiembre de ese
año propuso establecer sitios en Conde, Bouchain, Valenciennes y Cambrai. En su
opinión, la captura y posterior mantenimiento de estas plazas aseguraría las conquistas de
Luis XIV y produciría el tan deseado pré carré. Conde y Bouchain fueron conquistadas en
1676, mientras que Valenciennes y Cambrai cayeron en 1677. La Paz de Nimwegen,
firmada
96 Creadores de la Estrategia Moderna

firmadaen agosto del año siguiente, dio a Francia una frontera que se aproximaba
al pré carré. Francia abandonó algunos territorios flamencos, pero adquirió
Saint-Omar, Cassel, Aire, Ypres y media docena más de puntos fuertes
importantes. Hacia el este, consiguió Nancy en la Lorena y Friburgo al otro lado
del Rin. Pero Vauban no estaba satisfecho con el límite occidental de la
frontera; consideraba que la reciente paz dejaba la frontera abierta en la región
de las Tierras Bajas. En noviembre de 1678, tres meses después de Nimweger,
escribió el primero de una serie de importantes informes sobre la organización de
la frontera norte desde el Canal de la Mancha hasta el Mosa (34).
Vauban comenzó analizando los propósitos de una frontera fortificada:
debía cerrar al enemigo todos los puntos de entrada al reino y, al mismo tiempo,
facilitar un ataque a su territorio. Vauban nunca consideró que las fortalezas eran
sólo importantes para la defensa, sino que insistía continuamente en su valor
como bases para llevar a cabo operaciones ofensivas contra el enemigo. Las
plazas fortificadas deberían estar situadas para controlar los medios de
comunicación dentro del propio territorio y para proporcionar el acceso al
territorio enemigo, controlando los caminos más importantes o las cabezas de
puente. Estas plazas deberían ser lo suficientemente grandes como para albergar
no sólo los medios para su defensa, sino todo lo necesario para apoyar y sostener
una ofensiva. Estas ideas, enunciadas brevemente en sus memorias, fueron
posteriormente elaboradas y sistematizadas por uno de los discípulos de Vauban
en el siglo XVIII, el ingeniero y aventurero Maignet, a quien menciona Voltaire en
su obra Charles XII, y cuyo Treatise on Preserving the Security of States by Means of Fortresses
se convirtió en una obra básica por lo que se refiere a la importancia estratégica de
las fortificaciones. Este libro, a pesar de ser muy poco conocido, fue utilizado en
la famosa escuela francesa de ingenieros militares, la Ecole de Méziéres. En esta obra,
Maigret decía que "el mejor tipo de fortalezas son aquellas que impiden el acceso al
país propio, mientras que dan la oportunidad de atacar al enemigo en su
territorio" (35). Enunciaba las características que proporcionaban valor e
importancia a las fortalezas: control de las rutas claves en el reino, tales como
desfiladeros o puertos de montaña; control de las cabezas de puente en los
grandes ríos, como por ejemplo Estrasburgo; control de las líneas de
comunicación importantes dentro del estado, como Luxembur-go, que aseguraba
las comunicaciones con las Tierras Bajas.
Existían además otros factores que podían dar importancia a un fuerte.
Podía convertirse en una base para acciones ofensivas o un refugio para la
gente de los alrededores; podía dominar el comercio, exigiendo peaje a los
extranjeros; o incluso podía tratarse de un puerto de mar fortificado; por otra
parte, una gran ciudad fronteriza rica sería capaz de soportar el costo de la for-
tificación y el mantenimiento de la gurarnición; una ciudad fortificada podía
servir también para que el rey guardara allí sus tesoros y protegerlos de los ene-
migos internos y externos (36). El valor de una fortaleza depende en gran
medida de su localization.
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 97

El arte o la ciencia pueden dar soluciones a algunos defectos en el terreno, pero


pueden hacer muy poco en lo que se refiere a las comunicaciones. Por ello, algunas
fortalezas tienen una situación privilegiada al permitir que sus defensores posean el pleno
control de las vías de comunicación y, por tanto, el enemigo encuentra muchas
dificultades para situar los equipos necesarios para establecer el sitio (37).
Estos criterios hacían posible seleccionar algunas fortalezas, pero aún quedaba el
problema de la relación de unas con otras. En la memoria de 1678, Vauban llegaba a la
conclusión de que la frontera estaría fortificada adecuadamente si se contaba con puntos
fuertes establecidos en dos líneas, cada una de ella compuesta por unas trece plazas (38).
La primera línea podría ser reforzada posteriormente mediante unos canales de agua
desde el mar hasta el Escalda. Canales o ríos enlazarían a los fuertes entre sí y los propios
canales estarían protegidos por guarniciones. Este esquema no era original de Vauban; de
hecho ya existía una parte así en la frontera. El principal propósito trude reforzar las vías
de agua era evitar las constantes incursiones que llevaban a cabo pequeños destacamentos
y que asolaban el país. En el caso de que el enemigo decidiera atacar las líneas de
comunicación con un ejército, estas líneas deberían ser defendidas con otro ejército (39).
Un proyecto así necesitaba nuevas construcciones, pero Vauban insistía en que ello
significaría la eliminación de numerosos puntos fuertes antiguos y, además, sugería
abandonar todas aquellas fortalezas alejadas de la frontera y que no estuvieran incluidas
en las dos líneas mencionadas. Todo ello no sólo supondría un ahorro para el Tesoro,
sino que también se reducirían los hombres necesarios: las guarniciones de diez de los
puntos fuertes, supondrían unos 30.000 soldados que se podrían emplear para otros
menesteres.
Esta famosa memoria de 1678 contenía también un estudio sobre las futuras
conquistas posibles y dejaba bastante claro que, al menos para las fronteras norte y este,
Vauban deseaba iniciar el camino para algo mucho más ambicioso que la simple
rectificación de una línea de frontera. En su opinión, en el caso de una guerra, sería
necesario apoderarse inmediatamente de algunas fortalezas enemigas. Las de Dixmude,
Courtrai y Charlemont abrirían el camino hacia las Tierras Bajas, mientras que en el este,
Estrasburgo y Luxemburgo eran las ciudades claves que había que adquirir. Estas fortalezas
no sólo tenían un tamaño ideal, además de gozar de una excelente situación y riqueza (en
estos aspectos eran las mejores de Europa), sino que eran las piezas clave para la expan-
sión de Francia hacia sus fronteras naturales. Si Vauban no hubiera sido francés, no
habría aceptado el tentador principio de que la frontera natural de Francia por el
norte y el este, era el Rin. El sostenía esa idea, y aunque puede parecer que ya era
partidario de ella al principio de su carrera, la verdad es que fue muy posterior. Antes de la
Paz de Ryswick, cuando él estaba tan preocupado por la pérdida de Estrasburgo y
Luxemburgo, escribió: "Si no las tomamos de nuevo, perderemos para siempre la
oportunidad de tener al Rin por frontera" (40).
98 Creadores de la Estrategia
Moderna

No es fácil determinar si estas memorias de 1678 representan la idea final y madura de


Vauban respecto a las fortificaciones permanentes. Los escritos posteriores dejan mucho
que desear como ejemplos del pensamiento estratégico sobre el papel de las fortalezas.
Excepto en un estudio sobre la fortificación de París, en el que trata en profundidad la
importancia estratégica de la capital de la nación, la mayoría de los estudios adolecen de
interés estratégico. Estos se refieren fundamentalmente a una serie de recomendaciones
sobre qué fortalezas deberían ser eliminadas y cuáles modificadas o reconstruidas.
A pesar de todo no es difícil detectar una serie de cambios en las opiniones de
Vauban, debido en parte a una evolución gradual de sus ideas, pero sobre todo a las
distintas condiciones en las que se vio obligado a trabajar a los últimos años del reinado de
Luis XIV. Las restricciones financieras y la falta de personal hicieron que Vauban insistiera
en la eliminación de una serie de fortificaciones (41). Esto le condujo a solicitar la
destrucción de muchas de las plazas que figuraban en la segunda línea de defensa en la
memoria de 1678. Al mismo tiempo, los ejércitos de Luis XIV estaban cada vez más
orientados a la defensiva, por lo que Vauban fue también adaptándose hacia esa actitud
en su forma de pensar. Esta tendencia, que se fue afianzando a finales de siglo, daba una
mayor importancia a la frontera norte, de manera que ésta debería estar definida por una
vía de agua. Pero Vauban sabía que este tipo de defensa era muy débil. En 1696 escribió un
informe en el que pedía la creación de camps retranchés, que consistían en unos
campamentos fortificados para suplir a las fortalezas y reforzar la frontera. El propósito de
estos campamentos era tanto proteger el río en los intervalos entre fortalezas como
reforzar a los propios fuertes, creando una verdadera defensa externa. Con un pequeño
ejército acampado fuera de los muros de una fortaleza y protegido por una serie de obras
en el terreno, era posible evitar el asentamiento de fuerzas enemigas con intenciones de
sitiarla u obligarlas a establecer un perímetro mucho mayor.
Teniendo en cuenta estas dos ideas (la primera, establecer una línea continua,
suplementada por campamentos fortificados, y la segunda, la decisión de sacrificar la
segunda línea de fuertes que él había defendido en 1678), no se puede aceptar la
afirmación de Lazard en el sentido de que Vauban fue un pionero de la zona fortificada que
fue adoptada por la moderna estrategia. Por el contrario, las ideas de Vauban parece que
fueron evolucionando hacia una lina defensiva cada vez más delgada. Al principio era
partidario de una doble línea de fortificaciones, imitando a las líneas de la infantería, y
posteriormente se inclinó por simplificarlo, proponiendo un solo cordón, basado en
puntos fuertes enlazados entre sí por una vía de agua continua y apoyados por tropas. Qui-
zás su evolución más importante, desde el punto de vista estratégico, tuvo lugar casi al
final de su carrera, cuando comenzó a dar más importancia al propio ejército y menos a
las fortificaciones.
Vauban: El Impacto de la Ciencia en la Guerra 99

fortificaciones. Parecía entonces estar más cerca de la idea de Guibert de que la verdadera
defensa de un país es su ejército, no sus fortalezas, y que los puntos fortificados son sólo
bastiones de otra fortaleza mucho mayor, de la cual el ejército es una cortina viva y
flexible.

NOTAS:
1. Esta parte y la sección I de este capítulo están basadas en diversas obras como la
de Edgard Boutaric, titulada Institutions militaires de la France avant les armées
permanentes (París, 1863); Histoire de Louvois et de son administration politique et militaire
de Camille Rousset, 4 volúmenes (París, 1862-64); Histoire de l'ancienne infantme
francaise (París, 1849), Histoire de la cavalerie franccaise (París, 1874) y Histoire de
l'artiueriefrancaise (París, 1874), todas ellas de General Susane. La obra Michel l^e
Tellier et ¡'organization de l'armée monarchique de Louis Andre (París, 1906) es el trabajo
mas importante relativo a la reforma del ejército en el siglo XVII.
2. Esta sección se basa en una tesis doctoral de Henry Guerlac, no publicada, con el
título Science and Warin the OldRegime (Harvard University, 1941).
3. Les debuts de ¡'education technique en France, 1500-1700, de F. Artz (París, 1938).
4. "The Scientific Works of Galileo" en Studies in the History and Method of Science de J J.
Fahie, editado por Charles Singer (Oxford, 1921; New York, 1975), 2:217.
5. Aperen historique sur les fortifications del Lt. Col. Antoine Angoyat, 1:13-21.
6. The Armed Horde 1793-1939de Hoffman Nickerson (New York, 1940), 34-40.
7. Un escritor del siglo XVIII, en un estudio sobre la educación de la nobleza,
sugiere que los cinco autores más importantes que se deberían estudiar son
Rohan, Santa Cruz, Feuquiéres, Montecuccoli y Vauban. Compárese con la obra
Essai sur ¡'education de la noblesse, nauvelle edition corrígeéet augmentéede Chevalier de
Brucourt (París, 1748) 2:262-63.
8. Los trabajos publicados en su vida fueron dos: uno sobre problemas administrativos,
denominado Directeur general des fortifications (The Hague, 1685 y París, 1725) y Dixme
Royale (The Hague, 1707). No obstante, antes de su muerte aparecieron un gran
numero de trabajos suyos explicando sus métodos para las fortificaciones. Sus tres
tratados más conocidos en el siglo XVIII fueron publicados por primera vez en
una edición muy poco cuidada con el título Traite de t'attaque et de la defense des
places suivi d'un traite des mines (The Hague, 1737). La última parte fuepublicada de
nuevo en 1742 y en 1771. El Traite de la defense des places fue publicado por separado
por Jombert en París en 1769. Hasta 1795 no se publicó ninguna edición cuidada
de esas obras.
9. Lettres intimes inédites adressées au Marquis de Puyzieulx 1699-1705. Introduction et notes
de Hyrvoix de Landoskde Sebastien Le Prestre de Vauban (París, 1924), 16-17.
10. Ij siécle de Louis XIV de Voltaire, capítulo 21.
11. History of Science, Technology and Philosophy in the Eighteenth Century de Abraham Wolf
(New York, 1939), 531-32; La Science des Ingenieurs de Bernard Forest de Bélidor
(1739), libro 1, 67-69.
12. La Science des ingenieurs de Bélidor, libro 4, 87-88.
13. Histoire de Vauban de Georges Michel (Paris, 1879), 447-51.
14. Vauban, 1633-1707 de Piere Elizier Lazard (Paris, 1934), 445-500.
15. "Lous XrV, Vauban et les fortifications du nord de la France, d'aprés les lettres
inédites de Louvois adressées á M. de Chazerat, Gentilhommé d'Auvergne" en
Annales du Comité Flamand de Francer^ 18 de H. Chotard (1879-1890), 16-20.
16. La science des ingenieurs de Bélidor, libro 4, 73.
17. Vauban de Lazard, 501-24; Histoire de la marine francaise de La Ronciére (1932), 6:164-
69.
18. Para una descripción de los métodos iniciales, véase L 'organisation defensive des
frontiéres du nord et de Vest au XVIIsiedede Gastón Zeller (1928), 54-55.
19. Nouvelle Biographie Genérale de Didot-Hoefer (París, 1870).
100 Creadores de la Estrategia
Moderna

20. Ibid. Comparase con Histoire du Corps Imperial* du Génie de A. Allent (1805),
1:209-10 (sólo publicado un volumen).
21. Vauban de Lazard, 377-94.
22. Vauban de Lazard, 389-90; Histoire de la fortification permanente de A. de Zastrow (1856),
2:62-208, traducido del alemán por Ed. de La Barre Du Parq).
23. La science des ingenieurs de Bélidor, libro 3, 29-34, 35-43, 90-96.
24. Carta de Louvois, el 7 de octubre de 1687, citada en L'organisation defensive de Zeller,
144.
25. Louis XIV, Louvois, Vauban de Chotard, 30-35; L'organisation defensive de Zeller, 96-
117; Vauban de Lazard, 49-50. 202-204.
26. Louis XIV, Louvois, Vauban de Chotard, 36.
27. L'organisation defensive de Zeller, 118.
28. Ibid, 103-104; Lesfrontiéres deFrancede Th. Lavallée (París, 1864), 83-85.
29. Hennebert, citado en Louis XIV, Louvois, Vauban de Chotard, 42.
30. L'organisation defensive de Zeller, 2.
31. Ibid, 123.
32. Vauban de Lazard, 408-21.
33. Ibid, 155; Vauban, sa famille et ses écrits, ses oisivetés, et sa correspondance de Albert de
Rochas d'Aiglun, 2 volúmenes (París 1910), 2:89.
34. Vauban de Lazard, 409-14; L'organisation defensive de Zeller, 96-98. Esta importante
memoria está recogida en Vauban, safamitte et ses écrits de Rochas, I:189f.
35. Traite de la sureté et conservation des états, par le mayen les forteresses. Par M. Maigret,
Ingénieur en Chef, Chevalier de l'ordre Royal et Militaire de Saint Louis, (París,
1725), 149.
36. Ibid, 129-48.
37. Ibid, 152f., 221-22.
38. La primera línea estaba compuesta por: Dunkirk, Bergues, Furnes, Fort de La
Kenoque, Ypres, Menin, Lille, Tournai, Fort de Mortagne, Conde, Valenciennes, Le
Quesnoy, Maubenge, Philippeville y Dinant. La segunda línea: Gravelines, Saint-
Omer, Aire, Béthune, Arras, Donai, Bouchain, Cambrai, Landrecies, Avesnes,
Marienbourg, Rocroi y Charleville.
39. Vauban de Lazard, 282-84; Apercu historique, de Augoyat, 1:229.
40. Les frontiéres de France de Lavallée, 83-85.
41. L'organisation défensivede Zeller, 98-107.
R. R. Palmer
4. Federico el Grande,
Guibert, Bülow:
De las Guerras Dinásticas
a las Nacionales
4. Federico el Grande,
Guibert, Bülow:
De las Guerras Dinásticas
a las Nacionales

El período comprendido entre 1740 y 1815, que empezó con la ascensión de


Federico el Grande al trono de Prusia y finalizó con la caída de Napoleón como
emperador de Francia, sirvió para un perfeccionamiento del estilo de guerra antiguo y el
comienzo de un nuevo estilo que, en muchos aspectos, perdura hasta nosotros. Analizar
el contraste entre los dos estilos es el objetivo principal de este capítulo. Las ideas
expresadas en los capítulos anteriores no fueron totalmente abolidas, pero sí en parte
transformadas. Maquiavelo había hecho del estudio de la guerra una ciencia social; la
separó por completo de todo tipo de consideración ética y la consideró íntimamente
relacionada con los aspectos constitucionales, económicos y políticos de los estados; en el
plano militar, dio la mayor importancia al planeamiento y a la previsión, intentando no
dejar al azar ningún punto importante. Vauban propició que el mundo militar accediera a
la ciencia y a la tecnología. Durante el siglo XVII, al mismo tiempo que los ejércitos se
hicieron más grandes, se realizaron avances muy importantes en cuanto a la
administración y control de los mismos; se dio un nuevo énfasis a la disciplina, se crearon
nuevas líneas jerárquicas, con definición precisa de las cadenas de mando, y los antiguos
líderes militares pasaron a ser los oficiales de los nuevos ejércitos, al mismo tiempo que las
fuerzas armadas pasaban a ser controladas por los gobiernos. Todo esto se continuó
fraguando y perfeccionando en el período de estudio que abarca este ensayo.
Las innovaciones más importantes en lo que se refiere a la constitución y utilización de
los ejércitos afectaron a los propios hombres y a la estrategia. Los ejércitos formados por
ciudadanos que eventualmente tomaban las armas, fueron reemplazados por
profesionales. Nuevas tácticas agresivas, combativas y basadas en la movilidad,
reemplazaron a la guerra de sitios. Estos dos cambios fueron ya anticipados por
Maquiavelo, pero ninguno llegó a realizarse a gran escala desde 1500. Sin embargo, a
partir de 1792, se produjo una auténtica revolución en la guerra, sustituyendo las guerras
"limitadas" hasta entonces, por la guerras "ilimitadas" que siguieron desde ese momento.
Esta transición se produjo al pasarse de una forma de estado dinástico a la de un estado
nacional, como consecuencia de la Revolución Francesa. Las guerras anteriores habían
sido, esencialmente, enfrentamientos mantenidos entre gobernantes. A partir de 1792,
se convirtieron en un enfrentamiento entre pueblos y, por lo tanto, fueron "totales" (1).
104 Creadores de la Estrategia Moderna

La estructura del estado dinástico definía los límites entre los cuales era posible la
formación de los ejércitos. El rey, con poderes absolutos en teoría, estaba en una posición
de desventaja. Todos los estados dinásticos tenían que mantener un precario equilibrio
entre la legislación vigente y la aristocracia. Los privilegios de la nobleza limitaban la
libertad de acción de los gobiernos. Estos privilegios incluían el no pagar ciertos impuestos y
la casi monopolización de ocupar las altas jerarquías de ejército. Esos gobiernos, con una
capacidad restringida para recaudar impuestos, no podían disponer de la totalidad de los
recursos materiales y humanos de sus países. Los oficiales constituían una clase de carácter
hereditario y apenas llegaban al dos por ciento de la población. Entre el pueblo y el
gobierno no había prácticamente ninguna relación. Los lazos entre el soberano y los
subditos eran burocráticos, administrativos y fiscales, además de una conexión externa
puramente mecánica entre legislador y sujeto pasivo de esas leyes; todo ello contrastaba
fuertemente con el principio que aportó la Revolución, según el cual, la ciudadanía
responsable y la soberanía del pueblo, proporcionaban una íntima fusión entre
gobernantes y gobernados. En el "antiguo régimen" un buen gobierno era aquel que
pedía poco a sus subordinados, a los que consideraba como un valor útil y productivo para
el estado, y que en época de guerra, interfería lo menos posible con la vida civil. Un "buen
pueblo" era aquel que obedecía las leyes, pagaba los impuestos y era leal a la casa real; no
precisaba sentir su propia identidad como pueblo, ni unidad como nación, ni
responsabilidad en los asuntos públicos, ni tampoco se sentía obligado a realizar un
esfuerzo supremo en guerra.
El ejército era un reflejo del estado. Internamente estaba dividido en clases sin un
espíritu común; oficiales cuyo incentivo era el honor, la conciencia de clase, la gloria o la
ambición, y soldados que luchaban como un medio de ganarse la vida, sin sentimientos
más elevados y cuyo único lazo de unión entre ellos era un especie de ingenuo orgullo
hacia sus regimientos. Los ejércitos de Rusia, Austria y Prusia estaban compuestos, en su
mayor parte, por siervos. Pru-sia e Inglaterra tenían, además, un elevado número de
extranjeros. Las fuerzas austríacas estaban divididas por las diferentes lenguas que
hablaban entre ellas. En todos los países existía la tendencia de reclutar hombres
procedentes de las clases sociales económicamente más débiles, es decir, las más
marginadas. En esta situación, la población civil se mantenía alejada de los soldados.
Incluso en Francia, que poseía el ejército más nacionalista de todos los de Europa, en los
cafés y lugares públicos se podía leen'Trohibida la entrada a perros, lacayos, prostitutas y
soldados" (2).
Los ejércitos estaban, pues, formados por soldados que normalmente eran marginados
sociales, y por oficiales que, en su mayor parte, eran jóvenes aristócratas; para mantener la
cohesión en ejércitos tan dispares, surgió un sentimiento general de arbitrar las medidas
necesarias
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 105

necesarias para solventar esos problemas. Los gobiernos creían, y con razón dadas las
circunstancias, que el orden y la disciplina sólo podrían imponerse si procedía de fuera del
ejército y de las más elevadas instancias de la nación. Los horrores de unos soldados
amotinados estaban presentes, sobre todo en Alemania, a raíz de la Guerra de los Treinta
años. Las monarquías ilustradas del siglo XVIII intentaron no emplear a su población
civil en el ejército, tanto por razones humanitarias como porque era la fuente de las
rentas públicas. Para imponer el orden civil e instaurar unas reglas morales entre unas
tropas a las que no se podía convencer sólo con ideas, los gobiernos se interesaron por
mantener a sus hombres en buenas condiciones físicas; construyeron barracones para su
alojamiento, les proporcionaron médicos y hospitales, los alimentaron adecuadamente y
construyeron cadenas de almacenes para un correcto suministro de los víveres. Existía el
temor de que los soldados desertasen si sus condiciones de vida no eran buenas, puesto
que el principal objetivo del soldado profesional era ganarse la vida, en lugar de luchar o
morir por una causa. Lo cierto es que después de la Revolución Francesa, tanto los
oficiales como los soldados, pasaron de un tipo de ejército al otro con una facilidad que
hubiera sido inconcebible anteriormente.
Sólo mediante unos reglamentos férreos se podía inculcar la necesaria disciplina a unos
hombres que no tenían ninguna cohesión entre ellos. No resultaba fácil hacer resucitar las
cualidades morales en las clases más bajas, que era de donde procedían el grueso de las
tropas. Tampoco estaban desarrolladas estas cualidades en las propias tropas de aquella
época, ya que como la mayoría de los pueblos de estados dinásticos, tenían muy poco
sentido de su participación en los asuntos relacionados con la guerra. No se podía confiar
en los soldados, ni desde un punto de vista individual ni formando pequeños
destacamentos, por lo que tenían que permanecer a la vista de sus oficiales. El pobre
estado de las comunicaciones y la baja calidad de los reconocimientos (debido en parte a
la ignorancia y a la poca fiabilidad de los soldados), hacía que fuera muy peligroso dividir a
un ejército en el campo de batalla. Por otro lado, la falta de precisión y el poco alcance de
los mosquetes hacían que el disparo individual de estas armas fuera relativamente
inofensivo. Con el fin de contrarrestar la falta de espíritu combativo de los soldados, se
llegó a la conclusión de que el modelo ideal de estructurarlos era en batallones. Cuando
entraban en combate, cada batallón permanecía materialmente pegado al siguiente
como si no existiese discontinuidad entre ellos y, por regla general, los hombres estaban
dispuestos en tres líneas; cada batallón constituía una unidad de fuego, haciendo sus des-
cargas a la voz de su comandante. Para conseguir una cierta coordinación en las acciones
era necesario un largo e intensivo entrenamiento. Por término medio, se consideraba que
eran precisos dos años para convertir a un recluta en un buen soldado profesional.
El modelo de cada ejército afectaba a su forma de combatir. Para los gobiernos
anteriores a 1792, con recursos limitados, los ejércitos profesionales eran muy caros.
Cada soldado suponía una fuerte inversión en tiempo y en dinero, y las pérdidas en
combate no eran
106 Creadores de la Estrategia
Moderna

eran fáciles de sustituir. Los grandes depósitos de víveres y municiones tenían que estar
cerca de las zonas previstas de acción y necesitaban una protección muy fuerte. Además, a
finales del siglo XVII los progresos científicos supusieron una mejora en el arte de la
fortificación y se produjo una fuerte reacción en Francia y Alemania contra el caos
producido por las llamadas guerras de religión, que habían ocasionado graves trastornos
en la vida social de estos países. El resultado de todo ello fue concentrar a los ejércitos en
posiciones fortificadas que formaban una cadena. Ejércitos enteros, o parte de ellos, eran
inmovilizados cerca de sus bases de manera que no tuvieran que desplazarse más de cinco
días de marcha para entrar en acción en la zona que se les había asignado. A pesar de
que los abastecimientos solían ir muy cerca de ellos, suponían un gran movimiento de
mercancías y bagages, por lo que la distancia que podían desplazarse por día era muy
pequeña. Tampoco podían reducir el volumen de estos abastecimientos ya que,
normalmente, los aristócratas llevaban consigno todo tipo de necesidades y lujos, y las
tropas, sin ningún ideal político ni espiritual, podrían convertirse en un grave problema
interno si el suministro de alimentos y armamento no estuviera garantizado, o si las
operaciones eran más penosas de lo previsto.
En esas circunstancias, el enfrentamiento a gran escala de dos ejércitos era muy raro.
No era fácil para un comandante establecer contacto con un enemigo que, por regla
general, no estaba muy inclinado a pelear. Incluso cuando coincidían dos ejércitos frente
a frente, llegar a la batalla llevaba un tiempo y si uno de ellos prefería retirarse, el otro,
normalmente, le dejaba ir sin estorbarle lo más mínimo. Entrar en batalla era un riesgo
demasiado grande. Cuando se conseguía una ligera ventaja en el campo de batalla no era
fácil explotarla porque las técnicas de combate y los medios de destrucción eran muy
rudimentarios. Los pensadores militares sostenían la idea de que para un estado podía ser
tan mala una victoria como una derrota. Tampoco cabía esperar una solución política
rápida y decisiva como consecuencia de una batalla; en este aspecto, el contraste entre las
batallas del siglo XVIII y las napoleónicas, es especialmente claro. Después de Blenheim,
Malplaquet, Fontenoy o Rossbach, las guerras continuaban durante años. Después de
Marengo, Austerlitz, Jena, Wagram o Leipzig, las proposiciones de paz comenzaban a los
pocos meses.
En resumen, antes de la Revolución Francesa, había muchos factores que imponían un
tipo de guerra limitada, es decir, una lucha con medios limitados para alcanzar objetivos
también limitados. Las guerras eran largas, pero no intensas; las batallas eran
destructivas y por esa razón nadie tenía gran interés en que se produjeran. Las
operaciones se realizaban principalmente contra fortalezas, depósitos, líneas de suministro
y determinadas posiciones claves, produciéndose un tipo de guerra en el ímpetu en el
combate. La guerra de posiciones prevaleció sobre la guerra de maniobras y la estrategia de
pequeños y sucesivos logros, se impuso a la de la aniquilación.
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 107

Todo esto cambió a raíz de la brusca sacudida que conmovió a Europa en 1789. Las
guerras mundiales entre 1792 y 1815, excepto en los primeros años y en la lucha entre
Francia y Gran Bretaña, consistieron en operaciones cortas que quedaban decididas
rápidamente en el campo de batalla y que concluían con una paz impuesta por la parte
ganadora. Los estudiosos en la materia coinciden en que estas guerras cerraron un
período que había comenzado alrededor del año 1500 y dieron paso a otro cuyo
comienzo no está muy claramente definido. La mayoría de los escritores atribuyen el
cambio a la Revolución Francesa, y al consiguiente nacionalismo de la opinión pública, y
a unas relaciones más estrechas entre gobernantes y gobernados. Esta idea fue sostenida
hace medio siglo por Max Jáhns y Hans Delbrück. Años después, hubo una cierta
tendencia revisionista, a cargo de Jean Colin, que investigó sobre el tema, intentando
buscar en diversas fuentes alguna explicación técnica. Llegó a la conclusión de que tales
cambios se debían a las grandes mejoras en la artillería durante la segunda mitad del siglo
XVIII, a la nueva organización del ejército, a las mejoras de las vías de comunicación y a
la nueva cartografía disponible. No obstante, la opinión generalizada es que, mientras
que se reconoce la importancia del progreso técnico, los efectos de la revolución política
fueron más profundos. Como Delbrück dijo, el nuevo politisches Weltbild de la Revolución
Francesa produjo "una nueva constitución de los ejércitos que, en primer lugar, aportó
nuevas tácticas y como consecuencia de ellas, se originó una nueva estrategia" (3).
La transición es evidente en las obras de los tres escritores que vamos a tratar a
continuación. Cada uno de ellos representa una etapa significante en la historia del
pensamiento militar. Federico el Grande realizó las máximas proezas militares que podían
llevarse a cabo en Europa en las condiciones existentes antes de la Revolución Francesa.
Guibert fue discípulo de Federico, pero previo con más claridad que él algunas de las
transformaciones que se avecinaban. Bülow, contemporáneo de la Revolución y de las
Guerras Napoleónicas, fue percibiendo gradualmente las lecciones que ambos
acontecimientos ofrecían. De los tres, sólo Federico fue un comandante con experiencia
práctica; sus escritos reflejan la guerra real de cada día. Guibert y Bülow, aunque también
eran oficiales del ejército, no ejercieron nunca el mando de forma directa; fueron críticos
notables, profetas y reformadores. La mente de Federico estaba completamente
embargada por los acontecimientos. Guibert y Bülow, iban más allá de las circunstancias
del presente y eran mucho menos rígidos en sus planteamientos; sus fluctuantes y
parciales interpretaciones podrían tomarse como ejemplo para ilustrar las dificultades a
las que se enfrentan muchos teóricos militares para encajar su línea de pensamiento en
las realidades cambiantes del mundo en que viven.
Federico el Grande, al invadir Silesia inesperadamente en 1740, dio un ejemplo de
lo que posteriormente se llamaría la guerra relámpago (blitzkrieg). Mediante tres guerras
sucesivas pudo conquistar y retener esa codiciada provincía, cuya extensión era el
doble que la de
108 Creadores de la Estrategia
Moderna

que la de su pequeño reino, luchando a veces contra fuerzas muy superiores y


dando muestras de un ingenio como general muy por encima de sus adversarios.
Prusia era el estado dinástico con las características más extremadas de toda
Europa; era el que se había unificado de forma más artificial, el menos apoyado
por el espíritu de su pueblo y el más pobre en recursos materiales y humanos.
Federico se distinguió también como escritor pródigo. En sus escritos, las
generalidades mencionadas antes pasaban a tener una forma definida y concreta.
Su primera obra importante fue Príncipes généraux de la guerre, escrita en 1746 y
contiene las experiencias de las dos primeras guerras de Silesia. Esta obra tenía
un carácter confidencial el principio y sólo accedían a ella sus generales, pero la
captura de uno de ellos por los franceses en 1760, provocó el que se publicara. El
rey posteriormente desarrolló sus ideas en un Testament politi-que, compuesto en
1752 para uso privado de sus sucesores en el trono. Los Príncipes Généraux
pasaron a ser, entonces, un apéndice de este testamento. En 1768, cuando sus
guerras habían terminado y algunas de sus ideas se habían modificado, escribió su
Testament militaire para sus sucesores. Dedicado a sus generales, en 1771 publicó su
Elements de castramétrie et de táctique. Durante su reinado compuso diversos manuales
de instrucción para las distintas armas del ejército; todos ellos fueron reunidos y
publicados junto con otros escritos suyos en 1846. Entre las obras que hizo
públicas merece especial mención L'art de la guerre, que consta de una serie de
ensayos políticos junto con varias historias y memorias de su reinado y, en él,
Federico intentó descubrir los secretos de sus éxitos militares. La mayoría de sus
obras de carácter teórico las escribió en francés, pero empleó el alemán para
muchos de sus manuales técnicos y tácticos. Como regla general, expresó siempre
las mismas ideas en cuanto a organización y táctica de los ejércitos, pero en el
campo estratégico y político de la guerra, cambió desde una profunda agresividad
en 1740 a una filosofía de relativa inactividad.
La organización del ejército era una antigua preocupación de los gobernantes
de Prusia. En 1640, un siglo antes de la ascensión de Federico el Grande al trono,
su bisabuelo, el Gran Elector, fue coronado rey en plena Guerra de los Treinta
Años. Por aquel entonces no existía el reino de Prusia, sino sólo pequeños
territorios a lo largo de las llanuras del norte de Alemania, asolados por los
mercenarios. Su bisabuelo creó un ejército y para sostenerlo construyó virtual-
mente un nuevo sistema político y una nueva economía. Su reinado cambió el
curso de Prusia. En primer lugar, hizo que el ejército adquiriera su propia iden-
tidad; además, fomentó el que tanto la ciencia militar como la política y la eco-
nomía estuvieran unidas de manera que formaran todas juntas una gran ciencia al
servicio del estado; por último, Prusia, creada por la dinastía Hohenzollern, fue el
producto de un cuidado planeamiento. Durante el reinado de Federico
Guillermo I, padre de Federico el Grande, el rey de Prusia estaba considerado
como el monarca más recto y laborioso de toda Europa. El dirigía personalmente el
estado; todos los asuntos
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 109

pasaban por sus manos y su cerebro dirigía todos los conflictos y situaciones que se
presentaban. Pero el orden que se instauró en Prusia no fue el resultado de una libre
discusión y colaboración. Como Federico puntualizó en una ocasión: "si Newton hubiera
tenido que consultar a Descartes y a Leibnitz, nunca hubiera creado su sistema filosófico".
Según Federico, el rey de Prusia debía tener un ejército y mantener un firme
equilibrio entre las clases del estado, la producción económica y el poder militar. Debía,
además, conservar a la nobleza, prohibiendo la venta de tierras de nobles a los campesinos
y hombres de negocios. Los campesinos eran demasiado ignorantes para llegar a ser oficiales
(4), y tener oficiales burgueses era "el primer paso hacia el declinar y la ruina del ejército"
(5). Para el estado y para el ejército era necesaria una estructura de clases rígida. Según
decía Federico, un coronel valiente hace que su batallón sea valiente, y la decisión de un
coronel en un momento de crisis puede cambiar el destino del reino. Pero el rey debía
estar seguro de que estos aristócratas tenían el espíritu adecuado. En su primer
testamento político, Federico insistía a sus sucesores que, durante las guerras en Silesia,
hicieran un decidido esfuerzo para inculcar a sus oficiales la idea de luchar por el reino de
Prusia (6).
El soldado sentía por Federico un profundo respeto y el interés de éste por ellos se
limitaba fundamentalmente a los asuntos relacionados con la disciplina y las cuestiones
materiales. Las familias campesinas (que eran siervos al este del Elba), estaban protegidas;
no se permitía que sus tierras las absorbieran los burgueses o los nobles; excepto los
estrictamente imprescindibles para la agricultura, como los hijos más jóvenes, todos los
varones eran reclutados. Pero en general, los campesinos y hombres de negocios eran más
útiles como productores. "Los trabajadores deben conservarse como un tesoro y, en caso
de guerra, sólo se les reclutará para servir en su propia región y cuando la necesidad
obligue a ello" (7). Mas de la mitad del ejército estaba compuesto por profesionales no
prusianos, prisioneros de guerra o desertores de ejércitos extranjeros. Federico sentía
predilección por el sistema cantonal prusiano, según el cual, para compensar la carga que
suponía el reclutamiento, determinados distritos eran asignados a regimientos específicos.
Con este sistema (y con el uso de extranjeros), en 1768 sólo se necesitaba reclutar cada
año a 5000 nativos de Prusia. No obstante, él era consciente del valor que tenían las
fuerzas compuestas por ciudadanos con arraigados sentimientos patrióticos, para lo cual
creyó que el mejor procedimiento era distribuir a los hombres dentro de las unidades, de
manera que los vecinos en la vida civil, estuvieran también juntos en el combate. En
1746 escribió: "Nuestras tropas, procedentes de honorables trabajadores, luchan con
honor y coraje. Con tropas así se puede conquistar el mundo entero". Todo esto prueba
que Federico daba un valor teórico muy grande el patriotismo, aunque nunca hizo nada
en la práctica para favorecerlo, ni tampoco podía, puesto que eso hubiera supuesto una
revolución dentro de su reino. El daba por sentado que el soldado común no tenía honor
y murió con el convencimiento de que el uso de los extranjeros en el ejército era muy
provechoso (8).
110 Creadores de la Estrategia
Moderna

Los soldados de Federico no se sentían espiritualmente unidos a él. En el ejército


prusiano, las deserciones eran la pesadilla de los comandantes durante el siglo XVIII,
especialmente en la fragmentada región correspondiente a Alemania, donde hombres que
hablaban la misma lengua se encontraban en cada guerra en bandos opuestos. En 1744,
Federico se vio obligado a detener su avance por Bohemia porque su ejército se amotinó.
Promulgó leyes para prevenir la deserción, como la de prohibir que sus tropas acampasen
cerca de grandes bosques, realizar marchas durante la noche, a no ser por una imperiosa
necesidad, e incluso los soldados debían ser acompañados por un oficial cuando iban a
por forraje o para ir a las letrinas (9).
Al tener que controlar a un material humano que le inspiraba tan poca confianza,
Federico hacía hincapié en la importancia del mantenimiento de una estricta disciplina,
a la cual el ejército prusiano estaba acostumbrado desde el reinado de su padre. Según él
solía decir: "la más ligera pérdida de disciplina conducirá a la barbarie" (10). También en
Prusia el ejército era un reflejo del estado. La disciplina era en cierto modo paternalista
para hacer del soldado un ser racional mediante la autoridad y previniendo que realizaran
actos ofensivos, como embriagarse o robar. El objetivo principal de la misma era hacer que
el ejército fuera un instrumento al servicio de una sola mente y de una sola voluntad. Los
oficiales y los hombres deben comprender que cada acto "es el trabajo de un solo hombre".
De la misma manera, "no hay razones aisladas, todo el mundo actúa"; es decir, todo se
planea de forma centralizada, en la mente del rey. En su opinión, todo lo que pueda ser
hecho con soldados, les dará el Korps-geist y hará que se fundan sus personalidades en sus
regimientos. Con la edad se fue haciendo más cínico y observaba que la buena voluntad
afectaba a los hombres mucho menos que la intimidación. Los oficiales debían conducir
a sus hombres al peligro; "por tanto (puesto que no tenían honor), deben temer a sus
oficiales más que a ningún otro peligro". Poco después añadía que por humanidad había
que proporcionarles un adecuado cuidado médico (11).
Pero el conseguir que las tropas fueran dóciles a través de la disciplina requería un
cuidado entrenamiento. Los campos de instrucción de Prusia eran famosos entre los
observadores extranjeros y en ellos se podía ver como batallones enteros realizaban
complicadas evoluciones con gran precisión. Con ello se pretendía conseguir una elevada
movilidad táctica, habilidad para pasar del orden de marcha al de batalla y coraje para
actuar bajo el fuego enemigo, así como decisión en el ejercicio del mando. Federico
nunca cesó de repetir a sus generales que perseveraran en la vigilancia de la instrucción,
tanto en paz como en guerra. "A menos que cada hombre haya sido entrenado
previamente en tiempo de paz para lo que tiene que hacer en guerra, de la misma
manera que nadie puede llevar un negocio sin saber nada de él" (12).
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 111

Con tropas tan mentalizadas a actuar mecánicamente, el combate era una cuestión de
puro método. Los ejércitos enemigos desplegaban conforme a patrones establecidos, casi
como si se tratara de comenzar una partida de ajedrez: a cada lado, la caballería; la
artillería, situada en la retaguardia; los batallones de infantería, distribuidos en dos líneas
paralelas, separados entre sí unos trescientos metros y, cada línea, o al menos la primera,
estaba dividida en tres secciones; una de ellas disparaba al recibir la orden mientras que las
otras recargaban sus armas. Federico nunca se desvió de este tipo de formación de
combate, aunque como todos los buenos generales hacía a menudo variaciones para
adaptarse a las circunstancias. El orden de batalla determinaba el orden de marcha;
según Federico, las tropas debían marchar en columnas de forma que mediante un giro
rápido pudieran quedar dispuestas en líneas para abrir fuego, con la caballería situada a
sus flancos. El orden de batalla era también el objetivo final de la disciplina tan severa. No
resultaba fácil mantener a los hombres en líneas, codo a codo, mientras estaban sometidos al
fuego enemigo, pero las órdenes eran estrictas: "Sí un soldado intenta huir durante el
combate o se separa de su línea, el oficial situado detrás de él puede atravesarle con su
bayoneta o disparar sobre él" (13). Incluso si el enemigo huía, los batallones debían
mantener su posición. El pillaje sobre los muertos o heridos estaba castigado con la pena de
muerte.
Federico concedía un gran valor a la caballería, que representaba alrededor de la
cuarta parte de su ejército, pero sólo la utilizaba para acciones de choque y actuando en
forma de unidades tácticas compactas. Su capacidad de reconocimiento era pobre; en
1744, a pesar de disponer de 20.000 hombres, no pudo localizar a los austríacos.
Tampoco tuvo éxito al utilizar la infantería ligera para llevar a cabo escaramuzas o
patrullas. Los austríacos tenían muchas tropas ligeras, tanto a pie como a caballo, en sus
regimientos de Croacia y Pandour; los franceses utilizaban unidades de infantería ligera
con los reclutas no entrenados de la Revolución. Federico apenas sabía qué hacer con sus
tropas que, dispersas e individualistas, no se ajustaban a su ideal (14).
Hacia la mitad del siglo XVIII hubo un rápido aumento del uso de la artillería respecto
a las otras armas, mayor que en cualquier otro período desde el siglo XVI al XX (15).
Los austríacos, después de la humillación que sufrieron al perder Silesia, se dedicaron a
mejorar su artillería para contrarrestar la movilidad de las columnas de Federico. Los
franceses poseían la artillería más avanzada de Europa. Federico se lamentaba a menudo
de la competencia que se estableció entre los principales estados para proveerse de una
artillería cada vez mejor. Esto supuso un verdadero problema para la economía del estado
prusiano, según observaba Federico en 1768; no obstante, él fue quien introdujo la
artillería de campo arrastrada por caballos, capaz de cambiar su emplazamiento durante la
batalla. Siempre insistía en su idea de que la artillería no era un "arma" sino un "cuerpo
auxiliar", inferior a la infantería y a la caballería, pero fue utilizándola cada vez más y en
uno de sus últimos escritos, una Instruction de 1782, reconoció la influencia de la
artillería francesa en el desarrollo de las batallas. Federico dio
112 Creadores de la Estrategia
Moderna

dio órdenes tajantes a los oficiales de artillería para que no hicieran sus fuegos
simplemente para satisfacer las demandas de la infantería y la caballería, instruyéndoles en
el uso discriminado de la munición y en concentrar el fuego sobre la infantería enemiga,
con el fin de producir una brecha en las líneas enemigas y ayudar así a la infantería propia
a producir la rotura de las líneas enemigas (16).
El uso de grandes líneas compactas chocando frontalmente era a menudo
excesivamente sanguinario, por lo que Federico se inclinaba por el ataque a los flancos,
para lo cual, estableció su famoso orden oblicuo, donde un ala avanzaba escalonadamente y
de forma más rápida, cuanto más alejada estaba del centro. Sin entrar en detalles tácticos,
el objetivo del rey prusiano era alcanzar una victoria rápida a base de girar sobre las líneas
del enemigo y, en caso de fallar en el intento, minimizar sus pérdidas. La gran movilidad de
las fuerzas prusianas y su perfecta coordinación, le proporcionaban una eficacia especial
para los movimientos por los flancos (17).
En los temas que se referían a organización del ejército y a las tácticas, Federico nunca
cambió sus posiciones básicas, sin embargo, modificó mucho su pensamiento sobre
estrategia. Al principio de su reinado parecía que quería introducir un nuevo espíritu,
pero después terminó por aceptar las limitaciones impuestas por la política sobre los
métodos a utilizar en las guerras, así como dónde y cuándo debían tener lugar las batallas.
Su ataque relámpago a Silesia alertó a toda Europa. Su primera guerra en Silesia
(1740-1742) fue una empresa desesperada en la que el rey arriesgó su corona. Con la
segunda guerra (1744-1745), que constituyó como la primera una parte de la Guerra de
Sucesión Austríaca, intentó la destrucción total de la dinastía de los Habsburgo; su
proyecto falló, pero retuvo Silesia. A partir de entonces, su política se hizo menos
ambiciosa. Durante la guerra de los Siete Años (1756-1763), después de las batallas de
Rossbach y Leuthen, que probablemente salvaron a Prusia de la extinción, se vio obligado a
mantener una brillante defensa contra las fuerzas combinadas de Francia, Austria y Rusia,
cada una de las cuales tenía una población más de cuatro veces superior a la suya. La última
guerra de Federico, la de la Sucesión de Baviera (1778-1779), fue un ejemplo de guerra
poco sangrienta y no representó ningún problema para sus fuerzas.
En su obra Principes généraux de la guerre, defendió un tipo de estrategia de acciones
relámpago (blitzkrieg). Según él decía, "las guerras de Prusia deben ser cortas e intensas",
para lo cuál, los generales prusianos deberían buscar siempre una decisión rápida (18).
Estos eran los principios sobre los que se apoyaba al comienzo de su reinado; sin embargo,
las mismas razones que daba entonces para defender un tipo de acciones rápidas, las
utilizó al final de sus días para apoyar una actitud más cautelosa. Solía decir a menudo
que una guerra larga agotaría los recursos de Prusia y acabaría con la admirable disciplina
de sus tropas. Pero por encima de todo, existían fuertes razones que le obligaban a
pensar así: los limitados
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 113

limitados recursos del estado, la dependencia de sus ejércitos de centros logísticos fijos
preparados de antemano y la utilización de soldados que, a pesar de estar bien instruidos,
no eran de plena confianza.
Federico no pudo vencer ninguna de estas limitaciones. No logró convertir a Prusia
en un estado rico y sólo consiguió economizar en parte sus recursos. El no podía dejar que
sus ejércitos se abastecieran de los territorios ocupados, como lo hacían los de los
gobiernos de la Revolución Francesa, aunque siempre recomendó este procedimiento. Sus
fuerzas se desintegrarían al dispersarse para buscar subsistencias y perderían la moral si
no eran abastecidas regularmente. Tampoco podía contar con ser bien recibido en los
territorios ocupados. Sus esfuerzos por formar una "quinta columna" en Bohemia fallaron
repetidamente. Tampoco pudo transmitir ningún entusiasmo moral a sus tropas como
consecuencia del sistema por él establecido y de su visión de la vida.
Además, cuando los austríacos reforzaron su artillería y sus fortificaciones después de la
pérdida de Silesia, añadieron un nuevo obstáculo técnico al desarrollo de una estrategia
agresiva por parte de Federico. El viejo rey, al final de su vida, reconocía que las
condiciones habían cambiado mucho desde su juventud y que, en adelante, Prusia sólo
podría afrontar un tipo de guerra de posiciones. En aquellos tiempos, cuando sus grandes
centros de abastecimiento no estaban defendidos y cuando sus fronteras eran
vulnerables, daba un gran valor a las fortificaciones fijas. Los fuertes, según decía, son los
eslabones que mantienen unidas a las provincias: "Asediar y conquistar estas fortalezas
debe ser el objetivo principal de la guerra". La forma de establecer y conducir los sitios
había alcanzado el grado de ciencia desde Vauban, y Federico continuó esta tradición.
Incluso su concepto de la batalla estaba influido por ello: "Nosotros deberíamos disponer
nuestro orden de batalla fijándonos en las reglas para establecer las posiciones para un
asedio". En 1770 añadió que las dos líneas de infantería en el orden de batalla se deberían
corresponder con las dos líneas paralelas que formaban las fuerzas sitiadoras y que incluso
al ocupar las pequeñas ciudades no se deberían perder de vista estos principios. No se
podía ir en contra de la tendencia que parecía haber adquirido la guerra. Napoleón sólo
estableció dos sitios en toda su carrera (19).
Federico también se diferenció de Napoleón por su poco entusiasmo hacia las grandes
batallas, es decir, hacia los choques decisivos entre grandes fuerzas beligerantes. Para su
forma de pensar, el resultado de una batalla dependía, en gran manera, de la suerte y ésta
era lo opuesto al cálculo racional. Las principales premisas de la guerra preconizada por
Federico eran un planteamiento perfecto y la capacidad del mando para exigir obediencia
a sus subordinados y, ambas, podían desvanecerse como consecuencia de
enfrentamientos a gran escala. "Hay que tener en cuenta que la mayoría de los generales
desean entablar una gran batalla cuando podían utilizar otros recursos. Lejos de ser un
mérito para ellos, es una prueba de esterilidad mental" (20).
114 Creadores de la Estrategia
Moderna

El objetivo estratégico de Federico no era aniquilar la fuerza principal del enemigo en


una batalla. El sabía que el vencedor de una batalla debía intentar perseguir al enemigo
para completar su destrucción y explotar el éxito obtenido, pero su ejército no era el
idóneo para llevar a cabo ese tipo de acciones; la caballería, entrenada en acciones de
choque y para actuar en unidades compactas, era proclive a las deserciones si se la dividía,
o se tenía que enfrentar a fuerzas agresivas, como las feroces y semisalvajes fuerzas
irregulares croatas, por lo que no era adecuada para perseguir a un ejército diseminado y
en retirada. Las acciones llevadas a cabo por la caballería de Napoleón después de la
batalla de Jena no podrían haberlas llevado a cabo la caballería de Federico. Para Federi-
co el propósito de la batalla era forzar a moverse al enemigo. "Ganar una batalla significa
obligar al oponente a ceder su posición" (21).
De esta manera, el tipo de guerra de Federico fue evolucionando hacia una de
posiciones, es decir, una guerra de complejos movimientos y de una sutil acumulación de
pequeñas ganancias; lenta en su idea general (aunque no en las tácticas) y
completamente diferente al tipo de guerra corta e intensa que recomendaba en 1746. En
1768 escribió: "Obtener muchos éxitos pequeños significa alcanzar un tesoro". En 1770
añadió: "Todas las maniobras en guerra se limitan a alcanzar posiciones que puedan
suponer una ventaja y atacar a otras con las menores pérdidas posibles". Al final de su
reinado, y como consecuencia de sus amargas experiencias en Bohemia, reconoció que un
ejército no podía actuar con éxito más allá de sus fronteras. En 1775 escribía: "Observo
que todas las guerras que se desarrollan lejos de las fronteras del país que las realiza tie-
nen menos éxito que aquellas que tienen lugar dentro del alcance del propio país. ¿No
será debido a un sentimiento natural del hombre que le dice que es más justo defenderse
a sí mismo que despojar de sus bienes al enemigo? Pero quizás la razón física es más
importante que la moral, como consecuencia de la dificultad de proporcionar alimentos a
zonas alejadas de la frontera y hacer el abastecimiento rápido de nuevos reclutas,
caballos, ropa y munición". Napoleón, al ganar batallas en lugares tan distantes de
Francia como Austerlitz y Friedland, se hubiera sonreído ante esa afirmación, aunque la
batalla de Borodino probablemente le haría recordar la fuerza de la misma (22).
Pero aunque el pensamiento estratégico de Federico se mantuvo dentro de los límites
de la guerra de posiciones y no era partidario de batallas decisivas (fueron sus asesores los
que le presionaron para las batallas de Rossbach y Leut-hen), tampoco le gustaba la
pasividad en las operaciones. Siempre insistía en la importancia de la sorpresa. Después de
la Guerra de los Siete Años dedicó grandes esfuerzos a dotarse de mapas detallados e
informaciones exactas de Sajonia y Bohemia, así como a equiparse con nuevos obuses de
10 libras y a hacer prácticas con nuevas formaciones de caballería, siendo mantenido
todo ello como un secreto de estado. Fue un decidido partidario de la estrategia ofensiva
en el campo de batalla ya que permitía una mayor iniciativa; pero elegía sin titubeos
actuar en defensiva cuando era menos fuerte que su enemigo o cuando esperaba obtener
una ventaja
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 115

del ventaja. Sin embargo, debía ser una defensiva activa y desafiante que, mientras estaba
basada en fortificaciones fijas, podía asaltar libremente las posiciones enemigas o sus
fuerzas destacadas. Decía: "Un comandante está equivocado si cree que actúa bien en
una guerra defensiva cuando no toma la iniciativa y permanece inactivo durante toda la
campaña. Ese tipo de defensiva acabará con todo el ejército, expulsándolo del país que el
general pretendía proteger (23).
Dadas las condiciones que existían en su tiempo, cada vez dudaba más de las ventajas
que aportaba la guerra. Cuando de apoderó de Silesia se convirtió en un hombre amante de
la paz y una vez que Prusia llegó a ser uno de los principales países de Europa, Federico fue
uno de los más fervientes defensores del orden establecido. El previo una posible
expansión de Prusia en Polonia, Sajonia y la Pomerania sueca, pero (excepto en el caso de
la primera partición de Polonia, que fue realizada sin guerra y sin modificar el equilibrio de
fuerzas, para gran satisfacción de los diplomáticos) prefirió dejar esos proyectos a sus
sucesores. El pertenecía a una dinastía, no era un revolucionario ni un aventurero, y
podía dejar algunas cosas para que las hicieran otros, en vez de él mismo. En 1775 era un
firme partidario de mantener el status quo militar existente. Escribió: "Los ambiciosos
deberían tener en cuenta que como los armamentos y la disciplina son iguales en toda
Europa, y como las alianzas equilibran las fuerzas entre las partes beligerantes, lo máximo
que pueden esperar es conquistar algunas pequeñas ciudades próximas a la frontera o
algún pequeño territorio que no compensará los gastos de la guerra y cuyos habitantes serán
probablemente menos de los que se han empleado en la campaña". Tampoco temía ser
atacado por sus poderosos enemigos. "Creo que los pequeños estados (como Prusia, con
sus cinco millones de habitantes) se pueden mantener frente a las grandes monarquías
(como Francia, Austria y Rusia con unos veinte millones cada una), cuando estos estados
son laboriosos y establecen un estricto control en todos sus asuntos. Los grandes imperios
son una fuente de abusos y de confusión, y se mantienen únicamente por sus grandes
recursos y por la fuerza intrínseca de sus masas. Las intrigas existentes en esas cortes
arruinarían cualquier otro país más pequeño; éstas son siempre perjudiciales, pero no
evitan el mantener a grandes ejércitos en pie". Parece que nunca llegó a plantearse qué
ocurriría con el "equilibrio de Europa" que él defendía, si las monarquías mas florecientes
fuesen sacudidas por una violenta convulsión social que hiciera desaparecer gran parte del
orden establecido. El nunca previo la Revolución Francesa (24).

II

En la época de Federico el Grande, se estaban fraguando en Francia las bases para


las posteriores guerras napoleónicas. La humillante paz de 1763, por la que Francia perdió
su imperio de ultramar y su prestigio en Europa, dio paso a numerosas reformas de su
ejército.
116 Creadores de la Estrategia
Moderna

ejército. Gribeauval revolucionó la artillería introduciendo el principio de utilizar piezas


intercambiables, mejorando la precisión del fuego y aumentando la movilidad de las armas
al reducir su peso. Sus reformas crearon los tipos de armas que fueron los modelos
homologados hasta 1820. El Mariscal de Broglie y el Duque de Choiseul, introdujeron en
1760 un nuevo y mayor tipo de unidad en la organización del ejército: la división. Después
de sucesivos cambios, la división fue definida como una unidad permanente, mandada por
un oficial general y con la suficiente potencia como para enfrentarse por sí sola a un
enemigo en condiciones de vencerlo, o sujetarlo hasta que otras divisiones alcancen la
zona de operaciones. Los grandes ejércitos dejaron de ser masas de hombres formando
una continua línea de frente y se convirtieron en unidades completas articuladas, con
capacidad de actuar independientemente. Esto abrió grandes y nuevas posibilidades
estratégicas y tácticas a los comandantes en jefe y, al mismo tiempo, los jefes de las
divisiones y los generales subordinados alcanzaron mucha mayor importancia que en el
ejército de Federico. Durante las Guerras Revolucionarias, las divisiones demostraron por
primera vez su importancia. Napoleón y sus mariscales fueron el resultado de las mismas
(25).
Como consecuencia de las sucesivas innovaciones que se fueron introduciendo, a
partir de 1763 hubo una gran cantidad de escritores que trataron sobre la nueva
problemática planteada. Entre todos ellos merece especial mención un joven noble, el
Conde de Guibert, que en 1772 publicó sus Essai general de táctique. Sólo contaba 29 años,
pero su libro fue un rotundo éxito. Frecuentaba las reuniones sociales, se enamoró de Mile,
de Lespinasse, escribió tres tragedias en verso, sirvió durante un tiempo en el
Departamento de la Guerra y, en 1789, fue llamado por una de las asambleas de distrito
par elegir a los miembros de los Estados Generales, pero fue destituido por los
reaccionarios, los contrariados y los celosos. Murió en 1790, gritando en su lecho de
muerte: "¡Seré conocido! ¡Me harán justicia!" (26).
Guilbert era de carácter inestable, impredecible y era brillante como literato y filósofo,
considerado por sus contemporáneos como la personificación del genio. Inconsistente y
temperamental, se dejaba arrastrar con facilidad por el entusiasmo del momento. Cuando
escribió su Essai, había servido como oficial en Alemania y en Córcega. Como otros
filósofos admiraba a Federico por sus ideas modernistas y su cultura. Parece que el gran
Federico se enojó tanto al ver que ese jovenzuelo había adivinado sus secretos, que al leer
Essai, se lo arrojó enfurecido. No se sabe si lo contenido en el libro eran o no los
secretos del viejo rey; lo que sí es cierto es que a veces iba más lejos del tipo de guerra
preconizado por Federico.
En su Essai general de táctique, destacan dos temas: uno, la demanda de un ejército
patriótico o popular; el otro, su deseo de volver a una guerra de movimientos. Ambos
resumen la concepción táctica de Guibert. En aquellos tiempos se solía usar el término
"gran
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 117

"gran táctica" para lo que hoy llamamos estrategia, y "táctica elemental" para lo que
conocemos como táctica. Esta terminología fue rechazada por Guibert por considerarla
de miras demasiado estrechas. Táctica, para él, incluía a toda la ciencia militar y tenía dos
partes: la primera, la formación y entrenamiento de los ejércitos; la segunda, el arte del
general, es decir, como conducir la guerra y las operaciones, por tanto, esta última incluía
lo que hoy denominamos estrategia y táctica. Su concepto de "táctica" quiso elevarlo al
nivel de verdad universal: "Táctica es la ciencia de siempre, de todas las naciones y de
todos los ejércitos... en una palabra, el compendio de todo el pensamiento militar, desde
los orígenes hasta nuestros días" (27).
El tema del ejército popular era un punto de vista común en los círculos filosóficos e
intelectuales de la época. Montesquieu, Rousseau y Mably, entre otros, mantenían una
postura liberal a modo de salvaguarda contra la tiranía, de manera que todos los
ciudadanos de un país debían ser entrenados en el manejo de las armas. J. Servan,
colaborador de Diderot en su Encyclopédie, y que llegó a ser ministro de la guerra durante
la Revolución, publicó un libro en 1780 sobre el soldado. La postura de Guibert era de
las más avanzadas. En su Essai proponía "la constitución de una normativa militar y
política al mismo tiempo", según la cual, todo francés, noble o plebeyo, rey o vasallo, se
enorgullecería al ostentar el título de ciudadano; este trabajo se puede considerar el primero
que intentó conciliar el mundo político y social con el militar, realizado por un filósofo.
Según Guibert, todos los gobiernos europeos de aquel tiempo eran despóticos y todos
los pueblos los derrocarían si pudiesen; ninguno de los pueblos lucharía por su gobierno.
Tampoco había gobiernos interesados por los temas militares desde un punto de vista
científico. Incluso en Prusia, la disciplina era solamente una fachada detrás de la cual
existía un pueblo antimilitarista y la juventud no estaba preparada para la guerra ni para
soportar hábitos espartanos. En Francia, donde el rey no era soldado, la situación era aún
peor. Los pueblos vivían indiferentes a los azares de la guerra porque los prisioneros eran
normalmente ejecutados y para los civiles de una provincia conquistada la única diferencia
consistía en pagar los tributos a otro señor. En resumen, todos los pueblos de Europa
tenían poco coraje y los gobiernos eran débiles. Según decía Guibert, "supongamos que
uno de los pueblos de Europa resurgiera vigoroso en espíritu, en gobierno y en medios a
su disposición; un pueblo que combinara la posesión de un ejército nacional fuerte con un
plan de expansión perfectamente definido. Nosotros veríamos a ese pueblo subyugar a sus
vecinos y aniquilar todas nuestras débiles instituciones, como el viento dobla las cañas"
(28).
Estas frases han sido tomadas a menudo como una profecía de las Guerras
Revolucionarias y las Napoleónicas. Pero en realidad, en su tiempo ningún pueblo de
Europa era lo suficientemente vigoroso como para eso. Rusia, bajo el poder de Pedro I,
podría haber sido la excepción a principios del siglo, pero poco a poco se fue
acomodando
118 Creadores de la Estrategia
Moderna

acomodando a los "lujos" de occidente y a los refinamientos de la civilización. Aunque


Guibert no confiaba en que se produjeran los cambios que predicaba en sus teorías,
sabía que en un mundo tan decadente, el país que lograra realizar algunas ligeras
reformas, tendría una gran ventaja sobre los otros, y eso era lo que él deseaba para
Francia.
Introduciendo el vigor del pueblo en el ejército, Francia podría desarrollar un tipo de
guerra más decisiva, rápida y aplastante. Según él decía, "los vicios de la guerra moderna
son incorregibles sin una revolución política, y ya que no tenemos un ejército popular,
hagamos al menos que nuestras tropas estén estrenadas y sean disciplinadas". Después de
la proclamación de lo que él consideraba sus principios generales, Guibert trabajó en ese
objetivo, pero llegó al mismo punto en el que Federico había comenzado, es decir, en la
idea, expresada por este último en 1746, de que el ciudadano-soldado era lo mejor, pero
puesto que la mayoría de los soldados no se podían considerar ciudadanos, debían ser entre-
nados adecuadamente manteniendo una férrea disciplina (29).
El segundo tema de su libro, la demanda hacia una guerra de movimientos, lo
desarrolló más ampliamente que el del ejército popular. Pero también aquí cae en el
primitivismo de considerar a la cultura del siglo XVTII demasiado compleja y sofisticada,
idealizando las rudas virtudes espartanas. Guibert confiaba en hacer la guerra más móvil y
decisiva al simplificar sus elementos. Creía que los ejércitos eran demasiado grandes, la
artillería estaba sobreestimada, las fortificaciones y los centros logísticos
sobredimensionados y los estudios topográficos exagerados. En su opinión, los pueblos
europeos, al no tener fuerza espiritual, se dedicaron a desarrollar objetos materiales sin
ningún valor real y comenzaron a depender del dinero.
En su concepto sobre el tamaño de los ejércitos y de la artillería necesaria, dos
aspectos que estaban en aumento y que constituyeron su máximo exponente en la batalla
de Leipzig (1813), hasta el punto de que las cantidades empleadas en ella no fueron
superadas hasta el siglo XX, Guibert no logró tener la perspectiva de su maestro Federico
el Grande y se mantuvo dentro de los límites de la guerra limitada. Consideraba a los
grandes ejércitos como un signo de la ineptitud de los hombres que estaban a su mando.
En su opinión, un buen general estaría sobrepasado en su capacidad si dispusiera de una
fuerza de más de 70.000 hombres. Al igual que Federico, consideraba a la artillería cofno
un medio auxiliar y no como un arma. Las innovaciones técnicas de Gribeauval habían
producido una gran diversidad de opiniones entre los expertos. De una forma más
limitada, la artillería ocupó una situación similar a la de la aviación en nuestros días.
Guibert eligió una posición intermedia, pero nunca apreció públicamente el trabajo que
hacían sus contemporáneos, sobre todos los problemas teóricos de la artillería; entre ellos
destacó Du Teil, que utilizó nuevos cañones de gran movilidad para conseguir una
concentración de fuego muy elevada y que fue el que inspiró al más famoso artillero de
la época: Napoleón Bonaparte (30).
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 119

Guibert mantenía una postura diferente de la de Federico respecto a la importancia


de las fortificaciones y depósitos de víveres, ya que él los consideraba de poco valor. En su
opinión, los ejércitos debían vivir de las requisiciones en los países ocupados. La guerra
debe sostener a la guerra, como ocurría en la época de esplendor de Roma. Las tropas
debían alimentarse frugalmente, tener pocas necesidades, transportar un equipo muy
ligero y soportar la escasez y las penalidades sin quejarse. El sistema francés actual, decía,
según el cual civiles acompañan al ejército para supervisar sus provisiones, es ruinoso, ya
que las decisiones militares dependen, en la práctica, del consentimiento de agentes
civiles que se preocupan más de proteger los suministros que de luchar eficazmente
contra el enemigo. Un ejército que sea ligero y que viva del país que ocupa, poseerá una
gran movilidad, radio de acción y efecto sorpresa (31).
Aunque el arte de la fortificación se había desarrollado mucho desde Vau-ban,
Guibert creía que las fortalezas serían menos necesarias con la supresión de los grandes
depósitos de víveres y materiales, ya que una de las funciones de las primeras era
protegerlos. La construcción de líneas de fuertes era más costosa que necesaria, y dotar a
cada guarnición con las tropas precisas hacía que los ejércitos fueran muy grandes. El
hecho de que la mayoría de las operaciones militares se desarrollaran en o como
consecuencia de los sitios hacía que las guerras fueran innecesariamente largas. Por todo
ello, Guibert sostenía que las fortificaciones no tenían ningún valor defensivo contra un
ejército muy móvil como el que él concebía. "Como si los bastiones sólo pudieran
defender a las ciudades donde están emplazados, como si el destino de estas ciudades
no dependiera de la calidad y del vigor de las tropas que las defienden y sostienen; en
resumen, como si las fortalezas pobremente defendidas no acabaran exhaustas y en cierta
manera esclavas de los pueblos conquistados, que fueron los que las construyeron". El
llegaba a la conclusión de que los fuertes debían ser pocos, robustos e independientes de los
movimientos estratégicos (32).
Para aumentar la capacidad de movimiento, Guibert se apoyaba en la
recientemente creada división. En este sentido, Guibert se equivocó al no distinguir
claramente entre las nuevas divisiones del ejército francés y la división de las fuerzas que
había puesto en práctica Federico el Grande, pero que en realidad no constituían una
división como unidad militar independiente. Federico solía dividir a su ejército durante
las marchas, de manera que cuando se encontraba con el enemigo, las diferentes
secciones evolucionaban para ocupar su puesto, planeado de antemano. El ejército
marchaba como preámbulo de la lucha. Guibert pretendía separar el orden de marcha
del orden de batalla; durante la marcha, cada división constituía una columna. Estas
columnas se movían más rápidamente y cubrían una mayor zona, haciendo que el
enemigo se moviera en la dirección apetecida. Para la batalla, las divisiones se
concentraban constituyendo una sola
120 Creadores de la Estrategia
Moderna

sola unidad, el ejército. El comandante en jefe, a la cabeza, supervisaba el campo de


batalla, determinaba las tácticas a seguir y situaba a las diferentes unidades en sus puestos.
De esta manera, las batallas eran más flexibles que antes, se adaptaban más al terreno y a
las circunstancias y eran más fáciles de controlar por los comandantes. Guibert reconocía
el mérito de Federico por haber utilizado este sistema en Hohenfriedberg, pero en
realidad la idea era más de Napoleón que de Federico (33).
El mensaje concreto del Essai general de táctique fue la exigencia de un nuevo tipo de
ejército, fundamentalmente un ejército popular, pero en cualquier caso, un ejército
más móvil, que viviera del campo que ocupaba, más libre para actuar al abandonar las
fortificaciones y más maniobrable al estar organizado en divisiones. Con un ejército de
estas características, la guerra de posiciones cedería el paso a un tipo de guerra
eminentemente de movimientos. "En la medida en que seamos capaces de combatir en
una guerra de movimientos, nos alejaremos de la actual rutina y volveremos a un ejército
más pequeño. Con un ejército que sepa maniobrar y pelear hay pocas posiciones que no se
puedan atacar y el enemigo se verá obligado a evacuarlas. En una palabra, las posiciones
son buenas para tomarlas únicamente cuando existen razones para no actuar".
También adelantaba el tipo de guerra relámpago que iba a utilizar Napoleón. En su
opinión, un buen general debía ignorar "las posiciones" en el viejo sentido del término.
"Yo digo que un general que se libere de los prejuicios establecidos en este sentido,
sembrará la consternación en el enemigo, le aturdirá, no le dará oportunidad para
respirar y le forzará a pelear o a retirarse ante él. Pero un general así, necesitaría un
ejército diferente de los actuales; un ejército que estuviera preparado para el nuevo tipo
de operaciones que necesita llevar a cabo" (34). La Revolución iba a generar ese nuevo
tipo de ejército.
Desafortunadamente para su reputación como profeta, en su segundo libro importante
sobre temas militares, titulado Defense du systéme de guerre modeme, publicado en 1779,
Guibert repudiaba de forma explícita las principales ideas contenidas en su primer libro.
"Cuando yo escribí ese libro, era 10 años más joven. Los vapores de la filosofía moderna
calentaron mi cerebro y oscurecieron mi juicio" (35). Además, una vez que se hizo famoso
por sus Essai, conoció a Federico, viajó a través de toda Alemania, fue reconocido como
experto y, entonces, comenzó a sentirse menos contestatario y más conforme con el
mundo en que vivía.
El "sistema moderno" que intentaba reivindicar en su Defense, era simplemente la
guerra de su tiempo, en contraste, con el tipo de guerra de la antigüedad clásica, es decir,
con la técnica militar de 1779. El cuerpo principal del libro se refiere a un único aspecto de
esta guerra "moderna": las ventajas relativas de la columna y la línea en las tácticas de
combate de la infantería. Pero esto ya venía siendo discutido desde una generación atrás.
Guibert adoptó, entonces, una postura conservadora, defendiendo la línea como
prioritaria para obtener una gran potencia de fuego, contra la columna, más apropiada
para el
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 121

para el asalto. Al cuerpo principal del libro, Guibert añadió un capítulo final, titulado "El
sistema de guerra actual respecto a la política y a la administración", y aquí es donde se
retractó de todo su pensamiento anterior.
En esta ocasión abandonó su idea de un ejército popular. Mientras Guibert escribía
este libro, fuerzas populares luchaban contra los ingleses en América del Norte. Muchos
expertos europeos observaban los hechos con sumo interés; Lafayette, Berthier, Jourdan y
Gneisenau regresaban de América partidarios del soldado-patriota y de las formaciones
abiertas para el combate. Guibert insistía, sin embargo, en que ex-civiles nunca podrían
oponerse a profesionales y atribuía el éxito de los americanos a la incompetencia de los
ingleses. Según su opinión, ningún estado moderno podría arriesgarse a usar tropas
formadas por civiles, que eran adecuadas para los tiempos antiguos, cuando las
maniobras eran muy simples y las armas de fuego desconocidas, pero que todas las nacio-
nes de Europa habían descartado, excepto Turquía y Polonia (pero esta última se
encontraba en ruinas). En esta situación la palabra "ciudadano" significaba prácticamente
lo mismo que "habitante" (36).
Además, con tropas profesionales, un país conquistado escaparía de los horrores de
la revancha y la destrucción, "mientras que si ese país poseyera una fuerzas populares, no
podría evitar este tipo de calamidades". La guerra resultará más humana para las gentes que
permanezcan como espectadores. También se desdijo en su opinión sobre las
fortificaciones: "pueden suponer un despilfarro... pero resulta tranquilizador para las
naciones poseerlas y dan seguridad a los imperios". La relativa igualdad en el
entrenamiento, disciplina, recursos y preparación de las potencias militares, producen un
adecuado equilibrio. Su libro Defense finalizaba así:"... las guerras serán decisivas y, por
consiguiente, desastrosas para las naciones; cuantas menos posibilidades haya de que un
país sea conquistado, menores serán también las tentaciones para otros países ambiciosos y
menos revoluciones se producirán en el seno de los imperios". Estas palabras tienen una
gran similitud con las de Federico el Grande (37).
A lo largo de sus dos libros, Guibert vislumbró la diferencia entre guerra limitada e
ilimitada, o entre las luchas de soldados profesionales y las destructivas luchas de los
pueblos; también observó la íntima relación existente entre el tipo de guerra y la
estructura de los gobiernos. La falta de cohesión en sus ideas no fue lógica, sino moral; más
como actitud, que derivada del análisis. A los 29 años, sostenía con fervor las ideas de un
ejército nacional y de una estrategia de acciones relámpago. A los 35 años, defendía esas
mismas ideas, pero con ciertos reparos; poco después, acabó por negarlas rotundamente.
No se distinguió por su capacidad de previsión y no pudo imaginarse que las ideas que
defendía en 1772, y que rechazaba posteriormente en 1779, se iban a hacer realidad para
la siguiente generación, que ya vivía por aquel entonces.
122 Creadores de la Estrategia
Moderna

Antes de finalizar Defense, Guibert se orientó hacia su faceta de filósofo y a veces


demostraba inclinaciones pacifistas, o al menos, ponía objeciones a las guerras sostenidas
por los gobiernos entonces existentes. Según sus palabras, "hablar contra la guerra es
como dar palos en el vacío, porque los gobiernos ambiciosos e injustos no se refrenarán
por ello. Lo que puede dar resultado es eliminar poco a poco el espíritu militarista
existente, para que los gobiernos dejen de interesarse por esta rama de la administración
y, así, algún día veremos a nuestra nación (poseyendo enormes cantidades de material,
pero pobremente armada y sin saber como usarlo), sometida al yugo de naciones guerreras
que pueden ser menos civilizadas pero que tienen más juicio y prudencia" (38). En estas
palabras hay una profecía para Francia. Era un aviso no necesario en el siglo XVIII, ya que
las ideas de los intelectuales no se caracterizaban precisamente por el pacifismo.

III

En 1793 la República Francesa que surgió como consecuencia de la Revolución, tuvo


que hacer frente a la coalición de Gran Bretaña, Holanda, Prusia, Austria, Cerdeña y
España. De todos los pueblos bajo un único gobierno, el francés era el más numeroso y
probablemente el más rico. Un Comité de Seguridad Pública, canalizó las posibilidades
militares de Francia de una manera que no hubiera sido posible con el régimen anterior.
Liberados de los viejos derechos especiales, de los privilegios locales y de clases y de los
monopolios que habían proliferado en la monarquía, el Comité creó una economía de
guerra utilizando métodos dictatoriales, estimulando la conciencia nacional de la
población e introduciendo el principio del servicio militar universal en su levée en masse.
En el aspecto político de la guerra, los revolucionarios eran conscientes de la necesidad de
un nuevo orden militar, aunque no estaban tan convencidos de las innovaciones
necesarias en el campo técnico y estratégico. Las ideas estratégicas de Carnot fueron
consideradas anticuadas (39). El hecho de que los ejércitos no fueran abastecidos por
medio de grandes almacenes y que tuvieran que hacerlo mediante requisiciones, suponía
una revolución en la logística, y lanzar a tropas semi-entrenadas a la batalla y con gran
libertad de acción, suponía romper con el sistema establecido por Federico el Grande, lo
cual dio nuevos ímpetus para una revolución en las tácticas.
En 1794 los franceses tomaron la ofensiva. En 1795, Prusia, Holanda y España firmaron
la paz. En 1796, Bonaparte penetró en Italia y un año después el continente estaba en paz
e Inglaterra pedía negociar. En 1798 la guerra volvió a aparecer como consecuencia de
una Segunda Coalición. En 1799, Bonaparte fue nombrado Emperador de Francia. En
1800 destruyó a la Segunda Coalición mediante operaciones relámpago en Italia; la
primera batalla de "estilo napoleónico" fue la de Marengo.
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 123

Se había producido una revolución en el arte de la guerra, pero su importancia fue


apreciada por los observadores de forma muy lenta. Algunos civiles, como Mallet du Pan y
Gentz, percibieron algunas de las más profundas consecuencias mucho antes que los
militares profesionales. Esto tal vez fue debido a que los cambios más fundamentales
afectaron al aspecto político de la organización militar, una nueva Weltbild para la que,
según Delbrück, era necesario poder hacer cambios revolucionarios en la guerra. En
Francia, los militares profesionales de estos años estaban demasiado ocupados como para
escribir tratados sobre lo que estaban llevando a cabo. En Alemania, Scharnhorst editó
una revista y publicó estudios sueltos sobre casos aislados, y Gneisenau, en una ciudad
fortificada de Silesia, intentó entrenar a su unidad de acuerdo con los principios en boga,
que eran más realistas y menos mecánicos; ambos fueron modificando sus ideas y después
de 1806 formaron un nuevo ejército prusiano. Los escritores militares más famosos en los
años inmediatamente anteriores y posteriores a 1800 (Behrenhorst, Bülow, Hoyer y
Venturini), parecían no haberse dado cuenta de los hechos que estaban ocurriendo ante
ellos. El caso de Bülow pueden resultar el más instructivo (40).
Freiherr Heinrich Dietrich von Bülow, igual que el Conde Guibert, fue un aristócrata
con una mediocre experiencia en el ejército. Para ganarse la vida escribió libros sobre
muchos temas. Demostró ser variable en sus ideas, como lo fue Guibert, a lo que añadió
un egocentrismo patológico. Repudiaba a todos aquellos que no le reconocían como a un
sabio y atacó muy duramente a los rusos por su alianza con Prusia; cuando aun era joven
se volvió loco y murió en 1807, confinado en Riga. En sus escritos y en su vida despertó
grandes pasiones hasta el punto de que unos lo consideraron como maniático y otros el
fundador de la moderna ciencia militar (41).
Su primer libro sobre temas militares fue Der Geist des neuern Kriegssystems, aparecido en
1799; escrito en alemán, fue inmediatamente traducido al francés y al inglés, adquiriendo
una gran fama. Geopolíticos actuales le consideran de un gran valor para el desarrollo
posterior del pensamiento sobre la guerra. Bülow concluyó su obra con algunas
reflexiones sobre el "espacio" político. En él, declaró (en contra de Federico) que, debido
al sistema militar moderno, la época de los estados pequeños había pasado. Sostenía
que todo estado, de acuerdo con su potencia, tendía a ocupar una determinada área, y
más allá de esta área, resultaba incapaz de poderla controlar; por tanto, cada estado
tenía unas fronteras naturales; ateniéndose a esas fronteras, se obtendría un perfecto
equilibrio político y una paz duradera. De acuerdo con esto, y según su opinión, en
Europa debería haber doce estados: las Islas Británicas; Francia, extendiéndose hasta el
Mosa; una Alemania del Norte unida a Prusia y que ocuparía desde el Mosa al Nemen;
una Alemania del Sur que se extendería desde el Danubio hasta quizás el Mar Negro;
una Italia unida, una Península Ibérica unida; Suiza, Turquía; Rusia; Suecia; y,
probablemente, una Holanda y una Dinamarca independientes (42).
124 Creadores de la Estrategia
Moderna

Esta distribución resultó sorprendente por su coincidencia con el mapa de Europa de


1870. En su libro demostró tener una concepción errónea de la situación militar en
1799. Su Der Geist des neuern Kriegssystems demuestra una falta de comprensión de las
guerras de la Revolución. Únicamente respecto a la nueva formación abierta de los
tirailleurs, es decir, en lo relacionado con las tácticas de infantería, se puede encontrar
en Bülow alguna innovación importante (43). Se esforzó igualmente por clarificar
algunos términos, ya que a menudo se mezclaban erróneamente los de "estrategia",
"táctica" y "base de operaciones". En general, las tesis de su libro fueron una recopilación
de ideas obsoletas (43).
El "sistema moderno" de Bülow, al igual que el de Guibert, era simplemente el sistema
desarrollado desde el siglo XVII. Sin embargo, él pretendía atribuirse el descubrimiento de
la verdadera clave de este sistema en el concepto de "base de operaciones". Esta consistía
en una línea fortificada de centros de abastecimiento preparados; dos "líneas de
operaciones" proyectadas desde los extremos de esa base de operaciones deberían
converger en el punto deseado de ataque con un ángulo de al menos noventa grados. El
ejército atacante no debería realizar marchas mayores de tres días desde su centro de
abastecimiento. El principal objetivo del general en jefe no debería ser atacar a las
principales fuerzas enemigas, sino proporcionar seguridad a su propio servicio de
abastecimiento; en operaciones ofensivas, debería concentrar sus esfuerzos no en el
ejército enemigo, sino en su sistema logístico. La lucha debería evitarse. Un general vic-
torioso debería frenar sus impulsos de aprovechar ciegamente la ventaja obtenida,
"deteniéndose juiciosamente al obtener un triunfo mediano". "Las modernas batallas no
deciden nada; un enemigo derrotado en el campo de batalla puede volver a atacar a los
pocos días" (44).
La equivocación de todos estos conceptos quedó demostrada en 1794, cuando la
caballería francesa atacó y conquistó Amsterdam. Las batallas de Hohen-linden y
Marengo, a los pocos meses de la publicación del libro de Bülow, proporcionaron la
respuesta a su "sistema". Pero esta campaña abrió sus ojos y escribió un libro sobre ella,
llegando a la conclusión de que las victorias francesas eran la prueba de su doctrina,
cuando en realidad contradecían la mayor parte de sus teorías. A pesar de todo aprendió
las lecciones que se derivaban de ella, pero muy a su pesar y sin obtener conclusiones
acertadas.
Según dijo Bülow, "la batalla de Marengo ha decidido el destino de la Revolución
Francesa y, por lo tanto, el de la humanidad en Europa". A partir de entonces, cambió
muchas de sus ideas, como que la movilidad era el secreto de los éxitos franceses; ante un
ejército móvil, las fortificaciones habían demostrado ser inútiles; la movilidad y la audacia
habían sido posibles gracias a la reducción de los pertrechos y a la no dependencia de los
centros de abastecimiento. Según observaba, Napoleón había cruzado los Alpes sin
alimentos y lo único que llevaban sus tropas era un tipo de bollo, especialmente
preparado, que no necesitaba cocinarlo; cuando llegó a Italia su ejército estaba
hambriento,
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 125

hambriento, pero sus planes eran vivir del terreno. Bülow no pudo demostrar como
encajaba todo esto con su teoría de la base de operaciones, con su giro prefijado de
noventa grados, aunque insistió sobre ello en repetidas ocasiones. Otro punto que él
advirtió fue que el nuevo ejército francés permitía llevar a cabo acciones más osadas que
los otros ejércitos de su tiempo. Ponía de relieve que los oficiales austríacos mantenían sus
cargos hasta hacerse viejos, a pesar de que su inteligencia fuera mediocre. "Debido a la
Revolución han aparecido en Francia hombres que en tiempo de paz no hubieran
sospechado lo que eran capaces de hacer. Este desarrollo repentino de las capacidades
del espíritu es la causa principal de la marcada superioridad de Francia en esta guerra"
(45).
A pesar de todas estas explicaciones, Bülow no llegó a comprender el tipo de guerra
relámpago que era el asombro de toda Europa. Pretendía atribuir las victorias francesas a
un milagro o a un mensaje de la Providencia. Se convirtió en partidario de Napoleón y
adoptó una postura pro-francesa. Esto hizo que su posición se hiciera embarazosa cuando
el movimiento nacionalista afectó también a Alemania, lo que sin duda agravó sus
inclinaciones paranoicas.
Después tuvo lugar la campaña de 1805. En ese año, Austria, Rusia y Gran Bretaña
formaron la Tercera Coalición. Las dos potencias continentales desplazaron grandes
ejércitos hacia el oeste. En estos ejércitos descansaban las esperanzas de la aristocracia
europea. Napoleón trasladó en pocos días a varios cuerpos de ejército desde las costas al
sur de Alemania. Allí, en Ulm, forzó la rendición de 30.000 hombres que estaban bajo las
órdenes del General Mack, acreditado como un gran estratega. Moviéndose hacia Viena y
Moravia, encontró a las fuerzas combinadas austro-rusas, deseosas de entrar en combate,
y las derrotó cerca de la villa de Austerlitz.
Bülow se decidió a escribir un segundo volumen sobre la campaña y se publicó en
los meses siguientes a Austerlitz, durante los cuáles, el estado prusiano, que hasta entonces
había llevado una política de contemporizar con ambas partes, se enfrentó
inexplicablemente a Napoleón, cuyo resultado fue el desastre de Jena. Bülow tuvo que
publicar este volumen de forma privada puesto que era demasiado peligroso tratar ese tema
en su país. El libro resultó ser extraño y contradictorio y en él se reflejaba tanto su
inestabilidad mental como la perplejidad general que reinaba en Europa. Estaba
convencido de que sólo él era capaz de ver la realidad, y a pesar de que ignoraba casi
todo, se sentía en la obligación de dar consejos, siguiendo el imperativo categórico de
Kant de que la metafísica y el pensamiento militar han ido juntos en Alemania. Llegó a
anunciar públicamente que estaba destinado a crear una nueva teoría de la guerra, que
sería conocida como Bülowisch y que todos los futuros oficiales serían educados de acuerdo
con ella. Censuraba a Federico el Grande y a su sistema y exigía el tipo de regeneración
nacional que no se llevó a cabo hasta Jena. Además, decía que las reformas no tenían
ninguna esperanza de éxito, que Napoleón quería unificar a Europa mediante la
guerra y que
126 Creadores de la Estrategia
Moderna

que las potencias continentales deberían aceptar su supremacía. Según Bülow,


Austerlitz era el moderno Actium (46).
Bülow vio en la victoria francesa de 1805 la prueba de la doctrina de Gui-bert.
Utilizó una metáfora referida a los negocios. El gran arte de la guerra, decía, es
como obtener el máximo provecho del capital y, por lo tanto, no se puede tener
al ejército repartido en guarniciones, sino que hay que mantenerlo en constante
circulación. Napoleón, más que ningún otro, "mantuvo a su capital activo". Con
esto reconocía la obsolescencia de la vieja guerra de posiciones. En Ulm, el
General Mack tenía un ejército poderoso y una muy buena posición. Sin embargo,
Napoleón le obligó a rendirse y lo consiguió por aplicar los principios de Guibert:
hábil manejo de las divisiones (facilitada por la innovación de Napoleón de los
cuerpos de ejército); dispersión física de las mismas para marchar más
rápidamente y cubrir una mayor zona sin perder la unidad; llegada simultánea a
la zona del objetivo, adoptando unas posiciones en la batalla que dependían de
las condiciones físicas del terreno y de las circunstancias particulares. El resultado
de todo ello fue "la más perfecta manifestación de la superioridad estratégica sobre
la táctica en la guerra moderna" (47).
Al depender más de la estrategia y menos de la táctica, los problemas del
mando supremo de los ejércitos adquirieron una complejidad y una importancia
desconocidas hasta entonces. Las batallas perdieron algunos de los elementos
aleatorios e imprevistos que tanto preocupaban a Federico y que antes de la
Revolución Francesa habían servido de disuasión para llevar a cabo operaciones
agresivas. Por el contrario, se convirtieron en la prueba de una elaborada prepa-
ración hecha con anterioridad. El planeamiento se hizo más fructífero, la pre-
dicción de los posibles acontecimientos más fiable, y la guerra, en general, se hizo
más "científica". El mando militar se vio sumergido por una parte en relaciones
diplomáticas y, por otra, en la política interior y en la práctica constitucional.
Sobre ambas, Bülow tenía mucho que decir.
Bülow, como Federico, insistía en la necesidad de que existiera una sola
cabeza al frente del estado. Defendía que en las modernas condiciones estraté-
gicas no podía existir separación entre la política y la guerra: "los grandes soldados
deben conocer los asuntos de política exterior y los diplomáticos deben entender
de acciones militares". Sobre la ventaja de unificar la política exterior y la
responsabilidad militar en una sola mente, Napoleón fue un ejemplo, y la torpeza
de los gobiernos aliados constituía su demostración negativa. Una firme mente
rectora se había hecho más necesaria como consecuencia de la moderna
tecnología. El mando supremo debía entrar en contacto con los especialistas y los
expertos. Las técnicas de las fortificaciones, la teorías del fuego de la artillería, la
medicina militar y la logística, según Bülow, eran solamente "ciencias auxiliares".
"La ciencia del empleo de todas estas cosas, orientada a fortalecer y defender a la
sociedad es la verdadera ciencia militar". Este es el verdadero cometido del
general.
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 127

general. "Cuando el jefe supremo se ve obligado a dejar la dirección de las energías del
estado en guerra a un equipo de meros especialistas entrenados en las ciencias auxiliares,
el resultado inevitable es la fragmentación y la aparición de intereses contrapuestos, por lo
que el resultado inicial es la debilidad (un establo lleno de vacas y burros) y el final es la
disolución; porque el poder de la mente directora, el que une los materiales para un solo
edificio o en un solo propósito, se ha perdido". En este sentido se puede apreciar un gran
contraste entre Napoleón y los demás gobernantes europeos (48).
Sobre los hombres que formaban los ejércitos y la constitución de los mismos, Bülow
tenía puntos de vista que no coincidían con los que imperaban en Prusia. Reprochaba al
gobierno prusiano el mantener ciegamente el sistema impuesto por Federico, "un sistema
que dejaba al pueblo desmoralizado y sin educación, sujeto a una disciplina que violaba los
derechos del hombre". Recomendaba, por el contrario, el sistema francés de reclutamiento
universal, por su efecto nacionalista. "Incluso desde un punto de vista puramente
utilitario, un ejército debe ser considerado como el mayor organismo para la educación
general de la juventud". La ciencia militar debe enfrentarse a "la compleja
administración interna y a inspirar y recompensar las virtudes y los talentos". Según él
observaba, Prusia ha producido algunos hombres geniales, pero todos los recursos de una
nación se desperdician si no se puede tener un control sobre ellos. Bülow pedía una
política para reglamentar las carreras, basándose en la capacidad de cada individuo y
ponía como modelo la Legión de Honor de Napoleón. Proponía un sistema de
escalafonamiento, un Bund der Tugend, en el que se evaluara la inteligencia, sentido y
preparación de los individuos, abandonando por completo las viejas distinciones
aristocráticas (49).
Todas estas ideas estaban revueltas en la mente de Bülow. En realidad es imposible
saber lo que realmente sentía. Parecía estar a favor de la Revolución Francesa y hablaba
continuamente de los derechos del hombre, pero sus ideas eran menos liberales que las de
Gneisenau, por nombrar a un soldado profesional. Se consideraba un prusiano patriota,
pero despreciaba a Federico y decía que Prusia había destruido la existencia de
Alemania como nación. A veces hablaba como un alemán nacionalista, pero
permanecía testarudamente partidario de Francia. A menudo defendía también la
actitud de algunas naciones de Europa que deseaban mantener su independencia. Fue
un reformador vehemente que consideraba a la reforma como una quimera. Fue una
especie de filósofo trascendental de la ciencia militar, con un sentido del deber pero sin
especificar nada en concreto. En el terreno práctico, advirtió a Prusia y a toda Europa para
que se aliaran a Napoleón después de Austerlitz; decía que una Cuarta Coalición sería
peor que las anteriores y sostenía que todos los países del continente deberían unirse a los
franceses para aniquilar a Inglaterra. Su actitud al conocer el desastre de Jena fue, "yo lo
había advertido antes".
128 Creadores de la Estrategia
Moderna

En 1807, Bülow fue declarado por el gobierno prusiano como persona non grata o al
menos, molesta. Parecía como si sus escritos tuvieran el único propósito de dar a conocer
sus puntos de vista, sin buscar las soluciones. Era demasiado irresponsable, vano e indeciso
como para colaborar en ningún trabajo práctico de reconstrucción. Con su muerte, el
mundo no perdió a un Scharnhorst.
Como teórico, tuvo el mérito de darse cuenta, aunque lentamente y de forma
confusa, de la revolución militar de su tiempo. Esta revolución no estaba basada en la
tecnología, a pesar de las importantes mejoras de la artillería; tampoco fue una revolución
en la estrategia en su estricto sentido, a pesar de la gran movilidad y de la potencia de
fuego que poseían los ejércitos, emancipados de los grandes depósitos de suministros y
organizados en divisiones. La revolución militar estaba en el fondo de la revolución
política. La fuerza de los franceses residía en su politisches Weltbild, que consistía en la fusión
del gobierno y el pueblo en el seno de la revolución. Por otra parte, el pueblo participaba
en las tareas del estado de una manera que no era posible antes de 1789, lo que produjo
un nuevo tipo de soldado que luchaba por su gobierno con lealtad y pasión; además, los
recursos materiales y humanos de la nación afloraban de manera insospechada hasta
entonces. Otras ventajas de carácter más temporal eran su fanatismo revolucionario y su
ardor misionero. El resultado de todo esto, después de 1793, fue que la riqueza y el
potencial humano de Francia se dirigió contra toda Europa con una eficacia que
resultaba irresistible. Durante el siglo XIX, el principio fundamental de la fusión del
gobierno con el pueblo, en un sistema que podía o no ser democrático, había penetrado
en los sistemas políticos de la mayor parte de los estados europeos. Las guerras de los
reyes habían terminado y fueron sustituidas por las guerras de los pueblos.

NOTAS:

1. Geschichte der Kriegswisenschaften varmehmlich in Deutschland de Max Jáhns, 3 volúmenes


(Munich y Leipzig, 1889-91), de Max Jáhns.
2. Histoiredel'armeefranfaisede M. Weygand (París, 1938), 173.
3. Geschichte der Kríegskunst de Hans Delbrück, 7 volúmenes (Berlín, 1900-1936), 4:363,
426; L'edu-calion militaire de Napoleón de Jean Colin (París, 1900).
4. "Politisches Testament von 1752" en Die Werke Fríedríchs des Grossen, 10 volúmenes
(Berlín 1912-14), 7:164. Die Werke Friedrichs des Grossen, en adelante se citará como
Werke
5. "Exposé du gouvernement prussien, des principes sur lequels il roule (1775)", en
Oeuvres de
6. Frederic le Grand, 30 volúmenes (Berlín, 1846-56), 9:186. En adelante esta obra se
citara como Oeuvres.
7. "Pol. Test. 1752" en Werke, 7:146; Oeuvres, 29:58.
8. "Militárisches Testament von 1768" en Werke, 6:226-27.
9. "Principes géneraux de la guerre (1746)" en Oeuvres, 28:7; "Lettres sur l'amour de
la patrie (1779)" en Oeuvres, 9:211-44.
10. "Prin. gen. (1746)" en Oeuvres, 28:5-6; "Ordres für die sámmtlichen Genérale von
der Infanterie und Cavalerie, wie auch Huzzaren, desgleichen für die Stabsofficiere
und Commandeurs der
Bataillons (1744)" en Oeuvres, 30:119-23; "Regles de ce qu'on exige d'un bon
commandeur de bataillon en temps de guerre (1773)" en Oeuvres, 29: 57-65.
Federico el Grande, Guibert, Bülow: De las Guerras Dinásticas a las Nacionales 129

10. "Pol. Test. 1752" en Werke, 7:172.


11. "Mil Test 1768" en Werke, 6:233, 237: Oeuvres, 28:5.
12. "Pol. Test. 1752" en Werke, 7-173-75; "Prin. gen. (1746)" en Oeuvres, 28:7.
13. "Disposition, wie es bei vorgehender Bataille bei seiner Kóniglichen
Majestát in Preussen Armée unveránderlich solí gehalten werden (1745)", en
Oeuvres, 30:146.
14. Geschichte der Kriegskunst de Delbrück, 4:327-28.
15. Compárese la columna II de la siguiente tabla, extraída de los datos de la obra
Militárhistorisches Kriegslexikon de G. Bodart (Viena, 1908), 612, 784-85, 816-
17, en la que se muestran distintos parámetros de los ejércitos de la época.
I II III IV
Guerra de los 30 años 19.000 1,5 1 0,24
Guerras de Luis XTV 40.000 1,75 7 0,77
Guerra de Sucesión Española
Guerras de Federico II 47.000 3,33 12
Sucesión Austríaca 0,82
Guerra de los 7 Años 1,40
Guerras de la Revolución
Francesa 45.000 12
Primera Coalición 3,0
Segunda Coalición 4,4
Guerras de Napoleón 84.000 3,5 37
Tercera Coalición 7,0
Guerra de 1809 11,0
Guerra de 1812 5,2
Guerra Civil Americana 54.000 3,0 18 1,0
Guerra de 1870 70.000 3,3 12 9,0
Guerra Ruso-Japonesa 110.000 3,75 3 1,0
Explicación de las columnas:
I. Tipo medio de un ejército en batalla, considerando alrededor de treinta
batallas por guerra.
II. Número de cañones por 1.000 combatientes.
III. Número de batallas en las que el número total de combatientes superaron
los 100.000.
IV. Número medio de batallas por mes.
16. "Mil. Test. 1768" en Werke, 6:228 ff; "Mémoires depuis la paix de
Huberstsbourg" en Oeuvres, 6:97; "Elements de castramétrie et de táctique
(1771)" en Oeuvres 29:42; Oeuvres, 30:139-41, 391-96.
17. "Elements de castramétrie" en Oeuvres, 29:25; Geschiste der Kriegskunst de
Delbrück, 4:314-22.
18. "Prin. gen. (1746)" en Oeuvres, 28:84.
19. "Mil. Test. 1768" en Werke, 6:247, 257; "Pol. Test. 1752" en Werke, 7:176;
"Elements de castramé trie" en Oeuvres, 29:4, 21, 38.
20. "Reflexions sur Charles XII (1759)", en Oeuvres, 7:81; "Essai sur les formes du
gouvernement (1777)" en Oeuvres, 9:203.
21. "Mil. Test. 1768", 6:246-49; "Pol. Test 1752", en Werke, 7:174.
22. "Mil. Test. 1768" en Werke, 6:248; Oeuvres, 29:3; "Histoire de mon temps",
prefacio de 1775, en Oeuvres, 2:xxviii.
23. "Mil. Test 1768" en Werke, 6:253, 260-61; Geschichte"deJahns, 3:2027.
130 Creadores de la Estrategia
Moderna

24. "Pol. Test 1752" en Werke, 7:158; "Histoire de mon temps", prefacio de 1775, en
Oeuvres, 2:xxviii-xxx.
25. L'artillerie francaise au XWIIsiéclede E. Picard (París, 1906); L'artillerie de campagne,
1792-1901 deJ. Campana (París, 1901); Histoire de l'armée franfaise de Weygand,
102; Education militaire deColin, 1-85.
26. Introducción del editor, escrita en 1790, al trabajo Journal d'un voyage en Allemagne
a Guibert(París, 1803); "Un grand homme des salons: Le comte de Guibert, 1743-
1790" en Revue de Parísn°2, de P. de Segur, (1902), 701-36; "Un Montalbanais
célebre; le comte de Guibert" en Bulletinarcheologique de Tarm-el-Garonne 52de P. Vignié
(1924), 22-43; Precis de ce qui s'estpassé á mon égarda l'Assemblée de Berry de Guibert (París,
1789); Geschichte de Jáhns, 3:2059-72.
27. "Essai general de tactique (1772)" en Oeuvres militaires du comte de Guibert, 5
volúmenes (París,1803) 1: 136-41. En su Defense du systéme de guerre moderne (1779)
en Ibid, volúmenes 3 y 4, Guibert introduce el término la Stratégique.
28. "Essai general" en Oeuvres militaires du comte de Guibert, 1:1-23.
29. Ibid, 1:1-151.
30. Ibid, 1:97,445-72.
31. Ibid, 2:254-307.
32. Ibid, 2:208-20.
33. Ibid, 2:15-88.
34. Ibid, 2:249-54.
35. "Defense du systéme de guerre moderne" en Oeuvres militaires du comte de Guibert,
4:212.
36. Ibid, 4:219-31
37. Ibid, 4:263-75.
38. Ibid, 4:213.
39. Studies zur Entwicklung der Gedanken Lazare Carnots über Kriegfiihrung de R.
Warschauer (Berlin, 1937).
40. Considerations sur la nature de la revolution de France de J. Mallet Du Pan (London,
1793); Von dem politischen '¿ustande von Europa vor und nach der franzosischen
Revolution (1801) de F. Gentz; Geschichtede Jáhns.
41. Geschichte de Jáhns, 3:2133-45.
42. Geopolitics: The Struggle for Space and Power de R. Strausz-Hupé (New York, 1942),
14-21, The Spirit of the Modern System ofWarde H.D.v. Bülow (London, 1806), 187-
285.
43. Spirit of the Modern System de Bülow, 109 ff.
44. Ibid, 1-25, 81-82, 108, 183-84.
45. Histoire de la campagne de 1800 en Allemagne et en Italic de H.D.v. Bülow (París, 1804), 4-
5, 16, 90,92, 142, 183.
46. Der Feldzug von 180?, militdrisch-politisch betrachtetde H.D.v. Bülow, 2 volúmenes
(Leipzig, 1806) l:l-lxxvi, 2-158.
47. Ibid, l:lviii-lix, 2:xxxiv, 109.
48. Ibid, 1:5-20.
49. Ibid, 2:xviii-xxxii, 131-136; Neue Taktik derNeuernde H.D.v. Bülow (Leipzig, 1805),
48.
SEGUNDA PARTE
LA EXPANSIÓN DE LA
GUERRA
Peter Paret
5. Napoleón
y la Revolución en la Guerra
5. Napoleón
y la Revolución en la Guerra

A finales del verano de 1805 iba a ser puesta a prueba la última anexión de Francia. El
fracaso de la marina francesa en ejercer el control del Canal de la Mancha, hizo que
Inglaterra estuviera a salvo de la invasión. Austria había concentrado poderosas fuerzas al
norte de Venecia, en el Tirol, y en el sur de Alemania para impedir cualquier amenaza
francesa a Europa central y también quizás para poder actuar de forma ofensiva y
recuperar el norte de Italia. Desde Polonia, divisiones rusas se desplazaron en ayuda de
Austria y, en el norte, Pru-sia comenzó a movilizarse. La potencia combinada de la Tercera
Coalición, aunque no estaba plenamente operativa, parecía establecer las bases para un
nuevo equilibrio de fuerzas en Europa.
El 23 de Agosto, Napoleón cambió su objetivo militar. Los 176.000 hombres que tenía
en la costa del Canal, cruzaron el Rin en la última semana de septiembre, avanzaron por el
Danubio y se dirigieron hacia el sur de Alemania, con lo que amenazaron las
comunicaciones de las fuerzas austríacas con Viena y al propio ejército ruso que se hallaba
en Moravia. La posición austríaca en Ulm era la más avanzada y fue rodeada; el 19 de
octubre, 33.000 hombres se rindieron. Sin llevar a cabo ninguna batalla importante, las
fuerzas francesas entraron en Viena el 13 de noviembre y continuaron su avance hasta
alcanzar a las fuerzas combinadas austro-rusas, antes de que fueran reforzadas. El 2 de
diciembre, Napoleón destruyó al ejército aliado en Austerlitz. Tres semanas más tarde, la
Paz de Presburgo obligó a Austria a separarse de la Tercera Coalición, ceder Venecia a
Francia, y permitir a ésta dominar toda la Europa central.
Estos sucesos no habían tenido parangón en las guerras anteriores. La magnitud de los
ejércitos enfrentados era inusual; la velocidad y la potencia de las operaciones francesas
eran únicas y bastó la habilidad diplomática y la energía de-su Emperador para cambiar, en
sólo unos meses, el equilibrio tradicional del continente. La conmoción de los gobiernos y
de los ejércitos fue profunda; sus efectos se hicieron sentir en una apatía y confusión
durante los años posteriores, lo que provocó la destrucción del ejército prusiano en Jena y
Auerstedt, lo que a su vez favoreció el desplazamiento del ejército francés hasta la misma
frontera rusa.
136 Creadores de la Estrategia
Moderna

Los tratadistas posteriores a esta época encontraron los resultados de la campaña de


1805 menos sorprendentes. Clausewitz, en su libro De la güeña, resaltaba las "pobres
estructuras científicas y los extremadamente débiles esquemas estratégicos" que
caracterizaron a la posición austríaca en Ulm y comentaba que las cautelosas maniobras
que llevaron a cabo eran las típicas del siglo XVIII; "pero no eran lo suficientemente fuertes
como para enfrentarse a Napoleón, el Emperador de la Revolución" (1). Estas últimas
palabras revelan el origen verdadero de la conmoción que había sufrido Europa: el genio
de un hombre, que personificaba a la Revolución, y que había conseguido la fusión de los
elementos sociales, políticos y militares de Francia, derrocando al Viejo Régimen.

La revolución Francesa coincidió con una revolución en el arte de la guerra que se


había estado fraguando durante las últimas décadas de la monarquía. Durante la
Revolución tuvieron lugar profundos cambios en la institución militar, algunos de ellos ya
adoptados durante el régimen anterior, otros se encontraban en fase de
experimentación y fueron adoptados por la Revolución y desarrollados posteriormente.
Impregnándolos de dinamismo e integrándolos en una política interior y exterior,
frecuentemente agresiva, la Revolución amplió el objetivo de todas aquellas
innovaciones. El ejército, con sus necesidades y sus valores, recobró importancia en la vida
francesa, quedando reflejado este hecho con la ascensión de un soldado al más alto
poder político; pero incluso antes, durante la época de la Convención y el Directorio, la
política interior y exterior estuvieron fuertemente unidas. Las guerras que llevaron a cabo
los sucesivos gobiernos desde 1792, reflejaron que no sólo se habían producido cambios
políticos y sociales, sino también en el seno del ejército.
La innovación más importante fue la adopción gradual, por parte de la Convención, de
una política que, al menos en teoría, se aproximaba al reclutamiento universal aunque sus
antecedentes hay que buscarlos más en la literatura militar y política de la anterior
Ilustración que en las prácticas de la monarquía. Ello produjo un gran aumento en el
número de los soldados que dio un mayor peso a la política exterior francesa y permitió a
sus comandantes combatir de forma más agresiva. Las mejoras que se habían producido
en las últimas décadas en cuanto a administración militar, se adaptaban muy bien para
equipar, entrenar y mantener a las nuevas fuerzas. El resultado de las fuertes discusiones
sobre las tácticas de la infantería desde la Guerra de los Siete Años, el sistema "mixto" de
los zapadores, la marcha y el ataque en columnas y las formaciones lineales, se
consideraba que no eran adecuadas para los ejércitos que siguieron a la Revolución. Las
reformas de la artillería real realizadas por Gribeauval, Du Teil y otros desde 1760,
proporcionaron al nuevo ejército francés una mayor eficacia y una gran movilidad. Por
primera vez la infantería podía estar apoyada por las armas de campaña en todas las fases
del combate, lo
Napoleón y la Revolución en la Guerra 137

que aumentaba considerablemente la potencia de choque de los ejércitos franceses.


Abastecer a las numerosas tropas en el campo de batalla era posible en parte gracias al
cambio que introdujo la Revolución respecto a la práctica militar del siglo XVIII: forzar a
los soldados a hacer requisiciones, según el principio de la guerre nourrit la guerre. "Conocer
como obtener todo lo necesario del país que se ocupa". Cuando Napoleón estaba en la
cúspide de su carrera, dijo acerca de este tema: "constituye una parte importante del arte
de la guerra" (2).
El procedimiento para que las tropas puedan sobrevivir desconectadas del país de
origen fue institucionalizado con anterioridad durante la Guerra de los Siete Años y
resultó ser fundamental para la estrategia de Napoleón y su forma de conducir las
operaciones, disgregando los anteriores ejércitos unitarios en divisiones permanentes y
cuerpos, combinando la infantería, caballería, artillería y los servicios de apoyo. En
campaña, estas grandes subdivisiones se movían normalmente por caminos distintos,
siendo responsable cada una de su propia área, pero todas eran capaces de prestarse
apoyo mutuo. Esto permitía que las diferentes unidades se movieran rápidamente, con
gran flexibilidad y ampliaba el abanico de posibilidades operativas. El incremento del
Estado Mayor y la proliferación de Estados Mayores subordinados, se habían producido ya
en las últimas campañas del Viejo Régimen y permitió mantener el control permanente
sobre las fuerzas que estaban dispersas. Estas y otras innovaciones rompieron con los
principios, técnicas y prácticas que habían imperado en los ejércitos europeos durante
generaciones. Ellas cambiaron radicalmente la forma de conducir las guerras entre 1792 y
1815 y establecieron el modelo que perduraría durante todo el siglo XIX y principios del
siglo XX.
Pero aunque el efecto de estas innovaciones fue dramático en las Guerras de la
Revolución, no fue decisivo de forma inmediata como podría parecer. En contra de la
tendencia de movilizar solamente una parte de las tropas y de perseguir un objetivo
limitado, como ocurrió con la expedición político-militar del Duque de Brunswick en
Valmy en 1792, que fue un fracaso, la nueva Francia aspiraba a más. Pronto los ejércitos
franceses derrotaron a las fuerzas combinadas de Austria y Holanda, expulsándolas del
valle del Rin; pero, por otra parte, sufrieron casi tantas derrotas como victorias, por lo
que no podía decirse que los nuevos métodos favorecieran los resultados militares. En
parte fue debido a que los acontecimientos políticos desde 1789 habían desorganizado
casi por completo las instituciones militares del país. Resultó difícil ampliar rápidamente el
anterior ejército real y transformarlo en una fuerza que fuera a la vez eficaz y leal al nuevo
gobierno. Aún más difícil resultó el manejar a los diferentes elementos de la revolución
militar y enseñarlos a integrarse en el campo de batalla. Por todo ello, durante ese tiempo
los resultados obtenidos por los ejércitos franceses fueron desiguales. En Italia, en 1796,
se aplicó por primera vez el nuevo sistema y resultó un éxito decisivo. Por aquel entonces
el reclutamiento militar había hecho del ejército francés el mayor de Europa, pero al
mismo tiempo, el crecimiento fue demasiado rápido como para poderlo asimilar y
138 Creadores de la Estrategia
Moderna

asimilar y muchos de sus oficiales no estaban acostumbrados a la nueva organización, que


en el Mediterráneo comenzó con la evasión de Napoleón ante la flota británica y su
desembarco en Egipto, administración y tácticas. La guerra contra la Segunda
coalición, comenzó con una sucesión de derrotas francesas. Durante el verano de 1799, las
conquistas realizadas por Napoleón en 1796 se habían perdido; toda Italia, excepto la
Riviera, cayó de nuevo en manos de los aliados y Austria volvió a controlar el sur de
Alemania. Al final los franceses consiguieron el triunfo, pero sólo después de sostener
combates extremadamente sangrientos. Su forma de conducir la guerra era sin duda
mejor que la del viejo sistema; pero incluso después de la experiencia adquirida en una
docena de campañas no se podía hablar ni de una superioridad cualitativa ni absoluta.
Los ambiguos esfuerzos de la Revolución en los temas relacionados con la guerra llevan
a preguntarse cual hubiera sido el curso de los acontecimientos si Napoleón no hubiera
asumido el poder. Sin lugar a dudas, especulaciones de este tipo tienen un valor escaso,
pero valorando las otras posibilidades se puede obtener una más clara visión de la realidad
histórica. Por lo que sabemos de Napoleón a través de sus contemporáneos, tanto amigos
como rivales (hombres como Carnot, Jourdan, Hoche, Masséna y Moreau), parece ser que
si Napoleón hubiera sido asesinado antes de Toulon o capturado durante su viaje desde
Creta a Egipto, Francia hubiera desistido de sus esfuerzos por destruir el equilibrio europeo
existente. Muy probablemente el gobierno francés se hubiera contentado con asegurar las
"fronteras naturales" de Francia (aunque ese concepto suponía una clara expansión). La
Revolución y las transformaciones que se llevaron a cabo, hubieran sido suficientes para
convertir a Francia en el país más poderoso de Europa, pero un país integrado en la
comunidad política, en lugar del país dominador que estuvo a punto de hacerla
desaparecer.
Napoleón consideró que el total potencial de la revolución residía en la guerra,
descubrió de qué manera podían trabajar juntos sus componentes (en palabras de
Clausewitz, corrigió las imperfecciones técnicas de las innovaciones que hasta entonces
habían limitado su eficacia), y puso todos los recursos de Francia al servicio del nuevo
sistema, lo que durante un tiempo proporcionó a su país una superioridad absoluta (3).

II

Napoleón, hijo primogénito de una familia noble, ingresó en el ejército durante la


época de la República y personalizó a la revolución militar, con sus raíces en el régimen
anterior y sus vivencias en los sucesos posteriores a 1789. En lo más profundo de su ser no
era un reformador, pero aprovechó el trabajo que habían realizado los nuevos líderes, que
ellos mismos habían comprendido plenamente, ni habían sabido explotarlo. Dos
ejemplos pueden ilustrar esta afirmación: a partir de crearse el Consulado, el
reclutamiento
Napoleón y la Revolución en la Guerra 139

reclutamiento fue aplicado de forma más regular que lo había sido desde 1790. La división
del ejército en unidades autosuficientes, que ya se había empleado al principio de las
guerras de la Revolución, fue ampliado por Napoleón, pero impuso un mayor control
central sobre los mandos dispersos y les infundió su fe en el movimiento rápido y en la
ofensiva. El resultado fue una mayor movilidad que hizo posible el poder concentrar fuerzas
superiores en el punto y en el momento decisivos (4).
Napoleón utilizó las instituciones existentes y sus métodos, e incluso su estrategia
tenía mucho de la practicada por sus predecesores. En palabras del más profundo
conocedor de las guerras napoleónicas, Jean Colin cuyos análisis han servido y sirven aún
de base para ilustrar todos los trabajos en este área: "Sí tomamos los más brillantes
proyectos de Napoleón y los comparamos con los planes correspondientes de sus
adversarios, apenas podremos percibir ninguna diferencia. Los contemporáneos de
Napoleón comprendieron como él la ventaja que suponía envolver al enemigo por sus
flancos" (5). En muchas batallas e incluso en campañas enteras Napoleón no hizo nada
diferente de los otros, ni tampoco lo pretendía. Incluso al final de su vida, él creía que, "el
arte de la guerra es muy simple; todo es un problema de ejecución" (6).
Napoleón nunca escribió de forma coherente y comprensiva sus ideas sobre la guerra.
Para comprender su forma de pensar sobre la organización y administración de los ejércitos,
sobre la forma de conducir las campañas y sobre la función de la guerra en las relaciones
de los estados, es preciso analizar toda una serie de hechos que rodearon su vida: su forma
de hacer la política, sus escritos sobre muy diversos temas, sus órdenes, la correspondencia
oficial y, sobre todo, sus memorias, escritas en Sta. Elena a modo de justificación ante sus
contemporáneos y ante las futuras generaciones. Su evaluación de los acontecimientos y
de las personas que le rodeaban cambiaron profundamente con el tiempo, pero sus ideas
sobre la guerra variaron muy poco desde su primera campaña. Para él los principios o
elementos fundamentales de la guerra podían variar de acuerdo con las circunstancias;
pero él no consideraba como "principios" o "reglas" los elementos definidos en un sistema
teórico. Por el contrario, para que un "principio general" o "una regla básica de la guerra"
fuera considerada como tal, era preciso que estuviera avalada por la experiencia y por el
sentido común. El único concepto que permanecía invariable en todas sus acciones era el
de ser lo más fuerte posible para entablar la batalla, incluso aunque esto significara dejar
desprotegidas sus bases secundarias y sus comunicaciones. A menudo malinter-pretó las
acciones o intenciones del enemigo y se equivocó al evaluar las posibilidades de sus propias
fuerzas, sobre todo en los últimos años, llevado por su ambición sin límites. Pero estos
errores y debilidades no limitaron ni enturbiaron sus ideas sobre la guerra, que se
distinguieron siempre por una clara y profunda percepción de su realidad.
140 Creadores de la Estrategia
Moderna

Para extraer las características más importantes de la forma en que Napoleón


conducía la guerra a partir de sus acciones y reflexiones, se debería comenzar con un
análisis del contexto político, después habría que examinar la estrategia y las batallas, para
finalizar con algunos comentarios de Napoleón acerca de las cualidades personalidades del
líder.
El hecho de que todas las guerras sean la consecuencia de decisiones políticas y
expresen una intención también política, no significa que una guerra en particular sea
apropiada para mejorar la política a la que sirve. Históricamente, los gobiernos y sus
asesores militares han encontrado difícil, y a menudo imposible, tomar una decisión en
determinados aspectos de las relaciones entre la política exterior y la guerra, o la forma en
la que deberían ser empleados los recursos disponibles. Incluso cuando era un joven
oficial, Napoleón dedicó muchos más esfuerzos a estos temas que a los puramente
militares, como el entrenamiento de los soldados o su empleo táctico. El historiador
alemán Hans Delbrück consideraba que, a pesar de la visión estratégica de Napoleón y
su genio para la conducción de las batallas, su talento innato era el de un hombre de
estado, por encima del de un simple soldado (7). Pero este hombre era agresivo y no
consideraba a la guerra como una medida de emergencia, o de último recurso, para reparar
los fallos de la diplomacia, sino como el elemento central de su política exterior.
Excepto cuando se veía obligado por las circunstancias, Napoleón nunca persiguió
objetivos políticos importantes sin disponer de los adecuados recursos militares. Evitó caer
en el error que cometieron los austríacos cuando luchaban contra él en Italia en 1796 y
1797, movilizando sólo una parte de las fuerzas disponibles, para movilizar después otra
parte, cuando la primera fuera derrotada, y así sucesivamente. Sí hubieran empleado la
totalidad de sus fuerzas desde el principio, podrían haberle derrotado. Por el contrario, él
estaba convencido del empleo masivo de todos los medios disponibles. Los objetivos
importantes debían estar siempre en proporción a los recursos movilizados para
alcanzarlos. Su política y su estrategia adolecían de diversos puntos débiles. Tenía dificultad
para luchar en guerras limitadas con medios también limitados; una guerra como la que
sostuvieron Austria y Prusia en 1778, en la que no se combatió ni una sola batalla, iba en
contra de sus principios básicos. En sus manos, todos los conflictos tendían a hacerse
ilimitados, porque de forma directa o por sus implicaciones, lo que pretendía era acabar
con la existencia de sus oponentes como estados independientes.
Durante los 15 años que mantuvo la jefatura del estado y fue el comandante supremo
del ejército, con muy pocas restricciones en sus actuaciones, se produjo una total
integración de la política y de la guerra. La unidad política y militar eliminaron las
fricciones que suelen ser inevitables en la cúspide de los demás estados. Sobre todo hacía
más fácil la toma de decisiones rápidas y proporcionaba una sorprendente flexibilidad para
moverse entre las acciones diplomáticas y las militares. Sin embargo, la unidad de mando
no
Napoleón y la Revolución en la Guerra 141

no fue suficiente para garantizar una política acertada. Durante los últimos años de su
mandato, la ausencia de reajustes en su política, condujeron a grandes errores cuya
consecuencia fue el desvanecimiento del Imperio. Pero hasta la invasión de Rusia, la
autoridad que poseía le proporcionó una gran ventaja sobre sus oponentes que no eran
capaces de desarrollar un sistema de mando político-militar capaz de responder a los
rápidos acontecimientos de la guerra moderna.
En ningún otro país la integración de la diplomacia y la violencia que practicó
Napoleón fue tan efectiva ya que, además, la complementó con medidas para aislar
políticamente a sus adversarios. Incluso cuando no pudo evitar la formación de alianzas
contra Francia (frecuentes, por otra parte, una vez que sus intenciones se hicieron
transparentes), se puso a favor de unos o de otros con el fin de demorar la formación de
fuerzas aliadas. En 1805 toda Europa quedó asombrada al contemplar el avance de "La
Grande Armée" desde Francia a Baviera, permitiéndole capturar al ejército austríaco,
mientras las tropas rusas estaban aún a cientos de millas al este. En diciembre de ese año,
habiendo convencido a Prusia para que se mantuviera neutral, derrotó de nuevo a los
austríacos y a los rusos. En 1806, Inglaterra y Rusia fueron testigos de la derrota de su
aliado, el ejército prusiano. Durante la primavera siguiente derrotó al resto del ejército
prusiano y a sus aliados rusos, mientras Austria comenzaba a movilizarse; en 1809, Austria
fue derrotada una vez más, mientras sus potenciales aliados estaban debatiendo si acudían
o no en su ayuda.
Las Alianzas contra Napoleón presentaban el grave problema de que, a menudo, la
unión de ejércitos de diferentes países suponía un cúmulo de dificultades políticas y
operativas de muy difícil solución. "Un mal general es mejor que dos buenos juntos",
escribía Napoleón a Carnot durante sus primera campaña en Italia, y volvió a repetir esa
idea en su retiro en Santa Elena (8). En 1796 comenzó la campaña que habría de
proporcionarle una gran reputación, realizando una penetración estratégica entre el
ejército sardo y el austríaco, evitando su unión; después, continuó con lo que algunos
analistas han denominado "una estrategia de posición central", atacando primero a los
sardos y, una vez derrotados, se dirigió contra los austríacos. Adoptó la misma estrategia
en la Guerra de los Cien Días, actuando entre Blücher y Wellington, para eliminar a los
prusianos antes de atacar al ejército anglo-holandés, una vez que lo había aislado. En
Waterloo, como en Dego y Mondovi, veinte años antes, el factor político de la alianza
llegó a tener implicaciones operativas.
Las dificultades de operar con una fuerza combinada quedaron patentes en la
campaña de Austerlitz. Aprovechándose del lógico deseo austríaco de recuperar Viena,
Napoleón provocó al ejército austro-ruso para que se decidiera a atacar antes de esperar
los refuerzos que procedían del norte y del sur, ya que él sabía que la estructura de
mando y la cooperación entre ambos era muy deficiente; el ejército combinado se lanzó a
una ofensiva prematura para hacer que Napoleón se retirara de Viena y que era el reflejo
de consideraciones políticas en vez de militares.
142 Creadores de la Estrategia Moderna

Su estrategia tuvo siempre un claro propósito político, pero al menos hasta los últimos
años, no permitía que las consideraciones políticas interfirieran en el análisis de la
amenaza o en la aplicación de la fuerza. Por el contrario, Napoleón consideraba que el
mejor método para lograr cualquier objetivo político era reducir la capacidad de
resistencia de su enemigo en el mayor grado posible. Esto significaba, la mayoría de las
veces, que era preciso derrotar por completo a su ejército. La toma de fortalezas, la
ocupación del terreno conquistado y sus riquezas no tenía, normalmente, tanto efecto
sobre el potencial bélico de un país como la derrota de su ejército en el campo de batalla.
Una contundente derrota militar creaba una nueva situación: militarmente, suponía la
retirada, capitulación y pérdida de fuerza; políticamente, forzaba al gobierno vencido a
unas negociaciones en circunstancias desfavorables.
Los planes estratégicos de Napoleón (o más correctamente, sus preparativos
estratégicos, ya que no le gustaban las implicaciones de un diseño fijo e inmodi-ficable),
apuntaban a una clara decisión táctica, es decir, a provocar una gran batalla, o varias,
que permitieran eliminar al ejército enemigo. Sus campañas más brillantes se
caracterizaron por rápidos y profundos avances en el territorio enemigo; pero esos avances
no iban nunca dirigidos a una zona en particular o a un objetivo geográfico concreto. Por
el contrario, lanzaba a un potente ejército hacia adelante, de manera que el enemigo se
veía forzado a combatir. El objetivo de la estrategia napoleónica era atraer al enemigo a
una batalla decisiva. La campaña podía comenzar desde una posición central, lo que
permitiría la derrota progresiva del enemigo en distintos sectores, o mediante una manio-
bra contra su retaguardia, para rodear las posiciones del enemigo y amenazar sus líneas
de comunicación.
Un ejemplo de la osadía con que a veces actuaba Napoleón para llegar a la batalla
decisiva fue la breve campaña de 1806, que resultó ser un triunfo estratégico a pesar de
que, casi hasta el final, Napoleón no conocía con certeza la posición del ejército prusiano
ni sus intenciones. Por otra parte, las decisivas batallas de Jena y Auerstedt fueron
planteadas erróneamente y sólo pudieron ganarse gracias a la improvisación táctica de la
que hacía gala.
Napoleón no quería enfrentarse a Prusia. La guerra se produjo debido a que
después de sus victorias en 1805, Francia había alcanzado tal predominio en Europa
central que la existencia de otra gran potencia en el área era posible en la práctica.
Cuando los prusianos se movilizaron y avanzaron hacia el sur a través de Sajonia hasta los
bosques de Turingia, la mayor parte del ejército francés estaba situado a lo largo del Rin y
en el sur de Alemania. En los primeros días de octubre, Napoleón concentró sus fuerzas
entre Bambeng y Würzburg y comenzó a moverse hacia el norte, dejando sus líneas de
comunicaciones con la zona del Rin casi desprotegidas. En esencia, su plan de campaña
consistía en movilizar
Napoleón y la Revolución en la Guerra 143

la mayor fuerza posible y crear las condiciones que le permitieran avanzar sobre Berlín.
Los prusianos deberían tomar la iniciativa, pero al mismo tiempo, tendrían que dividir sus
fuerzas para defender su capital; una vez que ambos ejércitos se enfrentaran, la
superioridad numérica francesa y su mayor movilidad, decidirían la suerte de la batalla.
Teniendo en cuenta la potencia del ejército francés, una ofensiva desde cualquier
dirección parecía tener todas las garantías del éxito, pero un avance desde el oeste hubiera
forzado a los prusianos a replegarse sobre Berlín y buscar una posible ayuda rusa, mientras
que una ofensiva desde el sur podría lanzarse más rápidamente y presentaba la ventaja de
separar al principal núcleo del ejército prusiano de su capital, de las bases de
abastecimiento y de la frontera rusa.
La Grande Armée, compuesta por 180.000 hombres, dividida en tres columnas de dos
cuerpos de ejército cada una, avanzó en un frente de 30 a 40 millas; cada columna estaba
lo suficientemente cerca de las otras como para poderse prestar apoyo mutuo en caso de
necesidad. El 12 de octubre, este gigantesco "batallón", como le denomina Napoleón
para realzar la gran coordinación y apoyo mutuo que existía entre sus componentes,
había bordeado el flanco izquierdo del ejército prusiano, con lo que cortaron sus líneas de
comunicación con Leipzig, Halle y Berlín. Al día siguiente, Napoleón dirigió la mayor parte
de sus fuerzas hacia el oeste, contra lo que él creía que era el grueso del ejército enemigo,
estacionado en las colinas de Jena, mientras ordenó a Davout, que se hallaba unas 50
millas al norte, que apoyara el asalto francés, atacando al enemigo por la retaguardia. Las
dos batallas que tuvieron lugar al día siguiente se libraron con las posiciones al contrario,
es decir, con los franceses avanzando de este a oeste. Al contrario de lo que había creído,
Napoleón se enfrentó solamente a una pequeña parte del ejército prusiano, mientras
Davout, que pretendía realizar un ataque envolvente, se vio sorprendido por el grueso del
ejército prusiano que pretendía volver a abrir las líneas de comunicaciones perdidas.
Inexplicablemente, a pesar de que Davout solo contaba con 26.000 hombres, los
prusianos se retiraron hacia el oeste, alejándose de Berlín; para entonces, la parte del
ejército que se enfrentó a Napoleón en Jena había sido derrotada y los franceses llevaron a
cabo una persecución enérgica que provocó su desorganización y virtual destrucción.
El enorme potencial militar que Napoleón situó cerca del centro del estado prusiano
originó una amenaza a la que estos tenían que responder. El resultado fue una victoria
francesa de excepcional magnitud. El hecho de que a pesar del desastre prusiano inicial,
continuara la lucha durante ocho meses, indica que tanto la expansión de la guerra como
la revolución que se produjo en la misma, habían provocado una nueva situación. La
movilización por parte de la República y el Imperio de todos los recursos y energías
nacionales para la guerra, habían hecho aparecer problemas de formidables
dimensiones.
144 Creadores de la Estrategia
Moderna

En la época de Napoleón, dentro del término estrategia se incluía una forma de


pensar y de actuar en la cual los puntos de referencia eran el conocimiento que el
comandante tenía sobre el potencial y las limitaciones de las fuerzas armadas y de la
nación en general. Las batallas napoleónicas estuvieron rodeadas de incertidumbre,
pero su comandante poseía el talento necesario para conjugar, en cada momento, todos
los componentes estratégicos y tácticos que entraban enjuego (terreno, fuerza, posición
propia y del enemigo, e incluso sus intenciones). Intentaba tener, aunque muchas veces
era imposible, un control directo y total sobre sus fuerzas durante avances de cientos de
millas, con unidades dispersas, contra un oponente cuyas posiciones sólo se conocían en
términos generales. Napoleón vivió al final de un período muy largo de la historia en el
cual, durante la batalla, el comandante podía ver directamente a sus tropas y a gran parte
de las del enemigo. Con la revolución industrial las características de las batallas
cambiaron: el campo de batalla se amplió y la zona sobre la que Napoleón o Wellington
mantenían el control visual durante la batalla, pasó a ser la misma que la que tendría un
sargento sobre sus hombres.
Si su oponente era marcadamente superior en número, Napoleón intentaba una
batalla frontal siempre y cuando el terreno poseyera tales obstáculos naturales que
impidiera al enemigo hacer movimientos laterales, mientras sus fuerzas se situaban en
posiciones defensivas fuertes y mantenía fuerzas de reserva. Una vez que el enemigo
estaba empeñado en combate a lo largo de todo el frente, las reservas actuaban de
"unidades de ruptura", atacando una parte del frente y, una vez roto, se movían hacia los
flancos, atacando por la retaguardia. Sí sus fuerzas eran iguales o superiores a las del
enemigo, intentaba sobrepasarle por un flanco y lanzar desde allí un ataque lateral. En el
caso de las penetraciones profundas, los resultados eran por regla general espectaculares,
pero presentaban el problema de que era difícil conseguir la coordinación entre las
unidades y mantener las comunicaciones cuando había una separación entre ellas de
varias millas. Los movimientos para rebasar por los flancos al enemigo eran ya utilizados en
las guerras de aquel tiempo, pero la eficacia con que los llevaban a cabo los franceses era
sorprendente. Lo que se había convertido en una norma para él, los demás generales lo
empleaban raramente, porque un ataque frontal era técnicamente más fácil de controlar y
ofrecía menos margen para la improvisación. En realidad, la verdadera diferencia entre
Napoleón y los generales que se enfrentaban a él, era simplemente su actitud psicológica.
Aunque a veces Napoleón actuaba a la defensiva, sólo lo hacía hasta que su oponente
había empeñado en combate todas sus fuerzas y había cometido algún error; en ese
momento, comenzaba su ofensiva. Conocía muy bien el valor de la iniciativa y le
aterrorizaba la idea de perderla. Pero todas las batallas, tanto las ofensivas como las
defensivas, presentaban problemas complejos en la utilización del tiempo y del espacio, así
como por el desgaste de la fuerza; otro tipo de problemas a añadir a los anteriores era el
mantenimiento de la moral, la obtención de víveres y materiales y la selección adecuada
de los comandantes.
Napoleón y la Revolución en la Guerra 145

Al principio del siglo XIX estos problemas se resolvían no sólo mediante el análisis de
hechos tangibles, como eran los informes disponibles y el estudio sobre los mapas, sino por
la forma de maniobrar con decenas de miles de hombres en el campo de batalla. El
despliegue de las Unidades para llevar a cabo tareas concretas y el ver alcanzar y destruir a
las tropas enemigas a través del humo de los mosquetes y cañones, estimulaba la mente de
Napoleón. Su idea del conflicto militar y político, como algo mecánico que podía ser
manejado intelectualmen-te ("en guerra, el tiempo es el gran elemento entre el peso y la
fuerza"), manejado con la habilidad que le caracterizaba y junto con la explotación de las
emociones humanas, hicieron de él el soldado más brillante de su tiempo (9).
El impacto de su carisma y la fe en su absoluta superioridad trascendió desde sus
tropas, oficiales y generales, a sus enemigos. Wellington consideraba qué su sola presencia
equivalía a 40.000 soldados. Las tropas francesas gritaban 'Vive l'Empereur" para hacer
creer al enemigo que él se encontraba al frente de ellas. En el otoño de 1813 el plan de
guerra de varios de los ejércitos aliados en Europa central contemplaba la retirada de los
mismos ante su avance. Clau-sewitz, que estaba convencido de que no se podía tomar en
consideración ninguna teoría sobre la guerra sin incluir en ella la psicología de los
comandantes y de los soldados, así como de las relaciones entre ellos, llegó a decir que,
por encima de cualquier batalla o campaña, el mayor logro de Napoleón fue el haber
conseguido restablecer la moral de su ejército en Italia en 1796 (10).

III

Una de las razones del éxito de Napoleón fue el que sus oponentes no comprendieron
su forma de luchar y, por lo tanto, no dieron una respuesta adecuada. Esta postura se
explica, en parte, por la naturaleza de la revolución que se había producido en la guerra
(11). La mayor parte de sus nuevos aspectos no eran grandes innovaciones, sino que se
trataban de un empleo más potente y decidido de la fuerza, de las instituciones y de los
métodos que habían existido durante décadas y que ya habían sido tratados
abundantemente en la literatura. A largo plazo, esto provocó diferencias sustanciales, es
decir, un nuevo tipo de guerra; pero al principio, no resultaba extraño pensar si los
cambios que se habían producido eran simplemente como consecuencia de un
aumento de magnitud y , por tanto, no eran necesarios ajustes radicales, ni en las ideas ni
en la forma de actuar. Dos hechos reforzaban este comportamiento: los franceses eran
derrotados a menudo, por lo que no había una clara evidencia de su superioridad;
además, algunos de sus métodos no eran compatibles con los valores y condiciones del
antiguo régimen. Un análisis militar objetivo de estos métodos resultaba aún mucho más
difícil por el convencimiento de que su adopción significaba cambiar tanto el orden social
como el sistema político.
146 Creadores de la Estrategia
Moderna

Para el simple soldado, sin embargo, había evidencia de que, al menos en determinados
aspectos, la guerra había cambiado. En las guerras contra la Primera y Segunda Coalición,
los franceses emplearon nuevas técnicas, aunque durante algún tiempo no estuvo claro si
éstas eran improvisaciones provocadas por el torbellino político que azotaba al país, y si, en
condiciones normales, se volvería a los antiguos métodos. Además, otros países estaban
realizando experiencias sobre nuevas organizaciones, introduciendo los Estados Mayores
y dando una nueva orientación a los sistemas educativos de sus oficiales; por otra parte,
por toda Europa se había extendido la moda de aligerar la infantería. Entre toda esta
convulsión generalizada, Napoleón aparecía en 1790 como un general enérgico y
competente, cuyas ideas sobre la forma de luchar diferían poco de las de los demás
comandantes. No fue sino en Ulm y en Austerlitz (una década después), en su primera
actuación como comandante general, cuando quedaron patentes los fundamentos de su
nuevo sistema.
Como reacción a sus éxitos, los ejércitos de la mayoría de los países europeos se
vieron obligados a modificar sus estructuras. Algunos siguieron de cerca el camino
francés; como los ejércitos de la nueva Confederación del Rin y los de los reinos satélites
de Holanda y Ñapóles; otros intentaron responder al desafío francés conservando sus
propias tradiciones, como el ejército del Imperio de los Habsburgo y de Prusia. Estas
innovaciones impusieron algunos cambios en la sociedad y en la administración civil.
Pero tanto el Imperio Napoleónico, como Prusia a partir de 1807, demostraron que la
mayoría de las innovaciones militares no necesitaban estar respaldadas por una revolu-
ción social y política, como había ocurrido en Francia al principio de la década de 1790;
por el contrario, esos cambios podían hacerse también partiendo de gobiernos
autoritarios y estables. La excepción más importante a este proceso de modernización
fue el ejército inglés. A pesar de los numerosos cambios en su organización, en esencia
continuó siendo un ejército típico del siglo XVIII; ello fue posible, entre otras cosas,
por su pequeño tamaño, por su dependencia de los otros ejércitos aliados, por la
confianza depositada en su marina y (excepto en España) porque sus cometidos eran
generalmente muy restringidos.
Aunque las ansias de modernización en las tácticas y en las propias instituciones se
extendió a todos los ejércitos, a pesar de fuertes discusiones entre los innovadores y los
tradicionalistas, los cambios en los conceptos estratégicos fueron mucho más lentos. Nadie
pudo igualar a Napoleón en su maestría para conducir las operaciones bélicas y en su
pasión por la aniquilación física de sus oponentes. Pero en muchos otros países surgieron
hombres más hábiles en el manejo del nuevo, o al menos remozado, instrumento militar
y, en Prusia por ejemplo, la introducción de un nuevo modelo de Estado Mayor, cuyos
miembros asignados a varias unidades, actuaban con un elevado nivel de independencia,
al servicio de un diseño estratégico premeditado, constituyó el primer . intento, aunque
primitivo, de solucionar los problemas de la coordinación del movimiento y del combate
Napoleón y la Revolución en la Guerra 147

de grandes ejércitos dispersos, sin posibilidades de mantener unas comunicaciones


permanentes entre ellos. El resultado de todas estas mejoras fue que, cuando Napoleón
decidió invadir Rusia, sus oponentes habían comenzado ya a obtener beneficios de la
reciente revolución que se había producido en la guerra. La absoluta superioridad que
había disfrutado Napoleón durante varios años, había empezado a declinar.
Su forma de pensar y sus conceptos sobre la guerra y de las situaciones que le habían
ayudado al principio, se habían convertido en desventaja para él. Típico de un hombre
joven, Napoleón se dio cuenta de la ventaja de atacar al mismo corazón de su
enemigo. Una vez que el ejército principal oponente había sido derrotado, y también
cuando sus centros económicos y administrativos habían sido conquistados, todo lo
demás venía por añadidura. Napoleón consideraba que la forma más segura de alcanzar
esos objetivos era disponer de una fuerza lo más potente posible y concentrarla sobre los
objetivos esenciales; esa forma de pensar quedaba exactamente reflejada en muchos
aspectos de su actuación política y, al mismo tiempo, era un reflejo de la intensa necesidad
psicológica de Napoleón por la conquista y el dominio absoluto.
Pero esas ideas, no demasiado realistas, limitaron el alcance de sus guerras a conflictos
en los que sólo se perseguía enfrentar fuerzas lo más grandes posibles. No deja de ser
extraño que la política exterior de un estado establezca la necesidad de entablar
solamente guerras a gran escala, puesto que Napoleón excluía los guerras limitadas porque
no se ajustaban a los objetivos de su sistema político y militar. De esta manera, vio
reducidas sus opciones, al aventurarse en guerras que estaban más allá de las posibilidades
que proporcionaban los recursos del Imperio y que estimulaban a sus oponentes para
realizar esfuerzos extraordinarios y que, en definitiva, no podía ganarlas ni táctica, ni
estratégica, ni políticamente.
A nivel estratégico, la tendencia de Napoleón hacía la exageración y el gigantismo,
provocó dos serios defectos, independientemente del defecto básico que era su
insuficiente potencia: el sistema de mando que había funcionado bien en el norte de
Italia y en Centroeuropa, comenzaba a fallar en las guerras en España y Rusia, así como
en las campañas contra la nueva y potente Coalición que se formó a partir de 1813.
Además, estos esfuerzos y derrotas provocaron un desequilibrio entre las decisiones
militares y las políticas.
Como consecuencia de la obsesión de Napoleón por mantener su absolutismo, el papel
de su Estado Mayor se limitaba a recopilar la información que él necesitaba,
transformándola en informes y órdenes. Su Estado Mayor, ni generaba planes
estratégicos, ni se ejercitaba en la preparación de acciones dentro del contexto de su
estrategia y sus intenciones operativas. En cuanto al ejército, aunque estaba dividido en
cuerpos, cuando luchaba en la misma zona se comportaba bien; pero cuando aumentó el
tamaño y se vio obligado a actuar en teatros separados, el control estratégico de Napoleón
se vino abajo. Ni en Rusia, ni en las campañas de primavera y otoño en Alemania durante
1813, tuvo en cuenta la
148 Creadores de la Estrategia
Moderna

cuenta la opinión de sus mariscales y ordenaba cambiar los planes continuamente. Nunca
toleró la combinación de una independencia y subordinación de los mandos de los
ejércitos que actuaban por separado y que era necesaria para dirigir a cientos de miles de
hombres esparcidos en grandes áreas y enfrentándose a una fuerte oposición. Incluso
aunque hubiera adaptado un sistema descentralizado, el resultado hubiera sido muy
pobre debido a los deficientes medios de comunicación de la época. Los grandes ejércitos
napoleónicos y las misiones que él les asignaba, sobrepasaban la capacidad técnica
disponible a principios del siglo XIX.
Cuando sus victorias comenzaron a no ser tan nítidas, el mantener en su persona la
autoridad militar y política, condujo a decisiones políticas desastrosas que podrían
haberse evitado con una mayor división de las responsabilidades, o al menos si hubiera
escuchado a sus asesores. Otros hombres de estado, como Federico el Grande, habían
ostentado una autoridad absoluta y no por ello habían conducido a la perdición a su
país. Pero Federico, aunque tomaba decisiones muy arriesgadas, sabía poner freno a su
ambición. La invasión de Rusia por parte de Napoleón traspasó los límites de la razón;
el hecho de avanzar sobre Moscú cuando el ejército ruso aún no había sido derrotado,
hay que considerarlo, con el más benevolente de los criterios, como un juego
desesperado e innecesario. Permanecer en Moscú hasta mediados de octubre significaba
sacrificar la Grande Armée con la vana esperanza de que, al final, el Zar Alejandro
negociaría. Al negarse éste a negociar la paz durante el verano de 1813, el ejército
francés se enfrentó a una campaña en condiciones muy desfavorables. A nivel operativo,
por no haber entregado la ciudad de Dresde en octubre a la Alianza sajona, tuvo que
retirar el cuerpo de ejército St. Cyr de la batalla de Leipzig donde era muy necesario y a
pesar de todo fracasó en conservarla. "La poítica intervino antes de la batalla decisiva, y
lo arruinó todo" (12). La campaña de 1814, considerada como una de las obras maestras
de Napoleón, fue brillante, pero se convirtió en una inútil sangría, puesto que tuvo lugar
durante un vacío político. Antes de que los aliados se internaran en Francia, Napoleón
había perdido la última oportunidad de dividirlos políticamente y negociar una paz
aceptable, a pesar de que la ventaja militar de los aliados era de dos o tres a uno. Por el
contrario, durante las negociaciones que se llevaron a cabo en Chátillon, cuando
Blücher se encontraba ya a medio camino de París, los representantes franceses no
actuaron con la urgencia y determinación que la situación demandaba. Toda la
campaña reveló, no la "grandeur", sino la miseria de la unidad del mando político y
militar en la misma persona. No es exagerado decir que la intención política de
Napoleón carecía de racionalidad; las operaciones realizadas durante los primeros meses
de 1814 pueden equiparse a la insistencia de Hitler, una vez que la ofensiva de
Rundstedt había fallado, durante la desesperada situación alemana en la primavera de
1945.
Napoleón y la Revolución en la Guerra 149

IV

Hasta la últimas campañas de Napoleón, la política de los países que mantenían


una relación amistosa con Francia, era, en realidad, una parte más de su
estrategia, pero el análisis de sus guerras por los contemporáneos y por las
generaciones posteriores, se centraron casi exclusivamente en los aspectos pura-
mente militares. La gran mayoría de los estudiosos en la materia las consideraron
como el máximo exponente de la guerra moderna; intentaron descubrir los
secretos del pensamiento estratégico del Emperador y sus técnicas, pero no lle-
garon a comprender que lo que en realidad había hecho fue preparar el camino
para las guerras futuras. El impacto de su mandato y de sus guerras en Europa
había sido tan profundo que las sucesivas derrotas que sufrió en los últimos años
no supusieron apenas merma en su prestigio. El hecho de que al final fuera
derrotado, pudo haber hecho que sus antiguos enemigos reconocieran su
grandeza más libremente. La tradición napoleónica y la escuela que se formó,
prestaban un énfasis especial a la fortaleza basada en la superioridad numérica, en
la penetración estratégica y la concentración rápida de la fuerza en el punto
decisivo. En 1790 todos estos conceptos podían parecer extraños, pero en la
incipiente revolución industrial, comenzaban a tener sentido.
En el pensamiento de muchos militares de la época, la cualidad más importante
del pensamiento napoleónico era que sus fundamentos eran independientes de
la evolución tecnológica. Por el contrario, para otros, fueron las innovaciones,
como el telégrafo, el ferrocarril o los rifles de carga por la recámara las que
permitieron al Emperador realizar sus proyectos. También tuvieron una gran
influencia las corrientes nacionalistas de finales del siglo XIX que proporcionaron
los nuevos ejércitos de masas, pero el Emperador sólo tuvo acceso a todo esto en
una forma muy rudimentaria.
Para dar una idea de la fuerza que tuvo y de lo que perduró el impacto de las
guerras napoleónicas en el pensamiento militar, es suficiente con resaltar tres
obras que aparecieron poco antes de la Primera Guerra Mundial, y otra, que fue
escrita nada más acabar. En 1910, un coronel alemán que llegó posteriormente a
ser general durante la guerra, publicó un libro titulado Napoleon's Generalship and
Its Significance for Our Time, afirmando en la introducción que "aunque gran parte de
las cosas de la era napoleónica están ahora pasadas de moda, el estudio de sus
guerras tiene un enorme valor para nosotros, porque las lecciones que se pueden
obtener de ellas constituyen los pilares del pensamiento militar actual" (13). Dos
años más tarde, un estudio del Estado Mayor General alemán afirmaba que las
órdenes y la correspondencia oficial de Napoleón durante la campaña de otoño
de 1813 "permanecían siendo incluso hoy una fuente inagotable de intuición en
todo tipo de actividad militar y constituye uno de los pilares fundamentales de las
teorías militares del siglo XIX" (14). El hecho de que la campaña finalizara en un
verdadero desastre para Napoleón hace que sean tenidas más en cuenta estas
frases del General Friederich, aunque es más improbable que muchos de sus lectores
se
150 Creadores de la Estrategia
Moderna

se sorprendieran por ellas. Al mismo tiempo, en Francia, Jean Colin comparando los
ataques por los flancos de Napoleón y las operaciones similares que se realizaron durante
la guerra Ruso-Japonesa, escribía: "Aunque no podamos copiar la capacidad de maniobra
de Napoleón, debemos inspirarnos en él ", y continuaba diciendo que, "para aquellos que
no se limitan a copiar ciegamente, pueden inspirarse aún en los modelos de las guerras
napoleónicas cuyas ideas pueden aplicarse a los del siglo XX" (15).
La paralización del frente oeste durante la Primera Guerra Mundial representó la
interpretación literal de estas últimas frases; entre las recriminaciones que se hicieron
después de 1918 figuran, sobre todo, la del abandono de las tesis napoleónicas, sobre la
movilidad, al empeñarse, por ambas partes, en una guerra de trincheras. En defensa del
ideal clásico, el General del Estado Mayor francés, Hubert Camón, publicó un estudio
sobre la validez de la estrategia napoleónica: "La guerra de trincheras no había
predominado hasta que la maniobra inicial alemana (la invasión de la parte norte de
Francia a través de Bélgica) se produjo; esta maniobra estaba inspirada en las operaciones
iniciales de Napoleón en 1812. Si fue paralizada no se debió a los medios disponibles en
1914, que hicieron que el sistema napoleónico estuviera anticuado, sino porque se ejecutó
de una forma incorrecta" (16). Respecto a las operaciones de Luden-dorff en el frente este,
Camón las califica de "maniobras napoleónicas". Por otra parte, si los alemanes no lograron
la victoria total en Rusia, fue porque "Falken-hayn no estaba suficientemente familiarizado
con las tesis napoleónicas y no confiaba en ellas". "La ofensiva de Ludendorff en marzo de
1918 estuvo inspirada en la primera fase de la campaña napoleónica en Bélgica en 1815".
Finalmente concluía: "Si nos trasladamos desde las maniobras estratégicas a las batallas, es
preciso reconocer que la batalla del Marne fue del tipo neo-napoleónico. Lo único que
faltó (en el lado francés) fue el elemento fundamental: "masse de rupture" (17).
Estos y otros muchos trabajos del mismo estilo hicieron que un siglo después de
Waterloo, Napoleón permaneciera aún con fuerza dentro del pensamiento militar. Pero
¿en qué consistía realmente esa fuerza? Como sugieren las anteriores anotaciones, hay que
distinguir entre inspiración e influencia. La inspiración se deriva de una cualidad sugestiva
del pasado, que puede estimular y fortalecer nuestro comportamiento presente.
Influencia, por otra parte, se refiere a un determinado grado de conexión, en este caso,
entre la estrategia napoleónica y la de las generaciones posteriores. Demostrar, en
definitiva, la existencia de tales interrelaciones durante cincuenta o cien años podría
resultar difícil e incluso imposible en el caso de las guerras, donde los planes y las decisiones
están influenciados por muchos factores cambiantes. Volviendo a uno de los comentarios
del General Camón: "Indudablemente, Schlieffen estudió hasta el más mínimo detalle las
campañas napoleónicas, puesto que la invasión de Alemania en 1806 por parte de
Napoleón, puede considerarse exactamente igual al plan de Schlieffen durante la
Primera
Napoleón y la Revolución en la Guerra 151

Primera Guerra Mundial, pero al contrario; estudió también, incluso con más
profundidad, las guerras de Aníbal, no siendo descabellado establecer la influencia de las
operaciones cartaginesas en Apulia, sobre la ofensiva alemana de 1914, dos mil años más
tarde. Lo que hizo Schlieffen fue situarse en lugar de los soldados de la otra época y actuar
sobre los problemas que tenía en ese momento, con las soluciones que estaban a su
alcance. Estos ejercicios intelectuales y psicológicos provocaron, muy probablemente, un
alejamiento entre los problemas estratégicos y sus soluciones en aquel momento, puesto
que se estaban analizando con una perspectiva diferente; a pesar de basarse en premisas
de otro tiempo, Schlieffen debía haber reconocido las nuevas posibilidades del presente,
o encontrar la confirmación de sus ideas. Pero todo esto es muy diferente a confiar
ciegamente en la relación causa y efecto, así como en repetir los mismos planes
estratégicos, que eran las tesis del General Camón.
Napoleón había puesto al descubierto ciertos valores permanentes para la guerra que
fueron transmitidos a los soldados durante sus campañas y a través de sus escritos.
Napoleón es considerado como un intérprete inspirado de los valores eternos del
hombre, trasmitiéndonos, con especial claridad, aquellas ideas que otros hombres
podrían haber tenido, pero que no lo hicieron. En el siglo XIX, e incluso en 1914, esta
forma de pensar podría estar facilitada por una cierta contemporaneidad con la era
napoleónica. Comparado con Federico o con Gustavo Adolfo, Napoleón estaba en los
comienzos de lo que los hombres consideraban como la era moderna. En nuestros días,
las condiciones en las que vivió y luchó son muy diferentes a las de los siglos XVII y XVIII.
Pero si hacemos una abstracción del tiempo, sus ideas (concentración de la fuerza, eco-
nomía de esfuerzos y la importancia de la moral en las tropas), pueden considerarse, con
algunas variaciones entre la era napoleónica y la posterior, como "principios de la
guerra". En la práctica, estos principios se interfieren entre sí y, en presencia de las
siempre cambiantes circunstancias, aparecen bajo nuevas formas, a veces sorprendentes.
Cada época tiene su propia estrategia. Las de 1806, 1870 y 1914 fueron el producto de
su tiempo, pero fundamentalmente fueron una respuesta a las condiciones económicas,
sociales, técnicas y políticas del momento. A menudo, como ocurrió durante la Primera
Guerra Mundial, una estrategia va con retraso respecto a la realidad presente.
Napoleón, por el contrario, desarrolló una estrategia que se acoplaba a las posibilidades
de su tiempo y durante algunos años logró explotarlas plenamente. Cuando las
condiciones comenzaron a cambiar, a veces como consecuencia de sus propias acciones,
sus conceptos estratégicos también tuvieron que ir cambiando, para no quedarse
anticuados. No es tanto la supuesta influencia que él ejerció sobre el pensamiento
estratégico de las generaciones posteriores, como en hecho de que muchos militares en
el siglo XIX estaban convencidos de esa influencia. El impacto de Napoleón está presente
por todas partes. Su fe en la acumulación y uso de la fuerza, su insistencia en la victoria
absoluta, su
152 Creadores de la Estrategia
Moderna

su oposición a las guerras de carácter limitado para lograr objetivos también limitados.
Estas ideas parecen haber añadido una cierta autoridad histórica y la confirmación a
actitudes que emergieron rápidamente en todo el mundo occidental y por las que se le
consideraba como un genio de la guerra moderna. A pesar de todo, estas consideraciones
se mueven dentro del terreno de la especulación.
Lo que puede determinarse con certeza no es el impacto que Napoleón ha podido
tener sobre las generaciones posteriores, sino todo aquello que consiguió o no logró
conseguir mientras vivió. Como soldado del Viejo Régimen, que sobrevivió a la Revolución,
su educación y sus modos reflejaban la revolución en la guerra, con una mezcla de
innovación y de continuidad. Con más exactitud que otros, se dio cuenta del potencial
bélico que contenían los cambios que se estaban produciendo y los reunió en un sistema
de insuperable poder destructor. Durante un tiempo se adelantó a los acontecimientos,
modelándolos y conduciéndolos, hasta que en sus últimos años se vio arrastrado por la
corriente de la evolución histórica y por la evolución de la civilización occidental que se
orientaba hacia una expansión de la guerra.

NOTAS:

1. On War de Carl von Clausewitz, traducido y editado por Michael Howard y Peter
Paret (Princeton 1984) libro 6, capítulo 30, pág. 518.
2. Cmrespondance de Napoleón 1" (París, 1857-70), volumen 12, n° 9944, ajóse
Bonaparte, el 8 de marzo de 1806. La expresión la guerra alimenta a la guerra,
utilizada frecuentemente durante la Revolución, se encuentra también en los
escritos de Napoleón, comos en "Memoire sur l'armée d'Italie" (Julio 1795) en
Cmrespondance, volumen 1, n 49.
3. On War de Clausewitz, libro 8, capítulo 3B, pag. 592.
4. Durante su estancia en la isla de Sta. Elena, Napoleón criticó las acciones de un
general francés durante la campaña de 1799 en Suiza y condenó la dispersión de las
fuerzas como un peligros hábito que imposibilitaba el logro de importantes
resultados. El añadió: "Pero eso era la moda en aquellos días: luchar siempre en
pequeños grupos" (Réáts de la captivité de l'empereur Napoleón de Charles Tristan de
Montholon (París, 1847) 2:432-33).
5. The Transformations ofWardeJean Colin traducido por L.H.R. Pope-Hennessy
(London, 1912) 253,290. El autor ha vuelto a traducir estas frases, ya que la versión
original en inglés resultaba afectada e inexacta.
6. Oeuvres de Sainle-Héléne. Evénements des six premiers mois de 1799 en Correspondance,
30:263. Ver también Ibid, 289.
7. Geschichte der Kriegskunst de Hans Delbrück (Berlín, 1962), 4:494.
8. Correspondance volumen 1; na421, a Carnet, el 14 de mayo de 1796; Oeuvres de
Sainle-Héléne, Campagnes d'Italie, Ibid, 29:107.
9. La comparación de Napoleón sobre la guerra y sus mecanismos se recoge en, Notes sur
la defens d'Italie, (14 de enero de 1809),ibid,volumen 28; n2 14707.
10. DerFeldzugvon 1796 in Italien en Hinterlassene Werke, 10 volúmenes (Berlín, 1832-
37), 4:15.
11. Ver Revolutions in Warfare; An Earlier Generation of Interpreters, del autor de este
artículo, en National Security and International Stability, editado por Bernard
Brodie, Michael D. Intriligator y Román Kolkowicz (Cambridge, Mass., 1983);
Napoleon as Enemy en Proceedings the Thirteenth Consortium on Revolutionary
Europe, editado por Clarence B. Davis (Athens, Ga.,1985).
Napoleón y la Revolución en la Guerra 153
12. Transformations of War de Colins, 264.
13. Die Heerführung Napoleons in ihrer Bedeutung für unsere Zát de Hugo von Freytag-
Loringhoven (Berlin, 1910), v.
Esta obra está dedicada a Schlieffen, el patrón de la guerra dirigida de acuerdo con las
ideas de Napoleón y Moltke.
14. DieBefreiungskriege 1813-1815de Rudolf Friederich (Berlin, 1911-13), 2:413.
15. Transformations of War de Colins, 167,226.
16. Le Systéme de guerre de Napoleón de Hubert Camón (París, 1923), 1-2. Numerosos
estudios de Camón sobre las guerras napoleónicas, tuvieron una amplia difusión
tanto antes como después de la Primera Guerra Mundial.
17. Ibid, 3.
John Shy
6. Jomini
6. Jomini

En el periodo de la gestación del pensamiento militar moderno destacan tres


nombres: Napoleón, Clausewitz y Jomini. Los dos promeros son conocidos incluso por
los profanos en historia, pero Jomini sólo resulta familiar entre los especialistas en la
materia, aunque su influencia, tanto en teoria militar como en la propia guerra, ha sido
enorme. No ha habido muchos estudios sobre sus ideas ni su influencia, ni siquiera existe
una biografia basada en el conjunto de sus escritos, que nunca fuerón publicados, por lo
que su reputación ha permanecido injustamente sumegida en una oscuridad casi
absoluta (1). La gran disparidad que existe en su influencia y el general desconocimiento
de ell, es un motivo más para comprender el papel relevante que ocupa en la historia de
occidente, desde la revolución francesa (2).
Como sus contemporaneos Napoleón y clausewitz, Antoince-Henri Jomini fue un
producto de la gran revolución que sacudió a fancia y a todo el mundo occidental, a
partir de 1789 y a los 19 años estaba decidido a dedicarse a la banca o al comercio, pero
desde que tenia 10 años, habia sentido una gran atracción por la Revolución francesa.
Mientras ejercía de aprendiz de banquero en Basilea a los 17 años, habia visto a las
tropas francesas de de cerca. Durante los dos años siguientes, en París, habia sido
testigos del golpe de estado de Fructidor y había estudiado los informes que llegaban de
Italia sobre las espectaculares victorias del Genero Bonaparte. En 1798, en Suiza se
produjo una revolución, similar a la de Francia, con la intervención militar de esta
ultima, y el Joven Jomini abandono lo que podrí ahaber sido una brillante carrera
comercial para dedicar los siguientes 70 años de su vida al estudio de la guerra.
Guerra y revolución estaban íntimamente unidas durante la gran convulsión que
tuvo lugar entre 1789 y 1815; l anaturaleza de la Revolución Francesa dio paso a la era
napoleónica. A todo ello fue lo que dedicó Jomini toda su vida, intentado establecer
unas claras diferencias enntre las teorías de la guerra, tan intimamente influenciadas por
la experiencia napoleónica, de las situaciones históricas de cada momento. Con el fin de
dar a la guerra el carácter de “Científica”, redujo su estudio a la “estrategia” (un
conjunto de técnicas sancionadas po las costumbre para el análisis y el planeamiento
militar, que ha continuado dominando el pensamiento sobre este tema y que él lo hizo
posible rompiendo
158 Creadores de la Estrategia Moderna

rompiendo el lazo existente entre Napoleón y la Revolución Francesa). Muchas de las ideas
específicas de Jomini (como "las líneas interiores de actuación", por ejemplo) sólo tienen
un cierto interés histórico, pero su concepción general sobre la problemática de la guerra,
abstrayéndola de su contexto político y social, dando énfasis al proceso de la toma de
decisiones y a los resultados operativos, convirtió a la guerra en un enorme juego de
ajedrez. Más que Clausewitz, Jomini se merece el título de fundador de la estrategia
moderna.
En general, los historiadores están de acuerdo en que los destacados éxitos de los
ejércitos de la Revolución contra las fuerzas Aliadas de otros países de Europa durante la
década 1790-1800, se debieron fundamentalmente a la no menos destacada movilización
de la sociedad francesa. A partir de 1789 la oposición a la revolución, por parte de la corte
real y por la mayoría de los aristócratas y eclesiásticos, así como de los propios ciudadanos
en grandes áreas del sur y oeste de Francia, provocó el apoyo de otros países a la
contrarrevolución. En 1792 la guerra asolaba toda Francia. Desde el punto de vista de los
líderes revolucionarios, la guerra corría el peligro de convertirse pronto en una situación
desesperada, con una lucha ideológica por la supervivencia, por lo que en sus esfuerzos
para evitarlo, decidieron acelerar lo que parecía, en cualquier caso, inevitable, es decir, el
derrocamiento de la monarquía, la ejecución de la familia real e implantación del "reino
del terror" contra los "enemigos internos". Esta guerra produjo también un caos militar.
Regimientos enteros fueron arrasados y muchos oficiales partidarios de la monarquía (la
mayoría nobles, por tanto, sospechosos de traición) emigraron. Los continuos
llamamientos desde París para reclutar voluntarios que defendieran a la Revolución,
tuvieron un éxito parcial, mientras que los aliados empezaban a tener ventajas, por lo que
el alistamiento a las fuerzas de la Revolución se hizo obligatorio (3). El famoso "levée en
masse" de agosto de 1793 fue simplemente un edicto que daba a conocer oficialmente
algo que, de hecho, ya se estaba produciendo: "Desde este momento, hasta que nuestros
enemigos no hayan sido expulsados del territorio de la República, todos los franceses
quedan obligados a prestar servicio militar de modo permanente.
Los hombres jóvenes, para el campo de batalla; los hombres casados, para fabricar
armas y transportar municiones; las mujeres, para fabricar ropas; los niños, fabricarán
vendajes, aprovechando la ropa vieja; y los hombres de edad irán a las plazas para
enardecer a los soldados, mientras predican la unidad de la República y el odio a la
monarquía" (4).
Por supuesto, no todos los franceses empuñaron las armas, pero en menos de 1 año el
ejército de la revolución contaba con más de 1 millón de hombres (de una población de
unos 25 millones), lo que representaba una fuerza armada sin precedentes, que logró
contener los intentos contrarevolucionarios de la coalición, pasando a continuación a la
ofensiva.
Jomini 159

Dentro de esta gigantesca e improvisada masa militar, había también un sólido núcleo
de militares profesionales, representado por hombres como Lazare Carnot, Alexandre
Berthier y Napoleón Bonaparte. Los historiadores no están de acuerdo sobre si lo que
resultó ser más provechoso para el éxito de la Revolución y de sus ejércitos, fue la
profesionalidad de esos hombres o el entusiasmo y el modelo del nuevo ejército
revolucionario. La mayoría de los suboficiales del antiguo ejército real se unieron a la
Revolución y el apoyo de los cuerpos técnicos (ingenieros y artillería) fue especialmente
importante. Pero a pesar de todo, lo único que puede dar una explicación a los
sorprendentes resultados militares fue el gran aumento en el número de hombres en filas y
los nuevos niveles de movilización, consecuencia ambos de la Revolución (5). En lo que no
hay duda es que el ejército francés que surgió supuso una ruptura con respecto a todos
los demás; utilizando esas fuerzas con osadía y habilidad, los generales franceses derrotaron
una y otra vez a sus enemigos. Desde 1794, durante los años en que el adolescente Jomini
estaba aún indeciso sobre la carrera a elegir, los ejércitos franceses aplastaron la coalición
antifrancesa, se comenzó la transformación de la estructura política de Europa y accedió al
mando absoluto de Francia uno de sus líderes: Napoleón Bonaparte.
¿Cómo consiguieron aquellos éxitos? La repuesta a esta pregunta sería el mayor logro
de Jomini. Las guerras de la Revolución Francesa y de Napoleón generaron una vasta y
receptiva audiencia para una explicación clara y simple como la que él podía ofrecer. Su
obsesión por elevar a la categoría de "ciencia" el estudio sistemático de los
acontecimientos militares y políticos, dándoles incluso un carácter religioso, al hacer
referencias continuas al Evangelio, le hizo llegar a unas conclusiones que ayudaron a hacer
desaparecer la confusión y a mitigar los miedos generados por las victorias militares
francesas. Después de Waterloo, con Napoleón derrotado y el poder militar de la
Revolución humillado, su respuesta se hizo más persuasiva al estar confirmada por los
hechos. El había llegado a la misma conclusión cuando tenía 18 años y, cuando murió a
los 90, seguía insistiendo en la validez de las mismas ideas básicas que estableció en 1803:
- Que la estrategia es la pieza fundamental en la guerra.
- Que toda estrategia está gobernada por unos principios científicos inva
riables; y
- Que esos principios establecen como línea maestra, la acción ofensiva
cuando se posee una gran cantidad de fuerzas contra un enemigo más
débil, actuando en los puntos decisivos (6).
La respuesta de Jomini fue que durante casi dos décadas, Napoleón y el pueblo francés
habían comprendido y practicado esos principios mejor de lo que lo habían hecho sus
adversarios. Esto fue el punto central de la teoría de Jomini sobre la guerra. Para
comprender las ramificaciones y la influencia de estas ideas tan sorprendentemente
simples, comenzaremos por examinar como fueron formuladas y promulgadas.
160 Creadores de la Estrategia
Moderna

Los Jomini eran una antigua familia suiza, unida por matrimonios a otras familias
importantes en la pequeña ciudad de Páyeme, en el cantón de Vaud, entre Ginebra y
Berna (7). Dicho cantón, actualmente franco-parlante, estaba subordinado hasta 1798 al
cantón germano-parlante de Berna, por ser este último el que había liberado al de Vaud
del yugo de Borgoña durante el siglo XIV. Durante la década de 1790 a 1800, Vaud era
comprensiblemente pro-francés, ya que la Revolución Francesa podía favorecer su deseo
de terminar el tipo de relación feudal que se veía obligado a mantener con Berna. El
padre de Jomini, Benjamín, como anteriormente su abuelo, era el alcalde de Páyeme.
Durante la Revolución Suiza de 1798, Benjamín Jomini fue diputado del cantón de Vaud y
posteriormente llegó a ocupar un puesto en el Gran Consejo de la nueva República
Helvética. Pero el abuelo materno de Jomini, que estaba ligado a Berna por importantes
negocios, se opuso firmemente al "movimiento patriótico suizo". Aunque esta división
política en la familia tuvo importantes secuelas en la vida de Jomini, en 1798 él era un
revolucionario convencido. En París se unió a elementos radicales emigrados de Suiza,
fundamentalmente La Harpe, y cuando tuvo noticias del éxito de la revolución, volvió
inmediatamente a Suiza para encontrar trabajo en el nuevo régimen. Durante unos tres
años, ejerció de secretario en el Ministerio de la Guerra suizo, llegando a ser capitán y
posteriormente jefe de batallón, sobreviviendo a varias reformas políticas, y en 1802 volvió
a París, probablemente buscando horizontes más amplios para su talento y su ambición.
Estos primeros años se caracterizaron por una atmósfera política sobrecargada de
pasiones y una intoxicación de la juventud con las ideas revolucionarias, que coincide
perfectamente con la descripción realizada por Stendhal en su autobiografía; ese mismo
temor juvenil era el que sentía Henry "Brulard" en Grenoble, ya que "el momento dorado
en el gran mundo" pasaría antes de que pudiera salir de la prisión provincial en la que se
encontraba (8). Al final de su vida Jomini recordaría la historia de su vida. Se enorgullecía
de haber sido uno de los primeros en firmar la petición de La Harpe en 1798, dirigida al
Directorio francés, que reclamaba la garantía francesa de respetar los derechos del cantón
de Vaud contra la opresión de Berna. Jomini parecía haber olvidado que se vio obligado a
ello por el escándalo que se produjo cuando recibió un soborno de un proveedor militar
para poder pagar sus deudas de juego en Berna, por lo que dimitió de su cargo en el
Ministerio de la Guerra, regresando a París. Algo que tampoco pudo ocultar fue su
petición a Napoleón en 1804, para que Francia se anexionara Suiza. El gobierno de su
país decretó la expulsión de Jomini, calificándole de "canalla" y de "jacobino".
Talleyrand, el ministro
Jomini 161

ministro francés de asuntos exteriores, no le prestó ninguna ayuda, quizás porque ya a los
25 años de edad Jomini tenía fama de astuto y de tener un carácter presuntuoso y porque
estaba bajo la protección del General Ney, comandante del Sexto Cuerpo de Ejército
(9).
En 1803 Ney subvencionó la publicación del primer libro de Jomini. Ney, que sería
calificado como "el más bravo de los bravos", era muy estudioso, pero había sido virrey
francés en Suiza durante la sublevación antifrancesa de 1802, cuando el cantón de Vaud
era un sólido partidario de Francia; en esta etapa suiza fue cuando Ney conoció a un
brillante, diligente y ambicioso joven cuyo nombre era Jomini. Este recordaba al final de
su vida que fueron las hazañas del ejército francés en Italia, al mando del General
Bonaparte (1796-1797) las que hicieron que se aficionara a la teoría militar; en un solo
año, Bonaparte había forzado al Piamonte a pedir la paz, obligando a los austríacos a
abandonar el valle del Po; había derrotado en cuatro ocasiones las contraofensivas aus-
tríacas, y acabó avanzando a través de los pasos alpinos hasta la propia Viena. En este
aspecto no hay motivo para poner en duda la memoria de Jomini, porque durante los
cinco o seis años anteriores a 1803 había dedicado mucho tiempo a leer y a escribir sobre
la guerra. Jomini no sólo estaba obsesionado por los anhelos de gloria militar, intentando
imitar la increíble ascensión de Bonaparte que era sólo 10 años mayor que él, sino que
reconocía "tener un amor platónico", en el que la realidad de los acontecimientos
descansaba bajo el caos superficial del momento histórico y que ésta estaba soportada por
principios invariables, como el de la gravitación universal y la probabilidad (10). Para
comprender esos principios, así como para satisfacer sus más primitivas necesidades de
ambición e impaciencia juvenil, fue por lo que se dedicó con denuedo al estudio de la
guerra. Voraz lector de la historia militar, sus teorías revelarían los secretos de la victorias
francesas.
Según él mismo reconocía, desde el punto de vista intelectual debía mucho al
General Henry Lloyd (11). Este gales había estado implicado en la rebelión de 1745; huyó
de Inglaterra y sirvió después en varios ejércitos del continente y poco antes de su muerte
en 1783, fue perdonado por el gobierno británico. Muy probablemente fue un espía
británico o un agente doble y mandó un importante destacamento austríaco durante la
Guerra de los Siete Años, escribiendo, entre otras muchas obras, la historia de las
campañas alemanas durante esa guerra. Su actitud crítica hacia Federico II como
estratega, fue recogida en su obra Military Memoirs, publicada en 1781 y que suscitó un
gran interés porque en ella ofrecía una exposición sistematizada de la guerra y sus
principios (12). Estas memorias fueron traducidas al francés y publicadas en Basilea en
1798. Con toda seguridad, esta obra causó una profunda impresión en el joven Jomini.
Lloyd le proporcionó un modelo y, al mismo tiempo, un acicate para esforzarse en su afán
por transformar el fantástico mundo de la guerra del siglo XVIII en un conjunto de
principios de carácter intelectual.
162 Creadores de la Estrategia Moderna

El arte de la guerra se basa en "principios fijos de naturaleza invariable" (13).


Estas palabras son de Lloyd, pero fueron repetidas una y otra vez por Jomini y sus
discípulos. Investigando en los libros escritos por Lloyd sobre la explicación que él daba
acerca de esos principios invariables, sorprendentemente hay muy poco. En un solo
punto parece que se define con claridad: que sólo un ejército no dividido, moviéndose en
una única línea de operaciones, reducida y segura, es la única posibilidad de evitar la
derrota. Puede ganar únicamente si el enemigo tiene prisa por llegar a la batalla y divide
sus fuerzas, esparciéndolas en largas y vulnerables líneas. Lloyd, en su búsqueda de princi-
pios en qué basarse, fue modificando su forma de pensar hacia un racionalismo
excesivamente cauteloso y hacia una estrategia eminentemente defensiva, que eran las
características de las guerras europeas antes de la Revolución Francesa. Jomini encontró
en Lloyd la clara expresión de su aún incipiente "ideal" de guerra como ciencia, pero en
realidad encontró poco o nada que diera una explicación de cómo el ejército francés
que fue a Italia, a pesar de formar una larga y vulnerable línea de operaciones, no sólo
había logrado numerosas victorias sino que trastocó el equilibrio militar europeo. La
llamada de Lloyd a la Ilustración es fácil de comprender; su ciencia de la guerra, hizo que
las batallas fueran virtualmente imposibles de producirse e incluso de pronosticar para lle-
gar al final de las guerras. Pero es más difícil comprender cómo Lloyd podía ofrecer algo
así, en una época de revolución y dramáticos cambios militares. Napoleón leyó a Lloyd e
hizo anotaciones en el libro; al margen del texto se
podía leer: "Ignorancia . Absurdo... Imposible.... Falso.... Mal.... Muy mal...
¡Qué absurdo!....(14). Lo que resulta verdaderamente absurdo es que el molde
intelectual creado por Lloyd sirviera para que Jomini refundiera, mas o menos
definitivamente, la leyenda militar de Napoleón.
Existe una obvia contradicción: Jomini admiraba a Lloyd por su trabajo como crítico
militar y teórico, y le utilizó como modelo para su trabajo sobre las guerras de la
Revolución y las Naroleónicas; pero Napoleón consideraba las teorías de Lloyd como una
broma patética y en el estudio crítico de Lloyd sobre la Guerra de los Siete Años da a
entender que fuera posible algo parecido a los drásticos cambios franceses de la década de
1790. Resulta demasiado simple decir que Jomini se apoyaba en los conceptos militares del
Viejo Régimen para enjuiciar a Napoleón; muchos inteligentes y experimentados
soldados, incluyendo el propio Napoleón, admiraron el trabajo de Jomini, que de hecho
enfa-tizaba repetidamente las profundas diferencias entre las guerras europeas de antes y
después de 1789 (15). Si logramos hallar la respuesta a esa contradicción, habremos dado
un importante paso hacia adelante en el exacto conocimiento de lo que Jomini decía y
por qué, entonces y ahora, su mensaje ha tenido tanta influencia.
La investigación de Lloyd sobre los principios de la guerra, está íntimamente unida a su
historia sobre la Guerra de los Siete Años y su crítica a Federico como comandante; ésta
estaba intencionadamente basada en la aplicación de principios científicos a los
acontecimientos
Jomini 163

acontecimientos históricos. Antes de Lloyd, la mayoría de los trabajos serios sobre la


guerra durante la Ilustración, fueron realizados en Francia y Alemania. Sus críticas a
Federico provocaron una repulsa generalizada en Alemania, y el Coronel Georg Friedrich
Tempelhof, escribió una serie de artículos como réplica (16). Esta controversia fue
seguida con interés en Francia, donde los amargos acontecimientos de la Guerra de los
Siete Años eran motivo de un intenso debate; esto hizo que el trabajo de Lloyd fuera
conocido en toda Europa. Cuando el joven Jomini comenzó sus estudios militares para
encontrar la clave de cómo la Revolución había influido en la guerra, llegaron a sus manos
los trabajos de Lloyd y Tempelholf. Estos escritos constituían unos trabajos actualizados,
detallados y contradictorios sobre la experiencia militar más relevante que habían tenido
los dos veteranos oficiales. Ambos coincidían en los "principios generales", pero en su
debate sobre las posibilidades estratégicas de 1756-1762, ninguno de los dos podían
imaginar nada parecido a los sorprendentes acontecimientos militares de 1793-1801.
Apoyándose en Lloyd y Tempelhof, Jomini podría aumentar la limitada visión de ambos
sobre la verdadera naturaleza de la guerra.
Un solo ejemplo puede servir para ilustrar este método. Jomini analizó la campaña de
1756 en su primer obra, titulada Treatise on Major Military Operations of the Seven Years' War,
cuyos dos primeros volúmenes fueron publicados en 1805 (17). En él, resumió los relatos--
de Lloyd sobre cada operación y las respuestas de Tempelhof, para obtener su propia
versión sobre esa guerra, así como su visión de los principios invariables de la guerra y su
correcta aplicación. Por supuesto, las campañas de 1756-1762, como cualquier otra
guerra, corroboraron esos principios, pero Jomini se dedicó a analizar también las campañas
de las Guerras de la Revolución, con el fin de corregir los errores de Lloyd y Tempelhof,
al analizar y aplicar esos principios correctamente. En cuanto a la campaña de 1756, Lloyd
había calificado la invasión de Sajonia por parte de Federico, como una operación
prudente para proteger su flanco ante la amenaza austríaca. Pero Lloyd también había
sugerido que la invasión de Bohemia o Moravia, habría permitido amenazar
directamente a Viena y hubiera resultado más ventajoso, puesto que Federico había
situado fuerzas para proteger su flanco sajón. Tempelhof había criticado esta idea,
apoyándose en las necesidades logísticas que provocaría, llegando a afirmar que
hubiera sido imposible de realizar. Mas tarde, Tempelhof añadió que ese movimiento tan
arriesgado habría supuesto violar el principio básico de mantener una línea de
operaciones reducida y segura.
El joven Jomini criticó a ambos por su timidez. Lloyd tuvo la buena idea de sugerir el
moverse directamente contra Viena, pero no estaba muy convencido ante la
preocupación de la amenaza de Sajonia. Mejor que invadir este país, como Federico
había hecho, o debilitar el ejército principal, dejando destacada una fuerza para contener
a Sajonia, como Lloyd había propuesto, Jomini sugería que un ejército prusiano unido
podría haber avanzado a gran velocidad hasta Olmütz, situado en el.camino de Viena.
Los sajones,
164 Creadores de la Estrategia Moderna

Los sajones, temiendo los horrores de una invasión de Prusia, no se atreverían a moverse.
Según Jomini esto sería lo que Napoleón hubiera hecho en 1756, que viene a coincidir
con lo que hizo en Italia cuarenta años después. En cuanto a las críticas de Tempelhof,
basadas en cálculos logísticos y en los principios de la guerra, Jomini fue mordaz. La
costumbre de asociar todos los planes militares y las operaciones a los problemas logísticos,
significaba simplemente que durante el siglo XVIII, "el arte de la guerra había dado un
paso atrás". Cesar había dicho que la guerra podía alimentar a la guerra, y tenía razón.
Los 8 o 10 millones de personas de Bohemia y Moravia, podían haber abastecido
fácilmente a un ejércitos prusiano compuesto por 90.000 hombres. En la edición de 1811
de su primer obra, anteriormente mencionada, Jomini citó la "inmortal campaña del
Emperador Napoleón en 1809", como una prueba positiva de lo que se podía haber
hecho en 1756, y por ella, Napoleón demostró ser mucho mejor estratega que Federico.
En respuesta al principio invocado por Tempelhof de mantener una línea de operaciones
reducida y segura, Jomini exigía un análisis más adecuado y una actuación más atrevida.
La aplicación literal del principio por parte de Tempelhof, significaba que ningún ejército
podía nunca cruzar sus propias fronteras. Jomini escribió: "En todas las operaciones
militares hay siempre imperfecciones y puntos débiles, pero al analizarlas se deben aplicar
los principios teniendo presente el objetivo a conseguir, y preguntarse cuál es la que ofrece
las mejores oportunidades para la victoria" (18).
Nada en el primer libro de Jomini daba a entender que estaba equivocado al analizar
el nuevo aspecto de la guerra de la década de 1790 o que, como si se tratara de un juego de
manos, él había mezclado las campañas de Federico y Napoleón como si fueran iguales.
Por el contrario, él admiraba el nuevo estilo de la guerra, en el que todo el potencial
humano y todas las energías de la nación estaban orientadas únicamente a conseguir la
victoria. Utilizó las dudas y las limitaciones del tipo de guerra de Federico, como
antecedentes para resaltar la grandeza de Bonaparte y, apoyándose en las opiniones
partidistas de Lloyd y Tempelhof, presentó sus ideas que tenían un carácter más universal.
En los capítulos 7, 14, 34, y 35 de su obra (los dos últimos capítulos aparecieron por
primera vez en 1809, en el volumen IV), Jomini cambió desde los particularismos de la
historia militar, al concepto general de la guerra. Su forma de expresarse recordaba a
Lloyd: "La idea de reducir toda la metodología de la guerra a unos conceptos
fundamentales sobre los cuales dependen todo lo demás y proporcionan, al mismo
tiempo, las bases para una teoría simple y adecuada, ofrece numerosas ventajas: hace que
la instrucción sea más fácil y los errores menos frecuentes. Yo creo que los comandantes
se sienten incapaces de aceptar este concepto que debería guiar todos sus planes y
acciones" (19). Cuando se refería a conclusiones más específicas, apoyándose en la
evidencia histórica, Jomini parecía seguir los pasos de Lloyd, en el sentido de que defendía
como principio el disponer de una línea de operaciones reducida (20).
Jomini 165

Pero al margen de esto, Jomini aparecía como un hombre que pertenecía a la Revolución
Francesa, ofreciendo una teoría radicalmente nueva sobre la guerra: "Todas la
combinaciones estratégicas son erróneas si no se ajustan al principio básico de actuar con
la mayor energía posible contra el punto decisivo" (21). En cuanto a la forma de llevar
a cabo el ataque (frontal o por el flanco), dependerá de cada situación específica, pero el
ataque en sí mismo, es esencial; nunca debe dejarse la iniciativa en manos del enemigo.
Una vez decidida la acción a realizar, el comandante no debe nunca dudar. Tanto él
como sus oficiales deben inspirar en la tropa la osadía y el coraje que necesitarán para el
combate. Si derrotan al enemigo, deben perseguirlo implacablemente. Si por cualquier
razón no se logra la victoria, el comandante no debe confiar en ningún otro
procedimiento que no sea el intentarlo de nuevo, utilizando los mismos principios
(actuación en masa, ataque e insistencia). El concepto de guerra de Jomini difería bastante
de las estrategias limitadas y cautelosas del Viejo Régimen. Las últimas palabras de este
libro, fueron: "En estas pocas palabras queda resumida la ciencia de la guerra". Ignorar
estos principios supuso la derrota de Austria en 1793-1800 y de nuevo en 1805, la pérdida
de Bélgica por parte francesa en 1793, así como las de Alemania en 1796 y en Italia y
Suabia (1799). Por el contrario, "el sistema que utilizó el Emperador Napoleón fue una
aplicación constante de estos principios invariables" (22).
Jomini continuó escribiendo mientras permaneció en servicio activo, dependiendo del
Estado Mayor de Ney, hasta 1813; entonces abandonó el ejército francés para entrar al
servicio del ejército ruso. En 1811, su Treatise constaba de 6 volúmenes y abarcaba desde la
Guerra de los Siete Años hasta los dos primeros años de las Guerras de la Revolución. Los
dos volúmenes siguientes los dedicó a las campañas de 1794-1797, siendo publicados en
1816. Durante esta época, publicó también numerosos artículos en los que se reflejaban
constantemente sus ideas sobre los principios de la guerra (23). Como oficial del Estado
Mayor de Ney y del propio Napoleón, llegó al grado de general de brigada y estuvo en las
campañas de Ulm, Jena, Eylau, España y Rusia. En la batalla de Bautzen en 1813, fue
condecorado. Al poco tiempo, abandonó el ejército francés cuando contaba 34 años y
había conseguido una reputación internacional como historiador y teórico de la guerra
moderna, aunque aún tardaría varios años en escribir el libro por el que sería
posteriormente más conocido. No resulta exagerado comparar a Jomini con Napoleón
por su rápido ascenso y por su energía y determinación, además de una cierta dosis de
suerte; esto es, naturalmente, limitándonos al mundo de los estudiosos de temas militares.
Desde 1813 hasta su muerte en 1869 como general del ejército ruso, Jomini continuó
escribiendo numerosos libros en los que defendía su teoría militar y por los que alcanzó
una gran reputación (24). Sirvió como asesor al Zar ruso en los Congresos de Viena,
Aquisgrán y Verona, así como durante la Guerra Ruso-Turca de 1828-1829, y en la Guerra
de Crimea. Tomó parte activa en la creación de la nueva academia militar rusa y fue el
tutor del futuro Zar Alejandro II.
166 Creadores de la Estrategia Moderna

Pero en los últimos 56 años de su vida, su creatividad intelectual quedó estancada.


Mientras vivió en París, completó su historia sobre las Guerras Revolucionarias francesas,
publicadas al margen de su Treatise, en 15 volúmenes. Escribió otros 4 volúmenes sobre la
biografía militar de Napoleón. En 1830, a sugerencia del Zar Nicolás I, recopiló varios
artículos y ensayos sobre los principios de la guerra, en un libro denominado Synoptic
Analysis of the Art of War. Una edición ampliada de este libro fue publicada en 1837-1838
como Summary of the Art of War y se convirtió en su libro más famoso. Esta obra
demuestra que Jomini había leído el libro de Clausewitz, De la Guerra, y su forma de pensar
había evolucionado hacia las ideas de este último, lo que le llevó a reconsiderar algunas
de sus teorías anteriores. Pero, en realidad, el nuevo material incorporado a su Summary,
no aportó nada nuevo. El mensaje básico de Jomini había sido emitido muchos años antes
y nada podía hacer cambiar la influencia que ya había ejercido en toda la profesión militar
y en los estudiosos de la guerra.
En su Summary aparece la expresión madurada de todas sus ideas, sin alterar los puntos
básicos establecidos en sus primeros trabajos. Su propio título expresa que esta obra no trata
de "la guerra", sino "del arte de la guerra". Los principios de este arte no dependen del
momento, como habían establecido Cesar y Napoleón. En su búsqueda para encontrar el
secreto de estos principios, Jomini se equivocó al establecer un "sistema" teórico en sus
primeros escritos, ya que creyó haberlos descubierto al analizar la historia militar de
Federico II. Este último había logrado la victoria al enfrentar el grueso principal de su
ejército contra sólo una parte del ejército enemigo. Esta técnica, elevada al más alto nivel
de decisión político-militar, fue en esencia, el principio estratégico a partir del cual se
derivaron otros. Algunos críticos como Clausewitz, que dudaba de la validez de cualquier
teoría sobre la guerra, se equivocaron al establecer las diferencias entre una teoría de
"sistemas" y una de "principios". Los principios estaban orientados a la acción y en ellos
no cabían los cálculos matemáticos infalibles. La aplicación específica de los principios
variaría dependiendo de todos los factores físicos y psicológicos, lo que hacía de la guerra
"un gran drama". La genialidad prevalecería sobre la rigidez de las concepciones, de
manera que el talento y la experiencia acabarían siempre imponiéndose. Pero al mismo
tiempo, estos principios, cuya existencia podrían ignorarse en algunas circunstancias sin
peligro, siempre que se siguieran, la victoria estaba "prácticamente asegurada".
El principio de mover el grueso principal de un ejército para amenazar los "puntos
decisivos" y entonces lanzar todas las fuerzas disponibles contra una parte de las fuerzas
enemigas que defiendan esos puntos es, según admitía Jomini, muy simple. Pero, ¿a qué
se considera un punto decisivo? Jomini respondía a esa pregunta que es aquel que, con su
ataque o captura, provocaría un serio peligro al enemigo o le debilitaría gravemente.
Ejemplos de estos puntos podrían ser, un cruce de carreteras, un puente, un puerto de
montaña, un depósito de abastecimiento, o un flanco del propio ejército enemigo. El
gran mérito de Napoleón como estratega no fue sólo el realizar adecuadamente
determinadas
Jomini 167

determinadas maniobras para alcanzar una ventaja limitada, sino el identificar aquellos
puntos que si el enemigo los perdía, provocarían su ruina. Mediante una continua y
precisa información de los hechos, moviendo sus fuerzas rápidamente para converger en el
punto decisivo y persiguiendo al enemigo hasta derrotarle por completo, el joven
Bonaparte consiguió establecer su reputación. En un teatro de grandes dimensiones o en
una guerra con diferentes objetivos, este principio podría aplicarse en cada uno de los
sectores o zonas, aunque quizás con más precauciones, pero el principio básico sería el
mismo. Casi sin excepción, los flancos enemigos y las líneas de abastecimiento definirían los
puntos decisivos para el ataque; un ejército no podría sobrevivir sin abastecimientos, por
lo tanto, amenazando sus centros se le obligaría a combatir, aunque las circunstancias no
le fueran favorables. Aunque Jomini reconocía las características especiales de las guerras
napoleónicas, puestas de manifiesto en su Summary mediante numerosos comentarios,
daba un gran énfasis al hecho de que, a pesar de los cambios caóticos en las guerras
modernas, los principios estratégicos eran universales (25).

II

¿Por qué este hombre de la revolución rompió con las ideas francesas sobre la guerra,
poseyendo unas raíces eminentemente revolucionarias? Como se ha podido deducir del
presente estudio, él estuvo siempre atento a las dramáticas diferencias entre las viejas y las
nuevas formas de conducir la guerra, y sus puntos de vista tomaron cuerpo durante las
campañas napoleónicas. Jomini no era un estratega de la Restauración, ni se dedicaba a
recopilar teorías aún no probadas en su biblioteca, sino que era un veterano de muchas
campañas, lo que le situaba en un excelente lugar desde donde poder observar una
década de intensa actividad bélica a lo largo y ancho de Europa. La interpretación de
cómo él extrajo su concepto sobre la guerra a partir de la situación en la que dichas
guerras tenían lugar, requiere un profundo estudio a distintos niveles.
La personalidad de Jomini y su carrera ofrecen el nivel más accesible para tener en
cuenta su forma de pensar y su trabajo. De joven era problemático y brillante, pero
rebelde, y nunca cambió su comportamiento. Siempre estaba discutiendo con alguien o
acerca de algo y era muy propenso a pasar de la discusión a la pelea. En un retrato suyo
como joven oficial de la Grande Armée aparece arrogante, con mirada de halcón
hambriento. Todos los que le conocieron e incluso aquellos que sentían admiración por
él, coinciden en afirmar su carácter agresivo y su indiscrección (26). Nada mejor que sus
propias palabras para dar idea de esto, reflejadas en su Life of Napoleon... as told by himself,
publicada, como si fuera de autor anónimo, en 1827; en ella, Jomini exponía el papel que
el mismo desempeño como Jefe del Estado Mayor de Ney en la campaña de 1813 y le
atribuía a Napoleón el comentario de que "Jomini fue el responsable de la victoria en la
batalla
168 Creadores de la Estrategia Moderna

batalla de Bautzen, por una maniobra perfecta que aportó un incalculable beneficio";
además, añadía que "su ida a Rusia había sido una pérdida lamentable porque era uno de
los pocos oficiales que'había comprendido perfectamente mi forma de hacer la guerra". En
realidad, cuando Jomini se fue a Rusia, Napoleón le calificó de desertor. La vanidad de
Jomini en esta obra es asombrosa, pero encaja perfectamente con su carácter. Las palabras
de Napoleón al respecto parecen excusar su huida al enemigo: 'Jomini era un hombre
exaltado, violento y de frágil temperamento, pero demasiado honesto como para haber
tomado parte en una intriga premeditada" (27). A pesar de todo, tanto en sus escritos
como por su hechos, cuando Jomini ya había cumplido los cuarenta años, seguía siendo
irascible, vanidoso y exaltado.
Detrás de esa sensibilidad e irascibilidad descansaban los verdaderos soportes de su
personalidad: ambición, frustración, inseguridad y una clara tendencia a la depresión.
Cuando era adolescente, Jomini se había entusiasmado con la subida de Napoleón y
había abandonado su país a los 19 años en busca de gloria, fama y poder. Habiéndose
enfrentado a Ney e incluso llamando la atención de Napoleón, había logrado ascender
rápidamente, pero no tanto como él hubiese querido. Nunca llegó a ocupar el cargo de
comandante de alguna unidad, y en su vanidad, Jomini daba por su puesto su superior
valía comparada con algunos generales a los que había servido. Sí Ney y Napoleón fueron
su punto de referencia, el Jefe del Estado Mayor de este último, el general Berthier fue su
"béte noire". Berthier le había frenado más de una vez, y cuando Ney le propuso para el
ascenso como consecuencia de la batalla de Bautzen, Berthier le arrestó por no haber
enviado su informe periódico, como Jefe del Estado Mayor de Ney (28). Fue este
percance lo que provocó su marcha a Rusia para entrar al servicio del ejército del Zar;
contemplada posteriormente, esta marcha fue en el momento oportuno, justo antes de la
caída del régimen napoleónico.
En el ejército ruso fue destinado como asesor militar del Zar Alejandro I y, a su muerte
en 1825, continuó con Nicolás I. Pero la corte rusa era demasiado compleja e intrincada
como para que Jomini pudiera entrar en ella; siempre estuvo buscando un protector
(Alejandro I durante unos años, después Nicolás I y, al final, el ministro reformista
Milíustin), pero siempre aparecía un Berthier que se oponía a sus propósitos (29).
Los hechos parecen demostrar que, en realidad, se trataba de un hombre cuya
reputación dependía siempre de alguien y de unas circunstancias ajenas a él. Se había
peleado con su hermano y su hermana por problemas de la herencia de la familia y se
había visto varias veces en la bancarrota, por lo que había vendido muchos de sus libros
(30). En el fondo de todo esto, aparece un hombre con un profundo sentimiento de
fracaso. Nunca alcanzó el mando de una unidad militar y nunca halló la total satisfacción
en sus escritos sobre la guerra. Los soldados podían elogiarle, pero el único contacto que
había tenido con ellos era a través de una serie de escritos. Demasiado vanidoso para
admitirlo y demasiado inteligente para ignorarlo, Jomini sentía que había fracasado en su
carrera. Esta
Jomini 169

carrera. Esta profunda insatisfacción, junto con las excitantes experiencias de los años
de su juventud, fueron las que conformaron el resto de su vida y toda su teoría sobre la
guerra.
La guerra, o al menos la parte de ella que a él le interesaba realmente y que se refería
al comandante supremo, (como Federico o Napoleón), era un gran juego sangriento
que, manejado con inteligencia, se utilizaba para dominar a los hombres que les servían
y, a su vez, los usaba para derrotar a sus enemigos. Esta era la guerra (y la vida) según la
entendía Jomini, como oficial de Estado Mayor. En los cuarteles generales, la personalidad
de los que sirven en ellos aparece difuminada y el éxito o el fracaso dependen de la
habilidad y peculiaridades de unos pocos hombres (el comandante y su Estado Mayor),
que actúan en una situación de gran tensión emocional. La contemplación de la
situaciones en su conjunto y el manejo de las fuerzas de manera impersonal y a distancia,
hacen que sea fácil perder la visión de la realidad, y fue en esas circunstancias en las que
Jomini había vivido las guerras.
No hay por qué exagerar el condicionante psicológico del trabajo de Jomini, para ver
hasta qué punto su pensamiento era el reflejo de su propia experiencia personal. Desde sus
comienzos, su vida había sido una frenética lucha para conseguir el éxito, unas veces
ocupando puestos claves (ministro de la guerra en Suiza, con Ney, Napoleón, el Zar y
Miliutin) y otras, luchando contra algún rival o enemigo (Berthier, Chernyschev,
Clausewitz, o cualquier otro que se pusiera en su camino) (31). Jomini estaba inmerso en
una jungla de competencias y en todos los sitios se le consideraba un forastero. Su mundo
se reducía a grandes fuerzas enfrentadas, en una constante lucha provocada por hombres
ambiciosos.
Resulta instructivo comparar a Jomini con Clausewitz. Nacido un año después,
Clausewitz alcanzó un alto rango en el ejército prusiano, partiendo de un origen modesto,
valiéndose de su talento y ambición, así como gracias a la ayuda que le prestó
Scharnhorst. Pero al margen de esto, existen grandes diferencias entre ellos (así como
entre Francia y Prusia, Scharnhorst y Ney como protectores, y entre el propio Clausewitz y
Jomini) que fueron las que marcaron sus diferentes ideas respecto a la guerra moderna.
Clausewitz y Prusia conocían la adversidad, el miedo y la humillación; sólo después de
importantes reformas, a raíz de la catástrofe militar de Jena en 1806, el ejército prusiano
encontró la forma de vencer el poderío militar de la Francia napoleónica. Capturado en
la batalla de Jena, Clausewitz era un joven oficial que pertenecía al grupo reformista del
ejército. Después de Waterloo, y con Napoleón exilado, Clausewitz y otros oficiales
prusianos fueron acusados de sospechosos. Una monarquía y una aristocracia
conservadoras nunca olvidarían ni perdonarían sus peticiones para llevar a cabo los
cambios iniciados en 1806, de manera que en 1825, Clausewitz aún sospechaba que aquella
había sido la causa por la que fue relegado en su carrera militar y fue destinado como
administrador en el Colegio de Guerra de Berlín. Clausewitz conocía el fracaso; Jomini se
lo imaginaba, pero pasó
170 Creadores de la Estrategia
Moderna

pasó toda su larga vida proclamando el éxito de sus ideas. Clausewitz, con un carácter más
fuerte y más estable, escribió sobre la guerra para satisfacerse a sí mismo y quizás a
Scharnhorst, muerto en 1813, quién había depositado toda su confianza en la integridad
intelectual y personal de su joven protegido. Ney, por el contrario, había dado a Jomini un
trabajo, dinero y un válido aunque esporádico apoyo, abandonándole cuando se cansó
de su complicada personalidad. Jomini escribía para publicar, con la esperanza de que eso
le serviría para escalar nuevos cargos. Desde la perspectiva de sus contrastes psicológicos, no
debería resultar sorprendente que Clausewitz considerara la guerra como un todo,
mientras que Jomini la veía en términos de heroísmo personal y siempre controlada por la
maestría del comandante en jefe.
Las campañas de 1793-1794, constituyen un ejemplo de hasta donde podía llegar
Jomini en su búsqueda de una ciencia del comandante en jefe. Este año fue conocido
como "El año del terror", cuando las fuerzas francesas en el norte y este lograron
transformar una derrota casi segura en un rotundo éxito. Mientras estaba siendo sometido
a una profunda reforma, el ejército francés combatía en una guerra de varios frentes. Los
motines eran frecuentes y rodaron muchas cabezas de los generales franceses derrotados.
Era una época de frenéticos esfuerzos y de innovaciones desesperadas. A partir de este
período, Jomini eligió la campaña de 1794 para ilustrar su teoría de "las líneas de
operación" en el famoso capítulo XIV de su Treatise. El dijo poco acerca de las condiciones
políticas, emocionales y organizativas, pero hizo hincapié, sin embargo, en las similitudes
entre 1757 y 1794. En ambas campañas, dos ejércitos separados se movieron
"concéntricamente" sobre un único objetivo (Federico en 1757 invadiendo Bohemia desde
Sajonia y Silesia; los ejércitos franceses en 1794, avanzando sobre Bruselas desde Flandes y
el Valle del Mosa). "Pero ha sido una exageración presentar la campaña de 1794 como un
sistema militar nuevo, como una especie de milagro sin precedentes en los anales de la
guerra. Los ejércitos franceses no necesitaban de ese tipo de exageraciones que sólo
oscurecen la verdadera naturaleza de su victoria" (32). La verdadera naturaleza de la
victoria francesa residía, según Jomini, en la maniobra estratégica que había asegurado aún
más la victoria del ejército francés y que por parte austríaca resultó ser un caso clásico de
fallo en la explotación de las "líneas interiores", o de concentración de todas las fuerzas,
primero contra el ejército francés, y después contra los demás (exactamente en lo mismo
que los austríacos habían fallando en su lucha contra Federico en 1757). Este fallo en la
maniobra austríaca, según los principios de la guerra, fue la causa de la victoria francesa en
1794.
Pero las operaciones que permitieron a Francia la conquista de Bélgica en 1794
fueron, de hecho, mucho más complejas que un simple juego de movimientos, como en el
caso de los austríacos. Prácticamente, todos los historiadores, coinciden en destacar el
carácter implacable de la ofensiva francesa, apoyada por una constante corriente de
refuerzos para compensar las pérdidas; además, sus fuerzas se sentían apoyadas
moralmente por la presencia
Jomini 171

presencia personal de Carnot y Saint-Just (33). La evidencia histórica resalta claramente


la importancia decisiva del aspecto cuantitativo y cualitativo de las fuerzas francesas en esta
campaña. El hecho de que Jomini eligiera, para enfatizar el fracaso austríaco, la falta de
explotación de su supuesta ventaja de una "línea interior de operaciones" contra "las
líneas de operaciones concéntricas" francesas, es una simplificación de sus teorías.
Posteriormente, llegó a negar explícitamente el valor de los factores institucionales,
políticos y psicológicos en estas campañas, lo que parece grotesco y le resta credibilidad.
Pero a pesar de lo cuestionable que puede resultar el haber utilizado ese ejemplo para
ilustrar su visión general, no se puede negar la influencia de su método teórico, así como
la aceptación general de su versión de la historia militar.
Lo que realmente dio valor a su trabajo fue la respuesta abrumadoramente positiva de
sus lectores. Sin esa respuesta nunca habría pasado de ser más que una curiosidad
histórica, como su contemporáneo Bülow. Pero los estudiosos del tema durante y
después de la era napoleónica encontraron lo que buscaban en el Treatise, en su historia
de las Guerras Revolucionarias, en su biografía de Napoleón y, sobre todo, en su Summary of
the Art of War. Jomini había proporcionado a sus seguidores lo que estos necesitaban.
Sus libros, tanto en sus aspectos narrativos como teóricos, se ajustaban a una antigua
tradición de historiografía militar: César, Alejandro, Federico, Napoleón (la saga de reyes
guerreros que, dotados de cualidades sobrehumanas, conducían a su pueblo a la victoria).
Esto resulta tan viejo como la propia literatura. Jomini se adaptó a esa tradición, en la que
los ejércitos eran masas amorfas, se armaban y se abastecían por mecanismos misteriosos y
cuyo comportamiento en las batallas era el reflejo del carácter de su raza, su nación y de su
comandante (34). Aunque los mejores escritos analíticos de Jomini se basan en este tipo
de historiografía militar, la mayoría de ellos consisten en la narración de campañas en las
que se presta un especial énfasis a las decisiones de los comandantes. Incluso hoy en día,
esa narraciones ofrecen una clara y detallada relación de las operaciones militares llevadas
a cabo en Europa entre 1756 y 1815. Otro efecto que tuvieron fue su contribución a
reforzar la forma tradicional de entender la guerra, con todos sus prejuicios y sus
tendencias, apartándose de la historia objetiva.
Existieron otras razones que ayudaron a que se creara una escuela de seguidores de
Jomini. Durante su vida, en las sociedades occidentales apareció la moderna profesión
militar, basada en una forma de reclutamiento más racional, y en unos sistemas de
educación, promoción y retiro, que junto al carácter eminentemente técnico de la nueva
profesión, se iba diferenciando cada vez más del mundo civil, al que presumiblemente
servía, y se rompía con la identificación tradicional de los militares con la aristocracia. A
esta "nueva" profesión, cuyo auge y confianza estaban estimulados por las largas guerras
entre 1792-1815, Jomini le dio el prestigio de ciencia, así como una racional autonomía.
El AA
172 Creadores de la Estrategia
Moderna

deseo de la nueva profesión militar de poseer su propia experiencia "científica", es sólo un


capítulo dentro del movimiento profesionalista que caracterizó al siglo XIX y en el cual,
cada profesión trataba de definir y defender su "ciencia" específica. Pero los militares tenían
que hacer frente, además, a otro problema: sus relaciones con el poder y la autoridad.
Mientras que los oficiales eran procedentes de la aristocracia, las relaciones estaban
definidas por sus orígenes sociales. Cuando la democracia, burocracia y meritocracia
comenzaron a transformar al estamento militar, las relaciones políticas comenzaron a ser
problemáticas (35). A partir de entonces, la monarquía y la aristocracia ya no se repartían
la autoridad, por lo que ¿se limitaría el ejército a ser simplemente una parte subordinada
del aparato del estado?
El golpe militar que llevó a Napoleón al poder en 1799, la sublevación de los oficiales
prusianos por la crisis política de 1812 y la revuelta de diciembre de 1825 protagonizada
por los oficiales rusos, constituyeron los incidentes más notables,con repercusiones
políticas muy importantes. Tanto los conservadores como los liberales temían a la
profesionalización de los militares y estos, por el contrario, consideraban que ese miedo era
el único medio que tenían para evitar ser controlados desde el exterior. Los soldados
encontraron en Jomini exactamente lo que buscaban: buenos argumentos contra la
subordinación estricta a la autoridad política. El centró sus estudios en Federico y
Napoleón, quienes combinaban en sus personas la autoridad política y militar. Estos
fueron casos únicos, en países donde nunca más, a partir de ellos, volvería a existir una
monarquía; pero Jomini, de manera explícita, no confrontó el problema. Por el contrario,
prefirió explayarse en el caso de Austria, que había perdido muchas de sus campañas más
importantes entre 1756 y 1815, por lo que sus escritos se convirtieron en una fuerte crítica
a las relaciones político-militares. Los comandantes austríacos, escribía Jomini, estaban a
menudo limitados por "interferencias", a partir del "Consejo Áulico", cuya ingenuidad
estratégica y la preponderancia del poder político, había conducido a la Casa de los
Habsburgo a frecuentes desastres militares (36).
La lección era clara: los gobiernos deberían elegir a los comandantes militares más
idóneos y darles la libertad necesaria para conducir la guerra de acuerdo a unos principios
científicos. Los gobiernos no deberían descuidar a sus fuerzas armadas, pero tampoco
intervendrían en cuestiones que sólo estaban al alcance de oficiales profesionales y
especialmente preparados. La profesión militar se aferró rápidamente a esta lección, se la
enseño a las tropas, invocando que nunca más volverían a estar amenazadas por las
"interferencias" políticas, y tampoco sintieron la necesidad de explorar las dificultades que
impondría esa fórmula tan simplista. Estas dificultades constituyeron el tema central de De
la Guerra, pero los soldados de aquella época interpretaron a Clausewitz de manera que no
había diferencia con la fórmula propuesta por Jomini (37).
Jomini 173

Jomini escribió para una Europa convulsionada por la Revolución y por Napoleón, y
que se encontraba aún fascinada por los acontecimientos. Una época de violentas
sacudidas, en la que no podía ignorarse el importante impacto que tuvo el Imperio Francés
en el mundo occidental. Al mismo tiempo, surgió el deseo de transformar esta etapa de
disturbios en un orden intelectual que la normalizara, haciendo que las aguas volvieran a
su cauce. Jomini, al hacer hincapié en la estrategia, en la biografía y en la ciencia,
respondió a ese deseo.
La grandeza de Napoleón, dijo Jomini, no fue el explotar las energías de la Revolución
para fines militares, sino el darse cuenta de la verdades científicas de la guerra y
aplicarlas. En ese sentido, Napoleón no había sido el primero en disponer de una fuerza
revolucionaria, pero sí fue un caso extraordinario, de manera que se erigió en el líder de
los genios. La Revolución Francesa hizo posible su rápida ascensión, pero no fue el origen
de su poder, ya que ello se basaba en su capacidad intelectual y su voluntad y, primero,
tuvo que parar los efectos centrífugos y destructivos de la Revolución para, después,
construir el Imperio. Jomini no perdió nunca su admiración juvenil por Napoleón y esto
dio a su trabajo teórico e histórico una ambigüedad que fue el común denominador de la
Europa después de Waterloo. Los conservadores encontraron en Jomini una especial
habilidad para desembarazarse de las causas y consecuencias de las victorias militares
napoleónicas; ellos eran capaces de pensar sobre la guerra sin preocuparse de sus relaciones
con la Revolución en sí misma. La lectura minuciosa de sus trabajos parece avalar esa idea;
después de haberse sentido comprometido por las críticas que se hicieron por el trato
favorable que había dado a Napoleón en el cuarto volumen de su biografía, publicado
en 1827, Jomini aprovechó la ocasión para editar un breve suplemento y rectificación referida a
la campaña de 1815, en el que exaltaba las virtudes y el derecho divino de la monarquía
(38). Había recorrido un largo camino desde el jacobinismo de su juventud, pero lo había
realizado sin saltos bruscos, durante su proceso del estudio sobre la guerra.
En Jomini hay, sin duda, un importante componente de vendedor; conocía lo que sus
lectores querían y se lo daba. En algunos de sus trabajos, aparecen importantes
disgresiones hacia problemas técnicos con el fin de persuadir al lector para que acepte su
argumento. Si en su primer libro hubiera permanecido fiel a las tesis de Lloyd y
Tempelhof, desde esta posición podría haber atacado las ideas de Bülow, cuyo trabajo ha
sido analizado anteriormente. El consideraba que Bülow era incomprensible para todo el
mundo excepto para los matemáticos, lo que es un error, independientemente de los
méritos que puedan tener sus teorías. Al principio, Jomini intentó criticar los estudios de
Lloyd y Tempelhof para aclarar los principios de la guerra, pero desistió cuando se dio
cuenta de que ese método le conduciría a un largo y enredoso trabajo. Los calificativos que
utilizaba para enjuiciar la obra de Clausewitz, De la guerra, eran "tediosa, oscura y
pesimista", aunque admitía que había en ella algunas ideas buenas (39). Por todo ello, la
idea principal de Jomini en sus escritos no era averiguar la verdad, sino encontrar
aquellos argumentos que atrajeran y persuadieran a sus lectores.
174 Creadores de la Estrategia Moderna

Para Jomini, descubrir la verdad era menos importante que hacer atractivos los temas
que planteaba, por lo que trabajó incansablemente para que sus versiones sobre la historia
militar y su formulación de la teoría militar, despertaran el máximo interés. Su mensaje era
claro, simple y repetitivo. Se mantuvo dentro de los cánones establecidos sobre
historiografía militar. Aunque a veces decía a los militares y a los conservadores lo que
querían oír, evitaba cualquier tipo de compromiso con ellos, mediante su contribución al
engrandecimiento de la leyenda napoleónica. A modo de baño intelectual, introdujo
algunos diagramas esquemáticos y un cierto uso de las matemáticas, pero de forma muy
superficial, para no caer en el mismo error que Bülow (40).
En esencia, Jomini unió dos de las mas importantes corrientes culturales del siglo XIX:
una ilimitada sensibilidad romántica y una obsesión por el poder de la ciencia, reducida a
simples formulaciones y preceptos. Para Jomini, Napoleón fue un genio militar cuya mente y
voluntad, como si se tratara de una revelación religiosa, unieron la belleza y el poder de la
ciencia (el romance de la ciencia). La influencia de Jomini debe entenderse en el
contexto de lo que representó para otros estudiosos contemporáneos suyos, como
Benthan, Comte, Marx y el hoy olvidado Victor Cousin, entre otros. Como Cousin,
aunque no como Benthan y Marx, Jomini no se preocupaba por la solución de los
problemas que planteaba, sino quería que se le escuchase, para poder convencer y
establecer el camino para que los hombres pensaran sobre la guerra (41); dedicó su
larga vida y sus energías a esa tarea. Y fue en esa faceta, al margen de los sentimientos de
fracaso o inutilidad que tenía, en la única que tuvo éxito.

III

Sus ideas, principalmente cuando se analizan a través del prisma de la guerra del siglo
XX, se prestan a la parodia y aparecen ridiculas. Un sinnúmero de novelistas
antibelicistas, así como historiadores, han utilizado algunas de las banalidades de Jomini
como expresiones de los actuales comandantes militares, por lo que estos aparecen como
estúpidos, sádicos, o ambas cosas a la vez. Su insistencia en que ni incluso los cambios más
radicales en la tecnología militar pueden alterar los principios de la guerra, parece que
deja entrever una mentalidad que ordenaría a la caballería de su época atacar a un
enemigo actual bien pertrechado con armas automáticas, o que describiría las bombas
nucleares como "sólo un arma más". Igual consternación puede producir su contribución
al lamentable abismo existente entre la profesión militar y la autoridad política, que
parece ser una enfermedad crónica en el mundo moderno. Mediante el aislamiento de la
estrategia de su contexto político y social, Jomini ayudó a fomentar un modo de pensar
sobre la guerra que perdura en nuestros días. Pero sería un error culparle de la
problemática militar actual. El se
Jomini 175

militar actual. El se limitó a dar una expresión clara a una serie de pensamientos, actitudes
y sentimientos que existían ya durante las guerras napoleónicas y que continuarían
después. La mejor forma de comprender su mensaje es olvidar cualquier tipo de prejuicio y
estudiar sus ideas seriamente.
Hoy en día Jomini es conocido sobre todo por su Summary of the Art of War, traducido a
muchos idiomas y, a menudo, resumido, extractado y plagiado. Esto es lo que ya él
esperaba. Describiéndose a sí mismo como el Copérnico o el Colón de la teoría militar, le
gustaba decir que todos sus libros, incluyendo los 30 volúmenes de historia militar, valían
menos que su ensayo sobre los principios de la guerra, escrito en 1804 y publicado en 1807
(42). Este ensayo, ampliado y más cuidado, constituyó el núcleo central de su Summary. Los
críticos de Jomini, desde Clausewitz en su época a Bernard Brodie en la actualidad, le acu-
saron de haber intentado reducir la guerra a unas cuantas reglas (43). Sobre este punto,
su intención pudo haber sido no confundir. Sin embargo, el énfasis que dio al aspecto
didáctico, y que es en lo que sus críticos más se han fijado, puede haber oscurecido otros
aspectos importantes de su obra.
Su historiografía militar se merece algo más que un simple vistazo. Su primer trabajo
que trató sobre la Guerra de los Siete Años, fue un intento serio de superar el evidente
partidismo que caracterizaba a este tipo de obras hasta entonces. La historia militar era
utilizada a menudo para conmemorar a un líder o a un pueblo, como una expresión del
poder monárquico o del orgullo nacional. Jomini expuso una versión de los hechos menos
parcial y dio un relato mucho más crítico sobre la verdadera situación bélica, lo cual causó
una verdadera sensación. Incluso sus protectores Lloyd y Tempelhof fueron claramente
partidistas; Lloyd había sido general en el lado austríaco y Tempelhof fue encargado por
Federico para que refutara las críticas de Lloyd. Por supuesto, la idea básica de Jomini era
su firme creencia en que los principios de la guerra existían realmente y que su forma de
operar podía descubrirse durante el transcurso de la guerra. Con estas ideas, establecía un
nuevo estilo en el cual las alabanzas y acusaciones eran menos importantes que establecer
el alcance de las posibilidades históricas. Su posterior trabajo sobre las Guerras
Napoleónicas y Revolucionarias, ha sido sin duda menospreciado. Jomini tuvo acceso a los
archivos franceses, rusos y austríacos, participó en muchas campañas y, después de 1815,
tuvo la oportunidad de hablar con varios altos jefes militares, como el Duque de
Wellington, durante el Congreso de Verona. Algunos estudiosos interesados en la historia
militar de este período, encontraran en los volúmenes de Jomini una importante fuente
de datos claros y precisos. Intentando explorar las acciones de cada parte beligerante,
intentó evitar el hecho de investigar en uno sólo de los bandos, como era lo común en
los escritores de historia militar (44). Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho,
nuestro análisis se va a centrar en lo que fue la parte más importante de su trabajo, es
decir, en la teoría de la estrategia.
176 Creadores de la Estrategia
Moderna

El argumento central de Jomini de que los "principios" inmutables de la guerra eran


tan válidos para Cesar y Alejandro, como para Federico y Napoleón, se basa en su teoría
sobre "las líneas de operaciones" (45). Para algunos críticos modernos de Jomini, quienes
deploran su influencia sobre el pensamiento militar occidental, estas "líneas de
operaciones" eran simples reflejos de la naturaleza pseudocientífica de sus teorías; en el
mejor de los casos, eran unos términos técnicamente defectuosos y obsoletos, que podrían
haber significado algo en la guerra premoderna, pero que no ofrecen ningún interés,
excepto por lo que supone su aplicación a una época en particular. Pero analizar "las
líneas de operaciones" de esta manera es trastocar una parte vital de lo que Jomini
quería decir.
Jomini heredó el término "líneas de operaciones" de Lloyd y Tempelhof, en los que se
basó para el comienzo de su propio trabajo sobre la guerra. Pero advirtió que el término
había sido usado por sus predecesores de una forma confusa y, por lo tanto, era necesario
una clarificación. Quizás se equivocó por no desechar totalmente ese término,
sustituyéndolo por otro desde el principio, puesto que eso le condujo tanto a él, como a
sus lectores y críticos, a nuevos niveles de confusión, polémicas estériles y a situaciones
ridiculas. En lugar de comenzar con ideas nuevas, encontró más atractivo corregir los
errores de Lloyd, Tempelhof y Bülow sobre este concepto tan importante. Pero una vez
que se había publicado su trabajo en 1805, se vio atrapado para el resto de su vida y,
debido a su naturaleza combativa, en una trampa intelectual que él mismo había
elaborado.
De esta trampa, producto de su ambición juvenil, nunca pudo librarse. Como "las
líneas de operaciones" fueron entendidas en el sentido de "donde" tenía que combatir
una fuerza armada, para qué "objetivo" y con "qué fuerza" respecto al potencial militar
disponible en la nación, Jomini insistía continuamente que era preciso diferenciar dos
tipos de "líneas de operaciones". La primera, era "el modelo natural" (los ríos, montañas,
costas, océanos, desiertos, etc, que estaban próximos a los lugares donde las operaciones
militares podían tener lugar); en esta clasificación había que incluir también todas aquellas
construcciones hechas por el hombre y que tenían un carácter casi permanente, como
fortificaciones, fronteras políticas, bases navales y carreteras. Estas observaciones pueden
parecer banales, pero merece la pena resaltarlas porque tradi-cionalmente los
historiadores y teóricos habían desfigurado la diferencia entre lo que era posible en guerra
debido a las condiciones ambientales y lo que se hacía realmente. El segundo tipo de
líneas de operaciones, una vez que los factores ambientales habían sido reconocidos, se
referían exclusivamente a la elección de la estrategia; ¿hasta qué punto hay que entender
el ambiente prebélico? ¿donde combatir? ¿con qué fuerza? Todas estas cuestiones, tanto
hoy como en las guerras napoleónicas, no son fáciles de contestar.
Jomini 177

Desafortunadamente, Jomini comenzó a utilizar diferentes palabras para establecer


diferencias; al tipo natural o a aquellas líneas ambientales que limitaban la elección
estratégica, las llamó "líneas de operaciones territoriales", y a la estrategia en sí misma, la
denominó "líneas de operaciones de maniobra". Cuando comenzó a hacer una
exposición más detallada, fue inevitable la mezcla de estos dos tipos y entonces empezaron
a aparecer términos como "bases", "zonas" y "teatros" de operaciones, con lo que la
confusión inicial no fue eliminada, sino, por el contrario, aumentó. Generaciones de
militares intolerantes y críticos inmisericordes han confundido y exagerado lo que parece
un uso abstracto e inadecuado de estos neologismos, cuyo significado esencial es mucho
menos comprensible de lo que debería haber sido, proviniendo de un autor cuya
obsesión era ser, por encima de todo, realista, directo, simple y claro.
Jomini aumentó aún más el confusionismo cuando, posteriormente, dividió sus "líneas
de operaciones de maniobra" en más de diez subcategorías, unas de las cuales las
denominó "accidentales". Pero incluso el término "líneas de operaciones accidentales"
contiene un concepto importante, como es su afirmación de que en guerra debe tenerse
en cuenta hasta lo más inesperado, es decir, que los cambios rápidos en las circunstancias
requerirán una nueva línea de operaciones. Más tarde volveremos a ocuparnos de estas
categorías, pero por ahora es suficiente con reconocer que el joven Jomini (ambicioso,
sensible e insolente) fue el primero en publicar toda la teoría contenida en su Principes
généraux de Vari de guerre; esta publicación tuvo lugar en Glogau y se produjo en el transcur-
so de una tregua, cuando el VI Cuerpo de Ejército de Ney estaba estacionado en Silesia;
el propio Jomini envió la mayor parte de los 500 ejemplares que componían la edición, a
librerías de Berlín y Breslau, y el resto a Napoleón y algunos generales con la esperanza
de que les impresionara. El resultado más importante fue que lo aprovechable de su
pensamiento sobre algunos aspectos vitales de la guerra, fue prematuramente desechado
(46).
La elección de la estrategia a seguir, independientemente de los factores del tiempo y
espacio, continúa siendo un problema básico, incluso en la época actual de la
microelectrónica, la energía nuclear y la explotación del espacio exterior para fines
militares. Este era el problema que Jomini veía en lo más íntimo del éxito de Napoleón, en
las menos espectaculares victorias de Federico II y en el resultado de toda guerra pasada
y futura. Intentó diferenciar "las líneas de operaciones territoriales", de la guerra que
puede ser planeada sobre un mapa, con el fin de separarlas del resto del contexto y
centrarse más claramente en la propia estrategia. Según fue desarrollando sus ideas,
reconoció que los niveles más altos y bajos de la acción militar, donde los valores y
emociones, las armas y las técnicas, jugaban el papel más importante, y que llamó "política y
moral" y "táctica" respectivamente, eran factores muy importantes en los resultados
militares. Pero, en su opinión, estos niveles "políticos" y "tácticos" eran cualitativamente
diferentes de los "estratégicos"; los sistemas políticos y los ambientes emocionales varían
grandemente, mientras las tácticas están limitadas por las armas disponibles; el único
aspecto de la
178 Creadores de la Estrategia Moderna

aspecto de la guerra que es susceptible a un análisis científico es la estrategia (47). A largo


plazo, las consecuencias de su trabajo, aunque él negaba repetidamente tal intención, fue
reducir el problema de la guerra a los asuntos puramente profesionales del comandante
en jefe.
Sus "principios" sobre la guerra eran, y lo siguen siendo en algunas versiones modernas,
orientaciones para la elección estratégica. La "estrategia", en el sentido que él utilizaba
este término, era aplicarle a todos los niveles de la acción militar, dentro del marco de
las decisiones políticas, para conducir la guerra de manera que permitiera derrotar al
enemigo, pero eso no quiere decir que incluyera el combate en sí mismo. En cada nivel, el
comandante debe decidir dónde, cuándo y cómo mover sus fuerzas para llevar a cabo su
misión y combatir en las mejores condiciones. En el pensamiento de Jomini, que él insistía
que era el mismo desde la campaña de Napoleón en Italia (1796-1797), la mayoría de
los comandantes tomaban decisiones equivocadas porque no entendían los principios de la
estrategia. Esos principios pueden resumirse en unas pocas palabras: disponer de fuerzas
superiores y esperar el momento en el que el enemigo sea más débil y no tenga escapatoria
al daño que se le inflija.
Una vez más, Jomini puede parecer superficial si no se tiene en cuenta por qué daba
énfasis a este punto: la mayoría de los comandantes tomaban decisiones estratégicas
equivocadas porque carecían de "sentido común" (frase no usada por Jomini, pero en su
lugar utilizaba otras con ese mismo sentido, a lo largo de sus análisis históricos).
Intentando defender su territorio o disponiendo de un ejército más débil, permitían que el
enemigo eligiese dónde, cuándo y cómo atacar. Dudando de cómo proteger y explotar
diversas "líneas de operaciones naturales", desperdiciaban sus mejores oportunidades al
dispersar sus fuerzas en varios frentes. Según Jomini, la idea básica de Napoleón y, a
menudo, de Federico, así como de sus grandes comandantes, había sido siempre atacar al
enemigo con el máximo de fuerzas disponibles en un punto considerado como "decisivo".
Si se comprende perfectamente esta estrategia, su aparente imprudencia, al dejar algunas
áreas debilitadas o vulnerables, es, en realidad, una elección prudente. La acción ofensiva
intensa, priva al enemigo del suficiente tiempo para pensar y actuar; además, al tener
unas fuerzas superiores y haber elegido el momento y el lugar para la batalla, las garantías
para la victoria final son máximas. Cualquier otra elección estratégica es, utilizando una
de las palabras favoritas de Jomini, "viciosa". El insistía en todos sus escritos a que, a pesar
de lo simples que estas formulaciones pudieran parecer, eran ignoradas muy a menudo y
las consecuencias que se derivaban, desastrosas.
Para Jomini, la historia era, a la vez, el origen donde descansaban estos principios y su
confirmación y aclaración en el mundo real de la acción militar. Una pregunta que surge
es, hasta qué punto los relatos históricos que presentaba Jomini eran elegidos
especialmente para que reflejaran sus concepciones teóricas. Clausewitz no estaba de
acuerdo con algunos de los tratamientos históricos de Jomini y le acusó de poseer una
teoría mutilada
Jomini 179

teoría mutilada y de falta de conocimiento de las situaciones (48). Pero la gran dificultad
de hacer correctamente la elección estratégica, sobre todo en la época de las coaliciones
militares contra la Francia napoleónica y revolucionaria, así como contra Prusia durante la
Guerra de los Siete Años, está fuera de toda duda.
Un reciente estudio sobre la estrategia británica al final de la Segunda Coalición (1799-
1802), basado en una investigación exhaustiva en los archivos británicos, muestra el
panorama de una gran fuerza naval, con un importante apoyo financiero y una
considerable fuerza terrestre que fue incapaz de decidir dónde y cuándo atacar (¿en el
Mediterráneo?, ¿en América?, ¿a la propia Francia o en algún punto entre Flandes y el
Golfo de Vizcaya?). Si hombres como William Pitt, Henry Dundas y Lord Grenville
habían cometido este gran fallo estratégico, podíamos considerarlos como los locos que
Jomini acusaba de ser siempre los perdedores (49). La dificultad de decidir la adecuada
elección estratégica, a pesar de lo simple y limitada que pueda parecer al hacer su análisis
retrospectivo, queda patente en guerra tras guerra hasta nuestros días. El punto principal
de esta dificultad, según Jomini, era valorar adecuadamente los riesgos, ventajas y
probabilidades, así como llegar a una decisión final lo suficientemente firme como para
llevar a cabo la empresa. Mientras que la acción ofensiva en masa es casi siempre la mejor
directriz, aunque naturalmente surgen muchas preguntas al respecto, al menos se debe
dar el mérito a Jomini de dar al problema de la decisión estratégica la atención que la
historia y sus consecuencias merecen.
El concepto estratégico que recibió más atención en su análisis es el de las "líneas de
operaciones interiores". Estas se refieren a la idea de que uno de los contrincantes puede
ocupar una posición situada entre las fuerzas del enemigo, es decir, entre fuerzas
separadas, por lo tanto, constituye una línea "interior". En una posición "interior" así, es
posible atacar primero a una de las partes de las fuerzas enemigas, y después a la otra,
derrotándolas por separado, aunque el enemigo fuera más fuerte si estuviera unido. Jomini
nunca dejó de insistir en cómo un ejército más pequeño, mandado por un Federico o
un Napoleón, podría derrotar a uno superior, actuando en una línea de operación única,
si el enemigo estuviera divido en "líneas de operaciones múltiples" o "concéntricas". Un
comandante hábil, como Napoleón en 1796, mediante maniobras rápidas podría explotar
la dispersión del enemigo en su propio beneficio, actuando a través de una "línea de
operación interior" contra las "líneas de operaciones exteriores" del oponente y conseguir
así una victoria decisiva.
Jomini afirmaba que se convenció de esa idea al estudiar la victoria de Federico en
Leuthen (1757). En ella Federico dirigió la masa de su ejército contra un solo flanco
austríaco. Jomini observó que Napoleón había hecho lo mismo, pero a mayor escala,
durante su campaña en Italia y lo repitió, de una u otra forma, en todas sus campañas
posteriores. En Waterloo, los prusianos se negaron a hacer el juego a Napoleón y éste no
pudo utilizar su fórmula victoriosa una vez más. Los prusianos habían sido derrotados en
180 Creadores de la Estrategia Moderna

Ligny, al estar aislados del ejército británico bajo las órdenes de Wellington, pero habían
aprendido que no podían permitir que Napoleón dispusiera del tiempo y del espacio nece-
sarios para derrotar también a sus aliados. En el momento preciso, los prusianos, en lugar
de retirarse a su línea de operación, volvieron a la zona de combate en Waterloo, atacando
el flanco derecho francés y transformando una batalla perdida en una decisiva victoria
aliada.
"La línea de operación interior" constituye la forma más práctica y específica, dada por
Jomini, sobre su principio general de que una fuerza actuando en masa debe atacar a
alguna parte vulnerable de la fuerza enemiga. Esta idea despertó un gran interés entre los
militares que buscaban ansiosamente ideas estratégicas útiles. Naturalmente, su
aplicación dependía, como ocurrió en Waterloo, del cálculo exacto del tiempo y del
espacio, así como de la reacción enemiga. Si el enemigo mantenía sus fuerzas unidas o
había demasiado poco tiempo y espacio como para poder atacarlas en el caso de que
estuvieran divididas, la victoria podría resultar imposible. Jomini no se entretuvo
demasiado en este tema, pero afirmó que un gran comandante procuraría que su
oponente, mediante la confusión o el engaño, dividiera sus fuerzas, como habían hecho
los austríacos en 1805, y los prusianos en 1806. En este sentido, Jomini afirmaba que la
ciencia de la guerra siempre sería un arte.
En sus escritos posteriores sobre estrategia, Jomini admitía la existencia de una
excepción al principio fundamental de la acción ofensiva en masa contra un punto
único. Esta excepción la constituían lo que él llamó guerras civiles, religiosas, nacionales, o
guerras de opinión. Estas eran conflictos armados, pero en los que una de las partes no
poseía un ejército regular, ya que era el pueblo entero el que se alzaba en armas. La frase
más utilizada durante las Guerras de la Revolución Francesa fue levée en masse, y el Reino
del Terror establecido se apoyaba continuamente en ella. El propio Jomini había
participado en dos de estas guerras: durante la invasión de España y en Rusia. En estas
campañas fue absolutamente inútil la actuación en masa de las fuerzas porque no había
ningún punto decisivo que atacar; el enemigo estaba £n todas partes, a menudo
ocultado detrás de un sentimiento de hostilidad popular que aterraba al invasor. Jomini
recordaba una noche horrible en el noroeste de España, en un lugar en el que no se
habían detectado tropas españolas en un radio de 60 millas, cuando una compañía
entera de artillería del cuerpo de ejército de Ney fue aniquilada. El único superviviente
dijo que el ataque fue llevado a cabo por campesinos al mando de un sacerdote. Jomini
escribía: "Ni con todo el oro de México se podría comprar lo que haría falta para que las
fuerzas francesas pudieran combatir adecuadamente en España" (50). De forma similar,
Jomini recordaba el desesperado cruce del río Beresina en 1812 y como los partisanos
habían arrasado a las columnas francesas en retirada. Desde su punto de vista, guerras
como estas eran "peligrosas y deplorables, ya que despiertan violentas pasiones que las hace
rencorosas, crueles y terribles". Según él, los soldados prefieren guerras "caballerescas y
leales", en vez del "asesinato organizado" de las guerras ideológicas, nacionales o civiles
(51),
Jomini 181

Jomini dijo muy poco acerca de los principios que orientaban la correcta estrategia en
esas guerras "peligrosas y deplorables". La conquista de un pueblo en armas requería,
inevitablemente, dividir las fuerzas; el agrupar tropas para la batalla, correría siempre el
riesgo de perder el control en áreas debilitadas ante las fuerzas insurgentes, como ocurrió
con los campesinos españoles y los partisanos rusos. La única respuesta a esto parecía ser el
disponer tanto de un ejército móvil como de unas guarniciones dentro de cada "división"
territorial para controlar cada distrito conquistado. Los comandantes de estas "divisiones"
necesitarían ser inteligentes y con experiencia porque su papel político sería tan impor-
tante como el militar (52). Realizar este tipo de afirmaciones, significaba ignorar su idea
básica de la acción ofensiva en masa contra un punto, pero eso no parecía importarle, ni
tampoco a su audiencia, ni a sus críticos. Por el contrario, dio la sensación de que
aborrecía todo este tema e insistió en que cualquier fuerza militar haría bien al evitar verse
implicada en guerras nacionales o civiles.
Vistas tanto como un problema militar como político, las guerras del pueblo eran
demasiado destructivas, costosas e incontrolables como para formar parte de ningún
estudio científico sobre estrategia. Ante la idea de que futuras guerras fueran "guerras
nacionales", como en 1793-1794, Jomini respondía que en estrategia, como en política, se
debía encontrar "el justo medio" entre las guerras del pasado, en las que intervenían
ejércitos profesionales, y el nuevo, aunque a la vez viejo, estilo bárbaro de guerra que había
desencadenado la Revolución. El punto intermedio estribaba en canalizar las pasiones
populares en forma de una reserva militar organizada y entrenada que se uniría
rápidamente al ejército regular en tiempo de guerra (53). En este sentido, su idea ha
demostrado ser profética. Para justificar sus razonamientos, empleó un escenario
hipotético. Si Francia invadiera Bélgica y como represalia las tropas alemanas ocuparan la
Renania, para evitar la anexión de Flandes por parte francesa, ¿debería el gobierno
francés realizar una "levée en masse" para defender su frontera este? No, por supuesto
que no; está claro que el objetivo de ambas partes era limitado y no merecería la pena
pasar los horrores de una guerra popular. Pero si las fuerzas alemanas alcanzasen una
victoria en el este, ¿qué podría parar una decisión eufórica de anexionarse los territorios
franceses ocupados?, ¿cual sería el riesgo de dicha escalada, una vez sobrepasados los
cálculos originales franceses? El admitía que era una cuestión difícil, y con ello daba por ter-
minada la discusión (54).
Cuando se fue haciendo más maduro, Jomini parecía estar más convencido de los
aspectos psicológicos y políticos de la guerra que lo que sus teorías iniciales afirmaban. En
sus trabajos iniciales, los factores políticos sólo los trató de forma esporádica. En su obra
titulada Synoptic Analysis de 1830 dedicó alrededor de 50 páginas a la diplomacia en la
guerra (política de la guerra) y a los aspeetos políticos de la estrategia (política militar).
En
182 Creadores de la Estrategia Moderna

su Summary, publicado siete años más tarde, prestó mucha más atención a la dimensión
política de la guerra, situándose en una posición mucho más cercana a la inmortal obra de
Clau-sewitz, De la guerra, a pesar de que éste había criticado a Jomini de simplista y
superficial, y que había insistido en la necesidad de contemplar la guerra como una
prolongación de la política. En esta obra, Jomini incluyó un largo capítulo sobre "las
guerras de opinión", así como nuevas secciones referentes al mando supremo y a la moral.
Pero a pesar de dar a estos temas un tratamiento más amplio, no pudo desligarse de sus
concepciones iniciales. En cada punto destacaba las cosas buenas y malas, y exhortaba a
sus lectores a perseguir las primeras, evitando las segundas, ofreciendo varias técnicas
para ello. Por ejemplo, para él resultaba ideal, si el comandante supremo combinaba en la
misma persona el poder militar y el político, como fue el caso de Federico y Napoleón.
Pero si un monarca había designado a un comandante supremo, el problema residía
entonces en evitar las fricciones y las intrigas, dándole todo el apoyo político posible a sus
planes estratégicos (55). Jomini no prestó demasiada atención a la cuestión de por qué
podrían originarse fricciones entre el mando militar y la autoridad política y lo limitó a un
problema de debilidad humana. De la misma manera, reconocía que el espíritu militar
nacional sería un factor muy importante en la guerra, pero no hizo ningún análisis del
fenómeno, sino que afirmaba simplemente que todo lo militar debería ser honrado y
respetado.
Aunque Jomini no pretendió basar sus teorías sobre la política en principios científicos,
prefirió dar una serie de recomendaciones en vez de hacer un análisis sistemático del tema.
Su descripción del comandante supremo ideal establece un punto de vista no estratégico al
afirmar en su Summary que debería ser un hombre de gran moral y coraje físico, aunque no
necesariamente muy estudioso: "debe conocer muy bien sólo unas pocas cosas,
especialmente todo lo referente a los principios reguladores" (56). Incluso cuando
intentó dar un punto de vista más amplio a su concepción de la guerra, no pudo escapar
de su obsesión de relacionar la estrategia con unos principios fijos preestablecidos.
La crítica básica a la obra de Jomini se centra en su tendencia a la simplicidad excesiva
en el análisis de las situaciones e intentar dar unas recetas que él pretendía que fueran
válidas para un amplio espectro de ocasiones. Sin embargo, su respuesta a estas críticas
hubiera sido : " ¡Exactamente, así es!". Reducir la complejidad inherente a la guerra a un
número reducido de factores y definir las líneas de acción básicas que podrían conducir a
la victoria era la idea permanente en todos sus escritos (57). Probablemente, él
preguntaría a sus críticos si ellos creían que la guerra no puede simplificarse por el análisis
y que éste, a su vez, no se puede llevar a cabo por los resultados probables de varias
opciones.
Las críticas a Jomini se centran fundamentalmente en cuatro puntos débiles. Uno de
ellos es que se equivocó en comprobar, como debería haber hecho un buen científico, la
"hipótesis inválida", que se refería a aquellos casos históricos en los que, en la práctica, la
experiencia
Jomini 183

experiencia militar no se ajustaba a lo previsto, que era en lo que basaba sus principios. Por
supuesto, hizo un análisis de tales casos, como la campaña de 1794, donde los franceses
ganaron a pesar de dividir sus fuerzas, dando a los austríacos la ventaja potencial de formar
unas "líneas interiores"; pero Jomini no estaba demasiado interesado en extenderse en
analizar aquellos casos que daban al traste con sus teorías. En resumen, para él esos casos
eran considerados como una amenaza a sus principios y sólo los analizaba para adelantarse
a sus críticos.
El segundo punto débil de su método se refiere a su simplicidad. Para reducir el
número de los factores que intervenían en sus análisis, partía del supuesto de que unidades
militares del mismo tamaño eran esencialmente equivalentes, es decir, igualmente
armadas, entrenadas, disciplinadas, abastecidas y motivadas (58). Sólo establecía
diferencias en el mando, en la capacidad de los comandantes y en la calidad de sus
decisiones estratégicas. Como jugadores de ajedrez, los comandantes utilizaban sus
unidades cuyos "valores" eran más o menos conocidos y fijos, no variables como sugería
Clausewitz, sino constantes, dentro de la gran ecuación de la guerra. Estos supuestos
facilitaron el análisis dentro de ciertos límites, pero más allá de esos límites aparecían
numerosos impedimentos para llevar a cabo el análisis. No era demasiado errado el que
Jomini supusiera que un importante tipo de guerras tenían lugar entre estados cuyas
fuerzas armadas eran modernas y aproximadamente con la misma potencia. Las guerras
europeas a partir de 1815 se ajustaron bastante nítidamente a este modelo, lo mismo que
ocurrió antes de 1789, por lo que los puntos de partida de Jomini parecían bastante
realistas, a la vista del orden internacional existente en el siglo XIX.
Pero había otro tipo de guerras, cuya importancia fue aumentando durante la vida de
Jomini, en las que las profundas diferencias entre las fuerzas armadas en conflicto resultaba
ser un factor crítico en cualquier análisis acertado. La suposición de equivalencia entre
unidades similares, fue lo que provocó que Jomini empleara el término de guerras
populares (como las de España y Rusia), a todas aquellas que no se ajustaban a sus
cánones e ignoró virtualmente los problemas inherentes a las coaliciones estratégicas,
como ocurrió en las campañas contra Napoleón, cuando los diferentes intereses de los
estados aliados no podían reconciliarse ni siquiera viéndose ante un enemigo unido y
peligroso. Esto es, básicamente, lo que hace que la teoría de Jomini sea insensible a los
cambios tecnológicos y de organización que dieron la victoria a Prusia en 1866 y 1870, a los
aliados europeos en 1914-1918 y 1939-1945, y en algunas otras guerras de liberación
actuales fuera de Europa. Todas estas guerras dependieron de los cambios en la
cualidades o capacidades de una de las partes implicadas; sin embargo, la teoría de Jomini
es particularmente insensible al análisis cualitativo, excepto en lo que se refiere a las
decisiones estratégicas.
184 Creadores de la Estrategia Moderna

El tercer punto débil está relacionado con el segundo; el propio Jomini había
establecido que ni el ámbito político en el que las guerras se desarrollaban, ni la técnica
militar con la que se combatían esas guerras, eran susceptibles al tipo de análisis científico
que traería consigo la estrategia y las decisiones estratégicas que se tomaran. La política
dependía, fundamentalmente, de condiciones muy variables y de las siempre cambiantes
relaciones entre los líderes y las fuerzas políticas. De la misma manera, los pormenores de la
táctica militar dependían del armamento en constante evolución y de otros factores que
escapaban a la consideración de principios fijos. En sus trabajos posteriores, y sobre todo en
su Summary, Jomini no siente ninguna preocupación acerca de la importancia de esta
distinción, entre lo que es y lo que no es susceptible a un análisis científico.
Reconocido a menudo como el inventor del concepto moderno de "estrategia"
(distinguiéndolo de "política" y de "táctica"), divagaba constantemente entre ellos, citando
principios y prescribiendo acciones como si se hubiera olvidado que estas tres áreas están
reguladas por leyes completamente distintas. Los errores mayores los cometió en el área de
la táctica, donde la mayoría de sus lectores profesionales consideraban sus escritos como
instrucciones muy útiles. El había basado sus teorías iniciales en la batalla de Leuthen, ya
que el campo de batalla siempre atraía su atención (59). Desarrolló varias opciones
esquemáticas para la batalla, invocando constantemente el principio de la masa contra
un solo punto, resaltando el valor de "las líneas interiores", y avisando del peligro que
supondría un ataque del enemigo por la retaguardia. Su intención era disimular las
diferencias entre los distintos niveles de operaciones militares, es decir, entre las diferentes
situaciones en las que una unidad subordinada podría actuar (maniobras de contención,
defensa pasiva, división de sus elementos o exposición de su retaguardia), como parte de
un plan estratégico mas amplio.
El último punto débil de su trabajo, se refiere a la ambigüedad acerca de cómo
aplicar los principios de la guerra. Esta ambigüedad está patente a lo largo de todos sus
escritos, lo que provoca un cierto desconcierto y que su obra sea interpretada de forma
distinta y contradictoria (60). Clausewitz presentaba también muchas ambigüedades, pero
en De la guerra, las provocaba conscientemente, reflejando el concepto que el autor tenía
de la guerra (compleja, dinámica y , a menudo, ambigua). Jomini buscó la simplicidad y la
claridad, pero cuando se le lee detenidamente, su mensaje es ambiguo. En ocasiones, la
victoria dependerá de la estricta observancia de los principios estratégicos, en otras, del
genio del comandante en aplicarlos ( o de su percepción de cuándo debe ignorarlos). La
guerra es, o puede ser, científica; pero a pesar de todo, la guerra es un drama caótico,
repleto de circunstancias y de fuerzas irracionales. El ataque a las fuerzas enemigas es la
esencia de la estrategia, pero ¿con qué fin? A pesar del énfasis que dio a la persecución
implacable del enemigo derrotado, no hay muchas referencias en su obra sobre el hecho
de que el control territorial es el verdadero objetivo del conflicto armado. Al contrario
que Clausewitz, Jomini concebía la guerra en grandes términos espaciales y esta idea
aparece A
Jomini 185

mucho más acusada en sus últimos y más importantes trabajos. Existía una clara
ambigüedad sobre si el control del territorio o la destrucción del poder y potencial
enemigo debería ser el objetivo de la acción estratégica, pero en cualquier caso tendría
que existir un equilibrio entre la agresividad y la seguridad. No había duda en que sólo la
acción ofensiva podría proporcionar la victoria, pero también insistía en que esta acción
debería realizarse sin exponer las fuerzas propias a una contraofensiva enemiga. En el
terreno práctico, como Jomini sabía muy bien, es difícil que se den las circunstancias como
para atacar sin que exista el riesgo de un contraataque, pero un vez más, no entró en más
polémica. Los principios, de alguna manera opuestos, de "ofensiva" y "seguridad", los dejó
sin una solución satisfactoria, pero la relación entre ambos tenía una gran influencia en el
resultado del tercer principio, es decir, el "objetivo".
Revisando todas estas críticas, se podría llegar a la conclusión de que Jomini tenía una
mente superficial e indisciplinada, o quizás que era incapaz de controlar
psicológicamente el alcance de su opinión intelectual básica, de manera que a veces
parecía imposible que pudiera ampliarla o modificarla. Aunque dada su personalidad
irascible y narcisista, resulta fácil hacer una caricatura de su persona y de su trabajo,
Jomini demostró a lo largo de sus escritos poseer una mente penetrante y ágil. Inmersas
en las polémicas de sus libros hay observaciones de gran valor, ideas estimulantes y un
concepto estratégico que, al menos dentro de los confusos límites donde puede ser
aplicable, resulta correcto.
En uno de sus últimos ensayos sobre la guerra austro-prusiana de 1866, dio énfasis a la
nueva técnica del transporte por ferrocarril (61). Se preguntaba si supondría algún
efecto la red de ferrocarriles sobre la elección estratégica (nuevas líneas "territoriales"
de operación sobre las líneas de "maniobra", usando su propia terminología), y de qué
manera podría determinar la victoria o la derrota en las guerras futuras. Pero esta
interesante investigación cedió paso rápidamente a su idea básica según la cual, ni los
caballos de vapor ni ninguna otra cosa podrían cambiar los principios estratégicos, "que
permanecerían inmutables" (62). El no quiso, o probablemente no pudo, cambiar todos
los conceptos en los que había estado trabajando durante décadas. Pero esos conceptos
eran algo más que un simple capricho personal, ya que han atraído a varias generaciones
de militares. La profesión militar, conservadora por naturaleza, y con sólidos pilares en la
lealtad, obediencia y orden, se amoldaba perfectamente a la idea de Jomini de una verdad
inmutable, esencialmente simple y, una vez comprendida, de gran utilidad. Su visión de
la realidad militar permitía a los militares y a los estudiosos de la guerra, ahogar todas las
dudas provocadas por experiencias como la de 1866 y desviar las críticas molestas sobre la
política militar. Estas continuas referencias a las ideas de Jomini requieren una mayor
discusión.
186 Creadores de la Estrategia Moderna

IV

La influencia de Jomini durante el siglo XIX e incluso hasta nuestros días es


impresionante. Ya en 1808 su trabajo sobre Lloyd y Tempelhof fue traducido al
inglés y su ensayo sobre los principios de la guerra fue publicado en Alemania con
un gran éxito (63). En 1811 su Treatise había sido ya publicado en Alemania y en
Rusia. Después de Waterloo su reputación aumentó, favorecida por la aparición
regular de cada nuevo volumen sobre las campañas de la Revolución y porque se
consideraba que su obra había sido crucial para los aliados durante la campaña
contra Napoleón en 1813. Después de la muerte de Napoleón en 1821, fueron
publicados los comentarios que hizo sobre Jomini en sus relatos de la campaña
italiana de 1796-1797; el Emperador en su exilio, elogió el trabajo de Jomini y le
perdonó la traición de 1813 (después de todo, Jomini era suizo, no francés),
además de añadir algunos nuevos datos de sus campañas. En otra ocasión, también
durante el exilio, Napoleón sugirió que en un futuro régimen, pondría a Jomini
al cargo de la educación militar (64).
Aunque demostró a lo largo de toda su vida una cierta anglofobia, los estu-
diosos ingleses sentían por él una gran admiración. Wiliam Napier, historiador de
muchas campañas, era un admirador incondicional de Jomini (65). En 1825 el
Teniente J.A. Gilbert de la Artillería Real, publicó un libro titulado An Exposition
of Grand Military Combinations and Movements compiled from... Jomini. Incluso al otro lado
del Atlántico, Jomini fue considerado un válido intérprete de Napoleón y el
teórico militar más importante. En la academia militar de los Estados Unidos en
West Point, donde se daba un énfasis especial a la formación técnica (artilleros e
ingenieros), los cadetes utilizaron el libro Treatise on the Science of War and
Fortification. Esta edición contenía a modo de apéndice los principios de la guerra,
magistralmente enumerados y tratados por Jomini, cuyo trabajo fue alabado por
el editor americano como "una obra maestra de la más importante autoridad en
la materia. Ningún hombre puede pretender mandar un importante contingente
de tropas sin haber estudiado y meditado sobre los principios expuestos por
Jomini" (66). Estas mismas alabanzas se repitieron cuando se publicó su Synoptic
Analysis (1830) y Summary of the Art of War (1837-1838). La generación de
oficiales posteriores, al igual que la anterior a Napoleón, estuvo influenciada por
Jomini, sobre todo por la idea de reducir la problemática de la guerra a unas
pocas máximas estratégicas. El principal efecto de sus últimos trabajos fue, pues,
dejar grabado su mensaje de forma imperecedera.
Entre las tergiversaciones en la historia militar, una de ellas es la creencia de
que con la publicación postuma de De la guerra de Clausewitz en 1830, ésta se
convirtió en la biblia para el ejército prusiano y que fue la fuente de sus grandes
victorias entre 1866 y 1870, convirtiéndose en el principal teórico militar del
mundo occidental. La verdad es que la mayoría de los estudiantes alemanes
sobre la guerra encontraron a Clausewitz tan difícil, oscuro y de dudosa utilidad
como aquellos
Jomini 187

aquellos otros estudiosos no alemanes que tuvieron que leer su obra por traducciones
poco cuidadas. Willisen, un escritor alemán que publicó un libro titulado Theory of the
Great War en 1840, se describía a sí mismo como un "ardiente pupilo" de Jomini. Un
oficial prusiano y teórico militar, Friedrich Wil-helm Rüstow, es un caso extremo de la
influencia de Jomini; era de ideas políticas radicales y huyó de Prusia después de la
Revolución de 1848, sirviendo como Jefe del Estado Mayor de Garibaldi; conoció a Marx
y Engels, por lo que era lógico que acusara a Jomini de teórico "burgués", pero no lo hizo.
Como Willisen, Rüstow se definió como "un leal seguidor" de Jomini, y en sus estudios sobre
estrategia, que fueron publicados en 1857 y 1872, se reiteraba en el dogma de que las
nuevas armas no podrían cambiar nunca los principios de la estrategia. Muchos otros
escritores alemanes adoptaron la misma postura (67).
Después de la Guerra Franco-Prusiana, cuando los estudiosos franceses sobre el
tema "descubrieron" a Clausewitz como una de las armas secretas del arsenal prusiano, la
influencia de los escritores alemanes hizo que se mantuviera la fe en Jomini. En 1880,
Albrecht von Boguslawski reeditó para el ejército prusiano una traducción muy cuidada
del Summary de Jomini. Tratando de explicar la relación entre Jomini y Clausewitz,
Boguslawski aseguraba que no había razones para establecer que las teorías y concepciones
sobre la guerra de estos dos "eruditos pensadores" fueran opuestas (68). A finales del siglo,
otro oficial prusiano, Yorck von Wartenburg, publicó el libro, Napoleon as a General; su
mensaje está calcado del de Jomini y una traducción del mismo se usaba aún en West
Point en la década de 1950. Aunque existía un vivo debate sobre las teorías militares de
los ejércitos prusiano y alemán, la evidencia confirma el juicio que hizo Peter Paret sobre el
"descubrimiento" de Clausewitz por los estudiosos de la guerra al final del siglo:
"Esencialmente había una actitud jominia-na más que clausewitziana en el pensamiento
militar imperante, y en la atmósfera eminentemente empírica de los tiempos, De la guerra
no pudo evitar ser considerado como una especie de manual operativo"(69).
Considerado de esa manera, De la guerra reforzó el énfasis de Jomini acerca del uso de la
fuerza actuando en masa y agresivamente. Pero la enorme diferencia entre ambas teorías
radica en la insistencia de Clausewitz en que la guerra era extremadamente compleja en
la realidad (aunque simple desde un punto de vista ideal); que cualquier teoría sólo
podría iluminar dicha complejidad a base de identificar y clarificar las relaciones (aunque
no las acciones); y que la guerra era intrínsecamente política y como tal debería ser
tratada (y no era una actividad autónoma que se desarrollaba dentro de las fronteras
políticas más o menos fijas). Después de 1870, al igual que el nombre de Clausewitz,
comenzó a ser mundialmente conocida la destreza militar alemana, pero entonces Jomini
había ya ganado su duelo personal, desensibilizando a su audiencia sobre las partes vitales
del mensaje de Clausewitz.
188 Creadores de la Estrategia Moderna

La lista de los discípulos y admiradores de Jomini es muy larga, e incluso sus


escasos críticos del siglo XIX aceptaron su concepción básica sobre el estudio de
la guerra. Pero alrededor de 1890 su influencia general aumentó aún más gracias
al trabajo de Alfred Thayer Mahan (70). Al contrario que Clausewitz, Jomini
había prestado cierta atención a la dimensión marítima de la guerra, aunque la
consideró fundamentalmente como un medio para las operaciones coloniales y
anfibias. Tanto Clausewitz como Jomini se ocuparon primariamente del clásico
problema europeo generado por varias potencias militares, coexistiendo en un
espacio reducido. Mahan era un oficial de la marina de los Estados Unidos. Su
padre, Dennis Hart Mahan, enseñaba "Arte Militar" en West Point y sostenía la
idea de que la política militar de su país debería apoyarse firmemente en las ideas
de Jomini (71). Siendo aún muy joven, Mahan, aburrido en 1880 por la vida
rutinaria en el servicio durante los períodos de paz, decidió hacer por "el poder
naval" lo que Jomini había hecho por el poder terrestre. El resultado de ello fue su
libro, Influence of the Sea Power upon History, 1660-1783, publicado en 1890 y que ha
dejado una profunda huella en el mundo moderno sobre las doctrinas
imperialistas, así como sobre la política naval y la estrategia. Mahan será estudiado
más adelante en este libro; aquí es suficiente con puntualizar cómo el
establecimiento de "seis principios" para encuadrar su análisis y su reiterado acento
en la necesidad de que la acción marítima, bien ofensiva o concentrada en un
punto, le convirtió en el complemento marítimo de Jomini (descripción que el
propio Mahan hubiera aceptado encantado).
La simplificación, reducción y prescripción, han sido sin duda las cualidades
dominantes del pensamiento militar occidental durante la pasada centuria. Y,
casi invariablemente, estas cualidades, combinadas entre sí, ensalzaban el modelo
napoleónico de actuación en masa, ataque y victorias rápidas y decisivas.
Cualquier otra solución era considerada como un fallo. Las guerras de aniquila-
ción, las defensivas, las prolongadas o las limitadas, figuraban entre las de tipo no-
napoleónico o como formas no-jominianas de la acción militar, y eran condenadas
por principio y evitadas en la práctica. Clausewitz representó un camino
alternativo, consistente en el carácter dinámico de la violencia y más inclinado al
análisis que a dar soluciones, pero fue desatendido. De la misma manera, el
trabajo de Jomini fue atendido de forma muy selectiva. Algunos resaltaron la idea
de que "las guerras de opinión" estaban fuera de sus principios fundamentales de
la estrategia. Posteriormente se produjo un salto brusco, protagonizado por Foch y
otros escritores franceses en el sentido de que se paso de los aspectos físicos y
mecánicos de la guerra, a los eminentemente psicológicos, aunque este salto tuvo
lugar dentro del marco de la ortodoxia de Jomini (72).
Antes de detallar su influencia a partir de la sangrienta línea divisoria de
1914, se podría resumir todo lo que hay detrás de los escritos de Jomini. Las
guerras napoleónicas habían supuesto el mayor impacto sobre el pensamiento
militar en occidente (por su naturaleza, su potencial y su metodología). Jomini se
había declarado a sí mismo como el único interprete válido de las guerras
napoleónicas. Según él,
Jomini 189

Según él, Napoleón había ganado rápidamente las victorias más decisivas por la
aplicación estricta del principio de concentración de la fuerza contra puntos débiles y
sensibles. Las críticas más serias hechas a Jomini no se debían a que lo que decía fuera
erróneo, sino que por algunas omisiones o exageraciones, había hecho un relato a veces
grotesco de lo que había sucedido entre 1796 y 1815 y, por lo tanto, su teoría era, al
menos potencialmente, desastrosa. Pero estas críticas, antes de 1914, se limitaban a
especulaciones sobre las futuras guerras. Durante casi un siglo desde la publicación de sus
primeros trabajos, las experiencias militares occidentales fueron limitadas, y la potencial
debilidad de su teoría pasó desapercibida. Las rápidas victorias de 1859, 1866 y 1870, así
como la prolongada Guerra Civil Americana y el fracaso de la Guerra de Crimea, pudieron
ser explicadas en términos de líneas de operaciones, de la necesidad de concentrar las
fuerzas y usarla ofensivamente, y de los peligros de dividir las fuerzas y de realizar una
defensa pasiva. Si el ejército ruso se obstinó en un tipo de guerra de aniquilación y de
trincheras en 1905 contra los japoneses, se debió a su propia ignorancia e ineficacia. Las
operaciones militares "coloniales", tan diferentes en muchos aspectos al clásico problema
militar europeo, pudieron ser fácilmente ignoradas. Después de Waterloo hasta 1914,
poco o nada sucedió que modificara la teoría de Jomini.
La Gran Guerra hizo pedazos muchas cosas y fundamentalmente a toda la teoría
militar. Después de los horrores y fracasos de la guerra de trincheras, la sola idea de una
"ciencia militar" parecía irrisoria. En todas partes, los comandantes militares habían
defendido expresamente su propia ineptitud con máximas estratégicas procedentes de
Jomini, cuya reputación comenzaba a declinar rápidamente y nunca más volvería a
recuperarse. Las armas modernas, la total movilización de las economías y sociedades, y el
tipo de guerra de aniquilación con sus revolucionarias consecuencias, no parecían tener
ninguna relación con las líneas de operaciones y los pequeños diagramas de las maniobras
estratégicas.
Pero al margen de la Gran Guerra ocurrieron otros acontecimientos militares y, al
menos dos de ellos, produjeron el efecto de refundir y perpetuar la visión de Jomini
sobre la guerra. Ningún critico militar sobre estrategia en tiempo de guerra ha sido tan
influyente como el capitán inglés, B.H. Liddell Hart. El hablaba directamente a todos
aquellos que estaban horrorizados por la inútil carnicería en el frente occidental y a
aquellos que estaban decididos a que los europeos no volvieran a luchar nunca más de esa
forma. Sin pacifismo, ni pesimismo acerca de las posibilidades para una paz permanente,
Liddell Hart identificaba el problema central de la guerra moderna como una obsesión
suicida hacía el enfrentamiento, en forma de una gran batalla, es decir, el choque frontal
entre ejércitos o flotas, consiguiendo la victoria aquella de las partes que sobreviva. El
culpaba de esta obsesión, no a Jomini, sino a Clausewitz. La ciega imitación y admiración al
ejército alemán a partir de 1870 y la influencia que tuvo Clausewitz, produjo, según
Liddell Hart, la terrible degeneración de la teoría y de la práctica de la guerra en Europa.
190 Creadores de la Estrategia Moderna

Contra la concepción de la guerra de Clausewitz (choque de ejércitos cuyo resultado


se basaba en números y en la potencia, sin tener en cuenta que el costo humano podría
ser mayor que el de cualquier "victoria" pudiera justificar) , Liddell Hart daba todo el
énfasis a la movilidad, a la audacia y a la experiencia. Su estrategia de la aproximación
indirecta, elaborada a lo largo de una serie de libros y artículos, propugnaba la guerra de
maniobra como medio para desbaratar los planes del enemigo y sus flancos, tanto físicos
como geográficos, con un coste y un riesgo mínimos. Este tipo de estrategia era menos
atractiva para una nación con un ejército muy numeroso que para aquellas con una fuerza
armada reducida, altamente profesionalizada y equipada con los últimos adelantos
tecnológicos. Aunque no puede decirse que Liddell Hart fuera partidario de Jomini, ya
que lo demostró por una aguda crítica que hizo de él y por su énfasis de que la estrategia
se apoya en técnicas definidas, su trabajo recordaba de alguna manera la forma didáctica,
prescriptiva y reduccionista que caracterizaba a Jomini (73). Sin exagerar la influencia de
Liddell Hart, las ideas que él dio durante las décadas comprendidas entre las dos guerras
mundiales tuvieron un gran impacto en el pensamiento militar de sus contemporáneos,
como Fuller, Charles de Gaulle, el general Patton y, sobre todo, en Heinz Guderian, que
desarrolló nuevas técnicas para conseguir victorias rápidas y limitadas: la guerra relámpago
(blitzkrieg) (74).
A largo plazo ha tenido más influencia su incipiente concepto de la estrategia de
bombardeo que la estrategia de aproximación indirecta y la guerra relámpago. En este
aspecto hay una clara conexión con el pensamiento tradicional de Jomini. En la década
de 1920, Giulio Douhet y otros teóricos del "poder aéreo" reclamaron para el avión lo
que Mahan pretendía en la de 1890 para el buque; desarrollaron una doctrina para el
empleo estratégico óptimo del nuevo medio, que se ajustaba perfectamente a la versión
jominiana del tipo de guerra de Napoleón (75). Los aviones, al igual que los buques y los
ejércitos, deberían concentrar su acción contra un punto decisivo. Este punto estaba defi-
nido no por las propias fuerzas armadas del enemigo, sino por su economía y sus centros
vitales, que parecían vulnerables a un ataque aéreo.
Con esta definición de "punto decisivo", la doctrina del bombardeo estratégico parecía
separarse de las antiguas ortodoxias de Jomini y Mahan, quienes insistían continuamente
en la confrontación ejército contra ejército y flota contra flota. Sin embargo, un examen
más profundo, demuestra claramente que las diferencias con ellos son mucho menores de
lo que podría parecer. Tanto Jomini como Mahan habían insistido en lo que podría
denominarse la economía militar del objetivo. Para los ejércitos, esta era la zona vital
inmediatamente detrás del frente de batalla, donde los abastecimientos y las
comunicaciones estaban centralizados. Para los buques, lo constituían los puertos y el
comercio que daban al poder naval su razón de ser. Atacar o incluso amenazar estos cen-
tros, forzaba al enemigo a tener que defenderlos, a menudo en condiciones muy
desfavorables. La estrategia de bombardeo utilizaba las nuevas posibilidades tecnológicas
para
Jomini 191

para atacar objetivos que eran más vitales y más vulnerables que los descritos por Jomini y
Mahan y parecía que el tipo de estrategia más importante se basaría fundamentalmente en
el poder aéreo; pero las concepciones terrestres, navales y aéreas del pensamiento militar
eran y son aún muy diferentes.
En las tres existe un énfasis común por la utilización de la fuerza para atacar el sistema
nervioso y de comunicaciones del enemigo. Teniendo en cuenta que las tres fuerzas
armadas (terrestres, navales y aéreas) están apoyadas por personas que no son
combatientes y, por lo tanto, no participan directamente en la lucha, las tres teorías
reflejan la clásica distinción occidental entre el soldado y el civil. Una unidad militar
lucha mientras está siendo apoyada por un indefinido núcleo de civiles; la destrucción de
la unidad militar producirá la victoria, puesto que la población no militar no tiene, en la
práctica, ninguna posibilidad de defenderse o actuar militarmente. No obstante, ejércitos
enteros han tenido que hacer frente a masas de combatientes formadas por civiles
militarizados. Presentada como una sencilla y evidente descripción de la realidad, esta
dicotomía se aprecia mejor como una metáfora, poco examinada en su naturaleza. La
experiencia histórica, así como ciertas teorías alternativas como las de Clause-witz y Marx
o las contemporáneas de la revolución, favorecen la idea contraria: el pueblo, es decir, los
"civiles", incluso en sociedades complejas, pueden presentar una gran resistencia y fortaleza
frente a la violencia. Una vez más, la teoría de Jomini no entra en esta cuestión; los
resultados de la estrategia de bombardeo en 1940-1945, dejaron claras algunas de las
posibles consecuencias (76).
Aunque trasladar la línea de pensamiento de Jomini más allá de 1945 se hace muy
difícil, el esfuerzo puede merecer la pena. Principles of War sigue siendo parte de la doctrina
militar de casi todas las fuerzas armadas, incluyendo a la Unión Soviética (77), aunque en
cada una presenta ligeras variaciones.
El pensamiento militar desde 1945 se ha hecho mucho más complejo (78). Sería
absurdo pretender que tiene una conexión directa con el de Jomini, ya que la estrategia
contemporánea no es el producto de una cadena genealógica de la teoría militar.
Normalmente, los estudiosos actuales sobre estrategia moderna no han leído a Jomini,
excepto quizás como una curiosidad histórica y ninguno admitiría su influencia,
simplemente por anticuado. Para lo único que aparece Jomini después de 1945 es para
criticar sus ideas, al compararlas con el pensamiento estratégico contemporáneo. Sin
embargo, la persistencia del trabajo de Jomini es más visible al analizar en profundidad el
pensamiento estratégico actual. Los estrategas de la era nuclear emplean métodos
abstractos de análisis que reducen la guerra a un ejercicio operativo que se transforma en
un juego irreal, pero extremadamente peligroso. Los que critican esos procedimientos,
argumentan que el peligro no es sólo la muerte y la destrucción que las modernas armas
han elevado a niveles fantásticos, sino en el método en sí, que hace que la "estrategia" se
salga del contexto del mundo real, por lo que aumenta aún más el riesgo de equivocarse
en
192 Creadores de la Estrategia
Moderna

en los cálculos. Este riesgo es inherente al método: el tiempo, el espacio, los niveles de
fuerza y capacidades, más los "intereses" y "objetivos" nacionales, se han convertido en las
variables claves para el análisis estratégico, relegando todos los demás factores y
posibilidades como temas del pasado, disponibles para consideraciones posteriores, pero
dándoles un valor casi nulo en cuanto a usar y controlar la violencia. El análisis de este
pequeño número de variables llevaría a unas pocas opciones estratégicas disponibles que
deben ser entonces evaluadas en términos de costes, beneficios y probabilidades. Incluso
aunque las conclusiones de los estrategas contemporáneos son menos rígidas que las de
Jomini, existe una similitud fundamental en los dos procesos intelectuales. Al defenderse
de sus críticos, los estrategas contemporáneos imitan a Jomini (en su defensa contra
Clausewitz), insistiendo en que las críticas carecen de claridad, rigor y utilidad. La cuestión
aquí no es averiguar quién está en lo cierto, sino cómo y por qué una forma de
pensamiento que comenzó con Jomini, no se marchitó con la aparición de los
ferrocarriles, las ametralladoras y el bombardeo aéreo. No desapareció porque respondía
a una urgente e imperiosa necesidad.
Una de las ideas que más poderosamente han influido en el mundo moderno ha sido
que, bajo el aparente desorden existente, existen leyes que regulan el universo y
principios que pueden descubrirse y ser comprendidos. En cada faceta de la actividad
humana, la búsqueda de principios reguladores, que una vez descubiertos ofrecen nuevas
formas de control y regulan su existencia, no tiene fin. El gran desarrollo de esta búsqueda
ha sido lo que ha caracterizado al siglo XVIII y de ahí que resulte muy apropiado el
término de Siglo de la Ilustración. Durante él, los descubrimientos de leyes que regulaban
las acciones naturales del mundo, hicieron suponer a muchos que leyes similares
deberían gobernar todas las actividades humanas. Fue la guerra y su estudio una de las
últimas materias que fueron analizadas bajo el prisma de la existencia de unas leyes
reguladoras. Los soldados conocían desde la antigüedad la existencia de ciertas "máximas",
basadas en la experiencia personal, pero no fue sino a finales del siglo XVIII cuando se
empezó a investigar seriamente sobre las leyes o principios de la guerra. Las dudas acerca
de que la violencia, aparentemente tan opuesta a la idea de un mundo racional, podía ser
controlada por leyes, tomaban forma cuando se comparaba la pura teoría con las
impresionantes hazañas militares de Federico II de Prusia o con las conquistas de los
ejércitos franceses, a lo largo de toda Europa, al final de dicho siglo. Convencido de
todo ello desde 1800, Jomini se adhirió a este nuevo concepto y pronto se erigió líder de
otros muchos que veían en la guerra un nuevo y excitante camino. Cada nueva victoria
de Napoleón fortalecía esta fe, y hasta la tercera o cuarta década del siglo XIX,
solamente algún hereje, como Clausewitz, podía imaginar otra forma distinta de
interpretación. El hecho de que la mayoría de los críticos al dogma establecido no fueran
teóricos militares, sino pacifistas, y otros que se oponían a la guerra por cuestiones morales,
indica hasta qué punto Jomini y sus seguidores habían establecido una ciencia con un
credo irrebatible.
Jomini 193

No es posible reducir a una simple frase un modelo de pensamiento que ha sido tan
duradero, a pesar de sus defectos y de los importantes cambios habidos en la naturaleza de
la guerra. Durante casi dos décadas ha estado tan profundamente inmerso en la forma de
pensar occidental, que muchos se niegan a aceptarlo como "modelo" de pensamiento, e
insisten en que Jomini y sus seguidores ofrecen la única verdad acerca de la guerra, o al
menos, acerca de la estrategia. El hombre y su obra pueden haberse sumergido en las
sombras académicas, pero sus ideas básicas, aunque han sido entendidas en pocas
ocasiones, han sobrevivido. Quizás la mejor forma de finalizar un estudio sobre Jomini es
reconocer la prolongada existencia y la tenacidad de esta fe jominiana.

NOTAS:

NOTA: Para la preparación de este ensayo, el autor ha contado con la


colaboración de John Bow-ditch, Robert Cummins, Jonathan Marwil y
miembros del Grupo de Estudios Militares de la Universidad de Michigan.

1. El mejor ensayo sobre Jomini es el realizado por Crane Brinton, Gordon A.


Craig y Felix Gilbert, publicado hace más de cuarenta años en la primera
versión de Creadores de la EstrategiaModerna. Otros ensayos más recientes sobre
Jomini aparecen en la nota bibliográfica.
2. Un discípulo de Jomini, Ferdinand Lecomte, tuvo una estrecha relación con él y
fue el autor de obras como Le general Jomini, sa vieetses écrits (París, 1860; 3"
edición Lausana, 1888).
3. Los efectos de la Revolución en el ejército fueron tratados por Louis Hartmann
en Les Officiers de l'armée royale et la Revolution (París, 1910). Twelve Who Ruled de
R.R. Palmer (Princeton, 1941) contiene un relato gráfico de la Revolución en la
guerra.
4. Archives Parlamentaires de 1787 á 1860, ler ser, LXXII (París, 1907), 688-90.
5. The Response of the Royal Army to the French Revolution de Samuel F. Scott (Oxford,
1978); La Revolution arméedeJean-Paul Bertaud (Paris, 1979).
6. Traite des grandes operations milüaires, contenant l'histoire des campagn.es de Frederic II,
comparées á celles de l'empereur Napoleón; avec un recueil des príncipes généraux de l'art de
la guerre de Antoine-Henri Jomini, segunda edición, 4 volúmenes (París, 1811),
2:312. Esta obra será citada a partir de aquí como Traite. Jomini no daba
siempre la misma fecha para los distintos escritos que componen este ensayo,
pero 1803 parace que es la más probable.
7. Le general Antoine-Henri Jomini (1779-1869): Contributions á sa biographic de Jean-
Pierre Chuard (Laussane, 1969), en la Bibliothéque Historique Vaudoise, nQ41.
11-24; Age of the Democratic Revolution, 1760-1800de R.R. Palmer, 2 volúmenes
(Princeton, 1959,1964), 1:358-64, 2:395-421.
8. Stendhal, cuatro años más joven que Jomini, recordaba haber oído hablar de
las victorias de Napoleón en Lodi y Arcóla en 1796, así como de su vuelta de
Egipto en 1799, y esperaba que el joven general se proclamara a sí mismo como
rey de Francia (Vie de Henry Brulard, edición de Henri Martineau, 2 volúmenes,
París 1945, 1:388-89).
9. Le general Antoine-Henri Jomini (1779-1869): Contributions á sa biographie de Jean-g
Charles Biaudet (Laussane, 1969), 25-52 en Bibliothéque Historique Vaudoise, n
41.
10. Tableau analytique des principales combinaisons de la guerre de Antoine-Henri Jomini
(París, 1830), vü.
11. Michael Howard (ver n s37), fue el primero en advertir la influencia de Lloyd
en Jomini; ver Jomini and the Classical Tradition. Un relato completo de Lloyd,
basado en nuevas evidencias se encuentra en la obra de Franco Venturi, Le
qwenture del Genérale Henry Lloyd en la Rivista símica italiana 91 (1979), 369-433.
Geschichte der Kriegswissenschaften de Maxjáhns, 3 volúmenes (Munich 1889-91),
3:2102-2114.
194 Creadores de la Estrategia Moderna

12. Lo que se conoce como Military Memoirs de Lloyd, fue publicado originalmente
como Continuation of the History of the Late War in Germany (London, 1781). Iba a
ser la Parte II de The History of the Late War in Germany, pero de hecho es un
ensayo de unas 200 páginas sobre los principios generales de la guerra (vi).
13. Continuation of the History of the Late War in Germany de Lloyd, VI.
14. Notes medites de l'Empereur Napoleón I sur les mémoires militaires du General Lloyd,
editado por Ariste Ducaunnés-Duval (Bordeaux, 1901).
15. Las grandes guerras para un hombre como Jomini fueron las del siglo XVIII..., ensayo de
Grane Brinton (ver nota 1). Es un producto tipo de los enjuiciamientos históricos
mostrar cierta admiración por el Viejo Régimen. Profundos estudios al respecto
han persuadido al autor de este ensayo de que tales juicios suelen ser partidistas y
se olvidan de que el propio Jomini fue un producto de la Revolución, un ferviente
admirador de Napoleón, y un experto veterano de las Guerras Napoleónicas.
16. Geschichte der Kriegswissenschaften de Jáhns, 3:1873-75.
17. Traite, 1:I-V, 24-43, y 85. La edición original de los dos volúmenes apareció con el
título de Traite de grande tactique (París, 1805).
18. Traite, 1:35. En la edición de 1811, fue más crítico con Tempelhof que en la de
1805. En la última, se escusó ante sus lectores por los errores cometidos en su
primer ensayo, cuando tenía menos experiencia en estos temas.
19. Traite, 1:288.
20. Ibid, 2:271.
21. Ibid, 4:275.
22. Ibid, 4:286.
23. El magnífico trabajo de John I. Alger, titulado Antoine-Henrí Jomini: A
Bibliographical Survey (West Point, N.Y. 1975), clarifica la lista de publicaciones
al respecto.
24. En la British Library (Egerton Mss, 3166-3168) existen tres legados de sus
últimos años. Un importante relato de su tiempo de servicio en Rusia ha sido
recogido por Daniel Reichtel en su La position du general Jomini en tant qu'expert
militaire a la cour de Russie, en Actes du Symposium 1982, disponibles en el Servicio
histórico y trabajos de historia militar y de polemología, vol I (Lausanne, 1982),
59:72
25. Precis de l'art de la guerre de Antoine-Henri Jomini (París 1855; reproducción en
Osmabrück, 1973), 2 volúmenes; 1:5-10, 16, 21-22, 159, 191-205. A partir de
aquí, citado como Precis.
26. General Antoine-Henri Jomini, 1779-1869 de Lecomte (Páyeme, 1969). Es una obra
ealizada en el centenario de su muerte e incluye un retrato suyo. El General
George B. McClellan visitó a Jomini en 1868 y describió su cara como la de una
vieja águila (The Galaxy 7, junio 1869, 887)
27. Vie politique et militaire de Napoleón de Antoine-Henri Jomini, 4 volúmenes (París,
1827), 4:305, 368-70.
28. La versión de Jomini sobre su acción que, por otra parte, siempre intentó
justificar, se encuentra en ibid. 370. Un trabajo más reciente de Francois-Guy
Hourtoulle, Ney, les braves des braves (París, 1981), 140-43, contiene [aversión de
otro miembro del Estado Mayor de Ney en el sentido de que la conducta de
Jomini en Bautzen no fue precisamente ejemplar y que su comportamiento
extravagante se debía a que tomaba ciertas drogas. Un relato detallado de este
asunto, se encuentra en Revue historique vaudoise 1 (1893), 65-80, así como en la
publicación en 1890 de las memorias del General Marbot, quien acusó ajomini de
revelar los planes de Napoleón a los aliados.
29. En cartas escritas a su hijo Alexander que ocupaba un alto cargo en el
Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Jomini le decía que en 1813-1814 y en la
última guerra contra Turquía, había dado al Zar una serie de consejos para la
creación de una academia militar rusa, pero que Chernyshev se opuso a este
plan. Carta de Jomini a su hijo Alexander, el 30 de abril de 1867, Egerton MSS
3167, 78-79, British Library. Sobre la estancia de Jomini en Rusia, ver La position
du general Jomini de Reichel.
30. Muchos de sus escritos reflejan enfado e infelicidad, aunque la mayoría de ellos
están aún sin publicar. Al volver a Páyeme en 1823, amenazó a su hijo Henry,
que no había cumplido los veinte años, con enviarle a hacer el servicio militar en la
marina por su "perseverancia en el vicio que le estaba destruyendo". Le general Antoine-
Henri Jomini (1779-1869):a Contributions á sa biographie de Henri Perrochon, Bibliotheque
Historique Vaudoise, n 41 (Lausanne, 1969), 73-87.
Jomini 195

31. En algunos escritos de sus numerosas cartas en 1864 al Ministro de la Guerra ruso
Miliutin, acerca de la reforma de la educación militar, relataba la historia de cómo
sus planes iniciales para una academia militar rusa fueron anulados por
Chernyshev (Egerton, MSS, 3168, 43-57). Alababa también el sistema de
educación francés y defendía a la Escuela Politécnica frente a numerosas
acusaciones en el sentido de ser un nido de sedición.
32. Traite, 2:305.
33. Observations sur l'armée franfaise de 1792 á 1808, publicada anónimamente en 1808 y
reeditada en Spectateur militaire, serie quinta, volumen 47 (1902), 25-34, 93-103; Quest
far Victory: Freh Military Strategy 1792-1799 de Steven T.Ross, (New York, 1973), 58-
87.
34. The Face of Battle de John Keegan (London, 1976) capítulo I, es un buen ejemplo de
tradicionesen historiografía militar.
35. Entre los numerosos trabajos sobre la profesión militar editados en los siglos XVIII y
XIX, destacan The Soldier and the State de Samuel P. Huntington (Cambridge, Mass.
1957), The Politics of the Prussian Army, 1640-1945 de Gordon A. Craig (New York,
1964) y La sacíete militaire dans la France contemporaine, 1815-1939 de Raoul Girardet
(Paris, 1953).
36. Precis, 1: 135-136.
37. Clausewitz and the Nineteenth Century de Peter Paret, en The Theory and Practique of
War, editado por Michael Howard (London y New York, 1965), 21-41.
38. Precispolitique et militaire de la campagne de 1815 (Paris 1839), 3, 15-41, 88 ff.
39. Traite, 1:III-VI; "Precis", 1:17-18, 21-22.
40. Ver Precis, 1:180, 183, donde utiliza un rectángulo ABCD para explicar sus ideas
acerca de la "base de operaciones", o en 2:25, donde se expresa en un diagrama sus
doce órdenes de batalla ofensivas y defensivas.
41. Secular Religión inFrance, 1815-1870de D.G. Charlton (London, 1963), capítulo 3.
42. Tableau analytiqueVíl; Le general Jomini de Lecomte, tercera edición, XXXI.
43. Clausewitz and the State de Peter Paret (New York, 1976, reeditado por Princeton,
1985), 152-53; World Politics 1 de Bernard Brodie (1949), 467-88, y de forma más
resumida en Encyclopedia of the Social Sciences (New York, 1968), 15:281-88.
44. Ejemplos de buenos historiadores que han tenido una gran influencia de Jomini
son David G. Chandler en su The Campaigns of Napoleón (New York, 1866) y Hew
Strachan, con European Armies and the Conduct of War (London y Boston, 1983).
45. El título del capítulo 14 del Traite (2:268-328) es Observations genérales sur les lignes
d'opérations. Máximes sur cette branche importante de Vari de la guerre. En una nota acerca
del título del capítulo, Jomini dijo que había dudado sobre donde colocar el
capítulo más importante, y finalmente decidió ponerlo al final del trabajo para
establecer en él el conjunto de ideas en las que se basan todos los
acontecimientos históricos.
46. Antoine-Henri Jomini de Alger, 22, na 20, indica que no se ha encontrado el panfleto
original de 1807. Pero este ensayo fue publicado en el periódico Pallas I (1808), 31-
40. Aparece también en el capítulo 35 del Traite, 4:275-86.
47. Precis, 1:42-147 y 2:195-97.
48. Clausewitz and the State, de Paret, 148-49.
49. War Whithout Victory: The Downfall of Pitt, 1799-1802de Piers G. Mackesy (Oxford,
1984).
50. Precis, 1:77-78.
51. Ibid, 1:83.
52. Traite, 4:284-85 n.
53. Precis, 1:81-82.
54. Ibid, 1:80-81.
55. Ibid, 1:121-36. En esta secciónj también deploraba los efectos banales de los consejos
de guerra.
196 Creadores de la Estrategia Moderna

56. Ibid, 1:128.


57. Precis, 1:21.
58. Estas afirmaciones aparecen en su ensayo titulado, Sur la formation des troupes
pour le combat publicado como el segundo apéndice al Precis, 2:375-401, en el
que intenta valorar el impacto que tuvieron en las tácticas los rifles de
infantería.
59. Precis, 1:16.
60. Clio & Mars: The Use and Abuse of History en Journal of Strategy Studies 3, nQ 3,
de John Gooch (1980), 26. En el aparece la siguiente frase: 'Jomini no intentó
que su trabajo fuera contemplado como la norma a seguir". Por lo tanto,
Gooch, o el autor de este ensayo, deben estar equivocados. Pero lo más
importante es tener en cuenta que Jomini es muy a menudo malinterpretado.
61. Questions stratégiques relatives aux événements de la guerre de Bohéme en Revue
militaire suisse II (1866), 577-86, firmado por "Un inválido casi nonagenario".
62. Ibid, 580. Repitió esto mismo a su hijo Alexander, en respuesta a las gracias
que le dio Militin por una copia del ensayo (4 de octubre de 1866, Egerton
MSS, 3167, ff. 54-55).
63. El notable escritor militar Berenhorst, aunque muy crítico con el relato de
Jomini sobre la batalla de Jena, comentó muy favorablemente este ensayo
sobre los principios de la guerra, publicados en Pallas en 1808 (Aus dem
Nachlasse von Georg Heinrich von Berenhorst, editado por Bülow, parte 2, Dessau,
1847), 286. El Capitán Charles Hamilton Smith, del ejército británico, tradujo
The History of the Seven Years War in Germany by Generals Lloyd and Tempettiof, with
Observations and Maxims Extracted from the Treatise of Great Military Operations of
General Jomini, volumen I (London, 1808).
64. Memoires pour servir ¿ l'histoire de France sous Napoleón de Comte de Montholon,
6 volúmenes (Paris, 1832), 1:1.
65. The Education of an Army: British Military Thought 1815-1940 de jay Luvaas
(London, 1964), 25-28.
66. A Treatise on the Science of War and Fortification de Simon Francois Gay de
Vernon, traducido por John Michael O'Connor, 2 volúmenes, (New York,
1817. l:v, vol.2 pag. 386).
67. The Development of Strategical Science during the 19 th Century de Rudolf von
Caemmerer (London, 1905), 135, 142-43 y 221.
68. Abriss der Kriegskunst de Antoine-Henri Jomini, editado y traducido por
Albrecht von Boguslaws-ki (Berlin, 1881), iv.
69. Clausewitz and the Nineteenth Century de Paret, 31.
70. The American Way of War: A History of United States Military Strategy and Policy de
Russell F. Weigley (New York and London, 1973), 173-91.
71. Duty, Honor, Country: A History ofWestPointde Stephen E. Ambroise (Baltimore,
1966), 99-102.
72. Des principes de la guerre de Ferdinand Foch (París, 1903), 3-4. Foch tomó de
Jomini la descripción de la guerra como un gran "drama", como punto de
partida para su trabajo sobre los principios de la guerra.
73. Liddell Hart: A Study of His Military Thought de Brian Bond (London y New
Brunswick, N.J. 1977), 80.
74. Ver los ensayos correspondientes al siglo XX de este volumen.
75. Strategy in the Missile Age de Brodie, 71-106.
76. Ibid, 107-144 y American Strategy in World War II: A Reconsideration de Kent
Roberts Greenfield (Baltimore, 1963), 85-121.
77. The Quest for Victory: The History of the Principles of War de John I. Alger
(Westport, Conn. 1982), 195-270.
78. Strategic Thought in the Nuclear Age de Lawrence Martin (Baltimore, 1979) y
Contemporary Strategy dejohn Baylis (London, 1975).
Peter Paret
7. Clausewitz
7. Clausewitz

Las preguntas que se hacía Clausewitz a lo largo de sus escritos, tales como, ¿qué es la
guerra?, ¿cómo puede analizarse la guerra?, han alcanzado una importancia más
relevante en la era nuclear que en su propio tiempo. Desde 1792 a 1815 sucesivas olas de
violencia asolaron toda Europa, causando la muerte y sufrimientos sin fin a millones de
personas, modificando fronteras, pero también cambiando el orden social previamente
establecido. Pero cuando esa época pasó, no hubo un deseo de estudiar y explicar el
cataclismo que había tenido lugar. Como ocurre siempre después de una guerra, los
hombres escribieron acerca de sus experiencias y extrajeron lo que ellos creían que serían
las lecciones para al futuro; pero había muy poco interés en investigar, bajo la superficie
de las tácticas y de la estrategia, acerca del fenómeno de la guerra en sí misma, estudiar su
estructura, su dinámica interna, su relación con otros elementos de la sociedad, así como
qué era lo que podría alterarse o destruirse por el ímpetu de su impacto. La guerra seguía
siendo aceptada como una fuerza permanente en la existencia humana, y sus aspectos
técnicos podrían cambiar con el tiempo, aunque siempre podrían controlarse
adecuadamente. Clausewitz utilizó en sus investigaciones un camino nuevo que consistía
en indagar al margen de las crisis culturales o históricas. Hoy en día, en una época de
proliferación nuclear, no se puede olvidar esta forma de análisis, y el sentimiento de crisis
en el que se vive actualmente afecta no sólo a nuestro pensamiento sobre la guerra en el
futuro, sino también acerca de la guerra a lo largo de la historia. Todo ello aumenta
nuestro interés por llegar a comprender la naturaleza de la violencia entre Estados. El
trabajo teórico más importante de Clausewitz, De la Guerra, atrae más la atención hoy en
día que en la época en que fue publicado, en 1830. Ello no sólo se debe a que el libro ha
adquirido gradualmente la categoría de clásico, al haber logrado combinar las virtudes
intelectuales y estéticas de la época de Goethe, con un realismo que podría calificarse de
moderno, si tal realismo no fuese raro, incluso ahora; pero el libro es, además, una fuente
inagotable de ideas.
Si la guerra puede llegar a ser comprendida y, por extensión, ejercer sobre ella un
control intelectual, es solamente una de las muchas cuestiones que se pueden formular.
Otras podrían ser: ¿es la guerra un instrumento ético de la política exterior?, ¿puede la
guerra ser limitada, o incluso eliminada? O, por otra parte, ¿cómo puede conducirse la
guerra
200 Creadores de la Estrategia
Moderna

guerra de forma más efectiva? En De la Guerra, Clausewitz apenas da alguna orientación


acerca de las dos primeras preguntas. El era consciente del problema ético, pero lo trató
de una manera distinta a como se haría hoy en día. El contemplaba la guerra como una
expresión natural, pero extrema, de la política y nunca se arrepintió de haber luchado en
siete campañas. En su primera guerra, contra la República Francesa, intentó justificar la
ineptitud demostrada por la defensa prusiana y germana, alegando que esa actuación
favoreció los intereses políticos y estratégicos de su nación. En las otras guerras, contra
Napoleón, estaba profundamente convencido de que no sólo no necesitaban
justificación, sino que constituyeron un acto ético. Sobre la tercera pregunta de las
formuladas aquí (cómo combatir eficazmente), él tenía mucho que decir al respecto,
pero cuando la amenaza de Napoleón desapareció, relegó los análisis tácticos a un
segundo plano. El idear esquemas estratégicos y nuevas tácticas le interesaban mucho
menos que identificar los elementos permanentes de la guerra y llegar a comprender su
funcionamiento. Por esta razón, De la Guerra constituye hoy un legado muy importante, al
hablar de guerra y paz a unos lectores que están separados mentalmente del autor por la
revolución industrial y el cataclismo militar que ha supuesto el siglo XX.
La importancia de su trabajo se debe a que todas sus teorías están formuladas en unas
condiciones muy diferentes a las actuales y, sin embargo, no han perdido su validez. A
Clausewitz le gustaba comparar el estudio de la guerra con el de la pintura; ambas
actividades exigen una experiencia técnica determinada, pero los resultados no son
predecibles ni pueden buscarse de forma mecánica, si se buscan resultados importantes.
Pocos artistas hoy leerían un tratado sobre pintura de principios del siglo XIX para que les
fuera de ayuda en su trabajo, ni siquiera para obtener un mejor conocimiento teórico de
ello. Un artista interesado en la historia y en la teoría de la pintura podría leer, no
obstante, un tratado sobre sus fundamentos y conceptos, algunos quizás de permanente
actualidad, con el fin de construir sus propias teorías, pudiendo incluso influir en la
aplicación de sus ideas.
Un ejemplo puede clarificar este concepto. Algunos años después de las Guerras
Napoleónicas, Clausewitz comenzó a trabajar en un manuscrito sobre estrategia. Más
tarde, él mismo comentaba al respecto: "Mi intención original era establecer mis
conclusiones sobre pilares fundamentales, de forma corta, precisa y compacta, sin fijarme
demasiado en la conexión entre ellas. Rondaba en mi mente, aunque de forma vaga, la
forma de actuar de Montesquieu..." (1). Cuando se dio cuenta de que este procedimiento
no encajaba con su tendencia de realizar los análisis de forma sistemática, revisó el
manuscrito; como no se sentía satisfecho de su trabajo lo abandonó y usó partes de él
para un nuevo y más ambicioso trabajo: De la Guerra. Pero su tentación hacia el modelo de
Montesquieu da idea de sus intenciones, al igual que hace que nos preguntemos por las
tendencias y anhelos de sus lectores. ¿No es el mismo caso que si hoy leyera- mos The Spirit
of the Laws (El Espíritu de las Leyes), no para encontrar una teoría de gobierno para
aplicarla en nuestro caso, sino por otras razones menos útiles? Por una parte,
querríamos conocer un trabajo
Clausewitz 201

conocer un trabajo que contó con el interés de los lectores durante más de dos siglos;
por otra, lo leeríamos para conocer más sobre los aspectos básicos de la política y sentirnos
estimulados por las ideas y argumentos de Montesquieu. En el ámbito de la guerra, De la
Guerra tiene un efecto similar.
El Espíritu de las Leyes y De la Guerra, son dos obras profundamente personales; en algunos
aspectos podrían considerarse como documentos autobiográficos, una característica que
los aleja aún más de las modernas teorías. Los dos libros reflejan los antecedentes de sus
autores, su posición en la sociedad, su profesión y situaciones decisivas en sus vidas, como
la estancia de Montesquieu en Gran Bretaña y la de Clausewitz en Francia, sus visiones de
la historia y sus creencias políticas. Pero ambos escribieron sus obras con una gran
abstracción, lo que las hace que tengan valor a través de los años, meditando y opinando
sobre aspectos que conocían por su trabajo y experiencia y que fueron expuestos con
claridad. Todo ello ayudará a comprender las ideas de Clausewitz, sin perder de vista el
ambiente histórico en el que fueron escritas y la personalidad de su autor.

Carl von Clausewitz nació en 1780 en la pequeña villa de Magdeburgo, 70 millas al


suroeste de Berlín y era el hermano menor de cuatro dentro de una familia burguesa, que
repetidamente solicitó un título nobiliario apoyándose en su fuerte tradición familiar. Su
padre, un teniente retirado que había estado destinado en la oficina local de impuestos,
era hijo de un profesor de teología, quien a su vez era hijo y nieto de pastores luteranos; el
padre de su madre era el encargado de una granja real. Hasta después de la muerte de
Federico el Grande, quien en sus últimos años se esforzó en mantener al cuerpo de
oficiales libre de plebeyos, Clausewitz no fue admitido en el ejército, así como dos de sus
hermanos, ingresando en él como cadetes. Los tres llegaron a general y en 1827 ingresaron
en la nobleza. Junto con otras muchas familias los Clausewitz obtuvieron un título
nobiliario por su servicio en el ejército, al igual que otros lo consiguieron por la Iglesia o
por su trabajo en puestos burocráticos.
El primer combate en el que intervino Clausewitz fue cuando contaba 12 años y tuvo
lugar durante la campaña para expulsar a los franceses de la zona del Rin, durante el
invierno y la primavera de 1793. Después de que Mainz fue liberado en julio, su
regimiento se dirigió hacia la parte sur de la cordillera de los Vosgos, donde combatió en
un tipo de campaña de incursiones rápidas y emboscadas. Cuando fue desmovilizado el
ejército en 1795, Clausewitz volvió a Prusia con un cierto conocimiento acerca de las
maniobras y tácticas de las pequeñas unidades, en contraste con la mayoría de los
oficiales
202 Creadores de la Estrategia
Moderna

oficiales de infantería cuyo principal y casi único cometido en combate era mantener el
alineamiento férreo y ordenar rápidas descargas a sus hombres. Imperceptiblemente al
principio, su carrera comenzó a tomar un curso, de alguna manera, atípico. Durante
varios años estuvo destinado en una pequeña guarnición que le proporcionó • algunas
ventajas. Su comandante era un pionero de la educación militar en Pru-sia, que organizó
escuelas para los hijos de los oficiales y suboficiales de su regimiento y que impulsaba
continuamente a los jóvenes oficiales al estudio de temas militares, literatura e historia.
En este propicio ambiente, Clausewitz hizo grandes progresos y consiguió ser admitido en la
escuela militar de Berlín en el verano de 1801, poco después de cumplir sus 21 años y
comenzó el curso que tenía una duración de 3 años.
Esa escuela había sido reorganizada hacía muy poco tiempo por alguien que era un
advenedizo en el ejército, Gerhard von Scharnhorst, que iba a desempeñar un papel
crucial en la historia de Prusia y en la vida de Clausewitz. Scharnhorst, hijo de un sargento
de caballería retirado, había entrado en el ejército como soldado a los 17 años; primero,
en un pequeño principado alemán, después en el ejército de Hannover donde adquirió
cierta fama como oficial armero y como escritor sobre temas militares. A continuación
participó en la guerra contra Francia en 1793 y demostró ser un excepcional combatiente.
Su reputación llegó a Prusia y recibió una oferta para entrar al servicio del ejército prusiano
con la categoría de coronel y título nobiliario, por lo que ingresó en él, en 1801. Entre
otros muchos servicios, desempeñó la dirección de la escuela militar de Berlín, haciendo
numerosas reestructuraciones en la misma, para que se ajustara a la idea que él tenía de
un ejército moderno y para introducir en él las modernas ideas sobre la guerra.
Scharnhorst fue uno de los primeros en darse cuenta y analizar de forma objetiva la
interdependencia de los cambios militares, políticos y sociales provocados por las Guerras
de la Revolución. El comprendió que el problema al que estaban enfrentadas las potencias
europeas, no era el ser más débiles que Francia, sino el que debían modernizar sus
elementos esenciales para evitar ser arrasados por la nueva república, y él se consideraba
capaz para hacer que Prusia fuera la primera en dar ese paso. Nadie podía haber sido
mejor maestro para Clausewitz, ya que sentía además un profundo interés por las teorías
del joven cadete, mientras que demostraba su desprecio por el excesivo tradicionalismo en
el que estaba sumergido el ejército prusiano.
En 1804 Clausewitz se graduó con el número uno de su promoción, y fue nombrado
ayudante del Príncipe Augusto de Prusia. Sus horizontes sociales y profesionales se
ampliaron. Frecuentaba la Corte, donde conoció a la Condesa Marie Brühl, dama de honor
de la Reina Madre, con quien se casó unos años más tarde. Scharnhorst le recomendó ante
el editor del periódico militar más importante de Alemania, y en 1805 publicó su primer
artículo que consisüó en una negación a las teorías estratégicas de Heinrich Dietrich von
Bülow, que en aquella época era el escritor alemán más leído acerca de las Guerras
Napoleónicas.
Clausewitz 203

Bülow tuvo el gran mérito de reconocer que los recientes cambios en la guerra
constituían una revolución. Pero se equivocó al intentar profundizar en la naturaleza de
esa revolución; en particular, no pudo comprender la nueva importancia de las batallas.
No rechazó las nuevas formas, ni las consideró pasajeras ni anárquicas, como hicieron
otros; por el contrario, intentó aplicar principios matemáticos que dieran una estructura
racional bajo la aparentemente caótica superficie. Un ejemplo que tipifica este esfuerzo
fue su conclusión de que cualquier operación militar estaba profundamente influida por
la relación geométrica entre su objetivo geográfico y su base. Clausewitz vio la guerra de
una forma muy diferente. Su artículo se centró en criticar tres temas fundamentalmente, y
con el tiempo demostraron el abismo que existía entre un hombre de finales de la
Ilustración, como Bülow, que quería convertir la guerra en una especie de matemáticas
aplicadas, y el realismo y la metodología rigurosa que Clausewitz había comenzado a
desarrollar.
Clausewitz argumentaba que el método de Bülow era imperfecto. Por ejemplo, Bülow
definía la estrategia como "todos aquellos movimientos militares fuera del alcance de los
cañones enemigos o de su visión", y a la táctica como "todos los movimientos dentro de
este alcance". Clausewitz calificaba esta división como superficial, profundamente afectada
por el tiempo (por que estaría constantemente influida por los cambios tecnológicos) e
irrelevante, porque estos dos conceptos quedaban indefinidos. Muy al contrario, él
proponía definiciones que fueran funcionales y que se pudieran aplicar a cada guerra,
pasada, presente y futura: "Las tácticas constituyen la teoría de la utilización de una
fuerza armada en la batalla; la estrategia forma la teoría de la utilización de la batalla para
los objetivos de la guerra" (2). Es preciso advertir que para Clausewitz el término
"utilización" significaba también "amenaza de utilización" o "determinación de la
utilización".
Además, Clausewitz consideraba que el punto de vista de Bülow sobre la guerra no era
realista. Al basar su análisis en la geografía y en las matemáticas, Bülow ignoraba las
acciones del enemigo y los efectos físicos y psicológicos del combate. Clausewitz decía: "Por
el contrario, la estrategia no es nada sin la batalla; la batalla es la materia prima de
aquella, es decir, los medios que emplea" (3).
Por último, Clausewitz insistía en que cualquier teoría debería ser capaz de enlazar
todos los elementos relacionados con el tema, y la de Bülow no lo hacia. En su ansia de
comprender el uso de la violencia, investigó en la ciencia y la hizo predecible, pero
Bülow no tuvo en cuenta partes esenciales de la guerra. Una teoría de la guerra no debe
contener sólo elementos " que sean susceptibles de un análisis matemático ", como
distancias y ángulos de aproximación entre fuerzas, sino también otros factores
imponderables como la moral de los soldados y la psicología de los comandantes (4).
204 Creadores de la Estrategia
Moderna

Clausewitz siempre estuvo dispuesto a mostrar las confusiones y errores de Bülow y para
ello se dedicó a crear un método que sirviera para poner a prueba las teorías de Bülow y de
cualquier otro y, al mismo tiempo, que le sirviera para demostrar que sus ideas eran
intelectualmente correctas. Su idea básica era que sus argumentos fueran el nexo de
unión entre los acontecimientos del presente y las hipótesis acerca de los fenómenos de la
guerra que eran invariables con el tiempo y que eran dictadas por estudios históricos, el
sentido común y la lógica. Estaba de acuerdo con Bülow en la importancia de las
relaciones geométricas entre la base de operaciones y el objetivo, e incluso ello podría servir
para explicar algunas de las campañas napoleónicas. Pero si la historia demostrase que
esas campañas habían sido ganadas desde bases que Bülow consideraba inadecuadas, y
otras se habían perdido partiendo de bases que se ajustaban a sus ideas, y si el sentido
común, así como la historia y la realidad contemporánea, demostraba que los objetivos no
siempre eran estacionados, sino que era el propio ejército enemigo el objetivo, entonces las
ideas de Bülow eran insostenibles.
Clausewitz prestó atención a la guerra de 1806 como medio para comprobar de qué
manera Napoleón actuó para apoderarse de Europa, aunque él no tenía confianza en la
victoria. El ejército prusiano estaba muy reducido y sus mandos divididos como
consecuencia de las leyes impuestas por Scharnhorst (en aquellos momentos Jefe del
Estado Mayor); su organización, administración y sistema de abastecimiento, así como su
doctrina táctica hacían imposible llevar a cabo operaciones rápidas. En la batalla de
Auerstedt, el Príncipe Augusto estaba al mando de un batallón de granaderos y Clausewitz
le aconsejó adoptar la flexibilidad de los franceses, utilizando tácticas similares. La batalla
fue perdida por los prusianos y el batallón de Clausewitz tuvo que cubrir la retirada de su
ejército hasta que agotaron la munición y se rindieron. El Príncipe Augusto fue cogido
prisionero y al ser primo del rey, Napoleón aprovechó esta circunstancia para obtener
algún beneficio. El Príncipe y su ayudante fueron enviados a Francia donde disfrutaron de
una relativa libertad de movimientos y allí permanecieron hasta el otoño de 1807, una
vez que fueron autorizados para volver a Prusia.
Aparte de su estancia en Rusia en 1812, aquellos 10 meses fueron el período más largo
que Clausewitz vivió fuera de Alemania. Ello le proporcionó una toma de contacto
directa con la sociedad francesa y su cultura, así como la oportunidad de analizar la
situación de Prusia desde una nueva perspectiva. Sus críticas hacia las actitudes políticas
que él consideraba responsables de la derrota fueron severas: el gobierno no había
utilizado la guerra como un instrumento de su política exterior, sino, que permitió que
estuviera aislado de todos los posibles aliados y, por ello, asignó a sus soldados una tarea
imposible. El ejército, a pesar de ser anticuado e ineficiente, podría haber logrado más si
sus comandantes se hubieran lanzado a la batalla en lugar de empeñarse en obtener la
mayor eficacia de maniobrar anclados a posiciones fijas. Por encima de todo, la sociedad
prusiana había estado ausente; el país veía la guerra como un asunto del ejército
exclusivamente. Ello se debía a que el gobierno había mantenido a la sociedad en unas
condiciones de pasividad y obediencia totales, no pudiendo sacar partido de la energía
potencial de la población cuando llegó la crisis. Solamente un cambio de tipo
revolucionario podría salvar al estado (5).
Clausewitz 205

Durante el último período de la guerra, Scharnhorst había demostrado repetidas


veces su valía como soldado y como estratega, y se propuso crear una comisión para
redactar un plan de reorganización del ejército cuando terminara la guerra. Para
Scharnhorst esta comisión se convirtió en el centro de una nueva campaña para
modernizar las instituciones militares del país, desde su política de personal, al diseño de
armas y al desarrollo de doctrinas operativas y tácticas actualizadas. La oposición fue
inmediata y muy fuerte. Lo que Scharnhorst pretendía con estas reformas no era sólo
transformar el ejército, sino a la sociedad y a la economía, abolir los monopolios de la
nobleza como el de ostentar los altos cargos militares, liberalizar el sistema de ascensos que
se basaba en la antigüedad y eliminar los métodos, a menudo inhumanos, para mantener
el orden y la disciplina. La reforma supuso un verdadero trauma, debido al carácter del
estado prusiano y no fue aceptado sin reservas hasta pasados 5 años. Cuando Clausewitz
dejó Berlín y fue destinado a Kónigsberg en la primavera de 1808, se vio inmediatamente
metido en el círculo de los reformadores, y entre los conservadores adquirió una
reputación de ser un radical peligroso, fama que mantendría durante el resto de su vida.
Al principio, Scharnhorst nombró a Clausewitz ayudante personal. Participó en
organizar los planes para rearmar al ejército, y escribió artículos para defender y explicar
todas aquellas innovaciones que afectaban de lleno a la sociedad, como era la selección y
promoción de los jóvenes oficiales. Cuando el gobierno volvió a Berlín, Clausewitz se
convirtió en el brazo derecho de Scharnhorst, lo que le situaba en el centro del
movimiento reformista. Su principal trabajo estaba en el Estado Mayor y en la nueva
escuela de la guerra, donde enseñaba estrategia y la guerra de guerrillas. En Octubre de
1810 fue nombrado tutor del príncipe heredero y pocos meses después pasó a formar
parte de la comisión encargada de redactar los reglamentos operativos y tácticos para la
infantería y la caballería. Los trabajos desarrollados durante estos años dieron a Clausewitz
la gran oportunidad de conocer los problemas técnicos, organizativos y políticos que
implicaban el hecho de reformar un ejército casi desde sus raíces.
Las nuevas responsabilidades no mermaron su interés por el análisis científico de la
guerra. En diversos ensayos y notas que escribió durante estos años, fue clarificando sus
ideas sobre los objetivos y los procedimientos de una teoría que abarcase toda la compleja
actividad que es la guerra. Hizo una clara distinción entre lo que era puro conocimiento,
pedagogía y utilidad de dicha teoría. En primer lugar la función de la teoría es ordenar el
pasado y el presente para mostrar "cómo todas las cosas están relacionadas entre sí", para
acceder a los elementos que constituyen el fenómeno de la guerra, así como para
descubrir las sa), y su desarrollo dialéctico de las ideas, mediante tesis y antítesis, fueron
típicas de la educación alemana de aquella época. Pero si los componentes del sistema
teórico que él formuló durante los años de la reforma fueron el producto del medio
cultural imperante, Clausewitz fue el único que aplicó sistemáticamente estas ideas a los
fenómenos que la
Clausewitz 207

fenómenos que la filosofía transcendental no consideraba como "reales", o sólo reales en


un sentido ingenuo. La realidad que Clausewitz intentaba comprender no era la realidad
abstracta de la razón pura, sino los componentes reales físicos, intelectuales y psicológicos
de la existencia militar y política (7).
El estallido de la guerra entre Francia y Austria en 1809 confirmó a Clausewitz en su
idea de que Napoleón había excedido sus límites. Después del armisticio que sucedió a la
victoria francesa en Wagram, Prusia estaba más indefensa ante Francia. Durante los años
siguientes, siempre temió la posibilidad de una insurrección armada en Alemania. Cuando
a finales de 1811, Napoleón forzó a Prusia a disponer de su territorio como etapa previa a
la invasión de Rusia y aportar 20.000 hombres a la Grande Armée, Clausewitz fue uno de
los más firmes oponentes, al considerar esas medidas como una rendición vergonzosa y
políticamente inaceptable, por lo que junto con otros 30 oficiales formaron una comisión;
este paso confirmó su reputación como hombre que anteponía sus propias convicciones a
la política del rey.
Durante la guerra de 1812 sirvió como coronel ruso en varios destinos del Estado
Mayor, pero simplemente como observador ya que apenas hablaba el idioma. Al final de
la campaña tuvo la oportunidad de proporcionar un duro golpe a los franceses, al
persuadir al comandante de las fuerzas auxiliares prusianas, General von Yorck, para que
desertara de la Grande Armée y la fuerza que él mandaba quedara neutral. La llamada
Convención de Tauroggen por la que Yorck se alió con ejército ruso que mandaba el
Conde Wittgenstein y al que estaba asignado Clausewitz, impidió no sólo la reagrupación
del ejército francés en la frontera rusa, sino que aportó el mensaje revolucionario de que
bajo ciertas condiciones, la forma de actuar de los oficiales prusianos podría estar por
encima de su juramento de obediencia.
Clausewitz volvió con Yorck a Prusia oriental, donde llevó a cabo un plan para
organizar una milicia de carácter provincial, lo cual era un acto de fuerte potencial
revolucionario, ya que fueron armados 20.000 hombres sin el permiso real. Cuando Prusia
entró en guerra contra Francia, en marzo de 1813, Federico Guillermo III solicitó a
Clausewitz que volviera a entrar al servicio del ejército prusiano. Vistiendo aún uniforme
ruso, fue ayudante no oficial de Scharn-horst, hasta que éste fue mortalmente herido en
la batalla de Grossgórschen. En otoño de 1813 fue nombrado jefe de operaciones de
una pequeña fuerza internacional cuya misión era eliminar a las fuerzas francesas de la
costa del mar Báltico. Después de ser readmitido en el ejército prusiano, fue nombrado
Jefe del Estado Mayor del 32 Cuerpo de Ejército durante la Guerra de los Cien Días, en la
que al derrotar al Cuerpo de Ejército de Grouchy en la batalla de Wavre, evitó que
Napoleón se pudiera reforzar en Waterloo.
208 Creadores de la Estrategia
Moderna

Las sospechas de que fue objeto Clausewitz, tanto por parte de los conservadores como
del propio ejército, fueron sin duda la causa de que no se le dieran cargos más
importantes; sin embargo, durante las Guerras Napoleónicas pocos oficiales tuvieron como
él la oportunidad de adquirir todas las experiencias que suponía el participar en ellas,
tanto en combate directo como en cargos de Estado Mayor, e incluso en el planeamiento
estratégico y la participación en decisiones político-militares de la más alta importancia. El
movimiento reformista en el que él había estado inmerso, aunque no como dirigente,
había triunfado y en pocos años revitalize el ejército prusiano y pasó de una de las más
anquilosadas organizaciones militares del Viejo Régimen a una fuerza que en muchos
aspectos era superior a los franceses. Los cambios sociales estaban ligados a estas
innovaciones, aunque no fueron tan lejos como esperaban los reformistas. Cuando
Prusia volvió poco a poco hacia un rígido conservadurismo, Clausewitz mostró su
descontento personal y político renunciando a las esperanzas que él había depositado en
su idealización del estado reformado. El intenso, aunque a menudo crítico, patriotismo de
los años veinte y principios de los treinta, dio paso a una contemplación más equitativa de
su país. El llegó a la conclusión de que Francia no debería debilitarse demasiado, porque
era necesario para mantener el equilibrio de fuerzas en Europa. En política también se
fue haciendo más teórico que activista.
Durante los primeros años de la paz, Clausewitz sirvió como Jefe del Estado Mayor de las
fuerzas prusianas estacionadas en la zona del Rin. En 1818, cuando contaba 38 años, se le
ofreció ser el director del colegio de guerra en Berlín, un puesto administrativo que aceptó
sin ningún entusiasmo, aunque fue ascendido a general. Durante un tiempo, estuvo
seleccionado para ser embajador en Gran Bretaña, pero una vez más su reputación política
arruinó sus planes. En 1816 se dedicó plenamente a sus estudios sobre teoría e historia
militar, que había interrumpido como consecuencia de la guerra contra Napoleón. En los
últimos 15 años de su vida escribió numerosos artículos sobre las guerras y las campañas,
así como una biografía sobre Scharnhorst y algunos ensayos políticos muy originales; una
obra que merece especial mención fue una historia de Prusia, antes y después de la
derrota de 1806, que constituye una de las interpretaciones más notables de la historia
durante estos años. En 1819 comenzó a escribir De la Guerra y en los siguientes 8 años
finalizó los seis primeros libros de ocho que él había previsto, así como los borradores de
los que serían los libros séptimo y octavo. Pero en 1827 se dio cuenta de que sus
manuscritos no habían expresado con la suficiente claridad dos de las constantes que él
había ya identificado en su juventud y que consideraba como los elementos claves de su
teoría: la naturaleza política de la guerra y las dos formas básicas que puede adoptar la
guerra. En una nota que trataba de explicar la necesidad de una profunda revisión de sus
escritos, se expresaba de la siguiente manera:
Clausewitz 209

"Considero que los seis primeros libros constituyen una masa informe que debe ser
retocada completamente. Esa revisión debe sacar a la luz los dos tipos de guerra más
claramente...
La guerra puede ser de dos tipos; uno es el de derrotar al enemigo, es decir, rendirle
política o militarmente, forzándole a firmar una paz en condiciones precarias para él; el
segundo tipo es simplemente ocupar parte de sus territorios fronterizos con el fin de ane-
xionarlos o utilizarlos en beneficio propio y como posición de fuerza ante las posteriores
negociaciones. Por supuesto, también debe contemplarse la transición de un tipo a otro;
pero el hecho de que los objetivos de los dos tipos sean esencialmente diferentes debe
quedar siempre bien claro, así como esas diferencias.
La distinción entre estos dos tipos de guerra es un hecho real. Pero resulta igualmente
práctica la importancia de otro aspecto que debe quedar también claro, y es que la guerra
no es otra cosa que la continuación de la política por otros medios. Si se tiene presente
siempre esto, será mucho más fácil su estudio y su análisis" (8).
Antes de realizar esos cambios, Clausewitz escribió varias obras sobre las campañas
napoleónicas en Italia y sobre Waterloo, con las que llegó a comprender claramente cómo
se desarrollaban en el terreno real sus ideas sobre el doble carácter de la guerra y el
aspecto político de la misma. Sólo pudo revisar algunos capítulos de su obra antes de ser
nombrado Inspector de Artillería en 1830, lo que le obligó a abandonar sus manuscritos de
De la Guerra. A finales de ese año, cuando la Revolución Francesa y la revuelta polaca
contra Prusia volvieron a abrir la posibilidad de una nueva guerra europea, Prusia
movilizó parte de su ejército y Clausewitz fue nombrado Jefe del Estado Mayor. La gran
epidemia de cólera de 1831, que se extendió de Rusia a Polonia y de allí al centro y
occidente de Europa, causó su muerte a la edad de 51 años, en noviembre de 1831.

II

De la Guerra está dividida en 128 capítulos con sus correspondientes secciones,


agrupados en 8 libros (9). El primero, Sobre la naturaleza de la guerra, define las
características generales de la guerra en el mundo social y político, e identifica los
elementos que están siempre presentes en ella: peligro, esfuerzo físico y mental, factores
psicológicos y aquellos impedimentos que dificultan las intenciones de cada una de las
partes, que Clausewitz denominaba "fricciones". El libro segundo, Sobre la teoría de la
Guerra, subraya las posibilidades y limitaciones de las teorías. El libro tercero, Sobre la
estrategia en general, incluye no sólo capítulos sobre la fuerza, el tiempo y el espacio, sino
también una detallada explicación sobre los elementos psicológicos; todos ellos,
según Clausewitz, eran "los elementos activos en la guerra" (10). El libro cuarto, Sobre
el combate discute "la actividad militar y la lucha, que por sus efectos materiales y
psicológicos, abarca el objetivo general de la guerra" (11). El libro quinto, Las Fuerzas
Armadas,
210 Creadores de la Estrategia
Moderna

Armadas, el libro sexto, De la Defensa, y el séptimo, De la ofensiva, constituyen las tres partes
más convencionales, desde el punto de vista militar, de la obra e ilustran y amplían los
argumentos de los primeros. Por último, el libro octavo, Planes de guerra vuelve a tratar
los temas más importantes del primer volumen, exploran las relaciones entre "guerra
absoluta" en teoría y en la realidad, y en una serie de ensayos teóricos e históricos de
gran originalidad, analiza el carácter político de la guerra y la interacción entre la
política y la estrategia.
Excepto quizás el libro quinto, Las Fuerzas Armadas, que no se ajusta a la secuencia
general, toda la obra está ordenada de forma lógica, comenzando con una exposición
general en el primer capítulo y continuando con la naturaleza de la guerra, y el propósito
y dificultades de la teoría. La obra finaliza con un análisis de las funciones políticas y
militares más importantes de los que ejercen la dirección de la guerra, e integra plenamente
la misma en la vida social y política de las naciones.
En esta breve exposición se puede observar que Clausewitz perseguía dos objetivos
esenciales: uno, penetrar a través del análisis lógico hasta la misma esencia de la guerra
absoluta, es decir, de la guerra "ideal", según el concepto filosófico de la época; el otro,
comprender la guerra en sus múltiples formas, como fenómeno social y político, así como
sus aspectos estratégicos, operativos y tácticos. Pero la propia filosofía de la guerra, desde
un punto de vista escolar, sólo significaba para él un simple ejercicio intelectual, con muy
poca relación con la realidad. Según Clausewitz, el análisis teórico podía proporcionar los
medios para comprender la guerra real en su increíble variedad. Por su parte, el análisis
de la guerra real constituía una prueba continua sobre la validez de la teoría. Según las
propias palabras de Clausewitz: "De la misma manera que las plantas sólo llevan fruto si no
crecen demasiado, las hojas y las flores de la teoría deben podarse a menudo para
mantener la planta lo más cerca posible de su propio sustento, es decir, de la experiencia"
(12).
La organización de su obra en ocho partes principales no supone una guía fácil para
el lector. La distinción entre sus diferentes partes son menos importantes que el
contenido de los temas y su mutua conexión. Por ejemplo, una misma idea es definida
claramente, pero atendiendo a una sola de sus facetas y unos capítulos, más tarde se da
una nueva dimensión de la misma para acomodarla a nuevas proposiciones y
observaciones. Cada tesis precede a su antítesis; las características de un fenómeno son
fijadas por el análisis de su opuesto. Las discusiones sobre la naturaleza de la guerra en
abstracto se alternan con la aplicación a la guerra real a través de artificios analíticos,
como la teoría de medios y efectos, de los conceptos fundamentales de fricción y de
genialidad, de propo- siciones de menor magnitud, como las relaciones entre ataque y
defensa, así como con observaciones detalladas de carácter táctico y operativo, todo ello
incrustado en la evidencia historia (13). El texto
Clausewitz 211

evidencia historia (13). El texto se caracteriza por el movimiento, referencias cruzadas y


alusiones, no sólo a otras partes del libro, sino también a otras experiencias del autor y de
su generación. A través de toda su obra y creando una unidad interna que sobrepasa a su
diseño exterior, existen dos relaciones dialécticas que son expuestas en el primer capítulo:
la relación entre la guerra teórica y la real; y la relación entre los tres factores que
intervienen en la guerra, es decir, la violencia, el juego de la oportunidad y la probabilidad,
y la razón.
La violencia organizada en masa es la única actividad que distingue a la guerra del resto
de las actividades humanas. La guerra es "un acto de fuerza y no hay límite lógico para la
aplicación de esa fuerza". No es "la acción de una fuerza viva sobre una masa inerte, ya que
una falta total de resistencia provocaría la desaparición de la guerra, sino que se trata del
choque de dos fuerzas vivas". Ningún lado posee el control total de sus acciones, ni
tampoco tiene capacidad de decisión sobre el otro, sus esfuerzos sufren una progresiva
escalada. "Un choque de fuerzas que actúan libremente y que no obedecen a otras leyes,
sino a las propias", que a veces alcanza el valor extremo de la guerra absoluta, es decir, la
violencia absoluta que desemboca en la destrucción total de un lado por el otro (14).
La tesis de la guerra total como guerra ideal, precede a la antítesis de que la guerra,
incluso en teoría, está siempre influenciada por fuerzas externas. La guerra se ve afectada
por las características de los estados en conflicto y por las características generales de la
época, es decir, sus aspectos políticos, económicos, técnicos y sociales. Estos son los que
pueden evitar la escalada hasta la violencia total. De la misma manera, si una
determinada guerra no persigue la derrota total del enemigo sino un objetivo menor, es
entonces cuando ni siquiera la teoría demandará la escalada hacia los extremos. La
violencia es la esencia, la idea reguladora, incluso en las guerras limitadas, pero en estos
casos esa esencia no requiere su máxima expresión. El concepto de guerra absoluta y el de
guerra limitada, constituyen la doble naturaleza de la guerra.
En el mundo real lo absoluto no existe, aunque a veces se está cerca, como en algunas
campañas de Napoleón o en el intento de alguna tribu primitiva por exterminar a otra. La
guerra no es nunca un acto aislado, sino el resultado de otras fuerzas que la afectan y que
pueden modificar su violencia. Tampoco consiste en un simple y decisivo acto, ni de un
conjunto de actos simultáneos. Si la guerra fuera un corto e ininterrumpido acto, la
preparación para ella tendería hacia la totalidad, porque "no podría rectificarse ninguna
omisión a posteriori". Pero en realidad la guerra es siempre una sucesión de actos violentos,
interrumpidos por pausas para el planeamiento, la concentración de los esfuerzos o para
recuperar energías. Una gran variedad de elementos dentro de las sociedades en lucha,
así como la libre voluntad de sus dirigentes y los motivos políticos de la guerra,
determinarán el objetivo militar y el esfuerzo que debe realizarse. "La guerra es
simplemente la continuación de la política por otros medios" (15).
212 Creadores de la Estrategia
Moderna

La tesis de Clausewitz sobre la doble naturaleza de la guerra crea la base para el


análisis de todos los actos de la violencia organizada a través de las masas, desde las
guerras de aniquilación a las demostraciones armadas que se diferencian de otras
maniobras políticas solamente por su empleo o amenaza directa de la violencia. Esta tesis
hace posible considerar que cualquier tipo de guerra debe estar determinada por la
política, que es el patrón por el cual deben medirse todas las guerras.
El reconocimiento de Clausewitz del carácter político de la guerra, refuerza el punto de
que la guerra no es un acto autónomo o aislado. La derrota del poder bélico enemigo y
de su voluntad para utilizarlo no es el fin en sí mismo sino un medio para lograr los
objetivos políticos. La violencia debe ser la expresión del propósito político, y ésta debe ser
de forma racional y útil; nunca debe ocupar el papel reservado a la política, ni tampoco
influenciarla.
Consecuentemente, los líderes políticos deben, en definitiva, controlar y conducir la
guerra. Esto no significa que deban ser ellos quienes reemplacen a los soldados en el
planteamiento y conducción de las operaciones. Eso sería pedir un imposible, pero las
fuerzas armadas no existen para justificarse a sí mismas, sino que son un instrumento. En
demanda de la subordinación del aparato militar a la dirección política, Clausewitz
nunca expresó sus preferencias políticas; simplemente trazó la conclusión lógica de su
análisis de la naturaleza política y del propósito de la guerra.
Debido a que la guerra es la continuación de la política, "no debe cuestionarse sobre
una evaluación puramente militar de un tema de alta estrategia, sino que solamente
debe trazarse un esquema puramente militar para resolverlo" (16). Si la intención política
lo demanda, las fuerzas armadas movilizarán parcialmente sus recursos con el fin de
lograr objetivos también limitados o, por el contrario, deben estar preparadas para ser
sacrificadas y, ni la sociedad ni el gobierno, deben reparar en este sacrificio, si es el
resultado de una política racional.
Estas son algunas de las implicaciones más significativas de la teoría de Clausewitz sobre
la doble naturaleza de la guerra, así como de la naturaleza política de la misma. El segundo
tipo de relación expresada en los ocho libros de De la Guerra se basa en la afirmación de
que la guerra real se compone de tres elementos, que Clausewitz los resumió en: violencia y
pasión; incertidumbre, oportunidad y probabilidad; y el objetivo político y sus efectos (17).
Para analizar la guerra en general o para comprender una guerra en particular, así como
para planear y conducir una guerra, es necesario el estudio detallado y la explotación de
los tres elementos anteriores. Una teoría o política que ignore alguno de ellos debe ser
desechada por imperfecta, incluso si sólo presta atención a algunos de sus
componentes; por ejemplo, solamente al aspecto militar del segundo elemento.
Igualmente inadecuada sería una visión que contemplara destacadamente los aspectos
políticos de la guerra, así como las pasiones que se despertarán en la misma.
Clausewitz 213

La teoría y la conducción de la guerra deben estar suspendidas, utilizando una


metáfora de Clausewitz, entre los tres polos de violencia, oportunidad y política, que son
los que actúan en cada guerra.
Teniendo identificadas las tres áreas que van a controlar juntas la guerra, Clausewitz
asignó a cada una de ellas un campo de acción para los diferentes segmentos de la
sociedad. En su conjunto, el primer elemento, violencia y pasión, estaba dirigido
principalmente a las personas. El segundo, incertidum-bre, oportunidad y probabilidad,
estaba orientado al coraje, determinación y talento de los comandantes y de sus fuerzas.
El tercero, los aspectos políticos, "es un tema particular del gobierno" (18).
Estas afirmaciones (probablemente hechas para hacer más clara su teoría) son
altamente subjetivas. Revelan al autor De la Guerra en su postura histórica, un soldado que
se ve a sí mismo como un servidor del estado prusiano y como el protector de una
sociedad cuyas emociones deben explotarse, pero al mismo tiempo, hay que controlarlas.
Desde su punto de vista, la tarea del líder político era obtener las energías de la sociedad,
sin dejarse arrastrar por su instinto irracional: "Un gobierno debe transformar la energía
psíquica en política racional, la cual, a su vez, será sostenida por las fuerzas armadas".
Algunas de las afinidades expresadas por Clausewitz resultaban cuestionables, como
identificar el odio y la violencia con el pueblo, la oportunidad y la probabilidad con el
ejército y su comandante, y la política racional con el gobierno. En las Guerras
Napoleónicas, que eran para Clausewitz la mejor fuente para extraer ejemplos, la pasión y
violencia del propio Emperador pesaron más que cualquier odio que pudiera sentir la
población francesa hacia el resto de Europa; al final del Imperio, el sentido común, esa
particular forma de racionalidad, fue mas notoria en los militares que en el propio
Napoleón. Pero las afinidades que establece Clausewitz no hacen disminuir la validez y la
capacidad analítica de la definición tripartita: la guerra está compuesta por violencia, ries-
gos y política.

III

La trilogía de violencia, riesgo y política es la que regula la progresión de la violencia entre


los estados, desde la preparación y comienzo de las hostilidades hasta llegar a la paz y más
allá de ella. Dentro de cada uno de los tres parámetros, y a menudo en todos ellos, las
acciones y acontecimientos que configuran la guerra, encuentran su lugar. Pero para
hacerlos susceptibles a un análisis, identificar su conexión y evitar un procedimiento
analítico desordenado, el conjunto de los detalles debe ser agrupado y abstraído del resto.
Con este fin Clausewitz desarrolló varios conceptos, clasificándolos de acuerdo con su mag-
nitud, desde aquellos que tenían una importancia de carácter general hasta los de
características operativas específicas. De todos ellos, los más aglutinantes son los conceptos
de fricción y de genialidad.
214 Creadores de la Estrategia
Moderna

La fricción se refiere a las incertidumbres, errores, accidentes, dificultades técnicas, así


como los imprevistos y los efectos que estos factores tienen en las decisiones, en la moral y
en las acciones:
"Fricción es el único concepto que más o menos corresponde con los factores que
distinguen la guerra real de la guerra sobre un papel. La máquina militar... es básicamente
muy simple y, por lo tanto, fácil de manejar. Pero es preciso tener presente que ninguno
de sus componentes es una pieza aislada: cada parte está compuesta de elementos, cada
uno de los cuales mantiene su potencial de fricción... Un batallón está compuesto de
individuos y el menos importante de ellos puede producir un retraso en algo o al menos
hacer que algo salga mal. Los peligros inseparables de la guerra y los esfuerzos que ésta
demanda agravan el problema...
Esta tremenda fricción que, al contrario que en mecánica, no puede ser reducida a
unos pocos puntos, está siempre presente y en contacto con los riesgos, y aporta efectos
que no pueden cuantificarse... Uno de ellos es, por ejemplo, la climatología. La niebla
puede evitar que el enemigo sea visto en un momento determinado, que un cañón sea
disparado en la oportunidad precisa o que un informe llegue a tiempo a manos del
comandante en jefe. La lluvia puede evitar que un batallón llegue a su destino,
doblando o triplicando el tiempo que debe invertir en la marcha, o bien puede arruinar
una carga de la caballería al hundirse los caballos en el barro, etc.
La acción en la guerra es como el movimiento en un medio resistente. Exactamente
como el más simple y el más natural de los movimientos, pasear, no puede realizarse sobre
el agua, en la guerra es difícil conseguir resultados, incluso moderados llevando a cabo
esfuerzos normales.
La fricción, como hemos decidido llamarla, es la fuerza que hace que sea difícil lo
aparentemente fácil" (19).
Estos párrafos, que pasan continuamente de lo abstracto a lo específico, es una
característica de la forma de pensar y de expresarse de Clausewitz, subrayando algunas de
las muchas posibilidades de fricción, tanto psicológicas como impersonales. En una u otra
forma, la fricción está siempre presente. La fricción dominaría la guerra si no fuera
contrarrestada por la utilización creativa de la energía intelectual y emocional. Al menos
hasta un cierto grado, la inteligencia y la determinación pueden sobreponerse a la fricción
e ir más allá del riesgo tolerable, así como puede transformar lo impredecible en ventaja
propia. Sin embargo, estas fuerzas deben analizarse cuidadosamente. Sólo desde el
punto de vista teórico, no se pueden olvidar los imponderables y la singularidad de los
acontecimientos, "que son los que establecen las diferencias entre la guerra real y la de
sobre el papel", por eso la teoría establece numerosas fuerzas que no pueden
cuantificarse y que combaten a la fricción: la fortaleza intelectual y psicológica del
comandante y
Clausewitz 215

comandante y de sus subordinados; la moral, espíritu y confianza del ejército en sí mismo;


y ciertos rasgos temporales y permanentes de la sociedad que quedan reflejados en sus
soldados (entusiasmo hacia la guerra, lealtad política, energía).
De la Guerra examina estas cualidades directamente como "elementos morales y
psicológicos", e indirectamente a través de la "genialidad". El uso de la genialidad en este
contexto tendría poco sentido si no se tuviera en cuenta que, para Clausewitz, este
término se aplica no sólo a un individuo excepcional, sino también a las aptitudes y a los
sentimientos en los que se basa el comportamiento de un hombre normal: "No se puede
restringir la discusión a la genialidad propiamente dicha, como el grado superlativo del
talento.... Lo que hay que hacer es examinar todos aquellos dones de la mente y del
temperamento que intervienen en la actividad militar. Todos ellos juntos, constituyen la
esencia de la genialidad militar" (20). La originalidad y la creatividad (que era como se
definía la genialidad en la filosofía idealista y al final de la Ilustración), constituían la más
elevada esencia y en ese sentido era utilizada por Clausewitz para identificar e interpretar
la capacidad intelectual y las cualidades psicológicas, que son las que dan explicación a la
libertad de mente y de acción, que están potencialmente presentes en todo ser humano.
Esta forma de establecer y discutir las cualidades psicológicas puede parecer de una
complejidad innecesaria. Clausewitz lo hizo así llevado por el concepto de la disciplina y
de la psicología que imperaba en su tiempo. En el capítulo "Sobre la genialidad militar", en
De la Guerra, se refiere a la psicología como "un oscuro campo" y en un capítulo posterior
se lamenta de que los elementos psicológicos no tengan carácter académico. No pueden
ser clasificados ni contabilizados. No pueden verse ni sentirse (21). Aunque se tiene un
cierto contacto con ellos, en muchos aspectos rozan la frontera de lo desconocido. Su
enumeración de riesgos psicológicos es convencional; sus especulaciones sobre su impor-
tancia en la guerra, aunque llenas de sentido común y en muchos aspectos brillantes,
tienen, como él mismo admite, los defectos impresionistas que él condena en sus escritos
sobre otros autores (22). Las características psicológicas de un gran líder son el prisma a
través del cual Clausewitz interpreta los sentimientos y capacidades del hombre medio;
pero su fascinación por Napoleón y Federico el Grande, quienes eran capaces de hacer
logros supremos, generalmente limita su análisis a explorar los talentos excepcionales.
No por todo esto se puede minimizar la importancia del hecho de que Clausewitz
incorporó la psicología como un elemento fundamental de su teoría. Desde la
antigüedad los pensadores habían resaltado la importancia de las emo- carácter de las
operaciones de las pequeñas unidades, Clausewitz se refiere a menudo a sus primeros años
como soldado, durante las campañas de la alianza contra Francia, durante la década de
1790.
Clausewitz 217

Estas proposiciones y la discusión en detalle de los tópicos que surgen de ellas,


constituyen la materia prima de las teorías de Clausewitz. Ellas también tenían otra
función dirigida de lleno a su razonamiento teórico. Demostraron que aunque se alcance
un nivel muy elevado en la guerra, donde la razón, las emociones y los imponderables
entran en juego para decidir el destino de los estados y las sociedades, y aunque suponen
una gran dificultad para la teoría, existen siempre numerosas áreas subordinadas que son
susceptibles de análisis, probando así que realizar una teoría de guerra era un hecho
posible. El escribió al final de su vida:
"Es una tarea muy difícil construir una teoría científica sobre el arte de la guerra y,
debido a que muchos intentos en este sentido han fallado, la mayoría de las personas
creen que es imposible, ya que está afectada por leyes de carácter no permanente. Uno
podría sentirse tentado a abandonar esa empresa si no fuera por el hecho de que todas las
siguientes proposiciones pueden demostrarse sin dificultad: que la defensa es la forma más
fuerte de la lucha con propósito negativo; que el ataque es la forma más débil con
propósito positivo; que los éxitos más importantes ayudan a conseguir otros más
pequeños, de manera que los resultados estratégicos pueden retroceder hasta
determinados puntos; que una demostración de fuerza es más débil que un ataque real, y
que en caso de utilizarla es porque hay un motivo muy justificado; que la victoria consiste
no sólo en la ocupación del campo de batalla, sino en la destrucción de las fuerzas físicas y
psíquicas del enemigo; que un giro en los planes sólo puede ser justificado por una
superioridad general o por tener mejores líneas de comunicación o mejores posibilidades
para la retirada que el enemigo; que las posiciones de los flancos son fundamentales y
deben tener la misma consideración que el resto de las fuerzas; que en cada ataque se va
perdiendo ímpetu según va progresando" (23).
Muchas de estas proposiciones no fueron tan evidentes para los lectores de Clausewitz
como él esperaba que fueran. Por ejemplo, su afirmación de que la defensa era la forma
más fuerte de luchar, fue mal interpretada y negada durante varias generaciones de
soldados alemanes, cuyas capacidades analíticas se veían amortiguadas por la situación
geopolítica de su país. Pero para Clausewitz, la dialéctica de la acción y de la reacción
proporcionaba los pilares básicos y la seguridad que su pragmática perspectiva exigía: la
violencia al nivel táctico y de operación, y por lo tanto, la violencia a todos los niveles,
podía analizarse intelectualmente.
Para concluir este resumen de los temas principales en De la Güeña, es preciso volver a
las ideas de Clausewitz sobre la función y relación entre el propósito, el objetivo y los
medios, que son expuestos a lo largo de todo el trabajo. El pro- pósito político por el que
se lucha en una guerra debería determinar los mediosque deben emplearse y el tipo y
grado del esfuerzo requerido. El propósito políico debería determinar también el objetivo
militar. A veces ambos son idénticos (Clausewitz ponía como ejemplo el de una guerra
AA
218 Creadores de la Estrategia
Moderna

emprendida para conquistar un determinado territorio). En otros casos, "el objetivo


político nopodrá proporcionar un objetivo militar apropiado. En ese caso, deberá
adoptarse otro objetivo militar que sirva al objetivo político " (24). Para destruir el sis-
tema político de un adversario, puede ser necesario destruir sus fuerzas armadas, o bien
ocupar sus centros económicos y políticos, o ambos. Para defendersede un ataque, puede
ser suficiente con evitar a la fuerza atacante. Tambiénpuede ser posible que tengan que
ser destruidos los campamentos base del enemigo, o bien utilizar otros procedimientos, de
manera que el precio que debepagar para llevar a cabo las siguientes acciones sea tan
elevado que le hagadesistir.
El objetivo militar depende del propósito político, pero también de la política del
enemigo y de su comportamiento en el plano militar, así como de las condiciones y
recursos de los dos antagonistas, debiendo ser proporcional a estos factores (25). Los
medios de la guerra consisten en la aplicación de la fuerza, o la amenaza de utilizarla. La
fuerza, además, debe ser apropiada y proporcionada con el objetivo militar y con el
propósito político.
La relación entre propósito, objetivo y medios existe en el campo táctico y operativo,
pero no en menor escala que en el estratégico y en la conducta general de la guerra.
"Si se ordena a un Batallón dirigirse hacia el enemigo que ocupa una colina, un puente,
etc., el propósito verdadero es normalmente ocupar ese punto. La destrucción de las
fuerzas enemigas es sólo un medio para conseguir el fin propuesto, por lo tanto, es un
tema secundario. Si una simple demostración de fuerza es suficiente para causar el
abandono de la posición por el enemigo, el objetivo ha sido conseguido; pero como regla
general, la colina o el puente será logrado cuando se inflija el mayor daño posible al
enemigo. Si es este el caso en el campo de batalla, con mayor razón se dará en el teatro
de operaciones, donde no sólo intervienen los dos ejércitos enfrentados, sino dos
estados, dos pueblos, dos naciones... La clasificación de los objetivos en diferentes niveles
dentro de la cadena de mando, establecerá la asignación de los medios principales a los
objetivos más importantes." (26).
En los niveles tácticos y operativos, el elemento político está normalmente distante,
pero deberá estar potencialmente presente. Más aún, cualquier acto militar a nivel
particular debe tener implicaciones políticas inmediatas o al menos indirectas. Desde la
lucha de unos pocos soldados al choque de ejércitos, y desde las batallas emocionales e
intelectuales de la gran estrategia a las decisiones políticas fundamentales, el entramado
del propósito, objetivo y medios debe determinar los acontecimientos, y debe guiar el
pensamiento y el comportamiento de ambos bandos.
Clausewitz 219

IV

Tras un detenido estudio, gran parte del contenido de De la Guerra, puede parecer que
es de puro sentido común. Los problemas que estudió Clausewitz no eran nuevos y
tampoco estaba interesado en dar nuevas soluciones para ellos. Lo que él pretendía era
clarificar los fenómenos que eran bien conocidos y presentarlos de tal manera que
pudieran enlazarse con la teoría, mientras que los propios conceptos de esos fenómenos
constituían la estructura teórica general. La invención del término "fricción" es un
ejemplo. Todo el mundo sabe que los cambios inesperados en el tiempo, las órdenes mal
interpretadas, y los accidentes pueden afectar a los acontecimientos. Agrupando todos
estos sucesos bajo el concepto de fricción, Clausewitz los transformó desde un significado
familiar de casualidad, a unos componentes firmes de una descripción analítica que
pretende dar explicación a su contenido.
Hay que hacer constar que su descripción es incompleta y no solamente debido a
que no terminó su manuscrito. De la Guerra contiene un análisis de la estrategia, las
operaciones y las tácticas de las Guerras Napoleónicas y de sus antecedentes en el siglo
XVIII. Omite la mayor parte de los factores tecnológicos, administrativos y de
organización; incluso la institucionalización del servicio militar universal, que fue la
mayor aportación para la generación del potencial militar, no es estudiada en
profundidad, a pesar de que hizo a la guerra más dinámica y destructiva. De la Guerra se
refiere casi por completo a analizar el planeamiento político y estratégico, así como la
conducción de las hostilidades. No establece directamente los cometidos de los elementos
administrativos e institucionales en la guerra, ni tiene en cuenta los cambios tecnológicos,
ni la importancia fundamental de la economía; a excepción de una referencia o dos a las
operaciones anfibias, De la Guerra ignora la guerra naval. Clausewitz ha sido criticado a
menudo por su incapacidad de liberarse de sus experiencias como soldado de una
monarquía eminentemente terrestre, así como por ignorar el otro tipo de guerra que las
naciones con litoral pueden verse obligadas a realizar. Pero estas críticas confunden su
teoría con las experiencias de las que esa teoría brotó. Es posible desarrollar y analizar un
concepto sin necesidad de ilustrarlo exhaustivamente. Fricción, escalada, la interacción
de ataque y defensa, existen en la guerra sobre el mar o bajo él ( y en el aire), de la misma
manera que sobre la tierra. Es una falacia considerar la estructura teórica de De la Guerra
incompleta por tratar el tema de la guerra en tierra únicamente, por estar basada en los
tipos de conflicto que conocía el autor y en los que estaba más interesado.
220 Creadores de la Estrategia
Moderna

Lo mismo podría decirse acerca de la ausencia del tratamiento sistemático del papel de
la tecnología y de la economía en la guerra. Clausewitz consideró lógico que el desarrollo
tecnológico, originado por los cambios políticos, sociales y económicos, afectaba
constantemente a la táctica y a la estrategia. De la Guerra contiene numerosas referencias
de este hecho básico. El no ignoró la dependencia de las instituciones militares y de la
guerra respecto a los recursos económicos y políticos, aunque él sabía muy bien la
diferencia existente entre la simple riqueza y la potencia militar. La historia de Prusia
bastaba para indicar hasta qué punto podían intervenir otros factores (27). Según
Clausewitz, los recursos económicos del estado, junto con su geografía y sus condiciones
políticas y sociales, determinan, o deberían determinar, su política militar. Mientras que
la teoría se ajuste a esta verdad y proporcione un lugar apropiado para ella en su
representación dinámica de la guerra, no es necesario un tratamiento global de la
economía. Las teorías concernientes a los motivos y al comportamiento de los individuos,
de los grupos y de las sociedades no necesitan que se les aplique cada una de sus
variables; es suficiente con que una teoría tenga la capacidad de incorporar los
descubrimientos e investigaciones de las nuevas áreas, una vez que se ha comprobado que
no son inadecuadas o falsas.
Algunos estudiosos han criticado a Clausewitz por ignorar la ética en De la Guerra, por
no discutir las causas de la guerra en profundidad, y por no cuestionar la validez de las
políticas que conducen a la guerra. Estas objeciones sacan a la luz importantes temas; una
vez más, sin embargo, parece que se deben a una mala interpretación de las intenciones de
Clausewitz y una falta de conocimiento de los verdaderos parámetros de su trabajo.
Según Clausewitz, la moralidad de ir a la guerra era una cuestión de ética política y no
concernía a la teoría de la guerra. La guerra es un acto social, y la decisión de recurrir a
ella está más allá de ella misma. Lo que permanece invariable es que incluso cuando la
decisión sea tomada por un líder militar, los soldados deben aceptar la autoridad política.
Las justificaciones éticas para recurrir a la guerra pueden tener una influencia en la
conducta de las operaciones. Desde el momento que afectan a los gobiernos de los países
en litigio y a la comunidad internacional, estas justificaciones están fuera del ámbito de la
teoría de la guerra. Como máximo, tendrán su impacto en los soldados que están
peleando en la guerra y esto es lo que trató Clausewitz cuando tocó los temas de moral,
lealtad y psicología del combatiente.
Los códigos de la ética, su observancia o transgresión, pueden influir en el soldado.
Ellos son parte de los valores de la sociedad, los cuales, según Clausewitz, tienen siempre
un efecto en la guerra. Pero en su opinión, por si mismos apenas tenían importancia:
"Unidas a la fuerza hay ciertas imposiciones, limitaciones imperceptibles, difíciles de
mencionar, conocidas como leyes internacionales o costumbres... la fuerza moral no existe
salvo que esté inmersa en el esta- do y en las leyes" (28). En resumen, la teoría tiene que
ver con los ideales
Clausewitz 221

ideales solamente hasta el punto en que estos valores influyen realmente en el comporta-
miento. De la Guerra intenta buscar una explicación a la realidad de la guerra y examina las
fuerzas que intervienen en ella; no intenta ajustar esta realidad a un sistema ético
particular. Clausewitz, como él mismo reconocía, estaba mucho más cerca de la postura
de Maquiavelo que de la de los Padres de la Iglesia y de la de los filósofos moralistas, que
pretenden definir un único tipo de guerra y un único comportamiento en la misma.
En De la Guerra, las normas de conducta (en alemán "Politik", significa tanto policía
como política) se refieren a los actos políticos que conducen a la guerra, y determinan su
propósito, influyen en su desarrollo e imponen su terminación. En algunos de sus escritos
históricos y ensayos políticos, Clausewitz analizaba frecuentemente los defectos de las
normas de conducta, tanto las de Prusia, como las de otros estados. En De la Guerra se
propuso una tarea diferente; en este caso, la esencia de las normas de conducta no era un
objetivo en sí mismo, ya que lo que importaba era la eficacia con la que el gobierno
manejaba sus recursos militares para lograr el propósito político. Según Clausewitz este
propósito debe siempre ser realista y responsable. Sobre las normas de conducta, escribió
en el libro VIII: "no existe nada en ellas mismas; son simplemente un cajón de sastre para
todo tipo de intereses. Para lo que sirven es para aumentar los errores, preservar las
ambiciones, defender intereses privados y la vanidad de los que están en el poder". En
ningún caso el arte de la guerra puede estar limitado por preceptos de normas de
conducta y sólo puede hablarse de ellos como representación de todos los intereses de la
comunidad" (29). Debido a que teoría de la guerra se refiere al uso de la fuerza contra
enemigos exteriores, Clausewitz estaba en lo cierto al no querer explorar los problemas
provocados por unas conductas irracionales o equivocadas que, según él, pertenecían a la
teoría política. De manera ilustrativa, él podría haber ampliado sus referencias a las
desorientadas conductas de hombres como Napoleón y Carlos XII, sin que su estructura
teórica sufriera ningún daño. Si hubiera hecho esto, tal vez tendría que haber revisado la
totalidad de su manuscrito, lo cual era prácticamente imposible (30).

En la historia de las ideas no es inusual que el trabajo de un autor sea ampliamente


discutido, así como la influencia de su pensamiento sobre una determinada materia,
cuando ésta se ve muy afectada por ese trabajo. Este es el caso de Clausewitz. Pero quizás
debido a que él escribió en un terreno en el que la literatura teórica era casi por completo
utilitaria más que especulativa en el sentido científico o filosófico, se descubre fácilmente
el impacto que sus ideas han tenido sobre la guerra real y en la forma en que se combate
actualmente.
222 Creadores de la Estrategia
Moderna

Es especialmente difícil determinar la influencia de un teórico cuyas inten-


ciones en su obra más importante eran dejar a un lado la legalidad de las acciones.
No es sorprendente que la investigación sobre la influencia de Clausewitz, que
empezó en la segunda mitad del siglo XIX, no haya sido aún completada y, en
muchas ocasiones, ha sido malinterpretada. El hecho de que una o dos de las
máximas de De la Guerra sean hoy en día de uso común, o que algunos de sus
argumentos hayan sido malinterpretados para justificar determinados compor-
tamientos militares actuales, no prueba realmente que esas ideas hayan tenido un
gran impacto. Por el contrario, si examinamos cómo se han desarrollado las
guerras desde que Clausewitz escribió su obra, encontraremos muy pocas evi-
dencias de que tanto los soldados como los gobiernos hayan hecho uso de sus
teorías. Las guerras han demostrado repetidamente la importancia de las teorías
de Clausewitz, pero siempre se ha tratado eludir las "lecciones" aprendidas en De la
Guerra.
La influencia de Clausewitz afecta a dos aspectos fundamentales: cómo ha
influido su obra en la forma de pensar de la gente sobre la guerra, y cómo y en qué
sentido ha habido una influencia suya en las acciones de los soldados y de los
hombres de estado. Leyendo a Clausewitz se tiene la sensación de que ayudó a
Marx, Engels y Lenín a clarificar sus ideas sobre la naturaleza política de la guerra,
aunque desde luego no puede asegurarse que sus contactos con la obra de
Clausewitz fueran esenciales para el desarrollo de su pensamiento. Tampoco está
claro que otros personajes políticos hayan podido obtener ciertas ideas de De la
Guerra ni de ningún otro sitio. En ocasiones, varios puntos de vista pueden coincidir
sin haber tenido influencia mutua. La íntima interacción de la guerra y de la
política es, después de todo, no un programa sino una pieza de la realidad, un
proceso que en algunas sociedades es mejor comprendido y gestionado que en
otras. Abraham Lincoln o Georges Clemenceau no necesitaron leer a Clausewitz
para descubrir la relación entre el objetivo militar y el propósito político de las
guerras en las que lucharon. Otras personas llegaron a conclusiones similares a las
de Clausewitz sin haber leído De la Guerra; por otra parte, muchos de sus lectores ni
le comprendieron ni estaban de acuerdo con él.
En su propia sociedad fue donde los aspectos políticos de las teorías de
Clausewitz tuvieron una acogida más ambigua. Hasta la década de 1930, los lectores
alemanes más significativos no estaban inclinados a aceptar sus tesis sobre la íntima
integración de la política y la guerra, así como de la primacía de las
consideraciones políticas, incluso durante la lucha. Por el contrario, durante
todo el siglo XIX y principios del XX, los Jefes del Estado Mayor y los Comandantes
en Jefe del ejército germano-prusiano pensaban que la guerra, una vez había
comenzado, era una actividad esencialmente autónoma e hicieron todo lo que
estaba a su alcance para proteger al ejército, su estrategia y sus operaciones, de las
interferencias políticas. Incluso la íntima cooperación entre Bismark y Moltke fue
a veces perturbada por los esfuerzos de los soldados por conservar su autonomía.
Hindenburg y Ludendorff lograron finalmente un nivel conside- rabie de
independencia
Clausewitz 223

independencia durante la Primera Guerra Mundial, hasta el fracaso de las ofensivas de


primavera y verano en 1918, que provocaron su caída, readqui-riendo esa responsabilidad
el gobierno que por aquella época estaba ya sin esperanza. El instintivo sentimiento de la
permanente interacción de la política y de la guerra que Clausewitz había desarrollado
durante su juventud y que guió su pensamiento durante el resto de su vida, empezó a dejar
de ser comprensible para los germanos cuando su sociedad se fue transformando en
industrializada y entró en la era del imperialismo. En una cultura poderosamente regida
por especialistas y tecnócratas, con un agresivo y ansioso deseo de los militares por alcanzar
el liderazgo político, las perspectivas universalistas que Clausewitz expresó en De la
Guerra fueron totalmente perdidas.
Quizás los dos legados más importantes que los soldados alemanes aceptaron de
Clausewitz, y que permanecieron anclados en la doctrina del ejército hasta bien entrado
el siglo XX, fueron su coincidencia con Napoleón de que una victoria importante es
mucho más beneficiosa que muchos éxitos pequeños, así como su concepto sobre los
imponderables. En una palabra, no querían ser arrollados por las imprevistas demandas de
flexibilidad en todos los aspectos de la guerra (aunque su decisión de aferrarse al plan de
Schlieffen en 1914 no se puede considerar como un ejemplo de flexibilidad), desde la
gran estrategia a la táctica. Como resultado de esto, se desarrolló el Auftragstaktik, es decir,
el establecimiento de unas directivas conteniendo las intervenciones globales del Mando
Supremo, mientras que se dejaban un alto grado de iniciativa para la publicación de
órdenes específicas, a los mandos subordinados. Poco antes de 1914, el distinguido oficial
e historiador francés Jean Colin, encontró que los escritos de Clausewitz podían aportar en
este sentido grandes beneficios; según expresó: "Clausewitz tenía el mérito incomparable
de llevar los formalismos fuera de la educación militar" (31). Desde el punto de vista de
Colin, la creencia de que una teoría de la acción no debería apoyarse en ninguna regla,
que fue la idea básica de Clausewitz en sus críticas a Bülow, fue una lección práctica de la
mayor importancia.
Pero con algunas excepciones, es difícil averiguar, e incluso más difícil de verificar, qué
influencia ejerció Clausewitz en la manera en la que se preparan las guerras y se combate
en realidad. Resulta más fácil comprobar su impacto en el pensamiento teórico e histórico
sobre la guerra; aunque no se puede decir que él haya fundado una escuela (32). En
muchas disciplinas y campos de estudio (por ejemplo, en la ética o en la teoría política), no
son raros los análisis de tipo especulativo; pero el tema de la guerra continúa provocando
trabajos que condenan o que tratan de eliminar a la guerra o, por el contrario, buscan
cómo mejorar la eficacia de los medios y de las estrategias en un conflicto. El que la guerra
pueda ser estudiada con un espíritu diferente es quizás la lección más importante que se
puede extraer del trabajo de Clausewitz. El nos dio una base sobre la cual construir. Pero
la interpretación de la violencia organizada de grandes masas continúa constituyendo
el mayor inconveniente para la aceptación de sus teorías en el mundo moderno.
224 Creadores de la Estrategia
Moderna

Clausewitz realizó un estudio de la guerra como un fenómeno total y De la Guerra es


aún hoy en día el trabajo más importante en este sentido. Incluso Maquiavelo no llegó a
estar a su nivel, a pesar de compartir su apasionado interés por la interacción de la política y
de la guerra. El Príncipe y El Arte de la Guerra contienen una visión de las condiciones
políticas de Italia y la insatisfacción que Maquiavelo tenía hacia esta situación; sin
embargo, De la Guerra no fue escrita para fortalecer la monarquía prusiana. Clausewitz
iba mucho más lejos de los parámetros del éxito y del fallo en los cuales se pensaba que se
movía la estrategia, para explorar la naturaleza íntima y dinámica de la guerra. Sería
reconfortante creer que este conocimiento intelectual,'no sólo forma parte de la base
para una estrategia efectiva, sino que conduce también a una política militar responsable.
Clausewitz no hizo nunca esa suposición, y la historia anterior y posterior ha demostrado
que esa idea debería ser corregida continuamente. Sin embargo, tanto como un hecho
que domina nuestro tiempo, como por ser una fuerza imperfectamente comprendida en
el pasado, la guerra exige estudios profundos. El que algunos estudiosos y soldados
hayan tomado algo del espíritu de Clausewitz, con su habilidad para combinar la realidad
con las teorías, es un buen índice de este logro.

NOTAS:

1. On Wards Carl von Clausewitz, traducida y editada por Michael Howard y Peter
Paret (Princeton, 1984), 63.
2. Benerkungen über die reine und angewandte Strategic des Herrn von Billow de Carl von
Clausewitz, en NeueBellona 9, n2 3 (1805), 271.
3. Ibid.
4. Ibid, 276.
5. Ver especialmente las cartas de Clausewitz a su prometida entre diciembre de
1806 y octubre de 1807, en Karl und Marie von Clausewitz: Eín Lebensbild in Bríefen und
Tagebuchblattem, editado por Karl Linnebach (Berlín, 1917), 67-149, y su última
historia de Prusia durante este período en Nachrichten über Preussen in seiner grossen
Katastrophe, volumen 10 de las series del Estado Mayor General alemán
KriegsgeschichtlicheEínzelschriften (Berlín, 1888).
6. Esto ha sido extraído de algunos escritos durante la Era de la Reforma y figuran
como apéndices de Clausewitz, escritos en 1808 y 1809 a un ensayo sobre estrategia,
escrito en 1804 y publicado por Eberhard Kessel, con el título de Strategie (Hamburg,
1937); y el ensayo Über den Zustand der Theoríe der Kriegskunst, publicado por
Walter Schering en su colección de escritos de Clausewitz denominada Geist und
Tat (Stuttgard, 1941). Otros análisis de estas ideas aparecen en On War
particularmente en los libros 1,2 y 8. Es preciso resaltar pasajes como: "Nuestro
objetivo no es dar nuevos principios y métodos para conducir la guerra; por el
contrario, nos dedicamos a examinar el contenido de lo que ha existido desde hace
mucho tiempo y a averiguar el origen de esos elementos básicos", (libro 6, capítulo
8, página 562). Ver también lo expresado en el libro 6, capítulo 30, página 756.
7. La relación entre las ideas de Clausewitz y la filosofía alemana se analiza en la obra
del autor de este ensayo titulada Clausewitz and The State (Oxford y New York, 1976;
reeditado por Princeton, 1985, ver especialmente páginas 147-208.
Clausewitz 225

8. On Wards Clausewitz, 69.


9. Parte del siguiente análisis está contenido en el libro de Peter Paret, Clausewitz and
the State, 356-81.
10. On War de Clausewitz, libro 4, capítulo 1, página 225.
11. Ibid.
12. On Waren Author's Preface de Clausewitz, 61.
13. Clausewitz define las cuatro funciones teóricas de los ejemplos históricos: "Unemplo
histórico sólo puede utilizarse como una explicación de una idea... En segundo
lugar, puede servirpara mostrar la aplicación de una idea.... La tercera es que se
puede apelar a un hecho histórico para apoyar una tesis.... La cuarta función es
para probar la posibilidad de algún fenómenoo efecto". Finalmente, una teoría o
una proposición puede derivarse del tratamiento detalladode un hecho histórico.
(On War, libro 2, capítulo 6, página 171).
14. Ibid, libro 1, capítulo 1, páginas 77-78. Ver también libro 1, capítulo 2.
15. Ibid, 87.
16. Two Letters on Strategy de Clausewitz, traducido y editado por Peter Paret y Daniel
Moran (Carlisle, Penn, 1984), 9. Compárese con On War, libro 8, capítulo 6 B,
página 607.
17. On War, libro 1, capítulo 1, página 89.
18. Ibid.
19. Ibid, libro 1, cap. 7, pág. 119-121.
20. Ibid, libro 1, cap. 3, pág. 100
21. Ibid, 106; ibid, libro 3, cap. 3, pág. 184.
22. Ibid, 185.
23. Ibid, 71.
24. Ibid, libro 1, cap. 1, pág. 81.
25. Ibid, libro 1, cap. 3 B, pág 585-86.
26. Ibid, libro 1, cap. 2, pág. 96.
27. Un buen ejemplo de la advertencia de Clausewitz sobre el papel de los factores
económicos enla guerra es su discursión de la naturaleza de la guerra del siglo
XVIII que comienza con lafrase: "Esta organización militar estaba basada en el
dinero y en el reclutamiento" (Ibid, libro 8,capítulo 38, pág. 588-89).
28. On War, libro 1, cap. 1, pág. 75.
29. Ibid, libro 8, capítulo 6 B, pág. 606-607.
30. James E. King hace la observación de que Clausewitz, "dejó las cuestiones analíticas
de por qué y cómo los aspectos políticos (el objeto) controlan a las fuerzas armadas y
su empleo en guerra (los medios), para ser contestadas por una teoría política tan
compleja como su teoría de la guerra. Este trabajo no ha sido desarrollado
todavía".
31. The Transformation o/WardeJean Colin (London, 1912) 298-99. Resulta
característico al buscar la influencia de Clausewitz, que incluso este brillante
historiador dio por supuesto el impacto de las ideas de Clausewitz en la estrategia
prusiana en 1866 y 1870 (Ibid, 303-304); una afirmación que dejaría perplejo al
Estado Mayor General prusiano y a los comandantes de su ejército en estos
conflictos.
32. Un historiador muy influenciado por Clausewitz, y que trató de aplicar y desarrollar
sus ideas a través de sus propias interpretaciones de la guerra a lo largo de la
historia, fue Hans Delbrück cuyo pensamiento está desarrollado por Gordon Craig
en un capítulo de esta obra.
TERCERA PARTE
DE LA REVOLUCIÓN
INDUSTRIAL A LA PRIMERA
GUERRA MUNDIAL
Edward Mead Earle

8. Adam Smith, Alexander


Hamilton y Friedrich List:
Las bases económicas
del poder militar
8. Adam Smith, Alexander
Hamilton y Friedrich List:
Las bases económicas del
poder militar

Sólo en las más primitivas sociedades, y no en todas, es posible separar el poder


económico del político. En los tiempos modernos, con la creación del estado nacional, la
expansión de la civilización europea por todo el mundo, la revolución industrial y el
progresivo avance de la tecnología militar, es preciso tener constantemente en cuenta la
interrelación del aspecto comercial, financiero e industrial por una parte, y la fortaleza
militar y política por otra. Esta relación es uno de los problemas más críticos y absorbentes
de los hombres de estado. Afecta a la seguridad de la nación y, en gran medida,
determina hasta qué punto el individuo puede disfrutar de la vida, la libertad, la
propiedad particular y la felicidad.
Cuando el principio rector del aparato del estado es el mercantilismo o el
totalitarismo, el poder del estado comienza y finaliza en si mismo, y todas las
consideraciones acerca de la economía nacional y el bienestar individual están
subordinadas al simple propósito del desarrollo de las potencialidades de la nación para
preparar la guerra y pagar su importe (lo que los alemanes llaman Wehrwirtschaft y
Kriegswitschafi). Hace casi 300 años, Colbert resumió la política de la floreciente monarquía
de Luis XIV al decir que "el comercio es la fuente de las finanzas y las finanzas es el nervio
vital de la guerra". En nuestros días, Góering indicaba que la política económica del
estado nazi estaba orientada a la producción de "cañones, no mantequilla". Y el eslogan
favorito de .la preparación soviética para la guerra total era que es mejor tener socialismo
sin leche, que leche sin socialismo. Por otra parte, en los pueblos democráticos se siente
aversión por las restricciones que impone una economía basada en la guerra y en la
preparación para la misma; el Wehrwirtschaft es algo ajeno a su forma de vivir más allá de la
frontera de lo que ellos consideran necesario para su seguridad y prosperidad. En los
pueblos democráticos se prefiere un sistema económico basado en el bienestar individual
en vez de en un arrogante poder del estado, y poseen un arraigado recelo de que la
coordinación del poder militar y del económico es algo que constituye una amenaza
inherente a sus bien afianzadas libertades.
Pero cualesquiera que sean las filosofías políticas y económicas de una nación, no es
posible ignorar los requisitos que imponen el poder militar y la seguridad nacional, los
cuales son
232 Creadores de la Estrategia
Moderna

cuales son fundamentales para todos los demás problemas de gobierno. Alexander
Hamilton había enunciado un principio básico del aparato del estado cuando dijo que la
seguridad frente a un enemigo exterior es "el más poderoso director de la conducta
nacional"; si es necesario, incluso la libertad debe dar paso a los dictados de la seguridad,
porque para estar más seguros, "hombres y voluntades deben correr el riesgo de ser menos
libres" (1). Adam Smith, quien creía que la prosperidad material de una nación debería
estar basada en la mínima interferencia gubernamental respecto a la libertad del
individuo, reconocía que este principio general debe verse comprometido cuando la
seguridad nacional se vea afectada, ya que "la defensa es mucho más importante que la
opulencia" (2). Friedrich List, quien no estaba de acuerdo con Smith en la mayoría de
sus opiniones, sí coincidía con él en este punto: "El poder militar es más importante que
la riqueza... porque lo contrario de poder (llamado debilidad) conduce al abandono de
todo lo que se posee, no sólo de adquirir riqueza, sino de nuestra capacidad de
producción, de nuestra civilización, de nuestra libertad, más aún, incluso de nuestra
independencia nacional, y dejarla en manos de aquellos que nos aventajen en ese
poder..." (3).
Más de dos siglos antes de que Adam Smith publicara La Riqueza de las Naciones, Europa
occidental estaba gobernada por las creencias y las prácticas de lo que en términos
generales se ha conocido como mercantilismo. El sistema mer-cantilista era un sistema de
poderes políticos. En los aspectos domésticos se preocupaba de aumentar el poder del
estado contra las instituciones particularistas que aún sobrevivían de la Edad Media. En
los asuntos con el extranjero, tendía a incrementar el poder de la nación frente a las otras.
En resumen, los fines del mercantilismo fueron la unificación del estado nacional y el
desarrollo de sus recursos industriales, comerciales, financieros, militares y navales. Para
alcanzar estos fines el estado intervenía en los temas económicos, de manera que las acti-
vidades de los ciudadanos o sujetos podían ser orientadas en determinados canales que
permitieran aumentar el poderío militar y político. El estado mer-cantilista (como el
estado totalitario de hoy en día) era proteccionista, autárqui-co, expansionista y militarista.
En terminología moderna, se podría decir que el propósito predominante de las leyes
mercantilistas era desarrollar el potencial militar, o el potencial bélico. Con este fin, las
exportaciones e importaciones eran controladas rápidamente; los depósitos de
materiales preciosos eran aumentados continuamente; los pertrechos militares y navales
eran producidos o importados bajo un sistema de bonificaciones y de ventajas fiscales; los
fletes y la pesca eran fomentados como una fuente de poder naval; las colonias eran
establecidas y protegidas (así como estrictamente gobernadas) como un complemento de
la riqueza y autosuficiencia de la metrópoli; el crecimiento de la población estaba alentado
con el propósito de aumentar el número de hombres en los ejércitos (4). Estas y otras
medidas estaban diseñadas con el principal propósito, aunque no único, de contribuir a
la unidad y fortaleza de la nación.
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 233

La guerra era inherente al sistema mercantilista, como ocurre en cualquier sistema en


que el poder es un fin en sí mismo y la vida económica está impulsada fundamentalmente
por propósitos políticos. Los partidarios de una política de poder, creen que los
objetivos pueden ser conseguidos "también, si no mejor, a base de debilitar el poderío
económico de los otros países, en lugar de fortalecer el propio. Si se considera la riqueza
como un objetivo, es un absurdo, pero desde el punto de vista del poder político, es lógico
... Cualquier intento de ventaja económica en un país no tiene ninguna importancia a
menos que se trate de sustraer a otros países parte de sus bienes o posesiones. Raramente
ningún otro elemento en la filosofía mercantilista contribuía más a desdibujar la política
económica e incluso la política exterior en su conjunto" (5). Esta lógica fue implacable para
los mercantilistas y en gran medida requería un estado de guerra casi continuo que fue
el que reinó en Europa desde mediados del siglo XVII a principios del XIX. El Sistema
Continental de Napoleón y el de represalias de la Orders in Council británica fueron
simplemente la culminación de una larga serie de medidas similares.
De las guerras mercantilistas emergió triunfante Inglaterra, logrando su unificación
nacional antes que ninguna otra potencia europea y, disfrutando de la seguridad que le
brindaba su posición como isla, tuvo mas posibilidades que las demás de establecer "el
poder de sus flotas y de su Almirantazgo, sus leyes de navegación y de aduanas, al servicio
de los intereses económicos de la nación y del estado con rapidez, osadía y claro propósito"
y, por tanto, para ganar el lide-razgo en la lucha por la hegemonía política y comercial (6).
Para 1763 Inglaterra había aniquilado las aspiraciones comerciales, coloniales y navales de
España, Holanda y Francia. La Francia que resurgió de la Revolución y Napoleón fue
nuevamente destruida en Waterloo. En 1815, a pesar de la pérdida de las colonias
americanas, Gran Bretaña parecía que había alcanzado la supremacía mundial en un
grado y manera que recordaba a los grandes imperios de la antigüedad. "En todas las
edades ha habido ciudades o países que han dominado a los demás en la industria, en el
comercio y en la navegación; pero una supremacía como la que Gran Bretaña ha
conseguido en nuestros días no había ocurrido nunca antes. En todas las épocas, las
naciones se han esforzado para alcanzar el dominio del mundo, pero hasta ahora
ninguna había dominado en tan amplio espectro. Los esfuerzos de aquellos que han
luchado por basar su dominio universal en el poderío militar, aparecen hoy totalmente
inútiles comparados con el intento de Inglaterra de convertir a todo su territorio en una
inmensa ciudad productora, comercial y marítima, y de hacer del resto de los países y
reinos sobre la tierra subsidiarios suyos, conteniendo dentro de sí misma todas las
industrias, artes y ciencias; todo el gran comercio y riquezas; toda la navegación y el poder
naval; en resumen, una metrópoli del mundo...". Así escribía un nacionalista alemán en
1841 con envidia y admiración (7).
Fue a la sombra del mercantilismo y de la triunfante Inglaterra cuando el británico
Smith, el americano Hamilton y el alemán List, proclamaron las poli ticas económicas de
sus
234 Creadores de la Estrategia
Moderna

respectivos países. Lo que ellos iban a desarrollar acerca de las bases económicas del poder
militar sólo puede entenderse dentro del marco de su época, así como del espíritu y de las
condiciones especiales de cada uno de sus países.

Cuando se publicó La Riqueza de las Naciones en 1776, era el momento en Inglaterra para
volver a hacer un análisis crítico de las teorías y hechos del mercantilismo. La revuelta
de las colonias americanas había centrado la atención sobre el sistema comercial que se
había utilizado en la política colonial inglesa. Había insatisfacción con las guerras que se
habían sucedido durante más de un siglo y la carga que habían dejado. Además, después
del triunfo inglés sobre Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), no quedaba
ningún rival serio que se opusiera a Inglaterra ni en el plano comercial ni en el naval.
Había aumentado el escepticismo acerca de la filosofía política y económica según la cuál,
"las naciones habían aprendido que sus intereses dependían del empobrecimiento de
todos sus vecinos". Un nuevo sentimiento comenzaba a crecer; en esos momentos,
cuando la posición de Inglaterra como potencia mundial parecía asegurada, una
política mas liberal empezaba a tomar cuerpo, y "la riqueza de una nación vecina,
aunque puede ser peligrosa en la guerra y en la política, es realmente una ventaja para
negociar con ella" (8). Había una conciencia de que el crecimiento había sido abusivo en
el sistema que aún prevalecía, el cuál permitía establecer firmemente privilegios para
beneficiar los intereses reales o imaginarios de la nación. Fue contra estos abusos por lo
que Smith atacó a la clase comerciante en general y a las compañías de fletes en
particular, por sus prácticas monopolistas, usurpación de la autoridad gubernamental y el
fomento de la guerra (9). "Las ambiciones caprichosas de los reyes y ministros durante el
siglo anterior y el actual, no han sido más perjudiciales para el sosiego en Europa que los
celos impertinentes de los comerciantes y fabricantes. La violencia y la injusticia de los
legisladores es un antiguo demonio... Pero la rapacidad, el espíritu monopolizador de los
comerciantes y productores que ni son ni deben ser los legisladores del genero
humano... debe evitarse que perturben la tranquilidad de cualquier sector de la
sociedad, excepto el de ellos mismos" (10).
Las más mordaces críticas al mercantilismo por parte de Smith fueron dirigidas a sus
teorías monetarias, incluyendo el principio de que el estado debía acumular grandes
cantidades de lingotes de oro como depósito de guerra. El admitió que Inglaterra debía
tener preparado un presupuesto para la guerra, porque "una nación laboriosa, que es lo
que proporciona riqueza, es muy atractiva para ser atacada". No desconocía que las vastas
colonias inglesas y las obligaciones comerciales requerían el mantenimiento de una fuerza
militar y naval muy considerables. Pero negaba que ese depósito de guerra fuera
esencial,
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
235

e incluso útil, para la defensa efectiva de la nación, ya que "las flotas y los ejércitos se
mantienen no con oro ni plata, sino con bienes consumibles. La nación que, a partir del
producto anual de su industria doméstica y de su balanza de pagos, pueda superar sus
propias necesidades, tendrá los medios para comprar los bienes consumibles que necesite
en países lejanos y podrá mantener guerras allí donde sean necesarias". Esta fue la
experiencia de Inglaterra al tener que sufragar el "enorme gasto" que supuso la Guerra de
los Siete Años, a partir de los beneficios de los productores que vieron aumentado el
volumen de sus negocios y del comercio con el extranjero (11). En otras palabras, Smith
creía que la capacidad de una nación para sufragar una guerra debería medirse en
términos de su capacidad productiva, como posteriormente fue defendido también por
Friedrich List. Además, Smith no era partidario de que los fondos de guerra, fueran el
medio principal para la financiación de las mismas. Por el contrario, estaba a favor de
aumentar fuertemente los impuestos, ya que las guerras debían pagarse en el momento
en el que se está luchando, sin echar mano de un fondo ya dispuesto para ello, por lo que
"finalizarían más rápidamente y serían conducidas de forma más consciente por los
gobiernos y, el pesado e inevitable lastre que produce todas las guerras, impediría que el
pueblo estuviera interesado en este tipo de fondos" (12).
A pesar del hecho de que La Riqueza de las Naciones se convirtió en un libro casi sagrado y
Adam Smith fue el progenitor intelectual de la escuela del laissez-faire de las teorías
económicas del siglo XIX en Inglaterra, la verdad es que Adam Smith no repudió
realmente ciertos fundamentos de la doctrina mercan-tilista. El se oponía a algunos de los
procedimientos que utilizaba, pero aceptaba al menos uno de sus fines: la necesidad de la
intervención estatal en temas económicos siempre y cuando fuera esencial para el
poderío militar de la nación. Sus seguidores fueron más liberales en el comercio que Smith
y demostraron ser unos pacifistas más ardientes que él. Según Smith, "El primer deber del
soberano es el de proteger a la sociedad de la violencia y la invasión por parte de otras
sociedades independientes, y que ésta pueda ser llevada a cabo únicamente por una
fuerza militar". Pero los métodos para preparar a esa fuerza en tiempo de paz y su empleo
en guerra variarán según los diferentes tipos de sociedad. La guerra se hace más
complicada y más cara conforme las sociedades avanzan en las artes mecánicas; por lo
tanto, el carácter del estamento militar y los modos para apoyarlo serán diferentes en el
plano comercial e industrial que en el caso de una sociedad primitiva (13). En otras
palabras, como Marx y Engels puntualizarían más tarde, las formas de la organización
económica determinan en gran medida cuales serán los instrumentos para la guerra y el
carácter de las operaciones militares. Por lo tanto, es inevitable que el poder militar de
una nación sea construido sobre las bases económicas.
En cuanto a Gran Bretaña, el corazón del sistema mercantilists (el Arca de la Alianza)
fueron las Navigation Acts. El mercantilismo pudo haber sido esencial en algunos aspectos
236 Creadores de la Estrategia
Moderna

durante el primer período de su desarrollo, pero al final del siglo XVIII, Inglaterra estaba
tan avanzada industrialmente que el proteccionismo tuvo mucha menos importancia que
en Francia y en Alemania. Los ingleses pudieron, si hubiera sido necesario, deshacerse de
muchas cargas que pesaban sobre sus productores porque no tenían ninguna
competencia seria en sus mercados en la metrópoli ni en las colonias. De hecho,
Inglaterra abandonó sus políticas restrictivas iniciales porque aprendió, como dijo
Bismarck, que "el mercado libre es el arma del más fuerte". Pero el poder naval era
diferente y todo lo relacionado con él era juzgado con diferente criterio. La seguridad de
la metrópoli y del imperio exigía que Inglaterra tuviera el control ilimitado del mar y de
todas las rutas establecidas; cualquier nación que se atreviera a pensar de otra manera
sería el foco de su implacable hostilidad. Toda la superestructura industrial, financiera y
comercial de Inglaterra estaba basada en los mercados de ultramar y en las materias primas
que obtenía de sus colonias y de otros países. Por ello, el marino mercante poseía un
estatus importante en la vida económica de la nación y era a la vez un elemento
indispensable en la seguridad militar, especialmente en una época en la que los buques
mercantes podían ser convertidos rápidamente en piratas. Lord Haversham declaró en la
Casa de los Lords, que "su Flota y su Comercio tienen una relación tan próxima y una
influencia tan mutua, que no pueden separarse: su comercio es la madre y la nodriza de
sus marineros; sus marineros son la vida de su Flota; y su Flota es la seguridad y la
protección de su comercio; y ambos juntos son la riqueza, la fortaleza, la seguridad y la
gloria de Inglaterra" (14).
Por estas razones, la prueba real de la visión de Adam Smith sobre el mercantilismo y
las políticas que de él se derivaban, fue su apoyo continuo a la ley denominada Navigation
Act y a la de pesquerías. El decía "La defensa de Gran Bretaña depende en gran medida del
número de sus marinos y de sus barcos. Por lo tanto, la navegación proporcionará a los
marinos y barcos de Gran Bretaña el monopolio del comercio. Cuando se estableció la ley
del Navigation Act, aunque Gran Bretaña y Holanda no estaban realmente en guerra,
subsistía entre ellas la más violenta enemistad. Esto comenzó nada más ponerse en vigor
la ley de navegación y desencadenó las guerras con los holandeses en los tiempos del
Protectorado y de Carlos II. Por tanto, parece probable que algunos de los puntos de esta
famosa ley hayan procedido del sentimiento nacionalista. La enemistad en aquel
momento, orientó el objetivo a alcanzar, de la forma más sabia posible, que era la
disminución del poder naval de Holanda, el único que podía poner en peligro la seguridad
de Gran Bretaña.
La ley de navegación no favorece el comercio exterior, ni a la opulencia que puede
derivarse de él. Sin embargo, desde el punto de vista defensivo, la seguridad que
proporciona es mucho más importante que la opulencia, por lo que la ley de la
navegación es, quizás, la más sabia de todas las leyes comerciales de Gran Bretaña" (15).
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
237

En cuanto a las pesquerías, su punto de vista fue esencialmente el mismo: "Aunque las
subvenciones de las pesquerías no contribuyan a la opulencia de la nación, sí pueden
contribuir a su defensa, aumentando el número de los marinos y de los barcos" (16).
Smith estaba también de acuerdo con las leyes que autorizaban el pago de una subvención
para la producción de depósitos navales en las colonias americanas y que prohibían su
exportación desde América a cualquier otro país que no fuera Gran Bretaña. Estas leyes,
típicamente mercan-tilistas, fueron justificadas por Smith, porque ellas harían que Gran
Bretaña fuera independiente de Suecia y de otros países del norte para el suministro de
sus necesidades militares y contribuían, así, a la autosuficiencia del imperio (17).
Smith no era contrario a las medidas protectoras cuando existían razones de seguridad
militar. "Por regla general será beneficioso gravar las importaciones para reactivar la
industria doméstica cuando alguna industria en particular sea necesaria para la defensa
de la nación". Dicha protección estaba contemplada en la ley conocida como Navigation
Act. Pero Smith deseaba establecer subvenciones o imponer tarifas, a favor de otras
industrias con el mismo propósito: "Es importante que el reino dependa lo menos posible
de sus vecinos para los productos necesarios para su defensa; y si estos no pueden
producirse en casa, es lógico que todas las otras ramas de la industria sean grabadas con el
fin de que ayuden a aquellas que deben producirlos". Con una cierta desgana, el aprobó
también las medidas de represalia arancelarias, o lo que se ha dado en llamar, "guerra de
las tarifas" (18).
Adam Smith era partidario del libre comercio por sincera convicción. Desechó
rotundamente algunas de las teorías en las que se inspiraba el mercantilismo, y las
práctica mercantilistas, tal y como existían en el imperio británico de aquel tiempo, y
siempre le resultaron repugnantes. Era celoso de la interferencia del estado en la
iniciativa privada y no era un devoto del poder del estado por sí mismo. Pero la cuestión
fundamental en determinar su relación con la escuela mercantilista, no está en si sus
teorías fiscales o de comercio eran similares o no a aquella, sino averiguar si, en
determinadas circunstancias, el poder económico de la nación debería ser utilizado como
un instrumento del aparato del estado. La respuesta de Adam Smith a esta pregunta será
un "sí", de manera que el poder económico debería utilizarse siempre.
Esto no ha sido totalmente comprendido. Los seguidores de Smith, particularmente
en Inglaterra durante el siglo XIX, le presentaron como un defensor intachable del libre
mercado. Algunos de sus críticos, particularmente los alemanes Schmoller y List,
consideraban que el libre mercado de Smith no era tal. En algunos círculos, Smith fue
considerado un hipócrita, ya que él mismo había sido testigo de ver crecer a su país bajo las
tácticas y la estrategia mercantilista, llegando a cotas de poder sin precedentes, y entonces
se atrevía a recomendar que había que descartar tales tácticas y estrategia en el caso de
otras naciones más pobres.
238 Creadores de la Estrategia
Moderna

No hay duda que Smith era un patriota, pero la afirmación de que pudiera ser un
hipócrita puede considerarse decididamente equivocada. El no se merecía la siguiente
acusación de List, quién estaba mas familiarizado con lo que denominaba "la escuela" de
los seguidores de Smith, que con él mismo:
"Es un ardid muy común que cuando alguien ha conseguido las más altas cotas, suele
dar un puntapié a la escalera con la que ha subido para eliminar la posibilidad de que
otros suban detrás de él. En esto radica el secreto de la cosmopolita doctrina de Adam
Smith y las tendencias no menos cosmopolitas de su gran contemporáneo William Pitt,
así como de todos sus sucesores en las administraciones del Gobierno Británico.
Cualquier nación que mediante medidas proteccionistas y restricciones a la navegación
haya logrado una capacidad productora y de navegación hasta tal punto que ninguna
otra nación pueda competir con ella en libre mercado, lo mejor que pueda hacer es
apartarse de ese camino, explicar a otras naciones las ventajas del libre comercio y
declarar en tono penitente que estaba equivocada y que por primera vez había
descubierto la verdad" (19).

II

Hace más de 300 años, Francis Bacon estableció que la capacidad de una nación para
defenderse a sí misma dependía menos de sus posesiones materiales que del espíritu de
su pueblo; menos de sus depósitos de oro que de la determinación de sus políticos (20).
Adam Smith se identifica bastante con esta forma de pensar. En-cualquier caso, él creía
que, "La seguridad de toda sociedad depende siempre, en mayor o menor;,grado, del
espíritu marcial de su gente... Sólo el espíritu marcial, si no está apoyado por un ejército
bien disciplinado, no será normalmente suficiente para la defensa ni la seguridad de
ninguna sociedad. Pero cuando cada ciudadano posea el espíritu de un soldado, un
ejército más pequeño podría ser suficiente". Smith fue aún más lejos al considerar que
"aunque el espíritu marcial de la gente no fuera utilizado para la defensa de la sociedad,
debería ser muy tenido en cuenta por el gobierno. Solamente la práctica de ejercicios
militares, bajo la dirección del gobierno, podrían mantener vivo el espíritu marcial" (21).
Durante el siglo XIX, muchos seguidores de Smith, principalmente Cobden y Bright, eran
unos convencidos pacifistas, además de ardientes defensores del libre comercio y no
habrían apoyado esas ideas.
En el mundo anglo-sajon existe un enraizado prejuicio hacia los "ejércitos
permanentes". La posición insular de Gran Bretaña hizo posible que el Parlamento saliera
victorioso en temas de defensa nacional y en el largo enfrenta-miento que mantenía con
la Corona (para la que el ejército era un instrumento de los Estuardo), y todo ello
fomentaba la creencia de que un ejército profesional era peligroso para la libertad civil.
En el continente europeo, los rivales de Gran Bretaña habían recurrido a grandes
ejércitos
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
239

ejércitos permanentes como el baluarte de su fortaleza, y con soldados profesionales


habían hecho grandes progresos en la organización militar y en el arte de la guerra (22).
A pesar de todo, el Parlamento continuó manteniendo al ejército durante tiempo de
paz en una situación muy mediocre, empeñándose en el ineficaz y desmoralizador sistema
de obtener las tropas del pueblo por procedimientos no siempre ecuánimes. Esta situación
fue recogida por Dryden en su obra Cymon y Iphigenia:
"El país se estremece con potentes alarmas,
Y enraizan en los campos las rudas muchedumbres milicianas
Bocas sin manos, mantenidos con grandes gastos,
En paz, una carga; en guerra, una débil defensa.
Ellos marchan valientes una vez al mes, una ruidosa banda,
Y siempre, excepto cuando se la necesita, a mano".
A finales del siglo XVII, Macaulay escribía: "casi todos los políticos reconocían que
nuestra política y un ejército permanente no podrían existir juntos. Los Whigs tenían la
costumbre de repetir que un ejército permanente había sido la causa de la destrucción de
las instituciones libres en las naciones vecinas. Los Tories repetían constantemente que en
nuestra isla, un ejército permanente (en la época Cronwell) había subvertido a la Iglesia,
oprimido a la burguesía y asesinado al rey. Ningún líder de ningún partido podía
proponer, sin caer en la acusación de ser inconsciente, que el ejército debería convertirse
en una institución permanente del reino" (23).
Esta era aún la situación cuando Smith era profesor de filosofía moral en Glasgow (1752-
1763), e impartía sus famosas lecciones sobre justicia, política, hacienda pública y los ejércitos
(24). En estas lecciones, Smith rompió con su famoso profesor Francis Hutcheson, quién se
oponía a un ejército regular permanente ya que "las artes y las virtudes militares son objeto
de una alta estima por todos los ciudadanos", y continuaba diciendo, que "la guerra no
debería ser la profesión permanente de ningún hombre, sino que todos los ciudadanos
deberían prestar tales servicios por turno" (25). Esto era para Smith absolutamente
impracticable y adoptó una posición tajante a favor de un ejército profesional.
Smith admitía que un ejército permanente podía ser una amenaza para la libertad
(después de todo, Cromwell había cerrado el Parlamento). Pero creía que adoptando las
adecuadas precauciones, el ejército podría apoyar, en vez de minar, la autoridad de la
Constitución. En cualquier caso, la seguridad exigía una fuerza armada bien entrenada y
disciplinada. Ninguna fuerza, aunque estuviera entrenada y disciplinada, podía sustituir a
los soldados profesionales, especialmente en una época en la que el desarrollo de las armas
de fuego exigía un mayor esfuerzo en la organización y en el orden que en la habilidad,
bravura y destreza del individuo. Los más elementales requisitos de precaución militar
exigían, no obstante, que la confianza histórica que se tenía en la milicia provisional, así
como el tradicional recelo hacia el ejército profesional, dieran paso a las exigencias de los
tiempos. Más aún, el famoso principio económico de la división del trabajo, establecía que
la
240 Creadores de la Estrategia Moderna

la carrera de las armas debía constituir una vocación y no una ocupación transitoria.
Smith escribía:
"El arte de la guerra es ciertamente la más noble de las artes, y a medida que el progreso
aumenta, se convierte necesariamente en una de las más complejas. El estado de la
mecánica, así como de algunas otras artes, con las que es necesario conectar, determina el
grado de perfección al que se puede llegar en un determinado momento. Pero para
conseguir ese grado de perfección, es necesario que ello sea la única o principal ocupación
de una clase particular de ciudadanos, y la división del trabajo en tan necesaria para
conseguir un adecuado rendimiento en este aspecto, como en cualquier otro arte. Dentro
del campo de otras artes, la división del trabajo viene impuesta de forma natural por la
prudencia de los individuos, de manera que ellos gestionan mejor su interés privado al
limitarse ellos mismos a un determinado negocio, en vez de dedicarse a varios al mismo
tiempo. Pero es solo el estado quién puede interpretar y orientar la labor de un soldado,
una labor particular separada y distinta de todas las demás. Un ciudadano que, en tiempo
de paz y sin ningún estímulo en particular hacia los asuntos públicos, gastara la mayor
parte de su tiempo en ejercicios militares, podría, sin duda, beneficiarse con ellos y, al
mismo tiempo, le podrían servir de entretenimiento, pero ello no significa que fuera a
aumentar su interés hacia todo ello. Es el estado el único que puede interpretar los
caminos para convertir ese interés particular en beneficio para la nación, propiciando que
la mayor parte del tiempo esté dedicada a esta peculiar ocupación; los estados no siempre
han dado muestras de esa prudencia, incluso cuando las circunstancias exigían tenerla, ya
que estaba enjuego su propia existencia" (26).
Es una coincidencia, pero resulta muy significativa para los pueblos de habla inglesa, que
1776 fuera la fecha de la publicación de La Riqueza de las Naciones y también en ese año fue
la Declaración de Independencia de los actuales Estados Unidos de América. Smith
estaba muy interesado en las relaciones de Gran Bretaña con sus colonias americanas.
Para nuestro propósito, solamente es necesario tener en cuenta la actitud de Smith
hacia el imperialismo. El estaba convencido de que una política colonial no serviría para
los propósitos del mercantilismo. Aunque él consideraba que los americanos no habían
padecido las restricciones impuestas por la metrópoli, dichas restricciones suponían "una
manifiesta violación de los más sagrados derechos humanos, así como un impertinente signo
de esclavitud impuesto a las colonias americanas por las clases oficial y mercantil de
Inglaterra. A su juicio, el valor de las colonias en un sistema imperial, debía ser medido por
las fuerzas militares que pueden suministrar a la defensa del imperio y por los ingresos que
pueden aportar para el sostenimiento general del mismo. Juzgado bajo este criterio, las
colonias americanas eran una carga para Gran Bretaña; ellas no sólo no contribuían para
nada a la defensa del imperio, sino que requerían que fueran destacadas fuerzas
inglesas a América del Norte, cuando eran necesarias en la metrópoli por la costosa gue-
rra que se
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 241

mantenía contra Francia (27). En términos de balance comercial y financiero, Inglaterra


tenía una sangría con esas colonias.
Esto representaba un punto de vista limitado del imperio, que sería el adoptado por
Neville Chamberlain. Pero Smith no proponía que Inglaterra accediese a la demanda de
independencia de los americanos; para él, eso sería, "como proponer una medida que
nunca sería adoptada voluntariamente por ninguna nación en el mundo. Ninguna
nación cedería de forma voluntaria el dominio de una provincia, por muchos problemas
que presente su gobierno y aunque el dinero que se obtenga de ella no compense los gastos
que ocasione. Tales sacrificios, aunque a menudo sean en aras de un interés superior,
siempre suponen un duro golpe para el orgullo de todas las naciones, y lo que es quizás
más importante, son siempre contrarios a los intereses particulares de parte del
gobierno, quienes se ven privados de disponer de sitios de donde obtener beneficios, de
muchas oportunidades de adquirir riqueza y distinción" (28).
Smith tuvo la visión sagaz de que la Guerra de Independencia Americana sería larga y
costosa. Incluso previo una posible victoria de los colonos, quienes "de tenderos, hombres
de negocios y abogados, se han convertido en hombres de estado y legisladores y se han
dedicado a establecer una nueva forma de gobierno para un imperio muy extenso, de la
cual ellos se congratulan y que se convertirá, sin lugar a dudas, en el mayor imperio que
jamás ha habido en el mundo" (29). Smith estaba en lo cierto y entre los abogados que se
convirtieron en hombres de estado, se encontraba Alexander Hamilton, un gigante
dentro de la galaxia de grandes hombres que hicieron posible el nacimiento de los
Estados Unidos de América.

III

A excepción de dos años de viaje por el continente europeo (1764-1766), la vida de


Adam Smith estuvo dedicada por completo a la enseñanza y al estudio. Fue estudiante en
Glasgow y Oxford, enseño en Edimburgo y fue profesor de lógica y de filosofía moral en
Glasgow. Después de su regreso del continente, se dedicó a su gran obra, La Riqueza de las
Naciones, publicada 14 años antes de su muerte.
Por otra parte, Alexander Hamilton fue un hombre de acción desde su juventud.
Su vida comenzó en unas condiciones poco favorables en la pequeña isla de West Indian.
Su padre era un indigente; tras la muerte de su madre en 1768, cuando sólo contaba 11
años de edad, Hamilton tuvo que abrirse camino por sí mismo. Trabajó como
dependiente en una tienda, pero pronto fue a Nueva York, donde estudió en el Kings
College (hoy Columbia) en 1773. En menos de un año se vio envuelto en la guerra de los
panfletos que precedió a la Revolución Americana y antes de cumplir los 18 años
tenía ya una reputación
242 Creadores de la Estrategia
Moderna

reputación de ser uno de los mas enérgicos escritores de su generación. Entró en el


ejército a principios de 1776; fue ascendido a oficial y combatió con Washington
en Long Island, White Plans, Trenton y Princeton. En marzo de 1777, a la edad de
20 años, fue nombrado secretario militar del comandante en jefe, con el grado de
teniente coronel; con ello no sólo era el hombre de confianza y asesor de
Washington, sino el autor de una serie de brillantes informes sobre organización
del ejército y su administración (30). Más tarde mandó un regimiento de
infantería en el Cuerpo de Ejército de Lafayette, distinguiéndose por su bravura en
Yorktown. Continuó su carrera militar después de la Revolución y en 1798 fue
ascendido a general e inspector general del ejército, segundo en el mando
después de Washington, con el fin de preparar la guerra que se avecinaba contra
Francia.
Uno de los cometidos de Hamilton fue el hacer posible las convenciones de
Annapolis y Filadelfia, y sobre todo, sus brillantes servicios en la ratificación de la
Constitución, siendo estos tan conocidos que no necesitan comentario. Al
margen de los grandes temas de Estado, el haber sido el autor de más de la mitad
de los panfletos titulados The Federalist le habrían dado la categoría para colocarle
en lo más alto entre los escritores políticos. Fue el más influyente de los
colaboradores de Washington y como Secretario del Tesoro abarcó un campo
de actividad muy amplio. Entre los años 1789-1797 fue probablemente el que hizo
más por establecer formalmente la política nacional de los Estados Unidos,
algunos de cuyos principios se convirtieron con el tiempo en tradición (31). Su
trágica muerte en 1804, cuando sólo tenía 40 años, fue un desastre nacional.
Para el estudiante de temas militares, Hamilton es el enlace entre Adam
Smith y Friedrich List. Hamilton conocía muy bien La Riqueza de las Naciones y se
basó en ella cuando escribió, con la ayuda de Tench Coxe, su famoso Report on
Manufactures (32). Estaba de acuerdo con Smith en la necesidad de un ejército
profesional, así como sobre ciertos temas de política económica relacionados con la
defensa nacional. La influencia de Hamilton sobre List es evidente y a la vista de la
asociación de éste con grupos proteccionistas en los Estados Unidos, incluyendo el
economista Mathew Carey, y no hay dudas de que consideraban al Report on
Manufactures, como un libro de texto de economía política. List se refirió a menudo
al apoyo de Hamilton y existe una clara evidencia, al analizar los escritos de List,
de que las ideas de Hamilton ocupan un lugar muy importante en su sistema
nacional (33).
William Graham Sumner, un ardiente defensor del libre comercio y por lo
tanto un crítico implacable, dijo que el concepto de Hamilton acerca de la política
nacional era, "el viejo sistema del mercantilismo de la escuela inglesa, transformado
y ajustado a la situación de los Estados Unidos" (34). No se puede negar
totalmente esta afirmación, pero no es cierto que Hamilton fuera un ciego
seguidor o admirador de las doctrinas mercantilistas. Como se ha indicado antes, los
mercantilistas europeos estaban preocupados con dos aspectos distintos, pero al mismo
tiempo
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 243

tiempo cercanos entre sí: la unificación nacional, opuesta al particularismo, y el desarrollo


de los recursos de la nación, con especial énfasis en su potencial militar (35). Hamilton era
ciertamente un nacionalista y estaba convencido del uso de la política económica como
instrumento de unificación nacional y al mismo tiempo de poderío. Casi todas sus ideas
pueden relacionarse de una u otra manera con este tema central. Su defensa de una
economía nacional bien armonizada, teniendo bien en cuenta a los productores, sus
recomendaciones sobre el déficit público (particularmente respecto al déficit de los
Estados), su fe en un banco nacional, sus ideas acerca de la política exterior y la seguridad,
su doctrina de las fuerzas implicadas del gobierno federal, su convicción de que debería ser
estimulada la producción de municiones de guerra y de que, al mismo tiempo, era
necesario controlarla, sus informes sobre política militar, su ardiente defensa de la
marina, e incluso su actitud hacia el gobierno democrático, explican perfectamente su
pasión por la unidad nacional, así como su obsesión sobre el potencial económico y
político de la nación.
Por otra parte, es dudoso si, incluso Adam Smith, podría haber escrito un resumen
más elocuente a favor del libre comercio que el que hizo Hamilton en su Report on
Manufactures, presentado en el Congreso el 5 de Diciembre de 1791 (36). Además, si
un sistema de libertad comercial e industrial, decía Hamilton, "había orientado la
conducta de las naciones más a menudo de lo que oficialmente se reconocía, hay motivo
para suponer que adoptando abiertamente todas esas medidas, las conduciría de forma
más rápida a la prosperidad y a la grandeza". En este caso, tendría que haber una genuina
división internacional del trabajo en beneficio de todos. Pero la libertad en el comercio y
en el intercambio no ha prevalecido; de hecho, el caso real es precisamente el opuesto, y
las naciones europeas, especialmente avanzadas en las manufacturas, "sacrifican los
intereses de un intercambio que sería beneficioso para todos, a favor de un inútil proyecto
de vender todo y no comprar nada". Como resultado de todo ello, "los Estados Unidos
están, hasta cierto punto, en una situación de convertirse en un país excluido del
comercio exterior" y de ser incapaces de comerciar con Europa en términos de igualdad.
Según Hamilton, "está afirmación no estaba hecha como una queja. Es para que
aquellas naciones que defienden las leyes antes aludidas, juzguen por ellas mismas si por
desear demasiado, no pierden más de lo que ganan. Estados Unidos debe considerar lo
que puede representar el hecho de que estas naciones sean menos dependientes de su
política exterior" (37).
El programa presentado en su Report on Manufactures encasilla a Hamilton como un
nacionalista económico. Según él, su objetivo era promover el aumento de los productos
manufacturados que "hagan a los Estados Unidos independientes de las otras naciones
respecto a los suministros de carácter militar y otros que se consideren esenciales" (38).
En ese documento se establece:
244 Creadores de la Estrategia Moderna

"No sólo la riqueza, sino la independencia y la seguridad de un país, deben estar


materialmente conectadas con la prosperidad de las producciones. Todas las naciones, sin
perder de vista estos grandes objetivos, deben empeñarse en disponer por sí mismas de
todos aquellos productos que se consideren esenciales para la nación. Estos deben ser todos
aquellos relacionados con la subsistencia, vestuario y defensa.
Es necesario poseer todos ellos para el perfeccionamiento de la política y para la
seguridad y bienestar de la sociedad. La falta de cualquiera de ellas es la falta de un órgano
importante de la vida política; y en las diversas crisis que pueden afectar a un estado, se
acusarán de forma muy grave alguna de estas carencias. La extrema perturbación de los
Estados Unidos durante la última guerra, debido a la incapacidad de autoabastecimiento,
se mantiene todavía; si se produjera una nueva guerra se pondrían de manifiesto los
errores y los peligros de una situación en la que la incapacidad es aún muy grande, a no
ser que se produzca un cambio drástico. Para llevar a cabo este cambio, rápido pero de
forma prudente, es necesario toda la atención y el entusiasmo de nuestras instituciones
públicas: este es el próximo gran trabajo a realizar.
La carencia de una marina para proteger nuestro comercio exterior y mientras que
continúe esta situación, hará que no se pueda confiar en el suministro de los artículos
esenciales y ello debe servir para fortalecer los argumentos en favor de los productores de
manufacturas" (39).
Hamilton creía que un país joven como los Estados Unidos no podrían competir con
otros como Gran Bretaña que tenía una gran infraestructura manufacturera. "El
mantener una competición en condiciones de igualdad, entre un país joven y otro con
larga experiencia, es en la mayoría de los casos, impracticable". Por ello consideraba que
"las industrias de un país joven deberían disfrutar de unas ayudas extraordinarias y de
protección por parte del gobierno" (40). Estas ayudas y protección deberían ser en forma
de gravámenes a la importación (incluso llegando a veces a la prohibición), restringiendo
la exportación de materias primas y ofreciendo bonos en metálico, entre otros. Es,te es el
argumento para la defensa de una industria incipiente, pero es también un caso
característico de mercantilismo que busca la autarquía.
Respecto a la determinación de cuáles deben ser las transacciones sujetas a exacción
de tributos y en qué cantidad, con el fin de estimular las producciones domésticas, la
primera y más importante consideración a tener en cuenta era "su factor de influencia
en la defensa nacional". Por ello:
"Las armas de fuego y el armamento militar pueden estar comprendidos en la clase de
los artículos gravados con un 50%. Hay ya fábricas de estos artículos, por lo que sólo
necesitan el estímulo de una cierta demanda para convertirlas en idóneas para
suministrar sus productos a los Estados Unidos.
Sería también una ayuda material a los fabricantes, así como un índice de seguridad
pública, que las provisiones fueran hechas para una compra anual de armamento militar,
de
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
245

de fabricación en el país, con el fin de asegurar los niveles adecuados en los arsenales; de
la misma manera, para reemplazarlos, bien por su uso o por su caducidad, será necesario
disponer de una cantidad de repuesto de cada una de las armas en inventario.
De aquí en adelante pueden ser necesarias ciertas consideraciones legislativas sobre si
las fábricas de todas las armas necesarias para la guerra deberían o no ser establecidas por
cuenta del propio gobierno. Este tipo de fábricas suelen tener un carácter estatal en otras
naciones y las razones para ello se basan en sólidos pilares.
Parece una imprudencia dejar estos temas esenciales para la defensa nacional en
manos de especulaciones de carácter individual; los artículos en cuestión no son objeto
de consumo ni uso privado. Como regla general, se debe evitar la intervención del
gobierno en los artículos a producir, pero parece que esta debe ser una de las pocas
excepciones, ya que obedece a razones muy especiales" (41).
El Report on Manufactures también resalta la idea (que sería ampliamente desarrollada
por List) de que un país con una economía diversificada, incluyendo la agricultura, la
industria y el comercio, sería mas uniforme y más fuerte en sus relaciones con otros países.
Pero Hamilton realizó la mejor exposición de sus tesis en el primer borrador que escribió
para Washington durante el verano de 1796 y cuyo título era Farewell Address (42).
Hamilton preveía una nación en la que sus economías sectoriales se entretejerían en una
economía y un interés nacional. El sur del país, tradicionalmente dedicado a la
agricultura, no sólo contribuiría a compartir la riqueza nacional, sino que participaría en
los beneficios de la fortaleza industrial del norte. El oeste, especialmente después de
haber desarrollado adecuadamente los transportes, ofrecería un mercado para los
productos y para el comercio exterior con el Este y, a su vez, se beneficiaría del desarrollo de
"la afluencia y de los recursos marítimos y de los Estados atlánticos". Además, "en una
situación en la que cada parte encuentra un interés particular en la Unión, todas las
partes de nuestro país hallarán una mayor independencia a partir de una producción más
variada y abundante, como consecuencia de la diversidad existente en el suelo y en el
clima". La fortaleza de una nación, unificada por un interés económico común,
aumentaría considerablemente en todos aquellos aspectos que fueran esenciales. Los
Estados Unidos, al desarrollar una economía diversificada, podrían disfrutar de "una
seguridad frente a los peligros exteriores, de una menos frecuente interrupción de su paz
con respecto a otras naciones y, lo que es más importante, una eliminación de las
disputas, entre las diversas partes que, al estar desunidas, su rivalidad sería patente, a lo
que se uniría el interés de otras naciones por fomentarla". De esta manera, Hamilton
enlazaba su sistema económico con la seguridad nacional.
El argumento de Hamilton para la creación de una marina de guerra y una comercial
era una mezcla de razones políticas y económicas. Estaba convencido de que los Estados
Unidos
246 Creadores de la Estrategia
Moderna

Unidos estaban destinados a convertirse en una gran potencia naval. Los viajes realizados
por americanos a todos los rincones del mundo, "que ponen de manifiesto el inigualable
espíritu emprendedor... que supone una fuente inapreciable de riqueza nacional, han
producido ya ciertas reacciones de malestar entre los europeos, que empiezan a
preocuparse por la interferencia que podemos representar para su tráfico de mercancías,
que es el soporte de su navegación y el pilar básico de su fortaleza naval". Algunos Estados
europeos, a través de una legislación restrictiva, estaban dispuestos a "cortarnos las alas por
considerarnos demasiado peligrosos". Pero con una unión firme, una marina mercante
floreciente, una próspera flota pesquera, leyes de navegación de represalia apropiadas y
una marina de guerra potente, "podríamos desafiar las pobres mañas de los políticos
mediocres de otros países por controlar o variar el irresistible e inamovible curso de la
naturaleza". La marina de guerra de los Estados Unidos "podría no rivalizar con las
grandes potencias navales, pero al menos representaría un peso importante",
particularmente en las Indias Occidentales. "Nuestra situación geográfica, nos proporciona
un valor inestimable, incluso poseyendo solamente algunos barcos, lo que nos permitirá
negociar a gran escala para obtener privilegios comerciales". Además, "será preciso
establecer un precio por nuestra neutralidad y por nuestra amistad, en el caso de una
guerra entre potencias extranjeras". De la misma manera, "mediante una estructura fuerte
de la Unión, nos convertiremos en al arbitro de Europa en el continente americano y
permitirá inclinar la balanza del poder hacia esta parte del mundo en pro de nuestros
intereses" (43). Todo esto demuestra que ya en los tiempos de los padres de la nueva
república, estaba patente la idea de una estrategia de ámbito mundial.
Según pretendía Hamilton, era imperativo que los Estados Unidos tuvieran una
economía nacional integrada. Para conseguir este gran objetivo, era necesario disponer de
una potente marina de guerra, y sería la unión económica y política la que contribuiría
al crecimiento de esa marina:
"Una marina de guerra de los Estados Unidos, que abarcara los esfuerzos de todos, es
un objetivo mucho menos lejano que lo que puede ser para un solo estado o para una
confederación parcial, que solo contara con los recursos de una sola parte. Sin embargo,
algunos Estados de nuestra Unión poseen alguna ventaja peculiar para su participación en
esta tarea. Los Estados del sur pueden suministrar mayor cantidad de ciertos elementos
como brea, alquitrán y aguarrás. Sus maderas para la construcción de los barcos poseen una
textura más sólida y duradera. El factor de la duración de los barcos debe ser tenido muy
en cuenta por ser de vital importancia, tanto desde el punto de vista de su fortaleza como
de la economía nacional. Algunos Estados del sur y del centro contribuirían con su
mineral de hierro de excelente calidad. Los marinos deben elegirse fundamentalmente de
los estados norteños. La necesidad de una protección al comercio exterior o marítimo no
requiere una particular aclaración, a excepción de que esa clase de comercio contribuirá a
la prosperidad de la marina " (44).
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
247

El programa fiscal de Hamilton tenía además connotaciones políticas. A través del


fondo de deuda pública que asumiera las deudas de los Estados miembros, y con la
creación de un banco nacional, él confiaba en enlazar "los intereses del Estado en íntima
conexión con los de los individuos mas ricos" y a la vez, "la riqueza e influencia de ambos
en un canal comercial, para beneficio mutuo". Además, un fondo de deuda nacional,
podía ser una "bendición nacional" ya que haría las veces de "un poderoso cemento para
nuestra Unión" (45). El buscaba el apoyo de las clases comerciantes y hacendadas porque
sabía hasta qué punto habían influido en el gobierno de Inglaterra en la promulgación
de la legislación mercantilista, y creía que la motivación económica de la política era
inherente a casi todas las sociedades (46). Por otra parte, el establecimiento de un crédito
nacional sobre bases firmes era esencial, "al menos mientras que las naciones continúen
haciendo uso de él como una fuente de recursos para la guerra. Es imposible para un país
luchar, en igualdad de condiciones, o estar seguro contra las ambiciones de otras naciones,
sin aprovecharse igual que ellas de estos importantes recursos; y para un país muy joven,
con un capital moderado y un industria no muy variada, es aún más necesario que para los
países más desarrollados. Por tanto, la única conclusión es que la guerra, sin esos créditos,
no sería mas que una gran calamidad y una verdadera ruina". Aunque admitía la
legalidad de las requisaciones de las propiedades privadas en tiempo de guerra, no era
partidario de llevarlas a cabo porque, entre otras razones, esas medidas retraerían a los
inversores extranjeros en suelo americano (47). En resumen, él recomendaba que
"nosotros debemos considerar los créditos como un medio para nuestra fortaleza y
seguridad" (48).

IV

La seguridad nacional era un problema absorbente para Hamilton y poseía una visión
realista de los factores que la afectaban. Comprendía que la distancia entre los Estados
Unidos y Europa, y el vasto territorio de su país, eran consideraciones muy importantes a
tener en cuenta, ya que hacían muy difícil, si no imposible, su conquista por ninguna
potencia extranjera. Pero también sabía que su país era joven, no desarrollado y
políticamente inmaduro, y que se necesitaba tiempo para consolidarlo. Por ello, daba
énfasis continuamente a la unidad nacional, censuraba las disensiones y sectarismos,
advertía contra las "adhesiones apasionadas" o "los prejuicios enraizados" como ocurría en
otras naciones, y alertaba contra los compromisos políticos en el extranjero. Por ello, creía
que "sí nos mantenemos unidos con un gobierno eficiente, no estará lejos el momento
en que podamos desafiar los perjuicios materiales que provengan del exterior" (49). Pero
la seguridad no es posible sin poder, y "una nación, si es débil, pierde incluso el privilegio
de ser neutral" (50). Solamente siendo fuertes "se puede elegir entre la paz o la guerra,
de acuerdo con nuestros intereses y con lo que dicte la justicia" (51). Pero la fortaleza
depende de la unión y, como dijo Jay, "la fortaleza se basa en el gobierno, las armas y en
los recursos del país" (52).
248 Creadores de la Estrategia
Moderna

Hamilton vio claramente que los Estados Unidos no podían estar por completo seguros
mientras que las potencias europeas poseyeran grandes territorios en el continente
americano. Se oponía a la transferencia de territorios americanos entre potencias
europeas; consecuentemente, favoreció la compra de Lui-siana a pesar de que fue llevada
a cabo por su oponente Jefferson. Incluso parece que se anticipó a la que llegó a ser
conocida como la Doctrina Monroe (53). Hamilton era un anglofilo, no sólo porque
detestaba los principios radicales de la Revolución Francesa, sino también porque creía
que su país era aún demasiado débil para un enfrentamiento militar definitivo con Gran
Bretaña y, al mismo tiempo, demasiado dependiente de ese país en cuanto al
crecimiento comercial.
Hamilton estaba de acuerdo con el preámbulo de la Constitución según el cual una
más perfecta unión, la defensa común, el bienestar general y la preservación de la libertad,
estaban inextricablemente unidas. En el número 8 de The Federalist, escribió de forma
amplia y sutil, sobre el delicado problema de la reconciliación del poder militar con las
libertades políticas básicas y en él aparecen claramente las diferencias respecto a algunas
ideas de Adam Smith sobre este tema. El resaltaba que no era suficiente que el gobierno
tuviera autoridad para disponer de los ejércitos en tiempo de guerra, ya que había que
tener unas fuerzas adecuadas en tiempo de paz. Además, "nuestras propiedades y nuestra
libertad estarían a merced de los invasores extranjeros... porque estaríamos atemorizados
por esos legisladores, surgidos de nuestro consentimiento y voluntad, y sin embargo,
podrían poner en peligro nuestra libertad, por un abuso de los medios necesarios para su
preservación" (54). En tiempo de guerra, el poder del ejecutivo debe ser el adecuado
para llevar a cabo "la dirección de la fuerza común", a pesar del tradicional miedo de los
americanos a una autoridad centralizada (55).
Al igual que Adam Smith, Hamilton creía que un ejército profesional debería ser la
base de la defensa nacional. Como escribió en The Federalist: "Las operaciones de guerra
sostenidas contra un ejército regular y disciplinado pueden resultar victoriosas
únicamente si se llevan a cabo por una fuerza similar. Las consideraciones económicas, al
igual que las de estabilidad y vigor, confirman esta idea. La milicia americana, durante la
última guerra, por su valor demostrado en numerosas ocasiones, merecía erigir
monumentos en su honor; pero los más valientes sabían que la libertad de su país no
podría establecerse únicamente por sus esfuerzos, a pesar de lo valiosos que resultaban. La
guerra, como casi todas las cosas, es una ciencia que debe aprenderse y perfeccionarse con
diligencia, perseverancia, tiempo y práctica" (56).
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
249

Durante la última parte del siglo XVIII había una creencia extendida de que los
gobiernos parlamentarios, especialmente aquellos que estaban dominados por las clases
comerciantes, eran menos propicios que las monarquías a verse involucrados en una
guerra. Hamilton pensaba que esa opinión era contraria al sentido común y a los hechos a
lo largo de la historia. Estaba persuadido de que las asambleas populares eran similares a
otras formas de gobierno para conducir "los impulsos de los furores, resentimientos, celos,
avaricia y otras tendencias irregulares y violentas". Estaba en desacuerdo con la opinión de
los fisiócratas, según los cuales, y en palabras de Montesquieu, "el resultado natural del
comercio es promover la paz". Por el contrario, según su opinión, el comercio estaba
llamado a ser una causa que provoca guerras. "¿El comercio ha hecho hasta ahora algo
más que intercambiar los objetos de guerra? ¿No es el amor a la riqueza, una pasión tan
dominante y emprendedora como la que se tiene por el poder o la gloria? ¿No ha habido
numerosas guerras por motivos comerciales desde que estos han pasado a ser los
fundamentales para las naciones? ¿No ha proporcionado el espíritu de comercio nuevos
incentivos para la codicia, tanto de unos como de otros?". El creía que las respuestas a
estas preguntas deberían ser claramente afirmativas. La guerra estaba profundamente
enraizada en la sociedad humana, a pesar de que cambien sus formas, como para no
garantizar la creencia en una paz y una seguridad imperturbables (57).
Thomas Jefferson estaba de acuerdo con Hamilton en que el comercio era una causa
potencial de guerra. El escribió a John Jay desde París, en Agosto de 1785: "Nuestro
pueblo está convencido de que es necesario compartir la ocupación del océano y sus
formas de actuar inducen a pensar que es preciso que el mar esté abierto para ellos y que
se persiga ese objetivo político, el cual hará que puedan hacer uno de ese medio, en la
mayor medida posible. Creo que en un deber con aquellos que confiaron la
administración de sus negocios y ello preservaría la igualdad del derecho de nuestro
pueblo a participar en el transporte, en la pesca y en todos los usos del mar" (58). Jefferson
hizo efectivo todo este pensamiento cuando, al ser nombrado presidente, declaró la
guerra a los piratas arbary, a pesar de sus convicciones pacifistas.
Una señal que da idea de la talla de Hamilton es el hecho de que Jefferson, a pesar de
ser su más decidido oponente, estaba de acuerdo con él en todo lo relacionado con la
economía y la defensa nacional. Jefferson era un defensor del libre comercio y un
enemigo declarado de los industriales. Detestaba el programa proteccionista de Hamilton.
Pero después de sus experiencias con el embargo que sufrió su nación y al observar las
consecuencias de la guerra de 1812 contra Gran Bretaña, llegó a la conclusión de que, en
el terreno de las realidades, el poder político podría necesitar un cambio en los puntos de
vista que había mantenido anteriormente. Según él escribió al economista francés Jean
Bap tiste Say, en Marzo de 1815:
250 Creadores de la Estrategia
Moderna

".... anteriormente, estaba persuadido de que una nación, distante como la nuestra de
las disputas de Europa, evitando cualquier tipo de ofensas a otras naciones, y olvidando
las ofensas recibidas de ellas, siendo justos con todos, cumpliendo fielmente los preceptos
de la neutralidad, llevando a cabo acciones de amistad y tratando de conjugar sus
intereses con los beneficios para nuestro comercio, considero que una nación así, podría
vivir en paz y considerarse un miembro más de la gran familia del genero humano; en ese
caso, se podría dedicar a todo aquello que pudiera producir mejor, estando segura de
llevar a cabo intercambios de mercancías y bienes que pudieran ser suministrados por
otros. Pero la experiencia demuestra que la paz no sólo depende de nuestra justicia y
prudencia, sino también de los demás; entonces, cuando se entra en guerra, la
interrupción de los intercambios que deben realizarse a través del amplio mar, se convierte
en una poderosa arma en manos de un enemigo que domine ese elemento, y a las otras
angustias de la guerra, hay que añadir la carestía de todas aquellas materias necesarias y
que habíamos permitido que dependieran de nuestro enemigo. Este hecho elimina todas
las dudas al respecto, reduciendo toda la problemática a que el primer interés de un
Estado es su propio beneficio y preservación. Consecuentemente, nos estamos convirtiendo
en productores hasta un grado increíble para aquellos que no lo ven personalmente, sobre
todo teniendo en cuenta el corto período de tiempo desde que abandonamos los estilos
políticos y comerciales de Inglaterra. Nosotros establecemos tasas prohibitivas para todos
aquellos artículos de manufactura extranjera que la prudencia aconseja producir aquí, con
la determinación patriótica de que ningún buen ciudadano use artículos extranjeros que
pueden ser producidos por nosotros, sin importar la diferencia de precio, asegurándonos
contra una recaída en la dependencia del extranjero" (59).
Aunque Jefferson nunca estuvo de acuerdo con los puntos de vista de Hamilton
respecto al ejército regular, llegó a considerar que debía darse un mayor apoyo al
mantenimiento de una estructura militar, basada en un compromiso total hacia el
servicio. En 1813 escribió ajames Monroe: "Es motivo de alegría el que tengamos pocos de
los caracteres perniciosos que caracterizan a los modernos ejércitos regulares. Pero eso
establece de forma más concluyeme la necesidad de obligar a que cada ciudadano sea un
soldado; éste era el caso de
los griegos y de los romanos, y también debe ser el de todo Estado libre
Debemos entrenar y clasificar a todos los ciudadanos varones y proporcionales instrucción
militar, como parte de la educación en los centros de enseñanza. No podremos estar
seguros hasta que esto no se cumpla" (60).
Alexander Hamilton no puede ser considerado como un gran economista, excepto
quizás en un sentido: su argumento sobre la "industria incipiente" para la protección de
los productores, sobre la cual dijo todo aquello que era posible, con una gran eficacia en
la forma de expresarse y de llevarlo a cabo en la práctica. En la formulación de esta parte
de su famoso informe contó con la colaboración de Tench Coxe, Secretario del Tesoro, y
uno de los proteccionistas de la escuela de Filadelfia y que había ejercido una notable
influencia
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 251

influencia en Hamilton. Pero la significancia histórica de su lucha por el desarrollo


industrial de los Estados Unidos es mucho mayor de lo que eso representa en sí mismo, ya
que todo lo que escribió estaba orientado a construir la estructura de la política
económica americana. Por ser hombre que combinaba la economía con la política y los
asuntos de Estado, Hamilton está a la altura los más grandes hombres de Estado de los
tiempos modernos. De hecho, es para los Estados Unidos, lo que Colbert, Pitt o Bismark
fueron para sus respectivos países. El poder y los efectos de sus ideas estuvieron impresos
de forma indeleble en las sucesivas generaciones de americanos, de manera que en el
campo de la industria y del gobierno su influencia es más notable que la de ningún otro
de sus contemporáneos, excepto Jefferson (61).

Es una de las ironías de la historia el hecho de que fueran los oponentes políticos de
Hamilton, Jefferson y Madison, quienes hicieran más que él mismo por hacer efectivas sus
ideas proteccionistas y nacionalistas de la política económica. El embargo que inició
Jefferson en Diciembre de 1807, la ley denominada Non-Intercourse Act, y la consiguiente
guerra con Gran Bretaña, en la que Madison se vio envuelto a pesar suyo, tuvieron el
resultado práctico de cerrar virtual-mente todas las entradas de productos extranjeros y
convirtieron a los Estados Unidos en dependientes exclusivamente de sus propios
recursos. Las industrias que habían nacido bajo la zozobra y las necesidades de los años
1808 a 1815 eran sobre las que se centraba toda la protección de la nación, ya que a
partir de 1816 se empezaron a aplicar una serie de tarifas proteccionistas.
Mientras los americanos estaban aún resentidos por las ofensas infringidas por la
Francia napoleónica y por Gran Bretaña, existía entre ellos un acuerdo sustancial en el
sentido de que era preciso un apoyo gubernamental a los productores. Por una parte
Madison y Jefferson, y la guerra de los halcones de 1812, y por otra, Clay y Calhoun, se
encontraron en el mismo terreno. En Enero de 1816, Jefferson escribió una denuncia, en
términos extremadamente amargos, de aquellos que mantenían sus anteriores teorías del
libre comercio, como "un caballo apuntalado para ocultar sus pretensiones de
mantenernos en eterno vasallaje de un pueblo extranjero y enemigo (los ingleses)". Hizo
una llamada a todos los americanos para "mantener la paz, no comprando nada
procedente del extranjero cuando exista algo equivalente que haya sido fabricado en el
país, independientemente de la diferencia de precio, porque la experiencia me ha
enseñado a que los productores son ahora tan necesarios para nuestra independencia
como para nuestro confort". Con el fin de lograr una firme independencia de todos los
demás, "debemos colocar ahora al productor al lado del agricultor" (62). El propio
Hamilton no podría haber dicho más al respecto.
252 Creadores de la Estrategia
Moderna

Pero con el paso del tiempo, las viejas diferencias reaparecieron y se produjo una
nueva polémica acerca del proteccionismo, hasta que en 1846 la Tarifa Walker estableció
de nuevo la concordia, al menos temporalmente. Fue en este debate cuando Friedrich List,
hizo su aparición en la escena americana y formuló sus teorías económicas que iban a
tener una extraordinaria influencia no sólo en Estados Unidos, sino sobre todo, en
Alemania. List había nacido en Württemberg en 1789, estudió en la universidad de
Tubingen (donde posteriormente ejerció como profesor de ciencias políticas), y entró en
la vida pública como un ardiente defensor de la Zollverein. Sus ideas liberales y
nacionalistas le mantuvieron en constante tensión con el gobierno reaccionario de su
país natal, finalizando en el exilio en 1825, dirigiéndose a Estados Unidos y estable-
ciéndose en Pennsylvania. Llegó a ser editor del semanario Adler, orientado al público
germano-americano y que llegó a tener una notable influencia dentro del Estado. Su
interés por los temas de la política comercial pronto le llevaron a entrar en contacto con la
Pennsylvania Society for the Encouragement of Manufactures and the Mechanic Arts, que estaba
regida por los hábiles y vigorosos Mathew Carey, Charles Jared Ingersoll y Pierre du
Ponceau, entre otros (63). Aunque Mathew Carey era el articulista más activo, List
escribía con una mayor experiencia sobre economía y política y se convirtió en el más firme
defensor del proteccionismo durante su estancia en América. Fue el portavoz de los indus-
triales de Pennsylvania, mantuvo entrevistas con los más influyentes hombres de estado del
momento, fue el presidente del Lafayette College; en 1832 regresó a Alemania como
ciudadano de los Estados Unidos y miembro del servicio consular, por encargo de Andrew
Jackson. Fue cónsul en Baden-Baden hasta 1834, en Leipzig (1834-1837) y en Stuttgart
(1837-1845). Se suicidó en 1846 cuando una grave enfermedad le había apartado del
servicio público.
La historia intelectual de List es bastante fácil de describir. En su juventud "viendo
que Alemania se había sumergido en una ola de decaimiento y falta de bienestar", decidió
estudiar economía política, para que "el bienestar, la cultura y el poder fueran restaurados
en Alemania". Llegó a la conclusión de que la solución a los problemas de Alemania
residía en el principio de la nacionalidad. " Vi claramente que la libre competencia
entre dos naciones altamente civilizadas, sólo podía ser mutuamente beneficiosa en el
caso de que ambas tuvieran un desarrollo industrial muy similar, y que cualquier nación
que esté detrás de otras en industria, comercio y navegación, debe, antes que nada, for-
talecer su poder industrial, con el fin de poder entrar en libre competencia con las
naciones más avanzadas. En suma, me di cuenta de la diferencia entre una economía
cosmopolita (64) y una economía política. Advertí que Alemania debía abolir sus
aranceles internos y adoptar una política económica uniforme frente a las naciones
extranjeras, para obtener el mismo grado de desarrollo comercial e industrial que el que
otras naciones habían alcanzado con su política comercial".
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 253

La similitud de los puntos de vista precedentes con los temas centrales del
mercantilismo (unificación nacional y desarrollo de la potencia nacional a través
de la política económica), son evidentes.
List continuaba diciendo: "Cuando posteriormente visité los Estados Unidos,
busqué todos los libros que existían al respecto, pero la mayoría no hacían sino
desorientarme. El mejor trabajo sobre economía política que se puede leer en esa
tierra joven es la vida real. Allí se puede ver crecer los Estados y hacerse ricos y
poderosos; y el progreso que ha necesitado siglos en Europa, es realidad ante los
ojos de uno. Ese libro es la vida real y yo lo he estudiado con ansiedad y
comparado con mis estudios anteriores, experiencias y reflexiones. Y elresultado ha
sido (como espero) la proposición de un sistema que no se fundamente en el
cosmopolitismo, ya que no posee una sólida base, sino en la naturaleza de las cosas,
en las lecciones de la historia y en las necesidades de las naciones" (65).
Es razonable creer que List formulaba sus puntos de vista sobre la política y la
economía, no como él decía, mientras era joven en Alemania, sino después de su
llegada a los Estados Unidos. Ciertamente sus Outlines of American Political
Economy (una serie de cartas escritas a Charles Jared Ingersoll durante el verano de
1827 y posteriormente editadas en forma de panfleto y distribuidas por los
proteccionistas de Pennsylvania), contienen todas las ideas esenciales elaboradas
por The National System of Political Economy, que aparecieron catorce años después.
Los "Outlines" mostraban de forma tan clara la influencia de Hamilton y Mathew
Carey, que no resulta lógico dudar del predominio de las ideas y condiciones
americanas en el desarrollo de las teorías económicas de List (66).
Sin embargo, List era alemán por los cuatro costados. El fue siempre un exilado
infeliz en América y adquirió la nacionalidad estadounidense para evitar
desconfianzas y persecuciones que habían sido su bagage previo en su tierra natal.
Admiró y envidió los vastos recursos sin desarrollar de los Estados Unidos, el vigor
juvenil del país, su éxito al conseguir la unificación política, es decir, la Realpolitik
de Hamilton, el vigoroso nacionalismo de Jackson, el entusiasmo americano por
el ferrocarril y los canales, y las aparentemente ilimitadas posibilidades para el
futuro de los Estados Unidos como potencia mundial (67). Pero él anunciaba
todas estas cosas como esperanza y aspiraciones para su propio país, tan
trágicamente desunido por aquel entonces. La Alemania de su tiempo podría
incluso haber frustrado la determinación de Colbert. Prusia, el estado dominante
del norte alemán, tenía más de 67 aranceles diferentes en sus propios territorios,
con casi 3000 artículos que tenían que ser recaudados por un verdadero ejército
de oficiales de aduanas; había fronteras de unas 1000 millas por el resto de
Alemania que afectaban a 28 estados diferentes. No obstante, y a pesar de las
aparentemente insuperables dificultades, List soñaba con una nueva y más
poderosa Alemania, unificada por un mercado libre interior, con protección frente
al exterior y un sistema
254 Creadores de la Estrategia
Moderna

sistema nacional de correos y ferrocarriles; y finalmente, elevada a la categoría de una


gran potencia europea. Durante su vida vio sólo una parte de su programa realizado. El
Zollvereín, que destruyó más obstáculos al comercio interior y a la unidad política "que
los que habían sido eliminados por los torbellinos políticos de las revoluciones francesas y
americana", fue en parte debido a sus esfuerzos. Su incesante propaganda del ferrocarril
dio sus frutos antes de su muerte. No vivió para ver las revoluciones de 1848, los éxitos de
Bismarck y la creación del imperio alemán. Pero el hecho de haber sido uno de los artífices
de la moderna Alemania es algo que se ha ido apreciando cada vez más, con el paso del
tiempo. El es también uno de los mas claros exponentes de la Gran Alemania, que en
ocasiones se ha convertido en la pesadilla del mundo civilizado (68).

VI

La preocupación primaria de la teoría de List, tanto económica como política, era el


poder, ya que él relacionaba poder con bienestar. En este sentido, a pesar de sus
contradicciones, fue evolucionando hacia el mercantilismo. El escribía en estos términos,
"una nación es una sociedad especifica compuesta por individuos que, poseyendo un
gobierno común, leyes, derechos, instituciones, intereses, historia y gloria, así como una
defensa y seguridad común para sus derechos, riquezas y vidas, constituye un cuerpo libre
e independiente, y sigue sólo los dictados de sus propios intereses, en relación con otros
cuerpos y que poseyendo el suficiente poder para regular los intereses de los individuos
que constituyen ese cuerpo, es capaz de crear la mayor cantidad de bienestar colectivo en
el interior y la mayor cantidad de seguridad respecto a otras naciones.
El objeto de la economía de ese cuerpo no es sólo la riqueza, como si se tratase de una
economía individual o cosmopolita, sino el poder y la riqueza, porque la riqueza nacional
es aumentada y asegurada por el poder nacional, de la misma manera que el poder
nacional aumenta y se asegura por la riqueza nacional. Sus principios no son, por tanto,
sólo económicos, sino también políticos. Los individuos pueden ser muy ricos; pero si la
nación no es poderosa para protegerlos, pueden un día perder la riqueza que han
atesorado durante largas épocas, así como sus derechos, libertad e independencia".
En otra ocasión escribía, "como la potencia asegura la riqueza, y la riqueza aumenta la
potencia, son ambas, en partes iguales, las que se benefician mutua y armónicamente de
la agricultura, el comercio y la industria dentro de las fronteras del país. En ausencia de
esta armonía, una nación nunca será poderosa ni rica". Por lo tanto, el poder productivo
es la clave de la seguridad nacional. "El Gobierno, no sólo tiene el derecho sino la
obligación, de promover todo aquello que pueda incrementar la riqueza y el poder de la
nación, si esto no puede ser llevado a cabo por los individuos. De esa manera, es su
obligación salvaguar- dar el comercio mediante una marina, porque los barcos mercantes
no pueden protegerse
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
255

protegerse a sí mismos; también es su obligación proteger el transporte de bienes mediante


leyes de navegación, porque ese transporte apoya al poder naval de la misma forma que
este es apoyado por aquel; el interés por las compañías navieras y el comercio en general,
debe estar apoyado por otras actividades afines, como la agricultura, y en cuanto a la
industria, por puentes, canales, puertos y ferrocarriles; los nuevos inventos deben estar
protegidos por leyes de patentes, de manera que los productores vean protegidos sus
intereses al impedir que aquellos se vean absorbidos por mano de obra extranjera" (69).
La riqueza no tiene ninguna utilidad sin "la unidad y el poder de la nación". Por esa
razón, la Alemania moderna, al no conseguir ni su unificación política, ni una política
comercial vigorosa y única, fue incapaz, durante muchas generaciones, de mantener la
posición que le correspondía entre las naciones y que, según List, actuaba en el papel de
una colonia para las demás naciones. Alemania estuvo varias veces "al borde de la ruina
por la libre competencia con otras naciones, y debería darse cuenta de que, en las
condiciones del mundo que le ha tocado vivir, una gran nación debe buscar las garantías
de su prosperidad e independencia antes que ninguna otra cosa, en el desarrollo
independiente y uniforme de su potencial y de sus recursos".
Los aranceles y otras normativas restrictivas que supuestamente se implantan para el
desarrollo de dicha potencia y recursos, "no son más que invenciones de mentes
especulativas, como una consecuencia lógica de la diversidad de intereses, del forcejeo de
las naciones después de su independencia o de una modificación sustancial del reparto
de poderes", en otras palabras, en un sistema típico de guerra. "La guerra, o la simple
posibilidad de ella, hace que el establecimiento de una capacidad de producción sea un
requisito indispensable para cualquier nación de primera categoría". De la misma
manera que sería una solemne tontería si un estado disolviera sus ejércitos, destruyera sus
flotas y demoliera sus fortalezas, también sería ruinoso para una nación si basara su
política económica en el supuesto de una paz perpetua y en una federación mundial que
existe sólo en las mentes de la escuela del libre comercio (70). La capacidad de una
nación para sostener una guerra se mide por su capacidad para producir riqueza, es decir,
en el mayor desarrollo posible de su poder productivo, que es el objetivo principal para la
unificación nacional y el proteccionismo. Las políticas proteccionistas pueden resultar
durante un tiempo, pero sólo durante un cierto tiempo, en un nivel de vida más bajo,
como consecuencia de los aranceles, que suponen necesariamente unos precios más altos.
Pero para aquellos que defiendan la idea de que unos precios más bajos de los bienes de
consumo es de vital importancia y representa un peso sustancial en las ventajas del
comercio con el exterior, "encontrarán numerosos problemas en su camino, pero muy
poco acerca del poder, honor y gloria de su nación". Estas personas deben darse cuenta
de que las industrias protegidas son una parte orgánica del pueblo alemán. "¿Y quién
podría consolarse por la pérdida de un brazo si supiera que por ese motivo sus camisas le
constarían un cuarenta por ciento menos?" (71).
256 Creadores de la Estrategia
Moderna

A mayor potencia productiva, mayor fortaleza de la nación en sus relaciones exteriores


y mayor será su independencia en tiempo de guerra. Por lo tanto, los principios
económicos no pueden separarse de sus implicaciones políticas: "En una época en la que
la técnica y la mecánica ejercen una influencia tan grande en los métodos y formas de
guerra, donde todas las operaciones bélicas dependen tan importantemente de la
hacienda pública, donde el éxito de la defensa depende fundamentalmente de si la masa
de la nación es rica o pobre, inteligente o estúpida, enérgica o apática, si sus simpatías se
dirigen exclusivamente a la tierra de sus antepasados o parcialmente a países extranjeros,
si puede llamar a filas a un elevado número de soldados o a solo a unos pocos, es en
este momento, más que en ningún otro antes, cuando se debe valorar la importancia de
los productores desde el punto de vista político" (72).
List poseía una aguda perspectiva de los factores que constituían el potencial militar.
Según él, "el presente estado de las naciones es el resultado de la acumulación de todos los
descubrimientos, inventos, mejoras, perfeccionamiento y esfuerzos de todas las
generaciones que nos han precedido;....y cada nación por separado es productiva
solamente en la medida en la que han sabido aprovecharse de estos logros para las
generaciones posteriores y mejorarlos aportando sus propios conocimientos, en los cuales
las capacidades naturales de su territorio, su extensión y posición geográfica, su población
y poder político, han sido capaces de desarrollar de la forma más completa y simétrica
posible, todas las fuentes de riqueza dentro de sus fronteras, así como de extender su
influencia moral, intelectual, comercial y política sobre otras naciones menos avanzadas, y
tomar parte en asuntos de ámbito mundial" (73).
Cada una de estas creencias constituye un paso hacia una política de expansión
territorial en el continente europeo y una expansión colonial en ultramar, y List no
dudaba en dar estos pasos. El quería una Alemania unida para mantener su influencia
desde el Rin al Vístula y desde los Balcanes al Báltico. Consideraba que, "una población
numerosa y un territorio extenso dotado con recursos naturales diversificados, son los
requisitos esenciales para establecer una nacionalidad; ellos son los fundamentos de la
estructura espiritual de un pueblo, así como su desarrollo material y del poder político....
Una nación restringida en población y en territorio, especialmente si posee un idioma
diferente, sólo puede poseer una literatura lisiada y unas instituciones minusváli-das
para promover las artes y las ciencias. Un estado pequeño nunca podrá alcanzar un
grado total de desarrollo en sus recursos colectivos". Por consiguiente, "las naciones
pequeñas mantendrán su independencia con grandes dificultades y podrán existir
solamente por la tolerancia de los estados más grandes y por alianzas que requerirán un
sacrificio muy importante de la soberanía nacional" (74).
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
257

Todo lo anterior no es muy diferente de los conceptos contemplados posteriormente


en la Lebensraum, que constituían los aspectos básicos del programa de List para lograr la
Gran Alemania. Dentro de una Alemania unificada, él abogaba por la inclusión de
Dinamarca, Holanda, Suiza y Bélgica; las tres primeras por sus raíces comunes de raza y
lengua, así como por razones económicas y estratégicas. Necesitaba a Dinamarca, Bélgica y
Holanda porque era esencial que Alemania controlara las desembocaduras de los ríos
alemanes, además de la costa desde la desembocadura del Rin a Prusia Oriental,
asegurando de esta manera, cubrir las necesidades de la nación alemana que "carece de
zonas de pesca, de poder naval, comercio marítimo y colonias". La absorción de estos tres
países junto con Suiza, supondría establecer para Alemania las fronteras naturales del mar
y las montañas que son esenciales, tanto en el plano económico como en el militar (75).
Alemania comenzaría de esta manera con una penetración pacífica por los territorios deí
Danubio hasta la Turquía europea. Estas áreas eran las fronteras naturales de Alemania,
o Hinterland, y tenían "un interés incalculable, ya que podría establecerse
permanentemente en estas regiones la seguridad y el orden" (76).
"El poder de esta nación tendría un efecto beneficioso sobre las naciones menos
avanzadas y, mediante sus propios recursos de tioblación y de su fuerza mental y material,
se fundarían colonias y aparecerían nuevas naciones". Cuando una nación no puede
establecer colonias, "todos sus recursos demográficos, sus medios intelectuales y materiales
que fluyen desde esa nación a países no preparados, suponen una pérdida de su propia
literatura, civilización e industria, y sólo van en beneficio de otras naciones". Esto es
notoriamente cierto en lo que respecta a la emigración alemana a Estados Unidos. "¿Qué
ventaja se obtendría si los emigrantes a América del Norte se convirtieran en hombres
prósperos? En su relación personal han perdido para siempre la nacionalidad alemana, y
por lo tanto, su producción material, Alemania no puede esperar sino frutos muy pobres.
Es una pura ilusión si la gente piensa que la lengua alemana va a poder ser mantenida por
los alemanes que viven en Estados Unidos, o que, después de un tiempo, va a ser posible
establecer allí Estados alemanes". Por todo ello, la.: conclusión es que Alemania debe
poseer colonias en el sureste y centro europeo y en Sudamérica. Dichas colonias serían
mantenidas por todos los recursos de la nación, incluyendo compañías paraestatales y "un
vigoroso sistema consular y diplomático" (77).
List sabía muy bien que su programa de expansión continental y el establecimiento de
colonias en ultramar no podía llevarse a cabo sin guerras. Con motivo de una polémica
surgida con el Times de Londres acerca de que Alemania debería estar preparada, ya que
el futuro podría traer guerras, List sostenía que estas servirían para movilizar los recursos
morales y materiales de la nación para apoyo de su economía (78).
258 Creadores de la Estrategia Moderna

Fue Inglaterra quien se interpuso en el camino de las ambiciones alemanas. Resultó ser
el exponente determinante de la política de equilibrio de fuerzas, que movilizó "al menos
poderoso para dar un toque de atención a las intrusiones del más fuerte". Inglaterra
permaneció virtualmente inmóvil en sus posiciones como potencia de un imperio que
había conseguido por el desarrollo de sus manufacturas. Por lo tanto, "si las otras
naciones europeas desean también tomar parte en la aventura de cultivar extensos
territorios y civilizar a naciones bárbaras, o bien a naciones que fueron en su día
civilizadas, pero que han caído de nuevo en la barbarie, deben comenzar por desarrollar
su propia producción de manufacturas, su comercio marítimo y su poder naval. Puesto que
estos objetivos van a ser perturbados por los productos manufacturados ingleses, su
comercio y su supremacía naval, se impone la unión con otras potencias como único
medio para reducir estas pretensiones irracionales" (79).
Fue Inglaterra también quien permaneció como un coloso a lo largo de las rutas
marítimas mundiales, haciendo difícil para cualquier otra nación alcanzar el poder naval
que era necesario para alcanzar un total desarrollo. En una situación que daría crédito a
las teorías del Almirante Mahan, List escribía:
"Inglaterra ha poseído las llaves de todos los mares y ha establecido un centinela en
cada nación:para los alemanes, Heligoland; para los franceses, Guernsey y Jersey; para los
habitantes de América del Norte, Nueva Escocia y las Bermudas; para América Central, la
isla de Jamaica; para los países a orillas del Mediterráneo, Gibraltar, Malta y las islas
Jónicas. Inglaterra posee todas las posiciones estratégicas a lo largo de las rutas
existentes en la India con la excepción del Canal de Suez, que está ansiosa de adquirir;
domina el Mediterráneo a través de Gibraltar, el Mar Rojo por Aden, y el Golfo Pérsico
por Bus-hine y Karachi. Necesita solamente dominar los Dardanelos, y los canales de
Suez y Panamá para tener la capacidad de abrir y cerrar a su antojo cada mar y cada ruta
marítima" (80).
Teniendo en cuenta la abrumadora fuerza naval, comercial y colonial de Gran
Bretaña, ninguna nación podía hacerle frente de forma aislada, por lo que era
necesario contar con una poderosa ayuda de otras. "Las naciones que son menos
poderosas en el mar que Inglaterra, solamente pueden vencerla uniendo sus fuerzas
navales", por lo tanto, cada nación "está interesada en el mantenimiento y prosperidad
del poder naval de las otras naciones que pueden ser sus aliadas"; así, juntas, "deberían
constituir un poder naval unificado", entre otras cosas, con el fin de evitar el control total
por parte de Gran Bretaña de las rutas marítimas mundiales (especialmente las del
Mediterráneo) (81). Un aspecto importante sería la elección de las naciones
continentales que formarían parte del bloque europeo encargado de controlar y limitar
el poderío inglés: "Si solamente consideramos el enorme interés común de las naciones
continentales para oponerse a la supremacía marítima inglesa, nos llevaría a la convicción
de que no hay nada más necesario para ellas que la unión y nada más desastroso que
sumergirse en guerras continentales. La
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
259

continentales. La historia del último siglo nos muestra que todas las guerras sostenidas
en el continente entre potencias europeas, han producido el invariable efecto de
aumentar la industria, la riqueza, la navegación, las posesiones coloniales y el poder de
Gran Bretaña" (82).
Pero el pensamiento estratégico de List no conocía ningún limite, ni siquiera de ámbito
continental. En una mirada hacia el futuro, comprendió que llegaría un día en el que la
bandera con barras y estrellas, no la de la Unión Jack, ondearía por los mares y entonces
habría que dirigir los esfuerzos de esas mismas naciones para limitar el poder de los Estados
Unidos.
"Las mismas causas que han llevado a Inglaterra a su actual poderío, en el curso del
próximo siglo servirán para proporcionar a los Estados Unidos de América un grado de
industria, riqueza y poder que sobrepasará al de Inglaterra en la misma proporción que si
se compara actualmente a ésta con Holanda. Por ley natural, los Estados Unidos
aumentarán su población en ese período a cientos de millones de almas; estas difundirán
sus instituciones, su civilización y su espíritu por todo el continente americano,
exactamente igual que lo que han hecho recientemente con las provincias mejicanas
vecinas. La Unión Federal abarcará todos estos inmensos territorios, una población de
varios cientos de millones de personas que desarrollarán los recursos de un continente que
excede con mucho a los de Europa, tanto en extensión como en riqueza natural. El poder
naval del nuevo mundo occidental sobrepasará al de Inglaterra, de la misma manera que
sus costas y sus ríos exceden al de esta última en extensión y magnitud.
Por lo tanto, en un futuro no muy lejano, la necesidad natural que impone ahora a
los franceses y alemanes a establecer una alianza continental contra la supremacía de los
ingleses, impondrá a estos últimos la necesidad de establecer coalición con otras naciones
europeas contra la supremacía de América. Entonces, Gran Bretaña se verá obligada a
buscar en la unión de potencias europeas la protección, seguridad y compensación
contra el predominio americano, equivalente a su perdida supremacía.
Sería bueno para Inglaterra concienciarse de la necesidad de resignarse cuanto
antes, ya que una postura reconciliadora afianzaría la amistad con las otras potencias
continentales europeas y éstas aceptarían la idea de que fuera únicamente la primera
entre iguales" (83).
La visión de Friedrich List acerca de Inglaterra es un estudio interesante de psicología,
quizás más específicamente de psicología alemana. List admiraba y envidiaba enormemente
a Inglaterra y a sus instituciones liberales, y pocos hombres han rendido un tributo a
Inglaterra más elocuente. Sin embargo, también la temía e incluso la odiaba. Sufrió un
complejo de persecución por el que se sentía hostigado, incluso en la propia Alemania, y
estaba convencido de que Inglaterra estaba empeñada en frustrar el plan Zollvereín y
cualquier otro intento que condujera a la unificación alemana. Siempre arisco, se vio
envuelto
260 Creadores de la Estrategia Moderna

envuelto en controversias particularmente mordaces con técnicos y pensadores ingleses,


especialmente con los seguidores de Adam Smith. Al final de sus días, fue a Inglaterra
con la vana esperanza de preparar el camino para una alianza anglo-alemana. Elaboró un
minucioso informe sobre este asunto y lo presentó al Príncipe Alberto, a Sir Robert Peel
(Primer Ministro), a Lord Clarendon (Secretario para Asuntos Exteriores) y al Rey de
Prusia. Contaba con el apoyo de Bunsen, el Embajador prusiano en Londres, además de
con algunas instituciones británicas. Pero Peel no aceptó el plan y List volvió a Alemania
en otoño, enfermo y espiritualmente destrozado, hasta el punto de que el 30 de
Noviembre de 1846 se suicidó (84).
Existen algunas fantasías en el informe de List acerca del valor y de las condiciones de la
propuesta alianza anglo-alemana, pero también revelan una aguda visión de algunas
realidades estratégicas que debían afrontar ambos países a mediados del siglo XIX. En
primer lugar, Sir Halfort Mackinder, más de un siglo después, coincidió con List en que la
supremacía marítima británica no era eterna. El pensó que el desarrollo del ferrocarril y la
navegación a vapor, podrían dar a las potencias continentales muchas ventajas respecto a
las Islas Británicas, que por aquel entonces no poseían estos adelantos técnicos. La
creciente potencia de otras naciones, especialmente de Estados Unidos, abría la posibilidad
de que el control de los mares podría ser de nuevo amenazado; sin poder controlar los
mares, la única ventaja que disfrutaba Inglaterra por su condición insular, se vería
seriamente comprometida. List previo también la unión de las razas latina y eslava a través
de la alianza franco-rusa, y creía que Gran Bretaña y Alemania compensarían cualquier
alianza tomando el liderazgo de los pueblos germánicos. Según List, cualquier intento en
esta dirección se encontraría con la resistencia de los intereses creados por la industria
británica, pero, por el contrario, Inglaterra debería afrontar el hecho de que su posición
como potencia mundial se vería de esta manera más asentada e incluso ampliada.
List fracasó, como otros muchos, en encontrar la fórmula que condujera a la
solidaridad anglo-alemana porque, para bien o para mal, nunca ha habido un acuerdo
entre las dos naciones acerca de lo que realmente constituye una comunidad de
intereses y porque numerosos factores de índole moral y psicológico han permanecido en
el camino del mutuo entendimiento. Falló también en su intento de deshacer, en unos
pocos meses su labor de estridente propaganda antibritánica realizada durante años.

VII

La más importante contribución de List a la estrategia moderna fue su estudio sobre la


influencia del ferrocarril en la capacidad del poder militar de los países. Su interés por
este medio nació durante su estancia en América, donde fue uno de los promotores de la
Schuylkill
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 261

Schuylkill Navigation, Railroad and Coal Company, precursora de la actual Reading


System. A partir de entonces, el ferrocarril fue una de las pasiones de su vida. Sus escritos
sobre el ferrocarril se plasmaron en dos volúmenes que constituyen una parte muy
importante de toda su obra. Durante los años 1835 y 1836, publicó Das Eisenbahn Journal,
una revista dedicada a promover la construcción del ferrocarril en Alemania. A ninguna
causa le dedicó más tiempo y energía que a la de construir una red de ferrocarriles que
abarcará todo el ámbito nacional, en la que él veía uno de los pilares sobre los que se
asentaría la unificación alemana.
No es de extrañar que mostrara un gran interés por los efectos económicos del
ferrocarril, puesto que era mucho más previsor que la mayoría de sus contemporáneos. Su
visión de las implicaciones estratégicas que tenían para Alemania el transporte a vapor es
sorprendente y llama la atención por su extremada agudeza. Antes de la aparición del
ferrocarril, la posición estratégica de Alemania era la más débil de Europa, con el
resultado de haber sido el tradicional campo de batalla de todo el continente. List vio,
antes que ningún otro, que el ferrocarril proporcionaría una gran fortaleza a la situación
geográfica de su país. Con la unificación política, fortalecida por una red ferroviaria a lo
largo y ancho de la nación, Alemania se convertiría en un bastión defensivo en el
mismo corazón de Europa. La velocidad de movilización, la rapidez con la que las tropas se
podrían desplazar desde el centro del país a su periferia, y otras posibilidades evidentes de
las líneas interiores, serían las ventajas más importantes de Alemania respecto a cualquier
otro país europeo. En una palabra, List aseguraba que un perfecto sistema de ferrocarriles
transformaría todo el territorio de la nación en una gran fortaleza que podría ser
defendida en cualquier momento por todo su potencial combatiente, con los mínimos
gastos y con el menor impacto en la vida económica del país. Y una vez finalizada la guerra,
la vuelta de las tropas a sus hogares podría llevarse a cabo de forma similar, con gran
facilidad y rapidez. Por todas estas razones, entre otras, List previo en 1833 una red de
ferrocarriles para Alemania, que coincide sustancialmente con la actual Reichsbahnen y,
que en su opinión, permitiría al ejército de una Alemania unificada, en el caso de una
invasión, movilizar sus tropas desde cualquier punto del país a las fronteras, de tal forma
que tendría un efecto multiplicador sobre su potencial defensivo y evitaría así que se
repitieran las numerosas invasiones que había sufrido Alemania en los doscientos últimos
años. Diez veces más fuerte en su capacidad defensiva, Alemania sería también diez veces
más fuerte en el ataque, por lo que podría llevar a cabo un tipo de guerra ofensivo,
aunque List lo consideraba improbable (85).
En las demandas de List sobre la construcción del ferrocarril en Alemania había
algunas anotaciones que reclamaban una actuación urgente. "Cada milla de ferrocarril
que una nación vecina finalice antes que nosotros, cada milla nueva de ferrocarril que
posea, le dará una ventaja adicional sobre Alemania; por lo tanto, está en nuestras manos
la decisión de si queremos hacer uso de las nuevas armas defensivas que el progreso nos
ofrece, de la misma
262 Creadores de la Estrategia
Moderna

misma manera que nuestros antepasados tuvieron que decidir si echarse al hombro el fusil
o continuar con el arco y las flechas "(86). Cuando se tiene en cuenta que todo esto fue
escrito antes de que la Guerra Civil Americana fuera la primera y definitiva prueba del
valor militar del ferrocarril, no queda más remedio que admirar la extraordinaria
intuición de este hombre.
List se equivocó al pensar que el ferrocarril permitiría a los estados europeos reducir
el tamaño de sus ejércitos; por el contrario, como se demostró posteriormente en la guerra
franco-prusiana, el ferrocarril simplificó los problemas logísticos y por esa razón permitió el
movimiento de ejércitos más numerosos, junto con cantidades enormes de munición y
suministros; se equivocó también al considerar que la construcción del ferrocarril
reduciría el peligro de guerra. Pero acertó al asegurar que la vía del ferrocarril sería
menos vulnerable que otras muchas instalaciones de carácter permanente, hecho que
fue posteriormente demostrado por los bombardeos alemanes sobre Inglaterra y por los
ataques aéreos aliados sobre el continente europeo durante la Segunda Guerra
Mundial (87).
Incluso antes de que Alemania poseyera su red de ferrocarriles, los sueños de List iban
más allá de las fronteras y se extendían hacia el resto de Europa y Asia. De hecho, parece
que fue él quien concibió la idea del ferrocarril de Bagdad. En su proyecto de alianza
anglo-alemana, proponía que las comunicaciones inglesas con la India y el Lejano
Oriente deberían ser mejoradas mediante líneas de ferrocarril desde el Canal de la
Mancha al Mar de Arabia. En su opinión, el Nilo y el Mar Rojo deberían estar tan cerca de
las Islas Británicas como lo estaban el Rin y el Elba en tiempos de Napoleón; Bombay y
Calcuta deberían estar tan accesibles como Lisboa y Cádiz. Esto se podría conseguir
extendiendo la, aún en proyecto, red de ferrocarriles germano-belga que llegaría hasta
Venecia; desde allí, vía los Balcanes y la Península de Anatolia, al Valle del Eufrates y al
Golfo Pérsico y, finalmente, a Bombay. Un ramal sirio enlazaría la línea principal con El
Cairo y Sudán. Una línea de telégrafo correría paralela a la del ferrocarril, de manera que
Downing Street estaría en contacto permanente con las Indias Orientales, de la misma
manera que lo estaba con Jersey y Guernsey. List también proyectaba una línea
transcontinental desde Moscú hasta China (88). Ninguno de estos proyectos le
parecían más ambiciosos ni atrevidos que los planes que se estaban discutiendo por aquel
entonces para los ferrocarriles americanos desde el Atlántico al Pacífico.
Para garantizar la seguridad política de los territorios por los que debía pasar el
ferrocarril, Alemania y Gran Bretaña establecerían un alianza en la que se definirían sus
respectivas áreas de interés. La expansión de la influencia alemana hasta Turquía evitaría
la interferencia de cualquier nación hostil al Imperio Británico. Hablando en hipérbole,
como él solía hacer a menudo, List decía que "setenta u ochenta millones de alemanes
constituirían la garantía que requería esa situación". Por otra parte, Gran Bretaña
controlaría
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar
263

controlaría todo el Asia Menor, Egipto, Asia Central y la India; un vasto territorio cuya
cesión estaría más que compensada por la amenaza que suponía la creciente potencia
mundial americana (89).
La propuesta de List respecto al control de Europa hasta Turquía estaba
íntimamente relacionada con su deseo de llevar a cabo una emigración a gran escala a la
cuenca del Danubio y a los Balcanes. De hecho, todos sus planes para la construcción del
ferrocarril estaban entrelazados con su pasión por una Alemania unificada y más
poderosa. "Una red de ferrocarriles alemana y el Zollve-rein es una pareja de siameses.
Nacidos al mismo tiempo, físicamente enlazados uno con el otro, con una sola alma, cada
uno sirve de apoyo al otro y se esfuerzan para conseguir el'mismo objetivo: la unificación de
los pueblos alemanes en uno grande, cultivado, rico, poderoso y, en definitiva, en una
inviolable nación alemana. Sin el Zollverein, no merecería la pena ni siquiera discutir
sobre la conveniencia de establecer una red alemana de ferrocarriles. Únicamente con la
ayuda de la red ferroviaria es posible alcanzar la grandeza nacional alemana, y sólo a
través de esa grandeza, la red de ferrocarriles puede desarrollar todas sus potencialidades"
(90).

VIII

Cuando List murió en 1846, muy pocos de sus proyectos, a los que había dedicado
toda su vida, tenían alguna esperanza de llevarse a cabo. En 1846, Inglaterra revocó la
Ley Corn, y los Estados Unidos adoptaron la Tarifa Walker, que comprometían seriamente
los principios de autarquía y proteccionismo, y eran un paso importante hacía el libre
mercado. La industrialización había continuado en Alemania, pero muy lentamente, y el
ferrocarril alemán era sólo un proyecto. El conservadurismo y el separatismo continuaron
al este del Rin, por lo que la unificación nacional alemana no se presentaba fácil. Con el
fin de favorecer esa unificación, List mostró un gran interés por el Zollverein ya que
constituía un sólido logro que ayudaría a dar crédito a sus proyectos. Quedó para los
historiadores la tarea de evaluar la importancia del Zollverein en la creación del posterior
Imperio Alemán.
No obstante, el espíritu de List continuaba vivo. Dos años después de su trágica muerte,
varios movimientos revolucionarios convulsionaron a Alemania, dando nacimiento a la
esperanza de que el pueblo alemán llegaría a constituirse en una nación bajo la doctrina
liberal, algo que List había deseado con todo su corazón, ya que era un ferviente defensor
del liberalismo de la clase media y de un gobierno constitucional, con las adecuadas
garantías de libertad individual. Pero las revoluciones liberales de 1848 fracasaron y
desembocaron en una política de sangre y hierro. "Los nacionalistas alemanes de carácter
conservador y nacionalista aceptaron los preceptos económicos de List mientras que
renegaban de sus postulados políticos (de liberalismo y derechos individuales); y un
número
264 Creadores de la Estrategia
Moderna

número cada vez mayor de industriales alemanes, independientemente de sus


convicciones nacionalistas o políticas, vieron en el programa nacional de List un gran
alivio para los presagios de la competencia británica. Incluso los nacionalistas liberales de
generaciones posteriores, que habían crecido con tendencias más cercanas al
nacionalismo que al liberalismo, poco a poco fueron orientándose hacia las opiniones de
List. En 1880, el estado nacional alemán, bajo la dirección tutelar de Bismarck, siguió
verdaderamente la trayectoria económica que había marcado Friedrich List" (91).
De hecho, Bismark y sus sucesiones fueron incluso más allá de lo que List se atrevió en
lo que se refiere al nacionalismo económico y autárquico. List se había opuesto siempre a
establecer compromisos sobre las importaciones de alimentos. Pero el sistema de tarifas
alemán que se desarrollo durante el Imperio fue un plan global para dar protección a la
empresa Junkers y a los industriales, quienes trazaron juntos las bases del nacionalismo
económico, el militarismo, el navalismo y el colonialismo. La opinión de List acerca de las
tarifas sobre el grano no parece que se hubiera opuesto al espíritu y a los propósitos de las
declaraciones del Canciller Caprivi al Reichstag, el 10 de Diciembre de 1891: "La
existencia del Estado está en juego cuando no se encuentra en posición de depender
únicamente de sus propios recursos. Es mi convicción que nosotros no podemos soportar
el consumir la misma cantidad de maíz que sería necesario, en caso de emergencia, para
alimentar a nuestra población...en caso de guerra.... Estimo que la mejor política para
Alemania es que se apoye en su propia agricultura, lo que conducirá a que cualquier
tercer país no podría calcular exactamente las necesidades de nuestra nación en caso de
guerra. Estoy absolutamente convencido de que en una futura guerra, el avituallamiento
del ejército y del país jugará un papel absolutamente decisivo" (92).
Gran parte de la política económica del Segundo Reich estuvo basada en la hipótesis
de que tarde o temprano Alemania estaría inmersa en una guerra para defender sus
territorios y para hacerse un puesto en el concierto internacional. Como preparación
ante una eventualidad de este tipo, los hombres de estado alemanes consideraban que
sus actuaciones deberían depender de la fortaleza inherente de Alemania antes que de la
buena voluntad de sus vecinos o de la incertidumbre de las comunicaciones marítimas.
Los políticos del Kaiser pueden haber sido los culpables de algunas distorsiones en las ideas
de List, pero si éste hubiera vivido, habría entendido perfectamente lo que pretendían.
De la misma manera, hubiera comprendido la motivación autarquica del Wehrwirts-chaft
de los nazis, aunque desaprobaría, con toda seguridad, las ideas racistas de •Hitler y la
violación de los derechos individuales de Himmler.
Desgraciadamente, List también sentó las bases para algunos conceptos básicos del
pangermanismo y del nacional socialismo, como el Lebensraum, el Drag nach Oslen, la
expansión naval y colonial, las fronteras no estables, la permanente lealtad de la
Auslanddeutsche
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 265

Auslanddeutsche a la patria y el anhelo del establecimiento de un bloque continental contra


la alianza angloamericana.
Como Hamilton, List fue una figura clave en la revitalización del mercantilismo en el
mundo moderno. Lo que pudo haber constituido las virtudes del mercantilismo en los
siglos XVII y XVIII, se convirtieron posteriormente en una fuerza incendiaria en un mundo
ya de por sí inflamable y explosivo. El nuevo mercantilismo resultó ser más peligroso
porque operaba en una sociedad altamente organizada e integrada. Para vergüenza de los
antiguos mercantilistas, puso a disposición del estado toda la potencia para hacer de él un
estado-fuerza. Las ideas primitivas fueron reforzadas por otras nuevas, en forma de cuotas,
boicots, controles, racionamiento, almacenes y subsidios. Aparte del nacionalismo
económico que duró alrededor de cincuenta años a partir de 1870, estas ideas han
producido sistemas económicos totalitarios, y estados y guerras totalitarias, que están de tal
forma interconectadas, que resulta casi imposible averiguar cual es la causa y cual el
efecto. En nombre de la seguridad nacional y de la autoridad política se han cometido
verdaderas atrocidades en todos los campos de la actividad humana (93).
Como consecuencia ineludible de todo esto, estallaron las dos Guerras Mundiales.
Únicamente se las puede entender por referencia a los conceptos de poder del siglo XIX
en Europa. El pensamiento de Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List estuvo
condicionado por el hecho de que eran británico, americano y alemán, respectivamente.
Pero en los aspectos fundamentales sus puntos de vista eran sorprendentemente iguales.
En opinión de todos ellos, el poder militar estaba constituido sobre bases económicas y
cada uno defendía un sistema nacional de economía que se ajustaba perfectamente a su
propio país. Los errores que se han cometido en el mundo como consecuencia del
mercantilismo no son achacables a ellos. Siempre que las naciones continúen
depositando su destino en un nacionalismo desenfrenado y en una soberanía sin
restricciones, continuarán apoyándose en todas aquellas medidas que, a su juicio,
garanticen mejor su independencia y seguridad.

NOTAS:

1. The Federalist (1787), (edición Modern Library, New York, 1937, con
introducción de E.M. Earle). Todas las referencias a páginas serán respecto a
esta edición. El texto completo se encuentra también en los volúmenes 11 y 12 de
las obras completas (Works) a las que se hace referencia en la nota n° 30.
2. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations de Adam Smith.
Originalmente publicado en 1776. Por conveniencia se ha utilizado la edición de
Modern Library (con introducción de Max Lerner) que es una reproducción de la
edición de Edwin Cannan (London 1904). La frase utilizada aquí se encuentra en
el libro 4, capítulo 2, párrafo 431.
3. Friedrich List, Das nationalem System derpolitischen Okonomie (Stuttgart, 1841). Consta
de 10 volúmenes publicados en Berlín entre 1927-1935; el volumen 6 es una
edición de Artur Sommer, Berlín 1930. Se trata de edición de las obras de List,
publicadas en cooperación con la euts- che Akademie. Esta nota procede de la
traducción al inglés realizada por Sampson S. Lloyd, titulada The National System of
Political Economy (London 1885), 37-38. A partir de aquí se hará referencia al título
National System de dicha traducción.
4. Una medida típica de enardecer a la población era la prohibición de utilizar cercas
en las tierras de pasto para aumentar las tierras de cultivo de alimentos. Por
ejemplo, un decreto de 1548 en Inglaterra establecía que "la seguridad.... del reino
debe defenderse de los enemigos mediante la fuerza de sus hombres y con todo
aquello que tenga verdadero valor, no con rebaños de ovejas y manadas de
animales". Citado por Eli Heckscher en Mercantilism, traducción de M. Shapiro, 2
volúmenes (London 1935), 2:44.
266 Creadores de la Estrategia
Moderna

5. Ibid, 2:21, 24.


6. Esto es una frase, no una anotación, de la obra The Mercantile System and its Historical
Significance de Gustav Schmoller, traducción de W. J. Ashley (London y New York,
1896), 72. texto alemán es Das Merkantilsystem in seiner historischen Bedeutung,
publicado por primera vez en Schmollers Jahrbuch en 1884.
7. National System de List, 293.
8. Wealth of Nations de Smith, 460-461. Incluso antes de la Guerra de los Siete Años,
David Hume en un ensayo sobre el Jealousy of Trade había ido contra todas las
ideas mercantilistas: "no sólo como hombre, sino con británico, rezo por el
florecimiento del comercio de Alemania, España, Italia e incluso Francia" porque
de esa forma también mejorarían sus políticas hacia otras "de más amplias miras y
más benevolentes" (David Hume, Essays Moral, Political y Literary, edición de T.H.
Green y T.H. Grose (London, 1898), 1:348.
9. Sobre las compañías de fletes, ver Wealth of Nations, de Adam Smith, 595-606.
10. Ibid, 460.
11. La discusión acerca de los presupuestos de guerra se encuentra en ibid, libro 4,
capítulo 1, párrafos 398-415. Las anotaciones dadas aquí son de los párrafos 199,
409, 679.
12. Ibid 878-79. Los hechos históricos no apoyan la tesis de que los gobiernos o los
pueblos calculan cuidadosamente los costos de la guerra antes de que empiecen las
hostilidades.
13. Ibid, libro 5, capítulo 1, parte 1, párrafo 653-69. Anotación en párrafo 653.
Heckscher, en su Mercantilism comprendió perfectamente todo lo que Smith
consideraba como dogmas básicos del mercantilismo. William Cunninghan,
admirador de Smith, en su obra Growth of English Industry and Commerce in Modem
Times (Cambridge 1882) parece haber confundido todo el contexto cuando dice que
Smith trató "la riqueza sin referencia directa al poder"; ciertamente Smith no
habría suscrito la afirmación de Cunninghan de que " las rivalidades nacionales y
el poder nacional es lo más importante" y que el estudio de la riqueza tenía que
separarse de estos "aspectos inferiores" (párrafo 594).
14. Citado en Sea Power and British North América, de G.S. Graham (Cambridge, Mass.,
1941), 15. Esta obra es muy importante por su contenido acerca de los Navigation
Acts. Ver especialmente párrafo 7-15.
15. Wealth of Nations de Smith, libro 4, capítulo 2, párrafo 430-31.
16. Ibid, libro 4, cap. 5, párrafo 484-85.
17. Ibid, 545-46, 609-10, 484, n. 39
18. Ibid, 429, 434, 484-89 (esp. n. 39)
19. National System, de List 295-96. Ver un comentario similar, aunque menos mordaz,
de Schmoller en su Mercantile System, 79-89. Merece la pena consultar la obra
Wehrwirtschaftliches in Adam Smith Werk überden Volkwohlstandde P.F. Schroder, en
SchmallersJahrbuch, 63, nQ 3 (1939), 1-16.
20. Of the True Greatness of Kingdoms and States, de Francis Bacon, de Essays Civil and
Moral, en The Works of Francis Bacon, editado por James Spedding (Boston, 1840), 7-
176.
21. Wealth of Nations, de Smith, libro 5, capítulo I, párrafos 738-40.
22. Ver un artículo del profesor Charles J. Bullock de Hanvard, acerca de la visión de
Adam Smith sobre la Defensa Nacional, en Military Historian and Economist I (1917),
249-57.
23. History of England, de Thomas Macaulay, edición Riverside (Boston), 4:186-87.
24. Lectures on Justice, Police, Revenue and Arms, de Adam Smith, edición de Edwin
Cannan (Oxford 1896).
25. A Short Introduction to Moral Philosophy, de Francis Hutcheson (Glasglow 1764),
2:348-49.
26. Wealth of Nations, de Smith, libro 5, capítulo I, párrafos 658-59.
27. Smith estaba claramente equivocado al referirse a que "los gastos totales" de la
Guerra de los Siete Años, así como los costos de las guerras anteriores deberían
ser cargados a las colonias. La discusión acerca de las colonias se encuentra en
Wealth of Nations, libro 4, capítulos 7 y 8.
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 267

27. Ibid, 581-82. Es interesante comparar los puntos de vista de Smith sobre las
colonias con los de Jeremy Bentham, uno de sus más fervientes seguidores.
Bentham coincidía en que la defensa de las colonias era muy costosa, pero iba
más allá y defendía la idea del abandono de las colonias inglesas y, por su
puesto, la renuncia a adquirir ninguna más. Sus argumentos se encuentran en
Principles of International Law, edición de John Bowring (Edinburgh 1843),
volumen 2, ensayo 4, párrafo 548-50.
29. Wealth o/Nations, de Smith, 587-88.
30. Los escritos militares de Hamilton se encuentran en los volúmenes 6 y 7 de sus
obras completas, editadas por Henry Cabot Lodge, Federal Edition, en 12
volúmenes (New York y London, 1904).
31. Ver el artículo de Alian Nevíns sobre Hamilton en Dictionary of National
Biography.
32. Este hecho queda establecido en el ensayo Alexander Hamilton de W.S.
Culberston (New Haven, 1911) párrafos 90, 107-108, 127-29. Ver también el
artículo Alexander amilton and Adam Smith de Edward G. Bourne.
33. Friedrich List in América de William Notz en American Economic Review de Junio
de 1926. Para comprobar la influencia que Hamilton tuvo en List ver el artículo
sobre Hamilton en Handwórterbuch der Staatswissenschaften de 1923 de 1923, 4:21
y Life of Friedrich List, de M.E. Hirst (London, 1909), 112-18.
34. Alexander Hamilton, de W.G. Summer (New York, 1890), 175.
35. Ver la introducción de este ensayo.
36. Report on Manufactures de Hamilton, en sus obras completas 4:70-198, párrafos
71-73, 100-101. Este informe también está incluido en un trabajo editado por
Samuel Mckee Jr. titulado Papen on Public Credit, Commerce and Finance by
Alexander Hamilton (New York 1934).
37. Report on Manufactures de Hamilton, 73, 100-102.
38. Ibid 70. Comparar con la afirmación realizada durante el primer mensaje anual
de Washington al Congreso en 1790 en el sentido de que "la seguridad y el
interés del pueblo libre requieren que se deberían apoyar estas empresas para
hacerlas independientes de las demás para todos aquellos productos esenciales
y en particular de los de utilización militar".
39. Report of Manufactures, de Hamilton, 135-36.
40. Ibid, 105-106.
41. Ibid, 167-68. Esta no fue la primera ocasión en que Hamilton hizo esta
propuesta respecto a las municiones. Como presidente de un comité especial
del Congreso sugirió en 1783 que "debería constituir un serio propósito de la
política, para ser capaces de producir todos aquellos artículos de primera
necesidad en guerra" y que con este objetivo se deberían construir fábricas de
municiones y armas, de carácter estatal.
42. Para el texto y otros detalles, ver Washington's Farewell Address de Victor H.
Paltsis (New York, 1935), párrafo 184-85.
43. Todas las anotaciones de los párrafos anteriores y la siguiente están extraídas de
The Federalist n a ll.
44. Comparar esto con las siguientes frases de Roosevelt (gran admirador de
Hamilton) durante una reunión mantenida en 1910 con empresarios del medio
oeste americano: "Amigos, la Navy no es un tema que interesa sólo a los
Estados de la costa. Ningún hombre que viva en las praderas, en los ricos valles
de los ríos, o en los Grandes Lagos puede decir que no está interesado en la
Navy, de la misma forma que no lo haría si viviera en la costa de Nueva
Inglaterra o en la costa del Golfo" (discurso en Omaha, el 2 de septiembre de
1910).
45. Cartas de Alexander Hamilton a Robert Morris en 1780.
46. Ver también The Federalist, na 10, escrito por Madison.
268 Creadores de la Estrategia Moderna

47. Segundo Informe sobre el Crédito Público de Hamilton (diciembre 1794).


Recogido en sus obras (Works) en 3:199-300.
48. Borrador de Hamilton para la ceremonia de bienvenida de Washington.
Editado por Paltsits, Washington's Farewell Address, 193.
49. Ibid, 193-96.
50. The Federalist, n° 11, página 65.
51. Esta famosa frase fue de Hamilton, no de Washington como normalmente se
le atribuye. Washington cambió la palabra "dicte" por "aconseje".
52. The Federalist, na 4, página 65.
53. Ver el artículo de Hamilton Answer to Questions Proposed by the President of the
United States de 15 de Septiembre de 1790 y recogido en el libro Works, 4:338.
Respecto a sla amenaza de los territorios europeos en América del Norte, ver The
Federalist, n 24, párrafo 150-51. The Federalist en su número 11, página 69, deja
claro que si hubiera vivido, Hamilton hubiera sido partidario de la Doctrina
Monroe.
54. The Federalist,a n° 25, página 156. Ver también ibid na 4 (de Jay), na 23 (de
Hamilton) y n 41 (de Madison).
55. Ibid, ns 74, página 48.
56. The Federalist, na 25, página 157. Incluso antes, Hamilton había expresado su
preocupación por la política militar de los Estados Unidos. Ver la carta ajames
Duane en 1780 y el informe de Hamilton sobre la conveniencia de crear un
comité en el Congreso en 1783, recogidas ambas en Works, 1:215-16 y 6:463-
83. Creía que el ejército debería ser nacional en organización y administración;
que el sistema de defensa debería ser al margen de la separación de los estados;
que debería estar bajo una supervisión nacional respecto a la uniformidad,
entrenamiento y equipos; que debería haber una academia militar de carácter
nacional; y que se debería favorecer la fabricación nacional de municiones.
57. The Federalist, n- 6, página 30. En los n2 3, 4 y 5 de The Federalist, John Jay hace un
estudio sobre las causas de la guerra y hace una premonición al asegurar que
el creciente comercio con China provocaría que los Estados Unidos se viesen
envueltos en un conflicto internacional en el Extremo Oriente.
58. Writings of Thomas Jefferson editado por Andrew A. Lipscomt, en 20 volúmenes
(Washington D.C. 1903-1940), 5:94.
59. Ibid, 14:258-60.
60. Ibid, 13:261.
61. Mr. Julian Boyd, de Princeton University, ha tenido el privilegio de examinar
la correspondencia y los manuscritos de Tench Coxe que indican que tuvo
una gran influencia en la formulación del Report on Manufactures. Para
comprobar la contribución real de Coxe al documento final será preciso
esperar a la publicación de los escritos de Coxe por sus descendientes. Un
análisis muy crítico sobre Report on Manufactures se encuentra en la obra
Govermment and Economic Life de Frank A. Fetler, en 2 volúmenes y editados en
Washington D.C. en 1940, 2:536-40.
62. Writing of Thomas Jefferson 14:389-93. Carta a Benjamin Austin.
63. Esta sociedad parece que fue inspirada en la Philadelphia Society for
Promotion of Domestic Industries, fundada por Hamilton. La Pennsylvania
Society publicó varias ediciones del Report on Manufactures, así como algunos
panfletos de Mathew Carey, quién después de Hamilton fue el máximo
contribuyente del llamado sistema americano.
64. Cosmopolita fue el término que empleo List para describir los escritos de Adam
Smith. Desgra ciadamente List confundió Smithsonismo, en el sentido de que era
alguna cosa que alguien decía que lo había dicho Smith, con las verdaderas
ideas de éste. Respecto a esto, ver la admirable introducción del Profesor J.S.
Nicholson a la edición 1904 de la traducción de Lloyd del The National System.
65. Prefacio del autor al That National System. List negó siempre ser un
mercantilista, aunque admitía que había tomado de ellos "las partes
aprovechables de este sistema decrepito".
Adam Smith, Alexander Hamilton y Friedrich List: Las bases económicas del poder militar 269

66. Este tema había sido debatido arduamente. Ver la séptima edición del The
National System del Profesor K.T. Eheberg (Stuttgart, 1853) para comprobar
que los puntos de vista de Hamilton tenían poca o ninguna influencia de List.
67. List creía firmemente que antes de un siglo los Estados Unidos superarían a
Gran Bretaña en industria, riqueza, comercio y poder naval (National System, 40,
77-86, 339).
68. List fue adoptado por los expansionistas, los pangermanistas e incluso por los
nazis como su patrón. Existe un pamfleto característico de la Primera Guerra
Mundial, Friedrich List ais Prophet des neuen Deutschland (Tubingen, 1915). En la
actualidad existe una novela titulada Eín Deutscher ohme Deutschland: Eín Friedrich
List Román, de Walter von Molo. Esta novela es digna de tenerse en cuenta, no
como ficción histórica, sino como un ejemplo de las mentalidades
pangermánica y nazi. Von Molo hace algunas afirmaciones, no demostradas y
algunas de ellas improbables, acerca de la influencia de List sobre Andrew
Jackson, von Moltke y otros.
69. Outlines of American Political Economy de Friedrich List (Berlín 1927-1935), 2:105-
106 (a partir de ahora la denominaremos Works). La similitud de esta idea
respecto a los puntos de vista de Hamilton es evidente. Ver también ibid,
página 374, en la que el editor, Dr. Notz establece una comparación entre la
doctrina de List, no sólo con Hamilton, sino también con Daniel Raymond,
Mathew Carey y John C. Calhoun.
70. Le systeme naturel d'economiepolitique de List (1837) en Works, 4:186. The National
System, 87, 91-92, 102-107. No es preciso recordar que Adam Smith no basó su
sistema en la hipótesis de una paz universal o en una federación mundial. El
propio List dijo en algunas ocasiones que el objetivo final de toda sociedad era
constituirse en un estado de carácter mundial.
71. The National System, de List, 119, 140. Comparar la idea de List acerca del poder
productivo, con la de Adam Smith en la que afirmaba que el poder de una
nación para enzarzarse en una guerra estaba determinado por "el producto
anual de su industria, de los impuestos anuales obtenidos por sus tierras, trabajo
y bienes de consumo".
72. The National System, de List, 168-69; también en 118-19.
73. Ibid, 113-14.
74. Ibid, 142.
75. Ibid, 142-43, 216, 327, 332, 346-47. No se conocen las razones por las que List
menospreció los ríos como fronteras naturales.
76. Ibid, 347. List decía que era mejor que los alemanes emigraran al Danubio que a
las costas del Lago Erie.
77. Ibid, 142, 216-17, 345-47.
78. Die Times und das deutsche Schutzsystem de List, editado en 1846.
79. The National System, de List, 216-17, 330.
80. Ibid, 38. Respecto al canal de Panamá, por cuya posesión los ingleses
mantuvieron un contencioso con Estados Unidos, List proponía una via de
agua internacional, bajo control alemán: Der Kanal durch de Landenge von
Panamá, eín Unternehmen für die Hansestádte, en Works, 7:234-36.
81. The National System, de List, 332-337.
82. Ibid, 338.
83. Ibid, 339-40.
84. Para un mayor análisis de su misión en Inglaterra, ver Lifeáe Hirst, 97-106.
85. Para el plan 1833, ver Uber eín sáchsisches Eísenbahsystem ais Grundlage eínes
aUgemeínen deutschen Eisenbahnsystem, en "Works, volumen 3, parte 1, párrafos 155-
95. Para la teoría estratégica general de los ferrocarriles ver Deutschlands
Eisenbahnsystem in militarischen Beziehung, en ibid, 260-70, escrito en 1834-36.
86. Deutschlands Eísenbahmsystem de List, 266-68.
87. Uber eín allgemeines Eisenbahnsystem in Frankreich en Works, volumen 3, parte 2,
párrafos 564-73.
88. Ver mapa correspondiente a Der Mann und das Werk de Friedrich Lenz (Munich
y Berlín, 1936).
89. Sobre el ferrocarril a la India, ver Uber... eíner Allíanz zwischer Grossbrittannien und
Deutschand. Sobre los detalles relativos a la ruta de Constantinopla-Baghdad-
Basra-Bombay, ver Works, volu-
270 Creadores de la Estrategia Moderna

men 3, parte 2, página 679. La población del Imperio Alemán no alcanzó los 70
millones hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial.
90. Das deutsche Eínsenbahnsystem, de List, en Works, volumen 3, parte 1, página 347. En
relación con la expansión del ferrocarril por el área del Danubio: Die
Transportverbesserung in Ungarn, en ibid, párrafos 434-60.
91. The Historical Evolution of Modem Nationalism de C.J.H. Hayes (New York, 1931), 272-73.
92. The Evolution of Modern Germany de W.H. Dawson (New York, 1908), 248.
93. En relación con el posterior desarrollo de estas ideas ver The New Mercantilism y
Political Science Quarterly de E.M. Earle (1925). También y con una particular
referencia a los totalitarismos económicos, ver Economics in Uniform: Military Economy
and Social Structure de A.T. Lauterbach, editado por Princeton en 1943,
especialmente los capítulos 1-4.
Sigmund Neumann y Mark von Hagen
9. Engels y Marx sobre
la Revolución, la Guerra
y el Ejército en la Sociedad
9. Engels y Marx sobre
la Revolución, la Guerra y
el Ejército en la Sociedad

"Los filósofos han interpretado el mundo solamente en unos determinados aspectos;


sin embargo, de lo que se trata es de cambiarlo". Esta máxima de Karl Marx en su Theses on
Feuerbach, al principio de su carrera literaria, proporciona una de las claves para la
comprensión de su teoría. Estaba orientada fundamentalmente a la acción; el análisis
teórico se convierte en estéril si no existe un trabajo preliminar y una preparación para el
asalto revolucionario final. Para hacer que la revolución del proletariado fuera una
realidad, Marx y Engels prestaron una gran atención en sus escritos a los problemas tácticos
y a las consideraciones de carácter militar en sus escritos.
Esta parte crucial de sus estudios fue durante mucho tiempo olvidada dentro de la
literatura sobre el marxismo. La omisión se debió en parte a que la inmensa cantidad de
material relacionado con los problemas militares está muy disperso en sus escritos y no
está disponible en una sola obra, como es el caso de El Capital, que constituye el estudio
básico de la teoría económica marxista. Para poder realizar un análisis de Marx y Engels
como pensadores militares, además de tener en cuenta el momento histórico en el que
vivieron, resulta de una gran importancia examinar la correspondencia que
mantuvieron entre ambos, así como numerosos escritos publicados en periódicos.
Los errores básicos de interpretación de su doctrina, son también los responsables de
la falta de atención a sus concepciones militares. Sus ideas sobre estrategia y táctica militar
pueden parecer ajenas al espíritu de estos pensadores radicales, quienes se declaraban
enemigos de la máquina militar, la casta militar y el estado militar; quienes anticiparon
que el orden socialista traería consigo un milenio de paz; y cuya posición como
independientes del estado difícilmente sugeriría una consideración realista del poder militar y
del planeamiento de campañas específicas. Sin embargo, en los últimos escritos de
Engels, expresó su repulsa a la posibilidad de una futura guerra mundial, que amenazaría
con destruir los avances conseguidos no sólo por la clase trabajadora y por los movimientos
socialistas, sino por la propia civilización occidental. El previo unas mayores posibilidades
para el triunfo del socialismo si los cambios se hacían mediante votaciones en vez de a
través de convulsiones violentas. Y que incluso sería un grave error considerar a los
protagonistas de la lucha de clases de carácter internacional como pacifistas.
274 Creadores de la Estrategia Moderna

El marxismo reemplazó las utopías iniciales de las décadas de 1820 y 1830 no


solamente en un nuevo concepto "científico" del desarrollo social, sino también en una
evolución más realística de las fuerzas políticas. El nuevo análisis pretendía ser
eminentemente práctico, es decir, una "ciencia aplicada". Las consideraciones
estratégicas constituían el corazón de su teoría política. Aunque las generaciones
posteriores dieron una gran importancia, sobre todo al enorme legado teórico que Karl
Marx y Friedrich Engel dejaron tras de sí los problemas históricos específicos y sus análisis,
parece que también tuvieron un gran interés para ellos. De hecho, uno de los análisis
concretos que desarrollaron los dos en conjunto fue un estudio sobre la guerra y sobre los
problemas de organización militar.
Los escritos de Marx y Engels fueron ganando en significancia y perspectiva conforme se
iban desdibujando los parámetros y problemas de la guerra del siglo XX. Marx y Engels
pueden ser considerados como los predecesores de la guerra total moderna. El
descubrimiento por parte de las doctrinas nacionalsocialistas de que la guerra moderna
poseía una naturaleza cuádruple (diplomática, económica, psicológica, y sólo como
último resorte, la militar) era ampliamente conocida por Engels y Marx. Ellos sabían muy
bien que las campañas podían perderse mucho antes de que se disparara un solo tiro, por
lo que se decidieron a actuar con antelación en los frentes económicos y psicológicos.
Durante la crisis de 1857, Engels escribió a Marx: "Una depresión económica prolongada
podría utilizarse en beneficio de una estrategia revolucionaria astuta, como un arma para
ejercer una presión continua... con objeto de enardecer al pueblo...de la misma manera
que un ataque de la caballería resulta más impresionante si los caballos comienzan a
galopar unos quinientos pasos antes del enemigo para efectuar la carga". Para Marx y
Engels en la guerra se debía combatir con diferentes medios, dependiendo de la
circunstancias. En palabras del militante sindicalista Georges Sorel, un ataque de
carácter generalizado desembocaría en una batalla napoleónica, como en la Guerra de
Crimea que puede considerarse como el preludio de las grandes guerras internacionales.
Para Marx y Engels los fenómenos históricos no son más que la consecuencia global y
dinámica de las fuerzas socio-políticas actuando en el mundo moderno. Esta perspectiva les
dio una capacidad de penetración en asuntos militares muy superior a la que tuvieron sus
predecesores, hasta el punto de que a ellos se debe el especial carácter de las
revoluciones modernas.
Más significante incluso para el desarrollo de las políticas de índole revolucionaria fue
la evolución de los padres del socialismo hacia el estudio de los asuntos internacionales
en general. Pronto comenzaron a constatar que la revolución alemana de 1848 había sido
un rotundo fracaso como consecuencia de sus implicaciones internacionales. De hecho,
desde los primeros días en que se publicó el periódico Neue Rheinische Zeitung, en el que
Marx
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 275

Marx participó como editor "para producir el periódico más radical , más brioso y más
individualista de la primera revolución alemana", los dos amigos se dieron perfecta
cuenta hasta qué punto la política exterior, la guerra y los temas internacionales están
interconectados. También llegaron a la conclusión de que el futuro de las revoluciones
europeas no podría depender de los esfuerzos de un solo país. Esto encaminó su atención
a una concienzuda reflexión sobre las relaciones entre socialismo, política militar y
asuntos extranjeros, porque sin una comprensión perfecta de estas relaciones, no sería
posible llevar a cabo ninguna estrategia revolucionaria realista. Todo ello constituye una
de las mayores contribuciones de Marx y Engels, pasaría por alto a menudo por sus
analistas, puesto que dieron una nueva dimensión al cambio social, yendo más allá de la
típica etapa insurreccional de un golpe de estado aislado (Putsch) para trasladarse al plano
de la política de ámbito mundial. La guerra y la revolución (establecidas de forma
inequívoca en nuestros días como dos movimientos gemelos) fueron contemplados desde
ese momento como íntimamente interrelacionados por estos dos teóricos del mundo de
la revolución.

Si se reconoce la naturaleza esencialmente militante y activista del socialismo


moderno, los papeles que desempeñan sus líderes van cambiando con el tiempo; es por
eso por lo que la figura de Friedrich Engels gana relevancia cuando se le compara con su
amigo y camarada, Karl Marx. Engels no sólo escribió una buena parte de los estudios
históricos que han sido atribuidos a Marx, sino que el "Carnot de la futura revolución",
como se le ha llamado, tenía una idea mucho más clara del impacto de los avances
técnicos en materia militar en la historia. Engels predijo muchos de los cambios
importantes que se produjeron posteriormente, no sólo en tiempo de paz sino también en
la guerra, y contribuyó de esta forma, aunque indirectamente, a la creación de conceptos
y técnicas de estrategia militar que se desarrollarían varias décadas después.
Con un carácter y un temperamento opuestos en muchos aspectos, Marx y Engels son
el prototipo de una amistad de corte clásico. A lo largo de casi cuarenta años, el trabajo
literario de uno complementó el del otro. Establecieron entre ellos una división natural
del trabajo. Marx se destacó por su trabajo profundo y de investigación siguiendo la rígida
tradición intelectual de sus antecesores y fue sin duda el pensador más sistemático de los
dos. Sin él, los escritos de Engels habrían estado faltos de dirección y de síntesis. Marx
era también el mejor como estratega político, con un cierto don para calibrar una
determinada situación, especialmente en momentos revolucionarios, una cualidad que le
faltaba a su amigo y colaborador y que le llevó a veces a conclusiones apresuradas. No
obstante fue el sombrío Marx, quien "luchó contra el espíritu de su tiempo como lo hizo
276 Creadores de la Estrategia
Moderna

hizo Jacob con el ángel y cuyo trabajo se vio lentamente recompensado", y


admiraba la fuerza de Engels. "El puede trabajar a cualquier hora del día,
alimentarse o ayunar; escribe y compone con una incomparable facilidad".
Aunque Engels aceptó a jugar un papel secundario, su contribución fue crucial
para el trabajo de ambos en su conjunto. Sus estudios en Inglaterra cuando era
joven y sobre todo su libro The Condition of the Working Class in England fueron los
pilones donde se basó su teoría socialista. Durante toda su vida se dedicó a
seleccionar todo aquello que él consideraba de valor, seleccionándolo y
combinándolo con mano firme y sentido común. Su mentalidad era fundamen-
talmente práctica. Hijo de un industrial de Renania-Palatinado, y durante una
buena parte de su vida empresario por cuenta propia (aunque en contra de su
natural inclinación), en la ciudad de Manchester, tuvo un contacto de primera
mano con la naturaleza del creciente sistema industrial, pero sobre todo era un
hombre de acción.
Engels dijo de su propio estilo que, como si se tratara de la artillería, "cada
artículo golpeaba y explotaba como un proyectil". La terminología que empleaba
no era un mero juego de palabras. Incluso en sus escritos más abstractos, Engels
hizo un amplio uso de términos y experiencias de carácter militar, porque él se
consideraba a sí mismo por naturaleza un soldado y un guerrero. Orgulloso de su
servicio en el ejército prusiano, y especialmente del papel activo que desempeñó
en la primera insurrección de Badén de 1849, prestó su atención al estudio de la
ciencia militar durante todos los años que estuvo en el exilio en Inglaterra, con el
fin de prepararse para la próxima revolución.
Los escritos de Engels relacionados con temas militares son los más extensos de
todo su trabajo literario. Escribió con sumo cuidado algunos tratados sobre las
campañas, detallados estudios sobre armas y tácticas, apuntes biográficos de líderes
militares y revisó y criticó numerosos libros sobre la guerra e instituciones
militares. A lo largo de toda su obra muestra una sorprendente familiaridad con
las acciones y escritos de los grandes líderes militares de la historia. Al mismo
tiempo, su juicio independiente y original es sorprendente. En su análisis acerca
de campañas específicas o de desarrollos tecnológicos, iba más allá del de
reconocidos expertos en la materia, y sus artículos en periódicos sobre temas
militares tienen hoy en día un extraordinario valor. Incluso críticos militares
contemporáneos suyos y que eran sus adversarios, respetaban sus opiniones. Sus
artículos sobre la Guerra de Crimea en el New York Tribune fueron atribuidos al
General Winfield Scott, que era uno de los candidatos para la presidencia de los
Estados Unidos. Otro de sus artículos, denominado Po and Rhine fue considerado
durante mucho tiempo como un trabajo del general prusiano Von Pfuel.
Sobre sus escritos militares se pueden decir lo que un comentarista dijo en una
ocasión sobre Clausewitz: "Es un crítico genial. Sus opiniones son tan claras y
sólidas como el oro. Es un ejemplo de cómo la grandeza del pensamiento
estratégico
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 277

estratégico consiste en la simplicidad". De hecho, Clausewitz impresionó a Engels, quien


escribió a Marx en Septiembre de 1857: "Entre otras cosas, ahora estoy leyendo la obra
"De la Guerra", de Clausewitz. Es una filosofía extraña, pero es muy bueno. Sobre la
cuestión de si la guerra debería considerarse un arte o una ciencia, la respuesta que da es
que la guerra es más parecida a un negocio. La lucha es a la guerra lo que el pago al
contado es a un negocio, de manera que todo está dirigido a eso, y cuando tenga lugar,
debe ser decisivo".
El énfasis que dio Clausewitz a la acción decisiva y a la ofensiva táctica, incluso en
situaciones de defensiva estratégica, se convirtieron en una herramienta imprescindible
de la estrategia revolucionaria. La militancia y la preparación para la acción ofensiva fue
un axioma para Engels y, gracias a su influencia, también lo fue para Marx.Sin embargo,
más allá de estos conceptos fundamentales, sus concepciones sobre los temas militares
fueron cambiando, lo que les llevó a ser más realistas, más circunspectos y también dar
una interpretación más dinámica de los acontecimientos políticos y militares de su tiempo.

II

Como ha sucedido a menudo a lo largo de la historia, las revoluciones de 1848 han


sido mal interpretadas y subestimadas en su espíritu y en su alcance. El radicalismo de
1848 fue eminentemente militante. En realidad fueron ecos de la gran convulsión
provocada por la Revolución Francesa, pero todos ellos acabaron en derrotas. Después de
unos comienzos victoriosos, las desavenencias dividieron a las fuerzas revolucionarias y la
clase media, políticamente inmadura, sucumbió ante una experimentada casta imperante.
El movimiento revolucionario se extinguió sin haber obtenido ningún resultado palpable.
Sin embargo, estas guerras civiles en Europa tuvieron una gran importancia desde el
punto de vista militar. La lucha se desarrolló en barricadas, aunque en Alemania y
Austria también se extendió a los campos de batalla tradicionales. Los rebeldes eran
conducidos a menudo por oficiales profesionales que habían abandonado los ejércitos
austríaco y prusiano para unirse a los revolucionarios, lo que en el siglo XX se hubiera
denominado, influencias "bolcheviques".
Entre estos pioneros militares de la revolución figuran personajes pintorescos como el
aventurero Otto Von Corvin. George Weydemeyer, uno de los primeros seguidores de
Marx y Engels, había sido oficial de artillería del ejército prusiano y, después de emigrar a
Estados Unidos, llegó a ser coronel del ejército de la Unión durante la Guerra Civil.
Friedrich Wilhelm Rüstow, oficial prusiano que también se convirtió en revolucionario,
fue acreedor de una gran reputación internacional como historiador militar, crítico y
profesor, gracias a su actuación como Jefe del Estado Mayor de Garibaldi durante la
conquista de Sicilia y en la marcha sobre Ñapóles. De hecho, la literatura militar
contemporánea muestra a estos luchadores de las barricadas como una fuerza muy impor-
278 Creadores de la Estrategia Moderna

tante y peligrosa, tan desconcertante para las fuerzas militares profesionales como lo
fueron los rífenos para los ejércitos de España y Francia en sus colonias del Norte de África,
a principios del siglo XX. Cavaignac, que fue el primero en alcanzar la victoria en París en
Junio de 1848, al romper el mito de la guerra de las barricadas, se le consideró un genio
militar. Se emplearon más de 53.000 hombres del ejército prusiano para poder derrotar a
los insurrectos de Badén.
A pesar de su fracaso, o tal vez como consecuencia del mismo, las revoluciones de 1848,
fueron el punto de arranque del socialismo científico. Investigar en su significado, sus
antecedentes históricos y las consecuencias estratégicas de carácter militar, fueron los
temas centrales de los escritos de Marx y Engels durante los primeros años de su exilio.
Las lecciones aprendidas como consecuencia de la derrota se convirtieron en las
directrices para una futura estrategia de insurrección. Estas directrices fueron elaboradas
en primer lugar en los brillantes análisis de las revoluciones de 1848-49 en Europa Central,
escritos por Engels y editados por Marx y que fueron publicados en una serie de artículos
en el New York Tribune en 1851-1852. "La insurrección es un arte como la guerra... y está
sujeta a ciertas reglas... En primer lugar, no llevar a cabo nunca una insurrección a menos
que se esté totalmente preparado para afrontar las consecuencias... Además, una vez
comenzada la insurrección, hay que actuar con la mayor determinación y de forma
ofensiva. La defensiva es la muerte para una fuerza armada... Sorprenda a su antagonista...
Aproveche cada éxito que obtenga para mantener alta la moral... En palabras de Danton,
el gran maestro de la política revolucionaria, ¡audacia, audacia y audacia!".
Una vez que la revolución hubiera pasado, Marx y Engels remarcaban claramente que
todo intento revolucionario sería inútil y peligroso. Se opusieron a Schapper y Wilrich,
quienes en 1850 proponían volver a la violencia, y advirtieron a las clases trabajadoras del
peligro que entrañaba cualquier intento golpis-ta que sólo beneficiaría a los sistemas
reaccionarios. Hasta que las condiciones fueran favorables, ellos insistían en llevar a cabo
una estrategia de preparación ante un lucha eventual. Sin embargo, Engels esperaba
impacientemente el momento de la revancha y "del gran duelo a muerte entre la
burguesía y el proletariado"; él sabía muy bien que el mayor peligro para esa empresa
estaba en precipitarse en la acción. La paciencia y la oportunidad eran los requisitos prin-
cipales para una estrategia adecuada.
Las implicaciones de las ideas de Marx y Engels sobre las tácticas revolucionarias
pueden entenderse mejor si se analiza su sistema filosófico, basado en una interpretación
materialista de la historia y en un énfasis de las condiciones económicas reinantes como
claves para llegar a entender la dinámica sociopolí-tica. En el Manifiesto Comunista esta
teoría fue aplicada de forma tosca a toda la historia moderna. También fue plasmada en
numerosos ensayos relacionados con temas contemporáneos. Según esta teoría, el
apogeo y el fracaso de los movimientos populares de 1848 estuvieron condicionados por
causas económicas. Engels escribió en una introducción al libro de Marx "La lucha de
clases en Francia,
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 279

Francia, 1848-50" que fue reeditada en 1895: "La crisis comercial mundial de 1847 fue la
consecuencia de las revoluciones de Febrero y Marzo, y la prosperidad económica que se
produjo a mediados de 1848, alcanzando su apogeo en 1849 y 1850, fue un hecho
revitalizante de la reacción europea. Esto resultó ser decisivo. Una nueva revolución sólo
sería posible como consecuencia de una nueva crisis".
El advenimiento de una nueva crisis económica era para Marx y Engels la llamada de
atención para la revolución. La depresión de 1857 supuso para ellos la esperanza de que la
reacción europea daría paso a una nueva situación revolucionaria. A Engels le encantaba
la idea de que pronto podría dejar sus negocios por el campo de batalla y su silla de
despacho por un caballo. "Nuestro momento se aproxima: la lucha a vida o muerte. Mis
estudios militares podrán ser puestos rápidamente en práctica. Estoy estudiando
intensamente las tácticas y la organización de los ejércitos prusianos, austríaco, bávaro y
francés. Aparte de esto, practico el montar a caballo". Sin embargo, el propio Engels
reconocía que las crisis crónicas no conducen ni a la revolución ni a la guerra.
Aunque a veces con dificultades, Marx y Engels procuraron no caer en un modo de
vida característico de su situación de emigrantes y, por el contrario, convirtieron su exilio
en un cúmulo de experiencias productivas. La primera década de su exilio en Londres,
ellos la denominaron Weltpolitische Lehrjahre y tuvieron un profundo contacto con la
cultura y la sociedad de la clase media del siglo XIX. Apartados de su mundo limitado y
particularista de su fragmentada Alemania y de los partidos políticos franceses, los dos
adquirieron un visión más amplia. "Lo único que puede servir como base para establecer
las tácticas correctas de la clase progresista es un análisis objetivo de cada una de las inte-
rrelaciones de todas las clases sociales de una determinada sociedad".
Marx efectúa este análisis objetivo de las fuerzas sociales en su obra maestra The Eighteenth
Brumaire. La lección táctica de la gran derrota de la segunda Revolución Francesa a manos de
"Napoleón el Pequeño", es la necesidad de desarrollar la "energía democrática" de la gente
del campo. "Todo en Alemania dependerá de la posibilidad de que la revolución del
proletariado esté apoyada por una especie de segunda edición de la Guerra de los
Campesinos"; estas frases fueron escritas por Marx en una carta a Engels, quien llegó a la
misma conclusión en su estudio denominado The German Peasant War. A partir de este
momento, el campesinado, como posible aliado o fuerza influyente en una revolución
social, ocupó un lugar preferente en sus consideraciones. En concreto, las perspectivas de
una revolución en Rusia fueron analizadas casi exclusivamente en base a una participación
masiva de los campesinos. Recibieron con entusiasmo la emancipación de los siervos, lo
que representó un punto de inflexión en la historia política que contribuiría a una nueva
redistribución de las fuerzas revolucionarias. Marx escribía: "En la próxima revolución
rusa se unirá a los rebeldes". En adelante, la revolución rusa se convirtió en un factor
permanente de sus especulaciones políticas.
280 Creadores de la Estrategia
Moderna

Las conclusiones más profundas de Marx y Engels provienen de sus estudios de las
revoluciones de 1848 y se basaban en otra hipótesis fundamental marxis-ta: la historia del
mundo es la historia de la lucha de clases. Todas las sociedades existen en un estado de
paz civil relativa. La máscara de la paz civil oculta tanto la constante lucha de clases como
el hecho de que la clase predominante mantiene su temporal monopolio del poder
mediante la coerción física, económica e ideológica de las clases oprimidas. Durante
cualquier crisis, esta tenue y aparente cohesión social se deteriora rápidamente y
desemboca en un estado de guerra civil en la que las clases oprimidas se alzan contra sus
opresores. Por lo tanto, las fronteras entre la paz civil y la guerra civil son ilusorias.
Desde esta perspectiva, la lucha de clases en cualquier sociedad puede ser proyectada
sobre el ámbito internacional donde las clases dominantes se declaran la guerra unas a
otras. En sus primeros escritos en los años revolucionarios, Engels analizó el modelo
francés de 1793. No sólo la guerra alimentaría a la revolución, sino que la revolución
forzaría al resto de Europa a entrar en guerra. Engels confiaba en que la revolución
proporcionaría la moral y la fuerza física necesaria para conducir al pueblo combatiente a
la victoria. Aunque las revoluciones de 1848-1849 probaron el fracaso de los postulados
de 1793, la idea de que guerra y paz, guerra civil y paz social existían permanentemente en
todas las sociedades, constituyó el dogma central del análisis marxista.

III

Fue en los años del exilio cuando los expatriados descubrieron también sus propios
lazos nacionales. Sin duda, Engels era más franco en sus expresiones de lealtades
profundas y de un sincero patriotismo; pero incluso Marx, a menudo de forma
inconsciente, revelaba unas claras predisposiciones nacionalistas en sus ataques a sus
adversarios políticos. Lo que es más significante es que los líderes socialistas comenzaban a
hacer uso de sus convicciones nacionalistas y, al mismo tiempo, a dar cada vez más
importancia a los asuntos internacionales. Tomaron buena nota del nacionalismo que
comenzaba a surgir en el centro y este de Europa y, de hecho, confiaban en que estos
movimientos independen-tistas renovarían los impulsos revolucionarios que acabarían con
la apatía política que había seguido al colapso de las revoluciones de 1848. Producto de
tales esperanzas fue el gran entusiasmo de Engels por la Revolución Húngara, bajo el
liderazgo de Louis Kossuth, quien en aquel momento y a diferencia de su posterior
opinión, le consideraba como "una combinación de Dan ton y Carnet". Parece ser que
los informes que diariamente escribía Engels en el periódico Neue Rheinische Zeitung
sobre la campaña militar en Hungría despertaron en él su interés por las tareas del Estado
Mayor.
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 281

Marx y Engels comenzaron a pensar en términos de política internacional mucho


antes de que los representantes de los partidos políticos de la clase media se
emanciparan de sus puntos de vista estrictamente nacionalistas. Toda acción política en
cualquier país era contemplada desde una óptica europea global. Esta orientación
internacional fue en un principio dogmática, pero no pasó de ser un burdo intento en la
realidad. Las divisiones políticas eran consideradas según la fórmula de las dos Europas:
reacción frente a revolución, zarismo contra el Oeste progresista. Durante mucho tiempo
Francia fue considerada como la cuna de la revolución. En política internacional lo que
Marx y Engels recomendaban encarecidamente en 1848 era una alianza de las potencias
occidentales para combatir contra Rusia. Cuando se produjo el esperado choque en el
Este y el Oeste durante la Guerra de Crimea, se convirtió en un conflicto entre el Zar y
Napoleón, en el que Inglaterra apoyaba a Francia. A pesar de todo, ellos seguían
confiando en que en tiempo de guerra se desencadenarían las fuerzas de la revolución.
La Guerra de Crimea proporcionó a Engels la primera oportunidad de analizar en
detalle los problemas militares de aquel tiempo. Intentó convertirse en un analista militar
profesional, pero no logró el ser contratado para esa labor en el periódico londinense
Daily News. Los únicos artículos que se publicaron fueron en el New York Tribune,
firmados por Karl Marx, aunque en realidad estaban escritos por Engels. En ellos se podía
apreciar un gran conocimiento técnico del material y un agudo sentido estratégico, y
fueron bien recibidos por los lectores americanos.
Al principio de la guerra, Engels confiaba plenamente en una acción rápida y enérgica
por parte de las fuerzas aliadas en el Mar Negro y, en combinación con los suecos y
daneses en el Báltico, produciría la destrucción de las fuerzas navales rusas y la captura de
sus fortificaciones costeras. El gigante sin ojos se vería así forzado a arrodillarse ante ese gran
movimiento en tenaza y una inminente revolución interna acabaría pronto con la
dinastía Romanov. Pero la indecisa actitud de Prusia y Austria creó numerosas dificultades
a los Aliados. La movilización austríaca neutralizó por algún tiempo una parte
importante del ejército ruso, pero el retraso que se produjo en la participación activa del
ejército de Habsburgo, impidió toda acción importante de las fuerzas aliadas durante cinco
meses. Para Engels este retraso fue un grave error táctico, pero tanto él como Marx
tenían la sospecha de que Palmerston era un aliado secreto de "su amigo el Zar Nicolás",
coincidiendo en este sentido con las declaraciones del escocés David Urguhart.
Un análisis detallado de la organización y de las características tácticas del ejército
enemigo, llevó a Engels a la conclusión de la neta superioridad de las fuerzas aliadas. En
la batalla de Inkerman, la superioridad de su artillería y caballería quedó bien patente.
La infantería rusa, aunque había demostrado su eficacia contra los insurgentes turcos y
polacos, fue absolutamente incapaz de enfrentarse a las técnicas y tácticas modernas que
llevaban
282 Creadores de la Estrategia
Moderna

llevaban a cabo las unidades pequeñas. Muchos años después, Engels calificaba la Guerra
de Crimea como "una lucha desesperada entre una nación con técnicas de producción
primitivas y otras con tecnología de vanguardia". Engels confiaba plenamente en una vic-
toria aliada, pero no llegó a prever las duras críticas que se originaron en el seno del
ejército inglés como consecuencia del desastroso suministro de alimentos, equipos y
asistencia médica y que provocaron un gran escándalo en toda la sociedad británica.
Un aspecto importante de la Guerra de Crimea fue el papel desarrollado por las
fortificaciones y la guerra de sitios que provocaron. Para un observador superficial, este
hecho podría haber indicado un cambio en el arte de la guerra, una vuelta atrás desde el
tiempo de Napoleón al siglo XVII. Pero después de la caída de Sebastopol, Engels llegó a
la conclusión de que "...eso sería absolutamente falso. Las fortificaciones hoy en día no
tienen más importancia que la de ser centros para el apoyo a los movimientos del ejército.
Su valor es relativo. Nunca más constituirán un factor independiente en las campañas
militares, sino que como máximo representarán unas posiciones valiosas que habrá que
evaluar si merece o no la pena defenderlas". Por esta razón, llegaba a la conclusión de que
los rusos habían actuado correctamente al evitar una batalla abierta y al considerar la
seguridad de su ejército más importante que el valor abstracto de una fortaleza.
Inmediatamente antes de la Guerra de Crimea, no sólo había leído numerosos trabajos de
los principales teóricos militares desde Napoleón, sino que también había estudiado
profundamente la campaña de éste en Rusia. Estaba en condiciones de predecir hasta
qué punto podía ser difícil para las fuerzas aliadas conquistar toda Rusia después de
conquistar Crimea. Los problemas logísticos en este vasto territorio no parecían tener
solución y de ahí el deseo aliado de finalizar esa guerra cuanto antes.
Ante este callejón sin salida, la respuesta de Engels fue recurrir a la estrategia
revolucionaria. "Una guerra de principios", parecía ser para él la solución, tanto para los
aliados como para Rusia, apelando por un lado a las fuerzas revolucionarias de los
crecientes nacionalismos de Alemania, Polonia, Finlandia, Hungría e Italia, y por otro, al
Paneslavismo. Estas posibilidades de guerra ideológica fueron tenidas en cuenta por
algunos de los protagonistas de la Guerra de Crimea. El propio Napoleón III confesó a la
Reina Victoria que una prolongación de la guerra le hubiera obligado a llamar a filas a los
pueblos que estaban luchando por su independencia. Pero ni el Zar Nicolás ni Napoleón
estaban dispuestos a ceder ante los movimientos nacionalistas que serían decisivos en los
conflictos del siglo XX. El final de la Guerra de Crimea en 1856, acabó con las esperanzas
de Engels de un gran movimiento revolucionario. Tanto Engels como Marx coincidían
en el peligro que representaba el Bonapartismo, de manera que junto con el Paneslavismo
se convirtieron en sus temas principales de análisis, de los asuntos europeos.
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 283

Su temor a las ambiciones expansionistas y nacionalistas de Rusia estaba ínti-


mamente ligado a su odio por su absolutismo reaccionario, cuya intervención
militar había contribuido al fracaso de las revoluciones de 1848. La dura contro-
versia mantenida entre Karl Vogt y Marx requirió todas las energías de este último
durante dieciocho meses y vino a demostrar que las ideas de la seguridad de
Alemania estaban en la base de la lucha de Engels y Marx contra este paneslavista.
Vogt había sido uno de los líderes de la izquierda en la Asamblea de Frankfurt y,
después de su disolución, emigró a Suiza. La causa de la controversia fue un
artículo escrito por Vogt en un periódico durante la Guerra Franco-Austria-ca de
1859. El sostenía que la derrota de Austria beneficiaría a Alemania; por lo tanto,
los esfuerzos diplomáticos alemanes deberían estar encaminados a apoyar a
Bonaparte. Marx hizo público el rumor de que Bonaparte ayudaba econó-
micamente al periódico en el que escribía Vogt y que éste había mantenido
negociaciones secretas con el Príncipe Jerome Bonaparte para hacerle partícipe del
plan francés que consistía en poner a un hermano del Zar de Rusia en el trono
de Hungría. Marx acusaba a Vogt de no preocuparse si "Bohemia, situada en el
mismo corazón de Alemania, se convertía en una provincia rusa". Engels se
incorporó también a la polémica. En su opinión, la renuncia Alemana de
Bohemia significaría el fin de la existencia de la nación alemana, ya que la vía
directa entre Berlín y Viena pasaría por territorio ruso. Diversas consideraciones
estratégicas, culturales y económicas convencieron a Engels de que todos los
territorios al este y sudeste de Europa, y que en el pasado habían sido con-
quistados por Alemania, deberían volver a ser alemanes. Se opuso con todas sus
energías a la disolución de las grandes naciones con fuerte abolengo cultural y a
la creación de estados pequeños incapaces de mantener su propia existencia
nacional independiente, aún cuantos estos alegaran su derecho a la autodeter-
minación.
El Bonapartismo planteó diferentes problemas a Engels desde el punto de vista
analítico. El reconocía que su verdadera fortaleza y peligro estaba en su atractivo
demagógico hacia un expansionismo económico de una clase media descontenta y
en el "patriotismo" de las masas revolucionarias. Engels hizo un cuidadoso análisis
de las implicaciones militares de las ambiciones de Napoleón en dos artículos, Po
and Rhine and Savoy y Nice and the Rhine. En el primero atacó las tesis comúnmente
aceptadas en aquellos días, y que mantenían expertos militares como el General
Von Willisen en su Italian Campaign of the Year 1848, según las cuales el Rin debería
ser defendido en el Po, puesto que lo consideraba como parte integrante de
Alemania. En un análisis de los ríos del norte de Italia y de las posiciones
estratégicas de las fortificaciones italianas, Engels demostró que el control del
valle de Po no era imprescindible para la defensa de la frontera sur de Alemania.
Además, en su opinión, tras unos supuestos argumentos militares, las verdaderas
motivaciones para estas estrategias eran las ambiciones políticas para la
construcción de un nuevo Sacro Imperio Romano y de una Alemania que
pretendía erigirse en arbitro de Europa. Advirtió contra la política anexionista de
esa nueva Alemania que la convertiría en la nación más odiada de Europa.
284 Creadores de la Estrategia
Moderna

También resulta muy interesante el análisis de Engels sobre la posible estrategia a


adoptar en el caso de una campaña en el oeste. Intentó probar que Francia, al tener
fortificado París, podría abandonar su tradicional pretensión de llegar hasta la margen
izquierda del Rin. Como en el caso de las demandas germa-no-austriacas en el norte de
Italia, Engels no estaba de acuerdo con las alegaciones francesas de considerarlo como la.
frontera natural. La estrategia de las campañas francesas estuvo dirigida principalmente a la
defensa de París y la razón de ello fue la centralización de Francia en todos los órdenes de
la actividad política y económica, que convertía a París en la clave para la supervivencia del
país. La rendición de la capital significaría la derrota nacional. Sin embargo, la fortificación
de París, que consistía en tres anillos defensivos concéntricos diseñados por Vauban,
resultaba ser exagerada y se traducía en una diversificación inútil de fuerzas militares.
Engels consideraba que el verdadero peligro para la seguridad de Francia estaba en su débil
frontera con Bélgica, porque "la historia se encargará de demostrar que en caso de guerra
la neutralidad de Bélgica no es más que papel mojado". Basándose en esta evaluación
realista, Engels elaboró un plan para desarrollar con éxito una campaña militar. Con París
fortificado, Francia podía actuar de forma ofensiva en la frontera belga. "Si esta ofensiva no
tuviera éxito, el ejército podría establecerse en la línea Oise-Aisne; sería inútil para el
enemigo seguir avanzando, ya que el ejército invasor desde Bélgica estaría demasiado
debilitado como para atacar París. En la retaguardia del Aisne, o en el peor caso del
Marne, el ejército francés del norte actuaría ofensivamente y esperaría la llegada de otras
fuerzas". Cincuenta y cinco años más tarde el contraataque de Gallieni en el Marne se
ajustó perfectamente a la predicción de Engels.
Durante la Guerra Franco-Prusiana, Engels volvió a demostrar su maestría analítica
desde el punto de vista estratégico. En una serie de artículos escritos para el periódico
londinés Pall Mall Gazette, recomendaba que el ejército prusiano que se dirigía a Chálons
debería marchar rápidamente hacia la frontera belga. Este consejo, entre otros, fue uno
de los que permitieron a Moltke obtener la decisiva victoria en Sedan.
En su obra Savoy, Nice and the Rhine destacó otro elemento de la estrategia militar, cuya
total importancia no se llegó a comprender hasta la Primera Guerra Mundial: El espectro
de una guerra de dos frentes que se produjo como resultado de la alianza franco-rusa. En
palabras de Engels, "la tierra del Rin padecerá una guerra que dejará a Rusia las manos
libres desde el Vístula al Danubio". Rusia seguía siendo la principal amenaza para la
libertad en Europa, aunque Engels abrigaba la vana esperanza de que ese peligro sería
pronto eliminado por un nuevo aliado de la revolución: los siervos liberados. "La lucha
que ha comenzado ahora en Rusia entre las clases dirigentes de la población rural y los
campesinos
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 285

campesinos está ya minando todo el sistema de política exterior ruso. Este sistema
era sólo posible cuando en Rusia no existía ninguna actividad política interna;
pero ese tiempo ya ha pasado".
Pero los planes de Napoleón III no eran rechazables tan fácilmente. Engels
estudió en detalle la hipótesis de una invasión francesa a Inglaterra y la defensa de
las Islas Británicas. En este sentido publicó una serie de artículos en dos
periódicos especializados en temas militares (Darmstádter Allgemeine Zeitung y
Volunteer Journal of Lancashire and Cheshire). Algunos de estos artículos fueron
reeditados en forma de panfletos en 1861 con el título de Essays Addressed to
Volunteers. Engels tenía una gran simpatía hacia los fusileros y le gustaba su forma
de desplegar y desenvolverse en el campo de batalla, pero llegó a la conclusión de
que los fusileros ingleses no se podían comparar con el nuevo ejército francés, al
que calificaba como "la mejor organización militar de Europa".
El gran episodio militar de los años siguientes fue la Guerra Civil Americana. Al
contrario que la mayoría de los militares europeos, que en aquella época mostraron
muy poco interés por aquella larga y amarga lucha, (parece ser que Moltke dijo
que no merecía la pena estudiar los "movimientos de hordas armadas"), Engels la
consideraba como "un drama sin precedentes en los anales de la historia militar".
Fue una guerra revolucionaria, no sólo por haberse utilizado por primera vez los
ferrocarriles y vehículos blindados a lo largo de una gran área de operaciones,
sino también por lo que supuso en el mundo entero la abolición de la esclavitud.
En el prefacio de la primera edición de El Capital, Marx escribía: "De la misma
manera que en el siglo XVIII, la Guerra de la Independencia Americana actuó de
toque de alarma para la clase media europea, en el siglo XIX la Guerra Civil
Americana ha tenido el mismo efecto en la clase obrera".
Aunque las simpatías de Engels estaban de parte del Norte, sentía un cierto
temor por su descuidada organización que contrastaba con la profunda formalidad
del Sur. En una carta a Marx de fecha 5 de Noviembre de 1862, le expresaba que
él "no podía sentir ningún entusiasmo por un pueblo que ante un problema tan
colosal, consiente ser derrotado a menudo por un cuarto de su población".
Dudaba incluso sobre el resultado de la guerra. Fue Marx quien le advirtió de la
conveniencia de no centrarse únicamente en los aspectos militares de esa guerra.
Únicamente cuando Lee, a pesar de ser un admirador de su estrategia, fue
derrotado, y Grant, como Napoleón, venció en su Jena, capturando a todo el
ejército enemigo, Engels reconoció la excelente disciplina y moral de las tropas del
Norte, que en su opinión habían entrado en guerra adormecidas y con desgana.
El apogeo de Prusia bajo el liderazgo de Bismarck hizo que los pensamientos de
Engels se dirigieran una vez más a los campos de batalla europeos. La breve
Guerra Danesa demostró a Engels que, como él había previsto, la infantería
alemana era superior a la danesa y que "las piezas de fuego prusianas, tanto la
fusilería
286 Creadores de la Estrategia
Moderna

fusilería como la artillería, eran las mejores del mundo". A pesar de todo, infravaloró el
poder militar de Prusia. De hecho, en un artículo escrito en la víspera de la batalla de
Kóniggrátz y que fue publicado en el Manchester Guardian, llegó a predecir la derrota de
Prusia en esa guerra. Atacó duramente los planes de Moltke para esa campaña, aunque
al día siguiente de la batalla tuvo que reconocer que "a pesar de que los prusianos habían
pecado contra todas las leyes en cuanto a conducción de la guerra, no lo habían hecho
del todo mal". El más grave error de Engels fue su errónea valoración de la situación
interna de Prusia. Las revueltas que se produjeron como consecuencia de las reformas del
ejército, al principio de la década de 1860, las había interpretado erróneamente, como
les ocurrió a otros muchos socialistas, creyendo que se produciría la desintegración del
ejército y serían un preludio de la revolución. Engels reconocía que "si se escapa esta
oportunidad.... tendremos que guardar nuestro equipaje revolucionario y dedicarnos al
estudio de la pura teoría". Había pasado otra oportunidad óptima para la revolución, y al
día siguiente de la batalla de Kóniggrátz, Engels reconoció rápidamente el hecho.
Dada su incondicional admiración por el ejército prusiano, aceptó las consecuencias
políticas de aquella victoria. En una carta a Marx le comentaba: "El hecho palpable es que
Prusia tiene quinientas mil armas de fuego y el resto del mundo no llega a quinientas.
Ningún ejército puede ser equipado con armas de retrocarga en menos de dos, tres, o
incluso cinco años. Hasta entonces Prusia es invencible. ¿Sería lógico pensar que Bismark
no va a aprovechar este momento? Por supuesto que lo hará". Engels reconocía en Bismark
al verdadero Bonapar-tista, más peligroso que Napoleón III, y se lamentaba que la
unificación alemana había sido "ahogada temporalmente con prusianismo"; al mismo
tiempo, despreciaba el rechazo de algunos líderes socialistas, como Wilhelm Liebk-
necht, "a contemplar los hechos como son". Engels, por el contrario, volvió a criticar a
Bismark basándose en la situación creada tras los éxitos prusianos.
La capacidad de análisis de los acontecimientos históricos de Marx y Engels se
enfrentaba a una prueba. Durante su exilio habían aprendido a contemplar las
transformaciones de las clases sociales y de las naciones en el más amplio contexto
europeo y a basar su estrategias revolucionarias "en un determinado estado de
desarrollo". Las consecuencias de los conflictos europeos, como la rebelión de Sepoy, y la
Guerra Civil Americana, no fomentaron en ellos la idea de que se aproximaba la
anhelada revolución. Marx, y fundamentalmente Engels, llegaron a la conclusión de
que esas guerras limitadas no eran el preludio de lo que ellos esperaban; por el contrario,
a corto plazo estos conflictos tuvieron un efecto reaccionario, como señaló Marx al
referirse a la Guerra Italiana de 1859. Puesto que los ejércitos de las principales
potencias europeas aumentaban constantemente su poder y sus capacidades
técnicas, Engels comenzó a considerar que solamente una guerra a nivel mundial podría
provocar la deseada revolución, aunque la idea de un Armagedon no era deseada en
absoluto.
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 287

La Guerra Franco-Prusiana enfrentó a los revolucionarios con un dilema.


Francia y Alemania eran los dos países europeos con mayor agitación de la clase
trabajadora. La guerra traía consigo demasiados riesgos para el movimiento
socialista. En 1888 Engels advertía que la destrucción de una futura guerra
mundial "dejaría a toda Europa roída como si hubiera pasado sobre ella una
plaga de langosta" y que la devastación que se produciría sería varias veces superior
a la de la Guerra de los Treinta Años. No se consideraba a la guerra como un
medio adecuado para los fines revolucionarios, pero en aquellos momentos el
movimiento revolucionario se había quedado sin una estrategia adecuada.

IV

Enfrentado a este tipo de incertidumbres acerca del futuro del movimiento


revolucionario, Engels se dedicó a estudiar otros aspectos de la relación entre el
militar y la sociedad, como el papel del militar en un estado revolucionario. En
opinión de Engels, los límites de la futura revolución no estaban muy bien defi-
nidos. Pero todos estos conceptos no tuvieron muy buena acogida e incluso
eran opuestos a los que defendían otros líderes de partidos socialistas. Sin
embargo, sus proposiciones eran nítidas y eran el producto de toda una vida de
estudio sobre la guerra, además de configurar el futuro desarrollo del radicalismo
en Europa. La política militar de Engels se basaba en la doctrina del ejército
democrático, la nación en armas y en el convencimiento de su progresiva reali-
zación. En la obra de Engels titulada The Military Question and the German Working
Class ya aparecían claramente estos conceptos. Ellos fueron las líneas maestras de su
pensamiento durante los siguientes treinta años.
El estudio de toda la problemática militar en Prusia, considerada como un
conflicto constitucional entre los conservadores y la creciente burguesía liberal, fue
un tema básico para el partido de los trabajadores. El aviso de Engels al pro-
letariado para que luchara por su propia emancipación política, fue para apoyar a
la burguesía contra las fuerzas reaccionarias (que querían constituirse en un
nuevo tipo de estado bonapartista en el que tanto los trabajadores como los
capitalistas renunciaban a todo vestigio de poder político). Lo que dio a este tipo
de estudios su especial significancia fue no sólo su sagaz valoración de los puntos
fuertes y débiles de la clase media, así como los detalles técnicos relativos a la
historia de la organización del ejército prusiano desde las Guerras
Napoleónicas, sino su apoyo real a las reformas del ejército a la vista del aumento
de la población y de la riqueza de Prusia y, especialmente, teniendo en cuenta el
potencial militar de sus vecinos. Las acusaciones de Engels estaban dirigidas
fundamentalmente a la burguesía, que había perdido su ventaja política y había
fracasado en dominar al ejército durante estos años críticos. Engels achacaba
posteriormente a este hecho la responsabilidad del estancamiento del
desarrollo democrático en Alemania a partir de 1870. A su juicio, el gran impulso que tuvo
el ejército fue una parte integrante del desarrollo social.
288 Creadores de la Estrategia
Moderna

En estudios realizados anteriormente, como en los artículos escritos en el New


American Cyclopaedia, Marx y Engels habían definido las bases sociales y las condiciones que
regulaban la organización militar, tanto en el pasado como en el presente. Después se
dieron cuenta de que el propio ejército podría servir de agente social de primer orden;
incluso serviría de canal a través del cual emergería la sociedad democrática. La fórmula
era simple y no hacía mas que seguir las tendencias históricas introducidas por la
Revolución Francesa. La emancipación de la burguesía y del campesinado había abierto el
camino para el nuevo ejército de masas. El servicio militar obligatorio, si se practicaba con
carácter general, garantizaba el disponer de un ejército fuerte y eficaz para la defensa de la
nación frente al mundo exterior. Por la misma razón, era necesario cambiar el carácter
de las fuerzas armadas, transformándolas, a partir de un servicio a cargo de profesionales
o mercenarios, en un ejército del pueblo. Engels exclamó orgullosamente en 1891:
"Contrariamente a lo que parece, el servicio militar obligatorio aventaja al sufragio
universal como agente democrático. La fortaleza real de la democracia social alemana no
reside en el número de sus votantes sino en sus soldados. Una persona se convierte en
votante a los veinticinco años, y soldado a los veinte; pero, sobre todo, es un joven que
puede influir poderosamente en reclutar seguidores del partido político correspondiente.
En 1900, el ejército será, una vez más, el elemento más reaccionario del país y
mayoritariamente socialista, porque ese es su destino inevitable".
Obviamente Engels se equivocó al estimar el poder y la dinámica interna de las
instituciones ya establecidas; en no menor medida también se equivocó al predecir el
momento en el que se producirían las grandes transformaciones históricas. Esto se debió a
que estaba convencido de la total identidad de la democracia y el estado socialista. La
defensa de Engels hacia el ejército de milicias era muy similar a la de muchos liberales del
siglo XIX. Al igual que Engels, ellos proponían la milicia como una alternativa a los
ejércitos permanentes, que en el siglo XVIII los formaban mercenarios profesionales. Con
esta defensa, lo que Engels pretendía era profesionalizar al ejército y convertirle en una
institución realmente democrática.
Sin embargo, esta convicción no le llevó a subestimar las necesidades militares del
estado capitalista, especialmente ante la perspectiva de una constante amenaza de guerra
mundial. El suponía que la decisión final en cuanto a una guerra generalizada en
Europa, dependería de Inglaterra, ya que podía hacer un bloqueo a Francia o a
Alemania, con lo que, faltos de materias primas, acabarían sometiéndose a los deseos
ingleses. En una ocasión escribió a August Rebel en Octubre de 1891: "No podemos
pretender que la actual organización militar alemana sea modificada completamente
mientras exista el peligro de guerra". En una serie de artículos titulados Can Europe
Disarm1?, él sugería como medida
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 289

medida para evitar la guerra, "la disminución gradual del servicio militar mediante un
acuerdo internacional"; este servicio no debería ser superior a dos años. Coherente con
esta convicción, afirmaba posteriormente que "esta limitación puede ser aceptada por
cualquier gobierno actual sin poner en peligro la seguridad de su país"; aunque él
consideraba que el sistema de milicia era el objetivo final, advertía a Marx que "sólo una
sociedad comunista podría llegar a tener un sistema de milicia total, pero incluso esta
aproximación sería únicamente asintótica".
Si las ideas finales de Engels acerca de la guerra y la revolución se contradecían o no
con sus preceptos revolucionarios de los primeros tiempos, es una cuestión que hoy en
día sigue abierta. Tanto los socialistas que aspiraban a una evolución pacífica como los
revolucionarios, hermanos gemelos en el conflicto, le aclamaban como su maestro. Como
luchador y soldado, Engels encontró dificultades para acomodarse a reformas lentas y
tediosas. Al mismo tiempo, era demasiado astuto como para no reconocer que todo
conflicto dependía de las armas disponibles, y que cada sociedad y cada período histórico
exigían diferentes métodos y estrategias. Engels consideraba que los ejércitos estaban
también sujetos a las leyes del mercado, como si se tratara de una empresa de tipo eco-
nómico. Por ello, de la misma manera que Marx, relacionaba los cambios en los medios de
producción con las transformaciones en las relaciones sociales, e investigaba el impacto
de los cambios tecnológicos en la organización militar. Sobre todo en su artículo titulado
"Anti-Dühring", Engels aplicó los principios materialistas a las cuestiones puramente
militares. Aunque los escritos de Engels no tuvieron un gran impacto en el pensamiento
militar del siglo XIX, sus análisis de la problemática militar como consecuencia de sus
investigaciones de tipo económico y social, dejaron una huella importante en las
siguientes generaciones de investigadores militares. En el artículo referido anteriormente,
escribía: "No son las creaciones libres del ingenio de los generales, lo que ha revolucio-
nado la guerra, sino las invenciones de armas mejores y los cambios en el elemento
humano, los soldados; el campo de acción donde se mueven los generales está limitado
por las adaptaciones de los métodos de lucha a las nuevas armas y de los combatientes".
Los cambios ocurridos en la sociedad y en la tecnología militar, alteraron la guerra e
impusieron, además, cambios en la estrategia revolucionaria.
Incluso al final de sus días, Engels no perdió la esperanza de que se produjera la
revolución . Prestó mucha atención a los cambios necesarios en la estrategia
revolucionaria, y lo dejó plasmado al modificar la introducción de la nueva edición de su
libro Class Struggle in France 1848-1850. En él afirmaba: "Los métodos de lucha de 1848
resultan hoy en día totalmente obsoletos". Habían pasado ya los días de las barricadas y de
las revueltas callejeras. De hecho, Engels llegó a señalar que "incluso durante el período de
luchas en las calles, las barricadas tenían un efecto más moral que material". Si las
barricadas se pueden mantener hasta hacer tambalear la confianza de los militares en sí
mismos, la victoria está
290 Creadores de la Estrategia
Moderna

asegurada; el caso contrario, significa la derrota. Pero en 1849 las oportunidades de éxito
habían disminuido. "Las barricadas habían perdido su atractivo; los soldados ya no veían
detrás de ellas a ciudadanos, sino a rebeldes... los oficiales habían acumulado experiencia
en la táctica de las luchas callejeras. Nunca más se volvieron a producir enfrentamientos
directos sin disponer siquiera de unos improvisados parapetos, sino que el ejército trataba
siempre de atacar por los flancos y para ello se servía de los jardines, callejuelas y casas".
Para entonces mucho había cambiado y todo en favor de los militares, mientras que la
situación de los insurgentes era cada día peor. Los modernos armamentos, los productos
de tecnología avanzada y la industria pesada, no podrían ser en adelante improvisados. Los
planes urbanísticos de las grandes ciudades a partir de 1848 preveían la construcción de
calles rectas, largas y anchas que las hacían más adecuadas para el uso de los modernos
cañones y rifles. Las clases dirigentes no esperaban que los revolucionarios levantaran
barricadas en los nuevos barrios de la clase trabajadora. "De esta manera, la forma de
enfrentarse a su enemigo sería en formación en línea como en los tiempos de Federico II,
o en columnas de divisiones completas, al estilo de las batallas de Wagram y Waterloo. Ha
pasado el tiempo de las revoluciones llevadas a cabo por pequeñas minorías que
enardecían a las masas inconscientes. Cuando de lo que se trata es de una transformación
completa de la organización social, las masas deben participar y deben comprender qué
es lo que está en juego; eso es lo más importante que nos ha enseñado la historia en los
últimos cincuenta años".
Lo que se pretendía en aquellos momentos era la conquista legal del estado. Sólo había
una forma de que las crecientes fuerzas militantes socialistas pudieran ser detenidas:
mediante una confrontación a gran escala con los militares, una sangría como la de 1871
en la Comuna de París. Este primer intento hacia una República Socialista ha sido
elogiado a menudo como la mejor lección para los revolucionarios europeos de las décadas
siguientes. Marx lo había analizado cuidadosamente en su Civil War in France. Estos
estudios sobre la Comuna apenas influyeron en las ideas de Engels acerca de los aspectos
militares de la estrategia revolucionaria. Aunque podía producirse una nueva Comuna
de París, ante la amenaza de un golpe de estado llevado a cabo por las fuerzas reacciona-
rias, esto no encajaba con sus teorías. En la última etapa de su larga carrera, anhelaba el
triunfo del socialismo como consecuencia de un proceso democrático, de la misma
manera que creía en la victoria de la democracia a través del servicio militar universal.
La nación en armas se había convertido en el ideal militar de Engels. Consideraba inútiles
las campañas para destruir el militarismo en la sociedad europea del siglo XIX. Por el
contrario, defendía la erradicación de sus tradiciones feudales y el culto a las tendencias
democráticas, propiciadas por el servicio militar obligatorio. Es interesante observar como
sus ideas coincidían con las de sus enemigos, los Ministerios de la Guerra y los Estados
Mayores de las potencias europeas, que depositaron también su fe en la nación en armas,
aunque temían su susceptibilidad a la contaminación socialista.
Engels y Marx sobre la Revolución, la Guerra y el Ejército en la Sociedad 291

Sin duda Engels habría estado totalmente de acuerdo con uno de sus discípulos mas
brillantes, el socialista francés Jean Jaurés, quien en su Armée Nouvelle afirmaba: "Los
gobiernos estarán mucho menos preparados por llevar a cabo políticas arriesgadas, si la
movilización del ejército supone la movilización de toda la nación....Si una nación que
desea la paz, es agredida por gobiernos aventureros y depredadores en busca de un
sustancioso botín, o con el fin de desviar la atención de sus propias dificultades internas,
nos encontraremos frente a una guerra de carácter nacional... la nación en armas
representa el mejor sistema para llevar a cabo la defensa nacional de forma global. La
nación en armas es una nación que está necesariamente motivada por la justicia. Todo
esto traerá a Europa una nueva era y, con ella, las esperanzas de justicia y paz".
La historia se encargaría de probar que ese ideal estaba equivocado. Pero si Engels
exageró el poder de la ideología socialista en las masas europeas, no cabe duda de que
acertó en su comprensión de la dinámica del servicio militar obligatorio. Se dio cuenta
mucho mejor que sus contemporáneos conservadores y liberales, de la interrelación de
los factores políticos y militares, y de las esferas civil y militar, hasta el punto de que sus
ideas siguen constituyendo una guía del pensamiento y la estrategia revolucionaria en las
últimas décadas del siglo XX.

NOTA:
Mark von Hagen ha revisado el ensayo elaborado por Sigmund Neumann que
apareció en la versión original del libro Makers of Modem Strategy.
Hajo Holborn
10. La Escuela Pruso-Alemana:
Moltke y el auge del Estado
Mayor General
10. La Escuela Pruso-Alemana:
Moltke y el auge del Estado
Mayor General

Prusia se abstuvo de participar de forma activa en las guerras europeas durante el


medio siglo siguiente a la Paz de Viena. El Ejército Prusiano no había tenido ninguna
experiencia práctica de guerra durante al menos dos generaciones, cuando en la década
de 1860 se convirtió en la fuerza más poderosa del continente. Había emprendido
algunas campañas insignificantes durante la revolución de 1848-1849 y había sido
movilizado repetidas veces entre 1830 y 1859, anticipándose a conflictos que no se
llegaron a materializar. En el mismo período, los ejércitos ruso, austríaco, francés y
británico habían estado involucrados en guerras. La superioridad del Ejército Prusiano
en la década de 1860 se debió únicamente a su organización, su entrenamiento en
tiempo de paz y al estudio teórico de la guerra que había sido llevado a la perfección en el
medio siglo anterior a Kóniggrátz y Sedán.
El Ejército Prusiano del siglo XIX fue creado por cuatro hombres: Federico el Grande,
Napoleón, Scharnhorst y Gneisenau. Federico legó valiosos recuerdos de victorias y de
dureza ante sus adversarios, los cuales son esenciales para el orgullo y sentimiento de
autosuficiencia de un ejército. Además, imprimió sobre sus sucesores militares, la idea de
que incluso la vida de un ejército en tiempo de paz consiste en una labor dura, y que las
batallas se ganan primero en el campo de entrenamiento. Indudablemente hubo en el
Ejército Prusiano un desmedido énfasis por las pequeneces de la vida militar, lo que
originalmente estaba compensado por el genio estratégico del Rey. Sin embargo, él no
formó jóvenes estrategas, y tuvo que ser un conquistador extranjero el que recordase a
los prusianos el papel que juega la estrategia en el arte de la guerra; y dos jóvenes oficiales,
ninguno prusiano de nacimiento, los que tuvieron que remodelar el ejército, para lo cual
se basaron, en gran medida, en el patrón del moderno Ejército Francés. De este modo,
Napoleón se convirtió en el segundo hombre que influyó grandemente en el Ejército
Prusiano y -después de Jena-Scharnhorst y Gneisenau lo adaptaron al nuevo tipo de
guerra.
Los reformadores militares prusianos sabían que los nuevos métodos de guerra eran
el resultado de los profundos cambios sociales y políticos que había producido la
Revolución Francesa. El ejército de Federico el Grande había sido una fuerza de
mercenarios, aislada de la sociedad civil. Sólo se ensalzaba el sentido del honor y la lealtad
de los oficiales aristócratas,
296 Creadores de la Estrategia
Moderna

aristócratas, mientras la tropa y las filas se mantenían unidas mediante una brutal
disciplina. Los reformadores militares prusianos se encargaron de transformar el ejército
de la época del despotismo en un ejército nacional. Con este fin introdujeron un sistema
de reclutamiento universal de un tipo más radical que ningún otro que se hubiese
intentado antes. El Tratado de Tilsit de Napoleón, obstaculizó la realización inmediata
de las ideas de Scharnhorst, pero con la ley prusiana militar de 1814, redactada por su
discípulo, Boyen, su plan se convirtió en el mandato permanente del sistema militar
prusiano.
El reclutamiento se adoptó en, prácticamente, todos los países del continente, pero
fuera de Prusia equivalía solamente al reclutamiento de los pobres, ya que a los
adinerados se les permitía redenciones en metálico o a comprar sustitutos. En realidad, en
Prusia sirvieron todos los grupos de la población. En este aspecto, era evidente que el
Ejército Prusiano era más un ejército de ciudadanos que el de cualquier otro país.
Desafortunadamente, los prusianos no eran ciudadanos democráticos, sino que
permanecían sumidos en un absolutismo burocrático. También hubo un
recrudecimiento de la posición privilegiada de la aristocracia prusiana en el gobierno y el
ejército, y los menos indicados continuaron monopolizando los empleos de oficial.
El Servicio Nacional, consecuencia lógica de un pensamiento nacionalista y liberal en
América y Francia, se convirtió en Prusia en un mecanismo para fortalecer el poder de un
estado absolutista.
El sueño de los reformadores militares prusianos de crear un verdadero ejército de
ciudadanos se vio frustrado por la reacción política después de 1815. Mejoró el legado de
sus conocimientos tácticos y estratégicos, pero aun así, se mantuvieron ideas de la vieja
escuela. Aún no estaban olvidados en el Ejército Prusiano los pensamientos estratégicos de
Scharnhorst y Gneisenau.
Estos dos oficiales, naturales de Hannover y Sajonia, eran entre sus contemporáneos,
los únicos que estaban a la altura de Napoleón en lo que al Arte de la Guerra se refería. La
temprana muerte de Scharnhorst, en el verano de 1813, le impidió asumir un alto mando
de unidades. Gneisenau, Jefe del Estado Mayor del Ejército Prusiano desde el otoño de
1813 hasta el verano de 1815, estaba destinado a probar que la nueva escuela prusiana de
pensamiento militar podía desarrollar no sólo una nueva filosofía, sino también hombres
capaces de transformar su intuición en acción.
Ha habido mucha controversia sobre cual de los dos fue el mejor general. Clausewitz,
amigo y discípulo de ambos, le adjudicó el título a Scharnhorst debido a que éste combinó
una mente profundamente pensadora con una gran pasión por la acción. Schlieffen
encontraba superior a Gneisenau puesto que parecía tener una mayor perspicacia y
capacidad de decisión en el campo de batalla. Sin embargo, desde un punto de vista
histórico, la cuestión es darse cuenta de que ambos, el tranquilo y dueño de sí mismo
Scharnhorst y el impetuoso y generoso Gneisenau, representaron un nuevo tipo de
general. Ambos nacieron para conducir hombres; uno, seguramente les educaba mejor
para
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 297

para la guerra, el otro les dirigía mejor en el campo de batalla. Pero estos dos jóvenes de
la época filosófica de Alemania, de la época de Kant y Goethe, creyeron que el
pensamiento debía poner alas a la acción.
La nueva estrategia prusiana emanó de una interpretación original del
napoleónico Arte de la Guerra. Para la mayoría de los estudiosos de la guerra del siglo
XIX anteriores a Kóniggrátz y Sedán, los escritos de Jomini parecían ser la última palabra
de la estrategia napoleónica. ¿No había dicho el propio Napoleón, que este hombre
procedente de Suiza, había revelado los secretos más íntimos de su estrategia?
Napoleón, sin embargo, aunque admiraba a Jomini, también comentó que éste había
sentado principios fundamentales, mientras que el genio funcionaba a base de intuición
(1). El frío racionalismo de Jomini no era capaz de hacer justicia a la espontaneidad, la
cual era la fuerza oculta de las acciones de Napoleón. La interpretación de la estrategia
de Napoleón, desarrollada por Scharnhorst y que marcó las campañas de 1813-1815 de
Gneisenau, estaba basada en un método inductivo e histórico que valoraba la
imaginación creativa del jefe y la energía moral de sus tropas. En la obra de Clausewitz De
la guerra, la nueva filosofía encontró su expresión en forma de literatura clásica.
La nueva escuela prusiana de estrategia creó su propio órgano en el Estado Mayor
General, el cual se convirtió en el cerebro y sistema nervioso central del ejército. Los
orígenes del Estado Mayor General se remontan a los años anteriores a 1806, pero no se
reconoció su verdadera dimensión hasta la época de Scharnhorst. Cuando éste
reorganizó el Ministerio de la Guerra en 1809, creó una división especial que asumió los
planes de organización y movilización, los de instrucción en tiempo de paz y la enseñanza
militar. También recaía bajo la jurisdicción de esta sección la preparación de operaciones
militares mediante la inteligencia y los estudios topográficos y, finalmente, la preparación y
dirección de la táctica y la estrategia. Siendo Scharnhorst Ministro de la Guerra, dirigió
esta sección y ejerció una gran influencia en el pensamiento táctico y estratégico de sus
oficiales subordinados mediante la ejecución de juegos de guerra y ejercicios de cuadros de
mando. Nació la costumbre de agregar alguno de estos oficiales a diversas unidades del
ejército, lo cual trajo consigo la influencia del Jefe del Estado Mayor sobre todos los
generales.
Durante el mandato de Scharnhorst, el Estado Mayor General seguía siendo una
sección del Ministerio de la Guerra, bajo el cual hubiera continuado si en Prusia hubiese
surgido un Parlamento. Sin embargo, la estructura absolutista del gobierno prusiano
hizo posible la división de la responsabilidad militar, siempre bajo el mando supremo del
Rey. Así, en 1821, el Jefe del Estado Mayor General se convirtió en el principal asesor del
Rey en materias de guerra, mientras que el Ministerio de la Guerra se limitaba al control
político y administrati- vo del ejército. Esto tuvo una consecuencia transcendental, ya que
permitía que el
298 Creadores de la Estrategia
Moderna

que el Estado Mayor General tomase gradualmente las riendas de los asuntos militares, no
sólo tras el estallido de los conflictos, sino también en la preparación y fase inicial de los
mismos.

Moltke estaba destinado a sacar todo el provecho de las ideas tradicionales e


instituciones que fueron creadas durante las guerras de liberación. Al igual que
Scharnhorst y Gneisenau no era prusiano de nacimiento, procedía de la vecina
Mecklenburg. Su padre era un oficial del Rey de Dinamarca, quien como Duque de
Schleswig y Holstein seguía siendo un príncipe alemán. Moltke se educó como un cadete
danés, siendo promovido a teniente en 1819. Sin embargo, sus experiencias en la escuela
habían sido tristes, no mantenía una buena relación con su padre y el hecho de servir en
el Ejército Danés no le ofrecía grandes perspectivas. En 1822 solicitó una comisión en el
Ejército Prusiano, en el cual había comenzado su padre la carrera militar antes de pasarse
al Ejército Danés.
Los prusianos sometieron al joven teniente a un riguroso examen y le colocaron de
nuevo en el último peldaño de la escalera militar. Su sueño se hizo realidad cuando en
1823 aprobó el examen de ingreso en la Escuela de Guerra, que era dirigida por Clausewitz
en aquellos momentos. Sin embargo, Clausewitz no daba clase a los alumnos, por lo que
Moltke no tuvo conocimiento de sus ideas hasta que no se publicó su obra con carácter
postumo. De sus estudios en la Escuela de Guerra nació en él un perpetuo interés por la
Geografía, la Física y la Historia Militar puesto que tuvo muy buenos profesores en estas
asignaturas. En 1826 se reincorporó a su regimiento, pero dos años después le destinaron
permanentemente al Estado Mayor General, al cual estuvo asociado durante más de
sesenta años.
Moltke nunca estuvo destinado en unidades, excepto los cinco años como teniente
en los Ejércitos Danés y Prusiano. Nunca había mandado una compañía ni una unidad
de mayor envergadura cuando, con sesenta y cinco años, tomó el mando de los ejércitos
prusianos en la guerra contra Austria. Entre los años 1835 y 1839 estuvo destinado en
Turquía como asesor militar de La Sublime Puerta, la cual le proporcionó experiencia de
guerra real en la campaña contra Mehemet Alí de Egipto. El jefe turco despreció los
buenos consejos del joven capitán y Moltke tuvo que presenciar los peores momentos del
conflicto desde el lado de la derrota.
Cuando regresó a Berlín desde Turquía había finalizado el período más duro de su
vida. Mientras fue teniente nunca le sobró el dinero. Los apuros económicos le obligaron a
escribir novelas cortas que publicó por fascículos en una conocida revista. Tradujo seis
volúmenes
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 299

volúmenes de la obra de Gibbon Decadencia y Caída del Imperio Romano para ganar méritos,
sin los cuales no podía servir en el Estado Mayor General. Es impresionante ver luchar al
joven Moltke a brazo partido con los problemas de una miseria refinada y aún así conseguir
una alta formación en el espartano marco berlinés.
Durante sus primeros años de trabajo en el Estado Mayor General sus principales
misiones se centraron en preparar un mapa actualizado de Silesia, pero pronto traspasó
los límites de la topografía orientándose hacia la geografía, llegando también a profundizar
en historia. Su formación se perfeccionó y también lo hizo su capacidad de expresión.
Llegó a ser un excelente escritor de prosa alemana, sus cartas desde Turquía siguen
considerándose ejemplos de buena literatura.
Sin embargo, no fue un pensador político original ni un hombre de estado.
Scharnhorst y Gneisenau habían sido tanto políticos como generales y sus reformas
militares pretendían el cambio de toda la vida de la nación. Esto les había hecho
sospechosos para el ambiente conservador de la corte prusiana, y también para la
austríaca y la rusa. Gneisenau y los jóvenes reformadores fueron neutralizados casi al
mismo tiempo que fueron derrotados Napoleón y la Revolución Francesa. Moltke era
consciente de la natural interrelación existente entre el general y el estadista y tomó un
gran interés personal por la política. Se abstuvo de participar activamente en asuntos
políticos; y pocas veces se cuestionó las actuaciones de los que ostentaban el poder.
Estaba convencido de la superioridad del sistema monárquico y encontró su justificación
en el hecho de que éste permitía a los oficiales manejar los asuntos del ejército sin que se
interfirieran elementos no profesionales. Las derrotas del liberalismo alemán en la
revolución de 1848-1849, y nuevamente en la década de 1860, fueron altamente
gratificantes para él.
Un oficial con su tranquila forma de ser, desde un punto de vista político, y con sus
amplios conocimientos fue bien recibido por la corte. En 1855 Federico Guillermo IV le
nombró ayudante de campo de su sobrino el Príncipe Federico Guillermo, el futuro
Emperador Federico III. Este puesto permitió a Moltke el contacto con el padre del
Príncipe (conocido como el Príncipe Soldado), el futuro Guillermo I, quien
aparentemente descubrió en él un gran talento por el que se le recomendó para el cargo
de Jefe del Estado Mayor General.
Cuando Guillermo se convirtió en el regente de Prusia en 1857, una de sus primeras
decisiones fue designar a Moltke para ese puesto. No obstante, Guillermo I demostró más
interés en la reorganización política y técnica del ejército y la figura del Ministro de la
Guerra, Roon, eclipsó al callado Jefe del Estado Mayor en los consejos del estado. Roon y
Guillermo decidieron llevar a cabo una mejora en la eficacia del ejército, pero esto
también representaba la definitiva supresión de aquellas fracciones en las cuales había
sobrevivido un espíritu más liberal. Se redujeron los populares Landwehr (territoriales o
Guardia Nació- nal) en pro de un ejército permanente mucho más amplio. Esto dio al
cuerpo
300 Creadores de la Estrategia
Moderna

cuerpo de oficiales profesionales monárquicos un inadvertido control sobre todas las


instituciones militares de la nación. El Parlamento luchó contra esta medida, pero la
reorganización se hizo realidad bajo el mandato de Bismarck, incluso sin el
consentimiento parlamentario. Cuando se libró la batalla de Kóniggrátz, el conflicto
constitucional aún se encontraba en pleno apogeo. Sin embargo, la oposición
parlamentaria se disipó cuando la política de Bismarck y las victorias de Moltke llegaron a
satisfacer la añorada unidad nacional alemana. Por lo tanto, la acertada estrategia de
Moltke decidió dos cuestiones: primero, el auge de una Alemania unida entre y sobre las
naciones de Europa; segundo, la victoria de la Corona prusiana sobre la oposición liberal y
democrática en Alemania, mediante el mantenimiento de la estructura autoritaria del
Ejército Prusiano.
El papel desempeñado por Roon como Ministro de la Guerra durante los años del
conflicto político le convirtieron en la figura más influyente en el ejército anterior a 1866.
Guillermo I se acostumbró tanto a ser asesorado militarmente por él, que tuvo casi
olvidado al Jefe del Estado Mayor General. Moltke, poco presuntuoso, era casi
desconocido en el ejército e incluso durante la batalla de Kóniggrátz, cuando un oficial
llevó una orden suya al jefe de una división, éste último dijo: "Todo esto está muy bien, pero
¿quién es el General Moltke?". De manera súbita e inesperada Moltke despuntó entre los
asesores del Rey, aunque fue el resultado lógico de la historia militar prusiana desde los
días de Scharnhorst y Gneisenau.
El mantenerse apartado de la escena política entre los años 1857 y 1866 le permitió
dedicar toda su atención a la preparación de futuras operaciones militares. Las
revoluciones de 1848-1849, el apogeo del Segundo Imperio en Francia y la Guerra de
Crimea ya habían demostrado que una nueva época había comenzado en la historia
europea, en la cual se usaba libremente la potencia militar. Moltke empezó rápidamente a
revisar los planes que había trazado el Estado Mayor General prusiano. El General
Reyher, su predecesor, que por cierto era uno de los pocos generales prusianos que había
ascendido desde soldado, fue un hombre de una gran visión y un gran maestro de la
estrategia. Moltke pudo contar con la capacidad del oficial prusiano para encontrar solu-
ciones originales a los problemas tácticos de la guerra. De hecho tan pronto como
cruzaron la frontera de Bohemia en 1866, los oficiales dejaron a un lado las normas de
1847, extremadamente conservadoras sobre el servicio, y se dejaron llevar por sus propias
ideas.
La instrucción en tiempo de paz del Ejército Prusiano se regía por un sistema mucho
más desarrollado que el de cualquier otro país. Con excepción de la tropa especializada, los
regimientos reclutaban sus soldados y reservistas en sus propios distritos. El Imperio de
Habsburgo no podía utilizar este sistema debido a sus problemas de nacionalidad. Además,
después de 1815, el Ejército Prusiano había mantenido su organización con los Cuerpos
que Napoleón había creado durante sus campañas; pero que Francia había disuelto bajo
el reinado
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 301

el reinado de los Borbones. Excepto en Prusia, los Cuerpos se formaban en vísperas de


guerra, lo que frenaba una movilización rápida y la capacidad de las tropas y dirigentes
para realizar operaciones a gran escala.
Aún siendo rápido el sistema prusiano de movilización, Moltke lo aceleró todavía más.
La poco adecuada estructura geográfica del reino prusiano en este período, su gran
extensión de este a oeste desde Aquisgrán hasta Tilsit, exceptuando el enclave de
Hannover, agravó sus problemas militares. La era del ferrocarril ofreció una solución
que Moltke aprovechó al máximo. Empezó a estudiar este medio de transporte antes de
que se construyese la primera vía en Alemania. Evidentemente creía en su futuro, por lo
que cuando al principio de la década de 1840 empezó la construcción del ferrocarril,
arriesgó sus ahorros invirtiéndolos en la línea Berlín-Hamburgo. Su interés económico-
especulativo se vio incrementado con su interés matrimonial, ¡debía disminuir la
distancia que le separaba de su joven novia que vivía en Holstein! Pero su pensamiento
militar siempre estaba despierto. En el período de 1847-1850 se desplazaron por
ferrocarril tropas de varias naciones por primera vez. En 1859, cuando la movilización
prusiana estaba a la espera durante la guerra contra Italia, Moltke pudo comprobar las
posibilidades que este medio ofrecía para transportar a todo el ejército y pudo introducir
importantes mejoras.
Los ferrocarriles ofrecían nuevas alternativas estratégicas. Las tropas podían ser
transportadas a una velocidad seis veces mayor que la de marcha a pie de los ejércitos de
Napoleón, por lo que los principios fundamentales de la estrategia, espacio y tiempo,
cambiaron radicalmente. Cuando un país se hacía con un sistema de comunicaciones
ferroviarias altamente desarrollado, adquiría importantes y decisivas ventajas de cara a la
guerra. La rapidez de movilización y concentración de los ejércitos se convirtió en un
factor esencial en los cálculos estratégicos. De hecho el verdadero eje de los planes
estratégicos diseñados por los Estados Mayores ante la expectativa de una guerra estaba
formado por los programas de movilización y concentración junto con las primeras
órdenes de marcha.
Además de hacer uso de los ferrocarriles, Moltke propuso utilizar la densa red de
carreteras que había surgido durante la Revolución Industrial. Napoleón marcó el
camino cuando dividió su ejército en columnas de marcha y creó una modalidad
estratégica de avance mediante columnas separadas durante la campaña de 1805, la cual
llevó a la rendición del Ejército Austríaco en Ulm. Sin embargo una columna no está
preparada para entrar en combate; una unidad de treinta mil hombres necesita un día
completo para ser desplegada. El paso del orden de marcha al de combate requería
mucho tiempo, por lo que los ejércitos debían estar concentrados con mucha
anterioridad a la batalla. Después de 1815 las condiciones de las carreteras mejoraron en
gran medida y se hicieron posibles nuevas tácticas. En 1865, Moltke escribió: "Las
dificultades de movílidad crecen con
302 Creadores de la Estrategia
Moderna

el tamaño de las unidades; no se puede transportar más de un cuerpo de ejército por la


misma carretera en un solo día. Sin embargo, también aumentan con la proximidad al
objetivo puesto que las rutas disponibles se ven limitadas. Se deduce que la disposición
normal de un ejército es estar separado en columnas y que es un error agruparlo si no se
tiene un propósito muy definido. El mantenerlo permanentemente unido resulta inútil y
la mayoría de las veces imposible con sólo pensar en su aprovisionamiento. Tras la
concentración se hace imprescindible la batalla y, por tanto, si el momento de esta decisión
no ha llegado, no se debe dar lugar a la primera. Un ejército concentrado no puede
avanzar, solamente puede ser desplegado en el campo. Para poder marchar debe ser
dislocado primero, y esto es peligroso frente al enemigo. Sin embargo, desde el
momento en que la concentración de las tropas es absolutamente necesaria para el
combate, la esencia de la estrategia consiste en la organización de marchas o avances
separados, pero de tal manera que se logré la concentración en el momento preciso".
Es probable que Moltke imaginase operaciones en las que la concentración de
unidades tuviese lugar en el propio campo de batalla, descartando así el principio
napoleónico de que un ejército debería estar completamente reunido antes del
comienzo del combate. Sin embargo, en las semanas anteriores a Kóniggrátz, Moltke no
descartó desde el principio la regla napoleónica en la dirección de sus operaciones.
Podría haber concentrado sus ejércitos antes de la batalla, pero a última hora decidió
continuar con su separación y reunirlos finalmente en el lugar donde se desarrollaría la
misma.
Después de Kóniggrátz resumió así sus ideas: "Es incluso mejor que las fuerzas se muevan
el mismo día de la batalla desde distintos puntos hasta el lugar donde se llevará a cabo la
misma. En otras palabras, si pueden dirigirse las operaciones de forma que se pueda
realizar una breve marcha de aproximación por diferentes direcciones hacia el frente y el
flanco enemigo, entonces la estrategia habrá logrado los mejores resultados posibles y se
podrán conseguir grandes logros. Ninguna previsión puede garantizar tal resultado final
operando con ejércitos separados. Este resultado no depende solamente de factores calcu-
lables, como el espacio y el tiempo, sino también y a menudo de los resultados de los
combates previos, las condiciones climatológicas, las informaciones falsas; en resumen, de lo
que se conoce en esta vida como suerte y oportunidad. Sin embargo, los grandes éxitos en
la guerra no se logran sin grandes riesgos".
Las últimas observaciones permiten obtener una idea de la filosofía de guerra de
Moltke. Naturalmente era partidario de aplicar el control de la razón en la guerra, en
cuanto fuese posible. Estando de acuerdo con Clausewitz, reconocía que los problemas
políticos y militares de la guerra no podían ser totalmente resueltos mediante cálculos. La
guerra es un instrumento político y, aunque Moltke sostenía que un comandante debe
ser libre en la dirección coyuntural de las operaciones militares, admitía que las
intenciones y circunstancias políticas fluctuantes podían modificar la estrategia en
cualquier instante.
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 303

Mientras que el impacto de la política en la estrategia enfrentaba a un general con un


elemento de incertidumbre, opinaba que la movilización y concentración inicial del
ejército sí era calculable, puesto que podía prepararse mucho tiempo antes de estallar la
guerra. Dijo: "Un error en la concentración inicial de los ejércitos es difícil que pueda
corregirse a lo largo de toda la campaña". Las ordenes necesarias pueden estudiarse mucho
antes y, asumiendo que las tropas estén preparadas para el combate y que los transportes
estén organizados adecuadamente, inevitablemente se lograrán los resultados deseados.
En último término, la guerra es una combinación de azar y cálculo. En cuanto
comienzan las operaciones "nuestra voluntad colisiona con la voluntad independiente del
enemigo. Podemos limitar la voluntad del contrario si estamos preparados y dispuestos a
tomar la iniciativa, pero no podemos quebrarla por otros medios que no sea la táctica, es
decir, mediante la batalla. Por otro lado, las consecuencias materiales y morales de una
confrontación de gran envergadura tienen tal alcance que, a causa de ellas, se crea una
situación completamente distinta que es, a su vez, la base para adoptar nuevas medidas.
Ningún plan de operaciones puede llegar con una cierta previsión más allá del primer
encuentro con el núcleo principal de las fuerzas adversarias... El jefe se ve obligado
durante toda la campaña a tomar decisiones basadas en situaciones imprevisibles. Por
tanto, la sucesión de acontecimientos en una guerra no es consecuencia de un plan
premeditado, sino de acciones espontáneas dirigidas por la habilidad militar. El problema
radica en captar la situación real que está cubierta por la incertidumbre; apreciar los
hechos correctamente y adivinar cuales son los elementos desconocidos para llegar
rápidamente a una decisión y, entonces, llevarla a la práctica enérgicamente y sin
tardanza... Es evidente que no basta el conocimiento teórico, sino que las cualidades
intelectuales y el carácter se expresan libremente de forma práctica y artística, viéndose
influidas por el entrenamiento militar y conducidas por la experiencia de la historia o de
la vida misma".
Moltke negaba que la estrategia fuese una ciencia y que se pudiesen establecer unos
principios generales de los que pudieran emanar directamente los planes de operaciones.
Incluso reglas tales como las ventajas de una línea interna de operaciones o la protección
del flanco, le parecían de una validez relativa. Cada situación precisaba de una definición
en términos de sus propias circunstancias y de una solución en la cual el entrenamiento y
el conocimiento se combinan con la perspicacia y el valor. En su opinión, esta era la
lección magistral a extraer de la Historia. También el estudio histórico era de gran utilidad
al familiarizar al futuro jefe con la complejidad de las circunstancias en las que pueden
tener lugar las acciones militares. Creía que las maniobras y ejercicios de cuadros de
mando, aún siendo indispensables para la formación de los oficiales de Estado Mayor, no
podían ofrecer un punto de vista tan real de los aspectos significativos de la guerra como
el que podía ofrecer la Historia.
304 Creadores de la Estrategia
Moderna

El estudio de la Historia Militar fue uno de los principales cometidos del Estado Mayor
General prusiano y no se encomendó a un servicio subordinado. Moltke marcó el estilo
con su clásica monografía sobre la guerra de Italia en 1859, editada en 1862, que
pretendía hacer una descripción objetiva de los acontecimientos, con el fin de deducir de
ellos conclusiones prácticas y válidas. Las historias de las guerras de 1866 y 1870-71 se
escribieron posteriormente bajo su dirección con análogo criterio.
Moltke pensaba que la estrategia podía obtener un gran beneficio de la historia,
siempre y cuando se estudiase con el adecuado sentido de la perspectiva. Su propia
carrera ilustra los beneficios que obtuvo de los estudios históricos. Por supuesto conocía
el uso que hizo Napoleón, en algunas ocasiones, de columnas destacadas para atacar los
flancos o la retaguardia del enemigo. Sin embargo, el empleo de estas columnas no
disminuyó la convicción de Napoleón en la gran importancia de la concentración de las
fuerzas propias y del potencial de un ataque frontal a su debido tiempo. Las ventajas de
tal estrategia habían sido grandes en la época napoleónica, pero no impidieron su
última derrota. La batalla de Leipzig había demostrado las posibilidades que ofrecían los
movimientos concéntricos de ejércitos individuales, lo cual predijo Scharn-horst al decir
que no se debía mantener agrupado un ejército sin un motivo concreto, pero que
siempre se debe combatir con las fuerzas concentradas. La opinión de Moltke era que el
progreso tecnológico y el transporte posibilitaban proyectar operaciones concéntricas a
una escala mucho mayor que cincuenta años antes.
Aún siendo importante la historia para el oficial, Moltke dijo que no ocurría igual con la
estrategia. La estrategia era un sistema a base de medios ad hoc; era más que el
conocimiento, era la aplicación de éste a la vida práctica; era el desarrollo de una idea
original respondiendo a circunstancias que cambian continuamente. Era el arte de la
acción bajo la presión de las más arduas circunstancias.
Consecuentemente, la organización del mando ocupaba un lugar primordial en sus
ideas sobre la guerra. Trató este tema con gran claridad en su historia de la campaña
italiana. Ningún Consejo de Guerra podía dirigir un ejército y el Jefe de Estado Mayor
debía ser el único asesor del Comandante en cuanto al plan de operaciones. Incluso un
plan defectuoso, siempre que se ejecutase con firmeza, sería preferible a un producto
sintético. Por otro lado, ni el mejor plan de operaciones podía anticipar las vicisitudes de
la guerra y las decisiones tácticas individuales se debían tomar sobre la marcha. Desde su
punto de vista, una ejecución dogmática del plan de operaciones era un pecado mortal
y demostró gran interés en que se estimulasen las iniciativas de los mandos, tanto de alta
como de baja graduación. Contrastando con la tan cacareada disciplina prusiana, valoró
el juicio independiente de todos los oficiales.
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 305

Moltke se contenía de dar órdenes que no fuesen las esenciales. "Una orden contendrá
todo lo que un jefe no pueda hacer por si mismo, pero nada más". Esto significaba que el
Comandante en Jefe no debe interferir en las decisiones tácticas. Aún fue más allá.
Siempre estuvo dispuesto a disculpar desviaciones de su plan de operaciones si el general
subordinado podía lograr importantes éxitos tácticos ya que, tal como él decía: "Ante una
victoria táctica se relega la estrategia". Permaneció impasible cuando algunos generales en
las primeras semanas de la guerra Franco-Prusiana, mediante temerarias pero victoriosas
empresas, incumplieron en gran parte su plan de operaciones.
No quiso paralizar el espíritu de lucha de las unidades ni atenazar la espontaneidad de
acción y reacción de sus mandos subordinados. Los avances tecnológicos habían hecho
recaer sobre ellos una responsabilidad mucho mayor que la que tuvieron en épocas
anteriores. Uno de los principales motivos por los que Napoleón conservaba reunido a
su ejército fue el deseo de mantener a las tropas al alcance de sus órdenes directas. El
sistema de Moltke, empleando amplios despliegues, hacia sumamente difícil la dirección
centralizada de la batalla aunque las primeras fases fuesen fácilmente dirigidas mediante
el telégrafo. Dirigió la mayoría de los movimientos de la guerra de 1866 desde su despacho
en Berlín y llegó al teatro de operaciones solamente cuatro días antes de la batalla de
Kóniggrátz. Con gran prudencia se dedicó únicamente a las órdenes estratégicas
generales. Para garantizar una ejecución adecuada, es decir, libre de las ideas
estratégicas, se crearon las Jefaturas de Ejército, mientras que la autoridad en las
cuestiones tácticas residía en los jefes de cuerpos de ejército y divisiones.
El pensamiento estratégico y la experiencia de Moltke se pusieron a prueba en la
campaña austríaca de 1866. Su papel en la guerra que enfrentó a Austria y Prusia con
Dinamarca en 1864 fue modesto. En la fase final de esta guerra había detenido
rápidamente las vacilaciones que caracterizaban al sistema del viejo Mariscal de Campo
Wrangel, y su consejo crítico le situó ante los ojos de Guillermo como una estratega
prudente. En la preparación de los planes de guerra contra Austria su influencia fue
aumentando progresivamente hasta que el 2 de junio de 1866, Guillermo I dispuso que
todas las ordenes a su ejército se generasen a través de Moltke. Desde el momento en
que el Rey aceptó casi incondicionalmente los consejos de Moltke, este general que ya
pensaba en el retiro (tenía sesenta y cinco años), se encontró al mando del Ejército
Prusiano.
El primer reto de su generalato fue, al mismo tiempo, el mayor de su carrera. Las
fuerzas estaban más igualadas que posteriormente en la guerra Franco-Prusiana y tuvo
que superar arduos problemas geográficos y políticos. La guerra de 1866 y especialmente la
campaña de Bohemia, ilustran el aspecto estratégico de la guerra en mejor medida que la
Franco-Prusiana o la mayoría de las otras guerras.
306 Creadores de la Estrategia
Moderna

Guillermo I quería evitar la guerra con Austria pero finalmente se vio empujado a ella
por Bismarck. Por ello, los prusianos comenzaron su movilización mucho mas tarde qué los
austríacos e incluso entonces persistía la duda de si podría convencerse al Rey para que
declarase la guerra, esto permitió al ejército tomar la iniciativa. Los primeros problemas
estratégicos eran muy delicados. Los austríacos podían haber actuado desde Bohemia y
Moravia contra la Silesia Superior o Central, o haber avanzado hacia Sajonia para
amenazar Berlín, posiblemente tras unirse al ejército bávaro al norte de Bohemia o en
Sajonia. El hecho de que se pudiese llevar a cabo una de estas dos posibilidades dependía
totalmente del momento del comienzo de las hostilidades. Con suficientes motivos, Moltke
apoyó a Bismarck en su solicitud para que el Rey actuase con rapidez, pero evitó que
medidas militares influyeron en la política, a diferencia de su sobrino, quien siendo Jefe del
Estado Mayor tuvo que informar a Guillermo II en Agosto de 1914 de que los planes
estratégicos del Estado Mayor General habían privado al Gobierno de su libertad de acción.
Los pasos dados por Moltke se dirigieron, en primer lugar, a compensar el retraso que
produjo la tardía movilización prusiana. Además, esperaba hacer frente a un posible
avance austríaco contra Sajonia y Berlín o contra Breslau en la Silesia Central, mientras
que Silesia Superior permanecía desde el principio desprotegida. Mientras que Austria
sólo podía emplear una línea de ferrocarril para su concentración en Moravia, Moltke usó
cinco para transportar a sus tropas por toda Prusia hasta las proximidades del teatro de
operaciones. Como consecuencia, el 5 de Junio de 1866, los ejércitos prusianos estaban
desplegados en un semicírculo de 275 millas desde Halle y Torgau hasta Górlitz y Landes-
hut. El emplazamiento inicial de la tropas prusianas era seguro mientras que las fuerzas
austríacas estuviesen muy al sur. De hecho, ni siquiera se encontraban en Bohemia, como
pensaba Moltke, sino en Moravia.
Por supuesto nunca planeó dejar a sus tropas en sus lugares de desembarco y
comenzó en seguida a aproximarlas hacia el centro, rodeando Górlitz. Sin embargo, en
todo momento se negó a ordenar una completa concentración en un área pequeña,
como pretendían la mayoría de los generales prusianos e incluso miembros de su propio
Estado Mayor. Por otro lado, también se preocupó al enterarse que las principales fuerzas
austríacas se estaban reuniendo en Moravia y no en Bohemia, ya que este hecho parecía
apuntar a una ofensiva austríaca hacia la Silesia Superior. Tras dudarlo mucho, permitió
que su ala izquierda avanzase hacia el río Neisse, desplegando así a los ejércitos prusianos
en una distancia de más de 270 millas, desde Torgau hasta Neisse. Su vacilación estaba
fundada en las dudas sobre la política de Guillermo I y en aspectos militares. Para Moltke,
todo estaba bien mientras no perdiese la oportunidad de llevar a cabo la concentración
final de sus ejércitos por el camino más corto, lo cual significaba un avance hacia
Bohemia.
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 307

Moltke, había elegido Gitschin como el lugar donde llevar a cabo dicha concentración,
no porque ofreciese por sí misma importantes ventajas estratégicas, teniendo únicamente
en cuenta las distancias. Aproximadamente equidistaba de los dos principales ejércitos
prusianos: el Segundo Ejército, bajo el mando del Príncipe heredero Federico Guillermo,
que formaba el ala izquierda en Silesia, y el Primer Ejército, bajo el mando del Príncipe
Federico Carlos, que tenía su base en los alrededores de Górlitz. Al mismo tiempo,
Gitschin, estaba a la misma distancia de Torgau y Olmütz, esto es, del Ejército Prusiano
del Elba y del principal núcleo de fuerzas austríacas. Con tal que los ejércitos prusianos
pudieran empezar a moverse el mismo día en que los austríacos partiesen de Moravia, se
podría completar la concentración de los primeros antes de que los segundos llegasen a
Gitschin.
El 22 de junio los oficiales de las vanguardias prusianas entregaron a los austríacos la
notificación de declaración de guerra, pero Prusia había iniciado las hostilidades contra
otros estados alemanes el 16 de Junio. El Ejército del Elba comenzó a ocupar Sajonia el
mismo día en que el austríaco empezó su avance desde Olmütz hacia Josephstadt en el
Elba superior.
El ejército austríaco era portador de las mejores tradiciones de la historia militar de su
país. Tenía una elevada moral y un gran entusiasmo; sus oficiales, entre los que se
encontraban los mejores generales de la época, contaban con una gran capacidad y
experiencia práctica. Algunas Armas, como la Caballería y la Artillería, eran muy
superiores a las del ejército prusiano. La fuerza de este último radicaba en su Infantería,
que era superior en táctica y armamento. Sin embargo, el nuevo rifle prusiano por si solo
no podía haber conducido a la victoria como se comprobó en la guerra contra Francia, en
la que Prusia combatió contra una Infantería armada con mejores rifles. Fueron las
anticuadas tácticas de choque de los austríacos, junto con un armamento desfasado en su
Infantería, lo que les puso en una clara desventaja.
Las tornas cambiaron gracias a una menor habilidad estratégica del Alto Mando
Austríaco. Benedek era un buen soldado y poseía una distinguida hoja de servicios en el
Imperio de Habsburgo, su puesto ideal estaba en la propia batalla; incluso dirigió
correctamente y sin temor el retroceso de su ejército derrotado en la batalla de
Kóniggrátz. Pero se había educado en la antigua escuela de pensamiento estratégico y su
asesor, el general Krismanic, el cual él no había escogido, vivía en el pensamiento
operativo del siglo XVIII. Estos elementos determinaron la conducta estratégica del Alto
Mando Austríaco. Significaban formaciones con gran profundidad y énfasis en el
mantenimiento de las posiciones fuertes por naturaleza. Moltke, por su parte, demostró
que el terreno se podía conquistar con el tiempo.
El ejército austríaco partió desde Moravia en tres columnas paralelas. Aunque el esfuerzo
de tal despliegue era considerable, consiguieron alcanzar su objetivo rápidamente y en
buen orden. Tras la llegada de las vanguardias a dad para tomar las orillas del Rin y
marcar el destino del continente. Tampoco hubo posibilidades de intervención extranjera
durante la guerra de 1870-71.
La Escuela Pruso-Alemana: Moltke y el auge del Estado Mayor General 309

La estrategia de Moltke en 1866 demostró que la cacareada línea interior de


operaciones era sólo de una relativa importancia. Resumió sus experiencias con estas
palabras: "Las incuestionables ventajas de la líneas interiores de operaciones son válidas
mientras se mantenga suficiente espacio para avanzar contra el enemigo en algunas
jornadas, ganando así tiempo para golpearle y perseguirle y, entonces, girar contra el otro
que hasta ese momento solamente era observado. Sin embargo, si este espacio se
estrecha hasta el extremo de que no se puede atacar a un enemigo sin correr el riesgo de
encontrarse al otro atacándonos por el flanco o por la retaguardia, entonces la ventaja
estratégica de la línea interior de operaciones se torna en una desventaja táctica durante
el combate".
Estas frases han sido interpretadas a menudo como una condena definitiva de las
operaciones a lo largo de la línea interior y una recomendación de las maniobras
concéntricas. No es esto lo que pensaba Moltke. Durante la guerra Franco-Prusiana de
1870-71 usó ambos conceptos satisfactoriamente, dependiendo principalmente de las
acciones del enemigo. La estrategia de Moltke estaba caracterizada por su mente abierta
y por sus cambios elásticos de una estratagema a otra.

NOTA:

Este texto está constituido por la primera mitad, un tanto revisada por el editor, del
ensayo Moltke y Schlieffen: The Prussian-German School, de Hajo Holborn, procedente del
original Makers of Modem Strategy. La segunda mitad ha sido reemplazada por un nuevo
ensayo de Gunther Rothen-berg, el cual contempla la más reciente y especializada
bibliografía e importante documentación de la que se ha podido disponer a partir de la
Segunda Guerra Mundial, particularmente del Plan Schlieffen a las batallas de
Kónnigrátz y Sedán.
1. SainteHélme, Journalinédit, 1815 á 1818de Gen. Barón Gourgaud (París, 1899)^2:20.
308 Creadores de la Estrategia
Moderna

Josephstadt el 26 de junio, hicieron falta al menos tres días para concentrar de nuevo al
ejército. Esta pérdida de tiempo fue la que probablemente salvó a los prusianos.
A pesar de las continuas advertencias de Moltke, el Primer Ejército había progresado
lentamente ya que el Príncipe Federico Carlos quería esperar a que el Ejército del Elba
ocupase Sajonia y, posteriormente, tomar él el mando también. Esto le proporcionó a
Benedek la posibilidad de emplear la línea interior de operaciones. Ha surgido una
interesante polémica entre estudiosos de la historia militar al plantearse cual de los dos
ejércitos prusianos, aproximadamente igual de fuertes, debería haber atacado Benedek;
probablemente decidió correctamente cuando consideró prioritario un ataque al Primer
Ejército. Sin embargo, se equivocó al no darse cuenta a tiempo de que tan solo disponía
de uno o quizás dos días para tomar la ofensiva contra uno de los ejércitos prusianos, sin
tener que preocuparse por el peligro que el otro ofrecía a su retaguardia. Dado que el
Alto Mando Austríaco confiaba más en la ventaja táctica de posiciones fuertes que en el
precioso valor del tiempo y dado que su prematura concentración dificultaba su
movilidad, la oportunidad se le escapó. Cuando Benedek descubrió este error era
demasiado tarde incluso para retirarse detrás del Elba hacia Josephstadt y Kóniggrátz y
tuvo que aceptar la batalla con el río en su retaguardia.
Había pasado el peligro de un ataque austríaco contra uno de los dos Ejércitos
Prusianos, por lo que Moltke empezó a demorar la concentración de sus fuerzas,
manteniéndolas a un día de distancia entre ellas para poder realizar su unión en el campo
de batalla. Durante la noche del 2 de Julio se dieron las últimas órdenes. Eran más
atrevidas de lo que pudo apreciarse tras su ejecución. Según Moltke, el ala izquierda del
Segundo Ejército y la derecha del Primero debían operar no sólo contra los flancos, sino
también contra la retaguardia enemiga. Concibió Kóniggrátz como una batalla de cerco.
Pero los generales prusianos no le secundaron y los austríacos escaparon, aún perdiendo la
cuarta parte de sus fuerzas. No fue posible una persecución inmediata dado que las tropas
del Segundo Ejército habían invadido el frente del Primero causando una mezcla de
todas las unidades, siendo difícil reestablecer el orden. Cuatro años después, en la batalla
de Sedán, se demostró que los prusianos habían aprendido la lección.
En opinión de algunos, el éxito de Moltke reflejó la superior fuerza militar de que
disponía Prusia en aquel momento, pero esto es verdad únicamente hasta cierto punto.
En 1866, Moltke tuvo que crear la pequeña superioridad de los ejércitos prusianos en
Bohemia, la cual estaba basada en el numero de hombres. Se arriesgó despojando a todas
las provincias prusianas de tropas y dejando únicamente un ejército muy pequeño para
hacer frente a los aliados alemanes de Austria. Si la campaña de Bohemia se hubiera
prolongado o hubiera llegado a un estancamiento, Napoleón III podría haber
aprovechado la oportuni-
Gunther E. Rothenberg

11. Moltke, Schlieffen


y la Doctrina del
Envolvimiento Estratégico
11. Moltke, Schlieffen y la
Doctrina del Envolvimiento
Estratégico

Dos grandes soldados, Helmuth von Moltke y Alfred von Schlieffen, predominaron en
el pensamiento militar pruso-germánico desde la mitad del siglo XIX hasta la
Primera Guerra Mundial e incluso más allá de ésta. Ellos enseñaron y practicaron un
modo de guerra ofensiva que adaptaba los preceptos de Napoleón a la era industrial, con
el fin de buscar una decisión rápida a través de la batalla y destruir al enemigo en ella.
Enfrentándose al punto muerto impuesto por las nuevas armas, Moltke, Jefe del Estado
Mayor desde 1857 a 1887, desarrolló el concepto de atacar por los flancos al enemigo en
una permanente secuencia estratégico-operativa en la que se combinara movilización, con-
centración, movimiento y choque. Llevando la iniciativa desde el principio, lo que
pretendía era someter a su oponente a un cerco parcial o total, destruyendo su ejército
en una gran y decisiva batalla, lo que él llamó la Vemichtungs o Kesselschlacht. Para controlar
la realización de esta secuencia, Moltke prestó la mayor atención a organizar un Estado
Mayor General moderno e introdujo el concepto que denominó Auftragstaktik, que se
refería a las misiones tácticas, con el fin de descentralizar los esfuerzos, pero conservándose
dentro de una misma estrategia general.
Aunque Moltke había demostrado la eficacia de sus nuevos métodos en 1866 y
1870, Schlieffen, su sucesor desde 1891 a 1906, nunca ejerció el mando de los ejércitos en
batalla. No obstante, ha pasado a la historia como un maestro de la estrategia de
envolvimiento, que él mismo la comparaba con el concepto estratégico empleado en la
batalla de Cannas, llegando a la conclusión de que era el único método efectivo de hacer
la guerra. Su gran proyecto de llevar a cabo una rápida y decisiva victoria contra Francia
estuvo a punto de realizarse en 1914, aunque al final falló; pero, por el contrario, en el
frente Este, sus métodos produjeron numerosas victorias espectaculares. Las ideas de
Schlieffen tuvieron una notable influencia en la siguiente generación de estrategas alema-
nes quienes actualizaron el concepto de envolvimiento estratégico y lo aplicaron con
gran éxito durante la fase de guerra relámpago al comienzo de la Segunda Guerra
Mundial. El General Hans von Seeckt, jefe del Heeresleitung y con una gran influencia en
el ejército alemán entre 1919 y 1926, estaba convencido de que las enseñanzas de
Schlieffen seguían teniendo vigencia, porque la única oportunidad que tenía Alemania de
conseguir victorias rápidas y decisivas desde el comienzo de la guerra, era poseyendo un
ejército reducido pero
314 Creadores de la Estrategia
Moderna

pero profesional. El marco táctico de esta concepción estratégica fue mejorado por Lud-
wig Beck, Jefe del Estado Mayor General desde 1933 a 1938, y se tradujo en las formaciones
de blindados y acorazados del General Heinz Guderían y otros. Utilizando como punta de
lanza a estas fuerzas, y apoyados por fuerzas aéreas tácticas, el envolvimiento estratégico
produjo las rápidas victorias de las campañas de Polonia y Francia, y la nueva combinación
de potencia de fuego y maniobra permitió a Alemania destruir en numerosas ocasiones a
los ejércitos rusos en 1941. A partir de entonces, la guerra relámpago (blitzkrieg) comenzó
a desfallecer. Aunque era efectiva contra un adversario escasamente preparado y a
menudo mal organizado, no podía llevarse a cabo cuando se tenía que combatir a grandes
distancias, ni era capaz de aportar una victoria final contra un enemigo que dispusiera de
grandes territorios y abundantes reservas. Durante la última parte de la guerra, a partir de
1943, el concepto del envolvimiento estratégico comenzó a utilizarse contra Alemania,
aunque no tuvo un éxito total a causa de numerosos problemas logísticos y de mando y
control de las fuerzas aliadas. Como idea estratégica ha jugado un importante papel en
numerosos conflictos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, pero a partir de la
segunda mitad de este siglo, las nuevas condiciones sociales, técnicas y políticas imperantes
en el mundo han anulado su eficacia para lograr resultados rápidos y decisivos.

Moltke puede considerarse como el escritor militar europeo más incisivo e importante
desde los tiempos de Napoleón hasta la Primera Guerra Mundial. Clausewitz era un
pensador más profundo y no cabe duda que han existido numerosos comandantes que le
han aventajado, tanto desde el punto de vista táctico, como en el papel de líder en el
campo de batalla, pero Moltke los superaba a todos no sólo en su capacidad organizativa y
en el planteamiento estratégico, sino también en los temas relacionados con el
planeamiento operativo, cualidades que en él se combinaban con una absoluta
exactitud para conocer en cada momento cuales eran las verdaderas
posibilidades.Moltke poseía un gran interés por la cultura en todas sus facetas y ha sido
considerado "un huma-nista en la era posterior a Goethe" (1). Quizá se ha exagerado un
poco al respecto. No cabe duda de que Moltke tenía muchas de las características intelec-
tuales del clasicismo germánico, pero por encima de todo era un soldado y lo que
realmente le interesaba era controlar la aplicación de la fuerza al servicio de la
monarquía prusiana.
Como muchos otros soldados prusianos atribuía algunas de sus ideas a Clausewitz y se
consideraba su discípulo. La contribución real de Clausewitz a la doctrina militar prusiana y
a su desarrollo práctico es difícil de evaluar. En el caso de Moltke, existen algunas
similitudes con Clausewitz en cuanto a las relaciones entre el estado y el ejército, pero
sus
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 315

sus puntos de vista difieren mucho en los aspectos de organización y operativos.


Mientras que Clausewitz era un filósofo, tratando de descubrir la naturaleza de la
guerra y utilizando ejemplos específicos para ilustrar sus afirmaciones, Moltke era
esencialmente un pragmático de la guerra que no le gustaba entrar en
especulaciones abstractas. Al igual que la mayoría de los militares de su
generación, consideraba que la guerra era inevitable y un elemento esencial en el
orden establecido por Dios, y lo que él pretendía por encima de todo, era
encontrar las formas de conducir la guerra con éxito. Por consiguiente, él siempre
estuvo más preocupado por los problemas específicos generados por la situación
político-militar, que por los aspectos generales de la guerra.
Moltke no era un teórico y nunca expuso sus ideas concretas sobre la guerra ni
sobre estrategia en una obra específica; para ello, es preciso investigar en su
correspondencia, en las instrucciones particulares que daba y en sus diarios. Sus
ideas sobre la política, la guerra y la estrategia aparecen en su trabajo titulado
Instructions for the Senior Troop Commander de 1869 y en su ensayo On Strategy de 1871
(2). En estas áreas, Moltke coincidía plenamente con Clausewitz y en algunas de las
declaraciones más importantes incluso parafraseada a su maestro. En el primero de
los trabajos mencionados, declaraba que "el objetivo de la guerra es satisfacer la
política del gobierno por medio de la fuerza". Aunque Clausewitz siempre recalcaba
la subordinación de la estrategia a la política incluso en guerra, advertía de la
necesidad de que la política fuera realista: "El primer deber y derecho del arte de la
guerra es evitar que la política derive hacia aspectos que van en contra de la
naturaleza de la guerra" (3). Moltke estaba totalmente de acuerdo con esta
afirmación. Pero iba mucho más lejos que Clausewitz en su interpretación de lo
que estaba o no de acuerdo con la naturaleza de la guerra. En su On Strategy,
finalizada inmediatamente después de su enfrentamiento con Bismarck acerca del
bombardero de París, defendía la idea de que una vez que el ejército ha sido
puesto en pie de guerra, la dirección del esfuerzo militar debería ser definido
únicamente por soldados. El escribía: "Las consideraciones políticas pueden ser
tenidas en cuenta únicamente cuando no hagan que las acciones militares sean
inadecuadas o imposibles" (4). Moltke ha sido acusado de ser el precursor de una
doctrina peligrosa que trataba de excluir a la política de cualquier papel
significativo en la conducción de la guerra. La insistencia en perseguir la victoria,
que él definía como "el más alto objetivo a lograr con los medios disponibles",
utilizando únicamente los medios militares, no era tan censurable como muchos
escritores posteriores han afirmado. Moltke consideraba que el ejército era un
instrumento al servicio del soberano, y éste representaba al estado. Los dos
principales asesores del rey, el Jefe del Estado Mayor General para temas militares y
el Canciller para los asuntos políticos, estaban al mismo nivel dentro de sus
respectivas jurisdicciones, aunque estaban obligados a mantenerse mutuamente
informados (5). Si en los años siguientes se llegó a una fatal valoración de los
aspectos puramente técnicos del ámbito militar, así como de sus necesidades, y esto
produjo unos comportamientos políticos y diplomáticos irresponsables, se debió tanto a la
debilidad de la esfera civil como a la presunción de los militares (6).
316 Creadores de la Estrategia
Moderna

Moltke también estaba de acuerdo con Clausewitz en que el objetivo de la guerra era
alcanzar un resultado político satisfactorio y que ello requería una estrategia flexible y
adaptable a las circunstancias. Los sistemas rígidos eran anatemas para Moltke que
defendía que en guerra no había nada permanente. Por tanto, creía que era imposible
establecer reglas fijas. El afirmaba que "en la guerra, como en el arte, no existen reglas
generales; en ninguna de ell^s el talento puede ser reemplazado por el precepto" y
teniendo en cuenta los imprevistos de la guerra, llegaba a la conclusión de que la
estrategia no podía ser más que un "sistema de oportunidades" (7). Consideraba que los
elementos básicos de la estrategia no podían ir más allá de los dictados del sentido común,
pero su ejecución correcta requería fortaleza de carácter y la capacidad para llevar a cabo
decisiones rápidas mientras se está sometido a fuertes tensiones. Federico el Grande y
Gneisenau eran sus ideales, aunque también consideraba muy interesante la figura de
George Washington, no en su faceta de comandante de campo, sino por su capacidad
de resolución frente a las adversidades y por su apreciación de las dimensiones políticas y
psicológicas de la guerra, hasta el punto de considerarle el "más grande estratega del
mundo" (8).
En la esfera más restringida de las operaciones, Moltke estaba en lo cierto al reconocer
que los cambios originados en las armas de fuego, el transporte y las comunicaciones,
junto con la posibilidad de que los estados pudieran organizar y mantener grandes
ejércitos, hacían necesarios los correspondientes cambios en la estrategia, en las tácticas,
el mando y en la organización. La Guerra Civil Americana había demostrado que estos
nuevos factores podían crear un punto muerto en el campo táctico y operativo, y Prusia,
siempre preparada para un potencial conflicto de varios frentes, no podía afrontar una
guerra prolongada. Pero las decisiones rápidas requerían acciones ofensivas agresivas para
destruir las fuerzas hostiles, mientras que el gran aumento del poder letal de las armas de
fuego habían hecho prohibitivos los ataques frontales y los grandes frentes de lucha
hacían imposible, desde el punto de vista táctico, el bordear por los flancos al enemigo. La
solución de Moltke, "el envolvimiento estratégico", partía de una concentración inicial
que satisfacía los requisitos tácticos y operativos. Consciente de que "ningún plan de
operaciones sobrevive al primer choque con el grueso principal del enemigo", estaba
decidido a mantener la iniciativa y preparar la batalla decisiva mediante la combinación de
estrategia y operaciones en una misma secuencia (9). Se dio cuenta que los avances
técnicos no sólo reforzaban la defensiva, sino que también ayudaban a la implantación de
un gran esquema ofensivo. Utilizando las líneas exteriores en 1866 y las interiores durante
la primera fase de la guerra en 1870, su flexible "estrategia de las oportunidades" hizo
posible concentrar fuerzas numéricamente superiores con mayor rapidez que el enemigo.
Una vez lograda la concentración y cuando sus ejércitos se encontraban a una distancia
que
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 317

que permitía el apoyo mutuo, poseían la fuerza necesaria para atacar simultáneamente el
frente y los flancos del adversario y destruirle utilizando una maniobra de envolvimiento
(10). Esta interacción de movimiento y choque, llevada a cabo por varios ejércitos
convergentes para la batalla decisiva, se convirtió en el sello de identidad de las guerras de
Moltke.
Dentro de esta secuencia estratégico-operativa, los elementos más difíciles eran la
concentración inicial y el despliegue (el Aufmarsch), así como el control de los diferentes
ejércitos que deben converger desde rutas diferentes para la batalla decisiva. Otros
problemas, como la logística, un tema casi insoluble en la época del transporte a base de
caballos, tenían una prioridad mucho más baja en el esquema operativo de Moltke (11).
El planeamiento y la preparación, los ferrocarriles y el telégrafo podían acelerar la
movilización, pero la concentración inicial y el despliegue de los ejércitos era crítico.
Según Moltke, "un error en la concentración inicial del ejército, puede ser rectificado muy
difícilmente a lo largo de toda la campaña" (12). El aparente dilema era que la
concentración inicial requería un control totalmente centralizado, mientras que los
movimientos de los ejércitos separados en el terreno exigían un mando descentralizado.
El método de Moltke para dirigir la guerra moderna, que sería posteriormente
consolidado por un estudio acerca de la campaña de 1859 en el norte de Italia, consistía
en que el Alto Mando, en este caso el Jefe del Estado Mayor General, debería autolimitarse
a dar instrucciones generales a los comandantes superiores subordinados, dejando para
estos los detalles. El advertía "que la guerra no puede conducirse desde una mesa de
despacho" (13).
Algunos escritores han censurado el sistema de mando de Moltke. J.F.C. Fuller, por
ejemplo, afirmaba que mientras Napoleón dirigía y controlaba, "Moltke llevaba sus
ejércitos al punto de partida y entonces abdicaba de su mando y se desentendía de ellos"
(14). A primera vista, esta acusación parece tener cierta validez. Un sistema de mando
así requería unos comandantes subordinados de una gran valía, y tanto en 1866 como
en 1870, los generales prusianos demostraron una deplorable preferencia hacia los
ataques frontales, un procedimiento propiciado por el fallo de su caballería, al no
suministrar las informaciones de inteligencia de forma exacta. Pero teniendo en
cuenta el panorama militar prusiano, con el rey actuando como comandante en jefe y
con algunos príncipes al mando de los ejércitos, los poderes de mando propuestos por
Moltke no podían compararse con los que en su día ostentaba Napoleón. Moltke tenía
que improvisar a menudo como consecuencia de que algunas ordenes iban en contra del
esquema global trazado. Por otra parte, las fuerzas que Moltke dirigía eran mucho
mayores que los ejércitos napoleónicos y actuaban de forma mucho más dispersa, y
aunque el telégrafo era un instrumento de dirección estratégica, no era lo
suficientemente flexible como para obtener con él un control operativo.
318 Creadores de la Estrategia
Moderna

Para compensar las evidentes imposiciones de este sistema de mando, Molt-ke


transformó el Estado Mayor General prusiano en un instrumento que combinaba la
flexibilidad e iniciativa necesaria al nivel local, manteniéndose siempre dentro de una
doctrina operativa común y de las intenciones del Alto Mando. Esta transformación, que
no fue completada hasta 1873, supuso el inicio de una nueva era en la forma de trabajo
del Estado Mayor y de la organización. El reformado Estado Mayor General prusiano se
denominó Gran Estado Mayor General a partir de 1871, para distinguirlo de los Estados
Mayores de Baviera, Sajonia y Württemberg, que continuaron existiendo para llevar a
cabo tanto funciones de tipo colectivo como descentralizadas. Su papel principal consistía
en ser el cerebro para la confección de los planes estratégicos del ejército y sus métodos
operativos. Las funciones descentralizadas corrían a cargo de los oficia^ les de Estado
Mayor, los Truppen Generalstab, que eran asignados a las divisiones, cuerpos de ejército y
ejércitos. Aunque en otros ejércitos contemporáneos estos oficiales eran meros asesores
técnicos, en Alemania jugaron el papel de verdaderos copartícipes en las tareas de mando.
El comandante retenía la autoridad máxima, pero normalmente las decisiones de
carácter operativos las tomaba de común acuerdo con un jefe de Estado Mayor, quien
tenía el derecho, además del deber, de protestar sobre lo que a su juicio no era adecuado
desde el punto de vista operativo. El Estado Mayor General prusiano garantizaba una
eficacia en combate al asegurar que en una situación determinada, diferentes oficiales de
Estado Mayor, educados en una doctrina de combate común, llegarían a una solución
muy parecida para hacer que el empleo de las fuerzas disponibles fuera el más efectivo
(15).
La transformación del Estado Mayor General prusiano, que en 1857 era aún un
departamento subordinado del Ministerio de la Guerra, en el organismo de mando más
importante del ejército, impuso el reconocimiento general del papel desarrollado por
Moltke, así como de la enseñanza y mantenimiento de los oficiales de Estado Mayor.
Considerando el alcance de las funciones que debía realizar, el tamaño del Estado Mayor
era reducido. Nunca contó con más de unos pocos cientos de oficiales, considerando
todas sus ramas y departamentos, y se distinguió como un cuerpo de élite, altamente
seleccionado, con una elevada capacidad intelectual, capacidad de trabajo y dedicación,
íntimamente relacionado con las excelencias de su personal, el nuevo sistema de mando y
control respondía a una doctrina de combate y a unos procedimientos operativos
comunes. Estos eran enseñados en la Academia de la Guerra y constituían un requisito
imprescindible para la posterior selección en el Estado Mayor, además de un continuo
entrenamiento, alternando con destinos de mando. Consciente de que sólo unos pocos
soldados podían tener la oportunidad de obtener experiencia en una gran variedad de
situaciones operativas, Moltke dio énfasis a la historia militar como herramienta para
formar a los oficiales de Estado Mayor ante las múltiples situaciones que pudieran
generarse. Junto con una férrea práctica de los múltiples aspectos de su trabajo, el
estudio de la historia se convirtió en una de las peculiaridades de la preparación de los
Oficiales
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 319

Oficiales del Estado Mayor General alemán. En 1870-1871 el sistema establecido por
Moltke estaba ya ampliamente reconocido, tanto por sus resultados espectaculares en
el campo de batalla como por su impresionante profesionalismo. Aunque con diversas
modificaciones, este sistema fue adoptado por todos los ejércitos más importantes.

II

La campaña de 1866 representó en muchos aspectos el ideal de guerra establecido por


Moltke. La batalla decisiva tuvo lugar a las pocas semanas de la ruptura de las hostilidades
y, como consecuencia de ella, el adversario careció de los medios y de la voluntad de
seguir luchando. A pesar de todo, Moltke consideraba que la guerra contra Austria era un
conflicto fratricida abominable, aunque inevitable. Por el contrario, deseaba la guerra
contra Francia, un país del que desconfiaba profundamente y que consideraba "no sólo el
más peligroso, sino también el enemigo mejor preparado" (16). El ejército de Napoleón
III era aún considerado el mejor de Europa, con un importante contingente de
veteranos profesionales, con experiencia en combate, con modernas armas y con jefes
con grandes dotes de mando. Poco después de ser nombrado Jefe del Estado Mayor
General prusiano, Moltke preparó su primer plan de guerra contra Francia, que consistía
en un despliegue defensivo a lo largo del Main, para posteriormente flanquear a las fuerzas
francesas tanto por el norte como por el sur. Adoptó una actitud defensiva porque por
aquel entonces el ejército prusiano era aún débil; pero conforme fueron progresando las
reformas, la concentración de fuerzas en el Rin fue aumentando y entonces comenzó a
especular sobre la posibilidad de llevar a cabo un envolvimiento del enemigo en esa
región. La Guerra Austro-Prusiana modificó su punto de vista. Los éxitos prusianos se
sumaron a la fortaleza de la nueva Confederación Alemana del Norte, y a partir de 1867
contó con el apoyo de la Confederación Sur, por lo que contaba con los doce cuerpos de
ejército del Norte, es decir, unos 740.000 combatientes, apoyados por otros 200.000 en
segunda línea, las tropas Landwehr, y alrededor de 80.000 de la Confederación Sur,
frente al ejército profesional francés que no superaba los 350.000 hombres (17). A partir
de 1867, Moltke tenía preparado un plan de guerra ofensiva contra Francia, en el que se
incluía un ataque preventivo. Su esquema básico era simple. Todo consistía en buscar y
destruir al enemigo con sus fuerzas numéricamente superiores, basándose en un detallado
planteamiento y apoyándose en la magnífica red de ferrocarriles alemanes. El escribía en
1868: "El plan de operaciones contra Francia consistía simplemente en localizar el grueso
del ejército enemigo y atacarle en el mismo punto donde se encontrase. La única
dificultad es cómo ejecutar este plan tan simple al llevarlo a cabo con ejércitos muy
numerosos" (18).
320 Creadores de la Estrategia
Moderna

A pesar de todo, Francia tenía una ventaja importante. Al menos en teoría, su


ejército profesional podía estar preparado antes que las tropas prusianas formadas por
soldados de reclutamiento obligatorio y reservistas, y Moltke estaba preocupado sobre un
posible ataque francés a través del Rin que podía ser devastador. Pero incluso ante esta
eventualidad, él dispondría de mayor número de fuerzas. Había calculado que al
principio de la guerra los franceses no podrían alistar más de 250.000 hombres, frente a sus
380.000, y con los reservistas el número se podría triplicar. Un estudio de la red de
ferrocarriles franceses reveló que para concentrarse rápidamente, el enemigo disponía de
dos áreas, separadas por la cadena montañosa de los Vosgos, una en Metz y la otra en
Estrasburgo. Para prevenir una ofensiva francesa, Moltke estableció tres ejércitos en el
Rin, entre Trier por el norte y Landau por el sur, de manera que si atacaban los franceses,
sus fuerzas podrían mantener las posiciones y ser reforzadas más rápidamente que las
francesas. Cuando el rey de Prusia dio la orden de movilización general, la noche del 15
de julio de 1870, el Estado Mayor General prusiano probó su eficacia a la hora de resolver
todos los problemas de organización. Una vez completada la movilización, el ejército
prusiano disponía de más de un millón de hombres; en dieciocho días, desde la
Confederación Sur fueron transportados 426.000 hombres (diez cuerpos de ejército) a la
frontera. La guerra fue declarada el 19 de julio, pero para entonces los franceses fueron
incapaces de concentrar sus fuerzas y solamente podían lanzar ataques de poca entidad,
como en Saar el 4 de agosto, cuando la concentración alemana estaba a punto de
finalizar (19).
El combate reveló que seguían existiendo puntos débiles en el sistema de mando de
Moltke que había sido mejorado. Sin atender a las instrucciones dadas para atraer a los
franceses hacia posiciones en las que podían ser rodeados, sus mandos subordinados
reaccionaron muy pronto y con demasiado empuje, de manera que hicieron retroceder
al enemigo hasta Lorena. Como consecuencia de ello, se produjo un importante
avance alemán, en el cual "pocos comandantes han luchado tantas batallas sin tener
intención de hacerlo, por la forma y el momento en que ellas se producían" (20). Una vez
más, el reconocimiento era pobre y los generales insistían en lanzarse a ataques frontales.
Las misiones tácticas probaron su eficacia. Marchando al sonido de los cañones, las
formaciones vecinas convergían en la escena de la acción sin necesidad de esperar las
ordenes específicas, proporcionando el número de hombres necesarios para romper el
flanco de las posiciones francesas. El 18 de agosto, uno de los dos principales ejércitos
franceses había sido empujado hasta Metz, donde fue capturado después de un largo
asedio, mientras que el segundo, al intentar abandonar la fortaleza donde se encontraba,
fue interceptado y obligado a dirigirse hacia la frontera belga en Sedán, donde se rindió el
1 de septiembre. Junto con Napoleón III, que había acompañado a este último ejército,
104.000 hombres fueron hechos prisioneros de guerra. A pesar de algunos errores, el
magnífico trabajo del Estado Mayor, la rapidez en la movilización y la dirección operativa
eficaz
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 321

eficaz y agresiva, habían permitido aplastar al ejército imperial francés. Las dificultades
para controlar a los comandantes subordinados habían obligado en diversas ocasiones al
Alto Mando a asumir el control directo, y los problemas logísticos originados por el rápido
avance se habían resuelto por oportunas improvisaciones. Por parte francesa, el exceso de
confianza, la falta de planeamiento y una organización obsoleta, contribuyeron al desastre.
Fue una victoria espectacular, conseguida en menos de siete semanas desde la
declaración de guerra por parte de Francia, pero costó más de cinco meses doblegar a la
resistencia francesa. Cuando llegaron a París las noticias de Sedán, se estableció un
gobierno provisional de defensa nacional, cuyo objetivo era reclutar cuatro ejércitos en
las provincias y uno más en la capital, ayudados todos ellos por numerosas fuerzas
irregulares. Los alemanes cercaron París el 18 de septiembre, mientras que los franceses
trataron sin éxito de evitarlo. De esta manera, los alemanes se habían apoderado de un
estrecho pasillo que acababa en París. Los franceses poseían aún importantes recursos y
su control del mar les permitía disponer de suministros desde el extranjero. Lo que ellos
necesitaban era tiempo, pero Bismarck, alarmado por un derrumbamiento de la moral
de sus tropas y de una posible intervención extranjera, no estaba dispuesto a
concedérselo. Ordenó el inmediato bombardeo de la ciudad, pero eso supuso el
enfrentamiento directo con Moltke. Desde el comienzo de la guerra, Bismarck estaba
molesto porque Moltke no le tenía totalmente informado de la marcha de las operaciones
y únicamente si el rey insistía, el Jefe del Estado Mayor General accedía a hacerlo.
Incluso evitó que el canciller interviniera en el planteamiento de futuras operaciones. En
esta situación, la cuestión del bombardeo adquirió una inusitada importancia; fue el
estallido de las tensiones entre civiles y militares existentes en los Cuarteles Generales
prusianos (21).
Los soldados consideraban a Bismarck como un intruso y que su pretensión de ser
incluido en el planeamiento operativo era simplemente una excusa para lograr más
influencia entre los militares. Moltke consideraba que no poseía suficientes piezas de
artillería para un bombardeo efectivo de París y que una acción débil provocaría una
fuerte resistencia. Más aún, ante la crítica situación logística, consideraba
contraproducente sobrecargar los ferrocarriles con el transporte necesario para efectuar
el sitio de la ciudad. Por todo ello, lo que Bismarck estaba pidiendo era algo que "desde el
punto de vista militar era inadecuado o imposible". Una vez más el rey dio la razón al
canciller, aunque para entonces el conflicto se había ya resuelto. En diciembre la
situación logística había mejorado y la artillería pesada comenzó a llegar a la zona. El
bombardeo comenzó el 5 de junio de 1871. Hasta entonces, los franceses habían realizado
numerosos ataques contra las líneas germanas, pero dado su pobre entrenamiento y su
deficiente equipo, ninguno de ellos tuvo éxito. Las negociaciones sobre el armisticio
comenzaron el 23 de enero y cinco días después se proclamó desde Versalles un nuevo
Reich; París se rindió el 28 de enero de 1871.
322 Creadores de la Estrategia
Moderna

La inesperada resistencia popular en Francia fue una inquietante experiencia para


Moltke, que siempre había considerado la guerra como una confrontación entre fuerzas
convencionales. Estaba asustado por los ejércitos improvisados, elementos irregulares, que
apelaban a la pasión popular, que él describía como un regreso a la barbarie. Además, el
sangriento espectáculo de la Comuna de París le perturbó profundamente, pero no logró
distinguir perfectamente el concepto francés de nación en armas frente al sistema prusiano
de reclutamiento forzoso. Al armar indiscriminadamente a la población, comenzó a aflorar
el espectro de la revolución social. Como él mismo observaba, "los rifles son distribuidos
rápidamente, pero son muy difíciles de retirar". Por el contrario, el sistema prusiano
infundía "disciplina y buenas virtudes militares" (22). La guerra popular y la revolución
produjeron una profunda impresión en Moltke, dejándole perplejo. Por otra parte,
cuando a partir de 1871, las otras potencias siguieron el ejemplo de Prusia y
establecieron el reclutamiento forzoso, Moltke estaba preocupado por el hecho de que
Alemania perdiera su ventaja en potencial humano y observaba que "los éxitos
duraderos sólo se pueden alcanzar cuando se entra en guerra con superioridad
numérica desde el principio". Como firme conservador, temía que el socialismo fuera a
minar la lealtad de los obreros industriales. Por todo ello, él se oponía a nuevos
aumentos en los reclutamientos anuales a menos que se dispusiera de fondos para un
adecuado entrenamiento (23). Sus puntos de vista fueron aceptados tanto en círculos
militares como civiles, hasta el punto de que dos años antes de la ruptura de las
hostilidades en 1914, Alemania sólo llamaba a filas a la mitad de sus hombres
disponibles.

III

Prusia siempre había temido una guerra con varios frentes y esta posibilidad preocupaba
a Moltke. Poco después de haber sido nombrado Jefe del Estado Mayor General comenzó
a estudiar la hipótesis de una unión del "Este eslavo y el Oeste latino contra Europa
central". Esta fue una de las razones más importantes para buscar una guerra corta y
decisiva, y fue al mismo tiempo, una de sus mayores preocupaciones durante las primeras
semanas en la campaña de 1870. Incluso cuando estaba a punto de conseguir la
victoria, este peligro potencial seguía preocupándole y a los tres meses de la caída de París,
describió la alianza franco-rusa como "la amenaza más peligrosa para el nuevo Imperio
Alemán" y comenzó a elaborar planes para contrarrestarla (24). El reconocía que las
diferencias políticas entre ambos países hacían esa alianza poco verosímil, pero
consideraba que su deber era estar preparado ante todas las posibles contingencias. Hasta
1879, el Estado Mayor General también preparó planes de guerra contra la aún menos
probable coalición franco-ruso-austriaca (25).
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 323

La guerra en Francia modificó también las expectativas estratégicas de Motke. En


su primer plan de guerra contra Francia y Rusia, elaborando en abril de 1871, ya
advirtió que una victoria rápida sería improbable. "Alemania no puede esperar liberarse
de un enemigo mediante una victoria rápida en el Oeste, para volverse después contra el
otro. Ya hemos visto lo difícil que resulta doblegar a Francia, incluso una vez ganada la
guerra". Comprendiendo el poder de la defensiva y siendo suficientemente realista
como para reconocer que la búsqueda de una victoria total provocaría una prolongada
resistencia, su nueva estrategia se basaba en la realización de operaciones ofensivas-
defensi-vas. Ya no buscaba una decisión rápida mediante decisivas batallas, sino que
planeaba actuar de forma ofensiva, moviéndose dentro del territorio enemigo de este a
oeste para entorpecer su movilización y ocupar fáciles líneas defensivas y provocarle así
grandes pérdidas cuando intentase ataques contra los alemanes. Para lograr esto,
procuró situar fuerzas aproximadamente iguales en los dos frentes (26). El nunca esperó
una victoria total, ni pretendía anexionarse nuevos territorios, pero contaba con que la
diplomacia diera una solución aceptable al conflicto.
Básicamente, todos los planes posteriores de Moltke se derivaban de estas hipótesis
ofensivas-defensivas, aunque muy pronto los acontecimientos invalidaron la idea de un
despliegue similar en el este y en el oeste. Con el fin de estar más seguro, en 1873, la Liga
de los Tres Emperadores establecida por Bismarck, constituyó una reafirmación de la
solidaridad monárquica frente a la republicana Francia y, al menos temporalmente,
disminuyó el peligro de una guerra con dos frentes. Pero incluso la gran habilidad
diplomática del canciller no pudo eliminar el peligro inherente a la posición geográfica de
Alemania. La sorprendentemente rápida recuperación militar de Francia, aumentó la
preocupación de Moltke. En 1872, Francia introdujo el sistema de servicio universal,
estrenando a casi cuatro quintos de todos los hombres disponibles, desarrollando al
mismo tiempo un Estado Mayor eficiente y un buen sistema de movilización. En 1873
Moltke declaró que "era imperativo acelerar nuestro sistema de movilización", y decidió
aumentar la potencia de sus fuerzas desplegadas en el oeste a costa de las del este (27).
Por aquel entonces, él consideraba la posibilidad de que los alemanes fueran obligados a
retroceder ante un ejército francés movilizado muy rápidamente. Ante esta eventualidad,
intentó reagruparse en el Rin y entonces, esperando que los franceses lo hicieran en dos
grandes grupos, contraatacar por el centro, dirigiendo el grupo del norte hacia París y el
del sur al Loira. Si el plan tenía éxito, a Francia se le podrían ofrecer unas condiciones
muy generosas, e incluso si éstas fueran rechazadas, estaría tan debilitada que permitiría
que el grueso de las fuerzas se desplazaran hacia el este (28). A pesar de todo, el despliegue
de las fuerzas no era muy superior en el oeste y en 1877, Moltke esperaba que en el caso de
una guerra con dos frentes, la batalla decisiva tendría lugar en la Lorena a la tercera
semana de la movilización. Sin embargo, una vez más, no buscaba una victoria completa, y
señalaba que "no podemos extender nuestro objetivo a París. Debe dejarse a la diplomacia
la búsqueda de una paz estable en este frente" (29).
324 Creadores de la Estrategia
Moderna

Otra razón para conformarse con estas limitadas expectativas en la guerra contra
Francia, era la creciente capacidad militar de Rusia, demostrada durante la Guerra Ruso-
Turca de 1877-78, que junto con la terminación de un cinturón de fortificaciones en la
frontera francesa, hacían que las operaciones más adecuadas fueran defensivas en el oeste
y ofensivas en el este. Moltke advertía que "si debemos luchar en una guerra con dos
frentes, debemos explotar la ventaja defensiva del Rin y la de nuestras fortificaciones y
emplear todas aquellas fuerzas que no sean imprescindibles en el oeste para llevar a cabo la
ofensiva en el este" (30). Pero esto no significaba que Alemania debía adoptar una
actitud pasiva en el oeste. La distribución de fuerzas propuesta era de 360.000 hombres
contra Rusia y 300.000 contra Francia, y Moltke decidió realizar un decidido esfuerzo
para derrotar la ofensiva francesa de las posiciones adelantadas de Lorena y del Saar.
Una retirada hacia el Rin sin entablar combate, sería perjudicial para la moral y crearía
una difícil situación estratégica. "Soy de la opinión que incluso enfrentándonos a un
ejército más numeroso, debemos correr el riesgo de entablar batalla en el lado oeste de
Rin en vez de retroceder hasta el lado este" (31). En el frente ruso, intentó llevar a cabo
una ofensiva limitada sobre las líneas interiores, colocándose entre los ejércitos del oeste
de Rusia, estacionados en Kovno y Varsovia para interrumpir sus movimientos. Combinado
con un sistemático esfuerzo para crear insurrecciones en el pueblo esclavizado, el plan
estaba diseñado para inducir al gobierno del Zar a negociar con Alemania una paz en
términos ventajosos para ésta. Además, desde 1871, Moltke comenzó a considerar la
posibilidad de contar con el apoyo austro-húngaro contra Rusia; la Doble Alianza,
firmada en octubre de 1879, originó nuevas perspectivas para realizar una ofensiva
complementaria por el norte, desde la Galizia austríaca hasta el centro de Polonia. Pero
desde el punto de vista militar, el tratado de 1879 tenía un importante punto flaco.
Carecía de compromisos militares específicos. Bismarck pretendía que con él se
comprometieran ambos países contra Rusia, pero solamente le dieron un carácter
puramente defensivo. El tratado aseguraba en apoyo mutuo en el caso de que uno de los
dos fuera atacado por Rusia, pero no contenía ningún mecanismo que permitiera llevar a
cabo una guerra de coalición. En cualquier caso, Moltke era escép-tico sobre la posibilidad
de poder arrancar algún compromiso más a ese tratado. En una ocasión llegó a escribir:
"Es inútil planear operaciones comunes para el futuro porque, en la práctica, no las
llevarían a cabo" (32). Básicamente, él dudaba de que el ejército austro-húngaro,
relativamente débil y muy lento en su capacidad de movilización, estuviera realmente
preparado para realizar grandes operaciones ofensivas.
A pesar de todo, en 1882 se iniciaron contactos a nivel de Estados Mayores, y estos
continuaron durante más de una década, bajo la dirección del Conde Alfred von
Waldersee, nombrado especialmente por Moltke para este cometido.
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 325

Moltke solicitó el retiro en 1881, pero el Emperador Guillermo I le convenció para que
permaneciera en el cargo junto con un hombre más joven para que compartiera con él
las tareas. Fue Waldersee, un ambicioso e infatigable oficial, quien se convirtió, en 1888,
en el sucesor de Moltke; nunca tuvo una idea estratégica consecuente y derrochó la
mayor parte de sus energías en las intrigas creadas en contra del decidido propósito de
Bismarck de estar en buenas relaciones, tanto con Austria y Hungría, como con Rusia. En
1882, siguiendo las sugerencias del Barón Friedrich Beck, el nuevo Jefe del Estado Mayor
austro-húngaro y Waldersee llegaron al compromiso de que, en el caso de una guerra con
dos frentes, Alemania estaba preparada para ayudar a Austria y Hungría con unas veinte
divisiones, más otras seis de reserva, para llevar a cabo un doble cerco a los ejércitos rusos
en el saliente polaco. Beck no estaba de acuerdo con las fuerzas propuestas, especialmente
porque su propio ejército estaría preparado al menos dos semanas más tarde que el alemán
y, sin embargo, se le había asignado la mayor carga en los combates iniciales. Nuevas
conversiones entre Moltke y Beck introdujeron algunos pequeños cambios. Tanto
Waldersee como Moltke eran partidarios de emplear contra Francia los máximos efectivos
posibles y cuando Beck solicitó una aclaración al respecto, Moltke le contestó que en
caso de guerra, Alemania sólo podría comprometer un tercio de su ejército en el frente
Este. El último plan de Moltke, que entró en efecto el 1 de abril de 1888, contaba con el
hecho de repeler la ofensiva inicial francesa, para a continuación, llevar a cabo un fuerte
contraataque con los dos tercios del ejército alemán. Sólo permanecían en el Este
dieciocho divisiones (33). Esta tendencia hacia una ofensiva en el Oeste, aunque no
contenía todos los detalles como la que posteriormente fue planeada por Schlieffen,
estaba ya contemplada en 1887-1888.
Este cambio en las prioridades era un reflejo de los puntos de vista de Bismarck. El
Canciller siempre había considerado que Francia representaba un mayor peligro que
Rusia y, en respuesta a algunos preguntas de los austríacos, a principios de 1887, él afirmó
que aunque Alemania permanecería comprometida con su Alianza, tanto Austria como
Hungría deberían evitar provocar a Rusia, puesto que si la guerra tuviera dos frentes,
Alemania buscaría resolverla primeramente con Francia. Las negociaciones secretas de'
Bismarck con Rusia, que dieron lugar al Tratado de Reinsurance, del que Moltke informó
cuando ya había sido firmado, contribuyó a las desavenencias posteriores entre los dos alia-
dos. Cuando Waldersee sustituyó a Moltke en 1888, las negociaciones entre los Estados
Mayores austro-húngaro y alemán continuaban, pero aunque el nuevo Jefe del Estado
Mayor General proponía en 1887 un ataque preventivo contra Rusia, un año después su
propuesta era realizar el esfuerzo principal en el oeste. Teniendo en cuenta que Rusia
estaba aumentando su fortaleza, las fuerzas alemanas asignadas al frente Este eran
claramente insuficientes, incluso para acciones ofensivas limitadas, y Schliefflen, que
sustituyó en 1891 a Waldersee, informó a Beck en 1895 que Alemania había abandonado
la proyectada ofensi- va conjunta en Polonia. Schlieffen incluso se atrevió a proponer a
Austria
326 Creadores de la Estrategia
Moderna

Austria y Hungría que llevaran a cabo una ofensiva en dirección a Varsovia, cosa que
excedía a las posibilidades reales de los austríacos y confirmaba las suspicacias de Viena
hacia los alemanes. Debido a esto, las conversaciones de los Estados Mayores se
interrumpieron en 1896 y no se reanudaron hasta 1908. Incluso entonces no llegaron a
ningún compromiso claro relacionado con las intenciones iniciales que las promovieron
(34).
Aunque a veces confusas, las fluidas relaciones entre los dos Estados Mayores
Generales aliados reflejaban, al menos en parte, unas grandes diferencias operativas.
Durante sus últimos años de servicio, el octogenario Moltke fue incapaz de hallar una
solución al dilema estratégico-operativo de Alemania. El era suficientemente flexible
como para darse cuenta de los crecientes inconvenientes que tenía una guerra ofensiva y
en 1871 desarrolló su concepto para una actitud defensiva-ofensiva, buscando victorias
limitadas, manteniendo una buena posición estratégica. Pero como los ejércitos de
Francia y Rusia iban aumentando cada día su potencia, era necesario obtener una
victoria contra uno de ellos. Moltke no fue capaz de vislumbrar un camino que hiciera
posible este objetivo, con el fin de evitar una larga u destructiva guerra de desgaste. En
1890, al hacer sus últimas declaraciones públicas, advirtió al Reichstag del peligro que
suponía el hecho de que las futuras guerras "pudiesen durar siete o quizás treinta años" y
que modificarían el orden social establecido (35).
Moltke fue profetice, pero no fue capaz de encontrar las directrices para evitar que la
guerra llegara a una situación de estancamiento. En este sentido, ninguno de los
pensadores alemanes a partir de 1871, pudieron resolver el conflicto entre la necesaria
acción ofensiva y el atrincheramiento de la infantería con modernas armas, para inflingir
pérdidas insoportables a las fuerzas atacantes. Las experiencias de 1870 fueron reforzadas
por las de la Guerra Ruso-Turca y las guerras de los Balcanes y Sudáfrica. Había acuerdo
entre los escritores, como el General Wilhelm von Blume, el Príncipe Kraft zu
Hohenlohe-Ingeflin-gen y Colman von der Goltz, en que un ataque sólo podía tener
éxito si la potencia de fuego de la infantería era neutralizada por la artillería, incluyendo
la artillería pesada móvil que acompañaba a las fuerzas. Al mismo tiempo, estos hombres
no aceptaban los pesimistas puntos de vista de Moltke acerca del futuro de la guerra. Sin
llegar a ser rígidos dogmáticos en sus doctrinas operativas, todos ellos sostenían que la
ofensiva era una forma superior de hacer la guerra, aunque aceptaban que debía
combinarse con una defensa preliminar para debilitar al adversario. Todos consideraban
que el envolvimiento estratégico, y especialmente en los espacios restringidos de la Europa
occidental, continuaba ofreciendo las mejores posibilidades para la victoria, aunque quizás
no en la misma escala que en Sedán. Finalmente, todos ellos estaban convencidos de que
los números tenían la máxima importancia, y apostaban por una mayor explotación de
las reservas de potencial humano de Alemania (36). Todos estos conceptos, con un
énfasis particular en la búsqueda de una solución rápida, fueron compartidos por Alfred
von Schlieffen quién se hizo cargo de la jefatura del Estado Mayor General el 7 de
febrero de 1891.
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 327

IV

Descendiente de una antigua familia prusiana, Schlieffen nació en Berlín, el 28 de


febrero de 1833. Educado en el espíritu de la devoción protestante, se graduó en el
Joachimsthaler Gymnasium de esa ciudad y en 1853 se alistó como voluntario por un
año en el 2a Regimiento de los Guard Uhlans. Antes de concluir su compromiso fue
transferido al servicio regular y ascendió a oficial en diciembre de 1854. Seleccionado
para la Academia de Guerra, entró en el Estado Mayor'General en 1865 y sirvió en varios
departamentos del mismo, incluyendo el mando del 2a Regimiento de los Guard Uhlans
desde 1876 a 1884. A continuación volvió al Estado Mayor, desempeñando las funciones
de jefe de diversas secciones y en 1889 se convirtió en el primer secretario de Wal-dersee.
Cuando éste fue expulsado de su puesto por sus intromisiones en política, Schlieffen se
hizo cargo de la jefatura del Estado Mayor y se mantuvo en ella hasta el 1 de enero de
1906, fecha en que fue sustituido por el joven Hel-muth von Moltke, hijo del famoso
Moltke. Durante su etapa de retirado, Schlieffen continuó perfeccionando su gran plan
para un envolvimiento decisivo en el oeste, pero ya no influyó en política. Murió el 4 de
enero de 1913, diecinueve meses antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial (37).
Schlieffen fue el más conocido y controvertido estratega de su época. Representaba una
gran generación de líderes militares profesionales, combinando una gran capacidad
administrativa con una sólida educación, aunque carecía del gran interés hacia la
cultura que tenía Moltke. Era un especialista que prefería los cálculos concretos a las
especulaciones abstractas, un austero y solitario hombre que después de la muerte de su
mujer se dedicó por entero a su profesión. El General Erich Ludendorff se refería a él
como "uno de los más grandes soldados que han existido" y sus muchos discípulos estaban
convencidos de que había encontrado la solución al dilema estratégico de Alemania que
le hubiera proporcionado una rápida victoria en la Primera Guerra mundial (38). Sus crí-
ticos le acusaron de tener una mente militar estrecha y su desprecio por las implicaciones
políticas. Sus defensores decían de él que "parecía estar en posesión de los conocimientos
de un técnico, de manera que realizaba su trabajo de la mejor manera posible con los
medios que tenía disponibles, compaginándolos con las reglas y hábitos de su profesión"
(39). Su plena confianza en planes puramente militares, aunque algunos fueran
defectuosos, fue "nada menos que el comienzo de las desgracias para Alemania y Europa"
(40). Críticos y admiradores están de acuerdo en que la estrategia de Schlieffen, aunque
no en sus conceptos básicos, suponía una ruptura en la línea continuista de Clausewitz y
Moltke. Un admirador, el General Wilhelm Groener, resaltaba que sus trabajos, al
contrario que Clausewitz, carecían de "especulaciones teóricas verbales... pero eran un
reflejo de la vida y la realidad". Los esfuerzos de Schlieffen para eliminar el elemento de
fricción de las operaciones, han sido
328 Creadores de la Estrategia
Moderna

operaciones, han sido denominados "la antítesis de Clausewitz" (41). Schlieffen también
se diferenció de Moltke, tanto en el tratamiento de los problemas del mando, como en su
decidida búsqueda de desarrollar una estrategia para una rápida y decisiva victoria sobre
un enemigo en una guerra de dos frentes (42).
La principal razón que le impulsaba a la búsqueda de una victoria rápida era la
cambiante situación político-militar. Unos meses después de que Schlieffen accediera a su
cargo, la hipótesis de una guerra de dos frentes se hizo mucho más probable. Entre
1891 y 1894, una serie de conversaciones, acuerdos y tratados franco-rusos hicieron
cambiar el equilibrio en Europa. La creencia popular era que Alemania se había
convertido en un verdadero cuartel, pero Francia adiestraba cada año a más hombres,
mientras que el ejército ruso, era cada día más grande. La potencia militar del
denominado Doble Entente, era claramente superior a la Doble Alianza. Los números
eran considerados de la mayor importancia. En 1891, Schlieffen escribía: "Nuestra pasadas
victorias se obtuvieron con un mayor número de hombres. El elemento esencial del arte
de la estrategia es aportar el mayor número posible a la acción. Esto es relativamente fácil
cuando se es más fuerte desde el principio, más difícil cuando se es más débil, y
probablemente imposible si la diferencia numérica es muy grande" (43). Por todo
ello, él abandonaba la estrategia de la aniquilación que estaba implícita en los planes de
guerra defensivos-ofensivos. Si estos se adoptasen, "las fuerzas alemanas tendrían que ir
cambiando entre los dos frentes, enfrentándose el enemigo aquí y allí... mientras la
guerra continuaba con distancias cada vez mayores y nuestras fuerzas serían cada vez más
débiles" (44). El tiempo no favorecía a Alemania en una guerra con dos frentes y era
esencial destruir a uno de los enemigos al principio de la contienda. Esto no podía
lograrse con un ataque frontal, el cual produciría, en el mejor de los casos, una victoria
"ordinaria", a la que seguiría una guerra prolongada. Era necesario una batalla de
aniquilación. "Un Solferino no nos ayudaría; tiene que ser un nuevo Sedan o, al menos,
un Kóniggrátz" (45).
El Jefe del Estado Mayor General podría haber tenido tentaciones diplomáticas para
reducir las diferencias en el terreno militar, pero Schlieffen respetaba profundamente las
separación tradicional de las jurisdicciones. El ejemplo de Waldersee, que se entrometió
en temas políticos, y que hizo criticas al Emperador en el sentido de que la construcción
naval alemana era muy deficiente, y por ello fue sustituido, actuaba para él como un
potente aviso. En cualquier caso, Schlieffen se limitó a su esfera profesional. A pesar de
que en 1904-1905, "la tentación de Alemania para dislocar la Alianza Franco-Rusa era muy
fuerte y se pensaba en un ataque preventivo", se abstuvo de presionar en este sentido
(46). Incluso en temas como el del aumento del ejército mediante el reclutamiento anual,
se mantuvo al margen de la lucha política. Cuando sus propuestas encontraban
oposición por parte del
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 329

por parte del Ministerio de la Guerra, él lo aceptaba de buen grado. Schlieffen


consideraba que el papel del Jefe del Estado Mayor General en tiempo de paz se limitaba
al planeamiento, la mejora de la doctrina de combate y dar su opinión cuando se la
pidieran.

Schlieffen dedicó un esfuerzo considerable a mejorar la eficacia de las fuerzas que


disponía. Al final del siglo los grandes avances en la potencia de fuego, en la artillería de
campaña y la pólvora sin humo, así como los nuevos adelantos en comunicaciones, radio y
teléfono, estaban cambiando la naturaleza de la guerra terrestre, aunque los ejércitos no
habían comprendido aún el verdadero alcance de estas innovaciones. La caballería seguía
obsesionada con las cargas a caballo, las tácticas de infantería prestaban demasiado énfasis
al choque y la artillería de campaña carecía de la potencia de fuego necesaria. Ya por
entonces se echaba de menos el disponer de artillería pesada móvil, que demostró ser el
arma decisiva en la siguiente guerra, y Schlieffen tuvo que luchar denodadamente para
adquirir material pesado que sustituyera a parte de los viejos fusiles. En 1888, cuando era
secretario de Waldersee, había dado todo su apoyo para la adopción de los nuevos
reglamentos para la infantería, que reconocían formalmente las misiones tácticas, y en su
nuevo cargo intentó mejorar las capacidades de reconocimiento de la caballería. Además,
aumentó el número de unidades de tipo técnico, apoyó la adopción de las
ametralladoras, así como de equipos modernos para señalización y vehículos motorizados.
Dentro del Estado Mayor General prestó una especial atención a la preparación de los
jóvenes oficiales para ejercer el mando de unidades independientes. En resumen, sus
esfuerzos contribuyeron a mejorar sustancialmente las capacidades del ejército alemán
durante los años siguientes (47).
La idea de buscar una batalla decisiva estaba siempre presente. Schlieffen
consideraba que ciertos principios básicos de la guerra, como la acción ofensiva, la
maniobra, la concentración y la economía de fuerzas, se debían aplicar por igual a las
acciones pequeñas y grandes. Como Napoleón y Moltke, sostenía que para evitar
pérdidas humanas prohibitivas era necesario romper los flancos del enemigo y que el
objetivo de cualquier operación era destruir a las fuerzas oponentes. Su análisis de la
historia militar, le llevó a la conclusión de que, en un enfrentamiento, el ejército más
débil podría conseguir romper el flanco de su adversario si concentraba sus fuerzas sobre
él. Aníbal, Federico el Grande, Napoleón y Moltke lo habían demostrado en numerosas
ocasiones, y Sedan era el ejemplo más reciente. A pesar de todo, a Schieffen le
preocupaba que, al estar sometidos a una fuerte presión, los comandantes subordina-
dos pudieran perder de vista el objetivo principal. Después de todo, y según él mismo
observaba, "estos generales habían fallado al poner en práctica el gran plan de Moltke
para el total envolvimiento y aniquilación
330 Creadores de la Estrategia
Moderna

aniquilación del enemigo", y dudaba que desde 1870 su comprensión del mismo y su
autocontrol hubieran mejorado. La estrategia de las oportunidades había sido una parte del
problema. El reprochaba a Moltke su idea de que el Jefe del Estado Mayor General
"debería dirigir en vez de mandar" (48). Yendo mas lejos que Clausewitz y Moltke,
quienes reconocían los efectos impredecibles del "choque y de la voluntad del
enemigo", Schlieffen mantenía que era posible obligar al oponente a aceptar el diseño
operativo propio. Respecto a la ofensiva, siempre consideraba la necesidad de llevar la
iniciativa, y al concentrarse sobre los flancos del enemigo, no sólo intentaba su
destrucción, sino privarle de cualquier opción estratégica viable. El esquema requería
una perfecta armonía de toda la secuencia, desde la movilización hasta la batalla crucial,
incluyendo un rígido seguimiento del programa prefijado y el establecido de los objetos
operativos a conseguir. En su estrategia de la maniobra a priori, él ya tuvo en cuenta la
posible aparición de algunas mejoras en el armamento y sistemas de su tiempo, pero
siempre contaba con sobreponerse a ellos a base de planeamiento y de un sistema de
mando centralizado (49). Schlieffen reconocía que los ejércitos modernos podían llegar a
ser demasiado grandes como para ser controlados por un solo hombre y, por ello, buscó
la respuesta en la tecnología. En 1909, escribía, "un moderno Alejandro debe hacer uso
de todos los nuevos medios de comunicaciones, telégrafo, radio, teléfono... automóviles y
motocicletas para mandar" (50).
No faltaron críticos de Schlieffen, tanto desde su propio Estado Mayor General
como entre los comandantes.El General von Schlichting, Jefe del Estado Mayor del
Cuerpo de Seguridad hasta 1896, publicó varios artículos contra los procedimientos
operativos y el concepto de ofensiva a toda costa, defendiendo encarecidamente el
derecho y el deber de los oficiales prusianos de actuar de acuerdo con su propia
iniciativa, aceptando la total responsabilidad de sus acciones (51). Otro influyente
escritor, el General von Bernhardi, Jefe de la Sección de Historia Militar del Gran Estado
Mayor General, se ocupó también del concepto de maniobra a priori. El se quejaba de que
ese procedimiento tan despersonalizado y mecanizado, reducía el arte de la guerra a
poco más que un mero oficio y al estratega en un simple técnico. Al mismo tiempo,
ponía en duda el énfasis dado a la masa, e insistía en que la calidad de los jefes y de la
tropa era mucho más importante. Además, en vez de confiar tanto en el envolvimiento
puro, defendía que la ruptura de los frentes seguían siendo posible y eficaz. El General von
Bülow, uno de los secretarios de Schlieffen, y el General von der Goltz, comandante de los
ejércitos del Este de Prusia, también se opusieron a las ideas de Schlieffen (52). Pero no le
preocupaban sus críticos. Según fue pasando el tiempo, él estaba cada vez más
convencido de que Alemania tenía que ganar la batalla inicial a cualquier precio y, por
lo tanto, rechazaba cualquier consideración que pudiera interferir la ejecución del único
proyecto que, en su opinión, conduciría a la victoria.
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 331

VI

Su gran proyecto era la destrucción rápida y total del ejército francés; a esto él mismo
lo denominó Plan Schlieffen y nada más retirarse de su cargo, se lo entregó a su sucesor en
febrero de 1906. Este fue el último de una serie de planes estratégicos concebidos por
Schlieffen. Cada año, el Gran Estado Mayor General desarrollaba diversos planes de
contingencia que, si eran aprobados por el Estado Mayor después de someterlos a diversos
análisis, se hacían efectivos a partir del 1 de abril del año siguiente. Durante el tiempo que
permaneció en su cargo, Schlieffen formuló un total de dieciséis planes contra Francia,
catorce contra Rusia y diecinueve para una guerra de dos frentes, que era el caso más
probable (53). El tema más importante era decidir contra qué enemigo ejercer la máxima
presión y qué tipo de fuerzas serían las más adecuadas par defender el otro frente. Las
líneas interiores facilitaban el redespliegue, pero había que tener en cuenta que una vez
puesto en movimiento el Aufmarsch inicial, era muy difícil, si no imposible, cambiarlo. Las
decisiones militares tenían, por lo tanto, enormes repercusiones políticas e imponían unas
opciones diplomáticas muy limitadas. Sin embargo, no es correcta la opinión generalizada
de que en los años anteriores a 1914, los militares imponían sus planes a las autoridades
políticas. Schlieffen mantenía una estrecha relación con Friedrich von Holsteín, quien
tenía una gran influencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores, y tanto Bülow como
Bethmann Hollweg estaban informados de los aspectos generales de los planes de guerra.
Pero a pesar de todo, ellos no conocían los detalles específicos, tales como el golpe de
mano planeado contra Lieja a partir de 1912. A diferencia de Bismarck, estos hombres no
tenían demasiado interés en estar informados, y como no existía un mecanismo
establecido para coordinar el planeamiento estratégico con la política exterior, la División
de Jurisdicciones era la única que tenía acceso a los planes militares, lo cual resultó ser
extremadamente peligroso.
Al asumir el cargo de Jefe del Estado Mayor General, Schlieffen heredó algunos
planes elaborados por Moltke y ligeramente modificados por Walder-see. Pero no estaba
de acuerdo con los esquemas defensivos-ofensivos de Moltke para una guerra con dos
frentes. Ante todo estaba, preocupado por la posibilidad de que Alemania no pudiera
contrarrestar la ofensiva francesa antes de poder contraatacar. Al mismo tiempo, tenía
serias dudas sobre los proyectados ataques a las provincias occidentales de Rusia. En 1894
introdujo un cambio fundamental. Para mantener la iniciativa y anticiparse a la ofensiva
francesa, decidió trasladar la concentración inicial alemana más hacia el oeste, incluso
arriesgándose a una batalla no prevista. Si los franceses decidían mantener la defensiva,
intentaría destruir las fortificaciones fronterizas mediante un ataque a la línea Frouard-
Nancy-St. Vicent, que servía de posición avanzada para controlar la meseta de Nancy
(54). Como él mismo reconoció poco después, éste no era un plan satisfactorio. Incluso
en el caso de tener éxito, la ruptura de la mencionada línea, ni eliminaría al ejército
francés, ni le
332 Creadores de la Estrategia
Moderna

le permitiría poder trasladar importantes contingentes al frente Este. Además requería un


seguimiento exhaustivo de las operaciones, dando a Rusia el tiempo necesario para
completar su movilización. Este plan tampoco contenía el elemento de la sorpresa,
puesto que un ataque por ese punto era lo previsto por el Estado Mayor General francés
(55).
Schlieffen continuaba convencido de que Francia era la principal amenaza y que debía
ser eliminada mediante una aplastante ofensiva, por lo que interrumpió la confección de
planes para operaciones conjuntas con Austria y Hungría contra Rusia. En 1897 su idea
era que la rotura del frente se produjera inmediatamente al norte de Verdún, por lo que el
envolvimiento estratégico tenía que disponer de más espacio para el despliegue. Llegó a la
conclusión de que "una ofensiva que intente cercar Verdún no debe vacilar por violar la
neutralidad de Bélgica ni Luxemburgo" (56). Esta nueva directiva fue aprobada en 1899
y hasta 1904-1905 constituyó el eje básico para una ofensiva en el Oeste, en el caso de
una guerra con dos frentes. Un total de siete ejércitos, tres en Lorena y dos en cada ala,
se debían concentrar entre Aquisgrán y Basilea. Asumiendo que los franceses estarían
preparados para avanzar primero, tanto a través de Bélgica o contra Lorena, Schlieffen
intentaría contrarrestarlos con un ataque contra su ala izquierda. El escribía: "Si esto
tiene éxito, podremos expulsar a todo el ejército francés de sus fortificaciones hacia la
parte alta del Rin". Si los franceses permanecían a la defensiva, llevaría a cabo un ataque
frontal en el Sector Belfort-Verdún y los derrotaría al desbordarlos por los flancos a través
de Bélgica. Con este plan no se esperaban grandes dificultades. Según él mismo observaba,
"Luxemburgo no tiene ejército y el débil ejército belga permanecerá encerrado en sus
fortalezas" (57). Aunque durante los años siguientes, Schlieffen examinó a menudo
opciones alternativas, siempre se inclinaba por la de realizar la ofensiva a través de Bélgica
(58). En 1904 una evaluación del Estado Mayor detectó que el ala derecha era demasiado
débil, mientras que el centro del despliegue alemán previsto era muy fuerte. Durante el
último verano, las derrotas rusas en Manchuria eliminaban por el momento cualquier
amenaza importante desde el este. Por lo tanto, Schlieffen redujo el despliegue del frente
Este y decidió asignar el 75% de las fuerzas movilizadas para llevar a cabo un envolvimiento
a gran escala en la línea Verdún-Lila (59).
La revolución de 1905 en Rusia reforzó esta decisión de disponer el grueso del ejército
alemán en un ala destinada a maniobrar al norte de Metz. Schlieffen consideraba que
este concepto de maniobra era muy parecido al utilizado a menudo por Napoleón, pero
"de forma más concentrada, masiva y enérgica" (60). En su opinión, una situación de
estancamiento como la que se produjo en Manchuria podría ser evitada, cambiando una
maniobra de envolvimiento con un ataque frontal, seguida de una persecución
implacable. En cualquier caso, él no se desentendió por completo del frente Este y
advertía que "la idea de que al día siguiente de la batalla decisiva en el Oeste, podremos
trasladar el ejército al Este, no es realista. Sedán fue una batalla decisiva, pero ¿quién podía
aaaaaaaa
Moltke, Schlíeffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 333

pretender que el 2 de septiembre el grueso de ejército alemán se trasladara al Este?" (61).


Su último plan de guerra, que entró en vigor el 1 de abril de 1906, asignaba tres Cuerpos
de Ejército al frente Este, contando con que a pesar de no haber firmado ningún
acuerdo, una ofensiva austro-húngara por el norte desde Galizia ofrecería un cierto
desahogo. De esta manera, con la mayor parte de las fuerzas desplegadas sobre el ala
derecha en el Oeste, este plan contenía los aspectos mas importantes del famoso
memorandum del 31 de diciembre de 1905, aunque no fue transmitido a su sucesor hasta
febrero del siguiente año.
Consciente de su inminente retiro, desde finales de 1903 Schlieffen escribió un
memorándum titulado Guerra contra Frauda, a modo de testamento estratégico. No era un
plan completo de guerra, sino una exposición detallada y una guía para su sucesor.
Omitiendo todas las consideraciones políticas e ignorando a Rusia, se centraba en los
aspectos operativos. Estos fueron los que llevaron a Schlieffen a la decisión de llevar a
cabo una guerra ofensiva, a pesar de que cada día aumentaba el poder de la defensiva.
Esta determinación por la ofensiva es el legado más importante de Schlieffen al
desarrollo del pensamiento estratégico (62).
El citado memorándum describe a Francia como una gran fortaleza con líneas
defensivas casi inexpugnables cubriendo las 150 millas de la frontera con Alemania. Para
flanquear estas posiciones, Schlieffen quería que el ala derecha, treinta y cinco cuerpos de
ejército divididos en cinco ejércitos, ocuparan un amplio frente que se extendería hasta
Dunquerque, a través de Bélgica y el sur de Holanda. Dejando algunas fuerzas para
proteger Amberes, la maniobra consistía en llegar a Amiens, cruzar el río Somme en
Abbeville y el Sena al oeste de París; a partir de ahí girar al suroeste para forzar a los
franceses hacia los Vosgos y la frontera suiza. Este plan preveía un nuevo Cannas a gran
escala, con una frontera neutral y la cadena de montañas sustituyendo a la segunda ala
para completar el envolvimiento. Conforme al modelo de Cannas, la débil ala
izquierda, formada por sólo cinco cuerpos de ejército, debería atraer a los franceses hacia
el este, dirigiéndose al Rin. Un escritor militar comparó este esquema con una puerta
giratoria: cuanto más empuje un hombre por una de sus hojas, más fuerte le golpeara la
siguiente en su espalda (63).
Mantener una fuerte presión con el ala derecha era sumamente importante, aunque
Schlieffen no consideraba que la victoria sería fácil. Todo dependía de las posiciones que
fueran logrando los alemanes. Estos necesitaban más artillería pesada móvil para acabar
con los fuertes que se iban a encontrar en el camino, y por encima de todo, necesitaban
más hombres. No era fácil conseguir las tropas necesarias para conquistar la gigantesca
fortaleza de París y Schlieffen tenía muy en cuenta las lecciones del pasado, en el sentido de
que la guerra ofensiva "exige una gran potencia y también la derrocha". En su opinión,
"la potencia del atacante disminuye en la misma proporción que aumenta la del
defensor".
334 Creadores de la Estrategia Moderna

Se necesitaban al menos ocho cuerpos de ejército más, o de lo contrario el ejército alemán


"era demasiado débil para esa empresa". Por otra parte, confiaba en poder vencer
fácilmente a una posible fuerza expedicionaria británica y, sorprendentemente, era
optimista respecto a los problemas de fatiga y abastecimiento de la tropa. Tenía plena
confianza en que el extremo del ala derecha realizaría un gran esfuerzo y, al parecer,
esperaba que los ferrocarriles belgas y franceses cayeran casi intactos en manos de los
alemanes. Puesto que las distancias entre las principales estaciones de ferrocarril y las
posiciones de las tropas se habían reducido a la mitad desde 1870, asumía el hecho de
que pudiera improvisarse parte del abastecimiento para las operaciones. Un analista
militar resaltó que "los aspectos logísticos de su plan parecen estar apoyados en bases muy
poco sólidas" (64).
Una vez retirado, Schlieffen se entretuvo en hacer revisiones a su memorándum,
haciéndolo incluso más rígido. No había prácticamente ningún margen para el choque y
toda la operación era virtualmente una enorme maniobra a priori. Convencido de que la
gran batalla en Bélgica y Francia era lo único importante, Schlieffen se despreocupó de
la recuperación militar de Rusia y declaró que la suerte de las provincias del Este, se
decidiría en el Sena y no en el Vístula. En su última revisión, fechada en 1912, Schlieffen
proponía ampliar el objetivo de la operaciones para incluir la ocupación de toda Holanda,
mientras que la marcha alrededor de París la hacía depender de un calendario inflexible
en la ejecución de las diferentes acciones. El éxito del envolvimiento estratégico dependía
casi tanto del enemigo como de los propios alemanes. Frente a adversarios competentes,
que fueran capaces de mantener el control de su situación y que conservaran
importantes reservas, la empresa podría verse gravemente amenazada. Las victorias de 1866
y 1870, que sirvieron de modelo para el concepto de Schlieffen, fueron logradas frente a
oponentes con unos sistemas de mando débiles, organización inadecuada e inferiores en
número. Esta vez el sistema de mando del enemigo había sido muy mejorado, su
organización era equivalente a la alemana, y con los ocho cuerpos de ejército adicionales,
disponibles a partir de una ley de 1912, el Ejército Imperial no contaba con una ventaja
numérica en el oeste. Liddell Hart calificó a este plan como "una concepción de osadía
napoleónica", pero puntualizaba que aunque hubiera sido viable en tiempos del
Emperador, en 1914 la velocidad de movimiento de la infantería alemana podía ser
contrarrestrada por el movimiento más rápido de los ferrocarriles franceses. Concluyó
diciendo que "el plan podría haber sido de nuevo posible en la siguiente generación, ya
que el poder aéreo podría paralizar cualquier intento de las fuerzas que actúan a la
defensiva para pasar a la ofensiva, al mismo tiempo que el gran desarollo de las fuerzas
mecanizadas permitiría una mayor velocidad de los movimientos de envolvimiento y
aumentarían sus dimensiones. Pero el plan de Schlieffen tenía muy pocas
oportunidades de éxito en la época en la que fue concebido" (65).
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 335

Naturalmente, todas las operaciones militares llevan consigo una serie de riesgos; sin
embargo, afirmaciones como la de que "el plan era el trabajo de un genio, una fórmula
infalible para la victoria que desafortunadamente cayó en manos de un sucesor
incompetente", son improcedentes (66). Este tipo de comentarios se basan
esencialmente en la supuesta superioridad alemana, "en las inmensas ventajas del
entrenamiento y de liderazgo, así como en las excelencias del Ejército Imperial de 1914"
(67). Pero aunque estas ventajas existían realmente y el ejército alemán estuvo a punto de
conseguir la victoria, no pudo resolver convenientemente los problemas logísticos, ni la
debilidad numérica, ni tampoco la firme resistencia de un enemigo derrotado en batalla,
pero no vencido. Incluso si la ofensiva inicial hubiese tenido éxito, no parece probable que
Francia, Inglaterra y Rusia hubieran abandonado la lucha. Los alemanes estaban
dominados por el problema que suponía una guerra de dos frentes y la necesidad de
derrotar rápidamente a uno de los dos enemigos. Incluso en la década de 1940-1950, un
estratega tan prudente como el Mariscal de Campo von Rundstedt llegó a afirmar que se
perdió la gran batalla porque no se había seguido el diseño original, mientras que el
General Ludwig Beck aseguraba que la decisión de buscar una victoria rápida en el oeste
había sido correcta. Pero, no obstante acusó a Schlieffen de considerar únicamente los
aspectos militares, despreciando las consideraciones políticas y económicas (68).

VII

Considerado por muchos como un comandante inepto y tímido, el General Helmuth


von Moltke, sobrino del gran Mariscal de Campo, fue el que falló en la correcta ejecución
del gran plan de Schlieffen, aunque en realidad se trataba de un soldado con una gran
capacidad y sensato. Había sido distinguido por sus servicios en 1870, fue graduado por la
Academia de Guerra con elevadas calificaciones y destacó en todos sus cargos, tanto en el
Estado Mayor como en destinos de mando. A pesar de poseer una sólida preparación que
le capacitaba, en teoría, para el cargo de Jefe de Estado Mayor General, le faltaba carácter
y seguridad en sí mismo, además de la salud necesaria para soportar las tensiones del alto
mando en guerra.
En tiempo de paz, el joven Moltke demostró su competencia y trabajó mucho por
mejorar las capacidades de combate del ejército. Rompiendo con el precedente de
Schlieffen, trabajó activamente en la confección de una ley que se promulgó en mayo de
1912 y que aumentó el número de militares en activo de 624.000 a 650.000. Se tuvo que
enfrentar a una situación militar muy mala, con Inglaterra adhiriéndose a la Entente y
Rusia en plena recuperación de su ejército, por lo que tuvo que modificar los planes de
guerra heredados de su predecesor. En estos nuevos planes no se ciño a los preceptos
establecidos en el memorándum de diciembre de 1905.
336 Creadores de la Estrategia Moderna

Moltke conocía a fondo los principales problemas estratégicos y estaba más preocupado
que Schlieffen por las repercusiones de la situación de Alemania. Era quizás el tipo de
general que, en palabras de Napoleón, "veía demasiado" y evitaba el jugarse todo a un'a
sola carta, por lo que nunca eliminaba ninguna posible opción. Convencido de que la
seguridad de Alemania en el Este requería un esfuerzo decidido de Austria y Hungría,
acogió de buen grado la iniciativa de Franz Barón Conrad von Hotzendorf de reiniciar los
contactos de los Estados Mayores y, después de algunas dudas, prometió que el Octavo
Ejército, situado al este de Prusia y que se componía de unas diez o doce divisiones, apo-
yaría la ofensiva austríaca desde Galizia. Además, indicó que en un plazo razonable, una vez
que Francia fuera eliminada, un importante grueso de fuerzas se trasladaría al Este;
Conrad interpretó que este plazo sería de unas cuatro a seis semanas. Los nuevos
contactos militares entre Alemania, Austria y Hungría siguieron sin suponer una
clarificación de las obligaciones mutuas, ni contenían unos planes coordinados al más
alto nivel (69).
Moltke era consciente de los grandes problemas que tenían los planes alemanes para
realizar una campaña relámpago que eliminara a Francia, por lo que, con el fin de
reconducir la situación, introdujo ciertos cambios en el diseño operativo. Siguiendo el
ejemplo de su tío, propuso un sistema abierto de estrategia en el que primaba el
concepto de dirección sobre el de mando. Cuando era secretario de Schlieffen desde
1903 a 1905, se había enfrentado a éste por su idea de seguir rápidamente las
operaciones planeadas, así como en la estimación de la eficacia prevista para la
destrucción de la red de ferrocarriles de Francia y Bélgica (70). Moltke consideraba
también que los pobres planes logísticos previstos para el Oeste eran inadecuados. Al ser
nombrado en su cargo, ordenó la realización de una serie de ejercicios logísticos y de
comunicaciones, que confirmaron sus creencias. A partir de entonces, y al contrario que
Schlieffen, prestó una gran atención a los temas logísticos y en 1914 fue lo que hizo posible
el avance hasta el Marne (71).
Moltke coincidía con su tío y con Schlieffen en la creencia de que la mejor estrategia
para Alemania era buscar una clara decisión desde los primeros momentos de la guerra.
La batalla de aniquilación seguía siendo su objetivo primario, pero era más flexible sobre la
forma de llegar a ella. El consideraba que "la marcha a través de Bélgica no es el fin en sí
mismo, sino sólo un medio". Dio importancia al hecho de que los franceses podían elegir
entre la actitud defensiva y el ataque. Por todo ello, el avance por Bélgica constituía
simplemente el primer movimiento en su diseño estratégico, que situaría a los ejércitos
alemanes en una posición idónea para continuar la maniobra de envolvimiento, o bien
caer sobre el flanco y la retaguardia de los ejércitos franceses, atacando en la Lorena. En su
opinión, "no tiene sentido con la idea de invadir Bélgica, cuando el grueso del ejército
francés se encuentra en la Lorena. La única posibilidad es atacar al ejército francés con la
máxima potencia posible y en cualquier sitio donde se encuentre". Esta idea fue puesta de
manifiesto durante un ejercíció de Estado Mayor en 1912.
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 337

En él se establecía que, tan pronto como fuera evidente que el ejército francés había
pasado a la ofensiva entre Metz y los Vos-gos, había desaparecido todo interés estratégico
para continuar el avance alemán a través de Bélgica. Por el contrario, "mientras que el ala
alemana continuaba a la defensiva... no hacían falta todas la fuerzas para contener a los
belgas y a los ingleses, por lo que deberían dirigirse hacia el suroeste para atacar al frente
francés a la altura de Metz y en dirección oeste" (72).
Para apoyar esta maniobra, Moltke y el Jefe de la Sección de Operaciones del Estado
Mayor General, el Coronel Erich Ludendorff, decidieron hacer que le centro fuera
suficientemente fuerte como para inmovilizar al enemigo y contraatacar después,
obteniendo así la capacidad para llevar a cabo una doble tenaza. Al mismo tiempo, al
reforzar el centro, se eliminaba el gran peligro de una penetración francesa en
profundidad contra la industrializada región del Rin y la retaguardia del ala derecha en
Bélgica. Esta nueva distribución de fuerzas, a la que posteriormente se culpó del fracaso
del plan de Schlieffen, no modificó los efectivos del ala derecha, que siguió disponiendo
de cincuenta y cuatro divisiones, pero aumentó considerablemente la potencia del centro
y del ala izquierda (73). Sin embargo, Moltke hizo más fácil la tarea del ala derecha
cuando, por razones económicas y estratégicas, desistió de marchar a través del sur de
Holanda, evitando de este modo al ejército holandés que era más potente que el belga.
Al reducir el cerco por el sector de Lieja, se crearon nuevos problemas logís-ticos, pero
no eran insalvables y, sin embargo, se producía un ataque por sorpresa en la región
fortificada de Lieja que permitía mantener intactas las líneas de ferrocarriles. En
definitiva, los cambios introducidos por Moltke y Ludendorff, sobre todo el de recortar el
movimiento por el norte para flanquear al ejército francés y realizar una doble pinza,
cerca de la frontera alemana, eran prometedores. El resultado fue un nuevo plan de
guerra que incorporaba elementos más importantes que los planes iniciales de Schlieffen
(74).
Cuando comenzó la guerra en agosto de 1914, el plan de Moltke fracasó, aunque no
estuvo exento de importantes aciertos. El fallo se debió a problemas de velocidad,
resistencia y logísticos, así como a la incapacidad de Moltke para encontrar un equilibrio
entre el mando y el control. Durante la primera fase, los franceses estaban
completamente desbordados y la fuerza expedicionaria británica tuvo que retroceder,
aunque no fue destruida. Sin embargo, en la primera semana de septiembre, el
extremo del ala derecha alemán, el Primer Ejército a las órdenes del General von Kluck,
estuvo en peligro de ser cercado por los franceses, quienes haciendo un excelente uso
de los ferrocarriles, se concentraron rápidamente y atacaron por ese flanco, que en
esos momentos estaba prácticamente aislado del ejército vecino de Bülow. Para
entonces, en su distante Cuartel General de Luxemburgo, Moltke había perdido las
comunicaciones con el ala derecha y, a partir de ese momento, fueincapaz de
coordinar las operaciones. Sin c
338 Creadores de la Estrategia Moderna

operaciones. Sin contacto con el Alto Mando y con sus tropas exhaustas y con graves
problemas de abastecimiento, von KJuck tuvo que detener su avance y, ajustándose a la
doctrina operativa alemana, decidió retroceder para evitar ser cercado. Aunque esto no
supuso una seria derrota táctica, significó el fin para el plan de Moltke, y después de
varios meses en los que cada parte intentaba desbordar a la otra, las líneas de frente
quedaron definitivamente establecidas entre el Canal de la Mancha y los Alpes suizos
(75).
El fallo del plan de Moltke fue en parte un problema técnico y operativo, pero no
significaba que existía un defecto básico en la estrategia de envolvimiento. De hecho, las
operaciones en el frente este demostraron que era adecuado. El Octavo Ejército, situado
en el este de Prusia, actuando de forma clandestina y con una gran velocidad, cercó y
destruyó a un ejército ruso en Tan-nenberg, a finales de agosto. Pero desde una
perspectiva más amplia, existían defectos fundamentales en la estrategia clásica alemana,
derivados de la creencia que una amenaza político-militar podía ser contrarrestada por
medios militares únicamente. A pesar de sus diferencias, los dos Moltkes y Schlieffen com-
partían la opinión de que la posición geográfica de Alemania requería una decisión rápida
y, por tanto, buscaban siempre la respuesta en aquellas operaciones que culminaban en
una batalla de aniquilación. Incluso la actitud defensiva-ofensiva del mayor de los
Moltke, adoptada a partir de 1870, no abandonaba esta premisa, sino que la modificaba
ligeramente. A principios del siglo XX, el resultado de la guerra ya no dependía
exclusivamente de las disponibilidades del potencial humano, de los ferrocarriles, ni de
los planes operativos. Por el contrario, aunque desde el punto de vista tecnológico no era
posible una victoria rápida, cada día cobraba una mayor importancia aspectos tales
como la moral nacional, la estabilidad social y los recursos económicos. A pesar de que no
se quería reconocer, y menos aún por el estamento militar, la naturaleza de la guerra
había cambiado. Incluso en el caso de que un excepcional planeamiento operativo
permitiese destruir a un ejército, como ocurrió en Sedán y en Tannenberg, un gobierno
con capacidad de decisión, podía utilizar recursos aún no explotados con el fin de
organizar nuevas fuerzas y continuar la lucha. Cualquier plan de guerra basado en
consideraciones únicamente militares era inadecuado y la operación político-militar al
más alto nivel se había convertido en esencial.
En el pasado, los grandes comandantes como Gustavo Adolfo, Federico el Grande y
Napoleón, habían coordinado la política y la estrategia al estar todo el poder en una sola
mano, pero esto resultó ser imposible a partir de mediados del siglo XIX. Sólo un hombre
de estado excepcional como Bismark, que contaba con la plena confianza y apoyo de su
gobierno, y un soldado del calibre del primero de los Moltke, podían llegar a comprender,
aunque no de muy buena gana, lo que era necesario, deseable y posible en una guerra.
Pero una vez que estos hombres desaparecieron, el planeamiento estratégico en
Alemania y, por la misma razón, en la mayoría de los estados europeos, estuvo dominado
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 339

dominado únicamente por los aspectos militares y nunca fue sometido a una revisión ni a
una evaluación política. Una de las demandas de Clausewitz consistía en que los
gobiernos no deberían pedir a sus soldados hacer lo imposible, mientras que estos
deberían informar a sus gobiernos sobre las limitaciones en las acciones militares. En base
a este argumento, la mejor manera que hubiera tenido el Estado Mayor General alemán
de servir a su país hubiera sido aceptando el hecho de que, a partir de 1894, una
situación de conflicto internacional no podía resolverse con medios solamente militares
y que debía ser la diplomacia la que encontrara al menos un remedio parcial a los
problemas estratégicos que se presentaran. Estas ideas, perfectamente válidas, merecieron
muy poca atención dadas las circunstancias de aquel momento, ya que no sólo iban en
contra de los conceptos básicos del papel del ejército, sino que también hubieran
requerido un cambio importante en la política interior y exterior de Alemania. A pesar
de todos estos condicionantes y del cada vez mayor pesimismo acerca de las
oportunidades de éxito, el Estado Mayor General alemán continuó perfeccionando su
concepto del envolvimiento estratégico y en 1914 se lanzó a un empresa desesperada.

NOTAS:

1. The Sword and the Scepter de Gerhard Ritter, 4 volúmenes (Coral Gables, Fia., 1969-
73), 1:189.
2. Separatas en la obra Klassiker der KriegsKunst de Gerhard Papke, editado por
Werner Hahlweg (Darmstadt, 1960), 311-16.
3. Clausewitz and the State de Peter Paret (New York y London, 1976; reeditado por
Princeton en 1985), 369.
4. Moltke: Ausgewáhlte Werkede Papke, editado por Ferdinand Schmerfeld (Berlín,
1925), 1:35.
5. En la obra The politics of the Prussian Army 1640-1945 de Gordon A.Craig, (New York,
1964), 214- 16, el punto de vista es diferente.
6. Sword and the Scepterde Ritter (1:196); Moltkede Eberhard Kessel (Stuttgart, 1957),
508-509.
7. Gedanken von Moltke (Berlin, 1941), 13; Moltke's militarische Werke in Kriegslehren,
editado por Grosser Generalstab, Albeitlung fur Kriegsgeschichte (Berlin, 1892-
1912), 3:1 (A partir de aquí se citará como Kriegslehren).
8. Moltke de Kessel, 507.
9. Kriegslehren, 3:3.
10. Moltke de Kessel, 514.
11. Supplying War: logistics from Wallenstein to Patton de Martin Van Creveld (Cambridge,
1977), 79- 82, 91-96, 103-08.
12. Citado en Helmuth vorMoltkede Pagke, 316.
13. Kriegslehren, 3:42-3.
14. A Military History of the Western World de J.F. C.Fuller, 3 volúmenes (New York, 1954),
3:134
15. Warin the Western Worldde Theodore Ropp (Durham, 1959), 137-39.
16. Moltke de Kessel, 536.
17. Ibid, 534-38.
18. Kriegslehren, 1:98-99,106-107.
340 Creadores de la Estrategia
Moderna

19. The Franco-Prussian Warde Michael Howard (New York, 1961).


20. The Art of War from the Age of Napoleon to the Present Ac Cyril Falls (New York,
1961),78.
21. Franco-Prussian Warde Howard, 325-26.
22. letters of Field-Marshall Helmuth von Moltke, editado y traducido por Clara Bell y
Henry W. Fisher (New York, 1892), 204-209.
23. Kriegslehren, 3:25-26; Moltke de kessel, 741-47.
24. The Schelieffen Plan de Gerhard Rider (London, 1958), 18; Die deutschen
Aufmarschpláne 1871- 1890 Ferdinand Schmerfeld (Berlin, 1928).
25. Aufmarschpláne de Schmerfeld, 62-67; Moltke de Kessel, 649-50.
26. Schlieffen Plan de R itter, 18.
27. Aufmarschpláne de Schmerfeld, p.19; Sword and the Scepterde Ritter, 1:227.
28. Aufmarschpláne de Schmerfeld, 21,29,38,52-55.
29. Ibid, 64-66; Schlieffen Plan de Ritler, 19.
30. Aufmarschpláne de Schmerfeld, 77; Politics of the Prussian Army de Craig, 274-75.
31. Moltkede Kessel, 651-52,672-75; Moltkede Schmerfeld, 1:250.
32. Moltkede Schemerfeld 1:44. Compárese con el excelente trabajo de Dennis E.
Showalter, titulado The Eastern Front and German Military Planning, 1871-1914 -
Some Observations publicado en East European Quarterly 15 (1981), 163-80.
33. Sword and the Scepter de Ritter, 1:232-24; Aufmarschpláne de Schemerfeld, 144-45;
Moltke de Kessel, 708-09.
34. The Army of Francis Joseph de Gunther E. Rothenberg (W. Lafayette, 1976), 112-
17, 155; The Military Cohesion of the Austro-German Alliance, 1914-18 de Gordon
A. Craig, y su War, Politics and Diplomacy (New York, 1966), 47-51.
35. Moltkede Kessel, 747-48; Kriegslehren, 1:7.
36. Handbuch Zur Deutschen Militargeschichte de Heinz-Ludger Borgert (Munich,
1979), 9:435-37, 462-66. (A partir de aquí se citará como Handbuch). Compárese
con Theory and Practice of War d Jay Luvaas, editado por Michael Howard
(London y New York, 1945) y Freiherr von der Goltz de Hermann Teske
(Góttingen, 1958), 32-56.
37. Schlieffen de Friedrich von Boetticher (Góttingen, 1957).
38. My War Memories 1914-1918 de Erich Ludendorff (London, 1920), 24;
I^benserinnerungen de Wil-helm Groener (Osnabrück, 1972), 85-91.
39. Schlieffen Plan de Ritter, v, vii.
40. Ibid, p. 88; Das Dogma der Vernichtungsschlacht de Jehuda L. Wallach (Frankurft
a. M. 1967), 55-56.
41. Das Testament des Grafen Schlieffen de Wilhelm Groener (Berlin, 1927),11;
Clausewitz de Wener Hahlweg (Góttingen, 1957), 95.
42. Sword and the Scepterde Ritter, 2:198.
43. Briefede Alfred Von Schlieffren, editado por Eberhard Kessel (Góttengen, 1958),
296-97.
44. Dienstschriften des Chefs des Generalstabes des Armee General Feldmarschall Grafen Von
Schlieffen de Generalstab des Heeres, 2 vols. (Berlin 1937-38), 1:86-87.
45. Ibid, 2:222-23.
46. Sword and theScepterde Ritter, 2-194; The War Plans of the Great Powers, 1880-1914
de L.F.C. Turner, editado por Paul M. Kennedy (London, 1979), 207-10.
Compárese con Politics of the Prussian Army de Craig, 283-85.
47. Schlieffen de Boetticher, 57-60; Handbuch, 9:427-34.
48. Gesammelte Schriften de Alfred Von Schlieffen, 2 vols. (Berlin, 1913), 1:163-84;
Eneje de Schlieffen, 312.
49. Dogma de Wallach, 90; Handbuch, 9:444.
50. Schriften de Schlieffen, 1:15-16.
Moltke, Schlieffen y la Doctrina del Envolvimiento Estratégico 341

51. The Development of Strategic Sáence during the 19th Century de Rudolph von
Caemmerer (London, 1905), 248-67; The German Army de Herbert Rosinsky (New
York, 1966) ,135-56.
52. Handbuch, 9:465-66; Schlieffen Plan de Ritter, 51-52.
53. Schlieffen de Boetticher, 61.
54. Handbuch, 9: 447-48; Schlieffen Plan de Ritler, 38.
55. Schlieffen Plan de Ritler, 38.
56. Ibid, 41.
57. Handbuch, 9:449-51.
58. Schlieffen de Boetticher, 63-65.
59. Schlieffen Plan de Ritler, 44-45.
60. Graf Alfred von Schlieffen de Hans Meier-Welcker, editado por Hahlweg, 335-36.
61. Ibid; Handbuch, 9:451-53.
62. Schlieffen Plan de Ritler, 134-60.
63. A History of the World War 1914-1918de Basil H. Liddell Hart (London, 1934), 68-
69.
64. The Blitzkrieg Era and the German General Staff, 1865-1914 de Larry H. Addington
(New Brunswick, N.J. 1971),19-20; Supplying War de Van Creveld, 113, 118.
65. Schlieffen Plan de Ritter, vi-vii.
66. Ibid, p. 48.
67. German Army de Rosinski, 138; History of the German General Staff 1657-1945 de
Walter Goerlitz (New York, 1966), 135.
68. Von Rundstedt: The Soldier and the Man de Günther von Blumentritt (London,
1952), 22; Studien de Ludwig Beck, editado por H. Speidel (Berlin, 1955), 63, 106-
107.
69. Army of Francis Joseph de Rothenberg, 157-58; War Plans de Norman Stone,
editado por Kennedy, 225-28. Compárese con Eastern Front de Showalter, 173-74.
70. Handbuck 9:467-68.
71. Supplying War de Van Creveld, 119-21; General William Groener and the Imperial Army
de Helmuth Haeussler (Madison, 1962), 34-36.
72. Aus der Gedankenwerkstatt des deutschen Generalstabes de Wolfgang Foerster (Berlin,
1931), 38,66; Handbuch, 9:470-73.
73. Dogmade Wallach, 113, 136-37.
74. Handbuch, 9:474.
75. En Blitzkrieg Era existe una excelente recopilación, editado por Addington, 17-22.
Gordon A. Craig

12. Delbrück:
El Historiador Militar
12. Delbrück:
El Historiador Militar

Hans Delbrück, cuya vida activa coincidió casi exactamente con el Segundo Imperio
Alemán, era al mismo tiempo historiador militar, comentarista de asuntos militares y
crítico civil del Estado Mayor General. En cada uno de estos papeles fue notoria su
contribución al pensamiento militar moderno. Su obra History of the Art of War no fue
sólo un monumento para la literatura alemana, sino también una fuente de valiosa
información para los estudiosos de la teoría militar de su época. Sus comentarios sobre
temas militares, escritos en las páginas del Preussische Jahrbücher, contribuyeron a la
educación militar de los lectores alemanes y, especialmente durante la Primera Guerra
Mundial, les ayudó a comprender la base de los problemas estratégicos a los que se
enfrentó el Estado Mayor General. Sus críticas al Alto Mando, escritas durante la guerra y
después de ella, influyeron en gran medida para estimular el pensamiento estratégico que
había guiado al ejército alemán desde los días de Moltke.
Los dirigentes militares de Alemania siempre han puesto un gran énfasis en las
lecciones que se pueden extraer de la historia militar. Esto fue especialmente notorio en el
siglo XIX. El ideal de Clausewitz había sido instruir para la guerra, basándose en ejemplos
históricos; y tanto Moltke como Schlieffen habían hecho que el estudio de la historia
militar fuese una de las responsabilidades del Estado Mayor General. Pero si la historia iba
a ayudar a los soldados, era necesario analizar los antecedentes militares y despojarlos de los
mitos y malentendidos que se habían generado a su alrededor. A lo largo del siglo XIX, y
gracias a la influencia de Leopold von Ranke, los estudiosos alemanes se volcaron en la
tarea de limpiar la parte de leyenda que encubría la realidad histórica. Pero hasta que
Delbrück no escribió su History of the Art of War no se aplicó un nuevo método científico a
los antecedentes militares del pasado, y ella constituyó la mayor contribución de Delbrück
al pensamiento militar.
Sin embargo no fue ésta su única contribución. En el transcurso del siglo XIX se
ampliaron las bases donde se apoyaban los gobiernos y en el mundo occidental se empezó a
notar un aumento de la influencia del pueblo en todas las ramas de la administración. El
control de los asuntos militares no pudo mantenerse durante más tiempo bajo las
prerrogativas de la pequeña clase dominante. Las encarnizadas discusiones sobre los
presupuestos militares que se llevaron a cabo en Prusia en 1862, fueron la muestra de que
tanto el pueblo
346 Creadores de la Estrategia
Moderna

tanto el pueblo como sus representantes deseaban que a los temas de la


administración militar se les diese una mayor importancia en el futuro. Además,
parecía importante para la seguridad del estado, y para el mantenimiento de sus
instituciones militares, que el pueblo fuese educado para un correcto análisis de los
problemas concernientes a estas últimas. Las publicaciones del Estado Mayor General no
se destinaron sólo para el uso del ejército, sino también para un consumo más
generalizado. Pero los escritos de los militares profesionales, muy inclinados al estudio de
guerras y campañas de forma detallada, eran generalmente demasiado técnicos para
cumplir la segunda función. Existía una necesidad de instrucción en relación con los
asuntos militares a un nivel popular, y Delbrück se encargó de ello (1). En todos sus
escritos se presentó como una especie de preceptor para el pueblo alemán. Esto se
acentuó más durante la Primera Guerra Mundial cuando, en las páginas del Preussische
Jahr-bücher, escribió comentarios mensuales sobre el transcurso de la guerra, justifi-
cando la estrategia del Alto Mando y del enemigo en base al material disponible.
Finalmente, y en especial en sus últimos años, llegó a ser un valioso crítico de las
instituciones militares y del pensamiento estratégico de su tiempo. Su estudio de las
instituciones militares del pasado le habían mostrado en todo momento la íntima
relación que existía entre la guerra y la política, y le habían hecho pensar que la
estrategia política y la militar deben ir de la mano. Clausewitz ya había sentado esa idea
cuando afirmó que "ciertamente, la guerra tiene su propia gramática, pero no su propia
lógica" y en su insistencia en que la guerra es "la continuación de la política del estado
mediante otros procedimientos". La filosofía de Clausewitz fue olvidada con demasiada
frecuencia por hombres que le malinterpretaron al pensar que él se planteaba la
libertad del liderazgo militar frente a los condicionamientos políticos (2). Delbrück se
sumó a la doctrina de Clausewitz, argumentando que el desarrollo de la guerra y de la
planificación estratégica deben estar condicionadas a los objetivos de la política del
estado, y que cuando el pensamiento estratégico se hace inflexible y autosuficiente,
incluso los éxitos tácticos más brillantes pueden desembocar en un desastre político.
En los escritos de Delbrück durante los años de guerra, el crítico se impuso al
historiador. Cuando se convenció de que el pensamiento estratégico del Alto Mando se
había convertido en la antítesis de las necesidades políticas del estado, se convirtió en
uno de los más fervientes defensores de una paz negociada. Después de la guerra, cuan-
do el Reichstag decidió investigar las causas de la caída alemana en 1918, Delbrück fue
el que criticó de forma más lógica la estrategia de Ludendorff y su crítica emanó de forma
natural de los preceptos que él había obtenido de la historia.

Los pormenores de la vida de Delbrück se pueden repasar de un vistazo (3). Él


mismo los resumió brevemente en 1920 con las siguientes palabras: "Procedo, por
parte de madre, de una culta familia berlinesa; tuve experiencias de guerra y fui oficial en
Delbrück: El Historiador Militar 347

la reserva; durante cinco años viví en la corte del Emperador Federico cuando éste era
Príncipe Heredero. Fui parlamentario; trabajé en la prensa como editor del
Preussische Jahrbücher; y llegué a ser académico".
Nació en Bergen, en noviembre de 1848. Su padre era juez de distrito, su madre era
hija de un profesor de filosofía de la Universidad de Berlín. Entre sus antecesores hubo
teólogos, juristas y académicos. Se educó en una escuela en Greifswald y, más tarde, en las
Universidades de Heidelberg, Greifswald y Bonn, demostrando pronto un gran interés por
la historia y asistiendo a conferencias de Noorden, Scháfer y Sybel; todos ellos
profundamente inspirados por la nueva tendencia científica que emanó de Ranke. A los
veintidós años, siendo estudiante en Bonn, luchó en la guerra contra Francia, causando
baja por un ataque de tifus. Después de su restablecimiento regresó a la universidad y, en
1873, fue doctorado por Sybel con una tesis sobre Lambert von Hersfeld, cronista alemán
del siglo XI, a cuyos escritos sometió a un profundo análisis que reveló, por primera vez,
las dotes críticas que le caracterizaron durante todos sus trabajos (4).
En 1874, con la ayuda de Franz von Roggenbach, Ministro de Badén, fue nombrado
tutor del Príncipe Waldemar de Prusia, hijo del príncipe heredero. Los cinco años que
ocupó este puesto le dieron no sólo una idea de los problemas políticos de su época sino
que, además, le ayudaron a centrar su atención en los temas militares. Mientras
desempeñaba sus obligaciones anuales como oficial en la reserva, durante las maniobras
de la primavera de 1874 en Würt-temberg, leyó History of the Infantry de Friedrick Wilhelm
Rüstow, un antiguo oficial prusiano que se había visto obligado a dejar su país para escapar
de un castigo por actividades políticas en 1848-1849, y que había sido el Jefe de Estado
Mayor de Garibaldi en Sicilia en 1860, y uno de los fundadores del Estado Mayor
General Suizo (5). Delbrück manifestó posteriormente que el leer a Rüstow le había
ayudado a escoger su carrera; aunque no fue hasta 1877, al ofrecérsele la oportunidad de
completar las memorias de Gneisenau, las cuales fueron empezadas por Georg Heinrich
Pertz, cuando se tomó en serio el estudio de la guerra. Mientras se sumía en la historia de
la Guerra de la Liberación, le llamó la atención lo que parecía una diferencia
fundamental en el pensamiento estratégico de Napoleón y Gneisenau, por un lado, y
del Archiduque Carlos, Wellington y Schwarzenberg, por el otro. A la vez que sus
investigaciones profundizaban en la biografía de Gneisenau, con la que continuó su
trabajo editorial (6), las diferencias aumentaban, e intuyó que la estrategia del siglo XIX,
en general, era notablemente diferente a la del siglo anterior. Leyó a Clausewitz por
primera vez y mantuvo largas conversaciones con los oficiales agregados en la corte de
Federico. Durante su lectura, su interés se vio incrementado y decidió buscar los
elementos básicos y determinantes de la estrategia y de las operaciones militares.
348 Creadores de la Estrategia
Moderna

Con algunas dificultades, comenzó su actividad académica tras el fallecimiento del


Príncipe Waldemar en 1879. Comenzó sus clases en 1881, pero sus primeras
conferencias en Berlín, sobre la campaña de 1866, recibieron objeciones por
parte del rector de la universidad, debido a la naturaleza del tema y porque
Delbrück no había sido autorizado a enseñar historia militar. El joven erudito
insistió, pero volvió su atención hacia épocas más remotas de la historia,
comenzando por la historia del arte de la guerra desde el principio del sistema
feudal y retrocediendo hasta la época entre las Guerras Médicas y la caída de
Roma. Comenzó un estudio sistemático de sus orígenes en las épocas antigua y
medieval y publicó resúmenes de las Guerras Médicas, la estrategia de Pericles y
Cleón, las tácticas romanas, las instituciones militares de los primeros germa-
nos, las guerras entre los suizos y los borgoñeses y la estrategia de Federico el
Grande y Napoleón. Mientras tanto, animaba a sus estudiantes a realizar
trabajos, también detallados, de épocas especiales. De estas conferencias y
monografías emanó la obra de Delbrück History of the Art of War in the Framework of
Political History, de la cual se editó el primer volumen en el año 1900 (7).
La preocupación de Delbrück sobre un tema no bien visto en círculos aca-
démicos y sus actividades políticas y editoriales (entre 1882 y 1885 fue diputado
conservador libre del Landtag prusiano, y entre 1884 y 1890 del Reichstag alemán,
también fue miembro de la junta editorial del Preussische Jahrbücher entre 1883
y 1890, y posteriormente fue el único editor), las cuales eran muy criticables según
la política imperial (8), le restó gran parte del reconocimiento que su saber hubiera
recibido en circunstancias normales. No fue catedrático hasta 1895, cuando
Friedrich Althoff, el encargado de asuntos universitarios del Ministerio de Cultura
prusiano, le nombró ausserordentliche Proffessur, un puesto de reciente creación, de la
Universidad de Berlín. Al año se convirtió en Ordina-rius, al suceder a Heinrich
von Treitschke como catedrático de Historia Mundial y Universal, pero nunca
llegó a ser rector de su universidad y nunca fue elegido para pertenecer a la
Academia de Ciencias prusiana, a pesar de que estas distinciones recayeron en
colegas que jamás escribieron ni hicieron nada comparable al trabajo por el cual se
recuerda a Delbrück (9).

II

Desde la fecha de la publicación del primer tomo, History of the Art of War fue el
blanco de críticos enfurecidos. Los estudiosos de los clásicos se quejaron por la
forma en que Delbrück manipuló las ideas de Herodoto; los de la época
medieval atacaron la parte que trataba del origen del sistema feudal; los patrió-
ticos ingleses se enfurecieron por su menosprecio hacia las Guerras de las Rosas.
Varias de estas controversias se mencionan en las notas de pie de página de
ediciones posteriores de esta obra, donde continúan ardiendo las llamas de la ira
académica. Pero en líneas generales, la obra no se ha visto afectada por los
ataques
Delbrück: El Historiador Militar 349

de los especialistas y ha sido apreciada en su justa medida por lectores de todas las
ideologías, como son: el General Wilhelm Groener, ministro del Reichwehr durante la
República de Weimar, y Franz Mehring, el gran editor socialista. El primero se refirió
a ella como "simplemente única" (10); el segundo como "la obra más significativa de
entre los escritos históricos de la burguesía alemana del nuevo siglo". Comentario
que repitió con menor énfasis K. Bocarov en su prólogo al primer tomo de la edición
completa de la traducción de la obra que hizo el Ministerio de Defensa Soviético (11):
"La mayor obra en este campo, teniendo en cuenta no sólo los innumerables temas
abarcados, sino también la seriedad con que son tratados".
De los cuatro tomos escritos por Delbrück, el primero trata sobre el arte de la guerra
desde las Guerras Médicas hasta la cumbre de las artes militares Romanas, bajo el mando
de Julio César. El segundo tomo, que trata principalmente de los primeros germanos,
también estudia la caída de las instituciones militares romanas, de la organización militar
del Imperio Bizantino y de los orígenes del sistema feudal. El tercero, está dedicado a la
caída y casi desaparición de la táctica y la estrategia en la Edad Media y concluye con un
resumen del renacimiento de cuerpos tácticos en las Guerras Suizo-Borgoñonas. El cuarto,
cuenta el desarrollo de los métodos tácticos y el pensamiento estratégico hasta la era de
Napoleón.
En la novela de Proust The Guermantes Way, un joven oficial hace el siguiente
comentario: "en la narración de un historiador militar, los sucesos más insignificantes, los
hechos más triviales, son sólo los signos externos de una idea que debe ser analizada y
que, en la mayoría de los casos, sacan a la luz otras ideas, como si de un parche se tratase".
Estas palabras son una razonable y precisa descripción del concepto de historia militar de
Delbrück. Su interés se centraba más en las tendencias e ideas generales en vez de en las
pequeneces que habían llenado las páginas de historias militares anteriores. En el prólogo
del primer tomo de su obra, negó tener la intención de escribir una historia de la guerra
de forma exhaustiva. Una obra así, dijo, debería incluir tales puntos como "detalles de
ejercicios con sus órdenes oportunas, la técnica de las armas y el cuidado de los caballos; y
por último, todo el tema de materias navales, materia de la cual no tengo nada nuevo que
comentar o no entiendo de momento". El motivo de su obra se expresaba en el título; era
una historia del arte de la guerra en el marco de la historia política (12).
En el prólogo del cuarto tomo, Delbrück explica ésto con más detalle. El motivo
básico de su obra era establecer una conexión entre la constitución del estado, con la
táctica y la estrategia. "El reconocimiento de la interrelación existente entre la táctica, la
estrategia, la constitución del estado y la política, se refleja en la relación entre historia
militar e historia mundial, y ha sacado a relucir mucho de lo que hasta ahora estaba en la
oscuridad o que se había dejado sin el debido reconocimiento. Esta obra no ha sido
escrita en honor al arte de la guerra, sino al de la historia mundial. Si lo leen militares y se
sienten
350 Creadores de la Estrategia
Moderna

sienten estimulados por ella, me enorgulleceré y lo tomaré como un honor; pero fue escri-
ta por un historiador para amantes de la Historia" (13).
Delbrück se dio cuenta, sin embargo, de que antes de llegar a conclusiones sobre
guerras del pasado, un historiador debía determinar, con la mayor precisión posible, el
desarrollo de esas guerras. Precisamente debido a su intención de encontrar ideas
generales de interés para otros historiadores, se vio obligado a enfrentarse con los "hechos
triviales" y "pequeneces" de campañas pasadas y, a pesar de su resistencia, el sacar a la luz
esos hechos fue de gran importancia no sólo para historiadores, sino también para los
soldados.
Los "hechos" los encontró en un antiguo libro que fue pasando de mano en mano.
Pero la mayoría de sus fuentes de información sobre historia militar eran, obviamente,
poco fiables. No eran mejores que los cotilleos de los ayudantes de campo o que los
comentarios en círculos de amigos (14). ¿Cómo iba a comprobar estos antiguos informes
un historiador moderno?
Delbrück pensó que esto se podría hacer de diversas maneras. Partiendo de que el
historiador conociese el terreno donde las batallas pasadas habían tenido lugar, podía
utilizar todos los recursos de la ciencia geográfica moderna para comprobar esos informes.
Si, además, tenía conocimiento del tipo de armas y equipo utilizado, podría reconstruir
las tácticas usadas en la batalla de una manera lógica, ya que las leyes sobre tácticas para
cada tipo de arma podían comprobarse. Un estudio de las artes militares modernas
proporcionaría más herramientas al historiador, ya que en las campañas modernas podía
juzgar la capacidad de marcha de un soldado medio, el peso que podía soportar un caballo
medio, y la maniobrabilidad de grandes cantidades de hombres. Por último, muchas veces
era posible describir campañas o batallas, de las que había informes fidedignos, en los que
se reproducían, al mínimo detalle, las condiciones de las mismas. Tanto las batallas de las
Guerras Suizo-Borgoñonas, de las que existen informes fiables, como la Batalla de
Marathón, de la que Herodoto era la única fuente, fueron libradas entre jinetes, con
arqueros a un lado y soldados a pie al otro, equipados con armas para la lucha cuerpo a
cuerpo. En ambos casos, los soldados de a pie salían victoriosos. Por lo tanto, debería ser
posible sacar conclusiones de las batallas de Granson, Murten y Nancy, y aplicarlas a la
batalla de Marathón (15). A la combinación de todos estos métodos, Delbrück puso el
nombre de Sachkritik (16).
Se pueden nombrar algunos ejemplos del Sachkritik. Los resultados más asombrosos
de Delbrück se lograron gracias a las investigaciones efectuadas sobre las cantidades de
tropas involucradas en las guerras del pasado. Según Herodoto, el ejército persa que
condujo Jerjes, el hijo de Darío, contra Grecia en el año 418 a.C. constaba de 2.641.610
hombres combatientes y otros tantos sirvientes, y personal para el servicio de los
campamentos (17). Delbrück dijo que no debía considerarse fidedigno este dato.
"Según una orden de marcha germana, un cuerpo de ejército, compuesto por 30.000
hombres, ocupa
Delbrück: El Historiador Miliar 351

ocupa unas tres millas, sin contar los trenes de víveres y bagajes. Por lo que, la columna de
marcha de los persas debía suponer unas 420 millas; así, mientras los primeros llegaban
ante las Termopilas, los últimos acababan de salir de Susa, al otro lado del Tigris" (18).
Aunque este extraño hecho se pudiese tomar como cierto, ningún campo de batalla
donde se luchó era lo suficientemente grande para acoger ejércitos del tamaño expuesto
por Herodoto. La meseta de Marathón, por ejemplo "es tan pequeña que hace unos
cincuenta años, un oficial de Estado Mayor prusiano, cuando la visitó, escribió con gran
asombro, que una brigada prusiana apenas tendría sitio suficiente para realizar en ella unas
maniobras" (19). Basándose en modernos estudios del censo de la antigua Grecia, calculó
que el tamaño del ejército griego que se enfrentó a los persas conducidos por Datis en
Marathón en el año 490 a.C. era de 12.000 hombres. Como Herodoto manifestó que fue
superado en número (aunque no dio el tamaño del ejército enemigo, se estimó éste en
6.400 hombres) (20); ésto significaría que el número total de tropas participantes
excederían con mucho los límites dados por el observador prusiano.
No eran estos los únicos motivos que hacían pensar que Herodoto siempre tendía a
exagerar el tamaño de las fuerzas persas. El ejército griego de Marathón, formado por
ciudadanos, estaba entrenado para luchar en formaciones cerradas, pero era incapaz de
maniobrar tácticamente. El ejército persa era profesional, y la bravura de sus soldados era
reconocida incluso por los griegos. "Si ambas cosas eran ciertas, el tamaño del ejército
persa y su bravura, entonces permanecía inexplicada la victoria de los griegos. Sólo una
de las dos cosas puede ser cierta; está claro que la ventaja de los persas se debe evaluar en
su calidad y no en su número" (21). Delbrück concluye que, lejos de aceptar el gran
ejército descrito por Herodoto, los persas fueron realmente inferiores en número a los
griegos durante las Guerras Médicas.
Las cuentas de Herodoto habían sido dudosas durante mucho tiempo, y el análisis de
Delbrück no era completamente original. Pero su verdadera contribución radica en el
hecho de que aplicó el mismo método sistemático a los datos numéricos de cada
campaña desde las Guerras Médicas hasta las de Napoleón. Así, en su estudio de las
campañas de César en la Galia, demostró claramente que la estimación que hizo César de
las fuerzas que se le enfrentaban fue aparatosamente exagerada por razones políticas.
Según César, los helvéticos contaban, en su gran expedición, con 368.000 personas y
transportaban provisiones para tres meses. Para Delbrück el cálculo numérico no parecía
exagerado, pero la insistencia de César en el apoyo de alimentos le permitió probar que sí
lo era. Llegó a la conclusión de que hacían falta unos 8.500 carros para transportar tal
cantidad de provisiones, y sería imposible a una columna de ese tamaño el desplazarse
teniendo en cuenta las condiciones de las carreteras en la época de César (22). De
nuevo, en sus argumentaciones sobre la invasión de los Hunos en Europa, desechó la
teoría de que Atila tenía un ejército de 700.000 hombres, apoyándose en las dificultades
que tuvo Moltke para
352 Creadores de la Estrategia
Moderna

tuvo Moltke para mover 500.000 hombres en la campaña de 1870. "Dirigir una masa como
esa de forma coordinada es una empresa extremadamente difícil; incluso con ferrocarriles,
carreteras, telégrafos y Estado Mayor ... ¿Cómo pudo Atila haber movido 700.000 hombres
desde Alemania, sobre el Rin, hasta Francia en la "Plaine de Chalons", si Moltke movió
500.000 hombres con tantas dificultades sobre la misma ruta? Una de estas cifras limita a
la otra" (23).
Las investigaciones numéricas de Delbrück no sólo tienen un interés histórico. En el
tiempo en que el ejército alemán estaba buscando lecciones en la historia, el destructor de
mitos ayudó a destruir falsas conclusiones. En la guerra y en el estudio de la misma, los
números eran de una gran importancia (24). El mismo Delbrück dijo que "un movimiento
ejecutado por 1.000 hombres sin dificultad es una dura tarea para un grupo de 10.000,
una obra de arte para 50.000 e imposible para 100.000" (25). No se pueden extraer
lecciones de campañas pasadas a menos de que se disponga de forma exacta de las cifras
involucradas en ellas.
La Sachkritik sirvió para otras cosas. Por ejemplo, Delbrück fue capaz de reconstruir de
una forma lógica los detalles de determinadas batallas, y su éxito al hacerlo produjo una
profunda impresión en la sección del Estado Mayor General alemán que se ocupaba de la
historia. El General Groener testificó el valor de la investigación de Delbrück sobre los
orígenes de aquel orden de batalla oblicuo que hizo posible atacar por los flancos (26). Se
sabe que su descripción científica del movimiento circular en Cannas influyó mucho en las
teorías del Conde Schlieffen (27). Pero es en la batalla de Marathón donde se encuentra
el mejor ejemplo del método utilizado por Delbrück para reconstruir batallas del pasado.
Esto es debido a que ilustra claramente su creencia de que "si uno esta familiarizado con
el armamento y con la forma de luchar de los ejércitos implicados, el terreno es de una
gran importancia a la hora de reconstruir, en líneas generales, una batalla una vez
conocido el resultado" (28).
El ejército griego en Marathón estaba compuesto de soldados a pie bien armados,
dispuestos en la primitiva formación de falange, por lo que la manio-brabilidad estaba
restringida a un lento avance. Se enfrentaban a un ejército inferior en número, pero
compuesto de arqueros y caballería muy entrenada. Herodoto escribió que los griegos
vencieron al efectuar una carga en la planicie de Marathón de unos 5.480 pies y
destruyendo el centro de la línea persa. Delbrück puntualizó que esto era imposible
físicamente. De acuerdo con un libro de ejercicios alemán, se podía estimar que unos
infantes completamente equipados podrían correr durante dos minutos una distancia de
entre 1080 y 1150 pies. Los atenienses no iban menos armados que un soldado alemán
moderno y además sufrían de otras dos desventajas: no eran soldados profesionales, ya que
Delbrück: El Historiador Militar 353

eran civiles, y muchos excedían la edad máxima requerida en ejércitos modernos.


Además, la formación en falange era una gran masa de hombres que impedía cualquier
tipo de movimiento rápido. Un intento de carga sobre esta gran distancia habría
reducido la falange a una muchedumbre con tal desorganización que habría sido reducida
por los profesionales persas sin ninguna dificultad (29).
La táctica descrita por Herodoto era obviamente imposible; además, la falange
griega era menos fuerte en los flancos y podía haber sido rodeada por la caballería persa
en cualquier encuentro en un campo abierto. Para Delbrück era obvio que la batalla no
tuvo lugar en Marathón, sino en un pequeño valle al sudeste donde los griegos estaban
protegidos por montañas y bosques de cualquier ataque por los flancos. El hecho descrito
por Herodoto de que los ejércitos retrasaron durante días el enfrentamiento, demuestra
que el comandante ateniense Milcíades había escogido una buena posición, y debido a la
táctica empleada por el ejército griego, era obvio que el Valle de Brana era la única
posibilidad. Además, en esta posición dominaban el único camino a Atenas. Para llegar a
la ciudad, los persas estaban forzados a deshacerse del ejército de Milcíades o a rendirse, y
escogieron la primera opción. Por lo que la única explicación lógica de la batalla es que
los persas desataron el ataque inicial, a pesar de su inferioridad en número y a su
imposibilidad de atacar por los flancos; y Milcíades, pasando del ataque defensivo a
ofensivo en un momento crucial, arrasó el centro persa, barriendo así a su enemigo (30).
Para un lector cualquiera, la obra History of the Art of War, como muchas obras
anteriores a ella, es sólo una colección de batallas. Pero el cuidado con el que Delbrück
reconstruyó estas batallas era necesario para su objetivo principal. Pensó que, con el estudio
de batallas específicas, los estudiantes adquirirían una imagen de la táctica de la época, y
que podrían proceder a la investigación de problemas mayores (31). Las batallas clave son
importantes, no sólo para acontecimientos característicos de su época, sino como hitos del
progresivo desarrollo de la ciencia militar. En este sentido, Delbrück, como el joven oficial
de la obra de Proust, creía que las batallas del pasado eran "la literatura, el aprendizaje, la
etimología y la aristocracia de las batallas modernas". Mediante la reconstrucción de
batallas logró una continuidad de la historia militar, y así su Sachkri-tik le ayudó en el
desarrollo de los tres temas importantes que dieron a su obra un sentido y una unidad no
halladas en ningún libro anterior sobre esta materia. Por ejemplo, la evolución de la
táctica desde los persas hasta Napoleón, la relación entre guerra y política a través de la
historia y la división de la estrategia en dos conceptos básicos.
La descripción de Delbrück de la evolución de las unidades tácticas ha sido
considerada una de las contribuciones más importantes al pensamiento militar (32).
Convencido por sus investigaciones de que la superioridad militar de los romanos era el
resultado directo de un movimiento flexible y articulado, resultado de la organización
táctica de sus fuerzas,
354 Creadores de la Estrategia Moderna

fuerzas, llegó a la conclusión que fue una evolución gradual de la primitiva falange griega a
las formaciones tácticas coordinadas ingeniosamente utilizadas por los romanos, lo que
constituyó "el significado esencial del antiguo arte de la guerra" (33), y que el resurgir
de estas formaciones en las Guerras Suizo-Borgoñonas del siglo XV y su perfeccionamiento
en el período que acaba con el dominio de Napoleón sobre Europa, resultó ser básico
para el desarrollo de la historia militar moderna.
La encrucijada en la historia del arte militar antiguo fue la batalla de Can-nas (34),
donde los cartaginenses, con Aníbal a la cabeza, asombraron a los romanos con la más
perfecta batalla táctica jamás luchada. ¿Como lograron los romanos recuperarse de este
desastre, vencer a los cartaginenses y acabar ejerciendo una supremacía militar sobre
todo el Mundo Antiguo? La respuesta ha de encontrarse en la evolución de la falange.
En Cannas, la infantería romana actuó igual que los griegos en Marathón, lo cual les
llevó a caer en manos de Aníbal, ya que sus flancos estaban expuestos y la imposibilidad de
maniobrar la retaguardia, independientemente del grueso del ejército, les impidió evitar
la táctica de cerco utilizada por la caballería cartaginesa. Pero en los años sucesivos a la
batalla de Cannas, se introdujeron importantes cambios en el modo de lucha romana.
"Primero, los romanos articularon la falange, dividiéndola posteriormente en columnas
(Treffen) y finalmente haciendo de ésta una gran cantidad de pequeños cuerpos tácticos
capacitados para actuar de forma impenetrable, para cambiar de formación con
flexibilidad y para separarse los unos de los otros en distintas direcciones" (35). Para
estudiantes modernos del arte militar, este procedimiento es tan normal que apenas
merece mención. Pero, sin embargo, lograrlo fue extremadamente complicado, y sólo los
romanos lo consiguieron, entre todos los pueblos antiguos. En su caso, fue posible gracias
a siglos de experimentación y por el énfasis dado a la disciplina militar que caracterizaba al
sistema romano (36).
Por lo tanto, los romanos conquistaron el mundo no porque sus tropas "fueran más
valientes que sus oponentes, sino porque gracias a su disciplina, tenían unidades tácticas
más fuertes" (37). Los únicos capaces de resistirse a una conquista romana fueron los
germanos. Ésto fue debido a su natural disciplina, intrínseca a sus instituciones
políticas, y por el hecho de que la unidad de combate germana, la Gevierthaufe, era
una formación táctica muy efectiva (38). Está claro que durante el transcurso de las
luchas contra los romanos, los germanos aprendieron a imitar la articulación de la
legión romana, utilizando sus Gevierthaufen, independientemente o agrupadas, según
requería el momento (39).
Con la caída del Imperio Romano y la barbarización del mismo, el progreso táctico
desde los días de Milcíades llegó a su fin. El desorden político de la época posterior al
reinado de los Severos debilitó la disciplina del ejército romano, y socavó gradualmente la
excelencia de sus tácticas (40). Al mismo tiempo, a medida que mayor cantidad de
bárbaros eran admitidos a
Delbrück: El Historiador Militar 355

bárbaros eran admitidos a filas, se hizo imposible aferrarse al orden de batalla altamente
integrado, diseñado a través de los siglos. La historia había demostrado que la infantería
era superior a la caballería sólo si los soldados de a pie estaban organizados en fuertes
unidades tácticas. Ahora, con la caída del estado y la consecuente degeneración de la
táctica, había una tendencia creciente a reemplazar la infantería por jinetes fuertemente
armados (41), tanto en los nuevos imperios bárbaros del oeste como en el ejército de
Justiniano. A medida que esta tendencia ganó popularidad, los días en que las batallas
eran decididas por la táctica de la infantería murieron, y Europa entró en un largo
período en el que la historia militar estaba dominada por la figura del caballero armado
(42).
Se ha acusado a Delbrück, justificadamente, de defender que el desarrollo de la
ciencia militar termina con la caída de Roma y que comienza de nuevo con el
Renacimiento (43). El elemento esencial en todo arte militar desde los días de
Carlomagno hasta la aparición de la infantería suiza en las Guerras Bor-goñonas, fue el
ejército feudal. Este, según Delbrück, no era una unidad táctica. Dependía de la calidad
de lucha de cada guerrero, no había disciplina, ni unidad de mando, ni una
diferenciación real entre las armas. No se hizo ningún progreso táctico durante este
período, y Delbrück se inclinaba a dar la razón al Connecticut Yankee de Mark Twain que
"cuando se intenta medir el resultado, no se distingue una lucha de otra, ni quien fue el
que pegó". Es cierto que en Crécy los jinetes ingleses desmontaban y luchaban a pie en
una batalla defensiva; y que en Agincourt, jinetes desmontados fueron los que tomaron la
ofensiva; pero éstos no son más que meros episodios y no se pueden tener en cuenta
como predicciones del desarrollo de la infantería moderna (44).
Fue con los suizos en el siglo XV cuando renació la infantería independiente. "Con las
batallas de Laupen y Sempach, Granson, Murten y Nancy, volvemos a tener un ejército de
a pie comparable a la falange y a las legiones" (45). Las formaciones adoptadas por los
lanceros suizos eran similares a los soldados del Gevierthaufe alemán (46); y durante el
transcurso de las guerras contra los bor-goñones, perfeccionaron la táctica articulada
utilizada por las legiones romanas. En Sempach, por ejemplo, la infantería suiza estaba
dividida en dos cuerpos, uno tomaba a caballo la posición defensiva enemiga y, el otro
atacaba decisivamente su flanco (47).
El resurgimiento de unidades tácticas fue una revolución militar muy similar a la que
hubo después de Cannas. Fue este resurgimiento, y no la introducción de armas de fuego,
lo que llevó al arte militar feudal a su meta. En Murten, Granson y Nancy, las nuevas
armas utilizadas por los caballeros no tenían ningún efecto sobre el resultado de la batalla
(48). Con la restauración de la unidad táctica de infantería como el elemento decisivo
del arte militar, los jinetes se convirtieron en una mera caballería, una parte de gran
utilidad para el ejército, pero suplementaria. En su cuarto tomo, Delbrück trata el
desarrollo y evolu-
356 Creadores de la Estrategia
Moderna

evolución de la infantería moderna hasta la época del ejército de a pie y concluye con
una narración sobre la revolución en las tácticas que fue posible gracias a la Revolución
Francesa (49).
Los estudios de Delbrück en relación con el resurg evolu-r de las unidades tácticas no
sólo sirve para dar un sentido de continuidad a su historia militar, sino que ilustra algo
que él consideró básico en su libro: la relación existente entre la política y la guerra.
Reveló que en todas las épocas, el desarrollo de la política y la evolución de la táctica
estaban estrechamente unidas. "La Falange Hoplita se desarrolló de una forma bastante
diferente bajo los reyes de Macedonia que en la aristocrática Beamten-Republik romana, y la
táctica de la cohorte se vio influenciada con el cambio constitucional. De nuevo, en
función de su naturaleza, los hunderts germanos lucharon de una forma diferente a las
cohortes romanas" (50).
El ejército romano fue derrotado en Cannas debido a la debilidad de su táctica.
Además, a esta debilidad contribuyó el hecho de que estaba compuesto por civiles sin
entrenamiento en lugar de soldados profesionales, y la organización del estado exigía que
el mando se alternase entre dos cónsules (51). Durante los años que siguieron a Cannas
se reconoció la necesidad de la existencia de un mando único. Tras varios experimentos
políticos P.C. Escipión fue nombrado General en Jefe de los ejércitos de Roma en África en
el año 211 a.C., asegurando su puesto durante toda la guerra. Este hecho violaba
directamente las normas del estado y marcó el principio del declive de las instituciones
de la República. En este caso, la interrelación entre la política y la guerra es patente.
Delbrück escribió: "la importancia de la Segunda Guerra Púnica en la historia del mundo
reside en que Roma experimentó una trasformación interna que incrementó
enormemente su potencial militar" (52), pero al mismo tiempo cambió por completo el
carácter del estado.
Al igual que el elemento político influyó de forma predominante en el per-
feccionamiento de la táctica romana, el colapso de la misma sólo se puede explicar
mediante un cuidadoso estudio de las instituciones políticas de la última época del
Imperio. Los desórdenes políticos y económicos del siglo III influyeron directamente sobre
las instituciones militares romanas. "Las permanentes guerras civiles destruyeron el
cemento que hasta el momento había mantenido unidas las fuertes paredes del ejército de
Roma y que había sido el lema militar de las legiones: la disciplina" (53).
Delbrück no incluye en ninguna parte de History of the Art of War una disertación general
sobre la relación entre política y guerra. Pero mientras pasa de una época histórica a
otra, extrapola lo puramente militar a su contexto más amplio, ilustrando la estrecha
conexión entre las instituciones políticas y militares, mostrando cómo los cambios en
uno de los campos traen consigo los correspondientes cambios en el otro. Demuestra
que el Gevierthaufe era la expresión militar de la organización en pueblos de las tribus
germanas, y que la forma de vida comunal trajo consigo su desaparición como unidad
táctica (54). Demuestra que las victorias de los suizos en el siglo XV se hicieron posible gra-
cias a la fusión de los elementos aristocráticos y demócratas en los diversos contornos, y a
la unión de
Delbrück: El Historiador Militar 357

unión de la nobleza urbana y las masas campesinas (55). Yen el período de la Revolución
Francesa describe la forma en la cual influyó el factor político: "la nueva idea de defender a
la patria, inspiró a la masa (de soldados) con un deseo tan fuerte, que pudieron ser
desarrolladas nuevas tácticas" (56).
La más llamativa de las teorías militares de Delbrück era aquella que mantenía que toda
estrategia militar puede encuadrarse en dos formas básicas. Esta teoría, formulada mucho
antes de que se publicase History of the Art of War, está convenientemente expuesta en el
primer y cuarto tomo de esa obra (57).
La gran mayoría de los pensadores militares de la época de Delbrück creían que el
propósito de la guerra era la aniquilación de las fuerzas enemigas y que,
consecuentemente, el llegar a una batalla que consumase este extremo era la finalidad de
toda estrategia. Con frecuencia citaban a Clausewitz para apoyar su teoría. Las primeras
investigaciones de Delbrück sobre la historia militar le convencieron de que esta clase de
pensamiento estratégico no había sido siempre compartido por todos, y que hubo largos
períodos a lo largo de la historia en los que estaba en boga otro tipo de estrategia
completamente diferente. Además, descubrió que Clausewitz había revelado la existencia
de más de un sistema estratégico a lo largo de la historia, al sugerir en una nota escrita
en 1827 que había dos métodos claramente diferenciados de conducir una guerra: uno
de ellos estaba basado únicamente en aniquilar al enemigo; el otro, una guerra limitada
en la que dicha aniquilación era imposible, bien debido a que las intenciones o
tensiones políticas involucradas en la guerra eran de corto alcance o bien porque los
medios militares eran inadecuados para llegar a aniquilar al enemigo (58).
Clausewitz empezó a revisar su obra De la Guerra, pero murió antes de que pudiese
completar el análisis de las dos formas de estrategia. Delbrück decidió aceptar la diferencia
y explicar los principios inherentes a cada una de ellas. Al primer tipo de guerra le llamó
Niederwerfungsstrategie (estrategia de aniquilación). Su único objetivo era la batalla decisiva,
y al general en jefe sólo se le consultaba para que valorase la posibilidad de llevar a cabo
una batalla de esas características en una determinada situación.
Al segundo tipo de estrategia le llamó Ermattungsstrategie (estrategia de desgaste) o
estrategia de dos polos. Se distinguía de la estrategia de aniquilación por el hecho de que
"la Niederwerfungsstrategie tiene sólo un polo, la batalla, mientras que la Ermattungsstrategie
tiene dos polos, batalla y maniobra, entre los que se mueven las decisiones del general". En
la Ermattungsstrategie, la batalla es únicamente uno de los muchos medios eficientes
para conseguir los fines políticos de la guerra, y no es esencialmente más importante que
la ocupación del territorio, la destrucción de cultivos o comercios, o el bloqueo. Este
según-
358 Creadores de la Estrategia
Moderna

do tipo de estrategia no es ni una mera variante del primero, ni tiene menos categoría.
En ciertos períodos de la historia, debido a factores políticos o a ejércitos reducidos, ha
sido la única forma de estrategia que se ha podido emplear. El esfuerzo que impone al jefe
es igual de difícil que el que se requiere para la estrategia de aniquilación. Teniendo a su
disposición recursos limitados, la Ermattungsstratege debe decidir cuál de los diversos
medios existentes para conducir la guerra logrará su propósito de la mejor forma,
cuándo luchar y cuándo maniobrar, cuándo pecar de osadía y cuándo ceñirse a la
economía de esfuerzos. "Por lo tanto, la decisión es subjetiva, más que nada porque en
ningún momento todas las circunstancias y condiciones se conocen completa y
exactamente, en especial lo que está sucediendo en el campo enemigo. Tras considerar
cuidadosamente todas las circunstancias (el propósito de la guerra, las fuerzas
combatientes, las repercusiones políticas, la personalidad del jefe, gobierno y pueblo
enemigo, tanto como los propios), el general debe decidir si la batalla es aconsejable o no.
Puede llegar a la conclusión de que se deben evitar a toda costa acciones a gran escala;
puede decidir también buscar la batalla en cada ocasión, no existiendo en este último caso
una diferencia esencial entre su conducta y la propia de la estrategia de un solo polo" (59).
Entre los grandes jefes del pasado que habían sido estrategas de aniquilación se
encontraban Alejandro, César y Napoleón. Pero de la misma forma, grandes generales
habían sido exponentes de la Ermattungsstrategie. Entre ellos, Delbrück mencionó a
Pericles, Belisario, Wallenstein, Gustavo Adolfo y Federico el Grande. La inclusión de este
último propició una riada de críticas contra él. Los más ruidosos fueron los historiadores
del Estado Mayor General quienes, convencidos de que la estrategia de aniquilación era la
única correcta, insistieron en que Federico fue un precursor de Napoleón. Delbrück
respondió que mantener este punto de vista era hacer un flaco servicio a Federico. Si fue
un estratega de aniquilación, ¿cómo se iba a explicar el hecho de que en 1741, con
60.000 hombres bajo su mando, renunciase a atacar a un ejército ya vencido de sólo
25.000, o que en 1745, después de su gran victoria en Hohenfriede-berg, recurriese de
nuevo a una guerra de maniobra? (60). Si los principios de la Niederwerfungsstrafegie iban a
ser considerados como el único criterio para juzgar las cualidades de un general, Federico
daría una pésima imagen (61). La grandeza de Federico radicaba en el hecho de que se
daba cuenta de que sus recursos no eran lo suficientemente grandes para permitirle buscar
la batalla en cada ocasión; sin embargo, él era capaz de hacer un uso eficaz de otros princi-
pios estratégicos para ganar sus guerras.
Los argumentos de Delbrück no convencieron a sus críticos. Tanto Colmar von Der
Goltz como Friedrich von Bernhardi se sumaron a la lista de sus oponentes, y se
enzarzaron en una guerra dialéctica que duró más de 20 años (62). Delbrück, amante de
la controversia, fue infatigable a la hora de responder a los ataques a su teoría. Pero su
concepto de la Ermattungsstrategie fue rechazado por un cuerpo de oficiales instruido en la
tradición de Napoleón y Moltke, y convencido de la viabilidad de la guerra corta y
decisiva.
Delbrück: El Historiador Militar 359

Pero los críticos militares estaban completamente ciegos ante el profundo significado
de la teoría estratégica de Delbrück. La historia mostró que no podía haber una única
teoría estratégica que fuese correcta para cada época. Como todas las fases de la guerra,
la estrategia estaba íntimamente vinculada con la guerra, con la vida y con la fuerza del
estado. En la Guerra del Pelopone-so, la debilidad política de Atenas en comparación con
la de la Liga a la que se enfrentaba, determinó el tipo de estrategia que siguió Pericles. Si
hubiese seguido los principios de la Niederwerfungsstrategie, como posteriormente hizo Cleón,
el desastre hubiese sobrevenido automáticamente (63). La estrategia de las guerras de
Belisario en Italia estuvo determinada por las difíciles relaciones políticas entre el Imperio
Bizantino y los persas. "Aquí, como siempre, fue la política la que determinó el desarrollo
de la guerra y la que marcó el camino a la estrategia" (64). De nuevo, "la estrategia de la
Guerra de los Treinta Años estuvo marcada por las extremadamente complicadas y
cambiantes razones políticas", y por tanto, generales como Gustavo Adolfo, cuya bravura y
tendencia al combate eran incuestionables, se vieron obligados a llevar a cabo guerras
limitadas (65). No eran las batallas ganadas por Federico el Grande las que hicieron de él
un gran general, sino su perspicacia política y la conformidad de su estrategia con la
realidad política. Ningún sistema estratégico puede llegar a ser autosuficiente; si se
intenta que sea así, al divorciarlo de su contexto político, el estratega se convierte en una
amenaza para el estado.
La transición de la guerra dinástica a la guerra nacional, las victorias de 1864, 1866
y 1870 y el inmenso aumento en el potencial bélico del país, parecían probar que la forma
de guerra durante la Era Moderna fue la Niederwerfungsstrategie. Hasta 1890, el mismo
Delbrück, a pesar de su insistencia sobre la relatividad de la estrategia, parecía haberse
convencido de que esto era así (66). En los últimos años del siglo XIX, el masivo ejército de
la década de 1860 continuaba transformándose en el Millionenheer que combatió en la
Primera Guerra Mundial. ¿No es posible que dicha transformación impidiera el empleo de
la estrategia de aniquilación y anunciase un regreso a los principios de Pericles y Federico?
¿No estuvo el estado en un grave peligro cuando el Estado Mayor General rehusó admitir
la existencia de sistemas estratégicos alternativos? Estas cuestiones, implícitas en todos los
escritos militares de Delbrück, se mantuvieron constantemente en sus labios mientras
Alemania luchaba en la Primera Guerra Mundial.

III

Dado que Delbrück era el máximo exponente de los expertos civiles alemanes en
temas militares, son de considerable interés sus escritos de los años 1914 a 1918. En
cuanto a sus comentarios militares, es de señalar que sus fuentes de información no eran
distintas de las de los comentaristas de prensa. Como los demás, se vio obligado a confiar
en los comunicados facilitados por el Estado Mayor General, en las historias que aparecían
en la prensa
360 Creadores de la Estrategia
Moderna

prensa diaria y en los informes provenientes de países neutrales. Si sus artículos acerca de la
guerra se distinguían por una inspiración y un conocimiento poco comunes en los
comentaristas civiles, era debido a sus conocimientos técnicos de la guerra moderna y al
sentido de perspectiva que había conseguido a través del estudio de la historia. En sus
comentarios mensuales en el Preussische Jahrbücher se puede encontrar una profunda
exposición de los principios en que se basaron sus trabajos históricos y, especialmente, de
su teoría de la estrategia y su énfasis sobre la interrela-ción entre ésta y la política (67).
En concordancia con la estrategia de Schlieffen, el ejército alemán barrió Bélgica en
1914 con el propósito de arrasar la resistencia de Francia en poco tiempo y posteriormente
volcar el grueso de su fuerza contra Rusia. A fin de cuentas esto era
Niederwerfungsstrategie, y durante el primer mes de guerra el mismo Delbrück pensó que
estaba justificada. Como la mayoría de sus compatriotas, no se planteaba una efectiva
oposición por parte de Francia. La inestabilidad de la política francesa afectó
negativamente a sus instituciones militares. "Es imposible que un ejército que ha tenido
cuarenta y dos ministros en cuarenta y tres años tenga una organización efectiva y
funcional" (68). Tampoco creía que Inglaterra fuese capaz de ofrecer una prolongada
resistencia. Pensaba que su desarrollo político anterior le haría imposible mantener algo
más que una oposición simbólica. Inglaterra siempre se había apoyado en pequeños
ejércitos profesionales; el reclutamiento universal hubiese sido psicológica y políticamente
imposible. "Todo pueblo es fruto de su historia, de su pasado, y no puede separarse de él
más de lo que un hombre puede separarse de su juventud" (69).
Sin embargo, cuando las primeras tropas alemanas se aproximaron a su objetivo y
comenzó el largo período de la guerra de trincheras, Delbrück percibió una revolución
estratégica de gran magnitud. Como continuaba el estancamiento en el oeste, y
especialmente tras el fracaso de la ofensiva de Verdún, llegó a convencerse de que
tendría que cambiarse el pensamiento estratégico del Alto Mando. En el oeste, la guerra
defensiva era el orden del día; un hecho "de la mayor importancia ya que, desde antes de
la guerra la preponderancia de la ofensiva siempre se proclamaba con un interés
excepcional en las teorías estratégicas surgidas en Alemania" (70). Parecía que las
condiciones del frente oeste se aproximaban a las de la época de la Ermattungsstrategie.
"Aunque esta guerra ya nos ha traído muchas cosas nuevas, es posible encontrar en ella
ciertas analogías históricas; por ejemplo: la estrategia de Federico con sus posiciones
inexpugnables, su artillería aumentada y fortalecida, sus fortificaciones, sus poco frecuentes
decisiones tácticas y las consiguientes grandes retiradas, presentaban indudables similitudes
con la actual guerra de trincheras y agotamiento (Stellungs-und Ermattungskrieg)" (71). En
el oeste, la confianza en una batalla decisiva no podía durar mucho. Alemania tendría que
buscar otros medios para imponer su voluntad al enemigo.
Delbrück: El Historiador Militar 361

En diciembre de 1916 dijo que: "aunque nuestra posición militar es favorable, al


continuar la guerra conseguiremos tan poco que únicamente podremos imponer la paz"
(72). Una victoria total y arrasadora del ejército alemán no sólo era improbable, sino
imposible. No quería decir, sin embargo, que Alemania no pudiese ganar la guerra. Su
despliegue no sólo separaba a sus oponentes, sino que además le permitía mantener la
iniciativa. Su fuerza era tan grande que no sería difícil convencer a sus enemigos que
Alemania no podría ser derrotada. Mientras que una firme defensiva en el oeste estaba
minando la moral de las tropas aliadas, el Alto Mando debería decidir lanzar el grueso de
sus fuerzas contra los puntos más débiles de los aliados (contra Rusia e Italia). Una ofensiva
concentrada contra Rusia completaría la desmoralización de los ejércitos del Zar y
podría precipitar una revolución en San Petersburgo. Una ofensiva victoriosa por parte de
Austria y Alemania contra Italia, no sólo tendría un tremendo efecto moral en Inglaterra
y Francia, sino que además amenazaría las comunicaciones de Francia con el norte de
África (73).
Para Delbrück la estrategia alemana debía estar dirigida hacia la destrucción de la
alianza enemiga y al consiguiente aislamiento de Inglaterra y Francia. Para este fin, era de
gran importancia que no se adoptase ninguna medida que pudiese proporcionar nuevos
aliados a las potencias occidentales. Siempre se opuso firmemente a la campaña
submarina, ya que temía que ésta provocaría la entrada de los Estados Unidos en la guerra
(74).
Si la guerra iba a ser ganada por Alemania, el gobierno tendría que comprender
claramente la realidad política implícita en el conflicto. Desde que la guerra en el oeste se
había convertido en Ermattungskrieg, el aspecto político del conflicto había aumentado su
importancia. "La política es el factor reinante y determinante; las operaciones militares
son sólo uno de sus medios" (75). Era necesario diseñar una estrategia política para
debilitar la moral del pueblo inglés y francés.
En el terreno político, Delbrück había sido consciente desde el comienzo de la guerra
de que Alemania sufría una auténtica debilidad estratégica. "Debido a nuestra estrecha
política de germanización en los distritos polaco y danés de Prusia, nos hemos ganado en
el mundo la imagen de opresores de pequeñas nacionalidades en lugar de protectores"
(76). Si esta imagen se confirmase en el transcurso de la guerra, daría moral a los
enemigos de Alemania y pondría en peligro la esperanza de conseguir la victoria.
Volviendo a la historia, Delbrück planteó que el ejemplo de Napoleón podría servir a los
líderes políticos alemanes. La mayoría de las victorias aplastantes del Emperador habían
servido únicamente para fortalecer la moral de sus adversarios y para preparar el camino
de su última derrota. "Que Dios guarde a Alemania de seguir la política napoleónica ....
Europa permanece unida en esta única convicción: nunca se someterá a la hegemonía
impuesta por un único estado" (77).
362 Creadores de la Estrategia
Moderna

Delbrück creía que la invasión de Bélgica había sido una necesidad estratégica (78);
pero fue un movimiento desafortunado puesto que parecía confirmar la sospecha de que
Alemania se inclinaba hacia la anexión y dominación de pequeños estados. Desde
septiembre de 1914 hasta el fin de la guerra, Delbrück continuó insistiendo en que el
gobierno alemán debería afirmar categóricamente que no tenía intención de
anexionarse Bélgica cuando concluyesen las hostilidades. Inglaterra, pensaba, nunca
firmaría la paz mientras existiese peligro en la costa de Flandes, al estar en posesión
alemana. El primer paso para debilitar a las potencias occidentales era dejar claramente
sentado que Alemania no tenía ningún deseo territorial en el oeste y que sus objetivos "no
perjudicarían el honor y la libertad de otros pueblos" (79).
Quizá la mejor forma de convencer a las potencias occidentales de que Alemania no
estaba buscando el dominio del mundo era no imponer ninguna objeción a una paz
negociada. Delbrück era partidario de esta paz desde la triunfal contraofensiva aliada en
Marne, en septiembre de 1914. Creía firmemente que la guerra la había causado la
agresión rusa y no veía ningún motivo por el que Inglaterra y Francia debían continuar
luchando contra una potencia que estaba "guardando Europa y Asia de una dominación
moscovita" (80). Como la guerra se prolongaba, se convenció aún más de que una
voluntad sincera de negociar ganaría para Alemania una victoria que tendría mayor
efecto que el de las armas; y tras la entrada de los Estados Unidos en la guerra, predijo
abiertamente la derrota a menos que los líderes alemanes empleasen esa alternativa. Por
lo tanto, era un entusiasta de la Resolución de Paz aprobada por el Reichstag en julio de
1917 (81), puesto que consideraba que sería más efectiva para debilitar la resistencia de
las potencias occidentales que cualquier posible ofensiva contra el frente oeste.
Delbrück nunca renunció a creer que el ejército alemán era el mejor del mundo,
pero veía que siendo el mejor, no era suficientemente bueno. A lo largo de 1917 se
empeñó de manera constante en un tema: "debemos afrontar los hechos (tenemos
contra nosotros a todo el mundo en una alianza) y no debemos ocultarnos a nosotros
mismos el hecho de que, si tratamos de penetrar en las razones básicas de esta coalición
mundial, siempre tropezaremos con el temor a la hegemonía alemana .... el temor al
despotismo alemán es uno de los principales factores que debemos considerar" (82).
Hasta que ese temor no fuese anulado, la guerra continuaría. Sólo podría ser asumido con
una estrategia política basada en la negación de ambiciones territoriales en el oeste y en la
voluntad de negociación.
Como las condiciones de esta guerra eran para Delbrück comparables en algunos
aspectos a las del-siglo XVIII, ponía gran énfasis en sus aspectos políticos, en completa
concordancia con los principios de una Ermattungsstrategie, como la llevada a cabo por
Federico el Grande. Cuando el ejército alemán comenzó la batalla en 1914, había
puesto todo su empeño para vencer en una batalla decisiva, pero falló. Delbrück relegaría
ahora las operaciones militares a un segundo plano. La batalla ya no era un fin en sí
mismo, sino un
Delbrück: El Historiador Militar 363

Un medio. Si los políticos alemanes no lograsen al principio convencer a las potencias


occidentales de que deseaban la paz, una nueva ofensiva militar comenzaría y serviría
para aclarar esa indecisión. Pero únicamente se llegaría a un triunfo en la guerra,
coordinando el esfuerzo militar con el programa político.
En su deseo para conseguir una estrategia política que consiguiese debilitar la
resistencia enemiga se vio amargamente desengañado. En 1915 parecía que una gran
parte de la opinión pública alemana se inclinaba por la guerra como un medio para
conseguir nuevos territorios, tanto en el este como en el oeste. Cuando Delbrück solicitó
una declaración para evacuar Bélgica, fue acusado por el Deutsche Tageszeitung de ser
"sirviente de nuestros enemigos" (83). Los cambios adversos de la guerra no disminuyeron
el deseo de botín y de poder del Vaterlandspartei, el grupo más importante de anexionistas
que ejercía gran influencia en la política nacional. El gobierno alemán no sólo no hizo
ninguna declaración sobre Bélgica, sino que nunca aclaró su postura ante una paz nego-
ciada. Cuando la Resolución de Paz se estaba debatiendo en 1917, Hindenburg y
Ludendorff amenazaron con rendirse si el Reichstag adoptada tal medida. Tras el debate de
la resolución, la influencia del Alto Mando fue ejercida de forma tan efectiva que el
gobierno no osó tomarla como pilar de su política. El resultado de la llamada crisis de julio
de 1917, fue que las potencias occidentales se afirmaron en su creencia de que el Reichstag
no era sincero y que los líderes alemanes se inclinaban todavía por el dominio del mundo.
La crisis de julio tuvo para Delbrück un significado más profundo. Mostraba una escasez de
liderazgo político en el gobierno y una tendencia creciente por parte de los militares para
dominar la política. Los líderes militares alemanes nunca habían resaltado por su
perspicacia política, pero anteriormente habían seguido los consejos de la cabeza política
del estado. Gneisenau había subordinado voluntariamente sus puntos de vista a los de
Hardenberg; Moltke (aunque a veces con recelos) se había inclinado por los juicios
políticos de Bismarck. Ahora, en época de la gran crisis alemana, los militares se estaban
apoderando de todo y no había entre ellos nadie con la adecuada visión de las
necesidades políticas del momento. Hindenburg y Ludendorff todavía pensaban
solamente en términos de una decisiva victoria militar sobre las potencias occidentales,
una Niederwerfung que pusiera el oeste europeo en sus manos. Con una creciente
desesperación, Delbrück escribió: "Atenas fue a su tumba en la Guerra del Peloponeso
porque Pericles no tuvo sucesor. Tenemos suficientes Cleones fieros en Alemania. Quien
confíe en el pueblo alemán podrá tener la esperanza de que entre sus compatriotas hay,
además de grandes estrategas, hombres de estado de primera categoría, en cuyas manos
estarán las riendas que dirijan la política exterior cuando las necesidades del momento
lo requieran" (84). Pero esos estadistas nunca aparecieron, y prevalecieron los fieros
Cleones.
364 Creadores de la Estrategia
Moderna

Consecuentemente, Delbrück observó con escasa confianza el comienzo de la


ofensiva alemana de 1918. "Es obvio," escribió, "que no se pueden cambiar los principios
aquí expuestos desde el comienzo de la guerra y que permanece el desacuerdo respecto a
los objetivos de nuestra guerra en el oeste" (85). Insistió en que la estrategia no es algo
abstracto; no se puede divorciar de consideraciones políticas. "La gran ofensiva estratégica
se debería acompañar y reforzar con una ofensiva política similar que hiciese mella en el
interior del país enemigo de la misma forma que Hindenburg y sus hombres la hacen en
el frente. Si el gobierno alemán hubiese anunciado, catorce días antes del comienzo de la
ofensiva, que deseaba firmemente una paz negociada y que, tras esa paz, Bélgica sería
evacuada, ¿cuál hubiese sido el resultado? Lloyd George y Clemenceau podrían haber
interpretado esta petición como un signo de la debilidad de Alemania. Pero ahora,
mientras se llevaba a cabo la ofensiva, "¿seguirían pensando lo mismo? Lo dudo mucho.
Incluso ahora nos podríamos sentar en la mesa de negociación" (86).
Debido al fracaso de la coordinación de los aspectos militar y político de la guerra,
Delbrück pensó que la ofensiva tendría, como mucho, simples triunfos tácticos, pero
no una gran importancia estratégica. Pero ni siquiera él sospechó que éste era el último
juego de los estrategas de aniquilación y el súbito y completo colapso alemán le
sorprendió totalmente. Se disculpó ante sus lectores en noviembre de 1918 en las
páginas del Preussische Jahrbücher. "Qué gran error cometí. Aunque las cosas se veían
mal hace cuatro semanas, todavía no desechaba la esperanza de que el frente,
oscilante, retendría y obligaría al enemigo a un armisticio que protegiese nuestras
fronteras". En una frase que ilustra la responsabilidad que sentía como comentarista
militar ante el público alemán, añadió: "Admito que a menudo me expreso con más
seguridad de la que siento en realidad. En más de una ocasión me decepcioné por la
confianza que mostraban las noticias y los partes del ejército y la marina". Pero, a pesar
de estos juicios equivocados, podía estar orgulloso de que siempre insistió en que el
pueblo alemán tenía derecho a escuchar la verdad aunque fuese triste y, con sus
peticiones de moderación política, intentó mostrarles el camino que llevaba a la
victoria (87).
Con este espíritu efectuó la más completa investigación y revisión de las operaciones
militares de la última parte de la guerra. Lo hizo en 1922 en dos informes previos al
Cuarto Subcomité de la comisión que creó el Reichstag tras la guerra para investigar las
causas del colapso alemán en 1918. En su testimonio, previo al subcomité, repitió los
argumentos expuestos en las páginas del Preussische Jahrbücher, pero la desaparición de
la censura le permitió exponer unas críticas más detalladas del aspecto militar de la
ofensiva de 1918 (88).
Lo más duro de las críticas de Delbrück se dirigía contra Ludendorff, quien
concibió y dirigió la ofensiva de 1918. Creía que sólo había mostrado su capacidad
militar en un aspecto. Había "preparado el ataque, relacionando el entrenamiento de
las tropas y el momento
Delbrück: El Historiador Militar 365

momento para coger el enemigo por sorpresa, con la mayor energía y prudencia, y de una
forma magistral" (89). Pero las ventajas de esta preparación se vieron sobrepasadas por la
debilidad en aspectos fundamentales y por graves errores en el pensamiento estratégico.
En primer lugar, la víspera de la ofensiva, el ejército alemán no estaba en una posición
que le permitiese arrasar a su enemigo. Tenía una leve superioridad numérica, pero sus
reservas eran inferiores. De la misma forma, su equipo era inferior en muchos aspectos y
se veía gravemente condicionado por un deficiente sistema de apoyo logístico y un nivel
insuficiente de combustible para sus unidades motorizadas. Estas desventajas fueron
despreciadas por el Alto Mando antes del comienzo de la ofensiva, aunque sí eran
conocidas (90).
Ludendorff tenía suficiente conocimiento de estos puntos débiles como para admitir la
imposibilidad de atacar al enemigo en el lugar que garantizase el éxito estratégico. Con sus
propias palabras, "se debe valorar la táctica más que la pura estrategia". Ello trajo consigo el
ataque a aquellos puntos donde era más fácil abrirse paso y no a los que hubiesen cumplido
mejor el propósito de la ofensiva. El objetivo estratégico de la campaña era la aniquilación
del enemigo. "Para lograr el objetivo estratégico (consistente en separar al ejército inglés
del francés y arrollar al primero), el ataque se debería haber previsto siguiendo el curso del
Somme. Sin embargo, Ludendorff había desplazado su frente unas cuatro millas al sur,
puesto que allí el enemigo parecía especialmente débil" (91). El ala defensiva bajo el mando
de Hutier rompió el frente y penetró por este punto, pero su éxito condicionó el desarrollo
de la ofensiva, puesto que avanzó más rápido que el ala atacante mandada por Below, la
cual estaba operando contra Arras. Cuando se preguntó a las fuerzas de Below, contestaron
"nos vimos forzados, con una cierta presión, a seguir la línea de Hutier ... por lo que la
idea de la ofensiva resultó alterada y surgió la dispersión de nuestras fuerzas " (92).
Resumiendo, por seguir la táctica de la menor resistencia, Ludendorff comenzó
una desastrosa política de improvisación, violando el primer principio de aquella
Niederwerfungsstrategie que él mismo preconizaba. "Una estrategia que no se basa en una
decisión absoluta, ni en la aniquilación del enemigo, sino que se satisface con pequeños
combates, tiene la posibilidad de elegir el sitio y el momento. Pero una estrategia que
pretende forzar la decisión, debe hacerlo donde se logra el primer golpe victorioso".
Lejos de seguir este precepto, Ludendorff y Hindenburg se basaron en el principio de
que cuando aparecían dificultades en un sector se podían dar golpes en otro (93). El
resultado fue que la gran ofensiva degeneró en una serie de acometidas separadas,
descoordinadas e improductivas.
El gran error fue el fallo que cometió el Alto Mando al no ver de forma clara qué podía
conseguir el ejército alemán en 1918 y la falta de adaptación de su estrategia a su potencial.
Aquí vuelve Delbrück al principal tema de todo su trabajo como historiador y comentarista.
La igualdad relativa de las fuerzas oponentes era tal que el Alto Mando debería haberse
dado cuenta
366 Creadores de la Estrategia
Moderna

dado cuenta de que la aniquilación del enemigo no era posible. De todas formas, el
propósito de la ofensiva de 1918 debería de haber sido agotar de tal forma al enemigo
que se hubiese visto obligado a buscar una paz negociada. Ésto solamente hubiera sido
posible si el gobierno alemán hubiese expresado su propia voluntad de firmar dicha paz.
Pero una vez se hubiese hecho esta declaración, y empezada la ofensiva se habría
conseguido una gran ventaja estratégica. En dicha ofensiva se podría haber utilizado
toda la fuerza. Se podría haber atacado con seguridad los puntos que ofrecían una
ventaja táctica (esto es, donde el triunfo era más fácil), consiguiendo incluso con
pequeñas victorias un gran efecto moral en las capitales enemigas (94). El Alto Mando se
había equivocado en 1918 y había perdido la guerra porque despreció la lección más
importante de la historia: la interrelación entre la política y la guerra. 'Volviendo una
vez más a aquella frase fundamental de Clausewitz: ninguna idea estratégica puede ser
considerada sin tener en cuenta el objetivo político" (95).

IV

El historiador militar ha sido generalmente una especie de inadaptado, mirado con


recelo tanto por sus colegas como por los militares, en cuyas actividades intenta
profundizar. La sospecha de los militares no es difícil de explicar. En gran medida emana
del lógico desprecio de los profesionales hacia los aficionados. Pero la desconfianza con
la que los académicos han mirado a los historiadores tiene raíces más profundas.
Especialmente en países democráticos, surge la creencia de que la guerra es una
aberración para el proceso histórico y que, por tanto, su estudio no es fructífero ni
decente. Es significativo que Sir Charles Omán, decano de los historiadores militares a
principios del siglo XX, en su obra On the Writing of History, titulase el capítulo que
trataba de esa materia, "Una súplica para la historia militar". Sir Charles matiza que el
historiador civil que profundiza en temas militares ha sido un fenómeno excepcional, y
lo expone así: 'Tanto los cronistas medievales monásticos como los modernos
historiadores liberales, no tuvieron a menudo una idea más clara del significado de la
guerra que el de traer consigo grandes horrores y una lamentable pérdida de vidas.
Ambas clases pretendían disfrazar su ignorancia personal, o su repulsa, hacia los temas
militares a base de despreciar la importancia y el significado que tenían en la historia"
(96).
Los prejuicios que sentía Omán, también los tuvo Hans Delbrück a lo largo de su
vida. Cuando, siendo relativamente joven, volcó su talento en el estudio de la historia
militar, se encontró con que sus colegas no valoraron su especialidad como merecía el
trabajo que empleaba en ella. Ranke desaprobó el proyecto de Delbrück de escribir
una historia sobre el arte de la guerra tras haber leído la obra de éste titulada
Habilitation, y Theodor Mommsen dijo que "sería raro que su tiempo le permitiese leer
ese libro", cuando Delbrück le presentó el primer tomo de su obra (97). Pocos
historiadores académicos atendieron la pie-
Delbrück: El Historiador Militar 367

garia que surgió de Delbrück en 1887, denunciando una imperiosa necesidad para que
los estudiosos "se planteasen un interés por la historia de la guerra no sólo esporádico, sino
profesional" (98), y en sus últimos años continúo quejándose, de igual forma que lo hizo en
las páginas de su Weltgeschichte, sobre aquellos que se empeñaban en creer que "las batallas
y las guerras se pueden considerar como consecuencias sin importancia de la historia del
mundo" (99).
Es posible que el paso del tiempo haya disminuido el interés de los descubrimientos
efectuados por Delbrück en Sachkritik y que incluso las controversias estratégicas con las
que se deleitó se hayan convertido en algo demasiado remoto para nuestras preocupaciones
actuales. Pero sin duda, la History of the Art of War permanecerá como uno de los mejores
ejemplos de la aplicación de la ciencia moderna a la cultura del pasado y, aunque
modificando pequeños detalles, el conjunto de la obra permanece inmutable. Además,
en una época en la que la guerra se ha convertido en la preocupación de todo el mundo,
el trabajo de Delbrück como historiador y comentarista es al mismo tiempo tomado como
un recuerdo y como un aviso. La coordinación entre la política y la guerra es hoy tan
importante como lo fue en la época de Pericles, un pensamiento estratégico que se
convierta en autosuficiente o desprecie el aspecto político de la guerra, sólo puede llevar
al desastre.

NOTAS:

1. Consultar Etwas Kriegsgeschichtliches de Delbrück, PreussischeJahrbücher 60 (1887),


607.
2. Consultar los ensayos sobre Clausewitz y Moltke en capítulos anteriores.
3. El mismo Delbrück escribió unas brevs autobiografías en la obra Geschichte der
Kriegskunst im Rahmen der politischen Geschichte (Berlín, 1900-20), I:vii f., y Krieg und
Politik (Berlín, 1918-19), 3:225ff. Consultar también la obra Deutsches biographisches
Jahrbuch (1929). Richard H. Bauer hace una excelente descripción de la vida de
Delbrück en un artículo sobre éste en Some Historians of Modern Europe, ed.
Bernadotte Schmitt (Chicago, 1942), 100-27.
4. Über die Glaubtmirdigkeit Lamberts von Hersfeld de Hans Delbrück (Bonn, 1873).
Consultar Some Historians of Modern Europe de Richard H. Bauer, ed. Schmitt. lOlf.
5. Sobre Rüstow consultar Allgemeine Deutsche Biographie, 30:34ff.; la obra Guillaume
Rüstow de Marcel Herwegh (Paris, 1935); y Der schweizerische Generalstab de
Georges Rapp, Viktor Hofer y Rudolfjaun, 3 tomos (Basel, 1983), esp. 3er tomo.
6. DasLeben desFeldmarschalls GrafenNeidhardt von Gneisenaude Hans Delbrück
(Berlín, 1882).
7. Geschichte der Kriegskunst im Rahmen oler politischen Geschichte (Berlín, 1900). Esta obra
consta de siete tomos, de los cuales sólo cuatro pueden considerarse de Delbrück. El
quinto tomo (1928) y el sexto (1932) fueron escritos por Emil Daniels; el séptimo
(1936) fue escrito por Daniels y Otto Haintz. Aquí se tratarán los primeros cuatro
tomos. Todas las notas se referirán a la primera edición. En 1908 se publicó una
segunda edición de los primeros dos tomos, y en 1920 una tercera del primero.
Ninguno de los cambios hechos en estas últimas ediciones modificaron de forma
transcendental la obra original. Los primeros cuatro tomos se volvieron a editar en
1962- 64 (Berlín).
8. Consultar especialmente Hans Delbrück ais kritiker der Wilhelminischen Epoche de
Annelise Thimme (Dusseldorf, 1955).
9. Hans Delbrück de la obra Deutsche Historiker de Andreas Hillgruber, ed. Hans-
Ulrich Wehler (Góttingen, 1972), 4:42.
368 Creadores de la Estrategia
Moderna

10. Delbrílck una die Kriegswissenschaften de la obra Am Webstuhl der Zeit, eme Erinnemngsgabe
Hans Del- bríick dem Achtzigjáhrigen ... dargebracht, ed. Emil Daniels y Paul Rühlmann
(Berlín, 1928), 35.
11. Eine Geschichte der Kríegskunst de la obra Die Neue Zeit de Franz Mehring
(Ergánzungsheft, no. 4, October 1908),2, y Gesammelte Schríften, vol. I (Berlín, 1959).
En la edición soviética de Geschichte der Kríegskunst, consultar Otto Haintz, prólogo
de los primeros cuatro tomos de la edición de 1962 de la obra de Delbrück, p.6.
12. Geschichte der Kríegskunst, I:xi.
13. Ibid, 4:preámbulo.
14. Ibid, 1:377.
15. Delbrück utilizó este último método en sus primeros estudios de las Guerras Médicas
en DiePer- serkriege una die Burgunderkriege: Zwei kombinierte kriegsgeschichtliche Studien
(Berlín, 1887).
16. Geschichte der Kríegskunst, Irprólogo.
17. Herodotus, 7:184-87.
18. Geschichte der Kríegskunst, 1:10.
19. Numbers in History: Two Lectures Delivered before the University of London de Hans
Delbrück (London, 1913), 24.
20. Herodotus, 6:109-16.
21. Geschichte der Kríegskunst, 1:39.
22. Ibid, 1:427.
23. Numbers in History de Delbrück, 18.
24. El General Groener reconoció explícitamente la contribución de Delbrück.
Consultar Delbrück und die Kríegswissenschaften, 38.
25. Geschichte der Kríegskunst, 1:7.
26. Delbrück und die Kríegswissenschaften de Groener, 38. El orden oblicuo de batalla,
utilizado en primer lugar por Epaminondas (originario de Tebas), tiene un
asombroso parecido con el utilizado por Federico el Grande en Leuthen en 1757.
Sobre Epaminondas consultar Geschichte der Kríegskunst, 1:130-35.
27. Geschichte der Kríegskunst, 1:281-302. Cannae de Graf Schlieffen (Berlín, 1925), 3.
Consultar también los ensayos sobre Moltke en capítulo anterior.
28. Geschichte der Kríegskunst 2:80. Delbrück utilizó este método no sólo para la Batalla de
Marathón, sino también en su reconstrucción de la batalla del Bosque de
Teutoburger.
29. El argumento de Delbrück se debilita si uno asume que los griegos sólo
efectuarían la carga cuando llegasen a la distancia de tiro de los arqueros, pero
Herodoto, de forma explícita, dice que (6.115) "avanzaron a la carrera hacia el
enemigo a no menos de una milla de distancia". Ulrich von Wilamowitz defendió
a Herodoto argumentando que la diosa Artemis dio suficiente fuerza a los griegos
para efectuar la carga, y criticó al tipo de pensamiento que menospreciaba la
importancia de la divinidad y otras formas de inspiración. Fue apoyado por J.
Kromayer, con quien Delbrück discutió este punto en Historísche Zeitschríft
(95:Iff,514f.) y en el Preussische Jahrbücher(121:158f).
30. Geschichte der Kríegskunst, 1:41-59.
31. Ibid., 1:417
32. Hans Delbrück: Der Historíker und Politiker de F.J. Schmidt, Konrad Molinski y
Siegfried Mette (Berlín, 1928), 96, y Entwicklungsgeschichte des deutschen Heerwesens
de Eugen von Frauenholz (Munich, 1940),2:vii.
33. Geschichte der Kríegskunst, 2:43.
34. Ibid., l:330ff.
35. Ibid., 1:380.
36. Ibid., 1:381. Consultar también 1:253. "El sentido y poder de la disciplina fue
reconocido y utilizado en primer lugar por los romanos".
37. Ibid., 2:43.
38. Ibid., 2:45ff.
Delbrück: El Historiador Militar 369

39. Ibid., 2:52f.


40. Ibid., 2:205ff. Este capítulo, con el título Niedergang und Auflosung des romischen
Kriegswesens, es el capítulo clave del segundo tomo.
41. Ibid., 2:424ff.
42. Ibid., 2:433.
43. T.F. Tout en English Historical Review 22 (1907), 344-48.
44. Geschichte der Kriegskunst, 3:483. Para una crítica más profunda sobre la discusión de
Delbrück sobre arte militar medieval, consultar Tout, nota 43.
45. Geschichte der Kriegskunst, 3:661. Ver ensayo sobre Maquiavelo, en el primer capítulo.
46. Ibid., 3:609ff.
47. Ibid., 3:594.
48. Ibid., 4:55.
49. Ver ensayos sobre Federico el Grande, Guibert y Bülow, en capítulos anteriores.
50. Geschichte der Kriegskunst, 2:424.
51. Ibid., 1:305.
52. Ibid., 1:333.
53. Ibid., 2:209.
54. Ibid., 2:25-38, 424ff.
55. Ibid., 3:614f.
56. Ibid., 4:474.
57. Ibid., l.-lOOff; 4:333-63, 426-44.
58. Ver el ensayo sobre Clausewitz en capítulo anterior.
59. Die Strategic des Perikles erlautert durch die Strategic Friedrichs des Grossen de Hans Delbrück
(Berlín, 1890), 27-28. Esta obra de Delbrück es la que expone de forma más
sistemática los dos tipos de estrategia.
60. Preussischejahrbücher, 115 (1904), 348f.
61. En la obra Strategic des Perikles, Delbrück escribió una parodia que demostraba que
el aplicar este criterio a las campañas de Federico le hacían un general de tercera
categoría.
62. Una completa descripción de la controversia, incluyendo una bibliografía, aparece en
Geschichte der kriegskunst, 4:439-44. Consultar también la obra Denvnirdigheiten aus
meinem Leben de Frie- drich von Bernhardi (Berlín, 1927), 126, 133, 143. La crítica
más completa y prudente sobre la teoría estratégica de Delbrück es la que hace
Otto Hintze con el título Delbrück, Clausewitz und die Strategie Friedrichs des Grossen en
Forschungen zur Brandenburgischen und Preussischen Geschichte 33 (1920), 131-77. Hintze
se opone a la marcada distinción que Delbrück pone entre la estrategia de la época
de Federico y la de Napoleón e insiste que Federico era tanto un estratega del tipo
Niederwerfung como del Ermattung. También cuestiona la interpretación de
Delbrück sobre las intenciones de Clausewitz, como también hace H. Rosinski en
Histarische Zeitschrift 151 (1938). Consultar la respuesta de Delbrück a Hintze en
Forschungen zur Brandenburgischen und Preussischen Geschichte ^ (1920), 412-417.
63. Geschichte der Kriegskunst, l:101f.
64. Ibid., 2:394.
65. Ibid., 4:341.
66. Strategie des Perikles, capítulo 1.
67. Una colección de los artículos que Delbrück escribió en el Preussischejahrbücher se
encuentra en la obra de tres tomos Krieg und Politik (Berlín, 1918-19). A los
artículos originales Delbrück ha añadido notas aclaratorias y glosas muy
interesantes. El mejor artículo sobre los escritos de guerra de Delbrück es el escrito
por el General Ernst Buchfinck, Delbrücks I^ehre, das Heer und der Weltkriegque
aparece en la obra Am Webstuhl der Zeit, ed. Schmitt, 41-49. Consultar asimismo
Delbrück, Clausewitz und die Kritik des Weltkrieges de Martin Hobohm aparecido en el
Preussische Jahr- bücherlSl (1920), 203-32.
370 Creadores de la Estrategia
Moderna

68. Krieg und Politik, 1:35.


69. Las opiniones de Delbrück sobre la debilidad de Inglaterra como potencia
militar se desarrollaron con más claridad en un artículo de abril de 1916.
Consultar KríegunaPolitik, l:243ff.
70. Ibid., 2:242.
71. Ibid., 2:164. Consultar también 2:17.
72. Ibid., 2:97.
73. Ddbrücks Lehre, das heerund der Weltkriegde Buchfinck, 48.
74. Kríeg und Politik, 1:90, 227ff., 261.
75. Ibid, 2:95.
76. Ibid, l:3f.
77. Consultar ibid, 1:59 y el artículo Das Beispiel Napoleons en ibid, 2:122ff.
78. Kríeg und Politik 1:33.
79. Ibid, 2:97.
80. Ibid, 1:18.
81. La Resolución de Paz, aprobada por el Reichstag por 212 votos contra 126,
citaba: "El Reichstag procura una paz de entendimiento y una reconciliación
duradera entre pueblos. Violaciones de territorio y persecuciones políticas,
económicas y financieras son incompatibles con esta paz. El Reichstag rechaza
todo proyecto que tenga como propósito la imposición de barreras económicas
así como perpetuar odios nacionales al finalizar la guerra. Se debe asegurar la
libertad de los mares. Sólo la paz económica ofrecerá la base para unas relaciones
amistosas entre pueblos. El Reichstag fomentará la creación de organizaciones
internacionales de justicia. Pero mientras gobiernos enemigos se disocien de tal
paz, mientras amenacen a Alemania y a sus aliados con la conquista y el
dominio, entonces seguirá el pueblo alemán unido y firme, y lucharán hasta que
su derecho y el de sus aliados a vivir y crecer esté asegurado. Unido, pues, el
pueblo alemán es inconquistable".
82. Kríeg und Politik, 2:187.
83. Consultar Fall of the German Empire ed. R.H. Lutz, Hoover War Library Publications
nQ 1 (Stanford, Ca., 1932), 307.
84. Krieg und Politik 3:123.
85. Ibid, 3:63.
86. Ibid, 3:73.
87. Ibid, 3:203-206.
88. Una reproducción completa del testimonio de Delbrück aparece en Das Werk des
Untersuchung- sausschusses der Deutschen Verfassunggebenden Nationalversammlung
und des Deutschen Reichstages 1919-1926. Die Ursachen des Deutschen
Zusammenbruches imjahre 1918 (Vierte Reihe im Werk des
Untersuchungsausschusses), (Berlín, 1920-29), 3:239-73. En The Causes of Qthe
German Collapse in 1918 ed. R.H. Lutz, Hoover War Library Publications, n 4
(Stanford, 1934) se pueden encontrar extractos del informe de la Comisión y
una pequeña parte del testimonio de Delbrück.
89. Die Ursachen des Deutschen Zusammenbruches 3:345. Causes of the German Collapse ed.
Lutz, 90.
90. Die Ursachen des Deutschen Zusammenbruches, 3:246.
91. Ibid, 3:247.
92. Ibid, 3:346.
93. Ibid, 3:250-51.
94. Ibid, 3:253f.
95. Ibid, 3:253.
96. On the Writing of History de Charles Oman (New York), 159f.
97. Haintz, en la introducción de la edición de 1962 de Geschichte der Kriegskunst, 9.
98. Etwas Kriegsgeschichtliches de Delbrück, 610.
99. Weltgeschichtede Hans Delbrück (Berlín, 1924-28), 1:321.
Walter Pintner

13. El Pensamiento
Militar Ruso:
El Modelo Occidental
y la sombra de Suvorov
13. El Pensamiento
Militar Ruso:
El Modelo Occidental
y la sombra de Suvorov

A partir de la victoria de Pedro el Grande sobre los suecos en Poltava en 1709, Rusia se
convirtió en una de las potencias europeas más importantes y supuso el punto de partida de
una trayectoria ascendente que, a lo largo de los dos siglos siguientes, situaría a Rusia como
una gran potencia mundial. Pero a pesar de contar con numerosos líderes militares y de una
extensa literatura sobre la teoría de la guerra en el siglo XIX, Rusia no produjo pensadores
estratégicos cuyo trabajo haya tenido una cierta trascendencia a lo largo del tiempo. No han
existido en Rusia pensadores de la categoría de Mahan, Clausewitz, o Jomini, incluso en el
caso de que este último hubiese permanecido hasta el final de sus días al servicio ruso.
Esta paradoja resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que hasta mediados
del siglo XIX, el servicio en el ejército era la carrera preferida de las clases educadas rusas
(1). El ejército y los valores militares jugaban un papel predominante en los reinados de
Alejandro I y Nicolás I. A partir de 1855, como consecuencia del desarrollo de la
economía y de la creciente complejidad de la sociedad, el ejército perdió parte de su
anterior protagonismo en la vida de las clases dirigentes, aunque no se puede afirmar
que no siguiera teniendo una decidida importancia.
El objetivo de este ensayo no es explicar por qué la literatura, la música y el ingenio
científico florecieron en la Rusia del siglo XIX y no lo hizo el ingenio estratégico. Por el
contrario, trataremos de la evolución del pensamiento militar ruso en el amplio contesto
del desarrollo político y social del país. Incluso aunque los pensadores militares rusos no
merezcan un extenso análisis por sí mismos, las ideas rusas sobre el servicio militar, las
tácticas y la estrategia constituyen un interesante e importante legado , en primer lugar
porque son rusos, y además, porque Rusia ha sido y es muy importante en el mundo de
la política, la diplomacia y la guerra.

En casi todos los temas relacionados con Rusia, es obligado tener en cuenta sus
tortuosas y complejas relaciones con el resto de Europa, o como a veces, y de forma
errónea,
374 Creadores de la Estrategia
Moderna

errónea, se ha llamado, "las relaciones de Rusia y el Oeste". Y decimos que es un error


porque da a entender que Rusia está excluida de la civilización occidental y, obviamente,
no es este su caso. Desde la adopción del cristianismo en Rusia en el año 988, este país ha
estado mucho más íntimamente ligado a las tradiciones occidentales que otros muchos
cuya pertenencia no se discute. A pesar de las diferencias, tanto en el pasado como en el
presente, la cultura rusa tiene exactamente las mismas raíces que el resto de Europa. Son
tantas las similitudes y tantas las diferencias que resulta difícil para los propios rusos saber
a donde pertenecen realmente. ¿Cuánto de la cultura occidental en general se puede
considerar únicamente "europea occidental", pero no rusa, y por lo tanto, ha sido
conscientemente adoptada o rechazada? ¿Qué es puramente ruso? (2).
Los pensadores militares comparten este sentimiento básico de los intelectuales rusos.
La búsqueda de un "arte de la guerra ruso" fue un tema central de los escritos militares
rusos del siglo XIX. Aunque no fue la única causa, la búsqueda obsesiva de la identidad
rusa provocó su atraso respecto a otras potencias, particularmente las occidentales. Sin
embargo, otros aspectos que afectaban a la potencia de Rusia, así como su propia posición
estratégica, no formaban parte de la preocupación de los intelectuales acerca del
problema de Rusia y el Oeste.
En particular, la existencia de los siervos, que tenía esclavizada, a la mitad de la
población rusa, se convirtió en una preocupación cada día mayor para los intelectuales
rusos, a partir de finales del siglo XVIII. Entre otras cosas, ellos veían en él un aspecto no
coherente con el sentimiento europeo respecto a la libertad humana. Algunos de ellos,
enfrentándose a lo que para algunos era un exceso de occidentalización, se opusieron a la
posesión de siervos porque era para ellos una distorsión del paternalismo de la sociedad
que imperaba antes de la época de Pedro el Grande. El tema de los siervos estuvo de
moda entre los intelectuales cincuenta años antes de convertirse en una
preocupación de carácter militar. Durante todo el siglo XVIII y hasta el final de las Guerras
Napoleónicas, la existencia de los siervos, a pesar de sus aspectos morales, no representó
ningún problema para el ejército ruso; por el contrario, lo fortaleció y ayudó a
mantenerlo tal y como era.
El cruel pero efectivo sistema del enrolamiento forzoso de un relativamente pequeño
número de siervos durante toda su vida, servía para mantener un gran ejército
permanente de soldados profesionales, que constituyó el pilar de los importantes éxitos
rusos desde 1709 hasta mediados del siglo XIX. En el siglo XVIII este sistema era tal vez
mejor que el de mezclar el servicio militar obligatorio con los mercenarios, que era el que
imperaba en el Viejo Régimen de Europa Occidental. A los soldados rusos que procedían
del campesinado no se les pagaba prácticamente nada, y una vez que superaban el
trauma del reclutamiento y de la incorporación a sus regimientos, la deserción era muy
baja comparada con los porcentajes que se daban en el Occidente (3).
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 375

Los comandantes rusos en el siglo XVIII estaban muy influenciados por el modelo
establecido por Federico el Grande, el cual adoptaron con un gran éxito. Sin embargo,
fallaron al no aprovechar el gran potencial que les brindaba el fiel soldado ruso para
acometer las innovaciones tácticas necesarias (4). Solamente muy al final del siglo, bajo el
mando del más grande de los comandantes rusos, Alexander Suvorov, se llevaron a cabo
algunas de las innovaciones en las tácticas que caracterizaron a la Era Revolucionaria,
entre las que destacan las marchas forzadas y el orden abierto. Suvorov fue ante todo un
líder de hombres y, aunque era de origen aristócrata, reconoció sin titubeos el valor del
soldado campesino, cosa que no había hecho ninguno de sus predecesores. Era un
hombre refinado y con una extensa cultura, conocedor de las más importantes lenguas
europeas y ávido por el estudio de todas las nuevas tácticas que imperaban en el Oeste,
especialmente en Francia, y que ocupaban numerosos artículos en libros y revistas
militares (5). El hecho de si Suvorov estaba convencido de forma instintiva, de que el
soldado ruso era capaz de combatir de forma más flexible y moderna, o bien llegó a esa
conclusión después del estudio profundo de la teoría aplicada en Occidente, no es un
aspecto particularmente significativo. El demostró que el sistema militar ruso a finales del
siglo XVIII estaba en condiciones de adoptar las nuevas tácticas y de competir con el mejor
de los ejércitos occidentales. Incluso a las ordenes de comandantes menos capaces e
inspirados, como Michael Kutuzov y Michael Barclay de Tolly, que utilizaron métodos más
tradicionales, el sistema de movilización ruso y la capacidad de su esfuerzo militar, demostró
ser capaz de derrotar a los ejércitos napoleónicos en 1812.
El propio ejemplo de Suvorov es quizás más importante que todo lo que escribió. No
era un estratega sistemático ni un pensador táctico, ni siquiera llegó a plasmar sus ideas
en un papel. Su trabajo más famoso, The Art of Victory consta de ocho páginas y es un
manual práctico dirigido a los jóvenes oficiales y suboficiales. Escrito en un lenguaje simple,
presta una gran importancia al espíritu de combate de las tropas, explica algunas tácticas
en el campo de batalla y da instrucciones para el mantenimiento de la salud y la moral
(6). Independientemente de sus aciertos como teórico, su talento como comandante
fue muy grande y estableció un modelo por el que han sido comparados los comandantes
rusos de varias generaciones posteriores. Ninguno, ni siquiera Kutuzov, que derrotó a
Napoleón, ha podido igualarle.
Al margen de sus habilidades lingüisticas y de su profundo conocimiento de Occidente,
Suvorov ha sido el símbolo del arte de la guerra ruso. Existen numerosas razones para ello:
se enfrentó abiertamente a Pablo I, el gran admirador de Prusia; mostraba un gran
interés por el soldado campesino y, por lo tanto, no tenía inclinaciones popular-
nacionalistas como la mayoría de los intelectuales; y por encima de todo, vencía en batalla
a los enemigos de Rusia. Incluso la retirada que tuvo que hacer en los Alpes, fue una
maniobra tan espectacular que supuso para los rusos una victoria moral.
376 Creadores de la Estrategia Moderna

Los rusos entraron en el siglo XIX con una importante experiencia de éxitos militares,
en parte debido a su atraso, y en parte también como consecuencia de las particulares
características de su orden político y social. Pero en el terreno cultural o intelectual
existía un vacío casi total, en nada comparable a los logros políticos y militares. Ellos eran
los vencedores, pero tenían su mirada puesta en Occidente, en cierto sentido los vencidos,
y estudiaban con entusiasmo el pensamiento estratégico de Clausewitz yjomini (7).
De forma paradójica, la emergente escuela nacional rusa estuvo fuertemente influenciada
por la Era Revolucionaria, o posiblemente fue un producto de ella, la cual potenciaba
el nacionalismo como fuerza que hacía que los hombres combatieran con lealtad y
entusiasmo. Esto unido al sistema de un ejército basado en el servicio universal y unas
numerosas fuerzas de reserva o milicia, eran las características más importantes del
pensamiento militar de las jóvenes generaciones de oficiales, algunos de cuyos miembros
participaron en el fracasado intento de golpe de estado, en diciembre de 1825. El hecho
de que se adhirieran a estas ideas, así como a otras tendencias políticas de carácter libe-
ral, pudo haber contribuido al conservadurismo del pensamiento militar imperante en el
reinado de Nicolás I (1825-1855). Ante todo, Nicolás quería extirpar la influencia
subversiva que suponía el mencionado intento de golpe de Estado, que entre otras cosas,
intentaba evitar su ascensión al trono, por lo que cualquier opinión procedente de este
sector era tomada automáticamente con recelo. Pero los ideales del espíritu nacionalista
estaban ya fuertemente arraigados en la tradición militar rusa. Existió una cierta polémica
sobre la conveniencia o no de cambiar el sistema de reclutamiento por uno de corta
duración, manteniendo las fuerzas de reserva, pero se desistió del proyecto porque éste
estaba íntimamente ligado a grandes reformas en el sistema de los siervos que, aunque
estaba en entredicho, no sufrió ninguna reforma durante el reinado de Nicolás I (8).
Durante este período se produjo un apogeo del militarismo ruso y el propio Nicolás lo
favoreció. Dotado de una notable inteligencia y no siempre opuesto a los cambios o
experimentos, si no extrañaban demasiados riesgos, era profundamente conservador en
los temas militares que, por otra parte, constituían su gran amor (9). G.A. Leer, un
importante teórico militar de la segunda mitad del siglo, escribió del reinado de Nicolás:
"Se decía que las tácticas de Federico habían sucumbido en Jena y Auerstedt. De hecho,
su espíritu continuaba vivo, al menos en nuestro ejército en 1850" (10).
A pesar de todo, durante el reinado de Nicolás I fue cuando se produjeron los
mayores cambios entre la sociedad civil y la militar. A pesar del imponente ejército
permanente que aún se mantenía después de la Era Napoleónica, el rápido crecimiento
de la burocracia civil supuso que hacia la mitad del siglo, el número de empleados civiles
superase
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 377

superase por primera vez al de los militares. Además, los funcionarios civiles comenzaron a
diferenciarse profundamente de los militares, de manera que a finales de este reinado, los
altos funcionarios civiles eran en su mayoría hombres que nunca habían pertenecido al
ejército y toda su vida laboral se había desarrollado en instituciones civiles. A partir de
aquí, la carrera militar no era ya la única opción disponible para la mayor parte de la
nobleza (11). La expansión de la educación secundaria y superior, que comenzó con
Alejandro I y continuó con Nicolás, supuso la existencia de un importante sector de
personas que leían, lo que proporcionó un mercado para la nueva generación de
escritores, entre los que se encuentran las grandes figuras de la literatura rusa del siglo
XIX, como Pushkin, Lermontov y Gogol, por mencionar solamente los más conocidos.
Paradójicamente, los aspectos no militares de la vida rusa tuvieron, en la época de Nicolás,
un desarrollo más rápido y acertado que los puramente militares.
A pesar de los comentarios pesimistas de Leer acerca de la mentalidad cerrada de este
período, comenzaron a emerger algunas ideas que posteriormente dominaron el
pensamiento militar ruso. En 1837, el General N.V. Meldem, afirmaba que las mejoras en
el armamento y en las técnicas de la guerra defensiva, aumentaron la importancia de la
fuerza moral en la guerra, anticipándose a la escuela nacionalista que propugnaba "la
vuelta a Suvorov" y que fue liderada por Dragomirov a finales del siglo XIX (12). El propio
Dragomirov admitía que sus ideas se debían a la lectura de las obras de otra figura de la
época, el Coronel A.P. Kartsov, profesor de la Academia de Estado Mayor General en la
década 1850-1860 (13).
Un problema que encontró la naciente escuela nacionalista fue que el segundo
gran héroe ruso, Kutuzov, fue acusado de efectuar una retirada estratégica ante el ejército
invasor napoleónico, que supuso el abandono y el incendio de Moscú. M.I. Bogdanovich,
que sucedió a Medem como profesor de estrategia en la Academia de Estado Mayor
General, propugnaba la defensa como medio para debilitar al enemigo, y para ese
propósito lo mejor era disponer de un gran ejército permanente, y elogiaba a Kutuzov por
haber evitado numerosas batallas estériles (14).
Durante el reinado de Nicolás I se mantuvo un enorme ejército permanente con el
sistema tradicional de veinticinco años de servicio para los campesinos llamados a filas.
Este ejército cumplió con su misión durante algunos conflictos de poca importancia con
Persia y Turquía, así como en la supresión de rebeliones en Polonia y Hungría; además,
estas intervenciones podrían haber tenido la ventaja de poner al descubierto algunas de
sus debilidades. Sin embargo, para el régimen todo pasó desapercibido y continuó con la
convicción de que no eran necesarios cambios sustanciales (15). La política rusa se
orientó a mantener el status quo europeo y Nicolás la describió en términos que podían ser
calificados de política de disuasión: "Rusia es una nación poderosa y afortunada por
méritos propios;
378 Creadores de la Estrategia Moderna

propios; nunca será una amenaza para sus vecinos ni para Europa. Sin embargo, su
capacidad defensiva debe ser tan grande que haga imposible cualquier ataque" (16).

II

La derrota en la Guerra de Crimea y la muerte de Nicolás marcaron el comienzo de


la cuenta atrás del viejo régimen en el ejército ruso y en mayor medida aún en la sociedad
rusa. Los soldados rusos combatieron bien y con bravura en Crimea. A pesar de grandes
dificultades, las tropas rusas fueron abastecidas y sus comandantes cometieron
aproximadamente los mismos errores que los aliados; a pesar de todo, perdieron la guerra.
La movilización de 1.742.297 hombres (mas otros 787.197 irregulares) no fue suficiente
para enfrentarse a una fuerza de 300.000 franceses, ingleses, corsos y turcos (17). La
necesidad de defender las costas del Báltico contra posibles desembarcos aliados, y la
frontera con Austria contra una probable intervención, hizo que se disipara la
superioridad numérica rusa, a lo que había que añadir la escasez de reservas básicas, por
lo que no había forma de aumentar rápidamente el número de tropas disponibles.
La Guerra de Crimea demostró a un amplio sector ruso que el equilibrio militar en
Europa había cambiado desde 1815 y que las ventajas que había disfrutado y explotado
Rusia con un importante éxito desde la época de Pedro el Grande, no servían ya para
asegurar su status como gran potencia, y mucho menos como la dominante potencia
terrestre europea. Las innovaciones en la tecnología de los armamentos fueron parte del
problema; pero si eso hubiera sido todo, la solución habría sido relativamente simple.
Incluso a finales del siglo, cuando se habían adoptado las nuevas armas, el equipamiento
militar era aún una parte muy modesta del presupuesto militar total (18). Los nuevos
modelos de rifles y de piezas de artillería podían comprarse en el extranjero o copiarlas en
el país.
Mucho más difíciles resultaban los cambios fundamentales que había que
introducir, relacionados con la movilización, el transporte y la organización de los
hombres y del material. Las potencias europeas habían desarrollado los medios para
movilizar a la sociedad entera para la guerra, un proceso que culminaría en los
horrores de la Primera Guerra Mundial. La autocracia rusa del siglo XVIII había tenido
la ventaja de poder contar con el reclutamiento de los campesinos de por vida,
explotando la tradición del servicio al estado y del sistema de los siervos. Hacia la
mitad del siglo XIX, las técnicas administrativas modernas, la educación de las masas, y
el transporte por ferrocarril hicieron posible que Alemania, Francia y Austria contaran
con un elevado porcentaje de la población masculina adulta como soldados
entrenados, disponibles a corto plazo. Esto se convirtió en un problema estratégico
básico que enfrentó a los militares rusos en el período que siguió a la Guerra de
Crimea.
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 379

Afortunadamente para Rusia, un grupo de oficiales progresistas, inteligentes y enérgicos


emergió de la burocracia de Nicolás I para lanzar un amplio programa de importantes
proyectos, que han constituido la llamada Era de las Grandes Reformas y que comenzó
con la ascensión al trono de Alejandro II en 1855. Las reformas tocaron a todos y cada uno
de los aspectos de la vida rusa, excepto al sistema político central, con la emancipación de
los siervos como objetivo básico (19). Uno de los miembros más importantes de este
pequeño grupo fue Dimitrii Miliutin, que ocupó el cargo de Ministro de la Guerra desde
1861 a 1881, y fue el responsable de intentar resolver el problema estratégico básico de
Rusia, que consistía en la movilización de su potencial humano y en el entrenamiento del
mismo, aspectos que fueron contemplados en la reforma militar de 1874.
Miliutin se había distinguido durante su servicio en el Caúcaso, pero su principal
actividad fue la de historiador militar y director de la sección de entrenamiento del
Cuartel General Supremo para las Instituciones de la Educación Militar (20). En este
cargo, estuvo a las órdenes directas del Gran Duque Mikhail Pavlovich, hermano de
Nicolás I, y del General la.I. Rostovtsev, con quién posteriormente estuvo trabajando para
la elaboración del proyecto de emancipación de los esclavos. Su principal trabajo sobre
historia se publicó en cinco volúmenes en 1852-1855, y se trataba de la participación de
Rusia en las Guerras de la Segunda Coalición, centrándose principalmente en la famosa
campaña de Suvorov en Italia. Miliutin era ante todo práctico y no se sentía atraído por
la idea de un arte de la guerra particular ruso, pero era un firme partidario del principio
básico de Suvorov, según el cual los factores morales y espirituales tenían una
importancia crucial en guerra. En uno de sus trabajos se expresa así: "Existen dos facetas
en el arte militar: la material y la espiritual. Un ejército no es sólo una fuerza física, una
serie de armas para llevar a cabo operaciones militares, sino que es también un conjunto
de seres humanos dotados de inteligencia y corazón. La fuerza espiritual desempeña una
parte importante en todas las consideraciones y cálculos del jefe militar, y por consiguiente,
es inadecuado el gobernar al ejército como si se tratara de una máquina. El jefe debe regir
a su gente de forma que se sientan íntimamente ligados con el ejército; de esta manera,
obtendrá la fuerza espiritual necesaria por la cual adquirirá la autoridad sobre el mismo"
(21).
El programa de reformas de Miliutin tenía tres objetivos fundamentales: a) mejorar
la estructura administrativa militar; b) pasar a un sistema de servicio de corta duración
con un ejército regular reducido y una gran fuerza de reserva; c) mejorar la calidad de la
educación militar, principalmente la de los oficiales, aunque afectaba también a todos
los otros grados. Todos estos proyectos tenían unas importantes implicaciones sociales.
Miliutin reconocía que la sociedad rusa, no sólo el ejército, debía modernizarse para que
Rusia
380 Creadores de la Estrategia Moderna

Rusia pudiera mantenerse entre las principales potencias. A pesar de la fuerte oposición de
los rivales de Miliutin, se introdujeron cambios en la estructura administrativa, que
proporcionaron una mayor autoridad al Ministro de la Guerra (22). Lo que tuvo una gran
importancia fue el cambio hacia un sistema de servicio militar que, al menos en teoría,
tenía un carácter casi universal, lo cual era imposible antes de abordar la emancipación
de los siervos; esto supuso en la práctica la abolición del estatus de siervos dentro del
ejército (23). Por primera vez desde que Pedro el Grande occidentalizara a las clases más
elevadas con el fin de competir con las potencias militares de Occidente, las necesidades
militares de Rusia, exigían grandes cambios sociales.
La reforma de Miliutin no sólo afectaba al servicio militar, sino que iba más lejos al
tratar de modificar el sistema tradicional por el que se establecían las clases sociales en
Rusia. Antes de la reforma, a los únicos que afectaba el servicio militar eran a los
campesinos y a los niveles más bajos de la sociedad urbana, mientras que desde 1762 los
oficiales procedían únicamente de la nobleza. El nuevo sistema introducía el principio de
servicio obligatorio universal, independientemente del estatus social; la única diferencia
que existía era la duración del servicio, que variaba en proporción inversa al grado de
educación de cada uno. Los campesinos analfabetos y sin ninguna educación servían
durante seis años (posteriormente se redujo a cinco); en cada nivel de educación había
una sustancial reducción del tiempo de servicio, hasta llegar a los graduados universitarios
que sólo permanecían seis meses en filas. Naturalmente los nobles solían poseer mayor
educación que los no nobles, pero también había un importante sector de estos últimos
con estudios primarios, secundarios e incluso universitarios. Lo cierto es que en el
terreno de los estudios no existía un trato igual para los nobles y los no nobles, por lo que
no es de extrañar que tampoco lo hubiera en el ejército. Pero en un sentido histórico
amplio, la política de estado rusa se preocupó siempre de dar paso a las clases no nobles
para su acceso al servicio del estado, incluso a muy altos niveles. No obstante, un elemento
de idealismo comenzó a penetrar en la Era de las Grandes Reformas y éste quedó
reflejado en un informe del Consejo de Estado sobre el antiguo ejército cuando se
debatieron las reformas propuestas: "El servicio anterior, virtual-mente de por vida y
acompañado de muchas privaciones, no era considerado honorable ni natural para los
ciudadanos de la patria, sino como una condena por un crimen cometido o por llevar una
vida depravada. El alistamiento de un hombre en el ejército era definido dentro de un
código criminal como el equivalente al exilio en Siberia o a la permanencia en la cárcel;
de esta manera, la sociedad permitía a los propietarios de la tierra que eliminaran a los
individuos depravados por estos medios, si fallaban otros métodos" (24).
El Consejo de Estado era un organismo asesor de alto nivel compuesto por
funcionarios civiles de alto rango, muy antiguos en el servicio, y por militares. Este
organismo adoptó una posición muy firme en contra del viejo sistema militar, lo que da
idea de que la necesidad de
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 381

necesidad de afrontar cambios sustanciales era reconocida por muchos y no solamente


por los líderes del movimiento reformista. El ejemplo que los reformadores militares rusos
querían seguir era el de la Prusia anterior, y sobre todo posterior, a su contundente
victoria frente a Francia en la Guerra Franco-Prusiana. No obstante, el informe del
Consejo de Estado y declaraciones similares del propio Miliutin (25), reflejaban un intento
de volver a lo que había sido el espíritu del ejército en tiempos anteriores, la era de los
triunfos rusos con Suvorov y Kutuzov, cuando incluso el sistema opresivo de reclutamiento,
no había logrado al parecer destruir el entusiasmo del soldado ruso.
Miliutin perseguía el mismo objetivo general al intentar mejorar el entrenamiento de
los oficiales. En el antiguo ejército, la mayoría de los oficiales eran nobles que servían
brevemente como Junkers, u oficiales cadetes, en regimientos desde donde eran ascendidos
y destinados a otras unidades, pero poseían una educación mínima. Un grupo mucho
más reducido de nobles (17 por ciento del total) iban a escuelas militares especiales; eran
los que posteriormente ocupaban los más altos cargos y servían en regimientos de élite.
Miliutin confiaba en eliminar ese sistema esencialmente clasista y establecer una
educación común para todos los oficiales. Sin embargo, la fuerte influencia política de los
oficiales de élite les permitió conservar sus privilegios y sus caras escuelas subvencionadas
por el estado, dejando unos recursos muy limitados para el resto de las instituciones
donde se formaba la gran parte de los oficiales. Algunas de las medidas dictadas por
Miliutin en este aspecto fueron derogadas inmediatamente después de cesar como
Ministro de la Guerra en 1881, aunque es preciso reconocer que antes de la Primera
Guerra Mundial las diferencias de formación entre los diversos tipos de oficiales se habían
reducido considerablemente, aunque no estaban eliminadas, y muchos coroneles y
generales eran de origen humilde (26).
En el conjunto de la sociedad, el estatus de los oficiales había comenzado a declinar
durante los últimos cincuenta años del antiguo régimen. La paga de los oficiales era muy
reducida y, lo que era más importante, la economía estaba en expansión y existían otras
carreras alternativas para los hombres con un determinado nivel de formación. Hasta
1850, la elección para un joven noble se reducía generalmente a entrar en el ejército o en
la administración del estado; a partir de esa fecha, podía elegir otras profesiones, como
técnico en comercio, enseñanza e ingeniería, entre otras muchas. La elección de la
carrera era también una decisión política. El militar era el baluarte del régimen; después
de la Era de las Grandes Reformas había prosperado un nuevo conservadurismo y, una
parte cada vez mayor de la sociedad culta rusa, había perdido su entusiasmo por el
régimen o estaba en oposición activa al mismo. Esto hizo que la elección de la carrera
militar fuera menos atractiva que años atrás, excepto para los hombres de origen muy
humilde que aún veían en el ejército un camino para mejorar su posición social, y para
una pequeño sector de nobles ricos cuyas familias habían servido tradicionalmente en los
regimientos más famosos.
382 Creadores de la Estrategia Moderna

III

A mediados de la década de 1870-1880, Rusia poseía la estructura básica de un sistema


militar moderno equiparable a la de otros países europeos. El potencial humano no era
problema; Rusia disponía de más hombres que los que podía entrenar. Para el
reclutamiento existían unos sorteos mediante los cuales un determinado porcentaje de
hombres quedaban exentos del servicio militar, que por otra parte llegó a ser casi
totalmente universal. Como se mencionó anteriormente, la nueva tecnología militar,
que sufrió un fuerte desarrollo de 1870 a 1914, no supuso grandes dificultades; Rusia se
equipó con armas comparables a las de sus rivales y en una cantidad razonable. El problema
básico era el presupuesto y el de definir el tamaño del ejército. Además de una
administración muy poco eficiente, las dilatadas fronteras y la escasa red ferroviaria impo-
nían una movilización muy lenta y la necesidad de grandes fuerzas permanentes. Por otra
parte, se consideraba que los campesinos analfabetos rusos necesitaban un entrenamiento
más largo que los soldados occidentales, lo que era una razón más para mantener una
gran cantidad de hombres en el servicio activo. La mayor parte del presupuesto militar
todavía era absorbido por los gastos de subsidios al personal, a pesar de que había
aumentado bastante el capítulo de gastos de material, por lo que el fijar exactamente el
tamaño del ejército era el factor crucial para determinar el presupuesto militar (27). Rusia
era un país pobre y relativamente subdesarrollado, a pesar de la rápida industrialización a
partir de 1890, y el mantener fuerzas mucho mayores que las de sus vecinos de Occidente
suponía una gran carga. Más importante que frenar una invasión de Polonia por parte de
los austríacos o de los alemanes, el problema principal era el fracaso de la economía para
poder soportar el estamento militar necesario, en una época en la que los ejércitos
estaban formados por grandes masas de hombres y era necesaria una rápida movilización y
concentración de las fuerzas.
A finales del siglo, el Teniente Coronel A. A. Gulevich de la Academia de Estado
Mayor General reconocía la íntima conexión de la guerra moderna y la economía
nacional. Previo incluso que la siguiente guerra europea sería larga y de desgaste, en vez de
rápida y decisiva. Sin embargo, consideraba que ese bajo nivel de desarrollo económico y
un más pobre estándar de vida, eran factores favorables para ese tipo de guerra. En caso de
necesidad, Rusia podría movilizar un porcentaje menor de su masa laboral que otros
países más desarrollados industrialmente, como Francia y Alemania, pero estos eran más
frágiles, más fácilmente colapsados y sufrirían más como consecuencia de un mayor
abandono de sus puestos de trabajo, debido a la movilización (28).
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 383

Probablemente el único trabajo ruso sobre temas militares que tuvo un


impacto significante fuera de Rusia en el siglo XIX no fue escrito por un soldado.
The Future War in Its Technical, Economic and Political Aspects de Jan Bloch, fue una obra
de cinco volúmenes sobre el impacto del progreso científico e industrial en la
guerra, profusamente ilustrado y con una gran cantidad de diagramas y tablas. En
ella se describía el tremendo potencial de la nueva tecnología de la guerra, que
había adquirido un gran desarrollo en los últimos años del siglo XIX, pero al
mismo tiempo, establecía que la moderna economía industrial no era capaz de
sostenerse a sí misma cuando era sometida a un largo esfuerzo de guerra. Era una
obra profundamente pacifista, empeñada en demostrar, a base de datos, que la
guerra era sencillamente inaceptable en el mundo moderno, y sus conclusiones
eran muy similares a las de Gulevich (29). Bloch era un judío polaco, un magnate
del ferrocarril que contó con la colaboración del General A.K. Puzyrevsdii, y
probablemente de otros muchos, para la elaboración de esta gran obra.
Probablemente Gulevich había participado en otras publicaciones anteriores de
Bloch, o al menos tenía conocimiento de ellas. Bloch seguía siendo una figura
sobresaliente en el movimiento europeo antibélico anterior a la Primera Guerra
Mundial, pero su trabajo fue al parecer totalmente ignorado por los militares, al
menos en Rusia.
El pensamiento militar ruso desde la época de las reformas hasta la Primera
Guerra Mundial, no prestó atención a los crecientes problemas de la moderna
guerra industrial. Por el contrario, se centró de forma obsesiva en lo que apa-
rentemente era un tema irrelevante, es decir, sobre el arte de la guerra ruso. Sus
máximos exponentes eran hombres inteligentes con un profundo sentido de su
misión y orgullosos por los logros militares que había logrado su nación, que habían
estado estimulados por el creciente nacionalismo ruso en la segunda mitad del
siglo. La humillación de la Guerra de Crimea y la poco brillante actuación en la
guerra contra Turquía (1877-1878), les impulsó a analizar sus tradiciones, lo que
les llevó inevitablemente a Pedro el Grande y Suvorov. Un claro representante
de esta escuela fue el eminente historiador militar D.A. Maslovskii, que había
sido el primer profesor en la cátedra de Historia del Arte Militar Ruso en la
Academia de Estado Mayor General, inaugurada por él en 1890 (30). Para
Maslovskii, Pedro el Grande no era un simple imitador, sino un reformador: "Todos
los trabajos originales y traducidos sobre el arte militar y los reglamentos de los
ejércitos europeos occidentales que estaban a disposición de Pedro al elaborar sus
estatutos (el Estatuto Militar de 1716), solo le sirvieron como guía para el
desarrollo sistemático de sus propias ideas y experiencias, y únicamente su genio
hizo posible evitar la bárbara complejidad de la instrucción y formaciones de los
ejércitos europeos y transformarlo en un brillante y simple arte militar ruso, en la
época en la que comenzaba el desarrollo de nuestro ejército regular".
354 Creadores de la Estrategia Moderna

resultado de la organización táctica de sus fuerzas, llegó a la conclusión que fue una
evolución gradual de la primitiva falange griega a las formaciones tácticas coordinadas
ingeniosamente utilizadas por los romanos, lo que constituyó "el significado esencial del
antiguo arte de la guerra" (33), y que el resurgir de estas formaciones en las Guerras
Suizo-Borgoñonas del siglo XV y su perfeccionamiento en el período que acaba con el
dominio de Napoleón sobre Europa, resultó ser básico para el desarrollo de la historia
militar moderna.
La encrucijada en la historia del arte militar antiguo fue la batalla de Can-nas (34),
donde los cartaginenses, con Aníbal a la cabeza, asombraron a los romanos con la más
perfecta batalla táctica jamás luchada. ¿Como lograron los romanos recuperarse de este
desastre, vencer a los cartaginenses y acabar ejerciendo una supremacía militar sobre
todo el Mundo Antiguo? La respuesta ha de encontrarse en la evolución de la falange.
En Cannas, la infantería romana actuó igual que los griegos en Marathón, lo cual les llevó
a caer en manos de Aníbal, ya que sus flancos estaban expuestos y la imposibilidad de
maniobrar la retaguardia, independientemente del grueso del ejército, les impidió evitar
la táctica de cerco utilizada por la caballería cartaginesa. Pero en los años sucesivos a la
batalla de Cannas, se introdujeron importantes cambios en el modo de lucha romana.
"Primero, los romanos articularon la falange, dividiéndola posteriormente en columnas
(Treffen) y finalmente haciendo de ésta una gran cantidad de pequeños cuerpos tácticos
capacitados para actuar de forma impenetrable, para cambiar de formación con
flexibilidad y para separarse los unos de los otros en distintas direcciones" (35). Para
estudiantes modernos del arte militar, este procedimiento es tan normal que apenas
merece mención. Pero, sin embargo, lograrlo fue extremadamente complicado, y sólo los
romanos lo consiguieron, entre todos los pueblos antiguos. En su caso, fue posible gracias
a siglos de experimentación y por el énfasis dado a la disciplina militar que caracterizaba al
sistema romano (36).
Por lo tanto, los romanos conquistaron el mundo no porque sus tropas "fueran más
valientes que sus oponentes, sino porque gracias a su disciplina, tenían unidades tácticas
más fuertes" (37). Los únicos capaces de resistirse a una conquista romana fueron los
germanos. Esto fue debido a su natural disciplina, intrínseca a sus instituciones
políticas, y por el hecho de que la unidad de combate germana, la Gevierthaufe, era
una formación táctica muy efectiva (38). Está claro que durante el transcurso de las
luchas contra los romanos, los germanos aprendieron a imitar la articulación de la
legión romana, utilizando sus Gevierthaufen, independientemente o agrupadas,
según requería el momento (39).
Con la caída del Imperio Romano y la barbarización del mismo, el progreso táctico
desde los días de Milcíades llegó a su fin. El desorden político de la época posterior al
reinado de los Severos debilitó la disciplina del ejército romano, y socavó gradualmente la
excelencia de sus tácticas (40). Al mismo tiempo,
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 385

Se comenzó con un caro y controvertido programa de construcción naval a gran


escala para sustituir a la flota hundida en la batalla de Tsushima. Durante varios años
después de esta guerra, la atención del ejército fue desviada hacia los problemas de
seguridad interior, con gran disgusto de la mayoría de los altos cargos militares (37).
Hasta 1910 no se abordó el programa de mejora general del ejército para prepararlo
para la guerra europea que, por aquel entonces, se consideraba probable e incluso
inevitable.
A pesar de las lecciones de la Guerra Ruso-Japonesa acerca de la importancia de la
potencia de fuego y de la dificultad de atacar posiciones atrincheradas, la escuela nacional
no estaba desacreditada. El espíritu y el entusiasmo de las tropas japonesas reforzaron el
convencimiento ruso de la importancia de la moral, como sugerían los comentarios de
Dragomirov citados anteriormente (38). Un nuevo grupo de teóricos reemplazó a la
generación de Drogamirov y Leer. Durante algún tiempo se intentó suprimir la cátedra de
Historia del Arte Militar Ruso en la Academia de Estado Mayor General, que
tradicionalmente era el bastión de la escuela nacional, pero no prosperó la idea. En 1906,
Myshla-evskii fue sustituido por el General A.K. Baiov, un enérgico y prolífico historiador.
Quizás más importante aún fue la presencia del General N.P. Mikhnevich, que compartía
muchas de sus ideas con la escuela nacional cuando se hizo cargo de la dirección de la
Academia.
La derrota en el extremo oriental ante los japoneses, produjo una fuerte ola de
autocrítica y, como había ocurrido siempre a lo largo de la historia rusa, se buscaba las
soluciones en el Oeste. El máximo representante de esta corriente crítica era el Coronel
A.A. Neznamov, profesor de táctica en la Academia. Aunque Neznamov acostumbraba a
referirse siempre a los grandes comandantes rusos y europeos, así como a escritores
militares del pasado, la principal obsesión de sus polémicos escritos era que Rusia debía
anticiparse y estar preparada para combatir en una "guerra contemporánea", expresión
que utilizó como título para uno de sus trabajos más importantes (39): "El simple
conocimiento de los principios básicos, no es suficiente; los principios son eternos, pero
los medios disponibles cambian y con ellos deben cambiar también los métodos y las
formas de actuación. La labor de la teoría es mostrar únicamente estos métodos y formas
contemporáneas, así como investigar los cambios en un futuro próximo. Para las ideas
existe una fuente inagotable en los mejores modelos del pasado más reciente, en los que
los factores contemporáneos eran prominentes, factores de gran significancia estratégica,
como los ferrocarriles, el telégrafo y los grandes ejércitos, y de importancia táctica, como
las armas de gran carencia de fuego y el telégrafo" (40).
Neznamov consideraba que Rusia había perdido la guerra con Japón, no por sus
pobres comunicaciones, sino por la falta de apoyo popular, el desconocido terreno de
Manchuria, la torpeza de sus generales, e incluso por "la errante política del gobierno".
Todos estos factores habían estado presentes también en los días de gloria militar de
Rusia, puesto
386 Creadores de la Estrategia Moderna

Rusia, puesto que ¿no era el norte de Italia tan desconocido para los hombres de
Suvorov, como Manchuria para los de Ruro-patkin? En los tiempos de las modernas
armas de fuego, Rusia continuaba soñando con las atronadoras cargas de bayoneta,
depositando su fe en el valor de sus soldados y confiando que la guerra despertara el
heroísmo de algún nuevo comandante (41). Oponiéndose decisivamente a Suvorov y a la
larga lista de sus seguidores, Neznamov afirmaba: "El fuego decide las batallas"(42).
Antes de la Primera Guerra Mundial, Neznamov estudió los problemas de dirigir
grandes ejércitos al actuar en frentes muy extensos. Consideraba que el objetivo de la
guerra continuaba siendo la destrucción del enemigo en una rápida y decisiva batalla,
pero reconocía que esto no era probable en una futura guerra, que él intentaba describir.
Sin embargo, no previo el estancamiento que se produciría después en la guerra de
trincheras, sino que confiaba en que se mantendría el despliegue de grandes fuerzas a lo
largo de grandes áreas con un considerable movimiento por ambas partes, para intentar
flanquear una a la otra; un escenario que no tardó en hacerse realidad, ya que a los pocos
meses estalló la guerra (43).
Como otros miembros de la escuela nacional, Neznamov tomó como modelo a Pedro
el Grande, aunque su opinión sobre el Zar difería del resto: "Pedro el Grande, gracias a
su ingenio, distinguía claramente la frontera entre lo útil y lo peligroso al adaptar
tendencias extranjeras; él amaba a Rusia más que a su propio hijo, a quien sacrificó por
ella. Sus propias palabras describen la naturaleza de sus imitaciones: Europa nos será
necesaria durante varias décadas, después le volveremos la espalda. El soñaba con que
podríamos aventajarla. En algunos aspectos ha sido así, ¡Aunque solamente en el terreno
militar!. Pero la historia se repite, y Europa ha vuelto a superarnos. Una vez más tenemos
que aferramos a los viejos métodos; tomar con prontitud lo que está ya disponible, que es
lo mejor, y mejorarlo en casa y darle nuestra espalda más tarde" (44).
Neznamov era un claro representante de una larga lista de pensadores y líderes rusos
que creían que Rusia podía y debía tomar prestado ideas de Occidente, sin preocuparse de
perder su identidad nacional. Algunos habían desempeñado altos cargos en el gobierno,
como Pedro I y el Conde Witte, a finales del siglo XIX, o Miliutin; otros eran dirigentes
como Alexander Radishchev, que lideró la Ilustración de Catalina la Grande, Paul
Miliukov, dirigente del partido liberal, o Lenin y otros marxistas.
Neznamov era coronel profesor de la Academia cuando publicó "Sovremen-naia voina"
en 1911. Aunque sus superiores leyeran sus trabajos e incluso los aprobaran, no parece
probable que tuviera ninguna influencia en las grandes decisiones estratégicas que se
tomaron en aquellos años y que afectaron a la política rusa en 1914 y en años sucesivos.
Su figura es importante e interesante porque representa la postura mas occidentalista de
todo el espectro del pensamiento militar ruso de su época.
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 387

IV

Entre los hombres que planeaban, o deseaban planear, la estrategia rusa antes de la
Primera Guerra Mundial, existía una división que se correspondía aproximadamente con
la que mantenían los teóricos de la escuela nacional y los academicistas. Sukhomlinov,
Ministro de la Guerra y figura importante en política, fue un protegido de Dragomirov, el
gran veterano de la escuela nacional. En contra de todas sus ideas estaba un grupo de
oficiales, denominado "los jóvenes turcos" que estaban convencidos de que la tecnología
occidental y sus métodos militares eran de una gran importancia para el ejército ruso. Este
grupo contaba, entre otros, con el General Golovin cuyos escritos como emigrante después
de la Revolución le acreditaron como un buen conocedor de Occidente, y el General
Alekseev, comandante del importante Distrito Militar de Kiev en 1914. La influencia de
este último fue crucial en la definición del plan para atacar a la vez a Austria y a Alemania
en las primeras semanas de la guerra.
Esta equivocada y fatal decisión fue el resultado de la realidad geográfica y de
circunstancias políticas, que hacían muy difícil atacar incluso a una sola de las potencias
centroeuropeas. El resultado fue un delicado compromiso que no contaba con ninguna
posible alternativa. El límite occidental del imperio era la Polonia rusa, cuya frontera por el
sur era Austria y Hungría, y por el oeste y el norte, Alemania. Existía por lo tanto un
saliente, que era vulnerable a una maniobra de pinzas desde la Galizia austríaca hacia el sur
y desde Alemania y Prusia hacia el norte. En los años posteriores a la Guerra Ruso-Japonesa
y de la Resolución de 1905, cuando la mayor parte del ejército ruso estaba orientado en
labores de seguridad interna, el Alto Mando se decidió por una estrategia defensiva que exi-
gía abandonar Polonia y establecer una línea defensiva más hacia el este que no pudiera
verse amenazado por sus flancos norte y sur. Esta postura era coherente con la realidad y
con algunas de las ideas de la escuela nacional, que consideraba a la defensa en profundidad
como parte de la tradición rusa. Sin embargo, como plan defensivo, era contrario al
concepto generalizado de todos los teóricos estratégicos de la época, de que la acción
ofensiva era normalmente preferible.
Entre 1910 y 1914, conforme aumentaba la potencia del ejército ruso, se hizo más
firme la alianza con Francia, pero al mismo tiempo, aumentaba el temor a Alemania,
por lo que el plan tuvo que ser revisado. El Ministro de la Guerra Sukhomlinov y el
General Danilov sostenían la conveniencia de llevar a cabo una ofensiva inicial contra
Alemania, mientras que contra Austria su actitud sería defensiva. Alemania era la
amenaza principal y si los alemanes lograban derrotar a Francia, la situación de Rusia sería
desesperada. Por lo tanto, era esencial hacer todo lo posible por desviar la presión
alemana de Francia. Pero la geografía era un gran obstáculo para que esto fuera posible.
Una ofensiva desde la frontera occidental de la Polonia rusa contra Berlín estaría
expuesta a ataques alemanes por el flanco sur desde el este de Prusia que podrían neutrali-
zarla. Una ofensiva contra el este de Prusia resultaba complicada por tener que atravesar
la impenetrable región de los Lagos
388 Creadores de la Estrategia Moderna

Lagos Masurianos y la falta de líneas de ferrocarril en la dirección norte-sur. Los rusos sólo
podían atacar desde el este y marchar hacia el norte desde Polonia, mientras que las
fuerzas alemanas se podían mover en dirección oeste-este, a través del ferrocarril, para
contrarrestar el ataque ruso. Esto fue lo que realmente ocurrió.
La alternativa de organizar una inmediata ofensiva contra Alemania, avanzando hacia
el sur en la Galizia austríaca, era defendida por el General Alekseev. La frontera austro-rusa
no era fácilmente defendible, e incluso en el caso de que los rusos no atacaran, serían
necesarias muchas tropas para contener una ofensiva austríaca. Por todo ello, el
argumento era, ¿por qué no dirigirse hacía el oeste y sur contra Austria a través de un
territorio habitado por pueblos eslavos amigos? Un éxito inicial pondría fuera de combate
a las fuerzas austríacas. El plan era coherente con los sentimientos tradicionales eslavos,
así como con el odio hacía los austríacos, y por razones puramente geográficas, parecía
tener mejores perspectivas para una victoria rápida. Ante las distintas alternativas, se optó
por atacar al mismo tiempo a Austria y Alemania, aunque eso significaba que la ofensiva
no tendría los recursos necesarios para lograr un éxito decisivo. A cada estrategia se le
podían aplicar buenos argumentos, pero ninguno era lo suficientemente bueno y el
resultado fue un desastroso compromiso (45).
Ninguno de los principales escritores militares del período inmediatamente anterior a
la guerra, pertenecía al grupo de los responsables de determinar las acciones de Rusia al
comienzo de la misma. El más comprometido fue N.P. Mikhnevich, director de la
Academia desde 1904 a 1907 y Jefe del Estado Mayor General desde 1911 a 1917. El libro
de texto de Mikhnevich sobre estrategia sustituyó al de Leer a comienzos del siglo XX
(46). Era un nacionalista moderado, situado entre Neznamov y A.N. Kuropakin. Este
último, cuyos ejércitos fueron derrotados en la guerra con Japón, escribió una historia
sobre el ejército ruso que fue publicada en 1910, y en ella afirmaba que desde la derrota
de Napoleón, Rusia se había debilitado tanto en el aspecto material como en el
espiritual y ello se debía a su creciente occidentalización y a estar involucrada en
numerosos asuntos europeos. Aunque no se oponía a la adopción de la moderna
tecnología militar, Kuropatkin era ante todo un nacionalista romántico que creía que
"Rusia debía ser de los rusos", no de los extranjeros ni de los ciudadanos no rusos del
imperio (47).
Mikhnevich era un escritor prudente y sistemático, conocedor del pensamiento
militar occidental que no se comprometió en ningún exceso nacionalista, pero a pesar de
todo, en 1898 llegó a escribir: "Nuestro arte militar no ha estado casi nunca retrasado
respecto a Europa y, por el contrario, en muchas ocasiones ha ido en cabeza,
proporcionando la dirección y las nuevas ideas en táctica y estrategia que Europa nos
copió" (48). Como Kuropatkin, Mikhnevich sabía muy bien que la tecnología estaba
desempeñando un papel crucial en la guerra; en 1898 publicó un libro titulado The
Influence of the Newest Technical Inventions on Army Tactics (49). En él analiza las nuevas
armas,
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 389

armas, pero llega a la conclusión de que el equilibrio entre el ataque y la defensa no había
cambiado y que todos los grandes comandantes preferían atacar porque les proporciona
una ventaja moral y les permite concentrar el esfuerzo en el punto decisivo (50).
Quince años después, en 1913, después de la experiencia de la Guerra Ruso-Japonesa,
Mikhnevich no estaba tan de acuerdo con Suvorov cuando escribía: "La acción ofensiva
proporciona los mayores beneficios, pero sólo se puede realizar cuando el ejército ha
completado su despliegue estratégico y está preparado, con las fuerzas suficientes"(51).
Posiblemente esto era una crítica a los planes de guerra rusos que exigían un cambio hacia
actitudes ofensivas para poder apoyar a Francia. A pesar de todo, el énfasis tradicional de la
escuela nacional en la fuerza moral se mantenía vivo al afirmar que la superioridad de
fuerzas era esencial para la victoria, no sólo en lo que se refiere a cantidad, sino también en
fuerza moral. Mikhnevich cuantificaba la importancia de estos dos factores y afirmaba que
la victoria dependía en un 75% de la fuerza moral y sólo un 25% del factor material.
Además, para demostrar el superior espíritu militar de Rusia, presentaba algunas tablas
demostrando que los ejércitos europeos habían sufrido, a lo largo de los siglos, un mayor
porcentaje de pérdidas al luchar contra los soldados rusos que contra otros europeos.
Finalmente, volviendo al tema de la tecnología, establecía que las armas de un ejército
debían ser al menos tan buenas como las de su enemigos, no sólo porque al ser mejores, su
eficacia sería mayor, sino porque al disponer de armas inferiores, la moral disminuye (52).
En contraposición con Neznamov y muchos otros escritores europeos de la época,
Michnevich rechazaba la opción de una guerra relámpago y afirmaba que Rusia tenía
ventaja sobre los estados europeos más industrializados, cuya economía se verían colap-
sadas al movilizar a la mano de obra: "El tiempo es nuestro mejor aliado y, por esa razón,
no es peligroso para nosotros una estrategia de atrición y de desgaste, evitando
enfrentamientos decisivos con el enemigo en la frontera, cuando la superioridad de la
fuerzas está de su parte" (53). Esta opinión, que recuerda a Gulevich, difería de la opinión
de la escuela nacional que no consideraba el atraso económico como una ventaja, a pesar
del ejemplo dado por Kutuzov al derrotar a Napoleón. La escuela nacional daba énfasis a la
ventaja que ofrecía la actitud más positiva del soldado ruso. Por supuesto, Mikhnevich
estaba equivocado acerca de la vulnerabilidad de la industria de los países avanzados,
aunque esa era también la opinión de otros muchos escritores, europeos y rusos, en vísperas
de la Primera Guerra Mundial.

No ha sido el propósito de este ensayo dar a entender que la relación entre Rusia y
Occidente era la única preocupación en el pensamiento estratégico ruso. Los hombres
que se han mencionado y muchos otros, poseían grandes conocimientos, eran
profesionales
390 Creadores de la Estrategia Moderna

profesionales receptivos y en sus trabajos se ocuparon de muy diversos asuntos: la


movilización, los problemas logísticos, la coordinación de los distintos tipos de fuerzas
(infantería, artillería, caballería, etc), el planeamiento operativo y estratégico, y muchos
otros. Sin embargo, es un hecho que los estrategas rusos poseían unas características
especiales que los diferenciaban de sus colegas europeos, aunque también existía un
vínculo intelectual entre ambos en otros campos. Todos ellos, tanto si eran ardientes
occidentalistas como creyentes convencidos de la superioridad rusa, tuvieron que
enfrentarse al triple problema de un glorioso pasado militar ruso, las tristes experiencias de
los siglos XIX y XX, y su deseo como profesionales de mantener altas sus cabezas, en un
mundo donde los logros rusos en otros campos habían ganado un amplio
reconocimiento.
Podría parecer fácil el calificar de locos románticos a los seguidores de la escuela
nacional, por empeñarse en ignorar las realidades técnicas de su tiempo, pero eso sería un
error. La voluntad de lucha y el arriesgar la vida, es esencial para cualquier ejército. Los
soldados rusos, incluso a las órdenes de comandantes mediocres, habían demostrado en
numerosas ocasiones que eran capaces de combatir, tanto en su tierra como en el
extranjero, con una gran tenacidad. Esto era un hecho incuestionable y sería absurdo
ignorarlo. Pero el énfasis dado a la fuerza moral, parece que no había calado en los
niveles inferiores a los oficiales y surtía poco efecto en la miserable vida de los soldados y
en las relaciones entre estos y sus mandos. El hecho de que los soldados que estaban en el
frente permanecieran fieles hasta después de la revolución de febrero de 1917, da a
entender que, a pesar de todo, los predicados de la escuela nacional, acerca de la
naturaleza del soldado campesino ruso, eran hasta cierto punto correctos. Pero las dos
escuelas de pensamiento no eran incompatibles; en el fondo, era un simple problema de
prioridades. Los academicistas no negaban la importancia de la moral y del espíritu, y los
nacionalistas reconocían que las armas modernas eran esenciales. Tal vez solamente en
Rusia se podía apreciar con nitidez las diferencias entre ambos respecto a temas
esenciales como el militar, que constituyó la base de la división en el pensamiento
estratégico que se ha mantenido durante varias generaciones.

NOTAS:

1. The Burden of Defense in Imperial Russia, 1725-1914de Walter M.Pintner, en The


Russian Review 43, n° 3 (1984), 256-57.
2. Los nacionalistas rusos de mediados del siglo XIX defendían, por ejemplo, que el
sistema existente en los pequeños pueblos campesinos de reparto de las
propiedades, era una antigua tradición nacional que se remontaba a los primeros
tiempos y que era parte del carácter nacional ruso. Posteriormente se estableció el
sistema de reparto tipo comuna que era una institución relativamente nueva que
se desarrolló como respuesta a los cambios introducidos en el sistema retributivo
durante el reinado de Pedro el Grande. Lord and Peasant in Russia from the Ninth to
the Nineteenth Century de Jerome Blum (Princeton, 1961), 504-535.
3. Russia's Military Style, Russian Society, and Russian Power in the Eighteenth Century de
Walter M.Pintner, en Russia and the West in the Eighteenth Century, editado por
A.G. Cross (Newtonville, Mass., 1983), 262-70. Ver también, Burden de Pintner,
251.
4. Russia's Military Style de Pintner, 262-70
5. The Art of Victory: The Life and Achievements of Generalissimo Suvorov, 1729-1800 de
Philip Longworth, (New York, 1965), capítulo 10.
El Pensamiento Militar Ruso: El Modelo Occidental y la sombra de Suvorov 391

6. A menudo se ha traducido el título como The Science of Victory que no se ajusta


exactamente al significado de la palabra rusa "nauka". Quizás más exacto incluso
hubiera sido Practical Wisdom for Winning. Otro importante trabajo suyo fue Suzdal'
Reputations (1765) que consistía en un manual de entrenamiento escrito al
principio de su carrera. Respecto a Nauka pobezhdat, ver A. V. Suvorov
Dokumentary, editado por G.P. Meshcheriakov (Moscow, 1952), 3:501-508; para
Suzdal'Reputations, ver Polkovoe uchrezhdenie de A.V. Suvorov (Moscow, 1948). Ambos
están contenidos también en A.V. Suvorov, Dokumentary (Moscow, 1949), 1:73-168.
7. Tanto Clausewitz como Jomini estuvieron temporalmente al servicio ruso;
Clausewitz brevemente yjomini durante un largo período de su vida.
8. The Russian Army's Response to the French Revolution de John L.H. Keep, en
fahrbüher fur die Geschichte Osteuropas 28 n°4 (1980), 515-16; Borba Dekabristov za
peredovoe russkoe voennoe iskusstvo de E.A. Prokofiev (Moscow 1953), 109-28;
Military Thought in Imperial Russia de Peter H.C. von Wahlde (Ph. D. Indiana
University, 1966), 47-49.
9. El Zar Nicolás apoyó la reorganización administrativa rural de Kiselev y autorizó la
construcción de los primeros ferrocarriles en Rusia, a pesar de la opinión de sus
asesores. Ver Russian EconomicPolicy under Nicholas I Ae Walter M. Pintner (Ithaca,
1967), 131-52.
10. Korennye voprosy de G.A. Leer (St. Petersburg, 1897), 33, citado en Military
Thought de Von Wahlde, 59.
11. The Evolution of Civil Officialdom, 1755-1855 de Walter PI. Pintner, en Russian
Officialdom: The Bureaucratizatión of Russian Society from the Seventeenth to the
Twentieth Century, editado por Walter M. Pintner y Don Karl Rowney (Chapel
Hill, 1980), 209; Burden de Pintner, 254-57.
12. Taktika de N.V. Meldem (St. Petersburg, 1837), 7-8, 32-39, citado en Military
Thought de Von Wahlde, 37.
13. Russkaia voennaia mysl'v XIXv. de G.P. Meshcheriakov (Moscow, 1973), 94.
14. Zapiski o Strategii. Pravila vedeniia voiny, isvelechennye iz sochiennenii Napoleona,
ertsgertsoga Karla, generala Zhomini i drugikh písatela de M.I. Boganovich (St.
Petersburg, 1847), parte 2, páginas 324-36, citado en Military Thought de Von
Wahlde, 72-73.
15. Para una análisis de cada campaña, ver The Russian Army under Nicholas I, 1825-
1855 de John Shelton Curtis, (Durham 1965), capítulos 2,4,8 y 15.
16. General Feldmarsahl Kniaz Pashevich, Ego zhizn i deitatel nost de A.A. Shcherbatov
(St. Petersburg 1894), 4:167,174.
17. The Debate over Universal Military Service in Russia, 1870-1874 de Robert F. Baumann (Yale
University, 1982), citado en un documento no publicado del Archivo Histórico
Militar de 1870.
18. Burden de Pintner, 240-45.
19. Para un excelente análisis de los orígenes y desarrollo de este importante grupo de
reformistas, ver In the Vanguard of Reform de W. Bruce Lincoln (De Kalb, HI, 1983).
20. Dmitrii Miliutin and the Reform Era in Russia de Forrest A. Miller (Nashville, 1968), 19-
20.
21. Istoriia voiny s Erantsieiu v Tsarsvovanie Imperatora Pavía I, v 1799 godu de Dmitrii
A. Miliutin, 5 volúmenes (St. Petersburg 1852-55), 5:115.
22. The Military-Naval Encyclopedia of Russia and the Soviet Union de David R. Jones
(Gulf Breeze, Fla. 1980), 108-30.
23. The Politics of Autocracy: Letters of Alexander II to Prince A.I. Bariatinsku, 1857-1864 de
Alfred J.Rieber (Paris and The Hague, 1866), y The End of Serfdom: Nobility and
Bureaucracy in Russia, 1855- 1861 de Daniel Field (Cambridge, Mass, 1976). Riebes
sostiene en las páginas 15-58 que el deseo del reclutamiento general y de disponer
de un sistema de reserva fueron las razones principales para la emancipación. Field,
en el estudio más completo sobre este asunto en Occidente, no acepta esta idea
(ver cap. 2).
24. Debate de Raumann, 134.
25. Ibid, 34
392 Creadores de la Estrategia Moderna

26. Cerca de la mitad de todos los oficiales eran hijos de nobles y más de un tercio
eran hijos de "nobles personales", es decir, de hombres que habían estado al
servicio del estado, pero no habían alcanzado el rango suficiente como para que
sus hijos heredaran su título. El resto procedían, en su mayor parte de hijos de
militares. The Russian Army de Curtiss, 189-90; A Profile of the Pre-revolutionary officer
Corps de Peter Kenez en California Slavic Studies 7(1973), 121-45.
27. BunferdePintner, 245-48.
28. Vaina i narodnoe Khoziaistvo de A.A. Gulevich (St. Petersburg, 1898), 15-16, 23-32.
29. Budushchaia vaina v tekhnicheskom, ekonomischeskom i politicheskom otnosheniiakh de Ivan
S.Bliokh, 5 volúmenes (St. Petersburg, 1898). Ver el estudio de Bloch en el capítulo
18 de este libro.
30. Military Thouphtde Von Wahlde, 104.
31. Stroevaia i polevaia sluzhba russkikh voiskvremen Imperatora Petra Velikoga i Imperatristsy
Elizavety de D.F Maslovskii (St. Petersburg, 1883), 6-7.
32. Uchebnik taktiki de Drogamirov. Russkaia voennaia mysl de Meshcheriakov,
enumera nueve monografías y cuatro volúmenes de ensayos en la página 302.
33. Ibid, editado en Russkaia voenno teoreticheskaia musí' XIX i nachala XX vekw de
L.G.Beskrovnyi (Moscow, 1960), 346.
34. Podgotovka voisk v mimoe uremia (vospitanie i obrazovanie) de M.I. Drogamirov en
Izbrannye trudy (Moscow, 1956), 603.
35. Entre 1868 y 1880 aparecieron al menos cuatro de sus obras en alemán y, en
1894, una en francés.
36. Sobre Leer, ver Russkaia voennaia mysl de Meshcheriakov, 202-202, 246-47.
37. Civil-Military Conflict in Imperial Russia de William C. Fuller Jr. (Princeton, 1985),
capítulos 5-8. Ver también Mutineers and Revolutionaires: Military Revolution in Russia,
1905-1907 de John S. Bushnell (Ph. D. diss., Indiana University, 1977).
38. El autor de este ensayo comparte éste punto de vista con William Fuller.
39. Sovremennaia vaina, Deistuiia polevoi armiide A.A. Nezmamov (St. Petersburg, 1911; 2"
edición en 1912).
40. Ibid
41. Ibid, vi
42. Tekushchie voennye voprosy de A.A. Neznamov (St. Petersburg, 1909), 56, citado en
Military Thought de Von Wahlde, 321.
43. Sovremennaia vaina de Neznamov, en Russkaia voenno-teoreticheskaia mysl, 557-61, 567,
624. Plan voiny de Neznamov, en Russkaia voennoíeoreticheskaia mysl, 673-93.
44. Plan voiny de Neznamov, 714.
45. The Cult of the Offensive in European Wan Planning, 1870-1914 dejack Snyder (Ithaca,
1984), capítulos 6,7; The Eastern Front de Norman Stone (London y New York, 1975),
capítulos 1,2. La principal fuente sobre los planes de guerra rusos es Podgotovka Rosssii
k imperíalisicheskoi voine de A.M. Zaionchkovskii (Moscow, 1926).
46. Strategüade N.P. Miknevich, 2 volúmenes (St. Petersburg, 1899-1901).
47. Zadachi rosskoi armiide A.N. Kuropatkin (St. Petersburg, 1910), l:i-üi, 3:189.
48. Osmovy russkogo voennogo iskusstva. Sravnitel'nyi ocherk sostoianiia voennogo iskusstva v Rossii i
zapadnoiEurope v vazhnieshie istorícheskie epokhi, de N.P. Mikhnevich (St. Petersburg,
1898), 9-10.
49. VUianie noveishikh tekhnicheskikh izobretenii na iaktiku voisk de N.P. Mikhnevich (St.
Petersburg, 1898).
50. Vliianiede Mikhnevich, en Russkaia voenno-teoreticheskaia mysl, 415, 426.
51. Osnovy strategii de N.P. Mikhnevich, en Russkaia voenno-teoreticheskaia mysl, 463.
52. Ibid, 464, 467-69.
53. Ibid, 461.
Douglas Porch
14. Bugeaud, Galliéni, Lyautey:
El Desarrollo de las Guerras
Coloniales Francesas
14. Bugeaud, Galliéni, Lyautey:
El Desarrollo de las Guerras
Coloniales Francesas

Las guerras coloniales siguen siendo una de las áreas más abandonadas de la
historia militar. Llegado el siglo XIX, resulta extraño que esto ocurriese, ya que la
mayor parte de las experiencias de los ejércitos británico y francés, entre
Waterloo y el Marne, se desarrollaron fuera de Europa. Los británicos tuvieron
sólo un adversario europeo (Rusia en Crimea), entre 1815 y 1914. Los franceses
jugaron un papel más activo en el continente europeo, especialmente con
Napoleón III. Sin embargo, entre 1830 y 1854, de los cien regimientos de infan-
tería de línea franceses, sesenta y siete estuvieron desplegados en el norte de
África durante una media de seis años y la mayoría de los generales veteranos del
Segundo Imperio eran "africanistas". Durante los 43 años de paz entre las
principales potencias europeas, que precedieron al comienzo de la Primera
Guerra Mundial, las colonias fueron el único lugar donde un soldado francés
podía escuchar un disparo. El servir en las colonias era uno de los mejores
caminos para hacer carrera en el ejército francés. No es sorprendente, por
tanto, que algunos de los soldados más influyentes de la Francia anterior a
1914, contasen con una notoria experiencia colonial: Joffre y Galliéni, que
junto con varios oficiales menos conocidos, como Franchet d'Esperey, Mangin,
Gouraud, Henrys y Philipot, son claros ejemplos de militares que ascendieron
durante la guerra a los empleos más elevados. De hecho, influyó tanto el ele-
mento colonial en el Alto Mando francés en 1870 y en 1914, que con frecuencia
se ha culpado al empleo en Europa de los métodos de combate desarrollados en
las colonias, el ser la causa de la pobre actuación francesa en ambas guerras. Los
críticos pusieron especial énfasis en la relación entre la actitud mantenida en las
colonias y los mortíferos e inútiles ataques de los primeros meses de la Primera
Guerra Mundial, fomentados por el Coronel Louis de Grandmaison, un soldado
colonial que siendo jefe del Departamento Tercero, inspiró el Reglamento de
Infantería de 1913, el cual oficialmente conducía a una ofensiva a ultranza.
El ejército francés destacado más allá de sus fronteras, se sentía orgulloso de su
habilidad para adaptarse a las nuevas condiciones de combate que encontró fuera
de Europa. Casi desde el momento en que pusieron su pie en el norte de África
en 1830, muchos soldados de la Armée de Afrique expusieron el deseo de integrarse
con los nativos, y esto fue lo que caracterizó la actitud francesa en la conquista
colonial.
396 Creadores de la Estrategia Moderna

Los uniformes que adoptaron muchos soldados en Argelia representaban la mayor


evidencia de su intención de adaptarse -como los camaleones- a su nuevo entorno. A
pesar de que el ejército británico reclutó hombres pertenecientes a los pueblos
conquistados e hizo algunas concesiones a las tradiciones de los lugareños, sus regimientos
coloniales estaban fundidos en un molde europeo. Sin embargo, los soldados franceses
adoptaron, además de las ropas, las tácticas que encontraron en África. De hecho, la
fuerza de sus métodos coloniales, según su propio punto de vista, radicaba en su destreza
para emular las habilidades de los combatientes del lugar y las formas de luchar de sus
enemigos. Los franceses no buscaron europeizar a sus reclutas nativos. Más bien
pretendían que llevasen a cabo sus métodos de combate tradicionales, pero bajo sus
auspicios y en pro de sus intereses.
La estrategia y la táctica francesas en África no fueron dictadas sólo por el enemigo.
También influyó en ellas la naturaleza del terreno. Al moverse sobre terrenos áridos y
alejados de sus bases contra un enemigo escurridizo, los soldados franceses se vieron
obligados a abandonar los métodos de lucha apropiados para Europa. La movilidad, las
operaciones de pequeñas unidades y su logística convencional, necesitaban adecuarse a
un nuevo ambiente.
Por tanto, la imagen que recibimos del ejército colonial francés nos muestra que existió
una Escuela Colonial de hacer la guerra, cuyas principales teorías fueron desarrolladas por
Bugeaud en Argelia y más tarde pulidas por Galliéni en Tonkin y por Lyautey en
Marruecos. Esta Escuela Colonial se materializó debido a las nuevas condiciones que se
encontraron los soldados franceses en el extranjero. Aislados en África y en Indochina, los
franceses perdieron el contacto con las formas de combate europeas. Enardecidos por sus
éxitos sobre los nativos mal armados y mal organizados, traspasaron sus experiencias
africanas a Europa y pretendieron aplicarlas en condiciones totalmente inapropiadas.
De este modo, una gran parte de la culpa de los fracasos militares franceses de 1914
recayó sobre las espaldas de estos hombres.
Esto precisa un análisis más profundo. Resultó difícil, por no decir imposible, extraer
un conjunto de principios tácticos aplicables a todas las situaciones, dada la gran variedad
de experiencias militares francesas en el extranjero, los diferentes niveles de preparación
de los enemigos a los que se enfrentaron y las condiciones extremas climatológicas y de
terreno en las que lucharon. Se ha hablado mucho de la influencia que ejerció en
Francia su experiencia colonial. Pero ¿en que medida influyó el ejército de la metrópoli,
de pensamiento "europeo", en las colonias? Además, ya que las relaciones cívico-militares
estaban seriamente deterioradas en Francia durante los siglos XIX y XX y la indiferencia (y
a veces hostilidad) de la mayoría de los franceses hacia el colonialismo era patente, ¿no
podrían haber influido en cierta medida estas condiciones político-sociales en la
evolución del ejército francés en el extranjero? Resumiendo, ¿existió una Escuela Colonial
como sugirió, entre otros, Lyautey (1), o los metodos coloniales no fueron más que el
producto de
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 397

producto de experiencias o quizá de factores que ni siquiera tenían un origen africano? Y


por último, ¿hasta qué punto influyó la experiencia militar de las colonias en los métodos
aplicados por Francia en Europa antes de 1914?

Si existió en Francia una Escuela Colonial, su fundador fue, sin lugar a dudas, el Mariscal
Thomas-Robert Bugeaud. Era un veterano de Napoleón, que había servido durante
mucho tiempo en España y que reflexionó sobre la derrota francesa durante su retiro
forzoso en la época de la Restauración de los Borbo-nes. Cuando reingresó en el ejército
tras la revolución de julio de 1830, se habían perfeccionado sus ideas de la guerra
contrarrevolucionaria. Aunque pasó algunos meses en Argelia en 1836, su conocida
hostilidad hacia la aventura argelina anuló la posibilidad de desempeñar allí un puesto de
responsabilidad. Sin embargo, parece que experimentó un cambio en 1839 y buscó con
ahínco desempeñar el cargo de Gobernador y Comandante en Jefe, cargos para los que fue
designado al año siguiente por el Rey Luis Felipe.
Cuando Bugeaud llegó a Argelia en 1840, se quedó asombrado por el sentimiento de
deja vu, ya que el.ejército francés estaba repitiendo todos los fallos que había cometido en
España. La mayoría de los soldados caían defendiendo puntos fijos y torturados por los
árabes que daban golpes de mano a sus columnas de aprovisionamiento y destruían las
cosechas y los víveres en la retaguardia. Los intentos de lanzar rápidos ataques de
represalia fracasaban por la ausencia de objetivos claros. Las columnas de miles de
hombres apoyados por artillería y con pesados convoyes de apoyo, atravesaban campos
áridos y desolados en busca de su enemigo. Dicho enemigo se retiraba delante de ellos
rechazando la batalla, pero castigando los flancos, los convoyes de apoyo y a los
rezagados. Tras algunas semanas combatiendo de este modo, las columnas francesas regre-
saban a su base exhaustas y con muy pocas satisfacciones que compensasen sus esfuerzos.
Bugeaud comenzó a reorganizar sus desmoralizadas unidades y les advirtió: "Debemos
olvidar las batallas estereotipadas y dramáticas que libran los pueblos civilizados y asumir
que la táctica no convencional es el alma de esta guerra". Basó sus reformas en cuatro
principios: movilidad, moral, liderazgo y potencia de fuego. En lugar de fortificaciones
(que habían sido el principal método francés para controlar el país), valoró más las
patrullas de exploradores y los informes, para localizar a las fuerzas enemigas, contra las
que las tropas podrían ser desplegadas rápidamente. Las columnas, compuestas de unos
cientos o algunos miles de hombres, despojadas de artillería y de cargas pesadas, podían
desplegar en el campo y converger desde direcciones diferentes hacia un objetivo
seleccionado con anterioridad. De esta forma, Bugeaud pudo penetrar en áreas que
habían sido antes inmunes a los ataques y llevó a sus tropas hasta el mismo corazón de las
montañas Kabylia, no dando descanso a sus enemigos.
398 Creadores de la Estrategia Moderna

Sin embargo, una estrategia como ésta no hubiese sido posible sin la adecuada
preparación psicológica. Los soldados desmoralizados tienen poca iniciativa y la moral de
las fuerzas de Bugeaud estaba por los suelos. Los uniformes y el equipo de los franceses no
se podían utilizar en el clima africano. Las guarniciones estaban plagadas de
enfermedades; continuamente se veían hostigadas por los golpes de mano de los árabes; la
mayoría de los soldados preferían una dieta a base de perros, gatos y raíces al rancho
consistente en pan duro, arroz de mala calidad y tocino salado que les producía graves
diarreas e incluso la muerte por deshidratación. El tratamiento de heridas y
enfermedades era precario, y el ser enviado al hospital equivalía prácticamente a una
sentencia de muerte. De hecho, las condiciones de los hospitales militares eran tan
malas, que los soldados a veces se suicidaban para evitar en ellos una lenta y penosa
muerte (2).
Bugeaud se esforzó en infundir optimismo. La salud de sus hombres mejoraba
prácticamente al mismo tiempo que salían de sus pestilentes guarniciones. Se efectuaron
nuevos aprovisionamientos para el cuidado de enfermos y heridos, quienes anteriormente
habían sido abandonados con frecuencia a merced de los árabes. Los hospitales
permanentes reemplazaron a los barracones de madera, que se diferenciaban poco de los
tanatorios. Se diseñó un nuevo equipo y la carga que debía transportar un soldado a pie se
rebajó considerablemente; los abastecimientos se hacían con muías en lugar de con
hombres o carros. Las pequeñas columnas, con gran movilidad, se adentraban ahora en las
montañas y se abastecían asaltando los almacenes de grano y los rebaños de los árabes. Su
preocupación por el bienestar de sus hombres se conjugó con la confianza de estos en su
talento como líder, dando un nuevo impulso a las operaciones militares. El ejemplo de
Bugeaud penetró en el cuerpo de oficiales proporcionando confianza y energía a todo el
ejército. En 1842 había logrado volver a tener un ejército ofensivo y podía decir sin
grandes exageraciones que tenía unas fuerzas "incluso más árabes que los árabes".
Las ideas de Bugeaud sobre la potencia de fuego experimentaron algunas variaciones
durante su estancia en Argelia. En un principio, había criticado la costumbre francesa de
desplegar grandes unidades de hasta tres mil hombres en varios escalones. Rara vez
intentaban los árabes hostigar las formaciones y, por tanto, los hombres desplegados en
filas interiores no ofrecían ninguna utilidad puesto que eran incapaces de disparar. Por el
contrario, era partidario de desplegar pequeñas formaciones con campos de tiro solapados
para proporcionarse apoyo mutuo. Las descargas debían ser controladas y no comenzar a
disparar hasta conseguir que el enemigo estuviese lo suficientemente reunido como
para hacerle verdadero daño. Sin embargo, después de 1836, se llegó a la conclusión de
que no existía ningún ejército árabe lo suficientemente grande como para amenazar las
escuadras
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 399

escuadras y los fortines franceses. Las escaramuzas se convirtieron en las confrontaciones


más importantes en Argelia, más que las batallas campales, y disminuyó la importancia de
las formaciones y de la disciplina de fuego (3).
Bugeaud fue, sin lugar a dudas, uno de los técnicos más capacitados e imaginativos en
lo referente a la guerra en el siglo XIX. Modeló una fuerza capaz de realizar operaciones
ofensivas, llegar a su objetivo y obligar a su enemigo a empeñarse en la batalla, allí donde
la superior disciplina y la potencia de fuego de sus fuerzas le colocaban en ventaja. Cuando
no se conseguía desencadenar la batalla contra los árabes en el lugar deseado, lo cual
ocurría con mayor frecuencia después de 1836, operaba contra sus fuentes de
abastecimiento; destruyendo su sustento, Bugeaud obligaba a los árabes a rendirse.
La razzia, o incursión, se había practicado con gran frecuencia en África. Las guerras que
se desarrollaban en el norte de África antes de la llegada de los franceses se
caracterizaron más por el afán de conseguir un botín que por el deseo de destrucción.
Hubo pocas batallas a campo abierto y, normalmente, eran escaramuzas en las que los
hombres buscaban más atemorizar al enemigo que matarle.
Sin embargo, en 1841, Bugeaud elevó la razzia al nivel de guerra total. Anteriormente
los franceses habían practicado sólo de forma esporádica la quema de cosechas y la tala
de árboles. No cabe duda que Bugeaud estaba frustrado por la tendencia árabe a rehuir
la lucha. Además, a pesar de la tan cacareada movilidad francesa, sus tropas muchas veces
eran incapaces de atrapar a su escurridizo enemigo. Por lo tanto, comenzó su primera
campaña de devastación en Cheliff cerca de Miliana. La quema de campos, la destrucción
de huertas y los pueblos devastados reflejaban el paso de las columnas francesas en Argelia.
El General Castellane, que visitó Argelia durante este período defendió la razzia: "En
Europa, una vez que eres dueño de dos o tres grandes ciudades, el país entero es tuyo.
Pero en África, ¿cómo actuar contra un pueblo que únicamente se ve unido a la tierra por
las piquetas de sus tiendas?... La única vía es quitarles el grano que les alimenta, los
rebaños que les visten. Por esta razón hacemos la guerra en los silos, en los establos, es la
razzia" (4).
Sean cuales fueren los argumentos en favor de la razzia, sus efectos a largo plazo eran
catastróficos. La disciplina era difícil de mantener cuando a los soldados se les permitía el
pillaje, la violación y la quema indiscriminada. No tardaron en endurecerse las conductas y
en anestesiarse las sensibilidades. Se perdió cualquier logro militar o político que fuese
más allá de la destrucción en una orgía de brutalidad y excesos. El creciente salvajismo de
la guerra culminó en junio de 1845 cuando el Coronel Amable Pelissier acorraló a un
grupo de árabes en las cuevas de Dahra en las montañas costeras, al norte de Cheliff.
Tras unas negociaciones sin resultado, Pelissier ordenó encender una pira en la boca de la
cueva. Quinientas personas (hombres, mujeres y niños) fueron asfixiados.
400 Creadores de la Estrategia Moderna

Cuando el informe de Pelissier, que describía la atrocidad de forma sensa-cionalista y


como si hubiese sido un gran triunfo, llegó a la Cámara de los Pares estalló una tormenta
de protestas en Francia. Pero lejos de condenar a su subordinado, Bugeaud le felicitó e
incluso sugirió que aquella acción debería ser repetida. En agosto de aquel año, el
Coronel Saint-Arnaud sacrificó a una gran cantidad de árabes que se habían refugiado en
una cueva: "Aquí dentro hay quinientos bandidos que nunca volverán a hacer daño a
los franceses". En los siguientes dos años se llevaron a cabo otras matanzas masivas (5).
Debemos decir que el comportamiento de los franceses no fue más brutal que el de
otras potencias coloniales (los rusos en el Cáucaso, los ingleses durante el Motín de la India
o los alemanes al final del siglo). Pero estas atrocidades, voceadas a los cuatro vientos, iban
a tener consecuencias a largo plazo; la primera y más obvia fue la continua hostilidad de los
árabes. Bugeaud no veía la necesidad de apaciguar a sus oponentes ya que argumentaba
que únicamente con la mano dura de la guerra "aceptarían el sentido de la conquista".
Para él, la hostilidad árabe no se podía cambiar, y además debían ser aplastados para que
se les pudiese controlar (6). También intentó fundar pueblos con soldados licenciados en
lugares estratégicos para garantizar la seguridad del país. Pero pocos colonos aceptaron
esta alternativa y se abandonaron estos planes.
Una vez completada la conquista de Argelia, algunos oficiales comenzaron a pensar en
el ejército como el protector de los árabes frente al racismo y el orgullo de los colonos
franceses. Sin embargo, el derramamiento de sangre y la desconfianza de aquellos años de
conquista nunca desapareció. Los soldados siempre fueron conscientes de que
permanecían de guardia frente a una masa hostil de argelinos que cualquier día se podrían
levantar y lanzarles al mar. A ello se debía su gran nerviosismo ante la mínima sospecha
de que se reavivasen focos de la religión islámica, puesto que temían que pudiese unir a
los argelinos en una revuelta.
La segunda consecuencia de las campañas de Bugeaud fue que éstas enfurecieron a los
franceses. Era demasiado obvio que el servicio en Argelia había distorsionado los valores de
los soldados franceses y que no se había conseguido hacer realidad la pretensión francesa
de llevar la civilización y el orden a África. En 1846, Alexis de Tocqueville regresó
horrorizado de Argelia por el régimen militar que imperaba allí. Llegó a llamar "imbéciles" a
los oficiales argelinos (7). Las atrocidades del ejército francés en Argelia alimentaron el
antimilitarismo en Francia, de forma que el asunto Dreyfus se convirtió, a finales de siglo,
en una fuerza política relevante.
Las campañas de Bugeaud distanciaron al ejército de la metrópoli, al trasladarse de
Europa al mundo islámico y agudizándose su sentimiento de dépayse-ment. Se
autoconsolaban pensando que luchaban para la mayor gloria de su país. Sin embargo, se
quedaban perplejos al darse cuenta de que sus esfuerzos eran ignorados en casa, se
enfadaban cuando se cuestionaba la finalidad de su presencia en África y finalmente se
enfurecían cuando sus métodos de lucha eran criticados. Sentían que Francia ni les
apreciaba
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 401

apreciaba ni les apoyaba; Saint-Arnaud dijo: "Estamos en África, arruinando nuestra


salud, arriesgando nuestras vidas, trabajando para la gloria de Francia, y sin embargo, la
mayoría de los civiles se permiten insultarnos y criticar nuestras actitudes, nos imputan
sentimientos criminales que no son propios de este siglo y que no pueden formar parte
del carácter de un soldado. ¡Dejadnos en paz, difamadores!" (8). Este sentimiento que les
había aislado, obligó al ejército de África a encerrarse en sí mismo, a consolarse
pensando que eran un grupo de hermanos, de militares profesionales expatriados, para
los que Francia se estaba convirtiendo en una tierra lejana e incomprensible. Eran
hombres atrapados entre dos culturas, no deseaban convertirse en africanos, pero
tampoco podían volver a casa.
El resultado a largo plazo de esta actitud se hizo notar muy a menudo. Es interesante,
dentro de este estudio, reseñar el efecto que tuvo en las operaciones en las colonias. Su
brutalidad no disminuyó. Por el contrario, la mayoría de los oficiales pensaban que el
rechazo de la metrópoli era automático, por lo que ni siquiera se planteaban rectificar sus
conductas. Las teorías de Galliéni y Lyautey se han de explicar en este contexto de
creciente impopularidad del ejército en Francia y del descrédito que las campañas que se
sucedieron a partir de 1840 en el oeste de África, supusieron para la política colonial.

II

Galliéni y Lyautey son dos nombres que se asocian normalmente con la segunda fase
de la expansión colonial francesa y que comenzó bajo la Tercera República. La expansión
francesa no se detuvo tras el cese de la resistencia argelina en 1847. La marina francesa
estableció bases costeras en Vietnam, el General Faidherbe avanzó en Senegal y se llevó a
cabo la desdichada aventura mejicana. Pero estas últimas se pueden considerar como
operaciones de carácter limitado. Esto cambió en la década de 1880. Casi de la noche a la
mañana, los soldados franceses comenzaron a engullir un enorme pedazo de África,
invadiendo Madagascar y extendiendo el poder francés a las zonas subdesarrolladas de
Indochina.
La situación de los soldados coloniales de la Tercera República había cambiado respecto a
los días de Bugeaud. En primer lugar, los avances en tecnología militar proporcionaron a
los europeos destacados en África enormes ventajas sobre sus adversarios. Cuando los
franceses invadieron Argelia en 1830, los argelinos poseían al menos 8.000 mosquetes, lo
que era suficiente para privar a los conquistadores de alguna ventaja tecnológica. En el
combate, los jezail de largos cañones tenían un mayor alcance que los mosquetes franceses
que estaban diseñados para descargas a cortas distancias. Por tanto, la llave de la con-
quista fue la disciplina y no el mejor armamento. La única ventaja que poseían los
franceses, en cuanto a potencia de fuego, era su artillería, pero fue descartada por Bugeaud
debido a su peso y poca movilidad.
402 Creadores de la Estrategia Moderna

En el último cuarto del siglo XIX, el disponer de rifles de cerrojo y cargadores


proporcionó a los franceses una indudable ventaja tecnológica sobre sus oponentes que
seguían armados con un tipo de armas mucho más antiguas. Aún cuando sus
adversarios conseguían rifles modernos (como hicieron las tribus marroquíes y de Samori),
rara vez lo hacían en número suficiente, o no conseguían el adecuado suministro de
municiones o no desarrollaban la necesaria disciplina de fuego para sacarles el máximo
partido.
La potencia de fuego francesa se vio incrementada en la década de 1890 con la
llegada de la ametralladora Maxim que tenía una cadencia de fuego de once disparos por
segundo. El tipo de artillería que Bugeaud relegó por ser demasiado pesada se reemplazó
por un cañón ligero de 80mm. y, posteriormente, por piezas de montaña de 65mm que
podían ser desmontadas y transportadas por muías o camellos. En Marruecos, los
franceses pudieron usar incluso el cañón de 75mm. Raras veces sus adversarios conseguían
artillería y cuando lo hacían, eran normalmente piezas de museo. Estos avances
tecnológicos fortalecieron, obviamente, a las expediciones francesas. También
permitieron reducir el número de hombres, dado que el volumen de fuego no era
directamente proporcional al número de soldados. Esta disminución de las fuerzas
permitió un incremento de la movilidad. La artillería también permitió a los franceses
destruir las fortificaciones, llamadas tatas, repartidas por el territorio africano y construidas
a base de barro y piedras. Los pequeños grupos de tropas disciplinadas y armadas con rifles
de gran cadencia y artillería, podían derrotar a formaciones más numerosas, pero con
armas pasadas de moda. Indudablemente, la mayor ventaja de los franceses fue su superior
potencia de fuego.
Otro aspecto en el que la situación del ejército se diferenciaba de la existente en la
época de Bugeaud era la creación de regimientos adaptados para el servicio en las colonias.
La conquista de Argelia se llevó a cabo principalmente por regimientos de la metrópoli
francesa, pero algunos mandos habían empezado a desarrollar unidades nativas
especializadas.
Francia comenzó poco a poco a utilizar tropas nativas para llevar a cabo sus luchas. En
1857 Faidherbe fundó su primer regimiento de tirailleurs sénégalais. También se reclutaron
tropas nativas en Tonkin, Madagascar, Vietnam y en el Sahara. Estos servían en la
infantería de marina francesa, la cual proporcionaba la mayoría de oficiales y suboficiales a
los regimientos, a la Legión Extranjera y a las unidades disciplinarias. Al comienzo de 1900,
las tropas coloniales componían la décima parte de la fuerza del ejército francés (9).
Hay muchas razones por las que los franceses confiaron en tropas nativas para
afrontar lo más duro de la expansión imperial. Los oficiales franceses preferían a estos
hombres porque se adaptaban mejor que los blancos, ya que muchos solían morir al
estar expuestos al clima africano. También argumentaban que el reclutar a nativos era
parte de una política
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 403

una política de divide y vencerás, que ayudaba a dividir la oposición africana hacia la
expansión francesa: los franceses no estaban conquistando a los africanos, sino que los
africanos conquistaban a los africanos para Francia. De este modo, se justificaban las
brutalidades como excesos africanos y no franceses.
Otro factor que favorecía el reclutamiento nativo era el coste. A los nativos se les
pagaba muy poco; muchas veces estos se alistaban para conseguir un rifle nuevo y atraídos
por las perspectivas de botín. Podían abastecerse de la tierra, por lo que no eran
necesarios los convoyes de suministros que acompañaban a las tropas francesas.
Los soldados coloniales franceses también llegaron a preferir a las tropas nativas por
motivos ligados a la introducción del reclutamiento universal en Francia tras la Guerra
Franco-Prusiana. Aunque los soldados coloniales opinaban que los reclutas franceses no
se adaptaban bien a las condiciones coloniales, su verdadero temor era que estos
soldados-civiles trajeran influencias de índole político. Lo último que querían los oficiales
coloniales era que viniesen comités parlamentarios a las colonias para dar respuestas a las
quejas de los malhumorados reclutas franceses. Las malas relaciones cívico-militares de la
época de Bugeaud habían demostrado a los soldados coloniales el valor de un cuerpo
profesional. Su deseo de aislarse de Francia y del ejército metropolitano se hizo realidad en
1900, cuando se dio un estatus y una organización propia al ejército colonial.
Un tercer factor que influyó en las operaciones coloniales de finales del siglo XIX
fue el clima de competitividad internacional que envolvía la "carrera" hacia las colonias. El
Congreso del Congo en Berlín de 1884-1885, estableció el principio de ocupación efectiva
como requisito para la anexión de territorios. También anunciaba la incorporación de
Alemania a la carrera de la conquista africana. Los soldados coloniales franceses de pronto
se encontraron en los primeros puestos de la misma.
La competición internacional dio a la conquista colonial, sobre todo en las mentes de
soldados franceses, ambiciosos y nacionalistas, unas características que llevaron a
sacrificar las más elementales nociones de prudencia táctica, por la prisa en conquistar
territorios. Bugeaud había despreciado los medios de abastecimiento y lanzó columnas
dispersas a las zonas subdesarrolladas de Argelia. Pero su experiencia demostró que estas
operaciones no debían prolongarse ya que causaban una elevada mortandad, tanto de
hombres como de animales (10). Las columnas de Bugeaud habían seguido
procedimientos puramente militares. A menudo éste no fue el caso en el oeste de Sudán.
Durante la década de 1880, las columnas militares independientes comenzaron a
aventurarse hasta límites que incluso Bugeaud hubiese creído inseguros. La potencia de
fuego solía ser suficiente para salvar a los franceses en las situaciones difíciles. Pero en más
de una ocasión las columnas desplegadas en territorio virgen del oeste de África se
quedaban sin provisiones, por lo que se veían
404 Creadores de la Estrategia Moderna

que se veían forzadas a retroceder, dejando a veces un puesto avanzado a tal distancia, que
era difícil defenderlo de una forma eficaz cuando era atacado (11). La columna francesa de
8.000 hombres que salió de Majunga en la costa de Madagascar en 1895 hacia Tananarive,
a 350 millas, sufrió horriblemente en los pantanos plagados de malaria y casi pereció al
llegar a la árida meseta central. Transcurridos tres meses, aún se encontraban a 125
millas de su objetivo. El General Duchesne se vio forzado a elegir a sus 3.500 mejores
hombres con el objeto de que llegasen a Tananarive a toda costa.
En los últimos años del siglo se hizo aún más notable el rechazo a usar el sentido
común en las guerras coloniales. La épica marcha de Marchand, atravesando África
hasta Fashoda junto con las misiones de apoyo de Foureau-Lamy, Voulet-Chanoine y
Emile Gentile (conocidas como el tridente de la carrera hacia el lago Chad), demostraron hasta
qué punto el planeamiento militar se había subordinado a las ambiciones de los soldados
y a su deseo de convertir los avances en competiciones internacionales. La expedición
de Marchand, recorriendo 3.000 millas, demostró un tremendo aguante. Pero el
objetivo militar de esta expedición nunca estuvo claro. Sólo le podían haber ocurrido
dos cosas: o que le aniquilasen las fuerzas del Madhi o las de Kitchener. La columna de
Foureau y de Lamy, compuesta por 250 hombres, y que tomó la ruta del desierto desde
Argel hasta el lago Chad, fue capaz de sobrevivir a base de sacrificar rehenes y de
adueñarse de los pozos de agua, para obligar así a los sedientos habitantes a que les
proporcionasen comida y ganado. La importante misión de Voulet-Chanoine no tardó
en perder su cohesión ya que las tropas no se podían alimentar: merodeaban por la zona
este del río Niger dedicándose al pillaje y asesinando, hasta que sus dos capitanes
perecieron tras un motín que les enfrentó con las tropas auxiliares nativas. En su ruta de
avance desde el sur a lo largo del río Chari, Gentile se encontró con una serie de fuertes
construidos por Rabih, el aventurero sudanés. La necesidad de volver frecuentemente a
Brazzaville a por hombres y suministros explica que le costase casi 5 años llegar al lago
Chad.
Por último, un elemento que influyó en la evolución de la táctica colonial francesa en
la Tercera República fue la evolución política del ejército. La fuerza que emergió tras las
Guerras Napoleónicas contaba con un gran número de oficiales considerados de
izquierdas para el pensamiento de aquella época. La Restauración de los Borbones
nunca confió en sus soldados y la mediocre representación del ejército en las trois
glorieuses de 1830 se puede achacar, en gran parte, a la escasa confianza existente entre él
y la Restauración. La Ecole Polytechnique fue, a principios del siglo XIX, un bastión para
el liberalismo. Por tanto, se consideraba a la artillería y al arma de ingenieros como
armas "republicanas".
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 405

Sin embargo, según avanzó el siglo, el centro de gravedad del ejército se inclinó hacia
la derecha. Este cambio se debió a la burocratización de las Fuerzas Armadas más que al
hecho de que las clases conservadoras se sintiesen atraídas hacia la carrera de las armas.
Oficiales como Cavaignac, que había sido exilado a Argelia por sus tendencias
extremadamente izquierdistas, no encontraban contradicción alguna en su actitud,
cuando en 1848 eran a la vez republicanos y antirrevolucionarios. Sin embargo, la
represión militar sobre los trabajadores en París en junio de 1848, la implicación de algunos
oficiales como Saint-Arnaud en el golpe de estado de Louis-Napoleón el 2 de diciembre de
1851 y la violenta represión de la Comuna en 1871, sirvieron de aviso a la Izquierda en el
sentido de que no podrían contar con apoyo de los militares. El asunto Dreyfus constituyó
un desastre para el ejército puesto que fomentó un punto de vista cínico ante la justicia
y mentalidad militares en un amplio sector de la clase media. Se desmoronó la
convicción que tenían los partidos políticos de que el ejército era inviolable. El ejército,
igual que la Iglesia, se había introducido como nunca en la política. Los políticos de
izquierdas, que controlaban el gobierno desde 1899, estaban dispuestos ahora a
aprovechar en su favor cualquier escándalo militar. La Derecha, por su parte, también
estaba dispuesta a llegar hasta donde hiciese falta en defensa del ejército.
El imperialismo francés dejó en evidencia a los colonialistas frente al antimilitarismo de
izquierdas. Pocos políticos se interesaban por la reforma militar ni en frenar la carrera
colonial en África. Sin embargo, las operaciones coloniales ahora sí se planteaban en la
política del país. Comenzó a hacerse notar en 1885, cuando la Cámara de Diputados
utilizó la derrota de Negrier en Lang-son (Indochina), como excusa para derrocar al
gobierno procolonial de Jules Ferry. A finales de siglo, el matrimonio entre militarismo y
colonialismo trajo consigo nuevos retoños políticos. La Derecha se quejó de la marcha
atrás gubernamental en Fachoda. La noticia de las atrocidades de Voulet-Chanoine no
pudo llegar en peor momento para el ejército y el centro-derecha, ya que coincidió en el
verano de 1899 con el juicio político contra el Capitán Dreyfus en Rennes. La muerte de
25.000 camellos a manos de los inexpertos soldados franceses durante la expedición de
Tuat en 1901-1902, junto con el enorme coste de conquistar una región cuyo comercio
anual "no era superior al de un economato de una gran ciudad", provocó denuncias de los
generales argelinos en el Parlamento y la aprobación de una ley por la que el Gobernador
Civil supervisaría toda operación militar. La conquista de Marruecos proporcionó
numerosas denuncias políticas. Siempre se podía contar con el líder socialista Jean Jaurés
para condenar cualquier exceso militar en las colonias, como por ejemplo, en 1913, cuan-
do los socialistas convocaron a más de 100.000 manifestantes para asistir al entierro del
Cabo Aenoult, que había muerto en oscuras circunstancias en un batallón disciplinario
en Túnez.
El creciente antimilitarismo de Francia en la década de 1890 y la vulnerabilidad que
trajo consigo para el movimiento colonial, requería una nueva forma de abordar el tema
de de las conquistas.
406 Creadores de la Estrategia Moderna

de las conquistas. Las teorías estratégicas de Galliéni y Lyau-tey eran la respuesta a estas
nuevas condiciones.

III

En los primeros años que estuvo en África, no había grandes diferencias entre Joseph
Simon Galliéni y otros jóvenes oficiales de carácter ambicioso e impulsivo. Sin embargo,
a partir de 1890, parece que comenzó a preocuparse por las arriesgadas y mal preparadas
expediciones que habían echado a perder gran parte del oeste del Sudán. Solicitó la
suspensión de operaciones con el fin de que se pudiesen recuperar las áreas devastadas.
Argumentaba que atendiendo a los intereses de los comerciantes africanos, Francia
podría extender su influencia sin volver a recurrir al empleo de la fuerza. Estos puntos de
vista fijaron sobre él la atención de Eugene Etienne, que era diputado por Oran y vice-
secretario de estado para las colonias y posteriormente líder del poderoso Partido Colonial
en la Cámara de Diputados. Galliéni percibió el descontento metropolitano respecto a las
brutalidades militares en África, a través de su contacto con Etienne, y durante su cargo
como delegado militar en 1889, en la comisión que se fundó para estudiar la futura
política francesa en la zona alta del Niger, una comisión extremadamente hostil hacia los
oficiales coloniales. Sin embargo, sus ideas no se impusieron y cuando uno de sus rivales,
el Coronel Louis Archinard, fue nombrado nuevamente commandant supérieur del Sudán en
1892, Galliéni se trasladó a Tonkin.
En Indochina se le encomendó la misión de pacificar la zona más al norte del país.
Esta zona estaba infestada por piratas chinos (Banderas Negras) a quienes los franceses
habían sacado de sus escondrijos costeros. Abandonando los conceptos de operaciones a
gran escala y frentes definidos, Galliéni comenzó a usar un método que denominó ocupación
progresiva. Se establecían puestos y a su alrededor circulaban patrullas que
progresivamente aumentaban el área de control hasta que alcanzaban el área del puesto
adyacente. Al mismo tiempo, dichos puestos se convertían en centros de comercio que
atraían a los nativos incluso ofreciendo a menudo precios que superaban el nivel de
mercado. La llegada de indígenas permitía a los franceses establecer contactos y obtener
información y, sobre todo, demostrar que la cooperación con ellos traería prosperidad. Los
nativos reconocieron las ventajas del colonialismo y se sometieron a la potencia ocupante
puesto que estaban agradecidos por la reconstrucción económica de sus tierras gracias a
las carreteras, mercados, pozos y otras obras públicas ejecutadas por los franceses.
Las ideas de Galliéni fueron elaboradas y ejecutadas por Hubert Lyautey, su más
entusiasta subordinado. A primera vista estos dos hombres parecían tener poco en
común. Galliéni tenía un origen social modesto, mientras que Lyautey descendía de
familias de la alta nobleza normanda y de la zona este francesa y despreciaba
abiertamente la mediocridad
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 407

mediocridad de la burguesía. Galliéni era un brous-sard endurecido (hombre que


había pasado gran parte de su carrera en servicios coloniales), mientras que
Lyautey había llegado a las colonias a los 40 años. Desde entonces había servido
en destinos de Estado Mayor y en elegantes regimientos de caballería. Tenía amigos
influyentes en los círculos políticos y literarios del Faubourg Saint-Germain. La
devoción de Galliéni por la Tercera República era equiparable a la nostalgia de
Lyautey por la monarquía. Galliéni era frío, austero y discreto. Lyautey era
optimista, abierto y tenía un cierto carisma.
El hecho de que estos dos hombres se conociesen y colaborasen en Tonkin, y
posteriormente en Madagascar, fue un suceso fortuito que influyó en la política
militar francesa durante los años siguientes. No está claro hasta qué punto quería
Lyautey ser destinado a Tonkin. Lyautey no era popular entre sus compañeros, ya
que su gran ambición pronto le hizo arrepentirse de su elección de la carrera de
las armas, dado lo lento de los ascensos, lo aburrido de los trabajos y la falta de
imaginación y torpeza de sus colegas. En 1891 sus frustraciones le condujeron a
escribir un artículo que apareció en el prestigioso Revue des deux mondes. Du role
social de l'officier dans le service militaire universel ofrecía una letanía de quejas sobre los
fallos del ejército francés para adaptarse al reclutamiento universal en la Tercera
República. Describía un deprimente retraso de los oficiales "que conocían mejor a
sus caballos que a sus hombres", de un Estado Mayor corroído por la ambición,
dedicado a un estudio excesivamente intelectual de la guerra y cuyos miembros
evitaban mandar tropa a toda costa. Sobre todo, censuraba el hecho de que el
Cuerpo de Oficiales no se integrase en el espíritu de los reformistas, como el
Capitán Albert de Mun y el General Louis Lewal, que veían al ejército como una
institución que podía reconciliar las políticas sociales y religiosas que dividían a los
franceses y les proporcionaban un sentimiento de patriotismo y de objetivo común.
Du role social de l'offiáer revela a Lyautey como un idealista frustrado en busca de
una causa que forjase la unidad nacional y condujese a la regeneración de
Francia.
En 1894 es destinado a Indochina y allí descubrió a un hombre y un ideal por
los que merecía la pena trabajar. A pesar de sus diferentes antecedentes y sus
distintos temperamentos, Galliéni y Lyautey se complementaron perfectamente.
El primero era la quintaesencia del soldado, veía la pacificación como un
problema básicamente militar e incluso estaba preparado para emplear la política
y la diplomacia para conseguir sus objetivos militares. El segundo absorbió los
métodos de Galliéni, pero con vistas a implantarlos en un aspecto más general:
reconciliar la expansión colonial con el idealismo y el patriotismo. Esto no era una
tarea fácil, ya que el mismo Lyautey reconocía que su versión idealizada del
colonialismo contenía dos contradicciones inherentes. Primero: colonialismo
significaba dominación y, por tanto, que una raza explotaba a otra. Segundo:
como habían apuntado muchos críticos, la expansión colonial era cara. ¿Cómo
iba a convencerles de que todos aquellos acres de arena, matojos y selva, que
estaban conquistando para Francia los soldados, podrían beneficiar en alguna
medida a la metrópoli?.
408 Creadores de la Estrategia Moderna

La respuesta aparece en parte en un segundo artículo publicado por el Revue


des deux mondes, en enero de 1900 y que se tituló Du role colonial de l'Armée. Este
artículo ensalzaba los métodos de Galliéni en Tonkin. Es más, anunciaba que el
papel social que los oficiales de la metrópoli parecían rechazar, era aceptado de
hecho por los que se encontraban en las colonias: "El oficial colonial se define a sí
mismo por su papel social". Un soldado colonial era algo más que un luchador. Era
administrador, granjero, arquitecto e ingeniero; resumiendo, asumía cualquier
papel que fuese necesario para desarrollar la región que tenía a su cargo. Lyautey
decía que la guerra en las colonias era algo constructivo, era el preludio de un
renacimiento económico de las tierras, así como la eliminación de la anarquía y
el sufrimiento de la pesada mano del despotismo oriental. El ejército colonial se
convirtió "en una organización improvisada" que empleaba armas económicas,
políticas y diplomáticas, para minimizar la violencia de la conquista. De esta forma,
el colonialismo dejaba de ser la explotación de una raza sobre otra y la imposición
de un gobierno extranjero. Permitía el progreso y además era beneficioso para el
conquistador y el conquistado. La paz, la estabilidad y el desarrollo de fuentes
comerciales y agrícolas solían traer consigo beneficios, tanto para Francia como
para sus colonias. Además, podía llevarse a cabo contando con la élite nativa,
mediante un protectorado flexible que consiguiese guiar a su tradicional jerarquía,
en lugar de suplantarla, con unos oficiales franceses que tratasen de dirigir Tonkin
o Madagascar como si fuesen dépar-tements metropolitanos.
Pero el artículo de Lyautey tenía una tercera dimensión, a la que no se ha
prestado demasiada atención. En 1900 se estudiaba en el Parlamento una ley
que liberase al ejército colonial de la supervisión de la marina y le diese un estatus
independiente dentro del Ministerio de la Guerra. Lyautey quiso influir en la
votación de esta ley argumentando no sólo las ventajas de la expansión colonial,
sino también la necesidad de que el gran esfuerzo de la construcción del Imperio
requería "un ejército colonial y no únicamente un ejército en las colonias, ya que
no es lo mismo". El ejército colonial necesitaba su propia "autonomía", si no quería
ser "absorbido y burocratizado" por el ejército de la metrópoli, ni verse inundado
por oficiales que llegasen a las colonias "buscando un nuevo Austerlitz ... sin estar
preparados para llevar a cabo el poco grato y oscuro trabajo del oficial colonial"
(12).
Du role colonial de l'Armée es importante aunque sólo sea porque preconizaba que
los soldados coloniales no estaban equivocados al imbuirse en una mentalidad que
les apartaba de sus colegas de la metrópoli y un objetivo de trabajo, que no sólo
incluía el desarrollo de las colonias, sino también el desarrollo espiritual de
Francia. Lyautey escribió: "Tan pronto como se pone un pie fuera de Francia es
imposible no darse cuenta de la forma en que fluctúan nuestros métodos y cómo
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 409

cómo se reduce nuestra influencia ... Esta vida fuera de la metrópoli trae consigo horas de
duda y angustia". Sin embargo, su pesimismo se suavizó con la esperanza de la salvación
nacional a través de la acción colonial. Según Lyautey las colonias habían sido testigos de
"la continuidad, si no el crecimiento, del valor individual de los franceses", lo cual ofrecía
"un capital de energía y voluntad incomparables que no debía ser desperdiciado". Para
Lyautey el ejército colonial iba a encender la chispa que llevaría a la race franfaise al lugar
preeminente que le correspondía en el mundo (13).
Superficialmente al menos, Du role colonial de l'Armée ofrece una aproximación sensible y
humana a los problemas del desarrollo y conquista colonial. ¿Quién no aplaudiría al
funcionario que castigaba la incapacidad de la práctica burocrática, al soldado colonial
que censuraba la destructividad de la guerra, a quienes auguraban un mundo colonial
repleto de nativos felices y prósperos guiados por soldados coloniales y administradores?
Sin embargo, la pregunta evidente es "¿funcionó?", ¿era el role colonial simplemente una
visión de un mundo ideal, parte de una propaganda destinada a asegurar la votación de
la ley del ejército colonial?, ¿o era una descripción real de los métodos coloniales franceses
en el extranjero? Quizá la respuesta se deba buscar en la conquista francesa de
Marruecos, a la que está íntimamente ligado el nombre de Lyautey. En 1903 fue
designado jefe del distrito militar del sur de Oran, en la frontera argelino-marroquí. El
aprendiz se convirtió en maestro, con carta blanca para aplicar el método de Galliéni en
Marruecos. La experiencia iba a demostrar que las teorías de Lyautey eran al mismo tiempo
demasiado idealistas y demasiado limitadas.
La limitación era consecuencia inevitable de su planteamiento del hombre como un
animal esencialmente económico. En Marruecos dijo a sus oficiales: "La razón de ser de
nuestras operaciones militares son siempre, y sobre todo, económicas" (14). Por tanto, los
ingenieros construyeron puestos que se convirtieron en "centros de atracción", donde
los marroquíes podían vender sus cabras, ovejas, camellos y caballos a precios superiores
a los que pudiesen ofrecer en el Tafilalet o Fez. También estaban contentos de poder visitar
a los médicos militares que Lyautey trajo como parte de su método de conquista. Pero el
mercado nunca demostró ser "el gran representante de la disuasión de los disidentes" que
había ansiado Lyautey. Los marroquíes no encontraban ninguna contradicción en
comerciar con los franceses y después saquearles. Al alejar el comercio del Tafilalet y de
Fez, con sus precios artificiales, lograron debilitar las ventajas obtenidas por la metrópoli.
En 1906, los reaccionarios establecieron un boicot contra los mercados franceses y en
julio, el comercio de los puestos había prácticamente desaparecido (15).
Tampoco se ofrecieron a los marroquíes muchos estímulos para que se asentasen cerca
de los puestos franceses. Las tropas francesas se comportaban con cierta arrogancia;
llegaban a los amistosos donar reclamando que se les preparase una oveja o varias gallinas
para cenar. El hábito
410 Creadores de la Estrategia Moderna

El hábito francés de confiscar muías y camellos para sus convoyes tampoco era bien
aceptado. Asentarse cerca de un puesto francés podía resultar peligroso, ya que la justicia
militar tendía a juzgar a los nativos como un bloque, castigando a los que tenía más
cerca (16). Por ello no debe sorprender que, a mediados de 1906, el plan de "introducción
económica" de Lyautey resultase un fracaso.
Las reformas militares de Lyautey no tuvieron mucho más éxito que las económicas.
Era el defensor más prestigioso de la idea de un ejército francés "nativo" y de disminuir la
carga de sus tropas dándoles más movilidad. A menudo decía: "En África uno se defiende
moviéndose". Y en muchos aspectos tenía razón. Sin embargo, sus intentos de crear
unidades especializadas se enfrentaron con el eterno problema de compaginar la
movilidad con la cohesión. Confió en unidades de lugareños o goumiers para garantizar la
seguridad de sus puestos. Pero pronto descubrió que también tenía desventajas. Si los
apoyaba con tropas, estaban más expuestos a las razzias. En combate también tenían sus
inconvenientes: disparaban toda su munición en cinco minutos y huían si se veían
amenazados (17). Era frecuente que muchas familias tuvieran un hijo entre los goumiers,
mientras que el resto se unía a los disidentes. Por lo que no sorprende que sus ataques no
fuesen tan amenazadores como hubiesen querido los franceses. Algunos de los oficiales
que tenían goumiers a su cargo, murieron de un tiro en la espalda, probablemente gracias a
la salvaje e indiscriminada forma de disparar que tenían los nativos. Nadie confiaba en los
goumiers; además su utilidad militar estaba limitada. Muchas veces los oficiales franceses
veían que sus "partisanos" tenían menos movilidad que los saqueadores a los que
perseguían. También estaban peor armados, ya que tenían que contentarse con las
"sobras" de los franceses, mientras que sus oponentes podían adquirir los últimos modelos
en el mercado. Los marroquíes, en pequeños grupos, continuaban atacando a las columnas
de abastecimiento y saqueando a las tribus que se habían "rendido" a los franceses. Pocas
veces los "goumiers" atrapaban a los saqueadores (18).
La "organización sobre la marcha" de Lyautey requería una red de información. Era
esencial un buen conocimiento de las tribus, de sus divisiones y de sus líderes principales, si
quería minimizar la resistencia. Lyautey ordenó al Servicio de Inteligencia que estudiase las
tribus, enviase espías y sobornase a todo aquel que pudiese aportar su influencia para
ayudar a Francia. Fue un éxito como organización y sirvió para hacer un estudio
etnográfico, pero resultó un fracaso como servicio de espionaje. A cambio de dinero, los
oficiales de inteligencia recibían poca información por parte de las tribus, ya que éstas
siempre guardaban algo que poder vender al día siguiente (19). Siempre había marroquíes
dispuestos a coger el dinero de Lyautey. Los oficiales franceses, que tenían un
conocimiento superficial de la sociedad marroquí, sobornaban en la mayoría de los casos a
"pequeños hombres sin influencia". Según dijo el jefe nativo Raisuni: "Prometían grandes
hazañas, pero no tenían suficiente poder para llevarlas a cabo" (20).
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 411

Al tener menos movilidad que su enemigo y al estar mal informados, los franceses se
volcaron sobre la única opción que tenían: la razzia. Si no podían castigar al culpable,
castigarían al que pudiesen atrapar. El "método Lyautey" se redujo a una serie de
represalias en forma de saqueo por el daño ocasionado. Se institucionalizó y perpetuó la
maléfica razzia. "Penetración económica", "zona de atracción", "política nativa" y
"organización sobre la marcha" se parecían cada vez más a una propaganda sin contenido.
Para mantener un as en la manga, Lyautey nunca descartó el uso de la fuerza. A veces
decía: "en este país, sólo la fuerza impone respeto". Pero el planteamiento de conquista
utilizado por Lyautey tenía reminiscencias de la época victoriana. Asumía que a todos los
hombres, incluso a los árabes, se les podía enseñar a actuar por sus propios intereses, siendo
estos definidos por los europeos; sólo unos pocos fanáticos necesitarían de métodos más
persuasivos. Este punto de vista había sido descartado por Inglaterra tras el Motín de la
India en 1857-1858. El motivo por el cual Lyautey, siendo un hombre tan conservador,
predicase esta doctrina, se debe buscar en el seno de la política más que en la teoría
militar.
En Tonkin, Galliéni se había dedicado a la pacificación fronteriza. No tenía ningún
deseo de ampliar la ocupación francesa en territorio chino; sólo quería dominar a los
Banderas Negras que operaban en el norte. Habría que hacer un estudio más profundo
para saber hasta qué punto tuvo éxito Galliéni en Ton-kín. Él, igual que Lyautey, decía
que sus métodos pacíficos habían tenido su fruto. Es posible que al ser tan grande la
hostilidad existente entre Vietnam y China, los vietnamitas favoreciesen a los franceses
en lugar de a sus enemigos tradicionales. O que los vietnamitas estuviesen tan
desgastados por la guerra que se rindiesen por puro agotamiento (21). Cualquiera que
fuese el caso en Tonkin, los métodos de Lyautey en Marruecos no lograron tanto éxito. A
pesar de sus rivalidades entre tribus, los marroquíes compartían el mismo sentimiento de
vida en el "Dar al-Islam" y una lealtad común hacia el sultán. Los dos intentos de Lyautey
de establecer puestos en Bechar y Ras el-Ain en Marruecos, fallaron debido a las protestas
que hubo en París. Pero lo más importante fue que provocaron la sublevación de las tribus
en el este de Marruecos en 1908. La posterior invasión francesa permitió que el territorio
ocupado se extendiese hasta la falda de las montañas Atlas, en el este. Marruecos no fue
conquistado por la organización sobre la marcha de Lyautey. Por el contrario, cualquier intento
francés de penetración pacífica, tanto diplomática como militar, provocaba reacciones que
requerían una invasión por parte de las tropas. Como doctrina de pacificación de
fronteras, la organización sobre la marcha de Lyautey, no fue de mucha utilidad; y como
doctrina de conquista, fracasó.
Entonces, ¿por qué continuaba el mito de que los franceses confiaban más en la
persuasión que en la fuerza para conquistar Marruecos? Esencialmente porque la teoría
de Lyautey
412 Creadores de la Estrategia Moderna

de Lyautey era más bien un ejercicio de relaciones públicas para el pueblo de Francia
que una fórmula militar para Marruecos. Como en todas las guerrillas, el problema que
tuvo Lyautey fue quitar a los guerrilleros todo apoyo por parte de la población no luchadora.
La penetración económica de Lyautey buscaba convencerles de que sus intereses se
encontraban en el apoyo a los franceses. Pero como hemos visto, esto demostró ser una
idea demasiado simple y falló como táctica militar.
Las razones por las que Lyautey continuó con su política, se deben buscar en la
situación de Francia más que en la de Marruecos. Sólo podía "vender" al escéptico
público francés el valor de la expansión colonial esgrimiendo que estaba civilizando
Marruecos y que los nativos preferían, de hecho, la presencia francesa a su normal estado
de anarquía. La "política de almas y mentes" o "nativa" -como la llamaba Lyautey, estaba
destinada a que los franceses de la metrópoli viesen con buenos ojos la conquista de tierras
desérticas por parte de sus tropas- (22). La expansión imperial, mediante la penetración
económica y la política de pacificación, no dio sus frutos en África. En Túnez se puede
ver un buen ejemplo de esto: en un mapa actual parece que Argelia pretenda echar del
Magreb a su vecino del este y ello es debido a que los soldados franceses destacados en
Túnez intentaron extenderse hacia el Sahara a base de comercio y diplomacia, mientras
que los argelinos lo hicieron por la fuerza (23). Las unidades avanzaron a punta de
bayoneta y no con sonrisas ni tratados comerciales.
Se debe tener cuidado y no hacer un cuadro excesivamente desolador de Lyautey.
Era un hombre eminentemente humano, cuyos métodos de conquista eran mucho menos
brutales que los utilizados, por ejemplo, por los oficiales de la marina en Sudán. Además
era un experto diplomático que con frecuencia era capaz, gracias a su carisma personal,
de inclinar la balanza en Marruecos entre los rebeldes y los aliados. Por otro lado, hubiese
sido difícil, si no imposible, transformar su talento personal en un efectivo sistema de
gobierno colonial, especialmente con la pesada burocracia francesa. El carisma de
Lyautey, aún siendo grande, no fue capaz de prevenir la rebelión masiva de tribus en el
alzamiento de Abd el-Krim en el Riff en 1925.
Dejando a un lado los estrechos puntos de vista de Lyautey, ¿en qué falló su idealismo?
El mantenía una visión del colonialismo a modo de "unión fraternal entre gentes para
luchar contra la pobreza y la miseria" (24). Sin embargo, en la práctica, ni siquiera un
hombre tan ingenioso como Lyautey podría conseguir este ideal. El protectorado
marroquí arrebató el poder al Sultán y los europeos tomaron las riendas de la
administración, mientras los inmigrantes se adueñaban de las tierras de los nativos. El
racismo mantuvo toda su fuerza a pesar de las advertencias de Lyautey en el sentido de
que los marroquíes no eran inferiores, sino diferentes. En ciertas áreas las tribus eran
dirigidas por el ejército, era un sistema de "administración indirecta" bajo la mano de los
oficiales y que con demasiada frecuencia se convertían en una explotación sin piedad a
manos
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 413

a manos de los caids, respaldados por el poder francés. Quizás los mayores abusos se dieron
en el sur, ya que Lyautey dio a los Señares del Atlas rienda suelta para que gobernasen como
quisieran. Esto trajo consigo que Madani el Glaoui se convirtiese en el jefe de una
especie de mafia en Marrakech, controlando a las 34.000 prostitutas de la ciudad. "No se
puede dirigir una colonia con vírgenes", fue todo lo que Lyautey pudo decir en su defensa.
Ciertamente los franceses trajeron estabilidad a Marruecos y ello permitió que la economía
se desarrollase dentro de unos estrechos límites. Sin embargo, los más beneficiados fueron
los inmigrantes y los administradores.

IV

Si África fue conquistada por las bayonetas francesas más que por "almas y mentes"
¿cuáles fueron las lecciones militares que extrajeron los franceses de sus experiencias
coloniales? y ¿cómo influyeron en la doctrina táctica europea antes de 1914? Resulta difícil
destilar un conjunto de principios militares básicos de una experiencia tan variada. El tipo
de operaciones pudo verse influido por la naturaleza del enemigo, la naturaleza del
terreno o incluso por presiones de política doméstica.
La primera y más obvia influencia en los métodos franceses fue la naturaleza del
enemigo. En casi un siglo de guerras fuera de Europa, se encontraron con oponentes con
grandes diferencias en su organización. Algunos estaban bien armados y organizados,
como los ejércitos del rey de Dahomey, que incluso contaban con contingentes de
amazonas. Estas tropas tenían una buena disciplina de fuego, practicaban el fuego de
cobertura, modificaban sus despliegues de largas columnas a filas amplias y practicaban
los flanqueos. Aunque como se verá, esto no implicaba necesariamente que fuesen
eficaces (25). Otros tenían una organización de tipo medio: los árabes de Abd-el Kader, los
sofas de Samori, el ejército de Rabih en el lago Chad o los Banderas Negras en Vietnam.
Poseían armas relativamente modernas, una organización militar rudimentaria y una
instrucción de orden cerrado y disciplina que, aunque no estaban a la altura de los
europeos, sí les proporcionaban, al menos, cierta superioridad sobre sus oponentes
indígenas. Una tercera categoría disponía únicamente de armas primitivas. Dentro de
ésta se encontraban los Tuareg, cuyo armamento estaba formado por lanzas, espadas y
escudos. Otros africanos tenían, como mucho, mosquetes que utilizaban para cazar y para
mantener alejados a los animales de los cultivos, pero nunca con fines de guerra. Los
franceses también tuvieron que hacer frente a guerrillas en todos los teatros de
operaciones. Por supuesto, todos estos tipos de enemigos se podían solapar. Argelinos,
marroquíes, Banderas Negras y Samori libraron batallas parciales, derivando hacia tácticas
guerrilleras de emboscadas y operaciones contra las vías de comunicación. No es sor-
prendente que, dada la gran variedad de tácticas y armas a las que se enfrentaron los
franceses en el extranjero, rehusasen
414 Creadores de la Estrategia Moderna

establecer principios de carácter general para la guerra colonial y concluyesen que lo


importante era adaptarse a cada situación según iba surgiendo.
La consideración más importante de un jefe ante el comienzo de una campaña era
seleccionar un objetivo que conjugase la naturaleza de su adversario con la intención de
la campaña. Los franceses podían verse inmersos en una invasión, anexión o en una
pacificación de fronteras. En cualquier caso, la guerra se debía hacer de forma que se
obtuviese el major botín del enemigo, según el General británico Sir Garnet Wolseley. Una
capital u otro foco de resistencia, representaban el objetivo más obvio: Túnez, Tananarive,
Fez, Marrakech o Abo-mey. En este caso se podía lanzar una columna y conseguir el
objetivo. Con suerte la resistencia sucumbiría. Las fortalezas también eran un objetivo.
Las primeras fases de la campaña de Indochina se desarrollaron a base de ataques a los
fuertes del río mediante asaltos anfibios de la marina. En la parte oeste del Sudán, los
africanos preferían defender sus tatas, dado que su asalto podría ser costoso para el
enemigo, como comprobó Emile Gentil en el Chari. Sin embargo, sus paredes hechas de
piedra y barro, las hacían extremadamente vulnerables a la artillería, incluso para los
ligeros cañones de 80 mm que llevaban los franceses. Una vez que se había abierto la
brecha, los franceses, mejor armados y disciplinados, se encontraban con pocos problemas.
El enemigo menos problemático era, con diferencia, aquél cuya bravura le empujaba a
enfrentarse de forma suicida contra las formaciones francesas. Este tipo de batallas
demostraban forzosamente la superior potencia de fuego francesa y la escasa resistencia
que encontraban. Esto hacía más fácil la consiguiente labor de pacificación. Las
espectaculares victorias de Bugeaud en el río Sikkak en 1836 y en Isly en 1844 contra los
marroquíes, no aniquilaron la resistencia enemiga, pero demostraron el valor de atraer al
adversario a la batalla. El ejército de Dahomey fue derrotado con relativa facilidad a pesar
de su organización, o quizá debido a ella. Las fuerzas francesas eran capaces de diezmar a
quienes les atacasen en campo abierto en el oeste del Sudán, en el Tuat y en Marruecos.
Ello contribuyó a sembrar la semilla de la discordia en las filas enemigas, a romper las
coaliciones entre tribus y a permitir un proceso sistemático de conquista. El atraer al
enemigo a la batalla, donde la potencia de fuego francesa era ampliamente superior,
probaría que ya no era necesaria una complicada estrategia de maniobra como en los
tiempos de Jomini.
Cuando el enemigo había sido seriamente dañado en el combate, o su base principal
conquistada, podía decidirse por una operación de guerrillas. Aunque algunos líderes
guerrilleros, como Samori, demostraron ampliamente sus recursos, al final, la superior
potencia de fuego francesa, salía normalmente airosa de las emboscadas con pérdidas sin
importancia.
La mayoría de los "disidentes", reconociendo la dificultad para enfrentarse en combate
a los invasores, se replegaban a sus territorios. El trabajo de los franceses consistía en
convencerles
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 415

convencerles para que se sometieran. Como los mercados rara vez eran "el gran
elemento de disolución de disidentes" que había esperado Lyautey, los franceses se vieron
obligados a recurrir a la forcé majeure. La razzia era el método preferido para someter un
territorio. Ciertamente era el preferido para los soldados, ya que el pillaje proveía a las
columnas y las hacía más móviles. Pero el principal objetivo de la razzia era aterrorizar al
enemigo y reducirle a la inanición. En el oeste del Sudán, donde los franceses tenían
escasas tropas entrenadas, los auxiliares nativos echaron a perder grandes superficies,
forzando así a los supervivientes a someterse debido a su total agotamiento. Estas
prácticas eran una burla para las pretensiones de Lyautey sobre la aplicación de la mínima
fuerza necesaria por parte de sus soldados y su idea de que no se podía olvidar el hecho
de que el enemigo de hoy era el aliado de mañana. Sus advertencias de que el enemigo
debería verse intimidado en vez de eliminado, normalmente eran desoídas. La razzia
funcionaba y, por tanto, los oficiales coloniales, incluyendo a Lyautey, la utilizaron.
La naturaleza del terreno era el segundo factor que influyó en las operaciones
coloniales. Realmente todas las campañas se libraron, más que contra el enemigo,
"contra la naturaleza". Con frecuencia, la inaccesibilidad del enemigo, más que su
potencia combativa, era la principal causa de los problemas franceses. Por ejemplo, según
el Capitán F. Hellot, las Hovas de Madagascar podrían haber causado un gran daño a
los exhaustos franceses "si el coraje hubiera sido tan grande como su movilidad. Pero el
temor al contacto directo con las tropas y el terror a la bayoneta, les hacían correr a
medida que las columnas avanzaban hacia ellos" (26). En Madagascar, en Tonkin, en el
oeste del Sudán y en los primeros años de Argelia, las dificultades no eran causadas por
las balas de los rebeldes, sino por el terreno, el clima y, especialmente, por las epidemias.
Los franceses se vieron obligados a preparar sus operaciones en función del terreno, por la
necesidad de atravesar velozmente áreas infectadas, por la ausencia de carreteras para los
trenes de suministros, por la falta de alimentos y de agua, por las dificultades que
presentaba el movimiento en terrenos montañosos o en condiciones desérticas y por las
grandes distancias sin recursos que debían recorrer. Tenían que aligerar las cargas,
facilitar su movilidad, dejar muy atrás sus bases, vivir de la tierra y, haciendo alarde de los
conocimientos militares europeos, ser capaces de dividir sus fuerzas en presencia del
enemigo. Bugeaud desarrolló la táctica de columnas convergentes (consistente en dividir
una fuerza en columnas separadas para posteriormente converger sobre un objetivo
desde varias direcciones), con el fin de poder mover rápidamente el máximo número de
hombres posible sobre una tierra que únicamente podía suministrar recursos limitados.
Sin embargo, la división de las fuerzas no estaba exenta de peligros. Los desastres más
conocidos que resultaron de la separación de fuerzas sobre la marcha, afectaron a los
americanos y a los británicos más que a los franceses. El dividir las fuerzas permitía al
enemigo concentrarse sobre la columna más vulnerable; así le ocurrió a Custer en
Little Big Horn, en 1876, y a Lord Chelmsford en Isandhlwana, en 1879. También los
franceses tuvieron
416 Creadores de la Estrategia Moderna

tuvieron problemas al dividir sus fuerzas; durante la campaña de Chaouia de 1907-


1908 en Marruecos, el General d'Amade era muy aficionado a utilizar columnas
convergentes, lo que permitió a la veloz caballería marroquí, concentrarse sobre la
formación más débil en repetidas ocasiones.
La naturaleza del terreno y la disponibilidad de agua y alimentos podía determinar
también la línea de avance de una fuerza, el número de hombres de que se podía
disponer y si se podría o no contar con artillería. Las pesadas columnas que movieron los
franceses en la primera década de la conquista de Argelia se vieron obligadas a progresar
por los valles, dejando a la resistencia relativamente a salvo en sus colinas. Incluso en
esas circunstancias, de una columna de 8.000 ó 10.000 hombres, se debían emplear más
de 1.500 soldados para preparar las carreteras y conseguir así que el resto se pudiese
mover. Les costó tanto vencer a los Tuareg en el Sahara, por la dificultad de llegar hasta
ellos, más que por la resistencia que les opusieron. Los inteligentes jefes rebeldes, como
Samori, se preocuparon de destruir todas las fuentes disponibles en los caminos por los
que avanzaban los franceses. De esta forma podían limitar la eficiencia de las incursiones
francesas y, con frecuencia, les obligaban a retirarse por falta de suministros. Si una
columna era demasiado pesada, como la de Voulet y Chanoine, que incluso permitieron a
los hombres llevar a sus esposas a la guerra, se podía perder toda pretensión de conseguir
un objetivo militar, ya que su avance se reducía a la búsqueda del sustento.
La naturaleza del enemigo y del terreno marcó en gran medida la estrategia y la
táctica colonial. Sin embargo, sorprende la frecuencia con que se adoptaron soluciones
militares que parecían ser más europeas que africanas, dada la larga experiencia del
ejército francés en el extranjero y su pretendida adaptabilidad a nuevas y diferentes
condiciones coloniales. De hecho, el problema esencial del ejército colonial francés no era
cómo aplicar su experiencia colonial a Europa, sino cómo mantener fuera de las colonias
las costumbres del combate europeo.
La muestra más clara de la introducción de los métodos europeos en las colonias fue
el uso permanente de las columnas pesadas. Los soldados coloniales se oponían por varias
razones. Argumentaban que no eran eficaces: la invasión de Túnez en 1881 confirmó la
opinión de Bugeaud de que una columna que no se adueñe del terreno "es como la
estela de un barco en el mar". Los lugareños se sentaban mientras la columna pasaba y
posteriormente se revolvían contra ella, haciéndose necesaria una segunda invasión y una
ocupación permanente del terreno. En segundo lugar, las pesadas columnas operaban
con frecuencia en un terreno que no era capaz de soportar el paso de un gran número
de hombres. La expedición en el Sahara de Foureau-Lamy en 1898-1899, casi pereció
debido a la gran distancia que la separó de sus convoyes de suministro. La expedición de
Tuat de 1901-1902 precisó que se requisasen35.000 camellos, prácticamente la
totalidad de los existentes
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 417

los existentes en el sur de Argelia. Como los soldados franceses no eran capaces de
tratarles adecuadamente, murieron 25.000, lo cual privó a los árabes de las regiones
saharianas de su medio de subsistencia. E. F. Gautier, experto en temas saharianos,
escribió: "No creo que haya habido una masacre comparable a la de 1901. Los chacales y
los buitres del camino se saturaron por la gran cantidad de comida que encontraron"
(27).
Como tercera objeción a las columnas se llegó a decir, según Lyautey, que su empleo
era similar a "intentar matar una mosca con un martillo" (28). Los franceses podían
basarse en su potencia de fuego, en lugar de en su número, para derrotar un enemigo mal
organizado. Esto fue lo que le dijo Lyautey al General Alix durante la invasión del este
de Marruecos en 1908. En cuarto lugar, la columna era ineficaz: se empleaban
demasiados hombres en labores propias del avance de los convoyes y en la vigilancia de los
puestos por los que éstas pasaban. En términos militares modernos, la distancia de cabeza a
cola era excesiva. Éste fue el caso que se dio cuando el General Monier condujo 7.500
hombres para liberar Fez en 1911. "Cuando llevas tropas y caballos tienes que
alimentarles" dijo Lyautey al futuro General Georges Catroux. "Necesitas cartuchos, bases
y hombres para guardarlas. Esta no es forma de trabajar en este país" (29). Como de
costumbre, Lyautey no estaba siendo del todo sincero. En parte, la columna se usaba
porque sus métodos de "penetración pacífica" producían resultados diametralmente
opuestos a los que él había augurado. Las expertas manos coloniales creían firmemente
en el avance sigiloso, devorando poco a poco el territorio enemigo y cambiando los
nombres de las ciudades para evitar interferencias desde París, especialmente en el
período delicado de relaciones internacionales que precedió a la Primera Guerra
Mundial. Por lo tanto, las objeciones de Lyautey al empleo de las columnas se fundaban
principalmente en razones políticas y no en factores militares.
A pesar de las quejas de los soldados coloniales, las columnas pesadas sobrevivieron en
las colonias mucho más tiempo del que ellos pensaban hubiera sido lógico. Hubo varias
razones para ello. Cuando se planeaba una gran operación, se podía dar el caso de que el
jefe fuese enviado desde la metrópoli en lugar de encomendar la misión a un soldado
colonial (d'Amade y Monier, por ejemplo, fueron excluidos de las operaciones cruciales
en Marruecos). Como el combate colonial no se enseñaba en la Escuela de Guerra, no
había forma de que la experiencia pasase a las nuevas generaciones de oficiales. Por
otro lado, la mayoría de los generales buscaban la seguridad en el número y pensaban
que las pequeñas columnas lanzadas contra un enemigo de fuerza desconocida en
territorio virgen, era como jugarse las posesiones familiares en Monte Cario.
Pero había una última razón por la que las columnas sobrevivieron y fue porque, de
hecho, demostraron con frecuencia ser eficaces. Por supuesto tenían sus límites (los
astutos adversarios como Samori podían hostigarlas empleando tácticas rudimentarias o
actuar contra sus
418 Creadores de la Estrategia Moderna

contra sus comunicaciones). Una columna podía ser demasiado grande como para
sobrevivir alejada de su base, como le ocurrió a la que marchó sobre Tananarive. Podía ser
sorprendida y obligada a replegarse, como la de Negrier en Lang-son. Sin embargo, en la
mayoría de los casos, conseguía su propósito (a los africanos que intentaban hacer frente a
los invasores se les daba una dura lección basada en la moderna potencia de fuego). La
columna del General Sendere, aunque resultó cara en camellos, acabó con la resistencia
en Tuat. La del General d'Amade, aunque fue muy criticada por los soldados coloniales,
aniquiló a los marroquíes en la Chaouia en 1908, y lo mismo hizo la del General Alix en el
Atlas también en ese año. Incluso Charles Mangin, en opinión de todos un soldado colonial
por excelencia, llevó una columna pesada a Marrakech en 1912. Una batalla campal puede
no acabar con la resistencia, pero de hecho la fragmentaba, demostraba la fortaleza francesa
y despejaba el camino para una paulatina conquista de tribus y pueblos.
Europa influyó en los métodos militares franceses de otras formas. El convencimiento
de los soldados coloniales de que el gobierno solía desaprobar las operaciones propuestas
en ultramar, trajo consigo que las mismas se comenzasen con desgana, frecuentemente sin
el apoyo ni la inteligencia adecuada y en un intento de darle al gobierno un fait accompli.
Muchos de los contratiempos franceses de las colonias, como la muerte de Bonnier en
Timbuktu, se pueden achacar al hecho de que las operaciones se llevaban a cabo con
premura para evitar que se detectasen en Francia y llegase una contraorden desde París.
La falta de dinero para las campañas, la ausencia de tropas entrenadas, la hostilidad
de la metrópoli hacia la expansión colonial y las restricciones políticas forzaron a los
soldados coloniales a adoptar métodos "africanos". El que los oficiales coloniales se
inclinasen por pequeñas columnas, a menudo era debido a que no tenían otra
alternativa. Por ejemplo: los Saharianos, la unidad de camellos que Laperrine fundó
con misiones de policía del Sahara después de 1901, se crearon tras la decisión
gubernamental de que sólo un puñado de infantería nativa guarneciese el Tuat.
Laperrine se vio obligado a adaptarse a las condiciones locales para no sentirse atrapado en
su oasis.
La ausencia de fondos y la negativa a enviar tropas no consiguieron aplacar la
ambición de los jóvenes oficiales que estaban deseosos de dejar escrito su nombre en
África a toda costa. Lo que hacía falta eran órdenes explícitas y soldados veteranos para
ejecutarlas, incluso aunque estos viniesen del ejército de la metrópoli. En su ausencia, los
oficiales reclutaban auxiliares "baratos", a través de los cabecillas del lugar o de los caías.
Los porteadores eran secuestrados y encadenados cuello con cuello para evitar su fuga. El
resultado de las operaciones que se organizaban de esta forma no puede sorprender a
nadie. La misión de Voulet-Chamoine es el más claro ejemplo de una "operación nativa".
Los oficiales se volcaron en auxiliares y goumiers, no porque fuesen muy eficientes, sino
porque resultaban baratos y fáciles de conseguir en África.
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 419

Los oficiales enarbolaban, incluso, la bandera de la investigación científica con objeto


de eludir las restricciones a las operaciones militares. Las exploraciones del terreno, los
estudios topográficos, las investigaciones sobre la flora y la fauna o los estudios
antropológicos de tribus, servían de tapadera. De hecho, algunos de estos objetivos se
deben considerar más como actividades universitarias que militares. Incluso disfrazaban sus
propósitos argumentando que dotaban de "escolta militar" a los científicos. El veterano
explorador Ferdinand Foureau fue el jefe de la expedición de Lamy al lago Chad en 1898.
La larga y costosa campaña de Theodore Pein en 1899 en el Tuat, se enmascaró bajo el
liderazgo de un profesor de la Escuela de Altos Estudios Científicos en Argel. De esta
forma, los oficiales podían complementar los recursos inadecuados del Ministerio de la
Guerra con aportaciones de la Sociedad Geográfica de París, los Ministerios de Educación y
Obras Públicas o de grupos colonialistas. Las misiones de Flatters, Lamy, Pein, y Voulety
Chanoine, encontraron financiación extramilitar.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, los soldados coloniales eran los únicos que
tenían una cierta experiencia de combate, ya que Europa había estado en paz durante
muchos años. Sin embargo, resultó difícil trasladar las lecciones de la guerra colonial al
pensamiento militar francés, en gran medida porque dichas lecciones eran
contradictorias. Si no se hace un análisis riguroso, la experiencia colonial podría confundir,
en vez de aclarar las ideas de aquellos que buscan hacer doctrina. Las campañas
coloniales resaltaron la supremacía de la batalla sobre la maniobra. Pero el Estado Mayor
francés resaltaba la importancia de los movimientos de flanqueo y envolventes en 1914. Al
otro lado del mar, los ataques contra un enemigo mal armado e indisciplinado eran
normalmente un éxito. Al mismo tiempo, las operaciones reflejaban una asombrosa
superioridad de la potencia de fuego sobre el número de hombres. La formación defensiva
en cuadro sobrevivió gracias a que garantizaba a los franceses la máxima potencia de fuego
defensiva.
No resaltó en las colonias la capacidad de sorpresa de la caballería. Las guerras en
África e Indochina eran fundamentalmente duelos de infantería. En el norte de África
pocas veces se empleaba a los spahis como una unidad; se les usaba para flanquear, como
escolta de convoyes, reconocimientos o para bloquear líneas de retirada. Los saharianos y
los goumiers se usaban como una infantería montada, el mismo concepto que inspiró la
fundación de los "cazadores de África" en la década de 1840. Los cazadores realizaron
una carga contra los marroquíes en R'Fakha durante la campaña de Chaouia en 1908,
pero éstos se ocultaron en el terreno y la carga pasó sobre ellos (30). En ese mismo año,
un grupo de jinetes cargó en Bou Denib en el este de Marruecos, perdió su velocidad al
atravesar un bosque de palmeras y se vieron obligados a replegarse (31).
420 Creadores de la Estrategia Moderna

La artillería consiguió mejorar su papel en el campo de batalla colonial a base de


aligerar su piezas. Si la artillería nunca consiguió ocupar en ultramar la posición
dominante que la caracterizó en la Europa posterior a 1914, fue en parte debido al tipo
de adversario que se le oponía en las colonias, especialmente los veloces jinetes que
ofrecían un mal blanco. Tampoco se solicitaba apoyo artillero para llevar a cabo las
operaciones más típicas de la guerra colonial: los raids y la contraguerrilla. Pero no se debe
olvidar que la artillería aumentó la potencia de fuego de los cuadros cuando se
defendían de un ataque enemigo en masa. En Marruecos se pudieron ver varios ejemplos.
Por otro lado, los cañones eran de una ayuda vital en el asalto a los fortines.
Al menos tres factores fundamentales influyeron en que las tácticas coloniales no se
importasen a Francia antes de 1914. Primero, existían grandes prejuicios en contra de los
soldados coloniales por parte del ejército de la metrópoli. Provenía, en gran medida
desde 1870, cuando los hombres que se ganaron grandes reputaciones en Argelia,
Méjico y otros lejanos campos de batalla, demostraron ser unos ineptos al hacer frente a
enemigos europeos. Se pensaba en la metrópoli que las escaramuzas coloniales no
proporcionaban una buena preparación para la guerra europea y que los soldados que
decidieron exilarse en el extranjero constituyeron una pérdida para la difícil empresa de
prepararse para la guerra contra Alemania. Los celos fueron otro factor (los soldados
coloniales que habían entrado en acción, habían ganado condecoraciones y con
frecuencia habían ascendido rápidamente). La presunción también jugó su papel (el
ejército colonial solía atraer oficiales que se privaron de contactos sociales o
profesionales con el fin de prepararse una carrera prometedora, y sus notas en Saint-Cyr o
en la Ecole Polytechnique no eran de las mejores, o eran aventureros obligados a salir al
extranjero debido a sus pobres expectativas). Los oficiales metropolitanos tenían a sus
colegas coloniales por "una pandilla de gamberros", unos bachi-bouzouks, formando parte
de una parodia más que de una milicia seria. Era improbable que los oficiales de la
metrópoli se tomasen en serio en Francia los métodos sugeridos por los soldados de las
colonias, únicamente porque allí hubiesen funcionado. Separaba a ambos tipos de
oficiales un gran abismo y existían grandes diferencias de carácter, ya que unos habían
optado por los riesgos e incertidumbres del extranjero, mientras que los otros habían
elegido la seguridad y la continuidad de un ejército en tiempo de paz.
Pero fueron pocos los oficiales coloniales que abrigaron la ambición de modificar los
reglamentos tácticos y estratégicos. La dificultad de extraer un conjunto de principios, de
entre la variada experiencia colonial, era prácticamente insuperable. Pero esto iba más
allá. Las ideas y escritos de Bugeaud, Galliéni y Lyautey remarcaron aún más las
diferencias entre la conquista colonial y los métodos de guerra europeos. En ningún
momento intentaron importar a Francia los métodos coloniales, puesto que reconocían
que los soldados coloniales eran más personajes políticos que puramente militares. Su
empresa requería imaginación, juicio y una destreza especial. No era suficiente con una
cerrada obediencia
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 421

cerrada obediencia y una disciplina prusiana. El éxito en las colonias no se conseguía con
la aplicación de una rígida fórmula de la Ecole de Guerre, sino con la adaptabilidad
necesaria para afrontar cada nueva situación. Lyautey mantenía que cada situación
colonial era distinta y soñaba con el día en que, como en la India Británica, cada colonia
francesa pudiese tener su propio ejército, mandado por oficiales franceses y por suboficiales
que dominasen los dialectos y las costumbres locales, pudiendo desempeñar también un
eficaz papel político. Difícilmente podían los soldados coloniales aleccionar a sus
compañeros en Francia sobre táctica y estrategia. Después de todo, los métodos que se
aplicaban con éxito contra los Banderas Negras podían fallar estrepitosamente cuando se
usaban contra los marroquíes. Ni siquiera la táctica de aproximación a los Samori en una
determinada campaña era seguro que funcionase en otra. ¿Por qué se iba a esperar que
los prusianos luchasen como los africanos? La guerra colonial tenía su valor, puesto que
infundía resistencia y habilidad para reaccionar bajo presión. Cuando soldados coloniales
como Galliéni y Lyautey se incorporaron al Alto Mando en Francia, su primera intención
fue actualizarse en lo referente a las últimas teorías continentales sobre la guerra.
De hecho, lo más chocante es lo poco que influyó la experiencia colonial en el
pensamiento metropolitano. Sirva de comprobación el hecho de que muy pocos políticos
o soldados volvían la vista a África en busca de una solución a su inferioridad numérica en
1914. En 1910, Mangin escribió La force noire, obra en la que presentaba a África como
una inagotable reserva de potencial humano para hacer disminuir la superioridad
alemana. Pero sus llamadas al alistamiento masivo de africanistas encontró poco apoyo,
incluso entre los soldados coloniales. Galliéni y Lyautey no se manifestaron sobre la
contribución que las colonias podrían prestar al fortalecimiento de Francia. Este silencio
llama la atención aún más si se considera que los británicos emplearon una gran cantidad
de tropas coloniales desde el comienzo de la guerra en 1914, aún cuando su inferioridad
numérica no era comparable a la de los franceses. En 1914, la preocupación de Lyautey
fue salvar Marruecos y no mandar a los marroquíes a servir a Francia. Sólo se puede
explicar el éxito tan escaso que tuvieron las pretensiones de Mangin sabiendo que los
soldados franceses, incluso los de las colonias, no creían que la guerra colonial pudiese
ofrecer lecciones útiles para Europa y que las tropas nativas carecían de cualidades para
combatir en el Viejo Continente (32).
Por último, se dieron cuenta que el clima político en Francia no era favorable a la
expansión del ejército colonial, debido a la escasez de reclutas franceses. El colonialismo
no fue popular en Francia, especialmente para las fuerzas de izquierda, ya que éstas
contemplaban a los soldados de las colonias casi como mercenarios. El ejército colonial
se toleraba puesto que estaba lejos y era relativamente pequeño. Sin embargo, la defensa
de la total expansión del ejército colonial y el transporte a Francia de un gran número de
soldados reclutados en África e Indochina, cosa que sólo defendían sus oficiales, habrían
despertado protestas de amplios sectores políticos y podría recaer sobre el ejército la
acusación de cesarismo.
422 Creadores de la Estrategia Moderna

Todo esto no significa que la guerra colonial no proporcionase aspectos positivos al


desarrollo de las futuras guerras. Las operaciones coloniales oscurecían con frecuencia la
línea divisoria entre las consideraciones políticas y militares. El estado de las relaciones
diplomáticas en Europa y las presiones políticas que llegaban desde París o desde otras
colonias, más que las puramente militares, determinaban con frecuencia el momento y
forma de una operación, factores que muchos de los futuros jefes de la Primera Guerra
Mundial habrían tenido tiempo de meditar e incluso aprovechar. Además, la violencia de
la guerra colonial hacía que se viese como una guerra total, a pesar de que los soldados
coloniales mantenían que su propósito era imponerse a su enemigo con el mínimo de
fuerza.
Las críticas más dañinas hacia los soldados coloniales asociaban sus fáciles victorias
sobre las tribus con las sutiles ofensivas de los primeros meses de la guerra. ¿Hasta qué
punto era válida esta opinión? Debemos recordar que para Lyautey, la expansión colonial
ofrecía tres ventajas. Ya se ha hablado de las dos primeras ("unión fraternal entre dos
pueblos" y una provechosa relación económica entre Francia y sus colonias). El tercer
aspecto de la expansión colonial también era político: construir un núcleo de soldados con
energías y sentimientos patrióticos que pudiesen reaccionar contra la inercia, el
formalismo y la malicia institucional de la República Francesa. Lyautey no estaba
soñando. Todo lo contrario; reflejaba la realidad de una creciente élite de oficiales colo-
niales cuya misión política era la salvación de Francia. Esta actitud no era distinta a la de
ciertos oficiales coloniales que, en la década de 1950, se autoatribuye-ron el papel de
proteger a Francia, a Europa y a la Civilización Occidental de los peligros de una
conspiración del mundo comunista en forma de la guerre révolutionnaire. En los años que
precedieron a 1914, los soldados coloniales veían a Francia como un país sin esperanzas,
regado por conflictos sociales y políticos y pobremente dispuesto para hacer frente a una
potencia como Alemania. La confusión, las divisiones y el mal funcionamiento de las
instituciones francesas merecieron las mayores críticas del ejército. El asunto Dreyfus y el
posterior vilipendio del ejército por parte de las izquierdas habían minado la moral.
Los soldados coloniales habían permanecido mucho tiempo inmunes a estas tiranteces
entre las izquierdas y el ejército después de 1899 (la distancia y la protección de los
poderosos políticos colonialistas se lo habían permitido). Sin embargo, cuando volvieron,
se encontraron con un ejército desmoralizado, sin líderes y burocratizado, que parecía
incapaz de afrontar la amenaza alemana. Intentaron reavivar el espíritu del ejército y
realzar su confianza y su moral. No estaban muy interesados en adoptar la ofensiva
puesto que sabían que en ese tema llevaban las de perder y tenían poco que enseñar a sus
colegas de la metrópoli. Aun así esgrimieron una mentalidad ofensiva. El éxito de
Bugeaud, Galliéni y Lyautey como jefes radicó, en primer lugar, en su habilidad para
motivar a los hombres. La moral, la agresividad,
Bugeaud, Galliéni, Lyautey: El Desarrollo de las Guerras Coloniales Francesas 423

agresividad, la iniciativa, las verdaderas cualidades que habían caracterizado a los soldados
de ultramar, parecía que habían desaparecido en el ejército de la metrópoli antes de 1914.
Sin embargo, es más preciso decir que contribuyeron más al espíritu que a las técnicas
ofensivas. Para los soldados de ultramar, Francia estaba inválida en cuanto a política y
espíritu, y privada de unidad por divisiones internas, lo que debilitaba la defensa nacional.
Intentaron trasladar a la tierra madre el sentimiento de objetivo común de las colonias,
uniendo a los franceses en un vínculo común de fraternidad y de sentimiento nacional.
Lyautey dirigió un coro de soldados coloniales que creían que su "deber social es sacar a su
patria de la descomposición y la ruina. No cambiando la Constitución, sino mediante una
violenta reacción de comportamientos, inercias y preocupaciones ... debemos reaccionar
contra la inercia de la metrópoli, establecer una continua y regenerada corriente de vida
entre Francia, con y para Francia, que reavive este país" (33).
El renacimiento nacionalista de 1911-1914 ofreció su oportunidad a los profetas
coloniales. Grandmaison, cuyas posturas se habían forjado en Tonkin, fue uno de los
máximos responsables de las controvertidas normas de 1913 por las que se establecía la
ofensiva como la llave que garantizase el éxito en la guerra. Sin embargo, no intentaban
demostrar que si esta filosofía funcionó en Tonkin también debería funcionar en Europa.
Para Grandmaison, la ofensiva no era sólo una doctrina táctica y estratégica, sino una
expresión de la "fuerza moral" importada de las colonias y que esperaba que regenerase a
Francia y a su ejército. Sus ideas aunaron a los oficiajes ya que eran conscientes de la
debilidad de su ejército. Resumió Grandmaison: "Es mucho más importante desarrollar
una mentalidad estatal de conquista que pensar en táctica" (34). Pero la mentalidad
estatal que proclamaba se vio inevitablemente afectada por la táctica y la estrategia en
cuanto comenzó la Primera Guerra Mundial.

NOTAS:
1. Capítulo Bugeaud, Galliéni, Lyautey: The Development of French Colonial Warfare de
Jean Gottman en la obra Makers of Modem Strategy, ed. Edward Mead Earle
(Princeton, 1943).
2. Thomas-Robert Bugeaud, France and Algeria 1784-1849: Politics, Power, and the Good
Society de Anthony Thrall Sullivan (Hamden, Conn., 1983), 85.
3. Sobre las reformas militares de Bugeaud, consultar Bugeaud, Galliéni, Lyautey de
Gottman y Thomas-Robert Bugeaud de Sullivan, 77-93.
4. Souvenirs de la vie militaire en Afrique del General le Comte de Castellane (Paris, 1879),
268
5. Thomas-Robert Bugeaud de Sullivan, 127-32.
6. Ibid., 129.
7. Tocqueville on Algeria de Melvin Richter en Review of Politics 25 (julio, 1963), 377.
8. Thomas-Robert Bugeaud de Sullivan, 130.
9. El término "soldado colonial" puede ser confuso, especialmente en el contexto de
este ensayo. Francia poseía dos fuerzas coloniales. La "armée d'Afrique" estaba
compuesto de soldados del norte de África y regimientos de blancos entrenados
para hacer servicio en el Magreb (La Legión Extranjera, "bataillons d'Afrique",
Zouaves y los "chasseurs d'Afrique"). El "armée coló niale" nació de la "infanterie
de marine" y de los "tirailleurs" reclutados en el África sub-saha-riana,
Indochina y otras colonias. El ejército colonial era una rama de la marina
francesa y se le dio un estatus separado dentro del Ministerio de la Guerra en
1900. Sin embargo, estas categorías nunca fueron bien definidas. La Legión
Extranjera se utilizó en el Sudán, Dahomey, Madagascar e Indochina; los
"tirailleurs" argelinos lucharon en Indochina y Madagascar; y los marines y
"tirailleurs" senegaleses participaron en la conquista de Marruecos. También se
enviaban soldados del ejército de la metrópoli a las colonias, como fueron los
casos de Galliéni y Lyautey.
424 Creadores de la Estrategia
Moderna

10. European Armies and the Conduct of War de Hew Sunchan (London y Boston,
1983),83.
11. The Conquest of the Western Sudan de A.S. Kanya-Forstner (Cambridge, 1963), 188-
89.
12. Du role colonial de l'Armée" de Hubert Lyautey en Revue des deux mondes 157 (15
de enero de 1900), 324-25.
13. Ibid., 238.
14. Lyautey de André Le Révérand (París, 1983), 283.
15. Resistance in theDesertde Ross E. Dunn (London, 1977), 116-19.
16. Ven le Maroc de Hubert Lyautey (París, 1937), 276.
17. Souvenirs de campagne au Marocde Charles Kuntz (París, 1913), 20-21. Consultar
también Le conquérant des oasis, Colonel Theodore Pein de I. Lehuraux (París, 1935),
87-89.
18. The Conquest of Morocco de Douglas Porch (New York, 1983), 185-86.
19. La montagne berberede Said Guennoun (Paris, 1929), 107, 137.
20. EIRaisunide Rosita Forbes (London, 1924), 194.
21. 'Collaboration Strategy' and the French Pacification of Tonkin, 1885-1897 de J. Kim
Munholland en The Historical Journal 24, no.3 (1981), 629-50.
22. Conquest of Morocco de Porch, 187-88.
23. Quaids, Captains, and Colons: French Military Administration in the Colonial Maghreb,
1844-1934 de Kenneth J. Perkins (New York, 1981), 154.
24. Lyautey de Le Révérand, 235.
25. Firearms and Warfare in the Gold Coasts from the 16th to the 19th Centuries de R.A.
Kea en Journal of African History 12 (1971), 185-213.
26. The Drama of Madagascar de Sonia Howe (London, 1938), 320.
27. Lesfrancais au desert de L. Lehuraux (Argel, sin fecha), 102.
28. Lyautey le marocain de Georges Catroux (Paris, 1952), 125.
29. Ibid.
30. Conquest of Morocco de Porch, 175-76.
31. Ibid, 194.
32. Sobre este punto, los oficiales coloniales eran bastante rotundos. Era evidente
que en la guerra colonial las tropas nativas, especialmente los soldados, podían
salir corriendo si no eran respalçdados por soldados franceses. Los oficiales
sentían un cariño paternal hacia sus reclutas nativos, pero muy pocos les
trataban como a los europeos. Aun cuando las tropas coloniales fueron llevadas
a Francia durante la Primera Guerra Mundial, los estereotipos adquiridos a lo
largo de décadas determinaban su empleo: las tropas indochinas, consideradas
las más inteligentes, eran asignadas casi exclusivamente a las fábricas de
armamento y aviación; las tropas de Madagascar eran destinadas a misiones de
sanidad y también a la artillería; los africanos del norte y los senegaleses,
considerados la élite de los soldados no blancos, estaban en casi todas las grandes
ofensivas. Pero incluso Mangin dividía sus tropas negras en "razas de guerreros"
(los de la sabana) y el resto, quienes eran utilizados como trabajadores o para
reemplazos. Los africanos del norte eran enviados al frente en regimientos,
pero el Alto Mando prefería mezclar batallones de negros y blancos ya que,
hasta las ofensivas finales de 1918, continuaban sospechando de la solidez de los
senegaleses. Consultar L'appel a l'Afrique, contributions et reactions a l'effort de guérre
en AOF, 1914-19de Marc Michel (París, Publications de la Sorbonne, 1982).
33. Lettres de Tonkin et de Madagascar, 1894-1899 de Hubert Lyautey (París, 1942),
489.
34. Deux conferences faites aux officiers de l'etat major de l'année de Louis de
Grandmaiso (París, 1911), 34.
Russell F. Weigley
15. La Estrategia Americana
desde sus comienzos
hasta finales de la Primera
Guerra Mundial
15. La Estrategia Americana
desde sus comienzos hasta
finales de la Primera
Guerra Mundial

Cuando el cronista Francis Parkman describió las primeras guerras en el Nuevo


Mundo en los primeros volúmenes de la historia militar americana, esbozó los
contrastes entre los soldados británicos del ejército regular y la desconocida y salvaje
América en la que tuvieron que luchar los casacas rojas para conquistar Nueva
Francia. Pocos militares europeos desecharon sus tácticas del viejo continente a la
hora de enfrentarse a la forma de luchar, poco convencional, de los indios que se
encontraron al otro lado del océano. Parkman estaba de acuerdo con la tesis de
Frederick Jackson Turner, que pretendía que los europeos desechasen sus ropas y
tácticas clásicas cuando llegaban al Nuevo Mundo.
Otros historiadores militares tampoco pudieron adelantar una versión de la tesis
que presentase la guerra en América, como únicamente americana. A pesar de que
existe una cierta tendencia a exagerar el impacto del combate de los indios en los
bosques (al sugerir, por ejemplo, que el General Edward Brad-dock podía haber evitado
el desastre en Monongahela si sus casacas rojas se hubiesen dispersado y luchado
entre los árboles), los historiadores militares han tenido que reconocer que la
disciplina militar y el arte de guerra europeos, generalmente triunfaron sobre sus
salvajes adversarios. La gloriosa conquista de Nueva Francia, que constituyó el climax
de la obra de Parkman, fue un triunfo del modelo europeo de guerra, simbolizada por
la batalla entre los casacas rojas de James Wolfe y los casacas blancas del Marqués de
Montcalm en las planicies de Abraham, fuera de las fortificaciones de Quebec. La
interpretación diferenciada de la historia americana es poco aplicable a la guerra; los
métodos de guerra americanos eran vastagos de los europeos y el pensamiento
estratégico era una ramificación del europeo.
El particular énfasis que los americanos dieron a los métodos de guerra europeos
sirvió para moldear la estrategia americana del siglo XX; dejaron de ser simples
alumnos de Europa y se convirtieron en maestros de la mayoría de los ejércitos del
mundo, además de construir una máquina de guerra que dio a los Estados Unidos el
estatus de superpotencia. Desde el principio, los americanos se esforzaron en efectuar
cambios que restringiesen menos la conducción de la guerra, tanto en los medios
como en los fines, lo cual se convirtió en una característica de las guerras europeas tras
las Guerras
428 Creadores de la Estrategia Moderna

las Guerras Santas y antes de la Revolución Francesa. Después de 1648, Europa vivió una
época de guerra limitada, en la que utilizaba un tipo de combate cuidadosamente
reglamentado entre ejércitos profesionales para llegar, por fin, a una ventaja limitada.
Mientras, en Norteamérica los colonizadores y los indios descubrían que sus culturas
eran tan incompatibles que era imposible sobrevivir juntos. El objetivo de las guerras entre
estos (desde la Guerra del Rey Felipe en Nueva Inglaterra en 1675-1676), era reducir la
potencia militar del enemigo. Para lograr esto, a menudo se violaban las restricciones
europeas de atacar las propiedades y vidas del personal no combatiente. Por elk>, los
americanos de los siglos XVII y XVIII llegaron a concebir la guerra en términos más
absolutos que sus contemporáneos europeos.
Los colonizadores de Gran Bretaña llegaron a utilizar en América conceptos de guerra
americanos contra sus rivales europeos e indios, exigiendo en 1763, al cabo de la Guerra
de los Siete Años, que el tratado de paz eliminase a Nueva Francia del continente
norteamericano. El gabinete británico no mostró ningún recelo ante estas condiciones
tan extremas, según las normas europeas, ya que quería evitar ofender a los
colonizadores americanos. Se llegó al acuerdo en el Tratado de París de 1763 (1).
Así como se exageran las limitaciones de la guerra europea del siglo XVIII (ya que el
testimonio de que las tropas se detenían durante sus marchas a través de distritos suele
provenir de los campesinos, los cuales eran incapaces de expresarse), los historiadores,
sin embargo, tienden a exagerar sobre la preparación que tenían los primeros americanos
para hacer frente a la guerra. Los discursos y propaganda política de la América colonial
reflejan un conocimiento y aceptación del concepto europeo de una guerra justa y, por lo
tanto, limitada. Esto quedó reflejado en algunas obras, por ejemplo en Droit des gens de Eme-
rich de Vattel de 1758 (2). En algunas ocasiones, los conceptos de jus ad bellumy jus in bello
se aplicaron incluso a las Guerras Indias, como cuando el gobierno de Connecticut se
negó a ayudar al de Massachusetts en un conflicto con los indios que el primero
consideraba injusto (3). Lo más normal era considerar que los indios estaban fuera de las
leyes "cristianas" de la guerra, aunque los americanos las admitían de forma explícita en
sus conflictos con los europeos, incluso durante la violenta Revolución Americana (4).

El principal representante de entre los que abogaban por trasplantar los modos de
guerra europeos a la costa oeste del Atlántico fue el General George Washington. El
comandante en jefe del Ejército Continental aceptó la tutela europea prácticamente en
todos sus aspectos durante la Guerra de la Independencia, incluyendo el entrenamiento
táctico de sus tropas, el respeto de los derechos de combatientes y no combatientes y,
sobre todo, en su estrategia.
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 429

Washington rechazó el consejo del General Lee, que pensaba que una guerra con
objetivos revolucionarios se debía desarrollar de forma revolucionaria, levantando al
pueblo en armas y llevando a cabo lo que más tarde se llamaría guerra de guerrillas (5).
Washington rechazó las guerrillas y, allí donde tuvo mando, los revolucionarios no
tuvieron un papel significativo, dejando siempre clara la distinción entre combatientes y
no combatientes. En el Departamento Norte, donde no estuvo presente para hacer frente a
la campaña del General de División (posteriormente Teniente General) John Burgoyne
en 1777, que partió del Lago Champlain siguiendo el curso del río Hudson, el clásico estilo
guerrillero a base de golpes de mano contra los flancos y líneas de comunicaciones de
Burgoyne, contribuyó a la rendición británica en Saratoga. En el Departamento Sur, el
General de División Nathanael Greene, no estando presente Washington, animó a una
guerra de ciudadanos dirigidos por cabecillas civiles como Francis Marion, Thomas
Sumter y Andrew Pickens. Greene tenía la habilidad de enlazar las operaciones de
guerrilla y las de sus fuerzas regulares con una destreza comparable a la de Mao-Tse-Tung
y Vo Nguyen Giap (6).
Pero la influencia de Washington ensombrece, con mucho, la de Greene y la de otros
luchadores no convencionales, en lo que se refiere al afianzamiento de las raíces de la
estrategia americana y al desarrollo del ejército de los Estados Unidos, abortando el
desarrollo de los métodos de guerrilla y contraguerrilla. Cada vez que el ejército
americano tuvo que llevar a cabo campañas de contraguerrilla después de la Revolución
(en la Segunda Guerra Seminóla de 1835-1841, en la Insurrección Filipina de 1899-1903
y en Vietnam de 1965-1973), se encontró prácticamente sin experiencia en ese tipo de
lucha, y tuvo que aprender la táctica a un coste elevadísimo y, aún así, mantenía tras cada
episodio, que esa aberración no debía repetirse (7).
Washington moldeó en todo lo que pudo al principal Ejército Continental como una
reproducción de su rival británico. Con esa versión de un ejército profesional del siglo
XVIII, dirigió la Revolución como una guerra convencional, tanto en términos tácticos
como en lo que se refiere al respeto a las leyes internacionales de la guerra. Dado el escaso
número de oficiales con formación militar, de suboficiales entrenados y los límites de
tiempo, Washington evitó enfrentar a su ejército (salvo algunas excepciones) a la táctica y
disciplina de su adversario, puesto que lo consideraba una invitación a la derrota. Es más,
según avanzaba la guerra, libraba menos batallas; tras el fracaso de la defensa revolu-
cionaria de la ciudad de Nueva York en 1776, sólo hubo un encuentro entre los gruesos de
los ejércitos rivales a lo largo del Brandywine Creek, el 11 de septiembre de 1777. En
aquella ocasión, Washington luchó porque pensaba que para elevar la moral no podía
entregar sin resistencia la capital continental, Philadelphia. Como podía haber previsto,
perdió.
En esa época, la estrategia de Washington no radicaba en ganar una guerra a través
de batallas victoriosas, sino emprender lo que se llamó "una guerra de puestos. Debemos
evitar
430 Creadores de la Estrategia Moderna

evitar siempre una acción global, o exponernos a la vergüenza, a menos que sea una
necesidad, a la que nunca debemos llegar" (8). Evitando acciones generales, Washington
pudo mantener vivo el Ejército Continental, y esperaba que, por lo tanto, también
seguiría viva la Revolución. Esperaba ganar la guerra mediante lo que Hans Delbrück
hubiese llamado estrategia de aniquilación. Combinó la resistencia con las incursiones para
alimentar la moral americana y socavar la voluntad británica de lucha. Washington
triunfó gracias a la ayuda francesa y, en especial, a la trampa que una flota francesa puso
al Teniente General Lord Charles Cornwallis, en Yorktown en 1781.
El empeño de Washington por crear un ejército profesional al estilo europeo para
conducir la guerra según un patrón también europeo, reflejaba su temor hacia las
guerras no convencionales, con la violación de las leyes internacionales y que tenían
tendencia a romper las normas sociales. También tenía una preocupación especial por
salvar la dignidad de la causa americana como parte esencial de la pretensión de la
nueva nación por la igualdad de estatus con los países del mundo. Ganada la
independencia, estas mismas pretensiones llevaron a Washington a constituir las
instituciones militares permanentes de los Estados Unidos. En su Sentiments on a Peace
Establishment, redactado para el Congreso de la Confederación de 1784, Washington
propuso un ejército pequeño de soldados respaldado por un servicio militar obligatorio.
Como primer Presidente de los Estados Unidos promovió, a raíz de las derrotas ante los
indios del noroeste, un programa vigoroso de entrenamiento en el que el General de Divi-
sión Anthony Wayne convirtió, por primera vez, a un pequeño ejército de profesionales
(con menos de cuatro mil hombres) en una pequeña versión de un ejército europeo en
sus aspectos tácticos y de disciplina. Washington también quería ver realizada su idea de
una milicia, pero se tuvo que conformar con el Militia Act de 1792, que imponía un
servicio militar obligatorio sin tener los medios necesarios para que esta obligación fuese
más que una teoría. Quería tener una academia militar para educar a los oficiales al estilo
europeo, pero también en esto fue defraudado. Por el contrario, la academia se inauguró
bajo la administración antimilitar de Thomas Jefferson, quien firmó el estatuto que
creaba la Academia Militar de los Estados Unidos, ubicada en West Point, en 1802(9).
Al contrario que Washington, Jefferson se mostraba a favor de los soldados de milicia
en vez de los regulares como el eje de la defensa americana, aunque hizo muy poco para
fortalecer este sistema. Por lo tanto, sus motivos para crear la Academia Militar han sido
tema de controversia. Por un lado, puede que esperase a que los graduados de la
Academia no siguiesen como soldados profesionales, sino que se integrasen en la vida civil
y con el tiempo enseñasen sus técnicas militares a los componentes de la milicia. En parte
podía haber anticipado que West Point ofrecería una formación más de ingeniero que de
militar, para proveer a la nación de un ejército constructor, en el sentido más literal,
compuesto de ingenieros que hacían mapas del continente, construían carreteras y
canales,
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 431

canales, e incluso el Capitolio de los Estados Unidos. Por otro lado, Jefferson pudo
querer ofrecer una educación militar a expensas del gobierno, para reemplazar la
mayoría existente de partisanos federalistas en el cuerpo de oficiales por un
dominio de los partidarios de Jefferson. Cualesquiera que fueran sus motivos, hizo
muy poco para mantener la Academia Militar tras su creación. No fue hasta
después de la Guerra de 1812, cuando se demostraron las deficiencias de los
oficiales y soldados aficionados, cuando West Point dejó de ser "un huérfano,
relegado a vivir entre las montañas, mantenido a distancia y casi no reconocido
por sus legítimos padres", según dijo Sylvanus Thayer, su primer director entre
1817 y 1833, y se hizo de West Point lo que Washington había deseado (10).

II

El principal ayudante de Thayer en esta labor fue Dennis Hart Mahan. Era el
número uno de la promoción de 1824 y Thayer le envió en 1826 a Francia por
un período de cuatro años para observar al ejército francés, para estudiar en la
Escuela de Aplicación de Ingenieros y Artillería, en Metz, y para que consiguiese
material didáctico para la Academia. Cuando en 1830 regresó a West Point para
dar clase, fue el titular de las asignaturas de "Ingeniería Civil y Militar" y de
"Ciencia de la Guerra". Educó a los soldados profesionales, que posteriormente
fueron los generales de la Guerra Civil Americana, basándose en un estudio
sistemático de la guerra (11).
Mahan transmitió sobre todo las interpretaciones francesas de las guerras de
Napoleón. Era tal la atracción que ejercía Napoleón sobre los soldados del siglo
XIX que las experiencias militares americanas, incluso las de Washington, no
eran incluidas en los estudios militares de la Academia. El libro de texto básico de
West Point sobre la ciencia y arte de la guerra, fue durante mucho tiempo la
traducción del Capitán J.M. O'Connor Treatise on the Science of War and Fortification,
escrita por S.F. Gay de Vernon. Dicho libro incluía un resumen de los preceptos
estratégicos de Antoine-Henri Jomini preparado por O'Connor (12). Parte de
las enseñanzas de Mahan sobre la conducción de la guerra acabaron publicándose
en An Elementary Treatise on Advanced-Guard, Out-Post, and Detachment Service of
Troops, un libro que ofrecía más ayuda a los altos niveles de dirección que los que
representaba su título, especialmente en sus últimas ediciones revisadas (13).
Mahan únicamente publicó este libro, relativamente breve, sobre el arte de la
guerra, pero escribió otras obras sobre ingeniería militar y civil (14). Sus clases a
los cadetes de último curso se centraban más en aspectos de ingeniería que en
otros puramente militares. Por varios motivos, incluidos los políticos, West Point
seguía siendo una escuela de ingeniería más que un centro de educación de
militares profesionales. Este énfasis sobre aspectos técnicos llevó a Samuel P.
Huntington a decir
432 Creadores de la Estrategia
Moderna

decir que los militares americanos de principios y mediados del siglo XIX eran más
técnicos que profesionales (15). Sin embargo, este énfasis sobre la ingeniería tuvo su
importancia en la preparación para las guerras del siglo XIX. Abarcaba tanto la
fortificación en general como todo tipo de obras de protección en el campo. Los oficiales de
la Guerra Civil Americana instaban a sus tropas para que se fortificasen en el campo,
incluso cuando hacían breves altos en sus marchas. Esta política era muy apropiada para
hacer frente a la destructiva potencia de fuego con la que se enfrentaban; la Guerra
Civil fue la primera en la que el arma reglamentaria de la infantería en los dos bandos era
el rifle. Es significativo que el General Robert E. Lee, fue el único general de la guerra que
había sido alumno en West Point demasiado pronto como para estudiar arte militar con
Dennis Mahan, y tardó en reconocer el valor de la fortificación en el campo contra un
enemigo armado con rifles (16).
Pero no se debe dar más importancia de la que tiene al énfasis que dio Mahan al
valor de la fortificación. Enseñó que en la guerra es tan útil la espada como el mosquete
(17), pensaba también que las fortificaciones se comportaban como trampolines en los
que se concentraba la fuerza para lanzar los ataques (18). Como buen discípulo de
Napoleón, pensaba que sólo defendiéndose no se podían ganar las campañas y menos si
sólo se empleaba la defensa pasiva; utilizar una acción ofensiva era imprescindible para
lograr el triunfo final. Abogaba por una batalla ofensiva de aniquilación al estilo de
Austerlitz o Jena-Auerstedt. Dijo: "A Napoleón le debemos las grandes características del
arte por el cual se dispersa al enemigo de un solo golpe. Toda preparación es poca; no
debe haber incertidumbre en la búsqueda del punto clave, ni vacilación sobre el
momento decisivo; el campo entero hay que contemplarlo con la mirada de un águila; lo
que no se ve puede ser adivinado por un inequívoco instinto militar; hay que lanzar nubes
de tropas ligeras para desconcertar a su enemigo; utilizar salvas estrepitosas de cañones
sobre él; emplear el ímpetu de una columna para tapar el agujero hecho por la artillería; la
abrumadora carga de los fuertes coraceros seguidos por los lanceros y húsares para barrer a
los grupos dispersados. Estas fueron las lecciones tácticas enseñadas en casi todas las
batallas de esta gran época militar" (19).
Dijo Mahan: "Vigor en el campo y rapidez en la persecución deben ir mano a mano
para lograr un gran triunfo. Llevar la guerra al corazón del país enemigo, o de sus aliados,
es el plan más seguro para hacerle compartir las cargas de la guerra y frustrar sus planes"
(20). Las batallas de aniquilación emprendidas por Ulysses S. Grant y las destructivas
marchas de William T. Sherman, alumnos ambos de Dennis Mahan, se basan en las ideas
de su predecesor.
Sin embargo, el estudiante preferido de Mahan, su protegido de entre todos los
cadetes a los que dio clase, fue un militar intelectual que se anticipó a su tutor en la
publicación del primer libro de texto americano sobre arte militar. Este fue Henry Wager
Halleck, conocido en el ejército por Old Brains. El libro fue Elements of Military Art and
Science,
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 433

Science, publicado por primera vez en 1846 (21). Como número tres de la promoción de
1831, tenía derecho a escoger un puesto en el Cuerpo de Ingenieros, como era
costumbre entre la cabeza de las promociones. Estas preferencias por la ingeniería militar
acrecentaron la preocupación del pensamiento militar americano por lo que respecta a la
fortificación, sin descartar las tendencias napoleónicas de Dennis Mahan, como muestran
los escritos de Halleck, durante gran parte de su carrera militar (22).
Además de escribir este libro de texto, Halleck tradujo Life of Napoleón de Jomini, y se le
consideró como mero traductor y parafraseador de su autor (23). Pero despreciar así a
Halleck es ignorar sus esfuerzos por tratar en su propio libro sobre temas militares
americanos. Su mayor contribución en este aspecto fue su enfoque sobre la ingeniería
militar, reafirmando el valor del antiguo programa de fortificación de la costa de
América. Creía que era necesario para defender a los Estados Unidos frente ataques
extranjeros, ganando tiempo para la movilización y el entrenamiento de las milicias
ciudadanas (24).
En sus consideraciones más abstractas sobre estrategia, Halleck también hacía
hincapié en la fortificación, aparentemente influido por el Archiduque Carlos de Austria.
Citó la obra Principes de la strategic del Archiduque antes que Precis de l'art de la guerre de
Jomini, en la bibliografía de su capítulo sobre estrategia, anotando que era "una obra de gran
mérito" (25). Citó a Carlos haciendo referencia a la importancia de poseer puntos
estratégicos como "decisivos para las operaciones militares", y la consiguiente necesidad de
protegerlos mediante la fortificación (26). Jomini, por el contrarío, rechazó
explícitamente las ideas sobre puntos estratégicos del Archiduque, argumentando que las
fuerzas móviles eran el principal medio para llevar a cabo la guerra y el más claro objetivo
a obtener del enemigo. Jomini rechazó, en concreto, la afirmación de Carlos de que las
fortificaciones fronterizas de Francia habían desempeñado un papel decisivo en las
guerras del siglo XVIII y en la Revolución Francesa (27). Según Halleck: "Al principio de
las Guerras Revolucionarias Francesas, Francia... estaba bien fortificada, aunque no tenía
ejércitos y, a pesar de estar hecha pedazos por sus problemas domésticos, (ahora usamos el
lenguaje del Archiduque), se mantenía frente a toda Europa, y esto era porque su
gobierno, desde el reinado de Luis XIII, había trabajado continuamente para poner sus
fronteras en condiciones defensivas según los principios de estrategia; partiendo de esta
política como base, calló a todos los países del continente que no estaban fortificados; y
ésta es la única razón que explica cómo sus generales lograban a veces la destrucción de
un ejército e incluso un país completo, simplemente mediante un triunfo estratégico"
(28).
Pero, a pesar de que Mahan quería cambiar el énfasis de las fortificaciones hacia un
llamamiento por una guerra móvil, su protegido volvió a las primeras y, por lo tanto, a la
ingeniería como la base de la profesión militar. Cinco de los quince capítulos de la obra
Elements de Halleck están dedicados a la fortificación y un sexto capítulo a la historia e
importancia de los ingenieros militares.
434 Creadores de la Estrategia
Moderna

Este énfasis, junto con preocupaciones más generales de los detalles técnicos de la
parafernalia militar (cañones, sables, monturas, etc.), constituye otra de las mayores
contribuciones a la literatura militar americana en los años que precedieron a la Guerra
Civil. Jefferson Davis, Secretario de Guerra bajo la presidencia de Franklin Pierce, era un
graduado de West Point y un héroe de la Guerra Mejicana. Se enorgullecía de poseer
una habilidad rara vez encontrada en la cabeza civil del Departamento de Guerra y la
quería utilizar para establecer un programa que reformase el ejército. También esperaba
restaurar una relación estrecha con los ejércitos y el pensamiento militar europeos. Por
ello envió a Europa a tres de sus mejores oficiales (los Comandantes Richard Dela-field y
Alfred Mordecai y el Capitán George B. McClellan, de las promociones de West Point de
1818, 1819 y 1846 respectivamente), para observar la Guerra de Crimea.
El trío llegó a Crimea para presenciar únicamente los incidentes que zanjaron el sitio
de Sebastopol, pero luego visitaron instalaciones de los principales ejércitos europeos y
recogieron impresionantes observaciones, que posteriormente fueron publicadas en un
libro. Delafield, que fue director de la Academia Militar desde 1838 a 1845 y desde 1856 a
1861 y Jefe de Ingenieros a finales de la Guerra Civil, dio énfasis, por supuesto, a la
ingeniería y fortificación en su informe. Mordecai se centró en la artillería, y McClellan en
la caballería (29). Sus informes continúan formando parte de las fuentes más útiles sobre
la organización y equipos de los ejércitos europeos de mediados del siglo XIX y, junto con
las obras militares de Dennis Mahan y de Henry Wager Halleck, constituyen los comienzos
de una literatura militar profesional, de una calidad que sobrepasaba la que se podía
esperar de un ejército en el que sus trabajos diarios consistían en tareas policiales en
puestos esparcidos entre los indios americanos. Sin embargo, estos escritos, excepto en
algunas secciones de las obras de Mahan, reflejaban la falta de confianza en sí mismo de
un pequeño y apartado ejército, así como la tendencia defensiva de los ingenieros militares
que construían casamatas de manipostería en la costa y en la frontera canadiense y
trincheras en el campo.

III

Cuando los soldados que habían sido educados con estas ideas de guerra se
enfrentaron durante la década de 1860, muchos obligaban a sus tropas a cavar en la
tierra. McClellan dirigió un abordaje de gran perfección contra los atrincheramientos de
la Confederación que rodeaban Yorktown, en Virginia, en la primavera de 1862. Halleck,
poco después, utilizó sus conocimientos de ingeniería militar para abordar cautelosa y
laboriosamente la ciudad-fuerte de la Con- federación en el oeste, ésta era Corinth, en
Mississippi.
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 435

Incluso Robert E. Lee, menos impresionado que la mayoría de sus contemporáneos por
los atrincheramientos, insistió en la implantación de estos métodos para proteger la
capital de la Confederación, Richmond. Lo que llevó a que sus soldados le apodasen "el
Rey de Picas" (30).
La Guerra Civil duró cuatro años y, en sus últimas etapas, los métodos de fortificación
de los rivales, especialmente los que rodeaban puntos estratégicos como Petersburg y
Atlanta, ofrecían una visión anticipada del frente del oeste de 1914-1918. Muchos
observadores militares europeos de la guerra encontraron chocante la afición a
atrincherarse que tenían en América y achacaban este fenómeno a la insuficiencia de
soldados entrenados en la guerra americana (31). El ejército regular de Estados Unidos,
compuesto por unos 16.000 hombres, permanecía fiel a la Unión, menos 313 oficiales que
dimitieron. Pero esta fuerza se desbordó en un ejército de la Unión que, durante la
guerra, llegó a contar con 500.000 hombres en un período de cuatro meses tras el asalto a
Fort Sumter (32).
Aunque es cierto que estas multitudes de voluntarios (la mayoría con muy escaso
entrenamiento militar), requerían muchos meses para tener algún parecido con soldados
entrenados, el cavar fortificaciones en el campo tenía una razón mucho más profunda
que la de la inexperiencia militar. Es cierto que las trincheras se hacían más perfectas a
medida que los soldados se hacían veteranos. Pero la verdadera causa de las redes de
trincheras fue el surgir del rifle como arma estándar en ambos ejércitos y del cañón de
ánima rayada, que constituía la mitad de las piezas de artillería en los dos bandos. El rifle
con cañón rayado incrementó el alcance eficaz de las armas de los infantes, pasando de
poco más de 50 yardas hasta 250 y el alcance máximo de 250 yardas hasta media milla. La
única protección viable contra las armas rayadas eran las trincheras o cualquier otro tipo
de obstáculo. Levantarse y llevar a cabo un ataque frontal contra defensores bien
asentados, casi nunca daba un resultado satisfactorio. Incluso los ataques por el flanco
bien ejecutados, perdieron el carácter decisorio que tenían en las guerras napoleónicas,
puesto que los expertos infantes maniobraban para modificar su frente y luchar contra
ellos, causando un gran número de bajas (33).
El devastador efecto de las armas de cañón rayado agravó las dificultades de llevar a
cabo una estrategia ofensiva fiable entre soldados que tenían una educación militar
inclinada hacia la defensiva. Excepto durante la breve guerra contra Méjico, los
principales problemas a los que los soldados americanos se enfrentaron en la práctica
estaban relacionados con la defensa (para proteger a los Estado Unidos frente posibles
incursiones de potencias europeas procedentes del Atlántico, del Caribe o de Canadá).
Incluso en la frontera oeste los problemas militares habían sido esencialmente defensivos;
los colonos empujaron la frontera hacia el oeste, obligando al ejército a proteger los
nuevos asentamientos (34).
436 Creadores de la Estrategia
Moderna

Esta herencia de pensamiento y experiencia defensiva tuvo que ser dejada atrás por
los generales de la Unión, cuyo objetivo durante la Guerra Civil fue hacer frente a las
ideas independentistas de los estados del Sur, mediante una acción ofensiva. Dicha
herencia afectó especialmente al General de División McClellan, alumno de Dennis
Mahan. Fue nombrado General en Jefe del ejército de los Estados Unidos para suceder al
anciano Teniente General Honorífico Winfield Scott y se le encargó llevar a cabo la
primera gran ofensiva de la Unión, tras el improvisado avance contra Bull Run, en julio de
1861. McClellan no pudo asaltar las fortificaciones que los confederados construyeron
alrededor del campo de batalla de Bull Run a finales del verano y durante el otoño de
1861. Fue relevado de su cargo como General en Jefe pero continuó mandando unidades.
Esquivó las fortificaciones conduciendo por mar al principal ejército que la Unión tenía en
el Este (el ejército del Potomac) y situándolo en la Península de Virginia entre los ríos
James y York. Allí se detuvo nuevamente frente a las fortificaciones del terreno en
Yorktown, el viejo campo de batalla de la Guerra de la Independencia. Contra las
trincheras defendidas por fuerzas mucho más débiles que las suyas (aunque no conocía la
debilidad de su enemigo), procedió, según marcaba el programa de ingeniería de West
Point, estableciendo el clásico cerco. Los confederados retrocedieron cuando estaba a
punto de emplear al máximo su artillería, pero McClellan se detuvo de nuevo repentina-
mente frente a las fortificaciones de las afueras de Richmond, la capital confederada. Se
enfrentó a esas fortificaciones durante la mitad de mayo y casi todo junio en 1862, pero
hizo pocos esfuerzos por romperlas, dando motivos para pensar que no hubiese actuado
contra ellas de otro modo que no fuese el clásico cerco. West Point le había enseñado
demasiado bien el valor de las fortificaciones (35).
La espera de McClellan frente a Richmond se vio interrumpida por un contraataque
de la Confederación. Algunos de sus líderes pensaban que el propósito de la política
defensiva de la Confederación (proteger sus pretensiones de independencia) no
requería necesariamente una estrategia defensiva. Los representantes más notorios
entre los líderes confederados que pretendían romper con la herencia del pensamiento
militar defensivo fueron el General Robert E. Lee y el General de División
(posteriormente Teniente General) Thomas J. "Stonewall" Jackson.
En la primavera de 1862, Lee era el asesor militar del Presidente de la Confederación,
Jefferson Davis, y Jackson era el jefe de una pequeña fuerza en el valle del Shenandoah.
Jackson estaba destinado a ser objeto de una parte del estudio de la estrategia americana.
El Coronel George F.R. Henderson, una de las mayores figuras en la construcción del
pensamiento estratégico británico durante sus enseñanzas en la Escuela de Estado Mayor
de Camberley, hizo de su obra Stonewall Jackson and the American Civil War un análisis
de estrategia
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 437

de estrategia más que una simple biografía (36). Desde su punto de vista, una
diferencia fundamental entre estrategia y táctica radica en la capacidad de los
militares para dominar la segunda mediante experiencia y cualidades casi
intuitivas, y no a base de inteligencia y estudio. "La naturaleza de la táctica es tal
que los hombres pueden ganar batallas y, en cambio, ser malos generales. Pueden
nacer como líderes de hombres, pero no estar capacitados para ejercer un
mando independiente" (37). En cambio, los problemas de estrategia abarcan "el
movimiento de grandes unidades, consideraciones de espacio y tiempo y las mil y
una circunstancias como alimentos, clima, carreteras, topografía y moral, que un
general debe siempre tener en cuenta.... Influyendo tantos factores, hace falta
un cerebro acostumbrado a pensar profundamente para jugar con ellos con
éxito" (38). Lee y Jackson centraron sus esfuerzos en estos mil y un factores y,
sobre todo, en "las grandes combinaciones que preparan y conducen al éxito",
mientras McClellan todavía mantenía el cerco a Yorktown (39).
Los dos generales confederados estaban de acuerdo en que sus ejércitos
debían mantener la iniciativa en la guerra. Por otro lado, la precaución demos-
trada por McClellan en su lento avance sobre cualquier defensa razonablemente
fuerte podía, con el tiempo, llevarle hasta Richmond apoyándose en una mera
superioridad numérica, de recursos y la inexorable eficacia de los cercos. Otras
fuerzas federales estaban penetrando en Virginia por el norte, hacia el río
Rappahannock y el valle del Shenandoah y, por el oeste, atravesando las montañas
Commonwealth desde el Ohio. En el oeste, más allá de Virginia, los ejércitos de la
Unión habían efectuado penetraciones todavía más peligrosas para la
Confederación. Apoyadas por patrulleras navegando por el Mississippi y sus
afluentes, las tropas de la Unión habían sobrepasado la mayoría de la rica zona
agrícola del estado de Tennessee y su zona industrial en los alrededores de
Nashville. New Orleans, la ciudad y el puerto más grandes de la Confederación,
había sucumbido a la potencia naval de la Unión. También había sido capturada
por su marina Port Royal Sound, en la costa de Carolina del Sur, desde donde
amenazaban con el bloqueo a Charleston en Savannah y a todos los pequeños
puertos del Atlántico más al sur.
Lee había dominado la costa de Carolina del Sur y Georgia y había perdido la
fuerza necesaria para detener las incursiones del enemigo que, al dominar el mar,
podía concentrarse rápidamente en el lugar que eligiese. La experiencia confirmó
a Lee lo que sus razonamientos y estudios militares le decían: fortificarse no era
suficiente, ya que la marina de la Unión encontraba, a través del mar, la forma de
esquivar las antiguas fortificaciones e incluso batirlas con superioridad de fuego;
que la Confederación no se podía proteger indefinidamente mediante una defensa
pasiva; que si se permitía a la Unión mantener la iniciativa y la libertad para elegir
los campos de batalla, podría aumentar su superioridad en hombres y en recursos
sobre todo en los puntos en que se desarrollaba la lucha; y que si la Confederación
no podía arrebatar a la Unión la iniciativa en la costa, ya que no podía enfrentarse a
su marina,
438 Creadores de la Estrategia
Moderna

marina, debía, al menos, intentar el control de la tierra, en cuanto a la conducción de la


guerra se refería. Al concentrar sus fuerzas en los puntos que eligiesen ellos y no el
enemigo, podrían escoger los campos de batalla y lograr al menos una cierta igualdad de
fuerzas, si no se podía conseguir la superioridad (40). Pero la concentración en deter-
minados puntos obviamente traería consigo el correr ciertos riesgos al debilitarse la
defensa en otros lugares. Pero Lee dijo: "Debemos decidir entre la clara pérdida de la
iniciativa y el riesgo de la acción. Sólo podemos conseguir una ventaja decisiva mediante
la concentración de nuestras tropas" (41).
Por ello, Lee propuso a Jackson en el valle del Shenandoah que si reforzaba sus
unidades con varios destacamentos procedentes de cualquier parte de los alrededores de
Virginia, podría iniciar la ofensiva contra los Federales. Si podía barrerles del valle, la
geografía de la región les colocaría en disposición de amenazar Washington, la capital
Federal. Lee escribió a Jackson, el 25 de abril de 1862: "Dada la actual división de las
fuerzas enemigas, espero que con un ataque se les pueda arrasar, concentrando
rápidamente nuestras tropas antes de que puedan hacerse fuertes en el terreno o recibir
refuerzos" (42).
Jackson había estado proponiendo durante mucho tiempo planes similares, pero nadie
le hizo caso en Richmond, antes de que Lee tomase posesión de su puesto al lado de
Jefferson Davis. Jackson deseaba tomar la iniciativa incluso más que Lee. Había
impulsado una penetración hacia el norte soportando la dureza del clima del invierno
anterior. Los principios estratégicos de Jackson que guiaron a la Confederación fueron,
según Henderson: "Que un ataque concentrado sobre un punto vital es una medida de
seguridad, mejor que la dispersión a lo largo de una frontera; que el contraataque es el
alma de la defensa; que la verdadera política de un estado obligado a levantarse en armas
contra un enemigo superior, es no dejarle sitio para respirar .... Al Norte no se le debía
dar ni un instante de descanso, ni la posibilidad de reorganizar sus ejércitos, ni de
entrenar reclutas. Una rápida sucesión de golpes audaces en un punto vital era el único
modo de hincar de rodillas al coloso; y ese punto vital estaba lejos de Richmond" (43).
El éxito de los repetidos ataques de Jackson contra las tropas federales del General de
División Nathaniel P. Banks, en el valle del Shenandoah y, posteriormente, contra dos
columnas más que enviaron para atraparle, obligó al gobierno de Lincoln a no entregar a
McClellan el cuerpo de ejército que marchaba a través de Virginia para unirse con él.
Este cuerpo de ejército se detuvo frente a Richmond con idea de, al menos, contener a
Jackson si es que no podía ser derrotado. Con ello, el dominio total de Richmond por
parte de McClellan, parecía más lejano que nunca. Al centrar la Unión su atención en
el norte y oeste de Virginia, Jackson se movió rápidamente por ferrocarril hacia las proxi-
midades de Richmond para reforzar a las fuerzas confederadas que ya estaban allí y para,
junto con ellos, intentar destruir al ejército de McClellan. Este plan también lo
concibieron
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 439

concibieron juntos Lee y Jackson. Lee había tomado el mando de las fuerzas confederadas
desplegadas en los alrededores de Richmond (el ejército de Virginia del Norte) y comenzó
una serie de movimientos y ataques contra el flanco y retaguardia de McClellan,
intentando romper el eje de comunicaciones del ejército federal hacia su base marítima en
el río York y así conseguir su aniquilación.
Durante los combates que se sucedieron, conocidos por "las batallas de los Siete Días",
McClellan se defendió con más acierto y valentía de lo que sugería su carácter de general
ofensivo. Para algo había aprendido las lecciones de West Point sobre fortificación y las
aprovechó especialmente en Malvern Hill durante los Siete Días. Tras la pantalla
defensiva de su ejército, desplazó su base a un puerto mejor protegido en el río James. Las
batallas de los Siete Días alejaron a McClellan de Richmond, pero aún así, Lee se lamentó
ante el Presidente Davis diciendo que "en condiciones normales el ejército federal
debería haber sido destruido" (44). Por "condiciones normales", Lee entendía una
división del mando y un Estado Mayor que cumpliese sus funciones. No consiguió lograr la
destrucción del ejército enemigo, atribuyendo su fallo a la escasez de oficiales profesionales
en un ejército nuevo y no a la destreza y habilidad de McClellan.
Lee y Jackson eran discípulos de Napoleón más que de Dennis Mahan, Jomi-ni u otros
intérpretes napoleónicos. Del estudio de sus campañas extrajeron unos conceptos
estratégicos más agresivos que los aplicados hasta el momento por cualquier general
americano. Jackson había empleado sus ratos de relativo ocio entre la Guerra de Méjico y
la Civil, y mientras enseñaba matemáticas en el Instituto Militar de Virginia, al estudio
en profundidad de las campañas de Napoleón, dentro de un estudio más amplio de la
historia militar (45). Mientras Lee era director de West Point entre 1852 y 1855, surgió
un Club de Napoleón en la Academia Militar cuyo presidente y comentarista era Mahan.
No sabemos cual era la conexión de Lee con el club, pero sí se sabe que de los quince
libros de temas militares que pidió prestados durante su mandato, al menos siete tenían
relación con Napoleón (46).
Tanto sus comentarios sobre la estrategia y la guerra como sus acciones delatan la
influencia del Emperador. A partir de los Siete Días, durante su mando de ejércitos
confederados, su generalato estuvo marcado, como el de Napoleón, por La manoeuvre sur
les derriéres. El objetivo de Lee era aprovechar la maniobra contra la retaguardia y flancos
enemigos para conseguir golpearles física y psicológicamente, de forma que pudiese
conseguir una victoria por aniquilación. En tanto que la fuerza de sus ejércitos le
permitiesen esperar el triunfo con la más mínima posibilidad, sus pretensiones
estratégicas permanecían inmutables: "el ejército federal debería ser destruido". Ya era
tarde cuando, a principios de junio de 1864, Lee continuaba definiendo su objetivo inme-
diato al decir: "Debemos destruir este ejército de Grant antes de que llegue al río James"
(47).
440 Creadores de la Estrategia
Moderna

Al buscar la destrucción de los ejércitos federales, Lee se acercó más a lo que


inicialmente había sido la estrategia más ofensiva de Jackson. Antes del inicio de la
campaña del Valle, Lee no se comprometió con Jackson en las propuestas de este último
para invadir el Norte. Lee llegó a la conclusión de que una defensiva estratégica no sería
suficiente tras el fallo de los ataques en destruir al ejército enemigo durante los Siete Días,
y tras una combinación parecida de la iniciativa táctica con la defensa estratégica, se
produjeron resultados similares en la posterior campaña de Second Manassas (en el
verano de 1862). Allí Lee y Jackson no llegaron a destruir al enemigo a pesar de una
manoeuvre sur les derriéres, propia del mismo Napoleón. Para destruir al ejército federal
haría falta llevar la guerra a su terreno y lograr allí una victoria como la de Aus-terlitz o
Jena-Auerstedt. Si las fuerzas federales fuesen lo suficientemente resistentes como para
sobrevivir en Virginia a una campaña como la de Second Manassas, entonces,
ejecutando una maniobra envolvente al estilo napoleónico en su propia tierra, se podrían
multiplicar los efectos psicológicos de la victoria confederada y, con la derrota de la
Unión, obligar al gobierno federal a admitir negociaciones de paz.
Por ello, tras Second Manassas, Lee y Jackson condujeron al ejército de Virginia del
Norte al otro lado del Potomac, hacia Maryland. La falta de refuerzos antes de empezar
esta invasión, el distanciamiento de los soldados que no comprendían el objetivo de este
avance y el conjunto de una serie de dificultades logísticas, desgastaron la fuerza de Lee,
precisamente en el momento decisivo de su estrategia ofensiva, obligándole a desarrollar
una defensiva táctica a lo largo de Antietam Creek, el 17 de septiembre de 1862. Aunque
intentó resistir, sus pérdidas le obligaron a retirarse a la orilla sur del Potomac. Sin
embargo, en cuanto regresó a Virginia, comenzó de nuevo sus planes para invadir el Norte
y solicitó al Presidente Davis los recursos y refuerzos necesarios para cumplir su propósito.
Antes de que el Presidente, de ideas tendentes a la defensiva, le suministrase los apoyos
necesarios, tuvo que responder a otra invasión federal sobre Virginia, que culminó con la
batalla de Fredericksburg, el 13 de diciembre de 1862. En ese momento, la climatología
no era propicia para comenzar una nueva acción ofensiva. En la primavera de 1863, Lee
se vio de nuevo obligado a posponer la ofensiva, debido a la actividad de los federales en el
sureste de Virginia, lo que le llevó a destacar a esa zona las unidades mandadas por el
Teniente General James Longstreet. Pero en cuanto pudo volver a disponer de este
último, orientó a su ejército hacia Virginia del Norte, rumbo al Potomac una vez más,
para realizar el máximo esfuerzo ofensivo, con la invasión de Maryland y Pennsylvania: la
campaña de Gettysburg (48).
En el intervalo entre Fredericksburg y Gettysburg, el rechazo de un nuevo ataque
federal, durante la ausencia de Longstreet, involucró a Lee en la batalla de
Chancellorsville, del 2 al 4 de mayo de 1863. Durante el transcurso de esta napoleónica
batalla, con operaciones sobre las líneas de comunicación que estuvieron a la altura de
las de Second Manassas, Jackson recibió un disparo de sus propias tropas, viéndose Lee
privado
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 441

privado de su agresivo y habilidoso ayudante. Sin embargo, en esa época estaba tan
imbuido en la estrategia puramente ofensiva de Jackson, que comenzó sin vacilar respecto
a la invasión hacia el Norte. Pero la muerte de Jackson, fue un síntoma inherente de un
fallo en el esfuerzo llevado a cabo por él y por Lee para orientar el pensamiento
estratégico americano, y en un momento poco adecuado para la Confederación. El costo
de un estilo de guerra ofensivo era inmenso cuando había que enfrentarse con la tec-
nología militar de mediados del siglo XIX (en particular contra el rifle). Al final imponía
un alto precio sobre lo que más escaseaba en la Confederación, dentro de su escasez de
recursos: los hombres y sus jefes (49).
Igual que en una anterior excepción en la orientación defensiva de la estrategia
americana (la guerra con Méjico y, en concreto, el avance del General de División
Winfield Scott desde Veracruz hacia la ciudad de Méjico), Lee y Jackson pretendieron
mantener la ofensiva, minimizando las bajas y apoyándose en la maniobra. En Méjico,
Scott había evitado deliberadamente la batalla, salvo en escasas ocasiones en las que el
estudio de las defensas enemigas le llevaron inevitablemente a combatir. En la mayoría
de los casos maniobraba en vez de expulsar a los mejicanos de sus fortalezas, hasta que
llegó a la capital. Viéndose el enemigo acosado por debilidades y divisiones internas, se
rindió (50). Esto contribuyó a disminuir las bajas de Scott. Además, los contendientes de la
Guerra de Méjico tenían como principal armamento mosquetes de cañón liso en lugar
de rifles. Stonewall Jackson, probablemente siguiendo el ejemplo de Scott, con el que
había servido, y también basándose en sus lecturas sobre Napoleón, logró sus objetivos
en la campaña del Valle, maniobrando y desplazándose en lugar de luchar; las batallas que
se libraron fueron de escasa entidad si se comparan con el impacto estratégico de la
campaña.
Sin embargo, el maniobrar con habilidad demostró no ser suficiente para conseguir,
además de meras ventajas estratégicas, la independencia de la Confederación sobre un
gobierno de los Estados Unidos mucho más firme y rico en recursos de lo que había sido
el mejicano. Una de las diferencias entre Lee y Jackson parece haber sido el que el
primero aceptase antes la idea de que para que la Confederación consiguiese la victoria se
hacían necesarias batallas a gran escala y, por tanto, un gran número de bajas. La
aceptación por parte de Lee de esta desalentadora conclusión puede ayudar a explicar su
escasa euforia tras el primer llamamiento de Jackson en pro de una estrategia ofensiva.
Hay una antigua tendencia dentro del pensamiento estratégico que presenta a las
guerras basadas en la maniobra, como relativamente poco dolorosas en lo que se refiere a
la economía de recursos y de bajas. Basil Liddell Hart cayó a veces en esta tentación en el
siglo XX. También lo han hecho a finales de este siglo muchos de los que proponen una
estrategia basada en la maniobra, para contrarrestar las dificultades que supone el
planeamiento de la defensa del oeste de Europa frente a la Unión Soviética. Pero Lee era
demasiado realista como para considerar que la guerra entre la Confederación y la Unión
se pudiese ganar fácilmente. Era consciente de que al enfrentarse contra un enemigo
decidido y resistente, la maniobra
442 Creadores de la Estrategia
Moderna

la maniobra sólo podría conseguir objetivos estratégicos cuando culminase en una batalla
victoriosa y con la destrucción de gran parte del ejército enemigo. La contraseña
permanente de Lee era: "debemos destruir ese ejército"; y el objetivo de toda su maniobra
era siempre llegar a una batalla de aniquilación.
Sin embargo, aunque Lee fue el general que aplicó de forma más habilidosa la táctica
de Napoleón desde los tiempos del propio Emperador, y buscó la batalla en lugar de
evitarla como había hecho Scott, no pudo evitar sufrir gran cantidad de bajas en sus
propias filas en su intento de destruir al enemigo. En los combates de los Siete Días, Lee
sacó a McClellan de Richmond, pero sufrió 20.141 bajas de un ejército de 80.000
hombres (51). En Second Manassas, Lee derrotó al General de División John Pope y casi
consiguió barrer a los federales de Virginia, pero le costó 9.197 bajas de los 48.527
hombres con que contaba. En Antietam perdió 13.724 hombres de 51.844. Al ser una
batalla puramente defensiva, Fredericksburg resultó relativamente "barata", con pérdidas
confederadas de 5.300 hombres de los 72.500 que participaron (52). Pero en Chance-
llorsville, donde Stonewall Jackson envolvió brillantemente a los federales, no se pudo
evitar que se produjesen 12.821 bajas de los 60.892 confederados (53). Y el empujón que
dio Lee nuevamente a la maniobra ofensiva en su invasión de Pennsylvania, le llevó a
asaltar desesperadamente Gettysburg, donde tuvo 28.063 bajas de un ejército de
80.000 hombres (54). Las pérdidas totales eran tan grandes que, tras Gettysburg, no
pudo continuar por más tiempo con la estrategia ofensiva. Todavía podía esperar ver
hecho realidad su objetivo de destruir el ejército enemigo empleando una táctica superior
en el campo de batalla, incluyendo ataques locales, pero sus métodos anteriores ya habían
mermado tanto las fuerzas de su ejército que su esperanza se convirtió en una quimera.
Aunque puede que Lee hubiese sido realista al creer que, además de la maniobra,
hacía falta llegar a la batalla destructiva para poder romper la decisión y destreza con que
le estrangulaba la Unión, tanto él como Jackson no fueron probablemente tan realistas a
la hora de valorar la importancia de los rifles y la artillería. Sus experiencias en Méjico
no les habían preparado para el empleo del rifle. Dada la nueva eficacia del fuego de
infantería, la bayoneta se usó raras veces en las batallas de la Guerra Civil; las heridas de
bayoneta y sable ascendieron únicamente a 922 de las 250.000 que se trataron en los
hospitales de la Unión durante la guerra (55). Sin embargo, al principio de la guerra,
Jackson explicó sus preferencias tácticas: "Pero en mi opinión no debería haber nada de
tiroteo. Mi idea es que el mejor modo de luchar es reservarse la munición hasta llegar
cerca del enemigo, o hasta que él se acerque. Entonces hay que efectuar una descarga
mortífera y cargar (con la bayoneta)" (56). Incluso durante la batalla de Cedar Mountain,
librada tras la campaña del Valle y los Siete Días, Jackson todavía obligó a la División
Ligera, que estaba siendo atacada, a aguantar sin disparar y a usar sus bayonetas. La
predilección de Lee por los ataques frontales cuando las maniobras de flanco y de
envolvimiento no conseguían los resultados esperados (como en Malvern Hill, Pickett's
Change y en
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 443

Change y en la reconquista del Fuerte Harrison el 30 de septiembre de 1864), muestra la


lentitud por parte de este jefe (astuto e incluso brillante por otro lado) a la hora de
valorar la potencia del nuevo armamento.
Además, la potencia de fuego del rifle permitía a las fuerzas que eran atacadas por el
flanco y retaguardia establecer un nuevo frente desde el que podían causar a la fuerza
envolvente aproximadamente las mismas bajas que ellas sufriesen. Second Manassas y
Chancellorsville representaron el máximo esfuerzo de Lee y Jackson por llevar a cabo una
batalla napoleónica, pero aunque la perfección con la que la Confederación envolvió a su
enemigo en esos campos de batalla fue espléndida, no pudieron evitar que los federales
les infligiesen grandes pérdidas. En Second Manassas las bajas confederadas fueron del 19
por ciento; los federales perdieron un 21 por ciento: 16.054 de los 75.696 hombres (la
mayoría desaparecidos; entre heridos y muertos los federales únicamente tuvieron el 13
por ciento, mientras que el 19 por ciento dado para los confederados fue casi totalmente
de heridos y muertos) (57). En Chancellorsville, conocida por "la absoluta obra maestra"
de Lee, los confederados tuvieron el 22 por ciento de bajas, frente al 13 por ciento de los
federales que resultaron derrotados: 17.278 de 133.868 (58).
De este modo, el general más habilidoso ya no podía conseguir un balance suficiente
de bajas a su favor, ni unos márgenes en su victoria que hiciesen decisivos los resultados de
una batalla cuando se enfrentaba a enemigos decididos y armados con rifles. Ya no iba a
haber más victorias como las de Austerlitz o Jena-Auerstedt. La convicción de Lee de que
"en cualquier batalla o campaña debería haberse destruido al ejército federal", de hecho
se había convertido en una quimera mucho antes de que las bajas que sufrieron sus fuerzas
las despojasen de su capacidad ofensiva.
De esta forma falló finalmente el esfuerzo más importante que se llevó a cabo para
cambiar el anterior pensamiento estratégico defensivo de los americanos por una acción
ofensiva. Puesto que Lee y Jackson se vieron siempre condicionados por los limitados
recursos de la Confederación, concretamente por la escasez de hombres, quedaba por
ver si los generales de la Unión, mejor dotados de hombres y material, podrían tener
éxito con la estrategia ofensiva en la que los confederados habían fracasado.

IV

McClellan, uno de los generales de la Unión que carecían de agresividad, no podía


mostrar el camino de una adecuada estrategia americana de guerra ofensiva. Tampoco
pudieron ninguno de los generales que le siguieron en el Este, ni la mayoría de los
comandantes de la Unión en el oeste. McClellan, al menos, poseía la visión estratégica
para ganar la guerra; sus mejores sucesores eran tácticos cuya visión estaba limitada a los
problemas inmediatos del campo de batalla y nunca hubiesen conseguido la definición de
estrategia
444 Creadores de la Estrategia
Moderna

estrategia de Clause-witz, que era el empleo de batallas para conseguir los objetivos de la
guerra. A pesar de esto, fueron lo suficientemente capaces como para triunfar en batallas
contra los generales que luchaban del lado de Robert E. Lee (el General de División
George E. Meade, el mejor de ellos, demostró tener un nivel táctico mayor que Lee en
Gettysburg).
En el oeste, el estudiante preferido de Dennis Mahan, Halleck, por entonces General
de División, fue nombrado Comandante del Departamento de Missouri en noviembre de
1861. En marzo del año siguiente alcanzó la jefatura del Departamento de Mississippi,
como Comandante del teatro de operaciones del oeste, teniendo el mando de varios
ejércitos. Halleck cumplió, en parte, lo que se podía esperar de él, ya que era el primero y
más sistemático analista de estrategia americana. Respaldó las operaciones del General de
Brigada Ulysses S. Grant y del Oficial Andrew H. Foote, que capturaron los Fuertes Henry
y Donel-son en febrero de 1862 y, por lo tanto, abrieron el paso a través de los ríos Ten-
nessee y Cumberland para que la Unión penetrase en el estado de Tennessee y así
llegase al importante punto estratégico que era el ferrocarril que unía Memphis y
Charleston. Las teorías sobre los fundamentos logísticos de estrategia de Halleck
demostraron ser muy perspicaces. Durante toda la guerra estuvo atento para aprovechar
las líneas de operación, logísticamente viables para las fuerzas de la Unión y reconoció
que una de las armas más efectivas de una estrategia ofensiva, en una época en la que la
batalla significaba estar expuesto a la potencia de fuego de los rifles, era no apuntar
directamente a los ejércitos enemigos, sino a sus bases logísticas (59).
Por el contrario, Halleck demostró una timidez parecida a la de McClellan cuando
personalmente tomó el mando en el campo de batalla que condujo al sitio de Corinth,
en Mississippi, que se encontraba en la línea férrea entre Memphis y Charleston, desde
el 29 de abril hasta el 10 de junio de 1862, y tras ser recompensado por sus hazañas en el
oeste, siendo nombrado General Jefe de todos los ejércitos de la Unión en julio de 1862;
esta falta de seguridad le produjo una indisposición para aceptar responsabilidades. Se
convirtió en un útil asesor logístico y estratégico para personas como el Presidente
Abraham Lincoln, el Secretario de Guerra Edwin M. Stanton y generales de la Unión que
se encontraban en el campo. Estuvo a punto de hacer realidad el peor estereotipo del
soldado-aprendiz: siendo muy perspicaz en sus teorías estratégicas, carecía de decisión a la
hora de aplicarlas a la realidad.
A primera vista, su subordinado Grant parecía ser el tipo de soldado opuesto. Era un
hombre de acción sencillo y directo, sin estudios históricos ni pensamientos teóricos. A
pesar de ser cierto que el estudio limitado de la guerra que tuvo Grant como cadete en
West Point, no se vio reforzado por la lectura de historia militar de un Stonewall Jackson,
pronto demostró que sus capacidades llegaban mucho más allá de la mera intuición
sobre un campo de batalla. De hecho, nunca destacó como comandante en el campo
de batalla, excepto el valor imperturbable que demostró para salvar la situación contra
una poderosa
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 445

una poderosa contraofensiva enemiga en Shiloh. A pesar de no ser instruido, Grant se


convirtió rápidamente en un estratega cuya visión de combinar las ofensivas de ciertas
batallas y campañas para alcanzar el objetivo de la guerra, le hicieron estar a la misma
altura que Lee en la dirección general de la guerra. Se convirtió en el personaje más
influyente para la formación del pensamiento estratégico americano durante los siguientes
cien años; no siempre con resultados positivos.
El surgir de Grant como estratega empezó con la campaña de Fort Henry-Fort
Donelson. Ésta fue llevada a cabo por él y el diseño lo compartió con su comandante, el
General Halleck. Al igual que Halleck, desde el comienzo de la guerra se dio cuenta de la
importancia que tenían los ríos que fluían por el territorio oeste de la Confederación,
como vías de operación en un área que carecía de otras vías, ya que sólo tenía unas pocas
líneas de ferrocarril. La primera gran campaña ofensiva de Grant siendo comandante
autónomo, ya que Halleck fue enviado al este como general jefe, fue la campaña contra
Vicksburg, una ciudadela confederada sobre el río Mississippi. El propósito era despejar el
río para que la Unión pudiese navegar a lo largo de todo el curso y para impedir el tráfico
de productos agrícolas de importaciones europeas que venían de Méjico hacia el este
desde el territorio más allá del Mississippi, perteneciente a la Confederación.
La imagen de Grant en la historia militar es la de un "poco delicado" practicante del
método de guerra por desgaste para destruir al ejército enemigo mediante una brutal
manera de causar bajas diariamente. Esto fue su mayor aportación al posterior
pensamiento estratégico americano. Sin embargo, su estrategia durante la campaña de
Vicksburg fue muy diferente. Siguiendo el ejemplo de la marcha de Scott desde Veracruz
a la ciudad de Méjico (en la que habían participado Grant, Lee y Jackson), utilizó una
estrategia de maniobra para sacar, de manera sucesiva, al enemigo de todas sus posiciones
defensivas y así atrapar y obligar al principal ejército enemigo a su rendición (60). En las
semanas de la campaña, Grant condujo una maniobra de guerra muy parecida a las
hazañas de Scott en Méjico o Jackson en el Valle. Sus tropas marcharon 130 millas,
dividieron a los defensores de la Confederación en Mississippi, y ganaron cinco batallas
(Port Gibson, Raymond, Jackson, Champion's Hill y Big Black River), con relativamente
pocas bajas. El 4 de julio, cuando Vicksburg se rindió, Grant capturó a 29.491 oficiales y
hombres confederados, 172 piezas de artillería y entre 50.000 y 60.000 rifles y mosquetes.
Las anteriores fases de la campaña habían causado al enemigo otras 7.000 pérdidas.
Mientras que las bajas de Grant sumaban sólo 8.873: 1.243 muertos, 7.095 heridos y 535
desaparecidos (61).
446 Creadores de la Estrategia Moderna

Más importante que el número de bajas en la campaña de Vicksburg es el talento con


el que se consiguieron los objetivos geográficos de la campaña. Pero cuando los resultados
de esta campaña y del levantamiento de sitio de Chattanooga (impuesto por la
Confederación), le otorgaron el mando de todos los ejércitos de la Unión, sus objetivos
tuvieron que ampliarse más allá de la captura de puntos estratégicos. Se le adjudicó, en
marzo de 1864, la misión de obtener una victoria militar total en la guerra (un objetivo
necesario porque la Unión necesitaba la total rendición de la Confederación en cuanto a
sus reivindicaciones) , por lo que Grant se vio obligado a modificar su estrategia y buscar
la total destrucción de la capacidad confederada para continuar la guerra.
Tras una experiencia de tres años de guerra, Grant no podía compartir la esperanza
de Lee (si alguna vez la había tenido), de que la destrucción de un gran ejército
enemigo podía ser alcanzada en una sola batalla napoleónica. Pero los ejércitos rivales
de la Guerra Civil eran demasiado grandes, demasiado resistentes y demasiado apoyados
por la voluntad de los gobiernos democráticos como para eso. Sin embargo, Grant
esperaba capturar o destruir a todos los ejércitos confederados utilizando medios menos
brutales que el de causar el mayor número de bajas, ya que así la Unión se aseguraba el
triunfo por tener una mayor cantidad de hombres. Al contrario que muchos admiradores
y estudiantes de Napoleón, nunca se sintió apasionado por la batalla en cualquiera de sus
formas, fuesen fulminantes o de desgaste prolongado. Consideraba que incluso Scott
había librado batallas innecesarias en Méjico (62) y se tenía siempre por un estratega,
discípulo de Jomini más que de Clausewitz.
Grant asignó al General de División William Tecumseh Sherman, que había sido su
subordinado de más confianza durante mucho tiempo, el mando de las fuerzas de la
Unión en el oeste, para eliminar a los ejércitos confederados que se encontraban allí,
especialmente el Ejército de Tennessee del General Joseph E. Johnston. Dejando a
Halleck en Washington en el recién creado puesto de Jefe de Estado Mayor del Ejército,
Grant, como General en Jefe, propuso tomar el mando del principal ejército de la Unión
en el este, el Ejército del Potomac, aunque manteniendo como comandante al General
de División George G. Meade. La orden que Grant dio a Meade fue: "El ejército de Lee
será su objetivo", que luego se convertiría en la más famosa de las ordenes militares
americanas. Pero a la hora de describir con detalle cómo esperaba eliminar al ejército de
Lee, Grant tendía a realzar más su captura que su destrucción (63). Evidentemente
esperaba sobrepasar a Lee mediante una campaña de maniobra en Virginia, muy parecida
a su campaña en Vicksburg. Tanto el desarrollo de su campaña en Virginia en 1864, como
sus intenciones y posteriores reflexiones, indican su esperanza de poder capturar al
ejército de Virginia del Norte, como había hecho con el ejército de Pemberton en
Vicksburg, mediante unas maniobras que situasen a las fuerzas de la Unión al lado de las
vías de comunicación de Lee (separando a Lee de Richmond o, posteriormente,
separando al ejército de Lee y a Richmond de las vías férreas que les comunicaban con el
sur). Conseguir la destrucción del ejército de Lee debía ser mediante su captura, no su
desgaste ni su aniquilación.
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 447

Desafortunadamente, Lee no era Pemberton. La maestría con la que los


confederados ejercían los métodos napoleónicos era tal que resultaba imposible obligarles
a una posición de rendición mientras tuviese un ejército lo suficientemente fuerte como
para seguir luchando. Por ello, Grant tuvo que contentarse con aplicar su segundo
método para lograr su objetivo. Encerró al ejército de Lee en una batalla y la mantuvo
día tras día desde que cruzó el río Rapidan, el 3 y 4 de mayo de 1864, hasta el final de la
guerra; intercambiando bajas con Lee, sabiendo que sus superiores reservas de hombres
supondría que, algún día, quedaría algo del ejército de la Unión y nada del de Lee. Grant
dijo que sus objetivos "no iban a ser alcanzados sin una desesperada lucha jamás vista
anteriormente; no iba a ser consumada en un día, ni en una semana, ni en un mes, ni
siquiera en una temporada. Las pérdidas sufridas estaban destinadas a ser mayores; pero
los ejércitos que ahora se enfrentaban ya llevaban tres años de mortal conflicto, teniendo
enormes bajas, fuesen muertes causadas por enfermedades, hombres capturados o
heridos, y ninguno había obtenido un progreso para alcanzar el objetivo final.... La
campaña que ahora empezaba estaba destinada a tener un resultado con muchas más
pérdidas para ambos ejércitos que en cualquiera anterior. Pero la carnicería se debía
limitar a un solo año y en este tiempo se debía conseguir todo lo que se había anticipado
o deseado al principio. Teníamos que luchar duramente para lograr esto" (64).
Finalmente, Lee se rindió ante Grant, pero no porque fuese superior su maniobra.
Lee se rindió el 9 de abril de 1865 porque su ejército ya no existía como fuerza efectiva
de lucha. Sólo unos 26.765 confederados plegaron sus banderas y amontonaron sus
armas en Appomattox; era la sombra exhausta y hambrienta de un ejército que la
Confederación había mantenido muy por encima de los 50.000 hombres. La ardua
lucha de Grant había alcanzado el objetivo que Lee no consiguió, la destrucción del
ejército enemigo (65).
Sin embargo, había sido tan grande la cantidad de bajas de la Unión que el resultado
de la guerra supuso un riesgo político: en 1864, en lugar de Lincoln, podía resultar
elegido un presidente que se comprometiese a una paz negociada. No fue la campaña de
desgaste de Grant en Virginia lo que dio a Lincoln el necesario ímpetu militar para tener
perspectivas en las urnas, sino las victorias oportunas del Contra-Almirante David Glasgow
Farragut en la Bahía de Mobile, de Sherman en Atlanta y del General de División Philip H.
Sheridan en el Valle del Shenandoah. Las responsabilidades políticas de Grant
prolongaron el intercambio de bajas con Lee (y, por supuesto, la monstruosidad que
suponía esta nueva faceta de la guerra), e inevitablemente obligaban a buscar otros
caminos menos terribles hacia la victoria: estrategias que dejasen al vencedor casi tan
abatido y herido como al vencido.
448 Creadores de la Estrategia
Moderna

El propio Grant, obligado a una campaña de desgaste únicamente cuando no


encontró una alternativa contra Lee, continuó la búsqueda de una estrategia más
satisfactoria mediante ataques a comandantes enemigos con menos habilidad de réplica
que Lee y en teatros de guerra con menos limitaciones geográficas y con más espacio para
maniobrar que en Virginia. Algunas de las posibilidades que percibió pueden deducirse de
las órdenes que dio a Sherman, su subordinado en el oeste, para la campaña que
comenzaría a la vez que los ataques de Grant y Meade a Lee, a principios de mayo de
1864. Cuando Grant daba ordenes a Meade de hacer del ejército de Lee su objetivo, las
instrucciones dadas a Sherman eran muy distintas. El general del oeste debía "ir contra el
ejército de Johnston y dividirlo", pero también debía "introducirse lo máximo posible en el
territorio enemigo, dañando sobre todos sus recursos de guerra" (66).
Los puntos de vista de Sherman, al igual que los del General Halleck, ayudaron a dar
forma a estas órdenes. Teniendo como base las órdenes dadas por Grant a Sherman de
que causase el mayor daño posible a los recursos del enemigo y a medida que
evolucionaba la siguiente campaña, tanto Sherman como Halleck y Grant, contribuyeron
al plan de la destrucción de Atlanta que llevó a cabo Sherman y a las posteriores marchas
desde Atlanta al mar y luego hacia el norte a través de las Carolinas. En estas marchas, los
ejércitos de Sherman destruyeron los recursos de guerra del enemigo a lo largo de una
franja de hasta sesenta millas de ancho. A medida que el plan de Grant maduraba en la
mente de Sherman, también las marchas destructivas estaban destinadas a destruir el
deseo del sur de continuar en la guerra. Sherman quiso atemorizar deliberadamente a la
gente de Georgia y de las Carolinas, para "hacer que tanto los viejos, como los jóvenes, los
ricos y pobres sintiesen la mano dura de la guerra, así como de sus ejércitos organizados"
(67). Sherman pensaba que una vez denegados los recursos y con el apoyo del pueblo
confederado, los ejércitos pronto se colapsarían.
El interés británico hacia los estrategas de la Guerra Civil americana se centró, a
finales del siglo XIX y bajo la dirección de G.F.R. Henderson, sobre los confederados. Pero
a principios del siglo XX se tornó sobre los dirigentes federales, quienes parecían ser más
modernos que los confederados y eran más apropiados para dar lecciones en la época
de las guerras mundiales. J.F.C. Fuller se fijó en Grant como un general que había
previsto y luchado cuerpo a cuerpo eficazmente contra los problemas del frente del oeste
con medio siglo de antelación (68). Sin embargo, Liddell Hart menospreció a Grant,
calificándolo de precursor de todos los generales del frente del oeste (un prototipo de
Sir Douglas Haig), pero encontraba mucho que admirar en Sherman. Las marchas de
Sherman por la parte posterior del ejército enemigo, se asemejaban a la estrategia favorita
de Liddell Hart de aproximación indirecta. Sherman resultaba atractivo, al contrario que
Grant, precisamente por que en vez de adelantarse al frente del oeste, ofrecía un camino
estratégico para evitarlo (69).
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 449

Los escritos de Liddell Hart sobre Sherman demuestran sus dotes de persuasión y de
elocuencia, pero dicen menos del verdadero Sherman y de la estrategia con la que le
hubiese gustado actuar a Liddell Hart, de haber llevado un uniforme azul de la Unión.
Un estudio de los análisis de Sherman indican que él no veía mucha diferencia entre su
estrategia y la de Grant. No sólo se desarrollaba la estrategia de las marchas de Sherman
con el asesoramiento y ánimo de Grant, sino que explicando sus métodos de guerra,
Sherman, al igual que Grant, tendía a dar prioridad a deshacerse de los ejércitos
enemigos (70). Había una razón fundamental para que Sherman diese un orden a sus
prioridades, además de demostrarle el respeto apropiado a su general en jefe. Sherman no
podía hacerse con los recursos de guerra del enemigo, ni con la voluntad popular hasta
que no destruyese a sus ejércitos. Con el tiempo, sus marchas inspirarían a los profetas del
poder aéreo del siglo XX, y también a Liddell Hart, ya que con el poder aéreo se hizo
posible pasar por encima de los ejércitos hostiles para llegar al pueblo y a la economía
enemiga. Pero en la Guerra Civil Americana, tenían que tratar primero con los ejércitos.
La campaña de Sherman desde Chattanooga a Atlanta casi borró del mapa al
ejército enemigo que se enfrentaba a él antes de que comenzasen las famosas marchas. Le
ayudó mucho el sucesor de Johnston al mando del ejército, el General John Bell Hood,
quien organizó una serie de asaltos contra las fuerzas de Sherman a las afueras de Atlanta
en un esfuerzo inútil para salvar la ciudad. Hood ofreció aún más ayuda cuando, tras la
caída de Atlanta, eligió marchar hacia Tennessee, al norte, esperando atraer a
Sherman. Sin embargo, a esas alturas, su ejército estaba tan debilitado que Sherman
decidió enviar al General de División George H. Thomas a Tennessee, con una
relativamente pequeña parte de su fuerza para reunir allí unos refuerzos y aguardar a
Hood. Así, Sherman podía avanzar hacia el mar, encontrándose con una pequeña
sombra de resistencia organizada frente a él. Pero sólo podía adoptar la estrategia de apro-
ximación indirecta después de una aproximación directa para debilitar a las fuerzas que
se enfrentaban a él inicialmente.
En conjunto, las limitaciones que suponían los esfuerzos de Sherman para encontrar
una alternativa a la estrategia de Grant, junto con la inutilidad de la estrategia
napoleónica de Lee y los asombrosos costes del método de Grant para destruir el ejército
de Lee, podían animar a volver al énfasis defensivo que caracterizó el comienzo del
pensamiento estratégico americano, antes de que las exigencias de la Guerra Civil
impusiesen una búsqueda de una estrategia ofensiva eficaz.

Esta orientación hacia la defensiva cambió. Para el Ejército de los Estados Unidos, la
realidad del día a día tras la Guerra Civil se convirtió de nuevo en patrullar por la
frontera oeste. No hubo una gran aportación, en cuanto a pensamiento estratégico se
refiere, para controlar allí a los indios. El trabajo consistía más en mantener la paz entre
los indios
450 Creadores de la Estrategia Moderna

indios y los colonos mediante una fuerza con misión policial, que en dirigir un ejército en
campaña; eran raros los incidentes a gran escala propios de una verdadera guerra como
fue la batalla de Little Big Horn, en 1876. Quizá West Point y las escuelas militares para
postgradua-dos, que se abrieron tras la Guerra Civil, podrían haber aprovechado más sus
estudios si los hubiesen enfocado a los problemas estratégicos y tácticos característicos de
los combates con los indios. Eran guerreros no convencionales con métodos que se
aproximaban más a los empleados por las guerrillas que por los ejércitos europeos
convencionales. Pero las escuelas militares y los pensadores americanos se veían más
atraídos por las glorias napoleónicas de la guerra europea que por las sucias escaramuzas y,
por ello, el ejército nunca creó un conjunto coherente de principios que dirigiesen las
Guerras Indias (71).
Sin embargo, tras la Guerra Civil, tampoco hubo en el ejército un espíritu creativo
para dar vigor a su forma de ver el estilo de guerra europeo. A finales del siglo XIX
ningún pensador estratégico del ejército podía compararse, ni siquiera remotamente, a
Alfred Thayer Mahan perteneciente a la Armada. Hay que decir que existían pocos
motivos que estimulasen a los pensadores; las labores rutinarias en la frontera india no
tenían el suficiente atractivo como para desviar el pensamiento militar americano de
las guerras europeas, pero los pesados trabajos fronterizos ocupaban constantemente las
energías de los soldados americanos, de forma que no se fomentaba la existencia de
teorías estratégicas a gran escala como las de A.T. Mahan. El ejército americano nadaba
entre dos aguas, demasiado europeo para conseguir en las fronteras la eficacia que debía
tener y demasiado enfocado como policía fronteriza para prepararse para un modelo de
guerra europeo.
La preparación para las nuevas misiones que debían afrontar fue lo que cambió las
estrategias ofensivas de Lee, Jackson, Grant y Sherman, por la defensiva. Podrían haber
terminado en esta orientación hacia la defensiva, como consecuencia del desánimo de sus
experiencias ofensivas durante la Guerra Civil, pero también es lógico pensar que los
Estados Unidos debían orientar hacia la defensiva sus expectativas de guerra con
cualquier potencia europea. Incluso en los escritos de Alfred Thayer Mahan sobre asuntos
navales, se muestran pocos indicios de una posible intervención de fuerzas
expedicionarias americanas en los campos de batalla europeos. De esta forma, la
atención se dirigió hacia la más antigua y continuada política y estrategia militar
americana: la fortificación de los principales puertos de mar para prevenir su posible
captura mediante un coup de main anfibio y para obligar a cualquier invasor procedente
del mar a desembarcar, a reforzarse y a abastecerse a través de playas abiertas.
Los ataques de la Unión sobre las fortificaciones costeras confederadas revelaron que
los fuertes de manipostería, construidos tras la guerra de 1812, se habían quedado
obsoletos. Los cañones de ánima rayada, que disparaban proyectiles cónicos en vez
de esféricos, podían disparar proyectiles más pesados en relación a su calibre que
los de
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 451

los de las antiguas piezas de cañón liso. El Capitán Quincy Adams Gillmore, jefe
de ingenieros de la expedición anfibia de la Unión en Port Royal Sound,
demostró las consecuencias de esta diferencia cuando, en 1862, derribó varios
muros de Fort Pulaski a las afueras de Savannah, Georgia. El comandante de las
fuerzas navales en la misma expedición, el oficial Samuel Francis Du Pont, ya
había demostrado, cuando los bombardeó durante su trayecto hacia Sound en
noviembre de 1861, que los fortines nunca más disfrutarían de las ventajas que
habían tenido sobre las escuadras en la época de los combates desde el agua, ya
que los barcos de vapor podían maniobrar continuamente para esquivar su fuego
(72). Esta combinación de adelantos parecía pedir un nuevo diseño de los fuertes
costeros y en 1885-1886 se efectuó una gran labor para conseguir este objetivo por
la Junta de Fortificaciones y Otras Defensas, presidida por el Secretario de Guerra
William C. Endicott.
La Junta de Endicott proyectó un nuevo sistema de fuertes basado en el
empleo de la tierra y reforzados con hormigón. Su informe es una bella obra con
muchos grabados ilustrativos y emanó de él una nueva generación de defensas
costeras. Pero hacia 1880 la preocupación por la defensa costera era, todavía, otra
actividad militar americana que no se ajustaba a la realidad, ya que dada la
limitada autonomía de los barcos de guerra de vapor, una importante amenaza
naval europea era mucho menos probable de lo que había sido durante la
Revolución y la guerra de 1812. Ni siquiera las grandes potencias europeas, excepto
Gran Bretaña, tenían el suficiente potencial marítimo como para transportar un
gran ejército hasta las costas americanas, y el tiempo en que se podía considerar
como enemigo a Gran Bretaña estaba pasando, si es que no había pasado ya (73).
De cualquier forma, la experiencia de la Guerra Civil no consiguió inspirar un
importante florecimiento del pensamiento estratégico americano sobre el
combate terrestre, en la época de la posguerra. La Academia Militar de West
Point sufrió un período de estancamiento al morir Dennis Hart Mahan en 1871. El
principal intelectual del ejército en esa época, el Coronel y General Honorífico
Emory Upton, se centró en los problemas tácticos que planteaba la potencia de
fuego de los rifles. Pero en lugar de dedicarse a estudios estratégicos, escribió dos
libros sobre la organización militar y llegó a obsesionarse con los impedimentos que
suponían la democracia y el control civil para que América llegase a ser una
potencia militar a la altura de la Alemania de Bismarck. Las nuevas revistas
militares profesionales de la época, y en particular The Journal of the United States
Military Service Institution y The United Service, tendían a aferrarse a temas tácticos o a la
manera "uptoniana" de lamentarse de las deficiencias militares del gobierno
democrático. Las recientemente fundadas escuelas de postgradua-dos, que tenían
la intención de prolongar la educación de los oficiales más allá de West Point,
también se centraban en la instrucción táctica, la cual era relativamente
elemental (74).
452 Creadores de la Estrategia
Moderna

Sólo surgió un estudio americano digno de mención sobre estrategia en la


época de la posguerra, un esfuerzo por repasar principios jominianos basándose
específicamente en la experiencia americana. Este fue The Principies of Strategy:
Illustrated Mainly from American Campaigns del Capitán John Bigelow. Sólo Bigelow, a
excepción de algún escritor de memorias sobre la Guerra Civil, intentó valorar
las implicaciones de la Guerra Civil en la estrategia ofensiva. Su enfoque en
ejemplos americanos le obligó a buscar una manera de encajar las marchas de
Sherman en los principios clásicos de la estrategia.
Bigelow definió como estrategia política a las incursiones de Sherman a través de
Georgia y las Carolinas, a campañas de la Unión del estilo de la devastadora que
llevó a cabo Sheridan en el Valle del Shenandoah y, hasta cierto punto, el
bloqueo naval. Dividió la estrategia política en dos subcategorías: el esfuerzo por
hacer al gobierno enemigo el objetivo estratégico y, por otro lado, el empeño de
atacar la voluntad del pueblo enemigo. Concibió que las marchas de Sherman
estaban dirigidas contra el gobierno confederado, con vista a minar la confianza
del pueblo en la capacidad que tenía dicho gobierno para protegerles (75).
Bigelow citó a Grant al decir que los periódicos de la Confederación se volcaban en
convencer a la gente del interior de la existencia de defensas impenetrables, pero
cuando llegó Sherman 'Viendo desfilar triunfalmente al ejército de la Unión .... el
pueblo se dio cuenta de la realidad y vio el verdadero estado de la situación" (76).
Sin embargo, las marchas de Sherman también encajaban en la segunda
subcategoría, al pretender llevar "la guerra a los hogares del Sur". Bigelow pensó:
"Dada la superioridad del poder civil sobre el poder militar en las repúblicas, el
pueblo de éstas es un objetivo más importante que el de monarquías absolutistas
o despóticas ...." (77).
Al intentar colocar las marchas destructivas de Sherman entre los principios de
la estrategia, Bigelow parecía estar más interesado en su capacidad de liberarse de
sus líneas de comunicación, que en los amplios y poco comunes objetivos de sus
marchas (78). Es más, la estrategia política seguía siendo para Bigelow "con
frecuencia, un incidente de la estrategia regular" (79), la estrategia tradicional
buscaba únicamente a las fuerzas armadas del enemigo. Con respecto a los ataques
de Sherman contra la voluntad del pueblo enemigo de continuar la guerra,
expresó sus dudas sobre su aplicación en el Norte, tras las múltiples victorias que
iban obteniendo durante la guerra. Sus dudas merecen ser tenidas en cuenta al
contemplar las formas modernas de involucrar a los civiles en la guerra: "Las
ventajas que se pueden obtener al desmoralizar a un pueblo son función de
factores inciertos. El infligir sufrimientos a un pueblo que es capaz de soportar
todo, hace más difícil el problema militar ya que les llega a desesperar y, por tanto,
la imposición de sufrimientos inadecuados es un error cruel" (80). Al final,
Bigelow volvió al objetivo convencional de la estrategia: "Como norma, el objetivo
prioritario de las operaciones militares debería ser superar y, si es posible, capturar o
destruir al ejército hostil" (81).
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 453

Regresar a esta conclusión era confirmar la ascendencia en el pensamiento estratégico


americano del Ulysses S. Grant en la campaña de Virginia en 1864-1865 y de las propias
Memoirs de Grant. El texto de Bigelow trataba en su mayor parte de la maniobra jominiana,
pero la experiencia americana en la que se basaba Bigelow para sus ejemplos tendía a
subestimar la confianza de que ese tipo de maniobra podía ser suficiente para lograr el
objetivo de la guerra, ya que no había sido suficiente para Grant contra Lee. Estudiando
la estrategia de Grant en Wilderness, Spotslyvania, Cold Harbor y Petersburg, los soldados
americanos entraron en el siglo XX, y en la época del resurgimiento de América como
potencia mundial, con el convencimiento de que su única base segura contra cualquier
rival era el establecimiento de una gran fuerza militar.
Ya que ningún pensador estratégico americano ofrecía un punto de vista contrario y
convincente, esta estrategia se basaba en la que aplicó Grant en Virginia y que moldeó la
participación americana en la Primera Guerra Mundial. En 1918 prevaleció la confianza
americana en la superioridad del número y de los recursos; el refuerzo americano de los
aliados en la frontera oeste hizo frente a un ejército alemán cuya capacidad de resistencia
no se habría mantenido si la guerra se hubiese prolongado hasta 1919; ello precipitó la
desmoralización del alto mando alemán y su solicitud del armisticio. La experiencia de la
Primera Guerra Mundial confirmaba la fuerza inevitable de una estrategia como la de
Grant en tanto que, como dijo el General Tasker H. Bliss, "el estratega moderno tiene
muchas limitaciones a la hora de realizar combinaciones militares con libertad";
limitaciones tan severas que la maniobra y la sorpresa eran casi imposibles (82).
Bliss, el miembro militar americano del Consejo Supremo de Guerra Aliado, creía que a
menos que en el mismo comienzo de la guerra, un plan del estilo del de Schlieffen,
trajese una rápida victoria a uno de los beligerantes, sin necesidad de empeñarse en
asaltos frontales (una rápida resolución que no parecía permitir el tamaño de los ejércitos
modernos), se produciría una lucha como la de la Primera Guerra Mundial; "sería más
una prueba del coraje y dureza del soldado y de la sufrida población que estaba tras él, que
de las habilidades estratégicas del general" (83). En su opinión, la Primera Guerra Mundial
significaba el fin de la época de los estrategas y la llegada de una época en que la guerra
era una mera carrera entre la capacidad de las coaliciones rivales para producir armas y
material (84).
Bliss no se encontraba solo respecto a estos puntos de vista. Repetidamente,
comentaristas estratégicos americanos tras la Primera Guerra Mundial insistían en que la
resistencia política, económica, social y militar, basadas en recursos superiores habían
desplazado a la estrategia como la base de una victoria en una guerra moderna. Aquí
también se podía oír la contracorriente de un estilo de guerra del estilo Sherman, bajo la
insistencia de una destrucción del estilo Grant de las fuerzas armadas enemigas. A partir
de 1918, los militares americanos expresaron muchas veces sus dudas respecto a que la
maniobra
454 Creadores de la Estrategia
Moderna

maniobra más hábil podría ser decisiva en una guerra. El Capitán de Corbeta Holloway
H. Frost de la marina americana, que antes de su prematura muerte en 1935, estaba
surgiendo como el líder de los escritores navales americanos sobre estrategia después de
Alfred Mayer Mahan, dijo que "nuestra Guerra Civil resultó ser una lucha prolongada
en la que la presión económica, ejercida a través de la marina, ayudó enormemente a los
ejércitos terrestres a tomar sus decisiones" (85). Frost pensaba que en este conjunto de
fuerzas había encontrado el patrón que daba forma a la guerra moderna. Al llegar la
Primera Guerra Mundial dijo: "Sólo donde era atacada una potencia menor, como
Bélgica, Servia o Rumania, se podía vencer gracias a una pura decisión militar y, aún en
este caso, se solía necesitar un brillante líder para superar recursos mayores. De esto se
puede deducir que cuando una gran potencia se enfrenta a una pequeña, será posible
vencer con una pura decisión militar mediante la destrucción del ejército del enemigo;
pero cuando se enfrentan naciones grandes, con fuerzas militares casi iguales, será raro
vencer con una pura decisión militar" (86).
El Coronel W.K. Naylor del Ejército puso más énfasis que Frost en que las fuerzas
armadas enemigas seguían siendo el mayor objetivo en la guerra, durante una de las
primeras conferencias americanas en el Army War College, que pusieron de moda el
ofrecer reseñas sucintas sobre "los principios de la guerra" tras la Primera Guerra Mundial.
Pero refiriéndose a la experiencia de la Guerra Civil, reconocía el valor de la presión
económica en forma del bloqueo naval de la Unión y rechazaba cualquier sugerencia de
que las sutilezas en la maniobra podían llegar a un triunfo en la guerra moderna. Sólo la
lucha dura del estilo Grant podría destruir a los ejércitos enemigos. Dijo: "Quiero darle
énfasis a este punto; la guerra significa lucha y una guerra nunca se gana gracias a una
maniobra, a no ser que ésta se lleve a cabo con la intención de culminar una batalla....
Desengañaros de la idea de que podéis emplazar un ejército en un distrito tan vital que el
enemigo piense que "no merece la pena" y pida la paz. La historia demuestra que la mejor
forma de quitarle a un país su espíritu luchador es venciendo al grueso de su ejército.
Cualquier otro medio calculado para poner al enemigo de rodillas contribuye a este
propósito, que ahora es, como ha sido siempre, vencer a sus fuerzas principales" (87).
En un libro de texto sobre estrategia, posterior a 1918, el Teniente Coronel Oliver
Prescott Robinson expuso la idea más sucintamente: "Guerra significa lucha; sólo tiene
un objetivo, machacar al enemigo y destruir su voluntad de resistir" (88).
Al principio de la participación americana en la Segunda Guerra Mundial, el 22 de
enero de 1942, un segundo jefe de la División de Planes de Guerra del Departamento del
Estado Mayor de la Guerra, que tenía a su cargo el área del Océano Pacífico y Lejano
Oriente,
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 455

Oriente,pero que pronto se convertiría en Jefe de la División, expresó la misma idea pero
de manera aún mas sucinta y refiriéndose especialmente a la guerra que entonces
comenzaba: "Debemos ir a Europa y luchar ..." (89). Este segundo jefe era el General de
Brigada Dwight D. Eisenhower. Llegaría a dirigir el viaje a Europa para luchar; la
invasión cruzando el Canal fue el hecho culminante de la ascendencia estratégica de
Grant en el pensamiento militar americano mediante ataques directos a Alemania en el
Oeste, donde ésta era más fuerte, y enfrentándose a su fuerza principal, y sorprendiéndola
con la superior fuerza de las potencias aliadas y americana.
Pero la contracorriente de la influencia de Sherman y sus marchas destructivas
también persistía; y mientras que la estrategia tipo Grant apuntaba en Europa hacia la
Operación Overlord y la gran campaña de 1944-1945, el recuerdo de Sherman llevó al
bombardeo estratégico de Alemania y Japón y, posteriormente, al de Hiroshima y
Nagasaki.

NOTAS:

1. Este punto de vista sobre las primeras impresiones acerca de la guerra, se derivan de
The American Military Experience: History and Learning' de John W. Shy, aparecido en The
Journal of Interdisciplinary History I (Invierno de 1971), 205-28; y en A People Numerous
and Armed de John W. Shy (New York, 1976), 225-54. France and England in North
America de Francis Parkman, 9 tomos (tomo 8 The History of the Conspiracy ofPontiac
Boston y Londres, 1851; los restantes tomos, Boston, 1865-92; existen muchas
ediciones posteriores con distinto número de tomos); continúa siendo una base
para el estudio del pasado militar americano, así como una narrativa histórica de la
gran tradición literaria.
2. Le droit des gens ... de Emerich de Vattel (Leyden, 1758); traducido por Charles G.
Fenwick como The Law of Nations (Washington, D.C., 1916).
3. War and American Thought: From the Revolution to the Monroe Doctrine de Reginald C.
Stuart (Kent, Ohio, 1982), 9. Para una explicación moderna sobre los principios de
una guerra justa, ver Just and Unjust Wars: A Moral Argument with Historical
Illustrations de Michael Walzer (New York, 1977).
4. War and American Thought de Stuart, 9-35. Sobre la Revolución Americana, ver A
Revolutionary People at War: The Continental Army and American Character, 1775-1783
de Charles Royster (Chapel Hill, 1979), especialmente el primer capítulo.
5. Charles Lee: The Soldier as Radical de John W. Shy aparecido en George Washington's
Generals ed. George Athan Billias (New York, 1964), 22-53; reeditado con alguna
modificación en A People Numerous and Armed de Shy, 133-62.
6. The American Way of War: A History of Unites States Military Strategy and Policy de Russell F.
Weigley en The Macmillan Wars of the United States (New York y Londres, 1973),
capítulo 2; y The Partisan War: The South Carolina Campaign of 1780-1782, libreto del
Tercer Centenario No. 2 (Columbia, S.C., 1970). Capítulo 2 de los comentarios
posteriores sobre la campaña de Burgoyne y de la campaña en el Sur. Para otras
interpretaciones modernas de la campaña sureña ver Nathanael Greene: Strategist of
the American Revolution de Theodore Thayer (New York, 1960), 282-430 y Prelude to
Yorktown: The Southern Campaign of Nathanael Greene, 1780-1781 de Martin F. Treacy
(Chapel Hill, 1968).
7. Sobre la Segunda Guerra Seminóla ver History of the Second Seminóle War, 1835-1842 de
John K. Mahon (Gainesville, 1967) y The Sword of the Republic: The United States Army on
the Frontier, 17831846 de Francis Paul Prucha en The Macmillan Wars of the United
States (New York y London, 1968), capítulo 14. Sobre la Insurección de Filipinas ver
Schoolbooks and Krags: The United States Army in the Philippines, 1898-1902 de John
Morgan en Contribution in Military History Num. 3
456 Creadores de la Estrategia
Moderna

(Westport, Connecticut y London, 1973) y Muddy Glory: America's Indian Wars in the
Philippines, 1899-1935de Russell Roth (West Hanover, Mass., 1981).
8. Washington to the President of Congress, Sept. 8, 1776 en The Writings of George
Washington from the Original Manuscript Sources, 1745-1799, ed. John C. Fitzpatrick,
39 tomos (Washington DC, 1931-44), 6:28. Para una interpretación que describe
a Washington como estratega más atrevido, ver The Way of the Fox: American
Strategy in the War for America, 1775-1783 de Dave Richard Palmer en Contributions
in Military History num. 8 (Westport, Conn, y London, 1975).
9. Sentiments on a Peace Establishment de Washington, del 2 de Mayo de 1783 aparece en
Writings of Washington de Fitzgerald, 26:374-98. Sobre la política militar de
Washington de la post-revolu-ción, ver George Washington: A Biography de Douglas
Southall Freeman, 7 tomos (New York, 1948-57), tomos 6 y 7. Sobre Jefferson y West
Point, ver The Founding of West: Jefferson and the Politics of Security de Theodore J.
Crackel en Armed Forces and Society: An Interdisciplinary Journal 7 (Verano, 1981), 529-
43. Para la estrategia de desgaste de Hans Delbrück, ver su Die Strategic des Perikles
erlautert durch die StrategicFriedrichs des Grossen (Berlín, 1890), 27.
10. Cita de Williams en Duty, Honor, Country: A History of West Point de Stephen E.
Ambrose (Baltimore, 1966), 34. En The Founding of West Point, Crackel interpreta la
motivación de Jefferson en términos de finalizar el predominio federalista en el
ejército; también ver Jefferson, Politics, and the Army: An Examination of the Military
Peace Establishment Act of 1802 del mismo autor en Journal of the Early Republic 2 (Abril,
1982), 21-38. En Duty, Honor, Country,^, de Ambrose hay muchos relatos de
Sylvanus Thayer como director.
11. Dennis Hart Mahan: West Point Professor and Advocate of Military Professionalism, 1830-
1871 de Thomas E. Griess (Ph.D. diss. Universidad de Duke, 1969).
12. A Treatise on the Science of War and Fortification... to which Is Added a Summary of the
Principies and Maxims of Grand Tactics and Operations de Simon Francois Gay de
Vernon, 2 tomos (New York, 1817). Un extracto dejomini aparece en 2:385-490.
13. An Elementary Treatise on Advanced-Guard, Out-Post, and Detachment Service of Troops
.... de Dennis Hart Mahan (New York, 1847; ed. rev. New York, 1864)
14. Complete Treatise on Field Fortification (New York, 1836); Elementary Course of Civil
Engineering .... (New York, 1837); Summary of the Course of Permanent Fortification and
of the Attack and Defence of Permanente Works .... (West Point, 1850); Industrial
Drawing.... (New York, 1852); Descriptive Geometry as Applied to the Drawing of
Fortification and Stereotomy .... (New York, 1864); An Elementary Course of Military
Engineering..., 2 tomos (New York, 1866-67).
15. The Soldier and the State: The Theory and Politics of Civil-Military Relations de Samuel P.
Huntington (Cambridge, Mass., 1957), 195-203, 246-53.
16. Lee fue cadete desde 1825 hasta 1829.
17. Memoirs of General William T. Sherman by Himself de William T. Sherman, 2 tomos
(New York, 1875; reed., 2 tomos en Bloomington, 1957), 2:396.
18. Elementary Treatise de D.H. Mahan, ed. rev., 185-96.
19. Ibid, 30.
20. Ibid, 190, 199.
21. Elements of Military Art and Science ... de Henry Wager Halleck (New York, 1846, 3a ed.,
With Critical Notes on the Mexican and Crimean Wars, New York y London, 1862).
Todas las citas son de la tercera edición.
22. Sobre énfasis en ingeniería ver Duty, Honor, Country de Ambrose, 87-105. Para el
estatus de los graduados con mejor número ver Biographical Register of the Officers and
Graduates of the U.S. Military Academy de George W. Cullum, 3 tomos (Boston, 1891),
1:631.
23. Life of Napoleon de Baron Jomini..., trad. H.W. Halleck, 4 tomos (New York y
London, 1864).
24. Elements of Military Art and Science de Halleck, en especial cap. 7, págs. 155-209, y
págs. 144-54, sobre las debilidades de las fuerzas americanas en los comienzos de una
guerra.
25. Ibid, 59. La obra The Politics of Command; Factions and Ideas in Confederate Strategy de
Thomas Lawrence Connelly y Archer Jones (Baton Rouge, 1973), 27, llamó la
atención del autor sobre este punto. Tratan sobre la influencia del Archiduque
Carlos en América en las págs. 27-28, 30, 104 y 176. Ver Principes de la strategic, ... del
Archiduque Carlos, ed. rev. (Brussels, 1840).
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 457

26.Elements of Military Art and Science de Halleck, 74.


27.The Politics of Command de Connelly y Jones, 28-29n.
28.Elements of Military Art and Science de Halleck, 77.
29.Report on the Art of War in Europe in 1854, 1855, and 1856de Richard Delafield
(Washington, DC, 1860); Military Commission to Europe in 1855 and 1856: Report de
Alfred Mordecai (Washington, DC, 1861); The Armies ofEuropede George B.
McClellan (Philadelphia, 1861).
30.R.E. Lee: A Biography de Douglas Southall Freeman, 4 tomos (New York, 1934), 2:86.
31.The Military legacy of the Civil War. The European Inheritance de Jay Luvaas (Chicago,
London y Toronto, 1959), esp. pags. 29-30, 46, 54, 64, 66, 68-70, 73-74, 131, 132, 140,
149-50.
32.The Civil War Dictionary de Mark Mayo Boatner III (New York, 1959), 858; Lincoln Finds
a General: A Military Study of the Civil Waráe Kenneth P. Williams, 5 tomos (New York,
1950-59), 1:115.
33.Entre muchas discusiones sobre el impacto del rifle en las tácticas de la Guerra Civil,
ver Upton and the Army de Stephen E. Ambose (Baton Rouge, 1964), 28-34, 56-60; An
Introduction to the History of Tactics de Alfred F. Becke (Londres, 1909), 57-108; Mr.
Lincoln's Army de Bruce Catton (Garden City, NY, 1951), 191-99; Civil War Infantry
Assault Tactics de John K. Mahon aparecido en Military Affairs 25 (Otoño, 1961), 57-
68. Una excelente discusión basada en los manuales tácticos de la época se encuentra
en Attack and Die: Civil War Military Tactics and the Souther Heritage de Grady
McWhiney and Perry D. Jamieson (University, Ala., 1982); el estudiante no debe
desconcertarse por la mezcla en este tomo de la táctica empleada y la muy dudosa
tesis de que era su ascendencia céltica la que obligó a los ejércitos confederados a
estar siempre al ataque.
34.Sword of the Republic de Prucha y Frontiersmen in Blue: The United States Army and the
Indian, 1848-1865 de Robert M. Utley, en The Macmillan Wars of the United States (New
York y London, 1967), tratan mejor los temas del ejército anterior a la Guerra Civil y
la frontera india.
35.Para un evaluación positiva de McClellan, ver General George B. McClellan: Shield of the
Union de Warren W. Hassler.Jr. (Baton Rouge, 1957).
36.Stonewall Jackson and the American Civil War de George F.R. Henderson, 2 tomos (New
York y London, 1898).
37.Ibid., 1:55.
38.Ibid.
39.Ibid., 1:56.
40.Sobre las experiencias de Lee y el desarrollo de su pensamiento estratégico, ver Lee
de Freeman, esp. 2:30-40.
41.Lee hizo estos comentarios el 8 de junio y el 4 de noviembre de 1863, ambos al
Presidente Jefferson Davis, pero expresan la base de su estrategia a partir de la
campaña del Valle. The War of the Rebellion: A Compilation of the Official Records of the
Union and Confederate Armies, 4 series, 70 tomos (Washington, DC, 1880-1901), ser. I,
tomo 27, pt. 3, p. 868; Ibid, tomo 29, pt. 2, p. 819. A partir de ahora se citará como
O.R., todas las citas serán de la Serie Uno.
42.Ibid, tomo 12, pt. 3, p. 865.
43.Jackson de Henderson, 2:131, 397.
44. O.R. tomo II, pt. 2, 497, Informe de fecha 30 Marzo 1863.
45.Jackson de Henderson, 1:43.
46.Lee de Freeman, 1:352-58.
47.Ibid, 3:398; y Personal Reminiscences, Anecdotes and Letters of Gen. Robert E. I^ee de
James William Jones (New York, 1874), 40.
48.O.R., tomo 19, pt. 2, p.627 para la frase de Lee expresando su deseo de marchar al
norte a Maryland, de nuevo, inmediatamente tras su retroceso de Antietam.
También ver Lee de Freeman, 2:425.
49.El problema de la escasez de comandantes es el tema de Lee's Lieutenants: A Study in
Command de Douglas Southall Freeman, 3 tomos (New York, 1942-44); ver I:xvü.
Aunque Freeman no trata directamente el punto sobre la propia contribución de
Lee a este problema, a través de una estrategia que consumía tanto oficiales como
tropa a un ritmo que no se podía permitir la Confederación.
458 Creadores de la Estrategia Moderna

50.Ver el resumen del autor de este capítulo en The American Way of War'', 74-76.
51.Lee de Freeman, 2:230, sobre los cálculos de Edward Porter Alexander en Military
Memoirs of a Confederated Critical Narrative (New York, 1907), 171.
52.Number and Losses in the Civil War in America de Thomas L. Livermore (Boston y
New York, 1901), 88-89, 92-94, 96.
53.Civil War Dictionary de Boatner, 140.
54.Numbers and Losses de Livermore, 103.
55.Regimental Losses in the American Civil War, 1861-1865... de William F. Fox (Albany, 1898),
24.
56.Jackson de Henderson, 1:124, no se da ninguna cita.
57.Numbers and Losses de Livermore, 88-89.
58.Civil War Dictionary de Boatner, 140. Ordeal by Fire: An Informal History of the Civil
Warde Fletcher Pratt que en la ed. rev. (New York, 1948) denomina al capítulo 25
sobre Chancellorsville, "una auténtica pieza maestra".
59.Una excelente revaluación de Halleck, junto con una discusión estimulante sobre la
estrategia en general de la Guerra Civil, se encuentra en How the North Won: A
Military History of the Civil War de Herman Hattaway y Archer Jones (Urbana,
Chicago y Londres, 1983). Ver pags. 54-57, 76-77, 143-50, 205-12, 285-89 y 513-15
sobre Halleck como estratega y en su especial interés sobre la logística.
60.Personal Memoirs of U.S. Grant.... de Ulysses S. Grant, 2 tomos (Nueva York, 1885-86),
1:154, 164-66.
61.Civil War Dictionary de Boatner, 871-77, para un resumen de la campaña; Memoirs
de Grant, 1:325-28, 377, para pérdidas y rendiciones confederadas; Grant and Lee: A
Study in Personality and Generalship de J.F.C. Fuller en la Civil War Centennial Series
(Bloomington y London, 1957), 183, para bajas de la Unión.
62.Memoirs de Grant, 1:154, 164-66.
63.9 de abril de 1864, Ibid, 2:135n; O.R., 33-828. Grant dijo en sus Memoirs: "Poseer al
ejército de Lee era el primer objetivo. Y la captura de su ejército en Richmond el
siguiente" (Memoirs de Grant, 2:141) "Después de la medianoche de 3-4 de mayo, el
ejército del Potomac salió de su posición al norte del Rapidan para comenzar la
memorable campaña destinada a capturar la capital confederada y el ejército que
la defendía" (Ibid, 2:177). En vez de utilizar la palabra "destruir" cuando mandaba
a Sherman contra el ejército de Johnston, Grant decía: "Te propongo que vayas
contra el ejército de Johnston y lo rompas ...." (4 de abril de 1864, Ibid, 131n; O.R.
tomo 32, pt. 3, p. 246).
64.Memoirs de Grant, 2:177-78.
65. Civil War Dictionary de Boatner, 22.
66. 4 de abril de 1864, Memoirs de Grant, 2:131n; O.R., tomo 32, pt. 3, p. 246.
67. 24 de diciembre de 1864, Memoirs de Sherman, 2:227. Para el desarrollo de las ideas
de la estrategia de Sherman entre Sherman, Grant y Halleck, ver Sherman to Halleck
20 de septiembre de 1864 en Ibid, 117-18; Halleck to Sherman 9 de octubre de 1864
en Ibid, 152 y 11 de octubre de 1864 en Ibid, 153-54; Grant to Sherman 1 de
noviembre de 1864 en Ibid, 164; Sherman to Grant 2 de noviembre de 1864 en Ibid,
165; Grant to Sherman 3 de noviembre de 1864 en Ibid, 166.
68. Grant & Lee de Fuller (pub. orig. London, 1933) y The Generalship of Ulysses S. Grant
del mismo autor (New York, 1929).
69. Sherman, Soldier, Realist,a American de Basil H. Liddell Hart (New York, 1929). También
ver Strategy de Hart, 2 ed. rev. (New York, 1967), 149-54, para un análisis alabando
a Sherman, pero criticando duramente a Grant.
70. Sherman dijo de su campaña desde Chattanooga hacia Atlanta: "Ni Atlanta, ni
Augusta, ni Savannah, eran los objetivos, pero el ejército de Jos. Johnston iba a
donde podía" (Memoirs de Sherman, 2:26). Y discutiendo con Grant el plan para la
marcha hacia el mar, Sherman insistió en que lo podía contemplar sólo porque el
ejército confederado rival no era lo suficientemente fuerte como para poner en
peligro la fuerza que Sherman pensaba dejar atrás (2 de Noviembre de 1864, Ibid,
164-65).
La Estrategia Americana desde sus comienzos hasta finales de la Primera Guerra Mundial 459

71.Robert M. Utley desarrolla bien este punto en Frontier Regulars: The United States
Army and the Indian, 1866-1891 de The Macmillan Wars of the United States (New
York y London, 1975), 44-58, y en The Contribution of the Frontier to the American
Military Tradition de The American Military on the Frontier: The Proceedings of the 7th
Military History Symposium, United States Air Force Academy 30 september-1 October
1976ed. de James P, Tate (Washington, DC, 1978), 3-13.
72.Samuel Francis Du Pont: A Selection from His Civil War Letters ed. de John D. Hayes, 3
tomos (Ithaca, 1969), I:ixix-ixxi, 301-302, 304-308; 2:33. Sobre el bombardeo de Fort
Pulaski, ver Fort Pulaski National Monument, Georgia de Ralston B. Lattimore del National
Park Service Historical Handbook SeriesNo. 18 (Washington, DC, 1954), esp. pags. 23-36.
73.Report of the Board on Fortifications or Other Defenses.... 49s Congreso, 1a sesión. House
Exec. Doc., tomo 28, ns 49 (serial 2395, 2396); este informe se ha reeditado como Report
of the Board on Fortifications, 1885 and Plans to Accompany the Report, U.S. House of
Representatives (New York, 1979) en la serie The Amercian Military Experience, de
Richard H. Kohn, ed. asesor. El General Philip H. Sheridan, como comandante
general del ejército, comentó sobre la imposibilidad de un ataque serio por una
potencia de ultramar en Report of the Secretary of War, 1884, p. 49, que se cita en The
Principies of Strategy: Illustrated Mainly from American Campaigns de John Bigelow de The
West Point Military Library (New York, 1968; reed, de la 21 ed., rev., y enl.,
Philadelphia, 1894), 35.
74.Ver The Armies of Asia and Europe (New York, 1878) y The Military Policy of the Unite'
States (Washington, DC, 1904) ambos de Emory Upton. La influencia de Upton,
especialmente la reflejada en las revistas profesionales militares al final del siglo, se
examina a fondo en Towards an American Army: Military Thought from Washington to
Marshall de Russell F. Weigley (New York, 1962), 137-61.
75.Principles of Strategy de Bigelow, esp. p. 225 sobre las marchas de Sherman.
76.Ibid, 225.
77.Ibid, 228.
78.Ibid, 144-47; las marchas de Sherman se consideran en el capítulo 10, Operations
Independently of a Base, pags. 132-51.
79.Ibid, 223.
80.Ibid, 232.
81.Ibid, 263.
82.Borrador de un artículo sobre estrategia de la Primera Guerra Mundial de Tasker H.
Bliss en enero de 1923 (?), p. I, Bliss Papers, Library of Congress, Box 274.
83.Ibid, 16.
84.Ibid, esp. pags. 1-2, 15-16.
85.National Strategy de Lt. Comdr. Holloway H. Frost del United States Naval Institute
Proceedings 51 (agosto, 1925), 1348. Sobre la carrera de Frost, ver A Brief Transcript of
His Service Record in The Battle of Jutland de Holloway H. Frost (Annapolis y London,
1936), v-vi.
86.National Strategy de Frost, 1351-1352.
87.The Principles of War del Coronel de Infantería W.K. Naylor del Curso de Jefes na 12
del Army War College, 1922, pt. I. 5 de enero de 1922, p.6, copia en los Bliss Papers,
Library of Congress, Box 277.
88. The Fundamentals of Military Strategy de Oliver Prescott Robinson (Washington, DC,
1928), 16.
89. The Papers of Dwight David Eisenhower: The War Years de Alfred D. Chandler, Jr., ed., 5
tomos (Baltimore y London, 1970), 1:73; Notes del 22 de enero de 1942.
Philip A. Growl
16. Alfred Thayer Mahan:
El Historiador Naval
16. Alfred Thayer
Mahan: El Historiador
Naval

Henry L. Stimson, al referirse a sus años en Washington como Secretario de la


Guerra (1940-1945), recordaba con resentimiento "la peculiar psicología del
Departamento de la Marina de Estados Unidos, que a menudo parecía abandonar
el reino de la lógica para introducirse en un confuso mundo religioso en el que
Neptuno era su dios, Mahan su profeta y la Marina de los Estados Unidos (Navy)
la única iglesia verdadera"(l). Este profeta que Stimson aludía, había permanecido
hasta entonces olvidado, desde hacía más de treinta años. Había estado la mayor
parte de su vida en servicio activo como oficial de la Navy, y se retiró de Capitán de
Navio en 1896. Después de haber cumplido los cincuenta años de edad fue
cuando emergió de la oscuridad de una tibia carrera naval para lograr el
reconocimiento internacional como historiador, estratega, imperialista y
navalista, codeándose con presidentes, primeros ministros e incluso con la
realeza europea y su nombre se comenzó a venerar en los círculos navales del
mundo entero. Su historia es un ejemplo de la fuerza que tiene la palabra escrita.

Alfred Thayer Mahan nació el 27 de Septiembre de 1840, en West Point,


Nueva York, donde su padre, Denis Hart Mahan, era decano del profesorado y
profesor de ingeniería civil y militar en la Academia Militar de los Estados Unidos.
Su padre fue autor de dos libros militares clásicos, Field Fortifications y An Elementary
Treatise on the Rise and Progress of Tactics y era el responsable de la formación de cientos
de cadetes que, posteriormente, mandarían las tropas de la Unión y las
Confederadas durante la Guerra Civil. La mayor fuente de inspiración en sus
escritos y enseñanzas fue el estratega suizo Jomini, aunque no hay evidencia de
que inculcara ninguna de sus ideas a su hijo mayor, que un día se convertiría en el
más profundo conocedor de Jomini en América. Tal vez la falta de influencia del
padre sobre el hijo, se debió a que en realidad tuvo pocas oportunidades para
hacerlo, ya que a los doce años, Alfred fue enviado a St. James School en
Hagerstown, Maryland, y en 1854 ingresó en el Columbia College en la ciudad
de Nueva York, donde residió durante dos años en casa de su tío, Milo Mahan,
profesor de historia
464 Creadores de la Estrategia
Moderna

de historia eclesiástica en el General Theological Seminary. Hasta su muerte en 1870,


este sacerdote de la iglesia Episcopal Anglo-Católica, historiador religioso, fue el asesor
espiritual de su sobrino y tuvo una decidida influencia en sus profundas convicciones
religiosas, especialmente en sus puntos de vista sobre la historia como la manifestación de
un plan elaborado por Dios (2).
Después de dos años en Columbia, el joven Mahan, en contra de la opinión de su
padre, ingresó en la Academia Naval en Annapolis, Maryland, y tres años más tarde, en
1859, se graduó con el número dos de su promoción. Tuvo más enemigos que amigos
entre sus compañeros y así comenzó una carrera solitaria y mal adaptada en la Navy; era
una figura huraña y solitaria en una profesión que daba un gran énfasis a los aspectos
sociales y a la camaradería. Sin embargo, Annapolis le proporcionó su primera experiencia
con buques a vela, un tipo que desaparecería pronto con su conversión a vapor. Sobre el
tiempo en que estuvo destinado en el USS Plymouth, una fragata de tres palos, escribió:
"Con un fuerte viento, cuando el buque está totalmente escorado, hay una especie de
deleite insensato que nunca lo había experimentado antes"(3). Veintiséis años después,
a borde del crucero a vapor más moderno de la Navy, el USS Chicago, se lamentaba:
"Había olvidado lo desagradable que es un barco y que suelen ser locos los que están en él"
(4). Posteriormente, cuando se dedicó a escribir sobre historia naval, su admiración por los
grandes buques a vela de su juventud, inspiraría el gran cariño que le dispensaba a las
tácticas navales de la época de los veleros. Por el contrario, su aversión a los
humeantes, ruidosos y pesados buques de vapor, hizo que siempre tratara de evitar
destinos a bordo, dedicándose a escribir libros y artículos desde su despacho en tierra
firme.
Dos años después de salir de la Academia Naval, comenzó la Guerra Civil, que para
Mahan sólo significó realizar numerosas y aburridas patrullas por las costas
Confederadas. Durante un corto período de tiempo fue nombrado instructor de la
Academia Naval, que temporalmente había sido trasladada a Newport, Rhode Island,
y allí estuvo a las ordenes de Stephen B. Luce, que posteriormente sería su protector. Al
final de la guerra, Mahan tenía veintiséis años y era Capitán de Corbeta, una grado
demasiado alto como para pedir el retiro. A pesar de las dudas, decidió seguir en la Navy
y, en los siguientes veinte años en los que llegó al empleo de Capitán de Fragata, estuvo
destinado en astilleros, en el Estado Mayor de la Academia Naval (que volvió de nuevo a
Annapolis) y a bordo de un barco en misiones a lo largo de la costa oeste de
Sudamérica. Mientras estaba al mando de una antigua fragata a vapor, USS Wachusett,
por las costas de Perú, recibió una oferta de Luce para incorporarse al Naval War
College, que se fundaría en breve, al mando de Luce, en Newport. La mejor acreditación
de Mahan para ese puesto era el ser autor de un libro sobre historia naval en la Guerra
Civil titulado The Gulf and Inland Waters, publicado el año anterior. Apenas leyó el
ofrecimiento de Luce sobre su próximo trabajo, cuando, nostálgico por volver a tierra y
cansado de su trabajo a bordo de aquel buque, el 4 de Septiembre de 1884, le
contestó: "Si, estoy encantado de aceptarlo" (5).
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 465

Después de un fatigoso viaje de regreso en el Wachusett, seguido de un


invierno de intensos estudios en la ciudad de Nueva York, el nuevo historiador se
incorporó a su trabajo en Newport en el verano de 1886. Para entonces, Luce fue
destinado de nuevo a un buque y se encontró con que, recién ascendido a
Capitán de Navio, tuvo que hacerse cargo de las cátedras de historia y estrategia,
además de ser el presidente del Naval War College de los Estados Unidos. Este fue
el hecho que más repercusiones tuvo en su vida. El nuevo destino fue el trampolín
para su nueva carrera de historiador, estratega, publicista y, como ha sido
reconocido en todo el mundo, "el evangelista del poder naval" (6).
Cuando se hizo cargo del antiguo edificio del hospicio que se convertiría
posteriormente en primera escuela de guerra naval del mundo, el nuevo presi-
dente se encontró con un panorama desolador ya que con los únicos medios que
contaba era con unas sillas y pupitres prestados y un cuadro de la batalla de
Trafalgar, que era su batalla naval favorita. La primera promoción estaba com-
puesta por ocho Tenientes de Navio y la siguiente por veinte, todos ellos desti-
nados en Newport durante unos tres meses que duraba el curso y la mayoría de
ellos en contra de su voluntad. Mahan enseñaba historia naval y estrategia; sus
escasos colaboradores instruían en tácticas y estrategia terrestre, leyes interna-
cionales, logística, artillería naval, importancia estratégica del Caribe e higiene
naval (7). Sin embargo, la mayor parte de las energías del nuevo presidente las
dedicaba en conseguir muebles, libros y el equipamiento necesario, así como en
encontrar dinero para pagar el carbón de la calefacción y luchando contra todo
tipo de presiones que pretendían que el nuevo centro fuera absorbido por la
cercana Base Naval de Torpedo, o trasladarlo a Annapolis, o incluso cerrarlo. Al
mismo tiempo, intentó recopilar sus primeras clases en un libro y en 1890 quedaron
plasmadas en el conocido The Influence of Sea Power upon History, 1660-1783. Por
entonces, el Departamento de Navegación le volvió a reclamar para un destino
en un buque. El jefe de dicho departamento, el Comodoro Francis M. Ramsay
dijo que "escribir libros no era el trabajo de un oficial de la Navy", una frase que
fue ridiculizada en los años posteriores, pero que el propio Mahan la aceptó
como un hecho irrebatible (8). Dentro de la Navy había una fuerte oposición a la
escuela y no necesariamente por animadversión hacia Mahan, como él
sospechaba. En una época de rápidos cambios tecnológicos, muchos oficiales
consideraban que maniobras como las que Nelson realizó en Trafalgar resultaban
arcaicas y sin ningún valor actual. Para todos ellos, el énfasis que daba Mahan a la
historia resultaba una actitud reaccionaria o, peor aún, sin ningún valor práctico.
Su respuesta era que nada sería más práctico para un oficial naval que "el
establecimiento de los principios y métodos por los que se puede conducir una
guerra para obtener las máximas ventajas, a través del estudio de la historia" (9).
466 Creadores de la Estrategia
Moderna

Al menos por el momento, el tema de su destino a un buque fue resuelto a


favor de Mahan. Estuvo como presidente del Naval War College en dos ocasiones
(1886-1889 y 1892-1893) y después se hizo cargo del mando del USS Chicago; para
entonces los cursos de Newport habían alcanzado ya un reconocimiento en la
Navy y las lecciones que dejó escritas Mahan, se leían en alto en cada curso. Esta
curiosa práctica provocó que el Comodoro Ramsay dijera que a pesar de apreciar
el valor de los libros de Mahan "parece estúpido enviar allí oficiales para que se los
lean"(10). El poco entusiasmo de Ramsay no era compartido en Gran Bretaña,
donde The Influence of Sea Power upon History, 1660-1783 había sido recibido con
entusiasmo. Cuando Mahan atracó con el Chicago en Southampton, a finales de
julio de 1893, se encontró con un gran recibimiento. En el viaje del año siguiente
tuvo una entrevista con la Reina Victoria; su nieto, el Kaiser Wilhelm II; el
Príncipe de Gales (que después sería el Rey Eduardo VII); el Primer Ministro,
Lord Rosebery; el Barón Rothschild; y el Royal Navy Club, siendo el primer
extranjero que recibía ese honor. Las universidades de Oxford y Cambridge le
condecoraron con títulos honoríficos; y el Times de Londres le calificó como "el
nuevo Copérnico". Por supuesto, los ingleses estaban complacidos de que un
autor americano hubiera aplaudido, aunque fuera hipócritamente, la grandeza
del imperio de su país, y lo estuvieron aún más tras la aparición en 1892 del
segundo-libro de Mahan, The Influence of Sea Power upon the French Revolution and
Empire, 1793-1812. Sobre esta obra, compuesta por dos volúmenes, el historiador
naval John Knox Laughton escribió que era "una espléndida apoteosis del coraje,
perseverancia y habilidad de la fuerza inglesa" (11). Tales adulaciones
contribuyeron a suavizar el sentimiento de una nación que había comenzado a
tener conciencia de que la era de la "Pax Britannica" estaba comenzando a
declinar.
De vuelta en los Estados Unidos, Nahan volvió a dar clases en el Naval War
College en 1895 y 1896, año en el que se retiró del servicio activo. A partir de
entonces, pudo dedicarse por completo a sus escritos, por lo que obtuvo unas
importantes cantidades de dinero. Toda su obra está contenida en veinte libros y
137 artículos que normalmente eran requeridos por los editores de periódicos
como el Atlantic Monthly, Forum, North American Review y Century Magazine.
Algunos de ellos fueron publicados en formato de libro. Las otras publicaciones
incluyen cinco historias navales, dos historias de la Guerra de los Boers, tres
estudios biográficos y una autobiografía. Le fueron concedidos títulos honoríficos
por las universidades de Harvard (1896), Yale (1897), Columbia (1900), y McGill
(1909) y por el Dartmouth College (1903). La American Historical Association le
eligió presidente en 1902. Tampoco faltaron los reconocimientos oficiales.
Cuando estalló la guerra contra España en 1898, Mahan fue llamado por el Naval
War Board, recientemente creado, como asesor estratégico del Secretario de la
Navy y del Presidente. En 1899 fue designado como miembro de la delegación
americana en la primera Conferencia de Paz en La Haya. Según el presidente de
la delegación, Andrew D. White, sus puntos de vista fueron "un excelente tónico
que evitaron caer en los sentimentalismos" (12).
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 467

A partir de entonces, y a pesar de que su fama iba en aumento, fue llamado en


pocas ocasiones para prestar un servicio público. Su viejo amigo, el Presidente
Theodore Roosevelt, le nombró miembro de varios equipos que estudiaban la
reorganización de la Navy, pero no llegaron a ningún resultado. En 1906, el
Congreso aprobó que todos los Capitanes de Navio retirados que hubiesen estado
en servicio durante la Guerra Civil, fueran promovidos a Contraalmirantes,
aunque permanecerían en la escala de los retirados. Mahan aceptó el ascenso
aunque conservó el título de "Captain". Con el comienzo de la Primera Guerra
Mundial, dedicó de nuevo su pluma a defender y elogiar la causa de Inglaterra. El
6 de agosto de 1914, por orden del Presidente Woodrow Wilson, todos los
oficiales, en activo o retirados, fueron obligados a abstenerse de expresar ningún
tipo de comentarios en público sobre la guerra. Mahan expresó su opinión al
Secretario de la Navy, Josephus Daniels en los siguientes términos: "Personal-
mente, a los 74 años, me encuentro amordazado en un momento en el que mis
investigaciones de más de treinta y cinco años podían ser utilizadas por el público"
(13). No sirvió de nada. No podía haber excepciones a la regla, incluso en el
caso del estratega e historiador naval más galardonado del mundo. Tres meses y
medio más tarde, el 1 de diciembre de 1914, murió de un fallo cardíaco en el
Hospital Naval de Washington.

II

La reputación de Mahan como historiador se debe fundamentalmente a sus


dos libros, The Influence of Sea Power upon History, 1660-1783 y The Influence of Sea Power
upon the French Revolution and Empire, 1793-1812, publicados en 1890 y 1892,
respectivamente. Los dos libros suman más de 1300 páginas y están dedicados
principalmente a la historia naval de Gran Bretaña desde 1660 a 1812, con una
omisión de los años 1784-1793. Tratan de la narración de las batallas navales
contra Holanda, España, Dinamarca y, sobre todo, contra Francia, así como de los
acontecimientos políticos que las provocaron y las consecuencias políticas,
económicas y militares que se derivaron de ellas. Aunque estos trabajos fueron
escritos originalmente como lecciones para el Naval War College, es evidente
que Mahan confiaba en que fueran publicadas en formato de libro (14).
La idea original de la instrucción de los oficiales navales en historia marítima
fue del Comodoro Luce cuando era el primer presidente del Naval War College.
Aunque ha desaparecido la carta que le escribió a Mahan en 1884 ofreciéndole
trabajar con él, la esencia de la misma se puede extraer de su artículo en el United
States Naval Institute Proceeding del año anterior. En él, Luce afirmaba que un oficial
naval debería "profundizar en el estudio filosófico de la histo ría naval, siendo
capaz de examinar las grandes batallas navales del mundo con la sangre fría de un
crítico profesional, y reconocer donde se han aplicado los principios básicos de la
ciencia
468 Creadores de la Estrategia
Moderna

ciencia de la guerra, o donde se han despreciado para seguir unas supuestas reglas
del arte de la guerra que han conducido a la derrota y al desastre" (15).
Posteriormente, ante los estudiantes del War College, Luce insistiría: "Ahora la
historia naval posee abundantes materiales para convertirse en una ciencia... no
hay duda de que las batallas del pasado proporcionan un conjunto de hechos
suficientes para la formulación de leyes o principios que, una vez establecidos,
elevarían a la guerra marítima a la categoría de ciencia... por el método
comparativo" (16). Para Luce, "el método comparativo" quería decir que existían
unas analogías entre la guerra terrestre y la naval, entre la "ciencia" militar y la
naval, y entre el pasado y el presente. En resumen, consideraba que el pasado era
muy útil: "la historia enseña las lecciones en forma de principios fundamentales".
Este era el ambiente que existía en el Naval War College, cuando Mahan
aceptó enseñar en él. Sus conocimientos sobre la materia se debían a la lectura
casual de obras de John Lothrop Motley, Leopold von Ranke, Frangois Pierre
Guillaume Guizot, y Robert Cornelis Napier. Mientras su buque estaba atracado
en el puerto de Callao, en otoño de 1884, visito el club inglés en Lima y allí
encontró una copia del libro "The History of Rome" de Theodor Mommsen. Lo
leyó con atención y posteriormente escribió: "De repente me cautivó... qué dife-
rente podría haber sido todo si Aníbal hubiera invadido Italia por mar... o si
después de la llegada, hubiera contado con buenas comunicaciones con Carta-go
por el mar" (17). Esta podía ser la clave por la que suben y caen los imperios: el
control del mar o la falta del mismo. De vuelta en la ciudad de Nueva York,
indagó en otras obras como algunas historias navales de Sir George Augustus
Elliot, Sir John Montague Burgoyne y Sir Charles Ekins; el Journal of the Royal United
Service Institution; Histoire de la Marine Fran faise de Leonard L. La Peyrouse Bonfils; y A
Popular History of France from the First Revolution to the Present Time de Henri Martin (18).
Por último, a finales de enero de 1886, seis meses antes de comenzar a dar clases,
volvió a estudiar a Jomini (19). De él aprendió que "pocos, muy pocos"
principios de la guerra terrestre se podían aplicar por analogía a la guerra en el
mar (20). Pero según el propio Mahan, no debía a ninguna de estas fuentes su
inspiración. Mientras estaba destinado en el Wachusett, llegó al convencimiento
de que "el control del mar era un factor histórico que no había sido nunca
apreciado ni tenido en cuenta". El declaró que "una vez formulado, este
pensamiento se convirtió en el centro de todos mis escritos durante más de
veinte años... Esto no se lo debo a nadie" (21).
Como lo dejó expresado en la introducción del primero de sus libros, el
objetivo de Mahan era 'Valorar el efecto del poder naval a lo largo de la historia y
en la prosperidad de las naciones" (22). El término poder naval había sido de su
invención y, como posteriormente reconoció, lo había utilizado para "llamar la
atención" (23). Desafortunadamente, él evitó darle una definición precisa.
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 469

Según aparece a lo largo de sus obras, se le pueden aplicar dos significados: 1) control
del mar mediante la superioridad naval; y 2) la combinación del comercio marítimo,
posesiones en ultramar y el acceso privilegiado a mercados exteriores que produce riqueza
y grandeza a la nación. Estos dos conceptos están, naturalmente, superpuestos. Con el
primero en mente, Mahan afirmaba que "el poder naval dominante haría desaparecer al
enemigo de una determinada zona marítima, o le permitiría aparecer en ella únicamente
como si se tratara de un fugitivo". El segundo significado quedaba establecido de forma
más sucinta: "1) Producción; 2) Buques; 3) Colonias y mercados. En una palabra, poder
naval" (24). Sin embargo, el lector quedaba a menudo en la duda de a cual de los dos
significados se refería el autor en un momento determinado. El propio Mahan le dio un
nuevo sentido cuando escribió: "Este maravilloso y misterioso poder es un complejo
organismo, dotado de vida propia, que recibe e imparte impulsos continuamente y que se
mueve y entrelaza en mil corrientes con una infinita flexibilidad". Lo que había detrás de
ese poder estaba claro en la mente del autor: "la demostración de una voluntad
permanente de conseguir fines aún no bien definidos"; en el pasado "sólo se pretendía un
fin, es decir, el predominio marítimo de Gran Bretaña" (25).
"El predominio marítimo de Gran Bretaña", el ejemplo supremo de cómo actúa el
poder naval, es el tema principal de las dos obras principales de Mahan. La idea central es
simple: en cada fase del prolongado enfrentamiento entre Francia e Inglaterra, desde
1688 a la caída de Napoleón, el control del mar mediante el dominio naval o la falta de
él, determinó el resultado. Así, en la Guerra de la Liga de Habsburgo (1688-1697), el
error de Luis XIV al no proporcionar el apoyo naval necesario para contrarrestar la
invasión de Irlanda por el rey inglés Jaime II, junto con "la gradual desaparición de las
grandes flotas francesas de los océanos", llevaron a la Paz de Ryswick que "fue claramente
perjudicial para Francia" (26). La Guerra de la Sucesión Española (1703-1713), aunque se
desarrolló principalmente entre ejércitos dentro del continente europeo, finalizó con
una gran ventaja para Inglaterra, quien "había sufragado esa guerra e incluso había
enviado sus tropas, pero al mismo tiempo se dedicó a reconstruir su marina,
fortaleciéndola, ampliándola y protegiendo su comercio y sus enclaves marítimos; en una
palabra, estableciendo su poder naval sobre las ruinas de sus rivales" (27). Una vez más, en
la Guerra de los Siete Años (1756-1763) el poder naval impuso el resultado, aunque no
directamente, "sino de forma indirecta, mediante los préstamos que la gran riqueza de
Inglaterra le permitía dar a Federico el Grande... y, además, por las graves dificultades
que provocó en Francia los ataques ingleses a sus colonias y a las mismas costas de la
metrópoli, con lo que su comercio fue destruido casi por completo... por lo que Francia se
vio obligada a invertir gran cantidad de dinero en su marina"(28). Al igual que en la
Guerra de la Independencia Americana, su resultado se debió al control del mar, es decir,
"a que el poder naval estaba en manos de Francia", frustrando la confianza de Lord
Cornwallis en la Royal Navy (29).
470 Creadores de la Estrategia
Moderna

El triunfo definitivo del poder naval, tanto en su aspecto militar como en el


económico, fue la derrota de Napoleón. Antes de la famosa victoria de Trafalgar (19 de
octubre de 1805), mientras Bonaparte estaba organizando una fuerza expedicionaria en
Boulogne para un desembarco anfibio en Inglaterra, la marina inglesa "era algo muy
lejano, compuesta por viejos buques que serían incapaces de bloquear al gran ejército".
Después de Trafalgar, el poder naval fue "una imperceptible presión sobre los puntos
vitales de Francia que interrumpió los recursos franceses y los destruyó, como cae una
fortaleza por el bloqueo". Según Mahan, el bloqueo naval produjo el estrangulamiento
económico de Francia, lo que forzó a Napoleón a tomar medidas de represalia contra las
posesiones y buques ingleses que se encontraban en los puertos europeos. Este status
continental produjo tales privaciones en Europa que el Zar Alejandro I se vio obligado a
abrir sus puertos, a pesar de la oposición del emperador francés, quien posteriormente
intentó invadir Rusia y fue lo que provocó su caída. Los hombres de estado ingleses
"aseguraron el triunfo de su país, no por el intento de llevar a cabo grandes operaciones
militares, sino por el control del mar y, a través del él, del mundo" (30).
Posteriores generaciones de historiadores han encontrado importantes fallos en
este análisis, principalmente debido a su excesiva simplificación (31). En primer lugar, las
teorías de Mahan acerca de la influencia del poder naval en la historia, no tienen en
cuenta el auge de imperios tan poco marítimos como Rusia, el Austro-Húngaro,
Turquía bajo el Imperio Otomano, y Alemania en la era de Bismark. Para explicar las
victorias de Inglaterra sobre Francia desde 1688 a 1815, se deben tener en cuenta otros
muchos factores. Sin duda, dominar los mares era un aspecto crítico, pero las
operaciones militares de Inglaterra y sus aliados en el continente europeo, eran
terrestres. Por ello, es preciso considerar los grandes éxitos diplomáticos ingleses al
manipular el equilibrio de fuerzas contra Francia, organizando y apoyando coaliciones
entre sus vecinos continentales.
En la Guerra de la Liga de los Habsburgo, por ejemplo, Inglaterra envió un reducido
ejército al otro lado del Canal y subvencionó grandes contingentes de tropas holandesas y
alemanas, lo que "supuso una larga y costosa sangría para Francia y obligó a Luis XIV a
firmar la paz en 1697" (32). En la Guerra de Sucesión Española, las victoriosas campañas
terrestres del Duque de Marlborough y el Príncipe Eugenio de Savoya, fueron
determinantes. De la misma manera, el ingenio militar de Federico el Grande no puede
considerarse como un producto de la aportación económica inglesa, al ser ésta posible
por los beneficios obtenidos de la supremacía marítima. Según Gerald S. Graham, "no
existen evidencias de que el haber impedido el comercio colonial (por la Marina inglesa),
alterara la posición estratégica de Francia en el continente. La pérdida del dominio
del mar supuso una disminución de los recursos y de la potencia de Francia, pero no
llegó nunca a niveles peligrosos. No hubo una estrangulación de Francia por el poder
naval inglés" (33). En la Guerra de Independencia
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 471

Americana, a pesar de la importancia de la intervención naval francesa en la Bahía de


Chesapeake, frente a Yorktown, en palabras de Paul M. Kennedy, "el poder naval fue
insuficiente para sofocar la rebelión americana" (34). Dada la naturaleza de la resistencia,
las dimensiones del país, sus pobres comunicaciones, las cargas financieras impuestas por la
metrópoli y la oposición política a la guerra que existía en ella, resulta muy dudoso que los
acontecimientos de Yorktown fueran determinantes en el resultado de la revolución.
Quizás más importante fue que en este caso, y al contrario que en las otras cinco guerras
anglo-francesas entre 1688-1815, Francia no tenía enemigos continentales que distrajeran
su atención, por lo que pudo prestar apoyo financiero y militar a los colonos rebeldes.
Respecto a las Guerras Napoleónicas y a la gran importancia que daba Mahan a
Trafalgar, es preciso puntualizar que Bonaparte había abandonado sus planes de atacar
Inglaterra a través del Canal antes de esa batalla, no después. Por otra parte, sus grandes
victorias en Ulm, Austerlitz, Jema y Wagran, tuvieron lugar entre 1805 y 1809, cuando era
patente la primacía británica en el mar; además, fue durante esos años cuando el
emperador francés poseía un dominio casi total sobre Europa. Tampoco fue el sistema
continental el único responsable de las hostilidades franco-rusas en 1812, sino que existían
otros factores que Mahan no mencionó: la marcada francofobia de la mayoría de la
aristocracia rusa, el resentimiento de Napoleón al ver frustadas sus esperanzas de casarse
con la hermana del Zar y, tal vez lo más importante, la rivalidad de ambos países por el
control de Polonia (35). A lo largo de su obra, Mahan omitió hacer ninguna
consideración sobre la desastrosa campaña de Bonaparte en Rusia, sobre la Guerra de
Liberación, la batalla de Leipzig, donde los franceses perdieron alrededor de 300.000
hombres y, por supuesto, la catástrofe final en Waterloo. En todos estos casos, fue el
choque entre ejércitos, y no entre buques, lo que decidió el posterior curso de la historia.
En resumen, Mahan fue en gran parte culpable de lo que David Hackett Fischer
denomina "la falacia que reduce la complejidad a la simplicidad, o la diversidad a la
uniformidad, al confundir los caracteres de necesario y suficiente en una misma causa"
(36). El poder naval fue una causa necesaria, quizás incluso la más importante, del triunfo
de Inglaterra sobre Francia en los siglos XVII y XVIII, pero no fue suficiente. El error de
Mahan como historiador fue producto de la metodología que empleó: comenzó sus
trabajos sin perder de vista sus propias convicciones; esto hizo que las conclusiones
estuvieran definidas de antemano; y así, buscaba hechos que le sirvieran como ilustración
o prueba.
Es preciso resaltar que por parte del historiador, no había ninguna pretensión de ser
objetivo desde un punto de vista extrictamente científico, ni tampoco obtener
conclusiones después de haber investigado profundamente los hechos. En 1902,
siendo presidente de la American Historical Association, afirmaba que la historia escrita
consistía en "un conjunto de detalles subordinados alrededor de una idea central"; que a
algunos hechos
472 Creadores de la Estrategia
Moderna

hechos "no merecía la pena dedicarles demasiado esfuerzos"; que "la búsqueda de la
certeza plena podía conducir a la falta de decisión"; y que "los hechos hay que tomarlos en
su conjunto y siempre subordinados al tema central"(37). Esto último coincide con la
conocida frase de Humpty Dumpty sobre la adecuada relación entre las palabras y
quien las utiliza: "La cuestión es... qué es lo importante, eso es todo". En cualquier caso,
esta forma de pensar está muy lejos de la aspiración de Leopold von Ranke en el sentido de
que "se debe mostrar solamente lo que realmente pasó".

III

"Todos están de acuerdo en que si las marinas existen para proteger el comercio, la
consecuencia inevitable es que, en guerra, su objetivo debe ser privar a su enemigo de ese
gran recurso, por lo que los beneficios que caben esperar de la utilización a gran escala de
operaciones militares terrestres, no se pueden comparar con los que se obtendrían con la
protección del comercio propio y la destrucción del enemigo". Estas palabras fueron
escritas por el Capitán Mahan en uno de sus primeros artículos en 1890 (38). Aunque a
veces era partidario del empleo de las marinas para la defensa adelantada de las costas,
estas ideas constituyen la base del pensamiento estratégico de Mahan. Posteriormente,
escribió, "la paralización del comercio obliga a pedir la paz". Las guerras se ganan desde el
mar, por el estrangulamiento económico del enemigo, puesto que "el poder naval
dominante hará desaparecer al enemigo de una determinada zona marítima, o le
permitirá aparecer en ella únicamente como si se tratara de un fugitivo." De la misma
manera, las guerras se pierden si no se puede evitar la estrangulación del propio país. El
control del comercio marítimo a través del control del mar es la función principal de las
marinas (39).
En opinión de Mahan, ésta fue la lección más importantes de la historia y que estuvo
avalada por el triunfo de Inglaterra sobre sus enemigos continentales durante un siglo y
medio de guerras intermitentes. Pero ¿las estrategias utilizadas por los almirantes en la era
de los buques a vela eran aplicables en la era del vapor? "¿La experiencia adquirida en los
buques de madera, con sus grotescos cañones, era útil en la marina del momento?" (40).
No había evidencia práctica. La única experiencia al respecto fue la batalla de Lissa, en
julio de 1866, donde se enfrentaron por primera vez buques de guerra a vapor (41).
Puesto que no había antecedentes, y por su propia inclinación, Mahan se dedicó a la
búsqueda de aquellas analogías que revelaran las verdades fundamentales y permanentes
de la guerra, aquellas que "nos enseña la historia y que, al ser constantes, tienen una
aplicación de carácter universal y, por ello, pueden elevarse a la categoría de principios
generales" (42). Dichos principios, aplicados a las operaciones terrestres, habían sido ya
enunciados por Jomini. Luce había impulsado la adopción del "método comparativo" es
decir, "recurrir a las conocidas reglas del arte militar y tratar de aplicarlas a las
operaciones
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 473

operaciones de la flota"(43). Mahan prometió a Luce "mantener la analogía entre la


guerra terrestre y la naval" (44). Para ello, volvió a inspirarse en Jomini.
El gran estratega suizo escribió veintisiete volúmenes de historia militar, abarcando
las guerras de Federico el Grande, la Revolución Francesa y las Napoleónicas; en estas
obras existían numerosos datos para ilustrar las analogías entre las operaciones terrestres y
las navales. Sin embargo, Mahan no disponía del tiempo suficiente como para investigar
en profundidad estos aspectos antes de preparar sus conferencias en el War College. En la
obra The Art of War encontró un resumen de los principios fundamentales que estaba
buscando. De ellos, el más importante fue el principio de la concentración, que Jomini
recalcaba con cuatro máximas: 1) Realizar movimientos estratégicos en masa, y de forma
sucesiva, sobre los puntos decisivos del teatro de la guerra y sobre las comunicaciones del
enemigo, de la forma más intensa posible, evitando los riesgos propios. 2) Maniobrar para
entablar batalla con fracciones del ejército hostil frente al grueso de las fuerzas propias. 3)
En el campo de batalla, lanzar el grueso de las fuerzas contra el punto decisivo, o contra
una parte de las líneas enemigas que sea muy importante su destrucción. 4) Es preciso
tener en cuenta que las fuerzas propias, no sólo deben actuar en el punto decisivo, sino
que deben hacerlo en el momento adecuado y con la energía necesaria. (45).
Jomini, como Clausewitz, daba a veces énfasis al "carácter decisivo de las posiciones
geográficas favorables", pero consideraban que el objetivo estratégico primario de las
operaciones militares era el ejército enemigo. Jomini escribía, "el ejército en ofensiva
debe esforzarse en paralizar al ejército enemigo mediante la selección como objetivos de
sus puestos claves de maniobra; una vez conseguido esto, los siguientes objetivos serán
puntos geográficos importantes". Quedaba el problema de la elección de las operaciones
a realizar para lograr el fin de "actuar sobre el punto decisivo... con el máximo posible de
fuerzas". Esta elección dependía sobre todo del despliegue enemigo sobre el campo de
batalla, pero en el caso de que éste hubiese dividido sus fuerzas, cada fracción de ellas
debería ser atacada de forma sucesiva, utilizando la mayor parte de las fuerzas propias,
mientras que sería necesario enviar "unas fuerzas de observación", con el fin de paralizar
momentáneamente a las demás fracciones. La mejor forma de llevar a cabo este tipo de
maniobra es desde una posición central a lo largo de las "líneas interiores"(46).
Aunque el tema era demasiado complejo como para poder reducirlo a una simple
máxima o principio, Jomini dio una gran importancia a la logística, en el más amplio
sentido de este término, que incluía una gran cantidad de funciones militares de apoyo,
como el aprovisionamiento de las tropas, el suministro de municiones, los servicios
médicos y las líneas de comunicaciones entre los distintos componentes de un ejército y
entre la base de operaciones y el teatro de la guerra (47).
474 Creadores de la Estrategia
Moderna

Mahan utilizó los tres elementos del arte de la guerra de Jomini (el principio
de la concentración, el valor estratégico de la posición central y de las líneas
interiores, y la íntima relación entre la logística y el combate), para establecer su
propio concepto de estrategia naval. Al contrario que Jomini, Mahan no era
sistemático. Sus ideas sobre estrategia están diseminadas en sus historias navales,
biografías y artículos en periódicos. No obstante, las había recopilado para las
conferencias que dio en el Naval War College en 1887; posteriormente, volvió a
impartir estas mismas conferencias y, en ocasiones, otro oficial las leía a los
alumnos. En 1911 fueron publicadas en un libro con el inoportuno título de
Naval Strategy: Compared and Contrasted with the Principles and Practice of Military Operations
on Land.
Al igual que Jomini, Mahan insistía en que la concentración era "el principio
clave" de la guerra naval. "Como la A y la B de los griegos, que da a su nombre al
conjunto de su alfabeto y del nuestro, la concentración reúne en sí misma
todos los otros factores, el alfabeto completo, de la eficacia militar en guerra". En
su opinión, esto era verdad tanto en las tácticas como en la estrategia naval. El
consideraba que la línea entre ambas era el punto de contacto de las fuerzas
oponentes, es decir, "cuando las flotas entran en colisión". En cualquier caso,
tanto si se trata de un despliegue estratégico como de una maniobra táctica, la
línea de acción adecuada debe ser "distribuir las fuerzas propias de manera que
sean superiores a las del enemigo en un cuarto, mientras que por otra parte, se
pueda mantener al resto del enemigo lo suficientemente alejado para permitir
que el grueso de fuerzas propias pueda alcanzar plenamente su objetivo". En esto
reside la principal ventaja de una posición central como la que tenía Inglaterra
frente a sus enemigos continentales: hacer posible una ofensiva naval desde el
centro a lo largo de las líneas interiores, y permitir al atacante mantener al
enemigo disgregado y en condiciones de inferioridad, al concentrar el esfuerzo
sobre una parte y contener a la otra". (48).
Pero la posición central es "complementaria, no principal... Sirve de poco
mantener una posición central si el enemigo en ambos lados es más fuerte. En
resumen, es la potencia más la posición lo que constituye una ventaja respecto a la
potencia sin posición. Los únicos elementos determinantes en la guerra naval son
las flotas combatientes" (49).
Respecto a disponer de una marina "con un reducido número de buques
grandes o tener más de tamaño mediano", no había una postura definida (50).
Pero no había duda de que para tener capacidad de decisión, una marina debía
estar compuesta principalmente por acorazados, que en el léxico de Mahan sig-
nifica buques de batalla blindados (51). Tampoco debería existir ninguna duda
de que "la máxima potencia ofensiva de la flota, y no la máxima potencia de un
sólo buque, es el verdadero objetivo en la construcción de los buques". (52). A
esto hay que añadir la tantas veces citada frase de Mahan: "¡No dividir jamás la
flota!". Si el Naval War College "no hubiera servido más que para que los oficia- les
navales llegaran al profundo
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 475

llegaran al profundo convencimiento del disparate que supone dividir la flota, tanto en paz
como en guerra, sería suficiente para justificar su existencia y los costos de su
mantenimiento" (53).
Si el fuego concentrado de la flota es el medio principal por el que se impone el poder
naval, el objetivo prioritario de dicho fuego debe ser la flota enemiga. En ningún otro
punto Mahan se muestra tan enfático: "El único resultado particular que constituye el
objetivo de toda acción naval es la destrucción de la fuerza enemiga y el establecimiento
del control propio de las aguas". Una vez más afirma que "el control del mar, al reducir la
presencia de buques enemigos, es el factor determinante en una guerra naval" (54).
Por todo ello, tanto desde el punto de vista estratégico como táctico, los buques
deben utilizarse de forma ofensiva. Según Mahan, "en la guerra naval, la defensa de las
costas es el factor defensivo, la marina el ofensivo". Farragut opinaba que "la mejor
protección contra el fuego enemigo es el fuego certero de nuestros cañones". El gran
error de los franceses en el siglo XVIII fue que "emplearon su flota siempre, y de forma
deliberada, en acciones defensivas". Tácticamente, eso significaba que cedían la iniciativa
a los ingleses, es decir, y utilizando términos marineros, estos últimos se colocaban a
barlovento, la posición más favorable para entablar combate en el mar o para evitarlo.
Estratégicamente, quería decir que se depositaba toda la confianza en la guerra de corso,
definida como "el uso de pequeños buques para atacar a los mercantes en vez de enviar
grandes flotas contra el enemigo", una práctica que para Mahan "significaba el abandono
de cualquier intento de controlar los mares" (55).
Dada la importancia que concedía al comercio marítimo, Mahan daba un gran valor
al hecho de negarlo al enemigo. "La angustia y la miseria provocada por una fuerte
interferencia del comercio de un país, será acusada en todos lo estamentos del mismo".
Pero más adelante añadía que "hacer de la destrucción del comercio la causa primaria y
fundamental, y creer que será suficiente por sí misma para anular a un enemigo, es
probablemente un espejismo, tal vez el más peligroso espejismo". El ataque a los buques
mercantes enemigos no era la forma de minar sus recursos, ni de estrangular su economía.
Eso sólo se podía conseguir al derrotar, o en su caso inmovilizar, a las fuerzas navales
enemigas. Entonces, el mar se convertiría en una zona inhóspita para la navegación mer-
cante. Para lograr el éxito total, el bloqueo debe afectar tanto a los buques mercantes
como a los de guerra y deben ser obligados a permanecer en sus puestos. Pero cuando los
buques enemigos logran escapar del bloqueo, deben ser localizados y destruidos. Como
dijo Jomini, el principio fundamental de la guerra era lanzar las fuerzas propias sobre el
punto decisivo del teatro de la guerra y hacer que esto se produzca "en el momento
adecuado y con la energía necesaria" (56).
Pero Jomini también prestaba una gran atención a la logística. Por razones no muy
bien conocidas, Mahan se inclinó más hacia la palabra "comunicadones". Como en el
caso del poder naval, utilizó esta expresión muy profusamente. Por una parte, definió las
comunicaciones como "un término genérico que designa las líneas de movimiento a
través
476 Creadores de la Estrategia
Moderna

través de las cuales las fuerzas armadas se mantienen en contacto con el poder
nacional"(57). Además, en una de sus obras, declaró que "las comunicaciones eran
esenciales, no sólo las líneas geográficas, como los caminos por los que tienen que moverse
un ejército, sino también todos aquellos pertrechos que, por encima de una determinada
cantidad, no se pueden llevar en los buques". Según especificaba, esos pertrechos eran
"primero, el combustible; segundo, la munición; lo último de todo, los víveres" (58). Por
todo ello, los aspectos esenciales para una estrategia marítima adecuada, son unas bases
navales perfectamente dotadas y unos accesos a las mismas fáciles y rápidos. Desde la
entrada en servicio de los buques a vapor, esto se había convertido en lo más importante y
necesario, puesto que ningún buque podía navegar una distancia considerable sin
reabastecerse de combustible.
El disponer de estaciones situadas a grandes distancias para la carga de combustible, se
convirtió en una imperiosa necesidad para la flota si quería navegar fuera de las aguas de
su propio país, al menos en tiempo de guerra. Mahan, a pesar de reconocer la necesidad
de estas estaciones, era reacio a su adquisición, excepto con fines puramente defensivos.
En su opinión, "las bases de operaciones fortificadas son tan necesarias para la flota como
para el ejército, pero es preciso que el número de ellas sea el menor posible, con el fin de
no debilitar la fortaleza de la madre patria". Además, advertía que "la multiplicación de
dichas bases, cuando se sobrepase el límite de las estrictamente necesarias, se convertirá
en un factor de debilidad, al aumentar los objetivos expuestos al enemigo y provocar la
división de la fuerza"(59).
Para Mahan, hablar de división de las fuerzas navales era anatema. De ahí se deriva
probablemente su error de no prestar demasiada atención a la guerra anfibia ni a su
papel en la estrategia naval. Esto contrasta poderosamente con el punto de vista de Jomini,
quien en su The Art of War dedicó un capítulo entero a lo que él denominó "las
desviaciones" militares en costas hostiles (60). Mahan era muy precavido respecto a "las
expediciones marítimas en aguas remotas". Advertía que "la característica peculiar de
estas operaciones era la impotencia, mientras que permanecieran embarcadas las fuerzas
del ejército". En su opinión, "no se podía pensar en conquistar nada mientras no se
hubiera establecido la superioridad naval" y promulgaba la necesidad de que la marina
actuase libremente nada más realizar las operaciones de desembarco, para que la flota se
pudiera hacer cargo de las comunicaciones "una vez se encuentre en su elemento, el mar"
(61). El advertía que si el papel de la flota se redujera simplemente a proteger "una o más
posiciones costeras, la marina se convertiría en una rama más del ejército", mientras que
"el verdadero fin de la guerra naval... es lograr la superioridad sobre la marina enemiga y
ejercer el control del mar", mediante el ataque a los buques adversarios y sus flotas en
todas las ocasiones posibles (62).
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 477

En realidad, Mahan no estaba convencido de la eficacia del empleo de fuerzas


navales contra tierra. La experiencia que existía eran los bombardeos llevados a cabo
por buques de la Unión contra algunas fortificaciones costeras confederadas durante la
Guerra Civil, y eso le bahía hecho escéptico acerca de la eficacia de la artillería naval
frente a la artillería de costa. En una de sus obras, escribió: "Un buque no puede
sobrevivir frente a un fuerte, de la misma manera que un fuerte no puede competir en
una carrera con un buque. La defensa de la costa contra un ataque naval directo es
relativamente fácil porque... los buques... están en clara desventaja frente a los
fuertes"(63).
La proyección del poder a través de mar, una misión naval de gran importancia en
el siglo XX, fue también despreciada por Mahan. Más importante aún fue su error al
prestar excesiva atención a la interdependencia de los ejércitos y las marinas en
guerra. Aunque dedicó alrededor de media página a la expedición de Sir John Moore
a España, en 1808 (64), a lo largo de sus dos obras influence consideró a la marina
inglesa (Royal Navy) como un elemento autónomo que actuaba independiente de las
operaciones militares que se desarrollaban en el continente y nunca se mostró muy
preocupado por el resultado de las batallas terrestres. La coordinación entre las
fuerzas terrestres y navales no era un aspecto sobresaliente de la guerra de los siglos
XVII y XVIII. No obstante, en un estudio dedicado a ilustrar los principios
fundamentales e invariables de la guerra naval, la despreocupación global de Mahan
hacia la utilidad de la artillería naval y a los asaltos de la infantería de marina contra
objetivos costeros, es un claro error (65).
Pero a la hora de reivindicar la autonomía del poder naval como un instrumento,
no dudó en recordar constantemente a sus lectores y alumnos que era un verdadero
"instrumento". Para ello, se inspiró, una vez más, en Jornini, quien había dedicado el
primer capítulo de su The Art of War a "aquellas consideraciones que debe tener en
cuenta un hombre de estado para llegar a la conclusión de si una guerra es adecuada,
oportuna o indispensable, así como para determinar las diversas operaciones necesarias
para alcanzar el objetivo de la misma" (66). Fue de Jomini de quien Mahan tomó la
siguiente frase: "Yo nunca acepté la irreflexiva máxima de el hombre de estado y el
general ocupan ámbitos inconexos. Para evitar esta falsa interpretación, modifiqué uno
de los puntos básicos en el sentido de que, la guerra es simplemente un movimiento
político violento"(67). La subordinación de la estrategia a la política fue el punto cen-
tral del esquema de Clausewit/ en su obra De la Guerra, pero Mahan no la examinó
hasta 1910 y, cuando lo hizo, fue en una versión abreviada (68). En 1896, Mahan
escribía: "La guerra es simplemente un movimiento político, aunque violento y
excepcional en su carácter. Es cuando se ha alcanzado esta determinación política,
cuando los datos disponibles se aplican a una solución militar; hasta entonces, el
estamento militar se mantiene a la espera y es un fiel senador de los intereses políticos
y del poder civil del estado"(69).
478 Creadores de la Estrategia
Moderna

En opinión de Mahan, las marinas eran un instrumento más adecuado para la


política nacional que los ejércitos. Eran más ágiles, no representaban un simbolismo
agresivo como aquellos, eran más móviles y, por tanto, tenían una mejor capacidad de
respuesta a las directrices políticas; es decir, la influencia de la marina "podía sentirse allí
donde los ejércitos nacionales no podían llegar". Todo esto era especialmente cierto para
los Estados Unidos que no tenían "ni la tradición, ni la intención de actuar
agresivamente fuera de sus aguas", pero al mismo tiempo, tenían "intereses ultramarinos
muy importantes que necesitaban proteger" (70). Una vez pasada la etapa del Naval
War College, cuando Mahan se dirigió a una audiencia mucho más amplia que los
estudiantes de ese centro, la definición de esos "intereses ultramarinos muy importantes"
se convirtió en una de sus mayores preocupaciones.

IV

En 1901, Mahan escribía; "Podía decir que hasta 1885 yo era un anti-impe-rialista por
tradición; pero a partir de 1890 el estudio de la influencia del poder naval y las actitudes
expansionistas que genera en el destino de las naciones, me han hecho cambiar".
Anteriormente, a finales de julio de 1884, escribía a su buen amigo Samuel A. Ashe: "...
en mi opinión, el más mínimo rastro de política imperialista es odioso... Temo lo que
puede suponer el mantener colonias lejanas con el gran aparato militar que necesitan".
Pero para 1890, su opinión ya había cambiado. Los lectores de su primer obra Influence,
publicada ese mismo año, pudieron comprobar claramente la admiración del autor por
el Imperio Británico y su nítida insinuación de que los Estados Unidos debían
considerar a Inglaterra como un modelo a emular. Aunque la mayoría de las páginas
están dedicadas a narrar las operaciones navales inglesas, el primer capítulo es de
carácter didáctico. En él, con el pretexto de analizar "los elementos del poder naval", el
autor, haciendo una extrapolación de la historia de Inglaterra en los siglos XVII y XVIII,
postula "seis condiciones generales que afectan al poder naval" y que, en su opinión, son
universales y eternas en su carácter. Estas son: 1) situación geográfica; 2) configuración
física del país; 3) extensión del territorio; 4) cantidad de población; 5) carácter nacional;
y 6) carácter y política de los gobiernos (71).
A esta parte de su obra se le ha prestado más atención que la que realmente merece,
probablemente porque, en ella, Mahan es más sistemático que en todos sus otros
escritos. Realmente, el argumento que emplea es tangencial a la línea maestra de su
pensamiento y el haberlo expresado como "las seis condiciones generales", es
simplemente para una mejor comprensión y un hábil ardid para exponer el retraso de
los Estados Unidos en este aspecto. El autor sostiene que, al igual que Francia, su país
había olvidado sus intereses marítimos en favor del desarrollo del territorio interior; su
gobierno, al ser democráti- co, estaba menos inclinado que la aristocracia inglesa a
soportar excesivos gastos militares; su marina mercante había desaparecido y su
marina de guerra
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 479

de guerra se había reducido considerablemente; tampoco existían suficientes personas


que "sintieran la llamada del mar"; no había bases en el extranjero, ni coloniales ni
militares y, por tanto, no existían "sitios de descanso", donde los buques de guerra
pudieran reabastecerse y ser reparados. Pero había esperan/.a. Con la inminente
construcción de un canal a través del istmo de América Central, el Mar del Caribe se
convertiría en una de "las grandes rutas del mundo". La situación de los Estados
Unidos "se parecería a la de Inglaterra respecto al Canal de la Mancha". Por esa razón,
existiría una motivación para construir una marina de guerra potente y se crearía la
obligación de obtener bases en el área que "permitieran a su flota permanecer tan
cerca de la /ona de interés como a cualquier oponente" (72).
Aquí reside el principio más importante del imperialismo de Mahan. Ningún otro
proyecto de expansión ultramarina llamó tanto su atención, ni le produjo tanto
entusiasmo. Ya en 1880, había escrito a su amigo Ashe que un canal en el istmo "podría
hacer chocar nuestros intereses con los de otras naciones y, por tanto, debemos
comenzar sin demora a construir una marina de guerra que sea al menos igual que
la de Inglaterra... y esto hay que hacerlo antes de que se extraiga la primera palada de
tierra en Panamá". En la década siguiente se cumplió la profecía de Mahan y el
interés de los americanos por el istmo aumentó considerablemente. En su primer
artículo, titulado The, United Slates Looking Outward, publicado en agosto de 1890 en la
revista Atlantic Monthly, advertía de "los muchos peligros latentes e imprevistos que
amenazarán la paz en Occidente," refiriéndose a la apertura del nuevo canal;
insinuaba también la posibilidad de una intrusión de los alemanes en el área; predecía
"un gran aumento de la actividad comercial y del transporte de mercancías a través del
Caribe"; advertía que "los Estados Unidos estaban muy mal preparados para
establecerse en el Caribe y en América Central, e influir de forma proporcionada a sus
intereses"; y propugnaba la expansión naval americana para hacer frente a la
amenaza (73).
Tres años más tarde, el mismo periódico publicaba otro artículo de Mahan titulado
The Isthmus and Sea Power. En él advertía del peligro que representaban algunas naciones
europeas, principalmente Alemania, y abogaba por una clara preponderancia naval de
los Estados Unidos en una región tan crítica como el Caribe; expresaba asimismo que
el resultado más importante del nuevo canal sería hacer que la costa oeste del
continente americano estuviera más cerca de las grandes marinas europeas y, por ello,
"representaría un elemento de gran debilidad desde el punto de vista militar": que un
paso a través de América Central "permitiría a la costa atlántica de los Estados Unidos
competir con Europa, en condiciones de igualdad, para conseguir los mercados del Este
asiático; y, filialmente, que "hay que admitir que la libertad de tránsito
interoceánico depende del predominio en el Caribe", y éste, a su vez, está asegurado
fundamentalmente por una presencia naval (74).
480 Creadores de la Estrategia
Moderna

En 1899, después de que la guerra contra España parecía haber justificado su


preocupación por el aérea, Mahan declaró que Puerto Rico era al futuro Canal de
Panamá y a la costa oeste, lo que Malta era para los intereses ingleses en Egipto y en la zona
adyacente. En 1909, seis años después de que Teddy Roosevelt "tomara Panamá", Mahan
escribiría que, "la permanencia americana en el Caribe es incluso más importante ahora
que anteriormente, cuando emprendí el estudio sobre el valor estratégico de la zona,
hace ya más de veinte años" (75).
La segunda prioridad en los intereses americanos en ultramar eran las islas Hawai. En
1890, Mahan advertía que la apertura del Canal de Panamá situaría inmediatamente a la
costa occidental en peligro y que "una decisión irrenuncia-ble de nuestra política
nacional debería ser el no permitir que, a partir de ahora, ningún otro país pueda
adquirir bases de reavituallamiento a menos de tres mil millas de San Francisco, una
distancia que incluye a las islas Hawai, las Galápago y la costa de América Central". En
enero de 1893, después de que los residentes americanos en Honolulú derrocaran a la
reina Liluokalani y establecieran allí una república, escribió una carta al New York Times
en la que pedía la anexión de las islas Sandwich, al mismo tiempo que abogaba por "una
gran expansión de nuestro poder naval, anticipándonos al día en que China rompa sus
barreras hacia el este e inunde esa zona con una ola de barbarismo" (76).
Dado el eco que tuvo ese artículo, el editor de la revista Forum, Walter Hiñes Pape,
pidió a Mahan su colaboración para que escribiera un nuevo y más extenso artículo sobre
ese tema. Este se publicó en la edición de marzo de ese mismo año, con el título Hawaii and
our Future Sea Power. Después de hacer hincapié en la importancia de la situación
geográfica de las islas como punto de cruce de las más importantes rutas comerciales en el
Pacífico, se mostró una vez más partidario de su anexión inmediata, debido a la
vulnerabilidad, desde el punto de vista militar, de la costa oeste, así como por la
necesidad de dominar el comercio que pasaría a través del nuevo canal. Cuatro años más
tarde, en la publicación de septiembre de 1897 de la revista Harper's Magazine, escribió
un artículo titulado A Twentieth Century Outlook en el que advertía, una vez más, del peligro
amarillo, procedente de China y del peligro implícito que supondría el que otro país
adquiriera bases de reavituallamiento a menos distancia de la costa oeste de los
Estados Unidos que el radio de acción de los buques a vapor (77).
Hasta 1898, y a excepción de las supuestas y no muy bien explicadas oportunidades
comerciales para los americanos en el Este asiático, la visión imperialista de Mahan se
limitaba al Caribe, el istmo de América Central y las Islas Hawai. El 1 de mayo de 1898, el
Comodoro George Dewey llegó a la bahía de Manila y en menos de doce horas destruyó a
la débil escuadra española destacada en Cavile. A finales de julio, alrededor de 11.000
soldados americanos habían sido enviados a Luzon, a petición de Dewey. A partir de aquí,
comenzó
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 481

comenzó la conquista de todo el archipiélago. Guam, al sur de las Marianas, fue


conquistado por el buque USS Charleston mientras se dirigía a Manila. Hawai fue
anexionada, como posteriormente las Filipinas. La isla Wake fue ocupada con el pretexto
de construir allí una base de suministros, pero al mismo tiempo se ocupó Midway. De
repente, los Estados Unidos se convirtieron en un imperio. Como dijo James Field, "se
puede decir que el imperialismo fue el producto de la victoria de Dewey" (78).
La postura de Mahan ante todos aquellos acontecimientos fue cambiando, pero más
lentamente de lo que cabía esperar de un imperialista puro, como le han considerado
algunos historiadores (79). El 27 de julio de 1898, cuando las tropas del ejército de los
Estados Unidos, no habían llegado aún a Manila, advirtió a Henry Cabot que aunque era
"partidario del expansionismo, no aprobaba la idea de conquistar todas las Filipinas", y
que por el contrario, "parecía prudente tomar sólo las Marianas y Luzon, cediendo así al
honor y a las exigencias de España sobre las Carolinas y el resto de las Filipinas". Sin
embargo, mucho antes ya habían comenzado los cambios de opinión, y Mahan, como el
Presidente McKinley, veían en la anexión el reflejo de la voluntad de Dios. Para él, y quizás
para la mayoría de sus contemporáneos, fue la guerra contra España lo que despertó los
sentimientos del dominio americano en el Pacífico, y no al contrario. Hasta entonces,
como él mismo reconoció, su visión del poder naval y del expansionismo, "no pasaba de
Hawai" (80).
Pero según el refrán, "el comer abre el apetito" y, en muy poco tiempo, Mahan y
otros muchos fueron cambiando su forma de pensar y sus ambiciones pasaron al propio
continente asiático. Mientras el Secretario de Estado, John Hay hacía público su "Open
Door" y en China estallaba la Rebelión de los Boxer, el por entonces retirado Capitán
escribió cuatro artículos que fueron publicados con el título de The Problem of Asia. En su
opinión, el problema más acuciante era Rusia, cuyas ansias expansionistas en el oeste de
Asia iban a enfrentarse con Japón. Partiendo de la base de que Manchuria estaba ya
perdida a favor del gran estado eslavo, Mahan propugnaba una coalición entre los cuatro
"estados marítimos", Alemania, Japón, Inglaterra y Estados Unidos, cuyas "posesiones en el
este de Asia dificultarían seriamente el avance desde el norte". Lo que tenía en mente
en realidad, como explicó al vicepresidente Thedore Roosevelt, era la proyección del
poder naval a través del valle de río Yangtze. A un plazo más largo, Mahan previo un
peligro aún mayor que el de Rusia; era la propia China. Acerca de ello escribía: "Es difícil
imaginar que una masa de 400 millones de chinos, una vez que posean una organización
política efectiva y con equipamiento moderno, se limiten a un territorio, ya de por sí
pequeño para todos ellos". Para las potencias occidentales la respuesta estaba en atraer a
los pueblos asiáticos "al estilo de vida de las familias en los estados cristianos", evitando
utilizar la fuerza militar, sino mediante una pacífica penetración comercial, a través de la
cual era de esperar "que siguieran esos ideales morales y espirituales, así como que adoptaran
aquellas pautas de comportamiento que contribuyen a aumentar el bienestar material". Los
beneficios económicos que se derivarían
482 Creadores de la Estrategia
Moderna

económicos que se derivarían de dicha penetración serían visibles a muy corto plazo y todas
las esperanzas estaban puestas en la simple idea de los "400 millones de personas" (81).
Esto último hace que nos preguntemos sobre le contenido económico del
pensamiento de Mahan acerca de las Marinas, las colonias y la expansión imperialista.
Como dijo Kenneth Hagan, "él no estuvo particularmente lúcido a la hora de analizar
por qué las colonias eran tan valiosas para la metrópoli", lo que quiere decir que tampoco
estuvo acertado en ningún otro aspecto económico del imperialismo (82). Pero el tema
no es tan sencillo, puesto que algunos historiadores americanos de la llamada Nueva
Izquierda (especialmente Walter LaFeber), consideraban a Mahan como uno de los
máximos exponentes de finales del siglo XIX del denominado "Nuevo Imperio" (83).
Brevemente, sus tesis eran las siguientes: Mahan creía que los productos americanos
debían buscar nuevos mercados exteriores, y los más ventajosos estaban en Sudamérica y
China, especialmente en esta última. Para explotar estas posibilidades, propugnaba el
control de Estados Unidos sobre el Canal de Panamá, las Islas Hawai y las Filipinas, como
"pasos imprescindibles para lograr los mercados latinoamericanos y asiáticos". El papel de
la marina en este escenario era "abrir y proteger las líneas de comunicación y hacer
frente a los conflictos que se producirían inevitablemente como consecuencia de la
rivalidad comercial, asegurando así el acceso de las mercancías a los mercados extranjeros"
(84).
El análisis de la Nueva Izquierda constituye un claro ejemplo de "la subordinación del
tratamiento histórico," en el más puro estilo de Mahan. Presenta una selección de hechos
poco objetiva y omite otros muchos. Lo que deja claro es que el evangelista del poder
naval propugnaba la interdependencia de las marinas, el comercio oceánico y los
mercados ultramarinos. Como él mismo decía, "las necesidades políticas, las comerciales y
las militares están tan ligadas que su mutua interacción constituye un problema" (85). Es
obvio que todas sus expectativas acerca del tráfico por el Canal de Panamá hacia Hawai y
Extremo Oriente, daban por supuesto que existía allí un mercado receptivo a todos los
productos que podía exportar su país. Pero él era poco optimista sobre las posibilidades
comerciales del Este asiático y, aunque apoyaba las tesis del Open Door, le preocupaba la
amenaza militar que suponía una China modernizada, por lo que no se sentía
entusiasmado por la idea de contar con 400 millones de nuevos consumidores. Respecto al
mercado sudamericano, Mahan se mostraba indiferente y recomendaba la exclusión de
la parte sur del continente, a partir del valle del Amazonas, del ámbito de aplicación de
la Doctrina Monroe (86). Por último, su permanente preocupación por el Caribe se debía
a la importancia estratégica que dio a esta área para la seguridad de los Estados Unidos y
para el futuro de la U.S.Navy.
Como dijo Walter Millis: "Es difícil resistirse a creer que el estímulo más importante
de Mahan era simplemente crear un argumento que impulsara la construcción naval".
Peter Karsten considera que, "él era antes que nada un marino y después de eso, todo lo
demás". Por su parte, William E. Livezey considera que "para él, la Marina era el centro de
todo
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 483

todo y la mejora de su servicio, lo primario". Incluso su antiguo protector, Stephen B.


Luce, consideraba que hacia 1897, Mahan "había influido en que la estrategia naval
dominase la política económica". Respecto al tema de la U.S. Navy, Mahan declaró su
postura de manera rotunda: "Nuestra flota debe ser la adecuada, teniendo en cuenta la
potencia de nuestros posibles enemigos en el Este y en el Caribe, y nos debe permitir
ejercer el poder naval en el Pacífico y en el Atlántico, teniendo en cuenta también que
el futuro canal debe permanecer siempre abierto". Como era hasta cierto punto lógico al
tratarse de un oficial naval, la defensa nacional mediante el control del mar fue su mayor
preocupación (87).
En los escritos de Mahan existe otro aspecto relevante que no ha sido demasiado
tratado. Se trata de su cristianismo militante: su creencia de que la guerra era una fuerza
espiritual regenerativa; su visión de la expansión imperialista como una manifestación de
la voluntad divina; y su convicción de que el imperio acarreaba una serie de obligaciones
cristianas que no se limitaban a las recompensas materiales. Mahan encontró siempre en la
Biblia la fuente de inspiración de sus pensamientos. Decía a menudo que la "religión de
Cristo" era su autoridad y en una de sus obras escribió: "El conflicto es la condición de
todo tipo de vida; la vida espiritual es el cimiento para las más sublimes inspiraciones". Refi-
riéndose a la "no deseada adquisición de Filipinas" por Estados Unidos, escribió: "Los
acontecimientos se desarrollaron de tal forma que resultaba obvio, incluso para el menos
presuntuoso, ver en ellos la mano de la Providencia". Respecto a todos los territorios
recientemente adquiridos por su país, opinaba que "eran unas extensiones muy pequeñas
comparadas con la extensión de Estados Unidos, o con las anexiones realizadas por
algunos estados europeos anteriormente", pero dudaba si las ganancias materiales serían
sustanciales. No obstante, afirmaba: "Que la nación haya ganado en extensión es una idea
saludable y reconforta el corazón; es una semilla de benéfica actividad futura; es
comunicar al mundo el regalo que se ha tenido la merced de recibir" (88).
Palabras como estas nos recuerdan cual era la visión del mundo de Mahan. ¿Que
personaje público de hoy, después de las dos guerras mundiales y de la erupción del Tercer
Mundo, se atrevería a hablar de esta manera? Esta es la opinión de un hombre anterior a
Sarajevo. Pero su reputación sobre temas navales perduró hasta bien entrado el siglo XX;
y, al menos en círculos navales, su influencia ha sido mayor después de su muerte en
1914, que en vida.

Margaret Sprout, en sus ensayo en el primer Makers of Modem Strategy, afirmaba


inequívocamente: "Ninguna otra persona ha influido tan directa y profundamente en la
teoría
484 Creadores de la Estrategia
Moderna

teoría del poder naval y su estrategia como Alfred Thayer Mahan. El provocó y dirigió
la lenta revolución en la política naval americana" (89). En un examen más profundo
se puede comprobar que Mahan no estaba sólo en cuanto a "provocar" los cambios en la
política naval de los Estados Unidos durante la última década del siglo XIX. Lo que es
cierto es que esa "revolución" se llevó a cabo en muchos años.
A los cinco años de la rendición de Lee en Appomattox, la U.S.Navy se redujo desde
700 buques, con una capacidad de desplazamiento total de 500.000 toneladas y alrededor
de 5.000 cañones, a un total de 200 buques, con un desplazamiento de 200.000 toneladas y
sólo 1.300 cañones. Mientras algunos países europeos y sudamericanos estaban
construyendo o comprando nuevos buques a vapor, con casco de acero y bien armados, los
Estados Unidos mantenían sus cruceros de madera anteriores a la guerra, armados con
cañones de avancarga. La estrategia naval americana consistía en la defensa de los puntos
a base de desplegar acorazados y cruceros a una cierta distancia como para hacerse ver
(90).
Menos buques significaba menos hombres. El personal en servicio activo en 1865 era
alrededor de 58.000, entre marineros y oficiales, pero descendió durante el siguiente
período de paz hasta sólo 9.360 (91). Para la oficialidad esto suponía un alarmante
descenso en sus posibilidades de promoción, particularmente para los más jóvenes, que
habían recibido sus títulos después de la guerra. Por ejemplo, los doce primeros oficiales
que se graduaron en la Academia Naval en 1869, seguían siendo Tenientes de Navio en
1889 (92). En esta situación, la única esperanza de mejorar su futuro profesional estaba
en que se emprendiera un programa de construcciones navales. Mahan, al pertenecer a
la promoción de 1859, no se veía muy afectado por este problema en el plano personal. El
había ascendido a Teniente de Navio en 1861, a Capitán de Corbeta en 1865 y a
Capitán de Fragata en 1872 (93). Para él, la U.S.Navy no había sido un callejón sin salida
y su obsesión por todo lo relacionado con el poder naval a partir de 1880, no puede
atribuirse a las ansias por mejorar su carrera (94). Sin embargo, fue con los oficiales más
jóvenes con los que congenió plenamente respecto a un nuevo profesionalismo centrado
en el United States Naval Institute, fundado en Annapolis en 1873.
Este instituto mantenía reuniones mensuales en las que se analizaban los trabajos
realizados y, posteriormente, eran publicados y distribuidos entre sus miembros,
incluyendo al propio Mahan, que durante un tiempo fue su vicepresidente. Los ensayos
más interesantes eran premiados. Los artículos del instituto se publicaban en un libro con el
título Proceedings y en la mayoría de ellos se exponía la íntima relación entre el comercio
oceánico y el poder naval, se explicaba la conexión histórica entre fortaleza marítima y la
grandeza nacional, se daban razones sobre la necesidad de establecer más bases de
reavituallamiento para la U.S. Navy, se propugnaba el control americano del istmo de
América Central y se abogaba por la inmediata construcción de acorazados y su integra
ción en la flota. Por supuesto, todas las ideas y argumentos promulgados por Mahan en
sus primeros libros habían sido ya enunciados en la década de 1890 por los
colaboradores de ese
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 485

de ese instituto. Entre todos ellos destaca Stephen B. Luce, aunque no era
precisamente un joven oficial. Sus artículos, publicados entre 1883 y 1889, incluyen
estudios sobre educación avanzada para los oficiales de marina, una reorganización del
Departamento de la Marina y sobre la urgente necesidad de construir nuevos buques para
la U.S.Navy. Es evidente que el camino estaba ya preparado para la promulgación de la
filosofía del poder naval de Mahan. El no se movía en aguas desconocidas, ni estaba sólo
en esa empresa (95).
Pero en los Estados Unidos, ni los oficiales de la U.S.Navy hacían política naval ni se
autorizaba la construcción de nuevos buques. Estas responsabilidades recaían en el
Congreso y en el ejecutivo del gobierno federal. Por ello, la "revolución en la política
naval americana" fue provocada, no por Mahan, sino por Benjamin Franklin Tracy,
Secretario de la U.S.Navy (1889-1893), y continuada por su sucesor, Hilary A. Herbert
(1893-1897). Es justo reconocer que ambos tenían en gran estima a Mahan por sus
trabajos para exponer las necesidades del país en cuanto a buques de guerra. Al ser
nombrado presidente del Naval War College en 1889, Tracy consultó a menudo a Mahan
y parece ser que se inspiró en el primer libro Influence para elaborar un informe al
Presidente Benjamin Harrison, en noviembre de ese mismo año, en el que solicitaba la
urgente construcción de veinte nuevas unidades navales para distribuirlas en dos
flotillas (96). Harrison solicitó al Congreso ocho buques y obtuvo sólo tres (los buques
Indiana, Massachusetts y Oregon) que desplazaban cada uno más de 10.000 toneladas y
equipados con cañones de 13 y 8 pulgadas.
El Naval Act del año 1890 marcó el nacimiento de la nueva Navy (97). Sin embargo,
cuando la siguiente administración (el segundo mandato de Cleveland, 1893-1897) se hizo
cargo de la Casa Blanca, uno de sus proyectos iniciales era reducir los gastos navales. Hilary
Herbert estaba decidido a cerrar el Naval College. Providencialmente, durante un viaje a
Newport, en agosto de 1893, se le sugirió que leyera el segundo libro Influence de Mahan y, a
partir de ese momento, cambió de opinión. Posteriormente, leyó también la primera de su
obras y, como después explicaría al autor, se decidió "a utilizar en mi próximo informe todas
las razones que usted expone para basar mis argumentos para la construcción de más
buques" (98). Antes de que Cleveland finalizase su mandato, Herbert había persuadido al
Congreso para que concediera fondos para cinco nuevas unidades. Este se convirtió en el
mayor defensor de las tesis de Mahan.
Theodore Roosevelt y Henry Cabot Lodge no necesitaban que nadie les convenciera
de las excelencias del poder naval, pero se sentían muy cómodos al verse respaldados
por las opiniones de Mahan. Lodge incorporó el artículo Hawaii and Our Future Sea
Power al informe para el comité de Senado encargado de relaciones con el extranjero y citó
numerosas veces a Mahan durante sus intervenciones en el Senado. En aquellos tiempos
varios
486 Creadores de la Estrategia
Moderna

varios miembros del Congreso eran convencidos defensores de la Navy, entre los que
destacan el senador John T. Morgan y el representante William McAdoo (99). Entre los
muchos admiradores figuraba Albert Shaw, editor de Review of Reviews, y el Embajador, y
posteriormente Secretario de Estado, John Hay, aunque éste último puntualizó en una
ocasión que "estaba muy contento de que Mahan hubiera sido públicamente reconocido,
para que Roosevelt no se sienta obligado a enviarnos a escuchar sus lecciones" (100).
Roosevelt se consideraba como el descubridor de Mahan. Al leer por primera vez The
Influence of Sea Power upon History, escribió a su autor: "Es el trabajo más claro e instructivo
que he conocido. Es un libro admirable". Sus comentarios al artículo de la revista Atlantic
Monthly, en octubre de 1890, fueron también de reconocimiento y admiración. Cuando
ocupó el cargo de asistente de Mckinley para temas relacionados con la Navy, Roosevelt
le insistió a Mahan para que le escribiera "de vez en cuando". En cierta ocasión le
expresaba: "Deseo tener la oportunidad de verle porque hay muchos temas para los que
necesito su consejo". En concreto, le pidió su opinión sobre los planes del
Departamento de la Navy para la futura guerra contra España y, una vez recibida, le
contestó: "¡No hay duda de que usted va por delante de todos nosotros! Nos ha dado las
sugerencias que necesitábamos". Poco después, cuando Mckinley se fue a los Rough Riders,
Roosevelt aprovechó la ocasión y Mahan ocupó su puesto en el Naval War Board (101).
A pesar de todo, resulta exagerado decir que "la filosofía de Mahan sobre el poder
naval entró en la Casa Blanca de la mano de Theodore Roosevelt". Una vez que éste
alcanzó la presidencia, siguió encontrando en Mahan a la autoridad a la que referirse
para solicitar al Congreso más ayuda para la Navy. Pero para entonces su entusiasmo
excedía incluso al del propio Mahan. Roosevelt era partidario de la construcción de
grandes acorazados, comparables al nuevo Dreadnoughts de la marina inglesa, con
18.000 toneladas de desplazamiento, y armados con baterías de cañones de 12 pulgadas.
Mahan, siempre receloso ante la nueva tecnología, era partidario de la construcción de
más buques de menor tamaño. Se produjo un debate sobre el tema, a través del Naval
Institute Proceedings, con el joven y brillante Capitán de Corbeta, William S. Sims. Roosevelt
se inclinó por las opiniones de este último. Viéndose sobrepasado por la mayor
preparación técnica de su oponente, Mahan se retiró de la disputa. A los 67 años, el
más eminente estratega naval tuvo que admitir: "Estoy demasiado viejo y ocupado para
continuar" (102).
El incidente es una indicación de la cada vez menor influencia de Mahan dentro de
la Navy, en la década anterior al comienzo de la Primera Guerra Mundial. Bradley
Fiske, que en 1903 era un ferviente admirador de Mahan en Newport, en 1907 le
consideraba "destronado de su puesto como cerebro de la Navy". Otro antiguo partidario
suyo, el Capitán Caspar F. Goodrich, dijo: "Yo estaba de acuerdo con las ideas de Mahan,
pero desde hace dos años he cambiado de opinión". Incluso Luce se distanció de su
antiguo discípulo
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 487

discípulo respecto a su opinión sobre los grandes acorazados (103). Yeso no fue todo.
Cuando en 1911, el Contralmirante Raymond P. Rodgers le pidió que hiciera una
evaluación sobre los nuevos planes estratégicos para derrotar a Japón (Plan Orange),
Mahan respondió con un complicado esquema sobre un ataque naval a través del
Pacífico Norte desde Kiska. Este plan fue rechazado por poco realista. Mahan aceptó el
desaire con diplomacia, pero su declive era evidente (104).
En el extranjero, sus primeros libros gozaron de una gran popularidad,
especialmente en círculos navales y gubernamentales (105). Como ya se ha expresado,
en Inglaterra fue aclamado. Pero eso no quiere decir que sus obras influyeran en la
política naval inglesa, sino que sólo sirvieron para confirmar o para dar popularidad a
algunas decisiones que ya se habían tomado. En 1889, un año antes de la publicación de
su primera obra Influence, el Parlamento había aprobado una resolución sobre defensa
naval por la que establecía que la Royal Navy "debería ser al menos igual de potente que
las marinas juntas de dos países cualesquiera". La amenaza en 1889 eran una posible alianza
de Francia y Rusia en el Mediterráneo. A principios del siguiente siglo, la amenaza
resultó ser Alemania (106).
En ese país, las obras de Mahan eran muy conocidas. El Emperador Guillermo II, un
entusiasta naval desde su niñezf desde que leyó el primer volumen de Influence se sintió
fascinado por sus ideas. En mayo de 1894 escribía a Poultney Bigelow del New Herald:
"Ahora estoy, no leyendo sino devorando, el libro del Capitán Mahan; intento
aprendérmelo de memoria. Es un libro clásico de una gran categoría. Está a bordo en
todos mis buques y mis capitanes y oficiales se refieren a él muy a menudo" (107). Sin
embargo, el Kaiser había olvidado uno de los puntos más importantes del autor.
Dirigiéndose a la Academia de la Guerra (Kriegsakademie), en febrero de 1896, se inclinaba
por la construcción de una nueva flota de cruceros. El Almirante Alfred von Tirpitz,
Secretario de Estado del Imperial Naval Office a partir de junio de 1897, comprendió
mucho mejor los requisitos del poder naval. En su primer informe al Emperador
resaltaba que "la situación militar contra Inglaterra exige disponer del mayor número
posible de buques; la proporción de cruceros respecto a buques de guerra debe ser lo más
baja posible" (108). No parece que Tirpitz hubiera leído a Mahan antes de emitir estas
opiniones. En sus memorias, escritas en 1919, insistió en que su doctrina táctica de
utilización de los buques de guerra había sido desarrollada independientemente de
Mahan y que cuando después leyó el trabajo del capitán americano, se sorprendió de "la
extraordinaria coincidencia" en sus opiniones (109). A pesar de todo, el Almirante se
mostró favorable a que la Germán Colonial Society imprimiera dos mil copias de The
Influence of Sea Power upon History, como parte de su campaña propagandística para
persuadir al Reichstag para que autorizase la construcción de una nueva serie de buques.
La llamada "Ley de la Marina" de 1898, fue la primera de un total de cuatro que
provocaría la competencia naval con Inglaterra,
488 Creadores de la Estrategia
Moderna

Inglaterra, con las consecuencias de todos conocidas. El papel de Mahan durante esta
fase fue totalmente marginal, y la opinión de Sir Charles Webster de que "Mahan era una
de las causas de la Primera Guerra Mundial", hay que entenderla como una hipérbole
(110).
En su autobiografía, Mahan afirmaba que se habían traducido más obras suyas al
japonés que a ninguna otra lengua. Puede ser que fuera así; al menos la acogida de su
Influence fue extraordinaria. En 1897, la Asociación Oriental de Tokio le comunicó que
la primera de ellas había sido traducida por el Club de Oficiales Navales y que se había
distribuido entre sus miembros, que incluía a 1.800 altos representantes del estado, así
como a numerosas personalidades civiles, editores, banqueros, comerciantes y,
naturalmente, a la práctica totalidad del cuerpo de oficiales del país. Estas copias fueron
presentadas al Emperador y al Principe Heredero y por un edicto imperial se enviaron a
todas las escuelas de nivel medio y alto del Japón. Más importante aún, a la luz de los
acontecimientos que se iban a producir, fue que The Influence of Sea Power upon History se
adoptó como texto en todas las escuelas navales y militares del país. (111).
Mahan murió cuatro años después de finalizar la Primera Guerra Mundial y entonces
se convirtió en un héroe, en los círculos navales de los Estados Unidos. En Annapolis,
uno de los salones llevó su nombre y también la biblioteca del Naval War College. El que
sus enseñanzas continuaran afectando al pensamiento oficial de la Navy, no es fácil de
determinar. En 1918, el profesor Alian Wescott de la Academia Naval, publicó una
colección de extractos de las obras de Mahan y durante tres años fueron libros de texto
de historia naval para los cadetes de marina de tercer curso. Pero en 1922, el libro fue
desechado y se adoptó otro cuyo autor era el profesor Wescott (112).
En el Naval War College, y desde 1920 a 1940, no se le dio demasiada importancia al
estudio de la historia. Las obras de Mahan sólo figuraban como "lecturas recomendadas" y
no se les daba más importancia que a las de otros intelectuales como Sir Julian Corbett,
Sir Herbert W. Richmond y el Almirante Raoul Castex. En realidad, en el período
comprendido entre las dos guerras mundiales, en Newport se abandonaron todo tipo de
estudios convencionales en favor de los juegos de guerra. Los estudiantes reconstruían,
año tras año, la batalla de Jutlandia sobre el tablero de ejercicios (113).
Quizás en esta profunda preocupación por el análisis de la batallas navales de la
Primera Guerra Mundial, se puede detectar el fantasma de Mahan. Esta era la opinión
de un oficial desilusionado que culpaba a la aversión de Mahan por la guerra de corso, el
que los Estados Unidos hubieran abandonado el estudio de la guerra submarina, a pesar
de las amargas lecciones de la Primera Guerra Mundial. "La razón de este evidente
desprecio por el ataque al tráfico comercial de la Primera Guerra Mundial fue la
obsesión por los acorazados, en base a una doctrina estratégica que giraba en torno al
concepto de Mahan de una batalla decisiva en el mar" (114). Aunque en los ejercicios
de simulación que se hacían continuamente se suponía la participación de portaaviones,
toda la atención estaba fijada en el combate entre buques. Ninguno de estos ejercicios
contemplaba una invasión final o el bombardeo aéreo, como ocurrió en el Japón; la
misión
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 489

misión finalizaba con el establecimiento de un bloqueo económico por la victoriosa


U.S.Navy (115). Quizás estos ejercicios hicieron que sus participantes adoptaran una visión
estratégica típica de Mahan, precisamente en una época en la que el interés por sus
escritos había declinado. Por esa razón, el Capitán William D. Puleston, afirmaba en 1939
que "hoy en día, en la U.S.Navy, todo oficial que estudia guerra naval, sigue los métodos e
invoca las ideas de Mahan" (116). Quizás esto explica también la frase del Secretario de
Guerra Stimson acerca del Departamento de la Navy y que ha sido mencionada al prin-
cipio de este ensayo.
A pesar de todo, resulta sorprendente que algunos historiadores hayan insistido en que
la victoria de los Estados Unidos sobre el Imperio Japonés en la Segunda Guerra
Mundial es la confirmación del "principio estratégico que Mahan había propugnado y
popularizado tan hábilmente", o también como "un triunfo del poder naval que Mahan
preconizaba" (117). Aunque durante la guerra el Jefe de las Operaciones Navales,
Almirante Ernest J. King, podría ser considerado como un seguidor de Mahan, la guerra
en el Pacífico no se desarrolló enteramente según sus deseos (118). Tampoco se ajustó
por completo al canon estricto de Mahan, que buscaba una batalla decisiva entre las
flotas enemigas, compuestas por acorazados. No hubo tal batalla, ni incluso entre portaa-
viones, como las batallas de Midway, la del Mar de Filipinas, o la del Golfo de Ley te.
Tampoco se puede extrapolar la doctrina de Mahan a la reconquista de los vastos
territorios en posesión del Japón en el suroeste del Pacífico, a cargo del General
MacArtur, ni los sucesivos asaltos anfibios en el Pacífico Central, que fueron posibles
gracias a bombardeos navales contra las fortificaciones costeras, ni los bombardeos del
propio territorio metropolitano japonés a cargo de los B-29, pertenecientes por aquel
entonces al U.S.Army Air Forces, ni tampoco a la "guerra de corso" que desarrollaron con
gran éxito los submarinos americanos contra los buques mercantes japoneses. La victoria
en el Pacífico fue el producto de la combinación de varias armas y no de operaciones
autónomas de la U.S.Navy.
Los acontecimientos desde 1945 han confirmado la interdependencia de todos los
servicios armados y han eliminado las antiguas diferencias entre armas basadas en tierra,
mar y aire, hasta un punto que a Mahan le resultaría inconcebible. Laurence W. Martin
opinaba así al respecto: "En la segunda mitad del siglo, las mejoras en propulsión naval,
aviones, misiles, explosivos y técnicas de computación han descartado por completo las
tesis según las cuales las acciones de la flota eran el centro de la estrategia. Los
submarinos, aviones y misiles se han convertido en peligrosos enemigos de los grandes
buques de superficie, a la vez que los objetivos prioritarios de estos se encuentran en las
costas. El bombardeo de las zonas costeras, en otro tiempo una de las misiones navales
menos relevantes, es en la actualidad una de las de más alta prioridad para las marinas;
desde el plano estratégico, mediante misiles lanzados desde submarinos; tácticamente, con
aviones embarcados" (119).
490 Creadores de la Estrategia
Moderna

En las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, el nombre de Mahan


siguió imponiendo respeto e incluso veneración. Algunos artículos suyos continuaron
apareciendo con regularidad en las revistas U.S. Naval Institute Proceedings y Naval War
College Review. En Newport era normal asistir a conferencias sobre temas tales como "Mahan
in the Nuclear Age". Incluso en 1972, coincidiendo con un profundo cambio en el Naval
War College, el Vicealmirante Stansfíeld Turner en un elogio a las antiguas tradiciones,
dijo: "Debería haber otro Alfred Thayer Mahan en esta promoción o en la siguiente. No
podemos permitirnos el lujo de no tenerlo" (120).
Tradicionalismos aparte, no hay motivos para afirmar que la U.S.Navy actual mantenga
los mismos puntos de vista estratégicos que Mahan, en el sentido de exaltar al poder
naval sobre cualquier otra forma de acción militar, pretendiendo que las marinas actúen
de forma totalmente autónoma e identificando el dominio del mar con la victoria. Según
el Jefe de Operaciones Navales en 1984, durante una conferencia sobre la actitud de la
U.S.Navy, "nuestra estrategia marítima se basa no solamente en las fuerzas navales, sino
también en las fuerzas aéreas y terrestres de los Estados Unidos y de nuestros aliados"
(121). El Secretario de la U.S.Navy, Stimson, habría aprobado estas afirmaciones. Marte,
no Neptuno, volvía a ser de nuevo el dios de la guerra.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque las respuestas de Mahan no tenían
ya validez, su preguntas continuaban estando vigentes. El pedía continuamente a sus
alumnos y lectores que analizaran asuntos tales como el concepto de interés nacional; las
dimensiones morales de la fuerza militar; las responsabilidades y las oportunidades de una
potencia mundial; la composición de las flotas; las necesidades logísticas de la guerra; y, lo
que es más importante, la utilización de las marinas como instrumento de la política
nacional. Durante una conferencia en el Naval War College en 1892, afirmaba:
"Caballeros, todo el mundo sabe que estamos creando una nueva Navy... Bien, ¿y cuando
la tengamos, qué vamos a hacer con ella? (122). Esa era, y es, la cuestión.

NOTAS:

1. On Active Service de Henry L. Stimson y MacGeorge Bundy (New York, 1948), 506.
2. Sobre la influencia de Milo Mahan, ver Alfred Thayer Mahan: The Man and His Letters
de Robert Seager II (Annapolis, 1977), 10, 39-40, 68-70, 445-52.
3. Letters and Papers of Alfred Thayer Mahan de Robert Seager II y Doris D. Maguire, 3
volúmenes (Annapolis, 1975), 1:4.
4. Ibid, 2:114.
5. Ibid, 1:578.
6. Este calificativo t's de Margaret Sprout. Ver Mahan: Evangelist of Sea Power en
Makers of Madem Strategy, editado por Edward Mead Earle (Princeton, 1943).
7. Naval Administration and Warfare at: Alfred Thaver Mahan (Boston, 1906), 199-
213.
8. /-Vow Sail to Steam: Recollections of Naval ¡.¡frac .Alfred Thaver Mahan (London
y New York, 1907), 31 1-12.
9. Naval Administration de Mahan, 241.
Alfred Thaver Mahan: El Historiador Naval 491

10. I'mfessors of War: The Naval I allege and the Develo/iment of the Naval 1'rofessiim de
Ronald Spector (Newport, R.I. 1977), 66.
11. The Life of Admiral Mahan At- Charles Carlisle Taylor (New York, 1920), 50.
12. Alfred Thaler Mahan de Seager, 411.
13. I Mars and Papers de Seager v Magnire, 3:040.
14. Carta de Mahan a Luce, el 16 de mayo de 1885; ibid, 1:606-607.
15. War Schools de Stephen U. Luce, en Í 'nitetl Stales \aval Institute Proceedings 9, n" 5
(1883), 656. ](>. OH the Study of Naval Warfare as a Science de Stephen 15. Luce,
en I'nited States Naval institute Proceedings 12, n° 4 (1886), 531-33.
1 7. From Sail to Steam Ac Mahan, 277.
18. Letters anil Papers de Seager v Maguire, 1:610-19.
19. Sobre la preparación de las primeras clases de Mahan, ver su libro From Sail to
Steam, 281-82, 384-85; Mahan on Sea Power Ac William E. l.ive/.cy (Norman,
Okla, 1981), 40-44; Mahan: The Life and Work of C.aptain Alfred Thayer Mahan de
William D. Puleston (New Heaven, 1939), 74-80; Alfred riiayci'Ac Seagen, 164-67.
20. From Sail to Steam de Mahan, 2H2-83.
21. Ibid, 275-76.
22. The Influence of Sea Power upon History, 1660,17X3 Ac Mahan (Boston, 1890), v-
vi (a partir de aquí este libro se citara como Influence 1).
23. Carta de Mahan a Roy B. Marston. el 19 de Febrero de 1897, contenida en Letters
and Papers de Seager y Maguire, 2:494.
24. Influence I de Mahan, 138, 71
25. The Influence of Sea Power upon the /''reach Revolution ami Empire, 1793-18/2 de
Mahan, 2 volúmenes (Boston, 1892), 2:372-73 (a partir de aquí este libro se citará
como Influence 2); The Interest of A merica in Sea Power, Present and Enture de
Mahan (Boston, 1897), 307-308.
26. Influence I Ac Mahan, 179, 180, 185-187, 197.
27. Ibid, 222-23.
28. Ibid, 295.
29. Ibid, 397.
30. Influence 2 de Mahan, 2:118, 108, 184-85, 100-102.
31. ,\ Foreign Poli/y for America de Charles A. Beard (New York, 1940), 75-76; The
Politics of Naval Supremacy: Studies in lirilisli Maritime Ascemlaniy de Gerald S.
Graban (Cambridge, 1965), 6-8, 19-27; '/'/(/' Rise and Fall of Kritish Naval History
Ac Paul M, Kennedy (New York, 1976), capítulos 3-5.
32. Rise anil ¡''all Ac Kennedy, 76.
33. Politics of Naval Supremacy Ac Graham, 19.
34. Rise and Fall de Kennedy, 114.
35. Napoleón ttonaparte: An Inthnatc /}/V^r/7/j//\ de Yinceui Cronin (New York, 1972).
305-310; Rusia anil Europe, 1789-182') de Andrei A. Lobanov-Roslovskv
(Wesport, Conn., 1968), 152-97.
36. Historians' ¡''allecies: Toward a Logic of Histórica! thought Ac David Hackelt Hscher
(New York, Evanstou v London 1970), 172.
37. Subordination in Historical Treatment Ac Mahan, en Naval Administration, 245-72.
38. Interest of America hi Sea Power Ae Mahan, 128.
492 Creadores de la Estrategia
Moderna

39. Lessons of the War with Spain and Other Articles de Mahan (Boston, 1899), 106;
Influence 1 de Mahan, 138; Mahan on the Use of the Sea de Mahan, en Naval War
College Review (mayo-junio, 1973), 73-82.
40. Carta de Mahan a William H. Henderson el 5 de Mayo de 1890, incluida en Letters
and Papers de Seaguer and Maguire, 2:9.
41. Alfred Thayer Mahan de Seaguer, 167, 172.
42. Influence 1 y 2de Mahan.
43. On the Study of Naval Warfare as a Science de Stephen B. Luce, en United States
Institute Proceedings 12, nQ 4 (1886), 534. The Writings of Stephen B. Luce, editado por
John D. Hayes and John B. Hattendorf (Newport, R.I, 1975), 1:47-68.
44. Carta de Mahan a Luce, el 6 de enero de 1886, incluida en Letters and Papers de
Seaguer y Maguire, 1:619.
45. The Art of War de Antoine-Henri Joraini (Philadelphia, 1862; reeditado por
Westport, Conn., 1966), 63.
46. Ibid, 296, 104-106.
47. Ibid, 232-34.
48. Naval Strategy: Compared and Contrasted with the Principles and Practice of Military
Operations on Land, de Mahan (Boston, 1911), 6; Influence 1, de Mahan, 8-9; Naval
Strategy, de Mahan, 49,31.
49. Naval Strategy, de Mahan, 53,55; Lessons of the War with Spain, de Mahan, 262.
50. Lesson of the War with Spain, de Mahan, 37
51. Ibid, 264; Naval Administration, de Mahan, 165: The Interest of America in Sea Power,
de Mahan, 198.
52. Lessons of the War with Spain, de Mahan, 38-39.
53. Naval Strategy, de Mahan, 6.
54. Sea Power in Its Relations to the War of 1812 de Mahan, 2 volúmenes (New York,
1903), 2:51; lessons of the War with Spain, de Mahan, 167, 137; Naval Strategy, de
Mahan, 189, 199, 254; Influence 1, de Mahan, 287-88; Influence 2, de Mahan, 1:155-
56; Sea Power in the War of 1812, de Mahan, 2:52, 301.
55. Interest of America in Sea Power, de Mahan, 194; Admiral Farragut de Mahan (New
York, 1892), 218; Naval Administration, de Mahan, 194; Influence 2, de Mahan, 1:355.
56. Influence 1, de Mahan, 539; The Art of War, dejomini, 63.
57. The Mayor Operations of the Navies in the War of American Independence de Mahan
(Boston, 1913), 33.
58. Naval Strategy, de Mahan, 166.
59. Ibid, 191-92; Retrospect and Prospect and PoliticalStudies in International Relations, Naval and
PoliIcal, de Mahan (Boston, 1902), 46.
60. The Art of War, dejomini, 226-30.
61. Naval Strategy, de Mahan, 205, 213, 218 y 243.
62. Influence 1, de Mahan, 287-88.
63. Naval Strategy, de Mahan, 139, 435.
64. Influence 2, de Mahan, 2:296.
65. Mahan and Naval Strategy in the Nuclear Age de James A. Barber en el Naval War
College Review (marzo, 1972), 83-85.
66. The Art of War, dejomini, 12.
67. From Sail to Steam, de Mahan, 283.
68. Aunque existía una traducción al inglés de la obra de Clausewitz, De la Guerra, en el
Naval War College, es muy probable que Mahan no la leyera hasta 1910, a tenor de
un comentario hecho por Major Stewar L. Murray en su The Reality of War.
(Puleston, Mahan, 293)
69. Interest of America in Sea Power de Mahan, 177, 180.
Alfred Thayer Mahan: El Historiador Naval 493

70. Armaments and Arbitration, or the Flare of Force in the International Relations of Slates,
de Mahan (New York y London, 1912), 66-67.
71. Restrospect and Prospect de Mahan, 18; rana de Mahan a Ashe, el 26 de julio de 1884,
incluido en Letters and Papers de Seager y Maguire, 1:154; Influence I, de Mahan, 29-87.
72. Ibid, 33-34.
73. Carta de Mahan a Aske, el 12 de mar/o de 1880, incluida en Letters and Papers, de
Seaguer and Maguire, 1:482; interest of America in Sea Power, de Mahan, 11-15, 20-21.
74. Interest of America in Sea Power, de Mahan, 66, 81-87, 100-103.
75. Isssons of the War with Spain, de Mahan, 29; Naval Strategy, de Mahan, 111.
76. interest of Ameiica in Sea Power, de Mahan, 26; ibid, 31-32.
77. Ibid, 32-58, 217-70.
78. American Imperialism: The Worst C.hapter in Almost Any liook de James A. Field ]r. en
American Historical Review 83, n" 3 (junio 1978), 666.
79. Expansionists o/ "1898 de Julius Pratt (Baltimore 1936), 12-22,222-83; The New Empire:
An Interpretation of American Expansion 1860-1898, de Walter LaFebcr (Ithaca y
London, 1963), 85-101.
80. Carta de Mahan a Lodge, el 27 de julio de 1898, incluida en Letters and Papers de
Seaguer y Maguire, 2:569; Retrospect and Prospect de Mahan, 44-45; The Problem of Asia
and Its Effects upon International Policies, de Mahan (Boston, 1900), 7-9.
81. Problem of Asia, de Mahan, 67; carta de Mahan a Roosevelt el 12 de marzo de 1901,
incluida en Letters and Pof>ersAf Seaguer and Maguire, 2:707; Problem of Asia, de
Mahan, 88, 154, 16.3, 34.
82. Alfred Thaler Mahan: Turning America Hack to IheSead? Kenneth ]. Hagan, en Makers of
American iplomacy, editado por Frank ). Merli y Theodore A. Wilson, 2 volúmenes
(New York, 1974), 1:284.
83. Tlie New Empire deL Walter LaFcber. Ver también Cluna Market: American i Qiiesl for
Informal Empire, 18 >3-1901 de Thomas McCormick (Chicago, 1967).
84. The New Empire de Walter LaFeber, 91, 93.
85. Retrospect and Prospect, de Mahan, 139-40.
86. Problem of Asia, de Mahan, 85-86, 138.
87. Arms and Men: A Slndy of A men can Military History de Walter Willis (New York,
1958), 144; Tlie Naval Aristocracy: T'he Golden Age of Annapolis and the Emergence of
Modern Navalism, de Peter Karsten (New York, 1972), 337; Mahan on Sea Power, de
Live/ey, 343; The Influence of Modern Sea Power, de John D. Hayes, en United Slates
Naval Institute Proceedings (mayo 1971), 279; Problem of Asia, de Mahan, 198-99.
88. The Interest of America in Sea Power, de Mahan, 268; Problem oj Asia, de Mahan, 175;
Retrospect and Prospect, de Mahan, 17.
89. Mahan, de Sprout, 416.
90. The Rise of American Naval Power, de I larold Sprout y Margaret T. Sprout (Princeton,
1939), 169-76.
91. Benjamin I'ranklin Tracy: Lather of the American Eigluing Navy de Benjamin
Franklin Cooling (Hamden, Conn., 1973), 48.
92. Naval Aristocracy, de Karsten, 280.
93. Letters and Papers, de Seaguer and Maguire, 1:371-72.
94. Para tin punto de vista contrario, ver Naval Aristocracy de Karsten, 331.
95. Ten Years before Mahan; The Unofficial ('ase for the New Navy, 1880- 1890, de Robert
Seaguer II, en Mississippi Valley Historical Revieiv (diciembre 1953), 491-512; Alfred
Thayer Mahan, de Seaguer, 199-203; Alfred Thayer Mahan, de I lagan, 1:287-93; The
Naval Institute, Mahan, and the Naval Profession, en Lawrence C. Allin, en Naval War
College Review (verano 1978), 29-48. Un resumen de los artículos de Luce aparece
en The writings of Stephen B. Luce, editado por Hayes y HattendoiT, 191-205.
96. Rise of American Naval Power de Sprout and Sprout, 205-213; Admirals oj American
Empire, de Richard S. West, (Indianapolis y New York, 1948), 147; lienjamin Eranklin
7'rary, de Cooling, 72-74; The American Naval Rei'olulion, de Walter R. 1 lenrick (Baton
Rouge, 1966), 3-11.
494 Creadores de la Estrategia
Moderna

97. En 1883 se había autorizado la construcción de tres cruceros construidos en


acero, el Atlanta, el Boston y el Chicago, pero ninguno superaba las 6000
toneladas y todos ellos llevaban velas auxiliares. Durante la primera
administración Cleveland (1885-1889) se construyeron ocho cruceros más, entre
los que estaban el Texas, Maine y Charleston. Sin embargo, ninguno de ellos
puede considerarse un verdadero buque de batalla; estaban diseñados
principalmente para interceptar y destruir buques comerciales y no para el
combate con otros buques de guerra.
98. Alfred Thayer Mahan de Seaguer, 274.
99. Mahan on Sea Power de Livezey, 181; A Navy Second to None: The Development of
Modern American Naval Policy de George T. Davi
100. (New York, 1940), 75-76.
100. The Nature of Influence: Roosevelt, Mahan and the Concept of Sea Power, de Peter
Karsten, en American Quarterly 23, (octubre 1971), 590.
101. Alfred Thayer Mahan, de Seaguer, 209-210; Mahan on Sea Power, de Livezey, 123-24,
143-44.
102. Rise of American Naval Power, de Sprout and Sprout, 20; Alfred Thayer Mahan, de
Seaguer, 519-32; carta de Mahan a Bouvenie F. Clark, el 15 de enero de 1907,
incluida en Letters and Papers de Seaguer y Maguire, 3:203. Mahan and Theodore
Roosevelt: The Assessment oflngluence de Michael Corgan, en Naval war College Review
(noviembre-diciembre, 1980).
103. Alfred Thayer Mahan Ac Seaguer, 532-33.
104. Ibid, 466-68; carta de Mahan a Rodgers, el 22 de febrero de 1911, incluida en Letters
and Papers de Seaguer and Maguire, 3:380-94.
105. Mahan on Sea Power de Livezey, 60-82.
106. European Naval Expansion and Mahan, 1899-1906 de Ronald B. St. John, en
Naval War College Review (marzo 1971), 76-78; The Anatomy of British Sea Power,
de Arthur J. Marder (New York, 1940), 24-43.
107. The Life of Admiral Mahan, de Taylor, 131.
108. Yesterday's Deterrent: Tirpitz and the Birth of the German Battle Fleet, de Jonathan
Steinberg (New York 1965), 72-74, 125-27.
109. Germany 1866-1945 de Gordon A. Craig (Oxford y New York, 1978), 307; My
Memoirsde Grand Admiral Alfred von Tirpitz, 2 volúmenes (New York, 1919), 1:72.
110.The Politics of Naval Supremacy, de Graham, 5.
111. From Sail to Steam, de Mahan, 303; The Life of Admiral Mahan, de Taylor, 114-15;
Mahan on Sea Power de Livezey, 76.
112. Mahan on Naval Warfare, de Allan Wescott (Boston, 1918); A History of Sea Power, de
William O. Stevens y Allan Wescalt (New York, 1920).
113.The Blue Sword: The Naval War College and the American Mission 1919-1941, de
Michael Vlahos (Newport, R.I., 1980), 72-73; Professors of War, de Spector, 144-48.
114. The Negative Influence of Mahan on Anti-Submarine Warfare de R.A. Bowling, en
Journal of the Royal United Service Institute for Defense Studies (diciembre 1977), 55.
115. The Blue Sword de Vlahos, 146.
116. Mahan, de Puleston, 333.
117.Mahan on Sea Power de Livezey, 313; The American Way of War: A History of United
States Military Strategy and Policy, de Russell F. Weigley (New York y London, 1973),
311.
118. Master of Sea Power: A Biography of Fleet Admiral Ernest J. King de Thomas B. Buell
(Boston y Toronto, 1980), 34-35, 51-52.
119. The Sea in Modern Strategy, de Laurence, Martin (New York, 1967), 10.
120. Some Concepts in American Naval Strategic Thought, 1940-1970 de John B.
Hattendorf, en Yankee Mariner and Sea Power, Naval War College Reviews
(septiembre-octubre 1972), artículo Challenge! de Stanfield Turner.
121. Departament of Navy Fiscal Year 1984. Report to the Congress Washington D.C. 1983,
16.
122. Naval Administration, de Mahan, 229.
CUARTA PARTE

DE LA PRIMERA
A LA SEGUNDA
GUERRA MUNDIAL
Gordon A. Craig

17. El líder politico


como estratega
17. El líder político como
estratega

El papel del líder político en la dirección del esfuerzo bélico de una nación es difícil de
establecer. La frase de Clausewitz: "la política es la inteligencia rectora y la guerra sólo un
instrumento... No existe otra posibilidad, entonces, que subordinar el punto de vista
militar al político", aunque tiene una gran importancia teórica, no tiene demasiada
aplicación a la hora de formular directrices para tomar decisiones en la guerra del siglo
XX, o para declinar las responsabilidades para la determinación de la estrategia (1). Según
David Fraser: "el arte de la estrategia es determinar el objetivo a conseguir, que es o debe
ser político; de este objetivo se derivan una serie de objetivos militares que se deben lograr:
definir los requisitos militares que imponen esos objetivos y las condiciones iniciales que
exige cada uno de ellos; evaluar los recursos disponibles y los potenciales frente a los
requisitos y establecer las prioridades y una línea de actuación racional". Pero lo difícil
precisamente es determinar hasta qué punto interviene el líder político en todo ese
proceso y cuales de estas funciones son puramente militares (2). Es evidente que no se
puede responder a todo esto con soluciones categóricas.
Lo mismo se puede decir respecto a las relaciones entre la autoridad civil y militar en el
momento del proceso de la guerra en el que la estrategia se traduce en operaciones
militares. Sir Edward Spears se refirió a ello con cierta aspereza: "La imagen de civiles
examinando planes y mapas y tratando de averiguar el significado de todas las órdenes para
la actuación de la fuerza aérea, la caballería, infantería, carros, etc., es ridicula...
Solamente el que está poseído por ese peligroso desconocimiento, que se traduce en
arrogancia, típico de un mal aficionado, sería capaz de atreverse a evaluar cosas como la
potencia de fuego propia y la capacidad de resistencia del enemigo, el efecto de choque de
un ataque de la infantería y sus disposiciones tácticas, sin tener ningún conocimiento
sobre la materia, asumiendo de hecho, el trabajo técnico del Estado Mayor que representa
muchas semanas de estudio de profesionales altamente cualificados" (3).
Todo esto está muy bien, pero parece que hay cierta exageración. Todas las
operaciones militares tienen consecuencias políticas. Mediante ellas una nación puede
aumentar o disminuir su capacidad para lograr sus objetivos; puede desembocar
imprudentemente en otros objetivos nuevos e imprevistos; puede también, por error de
cálculo o de ejecución, desmoralizar
500 Creadores de la Estrategia Moderna

ejecución, desmoralizar a sus aliados o provocar nuevos apoyos a favor del enemigo. Si el
entrometimiento excesivo en el planeamiento operativo y en la toma de decisiones por
parte de los líderes políticos, puede tener consecuencias no deseables, la incapacidad o la
falta de disposición por su parte para ejercer un control crítico sobre dichos planes y deci-
siones, corre el riesgo de poner en manos de los militares una capacidad que puede
poner en peligro la seguridad nacional, sobre la cual son los gobernantes los que tienen la
máxima responsabilidad. Por todo ello, es difícil formular una definición teórica que
establezca los papeles de cada uno y que, al mismo tiempo, no sea tan general que carezca
de utilidad práctica.
Hasta ahora estas cuestiones han sido resueltas por la interacción de factores tales
como el tipo del sistema político, la eficacia y prestigio de la institución militar y el carácter
y personalidad del líder político. En las dos guerras mundiales de este siglo, esto último ha
sido lo más importante.

El caso del primer Canciller de Alemania en la Gran Guerra, Theobald von


Bethmann Hollweg, representa uno de los extremos, pero no es el único ejemplo de las
dificultades que tuvieron que afrontar los líderes políticos de todos los países beligerantes
en 1914. Desde el comienzo de las hostilidades se encontró en una situación en la que casi
todos los partidos políticos, los empresarios, un alto porcentaje del profesorado de la
universidad, la mayoría de la clase media y una buena parte de la clase trabajadora, eran
partidarios de emprender una ambiciosa expansión territorial y estaban seguros de que
eso sería posible mediante la guerra. Al mismo tiempo, tenía que entendérselas con los
militares, que por aquel entonces gozaban de la mayor libertad de acción respecto al con-
trol político y del más alto grado de veneración por parte del pueblo que en cualquier
otro país.
Desde el punto de vista de su inteligencia y talento administrativo, Bethmann fue sin
duda el mejor de los sucesores de Bismarck, pero como Gerard Ritter ha puntualizado,
también fue "un intelectual que carecía por completo del instinto de poder... que no
disfrutaba con su posesión y que se mantuvo en su puesto únicamente porque lo
consideraba como una férrea responsabilidad al servicio del Estado y de las tradiciones de
la monarquía Pruso-Germana" (4). El no era un luchador ni el tipo hombre de firme
voluntad que persigue sus objetivos sin escrúpulos y sin tregua. Su timidez natural le
impedía enfrentarse a situaciones que exigían buenas dosis de arrogancia y confianza en
uno mismo, y en momentos de crisis se sentía dominado por el fatalismo.
Por ello, no es extraño que en Agosto de 1914, Bethmann se sintiera impresionado
por las especulaciones técnicas de los soldados y se decidiera por la guerra que, en
cualquier caso, estaba
El líder político como estratega 501

caso, estaba convencido de que era poco menos que inevitable. No había participado en
la confección de los planes estratégicos para la guerra, ni tampoco se oponía a sus
conceptos básicos, como el que una gran ofensiva en el oeste neutralizaría a Francia en
seis semanas y haría que los ingleses no se atrevieran a participar, de manera que las
fuerzas alemanas podrían dirigirse hacia el este para ayudar a los austríacos que estaban
realizando operaciones de contención y destruir así el avance ruso.
Sin embargo, es preciso decir en favor de Bethmann que una vez que el error de la
estrategia del Alto Mando era evidente y que se produjo el gran colapso de la guerra de
las trincheras, luchó con valentía para que la guerra volviera a unos cauces razonables y se
orientase hacia un final alcanzable. Se negó a las exigencias del Jefe del Estado Mayor,
Falkenhayn, de ser consultado sobre todos los temas de política exterior que pudieran
afectar a las operaciones en el campo de batalla, lo que constituía un claro intento de
aumentar las competencias de los militares en detrimento de las del Canciller. Consiguió
una victoria sobre Tirpitz y los almirantes en 1915 al impedir el comienzo de una guerra
submarina ilimitada. Utilizó todo su poder persuasivo para evitar que el Emperador
estuviera a merced de las opiniones de los militares, pero sólo lo consiguió hasta 1917.
Fue menos eficaz respecto a los anexionistas, cuyas ambiciones consideraba poco
realistas y peligrosas, ya que suponían ampliar el objetivo de la guerra hasta un punto en el
que sería imposible ningún tipo de paz negociada. Concibió la idea de utilizar a los
militares contra los círculos anexionistas, para lo cual tendría que encontrar a un general
que estuviera de acuerdo con su línea de acción moderada y gozara de la suficiente
popularidad como para hacer que los anexionistas moderaran sus pretensiones. Para ello
decidió persuadir al Emperador de la necesidad de destituir a Falkenhayn -cuya
popularidad había disminuido a partir de la agotadora campaña de Verdun- y poner en su
puesto a Hindenburg, el héroe de Tannenberg. En una audiencia con Guillermo II en julio
de 1916, le dijo sin rodeos que Hindenburg debía ser nombrado de inmediato
comandante supremo. "Este es un tema que tiene repercusiones en la dinastía
Hohenzollern. Con Hindenburg podríamos llegar a una paz negociada, sin él no". (5).
Pocas semanas después, el Emperador accedió y se produjo el cambio.
Esto fue un grave error de cálculo. Hindenburg no quería una paz negociada, ni
tampoco el General Erich Ludendorff, que demostró ser más fanático respecto a la
adquisición de nuevos territorios que los propios anexionistas. Además, no era fácil evitar
la intervención de los componentes del Mando Supremo en las decisiones políticas como
había ocurrido con Falkenhayn. Al poco tiempo consiguieron hacerse escuchar en todos
los asuntos de política de alto nivel, lo que originó que se emprendieran unas líneas de
acción que no hicieron más que prolongar y extender la guerra. En Noviembre de 1916,
Ludendorff echó a perder la posibilidad de una paz negociada con Rusia al defender la
idea de que las necesidades militares exigían la creación de un reino satélite en Polonia,
fuera
502 Creadores de la Estrategia
Moderna

fuera de los territorios rusos ocupados por las tropas alemanas desde 1914; esta decisión
llevó a la caída del partido pacifista en San Petesburgo y mantuvo a los rusos en pie de
guerra durante un año más. Y no contento con eso, el Mando Supremo pidió en la
Primavera de 1917, el comienzo inmediato de la guerra submarina ilimitada.
Bethmann había luchado con firmeza contra la realización de operaciones
submarinas en 1915, pero en esta ocasión su resistencia fue más débil y acabó cediendo.
Las razones que llevaron a todo esto demuestran el dilema,en toda su crueldad, de los
hombres de estado civiles en tiempo de guerra. En uno de los consejos que se
celebraban periódicamente, Bethmann, se vio rodeado de expertos marinos que
mostraban estadísticas y datos técnicos que probaban que el tener submarinos traería la
victoria en unos pocos de meses. No era un hombre arrogante y ante todos aquellos
datos que aseguraban la victoria lo único que podía hacer era dudar de sus propios
instintos. Poco a poco se fue convenciendo a sí mismo de que tal vez el Almirantazgo tenía
razón y autorizó sus planes. Esto fue sin duda un acto de debilidad, pero según puntualiza
Ritter hubiera sido necesaria una persona con una extraordinaria fuerza de voluntad y
confianza en sí mismo para oponerse a una acción exigida por todos los jefes militares, así
como por el Emperador, la mayoría del Reichstag y de los partidos políticos, incluyendo a
los social-demócratas (6).
La capitulación de Bethmann no fue suficiente para satisfacer ni al Mando Supremo,
que estaba irritado con el Canciller por oponerse a sus puntos de vista en temas
relacionados con la seguridad nacional, ni a los anexionistas, que sabían que él confiaba
aún en una paz negociada. En los meses siguientes, estas fuerzas se aliaron y lanzaron una
campaña contra la debilidad de Bethmann, insistiendo en que sería imposible alcanzar el
triunfo en la guerra si él continuaba en su puesto. Sus intrigas dieron resultado y el
hombre que se había esforzado por mantener la guerra dentro de unos límites
racionales, se encontraba acosado y tuvo que dejar su puesto. Lo más sorprendente de su
caída no fue la forma en la que se produjo, sino el hecho de que ni una sola voz se alzase
en su defensa. No sólo los soldados y los hombres de negocios estaban interesados en la
desaparición de Bethmann. Algunos de los líderes de la democracia de Wei-mar, como
Matthias Erzberger y Gustav Stresemann, participaron activamente en las sucias
maniobras que provocaron su destitución; la mayoría del Reichstag dio su aprobación, los
socialistas se abstuvieron y la opinión pública la acogió con satisfacción, convencidos de
que Hindenburg y Ludendorff les traerían la victoria total que ellos anhelaban.
Se confirmó de forma sorprendente la opinión de Clausewitz de que el triunfo en la
guerra depende de la adecuada coordinación del liderazgo político, de las fuerzas
armadas y de la moral del pueblo; fue la desarticulación de estas fuerzas lo que derrotó a
Bethmann. La combinación del exceso de confianza de los militares y la indiferencia de
la opinión pública,
El líder político como estratega 503

opinión pública, anularon todos los intentos de coordinar la política y las estrategias
militares de Alemania de forma racional y orientar así sus planes operativos hacia fines
alcanzables. El resultado fue la tenaz prolongación de la guerra que provocó millones de
víctimas innecesarias y una loca ofensiva en 1918, sin que el país tuviera los recursos para
apoyarla y, como conclusión, la derrota y la revolución.

II

Aunque los ingleses poseían un sistema político más complejo que los alemanes y
tradicionalmente son menos proclives a aceptar una autoridad militar, las diferencias
entre estos dos países son muy escasas a la luz de los sucesos de la Primera Guerra Mundial.
El Primer Ministro al comienzo de la guerra nunca la contempló como lo había hecho
Bethmann Hollweg, en el sentido de verla como un instrumento de la política y siendo
consciente de que los grandes aspectos estratégicos permanecían bajo el control de los
líderes políticos.
H.H. Asquith fue un parlamentario brillante y un excepcional líder de su partido,
pero nunca tuvo la formación ni la energía para ser un gran Ministro de la Guerra.
A.J.P. Tailor dijo de él que "nunca comprendió los grandes problemas que emanan de la
conducción de la guerra. Aunque ésta finalizó con la victoria, consideraba que lo mejor
que podían hacer los hombres de estado era mantenerse al margen, mientras que las
empresas suministraban las armas con las que los generales ganarían las batallas" (7). Esta
actitud resulta curiosa para un político británico puesto que Gran Bretaña era una
potencia marítima y, en una guerra entre potencias eminentemente terrestres, tenía
opciones estratégicas y la posibilidad de elección entre lo que podía o debía hacer el
ejército. La timidez de Asquith a la hora de tomar una actitud firme trajo como
consecuencia que las decisiones básicas que iban a afectar a la naturaleza, duración, orien-
tación, costes humanos y financieros del conflicto y al propio futuro del Imperio
Británico, no se podrían tomar de forma lógica y responsable. Por el contrario, cada vez
que era necesario tomar una decisión, ésta iba pasando por diversos ministerios, comités
y equipos de trabajo; después de largas demoras, las soluciones solían ser de compromiso
por lo que no contentaban a nadie y, al final, resultaban ser ineficaces (como el Plan
Dardanelos, que fracasó por la falta de convicción, energía y recursos); poco a poco, el
país fue derivando hacia una actitud estratégica de la que era imposible retroceder,
tanto si era racionalmente aceptable como si no.
Esta era la situación durante el negligente liderazgo de Asquith que abarcó los dos
primeros años de la guerra. Después de numerosos vaivenes estratégicos y del fracasado
Plan Dardanelos, la jefatura del ejército pasó al estricto control de Douglas Haig y de
William Robertson, una combinación que resultó ser casi tan impermeable a la
supervisión civil como lo era el equipo Hindenburg- Ludendorff, e impuso una serie
de conceptos
504 Creadores de la Estrategia Moderna

de conceptos estratégicos que fueron tan nefastos para su país como los de sus colegas
alemanes. Tanto Haig como Robertson eran ocádentalistas -pensaban que la guerra podría
ganarse si derrotaban a los alemanes en Flandes y estaban preparados para aceptar las
grandes pérdidas británicas que ello supusiera-. Bajo su mandato, el conflicto pasó de ser
una guerra de movimiento a una de aniquilación. Como Roy Jenkins escribió en su
biografía sobre Asquith, "En esas circunstancias el trabajo del político ya no era la
búsqueda de alternativas estratégicas, sino simplemente el de suministrar hombres y
municiones para la lucha" (8). A menos que se contemplen las sangrías del Somme y
Arras como un uso racional de la guerra y encaminadas a lograr algún fin lógico (cosa que
resulta muy difícil), se llega a la conclusión de que el Primer Ministro había abandonado
la idea de mantener la guerra dentro de los límites de la razón mucho antes de que
Bethmann también lo hiciera y que había cedido sus funciones a los soldados, primero a
Kitchener y después al diunvirato Robertson-Haig.
Asquith fue un político astuto y fue, probablemente, su conocimiento de las corrientes
de opinión pública, más que su letargo personal, lo que provocó su abdicación. Pocos días
antes del comienzo de la guerra, había escrito en su diario: "Había grandes multitudes
deambulando por las calles y aclamando al Rey en el Palacio de Buckingham y se pudo oir
el rumor hasta más allá de la 1 de la madrugada. La guerra o todo aquello que parezca que
puede conducir a ella, es siempre popular entre la gente de Londres... ¡Cómo detesto
tanta frivolidad!" (9).
Una vez que la guerra había comenzado las pasiones de la muchedumbre
aumentaron aún más y Asquith creyó que, probablemente, cualquier intento de definir
una postura estratégica encontraría el rechazo popular y provocaría una crisis de
gobierno. Además, ¿cómo podría demostrar que los soldados estaban equivocados en sus
estimaciones acerca de las posibilidades militares? ¡Y era tan difícil lograrlo! En el primer
día de la batalla del Somme, en Julio de 1916, resultaron muertos, gravemente heridos o
desaparecidos más de 1.000 oficiales y 20.000 soldados y otros 35.300 fueron heridos de
diversa consideración. Antes de que esa batalla terminara, los ingleses había sufrido más
de 420.000 bajas. Estas eran unas cifras impresionantes y desalentadoras. Incluso
cuando el gobierno quiso culpar al comandante en jefe de las fuerzas británicas destaca-
das en Francia, el propio Haig les dio la misma respuesta que han dado otros muchos
comandantes en numerosas ocasiones desde 1916 y que resulta muy difícil de entender a
los políticos. Resaltó que la batalla del Somme había permitido aliviar la presión en otras
partes del frente aliado y había forzado al enemigo a desviar numerosos recursos de otros
frentes. Al mismo tiempo, demostró que Inglaterra podría organizar una ofensiva en el
teatro principal de la guerra y expulsar a las tropas alemanas de algunas de sus
posiciones clave, lo que tendría unos efectos psicológicos importantes y fortalecería su
voluntad de victoria. Más importante aún, el enemigo había necesitado utilizar más del
30 por ciento de sus divisiones para contener los ataques, de forma que en otras
seis semanas
El líder político como estratega 505

semanas "debería resultarle muy difícil disponer de más hombres... Si logramos


mantener una fuerte presión ofensiva, provocará la completa destrucción del
enemigo" (10). ¿Quién podía negar la validez de estas afirmaciones? Ante ellas, a
Asquith sólo le quedaba dar su consentimiento.
Su sucesor como Primer Ministro, David Lloyd George, tenía unas profundas
convicciones estratégicas y un deseo mayor de conducir la guerra por caminos
lógicos, pero le daba el mismo miedo el rechazo publico o su desaprobación al dar
los detalles de todas las operaciones a realizar. Discutió con los soldados. En cierta
ocasión le dijo a Robertson: "No enviaré a miles de mis hombres al sacrificio como
si se tratara de ganado. Durante tres años hemos perseguido la victoria en Francia
y Bélgica. ¿Qué es lo que nos demuestra esa incesante lucha? ¡Debemos atacar de
nuevo en un frente elástico!" (11). No obstante, cuando el ejército planeaba
nuevas operaciones ofensivas en Flandes, él dijo al respecto que se trataba de
especulaciones militares sin sentido, empresas alocadas y turbias y estúpidas aventuras, pero
nunca se opuso a que los soldados siguieran malgastando los recursos de la nación,
ni les pidió que recapacitaran al respecto. Como ha escrito León Wolff, él sabía
muy bien que "Haig debería ser destituido inmediatamente, Robertson caería en
desgracia y el país entero, el Parlamento e incluso el Gabinete de Guerra darían
saltos de alegría. Pero la caída de Haig implicaría también reconocer que el
Imperio estaba perdiendo la guerra, lo que provocaría una inyección moral para el
enemigo y un efecto muy negativo para los aliados" (12). Teniendo todo esto
presente, además de su propio futuro político, Lloyd George no insistió demasiado
y continuó la matanza innecesaria en los campos de batalla.
En estas circunstancias, la idea de buscar una paz negociada se fue alejando
tanto en Inglaterra como en Alemania. En 1916, cuando Lord Lansdowne
envió un memorándum al Gabinete de Guerra solicitando la búsqueda urgente
de una negociación, Asquith no mostró el más mínimo interés en ello. Un año
después, Lansdowne eligió un procedimiento más directo e hizo pública su
propuesta a través de una carta al Daily Telegraph. En palabras de su biógrafo, fue
recibida con "un aluvión de cartas de contestación que, aunque abarcaban todo
tipo de opiniones, en muchas de ellas era patente una extraña sensación de
violencia, anormal en la vida política inglesa de aquel tiempo" (13). El periódico
"The Times", del que era propietario Lord Northcliffe, acusó a Lans-dowe de falta
de moderación y en otros diarios se le calificaba de cobarde, inepto e inoportuno.
Antes de todos estos sucesos, ni el gobierno de Lloyd George ni la oposición
mostraron ningún deseo por tomar la iniciativa para esa negociación. Como en
Alemania, los soldados habían despreciado la posibilidad de utilizar alternativas
estratégicas y se entregaron a una guerra en Francia totalmente irracional, con
resultados tan drásticos y penosos como los que sufrieron sus enemigos.
506 Creadores de la Estrategia Moderna

III

La experiencia de los líderes políticos franceses durante los primeros años de la Gran
Guerra fue una copia de la de sus colegas ingleses y alemanes, con la particularidad de
que posteriormente, en 1917, Francia dio un lamentable ejemplo de falta de confianza
del estamento civil que finalizó con la capitulación, a pesar de la opinión en contra de los
militares que la consideraban prematura. Sin embargo, en el último año de la guerra, los
líderes políticos reasumieron su autoridad y su resultado fue que Francia gozó durante
ese período de una colaboración político-militar, en lo referente a la dirección de la
guerra, muy superior a la de Inglaterra y Alemania.
Francia comenzó la guerra con un sistema que de alguna manera recordaba a una
dictadura militar; las razones para ello las exponía Jere King: "El hecho de que Francia
no estuviera mejor preparada para resolver los problemas de una democracia en guerra
fue debido a una serie compleja de circunstancias históricas. El gran prestigio de que
habían gozado los militares durante siglos les dio una ventaja sobre el estamento civil al
comienzo de la guerra. La idea de la 'sagrada unión' fue clave para los intereses de los
conservadores, de los cuales los militares constituían una parte muy importante. Las
críticas al mando durante los cruciales meses de Agosto y Septiembre de 1914 se
consideraban una deslealtad por no decir una traición. Ni el Gobierno ni el Parlamento
querían asumir el mando, creando así una grave expectación popular. Se creía que la
guerra sería corta y, por tanto, el eclipsamiento del poder civil sería sólo temporal" (14).
Pero Francia también tenía una tradición revolucionaria y la costumbre de que sus
generales deberían ser destituidos si no lograban victorias. La batalla del Marne y el
comienzo de la guerra de aniquilación hicieron surgir dudas acerca de los comandantes
franceses, con el fin de evitar que adquirieran el mismo poder que en Alemania e
Inglaterra. La aparición de un general victorioso, como lo fue Napoleón, podría haber
marcado la diferencia. Incluso en 1917 los líderes políticos se mostraban cautelosos
cuando trataban con napoleones potenciales y los generales tenían suficiente autonomía para
tomar decisiones de carácter operativo, como se demostró trágicamente en abril de ese
año, durante una conferencia celebrada en Compiégne. En ella, el Presidente de la
República, Raymond Poincaré, el Primer Ministro Ribot y el Ministro de la Guerra Painlevé
revisaron el plan del General Nivelle que contemplaba otra gran ofensiva contra las líneas
alemanas. Ninguno tenía fe en este proyecto. Tenían la suficiente autoridad para
cancelarlo. Pero fueron incapaces de señalar sus fallos, ni de sugerir otras acciones
alternativas y, por lo tanto, no pudieron detenerlo. Sir Edward Spears ha escrito al
respecto: "El Gabinete de Guerra carecía de conocimientos técnicos y estaba atrapado por
la opinión pública que, sabiendo de su ignorancia en temas militares, no hubiera
aceptado la intrusión civil en la esfera militar. La conferencia fue un claro ejemplo de la
impotencia de las democracias, incluso cuando
El líder político como estratega 507

incluso cuando luchan por su existencia, para desembarazarse de algunas de sus trabas.
Nunca se podrá evaluar lo que esta carencia en la dirección suprema de la guerra costó
a los aliados, tanto en vidas como en dinero" (15).
A pesar del desastroso resultado de dicha conferencia, se evitó que los franceses
siguieran el ejemplo de otros países. Las dudas de los civiles estaban más que justificadas.
En los primeros diez días de la ofensiva de Nivelle murieron 34.000 hombres, otros 90.000
resultaron heridos, muchos de ellos de gravedad y otros 20.000 se dieron por
desaparecidos. En poco tiempo se empezaron a producir motines en el ejército francés y la
aceptación popular se convirtió en un decidido enfrentamiento al estamento militar.
Como resultado de esta conmoción surgió un hombre para dirigir el esfuerzo de guerra, se
llamaba Georges Clemenceau.
Este personaje, mezcla de condotiero cínico de las guerras de finales del siglo XIX y
apasionado patriota, no era un gran admirador de los militares. Nada más acceder a su
cargo dejó bien claro que la guerra era un tema demasiado serio como para dejarlo en
manos de los generales. Al mismo tiempo, no sentía escrúpulos para no atender a más
razones que a sus propias opiniones; se entrometió en todos los campos de la
administración militar e incluso en temas eminentemente operativos y los aspectos
militares que afectaban al ámbito político los trató con brutalidad. Durante una reunión
del Consejo Supremo de lo Guerra, celebrada en Londres en marzo de 1918, replicó al
Mariscal Foch: "¡Hablo en nombre de Francia!" (16). Clemenceau tenía la habilidad
política necesaria como para contar con el apoyo parlamentario a sus propuestas, a
veces agresivas, y adquirió una experiencia que le permitía hablar con autoridad sobre
temas estratégicos y tácticos; todo ello impresionó a Lord Alfred Mil-ner por la claridad y
fuerza de sus opiniones, hasta el punto de que en Marzo de 1918 propuso que
Clemenceau fuera nombrado Generalísimo de las Fuerzas Aliadas (17).
El Primer Ministro francés sabía muy bien sus propias limitaciones respecto a este plan,
pero en ningún caso deseaba que disminuyera su total autoridad en la dirección del
particular esfuerzo de guerra francés. Entre los logros que le atribuyó el General
Mordacq, su ayudante de campo, figuran la reorganización del Ministerio de la Guerra, la
abolición de muchos puestos militares innecesarios y comisiones inútiles, la selección de
jefes nuevos y enérgicos, la reorganización del Estado Mayor General, la revitalización de
las estructuras de mando francesas en Italia y en Salónica y una gran expansión en la
producción de carros de combate y vehículos acorazados (18). Quizás más importante
que todo esto fue su reacción ante la ofensiva alemana en la primavera de 1918. El
desorden estratégico de los aliados, a merced de las iniciativas de Ludendorff, convenció a
Clemenceau de que continuar con el liderazgo de Pétain y Haig conduciría
inevitablemente a perder la guerra. Por ello comenzó una campaña a favor de un mando
unificado
508 Creadores de la Estrategia
Moderna

unificado bajo las ordenes de Foch; el logro de esta idea, junto con los ataques llevados a
cabo contra las líneas de comunicaciones alemanas una vez que su ofensiva comenzó a
disminuir, fueron las contribuciones más importantes a la ofensiva estratégica aliada
de julio a noviembre de 1918 (19).
No hay duda de que el importante papel desarrollado por este líder político en la
dirección de la guerra en Francia se debió en parte al hecho de que la opinión publica era
más crítica que en Alemania e Inglaterra y, además, porque ningún general francés
tenía el carisma de Hindemburg o Haig. Pero incluso más importante que estos factores
fue su propia personalidad: la fuerza de voluntad de Clemenceau influyó
poderosamente en sus contemporáneos y les forzó a prestarle su colaboración u
obediencia.

IV

En el último volumen de las memorias de guerra de David Lloyd George, al reflejar el


tipo de relaciones cívico-militares en las distintas naciones beligerantes aparece: "Al
contemplar esta guerra devastadora y analizar el papel desempeñado en su dirección por
los hombres de estado y los soldados, he llegado a la conclusión de que los primeros
demostraron mucha precaución al ejercer su autoridad sobre los jefes militares" (20).
Esto no fue así durante la Segunda Guerra Mundial, como quedará demostrado en los
tres ejemplos que expondremos a continuación; en cada uno de ellos, la explicación reside
en la personalidad de los líderes, aunque el marco constitucional en el que ejercieron su
autoridad tuvo mucha importancia.
El primer ejemplo, Adolfo Hitler, fue la máxima autoridad política de su país en
virtud de su doble papel como Canciller (un cargo que se añadió a los antiguos poderes
del Reichsprásident en agosto de 1934) y como líder incuestionable del único partido
político de Alemania; los otros habían sido eliminados junto con todos los otros
elementos potencialmente disidentes en el proceso denominado Gleichschaltung en los
años 1933-1934. Su autoridad sobre el Ejército fue firmemente establecida mediante el
juramento de lealtad que, a partir de agosto de 1934, todos los oficiales debían prestarle
personalmente como líder del "Reich y Volk" alemán y comandante supremo de la
Wehrmacht; como consecuencia de la reorganización del mando de las fuerzas armadas
en febrero de 1938, el denominado Mando Supremo de la Wehrmacht (OKW) estaba
directamente bajo su autoridad. En diciembre de 1941, Hitler adquirió el control directo
sobre las operaciones del ejército al destituir al General von Brauchitsch como
Comandante en Jefe del Ejército (OKH); explicando al Jefe del Estado Mayor del OKH,
que las "fruslerías" del mando operativo era algo que "cualquiera podía realizar" (21).
El líder político como estratega 509

Bajo estas circunstancias no había posibilidad de que los militares dominasen las
tomas de decisiones estratégicas. El problema estaba en determinar hasta qué punto el
Führer iba a conceder a su OKW y OKH el papel de asesores estratégicos. Pronto quedó
claro que estaba poco dispuesto a dejar que colaboraran con él. El General Alfred Jodl,
Jefe del Operaciones del OKW, se expresaba así en una carta dirigida a su mujer durante
el juicio de Nuremberg: "Hitler quería tener un Estado Mayor que convirtiera sus
decisiones en órdenes, que él dictaría como Comandante Supremo de la Wehrmacht,
pero nada más. El hecho de que hombres como Federico el Grande permitieran
contrastar sus ideas y decisiones con las de sus generales, no tenía ningún efecto sobre
Hitler, que no quería ninguna crítica a las grandes decisiones a lo largo de la guerra. No
le importaban las opiniones de nadie; si alguien se atrevía a insinuar su opinión, le
interrumpía enfurecido" (22).
Unos años antes de la guerra (tras su éxito en el golpe del Valle del Rin en marzo de
1936) ya había dicho: "Sigo mi camino con la seguridad de un sonámbulo", que es un
reflejo de la mística convicción de Hitler sobre su infalibilidad como conductor de la
marcha de su país hasta convertirlo en una potencia mundial y que venía corroborado
por los éxitos de 1939 y 1940. Jodl opinaba así al respecto: "El hombre que había triunfado
al ocupar Noruega ante la Flota británica, a pesar de su supremacía marítima, y que con
fuerzas numéricamente inferiores acabó con Francia como potencia militar, como si se
tratara de un castillo de naipes, en una campaña que duró cuarenta días, no estaba
dispuesto a escuchar a sus asesores militares, que le habían advertido del peligro de sobre-
dimensionar su poder militar. A partir de ese momento, sólo los requirió para que le
proporcionaran el apoyo técnico necesario para llevar a la práctica sus decisiones y para
que continuara funcionando la organización militar que las llevara a cabo" (23). De
hecho, la inmensa confianza que tenía en sí mismo no era más que una acusada
megalomanía. Los sueños estratégicos de Hitler no estaban limitados ni guiados por una
evaluación realista de las capacidades y los costes.
El gran plan estratégico de Hitler sobre el futuro de Alemania ha sido muy bien
descrito por Andreas Hillgruber (24). Delineado por primera vez en un libro de 1928,
que pasó desapercibido durante mucho tiempo, el sueño de Hitler era hacer de
Alemania la potencia dominante del mundo; primero mediante la conquista y
consolidación de toda Europa y de Rusia, preferiblemente con la benevolente neutralidad
de Inglaterra y, posteriormente, una vez establecidas las bases coloniales necesarias y
poseyendo una potente marina de guerra, entablar una guerra (quizás en alianza con
Inglaterra) contra la única potencia que podría amenazar a Alemania: los Estados Unidos
de América.
Para la realización de la primera etapa de su ambicioso programa, Hitler hizo
progresos muy importantes entre los años 1933 y 1939, inicialmente mediante un
espectacular despliegue diplomático cuyo objetivo era ocultar sus planes reales a las
potencias occidentales,
510 Creadores de la Estrategia Moderna

potencias occidentales, explotando al mismo tiempo sus diferencias y errores, para, a


partir de la primavera de 1938, comenzar a aplicar hábilmente presiones políticas y
militares. Ciertamente no había agotado todas las posibilidades de esta estrategia cuando,
en otoño de 1939, tomó la decisión de que ciertas victorias obtenidas sin la aplicación
directa del poder militar alemán no eran totalmente satisfactorias. Sin embargo, es
evidente que una vez que abandonó el arma política y eligió obtener sus objetivos sólo
con la espada, su estrategia resultó ser inadecuada para solucionar los problemas que él
mismo había propiciado.
Todo ello se hizo patente en junio de 1940, es decir, en el mismo momento en que el
General Keitel estaba celebrando la victoria sobre Escandinavia, los Países Bajos y Francia
y era aclamado como "el más grande comandante de todos los tiempos". El jefe del
OKW debería haber anunciado a su Führer que se había producido una grave brecha
estratégica por el hecho de que Gran Bretaña no se rindió como Francia, lo cual suponía
la ruptura de su gran diseño y no poseía ningún plan para resolver las dificultades que
ello entrañaba. El Mariscal de Campo Erich von Manstein escribió después de la
guerra que "Hitler estaba siempre tan confiado en su fuerza de voluntad para vencer
cualquier obstáculo que se pudiera presentar que se olvidó de que el enemigo también
tenía una voluntad y que estaba decidido a no doblegarla" (25). En esos momentos se
enfrentaba por primera vez con la cruda realidad, añadiendo una nueva dimensión a la
guerra que él nunca llegó a comprender y, por tanto, fue incapaz de controlar. Todo ello
produjo un efecto perturbador y permanente en su estrategia. A partir de entonces
comenzó a mostrarse impaciente; revisó los planes iniciales pero sin convicción y poco
después los abandonó; inició un insensato derroche en la utilización de los recursos
humanos y naturales y se entregó a sus enfermizos impulsos que tuvieron resultados
desastrosos (26).
La extraordinaria inestabilidad del pensamiento de Hitler en la segunda mitad de
1940 es un índice de que había perdido el control de la dirección de la guerra. El plan
para un asalto a las Islas Británicas era deficiente e incompleto en su concepción y la
ofensiva aérea de la que dependía estaba mal diseñada en cuanto a los objetivos que
pretendía alcanzar. Hay ciertos indicios para asegurar que Hitler nunca estuvo demasiado
entusiasmado por la Operación León Marino, hasta el punto de que en el mes de julio,
intentó convencer a los altos jefes de su ejército de que la clave para terminar con la
participación de Gran Bretaña en la guerra era Rusia, por lo que era necesario destruirla
primero. En octubre, cuando había quedado demostrado que el bombardeo aéreo
sobre Gran Bretaña no era suficientemente efectivo, lo abandonó e inició una serie de
conversaciones con Mussolini, Pétain, Laval y Franco para involucrarlos en una serie de
acciones para cortar las líneas de comunicaciones inglesas a través del Mediterráneo; en el
mismo mes comenzó a considerar la posibilidad de iniciar una ofensiva contra las
colonias británicas en Oriente Medio. Los miembros del Estado Mayor de Hitler en el
OKH tenían motivos suficientes para sen-tirse desconcertados por los continuos cambios
de frentes que imponía
El líder político como estratega 511

que imponía su jefe, ya que en sólo cinco meses había ordenado la confección de planes
para la Operación León Marino, la captura de Gibraltar, las Azores, las Islas Canarias,
para la defensa de las minas de níquel finlandesas, para el apoyo a las fuerzas italianas en
el Norte de África y para la invasión de Rusia (27).
A finales de ese año la visita a Berlín del Ministro de Asuntos Exteriores Soviético,
Molotov, convenció a Hitler de que el pacto nazi-soviético había dejado de ser útil y que
había llegado el momento para llevar a cabo la tan deseada conquista de la Unión
Soviética. Conforme iba avanzando la confección del plan para la Operación Barbarroja,
el Estado Mayor de Hitler tenía serias dificultades para llegar a entender cual era el
propósito estratégico que se perseguía y el Jefe de Estado Mayor del OKH, Haider,
comenzó a estar profundamente preocupado porque los objetivos militares estaban
siendo subordinados a los ideológicos de manera que la destrucción del sistema
bolchevique y la exterminación de los judíos tenían prioridad sobre el principio
estratégico de Clausewitz que imponía la búsqueda de las formas más rápidas y directas
para debilitar la voluntad del enemigo de continuar la lucha (28).
Una vez que comenzó el ataque en junio de 1941, quedó perfectamente claro que
había razones para esa preocupación; las campañas de 1941 y 1942 en Rusia estuvieron
marcadas por desesperados e inútiles intentos de los soldados para convencer a Hitler de la
importancia de llevar a cabo las acciones de forma coherente y con consistencia. Se ha
dicho que los ejércitos alemanes fracasaron en la conquista de Moscú en 1941 por los
retrasos producidos en las campañas de Yugoslavia y Grecia, ya que era necesario eliminar
primero el peligro que suponían esos dos países para el flanco derecho alemán; pero ello
no debe servir para ocultar la grave pérdida de tiempo entre julio y septiembre, en la que se
debatieron las misiones de los tres ejércitos alemanes en Rusia y los problemas de
prioridades entre ellos. Tanto Jodl como Haider eran partidarios de prestar el máximo
esfuerzo en la conquista de Moscú, no sólo porque era la capital de la Unión Soviética,
sino también porque los rusos la defenderían con todos sus recursos y eso proporcionaría
la oportunidad de destruir su poder militar. Hitler no confiaba en esta solución e
insistía en numerosas ocasiones en que Leningrado era el objetivo prioritario o bien que
era esencial la captura de la cuenca del Donets para inmovilizar a Crimea y evitar así la
amenaza que suponía para los pozos de petróleo de Rumania. El 18 de agosto de 1941,
rechazó indignado un informe elaborado por Brauchitsch y Haider, en el que solicitaban
dirigirse inmediatamente hacia Moscú, antes de que las condiciones climatológicas del
invierno lo hicieran imposible; en él se acusaba al OKH de estar compuesto por "mentes
fosilizadas" en teorías obsoletas (29), un insulto que llevó a los dos firmantes del informe
a pedir su dimisión. El 30 de septiembre, una vez que los ejércitos del sur habían tomado
Kiev, Hitler autorizó el avance sobre la capital soviética. El prolongado retraso resultó ser
fatal.
512 Creadores de la Estrategia
Moderna

Ese mismo tipo de vacilación nerviosa caracterizó la actuación de Hitler durante


1942. En vez de reiniciar el ataque sobre Moscú, el Führer declaró en abril que se debería
hacer el principal esfuerzo en el sur, con el objetivo de destruir las Unidades del Ejército
Rojo que permanecían en la cuenca del Don, para lograr apoderarse entonces de los
pozos de petróleo del Caucase. En este plan se contemplaba una cierta preocupación
por la escasez de combustible, pero a pesar de todo, una vez que dio comienzo a finales
de junio, Hitler volvió a dar pruebas de su tendencia obsesiva por cambiar
constantemente de planes en vunción de las circunstancias locales y de sacrificar los
objetivos estratégicos por éxitos tácticos. Un ejemplo de ello lo proporciona su Directiva
de Guerra ns 45 de 23 de julio, por la que se dividían las fuerzas de sur, ordenando al Ejér-
cito B, mandado por el General Maximilian von Weichs, que se dirigiera a la ciudad de
Leningrado mientras que al Ejército A, a las ordenes del Mariscal de Campo Wilhelm List
-debilitado por la pérdida de dos Divisiones Acorazadas que habían sido reasignadas tras
el sitio de Leningrado-, se le ordenaba atravesar el bajo Don y el estrecho de Kerch para
penetrar en el Cáucaso desde Crimea (30).
Esto fue la antesala del desastre. Haider escribió en su diario: "La tendencia crónica de
subestimar las capacidades del,enemigo va adquiriendo proporciones grotescas y se ha
convertido en un peligro positivo. Es imposible llevar a cabo un trabajo serio. El
denominado liderazgo está caracterizado por una serie de reacciones patológicas ante las
impresiones del momento" (31). Esta decisión de Hitler hizo disminuir aún más los
recursos disponibles y la selección de los objetivos estaba a menudo determinada por el
simple capricho de que Leningrado y Estalingrado ejercían un funesto atractivo al
margen por completo de su importancia estratégica. Según fueron aumentando las
dificultades para Hitler sus planes se hicieron más grandiosos e irreales; al mismo tiempo,
sus reacciones ante los reveses eran más irracionales, derrochando los recursos por no
querer ver los hechos o alegando razones de prestigio. La negativa a que el Sexto Ejército
de Paulus ocupara Estalingrado cuando aún había tiempo para hacerlo y -en otro teatro
de la guerra- la decisión de reforzar la cabeza de puente en Túnez con tropas y equipos
mucho después de que se previese su caída, son síntomas de graves desordenes en el
enjuiciamiento estratégico.
La decisión de declarar la guerra a los Estados Unidos en diciembre de 1941 después del
ataque japonés a Pearl Harbor es más difícil de explicar. Durante un discurso de Hitler al
Reichstag el 10 de diciembre, en el que había numerosas acusaciones al Presidente
Roosevelt, dejaba claro que la decisión estaba motivada por el profundo resentimiento
existente hacia las acciones probritáni-cas de Estados Unidos en el Atlántico a lo largo de
1940 y 1941. Otra razón que influyó en esta decisión fue el deseo de hacer patente un
gesto de solidaridad con los japoneses, con la esperanza de que ellos pudieran emprender
un ataque a las provincias del este de la Unión Soviética. Pero es muy probable que Hitler
diera este paso tan crítico solamente como un gesto, con la convicción de que no
tendría no tendría
El líder político como estratega 513

no tendría demasiadas repercusiones negativas para su pueblo; es decir, para él lo más


importante era ganar la guerra en Rusia en 1942, porque si lo conseguía los Estados
Unidos no podrían evitar que Alemania se convirtiera en la mayor potencia mundial,
como él deseaba; si no lograba la victoria en Rusia, Alemania estaba condenada al desastre.
Jodl escribió en sus memorias a raíz del juicio de Nuremberg: "Antes que ninguna otra
persona en el mundo, Hitler sabía que la guerra estaba perdida". Después de la catástrofe
en Estalingrado, la derrota de Rommel en El Alamein y los desembarcos aliados en
Casablanca, Oran y Argelia, la situación de la guerra había cambiado a favor del enemigo
y, en palabras de Jodl, "la actuación de Hitler como estratega había finalizado. A partir de
entonces, intervenía constantemente en decisiones de carácter operativo, incluso muy a
menudo en detalles tácticos, con el fin de imponer su voluntad y de dejar bien claro algo
que en su opinión sus Generales se negaban a entender: que era preciso seguir adelante y
que cada paso voluntario dado hacia atrás, era pernicioso" (32). La guerra alcanzó el
máximo grado de irracionalidad; los comandantes en jefe alemanes vieron recortadas sus
atribuciones y, como uno de ellos dijo, eran simplemente "sargentos bien pagados" y el
Führer daba las ordenes para cada sector de cada frente e insistía en que la fuerza de
voluntad era suficiente para obtener la victoria sobre fuerzas mayores en número y mejor
equipadas.
En palabras de un subordinado de Paulus en Estalingrado, este tipo de guerra "no sólo
fue un crimen desde el punto de vista militar, sino un acto criminal por lo que se refiere a
nuestra responsabilidad frente a la nación alemana". Pero Hitler, para quien la guerra
había sido siempre un drama personal, no tenía desarrollado el sentimiento de ese tipo
de responsabilidad y quizás ese fue su mayor defecto como estratega.

No se puede decir lo mismo de Winston Churchill, cuya forma de pensar estuvo muy
influenciada, en primer lugar por sus experiencias de lo que habían significado para su país
las pérdidas de la Primera Guerra Mundial y por el convencimiento de que la derrota de
Hitler no podía conseguirse con los mismos costes y, en segundo lugar, por su
conocimiento del tipo de problemas a los que habría que hacer frente una vez obtenida la
victoria. Por consiguiente, sus ideas estratégicas tenían un mayor componente político,
como en el caso de su amigo y aliado en Washington: Franklin Roosevelt.
De todos los líderes políticos de los principales países beligerantes en la Segunda
Guerra Mundial, Churchill poseía la mayor experiencia de guerra. Había servido como
Oficial en el 4fi Regimiento de Húsares en 1895 y en ocho años había estado en Cuba, en
la frontera noroeste de la India, en Sudán y en Sudáfrica, como combatiente o como
corresponsal
514 Creadores de la Estrategia
Moderna

corresponsal de guerra. Elegido miembro de la Cámara de los Comunes a la edad de


veinticinco años, comenzó a obtener popularidad a raíz de una excelente crítica que hizo
de los presupuestos militares y, posteriormente, como activo defensor de programas de
construcción naval. Durante la Gran Guerra, fue un enérgico Primer Lord del
Almirantazgo que en 1914 abogó incansablemente por la utilización de las capacidades
anfibias de Gran Bretaña para evitar que los alemanes se apoderaran de los puertos del
Canal de la Mancha; un año más tarde fue el más firme defensor del plan según el cual
pretendían apoderarse del estrecho de los Dardanelos para derrotar a Turquía. Como
consecuencia del fracaso de esta operación se produjo una reorganización del Gabinete de
Guerra y perdió su puesto; volvió al servicio activo del Ejército y se le dio el mando del 6°
Regimiento de Fusileros Escoceses, donde se ganó la estima de sus superiores. Volvió al
Parlamento en la primavera de 1916, cuando había perdido las esperanzas de mandar
una Brigada por haber sido nombrado Haig Comandante en Jefe (33). En el último año
de la guerra, Lloyd George le nombró Ministro de Armamento a pesar de las objeciones
de aquellos que le consideraban responsable del fracaso de los Dardanelos.
Esta amplia experiencia tuvo dos efectos marcados en las ideas de Churchill acerca de
la guerra y su dirección. En primer lugar, la experiencia de los malos resultados obtenidos
por el débil sistema, tipo comité, establecido por Asquith y Kitchener, le llevó a establecer
tan pronto como fue nombrado Primer Ministro en 1940, unos cambios estructurales con
el fin de centralizar todas las operaciones en su departamento, por lo que se convirtió en
Jefe del Gobierno de la nación y Comandante en Jefe de sus Fuerzas Armadas. Trabajando
con un reducido Gabinete de Guerra, estableció un Comité de Defensa que dependía del
primero y que estaba constituido por el secretario del Primer Ministro, un
representante de cada uno de los servicios de las Fuerzas Armadas, un secretario de
Asunto Exteriores, los Jefes de Estado Mayor y otros ministros, dependiendo de los temas
a tratar. Dentro del Ministerio de Defensa, de cuya jefatura se hizo cargo también, los Jefes
de Estado Mayor formaban un cuartel general para las operaciones conjuntas y mantenían
reuniones diarias a las que asistía Churchill o su Secretario para la Defensa: el General
Ismay. Tenía autoridad directa sobre el Departamento de Planeamiento Conjunto y el
Comité de Inteligencia, así como sobre el Comité de Planeamiento Conjunto, que era
independiente de cada uno de los servicios de las Fuerzas Armadas y que Ismay convirtió en
el Secretariado del Gabinete de Guerra. Conforme se fue prolongando la guerra, la
concentración de poderes en manos de Churchill y de los Jefes de Estado Mayor, fue
eliminando poco a poco tanto al Gabinete de Guerra como al Parlamento de un papel
efectivo en la formulación de la estrategia; esto provocó varias protestas, pero no tuvieron
éxito puesto que el sistema establecido había demostrado ser eficaz. El planeamiento
coordinado del Estado Mayor fue muy superior al realizado por sus colegas americanos,
los cuales reconocieron su desconcierto en las conferencias celebradas en Arcadia,
Casablanca y Trident entre 1942 y 1943. Ronald Lewin escribió que "la investidura de
Churchill
El líder político como estratega 515

Churchill como autoridad política y militar fue la pieza angular para una nueva estructura
del Alto Mando que demostró ser el sistema más eficaz jamás desarrollado para dirigir una
guerra, tanto en Gran Bretaña como en cualquier otro país" (34).
Durante los dos primeros años de ejercicio del poder de Churchill, la mayor parte
del esfuerzo realizado por los Jefes de Estado Mayor estuvo dirigido a contener los ímpetus
del creador del sistema e intentar mantener unas proporciones de trabajo tolerables
entre él y los generales al mando de Unidades. Si la Gran Guerra había enseñado mucho
a Churchill sobre la organización adecuada para la dirección del esfuerzo bélico, también
había influido en su escasa consideración hacia los militares que no le demostraban un
alto grado de confianza en sus decisiones tácticas y estratégicas. Puesto que poseía una
personalidad fuerte y combativa, era poco tolerante con las tareas sistemáticas y
monótonas del mando operativo y estaba dotado de una poderosa imaginación que
obligaba a tener siempre muy en cuenta la relación entre los fines y los medios; los
conflictos entre él y sus comandantes eran inevitables. En una ocasión el Mariscal de
Campo Archibald Wavell dijo que Churchill "nunca había tenido en cuenta la
necesidad de equipar totalmente a sus tropas antes de enviarlas a la batalla. Recuerdo
que ponía como ejemplo el caso en que un reducido número de Boers a caballo fueron
capaces de enfrentarse a una división británica en 1899 y 1900, por lo que sólo fue
necesario equipar a la Brigada Sudafricana con rifles antes de emprender la batalla en
1940. De hecho, creo que las ideas tácticas de Winston estaban influenciadas por la Gue-
rra de Sudáfrica. Su fértil cerebro estaba siempre dispuesto a asimilar las nuevas ideas
tácticas y las nuevas armas, pero no creo que llegara a comprender el lado administrativo
de la guerra; él siempre acusó a sus comandantes de ser 'organizadores de bodas y
bautizos' (35).
Como consideraba que sus generales eran poco emprendedores y les faltaba espíritu
agresivo, les enviaba continuamente órdenes, informes y directivas. El 16 de agosto de
1940, por ejemplo, envió una directiva al Jefe del Estado Mayor General Sir John Dill y al
General Sir John Kennedy (Director de Operaciones Militares) para llevar a cabo una
campaña en Oriente Medio que era virtual-mente una orden de operaciones e incluía
todo upo de detalles tácticos, la disposición de los batallones y daba todas las órdenes
precisas para el empleo de las fuerzas (36); es decir hacia el mismo uso de la autoridad
que Hitler al final de la guerra. Estaba obsesionado con descubrir cualquier síntoma de
cobardía por parte de sus generales; en abril de 1941, Kennedy le advirtió que Wavell
tenía un plan para abandonar Egipto en caso de necesidad y él grito: "¡Wavell tiene
400.000 hombres! ¡Si pierde Egipto correrá la sangre! ¡Fusilaré a los generales!" Cuando
Kennedy contestó que todo general prudente debería tener un plan así, le replicó: "Eso
me resulta asombroso. ¡Nunca he oído ideas semejantes! ¡La guerra es una lucha de
voluntades! ¡Hablar como usted lo ha hecho es puro derrotismo!"(37).
516 Creadores de la Estrategia Moderna

No hay duda de que para Gran Bretaña fue muy importante contar con el espíritu
indomable de Winston Churchill, sobre todo en los terribles años de 1940 y 1941. Las
tensiones y desafíos que tuvo que soportar habrían desalentado a la mayoría de los
hombres, pero se mantuvo firme en su puesto no sólo porque contaba con el coraje de la
mayoría de la población sino porque también se supo ganar la admiración y la ayuda
material del pueblo de los Estados Unidos. Su combatividad y su afán por atacar al
enemigo siempre que hubiera posibilidad, provocó a veces serias dificultades respecto a
las prioridades a establecer. La decisión de acudir en ayuda de Grecia, en marzo de 1941,
sin ninguna estimación racional del desgaste que iba a suponer para el Mando de
Oriente Medio ni de las escasas posibilidades de éxito, parecía haber sido simplemente
una frivolidad y una absurda gallardía, y la responsabilidad de Churchill en los lamentables
resultados no estaba mitigada por el hecho de que Dill y Wavell apoyaran la decisión. La
posterior fascinación de Churchill por Rommel, que sin duda se debía a que éste
contemplaba el conflicto en términos de combatientes individuales, hizo que el
mantenimiento de las posiciones inglesas en Egipto pasara de un cuarto lugar en la lista
de prioridades estratégicas (después de las propias Islas Británicas, Malaya y el Cabo de
Buena Esperanza), a la segunda posición y declarar en una directiva, para la que no
había consultado con sus Jefes de Estado Mayor, que su pérdida representaría la derrota
total; una conclusión con la que Kennedy no estaba de acuerdo (38).
A partir de que Sir Alan Brooke sucediera a Dill los entrometimientos de Churchill en
los aspectos operativos fueron disminuyendo. Brooke sabía resistirse mejor que su
predecesor a las ideas que consideraba peligrosas y era lo suficiente astuto como para
mantener la atención del Primer Ministro en aquellos temas que tenían un mayor efecto
en su temperamento. Después de una conversación con Churchill le comentó a
Kennedy: "Cuanto más se le dice a ese hombre acerca de la guerra, más difícil es poderla
ganar" (39). Al mismo tiempo, la entrada de los Estados Unidos en la guerra, que
coincidió con el nombramiento de Brooke, marcó el comienzo de una nueva fase en la
que lo más importante era el planeamiento estratégico conjunto y la respuesta de
Churchill a esta etapa fue mucho más correcta, sin la impulsividad y la falta de medida
que le caracterizaron en 1940 y 1941.
Gracias a la relación especial que el Primer Ministro había establecido con Franklin
Roosevelt desde el comienzo de la guerra, el cual defendía la teoría de que los intereses de
ambas naciones en asuntos navales eran comunes (40), existían algunos planes de
contingencia incluso antes de que los Estados Unidos participasen en las hostilidades. Desde
el 29 de enero al 27 de marzo de 1941, se celebraron en Washington una serie de reuniones
de los Estados Mayores para determinar "de qué forma las fuerzas armadas de los Estados
Unidos y de la Commonwealth podían derrotar a Alemania y a sus aliados". Estas reuniones,
denominadas ABC-1, se habían inspirado en las conclusiones contenidas en un informe
anterior del Jefe de Operaciones Navales, Almirante Harold Stark, en el que se afirmaba
que, en
El líder político como estratega 517

que, en caso de guerra, los Estados Unidos adoptarían una actitud ofensiva en el
Atlántico como aliado de Gran Bretaña y una postura defensiva en el Pacífico (41).
La reacción americana como consecuencia del ataque a Pearl Harbor, produjo una
seria preocupación a Churchill que temía que las prioridades pudieran invertirse, por
lo que decidió ir inmediatamente a Washington "con un nutrido grupo de expertos y
asesores para convencer al Presidente y a los Jefes de Estado Mayor americanos de que la
derrota del Japón no significaba la derrota de Hitler, pero que la derrota de éste haría
que la del Japón fuera sólo una cuestión de tiempo" (42). En la Conferencia de
Arcadia, celebrada en Washington en enero de 1942, se adoptó la decisión de Alemania
primero, lo que se tradujo en la continuación de las campañas de bombardeo, bloqueo y
medidas de subversión para debilitar a Alemania hasta que se pudieran realizar los
grandes desembarcos aliados en algún punto de Europa Occidental, probablemente en
1943. No se hicieron propuestas para el Pacífico, excepto el establecimiento de un
mando supremo (ABDA) para todas las fuerzas aliadas que operaban en la zona
comprendida entre Burma y el Mar de la China, aunque pronto demostró que era
inviable.
Durante el viaje a América a bordo del buque 'Duke of York', escribió una serie de
notas que confirmaban la opinión de Ismay sobre él, en el sentido de que "en cuestiones
estratégicas no hacía caso a sus asesores profesionales", pero no obstante, se
convirtieron en los fundamentos de la estrategia británica para los dos años siguientes
(43). El reconocía las limitadas posibilidades de los aliados en el futuro inmediato: "Los
fallos de Hitier y sus fuertes pérdidas en Rusia son en estos momentos los
acontecimientos más importantes de la guerra". Las áreas más favorables para las
acciones anglo-americanas eran: las líneas de comunicaciones navales y áreas en el
Atlántico -con el fin de mantener los abastecimientos y colapsar la producción
alemana- y el teatro del norte de África. La acción ofensiva más importante en 1942
sería "la ocupación de todas las posesiones de Francia en el norte y oeste de África, así
como el control por parte de Gran Bretaña de toda la costa desde Túnez a Egipto, con
lo que, junto a una situación naval favorable, se obtendría la total libertad de tránsito a
través del Mediterráneo hacia el Oriente Medio y el Canal de Suez". Los planes
deberían contemplar igualmente desembarcos en Sicilia e Italia en verano de 1943, así
como en Escandinavia, los Países Bajos, Francia y los Balcanes; la elección de los objetivos
específicos de cada uno se fijaría posteriormente. Expresó claramente su
convencimiento de que la guerra sólo se podría ganar "por la derrota de los ejércitos
alemanes en Europa o mediante convulsiones internas en Alemania". Sus ideas
contemplaban un ejército de invasión de cuarenta Divisiones Acorazadas, apoyadas por
un dominio del mar y un poder aéreo aplastante que se encargarían de preparar el
camino mediante una intensa ofensiva de bombardeo (44).
De hecho, ésta fue la estrategia que siguieron los aliados en 1942 y 1943, aunque se
presentaron numerosos problemas entre ellos, como el que protagonizaron los Jefes de
Estado Mayor americanos quienes, después de una reunión con los británicos en el mes
de abril,
518 Creadores de la Estrategia Moderna

de abril, creían que les habían convencido para llevar a cabo la invasión del continente a
través del Canal de la Mancha en 1943, cuando en realidad no era así: en situaciones como
esta, la amistad personal de Churchill con el Presidente americano no sirvió de nada. Fue
la elocuencia de Churchill durante una conferencia en Washington, en junio de 1942, la
que convenció a Roosevelt de que era preferible posponer la invasión a través del Canal
hasta que las condiciones generales fueran mas favorables; esto provocó que los americanos
aceptaran la alternativa de la invasión del norte de África. El desembarco en Casa-blanca fue
un claro ejemplo de las posibilidades ofensivas que se abrían a través de las posiciones del
norte de África y convenció a Roosevelt para prestar todo su apoyo para los desembarcos en
Sicilia y, por extensión, en Italia (45).
En realidad, las concepciones estratégicas de Churchill fueron determinantes en las
operaciones aliadas de 1942 y 1943, y tuvieron como consecuencia la paralización del Plan
Overlord hasta que la fortaleza de Alemania no estuviera seriamente dañada y la situación
naval no hubiera mejorado. Pero en la conferencia de Teherán en noviembre de 1943
acabó su influencia, cuando los americanos, con el apoyo total de Stalin, decidieron
establecer una fecha para la puesta en marcha del Plan Overlord y para comenzar una
invasión a través del sur de Francia (Anvil). Antes de llegar a esta decisión, Churchill y
Brooke habían acordado que las operaciones en Italia no se paralizarían hasta que se
llevaran a cabo los necesarios desembarcos, puesto que esa sería la única forma de
inmovilizar a las Divisiones alemanas para que no pudieran ser empleadas en Rusia o
Francia; otro acuerdo entre ellos fue hacer todas las presiones necesarias para que Roose-
velt no llevara a cabo la promesa, poco seria, que le había hecho a Chiang Kai-Shek
durante la primera conferencia de El Cairo: lanzar una operación anfibia contra las Islas
Andaman en los meses siguientes (Operación Bucaneros) (46).
El ocaso de la influencia de Churchill durante el siguiente período produjo en él un
creciente sentimiento de desconfianza. A pesar de su admiración hacia los americanos, se
desesperaba por su insensibilidad ante el hecho de que las guerras crean tantos problemas
como los que resuelven y que el arte de la gran estrategia es prever el futuro y prepararse
para afrontarlo. Después de Estalin-grado, cuando los rusos había tomado la iniciativa,
empezó a sensibilizarse ante lo que podría suponer una excesiva presión soviética en la
Europa de posguerra y comenzó a establecer planes para limitarla, mediante acuerdos
fronterizos y el reconocimiento mutuo de las esferas de influencia. Estas ideas chocaron
fron-talmente con las del Secretario de Estado Cordell Hull, quien al volver de una
conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores en Moscú, en noviembre de 1943,
estaba convencido de que en el futuro "no habría necesidad de establecer esferas de
influencia, ni alianzas, ni equilibrio de fuerzas, ni ningún otro tipo de acuerdos como en el
pasado para que las naciones salvaguardasen su seguridad o protegiesen su intereses"
(47).
El líder político como estratega 519

No sólo fue Hull quien se oponía a mantener las premisas de la antigua diplomacia
una vez que acabara la guerra. Los militares americanos, que habían mostrado siempre su
adhesión a las doctrinas de Clausewitz, estaban obviamente mal informados acerca de la
insistencia de los teóricos alemanes de que las consideraciones políticas podían ser
olvidadas en tiempo de guerra solamente ante situaciones de grave peligro (48), como
demostró Eisenhower en abril de 1945 al oponerse a un avance sobre Berlín (49). En un
intento para no excluir todas las opciones estratégicas, Churchill envió un mensaje a
Roosevelt en julio de 1944, en el que decía: "Desde el punto de vista político a largo plazo,
Stalin preferiría que los británicos y americanos nos concentráramos en la lucha sobre
territorio francés para que el sur, el centro y el este de Europa cayera bajo su control"
(50). El propio Presidente Roosevelt ya no compartía la idea de que la estrategia tenía un
lado político. Para él, ganar la guerra era lo más importante, la política vendría después.

VI

Franklin D. Roosevelt había tardado en apreciar las ilimitadas ambiciones de Hitler y,


por consiguiente, su diplomacia antes de 1939 había sido indiferente a los
acontecimientos en Alemania (51), pero a partir del comienzo de la guerra su dirección
de la política americana, aunque a veces fue vacilante e incluso contradictoria en sus
tácticas, fue una obra maestra en cuanto a la estrategia global se refiere. Respondió
siempre con vigor y firmeza ante todas las situaciones militares. Era aficionado a los temas
navales y a la geografía y durante su etapa como ayudante del Secretario de la Navy desde
1913 a 1920, se había cargado de confianza en su capacidad para tomar decisiones sobre
temas militares y de gran estrategia (52). En julio de 1939, cuando la guerra era ya
inminente, promulgó una orden como Comandante en Jefe para formar un
departamento conjunto del Ejército de Tierra y de la Navy, para coordinar los planes
estratégicos de ambos servicios, un departamento de municiones también común para
controlar los programas de adquisiciones y una agencia civil encargada de dirigir la
producción militar dentro de la Oficina Ejecutiva del Presidente. Todo esto significaba
que intentaba mantener el poder militar de los Estados Unidos bajo su propio control, por
lo que los miembros de esos organismos eran los responsables directos ante él, y los
Secretarios de Guerra y de la Navy, Henry L. Stimson y Frank Knox, estaban excluidos del
área de las decisiones estratégicas.
El 3 de enero de 1942, Sir John Dill escribió a Brooke para comunicarle que los Jefes de
Estado Mayor americanos parecía que nunca mantenían reuniones periódicas y que
cuando lo hacían no existía en ellas la figura del secretario para hacer las actas
correspondientes. Al contrario que los ingleses, no tenían un planeamiento conjunto ni
un Estado Mayor ejecutivo y sus contactos con el Presidente eran esporádicos y tampoco
se levantaban actas. Dill escribía: "Me
520 Creadores de la Estrategia
Moderna

parece que toda esa organización es de la época de George Washington, que era el
Comandante en Jefe de todas las fuerzas. Hoy en día, el Presidente también es el
Comandante en Jefe de todas las fuerzas, pero es mucho más complicado ejercer como tal"
(53). En realidad el sistema americano era más efectivo que lo que Dill suponía, pero no
había duda de que era menos coordinado que el británico. Franklin Roosevelt siempre
prefería mantener sus opciones abiertas, sus ideas en secreto y el derecho de mantener en
sus manos la última decisión y, aunque sólo durante un tiempo, estuvo influenciado por
el General George Catlett Marshall. Poco a poco fue disminuyendo su peso en el período
comprendido entre su orden de julio de 1939 y Pearl Harbor, durante el cual Kent
Roberts Greenfield escribió: "Roosevelt tomó todas sus decisiones importantes referentes
al uso del poder militar americano de forma independiente de sus jefes militares e incluso
en contra de sus opiniones o sus protestas.
Incluso antes de la ruptura de las hostilidades en 1939, el Presidente había llegado a la
conclusión de que, en caso de guerra, los Estados Unidos se verían forzados, en su propio
interés, a ayudar a Gran Bretaña. Su esperanza era que si esta ayuda era lo
suficientemente vigorosa podría no ser necesario que todo el país se viese envuelto en la
intervención militar. Este concepto estratégico fue llevado a cabo mediante tres decisiones.
La primera fue la orden de Roosevelt de noviembre de 1938 para la construcción de
10.000 aviones de combate al año, cifra que en mayo de 1940 fue aumentada hasta los
50.000; esta medida fue recibida con indignación por los propios jefes militares, quienes
temían que al rearmarse se crearía un peligroso desequilibrio a nivel mundial. La segunda
fue comprometer al país en mayo-junio de 1940, con un programa de asistencia total a
Gran Bretaña; esta medida, desvelada por primera vez al público durante una conferencia
del Presidente en Charlottesville, el 6 de junio, fue puesta en funcionamiento mediante
acuerdos para la utilización de puertos por ambas marinas y una legislación especial sobre
préstamos, dirigida únicamente a Gran Bretaña. El Ejército y la Navy encontraron también
estas medidas peligrosas ya que se esperaba el inminente colapso de Gran Bretaña, por lo
que preferían una política de defensa global del hemisferio norte. La tercera decisión fue
tomada en el verano de 1941 a pesar de la oposición de Marshall, y se trataba de establecer
guarniciones y convoyes en el Atlántico con el fin de mantener abiertas las líneas de comu-
nicaciones y abastecimiento hacia Gran Bretaña (55). Estas acciones y la tenaz negativa del
gobierno inglés de llegar a considerar una rendición, fueron lo factores cruciales que
desbarataron el gran plan estratégico de Hitler y le obligaron a seguir unas líneas de acción
desesperadas que acabaron con su destrucción.
Después de Pearl Harbor, la mayor preocupación del Presidente era que las pasiones
populares podrían forzar a una excesiva concentración del esfuerzo americano en la
guerra con el Japón, comprometiendo de esta manera los principios estratégicos
establecidos en ABC-1, con los que él estaba totalmente identificado. Esto explica su actitud
en las reuniones entre miembros de los Estados Mayores americano y británico. Roosevelt
era escéptico acerca de las posibilidades de éxito de una invasión del continente europeo
desde las Islas Británicas en 1943, por lo que dio a entender a sus Jefes de Estado Mayor
que, por razones políticas domésticas, era preferible aceptar las proposiciones de
Churchill
El líder político como estratega 521

Churchill que establecían la necesidad de llevar a cabo acciones ofensivas contra los
alemanes en el continente antes de finales de 1942, así como en el Norte de África. En
julio de 1942 cuando Marshall, molesto por lo que él consideraba la paralización de los
planes británicos para las operaciones a través del Canal y apoyado por el Almirante Ernest
L. King, sugirió realizar el mayor esfuerzo bélico por parte americana en el Pacífico;
Roosevelt los desautorizó enérgicamente. Ordenó a Marshall ir a Londres en compañía de
King y de su asesor civil Harry Hopkins, con el fin de tomar una decisión que permitiera a
las fuerzas terrestres americanas entrar en acción contra los alemanes en 1942; además les
dio una serie de órdenes que les dejaban poca libertad de acción. "Por favor, recuerden
tres principios fundamentales: velocidad de decisión de los planes, unidad de los mismos,
ataques combinados con defensa, pero no defensa solamente. Estos tienen grandes efectos
en el objetivo inmediato de las fuerzas terrestres americanas que deben luchar contra los
alemanes en 1942. Confío en un acuerdo total antes de una semana a partir de su llegada
a Londres" (56). Como los británicos estaban firmemente decididos a no llevar a cabo la
invasión por el Canal en 1942, esas instrucciones hallaron el camino para la Operación
Antorcha, que contemplaba el desembarco aliado en el norte de África, en noviembre de
1942.
El objetivo político principal de Roosevelt era asegurarse el apoyo popular al gran plan
estratégico aliado; para conseguirlo, llevó a cabo otras dos acciones. La primera era
autorizar al Almirante King a realizar una ofensiva en el Pacífico, para lo cual consiguió el
acuerdo de los ingleses en la Conferencia de Casa-blanca; la segunda, que fue activada en
1943, era conseguir la derrota total alemana en Túnez y la invasión de Sicilia e Italia.
Como extraordinario político que era, Roosevelt tenía una gran habilidad para percatarse
de la opinión pública y era consciente en 1943 de que, aunque existía el peligro de un
rebote en favor de intensificar la guerra en el Pacífico, la mayor preocupación en aquellos
momentos era otra. Había una creciente tendencia en el país a que la guerra había que
ganarla por encima de todo y una creciente irritación porque no estaba definitivamente
ganada.
Esta nueva corriente de opinión se reflejaba en cosas como la impresionante huelga de
la compañía de ferrocarriles Brotherhoods, en diciembre de 1943, o la gran oposición a
una proposición de ley que afectaba a los obreros, las protestas contra el proyecto de
prorrogar el tiempo de servicio en las Fuerzas Armadas y una tendencia de la prensa a dar
una excesiva importancia a noticias que desacreditaban a la Administración. La mayor
parte del tiempo de George Marshall estuvo dedicado a explicar al Congreso, a la prensa,
a los hombres de negocios, a los trabajadores y a grupos privados, la magnitud de la tarea
que tenían que afrontar y la importancia de realizar un gran esfuerzo de carácter
nacional. Este trabajo lo realizó tan hábilmente que cuando hubo que elegir un
comandante para la Operación Overlord, el Presidente creyó que era imprescindible la
presencia de Marshall en Washington y seleccionó a Eisenhower, a pesar de que la
elección del Jefe de Estado Mayor
522 Creadores de la Estrategia
Moderna

parecía más lógica (57). La preocupación por la opinión pública influyó también en
algunas decisiones estratégicas de Roosevelt, como la de apoyar la propuesta de Churchill
de invadir Italia para que no hubiera períodos de inactividad en el continente europeo y
que fuera evidente el progreso hacia la victoria final.
Por esa misma razón, en los dos últimos años de la guerra comenzó a compartir las
preocupaciones de Churchill sobre la incipiente amenaza soviética y la necesidad de
establecer acuerdos para definir las esferas de influencia en el sureste de Europa y
adoptar una firme y unida actitud contra las intenciones soviéticas en Polonia. El sabía
muy bien que algunos términos, como equilibrio de fuerzas y esferas de influencia, eran
vistos con desconfianza por la mayoría de los americanos y que muchos de ellos no estaban
interesados con lo que fuera a ocurrir en otros países, ni estaban convencidos de que los
problemas domésticos de otros pueblos tuvieran que constituir una legítima
preocupación para los Estados Unidos. También sabía que cualquier indicio de ruptura o
desavenencias en la Gran Alianza tendría un grave efecto de consternación e indignación
en su país y sería muy perjudicial para el esfuerzo de guerra. Era consciente de que, una
vez que Alemania fuera derrotada, había que vencer también al Japón y, para ello, parecía
necesaria la colaboración de la Unión Soviética. Por último, él era el portavoz del firme
sentimiento creado en los Estados Unidos en pro del establecimiento de un nuevo
sistema internacional después de la guerra que garantizara la paz tan costosamente
ganada. Tanto si ese nuevo orden iba a tomar la forma de una Gran Potencia dictatorial
(como el curioso plan "Four Policemen" por el que sentía un gran entusiasmo) (58), o si
iba a establecerse como una Liga de Naciones; la participación soviética era indispensable.
En la mente del Presidente, estos grandes objetivos hacían que para él no tuvieran
importancia las disputas fronterizas en Europa ni las pretensiones de los gobiernos
polacos rivales que emergieron después de la contienda. Estaba convencido de que sería
capaz de controlar todos los temas importantes y no prestó atención a las advertencias
que le formulaba Winston Churchill. No permitiría que la Realpolitik interfiriera los logros
conseguidos por ganar la guerra. El pueblo americano no lo toleraría.

VII

Todas estas observaciones comenzaron con una frase de Clausewitz relacionada con la
necesidad de que, en la estrategia de una nación, el punto de vista militar debe estar
subordinado al político, y en los casos aquí elegidos ha quedado claro que los líderes
políticos que consiguieron esto en mayor grado fueron Clemenceau, Hitler, Churchill y
Roosevelt. Todos ellos constituyen un grupo tan dispar que viene a confirmar la casi
imposibilidad de establecer unas reglas generales. Si dejamos aparte a Clemenceau (ya que
fue más
El líder político como estratega 523

fue más un animador de la victoria que un estratega de las potencias de la Entente), el caso
de Hitler parece probar que la subordinación del punto de vista militar al político puede
ser de resultados tan desastrosos como el caso contrario. Por otra parte, el caso de
Roosevelt, da idea de que las preocupaciones políticas del líder de mayor responsabilidad
en la guerra, pueden ser contradictorias y autodestructivas y que las consideraciones
políticas domésticas pueden anular todo interés por los aspectos políticos que han sido
originados por la propia guerra y que pueden anular, a largo plazo, la eficacia de la
estrategia establecida.
El ejemplo de Churchill es más ambiguo, ya que en él descansaba gran parte de la
fuerza moral de su país y, además, poseía una aguda visión estratégica; uno de sus
grandes logros fue el saber dirigir y controlar al estamento militar y convertirlo en un
colaborador eficaz para alcanzar los objetivos fijados. Pero este logro fue imperfecto.
Churchill estaba obligado por las circunstancias a luchar codo con codo con aliados más
fuertes y, en definitiva, sus estrategias para la victoria y para la paz, se impusieron a las
suyas.

NOTAS:
1. On War de Clausewitz, editado y traducido por Michael Howard y Peter Paret
(Princeton 1984), 607.
2. Alanbrookede David Fraser (London, 1982), 215
3. Prelude to Victory de Edward Spears (London 1939), 377.
4. Staatskunst and Kriegshandwerk de Gerhard Ritter (Munich, 1964), 3:586.
5. Ibid, 241.
6. Ibid, 383 ff.
7. Politics in Wartime" de A.J.P. Taylor (New York, 1965), 21.
8. Asquith: Portrait of a Man and an Era" de Roy Jenkins (New York, 1964), 387.
9. Ibid, 328.
10. Great Britain and the War of 1914-1918de E.L. Woodward (London, 1967), 148-
49.
11. The Observer de Robert Graves, 1 de marzo de 1959.
12. In Flanders Fields de Leon Wolff (New York, 1958), 184.
13. Lord Lansdowne: A Biography de Lord Newton (London, 1929), 468.
14. Generals and Politicians de Jere King (Berkeley, 1951), 242.
15. Prelude to Victory de Spears, 377.
16. Rue St. Dominique et GHQde C. Bugnet (Paris 1937), 273.
17. Churchill, Lloyd George, Clemenceau en Makers of Modem Strategy, editado por Edward
Mead Earle (Princeton, 1943), 303.
18. Le Ministre Clemenceau del General Jean Jules Mordacq (Paris, 1930), 2:363-67.
19. Ibid, 308.
20. War Memoirs de David Lloyd George (London 1933-37) 6:3421.
21. Kriegstagebuch del Generaloberst Franz Haider (Stuttgart, 1962), 3:354, 356-59.
22. Hitler: The Man and the Military Leader de Percy Ernst Schramm, traducido y
editado por Donald S. Detweiler (Chicago, 1971), 198.
23. Ibid.
524 Creadores de la Estrategia Moderna

24. Hitler Strategic: PoKtik and Kriegfiihrung 1940-1941 de Andreas Hillgruber (Frankurtam
Main, 1965).
25. Verlarene Siege de Erich von Manstein (Bonn, 1955), 305.
26. Estas frases son una repetición de lo que expresó el autor en Germany, 1866-
1945 (Owford y New York, 1978), 721.
27. German Strategy against Russia, 1939-1941 de Barry A. Leach (Oxford, 1973), 78.
28. Kriegstagebuch de Haider, 2:261, 320, 336.
29. Hitler and Russia de Trumbull Higgins (New York, 1966) 156.
30. Ibid, 209-210.
31. Kriegstagebuch de Haider, 3:489.
32. ffiiferdeSchramm, 203.
33. The Military Strategist de Basil Liddell Hart, en Churchill Revised (New York, 1962),
197. Ver también Churchill as Warlord de Ronald Lewin (New York, 1973), 13.
34. The Ordeal of Total War de Gordon Wright (New York, 1968) 238; Churchill de
Lewin, 32.
35. Wavell: Soldier and Statesman de John Connell (London, 1964), 256.
36. Generalissimo Churchill de R.W. Thompson (New York, 1973), 100.
37. Wavell de Connell, 421.
38. Churchillde Thompson, 120.
39. The Business of Wards Sir John Kennedy (London, 1957), 108. Churchill continuó
excesivamente crítico con sus Comandantes y Brooke, después de oir sus
comentarios contra Montgomery y Alexander en julio 194, "se molestó y le
preguntó si no podía confiar en sus Generales durante cinco minutos, en vez de
injuriarlos y despreciarlos continuamente" (Alanbrooke de Fraser, 442). Roosevelt
and Churchill: Their Secret Wartime Correspondence, editado por Francis L.
Loewenheim, Harold D. Langley y Manfred Jonas (New York, 1975). Ver también
Churchill and Roosevelt, the Complete Correspondence, editado por Warren F. Kinball,
3 volúmenes (Princeton, 1984).
40. Chief of Staff': Pre- War Plans and Preparations de Mark S. Watson (Washington D.C.
1950).
41. The Grand Alliance de Winston S. Churchill (Boston, 1950), 625, 643.
42. Memoirs de Lord Ismay (London, 1960), 163.
43. Alanbrooke de Fraser 231-32; Churchillde Lewin, 127.
44. The Military Strategistde Liddell Hart, 215; Alanbrooke de Fraser, 311.
45. Alanbrooke de Fraser, 384-92.
46. Strategic Planning for Coalition Warfare, 1941-1942 de Maurice Matloffy Edwin S. Snell
(Washington D.C., 1953) ,272-73.
47. On War, libro I, capítulo I y libro 8, capítulo 6.
48. The Papers ofDwight David Eisenhower: The War Years, editado por Alfred Chandler,
5 volúmenes (Baltimore, 1970), 4:2592-95.
49. Roosevelt and Churchill, 548; Churchill, Roosevelt and Stalin: The War they Waged and the
Peace they Sought de Herbert Feis (Princeton, 1957). 338.
50. Ver Roosevelt and Hitler: The Problem of Perception de Gordon A. Craig, en Deutsche
Frage and europaisches Gleichgevncht: Fenschrift fur Andreas Hillgruber zum 60. Geburtstag,
editado por Klaus Hildebrand y Riner Pommerin (Cologne y Vienna, 1985).
51. FranklinD. Roosevelt and American Foreign Policy, 1932-1945, de Robert Dallek (New
York, 1979), 321.
52. Alanbrooke de Fraser, 230.
53. American Strategy in World War II: A Reconsideration de Kent Roberts Greenfield
(Baltimore, 1963), 52.
54. Ibid, 53.
55. Churchill, Roosevelt, Stalin de Feis, 54-55.
56. George C. Marshall: Organizer of Victory, 1943-1945 de Forrest G. Pogue (New York,
1973).
57. Force and Statecraft: Diplomatic Problems of Our Time de Gordon A. Craig y
Alexander L. George (New York, 1983), 101.
Michael Howard
18. Los Hombres contra el
Fuego: La Doctrina de la
Ofensiva en 1914
18. Los Hombres contra
el Fuego: La Doctrina
de la Ofensiva en 1914

Cuando en agosto de 1914 comenzó la guerra en Europa, todas las principales


potencias beligerantes tomaron inmediatamente una actitud ofensiva. El ejército austro-
húngaro invadió Polonia. Los rusos invadieron el este de Prusia. Los alemanes invadieron
Francia a través de Bélgica; y los franceses intentaron reconquistar sus provincias de
Alsacia y Lorena. A finales de ese año, todas esas ofensivas arrojaron un balance de unos
900.000 hombres entre desaparecidos, prisioneros, heridos y muertos. Los ataques
continuaron durante 1915, cuando Italia atacó a Austria con resultados igualmente
desastrosos; durante 1916, los alemanes asaltaron Verdún y los ingleses entraron en la
guerra con su gran ofensiva en el Somme; pero comenzó a declinar en 1917, cuando
después de la desastrosa ofensiva de Nivelle en abril, las tropas francesas rehusaron atacar
de nuevo y el Imperio Ruso colapso por el esfuerzo de la guerra. Estos desastres, rubricados
por el fracaso de los cuatro meses de ofensiva inglesa en Passchendaele desde agosto a
noviembre de 1917, han sido un ejemplo de ceguera estratégica y táctica que no ha tenido
paralelo en la historia y que, a pesar de los éxitos de las ofensivas alemanas en el frente
Este y los ataques finales de los aliados en el Oeste a partir de 1918, no ha desaparecido la
imagen de rotundo fracaso.
Los jefes militares que planearon estas operaciones y los líderes políticos que las
sancionaron, ni estaban ciegos ante las consecuencias de sus ataques, ni mal informados
acerca de la potencia defensiva de las armas del siglo XX. Todos ellos sabían que la
guerra se ganaría con graves pérdidas. 'Todo aquel que crea que se puede alcanzar una
gran victoria táctica en la guerra moderna, sin arriesgar un gran número de vidas
humanas, está muy equivocado", escribió el General Friedrich von Bernhardi en 1912. "El
temor a las pérdidas es lo que provoca el fracaso; podemos asegurar que las tropas que no
tienen miedo a las pérdidas mantienen una enorme superioridad sobre aquellas que sí
lo tienen" (1). Los especialistas en otras naciones pensaban de forma muy similar. "El
éxito en el asalto depende de cómo se ha entrenado a los soldados para saber cómo
morir o cómo evitar la muerte", escribió el Coronel inglés F.N. Maude, quien después
advirtió, "... si se han entrenado para evitar la muerte, todo está perdido y hubiera sido
mejor no ir a la guerra" (2). También es preciso recordar al respecto las sombrías palabras
de Clausewitz: "El hecho de que una matanza es un espectáculo horrible, debe servirnos
para tomar la guerra más seriamente y para no encontrar excusas para utilizar
nuestras armas de forma gradual en nombre de la humanidad" (3).
528 Creadores de la Estrategia Moderna

Desde las grandes matanzas a ambos lados del Atlántico de mediados del siglo
anterior, se había estudiado por los expertos militares el impacto de la creciente letalidad
de las armas: en Antietam y Fredericksburg en la Guerra Civil Americana y en Gravelotte-
St. Privat, en la Guerra Franco-Prusiana. Pero el problema se complicó aún más por los
grandes avances tecnológicos a partir de 1880. La sustitución de la pólvora por otras
sustancias de mayor poder explosivo para impulsar tanto las municiones de las armas
pequeñas, como las de las piezas de artillería, modificaron el alcance y la precisión de estas
armas. Un mayor poder explosivo hizo posible rifles de menor calibre, con trayectorias
tensas de un alcance de más de 2000 metros, siendo mucho más eficaces no sólo contra
un asalto de la infantería, sino también contra las anteriores piezas de campaña, las cuales
apoyaban a los asaltos permaneciendo a una distancia de unos 1000 metros. Los calibres
pequeños permitieron que el infante pudiera llevar más munición al combate y los
cartuchos de bronce y los cargadores adaptados a las armas posibilitaron una mayor
cadencia de fuego.
Por tanto, el alcance, el peso y la precisión de la artillería fueron paralelamente
mejorados. La artillería de campaña aumentó su alcance hasta unos 6000 metros y, al
disponer de mecanismos de retroceso, fue posible el tiro rápido y continuo; por otra parte,
entró en servicio la artillería pesada móvil con alcances de más de 10.000 metros. La
escala de las batallas se vio aumentada desde unas pocas millas a varias decenas y, junto
con la capacidad de los ferrocarriles para aportar tropas a los campos de batalla, las
dimensiones de los mismos pasaron a varios cientos de millas; puesto que los nuevos
explosivos apenas producían humo en su combustión los combatientes podían
permanecer invisibles siempre que no realizaran desplazamientos.
Entre los expertos militares de la época, existían grandes diferencias de opinión sobre si
esos avances tecnológicos, en su conjunto, habían favorecido al ataque o a la defensa.
Por una parte, algunos defendían la teoría de que en el futuro los asaltos frontales no
sólo supondrían un costo prohibitivo, sino que estadísticamente serían imposibles; uno
de los máximos representantes de esta corriente de opinión fue Jan Bloch, que escribió
un estudio en varios volúmenes bajo el titulo La guerre future que fue publicado en 1898:
"Entre los combatientes habrá siempre una zona impenetrable de fuego mortal, igual
para ambos"(4). Pero Bloch era civil y la opinión militar era que la nueva tecnología
favorecía tanto al ataque como a la defensa. Había unanimidad de criterio en cuanto a
que los asaltos no podían tener éxito a no ser que los atacantes tuvieran superioridad de
fuego; la tarea de la infantería era moverse de una posición a otra, hasta alcanzar una
que les permitiese
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 529

les permitiese emplear sus armas contra las defensas enemigas y arrollarlas antes de que
éstas pudiesen reaccionar. El Coronel (posteriormente Mariscal) Ferdinand Foch, escribió
para una de sus conferencias en la Escuela de Guerra de Francia en 1900: "Es evidente
que actualmente la dirección y el control del fuego tienen una inmensa importancia. El
fuego es el argumento supremo. Unas tropas valerosas, pletóricas de moral desearán
conquistar el terreno mediante sucesivos asaltos. Pero encontrarán grandes dificultades
y sufrirán importantes pérdidas si su ofensiva no ha sido preparada anteriormente por
fuego. Serán obligadas a retroceder a su punto de partida habiendo sufrido numerosas
bajas. La superioridad del fuego es el elemento más importante en el combate de la
infantería" (5).
No obstante, siempre se llega a un punto en el que la infantería atacante no puede
avanzar más, bien por carecer de potencia de fuego propia o del apoyo de la artillería.
Foch escribía: "Más allá de ese punto hay una zona casi impenetrable; no hay posibilidad
de cubrir ninguna incursión; una lluvia de plomo salpica el terreno" (6). Pero ¿cómo
podría cruzarse esa "zona de la muerte"?
Tradicionalmente, desde las Guerras Napoleónicas, los asaltos de la infantería se
producían siempre en tres oleadas. Primero iban una especie de gastadores (skirmishers)
que no adoptaban ningún tipo de formación definida y hacían uso del terreno y de
cuanto encontraban a su paso para preparar posiciones de fuego y cubrir el avance de
los que les seguían. Después iba el grueso de la infantería en formación cerrada, con sus
oficiales al frente para inspirar confianza y los sargentos detrás para intimidarles, los
tambores y las cornetas tocando y los banderines del regimiento preparados para ser
colocados en las posiciones capturadas. Finalmente iba la intendencia, con sus repuestos
de material y munición, así como el avituallamiento. Esta forma de actuar funcionó hasta
1870, cuando los rifles franceses inmovilizaron dramáticamente a los batallones alemanes;
a partir de entonces, estos nunca volvieron a utilizar sus formaciones tradicionales. Los
alemanes introdujeron modificaciones de manera que la segunda oleada no debía ir en
formación cerrada, sino abierta, como la primera; su misión no era el asalto sino ampliar
la línea de fuego deslizándose gradualmente hacía los flancos de sus oponentes. Sólo
cuando las defensas hubieran sido destruidas por el fuego y sus posiciones rodeadas (tarea
que fue encomendada a la caballería), se podía considerar ganada la batalla. Esto era la
doctrina táctica que el Plan Schlieffen iba a elevar al rango de estrategia.
Los franceses también adoptaron estas tácticas a partir de 1870. Su Reglamento de
Infantería de 1875 prohibía el uso de formaciones cerradas dentro del alcance del
fuego enemigo y ponderaba la dispersión para obtener una mayor cobertura; también
modificaba la misión de los gastadores de manera que no sólo preparaban el ataque
sino que también lo conducían. Pero esta nueva doctrina tropezó con una fuerte
oposición en el ejército francés y en todos los demás. Existía el sentimiento general de
que evitar un ataque a la bayoneta era "cobarde"; fue un punto de vista expuesto
elocuentemente por el General
530 Creadores de la Estrategia Moderna

por el General ruso Dragomirov. Además, había motivos para pensar que podría suceder
en la infantería, que una vez dispersa y dejando actuar a sus elementos de forma
autónoma, sufrirían de "desorientaciones", que rehuirían el combate y desertarían. Un
análisis detallado de las operaciones alemanas en 1870 había revelado que esto había
sucedido en numerosas ocasiones. En los grandes campos de batalla provocados por las
nuevas armas y en los ejércitos compuestos fundamentalmente por soldados de
reclutamiento forzoso, esto podía pasar de ser unos casos aislados a ser la regla general.
El Coronel Charles-Ardent du Picq, muerto en combate en 1870 y cuyo libro Etudes sur
le combat es uno de los pocos clásicos de la literatura militar, había observado esta
tendencia, incluso en las batallas anteriores donde "el soldado es a menudo un total
desconocido para sus compañeros más cercanos. El los pierde entre el humo y la
confusión de la batalla. No es posible asegurar la cohesión basada en la observación
mutua" (7).
Du Picq consideraba que para hacer frente a las nuevas condiciones del combate
sería necesario crear una élite militar, muy diferente de los ejércitos de masas que se iban a
crear en el último cuarto del siglo XIX. Sin embargo, las autoridades militares de la
Tercera República no veían ninguna solución en estas ideas. Una vez más, en 1884
apostaron por un ejército formado en su mayor parte por jóvenes campesinos, por las
formaciones de ataque al viejo estilo que debían "marchar siempre adelante, con las
cabezas bien altas, sin importar las pérdidas... bajo el fuego más violento, incluso contra
los atrincheramientos fuertemente defendidos, y conquistarlos". Diez años más tarde, en
los famosos reglamentos de 1894 se prohibía específicamente el avance de la infantería
"hombro con hombro en formaciones cerradas y el toque de las cornetas y los tambores".
Parece absurdo, pero ¿de qué otra manera se podía obligar a los soldados a continuar el
avance a través de esa "zona de la muerte"? (8).
Seis años más tarde, Foch era partidario de la misma solución para este problema:
"Los laureles de la victoria cuelgan de las bayonetas del enemigo y hay que arrancárselos
mediante una lucha cuerpo a cuerpo si fuese necesario. Las dos únicas alternativas son
huir o cargar. Pero para cargar hay que hacerlo en masa, porque en ello radica la
seguridad. Si sabemos como emplear a nuestros hombres y disponemos de superioridad
en cuanto al material, venceremos el fuego enemigo. Con más cañones podremos
silenciarlo y también con más rifles y bayonetas, si sabemos como usarlos" (9). Se había
dado demasiado énfasis a la importancia e influencia de Foch como teórico militar. Lo
único que él hizo fue repetir lo que otros habían dicho anterioremente y que había sido
aceptado, no sólo en el ejército francés, sino también en otros. El Coronel G.F.R.
Henderson, quizás el más inteligente y culto de los teóricos militares del ejército inglés
a finales del siglo, observaba con satisfacción como en el Reglamento de Infantería
británico de 1880, "la bayoneta había resucitado una vez más. La segunda línea,
dependiendo
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 531

dependiendo solamente del frío acero, tenía la misión de dar fin rápidamente a la
batalla. La confusión de las batallas prusianas se debía en gran medida a su desprecio
hacia los principios tácticos inmutables, y por ello, en lo que a tácticas se refiere, son un
mal ejemplo a seguir" (10).
El modelo que propugnaba Henderson era el de los ejércitos de la Guerra Civil
Americana, que atacaban siempre en grandes formaciones; de ellos aprendió que "para
evitar que la batalla degenere en una lucha prolongada entre dos ejércitos fuertemente
atrincherados y para obtener un resultado rápido y decisivo, el empleo del fuego no era
suficiente" (11). Era cierto que las armas habían cambiado en los últimos veinticinco
años, pero Henderson creía firmemente que "ni las pólvoras sin humo ni los cargadores
han supuesto un cambio radical. Si la defensa ha salido fortalecida por estos inventos,
según afirman algunos, la gran cantidad de fuego disponible añadirá una potencia de
ataque proporcio-nalmente mayor. Y si los cargadores de los rifles han supuesto un
elemento nuevo y formidable en la batalla, la necesidad de la moral sigue siendo la
misma" (12).
El tema de la moral es uno de los más utilizados en la década anterior a la Primera
Guerra Mundial. Las obras de Clausewitz fueron estudiadas con igual entusiasmo por los
ejércitos francés y ruso como por el alemán y los pasajes citados con mayor frecuencia eran
aquellos que se referían a la importancia de los factores morales en la guerra y a la
relativa insignificancia de los elementos materiales. Los trabajos de Ardent du Picq, no
tan extensos como los de Clausewitz, pero expresados con mayor elegancia y con un
profundo análisis de la psicología militar, defendían las mismas ideas. Según du Picq, las
batallas no las ganaban las armas sino los hombres y ningún plan sería eficaz "sin el exacto
conocimiento moral en el momento definitivo del combate" (13). Du Picq escribió: "En
la batalla se enfrentan básicamente dos actividades morales en vez de materiales, y la más
fuerte será la que venza. Cuando la confianza de una parte se basa en la superioridad
material, óptima para mantener al enemigo a una distancia determinada, se ve anulada
por la determinación de éste por llegar a una lucha cercana, desafiando los mejores
equipos y medios de destrucción, el efecto moral producido se unirá a la pérdida de la
confianza con resultados catastróficos... De todo ello se desprende que la carga de la
bayoneta, o en otras palabras, el avance bajo el fuego, tendrá cada vez mayor
importancia" (14).
Du Picq puntualizó estas afirmaciones en un párrafo menos conocido: "No olvidar la
acción destructiva antes de usar la acción moral; por ello, hay que emplear el fuego
hasta el último momento; de otra forma, dadas las cadencias de fuego existentes, ningún
ataque lograra su objetivo" (15). Pero esto era exactamente lo que afirmaba Bloch:
"Teniendo en cuenta las cadencias de fuego actuales, ningún ataque podría prosperar".
532 Creadores de la Estrategia Moderna

II

Un año después de que Bloch publicase su La guerre future, la Guerra de los Boers, en
Sudáfrica, proporcionó la primera prueba, puesto que en ella se utilizaron las nuevas
armas por ambas partes. Como ya se ha dicho, el ejército inglés había llegado a la
conclusión de que las ventajas de la pólvora sin humo y los cargadores de los rifles
habían aportado a la defensa, se verían anuladas por la nueva artillería de tiro rápido
cuya metralla destruiría a los defensores que no estuvieran atrincherados y cuya
munición de alto explosivo haría que salieran de su escondite los que estuvieran
atrincherados. Por tanto, habían vuelto a las formaciones cerradas, y "la segunda línea,
dependiendo solamente del frío acero, tenía la misión de dar fin rápidamente a la
batalla" (16) .El resultado fue que en Modder River, Colenso, Magersfontein y Spion Kop,
las fuerzas británicas fuesen derrotadas, diezmadas, y en algunos sitios forzadas a rendirse
ante el fuego de las defensas de los Boers, a los que no llegaron ni siquiera a ver y que ni
les permitieron estar lo suficientemente cerca como para intentar un asalto. Los
observadores europeos atribuyeron estas derrotas a la falta de entrenamiento del ejército,
que no estaba acostumbrado a luchar contra adversarios "civilizados", pero el
escarmentado Coronel Henderson, que durante la campaña había estado en el Cuartel
General de Lord Roberts, reaccionó violentamente ante estas críticas. "Produce algo
más que sorpresa cuando nos acusan de que nos negamos tozudamente a admitir que las
trayectorias tensas de los pequeños rifles, junto con la invisibilidad de los hombres que
los usan, han forjado una total revolución en el arte de combatir en las batallas" (17).
Afirmaba que las formaciones cerradas bajo el fuego enemigo eran imposibles en
aquellos momentos. Los ataques de la infantería en campo abierto tenían que realizarse
a base de sucesivas líneas de skirmishers, separadas entre sí por grandes intervalos; al mismo
tiempo, consideraba que "la caballería, armada y equipada como la del Continente, está
tan obsoleta como los cruzados". Respecto a la teoría de que las formaciones cerradas eran
necesarias para mantener la moral puntualizaba: "Cuando la gran masa de hombres
empiece a sufrir enormes pérdidas; cuando se den cuenta que podrían haber adoptado
medios menos costosos, ¿que pasará con su moral?" (18). Esta fue una observación
premonitora.
Como consecuencia de sus experiencias de guerra, el ejército inglés modificó sus
reglamentos de infantería de acuerdo con las directrices de Henderson. El ejército
alemán no necesitaba revisar su doctrina puesto que ya daba un gran énfasis al
envolvimiento de las posiciones enemigas en lugar de a su asalto frontal. De forma un
tanto sorprendente, los franceses imitaron a los ingleses. Los Reglamentos de Infantería
franceses introdujeron explícitamente, en diciembre de 1904, el abandono de "las
formaciones hombro con hombro" que establecían los de 1894 y se modificaron las
tácticas para asemejarlas a las de los ejércitos de la Revolución Francesa: la infantería
avanzando en pequeños grupos, haciendo el máximo uso del terreno, cubriéndose
mutuamente con fuego y movimiento
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 533

movimiento y con capacidad de iniciativa en el nivel más bajo posible de la cadena de


mando. Sin embargo, estas reformas marcadamente liberales significaban para muchos
oficiales franceses significaban una traición a la influencia radical de los Dreyfusards que
habían comenzado a asumir el control del ejército. El General Langlois fundó una nueva
revista, la Revue militaire genérale, desde la que combatió constantemente la transvaalitis
aguda, término que empleaba para describir "este temor anormal a las pérdidas en el
campo de batalla". En su opinión, esa dispersión no encajaba en la tradición militar
francesa e impedía al comandante "el derecho e incluso la posibilidad de obtener un
resultado decisivo a través de los esfuerzos combinados del material y de las fuerzas
morales a su disposición" (19). Pero en cualquier caso, los nuevos reglamentos no tenían
demasiada influencia en la práctica real de un ejército totalmente desorientado e
internamente dividido en el que no existía unanimidad de criterio respecto a ningún
tema.
Esta reacción contra la transvaalitis aguda se vio reforzada por las lecciones obtenidas del
siguiente gran conflicto en el que se emplearon las nuevas armas, la Guerra Ruso-Japonesa
de 1904-1905. Fue una campaña seguida con gran interés, no sólo por los especialistas
navales y militares de Europa y Estados Unidos, sino por todos aquellos gobiernos
profundamente preocupados por los cambios que podían afectar al equilibrio de fuerzas
en el Extremo Oriente y su consiguiente impacto en Europa. Los periódicos de los dos
continentes publicaban toda la información, procedente de sus corresponsales de
guerra, respecto al desarrollo de esta primera gran guerra del nuevo siglo que nadie
esperaba que fuese pacífica. La Guerra de Sudáfrica podía ser considerada como atípica,
ya que en ella luchaban un ejército entrenado en métodos de guerra colonial contra un
adversario que no constituía un ejército regular. Pero el ejército ruso era uno de los
principales de Europa y el japonés había sido entrenado por expertos alemanes, y su
marina por los ingleses. Ambos estaban equipados con todas aquellas armas que Bloch
había afirmado que harían que la guerra fuera imposible o, al menos, suicida: rifles de
pequeño calibre, artillería de campaña de tiro rápido, artillería pesada móvil y
ametralladoras. Los rusos fortificaron sus posiciones en Port Arthur y Mukden con líneas
de trincheras protegidas por alambradas y nidos de ametralladoras, cubriendo su zona
frontal con campos de minas y utilizando bengalas para la iluminación nocturna. Los dos
ejércitos estaban equipados con telégrafo y comunicación telefónica entre sus elementos.
Las únicas armas no disponibles en 1905 que los ejércitos europeos poseerían en 1914,
eran los primitivos aviones, que en los meses iniciales de la guerra mundial arrebataron a
la caballería su tradicional tarea de reconocimiento.
La principal lección que obtuvieron los observadores europeos de esta guerra fue que,
a pesar de todas las ventajas que daban las nuevas armas a la defensa, la ofensiva seguía
siendo posible. Los japoneses tomaron la iniciativa desde el comienzo de la guerra y en
una serie de ataques hicieron retroceder a las fuerzas rusas, cediendo al enemigo el sur
de Manchuria. El coste fue alto, pero permitió que Japón se convirtiera en una gran
potencia; los comentaristas
534 Creadores de la Estrategia Moderna

los comentaristas europeos puntualizaban que cualquier nación que quisiera convertirse
en una gran potencia, debería estar preparada para afrontar costes similares.
Las conclusiones técnicas fueron estudiadas con gran detalle. La artillería había sido
utilizada con gran eficacia por ambas partes, pero únicamente con fuego indirecto desde
baterías protegidas por obstáculos naturales. La abundante metralla y el fuego de la
infantería hacía imposible cualquier movimiento a la vista del enemigo y dentro del
alcance de sus armas, lo que puso fin a toda idea de las formaciones cerradas en el campo
de batalla. Sin embargo, sobre la infantería bien atrincherada, la artillería de campaña
tuvo poco efecto y únicamente la artillería pesada, al concentrar en forma masiva sus
fuegos, fue capaz de romper su resistencia. Ningún ataque de la infantería podía tener
esperanzas de éxito a menos que hubiera existido una preparación del terreno mediante
una densa barrera de fuego artillero; pero con esa adecuada preparación, la infantería
japonesa realizó numerosos asaltos y todos ellos fueron victorias. Los japoneses
demostraron que la mejor respuesta a una defensa invisible era un ataque invisible. Para
ello, avanzaban de noche, se ocultaban antes del amanecer y excavaban su camino
metro a metro, como si se tratara de un sitio. Cuando habían alcanzado una posición
óptima, atacaban. Las bajas seguían siendo terribles: en los asaltos para la conquista de
Port Arthur los japoneses perdieron 50.000 hombres y en la batalla de Mukden, que
duró diez días, obtuvieron 70.000 bajas. Pero, a pesar de todo, habían demostrado que la
combinación de una preparación exhaustiva y un coraje fanático podían superar los
problemas del ataque en las batallas modernas.
Un comentario inglés, escrito en la víspera de la Primera Guerra Mundial por el
prestigioso General E.U. Altham, resume la reacción europea: "Había algunos que, por
la experiencia de la guerra en Sudáfrica, creían que el asalto, o al menos el asalto a la
bayoneta, era algo del pasado, una maniobra obsoleta, pero la campaña de Manchuria ha
demostrado una y otra vez que la bayoneta no es en absoluto un arma caduca y que el
fuego sólo, nunca será suficiente para mover de su posición a un enemigo con coraje y
bien disciplinado. El asalto es incluso más importante que el fuego que le precede. Es el
momento supremo de la lucha. De él depende el resultado final" (20).
La verdadera lección que se sacó de la Guerra Ruso-Japonesa fue que el elemento
verdaderamente importante en la guerra moderna no era la tecnología, sino la moral;
pero esa moral no era solamente la del ejército, sino de toda la nación. Este fue un tema
sobre el cual los militares de las naciones industrializadas de Europa Occidental estaban
comenzando a tener serias dudas. El Coronel alemán Wilhelm Balck en su libro de
tácticas advertía: "Las continuas mejoras en el nivel de vida tienden a aumentar el
instinto de conservación y a disminuir el espíritu de sacrificio. La forma de vivir
rápidamente actual tiende a socavar el sistema nervioso, se ha perdido el fanatismo, la
religiosidad y el entusiasmo nacional del pasado y la fuerza física de la especie humana
está también disminuyendo.
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 535

Por tanto, es preciso mandar a nuestros soldados a la batalla con una reserva de coraje
moral suficiente como para evitar el prematuro desplome moral y mental del individuo"
(21).
Dentro del ejército alemán se originó una reacción, encabezada por el elocuente e
influyente General von Bernhardi, contra las tácticas cautelosas y la estrategia de
flanqueo de la era de Schlieffen, que según Bernhardi era "una declaración de
bancarrota para el arte de la guerra". En su opinión, el énfasis de Schlieffen en los
factores materiales y su dependencia de la superioridad numérica, eran un error al no
haber tenido en cuenta el hecho de "que las tropas que demostrarían ser superiores,
serían aquellas que soportaran mayores pérdidas y avanzaran con más ímpetu; y que la
agresividad, osadía y genio del comandante no desempeña ningún papel decisivo en la
guerra" (22).
En el ejército alemán, los críticos de Schlieffen eran una minoría. Sus defensores en el
ejército francés fueron muy numerosos, sobre todo cuando fue nombrado Jefe del Estado
Mayor el General Joffre en 1911. Este había estado durante gran parte de su carrera en las
guerras coloniales de su país y en ellas llegó al convencimiento de que había logrado sus
éxitos gracias a la iniciativa individual y la fuerza de carácter en lugar de por la fuerza de las
armas. Los oficiales de las colonias despreciaban al ejército de la metrópoli, a los que
consideraban aletargados, ineficaces y, como consecuencia del caso Dreyfus, totalmente
politizados, como le ocurría a toda la sociedad francesa (23). Ellos creían que era necesario
llevar a cabo una cruzada moral para restaurar la grandeza y el espíritu del ejército francés
y de toda la nación justo en la víspera del enfrentamiento con su viejo enemigo, el cual
se consideraba inevitable a partir de 1911. Por ello, y según Joffre, era necesario "dotar al
ejército con una doctrina de guerra clara, conocida por todos y aceptada unánimemente":
la doctrina de la ofensiva.
Después de la guerra en Suráfrica, Joffre escribió: "Una serie de doctrinas falsas
comenzaron a minar el sentimiento ofensivo de nuestro ejército para arruinar su espíritu,
la confianza en sus jefes y en sus reglamentos. Un estudio incompleto de los
acontecimientos de una sola guerra, han llevado a creer a la élite intelectual de nuestro
ejército que los progresos de las armas y la potencia de fuego habían aumentado de tal
forma las capacidades de la defensiva, que las acciones ofensivas habían perdido su razón
de ser. Después de la campaña de Manchuria, nuestra joven élite intelectual se
desentendió de toda esta fraseología equívoca que había trastornado al mundo militar y se
volvió hacia unos conceptos más sanos de las condiciones generales imperantes en la
guerra" (24).
Estos "conceptos más sanos" se referían al énfasis en el "espíritu de la ofensiva". Según
admitía Joffre en sus memorias, esto suponía "un cierto carácter irracional". Al dar toda la
importancia a las formaciones dispersas en el campo de batalla, prestaba también todo su
apoyo a los Reglamentos de Infantería de 1904. Estos fueron reeditados en abril de
1914. Pero según escribía el Coronel Grandmaison, "es más importante tener una
mente con ansia
536 Creadores de la Estrategia Moderna

con ansia de conquista que pensar acerca de las tácticas a emplear", y era ese
tipo de mente la que Joffre tenía. "En la batalla es preciso estar siempre
preparado para hacer cosas que serían casi imposibles a sangre fría. Un ejemplo
sería avanzar bajo el fuego enemigo... Tenemos que entrenarnos para hacerlo,
cultivando con entusiasmo todo aquello que alimente el espíritu ofensivo. No
debemos tener miedo a excedernos, porque quizás siempre nos quedemos cortos".
Dos años más tarde, en octubre de 1913, Grandmaison escribió los "Regla-
mentos para la conducción de grandes formaciones", en los que aparecía la
famosa frase: "El ejército francés, volviendo a sus tradiciones, no reconoce más ley
que la de la ofensiva" (25).
Esta doctrina se ajustaba perfectamente a la moda del momento. Resultaba
atractiva a las élites militares que creían, como Ardent du Picq, que este espíritu
sería únicamente cultivado en el seno de un ejército profesional; sus puntos de
vista fueron expresados por el novelista Ernest Psichari en su obra L'appel aux
armes, donde se predicaba "un ejército orgulloso y violento" que gozaba de una
gran popularidad en la víspera de la guerra (26). Pero no resultaba menos
atractiva a la izquierda radical, que había sostenido siempre que la moral militar
era un tema de patriotismo popular y que no tenía nada que ver con los años de
servicio (27). Estas ideas fueron recogidas por el filósofo Henri Bergson que
enseñaba en la Sorbona y que era un admirador de las teorías de Nietzsche sobre
la Voluntad Creativa.
Grandmaison y Foch han sido a menudo ridiculizados por historiadores y crí-
ticos, pero es preciso reconocer que estos mismos sentimientos se pueden
encontrar en escritores ingleses y alemanes de la época. En Inglaterra, el General
Sir Ian Hamilton, uno de los militares profesionales más inteligentes e influyentes,
escribió: "Toda esa basura escrita por M. de Bloch antes de 1904, acerca de las
zonas de fuego cruzado que ningún ser vivo podría atravesar, no anunciaba más
que el desastre. La guerra es esencialmente el triunfo no de una línea de hombres
atrincherados detrás de unas alambradas sobre hombres a cuerpo descubierto, sino
de una voluntad sobre otra más débil. La mejor defensa para un país es un ejército
formado, entrenado e inspirado en la idea del ataque" (28).
En las mentes de los soldados de antes de 1914 no había duda del coste que
suponía todo esto en vidas humanas. Black escribió: "Es preocupante que las
tropas se hayan acostumbrado a identificar las pérdidas pequeñas con los buenos
comandantes. Por regla general, las grandes victorias van acompañadas de
grandes pérdidas" (29). Maude fue aún más lejos: "Las oportunidades de victoria
dependen por entero del espíritu de sacrificio de aquellos que tienen que
inmolarse en beneficio del resto... En otras palabras, la verdadera fortaleza de un
ejército descansa esencialmente en la capacidad de todas y cada una de las
fracciones que lo constituyen para soportar el castigo, llegando incluso a la ani-
quilación si fuera necesario... Con tropas acostumbradas a juzgar a sus coman
dantes solamente por la habilidad que han demostrado para economizar las vidas de
sus hombres, ¿qué esperanza de resistencia puede existir?" (30).
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 537

Los ejércitos y las naciones de Europa fueron a la guerra en 1914 contando con tener
pérdidas muy grandes. El espíritu en el que sus hombres fueron adoctrinados no era
simplemente el de luchar por su país, sino el de morir por él. El concepto de "sacrificio",
del "sacrificio supremo" por encima de todo, estaba presente en la literatura, en arengas,
sermones y en el periodismo de todos los países beligerantes durante los primeros años de
la guerra. Las listas de bajas, que en generaciones posteriores parecerían horribles, eran
consideradas no como un índice de incompetencia militar, sino como una medida del
espíritu nacional y de aptitud para alcanzar el rango de gran potencia.

III

Al analizar el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, los historiadores europeos y


americanos siempre han tendido a centrarse en el frente occidental, y nosotros
seguiremos aquí su ejemplo. En el Este, las pérdidas de los ejércitos rusos y austríacos
sumaron rápidamente los cientos de miles, pero se debieron principalmente a enfermos,
prisioneros y desertores en lugar de a actos heroicos en el campo de batalla. Las
previsiones de Bloch sobre una guerra futura en la que los ejércitos se verían paralizados al
llegar a la "zona de la muerte", iban a ser paradójicamente menos aplicables en la parte
del mundo que él conocía mejor. En el este de Europa el conflicto nunca degeneró a una
guerra de posiciones y se mantuvo una guerra de maniobra hasta el final.
La esperanza del General von Schlieffen era que éste fuera también el caso en el oeste
de Europa. El plan de Schlieffen era, como ya hemos visto, elevar a la categoría de
estrategia la doctrina táctica que imperaba en el ejército alemán desde 1870: evitar el
ataque frontal y alcanzar el objetivo mediante el envolvimiento, incluso aunque para ello
fuera preciso emplear millones de hombres. Los ejércitos alemanes atravesaron Bélgica y
Francia sin encontrar apenas oposición y, cuando la tuvieron, la paralizaron con fuego de
artillería e intentaron flanquearla. De esta manera conquistaron una gran cantidad de
territorios con muy poco esfuerzo, pero, a largo plazo, los críticos de Schlieffen
tendrían razón. Su estrategia no logró alcanzar ninguna decisión.
En Francia, los grandes profetas de la ofensiva, es decir, los oponentes a Schlieffen
en Alemania, ocupaban los más altos puestos del ejército y, debido a su influencia, el Alto
Mando elaboró el famoso Plan XVII. El concepto general de este plan era que Francia
debía tomar la iniciativa estratégica en vez de esperar pasivamente el asalto alemán. Esto
proporcionó una gran flexibilidad y permitió a Joffre recuperarse muy rápidamente de su
desastre inicial y redesplegar sus fuerzas para la batalla del Marne. El problema del
ejército francés en 1914 no era si estaba o no mentalizado para la ofensiva, sino su
ineficacia.
538 Creadores de la Estrategia Moderna

La confusión burocrática impidió que se pudieran aplicar las lecciones obtenidas de la


Guerra Rusojaponesa. No se hizo ninguna previsión para dotarse de artillería pesada, lo
que significaba que las armas alemanas superaban en alcance a las francesas. No había
doctrina para la cooperación entre la artillería y la infantería y no se realizó ningún
entrenamiento al respecto. El resultado de todo ello fue que, al comenzar la guerra, los
comandantes franceses a todos los niveles reaccionaron instintivamente conforme al
programa de entrenamiento que habían seguido. Un oficial dijo al respecto: "Antes de
ser sometidos a la experiencia real del fuego, la idea de encontrarse cara a cara con el
enemigo hacía que muchos de nuestros oficiales sintieran un gran entusiasmo, cosa que
cualquiera que tenga experiencia en esta situación puede llegar a comprender. El
hombre que sea capaz de mantener su mente fría en tales circunstancias, es un tipo de
animal muy extraño. Mucho más que una cuestión de doctrina es un tema de
temperamento" (31).
Como consecuencia de todo ello, de los 1.500.000 franceses que fueron a la campaña a
principios de agosto de 1914, 385.000, es decir, uno de cada cuatro, causaron baja a las
seis semanas de lucha. De estos, 110.000 resultaron muertos.
La mayoría de estas pérdidas tuvieron lugar, no durante ataques a posiciones
establecidas, sino en batallas de oportunidad, cuando ambos ejércitos estaban en
movimiento y la infantería francesa fue sorprendida en terreno abierto y destruida por el
fuego de la artillería. El segundo gran choque en el frente occidental en 1914 se produjo
en noviembre en Ypres, cuando tanto el ejército alemán como el inglés sufrieron
importantes pérdidas; fue también durante una batalla en la que cada uno trataba de
rebasar por el flanco a su oponente, en lo que se denominó la carrera hacia el mar. Sólo
a partir de entonces, los alemanes comenzaron a fortificar las posiciones que habían
ganado, convirtiendo las trincheras que habían excavado en un complicado sistema de
fortificaciones protegido por alambradas y utilizando por primera vez una gran cantidad
de ametralladoras para su defensa.
La fortaleza de estas defensas fue probada en muchas ocasiones por los ataques
franceses e ingleses durante 1915 y siempre con un resultado estéril. Esto no quiere decir
que sus ataques no resultaran victoriosos, puesto que a menudo fue así, sino que las
cabezas de puente que establecieron en las defensas germanas no podían ser mantenidas
durante mucho tiempo, ni ser reforzadas con rapidez como para resistir los
contraataques alemanes para recuperar sus posiciones; por lo que, generalmente, los
aliados eran obligados a retroceder hasta la línea de partida habiendo sufrido fuertes
pérdidas.
Cuando a principios de 1915 se le preguntó al General Sir Douglas Haig si creía que el
pueblo inglés iba a tolerar las graves pérdidas que supondría la ruptura del frente alemán,
replicó con imprudente optimismo que dichas pérdidas no serían necesarias, "pensaba
que tan pronto como les suministraran muni ción de artillería, se pasearían por las líneas
alemanas" (33).
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 539

Pero cuatro meses más tarde, después del fracaso del asalto inglés a Festubert, en
mayo de 1915, cambió de opinión y escribió en su diario: "Las defensas a las que nos
enfrentamos son tan fuertes y la protección mutua que se dan las ametralladoras es tan
completa, que para destruirlas será necesario un prolongado y metódico bombardeo con
artillería pesada antes de que la infantería pueda ser lanzada al ataque" (34). Ese otoño,
en la ofensiva que lanzó para aliviar la presión a la que estaban sometidos sus aliados
rusos, Joffre intentó poner en práctica su doctrina. La artillería disparó alrededor de cinco
millones de proyectiles para apoyar a la infantería; de ellos, un millón por la artillería
pesada. Ese ataque fue también repelido. No obstante, los aliados alcanzaron suficientes
victorias locales como para hacerles creer que "era posible romper el frente enemigo
disponiendo de algún elemento de sorpresa, suficientes camiones, municiones, equipos y
con un entrenamiento adecuado de las tropas" (35).
En la primavera de 1916 fueron los alemanes los que dieron el ejemplo de cómo hacer
todo esto. Lanzaron una ofensiva limitada a Verdún, precedida por un bombardeo tan
intenso que anuló literalmente toda resistencia. Pero en vez de permanecer en defensiva,
como hubiera querido su Alto Mando, y dejar contraatacar a los franceses, los alemanes
continuaron su ataque sufriendo grandes pérdidas. Verdún se convirtió en una pesadilla,
tanto para los franceses como para los alemanes. Pero la técnica alemana de atacar
incluso bajo un fuego tan denso que, en palabras recogidas en la historia oficial inglesa, "el
hombre no se enfrentaba contra otro hombre, sino contra el material", fue adoptada
como modelo por ellos mismos para el planeamiento de su primera gran ofensiva en el
Somme, en el verano de 1916 (36). Toda la fuerza laboral disponible de la industria
británica, bajo la enérgica dirección de Lloyd George en el Ministerio de Municiones, fue
orientada a la producción de armas y municiones. A finales de junio, habían sido
instalados 1437 cañones a lo largo de un frente de 18 millas de largo y en una sola
semana dispararon 1.500.000 proyectiles (37). El comandante en jefe de las tropas de
asalto, el General Sir Henry Rawlinson, aseguró a sus colaboradores que "al final del
bombardeo no podía existir nada en ese área y tomar posesión de ella sería un paseo
para la infantería" (38). Por todo ello, el 1 de julio fue enviada la infantería, no como
fuerza asaltante, sino como un paseo militar; cada hombre llevaba unas setenta libras de
equipo y se esperaba que, en el peor de los casos, hubiera que acabar con unos pocos y
aturdidos supervivientes.
El resultado fue uno de los días más terribles en la historia de la guerra. El fuego no
había sido suficiente como para alcanzar los refugios subterráneos que habían
excavado los alemanes en las colinas calizas que bordean el Somme. La experiencia
sufrida fue tan espantosa que los alemanes tuvieron tiempo de salir de sus refugios,
instalar sus ametralladoras y arrasar a la infantería inglesa durante su avance. La artillería
germana produjo tales estragos en las líneas inglesas que el Alto Mando tardó varios días
en evaluar las verdaderas dimensiones de la catástrofe. De los 120.000 hombres que
participaron en el asalto, alrededor de la mitad fueron bajas y de ellos, 20.000 de ellos
resultaron muertos (39).
540 Creadores de la Estrategia Moderna

Los ataques continuaron hasta noviembre y para entonces los ingleses y los franceses
habían perdido cerca de 500.000 hombres. Pero para esas fechas, el objetivo de la batalla
había cambiado. Ya no se trataba de conquistar el terreno, sino de obligar a los alemanes a
agotar a sus tropas. Como respuestas a las exigencias de Londres, Haig escribió: "En otras
seis semanas el enemigo tendrá serios problemas para disponer de más hombres... El
mantenimiento de una fuerte presión ofensiva provocará su derrota total" (40). En
resumen, el punto muerto al que se había llegado desde el punto de vista táctico, fue
puesto al servicio de una estrategia de desgaste en la que el potencial humano y la moral
no sólo de los ejércitos, sino de toda la nación, fue puesta a prueba. Para todos aquellos
que habían sido educados en las ideas del Social Darwinismo y que eran las clases
dominantes de la primera década del siglo, esto no era ninguna sorpresa. Estaban
preparados para sufrir enormes pérdidas como paso previo para sobrevivir como una gran
potencia, y esta disposición hizo que la nación más avanzada, industrializada y culta de
Europa se aprestara para seguir luchando durante dos penosos años.
Al final de la guerra, las tácticas a ambos lados habían sufrido transformaciones. Los
ingleses perfeccionaron las técnicas de la guerra de sitio empleadas por los ejércitos de
Plumber y Monash, experimentaron con tácticas de apoyo aéreo cercano. Los alemanes
desarrollaron aún más las nuevas armas para la guerra de trinchera (ametralladoras
ligeras, granadas y gas), para dar a su infantería la flexibilidad necesaria para poder
romper los frentes formados por adversarios más débiles y menos ágiles.
Sería un error tratar de establecer una íntima relación entre la doctrina de la
ofensiva existente antes de 1914 y las terribles pérdidas que se produjeron durante la
Primera Guerra Mundial. Es cierto que dada la potencia de las nuevas armas, parecía
inevitable que hubiera numerosas pérdidas. También es verdad que en el ambiente
frenético de 1914, cuando se había analizado profundamente a numerosos historiadores,
existía una predisposición de toda la sociedad para aceptarlas (41). Pero muchos de los
escritos anteriores a 1914, que reflejaban la importancia de la moral en la guerra y la
necesidad de mantener una mentalidad ofensiva frente a todos los obstáculos, no hacían
más que repetir verdades que habían sido válidas en la guerra de todos los tiempos. La
influencia de la nueva potencia de fuego sobre las tácticas había sido analizada de forma
exhaustiva por los Estados Mayores antes de 1914. Las peores pérdidas no se debieron a
una doctrina equivocada, sino a la inexperiencia, falta de eficacia y a los graves problemas
orgánicos para combinar el fuego y el movimiento en las posiciones adecuadas a cada caso.
Desde los primeros días de la guerra, los soldados profesionales de Europa intentaron
adaptarse a las nuevas rea lidades del campo de batalla. Pero necesitaron un tiempo, que
resultó trágicamente
Los Hombres contra el Fuego: La Doctrina de la Ofensiva en 1914 541

trágicamente largo, para resolver los problemas tácticos con los que se enfrentaban.
Hasta que no lo consiguieron, la estrategia se vio mutilada por el desequilibrio entre la
potencia ofensiva y la defensiva, llegando a alcanzar niveles desconocidos hasta entonces
en la historia de la guerra.

NOTAS:

1. On War Today de Friedrich von Bernhardi (London, 1912), 2:53


2. The Evolution of Infantry Tactics de F.N. Manile (London 1905), 146
3. On War de Clausewitz, traducido y editado por Michael Howard y Peter Paret
(Princeton, 1984), libro I, capítulo 11, página 260.
4. The Future of War in Its Technical, Economic and Political Relations dejan Bloch (Boston
1899), XXX. Ver también el ensayo num. 13 de este volumen.
5. The Príncipes ofWarde Ferdinand Foch (New York, 1918), 362
6. Ibid, 365
7. Etudes sur le combat: Combat antique et moderne de Charles-Ardent du Picq (Paris, 1942)
,110.
8. La penseé militaire francaise de Eugene Garrías (Paris, 1960), 275 - 76.
9. Principles of War de Foch, 365
10. The Science of War de G.F.R. Henderson (London, 1905), 135, 148
11. Ibid, 150
12. Ibid, 159
13. Etudes de du Picq, 3
14. Ibid, 121
15. Ibid, 127
16. Science ofWarde Henderson, 135
17. Ibid, 371
18. Ibid, 372-73
19. French Tactical Doctrine 1870-1914 de Joseph C. Arnold, en Military Affairs 42, n2 2,
(Abril 1978).
20. The Principles of War Historically Illustrated de E. A. Altham (London, 1914), 295
21. Tactics de William Balck, cuarta edición (Fort Leavenworth, Kansas, 1911), 194.
22. On War Today de Bernhardi, 2:158, 179.
23. The March to the Mame de Douglas Porch (Cambridge, 1981), 151-68
24. The Memoirs of Marshal Joffrede Joseph Joffre (London, 1932), 1:26 - 29
25. Penseé militaire de Garrías, 216; La revanche 1871-1914 de Henri Contamine (Paris,
1957), 167.
26. La sacíete militaire dans la France contemporaine de Raoul Girardet (Paris, 1953), 305.
27. The French Army and the Spirit of the Offensive de Douglas Porch, en War and Society: A
Yearbook of Military History, editado por Brian Bond y Ian Roy (London, 1975).
28. Compulsory Service de Ian Hamilton, segunda edición (London, 1911), 121. El
mismo punto de vista se expresa en las Field Service Regulations del ejército
británico, publicadas en 1909: "El éxito de la batalla decisiva no está determinado
por el material ni por las causas ambientales, sino por el ejercicio de las cualidades
humanas dirigidas por la fuerza de voluntad de los individuos" (extraído de The
Offensive and the Problem of Innovation in British 2Military Thought 1870-1915 de T.H.E.
Travers en Journal of Contemporary History, 13, n 3 de julio de 1978).
29. Tactics de Balck, 109
30. Evolution of Infantry Tactics de Maude, x.
542 Creadores de la Estrategia Moderna

31.Revanche de Contamine, 249.


31. Ibid, 276.
32. The Prívate Papers ofSir Douglas Haig, 1914-1919AZ Robert Blake (London, 1952),84.
33. Ibid, 93.
34. Military Operations France and Belgium 1915 de J.E. Edmonds y G.C. Wynne
(London, 1927), 2:399.
36. Ibid, 357.
37. Military Operations France and Belgium 1916 de James E. Edmonds (London, 1932),
1:486.
38. Ibid, 289.
39. Ibid, 483.
40. Private Papers de Blake, 157.
41. Redemption by War: The Intellectuals and 1914 de Roland N. Stromberg (Lawrence,
Kansas, 1982); The Generation of 1914 de Robert Wohl (Cambridge, Mass., 1979).
Michael Geyer
19. La Estrategia Alemana
en la Era de la Guerra
Mecanizada, 1914-1945
19. La Estrategia Alemana
en la Era de la Guerra
Mecanizada, 1914-1945

El retroceso tras el Marne en 1914, enterró toda esperanza de un pronto


final para una guerra que había comenzado con tanta autoconfianza por parte de
Alemania. Reveló serios defectos en el pensamiento estratégico de los años
precedentes (1). Aún peor, aparecieron dudas sobre los principios de la guerra
que habían sido enseñados a todas las generaciones de oficiales alemanes desde
que surgió el sistema educativo profesional en el siglo XIX. Cuando el Estado
Mayor no consiguió la victoria, un mundo de certezas militares se vino abajo.
El conocimiento de la guerra y la destreza militar fundieron en un universo
autónomo las condiciones geopolíticas de Prusia-Alemania por un lado y los
planteamientos militares por otro. Aunque este conocimiento se expresaba
principalmente en la planificación y dirección de operaciones militares, contenía
su propio sistema interno de referencias que abarcaba tanto los supuestos
políticos sobre la naturaleza del orden nacional e internacional como un cono-
cimiento sobre determinadas armas. En este sentido un buen estratega alemán
era siempre un hombre con ideas globales. Aunque la perspectiva de las opera-
ciones alemanas se pudiese considerar realista, estaba embebida en un marco
estratégico que derivaba de la filosofía idealista de la guerra y de los principios del
siglo XIX. Así, el pensamiento estratégico fue sometido a una presión cada vez
mayor por el crecimiento de grandes ejércitos (2). Sin embargo, un enfoque
teórico mantuvo a los estrategas alemanes separados de los autores de la doctrina
militar, es decir, todos aquellos que mantenían un enfoque empírico sobre la
guerra y desarrollaban sus ideas de/sobre el uso de la fuerza mediante un
razonamiento a modo de instrumento. Al contrario que los estrategas profesionales
de la idealista tradición germana, estos últimos eran directores militares o tecnócratas.
El enfoque universal de la estrategia dependía de la autonomía de los militares y
del mantenimiento de la dicotomía existente entre la sociedad civil y militar. Esta
dualidad no desaparecía del todo bajo un prisma liberal de las relaciones cívico-
militares. Dentro de la tradición liberal, la estrategia se mantenía separada de la
doctrina militar y de la línea a seguir para la consecución del empleo óptimo de los
hombres y de las armas. La primera se consideraba dentro de la competencia de los
políticos, mientras que la segunda estaba dentro de la esfera per teneciente a los
militares.
546 Creadores de la Estrategia Moderna

El hueco entre ambas se salvaba con discursos de alto nivel sobre los compromisos de las
naciones. Los militares alemanes no participaban en los debates sobre la guerra, la estrategia
y la defensa nacional. Estaban en posesión de sólidos conocimientos sobre la guerra, pero
fallaron en 1914.
Tras 1914, se observa una y otra vez el tenaz esfuerzo para reconstruir el aspecto de
esta idea universal de la guerra en la búsqueda de una práctica militar coherente que
unificase la estrategia, las operaciones y la táctica y construyese las bases, dentro del
terreno militar, para dotar de autonomía a la profesión de las armas. Entre 1914 y 1945,
se hicieron numerosos esfuerzos para volver a sintetizar una estrategia teórica y volver a
crear unas condiciones políticas para ella. Sin embargo, una vez rota la confianza en el
pensamiento idealista, las costumbres de guerra alemanas desarrollaron fuertes
tendencias centrífugas. El pensamiento estratégico alemán fue impulsado durante los
años que separaron las guerras por intensas luchas entre dos tipos de estrategia, una
enfocada a la reconstrucción de los principios de unificación y la otra enfocada a una
nueva práctica de guerra. En 1942 surgió un concepto diferente de estrategia y el
cuerpo de oficiales se transformó.
Este desarrollo se ha identificado con la revolución estratégica de la guerra mecanizada y
blindada (3). Sin embargo, la guerra de los carros de combate es sólo una parte, aunque
crítica, de un proceso más amplio en el que el enfoque unificado de la estrategia alemana
tomó dos direcciones: por un lado la gestión de armas y por otro la estrategia ideológica.
La primera se basaba en la máxima eficacia de las armas y la última en la movilización de la
sociedad para la guerra. A pesar de que se suelen mantener separadas como características
distintas e incluso irreconciliables para la guerra moderna, eran pájaros del mismo nido.
Los ingenieros y los ideólogos de la violencia siempre venían emparejados. Cuando se
unieron las capacidades de ambos en un único esfuerzo entre 1918 y 1941, empujaron a
Alemania a la Segunda Guerra Mundial.
Esta valoración es contraria a las interpretaciones que dominaban la estrategia
alemana. El genio de la guerra (4) del Estado Mayor alemán ha tenido admiradores y
detractores que han debatido durante casi un siglo lo que se debía o no aceptar de la
revolución prusiana en lo concerniente a la guerra. Apuntaban hacia la continuidad de
conceptos estratégicos (5), sosteniendo el poder político, sus beneficios y revelando el
peligro de tener una casta exclusivamente militar. Por el contrario, han resaltado el
creciente apuntalamiento del idealismo estratégico que, ya en el siglo XIX, había sustituido
sus raíces filosóficas o metafísicas y había enfocado una profesión militar que exigía un
papel dominante tanto en lo político como en lo social en busca de unos principios eternos
de la guerra que eran potenciados por los medios de combate industriales (6). Es válido dar
énfasis a las tradiciones militares y a su continuidad, pero no son eternas y hay que tener
presentes otras cosas. Se deben mantener con una continua renovación en un ambiente
nacional e internacional cambiante, en un escenario influido por la utilización de la
fuerza y la preparación
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 547

preparación para ella. Esta era la condición previa para la continua lucha entre la
recreación de la tradición estratégica alemana y el desafío radical de los tecnócratas e
ideólogos militares. Fue una lucha en la que la estrategia idealista se mantuvo
asombrosamente enérgica y atractiva durante mucho tiempo, pero sus partidarios
acabaron perdiendo.
La agnosticidad del pensamiento estratégico alemán fue el eco de unos cambios mucho
más dramáticos, tanto nacional como internacionalmente. Entre 1914 y 1945, Alemania
presenció la caída de un régimen autoritario híbrido; un estado de revolución y
contrarrevolución entre 1917 y 1923; la consolidación temporal de un orden republicano
pluralista y su derrumbamiento durante la crisis económica mundial; el surgimiento y
consolidación de un estado nacionalsocialista agresivo y su caída tras seis años de guerra.
Durante el mismo período los ejércitos alemanes ocuparon parte del norte de Francia,
Bélgica y Luxembur-go, parte del este de Europa adentrándose en Rusia y Rumania;
perdieron todo esto y parte de su territorio para, al cabo de 20 años, ocupar la mayor parte
de Europa adentrándose en la Unión Soviética, para ver luego cómo su país desaparecía
como nación independiente. Fue, por tanto, un período de continuos trastornos.
Si se trata de descubrir la raíz que subyace bajo estos cambios rápidos y violentos, se
encontrará sin duda: 1) una búsqueda masiva por participar en la política nacional que
minó tanto la política de élite como la autonomía de la institución militar; y 2) la
disolución de la unidad del poder político bajo el impacto de nuevas formas de
competición nacional, principalmente el crecimiento del nacionalismo popular y la
formación de concentraciones el poder en zonas industriales. Su impacto sobre la política
nacional e internacional tuvo en Alemania efectos contradictorios. Fue impulsada a una
posición de potencia dominante en el continente por el hecho de que desde la década de
1890 era la nación más poblada e industrializada de Europa y no en virtud de sus armas. Al
mismo tiempo, en los primeros años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, la
posición alemana en el mundo descendió, como hizo todo lo europeo. Este movimiento
asimétrico de la posición de Alemania en las relaciones internacionales, reforzado por las
demandas masivas de autonomía y bienestar, trajo consigo el mayor reto para la política
alemana durante la primera mitad del siglo XX. De ninguna manera podría tener éxito
una respuesta militar a estos problemas y estaba incluso menos claro que los militares
desarrollasen una estrategia para dominar el problema. Así ocurrió, las soluciones militares
predominaron, produciendo costes terribles a Alemania y al mundo.

Antes de 1914, los pensadores y escritores militares ya hacía tiempo que habían
asumido que si un conflicto europeo no se resolvía de una forma rápida, la guerra se
convertiría en un monstruo, devorando gran cantidad de gente, mayor cantidad
aún de recursos y, a la larga, también a los líderes militares.
548 Creadores de la Estrategia Moderna

Además afectaría profundamente a la construcción de la sociedad civil, si es


que no la llegaba a destruir. Aunque algunos, como el General Alfred von Schlief-
fen, consideraban que esto era el mayor desastre tanto para la sociedad civil
como para la militar, otros como los miembros del Deutsche Wehrverein se regocijaban
pensando en que podría ser la tumba de un mundo corrupto, decadente y
materialista (7). El veterano Moltke exclamó con gran vehemencia en el
Reichstag: "Caballeros, ¡se puede convertir en una guerra de siete o incluso
treinta años! Pobre del que haga arder a Europa". Pero otros aplaudían y espe-
raban una guerra como si se tratase de una purga que no podría terminar hasta
que no se completase la gran limpieza nacional, hasta que las cadenas del mate-
rialismo y del corporativismo se desprendiesen y se forjase una nueva sociedad
basada en el más puro espíritu nacionalista (8). Mientras tanto, Friedrich
Engels creía que la guerra sería como una plaga egipcia y que las élites de Europa
deberían prepararse antes de que las monarquías europeas se viesen en la cuneta,
los gobiernos derrocados y el poder emanase de las calles. Todavía la aplastante
mayoría de los socialistas alemanes se oponía a una revolución que llevase a la
destrucción (9). Fuese cual fuese su orientación política, casi todo el mundo
parecía estar de acuerdo en que la próxima guerra iba a ser o corta o
apocalíptica.
Todas las épocas tienen su propia apocalipsis. De hecho había suposiciones
sobre la carnicería que produciría una hipotética guerra. Wilhelm Lamszus, pro-
fesor en Hamburgo y pacifista, describió de forma conmovedora la Menschensch-
lachtháuser de las guerras futuras en uno de los tratados más significativos de la
época. Sin embargo, la mayoría de los civiles y militares esperaban un tipo de
apocalipsis diferente. Muchos como Engels habían comprendido que el librar una
guerra constituía una empresa inmensamente arriesgada en los planos económico
y social debido a la movilización que requería en la sociedad. El aspecto
apocalíptico de una futura guerra no radicaba tanto en el inmenso terror por la
destrucción como en el hecho de que los antiguos comportamientos y lazos
sociales serían disueltos y la sociedad europea se vería forjada de nuevo. La guerra
cambiaría la cultura social y los hábitos de los individuos. Crearía una nueva sociedad
y un nuevo hombre (10).
La élite militar de todos los países puso un precio para limitar la guerra
consiguiendo así controlarla (11). La respuesta prusiana a las limitaciones de la
guerra fue la guerra de aniquilación (Vernichtungsschlacht), o como la llamó Delbrück
siguiendo a Clausewitz, Niederwerfungsstrategie. ¿Cuáles eran las dimensiones de la
Vernichtungsschlacht? Schlieffen parecía haber encontrado la solución perfecta para
una guerra profesionalmente autónoma, en la que el arte de las operaciones
militares —la decisión orientada al combate, el principio de envolvimiento de
Cannas— servían únicamente a una razón superior: preservar la guerra dentro de
una competencia profesional. Estableció un acuerdo entre la sociedad civil y
militar por el que la segunda
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 549

por el que la segunda libraba las batallas por su cuenta a cambio de una rápida
finalización de las acciones, dentro de un contexto marcado por un sistema
independiente y un balance de poder definido. La política abdicó en favor de la
mecánica de un equilibrio de poder y de consideraciones operativas, pero las operaciones
militares no interferían en ef crecimiento de la sociedad civil y de la industria (12). Para
este tipo de guerra profesional era crucial que la política se configurase en el sentido de
participar socialmente en las decisiones sobre la guerra y la paz, pero era igualmente cru-
cial que la sociedad civil apareciese como una parcela distinta, separada e igualmente
importante.
Con este objetivo, Schlieffen resolvió el problema de la flexibilidad de la guerra de un
modo ejemplar y elegante. La dinámica de los movimientos operativos, con este impulso
hacia adelante, se convertiría en el centro de gravedad, intensificando la aniquilación de
las fuerzas enemigas. Schlieffen llamó Gesamtschlacht a este tipo de campañas. Sus ideas
sobre la Gesamtschlacht son menos conocidas que su doctrina sobre las operaciones,
aunque las primeras marcaron la pauta de esta última. Fue una respuesta a la expansión
del teatro de la guerra y al aumento de la movilidad de las tropas. Ambas habían genera-
do un interés creciente por parte del Estado Mayor hacia el control de las normas del
combate, sin el que se diluiría el control del uso de la fuerza ejercido por la élite militar.
La Gesamtschlacht combinaba diversos campos de batalla y combates parciales en una
operación integral en la que la acción militar nunca más consistió en maniobras que
limitaban el espacio de una operación al campo de batalla real y culminando con una
batalla final decisiva contra el grueso de las fuerzas enemigas. La nueva operación
integral constaba únicamente de un movimiento combinado y continuo cuyo objetivo
no era un campo de batalla específico ni una concentración de fuerzas en un lugar deter-
minado, sino la dinámica del despliegue de una acción militar contra toda una nación o
incluso contra varias naciones. De esta forma, Schlieffen reemplazó un concepto
aritmético de las operaciones, en el que la suma de batallas era el resultado de las
campañas, por un concepto dinámico basado en el despliegue y el movimiento, ganando
velocidad en una gran acción envolvente y abarcando por completo el teatro de la
guerra europeo. Esto alteró drásticamente la relación entre las batallas individuales y el
conjunto de la campaña. Ahora no había batallas individuales, sino torrentes de
combates que se expandían de las campañas. Para Schlieffen, el movimiento integrado y
continuo era la única vía para conseguir una situación fluida con posibilidad de tener
muchos puntos de concentración si así se decidiese (un concepto que aprobaba
Schlieffen en su plan original pero que fue abandonado por el joven Moltke). La
guerra como un movimiento ininterrumpido fue la respuesta de Schlieffen ante un
conflicto con dos frentes; al derrotar a Francia esperaba contener a las grandes potencias:
Gran Bretaña y Rusia. El papel del ejército alemán se centraba en Europa y consistía en
perseguir objetivos expansionistas de forma limitada, pero incuestionable (13).
550 Creadores de la Estrategia Moderna

El mundo pertenecía a la industria y a los grupos de presión patrióticos, pero ninguno


interesó en gran medida al Jefe del Estado Mayor del Ejército Imperial Alemán.
Estos principios sobre la guerra se apoyaron principalmente en un gobierno de expertos
que demandaba autonomía y prometía éxitos sin riesgo para la burguesía y la industria. Su
enemigo no era la sociedad civil, sino la exigencia de ésta por participar en el proceso de
determinación de la estrategia; ello se convirtió en el problema clave debido al
incremento de la participación masiva en la política nacional y en los ejércitos.
Representó el mayor reto para la estrategia profesional y para todos aquellos que
pretendían que ésta estuviese en manos de una pequeña élite. La estrategia de Schlieffen,
por supuesto, necesitaba a las masas y a la industria como medios de guerra y no como
objetivos por sí mismos. En este aspecto era más un burócrata que insistía en la primacía de
la razón institucional que un oficial aristocrático y feudal.
La estrategia de Schlieffen buscaba una decisión rápida que se desarrollase desde un
enfoque correcto de las operaciones. Lo importante no es la ideé fixe de Cannas, sino la
limitación de la guerra por los medios militares. Las operaciones ejercían el reinado
supremo, la política no tenía nada que decir. Pero el Ejército Imperial fracasó en la
creación de la dinámica aplastante que Schlieffen había augurado; falló en el
establecimiento del mando y control; y falló a la hora de crear las condiciones necesarias
para una guerra corta. Aunque se habían conseguido los principios para una guerra
limitada, su puesta en práctica debía ser construida desde la nada.
Los dos años siguientes a agosto de 1914 se caracterizaron por una ausencia
generalizada de utilidad en las operaciones militares, que se vieron constreñidas a una
acción continuada con una gran intensidad de destrucción. Los ejércitos dejaron de
manifestar un racionalismo profesional y se convirtieron, en cambio, en conductos a través
de los cuales las sociedades vertían sus recursos movilizados, su odio y sus prejuicios. Si no
se conseguía una victoria decisiva los planifi-cadores militares no sabían cómo emplear el
inmenso potencial humano y los medios materiales de destrucción que se habían puesto
a su disposición. La estrategia, como guía unificada y directora de la guerra, se hizo
pedazos. Sin la guía de una estrategia determinada, la guerra se convirtió en un
conjunto de micropolíticas y microestrategias.
El fracaso en el logro de una victoria rápida tuvo repercusiones muy profundas (14).
En 1915 se apreció la consolidación de los bloques de poder que habían comenzado a
moldear los problemas europeos en la década de 1890 y con ellos llegaron las nuevas
formas de comportamiento internacional. En lugar de diplomacia encontramos una
proyección hostil de imágenes ideológicas sobre el campo contrario y una estrategia
militar que dependía más de movilizar las fuentes de poder económico y social contra el
bloque contrario que del juego limitado del poder político del siglo XIX. Es como si la era
del imperialismo hubiese madurado por fin y Europa se comenzase a transformar (15).
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 551

La estrategia profesional de Schlieffen se deshizo. En Alemania ya se habían recogido los


frutos de las semillas sembradas en la década de 1890. Cuanto más intenso se hacía el
esfuerzo de la guerra, más necesaria era la movilización de una sociedad que, en cambio,
pedía participar en el proceso de la toma de decisiones sobre la guerra y la paz. Se
convirtió en un reto directo al orden nacional del poder central y a la autonomía de la
profesión militar.
La estrategia y la política seguida por el Jefe del Estado Mayor del Segundo Mando
Supremo, Erich von Falkenhayn, y del Canciller Imperial, Theobald von Bethmann
Hollweg, debe ser analizada desde esta perspectiva. Al término de una coyuntura política
caracterizada por un creciente consenso poco convincente, nos encontramos con un
canciller que había podido establecer en 1914 un acuerdo básico basado en que la guerra
se debe dejar en manos de los especialistas del gobierno: los militares y los diplomáticos.
Para estos profesionales, Burgfrieden significaba que podían luchar su guerra sin
impedimentos. Esta política ya se encontraba en peligro a finales de 1914 sobre todo por la
insistente demanda de un debate público sobre los objetivos de la guerra. Bethmann Holl-
weg intentó detener el curso de los acontecimientos. Pero para ello necesitaba una
victoria militar y se ponía de parte de cualquiera que se la garantizase (16). Así fue el
Segundo Mando Supremo con Falkenhayn.
A finales de 1915, Falkenhayn concluyó, con bastante franqueza, de que ningún
planteamiento directo derribaría al principal y más resistente enemigo de Alemania que
era Gran Bretaña y que el ejército alemán, dado el estado de sus recursos, no podía luchar
una batalla decisiva en el frente oeste sin correr grandes riesgos. Tampoco esperaba
victorias decisivas en el este. Al contrario, propuso una operación enfocada a romper con
medios indirectos el dominio que ejercía Gran Bretaña sobre sus aliados del continente.
Sugirió disuadir a Francia de continuar la guerra "abriendo los ojos a su pueblo ante el
hecho de que militarmente ya no tenían nada que hacer" (17). Planteó una operación
sobre Ver-dún que tenía como objetivo la moral de Francia a base de machacar a su ejérci-
to. La destrucción de la determinación nacional ocupó el lugar de la victoria militar sobre
las fuerzas enemigas.
Bethmann Hollweg y Falkenhayn trazaron una alternativa al Vernichtungssch-lacht dentro
de los confines de la estrategia elitista. Ensancharon los límites del profesionalismo para
conservar la autonomía del ejército y del estado. Su principal factor operativo consistía en
convencer a los Aliados de la futilidad de continuar luchando y, mediante esto, alcanzar
sus propios objetivos de hegemonía, aunque limitados en parte. Esto se ha comparado con
una estrategia de desgaste, pero la estrategia de Falkenhayn se asemejaba más a una
estrategia disuaso-ria convencional ya que oponía claramente los limitados intereses a la
amenaza de calamidad social (18). La diferencia es bastante reveladora. La guerra de des-
gaste, enfocada por pensadores como Delbrück, reflejaba el interés por parte de los
contendientes
552 Creadores de la Estrategia Moderna

contendientes para mantener el control social de la misma. Por otro lado, la estrategia
de Falkenhayn esperaba el colapso del control del campo enemigo a base de sangrar a sus
fuerzas hasta la muerte, lo que proporcionaría presiones sociales extra en favor de la paz
(19). Si se podían conseguir con suficiente rapidez las negociaciones de paz, se podría
prevenir la necesidad de involucrar a la sociedad propia en las decisiones sobre la paz y
sobre la guerra. Esto era una respuesta de la élite al colapso del control por parte de los
profesionales y, al mismo tiempo, un medio de controlar la participación de las masas en
los asuntos militares. Fue un intento por cambiar la actitud en el lado francés para que
la guerra no continuase.
La filosofía de Falkenhayn llevó al desastre de Verdún (20). Comenzó con un error de
cálculo al pensar que los aliados estaban casi en una situación límite y por ello se les
podría llevar a la mesa de negociación. Pero no lo estaban. La mala administración de la
operación trajo consigo errores de cálculo estratégicos. El plan de operaciones alemán, así
como su táctica, estaban enfocados por completo a la ofensiva y fue difícil cambiarlos en
busca de una guerra de desgaste. Además, los propios diseños operativos de Falkenhayn no
eran del todo consecuentes con su punto de vista estratégico. En términos operativos,
quería golpear fuertemente sobre Verdún para desatar una contraofensiva aliada en otro
lugar y poder iniciar un ataque contra los flancos enemigos. Quizá pudiese obtener el
prestigio, aunque no consiguiese una aplastante victoria, de al menos, algunos triunfos
particulares de los comandantes del este: Erich Luden-dorff y Paul von Hindenburg.
En lugar de esto, la guerra contra la moral enemiga se tornó en una golpeteo
incontrolado sin decisión ni objetivo que produjo pérdidas impresionantes en ambos
bandos. La cuestionable estrategia de machacar al enemigo para llevarle a la mesa de
negociación, se jugó con unos planes de operaciones que no correspondían al objetivo
estratégico y se ejecutó con tácticas que conducían a la derrota propia. La batalla se libró
de la forma más tradicional, como una ofensiva terrestre del siglo XIX, atacando un
punto en el que los viejos estrategas profesionales hubiesen evitado el combate a toda
costa. Fracasó como estrategia disuasoria ya que era defectuosa en un aspecto crucial.
Falkenhayn no envió máquinas contra seres humanos, sino hombres contra una región
fortificada. Más que cualquier otra batalla, Verdún representó el punto muerto de la
Primera Guerra Mundial, la falta total de convergencia entre estrategia, diseño de la
batalla y táctica, y la falta de capacidad para el empleo de medios de guerra modernos.
Pero fue más allá: mostró, a un precio horrendo, el punto muerto de la estrategia
profesional.
La batalla defensiva principal de 1916, la Batalla del Somme, se caracterizó
básicamente por las mismas experiencias. Esta debacle no reveló únicamente que los
cálculos estratégicos del Mando Supremo eran erróneos, sino que hizo evidente que el
ejército alemán no había adaptado su estructura interna a la defensa, bajo las nuevas
condiciones de la guerra mecanizada.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 553

Tanto los manuales como los oficiales abogaban por una defensa estacionaria en la
cual había que mantener la primera línea. Las defensas alemanas estaban organizadas para
detener un ataque como un muro sólido; fue entonces cuando empezaron a introducir
un segundo y tercer muro tras el primero, para el caso en que el enemigo lo rebasase (21).
¿A qué se debía esta terca insistencia en métodos de guerra tan rígidos? Las operaciones
y la táctica reflejaban el mismo enfoque conservador que marcó el giro de la política
Burgfrieden de Bethmann Hollweg y una guerra de desgaste unilateral. Parece ser que la
clave del significado político y social del desastre de Verdún y los costos
extraordinariamente altos de la Batalla del Somme, radicó en la subordinación a la cadena
de mando con su Alejandro moderno a la cabeza; en el estricto control de la acción y del
movimiento y la consiguiente limitación de iniciativas colectivas desde lo más bajo a lo más alto.
En lugar de resolver el problema de las trincheras tras la desaparición de la
Vernichtungsschlacht, Falken-hayn y Bethmann Hollweg habían agravado el desastre. Si la
guerra iba a continuar más allá de 1916, debería encontrarse un remedio para todos los
aspectos de la Gesamtschlacht y se debía buscar un nuevo balance entre estrategia, opera-
ciones y táctica. La estrategia tenía que enlazar de nuevo las campañas con los objetivos y
los medios. Las batallas individuales en varios frentes debían ser integradas dentro de un
diseño de las operaciones que aunase esfuerzos en la dirección de una estrategia global. El
concepto de la batalla debía ser replanteado, esto es, el empleo de la fuerza, la táctica y la
organización debían ser integrados de una forma distinta. Sin embargo, este esfuerzo
significaba nada menos que el cambio de la mismísima estructura de las instituciones
militares y de los asuntos político-militares; si la guerra se iba a basar en la movilización de
la sociedad y de la industria, ambas debían encontrar un lugar en la construcción de la
estrategia.

II

Un nuevo Mando Supremo (el tercero) hizo las tres cosas anteriores. Modernizó el
ejército alemán hasta tal punto que quedó poco del viejo ejército Guillermino. Con
Hindenburg y Ludendorff la brillantez y temeridad de los líderes evitaron que el desastre
continuara, pero llegó la derrota y la revolución como resultado de sus medidas
innovadoras.
Su ascenso marcó una nueva era en la estrategia. Para empezar, las relaciones
institucionales entre el Comandante en Jefe y el Estado Mayor General cobraron una
nueva dimensión (22). Hindenburg fue aclamado por un amplio segmento de la sociedad
alemana como el salvador de la Prusia occidental y Ludendorff se convirtió en el genio
fáustico de la guerra. En el frente del este, un oficial más joven del Estado Mayor General,
el Coronel Max Hoffmann, ya se había unido a ellos; una configuración que demostró ser
más duradera y trascendente de lo que se hubiese podido prever.
554 Creadores de la Estrategia Moderna

La estrategia se convirtió en una amalgama; por un lado reflejaba y expresaba los


sentimientos del pueblo y por otro, el desarrollo de las operaciones, estando todo unido
y soldado por el talento para la organización de un prominente ingeniero. Este triángulo
se convirtió en la representación institucional de la estrategia en la era mecanizada.
Hindenburg y Ludendorff impactaron con fuerza sobre el pueblo alemán. Fueron
venerados no tanto por simples batallas como por su capacidad para obrar
correctamente o, al menos, así lo parecía. Su habilidad para moldear los acontecimientos
también les proporcionó la lealtad de sus compañeros. Lo que importaba era la actividad,
era poco importante si las acciones tenían o no sentido estratégico. Con Ludendorff y
Hindenburg empezó una era en la que el pensamiento estratégico decaía y las espectativas
estratégicas aumentaban según iban sucediéndose los acontecimientos. Esta es la segunda
característica de la estrategia en la era mecanizada.
A Ludendorff se le ha atribuido una mezcla de genio y de locura (23). Sería más
correcto pensar que fue un militar fanático. Aunque su fanatismo era diferente del de
Napoleón o Cromwell, con los que a veces se le compara. Poseía una notoria capacidad
para delegar trabajos y no dudaba en delegar sobre jóvenes oficiales o sobre veteranos. El
trabajo en equipo que introdujo Ludendorff combinaba funcionalidad con eficacia (en
lugar de jerarquía) y fusionó a los militares con la sociedad buscando un mejor
entendimiento. Respetó a los veteranos generales que mandaban los ejércitos, pero
prefería a los que "trabajaban para la guerra" (24). El fanatismo, como parte de los
trabajos rutinarios militares, era un tercer elemento introducido en la nueva conducción
de la guerra.
Ludendorff esperó el mismo panorama de eficacia en la política, aunque no dedicó a
los políticos la misma deferencia que otorgaba a los jefes militares. Se convirtió en un
defensor de "lo que se puede llamar una dictadura técnica con el objetivo de conducir
una guerra en masa" o, como se dice normalmente, un mando tecnócrata (25).
La política de Ludendorff no se puede entender como una mera expresión de
ingenuidad política procedente de un espléndido estratega, ni como una radicalización
de la tradición prusiana (26). Para él, trabajar para la guerra era un conjunto de
actividades que abarcaba todo, en donde era necesario un compromiso y una dedicación
completa así como el máximo rendimiento de los militares y del resto de la sociedad. El
trabajo militar y la política se hicieron inseparables en la era mecanizada.
Fue una combinación de carisma militar, fanatismo y búsqueda de eficacia lo que
marcó los dos años en los que Hindenburg y Ludendorff moldearon la estrategia y, cada
vez más, la política. Sus contemporáneos compararon su hegemonía y su política con la
guerra total. La guerra involucraba y envolvía a toda la sociedad en una máquina de
violencia en continua expansión. Cuanto mayor era el esfuerzo exigido por la guerra a
las sociedades
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 555

las sociedades y mayor su influencia en todos los aspectos de la vida, ésta


representaba más un estado metafísico o, al menos, sobrehumano (27). Es cierto
que la guerra abarcaba muchos aspectos. Pero más que convertirse en metafísica,
lo que ocurría es que estaba enlazada con la dinámica social de las naciones. El
esfuerzo principal del Tercer Mando Supremo se centró en la canalización de
estas fuerzas sociales dirigiéndolas hacia la victoria. Esto era estrategia en la era
mecanizada. Como todos los buenos estrategas, no deseaban una guerra total, pero
la provocaron.
La insistencia de Hindenburg y Ludendorff por conseguir una victoria a
cualquier precio era lo que les había impulsado a su posición dominante, en lugar
de su particular perspicacia estratégica u operativa. Ambos habían juzgado
erróneamente la situación y en lugar de esperar un fin negociado se lanzaron a la
acción (28). Se caracterizaron por un enfoque en el que la perspectiva estratégica
no era muy relevante. Su principal preocupación era cómo librar las batallas con
las que se encontraban. Se desechó la ofensiva que se había prometido para decidir
la balanza de la guerra. Solamente para poder continuar con ella, las defensas
alemanas tuvieron que ser reorganizadas para que no se volviesen a producir las
pérdidas desastrosas del Somme. Casi inmediatamente se tomaron medidas
drásticas para "mejorar la capacidad de lucha del ejército" (29). En seis meses se
renovó completamente la táctica, la organización y el entrenamiento para la guerra
defensiva. Las nuevas medidas ayudaron al ejército alemán a soportar la campaña
de 1917 y, de hecho, colocaron a Francia casi al límite. Entonces se introdujo un
nuevo conjunto de innovaciones para dotar al ejército de una mayor capacidad
ofensiva en 1918 con la que, según los relatos de esa campaña, estuvieron tan
cerca del triunfo que únicamente un simple error operativo les privó de la victoria.
Esta incierta hipérbole refleja el asombro con el que evaluaron las reformas del
Tercer Mando Supremo tanto los amigos como los enemigos (30).
Los oficiales del Estado Mayor General y los que combatían en primera línea,
así como los de la reserva que habían experimentado nuevas tácticas y
organizaciones, participaron en el diseño y organización de nuevas directrices
(31). Un debate intenso condujo a los Principios de la Construcción en Campaña, en
noviembre de 1916 (que fueron empleados para construir la línea Hindenburg) y a
los famosos Principios de Mando en la Batalla Defensiva Posicional, en diciembre de ese
mismo año. Los aspectos principales del nuevo enfoque de la guerra defensiva se
pueden resumir como sigue:
- Los Principios proponían diluir la línea que delimitaba el frente alemán,
creando una línea principal de resistencia y una línea de reserva con trin
cheras más a retaguardia.
- El ataque sería filtrado por una línea de destacamentos y posteriormente
conducido dentro de la posición, privando al enemigo de su apoyo artille ro y
marchando entre la línea principal de resistencia y la línea de reserva atrincherada.
556 Creadores de la Estrategia Moderna

- Los contraataques serían lanzados por las reservas y antes de que el ene
migo pudiese consolidar sus posiciones. Si no se pudiese realizar un con
traataque inmediato, se pospondría hasta que un estudio completo lo
permitiese.
- Lo ideal sería colocar la línea alemana tras la cresta de una zona elevada
para que quedase fuera de la observación de la artillería británica o fran
cesa, pero para que se mantuviese a la vista de la alemana. Los observado
res propios serían retrasados para poder dirigir el fuego con frialdad y
exactitud (32).
Era un concepto admirable de defensiva elástica en profundidad que favorecía las
acciones independientes y otorgaba una gran flexibilidad (cosa poco usual), dentro del
amplio contexto que abarcaban las decisiones de las operaciones. Trajo cambios en la
organización que se combinaron con reformas a gran escala en las directrices del
entrenamiento, expuestas en "Ordenes para el entrenamiento de la infantería
durante la guerra actual", de enero de 1917 (33). Se reforzó el entrenamiento
individual y de pequeños grupos y se dio gran importancia a la instrucción con armas
automáticas. El orden cerrado, base del entrenamiento militar durante más de dos siglos,
fue totalmente abolido. Incluso el movimiento de presenten armas y el paso de la oca se
eliminaron del programa de instrucción. El sentido social militar cambió orientándose
hacia la batalla, al entrenamiento que mejoraba la forma física, a la coordinación y a la
cooperación entre unidades (34).
Aunque se comprende bien el valor de la defensiva en profundidad alemana, son
poco apreciadas sus consecuencias y su misma esencia (35). El sistema del Estado Mayor
Alemán y su apertura hacia el debate y la innovación, la reorganización radical de la
cadena de mando, basándola en los jefes de la zona de combate y estableciendo como
unidad táctica básica la División de Infantería, la independencia del pelotón compuesto
de ocho a once hombres y mandado por un suboficial, y el resto de los cambios, se pueden
calificar como importantes y admirables (36). Pero otro aspecto era apreciar el significado
social e institucional que tuvo el hecho de que la disciplina y el papel de los militares se
reconstruyese alrededor de la destreza con las armas y del empleo de las mismas; cuando las
jerarquías establecidas fueron disueltas en pro de un mando funcional para la zona de
combate y cuando los capitanes escribían manuales para los generales. ¿Qué ocurrió?
El esfuerzo para reestructurar la batalla defensiva implicó, nada menos, que el
desplazamiento del probado control jerárquico de hombres sobre hombres en pro de
una organización funcional enfocada a la violencia. En el nuevo terreno militar que
emergía, el mando y el despliegue se adaptaban al empleo óptimo de las armas. El uso de
las mismas delimitaba la coordinación y la coo-peración entre las unidades. Las reformas
del Mando Supremo
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 557

del Mando Supremo contribuyeron a un esfuerzo por racionalizar la guerra en la misma


medida en que la industria alemana racionalizó su producción. La sustitución de hombres
por máquinas obligó a que el ejército se adaptase al empleo de máquinas de guerra. El
cambio de estructuras jerárquicas a funcionales fue un paso drástico, incluso revolucio-
nario, ya que en medio año se deshicieron más de un siglo de tradiciones militares. El
Mando Supremo empezó a enfocar las operaciones como tareas y recursos disponibles,
dotando a las unidades según la capacidad de sus armas. Los planes de batalla se diseñaban
en función del armamento disponible más que en principios de estrategia definidos. Se
buscaba el empleo óptimo de las armas como garantía de la victoria militar, en lugar del
arte o la ciencia que representaba el liderazgo militar. El Materiel se impuso al Geist (espíritu),
o más concretamente: la racionalidad técnica e instrumental reemplazó a los restos de
un enfoque sagrado en la dirección de la guerra. El planeamiento de las operaciones y la
estrategia se convirtió en un concepto marcado por el manejo de las armas. Fue este
sistema el que convirtió a Ludendorff y al Tercer Mando Supremo en los exponentes más
radicales de la cultura de la máquina en el campo militar (37).
En vista de la predilección por los argumentos tecnológicos en la literatura militar
desde la Primera Guerra Mundial, puede resultar útil exponer brevemente las
diferencias entre la experiencia bélica de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Los tres se
enzarzaron, por supuesto, en una guerra de materiel. De hecho, tras superar la crisis
inicial de municiones, los dos últimos consiguieron y mantuvieron en este aspecto una
marcada ventaja sobre Alemania. Fueron capaces de derramar mayor cantidad de materiel
en el campo de batalla. Sin embargo, aquí no nos estamos refiriendo al número y calidad
de las armas ni a las reservas de munición que cada país fue capaz de trasladar al frente.
La diferencia principal estriba en la forma en que se usaron estos medios de guerra
industriales. Los líderes franceses y británicos eran reacios a desarrollar nuevas formas
de táctica y de organización de las fuerzas. Libraron la guerra industrial según la
tradición del combate terrestre europeo y abogaron por que ésta se mantuviera (con
un alto precio para sus soldados y sus naciones). Por otro lado, los líderes alemanes se
orientaron hacia la búsqueda de nuevas formas para el empleo de la fuerza que se
ajustasen a los medios de la guerra industrial.
Desde un plano más especulativo, se podría aventurar una explicación para estas
diferencias. Resalta en primer lugar el hecho de que los aliados librasen durante toda la
guerra una lucha de abundancia, siendo esta abundancia proporcionada cada vez más
desde ultramar (y no solamente desde los Estados Unidos, sino también desde la
Commonwealth y desde las colonias). Alemania, por su parte, libró una guerra de escasez
progresiva después de que en Verdún fracasase su intento de sobrepasar a su enemigo en
producción y en muertes. La respuesta de Ludendorff se basó en optimizar los recursos
disponibles. La eficacia se logró mediante una reorganización, más social que técnica, del
empleo de la fuerza; esto representó una reforma del ejército en lugar de una revolución.
558 Creadores de la Estrategia Moderna

Se podría añadir que ésta fue una solución curiosa si se consideran los tremendos
avances de la industria alemana durante las décadas anteriores. Parece ser que la
abundancia y la escasez por sí solas no son suficientes para explicar las respuestas de Alemania
y de los aliados a la guerra de materiel. Parece que los militares alemanes se encerraron en
un sistema centrado alrededor de la industria pesada, que era hostil a nuevos sistemas de
armas, como los carros de combate, y a su fabricación, una nueva industria de importancia
capital. Se demostró que era más fácil cambiar el ejército que reventar el sistema de
adquisición de armas. Los británicos optaron por un rumbo inverso. Parece que usaron las
innovaciones tecnológicas, la guerra acorazada, con objeto de esquivar una reforma de
la estructura y del empleo del núcleo principal de las fuerzas actuantes y de preservar la
jerarquía existente dentro de ejército. Ambas vías indican la existencia de fricciones en la
guerra que no se limitaron únicamente a las Fuerzas Armadas sino que afectaron a toda la
nación.
Sin embargo, en ningún país los líderes militares se preocuparon en gran medida de
los problemas más importantes de sus naciones. La terrible carnicería de la Gran Guerra
obsesionó a sus supervivientes y a la mentalidad del pueblo en general. Levantó protestas
durante la guerra y nutrió sentimientos pacifistas durante los años que transcurrieron
entre las guerras. Ni un solo libro del género bélico omitió este extremo y las respuestas
nacionales reflejaron con exactitud el tipo de ejército que las naciones habían enviado a
la muerte. Los franceses lamentaron el agotamiento de su país, la pérdida de la vida a
nivel rural y provincial; los alemanes recordaban a sus hombres de acero, los ejércitos cada
vez más proletarios y urbanos que lucharon y murieron entre 1917 y 1918; y los británicos
conmemoraron a la generación perdida de hombres jóvenes de clase media-alta. Durante la
guerra los dirigentes militares se preocuparon menos de la matanza que de la pérdida de
soldados operativos. Las respuestas francesa y británica fueron más disciplinadas y mejor
enfocadas contra el cataclismo de la guerra industrial, buscando un mejor empleo de su
material humano (quizás apropiado a la clase de reclutas que enviaron a la batalla). La
respuesta alemana reflejó un comportamiento más orientado hacia la máquina que se
adecuó al soldado alemán de reclutamiento obligatorio. Ninguno de estos cambios
redujo drásticamente las bajas, pero sí dieron a la muerte y a la destrucción una apariencia
más justificada. Verdún y Somme no se repitieron, pero las batallas que se libraron
después no se caracterizaron por ser más humanas. Fueron simplemente más dirigidas y
mejor enfocadas en todos los niveles. Ya que la devaluación de la vida era un fenómeno
universal, la diferencia radicaba en el nivel al que se rebajó. Los soldados franceses y
británicos se convirtieron en víctimas de sacrificios humanos para el altar nacional y en
pérdidas trágicas para la reconstrucción de la vida civil. En Alemania los soldados se
convirtieron en apéndices de máquinas de guerra anónimas (Remarque y Renn) o, por
el contrario, en sus orgullosos y especializados operarios (E. Jünger). La guerra de materiel
afectó
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 559

afectó de forma diferente a las naciones, ya que su puesta en práctica (su sociología y
política económica) produjo formas diferentes de movilizar la sociedad, la economía
nacional y la organización para el empleo de la fuerza. Esta era la fricción de la guerra que
subyacía bajo la superficie de la expansión universal de la fuerza y la violencia.
La transición alemana hacia una cultura militar de la máquina, que en 1915 ya estaba
aceptada por todos los países, acabó con un siglo de guerra terrestre. La instalación de
esta cultura militar y la organización instrumental de las unidades socavó la auténtica
esencia de la institución y profesión militar pruso-ale-mana, basada tradicionalmente en la
uniformidad, en la jerarquía y en la subordinación. Alteró la forma en que se libraban las
batallas y en que se organizaban los ejércitos, creando una nueva clase de jefe militar que
desarrollaba las leyes de las operaciones en función de los medios disponibles, en lugar de
basarse en sus conocimientos de las leyes eternas y científicas sobre la guerra y la forma de
ejercer al mando. El estratega se convirtió en el máximo organizador de las armas, o
utilizando el modelo de la época, se convirtió en un ingeniero.
El Tercer Mando Supremo reconoció que sus reformas habían traído consecuencias
extremas para las relaciones entre el ejército y la sociedad y, de hecho, sólo se hicieron
posibles a base de remodelar estas relaciones. La guerra mecanizada forzó a que se
recuperase el nexo que unía por un lado a la organización y las operaciones militares y por
el otro, la movilización popular e industrial, enlazándolos de una forma funcional. La
guerra mecanizada sólo era posible mediante una organización sistemática de los recursos
económicos y del potencial humano de la nación. "Cuanto más pedía el ejército, cuanto
más había que darle al frente, mayor era el esfuerzo del gobierno y del Ministro de la
Guerra" (38). Los planes para una dictadura se discutieron durante mucho tiempo en
círculos políticos, militares e industriales, pero el creciente papel que desempeñaba en la
política el Tercer Mando Supremo, su callada dictadura, sólo se relacionaba con ellos de
forma indirecta (39). Los primeros buscaban la protección del estatus elitista de la
aristocracia, la industria y la agricultura frente a la insurgencia popular; el Tercer Mando
Supremo abogaba por la organización completa de la sociedad y la economía para
enfocarlas hacia la guerra. Como manifestó Ludendorff tras la guerra, los productores y
organizadores del armamento dirigieron este tipo de guerra como directores supremos del
poder (40). Las reformas del ejército en 1916 encajaron con las demandas de influencia de
los expertos en producción y destrucción que involucraban a toda la nación.
El Mando Supremo era especialmente consciente de las consecuencias intra-militares
que implicaba la reforma en la organización. Los nuevos principios y su aplicación
proporcionaron una libertad sin precedentes para las acciones de los soldados y los
suboficiales, y una independencia extraordinaria para los niveles más bajos de la oficialidad
que estaba en el frente. "La táctica se individualizó todavía más. Se asumió un riesgo al
admitir un papel más importante desde los oficiales subalternos hasta el último soldado,
especialmente
560 Creadores de la Estrategia Moderna

especialmente si se considera el declive en la instrucción de los oficiales, suboficiales y


tropa y el consiguiente descenso de la disciplina" (41). Los principios podían ser peligrosos si se
aplicaban en un lugar equivocado; únicamente cumplían los requisitos aquellas tropas
que estaban imbuidas en la "dedicación completa y en la verdadera disciplina" (42). Se
reforzó otro nexo: el que unía la moral del pueblo y del ejército. El nuevo tipo de guerra
dependía más que nunca del nivel de la moral del ejército, que dependía, a su vez, del
sentimiento popular. Por tanto, el Tercer Mando Supremo aumentó sus esfuerzos
propagandísticos, dentro y fuera del ejército, e intensificó la censura y los procesos
criminales bajo el estado de sitio (43). La guerra de las máquinas fue librada por soldados
fortificados por la propaganda y respaldados por una nación que poseía una ideología
unificada. La movilización propagandística de la sociedad, así como el adoctrinamiento
del ejército, facilitaron una orientación eficaz de la guerra (44). Ante los ojos del Mando
Supremo, la guerra de las máquinas y la movilización ideológica se complementaban
mutuamente.
Podemos concluir que no hubo necesariamente una unión automática entre la
movilización nacional y la dictadura tecnocrata (en cualquier caso, fue una dictadura
tecnocrata militar), ya que existen pocas pruebas de que el compromiso ideológico
mejorase esta cohesión, especialmente con la ideología radical y nacionalista que
propagó el Mando Supremo. Pero este no es el punto más importante. El programa
del Tercer Mando Supremo, orientado hacia la eficacia y la consecución del empleo
óptimo de la fuerza, disolvió las formas tradicionales de control y, con ellas, la autonomía
profesional de los militares. Esto fue motivo suficiente para grandes preocupaciones: la
guerra mecanizada afectó al equilibrio entre dominio y subordinación, entre los militares
y la movilización nacional (restructuró las relaciones entre clases), entre la ciudad y el
campo y entre las regiones alemanas (45). Hizo más vulnerable al mando militar y más
incierta su autoridad. Y lo más importante, terminó con un gobierno de militares. El
mando militar tuvo que contar con la participación de las masas en la guerra, no sólo
porque más y más personas fuesen absorbidas por la guerra mecanizada, sino también
porque el control del uso de la fuerza ya no descansó únicamente sobre el mando
militar. Los soldados luchaban su propia guerra dentro de unas directrices generales, la
industria producía armas según sus propios fundamentos y la movilización social para la
guerra se encontraba en una situación tensa debido a los conflictos existentes entre las
clases sociales y las regiones que caracterizaron a la Alemania de Guillermo (46). La
estrategia medió entre estos elementos y les proporcionó una utilidad y una dirección a
seguir; los expandió por el interior del país y hacia afuera en contra del enemigo. Se
convirtió en un acto político y desde que se prohibieron las expresiones políticas
organizadas, emergió como la ideología de la movilización y del empleo técnico de la
fuerza. Las dos eran formas de estrategia que no admitían su aspecto político y
reservaban el control de la guerra para los dirigentes militares.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 561

Cuando en 1917 el Mando Supremo se preparaba para las batallas defensivas, se


empezó a dar cuenta de que había cometido un error de cálculo al evaluar la situación
militar de Alemania (47). Hindenburg y Ludendorff no encontraron la forma de derrotar a
Francia y tuvieron que admitir que el tiempo jugaba a favor de los Aliados. Los puertos
británicos y los de la costa atlántica francesa continuaron siendo los conductos más
importantes para introducir el materiel desde ultramar; Rusia amenazaba con movilizar un
nuevo ejército masivo, quizá mejor armado con la ayuda de los Aliados, mientras que las
fuerzas alemanas se agotaban con esfuerzos defensivos en el frente del oeste. Por supuesto,
Hindenburg y Ludendorff podían haber decidido que el Reichstag desarrollase nuevos
esfuerzos en pro de la paz, pero rechazaron esta posibilidad y se aferraron con más fuerza a
la idea de conseguir la victoria a cualquier precio. La primera baja que causó este empeño
fue la estrategia, entendida como principio en el análisis de la guerra.
Al desechar la estrategia en este sentido, el Mando Supremo se movió en dos
direcciones. Por un lado diversificó y extendió la idea de lo que constituía el empleo de
la fuerza orientada a la introducción de medios indirectos de lucha contra la moral y las
estructuras sociales de los países aliados. Por otro lado deshizo el nexo que unía en el siglo
XIX los medios y los fines que habían guiado una estrategia idealista y que buscaban limitar
la guerra. La nueva estrategia extendió la guerra más allá de los confines de la institución
militar y proporcionó una base para la movilización nacional. Perdió su carácter
instrumental y se llegó a justificar y legitimar la guerra total. El Mando Supremo terminó
interpretando el poder de la política basándose en antagonismos raciales o vólkisch.
Realmente la guerra llegó a ser total cuando representó un enfrentamiento cultural e
ideológico kulturkrieg entre naciones organizadas cuyo objetivo era la supervivencia racial
mediante el dominio de las otras (48).
Hablemos del desarrollo de la guerra. Mientras el Mando Supremo modernizaba y
volvía a concentrar el esfuerzo de la guerra en el frente con Francia, que era su mayor
rival continental, también incrementó sus esfuerzos contra Gran Bretaña y Rusia. Ambos
países parecían invulnerables a un ataque directo. Constituían la espina dorsal del poder
combativo continental de los Aliados y aparecían como fuentes inagotables de hombres y
material y, en este aspecto, se hacían eco de las condiciones cambiantes de las relaciones
internacionales. Contra Gran Bretaña y Rusia había que emplear nuevos medios de
lucha. En el caso de la primera, esto se tradujo en el desarrollo de una guerra submarina
sin restricciones, con el objetivo de cortar la unión de las Islas Británicas con los mercados
mundiales, con su Imperio y con los Estados Unidos. Esta conducta, de la que Bethmann
Hollweg no era partidario, representaba la única forma posible para derrotar a los
ingleses y con su introducción finalizó la era de las batallas orientadas únicamente hacia
el combate terrestre (49).
562 Creadores de la Estrategia Moderna

De igual importancia fue el intento de aumentar el ritmo de la guerra contra Rusia, a


base de fomentar disturbios locales con el objetivo de limitar la capacidad soviética de
movilización y de apoyo a sus tropas. Estas actividades no se planearon ni se ejecutaron de
un modo sistemático ni a gran escala. Pero lo más importante era que el componente
social de la guerra iba a crecer en importancia a lo largo del siglo XX y a terminar
definitivamente con las guerras limitadas a las fuerzas armadas (50). Las dimensiones de
los conflictos europeos aumentaron de forma significativa.
Con esta tendencia, el cálculo de las fuerzas a utilizar sufrió cambios drásticos. A partir
de entonces las operaciones estaban dirigidas por el principio de cuanto más, mejor, por la
convicción de que era preciso el uso libre y óptimo de todos los medios bélicos posibles
para quebrantar al enemigo (un punto de vista esencialmente oportunista, basado en la
esperanza de que más y más fuerza podría, en ciertos momentos, crear una situación que
pudiera ser explotada hasta llegar a un golpe definitivo y aniquilador). Un uso de la
fuerza expansivo y en escalada progresiva aseguraría la victoria de acuerdo con la lógica
estratégica del Mando Supremo. Desde este punto de vista, la organización para la direc-
ción de la violencia y los medios bélicos ilimitados iban, de por sí, juntos (51). Desde
entonces la guerra fue ejecutada intensificando el uso de la fuerza de forma deliberada,
con un planteamiento con soluciones distintas según las naciones (52). La solución
alemana durante los treinta años siguientes consistió en producir más cantidad de sus
mejores armas y en movilizar la mayoría de sus recursos humanos adiestrados antes que
desarrollar nuevas armas. La estrategia evolucionó desde un cálculo operativo de
limitación y concentración del esfuerzo bélico a un razonamiento para expandir y
aumentar en escalada el uso de la fuerza.
La escalada de la fuerza como nuevo principio estratégico precisaba una
intensificación del esfuerzo bélico del país. El Mando Supremo instituyó y extendió
rápidamente un programa de municionamiento (Programa Hinden-burg), una agencia
económica (Kriegsamt) que coordinaría la movilización total de la industria, de los recursos
humanos y del trabajo de la sociedad enfocándolo hacia la guerra (Ley del Servido Auxiliar)
(53). La política se convirtió en un medio para incrementar "la aptitud (Kraft) de la gente
mediante una permanente actividad" (54). La política siguió a la estrategia según
cambiaban los fines y el contenido de la última. Ya no se hicieron más cálculos de forma
objetiva, sino que se admitió la inspiración y la dirección del pueblo hacia un ilimitado
esfuerzo bélico. La propaganda se transformó en su principal herramienta, pesando
cada vez más en el pensamiento de Ludendorff y sus colaboradores del Mando Supremo.
Speier ha señalado sobre este hecho:
"La contribución más original que el General Ludendorff hizo a la teoría de la guerra,
reside en la importancia de lo que se llama, a menudo de forma ina decuada, movilización
psicológica.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 563

psicológica.Ludendorff estaba preocupado, quizá en exceso, por la cohesión del pueblo....


Desdeñaba y tildaba de ineficaz cualquier intento de lograr la unidad social mediante la
fuerza o la disciplina. Llamaba a tales métodos mecánicos o extemos. La unidad externa del
pueblo, lograda por la fuerza....no es la unidad que necesitan en la guerra el pueblo y el
ejército, es un fantasma mecánico peligroso para el gobierno y el estado (55)."
Ludendorff resumió la consecuencia y el contenido del nuevo enfoque estratégico
en la famosa máxima: "Todas las teorías de Clausewitz deben ser tiradas por la borda. La
guerra y la política no sirven sólo para la supervivencia del pueblo, sino que la guerra es la
más alta expresión de la voluntad racial de vivir" (56). La estrategia de escalada se
desarrolló sobre la ideología antes que sobre una racionalidad objetiva ya que su fin era
movilizar a la nación para una guerra ilimitada.
La estrategia como forma de movilización social ajustaba los fines a los medios de
forma peculiar. Recordemos que la estrategia teórica definía los fines según un
razonamiento de una élite civil y militar o únicamente militar (57). El papel de los mandos
militares era evaluar la adecuación de los medios y los costes para conseguir sus fines. Los
medios ideales estaban subordinados a los fines propuestos, en los Estados Mayores se
comprobaba el rendimiento de cada nuevo incremento de la violencia y se establecía un
balance entre objetivos (los beneficios esperados de una operación o una campaña) y los
medios (los recursos necesarios para lograr el objetivo). La estrategia como forma de
movilización social (y, pronto, como fuerza de movilización técnica del potencial industrial
de destrucción, que ha alcanzado su más alta cota en la era nuclear), procedió a elaborar
este cálculo. La movilización de los medios comenzó a ser determinante para los fines de
la guerra con una ecuación más compleja y perversa (desde el punto de vista de la
estrategia teórica). En su fundamento estaba el cálculo técnico (y seguidamente el
económico) de la utilidad de las armas. Sin embargo, la disponibilidad de armas y
recursos ya no se determinaba en una discusión sobre los fines a lograr, sino en la
capacidad de la dirección militar y política para movilizar la nación, es decir, la industria y
la sociedad. Los límites de este proceso, que ahora se convertía en el proceso de
planificación estratégica, estaban definidos por la resistencia social (¿cuánto puede
aguantar la sociedad?) y el despliegue industrial (¿cuánto puede producir la industria sin
arriesgar su desarrollo?). Los fines a lograr se adecuaban al grado de movilización. Cuanto
más se movilizaban la sociedad y la industria, más se ampliaban los objetivos. La
movilización total, como postulaba Ludendorff en su obra de posguerra, requería fines
totales, es decir, una guerra a outrance. No era simplemente una guerra disputada con
mayor intensidad sino una guerra que sólo podía terminar con el Niederwerfung de la
nación enemiga considerada como un todo, con el sometimiento total de las sociedades y
su rendición completa e incondicional a la voluntad de la nación o naciones victoriosas.
Habían pasado los días de la expansión principesca o mercantilista y de las
consideraciones de equilibrio de poder en las que los territorios y los pueblos eran
elementos baratos en cualquier juego de poder europeo.
564 Creadores de la Estrategia Moderna

La guerra total y su estrategia de movilización total no conocieron más que


antagonismos y el mortífero choque de las armas (el antagonismo incondicional entre
Freund (amigo) y Feind (enemigo) elaborado durante los años que transcurrieron entre
las guerras por Cari Schmitt, el cual se proclamó teórico de la era totalitaria post-
aristocrática y postburguesa) .
Las ramificaciones de esta estrategia de movilización social se pueden detectar en la
evolución del debate sobre las pretensiones bélicas que se desarrolló en Alemania
durante la Primera Guerra Mundial. No solamente se logró que las posiciones radicales
pangermánicas ganaran nuevos adeptos que transformaron los grupos dispersos de esta
ideología en uno de los movimientos de masas de crecimiento más rápido, centrado en el
partido Valerianas y el Kyffháusser-Bund; cuanto más intenso era el esfuerzo de
movilización y sus correspondientes luchas políticas, más amplios y elaborados (más
totales) eran los objetivos del esfuerzo de guerra alemán. En 1918 se había alcanzado el
máximo, con fines mucho más expansionistas y totales que en 1914 (exigiendo el
sometimiento de las naciones más que la "simple" posesión del territorio y de los recursos),
aunados con ideas igualmente avanzadas sobre la purificación social y nacional. Estos
fines contrastaban con la deteriorada situación militar. De hecho, cuanto más precaria
era la situación militar más radicales y amplios eran los fines de la guerra.
Esta paradoja era impensable para la estrategia idealista que relegaba la violencia a un
segundo plano. Este tipo de estrategia habría aconsejado, ante una situación militar cada
vez más desesperada, la eliminación y limitación de parte de los objetivos. Sin embargo, la
escalada estratégica descartaba el cálculo en pro de una guerra limitada y profesional.
Subordinaba los objetivos a la movilización de los medios, independientemente de la
utilidad militar real de los nuevos incrementos de la fuerza. Así, la estrategia sacó
provecho de la escalada en la movilización y en el empleo de la fuerza y, en este proceso,
perdió su significado instrumental. Esta estrategia, sin duda, era racional y lógica de pleno
derecho y colocaba la capacidad y el grado de movilización en el centro de sus cálculos, pero
difería radicalmente de lo que se había considerado el arte y la ciencia del mando militar en
la era post-napoleónica. Se movió desde una guerra limitada hacia un esfuerzo militar
concentrado en el empleo de las armas y demandando recursos que sobrepasaban las
posibilidades de los países.
Las nuevas medidas aplicadas a la guerra defensiva colaboraron al debilitamiento de las
ofensivas aliadas de 1917, pero los costes del oportunismo táctico y operativo y de la
movilización tecnocrática crecieron más rápido que los beneficios. El empleo sin
restricciones de la guerra submarina atrajo a los Estados Unidos a la guerra, expandiendo
los recursos de los Aliados en lugar de disminuirlos. Al mismo tiempo, la guerra social
contra Rusia sólo tenía un éxito superficial. La Revolución de Octubre empeñó
unidades
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 565

en el este y por primera vez proporcionó al ejército alemán una cierta ventaja en el frente
oeste. Sin embargo, el III Reich tuvo que afrontar en ese momento un gobierno revolucio-
nario en Rusia que se oponía radicalmente a las ideas del Reich y no se esforzaba en
intervenir para la consecución de una paz inmediata. Al mismo tiempo, se elevaron
rápidamente los costes políticos del esfuerzo bélico. La movilización social y política polarizó
Alemania hasta cotas sin precedentes. En las batallas defensivas de 1917 el mantenimiento
del ejército acarreó el desgaste de las mismas bases sobre las que se había moldeado.
Este deterioro del conjunto de la situación militar, mientras los ejércitos estaban en
el frente y se incrementaba la producción de armas, se debía explicar de alguna forma al
pueblo alemán. ¿Cómo era posible que cuanto más invertía la nación en el esfuerzo
bélico, éste lograse cada vez menos? El III Reich justificó su respuesta culpando a los
trabajadores, a la burguesía, a las mujeres, a los intelectuales, a los universitarios, a los
homosexuales y a la juventud, y volcó cada vez más, su carencia de capacidad de
comprensión de lo que estaba ocurriendo en venenosos ataques contra una conspiración
judía que minaba las partes vitales del ejército alemán (58). A medida que la guerra se iba
convirtiendo para los nacionalistas radicales en un esfuerzo para liberar del diablo a la
raza germana, se iban perdiendo incluso los más ambiciosos objetivos territoriales.
Alemania comenzó a sumirse en una guerra apocalíptica (59).
No es casualidad que el Coronel Max Bauer, uno de los tecnócratas más fríos y el
enlace más efectivo del Cuartel General con la industria, fuese uno de los más venenosos y
persistentes de estos ideólogos (60). Los oficiales del III Reich, orientados en la búsqueda
de la eficacia, no conocían límites a la hora de encontrar el empleo óptimo de la fuerza.
Elevaron el esfuerzo bélico nacional en busca de la victoria. La escalada estratégica
condujo a una guerra que estaba moldeada tanto por una organización racional
Planmássikeit como por una ausencia general de ideas Ideenlosigkeit (61). Esta era la base de
la paranoia militar en la era mecanizada.
Aunque el III Reich no pudo explicar y nunca trató de entender el deterioro de la
situación militar, algunos oficiales reconocieron que las apuestas se habían vuelto contra
ellos. Conscientes de que el ejército alemán era incapaz de sobrevivir un año más a las
presiones de la guerra defensiva y de que una paz negociada traería consecuencias
peligrosas de cara a la opinión pública (que estaba sumida en la certeza de una victoria
absoluta), Ludendorff eligió la única alternativa viable: una rápida decisión en el frente
oeste. Este asalto, "la operación más difícil en la historia del mundo", reforzaría o
destrozaría a la Alemania Imperial (62). Comenzó como una apuesta y terminó, según
palabras de Frie-drich Engels: "arrojando el poder a la calle".
De la misma forma que había ocurrido antes en la guerra defensiva, las ideas
tácticas y operativas se sucedían lentamente. Se reafirmó la eficacia de la guerra basada en
unidades
566 Creadores de la Estrategia Moderna

unidades mecanizadas dadas sus bases de fuego independientes. Los distintos elementos
se reunieron en unas nuevas directrices, en un manual que se tituló Ataque a posiciones
defensivas y en el que se hacía hincapié en la sorpresa combinada con la búsqueda del
punto más débil del enemigo, en la búsqueda de la velocidad y de las penetraciones
profundas junto con la explotación táctica del éxito. Los militares empezaron a escapar
de la rigidez de la guerra de trincheras (63).
Pero estas técnicas innovadoras se vieron invalidadas ante la falta de capacidad para
definir un propósito para la campaña. Se discutieron varios planes ofensivos, pero no
hay ningún indicio de la existencia de un debate para determinar otros objetivos que no
fuesen simplemente el avance (64). Esto condujo después de la guerra a dos tipos de
críticas: que Ludendorff no evitó la guerra de desgaste y que se vio sorprendido en su
intento por hacerlo. Ninguna es muy convincente, ya que ambos argumentos pasan por
alto el estado de la estrategia en 1917-1918. Las operaciones planeadas fueron víctimas de
la discrepancia entre una estrategia idealizada y la tendencia orientada hacia el uso de la
fuerza; esto hizo imposible la formulación clara de un objetivo. Aquí se ven perfectamente
los costes operativos de la escalada bélica. El Mando Supremo sólo fue capaz de definir los
objetivos de la acción a un nivel táctico y, por ello, no la dotó de la adecuada dirección.
Las palabras de enfado de Ludendorff sobre este tema pueden servir tanto como un
epíteto de la campaña de 1918 como un recuerdo para las siguientes generaciones de
militares tecnócratas. "No quiero oir la palabra operación. Abramos un agujero (en el
frente). El resto vendrá por sí solo" (65).
Las operaciones ofensivas en el frente oeste fueron únicamente el centro de
gravedad de una secuencia de sucesos que ni empezaron ni terminaron allí (66). El
requisito previo para un ataque en el oeste era el fracaso del frente ruso y la consiguiente
expansión de la paz en el este. El invierno de 1917 a 1918 no sólo reveló el desgaste de
cuatro años de guerra, sino también el alto grado de movilización social e ideológica y la
estrategia expansionista (67). En ninguna guerra anterior se habían concentrado tantas
tropas para una operación; nunca se había desplegado tanta potencia de fuego y, aunque
la sociedad alemana estaba más polarizada que nunca, la Siegfrieden ejercía el control
barriendo a los moderados en el Parlamento y conteniendo a la oposición de una forma
cada vez más combativa. Hubo conatos de revolución pero, de la misma forma, había
fuertes signos de dictadura por parte de la derecha radical apoyada por una amplia base.
La visión de prosperidad y abundancia proveniente del este ocupado se mezcló con un
anti-bolchevismo y anti-semitismo explosivo.
Estas esperanzas se vieron destrozadas tras la derrota en el oeste, pero los
movimientos creados por la guerra no murieron el 2 de noviembre de 1918. Más bien
se orientaron tanto hacia el exterior como hacia el interior. En el vera no de 1918,
mientras las tropas
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 567

las tropas alemanas comenzaban su retirada del frente oeste, avanzaron en Rusia
alcanzando por fin el Cáucaso. Esta operación postergó el armisticio con los Aliados y
prolongó la guerra hasta 1919. Las tropas del este se aislaron de la Alemania vencida y se
transformaron en bandas armadas que vivían de la tierra (68). En esta última fase, la
guerra se convirtió en una cruzada en la que las tropas alemanas luchaban por la tierra y, al
mismo tiempo, libraban una batalla ideológica y racista contra los rusos y los bolcheviques.
En 1919-1920 arrastraron al interior de Alemania su ideología combativa y su vól-kisch a la
hora de hacer la guerra (69).
Mientras tanto, la amargura interna del país se tradujo en oposición a la guerra y en
la revolución contra los líderes. En el año 1919 se produjo en Alemania una completa
militarización de las relaciones sociales. Ya no sólo era el ejército el que estaba armado, sino
el resto de los organismos y hasta los trabajadores. Toda la nación consiguió armas: las
autoridades civiles de todo tipo, los ayuntamientos, grupos sociales, pandillas, etc. Se
trastocó el monopolio militar de la violencia. El resto del ejército (en especial la
superestructura del Estado Mayor), se involucró asimismo en la protección armamentística
(70). Wilhelm Groener, sucesor de Ludendorff durante los últimos meses de la guerra, era
un Feldherr sin tropas; Friedrich Ebert, el nuevo Canciller, un líder político sin autoridad.
Los movimientos sociales inducidos por la guerra habían erosionado y paralizado al estado
y a sus instituciones militares. Al poder estatal sólo le faltó colapsarse.
Tanto la acometida hacia el exterior como la convulsión interna tenían poco que
ver con las campañas militares organizadas, aunque el mando militar jugase un
importante papel en ambas y fuesen parte del esfuerzo bélico. Estos dos movimientos
reflejaban y expresaban el sentir polarizado de la sociedad germana durante la búsqueda
de la victoria por parte del III Reich y la movilización nacional e ideológica de los pueblos
europeos. Los movimientos en pro y en contra de la guerra se fueron apagando debido a
su total agotamiento y no por haberse alcanzado una estabilidad a nivel nacional.
Los acontecimientos internos se sucedían de forma paralela a los internacionales
concertándose finalmente armisticios y tratados de paz, pero la Europa del este no
permaneció quieta. La guerra trajo conflictos de posguerra: a pequeña escala en las
escaramuzas a lo largo de la frontera entre Alemania y Austria, a mayor escala en la
guerra ruso-polaca con sus importantes acciones revolucionarias y contrarrevolucionarias y
a un nivel apocalíptico, en las masacres de Turquía. De hecho, los conflictos
protagonizados por movimientos sociales, última consecuencia de la Primera Guerra
Mundial, no murieron hasta que se debilitaron los esfuerzos de la Unión Soviética debido
al caos interno y se mantuvo bajo control el pensamiento contrarrevolucionario en
Alemania (las ambiciones de la Europa del este y de Turquía se vieron frustradas por las
dificultades sociales y económicas). Tras algunos años de calma estos movimientos sociales
recobraron nuevas fuerzas a nivel nacional e internacional enlazando así con la
movilización social de la década de los años treinta.
568 Creadores de la Estrategia Moderna

III

La primera preocupación de los pensadores militares alemanes en el tiempo que


transcurrió entre las dos guerras mundiales se centró en limitar la guerra para
transformarla, de nuevo, en una forma de emplear la fuerza como un instrumento y de
hacerlo de forma decidida, basándose en la más perfecta estrategia.
Los pensadores trabajaron bajo un conjunto de condiciones claramente restrictivas.
Alemania se encontraba desarmada y mucho más débil que cualquiera de sus enemigos
potenciales (71). Al mismo tiempo, estos ideólogos insistían en que sólo ellos eran capaces
de organizar la defensa nacional y garantizar la seguridad de Alemania (siendo este último
un requisito previo para restaurar el estatus alemán en Europa). Este problema resultaba
difícil de resolver dada la estabilidad internacional que reinaba en el continente y los
compromisos que gobernaban el papel de las fuerzas armadas de cada país basados en una
Alemania desarmada. Dado que los asuntos de Europa estaban estrechamente unidos y la
política nacional e internacional de los países tendía a encajarse entre sí, todos los
esfuerzos por resolver o controlar disensiones internas dirigidas a provocar conflictos béli-
cos conducían a la renegociación de todos los acuerdos domésticos e internacionales; a la
vez que cambiaban las condiciones internacionales, se abrían nuevas posibilidades y se
variaban las limitaciones al esfuerzo militar alemán.
Entre los años 1918 y 1920, Alemania tuvo la oportunidad de replantearse el papel que
jugaba la fuerza en las relaciones nacionales e internacionales, pero esta oportunidad no
fue aprovechada y para muchos no fue ni siquiera reconocida como tal. Aquellos que
abogaban por la defensa civil y por una resistencia pasiva organizada no fueron tan
siquiera escuchados, incluso aunque sus argumentos fueran plausibles desde el punto
de vista de la indefensión de Alemania (72). El cuerpo de oficiales y los líderes civiles
de la República de Weimar emergieron de la derrota y de la violencia revolucionaria y
contrarrevolucionaria con la convicción de que la fuerza militar era necesaria, incluso
vital, para la supervivencia de la nación.
Reconstruir el ejército era el problema del Estado Mayor General. Con esta tarea
estuvo directamente relacionado Hans von Seeckt, el primer Chef der Hee-resleitung (Jefe
del Ejército de Tierra) (73). Buscó restablecer la autoridad y la disciplina en una
organización militar jerarquizada, aunque en proceso de expansión y modernización. La
disciplina y las líneas de mando bien definidas, el control y la subordinación de los mandos
veteranos demasiado independientes, un entrenamiento orientado hacia la eficacia y
emparejado con medidas de bienestar paternalistas hacia la totalidad de los soldados, se
convirtieron en el sello
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 569

sello que definió el trabajo de Seeckt. Al mismo tiempo, reavivó el entrenamiento teórico y
práctico de la estrategia a gran escala y la táctica de grandes ejércitos. En términos
generales apoyaba la modernización y la mecanización, pero subordinaba estos elementos
a un enfoque de la profesión militar dentro de la tradición alemana.
Seeckt tuvo que convivir con dos facciones minoritarias entre los jefes del ejército.
Una de ellas abogaba por la preparación de una guerra nacionalista de liberación,
reviviendo e idealizando la tradición prusiana en su levantamiento contra Napoleón y,
como los reformadores militares de aquella época, abriendo las puertas del ejército a las
fuerzas populares (74). Esta facción, liderada por Joachim von Stülpnagel y Werner von
Blomberg, depreciaba la guerra como algo institucionalizado y estaba dispuesta a
replantear todos los aspectos de la misma. Se centraba en el aprovechamiento de los
poderes sociales, de la voluntad de la nación y de todas sus posibilidades productivas. La
otra facción era muy pequeña y dependía de su influencia sobre la política del Reichswehr.
Su líder fue Kurt von Schleicher, aunque sus conceptos básicos fueron establecidos por
Wilhelm Groener. Este grupo insistía en que únicamente se podría reconstruir un nuevo
ejército basándose en una sólida recuperación económica que fraguase una nueva unidad
y una nueva cohesión de la nación. Schleicher y Groener derivaron cada vez más hacia
posiciones internacionalistas y en 1924 habían llegado a la conclusión de que la
recuperación militar de Alemania (la reconstrucción del ejército alemán y de la
estrategia alemana), dependía de la iniciativa financiera americana (75). Al contrario
que los militares populistas, que predicaban reformas de organización y operativas, este
segundo grupo abogaba por la necesidad de replantear la estrategia guiándose por la
creciente expansión del poder de la política.
Las teorías de Seeckt cautivaron a la mayoría de los militares. Sus ideas también estaban
de acuerdo con las pretensiones de la élite alemana en los campos político e industrial: la
violencia debía ser monopolizada e institucionalizada por el estado y las relaciones
sociales desmilitarizadas para superar las insurgen-cias revolucionarias y
contrarrevolucionarias, tanto de derechas como de izquierdas. Pero el pensamiento
estratégico de Seeckt nunca estuvo de acuerdo con las realidades europeas. En su
doctrina se contaba con un ejército que no existía y su esperanza por reconstruir un
ejército ortodoxo fueron siempre simples quimeras. A pesar de los esfuerzos de
modernización, la rigidez y la inflexi-bilidad caracterizaron la práctica real del Reichswehr.
Un conjunto de ancianos dirigía sus principales oficinas. Parafraseando a un oponente de
este régimen, el mando militar producía manuales "escritos maravillosamente", ideales
para "entrenar a los mandos para una nueva guerra con los medios de 1914", pero esos
medios habían desaparecido (76). Seeckt vaticinó una alianza con la Unión Soviética en
contra de una coalición del resto de los países de Europa, que era plausible para la forma
de pensar del poder político, pero irreal en la Europa de la posguerra. En resumen,
Seeckt se movió fuera de los límites de los asuntos internos y externos para reconstituir la
autonomía e identidad inequívoca del ejército (77).
570 Creadores de la Estrategia Moderna

Fue un juego y lo perdió. Cuando las fuerzas francesas y belgas ocuparon la zona del
Ruhr en 1923, los lazos del ejército con la Unión Soviética demostraron su ineficacia,
aumentó la intranquilidad política y militar y la superioridad francesa demostró el escaso
valor de los conceptos de la gran estrategia alemana. Lo peor fue que los planes de
movilización en 1923 demostraron rápidamente que las ideas y planes de Seeckt estaban
basados en conceptos erróneos y en previsiones irreales. Resultó ser erróneo su
convencimiento de que el Reichs-wehr podría controlar la intranquilidad social sin poner
en peligro sus propias metas ni la disciplina, que podría moldear la política sin verse
envuelto en contradicciones y que podría inducir a la industria alemana y a los
conservadores a que renunciaran al capital del Oeste en pro de un futuro militar
incierto. Los supuestos sobre los que se había reconstruido el ejército y se había
formulado su estrategia eran irreales. Era imposible construir un ejército de forma
autónoma, prescindiendo de los problemas nacionales e internacionales. Seeckt había
pretendido usar a las fuerzas nacionales e internacionales que se oponían al status quo
vigente en la posguerra únicamente para darse cuenta de que el ejército no podría
controlarlas.
Aún así, el programa de Seeckt continuó en vigor, aunque no solventó ninguno de los
problemas militares de Alemania, porque prometía autonomía para la casta militar,
contenía un gran conjunto de conocimientos estratégicos que proporcionaban a los
militares un control exclusivo sobre la guerra y aseguraba unas limitaciones para la misma
en función de acciones militares decisivas. Su atractivo evidente sobrevivió al propio
Seeckt ya que por mucho que los oficiales del Reichswehr quisieran poder entrar en guerra,
la mayoría quería librarla bajo sus propias condiciones.
Tras una serie de conflictos políticos internos, el Reichswehr empezó a cambiar su
política basada en el poder militar y a buscar un planeamiento radicalmente diferente
para las contingencias del momento y de las guerras del futuro. El planeamiento de las
operaciones y el pensamiento estratégico experimentaron un salto cualitativo; en primer
lugar aceptando las posibilidades ofrecidas por una guerra popular (Volkskrieg) y, en
segundo lugar, una guerra móvil con carros de combate desarrollando consecuentemente
conceptos de estrategia disuasoria. Nuevos modelos operativos sustituyeron los
conceptos de Seeckt sobre la autonomía del ejército y se desarrolló el poder tradicional
de la política y también una estrategia que tenía poco en común con la anterior. Aunque
los ponentes de estas nuevas ideas nunca desafiaron los principios de la guerra y
continuaron defendiendo el necesario control de los expertos sobre la estrategia, sí
sugirieron una re-traducción radical y creativa de estos principios bajo las condiciones
actuales y futuras de la guerra (78).
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 571

Los oficiales de la sección de operaciones del Truppenamt, el Estado Mayor General


mandado por Stülpnagel, fueron los principales instigadores de la primera ola de reformas;
estas se centraron en la Volkskriegy en la guerra móvil. La guerra del pueblo era un "medio
desesperado ... en una situación desesperada", que virtualmente anulaba la diferencia entre
civiles y soldados y volvía a "toda la gente y todos los medios ... como herramientas de la
guerra" (79). Los pensadores alemanes pretendían debilitar y aplastar al grueso de las
fuerzas enemigas atrayéndolas a "un área de combate con despliegues extremadamente
profundos" hasta un punto en el que la concentración y la sorpresa de pequeñas fuerzas
contraatacantes, debidamente modernizadas, pudiese inclinar la balanza a su favor (80).
Iba a ser la forma de guerra más brutal, no conociendo reglas y empleando medios
terroristas en los ataques (contra los jefes enemigos y contra la población), gases
venenosos, secuestros, inundaciones y la destrucción indiscriminada de la infraestructura
(resumiendo, una mezcla de terrorismo y de táctica de tierra quemada combinada con
operaciones convencionales) (81). Así, el enemigo se vería obligado a "adentrarse con
gran cautela" en Alemania (82). Era una guerra que, aunque terminase con la victoria,
condenaba a gran parte del país.
Como consecuencia de todo ello y en estrecha conexión con los esfuerzos por
preparar una guerra popular, el Reichswehr modernizó sus principales fuerzas. La
modernización del ejército fue parte de un amplio programa y la creación de formaciones
de carros fue inicialmente un elemento subordinado de la mejora de la movilidad de todo
el conjunto. Pero los carros fueron aumentando su importancia en la guerra y en 1929
formaban el núcleo principal del ejército modernizado (83). La organización y la
perspectiva operativa de las incipientes fuerzas acorazadas fue moldeada en principio
por la experiencia francesa y condujo a la idea de que "el principal objetivo del carro es el
apoyo al avance de la infantería" (84). Esta conclusión cambió rápidamente con la
evaluación de las maniobras inglesas con fuerzas acorazadas. A finales de 1926 una
directiva estableció que los carros se podían separar de la "infantería de avance lento" y
que su mejor empleo se daría "en conjunción con tropas móviles (schnell bewegliche) o
como unidades independientes" (85). Esta idea de que la infantería motorizada o los carros
fuesen las principales tropas de asalto fue aprovechada por los planificadores de las
operaciones. Un ejército que tenía a gala el emplear los pocos soldados que poseía en
unidades combatientes, aborrecía la idea del uso de unidades motorizadas como parte del
tren de abastecimientos. El punto de inflexión llegó en enero de 1927, cuando la
Sección de Operaciones, bajo el mando de Werner von Fritsch, llegó a la conclusión de
que se debían replantear los principios del combate de las unidades acorazadas. "El
movimiento rápido de los carros llegará a ser muy probablemente el arma ofensiva más
decisoria en las operaciones (schlachtentscheidende Angriffswaf-fe). Desde una perspectiva
operativa será la más efectiva si se concentra en unidades independientes del tipo de
brigadas acorazadas" (86). En 1929 la sección de adiestramiento del Truppenamt,
mandada por Werner von Blomberg,
572 Creadores de la Estrategia Moderna

Blomberg, ya había diseñado programas de instrucción para la operatividad de regimien-


tos acorazados independientes. El Estado Mayor General, conducido por Stülp-nagel y
Blomberg rodeados por Los Jóvenes Turcos y apoyados por especialistas como Bockelberg (en
el desarrollo de las armas) y Heinz Guderian (en el control de armamento), abrazó la
idea de las operaciones orientadas a la lucha de unidades acorazadas independientes
(87).
El nivel alcanzado en estas teorías aparece perfectamente resaltado en un estudio (en
formato de libro) sobre "movilidad operativa en condiciones de guerra con gran
concentración de material", por el Comandante von Rabenau (88). Buscaba combinar
una guerra popular (a la que llamaba la Krieg der Nadelstiché) con una guerra de alta movilidad
con unidades mecanizadas y acorazadas formando una nueva síntesis. Rabenau todavía
estaba a favor de los contraataques en general, pero este estudio, escrito por el que sería
biógrafo de Seeckt, muestra cuan lejos podía llegar la imaginación a mediados de la
década de 1920 estando incluso rodeado por una mayoría de oficiales tradicionalistas. El
libro insistía en la desaparición de las líneas de frente estabilizadas y en la transformación
de la filosofía de la ofensiva hacia un sistema de acciones independientes con
movimientos continuos y cambio de unidades, dejando ya de regirse por modelos
operativos fijos, caracterizándose por su movilidad en conjunción con la potencia de fuego
y por la explotación de las oportunidades operativas y tácticas. En este sistema que
contemplaba la libre movilidad, el mando y la autoridad adquirían una nueva forma. La
dificultad principal era la coordinación a través de las comunicaciones y no el despliegue
real o el control directo del movimiento.
La guerra popular y los ataques acorazados móviles eran la respuesta de los Jóvenes Turcos
ante el descubrimiento de que Alemania no podía actuar como si nada hubiese cambiado
desde 1914. No llegaron a nada, aunque no por razones de pereza institucional. Las
nuevas teorías eran incompatibles con las circunstancias internas en Alemania. La
propuesta de Levée en masse y los adiestramientos de corta duración asumían una
cohesión en la nación que realmente no existía. La división clasista de la sociedad
alemana limitó todos los esfuerzos por crear un Volksgemeinschaft (89). El desarrollo del
carro de combate sufrió problemas similares. Un ejército que esperaba alrededor de 700
millones de Reichmarks y sólo pudo gastar 450 entre 1928 y 1932, tenía fuera de su
alcance conseguir su mecanización a gran escala. La inspección de armamento había
concebido adquirir seis mil vehículos y entre ochocientos y mil carros con un gasto inicial
de 3,6 millones de Reichmarks durante la primera etapa, 235 millones durante la segunda y
cerca de 1.000 millones para la tercera (90). La República de Weimar posiblemente no
podía pagar este ejército mecanizado sin ocasionar estragos presupuestarios.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 573

Los Jóvenes Turcos habían aprendido la lección de 1923: se debían apoyar en la


estructura existente en la República de Weimar; los líderes republicanos se mostraron
complacientes e incluso abrazaron con entusiasmo los planes que habían presentado los
soldados (91). Pero la guerra popular y la mecanización del ejército entraron rápidamente
en conflicto con los obstáculos creados por los compromisos de una política pluralista en
una sociedad dividida. Para conseguir sus objetivos, los planificadores militares tuvieron
que atacar esos compromisos. Resumiendo, la seguridad militar alemana era incompatible
con la estabilidad política de la República de Weimar.
La seguridad militar de Alemania y el mantenimiento de su status quo nacional e
internacional se excluían mutuamente. Esta fue la lección más importante de los dos
experimentos principales llevados a cabo para controlar la guerra en la década de 1920
(el enfoque tradicional de Seeckt y la tendencia radical de Stülpnagel y sus colegas),
siempre con intención de llegar a ella. Una vez más, esta incompatibilidad sacó a la luz el
dilema de si un enfoque puramente militar de la seguridad nacional y una posible revisión
del orden establecido en la posguerra no era el planteamiento equivocado para aplicar en
primer lugar. Parecía que el poder político alemán se había sumido en un impás y, de
hecho, fracasaron todos los esfuerzos que hicieron los políticos de Weimar para superar el
status quo dentro del contexto de la posguerra (92).
A pesar de los inconvenientes, y de cara a los primeros síntomas de una crisis
económica, se hizo un último intento por compaginar la tradición militar alemana con las
condiciones estratégicas del mundo de la posguerra. Groener, conocido como uno de los
más leales seguidores de las teorías de Schlieffen, propuso una nueva imagen para la
estrategia alemana (93). Su propuesta fue breve y clara. Alemania no poseía una sociedad,
ni una economía, ni una logística como para plantearse una guerra de desgaste larga. En
caso de conflicto había que actuar rápidamente y con decisión para zanjar la lucha casi
inmediatamente después de su comienzo. El Reichswehr no podría librar una guerra real (que
es lo mismo que decir europea) (94).
Las conclusiones a las que llegó Groener junto con su Estado Mayor en el Ministeramt,
la oficina política del Reichswehr, fueron alarmantes. Había situaciones en las que la
Alemania de Weimar simplemente no podía entrar en guerra y era necesario evitarla. Una
sugerencia de este tipo sólo podía ser aceptada porque los Jóvenes Turcos que rodeaban a
Stülpnagel en el Estado Mayor General habían roto el hielo con sus propias ideas. Eran
oficiales serios que habían sometido sus planes a la prueba de dos juegos de la guerra. Los
resultados fueron devastadores. Los ejércitos atacantes aniquilaron a las fuerzas alemanas
en una guerra de dos frentes e incluso un ataque polaco concentrado demostró que
sobrepasaba la capacidad alemana (95). Aunque Stülpnagel y Blomberg seguían sin
dejarse convencer por estos resultados, Groener y su Estado Mayor político llegaron a la
conclusión de que nada podría evitar la derrota en un gue rra de dos frentes y que no era
problema de los militares profesionales
574 Creadores de la Estrategia Moderna

profesionales el proponer operaciones suicidas; la supervivencia de la nación era más


importante que las predilecciones militares (96). Tanto Blomberg como Stülpnagel
acusaron a Groener de no comprender la naturaleza de algunos problemas políticos
como el deber de toda nación de defenderse ante una violación militar (97). El Ministe-ramt
respondió que estos oficiales no comprendían la naturaleza de los asuntos internacionales
de la década de 1920, ni los intereses alemanes, ni el proceso de recuperación de
Alemania.
Desde el punto de vista del Ministeramt había pocas posibilidades de guerra entre
Alemania y Francia desde el momento en que ambos dependían financieramente de los
Estados Unidos (98). Para las naciones económicamente fuertes el dinero era más
importante que el nacionalismo. La recuperación económica bajo la tutela americana
podría llegar a ser un requisito previo para el rearme sin causar cambios drásticos para el
presupuesto alemán. Las cosas eran bastante diferentes para Polonia ya que, según el
Ministeramt, estaba peor integrada en las redes internacionales, era más propensa a
estallidos nacionalistas y constituía un objetivo más legítimo para un ataque alemán.
Groener estaba dispuesto a desatar una guerra contra Polonia, pero para lucharla y
ganarla hacía falta que se amoldase a las capacidades alemanas (99). En caso de
incursiones a través de la frontera con Polonia la rapidez era el elemento decisorio. Con
esta finalidad se necesitaba movilizar en 48 horas un "Reichswehr algo reforzado" para
aniquilar a las fuerzas polacas en el área fronteriza, barriéndolas de forma rápida y decisiva
(100). Un ataque de envergadura era un problema más difícil. Los preparativos para este
caso, Fall Pilsudski, abarcaban tanto una invasión polaca como un ataque alemán sobre
Polonia "si surgiese una situación política favorable", es decir, un colapso interno en
Polonia (101). Dada la inferioridad alemana ante un ataque directo de Polonia, una
respuesta sencilla no sería suficiente según habían demostrado los juegos de la guerra.
Groener abogó por un planteamiento según el espíritu de Schlieffen, pero aplicó las
condiciones de la década de 1920. Así surgió un escenario de disuasión convencional.
"El despliegue de las fuerzas armadas para un contraataque inmediato
(Gegenschlag) tiene como objetivo evitar que un encuentro inicial llegue a ser una guerra a
gran escala, demostrar que Alemania no está dispuesta a aceptar una violación de su
soberanía, prevenir un fait accompli mediante la ocupación de territorio alemán y,
finalmente, que la capacidad de autodefensa demostrada disuada a otras naciones de
intervenir contra nosotros y aliente a los países interesados a usar su influencia en nuestro
favor basándose en sus responsabilidades contractuales para con nosotros (102)".
El éxito dependía de tres factores. Primero, el grueso del ataque polaco debía ser
ralentizado mediante una retirada defensiva que era misión de la combinación de gran
parte del ejército con las fuerzas milicianas. Segundo, debía prepararse un
contraataque que, sin embargo, no podía buscar la ani quitación del enemigo.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 575

El contraataque pretendía alertar a la comunidad internacional. Para conseguirlo


se emplearía la Marina, único factor con el que Alemania superaba a Polonia. Se
ordenó a los planificadores navales que prepararan un ataque contra Gdyina. Este
ataque inmediato atraería la suficiente atención internacional hacia la violación de la
soberanía alemana y hacia los peligros potenciales para la estabilidad europea,
generando así la presión necesaria para dar fin al conflicto. Entonces, en la tercera fase,
actuarían las naciones aliadas. Tanto el Ministeramt como el Ministerio de Asuntos
Exteriores esperaban una paz negociada en favor de una Alemania económicamente más
fuerte (103).
El planteamiento de Groener rompió con el pensamiento estratégico alemán,
volviendo a los postulados de Schlieffen sobre una guerra corta. Implicaba que, al menos de
cara a un futuro cercano, Alemania era incapaz de librar guerras de forma autónoma,
dados sus limitados recursos, y se mostraba muy escép-tico respecto a las coaliciones
tradicionales para las que Alemania no estaba preparada en modo alguno. Las nuevas
alianzas deberían tener una forma distinta para aprovechar las interacciones cada vez más
fuertes a nivel internacional. Vio ventajas y una identidad parcial de intereses entre el
poder económico alemán y americano (104). Aunque dudaba de la capacidad de los
medios económicos para revisar el Tratado de Versalles, los consideraba como un
extremo que debía ser explotado por la debilidad militar. Si esta ventaja se usaba
adecuadamente, Alemania podría zafarse del Tratado de Versalles y comenzar un proceso
activo de renovación en el que las fuerzas militares se harían valer de nuevo (105).
Pensaba que había varias formas de emprender una guerra y no era partidario de
mantener relaciones pacíficas a toda costa. Su doctrina de disuasión, que combinaba
operaciones militares convencionales con medios no militares, sugería que la tradición del
siglo XIX sólo se podía mantener politizando la estrategia y, además, abandonando el
control de la guerra desde un punto de vista exclusivamente militar.
La nueva imagen estratégica encontró poca simpatía fuera del pequeño círculo formado
por sus defensores. El cuerpo de oficiales alemán no estaba preparado, en su mayoría, para
compartir el control, siendo ésta quizá la principal muestra del punto de vista político de
los oficiales de la época. La mayoría de ellos no eran conservadores radicales, pero eran
soldados ortodoxos cuya mayor preocupación consistía en mantener una cierta
autonomía militar, en formar una identidad militar específica y en preservar una cierta
habilidad para planear y combatir bajo condiciones sometidas a cambios muy rápidos
durante la guerra. En el clima sentimental de 1933, todavía parecía factible la creación de
una institución militar moderna y autónoma y el regreso a una estrategia centrada en las
operaciones.
La nostalgia militar reemplazó a los esfuerzos realistas a la hora de hacer frente a la
situación de posguerra. El regreso a una guerra de exclusivo dominio militar coincidió con
el daño
576 Creadores de la Estrategia Moderna

el daño producido a nivel nacional e internacional por la crisis económica mundial que
destruyó la base política de la nueva imagen defendida por Groener. Mientras la crisis
internacional posibilitaba la reorganización de la sociedad a nivel nacional e
internacional, en Alemania enfrentó a núcleos activistas de la sociedad. Esto moldeó la
reacción alemana hacia un enfoque militar. Parecía como si los militares hubiesen
renunciado a solucionar el dilema de Weimar. En cambio, volvieron a tiempos mejores y
llegaron a ser al mismo tiempo más luchadores a la hora de pedir a la sociedad, al
gobierno y a la economía, los medios que les permitiesen salvar el precipicio entre la
realidad y la fantasía. Los jefes militares habían probado diversos métodos para superar
la debilidad alemana, descubriendo que no sólo hacía falta más estrategia sino más armas y
más soldados para llegar al punto en que se pudiese librar de nuevo una guerra. El
Truppenamt llegó al Tercer Reich con la firme intención de restaurar el pasado para
luchar las guerras del futuro (106). La mayor aportación de los siguientes años fue el
rearme y poco más.
A la nostalgia militar se le dio un espaldarazo peligroso con la llegada al poder del
nacionalsocialismo. El matrimonio de conveniencia entre el Reichswehr y el
nacionalsocialismo se consumó; primero porque Hitler prometió hacer realidad el sueño
militar de un gran ejército. A la mayoría de los oficiales veteranos no les gustaba la
popularidad de Hitler ni la autoconfianza de los jefes paramilitares (SA) y el carácter
pendenciero de sus hombres, pero Hitler garantizó el rearme y el nuevo gobierno comenzó
inmediatamente a cumplir esta promesa. Poco más hacía falta para convencer a los
oficiales de que el nuevo gobierno era bueno para ellos y, por tanto, para Alemania (107).
Durante un tiempo los militares vivieron en el mejor de los mundos. Un primer liderazgo
nacionalsocialista subordinado y dócil (¿quién podía imaginar a un Canciller alemán
ante una asamblea de oficiales para convencerles de la ventajas de su gobierno?) (108),
facilitó las fuentes financieras, materiales y personales necesarias para eliminar todo lo que
impidiese la recuperación militar, incluyendo incluso su propio personal paramilitar. El
cuerpo de oficiales también consiguió un grado de autonomía nunca visto en Alemania,
que le permitió hacer uso de todas sus ideas para reconstruir el ejército. Tras un corto
período de tiempo de inseguridad en los primeros seis meses tras la toma del poder, el
Estado Mayor General se convirtió en la única fuente de la que emanaban los planes de
rearme, las ideas de las operaciones y la estrategia de estos primeros años (109).
Pero desde el principio, los soldados y los nacionalsocialistas tenían ideas distintas
sobre la guerra. El conflicto no se puede definir simplemente como un choque entre los
puntos de vista conservador y nacionalsocialista, entre las modificaciones militares y las
ambiciones más radicales de los líderes nacionalsocialistas (como el sueño de Hitler de
conquistar un imperio racista, conquistando y explotando un espacio vital en el este). Era
más importante el hecho de que mientras el Partido luchaba por un sistema político
orientado a la conquista y al dominio, el ejército buscaba el control institucional de la
violencia.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 577

Los nacionalsocialistas estaban preparados para suministrar los recursos necesarios


para la acción militar, pero nunca estuvieron dispuestos a aceptar una subordinación
completa a los imperativos impuestos por una guerra planeada por los militares. Se regían
por un modelo diferente que subordinaba el empleo de la fuerza a la movilización de la
nación, creando así un fundamento nuevo y diferente para la guerra. Para los militares
luchar era un problema de habilidad a la hora de preparar y emplear la materia prima
proporcionada por una sociedad unida y callada; para los nacionalsocialistas era una forma
de vida. Para estos la acción militar sólo era un esfuerzo concreto en una estrategia de
conquista más ambiciosa. La destrucción del poder de los enemigos potenciales era
solamente el primer paso para crear una nueva raza alemana dominante.
Este racismo creció de la ideología y de la puesta en práctica de la movilización total de la
Primera Guerra Mundial (110). Además, también se convirtió en el vehículo con el que el
nacionalsocialismo se emancipó de la dictadura tecno-crática militar representada por
Ludendorff. Su insistencia por la autonomía de la sociedad marcó la diferencia entre el
papel de la élite tecnócrata y la insurrección popular. De este modo, la guerra
nacionalsocialista era radicalmente diferente de las tradicionales guerras europeas,
buscaba la reconstrucción social mediante la destrucción de las sociedades conquistadas.
El uso del poder sobre un pueblo sojuzgado pretendía mantener y garantizar la
organización y la vida social de los alemanes. El terrorismo racista se convirtió en la esencia
de la política nacionalsocialista, mientras sus líderes se empeñaban en llegar a un conflicto
armado. Para ellos ésta era la base en la que descansaba la capacidad del Tercer Reich para
hacer la guerra y su expansión era el mayor objetivo que se podía conseguir (111).
Aunque la concepción de la guerra por parte militar y del nacionalsocialismo
emergían de la idea de la guerra total, diferían radicalmente y a la vez dependían una
de la otra. Aunque se mantenían separados en su empeño por conseguir el control de la
guerra, sí estaban unidos en su esfuerzo por hacer ésta viable. Si los militares necesitaban
la movilización nacional para llegar a la guerra, los nazis precisaban de la institución
militar para asegurar su papel racista. La dependencia de los líderes nacionalsocialistas
respecto de los militares proporcionó a estos últimos una ventaja que conservaron
mientras pudieron mantener su monopolio sobre la planificación de las operaciones, a
pesar del crecimiento que experimentaron las fuerzas militares nacionalsocialistas como
las SS. Sin embargo, dicho monopolio dependía de la habilidad del Estado Mayor
General para calcular con precisión la capacidad alemana para luchar en una guerra. Este
fue el frágil balance que moldeó las relaciones entre los líderes nacionalsocialistas y los
militares. Los nacionalsocialistas no empezaron a poner en práctica sus objetivos de
purificación nacional mediante la conquista (que nosotros hemos llamado guerra
apocalíptica), hasta que los jefes militares se empezaron a preguntar si la guerra era
viable en cierto modo.
578 Creadores de la Estrategia Moderna

Paradójicamente, el resultado más importante del primer año nazi fue el


establecimiento de un control profesional firme sobre el ejército (112). El Ráchswehr
estaba bien preparado para dicho control. Durante el mandato de Ludwig Beck como Jefe
del Estado Mayor General entre 1933 y 1938, el ejército publicó un manual todavía más
incisivo, Truppenführung, que rigió los planes militares y la preparación para la guerra
(113). Volvía a la doctrina clásica de una guerra de movimiento sin desatender los
cambios tecnológicos. Ensalzaba a la artillería y a la infantería, pero sin olvidarse de las
fuerzas acorazadas. Es más, se refería a los carros de combate como el arma reina
(tonangebend) del campo de batalla. Cuando estudiaba la situación estratégica alemana y
las guerras en las que más le convendría involucrarse, proporcionaba una visión inusual
y equilibrada de las ventajas de la ofensiva y la defensiva. Sin embargo, lo más importante
era el enfoque sistemático sobre las operaciones, abarcando todos los niveles de
planeamiento y ejecución que demandaba un "penetrante esfuerzo intelectual que
cubriese todos los aspectos de la guerra". Sólo este esfuerzo podía hacer del planeamiento
y de la ejecución de las operaciones un verdadero ejercicio profesional, esto es, "una labor
libre y creativa que descansa sobre una base científica". El Truppenführung destiló la esencia
de la estrategia profesional, obteniendo algo creativo y a la vez rigurosamente controlado,
algo artístico pero con una base científica. Fue uno de los ejemplos más claros del resurgir
del idealismo estratégico alemán.
El manual moldeó también la perspectiva del Estado Mayor General sobre una posible
guerra. Casi como un asunto de principios, el Estado Mayor General insistía en la unidad
de planeamiento y de mando en el teatro de la guerra europeo. La coherencia del
sistema europeo constituyó la premisa para un enfoque militar integrado con el poder
político (114). El Truppenführung proporcionó un análisis de la guerra que se basaba en
reglas más que en las valoraciones de las doctrinas y acciones militares. La guerra en
Europa siempre sería una guerra de toda Europa y gracias a la capacidad de movilización de
las naciones europeas, sería una guerra multifrente con tendencia a prolongarse mucho
en el tiempo. En este aspecto los autores del Truppenführung se distanciaron del concepto
de Schlieffen de un Gesamtschlact integral con todas las implicaciones operativas que se
derivaban de él. En contra de Schlieffen, llegaron a la conclusión de que la movilidad de la
defensa moderna y la interrelación de los asuntos europeos no pronosticaban un buen
futuro para una batalla integral. Advirtieron explícitamente del peligro que suponía la
omnipotencia de las operaciones, seguramente como respuesta a las ofensivas de
Ludendorff en 1918, no tanto porque no creyesen en el posible éxito de cualquier
operación, sino porque cada una debía ser contemplada dentro de un contexto global de
victoria y esto ahora estaba definido de forma mucho más clara mediante la
aniquilación de las fuerzas enemigas y el control de su capacidad de movilización. Los
autores del Truppenführung escribieron con pleno conocimiento sobre la posición estra-
tégica de Alemania en Centroeuropa y sobre la gravedad de una guerra multifrente, que
necesitaba
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 579

de un estudio amplio y sistemático, si es que se quería conseguir algo más que ganar
algunas batallas. Sus ideas, en efecto, no eran muy emprendedoras, pero ni la situación
alemana ni la profesionalidad de los militares invitaban a afrontar grandes riesgos.
El Estado Mayor General alemán consideró el rearme como un requisito previo para el
planeamiento de las operaciones dentro del mismo método sistemático. Estableció un
control profesional y una autoridad sobre los que basar la capacidad del ejército para librar
una guerra controlada, una vez que el programa de reconstrucción se hubiese completado.
Esto también constituyó la base para sus relaciones con los líderes nacionalsocialistas
(115).
Hacia 1935 el ejército había salvado el primer obstáculo en el camino que conducía al
Tercer Reich, fuera de la zona de riesgo que creaba la indefensión militar (116). El Estado
Mayor General ya había pagado un cierto precio por su deseo de avanzar tan rápido como
fuese posible, aceptando una aceleración a la hora del rearme que no se ajustaba a sus
ideas de rearme neutral a nivel internacional, pero mantuvo su autoridad a la hora de
convencer a los nacionalsocialistas de abstenerse de aventuras nacionales e
internacionales (117).
En el verano de 1935, el Estado Mayor General comenzó los preparativos para la
guerra, coincidiendo con la creación de un ejército dotado de la máxima capacidad operativa
posible (Operationsfáhigkeit) y de potencial ofensivo (Angríffs-kraft) y con una aceleración en
su rearme superior a la que él mismo pretendía (118). La fricción sobre la independencia
de las fuerzas acorazadas, las consecuencias económicas de ello, el Plan Cuatrienal y el
drama internacional producido por la introducción del reclutamiento y la militarización
del Valle del Rín han sido resaltados por los historiadores, pero con frecuencia se ha
pasado por alto el hecho de que el planeamiento de los despliegues constituía el foco de
la organización y de la preparación de un ejército con capacidad ofensiva y se convirtió
en la base de los futuros planes de operaciones (119).
Los planes del ejército para una guerra de dos frentes, contemplados en directivas
desde 1936, estaban enlazados con el proceso rearmamentístico, en particular con un
nuevo Plan Cuatrienal de armamento, que entró en vigor en agosto de 1936 (120). La
estructura de los planes de distribución de armas permaneció prácticamente invariable
año tras año, mientras la capacidad militar crecía con los incrementos anuales del
armamento. El Estado Mayor General estaba preparado para aceptar el reto de una
guerra defensiva durante este período, pero creía que las operaciones ofensivas debían
esperar hasta que se completase el plan de rearme previsto para 1940 (121). En ese
momento, los líderes políticos podrían decidir el inicio de una guerra en
Centroeuropa. Cuando en 1938 (dos años antes de la fecha fijada, que se había retrasado
debido a un cuello de botella en el rearme) Beck manifestó la responsabilidad de los
líderes políticos, tenía en mente el plan de distribución y los cálculos estratégicos y
operativos de una guerra de dos frentes.
580 Creadores de la Estrategia Moderna

Este plan tan particular despistó a los jueces en Nuremberg y ha confundido a los
historiadores porque estaba orientado al crecimiento. Asumía una estrategia defensiva en
la guerra europea con posibles acciones ofensivas en frentes secundarios durante la fase
de crecimiento. Sin embargo, cuando se terminase el proceso de rearme, se convertiría
en un plan ofensivo, un "ataque estratégico deliberado, planeado y preparado en tiempo
de paz" (122). Y lo más importante: estos planes no eran de contingencia, ya que
contemplaban las acciones en función del estado de preparación militar de Alemania y
no como respuesta a las intenciones de posibles enemigos y, por tanto, constituían un
estudio global sobre la guerra. Por último, garantizaban al Estado Mayor General el
control total sobre la guerra durante la transición desde la defensiva estratégica a la
ofensiva, ya que esta transición estaba definida exclusivamente en términos de
preparación militar en función de las valoraciones del Estado Mayor General sobre los
cambios en el equilibrio de fuerzas. Estos planes revelaban la disposición de los militares
para entrar en guerra, así como su insistencia en controlar las decisiones relacionadas,
tanto con la guerra como con la paz. Alemania estaría preparada para la guerra cuando
así lo decidiese el Estado Mayor General.
El despliegue, fundamentado en una guerra profesional, dependía de la capacidad
de la nación para proporcionar los medios necesarios en el momento adecuado. El Estado
Mayor General luchó sin descanso para conseguir más armas (123). Pero a pesar de los
esfuerzos no pudieron ponerse a la altura de los realizados por otras naciones europeas.
Esto se iba convirtiendo en un problema cada vez mayor a medida que aumentaban las
tensiones en Centroeuro-pa como reacción al rearme alemán. En el mismo momento en
que estos planes se introdujeron en 1935, Hitler y los jefes militares ya se habían
empezado a preguntar si el ejército obtendría la superioridad necesaria para librar una
guerra de acuerdo a los estándares de los expertos profesionales. Estaban angustiados por
el temor de que Alemania "puede estar bien armada..., pero puede ser incapaz de atacar
o defenderse" (124).
Este es el origen del primer ataque a las prerrogativas del Estado Mayor General,
lanzado en 1935 por la oficina política del Mando de las Fuerzas Armadas, que había sido
excluido del planeamiento de las operaciones. La oficina política comenzó a explorar
planteamientos alternativos sobre la guerra siguiendo líneas menos convencionales y,
claramente, no profesionales, comenzando con el estudio de un posible ataque sorpresa a
Checoslovaquia (su nombre clave fue Schulung). Era un curioso ejercicio al que se oponía
el Estado Mayor General, aunque oficiales de éste fueron los que finalmente lo
prepararon. Schulung fue el precursor de un conjunto de planes llamados Sonderfálle, planes
especiales de despliegue. Pretendían explotar las circunstancias políticas fortuitas que les
permitirían el uso prematuro de la fuerza (125). Con frecuencia se pasa por alto el hecho de
que estos Sonderfálle no eran planes de emergencia muy elaborados; su preparación estaba
"ordenada en cada caso concreto según la situación poli tica" (126). Es bastante
evidente que estos planes contradecían radicalmente todo lo que defendía el Estado
Mayor General.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 581

El debate sobre estos planes continuó hasta 1937 y estaba directamente entrelazado
con la pugna que libraban el Mando de las Fuerzas Armadas (Blom-berg) y el Mando del
Ejército de Tierra (Fritsch) (127). Llegó a niveles sorprendentes; el momento era
excepcionalmente apropiado en 1937, cuando Hitler desafió al conjunto del sistema de
planeamiento militar (128). El Führer puso en duda si los militares estarían preparados
alguna vez para la guerra dejando claro que él sí estaba preparado, por varias razones
externas e internas, para pasar de los planes de despliegue cuidadosamente preparados
a una guerra improvisada política y militarmente. Amenazó con reemplazar el
razonamiento militar subyacente en los planes de despliegue por una mezcla de
consideraciones políticas e ideológicas. Fue el desafío más importante al control militar
sobre los planes de operaciones.
Beck, siendo Jefe del Estado Mayor, no estaba de acuerdo con el intento de desligar las
decisiones sobre la guerra y la paz de su "contexto significativo" (sinn-gebend) (129). Estaba
poco preocupado por la visión hitleriana del Este (y no sólo porque interpretase
erróneamente las retorcidas ideas de Hitler). Temía sobre todo la pérdida del control de
la estrategia por parte de los militares y comenzó a hacer frente de forma enérgica a los
esfuerzos de Hitler por introducir puntos de vista oportunistas. Pero, aun oponiéndose a
Hitler, también empezó a darse cuenta de que el ejército alemán podría no estar nunca
preparado para la guerra. Mientras trataba de demostrar que la guerra no se podía librar
de la forma defendida por Hitler, Beck empezó a resaltar de forma cada vez más
contundente que estaba más allá de la capacidad del ejército el involucrarse en una guerra
importante. De hecho, sus argumentos iban más en contra de la estrategia de los
profesionales que contra las intenciones aventureras de Hitler. Todos los argumentos de
Beck concluían que el planteamiento sistemático de las operaciones y el consiguiente
rearme habían llegado a un callejón sin salida en lo concerniente al uso de la fuerza como
instrumento (130).
Los dilemas que Beck planteó de forma detallada reflejaban un reto fundamental a la
guerra profesional como la reflejada en Truppenführung. Si Beck estaba en lo cierto, la
autonomía del ejército estaba en peligro. Si debía apoyarse en factores extramilitares que
no controlaba y cuya evaluación debía compartir con otros, la capacidad del Estado Mayor
General para controlar la guerra se evaporaba. En otras palabras, el problema estratégico
real en 1937-38 (si se podía o no luchar de forma aislada con Checoslovaquia) era la base
de las peleas entre los que ostentaban el poder en el Tercer Reich. Fue una disputa sobre
la naturaleza de la estrategia. Sin embargo, en este aspecto, Beck se había quedado
aislado. Fue esquivado por una generación de oficiales más jóvenes que no sólo eran más
temerarios, sino que mostraban un estilo propio que se reflejaba en las operaciones. Beck
les criticó duramente y en repetidas ocasiones durante los ejercicios por llevar al extremo
el empleo de las armas.
582 Creadores de la Estrategia Moderna

Se quejaba de que nunca aprendieron a evaluar las operaciones dentro del contexto
de una estrategia coherente y de que seguían alegremente las órdenes de sus superiores
en vez de cuestionarse si dichas órdenes eran viables dada la situación estratégica, el
nivel de instrucción y la capacidad y disponibilidad de las armas. Eran tecnó-cratas en
lugar de estrategas (131). Pero fueron aquellos oficiales los que plantearon la blitzkrieg,
que no era el resultado del aumento de la tecnología militar ni de la doctrina alemana de
ofensiva móvil, sino una dirección operativa que devoraba la estrategia profesional; en
resumen: una manifestación de la bancarrota de la estrategia profesional.
El colapso de una estrategia coherente permitía también la posibilidad de introducir
las ideologías como un sucedáneo para el deficiente planteamiento estratégico. Los
militares tecnócratas, con su perspectiva funcional, y los nacionalsocialistas, con su
pretensión de una guerra ideológica, se mantuvieron separados y, con frecuencia, tenían
objetivos opuestos pero que se complementaban mutuamente y, en los momentos
cruciales cuando el Tercer Reich pasó de la preparación a la guerra, se perfeccionaron en
una simbiosis.

IV

Tras la confusión de los veinte años precedentes, la Segunda Guerra Mundial llevó a
la estrategia alemana a un climax apocalíptico. El orden nacional e internacional había
descansado sobre cimientos poco firmes. El orden existente durante unos pocos años trajo
consigo un período en el que las naciones pretendieron recobrarse de la crisis económica
por medio de una diplomacia altamente competitiva, tratando cada uno de asegurarse
su propio bienestar mediante el empleo de cualquier medio disponible. Gran Bretaña y
Francia aprovecharon sus imperios; el nacionalsocialismo alemán se centró primero en
los Balcanes, pero abrigaba planes mucho más ambiciosos. Sólo dos potencias se volcaron
hacia el interior: la Unión Soviética, en la época de Stalin, se centró en desarrollar el
socialismo y la industrialización y Estados Unidos procuró asegurar el capitalismo en su
tierra. El mundo, en conjunto, parecía derivar de la integración a la segregación
económica y a los bloques sociales.
En este tumulto la estrategia en el Tercer Reich derivó igualmente entre una variedad
de opciones tras el colapso de la estrategia profesional en 1938 (132). Aunque los líderes
alemanes perseguían objetivos ambiciosos no estaban seguros de cómo lograrlos. Sólo
cuando Alemania y Japón decidieron atacar (por diferentes razones, ciertamente, pero
con consecuencias globales similares) el mundo se volvió a unir en un antagonismo
militar. En el fondo, el ataque estaba dirigido contra aquellas naciones (Unión Soviética y
Estados Unidos) que habían emergido de la década de 1930 como bloques integrados en
el plano político y económico, apoyándose en sus propios recursos nacionales a la hora
de formular
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 583

de formular y ejecutar una contraestrategia. Las decisiones de atacar por parte de


Alemania y Japón fueron los acontecimientos más críticos de la época. Fundieron
campañas dispares en una guerra global y sentaron las bases del mundo futuro. Aunque
las reacciones de Estados Unidos y la Unión Soviética, como las de Alemania y Japón, se
basaban en razones nacionales y no eran simétricas en modo alguno (133), sus estrategias,
en conjunto, reflejaban una nueva clase de guerra. Era más una guerra para reordenar el
mundo que para preservar o ajus-tar las estructuras ya existentes en las relaciones
internacionales. Este objetivo radical diferenció a los principales protagonistas de las otras
potencias como Francia, Gran Bretaña o Italia, fuese cual fuese el esfuerzo de cada nación.
Así, Gran Bretaña libró, indudablemente, una guerra total de mayor importancia que
cualquier otro país, excepto quizá la Unión Soviética. Pero Gran Bretaña luchó con
objetivos limitados: rechazar una amenaza para su supervivencia y reim-plantar su status
quo. Los objetivos a mayor escala de los principales beligerantes, casi napoleónicos en
algunos casos, incluían el establecimiento de un nuevo orden nacional e internacional
mediante la destrucción o la subordinación del enemigo. Con este tipo de objetivos
ilimitados el uso de la fuerza aparecía como un cataclismo entre ideologías irreconciliables.
La guerra no podía constreñirse a la racionalidad profesional de las luchas europeas, ni a
sus cálculos tradicionales para limitar los daños y la fuerza. Pero Alemania, por sí sola, fue
más allá de estos objetivos extremos, llegando a una guerra que fue verdaderamente
apocalíptica.
Hemos visto el auge de los sentimientos apocalípticos en Alemania, la mezcla de un
empleo tecnocrático de la fuerza con un concepto de la guerra como proceso de
purificación nacional. En el Tercer Reich la visión apocalíptica estaba organizada dentro
de un cálculo estratégico. Los líderes nacionalsocialistas lucharon su guerra para la
expansión de sus creencias contra la Unión Soviética y como una guerra de aniquilación,
cuyos dos objetivos eran la salvación de los pueblos del este de Europa y un Armagedón
para la minoría judía de la Europa ocupada. La lógica de la escalada bélica, que sólo se
detendría cuando el conjunto de las naciones se viese sometido, se combinó con la lógica
terrorista de regeneración nacional que sólo terminaría cuando una sociedad alemana
purificada hubiese establecido su hegemonía en Europa.
Viéndolo de esta forma, la estrategia alemana alcanzó su cénit (134) con la campaña
llamada Barbarroja contra la Unión Soviética, donde se unieron la conquista, el racismo y
el refuerzo de la sociedad alemana como raza dominante, enlazando en un gran
movimiento concéntrico toda la dinámica del estado, que antes estaba desconectada,
contra un único objetivo. La guerra ruso-alemana no abarcó solamente los frentes de
batalla, sino también las zonas de combate y las áreas de retaguardia. Se combatió a base
de envolvimientos rápidos, densas batallas y asesinatos y masacres premeditadas en Rusia
y en Polonia. Se combatió en los ghettos y en los campos de exterminio. Y se combatió en el
corazón de la Alemania del Tercer Reich, con el material y los recursos humanos de la
Europa ocupada. Entre 1941 y 1943, la visión apocalíptica de la guerra se hizo una
realidad en el este (135).
584 Creadores de la Estrategia Moderna

La guerra apocalíptica fue guiada por organizaciones que, en la mayoría de las


ocasiones, estaban reñidas entre sí. Los historiadores no deberían confundirse con sus
competiciones y sus peleas. Así como la Gesamtschlacht triunfó en Kóniggrátz en 1866, a
pesar de los celos de los jefes del ejército alemán, también se llevó a cabo una campaña
apocalíptica en el este que se extendió hasta el oeste, desdoblándose en muchas partes,
que con frecuencia entraban en conflicto unas con otras. Las diversas operaciones en el
frente, en retaguardia y en casa, se combinaban en una única guerra dirigida por una
única estrategia que estaba menos preocupada por las operaciones militares que por el
establecimiento de un nuevo orden nacional e internacional, mediante la exterminación
y el dominio.
Aunque la corriente de la guerra se volvió contra Alemania en 1942-43, la destrucción
y el exterminio no alcanzaron su grado máximo hasta 1943-44. Cuando el control de la
guerra pasó a los Aliados, Hitler y sus socios más cercanos respondieron concentrando y
racionalizando sus esfuerzos con una sola pretensión elemental: retirarse de forma lenta
y demoledora para destruir a aquellos que consideraban como sus mortales enemigos.
Aunque el resultado de la guerra se decidió en 1944, el Tercer Reich se aferró al
concepto original de guerra apocalíptica y el pueblo alemán, en sus hogares y en el
campo, se desilusionó y desconfió de sus líderes, luchando con el temor hacia las conse-
cuencias que, estaban seguros, traería la derrota.
El curso de la estrategia alemana durante el Tercer Reich no estaba determinado por
un conjunto de objetivos racionales. En lugar de ello, se moldeó con un conjunto de
riesgos: la apuesta del ejército por obtener el apoyo adecuado de los limitados recursos
económicos del país (que se hizo muy difícil por la indisposición del régimen a
comprometer sus objetivos de pacificación y purificación interna) y por la capacidad del
gobierno para calmar las preocupaciones sobre su creciente dominación en Europa y para
prevenir la constitución de alianzas anti-germanas. Las restricciones a la estrategia
conformaron sus posibilidades. Aunque las conquistas ensancharían el perímetro
económico y estratégico del Tercer Reich, al mismo tiempo aumentaría la potencia de las
alianzas contra Alemania. Todo éxito en las operaciones (reconfortante para los jefes
militares) aumentaría la puntuación de los estrategas. Era una escalera de subida en la
que el uso de la fuerza mantenía la capacidad para librar guerras en el futuro, pero
también reforzaría a las fuerzas enemigas. El principal problema estratégico y operativo,
escapar de esta trampa, marcó la predilección por asumir riesgos audaces.
La carrera por la conquista de un espacio vital alcanzó su primera etapa en 1938. El
rearme, incompleto todavía, había agotado los recursos existentes y estaba desbordando
el potencial económico y financiero alemán. Como resulta do, la distancia entre el
régimen nacionalsocialista (aunque no Hitler) y el pueblo alemán empezó a aumentar.
Además de la tensión económica y política estaba el temor de que los enemigos más
probables del Tercer Reich,
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 585

Tercer Reich, especialmente Gran Bretaña, inclinarían la balanza europea rearmándose o


viéndose reforzados por Estados Unidos. Las estrechas fronteras de Europa Central se
debían dejar atrás tan rápido como fuera posible, antes de que pudiesen ser movilizadas
las fuerzas que contenían. Estas preocupaciones condicionaron las primeras acciones,
rápidas y prematuras en el aspecto militar entre 1938 y 1939, el Anschluss de Austria, el
Acuerdo de Munich para partir Checoslovaquia y la ocupación alemana de Praga.
El éxito estratégico en 1938-39 dependía de dos condiciones: la continua
fragmentación de la Europa Continental en estados aislados compitiendo entre sí y la
indiferencia de las grandes potencias de la periferia de Europa hacia los problemas del
centro del continente. Ambas condiciones, herencia de la crisis económica mundial,
llegaron a su fin con esta primera fase de la expansión alemana. La garantía británica
sobre Polonia socavó el intento de construir un Imperio Alemán sobre un programa
eminentemente doméstico e hizo crecer el espectro de una guerra a nivel europeo. Es más,
tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos empezaron a reconsiderar su política en
función de esa posible guerra, acercándose América aún más a un punto comprometedor
y colocando a la Unión Soviética en el camino de acrecentar y, posiblemente explotar, las
contradicciones dentro del bando "capitalista-imperialista" (136). La estrategia de 1939
se guió por la probabilidad de una guerra a gran escala que ya estaba a la vista en
Centroeuropa (137). Mientras Francia y Gran Bretaña intentaban crear las condiciones
para una guerra de tipo regional, aunque con dimensiones globales, el Tercer Reich
luchaba por mantener su libertad de acción y preservar, adelantándose en la guerra, la
dirección de la estrategia nacionalsocialista (138).
La esencia del duelo estratégico de 1939-40 se confundió por las apariencias. A pesar
de sus declaraciones, los gobiernos francés y británico realmente estaban buscando soslayar
el conflicto y arrastrar a Alemania a una guerra larga, luchando con las pequeñas naciones
europeas. Este tipo de guerra agotaría los recursos alemanes y reduciría su capacidad de
buscar una estrategia contra ellos. Mientras el frente central, establecido a lo largo del
Rín mejor que en tierra francesa, permaneciese congelado, las condiciones militares y
políticas forzarían a Alemania a profundizar todavía más por el este (Polonia), el norte
(Escandinavia) y el Mediterráneo (139). La novedad de esta estrategia indirecta de 1939-
40 contrastaba en dos aspectos con la estrategia directa de la Primera Guerra Mundial. En
primer lugar, era un recurso de los gobiernos francés y británico que no estaban
preparados ni dispuestos para enzarzarse en una guerra a gran escala y sólo tenían una
capacidad limitada para apoyar a sus apoderados en el norte, sur y este de Europa, bien
suministrándoles armas o enviando fuerzas expedicionarias, o por medios indirectos,
presionando en el frente central. En segundo lugar, esta estrategia indirecta, siempre
era incompleta ya que no incluía a la Unión Soviética.
586 Creadores de la Estrategia Moderna

De este modo, se abrió un vacío que fue aprovechado inmediatamente por el Tercer
Reich. La estrategia periférica de los aliados se colapso ante la presión del pacto nazi-
soviético que terminó con el estancamiento que envolvía a la guerra y devaluo la principal
característica de una guerra prolongada: el bloqueo naval. La estrategia aliada fue
desenmascarada al mostrarse reacia a desafiar a Alemania en el frente más importante.
De esta forma, el Tercer Reich tuvo la oportunidad de avanzar paso a paso; fue un pro-
ceso que empezó con la guerra contra Polonia (septiembre de 1939), continuó con la
ocupación de Noruega (marzo-abril de 1940) y finalizó con el ataque a Grecia. Estas
campañas trajeron victorias militares espectaculares al Tercer Reich, pero su valor
estratégico radicó únicamente en el mantenimiento del rumbo sin desviaciones.
Aunque la estrategia indirecta de los aliados demostraba ser ineficaz y los riesgos
periféricos fueron cortados de raíz, de forma cruel y rápida por el ejército alemán, el
hecho de que la guerra continuase después de septiembre de 1939, creaba un problema
estratégico crítico. Después de todo, incluso la dróle de guerre disminuía las oportunidades
alemanas de lograr su objetivo estratégico en el este. El bloque aliado, reforzado por el
creciente apoyo americano, obligó al Tercer Reich a depender de la Unión Soviética,
alejándose de su idea de una guerra apocalíptica. Una guerra con Gran Bretaña por la
hegemonía en Europa, que se desarrollase antes de la expansión y purificación racial de
Alemania, era inviable desde una perspectiva militar y no tenía sentido para Hitler
(140).
Esta presión condicionó los preparativos de la Operación Amarilla y las 'consiguientes
decisiones de avance y parada que continuaron durante meses hasta mayo de 1940
(141). La naturaleza del planeamiento operativo y el carácter emprendedor del proyecto
han oscurecido la ambivalencia del esfuerzo estratégico. Sin duda Francia debía ser
neutralizada como requisito previo para la gran campaña por un espacio habitable.
Operativamente era difícil, pero el problema estratégico fue planteado más por Gran
Bretaña que por Francia. El principal objetivo estratégico era conseguir la aceptación
británica de un Imperio Continental Alemán, desgajando a Gran Bretaña de sus aliados
europeos (142), y desde esta perspectiva la campaña con la que finalizó la primera fase de
la guerra, aunque espectacular, fue un error estratégico. Aunque Francia, junto con los
países del Benelux, estaba en parte ocupada y en parte neutralizada, y aunque la Europa
Continental cayó bajo la hegemonía del Tercer Reich, Gran Bretaña, ayudada por la
Commonwealth y los Estados Unidos, afrontó un ataque directo en la Batalla de
Inglaterra y se resistió a los tentáculos de la paz alemana (143).
De hecho, involucrando a Estados Unidos de forma más profunda tras Dun-querque,
Gran Bretaña dio el primer paso para cambiar la balanza de la guerra. Fue Gran Bretaña,
como
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 587

como le sucedió a Napoleón, la que comenzó a unir al mundo contra la hegemonía


alemana en Europa. Al negar a Alemania el éxito estratégico, Gran Bretaña forzó la guerra
a nivel mundial. Mientras Alemania celebraba sus victorias (su pueblo, sus soldados y su
industria mostraban una fe casi ilimitada en la capacidad de Hitler como líder y estratega),
nuevamente las ventajas estratégicas empezaron a sobrepasar a los éxitos de las
operaciones. Alemania simplemente no estaba preparada para una guerra mundial y el
tiempo jugaba en su contra. La trampa de la escalada bélica comenzó a cerrarse de nuevo
como ocurrió en 1916-18. Se puede decir que Japón se encontró casi en el mismo aprieto
y casi en el mismo momento. A pesar de triunfar durante los dos primeros años de la
guerra, el Tercer Reich nunca estuvo cerca de escapar del dilema impuesto por el hecho
de que los costes políticos y estratégicos de la expansión sobrepasaban los beneficios de la
posición hegemónica recientemente conseguida.
Alemania estaba cayendo de las alturas de su poder. De hecho, la posición estratégica
alemana en 1940 era más débil que en cualquier momento de los años que
transcurrieron entre las guerras; puede parecer sorprendente, desde el punto de vista de
la indefensión alemana autoproclamada hasta 1935 y de las extraordinarias proezas
militares realizadas entre 1938 y 1940. Sin embargo, la anterior debilidad militar siempre
se había compensado con la fortaleza económica, incluso el dominio, y por el apoyo tácito
de la Unión Soviética, los Estados Unidos o incluso ambos al mismo tiempo. En 1940
Alemania había conseguido la hegemonía en Europa, pero se enfrentaba a Gran Bretaña,
a Estados Unidos y a la Unión Soviética en un conflicto mundial. Hitler fue de los pocos
que vieron claramente estas nuevas condiciones. Planteó que el viejo corazón de Europa
era demasiado pequeño y demasiado vulnerable para sostener un conflicto a gran escala
(144). Era necesaria una base mucho más amplia y un uso mucho más intenso de los
medios de destrucción para proyectar la fuerza a ese nivel.
La decisión estratégica básica para el Tercer Reich era cómo alcanzar esas condiciones.
La primera opción era consolidar su hegemonía en el centro de Europa, lo cual era
inaceptable ya que haría de Alemania una potencia regional, pero con responsabilidades
mundiales limitadas entre el bloque eurasiáti-co, dominado por la Unión Soviética, y el
bloque atlántico-americano, dominado por Estados Unidos (145). Una segunda opción
consistía en la alianza de las principales potencias eurasiáticas (Alemania y su joven socio
italiano, la Unión Soviética, como la mayor potencia terrestre del continente, y Japón,
como el pilar del Este asiático) contra las potencias navales angloamericanas con su base
continental en América. Esta segunda opción se contempló, al menos temporalmente, en
1940-41 aunque iba en contra del objetivo ideológico de Hitler de conquistar un espado
habitable en el este (146). La tercera opción armonizaba los conceptos de guerra
apocalíptica para la conquista del espacio habitable y la purificación de la raza germana. Se
eligió esta última con la Directiva 21, Operación Barbarroja, en diciembre de 1940 (147).
588 Creadores de la Estrategia Moderna

La guerra contra la Unión Soviética adquirió un nuevo valor y un nuevo significado.


Cuando entró en vigor la Directiva 21 se convirtió en una carrera para establecer nuevos
perímetros estratégicos intercontinentales. Esta nueva dimensión de la guerra estaba
expresada más claramente en la Directiva 32, junto con órdenes a la Marina, reflejando
tres objetivos básicos (148): 1.- La organización y explotación de los recursos soviéticos,
como requisito previo para luchar una guerra intercontinental; 2.- La destrucción del
dominio británico sobre la periferia imperial, acometiendo en la dirección de Irán y
Afganistán, aunque esto se convirtiese en un frente secundario (149) y 3.- Establecer
nuevas defensas peri-métricas del Atlántico que fuesen desde Francia hacia el norte y
hacia el oeste de África. Tras un muro en el Atlántico y con los recursos de los territorios
ocupados, el Tercer Reich, como única potencia continental, esperaba preparar su
Marina y sus Fuerzas Aéreas para una confrontación intercontinental de alta tecnología
contra el mundo angloamericano (150). Pero Alemania nunca alcanzó el punto en
que su estrategia intercontinental se pudiera desarrollar. El Ejército Rojo negó los
requisitos para esa estrategia en las batallas defensivas de 1941 y en las contraofensivas del
invierno de 1941 a 1942. También los Estados Unidos, provocados por Japón, entraron en
la guerra antes y con más fuerza de lo que los líderes alemanes habían previsto. La
capacidad de la Unión Soviética y de Estados Unidos para conseguir una rápida
movilización marcaron una diferencia decisiva a partir de 1941.
En ese momento, la iniciativa estratégica pasó a manos del bando aliado, aunque
todavía no era seguro que se pudiese vencer realmente a Alemania (151). Sin
embargo, la estrategia alemana, que había tenido tanto éxito los años anteriores, se
colapso. Ocuparon su lugar dos acontecimientos distintos. El Tercer Reich aumentó su
esfuerzo bélico con la vaga esperanza de resquebrajar a los aliados mediante éxitos
limitados en las operaciones. Militarmente se convirtió en una guerra de desgaste
interrumpida por contraofensivas selectivas. Los sucesos en el norte de África, las
grandes batallas de carros de combate en el este y la Batalla del Bulge, entran dentro de
estas contraofensivas. Lo más importante fue que el ejército en el este y la Marina en el
Atlántico se convirtieron en el escudo tras el que el Tercer Reich aumentó sus
campañas contra aquellos que el nacionalsocialismo consideraba como sus peores
enemigos. El Tercer Reich racionalizó e industrializó la aniquilación en masa (152).
En segundo lugar, Alemania había intentado escapar de las restricciones de la Europa
Central por medio de la fuerza. Aunque tuvo un claro éxito durante tres largos años, al
final fracasó de nuevo. De hecho, el teatro europeo pudo ser fracturado bajo las peculiares
condiciones de la década de 1930, pero el mundo no se podía separar de Europa. Es más,
la dinámica mundial y la europea estaban incrementando sus lazos durante el intento
desesperado del Tercer Reich por evitarlo. No había escape (al menos escape militar). El
uso de la fuerza, por muy certero que fuese su diseño, sumió a Alemania en una escalada
de violencia en la que, como resultado de la expansión del teatro de la guerra,
contrapeso
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 589

so la capacidad de las fuerzas alemanas. La estrategia profesional tradicional no pudo


triunfar en el contexto de una Europa moderna; tras 1938 los recursos encallaron en el
enfrentamiento intercontinental. Incluso antes de que empezase esta larga fase de la
guerra, la era del dominio bélico alemán había llegado a su fin. Los planificadores
alemanes habían pretendido el control sobre la estrategia ya que pensaban que habían
encontrado medios militares para limitar la guerra y habían descubierto la vía para
emplear la fuerza de forma instrumental. Sin embargo, una y otra vez, el uso de la fuerza
por parte de Alemania expandió el teatro de la guerra hasta un punto en el que no era
capaz de jugar con los recursos de sus enemigos. En la Segunda Guerra Mundial la
intensificación de la destrucción mediante las nuevas armas adquirió una nueva dimen-
sión. Los estrategas alemanes no encontraron la respuesta para ninguno de estos
problemas y se podría pensar que no había ninguna solución militar para los mismos.
Cuando se traspasaba este umbral la guerra se volvía contra Alemania. Incapaces de
enfrentarse a sus enemigos en igualdad de condiciones, los líderes alemanes arremetieron
contra sus enemigos internos.
La desaparición del enfoque profesional de la estrategia fue evidente después de 1938.
Contribuyó a las victorias alemanas previas a 1941 y al aporte de nuevas energías, pero
también contenía las semillas del desastre. El afán por alcanzar la victoria impidió a los
líderes políticos y a los jefes militares alemanes medir los límites del triunfo. De hecho, se
vieron obligados a llevar a cabo empresas más difíciles.
Dos sucesos distintos permitieron que Alemania escapase momentáneamente de su
confinamiento europeo y se aprovechase de la debilidad del orden en esa parte del
mundo que todavía se encontraba fracturado. Ambos eran dos pasos importantes en la
formulación de la nueva práctica de guerra alemana, una estrategia según el nuevo
sentido de la palabra. Los militares rompieron con su tradicional enfoque profesional de
la situación militar europea y se inclinaron cada vez más por las interpretaciones políticas e
ideológicas hitlerianas sobre la dinámica de los asuntos nacionales e internacionales (153).
Al mismo tiempo, se descartó la naturaleza global del plan de despliegue y se volvió a un
uso de la fuerza ad hoc y oportunista como la principal "doctrina" operativa. Estos cambios
ocurrieron gradualmente y en contra de la resistencia interna inicial, pero hacia 1940
habían reemplazado la herencia de Schlieffen y el profesionalismo militar. Después de que
Francia fuese derrotada en 1940 (y a pesar de que la Batalla de Inglaterra devaluó el
papel de la Luftwaffe como arma estratégica (154)) se forjaron unas nuevas costumbres
militares que transformaron el fin estratégico tanto político como militar.
Veamos primero la parte más confusa de esta ola de innovaciones: el auge de la estrategia
político-ideológica. La estrategia de Hitler, inmersa en las creencias racistas gracias a su
experiencia política, rechazó los análisis tradicionales de los militares en pro de valorar
las contradicciones domésticas e internacio nales de cada pueblo y cada raza. Hitler
reventó los planes
590 Creadores de la Estrategia Moderna

planes militares sustituyendo los eternos conceptos estratégicos por las igualmente eternas
y pseudocientífi-cas leyes de la raza. Era una base muy débil para la estrategia. Pero aun
siendo despectivo con cualquier raza, como demostraba su temperamento político o su
estilo retórico, esta sustitución también le permitió emplear su experiencia como táctico
y como organizador político, valorando de forma astuta, y a veces ingeniosa, la política
nacional e internacional (155). Mientras los militares recontaban y comparaban la
fuerza y el potencial bélico de las naciones, Hitler insistía en que la política de
movilización y concentración de recursos marcaba la capacidad (y la voluntad) de entrar
en guerra. La capacidad real y, especialmente, la voluntad de entrar en guerra, estaba
más limitada de lo que indicaba el potencial bruto de una nación. En otras palabras,
Hitler admitía la existencia de fricciones y problemas, pero buscaba superarlos
ideológicamente con la voluntad.
Hitler reemplazó el concepto de preparación militar por la valoración de la cohesión
de las naciones y del sistema internacional. Esto nunca proporcionó en realidad una
alternativa sistemática al cálculo racional o idealista de la estrategia profesional. Tampoco
podía hacerlo ya que para Hitler esto era intuitivo y no sistemático. Es cierto que
desarrolló ideas estratégicas que sobrepasaron los análisis militares más sofisticados, a base
de cambiar el enfoque de los planes y de las decisiones de las operaciones, valorando
políticamente la situación nacional e internacional. Aun así, su estrategia ideológica y
racista basada en la inspiración y no en la lógica, requería de sus seguidores una buena
dosis de fe ya que no se podía aceptar basándose en convicciones racionales (156).
Como estrategia no era más que una promesa de crear circunstancias políticas que
permitiesen a los militares enzarzarse en una guerra.
De este modo, la estrategia degeneró en uno de sus componentes permanentes: la
astucia. Hitler llegó a tener fama como estratega y como Feldherr simplemente porque
durante un tiempo tuvo éxito y no por la calidad de sus planteamientos estratégicos. Su
política no estaba guiada por ningún método ni principio estratégico. El planeamiento
estratégico estaba cautivo en manos de los políticos. Se expresaba con continuas
maniobras para conseguir posiciones, estudios del terreno y exploración de alternativas y
opciones diversas (157). Esta clase de estrategia, distinta de la profesional, no estaba
guiada por un sentimiento del orden nacional e internacional. Su dirección estaba
moldeada por la visión de un orden nuevo creado por la guerra que aseguraría el dominio
de la sociedad alemana y la permanencia del nacionalsocialismo. Mientras se mantuviese
esta prioridad, la estrategia sólo podría ser una iniciativa ad hoc.
Tuvieron un gran alcance las implicaciones de esta combinación de flexibilidad y
dirección. Si para la vieja escuela profesional la guerra era un ejercicio de la élite política,
regulando y ajustando periódicamente los desórdenes de la vida nacional por medios
militares, la guerra nacionalsocialista establecía y mantenía el orden con una expansión
ilimitada de la violencia.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 591

La guerra se convirtió en la base de las relaciones nacionales e internacionales. Como


resultado, la estrategia dejó de ser un medio racional para conseguir objetivos específicos y
no estaba guiada en ese proceso por ideas racionales sobre el uso de la fuerza. Se convirtió
en la vía principal para modelar un mundo cuyas interrelaciones básicas se fundamentaban
en las luchas y en los conflictos. La estrategia dejó de ser instrumental para ser ideológica
en su dirección y en sus métodos oportunistas.
Los generales nunca fueron capaces de enfrentarse a este enfoque, en parte porque se
beneficiaban directamente de él y en parte porque no estaban dispuestos a reconocer lo
que había desvelado su propio análisis profesional, limitado y estrecho: que bajo las
condiciones nacionales e internacionales dominantes, el futuro de Alemania no radicaba
en los militares profesionales. Se pusieron del lado del Führer porque prometía acción y
éxito (158). La mayoría de los oficiales dudaba de las bases ideológicas de la estrategia
hitleriana, pero no tuvieron la fortaleza intelectual o la integridad suficiente para
desafiarlas o cambiarlas, pues habría supuesto limitar el uso de la fuerza en la política
internacional y, quizás, renunciar a la guerra. Por ello, concentraron sus esfuerzos en un
único aspecto estratégico: el planeamiento de las operaciones. De esta forma se volvieron
a unir las fuerzas del pensamiento tecnocrático y la estrategia ideológica tras veinte años
de intentos infructuosos por parte de los militares para reconstruir la estrategia y
recuperar el control sobre la guerra.
El recorrido por la fantasía militar, que había empezado en 1916, continuó en 1918
después de que todas las alternativas para proporcionar un cálculo racional para la
guerra fueran rechazadas o fracasaran. Sin embargo, el balance entre ideología y
tecnocracia había cambiado desde la dictadura del Tercer Mando Supremo en la Primera
Guerra Mundial. En 1916-17 la movilización ideológica estaba subordinada al
planeamiento tecnócrata y sólo se impuso a éste durante un breve tiempo, cuando el
estado y el planeamiento se deshicieron por la derrota. La movilización ideológica para
crear un nuevo orden nacional e internacional definió cada vez más el perímetro del
planeamiento tecnocrático, lo que le llevó al máximo empleo de las armas y al abandono
de sus viejas tradiciones.
Sería erróneo sintetizar la estrategia hitleriana en una doctrina coherente y unificada;
sería igualmente equivocado condensar la práctica operativa de los militares dentro de
unos nuevos principios de guerra. Es suficientemente sencillo destacar los factores nuevos
y antiguos que caracterizaron a la guerra mecanizada y la cargaron de éxitos; constituían
"una clase peculiar de combate mecanizado que produjo un cambio revolucionario en las
operaciones militares: cooperación entre carros de combate, aviación, bombarderos,
infantería y artillería" (159). Se consiguió mucho con la combinación de estos elementos,
combinación que se llamó blitzkrieg.
592 Creadores de la Estrategia Moderna

"La blitzkrieg abogaba por...una gran movilidad y rapidez sobre la potencia de fuego,
aunque buscaba esta última en puntos decisivos en lo que se refiere a carros de combate,
bombarderos y armas rápidas anti-carro y anti-aéreas. La blitzkrieg buscaba batallas de
encuentro. Hacía uso de la concentración del poder aéreo, tanto en ofensiva como en
defensiva, para preparar el camino de avance de las unidades acorazadas. Como en la
doctrina alemana de finales de la Primera Guerra Mundial, acentuaba la táctica de
infiltración y los movimientos de flanco para la infantería y para las unidades acorazadas.
Como en la doctrina clásica que precedió a la Primera Guerra Mundial, la nueva doctrina
buscaba envolvimientos simples y dobles. Por otro lado, buscaba la desorientación y
dislocación del sistema de mando enemigo a la vez que la aniquilación de sus fuerzas. Esto
se lograba mediante penetraciones profundas en la zona de retaguardia enemiga. Se
pensaba que si se podía lograr la dislocación se evitaría una batalla de aniquilamiento
(160)".
La blitzkrieg era todo esto, pero no era algo nuevo (podemos remontarnos a Rabenau) e
incluso si se juntaban todos los elementos en una"misión de parálisis" (161), es decir, una
estrategia anti-mando más que anti-fuerza, no existía ninguna diferencia. El alma de
estas operaciones no consistía en un empleo particular de los nuevos medios de guerra,
sino en una clase de oportunismo a nivel operativo que no conocía métodos
preconcebidos ni estandarizados, únicamente la explotación del éxito debía ser lo más
completa posible con todos los medios disponibles en la búsqueda del objetivo final: la
derrota del enemigo mediante la ruptura de la voluntad de sus líderes. La blitzkrieg vivía de la
destrucción de una visión sistemática de las decisiones del mando militar. Era el polo
opuesto a una doctrina. Las operaciones consistían en una avalancha de acciones
marcadas más por el triunfo que por el estudio. Este tipo de operaciones se correspondía
con una generación de mandos alemanes extremadamente ambiciosa que se vio
incentivada por el Tercer Reich y que emulaba, en el campo militar, la estrategia de
Hitler. Ninguno de ellos era un nacionalsocialista convencido, pero se sentían cómodos
dentro de un sistema que rendía homenaje al triunfo en la búsqueda de la conquista.
Finalmente, y con algo de ayuda de Lid-dell Hart, este torrente de acción destilaba algo
que nunca fue: un diseño operativo (162). Tanto era así, que se basaba en el
convencimiento de que la tecnología (Guderian) o el Alto Mando (von Manstein)
marcarían la diferencia en la guerra. Esto ha atraído a una multitud de estrategas de bolsillo
que han dejado de pensar en la guerra y se han dedicado a demostrar sus conocimientos
sobre las armas.
El coste de estas operaciones improvisadas se suele pasar por alto. Las hizo posible la
sustitución de un cuerpo unificado de conocimiento profesional por un planeamiento
competitivo. En lugar de aumentar la cooperación y de crear una máquina para la guerra
mecanizada, la blitzkrieg enfrentó a los Estados Mayores y a los jefes en la búsqueda de
una forma idónea de planeamiento y de dirección de la guerra (163). Creaba bases
operativas que competían entre sí y que muy a menudo dejaban en el aire cuál actuaría
primero.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 593

De hecho, la condición que moldeó la estrategia de la blitzkrieg fue la conjunción de dos


elementos: el énfasis en el empleo óptimo de las armas y la competencia de los jefes
militares. Sin embargo, lo que constituyó una novedad fue la disolución de la unidad del
mando militar. Esto era lo que se escondía detrás de los éxitos de las operaciones de la
blitzkrieg, y también se convirtió en uno de los principales motivos de disputas y roces
continuos que llegaron a formar parte del planeamiento integral competitivo.
El ejército alemán llegó a este punto por defecto, más que por diseño, al comienzo del
golpe del nacionalsocialismo contra el ejército profesional en 1938. Este golpe inició la última
fase de una larga transformación del ejército alemán y fue un requisito para la
transformación de su planeamiento operativo. Unas Fuerzas Armadas organizadas
tecnocráticamente y con soldados adiestrados en programas específicos, se situaron a las
órdenes de jefes militares que habían renunciado a tener un pensamiento operativo
comprensible, siendo incapaces de ello, y que no conocían otro principio de la guerra
que el de optimizar la fuerza a cualquier precio. Por supuesto, Hitler apoyaba este tipo de
mando y contribuyó a su ascenso en la reorganización de las Fuerzas Armadas en 1938. El
régimen nacionalsocialista le dio validez devaluando el principio de mando que estaba
encallado en una teoría racial que también facilitaba la competición en la búsqueda de la
conquista. Así se combinaron en su estrategia los dos elementos esenciales de la guerra
nacionalsocialista: tecnocracia e ideología (165).
La respuesta militar al proceso de apertura de su cerrado mundo profesional varió a
través del tiempo. Primero, fuertes grupos dentro del ejército, de hecho, la mayoría de los
oficiales con mando, rechazaron este desarrollo. Insistían en la cohesión, la unidad y la
naturaleza autónoma del planeamiento militar, incluso después de que escapara del marco
de la estrategia profesional. Con Franz Haider encontramos que lo que mantenía el
planeamiento operativo no eran los principios de la guerra, sino la racionalidad
burocrática y la jerarquía. La competición intramilitar y el activismo racional
nacionalsocialista fueron despuntando poco a poco por la rutina burocrática (166).
Pero la atracción de la competición entre los mandos militares era demasiado fuerte. Los
primeros éxitos políticos y militares del Tercer Reich tuvieron su propio momentum. Si en
1938 el ejército desarrolló por defecto una estrategia competitiva, en 1940 llegó ya a la
competición. Cuanto más importante era el objetivo, más se realzaba en su logro la
calidad de la actuación militar. La tecnocracia del planeamiento militar y de la ideología
empezó a fusionarse en un ente dinámico. Una no podía existir sin la otra.
La Operación Barbarroja demostró más que ninguna otra la fusión entre tecnocracia e
ideología, dentro del contexto del planeamiento militar competitivo. Se ha dado mucha
importancia al condicionamiento ideológico de esta campaña. Por supuesto que el
sentimiento compartido anti-bolchevique del ejército y de Hitler jugó un papel
importante.
594 Creadores de la Estrategia Moderna

Pero el hecho crucial fue que ambos esperaban recompensas instantáneas


procedentes de una guerra contra la Unión Soviética. El ejército, con muy pocas
excepciones, esperaba demostrar sus habilidades profesionales y esperaba recompensas en
forma de prestigio, ascensos y remuneración (167). Actuaron durante la fase de
planeamiento y durante los primeros meses de la campaña de una manera muy parecida a
la de los empresarios, asumiendo que su valía como individuos y como colectivo subiría
drásticamente con la finalización victoriosa de la campaña. Por ello, todo lo que era
bueno para el propósito de la campaña también lo era para ellos. Hitler consideraba a la
Unión Soviética como su objetivo de conquista, la cumbre de sus esfuerzos para situar al
Tercer Reich a la altura de un imperio continental racista. Todas estas expectativas
constituían la base de un ansia casi universal por tomar parte en la derrota de la Unión
Soviética que implicó un desprecio total a cualquier clase de precauciones. El
planeamiento de Barbarroja fue una muestra de avaricia ilimitada.
A pesar de muchos estudios era indicativo de la estrategia competitiva el hecho de
que los objetivos reales, e incluso los planeamientos operativos de la campaña, nunca
estuvieran definidos con claridad. En su lugar encontramos objetivos y planeamientos
compitiendo entre sí, apostando con la esperanza de que la campaña, tarde o temprano,
tomase su rumbo. Sin duda existieron serias diferencias sustanciales sobre la manera de
luchar contra la Unión Soviética, pero las preguntas sobre la esencia surgieron en el
contexto de una competitivi-dad penetrante entre los jefes más antiguos. Así, el mando
del ejército a cuyo frente se encontraba Hadler, esperaba establecer un papel
predominante, apostando por Moscú como el objetivo decisivo de la campaña, y esperaba
mantener su reputación consiguiéndolo en diciembre de 1941; individualmente, los jefes
esperaban destacar con algún planeamiento operativo que garantizase la victoria. De
hecho, todo partía del punto de vista ideológico de Hitler, y su opinión estaba formada en
base a la raza y la conquista (168). A pesar de que los objetivos ideológicos de Hitler eran
consistentes, no sirvieron de mucho para las decisiones operativas.
La variación de opiniones operativas (Moscú o Leningrado y Ucrania) reflejaba las
distintas presunciones sobre el desarrollo de la campaña y el papel que desempeñaban
Hitler y el ejército. Hadler buscaba la destrucción del estado soviético con el resultado
de la disolución de la resistencia nacional, mientras que Hitler pensaba conquistar los
centros de poder económico y social del país. Sin embargo, si estudiamos detenidamente
los planes, ni Hitler ni Hadler esperaban que la campaña se decidiese mediante la
conquista de cualquiera de estos objetivos. Sus planteamientos distintos reflejaban
ambiciones ocultas y un antagonismo latente. O sea, la victoria sería militar si el objetivo
era Moscú y la destrucción o parálisis del estado soviético. La victoria sería del
nacionalsocialismo si se conquistaba Ucrania. Por ello el conflicto entre las prioridades
operativas se convirtió en algo simbólico, y a ninguno le importaba esclarecer lo que se
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 595

lograría mediante la obtención de uno u otro de los objetivos (169). En cualquier caso,
estas decisiones fueron importantes solamente en la segunda etapa de la campaña,
después de julio de 1941, cuando las expectativas militares tuvieron que cambiar.
De acuerdo con la directiva final de la Operación Barbarroja, los planificado-res esperaban
derrotar al Ejército Soviético antes de la segunda etapa de la campaña y así dejar indefensa
a la nación, haciendo que el progreso militar sólo fuese una manera de aprovechar la
derrota. El plan final para Barbarroja especificaba únicamente la primera etapa del avance,
la cual era considerada como la decisiva, y cuyo objetivo principal era "derrotar a Rusia en
una rápida campaña". Esto debía lograrse mediante movimientos de tenaza a gran
escala. Es decir, "rápidos y profundos golpes .... para rasgar el frente del grueso del ejército
ruso que se supone que estará en Rusia occidental. Los grupos enemigos separados por
estos ataques, serán destruidos entonces" en batallas que deberían tener lugar al oeste de
los ríos Nieper y Duna. Este era el principal y único objetivo verdaderamente operativo de
la campaña, porque asumía que los primeros golpes asegurarían "la libertad de
movimientos para otras tareas" (170).
Este plan no satisfizo a todos los oficiales del Estado Mayor ni a los oficiales del ejército.
Les ataba corto y bajo el estricto control del mando del ejército. Buscaban tener un papel
mayor y más independiente en las operaciones y tras la guerra poder decir que las
restricciones impuestas de más arriba habían sido el mayor inconveniente en una
campaña que podría haber sido un éxito sin ellas. Pero los más atrevidos resaltaron "la
importancia de tener siempre alertados a los rusos y no dejarles tiempo para atacar".
Guderian "quería ir directamente a Moscú, y estaba convencido de que llegaría si no se
perdía tiempo. La resistencia rusa podría paralizarse mediante un golpe al centro del
poder de Stalin". Como tal, estos planes no eran necesariamente mejores o más adecua-
dos que las operaciones en vigor aunque sí fueron, y siguen siendo, conmovedores para los
defensores de las fuerzas de carros de combate (171). Sin embargo, eran principalmente un
reflejo de la naturaleza competitiva del planeamiento operativo en Alemania cuando
alcanzaba el climax en una campaña caracterizada más por sus desacuerdos que por
cualquier doctrina en particular.
Pero estos debates pasan por alto el fondo de la cuestión. El resultado de la guerra
contra la Unión Soviética no se puede resumir en la lucha de la coraza contra las armas
combinadas (el conflicto intramilitar) ni un asunto de Moscú contra Ucrania (un
conflicto entre el ejército y la política ideológica). Fue más bien el producto de un efecto
de escalada y uso de la fuerza en forma competitiva. El Tercer Reich tuvo que hacer frente
a las consecuencias de una estrategia y a un proceso de planeamiento operativo basado en
la optimización competitiva de la fuerza y el terror. Estos extremos eran evidentes en julio
y agosto de 1941.
La primera etapa de la campaña fue un éxito más allá de las expectaciones de
cualquiera. Todos estaban de acuerdo en que la guerra estaba ganada y así era, por lo
menos
596 Creadores de la Estrategia Moderna

menos ante los ojos de todos los observadores (no sólo los alemanes) . Este supuesto era
más que razonable si consideramos el hecho de que las fuerzas principales de la Unión
Soviética fueron aniquiladas o capturadas en las primeras semanas y que el gobierno de
Stalin se encontraba desarticulado. Sin embargo, era obvio que la Unión Soviética no
estaba derrotada. La libertad de movimiento que esperaban obtener los alemanes nunca
se logró. Los líderes soviéticos continuaron la guerra desesperadamente y con una
tremenda brutalidad contra su propio pueblo y contra el enemigo alemán. La Unión
Soviética no se rendiría; si debía ser derrotada, debería ser ocupada. Sólo llegado este
extremo tuvieron verdadera importancia el espacio y el tiempo, no porque fuese una
época de barros con un largo invierno a continuación, sino porque cada kilómetro
cuadrado debía ser tomado a un enemigo desafiante y mantenido ante la resistencia de los
ocupados (172).
Para poder estar seguros, la acción apropiada habría sido avanzar hasta Moscú
mucho más rápido y asegurarse así el llegar antes de las épocas de lluvia y barro,
paralizando la capital soviética y capturando aún más tropas que en cualquier otra
batalla. Pero estos eran los sueños de comandantes ambiciosos que estaban enfrentados
entre sí y que habían perdido la noción de cómo podría derrotarse a la Unión
Soviética. Hitler, tras la experiencia de las prime ras seis semanas de guerra concluyó que:
"no se puede vencer a los rusos con triunfos operativos , porque se resisten a admitir
la derrota" (173). La deses peración de Hitler reflejó la verdadera cuestión. ¿Qué más
podía hacerse para derrotar al ejército ruso? ¿Cómo se podía romper la voluntad de una
nación que no se rendía, sino que se recuperaba una y otra vez mientras que las fuerzas
alemanas se debilitaban cada vez más? Se podían ganar más batallas, puede que en
Leningrado, en Moscú o en Ucrania, pero estaba claro que se podían ganar batallas y
acabar perdiendo la guerra. Este era el principal problema operativo después de agosto de
1941. Era el problema operativo insoluble para un ejérci to y un mando político que
pensaba que una mera acumulación de éxitos ase guraría la victoria. Este era un ejemplo
de la decadencia de la estrategia, pero no el último. Todos muestran una característica
común: el concepto de guerra estaba desplazado por la administración competitiva de la
acción militar.
Muy a menudo se discute que el mando alemán menospreció el potencial de la
guerra soviética, por lo que emprendió una campaña que desde el comienzo estaba
muy mal planeada y que debía fracasar. Las fuerzas alemanas encontraron su límite no en
la capacidad industrial de la Unión Soviética, sino en la capacidad del mando soviético en
mantener las fábricas en funcionamiento y de enviar y reenviar oleadas de reclutas a la
batalla, puede que no con la elegancia pero sí con la misma eficacia que sus colegas
británicos y alemanes. La capacidad de Rusia para movilizar y luchar hizo posible un
cambio decisivo de la guerra que llegó con la derrota del ataque frontal contra Moscú
y el comienzo de los masivos contraataques soviéticos en diciembre de 1941 (174).
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 597

Apenas sabemos nada de lo que motivó al mando soviético en los meses entre
junio y diciembre y de lo que les hizo movilizar a personal y recursos, aislados en las
áreas del Asia soviética y del sur de la Unión Soviética, donde acababa de imponer
la paz y que tenía bajo control; esto es debido a que los historiadores soviéticos
creen que su victoria fue predestinada, al igual que algunos historiadores alemanes
creen en una derrota predestinada. Pero lo que sí sabemos es que la resistencia y
determinación soviéticas, vacilantes al principio y creando situaciones de
deserciones masivas, aumentaron al darse cuenta de la política de terror alemana.
Cuanto más avanzaba el ejército alemán, más derrotaban y capturaban a sus
fuerzas enemigas, y cuanto más brutales eran los esfuerzos de Alemania por
dominar al enemigo que no reconocía la derrota, más dura y desesperada se
convertía la resistencia soviética y más elevados los gastos alemanes.
La derrota alemana sobrevino por muchos motivos y no podemos tratar sólo los
militares. Entre otros se encontraba el concepto del orden hegemónico que
empezó a imponer el Tercer Reich y la manera en la que se libró la guerra. Era una
guerra de subyugación terrorista y de lo que se denominó en la jerga del
nacionalsocialismo como el tratamiento especial (sonderbehandlung) a las sociedades. Fue
una guerra de hambre y discriminación de todos los pueblos eslavos, luchada sin
tener en cuenta los derechos humanos básicos de los soldados y de los oficiales
capturados. Fue una guerra de saqueo y explotación de los pueblos del este de
Europa que trajo consigo la muerte de "muchos millones" (175). La estrategia de la
guerra racista influyó en todos los aspectos de la lucha en el este, reforzando la
resolución del pueblo soviético y haciendo posible unirlo bajo una bandera rusa.
¿Qué motivó a los estrategas alemanes a seguir esta trayectoria contraproducente?
Se puede pensar en la ideología, pero ésta seguía una lógica definida en lugar de
ser una fuerza metahistórica que se involucraba con un ejército profesional o
tradidonalista. En .el frente, esta guerra se luchó con una gran brutalidad desde el
principio, debido a que se debía lograr la victoria rápidamente (176). Por ello,
la destrucción se convirtió en un objetivo con la esperanza de que la violencia sin
compasión acabaría destruyendo al enemigo. En este sentido el ejército no tenía
muchas opciones. Si quería vencer, debía actuar con rapidez. Si quería lograr esto
contra un enemigo desafiante, debía escalonar el uso de la fuerza. Si no llegaba la
victoria, sólo podía recurrir a más escalona-mientos. Sin embargo, al final, esto
socavó la propia base del éxito. No importaba lo equivocado que estuviese el
ejército sobre el terrorismo ideológico; su desarrollo les llevó desde el uso de la
guerra como un medio para obtener un fin racional, hasta su uso como un medio
de exterminio.
La práctica de la escalada no sólo sirvió de guía al esfuerzo militar, sino también a
otras formaciones (sicherheits divisionen) de la Wehrmacht y del Einsatzgrup-pen, a los SS
y a los patrocinadores de otras organizaciones civiles y militares.
598 Creadores de la Estrategia Moderna

La fuerza era únicamente el medio para establecer y mantener la hegemonía alemana


sobre Europa. La victoria militar y la paralización de la capacidad del enemigo para
concentrar y proyectar su fuerza fue un requisito decisivo; el terror, su principal
consecuencia. Juntos formaban la esencia de la planificación de la guerra del
nacionalsocialismo. Uno alimentaba al otro y el análisis posterior no debía separarlos.
Juntos cambiaron la guerra en el frente oriental por una lucha por la supervivencia, ya
que sus objetivos ideológicos estaban en el centro de operaciones, pero aún más porque la
violencia era el único principio que guiaba la conducción de la guerra.
El efecto de escalada en la guerra, que se vislumbró en la Primera Guerra Mundial,
pero que no se llevó a cabo debido a la creciente oposición hacia la misma, se repitió tras
1939. No importó la habilidad con la que se libraron las batallas y campañas
individuales; fue una guerra en la que el creciente torrente de destrucción se convirtió
en la base operativa y táctica. Su principal y único objetivo operativo era imponer
daños y destrucción, destruir al estado enemigo y maltratar a las sociedades enemigas y
a sus fuerzas armadas hasta lograr su sumisión. Durante este proceso desapareció la base
de la guerra profesional.
Entonces, ¿cuál era el reto operativo de la Segunda Guerra Mundial? Puede que en
parte fuese la cuestión de cómo utilizar las armas eficazmente (de hecho estas armas no se
utilizaron de la mejor forma posible, ya que las tácticas de combinar las prácticas de la
contrafuerza y del contramando nunca fueron desarrolladas apropiadamente). Pero el
verdadero desafío de la guerra mundial no consistía en los métodos técnicos del empleo
de la fuerza, sino en su limitación, en combinar el uso de los recursos y soldados de una
nación movilizada para asegurar la mayor eficacia en la destrucción de concentraciones
enemigas y paralizar el mando enemigo, utilizando únicamente la fuerza destructiva nece-
saria para lograr este propósito. El desafío de la guerra total era medir el aumento de la
violencia para disminuir la resolución del enemigo. El resultado de las prácticas de guerra
alemanas fueron la fuerza y el terror desorbitados, hasta tal punto, que reforzaba la
resistencia de antiguos enemigos y creaba otros nuevos.
Rara vez se discutió sobre la práctica de la guerra en Alemania. No se adaptaba ni a la
estrategia militar de conquista ni al oportunismo operativo y carácter competitivo del
ejército alemán. En cuanto al ejército alemán, los métodos que ayudaron a superar el
estancamiento en la Primera Guerra Mundial ahora producían el efecto de escalada de
una guerra apocalíptica. No había un retorno al planteamiento de la estrategia en la
tradición alemana, pero el seguir adelante les llevó al desastre. Era el desastre de un
ejército que a veces era brillante en cuanto al empleo de la fuerza, pero que era incapaz de
limitar este uso debido a que la limitación de la fuerza haría surgir la pregunta de si la
guerra era viable para Alemania.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 599

Si la historia del ejército alemán desde los años 30 hasta mediados de la Segunda
Guerra Mundial, había sido "un expediente de los conflictos no resueltos entre los
protagonistas de una nueva estrategia basada en el uso revolucionario de las fuerzas
navales, motorizadas y aéreas, involucradas en una misión de parálisis y en los sucesos
añadidos por una estrategia tradicional basada en la
infantería .." (177); será mejor olvidarnos de los treinta años de caos existentes
en el desarrollo de la estrategia alemana. Este ensayo ha intentado analizar el cómo, el
porqué y las consecuencias bajo las cuales la estrategia alemana decidió aprovechar al
máximo las armas. Resumiendo, debe volver a resaltarse la estrategia más allá de la
tecnocracia militar y del oportunismo operativo. ¿Cuáles fueron exactamente las
opciones estratégicas de Alemania en la primera mitad del siglo XX? y ¿cuáles fueron las
decisiones estratégicas tomadas?
El desarrollo de Alemania tras la unificación se apoya en las bases gemelas de su
economía y de su vida intelectual, no en sus armas. Pero estas fuentes de fortaleza también
fueron las fuentes de la vulnerabilidad alemana. En un estricto sentido militar consistían
en la situación geopolítica de Alemania en el centro de Europa, la cual empeoró debido
al creciente alcance y destructividad de las armas y a la dependencia de Alemania de
mercados y de materias primas que estaban fuera de su control. En un sentido social y
político más amplio, estas debilidades consistieron en la pérdida de autonomía del
nuevo estado-nación, en una economía internacionalizada creciente y en la
dependencia del bienestar de la sociedad en cuanto a las condiciones generales del
mercado. La estrategia alemana se basó en la manera en la que los alemanes y sus vecinos
negociaron con Alemania hasta elevarla a una posición de dominio económico y
científico en Europa, las ventajas que aportaba esta posición y los desafíos que creaba. Era el
resultado de las posibilidades ofrecidas por las restricciones.
La política alemana podía, y de hecho lo hizo a veces, optar por apoyarse sobre su
economía y reducir escalonadamente las consecuencias militares de la unificación. Esta
opción apareció por primera vez de forma clara entre finales de la década de 1880 y
principios de la de 1890, con la intención de congelar la situación militar en Europa para
que la industria, apoyada por la marina, pudiese expansionarse sin problemas. Esta opción
se vincula con el breve cancillerato de Leo von Caprivi (1890-1894), pero también fue la
base de la estrategia de Schlieffen (178). Era una solución que ni prometía paz ni guerra,
pero que provocó un frágil equilibrio en Europa, basado en los bloques militares opuestos y
en una diplomacia que estaba muy preocupada por el armamento. Como tal, esta
opción era inestable. Dependía de la capacidad internacional del sistema para mantener
el equilibrio en Europa y, a nivel nacional, de la capacidad del gobierno de contrapesar
tanto el pacifismo como el internacionalismo socialista y las demandas de los intereses
económicos que buscaban políticas con más apoyo. Al final, la estrategia se colapso
bajo las presiones de las rivalidades imperiales y de las políticas populares.
600 Creadores de la Estrategia Moderna

Merece la pena mencionar que las élites europeas, al comenzar el siglo XX, perdieron
en gran parte su capacidad de establecer el consenso internacional e imponerlo a sus
sociedades. Este fue el resultado más importante del colapso de la estrategia profesional, el
cual dependía de la capacidad de limitar las guerras y de mantener en casa la autonomía
militar.
También existía una versión "débil" de esta opción que pareció prometedora durante
algún tiempo, pero que pronto se disipó. Esta opción se basaba en el desarme de
Alemania y en el intento, durante la década de 1920, de reconstruir la estabilidad
nacional e internacional en base a una economía revitalizada e internacionalizada. Pero
la versión débil fracasó con la misma rapidez con la que había surgido (aunque
desarrolló unos conceptos operativos brillantes) debido, principalmente, a dos motivos
que merecen un estudio. Ni siquiera el desarme radical de Alemania, hasta el punto de
dejarla indefensa, influía en la tendencia general a desconfiar de una nación que seguía
siendo la potencia económica más fuerte del continente europeo y que mantenía la
capacidad de amenazar su status quo. La estabilización económica no podía reconciliar a
algunos sectores de la población alemana ante el disminuido status internacional de
Alemania, pero, sin embargo, provocó una reacción: el creciente y desenfrenado
nacionalismo reinante, una vez comprobado que la estabilización era un espejismo. La
combinación de la desconfianza extranjera y del nacionalismo reinante se unieron en una
mezcla explosiva que ardería en Europa. Sin embargo, al igual que debemos resaltar el
colapso del orden económico mundial como un factor desestabilizador, así como al
nacionalismo alemán (179), también debemos decir que Europa, como un conjunto,
fracasó. No pudo alzarse contra el desafío de intentar poner en orden sus asuntos
apoyándose en la versión militar débil de la estabilización nacional e internacional.
La alternativa alemana consistía en reforzar el poder económico por el poder
militar. Debido a la naturaleza de la economía extendida e internacionalizada, éste era
un planteamiento hegemónico (180). Repetimos que esta opción se reflejó en una
versión débil y en una fuerte. La versión débil se ha considerado como el motivo del problema
alemán de este siglo. Fue impulsado por la búsqueda de una autonomía militar, por la
búsqueda de unas fronteras estratégicas seguras, por el control industrial de los mercados
y recursos principales y por el miedo a la política de izquierdas. Su motivación principal
era a nivel nacional: la conservación del gobierno de élite, lo cual puede observarse tanto
en los detalles operativos como organizativos de la preparación y el uso de la fuerza. Los
mejores representantes del desarrollo de estos hechos entre 1914 y 1945 son Bethmann
Hollweg, Falkenhayn y Seeckt. El rearme y la resurrección de la estrategia profesional en
los años 30 reflejó el mismo resultado. Era una extensión del gobierno de élite tanto
hacia el interior, en la política alemana, como hacia el exterior, en la economía
internacional y los asuntos exteriores. Sin embargo, todos estos conceptos fracasaron
antes de que las guerras de este siglo entrasen en su etapa decisiva.
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 601

Los planes operativos del Ejército Imperial se complicaron en el Marne y de nuevo en


Verdún; el ejército de Seeckt nunca fue capaz de empezar a combatir y los planes de los
destacamentos de Beck y Fritsh se encontraron en un callejón sin salida. Los planes
fueron concebidos con eficacia, pero resultaron ser inútiles.
Los objetivos de la guerra masiva empezaron a forjar las opciones en 1916 y 1938.
Formaron la versión fuerte de la opción hegemónica que experimentó una transformación
significativa entre la Primera y Segunda Guerra Mundial. En su petición de subordinación
funcional a toda la sociedad alemana (la solución tecnocrática de Ludendorff) a favor de
una organización más eficiente en cuanto a producción y destrucción, la industria y el
ejército intentaron acomodar la política masiva, prometiendo compartir los botines de la
eficacia a su debido tiempo. O sea, ampliaron los objetivos de guerra y abrieron las
compuertas para una guerra de purificación nacional. Los nacionalsocialistas no eran
menos totalitarios en sus intentos de organizar a la sociedad. Sin embargo, buscaban la
reconstrucción de la sociedad alemana y del estado alemán basándose en la conquista,
aniquilación y subyugación. Por fin la sociedad alemana iba a ser autónoma, estaría libre
de los caprichos del mercado (181) y segura tras sus extensas fronteras imperiales. La
respuesta nacionalsocialista a la crisis económica y social en los años entre las guerras
consistía en una forma popular de la hegemonía. La estrategia ideológica resultante se
fusionó con el oportunismo operativo del ejército alemán.
La brutalidad e inhumanidad de esta opción parecen trascender a una explicación
histórica. Pero sólo es comprensible si se basa, por un lado, en las opciones estratégicas
para afrontar la posición económica dominante de Alemania en Europa y su dependencia
de los mercados mundiales y, por otro, en llegar a un conflicto nacional entre el desafío
de la participación masiva y la defensa del gobierno de élite.
Esta solución no fue expuesta por el ejército. Fue la inteligencia alemana quien la
expuso primero como una opción estratégica llena de esperanza para la Alemania del
siglo XX, Consideraba que Alemania sólo podría sobrevivir si controlaba su propio
destino. La soberanía e integridad social y cultural alemana dependía de su expansión
(182). La combinación de una arrogancia científica extensa y de la desesperación cultural
dio a las guerras alemanas del siglo XX su contenido ideológico, que fue multiplicado y
vulgarizado mediante el creciente poder de la propaganda. También creó un problema
operativo insoluble, ya que Alemania nunca poseyó el suficiente poder militar para
controlar su propio destino, que por el contrario estaba guiado por los procesos
económicos mundiales.
Las doctrinas crecieron vertiginosamente cuando fueron asumidas por los sectores
centrales de la sociedad alemana y cuando empezaron a aparecer síntomas de una guerra
apocalíptica, tanto desde el exterior como desde el interior.
602 Creadores de la Estrategia Moderna

Las visiones de hegemonía y la regeneración nacional pudieron sobrevivir a los mayores


temores, como la destrucción y la muerte. Más que cualquier tecnología, determinaron la
naturaleza destructiva de la Segunda Guerra Mundial. La guerra fue iniciada por una
nación lo suficientemente fuerte como para desafiar al mundo, pero incapaz de soportar
sus vulnerabilidades, al menos en la primera mitad del siglo XX, ya que éstas eran el
resultado de su extraordinario auge. La fuente de la estrategia y la raíz del oportunismo
operativo de Luden-dorff, Haider, Guderian, Rommel, Manstein y sus colegas, fue la
convicción de que los alemanes podían gobernar a otros en lugar de a sí mismos y que
Alemania debía gobernar o perecer como nación.

NOTAS:

Me gustaría dar las gracias a John Shy, Charles Bright y a los editores de este volumen
por sus amables consejos para la preparación de este ensayo, que está dedicado a mi
Docktorvater, el Profesor Dr. Andreas Hillgruber, con ocasión de su sesenta
cumpleaños.

1. Zum Problem der Marneschlacht von 1914 de Gotthard Jáschke en el Historische


Zeitschnft 190 (1960), 311-48; Marneschlacht und die Óffentlichkeit 1914-1931: Eine
verdrángte Niederlage und ihre Folgen de Karl Lange (Dusseldorf, 1974).
2. Die Entwicklung der strategischen Wissenschaft im 19. Jahrhundert de Rudolf von
Caemmerer (Berlín, 1904); también ver los ensayos escritos por Hajo Holborn y
Gunther Rothenberg en este volumen.
3. The Blitkríeg Era and the German General Staff, 1865-1941 de Larry H. Addington
(New Brunswick, N.J., 1971); The Art of Blitzkrieg de Charles Messenger (London,
1967).
4. A Genius for War: The German Army and General Staff, 1807-1945 de Trevor N.
Dupuy (Englewood Cliffs, 1977).
5. Das Dogma der Vernichtungsschlacht: Die Lehren von Clausewitz und Schlieffen und ihre
Wirkungen in zwei WWitegmdeJehuda Wallach (Frankfurt, 1967).
6. The Politics of the Prussian Army de Gordon A. Craig (New York, 1964).
7. Gesammelte Schriften de Alfred von Schlieffen (Berlin, 1913), 1:11-22 (Vom Krieg
der Zunkunft); Der deutsche Wehrverein und die Reform der deutschen Armee, 1912-
1914 de Roger Chickering en MilitargeschichtlicheMitteilungen 25 (1979), 7-34.
8. Kriegsrustung und Kriegswirtschaft: Die militarische, wirtschaftliche und finanzielle Rüstung
Deutschlands, 1871-1914 de ed. Reichsarchiv (Berlin, 1930), Anlagen, 44; Der
deutsche Chauvinismus de Otto Nippold (Stuttgart, 1912). También comparar
las aportaciones en Deutsche Wehrzeitung 1912ff. Sobre el "culto a la violencia"
ver Masse und Mythos, die ideologische Krise an der Wende zum 20. Jahrhundert und
die Theorie der Gewalt: Georges Sorel de Hans Barth (Hamburg, 1959).
9. Kríegstheorien deutscher Sozialisten: Marx, Engels, Lasalle, Bernstein, Kautsky, Luxemburg
de Wolfram Wette (Stuttgart, 1971). Sobre el SPD ver Die deutsche Sozialdemokratie
zwischen Resignation und Revolution: Zur Friedensstrategie 1890-1919 de Friedhelm
Boíl en Frieden, Gewalt, Sozialismus: Studien zur Geschichte der sozialistischen
Arbeiterbewegung ed. Wolfgang Huber y Joachim Schwertfeger (Suttgart, 1976), 179-
281; Frieden ohneRevolution de Friedhelm Boíl (Bonn, 1980); Bebel und die Strategie
der Kríegsverhütung de HellmutBley (Góttingen, 1975).
10. Das Menschenschlachthaus: Bilder vom kommenden Krieg de Wilhelm Lamszus (reimp. de
la ed. de 1912, Munich, 1980); "Das Heer" de Carl Bleibtreu (Frankfurt, 1910); Der
Geist des Militarismus de Nahum Goldman (Stuttgart y Berlín, 1915); Wie wir uns im
Krieg verandert haben de Friedrich Naumann (Vienna, 1916).
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 603

11. The Short War Illusion: German Policy, Strategy, and Domestic Affairs, August-December,
1914 de Lancelot L. Farrar, Jr. (Santa Barbara, Calif., 1973); The Ideology of the
Offensive: Military Decision Making and the Disaster of 1914 de Jack Snyder (Ithaca
y London, 1984).
12. Gesammelte Werke de Schlieffen, 1:17. También ver Der Schlieffenplan: Kritik eines
Mythos de Gerhard Ritter (Munich, 1956; trad, inglés London, 1958).
13. Sobre objetivos de guerra ver Griff nach der Weltmacht, 3a ed. de Fritz Fischer
(Dusseldorf, 1964) y Krieg der Illusionen del mismo autor (Dusseldorf, 1969); y
desde una perspectiva política ver Kontinuitát una Diskontinuitát in der deutschen
Aussenpolitik von Bismarck bis Hitler de Andreas Hillgruber (Dusseldorf, 1971).
14. Das deutsche Heer van 1914: Der strategische Aufbau des Weltkríeges 1914-1918 de
Walter Elze, vol. 16 de la Bibliotheca rerum Militarium (Osnabrück, 1968), 57-
77.
15. The Fateful Alliance France, Russia, and the Coming of the First World Warde George
Kennan (New York, 1984).
16. Der Kanzler und der General de Karl-HeinzJanssen (Góttingen, 1967); The
Enigmatic Chancellor de Konradjarausch (New Haven y London, 1973).
17. The German General Staff and Its Decisions, 1914-1916 de Erich von Falkenhayn
(New York, 1920), 249.
18. John J. Mearsheimer presenta un argumento ligeramente distinto en su
Conventional Deterrence
(Ithaca y London, 1983).
19. German General Staff Ae Falkenhayn, 249; Peace through Exhaustion: German
Diplomatic Motivation for the Verdun Campaign de Lancelot L. Farrar, Jr. en Revue
Internationale d'histoire militaire 32 (1972-75), 477-94; Verdun und die Folgen: Eine
militarische und geistesgeschlichtliche Betrachtung de Michael Salewski en
WehrwissenschaftlicheRundschau 25 (1976), 89'96.
20. El mejor y único análisis fiable sigue siendo Verdun 1916de Hans Wendt (Berlín,
1931); a nivel más popular ver The Price of Glory" Verdun 1916 de Alistair Home
(London, 1962).
21. Die Operationen desjahres 1916 bis zum Wechsel der Obersten Heeresleitung, vol. 10 de
Der Weltkrieg 1914-1918 de ed. Reichsarchiv (Berlin, 1936), 338-88, 674-76;
Somme 1916 de Ernst Kabisch (Berlin, 1937).
22. Der Wechsel der OHL 1916 Ae Karl-Heinz Janssen en Vierteljahrshefte fur
Zeitgeschichte 7 (1954), 337-71; War Diaries and Other Papers de Max Hoffmann
(London, 1929), 21242-343; Meine Kriegserinnerungen, 1914-1918 Ae Erich
Ludendorff (Berlin, 1919), 203-227.
23. Ludendorff de Norman Stone en The War Lords: Military Commanders of the
Twentieth Century ed. Michael Carver (London, 1976), 13-74; German Strategy in
the Great Warde P. Neame (London, 1923), 120; Der Feldherr Ludendorff im
Ungluck: Eine Studie iiber seine seelische Haltung in der Endphase des Ersten Weltkrieges
de Wolfgant Foerster (Wiesbaden, 1952).
24. Kriegserinnerungen de Ludendorff, 419.
25. Ludendorff: The German Concept of Total Warde Hans Speier en Makers of
Modern Strategy, ed. Edward Mead Earle (Princeton, 1943), 308.
26. The Sword and the Scepter: The Problem of Militarism in Germany 4 vols. de Gerhard
Ritter (Coral Gables, Fla., 1969-73).
27. Esto se expresa claramente en Die Perfektion der Technik de Friedrich G. Jünger
en el Apéndice: Die Weltkriege, 5a ed. (Frankfurt, 1968), 180-97; como
contrapunto ver The Century of Total Warde Raymond Aron (Garden City,
N.Y., 1954). Ver también Trench Warfare 1914-1918: The Live and Let Live
System de Tony Ashworth (London, 1980); No Man's Land: Combat and Identity in
World Warlde EricJ. Leed (New York, 1981).
28. Kriegserinnerungen de Ludendorff, 208-216, 240-57; Aus meinem Leben del
Mariscal de Campo General Paul von Hindenburg (Leipzig, 1934), pags. 159-60,
176-78.
29. Kriegserinnerungen de Ludendorff, 349.
30. The Military Lives of Hindenburg and Ludendorff of Imperial Germany de Trevor N.
Dupuy (New York, 1979); Ludendorff: Genius of World Warlde Donald Goodspeed
(Boston, 1966); If Germany Attacks: The Battle in Depth in the West de G.C.
Wynne (London, 1940).
31. Entre otros los Coroneles Bauer y Lossberg, los Comandantes Wetzell y
Bruchmüller y los Capitanes Geyer, Reddemann y Rohr; ver Entwicklung der
Taktik im Weltkrieg, 2a ed. de Wil-
604 Creadores de la Estrategia Moderna

helm Balck (Berlín, 1922); La pensée militaire allemande de Eugéne Garrías (París,
1948), 335'43.
32. European Armies and the Conduct of War de HewStrachan (London, 1983), 140.
33. The Dynamics of Doctrine: The Changes in German Tactical Doctrine during the First World
War de Timothy T. Lupfer (Ford Leavenworth, Kans., 1981); para un relato más
contemporáneo ver Meine Tátigkeit im Weltkriege 1914-1918 de Friedrich Lossberg
(Berlín, 1939).
34. Grundzüge der Landkríegführung van Schlieffen bis Guarnan de Hans-Ludger Borgert en
Deutsche Militárgeschichte 1648-1939 ed. Militárgeschichte Forschungsamt (reimp.
Herrsching, 1983), 9:517-18.
35. Der Stellungskríeg 1914-1918 de Friedrich Seesselberg (Berlín, 1926); Succés stratégiques,
succés ta tiques de L. Loizeau (París, 1931); L'evolution des idees tactiques de P. Lucas
(París, 1923); Evoluzione della tatuca durante la grande guerra de S. Pagano (Torino,
1929); German Strategy de Neame.
36. Die deutschen Strumbataittone im Weltkríeg: Aufbau und Verwendung de Helmuth Gruss
(Berlín, 1939); Entwicklung der Taktik de Balck; Stellungskríeg de Seesselberg lo trata
con detalle; también ver Dynamics of Doctrine de Lupfer para un resumen.
37. Ver Kríegserinnerungen de Ludendorff, 214.
38. Ibid., 215.
39. The Silent Dictatorship: The Politics of the Terman High Command under Hindenburg and
Ludendorff, 1916-1918 de Martin Kitchen (London y New York, 1976).
40. Este es el mensaje principal en Kriegführun und Politik de Erich Ludendorff (Berlín,
1922) y en Der totale Kríegdel mismo autor (Munich, 1935).
41. Kríegserinnerungen de Ludendorff, 307.
42. Ibid.
43. Militar und Innenpolitik im Weltkrieg 1914-1918 de Wilhelm Diest (Dusseldorf, 1970),
vol. 2, esp. 7, doc. #328, 331.
44. The General Staff and Its Problems de Erich Ludendorff (New York, 1927), 2:385-400.
Pressekonzentration und Zensurpraxis imErsten Weltkríeged. Hans-Dieter Fischer (Berlín,
1973).
45. Army, Industry, andLaborin Germany, 1914-1918de Gerald D. Feldman (Princeton,
1966); Regionale Wirtschaftspolitik in der Kriegswirtschaft: Staat, Industrie und Verbánde in
Baden de H. Scháffer (Stuttgart, 1981).
46. The Pecularities of German History: Bourgeois Society and Politics in 19th'Century Germany
de David Blackbourne y Geoffrey Eley (Oxford y New York, 1984); Krisenherde des
Kaiserreichs 1871-1918 de Hans-Ulrich Wehler (Góttingen, 1970).
47. Kriegserinnerungen de Ludendorff, 240'57.
48. Der Krieg der Geister de ed. H. Kellermann (Dresden, 1915); Der Krieg der Worte de
Cincinnatus (Stuttgart, 1916); Wissenschaft und Kriegsmoral: Die deutschen
Hochschullehrer und die politischen Grunfragen desErsten Weltkriegesde Klaus Schwabe
(Góttingen, 1969).
49. Peace Moves and U'Boat Warfare de Karl Birnbaum (Stockholm, 1958); Die
Auseinandersetzungen um den uneingeschránkten U'Boot 'Krieg innerhalh der herrschenden
Klasse Deutschlands wáhrend des Ersten Weltkríeges de Bernhard Kaulisch (diss.,
Universidad de Humboldt, Berlín, 1970); Divide and Conquer: German Efforts to
Conclude a Separate Peace, 1914-1918 de Lancelot L. Farrar, Jr. (New York, 1978), 72-
84.
50. Deutshce Kriegsziele, Kevolutionierung und Separatfrieden im Osten 1914-1918 de Fritz Fischer
en His- torischeZeitschriftlSS (1959), 249-310.
51. Llamaré a este proceso la "estrategia de la guerra escalatoria" en lugar de la
estrategia "profesional" de una guerra limitadora. Relativo a esto ver Angríffund
Verteidigun im Grossen Kriege de Erich Marcks (Berlín, 1923).
52. The First World War de Keith Robbins (Oxford y New York, 1984), 82-103; European
Armies de Strachan, 130-50. Falta un análisis de la opción alemana. La mayoría de
la literatura secundaria esta basada en Die Technik im Weltkrieg de Max Schwarte
(Berlín, 1920) y Feldherr und Kriegstechnik de Karl Justrow (Oldenburg, 1933). En
relación con Gran Bretaña ver el estudio detallado de Shelford Bidwell y Dominick
Graham, Fire Power: British Army Weapons and Theories of War,
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 605

1904-1945 (London, 1982). Ninguno de estos ni ningún estudio similar considera


los aspectos político-económicos del cambio de decisiones.
53. Para un análisis más detallado ver Army, Industry, and Labor de Feldman.
54. Kriegserinnerungen de Ludendorff, 349.
55. Ludendorffde Speier, 316.
56. Der Male Krieg de Ludendorff, 10; también ver Kriegführung und Politik del mismo
autor, 23.
57. Sobre la relación inversa entre objetivos y medios en la guerra escalatoria ver
Kriegfütinm und Politik de Ludendorff, 10-23; Deutschlands Rolle in der Vorgeschichte der
badén Weltkriege de Andreas Hülgruber (Góttingen, 1967), 58-67.
58. Radicals and Reactionaries: The Crisis of Conservatism in Wilhelmine Germany de Abraham
J. Peck (Washington, DC, 1978), 215.
59. De nuevo debemos resaltar que las guerras apocalípticas no son necesariamente
guerras de destrucción total, sino guerras que "siguen la racionalidad técnica (o
instumental) sin seguir ningún objetivo racional (sustantivo). (Perfektion der 1
'echnikde Jünger, 189).
60. Militarism and the Development of Fascist Ideology: The Political Ideas of Colonel Max Bauer,
1916-1918 de Martin Kitchen en Central European History 8 (1975), 199'220; Oberst
Max Bauer: Generalstabsoffizier im Zwielicht, 1869-1929de Adolf Vogt (Osnabrück,
1974).
61. Perfektion der Technik át Jünger, 184.
62. Kriegserinnerungen de Ludendorff, págs. 434-435; Die Kriegführung im Frühjahr 19I7,
vol. 12 de Der Welkrieg 1914-1918de ed. Reichsarchiv (Berlin, 1939), 560-89.
63. Resúmenes en Dynamics of Doctrine de Lupfer, 37-54; Art of Blitzkrieg de Messenger, 9-
29. También ver Taktik de Balck; Die deutschen Strumbataillone de Gruss; Die Artillerie
beim Angriffim Stellungskrieg de Georg Bruchmüller (Berlin, 1926).
64. Der Durchbruch: Studie an Hand der Vorgánge des Weltkrieges 1914-1918 de K. Krafft von
Delmensingen (Hamburg, 1937), 132-85; Dogma der Vemichtungsschlacht de Wallach,
271'88.
65. Mein Kriegstagebuch de Rupprecht von Bayern (Berlin, 1929), 2:372; Aus meinem
Leben de Hindenburg, 233-44; The Swordbearers: Studies in Supreme Command de C.
Barnett (London, 1963), 282.
66. The Kaiser's Battle de Martin Middlebrook (London, 1978); Die Kriegführun an der
Westfront im Jahre 1918de ed. Reichsarchiv, vol. 14 de Der Weltkrieg 1914-1918 (1944
(Berlin, 1956)).
67. Radicals and Ractionaries de Peck, 203-221; Klassengesellschaft im Kriege: Deutsche
Sozialgeschichte 1914-1918de]ÜTgenK.ocka (Góttingen, 1973).
68. Baltikum: Dans fe Reich de la défaite: Le combat du Corps-Francs, 1918-1923 de
Dominique Venner (Paris, 1974); Als politischer General im Oslen, 2a. ed. de Rüdiger
von der Goltz (Leipzig, 1936). Deutsche Truppen und Entente-Intervention in
Südrussland 1918/19 de Kurt Fischer (Boppard, 1973).
69. Paramilitary Politics in Weimar Germany de James Diehl (Bloomington, 1977), 75-116.
Der Ludendorff-Kreis 1919-1923: München ais Zentrum der mitteleuropaischen
Gegenrevolution zwischen Revolution und Hitler-Putsch de Bernhard Thoss (Munich,
1978(.
70. Einwohnerwehren und Zeitfreiwilligenverbande: Ihre Funktion beim Aufbau eines neuen
imperialistischen Militarsystems 1918-1920 de Erwin Kónnemann (Berlin, 1971); Military
Work, Civil Order, Militant Politics: The German Military Experience, 1914'1945 de
Michael Geyer, Informe ISSP num. 39 del Woodrow Wilson Center (Washington,
DC, 1982), 34-36.
71. Entwaffnung und Militdrkontrolle in Deutschland 1919 bis 1927' de Michael Salewski
(Munich, 1966); Vom Versailler Vertrag zur Confer Abriistungskonferenz: Das Scheitern der
alliierten Militárkon- trollpolitih gegenüber Deutschlan nach dem Ersten Weltkrieg de Jürgen
Heideking en Militárgeschichtliche Mitteilungen 28 (1980), 45-68.
72. Der Ruhrkampfde Wolfgang Sternstein en Gewaltloser Widerstand gegen Aggressoren ed.
A. Roberts (Góttingen, 1971), págs. 50-68; también ver el memorandun del
Secretario de Estado Hamm de 14-15 de mayo, en Das Kabineít Cuno, 22 November
1922-12 August 1923 de Karl-Heinz Harbeck (Boppard, 1968), 260-61; Über das
politische Motiv der deutschen Sicherheit in der europáischen Geschichtede Hermann Oncken
(Berlín, 1926); y el libreto Reichswehr oder Landesverteidigung de CarlMertens
(Wiesbaden, 1926).
606 Creadores de la Estrategia Moderna

73. Seeckt de Hans Meier-Welcker (Frankfurt, 1967); Seeckt: Aus seinem Leben de F.
von Rabenau (Leipzig, 1940).
74. 1813/1814: Eine militarpolitische Untersuchung de Helm Speidel (Disc, filos.
Universidad de Tubingen, 1924).
75. Imperialistische Okonomie und militárische Strategic: Eine Denkschrifl Wilhelm Groeners
de Dorotea Fensch y Olaf Gróhler en Zeitschriflfür Geschichtswissenschaft 19 (1971),
1167-77.
76. Aufrüsíung oder Sicherheit: Reichswehr in der Krise der Machtpolitik 1924-1936 de
Michael Geyer (Wiesbaden, 1980), 81.
77. Stresemann and the Rearmament of Germany de Hans Gatzke (Baltimore, 1954); Das
Krisenjahr 1923: Militar und Innenpolitik 1923-1924 de Heinz Hurten (Dusseldorf,
1980). Aquí se quiere reflejar que los grupos significativos de la sociedad alemana
apoyaban a Seeckt, pero la opción de la "recuperación nacional" mediante la
guerra aliada no encajaba ni en las condiciones nacionales ni en las
internacionales.
78. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer, 85.
79. Ibid.; la literatura sobre Volkskríeg aún es la inadecuada. Kleinkrieg: Geschichtliche
Erfahrungen und künftige Móglichkeiten de Arthur Ehrhardt (Potsdam, 1935) es un
resumen.
80. Aufrüstun oder Sicherheit de Geyer, 86.
81. La referencia a la guerra colonial es explícita y frecuente. Sobre la formación de la
guerra de exterminio en Alemania ver Kolonialherrschaft und Sozialstruktur in Deutsh-
Südwestafrika 1894-1914 de Helmut Bley (Hamburg, 1968).
82. Aufrüstun oder Sicherheit de Geyer, 86-87.
83. Sobre la modernización del ejército ver las tesis Die Tátigkeit und Wirksamkeit des
Heereswaffenamtes der Reichswehr für die materiett-technische Ausstattung eines 21 Divisionen
Heeres 1924-1934 de Heinz Sperling, (disc., Pádagogische Hochschule Potsdam, 1980);
Zum Problem der Bewaffnung des impe- rialistischen deutschen Heeres 1919-1939áe
Manfred Lachmann (disc, filos. Leipzig, 1965); Theorie und Praxis der Heeresmotorísierung
im faschistischen Deutschland bis 1939 de R. Barthel, (disc, filos. Leipzig, 1967). El
problema es llegar a comprender la adulación que se hace de Guderian en la
literatura inglesa. Guderian es sólo otro oficial de estado mayor que apoyo y, con la
función de oficial en la sección de transportes, ayudó a idear la nueva docrina de
la guerra móvil (de carros) como un medio para sobrevivir al impasse del
Vernichtungsgedanke en la Primera Guerra Munidal. Descontando las obras
Guderian de Karl J. Walde (Frankfurt, 1967), Guderian: Panzer General de Kenneth
Macksey (London, 1975), Generalaberst Heinz Guderian und die Entstehungs- geschichte des
modemen Blitzkrieges de Dermot Bradley (Osnabrück, 1978) y Die Geschichte der deutschen
Panzerwaffe 1916-1945 de Walther Nehring (Berlín, 1969) no existe ningún estudio
empírico sobre el desarrollo del carro como arma. La literatura disponible, hasta el
extremo tratar los documentos disponibles, concierne o los conflictos intramilitares
alemanes, que datan hasta la discusión sobre las oportunidades perdidas en la
Segunda Guerra Mundial en lugar de las controversias en 1935-36, o los debates
británicos sobre las oportunidades perdidas en cuanto a la modernización del
ejército en Francia y Gran Bretaña. Debe decirse que este argumento consiste de
dos partes: (a) la literatura disponible trata sobre la relación entre los que proponían
y los que se oponían a las fuerzas de carro; y (b) la concentración sobre un salida
tecnológica del impasse de la Primera Guerra Mundial refleja un empobrecimiento
del pensamiento estratégico. Se desplaza desde un estudio de principios de la guerra
hasta las docrinas que conciernen la práctica de la guerra.
84. Ver la directiva RWM HL IV Núm. 601.26 geh. In6 (K), de 10 de noviembre de
1926; en el Bundesarchiv-Militararchiv (de aquí en adelante citado como BA-MA)
RH 39/v.llS. (In6 (K) es la inspección de armas para tropas motorizadas).
85. Ibid.
86. TI (Sección de Operaciones) 762/27 g.Kdos. II, de 5 de diciembre de 1927
(firmado por Fritsch); BA MA II H 539. En el mismo documento la sección de
operaciones defiende una conversión pausada de las unidades motorizadas de
transporte a de combate.
87. La orden de batalla para el regimiento (planificado) de carros se encuentra en
Chef HI 659/29 geh. T4II, de 1 de septiembre de 1929 (firmado por Blomberg;
T4 es la Sección de Entrenamiento); BA MA II H 540. La decisión a favor de la
conversión de las tropas motorizadas a unidades de combate llegó con el
importante juego de guerra de organización de 1928,
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 607

que probó las necesidades del ejército para la fase de armamento en 1928-1933; ver
el briefing de los oficiales mayores de la 7a Unidad Motorizada (Bávara), de 6 de
enero de 1929; BA MA RH 39/V.294.
88. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer, 93-94.
89. Der zur Organisation erhobene Burgfrieden de Michael Geyer en Militar und Militarismus in
der Wei- marer Republik ed. Klaus-Jürgen Müller y Eckhard Opitz (Dusseldorf, 1978),
15-100.
90. Cálculos según la hoja de datos en HWaA (Oficina de Contratación del Ejército)
588/28 geh. Kdos "z" WiStb, sin fecha (1928); BA-MA RHS/v.892; los
comentarios de la conclusión de Wehramt 767/30 g.Kdos "z" Wehramt, de 23 de
julio de 1930; BA-MA RHS/v.906, que dividió el abastecimiento en cocinas de
campaña y vehículos de transporte.
91. Reichswehr und Industrie de Ernst W. Hansen (Boppard, 1978); Militar und
Wiederaufrüstung in der Weimarer Republik: Zur politischen Rolle und Entwicklung der
Reichswehr de Karl Nuss (Berlín, 1977).
92. Locarno Diplomacy: Germany and the West, 1925-1929 de Jon Jacobson (Princeton,
1972). Ver también Weimars Wirtschafi und die Aussenpolitik der Republik 1924-1926 de
Karl H. Pohl (Dusseldorf, 1979); Stresemann's Territorial Revisionism de Martin Enssle
(Wiesbaden, 1980).
93. Der Weltkrieg und seine Probleme: Ruckschau und Ausblick de Wilhelm Groener (Berlin,
1930); Das Testament des Grafen SMieffen del mismo autor (Berlín, 1927); ver el
resumen de Dogma der Ver- nichtungsschlachtde Wallach, 305-323.
94. Sesión de la Mittwochsgesellschaft de 5 de noviembre de 1930: W. Groener, Die
Kriegführung derZukunft, Bundesarchiv, Kl. Erw. 179-1.
95. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer, 191-95; The Civil-Military fabric of Weimar Foreign
Policy de Gaines Post, Jr. (Princeton, 1973), 203-238; TA (Truppenamt/General
Staff) 284/29 g. Kdos.26 de marzo de 1929: Conclusiones de los estudios del estado
mayor en el invierno de 1927/28 y 1928/29, BA-MA II H 597.
96. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer 208-209.
97. TA 284/29 g. Kdos, ver 107.
98. M.A. (Ministeramt) 221/29 W, 22 de abril de 1929; BA-MA II H 597.
99. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer, 209-213; Civil-Military Fabric de Post, 101-108.
100. Civil-Military Fabric de Post, 197-98.
101. El Caso Pilsudski fue el cuarto "escentario" según el documento básico para la
planificación de mobilización del Reichswehr, RWM 147.30 WIIA (indica que el
documento originó del Ministeramt "político" en lugar del estado mayor o
Truppenamt), 16 de abril de 1930: Tasks of the Wehrmacht, BA-MA M16/34072;
tratado con detalle en Civil-Military Fabric de Post, 231-37.
102. Aufrüstung oder Sicherheuit de Geyer, 221.
103. Civil-Military Fabric de Post, 204-214, 234-38.
104. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer, 182-83.
105. Memoiren 1918-1934 de Heinrich Brüning (Stuttgart, 1970), 552-54.
106. German Rearmament and the West, 1932-1933 de Edward W. Bennett (Princeton,
1979), 235-41, 338-55.
107. National Socialism and the Military in the Weimar Republic de Michael Geyer en The Nazi
Machter- greifunged. Peter Stachura (London, 1983), 101-123; Die Reichswehr und das
Scheitern der Weimarer Republik de Andreas Hillgruber en Weimar, Selbstpreisgabe einer
Demokratie: Eine Bilanz heute ed. Karl-Dietrich Erdmann y Hagen Schulze (Dusseldorf,
1980), 177-92.
108. Neue Dokumente zur Geschichte der Reichswehr 1930-1933 de Thilo Vogelsang en
Vierteljahrshefte fur Zeitgeschichte 2 (1954), 397-436.
109. Das Heer und Hitler: Armee und Nationahozialistisches Regime 1933-1940 de Klaus-Jürgen
Müller (Stuttgart, 1969); The German Army and the Nazi Party, 1933-1939de Robert J.
O'Neill (London, 1966) continúa siendo el mejor ejemplo inglés del asunto.
110. Der Male Krieg und die Ordnung der Wirtschaft: Die Kriegswirtshcaft im Spannungsfeld von
Politik, Ide- ologie und Propaganda 1939-1945 de Ludolf Herbst (Stuttgart, 1982), 42-61,
82-92; Krieg in Wei-
608 Creadores de la Estrategia Moderna

tanschauung und Praxis des Nationalzatismus 1919-1945 de Hans Adolf Jacobsen en


Hitlerwell una historischeFahtened.A. Manzmann (Kónigstein/Ts., 1979), 71-80.
111. Hitlers Strategie: Politik und Kriegführung 1940-1941, 2a ed. de Andreas Hillgruber
(Munich, 1982); Deutschlands Rolle in der Vorgeschichte der Beiden Wettkriege del
mismo autor.
112. The Army in the Third Reich: An Historical Interpretation de Klaus-Jürgen Müller en
Journal of Strategic Studies 2 (1979), 123-52.
113. Truppenfutmmg(T.F. (Berlin, 1936).
114. The Change in the European Balance of Power, 1938-1939: The Path to Ruin de
Williamson Murray (Princeton, 1984), 174.
115. Die militarische Mobilmachungsplanung und -technik in Preussen und im Deutschen Reich
de Herrman Rahne (disc. Leipzig, 1972).
116. Deutsche Rüstungspolitik vom Beginn der Genfer Abriistungskonferenz bis zur
Wiedereinfuhrung der Allgemeinen Wehrpflicht 1932-1935de Hans-Jürgen Rautenberg
(disc, filos., Bonn, 1973), 302-319.
117. General Ludwig Beck: Studien und Dokumente zur politischmilitarischen Vorstellungswelt
und Tatigkeit des Generalstabschefs des deutschen Heeres 1933-1938 de Klaus-
Jürgen Rautenberg (Boppard, 1980), 163-84.
118. Militar, Rüstung und Aussenpolitik: Aspekte militarischer Revisionspolitik in der
Zwischenkriegszeit de Michael Geyer en Hitler, Deutschland un die Machte, 2a ed.
ed. Manfred Funke (Dusseldorf, 1978), 239-68.
119. Ursachen und Voraussetzungen der deutschen Kriegspolitik de Wilhelm Deist y otros
(Stuttgart, 1979).
120. No existe un estudio detallado del planteamiento de destacamentos alemanes
entre 1935 y 1939. Lo que se encuentra a continuación esta basado en
Mobilmachungsplanung de Rahne; Das Heer 1933-1945, 3 vol. de Burkhart Müller-
Hildebrand (Darmstadt y Frankfurt, 1954-59) y material sin publicar de Donald
Shearer bajo el título Initial Military Preparations, Peacetime Activation, Mobilization,
Deployment, and Transportation Planning (ms.). También ver The Wehrmacht and
German Rearmament de Wilhelm Deist (London y Basingstoke, 1981), 36-53.
121. Aufrustung oder Sicherheit de Geyer, 446-49.
122. RKM u. ObdW 55/37 geh. Kdos., Chef Sache Lia, 24 de junio de 1937, Directives
1937/38 en IMT 34, Doc Num. 175-C, pags. 733-47.
123. Observations on the militarypolitical situation in May 1938 de Beck de 5 de mayo de
1938, en Beck de Müller, 502-511 y Rüstungsbeschleunigung und Inflation: Zur
Inflationsdenkschríft des Oberkom-mandos der Wehrmacht vom November 1938 de
Michael Geyer en Militargeschichtliche Mitteilungen 30(1981), 121-86.
124. Beck de Müller, 182-83.
125. Aufrüstung oder Sicherheit de Geyer, 419-28, 429-32.
126. 'Ver apéndice núm. 2 al ObdW 94/37 geh. Kdos., Chef Sache Lia, 7 de
diciembre de 1937 (Primer suplemento a las directivas, 1937/38); BA-MA Caso
1197/33306c. Debe decirse que estos Sonder,fálle nunca fueron planificados con
antelación. Por lo que el planeamiento ad hoc para la operación contra Austria
encajaba en las directivas, aunque iba en contra de las demandas de los
"profesionales" que estaban alrededor de Beck.
127. Beck de Müller, 225-72.
128. Niederschrift über die Besprechung in der Reichskanzlei am 5, Noviembre 1937, en:
IMT 25, Doc núm. 386-PS, 402-413.
129. Esto se expresó como oposición a los preparativos para un ataque militar
contra Austria (Memorándum e 20 de mayo de 1937m en Beck de Müller, 493-97).
130. Ibid., 503-50. ,
131. Ibid., 266-70.
132. Ver La strategic aüemande 1939-1945 de Manfred Messerschmidt en Revue d 'histoire
de la deuxiéme guerre mondiale 25 (1975), 1-26 y Der Zweite Weltkríeg 1939-1945
Kriegsziele und Strategie dergrossen Machte, 2a. ed. de Andreas Hillgruber (Stuttgart,
1982).
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 609

133. '¿ur Konzeption finer Geschichte des Zweiten Weltkrieges 1939-1945: Disposition mil krítisch
ausgewáhl-tem Schrifttum de Hans-Adolf Jacobsen (Frankfurt, 1964) y Deutsche
Kriegführung 1939-1945 del mismo autor (Hanover, 1961).
134. Der Zenit des Zweiten Weltkrieges, Juli 1941 de Andreas Hillgruber (Wiesbaden, 1977).
135. Die 'Endlosung' una das deutsche Ostimperium ais Kernstück des rassenideologischen
Programms des Nationalsozialismus de Andreas Hillgruber en Hitler, Deutschland una
die Máchte, 2a. ed. ed. Manfred Funke (Dusseldorf, 1978), 94-114.
136. Germany and the Soviet Union, 1939-1941, 2a. ed. de Gerhard L. Weinberg
(Leiden, 1972); Deutschland in der Konzeption der sowjetischen Aussenpolüik 1933-
1941 de B. Peitrow (disc. rer. pol., Kassel, 1981).
137. Die Westmáchte una das Dritte Reich 1933-1939 de Karl Rohe, ed. (Paderborn,
1982); Der Faktor Amerika in Hitler's Strategic 1938-1941 de Andreas Hillgruber en
Deutsche Grossmachtpolitik im 19. und 20. Jahrhundert (Dusseldorf, 1977), 197-222.
138. The Foreign Policy of Hitler's Germany: Starting World War II, 1937-1939 de Gerhard L.
Weinberg (Chicago, 1982), caps. 12-14, donde pone énfasis a los aspectos
diplomáticos y Change in the Balance of Power de Murray, donde pone énfasis a las
oposiciones nacionales.
139. Ver Die Errichtung der Hegemonie aufdem europaischen Kontinent de Klaus A Maier y
otros (Stuttgart, 1979), el cual es un punto de vista operativo de estas campañas;
'Weserübung': Die deutsche Besetzung von Dánemark und Norwegen, nach amtlichen
Unterlagen dargestellt, 2a. ed. de Walter Hubatsch (Góttingen, 1960); Der
Mittelmeeraum in Hitler Strategic 1940: 'Programm; und militáris- chePlanungde
Gerhard Schreiber en Militargeschichtliche Mitteilungen 28 (1980), 69-99.
140. The Strategy of the 'Phoney War': A Re-Evaluation de Williamson Murray en
Military Affairs 45 (1981), 13-17; Der 'selsame Krieg' vom September 1939 bis zum
Fruhjahr 1940 de Gerhart Haas en Militdrgeschichte 18 (1979), 271-80; England in
Hitlers politischem Kalkül 1935-1939 de Josef Henc-ke (Boppard, 1973).
141. Fall Gelb: Der Kampf um den deutschen Operationsplan zur Westoffensive de Hans-
Adolf Jacobsen (Wiesbaden, 1957). Sobre los primeros planes ver German Military
Planning and France, 1930-1938de Charles B. Burdick en World Affairs Quarterly
(1959-60), 299-313.
142. Friedensinitiativeen und Machtpolitik im Zweiten Weltkrieg 1939-1942, 2a. ed. de
Bernd Martin (Dusseldorf, 1976).
143. Winston Churchill: Finest Hour, 1939-1941 de Martin Gilbert (Boston, 1983); La
stratégie secrete de la Aróle de guerre: I^e Conseil Supreme Interallié, septembre 1939-
avril 1940 de Francois Bédarida (Paris, 1979); The Collapse of British Power de
Corelli Barnett (New York, 1972); The Anglo-German War 1939-1942: Some
Movements to End It by Negotiated Peace de N. Fieldhouse en Transactions of the Royal
Society of Canada 9(1971).
144. Kriegstagebuch de Generaloberst Franz Haider, ed. Hans-Adolf Jacobsen (Stuttgart,
1962); 1:374-75; Hitlers Strategic de Hillgruber, 144-91; World War II, Policy and Strategy:
Selected Documents with Commentary de Hans-Adolf Jacobsen y Arthur L. Smith,
eds., (Santa Barbara, 1979), cap. 5. Sobre la situación estratégica en 1940, tras el
fracaso de un ataque directo contra Gran Bretaña ver Operation Sea Lion de Ronald
Wheatley (Oxford, 1958); sobre la batalla de Bretaña ver el relato admirablemente
juicioso de Telford Tayler, The Breaking Wave (New York, 1967), el cual refleja el
intento alemán de mantener la iniciativa estratégica; o sea, de prevenir una larga
guerra "económica" procedente del eje centroeuropeo. Esta opción refleja tanto
consideraciones domésticas (guerra de una purificación nacional) como el
reconocimiento de la dependencia de Alemania en los mercados mundiales, que es
tratado por Murray en Change in the European Balance, 326-34. Sobre la opción de
una guerra corta ver Totaler Krieg und Blitzkrieg de Gerhard Fórster (Berlín, 1967)
con una interpretación "instrumental" que explica al blitzkrieg como un intento de
igualar los medios y los fines. En The German Economy at War (London, 1965), Alan
Milward interpreta estas campañas sobre la disputa interna alemana entre
"armamento en profundidad" (General Thomas) y "armamento en superficie"
(Hitler).
145. Esta opción refleja los antiguos objetivos de 1914. Ver Anatomic des Krieges: Neue
Dokumente ubre die Rolle des deutschen Monopolkapitals bei der Vorbereitung und
Durchführung des '¿weiten Weltkrieges de Wolfgang Schumann y Dietrich Eichholtz,
eds. (Berlín, 1969); Anatomie der Aggression: Neue Dokumente zu den Kriegszielen des
faschistischen Imperialisms im Zweiten Weltkriegde Gerhard Hass y Wolfgang Schumann
(Berlín, 1972); Geschichte der Kriegswirtschaft 1939-1945 (Berlín, 1969).
610 Creadores de la Estrategia
Moderna

146. Ribbentrop und die deutsche Weltpolitik 1933-1940: Aussenpolitische Konzeptionen und
Entscheidungs-prozess im Dritten Reich de Wolfgang Michalka (Munich, 1980).
147. Der Zweite Welkrieg de Hillgruber, 129-34; Hitler Wásungen für die Kriegführun 1939-
1945: Doku-mente des Oberkommandos der Wehrmachtde Walther Hubatsch, ed.
(Frankfurt, 1962), 84-88; Auf anti-sowjetischem Kriegskurs: Studien zur militarischen
Vorbereitung des deutschen Imperialismus aufdie Aggression gegen die UdSSR 1933-1941
(Berlín, 1970). También ver Dasjahr 1941 in der deutschen Kriegs- und Aussenpolitik
de Peter Krüger en Dasjahr 1941 in der europáischen Politik ed. Karl Bosl (Munich,
1972), 7-38. Sobre el suceso en los Balcanes ver Hitler's Strategy 1940-1941: The
Balkan Clue de Martin Van Creveld (Cambridge, 1973).
148. Hitlers Weisungm de Hubatsch, 129-34; Die deutsche Seekriegsleitung 1935-1945 de
Michael Salews-ki, ed. (Frankfurt, 1973), 3:189-214; Lagevortrdge des
Oberbefehlshabers der Kriegsmarine vor Hitler 1939 bis 1945 de Gerhard Wagner, ed.
(Munich, 1972); DerEntwurf zurFührerweisungNr. 32 vam Il.Juni 1941: Eine
quellenkritische Untersuchung de Karl Klee en Wehrwissenschaftliche Rundschau 6
(1976), 127-41.
149. India in Axis Strategy: Germany, Japan, and Indian Nationalists in the Second World
War de Milan Hauner (Stuttgart, 1981), 133-92.
150. Auftakt zum Untergang: Hitler und die Vereinigten Staaten von Amerika 1939-1941 de
Saúl Friedlán-der (Stuttgart, 1965); From 'Uralbomber'to 'Amerikabomber': The
Luftwaffe and Strategic Bombing de Richard J. Overy en Journal of Strategic Studies I
(1978), 154-78; The Swastika and the Eagle: Hitler, the United States, and the Origins
a/World War II de James V. Compton (Boston, 1967).
151. No existe un estudio comparativo del desarrollo estratégico global entre 1941 y
1943, o sea, la fase que comenzó con el final del blitzkrieg anterior a Moscú y que
acabó con Estalingrado y la pérdida de Africa del norte, la derrota en el Atlántico
y el colapso de la defensa aérea alemana. Decisive Battles of World War II: The
German View de Hans-Adolf Jacobsen yjurgen Roh-wer, eds. (New York, 1965), 180-
313; Zweite Weltkriegde Hillgruber, 88-105; World War II de Jacobsen y Smith, cap.
4, donde se resaltan las mayores decisiones estratégicas y operativas del lado
alemán.
152. El resumen más reciente es Albert Seaton, The Fall of Fortress Europe 1943-1945
(London, 1981); ver The Destruction of the European Jews de Raul Hilberg (New York,
1961) para el desarrollo de la campaña de aniquilación.
153. Das Russlandbild der führenden deutschen Militárs vor Beginn des Angriffs auf die
Sowjetunion de Andreas Hillgruber en Russland-Deutschland-Amerika Festschrift
fur F. Epstein (Wiesbaden, 1980), 296-310; Hitler's Image of the United States de
Gerhard L. Weinberg en American Historical Review 69 (1964), 1006-1021. Ver
también Das Verháltnis von Wehrmacht und NS'Staat und die Frage der
Traditionsbildung de Manfred Messerschmidt en Aus Politik und Zeitgeschichte B
17/81 (25 de abril de 1981), 11-23.
154. Strategy for Defeat: The Luftwaffe, 1933-1945 de Williamson Murray (Maxwell Air Force
Base, Ala., 1983); The Air War 1939-1945de Richard J. Overy (New York, 1981).
155. Hitler: The Man and Military Leader de Percy E. Schramm (Chicago, 1971); War Lord
Hitler: Some Points Reconsidered de Martin Van Creveld en European Studies Review 4
(1974), 57-79; Change in the European Balance of Power de Murray. Tanto la literatura
sobre Hitler como sobre Feldherr es interminable. La más comprensiva y, a la vez,
idiosincrática es un estudio realizado por David Irving titulado Hitler's War (New
York, 1977).
156. Zur Ansprache Hitlers vor den Führem der Wehrmacht am 22. August 1939 de Winfried
Baumgart en Vierteljahrhshefte fur Zeitgeschichte 16 (1968), 120-49; Totalitarian
Approaches to Diplomatic Negotia tions de Gordon A. Craig en Studies in Diplomatic
History and Historiography in Honor of G.P. Gooch ed. A.O. Sarkissian (London,
1961), 107-135; ver también Fall Gelb de Jacobsen, 59-64 and Der Hitler-Mythos:
Volksmeinung und Propaganda im Dritten Reich dejan Kershaw (Stuttgart, 1980).
157. Al igual que en estrategia, el estímulo ideológico y el oportunismo táctico iban
emparejados con la diplomacia; ver The Foreign Policy of Hitler's Germany de Gerhard
L. Weinberg; Deutsche Aussenpolitik 1933-1945: Kalkül oder Dogma ? de Klaus
Hildebrand (Stuttgart, 1971) tiene la tendencia a separarlos en la larga tradición de
estudios que intenta distinguir las consideraciones ideológicas (dogmáticas) y
pragmáticas (oportunistas o basadas en la política) en las pretensiones de Hitler.
158. El papel desempeñado por la acción y el éxito se demuestra en la estrategia de
movilización de Hitler anterior a 1933 (Vom Trommler zum Führer: Der Wandel von
Hitlers Selbstverstándnis zwischen
La Estrategia Alemana en la Era de la Guerra Mecanizada, 1914-1945 611

1919und 1924 una dieEntstehungderNSDAPde Albrecht Tyrell (Munich, 1975)).


Ambos continúan desempeñando un papel principal en toda su carrera y se
perciben más en sus últimos discursos; ver Hitlers Ansprache vor Generalen una
Offizieren am 26. Mai 1944 de Hans-Heinrich Wilhelm, ed., en Militárgeschichtliche
Mitteilungen 20 (1976), 124-70. Para el papel del "éxito" en el colapso de la
oposición militar ver The Conspiracy against Hitler in the Twilight War de Harold C.
Deutsch (Minneapolis, 1958).
159. Change in the European Balance de Murray, 37.
160. The Sources of Military Doctrine: France, Britain, and Germany between the World Wars
de Barry R. Posen (Ithaca y London, 1984), 86.
161. The German Army 1933-1945: Its Political and Military Failures de Matthew Cooper
(New York, 1978), 149.
162. The Other Side of the Hill, 2a ed. de Basil H. Liddell Hart (London, 1951); Liddell
Hart and the German Generabas Brian Bond en Military Affairs 41 (1977), 16-20.
163. Dokumente zur Vorgeschichte des Westfeldzuges 1939-1940 de Hans-Adolf Jacobsen,
ed. (Góttingen, 1956).
164. Dokumente zum Westfeldzug 1940 de Hans-Adolf Jacobsen, ed. (Góttingen, 1960);
ver Guarnan de Macksey, 80-90 y el autoretrato de Guderian Erinnerungen eines
Soldaten, 9a ed. de Heinz Gude-rian (Neckargemünd, 1976); además ver The
Rommel Papers de Erwin Rommel, ed. B.H. Liddell Hart (London, 1953).
165. El análisis más detallado se encuentra en Die Wehrmacht im NS-Staat: Zeit der
Indoktrination de Manfred Messerschmidt (Hamburg, 1969). El papel de la
competición y el éxito se hace más evidente en las nuevas formas de avance y
privilegio; sobre dotaciones ver Die Cúter der Genérale: Dotationen im íweiten
Weltkriegde Olaf Groehler en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft 19 (1971), 655-63;
sobre ascensos ver Die Wehrmacht Elite: Rang- und Herkunfts-Struktur der deutschen
Genérale und Admírale 1933-1945de Reinhard Stumpf (Boppard, 1982).
166. Ver Kriegstagebuch" de Haider sobre la naturaleza burocrática de la toma de
decisiones, al igual que Der Generalquartiermeister: Briefe und Tagebuchaufzeichnungen
des Generalquartiermeisters des Hee- res, General der Artillerie Eduard Wagner de
Eduard Wagner (Munich, 1963). El desenlace del OKW fue menos burocrático y
más orientado hacia la eficacia: Im Hauptquartier der deutschen Wehrmacht 1939-
1945 (Frankfurt, 1962). Se pueden contrastar estos dos estilos con la lucha
personalizada en la cima; ver Ais Hitlers Adjutant 1937-1945 de Nicolaus von
Below (Mainz, 1980) y Heeresadjutant bei Hitler 1938-1943: Aufzeichnungen des
Majors Engel de Hildegard von Kotze (Stuttgart, 1974).
167. German Strategy against Russia 1939-1941 de Barry Leach (Oxford, 1973), 87-123.
Fall Barbarossa: Dokumente zur Vorbereitung der faschistischen Wehrmacht auf die
Aggression gegen die Sowjetunion 1940/41 de E. Moritz, ed. (Berlin, 1970).
168. Ver un énfasis un tanto diferente en Der Angriff auf die Sowjetunion de Horst Boog
y otros (Stuttgart, 1983), 202-276, que es el estudio más completo sobre la
Operación Barbarroja. También es el único estudio que resalta las dimensiones
apocalípticas de la operación como parte de la conducción militar de la guerra.
169. Ibid., 233-47. DeDuitse aanval of de Svoiet-Unie en 1941, 2 vols. de Frans Pieter ten
Kate (Gronin-gen, 1968). La discusión más detallada es DerFalñl Barbarossa:
Untersuchungen zur Geschichte der Vorbereitungen des deutschen Feldzuges gegen die
UdSSRde A. Beer (disc, filos. Münster, 1978).
170. Angriff auf die Sowjetunion de Boog, 242-48 (el plan final de destacamento de 8
de junio de 1941) y 238-42 (Directiva núm. 21).
171. Citado en German Army de Cooper, 272; ver también Panzer-Operationen: Die
Heeresgruppe 3 und der operative Gedanke der deutschen Fahrung im Sommer 1941 de
Hermann Hoth (Heidelberg, 1956). Ver la evaluación crítica de estos conceptos
en hunder on the Dneiper: The End of the Blitzkrieg Era, Summer 1941 de Brian
Fúgate (disc., Universidad de Texas, Austin, 1976). Sobre la confusión y la
conflictividad en el mando alemán ver Franz Haider and Orsha: The German Gene
ral Staff Seeks a Consensur de Earl F. Ziemke en Military Affairs 39 (1975), 173-76.
172. The Russo-German War, 1941-1945 de Albert Seaton (London, 1971); Die Wende
vor Moskau: Das Scheitern der Strategie Hitlers im Winter 1941/42 de Klaus Reinhardt
(Stuttgart, 1972).
173. Kriegstagebuch de Haider, 3:123.
612 Creadores de la Estrategia Moderna

174. Wende vor Moskau de Reinhardt, 197-254; Angriff auf die Sowjetunion de Boog, 600-51;
Russia at War, 1941-1945 de Alexander Werth (New York, 1964), 225-74; The Battle
far Moscow, 1941-1942 de Albert Seaton (London, 1971). También ver The Road to
Stalingrad de John Erickson (New York, 1975).
175. Angriff auf die Sowjetunion de Boog, 150. Ver el análisis detállalo de la guerra
ideológica, racista y económica en el mismo volumen.
176. Angriff auf die Sowjetunion de Boog, 242-58, 470-97, 959-1021; Zur Entwicklung
der Einsatz-grundsátze der Infanterie der deutschen Wehrmacht im Zweiten Weltkrieg de
Hans Hohn en Zeitschrift für Militargeschichte 9 (1970), 554-66. Zur Rolle der
Wehrmacht im Krieggegen die Sowjetunion dejür-gen Fórster en Aus Politik und
Zeitgeschichte B 45/80 (8 de noviembre de 1980), 3-15; Russo-Ger-man War de
Seaton; The Eastern Front 1941-45: German Troops and the Barbarisation of Warfare
de Omar Bartov (Basingstoke, 1985).
177. German Army de Cooper, 149.
178. DeutscheRüstungspolitik, 1860-1980de Michael Geyer (Frankfurt, 1984), 61-63.
179. Internationale Beziehungen in der Vieltwirtschaftskrise 1929-1933 de Josef Becker y
Klaus Hilde-brand, eds. (Munich, 1980).
180. Griff nach der Weltmacht de Fischer.
181. Ver el Niederschrift über die Besprechung in der Reichskanzlei am 5. November 1937 (ver
nota 128).
182. Wissenschaft, Politik und offentliche Meinung: Gelehrtenpolitik im wilhelminischen
Deutschland 1890-1914 de Rüdigervom Bruch (Husum, 1980); Wissenschaft und
Kriegsmoral de Schwabe.
Brian Bond y Martin Alexander

20. Liddell Hart y De Gaulle:


Las Doctrinas
de los Recursos Limitados
y de la Defensa Móvil
20. Liddell Hart y De Gaulle:
Las Doctrinas de los
Recursos Limitados y de la
Defensa Móvil

A pesar de la clara derrota de Alemania en 1918 y de las severas restricciones impuestas


a sus fuerzas armadas por el tratado de Versalles, el inevitable resurgimiento de Alemania y
su tendencia a oponerse a las humillaciones a las que estaba sometida, constituyeron el
punto central de reflexión de los pensadores militares franceses, durante el período
comprendido entre las dos guerras.
La Primera Guerra Mundial costó a Francia más de 1.300.000 bajas y la ocupación de
diez de sus departamentos administrativos más ricos. Ninguna otra potencia combatiente
sufrió pérdidas semejantes. Francia figuró entre las naciones vencedoras, pero en realidad
lo único que obtuvo fue su propia supervivencia. En consecuencia, su política de seguridad
y sus doctrinas se hicieron defensivas y, en la década de 1920-1930, se produjo una vuelta
al credo militar que era una tradición en la Tercera República: la fe en tres ideas básicas:
fortificar la frontera Este, establecer alianzas con el extranjero y el servicio militar de reclu-
tamiento universal.
Coincidiendo con esa postura defensiva, las autoridades militares creían que si se
volviera a producir otra guerra en Europa, muy probablemente sería también de desgaste.
Los recuerdos del agotamiento y de los motines en el ejército francés en 1917,
permanecían aún frescos, así como el de la importancia de la intervención de las fuerzas
americanas en la derrota de Alemania en 1918. La victoria en un nuevo conflicto
requería una nueva coalición multinacional con una economía fuerte y un gran potencial
bélico. Para Francia este potencial estaba diseminado en los reservistas movilizables, en sus
industrias militares y en diversos programas de colaboración con sus aliados europeos. Sin
embargo, la mayoría de las armas disponibles en 1918 necesitaban importantes mejoras en
motorización y mecanización si se quería mantener al ejército francés al nivel que le
correspondía.
Por el contrario, Inglaterra en 1920 no contemplaba ningún enemigo en un futuro
próximo y los planes de contingencia, si es que se les podía llamar así, contra Francia, la
Unión Soviética y los Estados Unidos, parecían en aquellos momentos absolutamente
fuera de la realidad. Sometida a fuertes presiones financieras y en un estado de extremo
agotamiento a consecuencia de la guerra, Inglaterra desmovilizó a su numeroso ejército
nada más firmarse la paz. En noviembre de 1918, sus fuerzas armadas se componían de3,5
millones
616 Creadores de la Estrategia Moderna

millones de hombres (sin contar los que eran pagados por el gobierno de la India); dos
años más tarde habían quedado reducidos a 370.000. A partir de entonces, a pesar de
los grandes gastos que ocasionaban los compromisos contraídos con su Imperio y con
los otros países europeos por los tratados de 1918, los presupuestos anuales de defensa
fueron constantemente reduciéndose hasta el año 1932. La reducción no sólo afectó a los
gastos y al número de hombres en servicio activo: la mayoría de las empresas de
armamento tuvieron que cerrar o fueron reconvertidas para la producción de equipos no
militares; las agrupaciones militares superiores al nivel de división, desaparecieron; y no se
hizo ningún esfuerzo por extraer las grandes lecciones de la guerra de 1914-1918. El
informe del War Office Committee, que recomendaba conservar al menos la capacidad
para organizar un ejército de 41 divisiones en caso de emergencia nacional, fue
archivado (1). Aunque se mantuvieron fuerzas de ocupación en varias partes de Europa
hasta 1930, el ejército inglés se dedicó básicamente a su papel tradicional de policía
imperial. Esta prioridad estaba justificada por la Ten Year Rule, según la cual: "Es
previsible que el Imperio Británico no participe en ninguna otra gran guerra en los
próximos diez años y, por lo tanto, no es necesario disponer de una fuerza expedicionaria
para tal fin" (2). Es preciso reconocer las bondades de esta directiva que se ajustaba a las
realidades estratégicas y financieras de 1920, pero al final de esa década se convirtió en
absurda. Se ha debatido mucho acerca de los efectos de la Ten Year Rule, pero no cabe
duda de que sirvió para amortiguar las tensiones generadas en las fuerzas armadas.
Teniendo en cuenta estas restricciones y la creciente desilusión de toda la sociedad
por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, resulta sorprendente que en la
década 1920-1930, Inglaterra produjera algunos de sus mejores pensadores militares y que
comenzara a experimentar con fuerzas mecanizadas. ¿Cómo se puede explicar este
fenómeno? Los analistas ingleses habían experimentado en su propia carne las
consecuencias de las irresponsables operaciones de la Primera Guerra Mundial, cuando
muchos de ellos eran jóvenes oficiales. Convencidos de que pronto se desencadenaría
otra gran guerra y sin confiar demasiado en los tratados internacionales ni en la Liga de
Naciones, estaban obsesionados con aprender las lecciones que les ofrecía la pasada
guerra, revisando la estructura del ejército y mejorando la movilidad de las operaciones.
Parece probable que tanto las ideas estratégicas como las tácticas, florecieron en Inglaterra
en la década de 1920, por dos razones: gran parte de la opinión pública participaba de la
preocupación de los escritores sobre los temas a analizar y querían sacar enseñanzas de la
dolorosa experiencia de la guerra; y la ausencia de un enemigo declarado proporcionaba
una atmósfera relativamente relajada en la que se podían desarrollar las ideas de una
forma casi científica. Durante esta década se desarrollaron una serie de ejercicios
denominados Red-land versus Blueland y en ellos se apreciaban unas notorias diferencias
entre la teoría que se aplicaba y la realidad práctica; estas diferencias aumentaron aún
más cuando, a partir de 1933, se empezó a vislumbrar el próximo enemigo. Posteriormente
examinaremos en detalle las dificultades que encontró uno de los más destacados
escritores, Basil
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 617

escritores, Basil H. Liddell Hart, para llevar a cabo la transición de las teorías de carácter
general sobre la mecanización y la guerra acorazada, a la formulación de una estrategia
nacional específica.
Sin embargo, el fomento de estas ideas y los experimentos que se estaban realizando
en Inglaterra, particularmente en el terreno de la mecanización, era envidiado por los
franceses, quienes consideraban a J.F.C. Fuller y a Liddell Hart como los grandes pioneros
(3). Fuller, Liddell Hart y su más próximo colega en Francia, Charles de Gaulle, no eran
creadores de la estrategia moderna, en el sentido de que ellos hubieran influido de forma
decisiva en las políticas de defensa de sus respectivas naciones. Pero sí se merecen ser
incluidos entre esos creadores por sus amplias y originales contribuciones a la teoría militar
y a la conducción de la guerra, tanto en el período comprendido entre las dos guerras
mundiales, como después.
Esto no significa que los años entre las dos guerras estuvieran caracterizados por una
lucha heroica, aunque vana, de un puñado de brillantes iconoclastas -quienes
posteriormente demostraron estar en lo cierto- contra una mayoría compacta
antidiluviana e inflexible a todo cambio. Un análisis detallado de los archivos y de los
periódicos, tanto en Inglaterra como en Francia, demuestra que la realidad era más
compleja. Los progresistas y los radicales no estaban de acuerdo entre ellos mismos acerca
de la mayoría de los temas y muchas de sus predicciones demostraron ser erróneas o
inadecuadas. Por otra parte, aunque los inmovilistas o los reaccionarios existían
ciertamente, la mayoría de ellos podían ser considerados como progresistas moderados;
es decir, reconocían que algunas máquinas como los carros de combate desempeñarían
un papel muy importante en las guerras futuras, pero al mismo tiempo, insistían en los
numerosos problemas e incertidumbres que introducirían en las mismas. Por ejemplo,
¿cómo serían abastecidas y reparadas las fuerzas acorazadas cuando estuvieran operando
lejos de su base? ¿Serían fácilmente contrarrestadas en el futuro por armas anticarro? Y
más importante aún, ¿qué papel desempeñarían las unidades acorazadas en el conjunto
de la organización militar dada la escasez de los fondos y equipos disponibles y las
tradicionales rivalidades entre las distintas armas? (4).

Dentro del complejo ambiente del pensamiento militar en el período entre los dos
guerras mundiales, los pioneros de los carros de combate, y más particularmente el Coronel
J.F.C. Fuller, marcaron el camino a seguir, con decisión y una impresionante confianza en
si mismos. Fuller era ya famoso como autor del revolucionario Plan 1919, que preveía el
empleo de unos cinco mil carros pesa- dos y medios, con el apoyo aéreo necesario, para
realizar una incursión de unas veinte millas con objeto de paralizar el sistema de mando
alemán.
618 Creadores de la Estrategia Moderna

Durante toda la década de los años 20, a través de una serie de publicaciones
controvertidas, y a menudo poco ortodoxas, Fuller fue el portavoz de todos aquellos que
abogaban por la mecanización. Por ejemplo, en un ensayo en 1919, él aseguraba que el
carro reemplazaría por completo a la infantería y a la caballería, y que la artillería, si
quería sobrevivir, tendría que evolucionar hacia unos cañones tipo carro. Consideraba
que harían falta cinco años para transformar al ejército en divisiones mecanizadas y otros
cinco para eliminar los prejuicios y los intereses creados. En sus previsiones había
demasiado optimismo (5). Liddell Hart, diecisiete años más joven que Fuller y con mucha
menos experiencia militar, fue un colaborador para todos los temas relacionados con la
mecanización hasta finales de la década de los 20. A lo largo de numerosas reuniones y a
través de una abundante correspondencia, los dos se ayudaron mutuamente para
desarrollar y refinar sus ideas. Fuller era más agresivo, más dinámico y el que tuvo la idea
original; Liddell Hart era más equilibrado, discreto y menos extravagante como polemista
militar. Entre ellos existían dos diferencias fundamentales. En primer lugar, Liddell Hart
diseñó unos planes realistas y detallados para la gradual conversión del ejército en cuatro
etapas, aunque no se tuvieron en cuenta en toda su amplitud por las severas
restricciones impuestas por el Tesoro. La segunda diferencia consistía en que, a pesar de
la importancia que concedía al carro, insistía siempre en la necesidad de la infantería,
como parte integral de la fuerza mecanizada, mientras que Fuller la relegaba a papeles
estrictamente subordinados para la protección de las líneas de comunicación y de las
bases permanentes (6).
Aunque ha sido injustamente asociado con la idea de ejércitos todo carros, el interés de
Fuller por la mecanización provenía de la preocupación que surgió a principio de los 20
por el impacto de la ciencia y la tecnología en la guerra. Creía que en el futuro los
ejércitos serían pequeños y profesionales. Contribuyó a crear la imagen de que la batalla
terrestre entre fuerzas mecanizadas sería análoga a las operaciones navales. Predijo, con
gran acierto, que cuando la coraza del carro se convirtiera en vulnerable, eso no
significaría que estaba obsoleto, sino que habría que dar un mayor énfasis a la potencia de
fuego y a la movilidad, aunque fuera a expensas de la protección. Durante este período,
la idea básica era que los ejércitos pudieran conseguir la victoria al menor costo, o incluso
evitar la guerra. Desgraciadamente, como puntualiza su biógrafo, su temperamento y las
frustraciones profesionales provocaron que Fuller fuera adoptando un tono cada vez más
estridente y bravucón. Sugería que puesto que la guerra era un tema de supervivencia
racial y como las democracias no estaban predispuestas a llevar a cabo reformas militares
esenciales, podría ser necesario un sistema más autoritario. No resulta sorprendente que,
nada más pasar a la situación de retirado en 1933 con la categoría de General, se uniera
a Sir Oswald Mosley y al Movimiento Fascista de Inglaterra (7).
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 619

A mediados de los 20, Liddell Hart, que se había convertido en un conocido escritor
nada más dejar el ejército, había desarrollado la idea de un nuevo modelo de ejército que
operase independientemente de los caminos y ferrocarriles y avanzar cien millas en un
día. En su libro París expuso sus ideas sobre el futuro de la guerra y dibujó perspectivas
emocionantes para los ejércitos mecanizados:
"Una vez que se llegue al convencimiento de que los carros no son una rama extra o
una simple ayuda de la infantería, sino la moderna forma de la caballería pesada, su
verdadero uso militar será obvio: concentrar y utilizar estas fuerzas en la mayor cantidad
posible, para lanzar el ataque decisivo contra el talón de Aquiles del ejército enemigo, es
decir, las comunicaciones y los centros de mando que forman su sistema nervioso. En ese
caso, no sólo podremos ver resucitar la movilidad a partir de la guerra de trinchera, sino
también la vuelta a la importancia del liderazgo y del arte de la guerra, en contraste con
la simple mecanización" (8).
Francia también realizó progresos considerables en esa década sobre el estudio y
desarrollo de la mecanización. Animados por el General Edmond Buat, Jefe del Estado
Mayor, los oficiales franceses exploraron las capacidades de movilidad de las nuevas
armas: los transportes para la infantería, los vehículos acorazados y los carros. El
concepto de motorización tomó fuerza gracias a visionarios como los Coroneles Emile
Alléhaut, Charles Chedeville y Joseph Doumenc. El ejército fue equipado con los
productos de la incipiente industria del motor, liderada por Renault y Citroen, quienes
se beneficiaron de las aventuras militares francesas en África. Simultáneamente,
Doumenc, apoyándose en su experiencia de organizar las columnas motorizadas a lo
largo de la voie sacrée para mejorar los graves problemas de suministros en Ver-dún durante
el cerco de 1916, realizó diversos experimentos con grandes unidades motorizadas.
La mecanización prosperó de forma similar. Francia había desarrollado a partir de
1916 una fuerza acorazada, y al final de la guerra poseía 3000 carros ligeros Renault FT-17
y otras unidades de carros más pesados, tipo Schneider y St. Chamond. El General Jean-
Baptiste Estienne, verdadero padre de esta fuerza de carros, era también el responsable de
realizar los experimentos mecanizados en los primeros años de la paz. Junto con Buat,
predicaba las ventajas de la movilidad táctica y la utilidad de una fuerza atacante
acorazada, tanto actuando ofensivamente como en contraataque. Era un oficial poco
convencional. Estienne creía que "el carro es sin duda la más poderosa arma para lograr la
victoria". Defendía que el arma acorazada fuera una rama independiente, distinta de la
infantería, a la que no se parecía en nada, por su armamento, sus formas de combatir y su
organización logística. Consideraba que era "esencial que los carros permanecieran en la
reserva general a las órdenes del comandante en jefe, quien los asignaría
temporalmente a una fuerza atacante o a una misión de las que antes correspondía a la
caballería". En su opinión, no era "racional ni prac ticable asignar orgánicamente carros a
una división de infantería
620 Creadores de la Estrategia Moderna

infantería cuya tarea es resistir mediante la potencia de fuego y la fortificación". Una


fuerza motorizada de sólo 20.000 hombres sería móvil, "poseyendo una formidable
ventaja sobre los pesados ejércitos del pasado reciente" (9).
Inspirados por todo esto, oficiales más jóvenes, como los Coroneles Jean Ferré, Joseph
Molinié y Pol-Maurice Velpry, estudiaron la doctrina y el empleo práctico de las
formaciones mecanizadas del futuro. Las aulas de la Ecole de Guerre y los campos de
entrenamiento de Coetquidan, Mailly y Mourmelin, estaban deseosos de estudiar la
teoría y los experimentos que se realizaban. Conforme fue avanzando la década, la
innovación fue sustituida por la apatía. La experimentación disminuyó al aumentar los
costes, como consecuencia de los avances tecnológicos y de tener que enfrentarse a las
reducciones en los presupuestos militares, que eran la tónica del clima de paz imperante
en la postguerra. El acercamiento franco-alemán de 1925 reforzó el optimismo político
acerca de un orden europeo más pacífico. La mecanización y la motorización parecían
más propias de acciones militares ofensivas o agresivas y, por lo tanto, fueron criticadas
políticamente en Francia y calificadas de inapropiadas para una estrategia
declaradamente defensiva.
Finalmente, la década culminó con la toma de posesión del Mariscal Philippe Pétain y
el General Eugene Debeney, que se hicieron cargo de la política y pensamiento militar de
su país. El primero, el Salvador de Verdún, y el segundo, que se hizo cargo de la jefatura del
Estado Mayor General a la muerte de Buat en 1923, tuvieron una gran influencia en los
oficiales por su entusiasmo por la preparación de defensas estáticas. Estienne, que ejercía
el cargo de Inspector de Carros y estaba subordinado a la infantería desde 1920, fue
retirado forzoso en 1927 con el empleo de General. Limitado a ser un observador, como
le pasó a Fuller en Inglaterra, lo único que pudo hacer fue dar sus opiniones de forma
privada sobre algunos proyectos, aunque la mayoría de las veces fueron ignoradas. Antes
de su muerte en 1936, las fuerzas acorazadas de Francia serían amenazadas con su
extinción.
Desde 1927 a 1930, bajo el mando de Pétain y Debeney, se llevó a cabo la supresión
sistemática de toda iniciativa táctica en beneficio de la centralización del control del
mando. Las maniobras alrededor de regiones fortificadas y de ciertos puntos fuertes,
con énfasis en rápidos y ágiles contraataques, que fueron claves en la época del Mariscal
Foch y Buat, fueron sustituidas por los campos de batalla preparados en las fronteras y por
acciones masivas defensivas a cargo de la artillería. El lema de Pétain, lefeu tue (el fuego
mata), se convirtió en la frase favorita de un ejército cuya doctrina militar había
quedado congelada (10).
Las fortificaciones permanentes desde Suiza a Luxemburgo constituyeron el símbolo de
esta nueva actitud. Esta fue la línea de actuación de todas las comisiones militares entre
1922 y 1927, aunque siempre fueron atribuidas al Ministro de la Guerra, André Maginot,
que fue el que presentó las leyes al Parlamento para su financiación.
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 621

La famosa línea no encontró oposición política para su construcción al ser


estrictamente defensiva. Se trataba de una inversión que garantizaba, no sólo la
seguridad para unas regiones industriales muy vulnerables, conquistadas recientemente a
Alemania, sino que también proporcionaba protección para las dos semanas que
necesitaba el ejército para movilizar y concentrar a los reservistas. A pesar de estas razones,
la institución del servicio militar de veinte meses significaba que, en adelante, Francia haría
poco para adquirir una movilidad operativa mayor.

II

A finales de la década de los 20, el Departamento de Guerra de Inglaterra y su Estado


Mayor General comenzaron a preocuparse seriamente por el deterioro del ejército, tanto
en el número como en el equipamiento y su incapacidad para hacer frente a posibles
compromisos. La fuerza expedicionaria especial para los problemas que se pudieran
presentar en Europa, era mucho más reducida y menos operativa que la que se organizó
antes de 1914. En estas condiciones tan poco propicias, fue cuando se llevaron a cabo los
importantes experimentos con unidades mecanizadas y mixtas, entre 1927 y 1931. Aunque
estos ejercicios se realizaron a pequeña escala y dieron falsas esperanzas, atrajeron un
considerable interés por parte de muchas naciones europeas y causaron admiración.
La denominada fuerza mecanizada, que realizó los primeros ejercicios serios en las
llanuras de Salisbury en agosto de 1927, estaba compuesta por una mezcla de vehículos
acorazados, carros medios y ligeros, caballería montada, artillería motopropulsada e
infantería motorizada. El jefe de esta brigada, el Coronel Jack Collins, dividió a la misma en
grupos rápidos, medios y lentos, de acuerdo con la velocidad que podían desarrollar sus
vehículos sobre una carretera, aunque ésta no coincidía con su capacidad de movimiento
por el campo. Como señaló Liddell Hart en el Daily Telegraph, el resultado fue una
columna serpenteante de más de treinta millas, en completo desorden y con numerosas
interrupciones en la marcha por los cuellos de botella que se producían. La falta de
comunicaciones radio y de armas anticarro eficaces, fueron dos de los más importantes
deficiencias, pero a pesar de todo, los ejercicios demostraron la superioridad de las
unidades mecanizadas frente a las tradicionales de infantería y caballería.
Para sus ejercicios de 1928, la rebautizada Fuerza Acorazada contaba con 150 equipos de
radio, pero seguía con la escasez crónica de carros y vehículos. Sólo estaban disponibles
dieciséis carros ligeros, con algunos de sus sistemas averiados y armados únicamente con
ametralladoras. Se diseñaron algunas modificaciones para el anticuado carro Vickers,
pero no se llegaron a realizar por falta de presupuesto. El transporte motorizado para la
infantería no era capaz de cadenas, el Agregado británico quedó impresionado "por las
mejoras
624 Creadores de la Estrategia
Moderna

mejoras introducidas en la forma de moverse en el campo de batalla y en los métodos para


camuflar a los carros, que hasta entonces habían sido pueriles". Llegó a la conclusión de
que los franceses "habían trabajado duro" en cuanto a la transformación de la guerra
moderna, basándose en la movilidad (13).
A principios de los años 30, tuvieron lugar en Francia importantes experimentos, así
como profundas reflexiones técnicas y doctrinales, tanto oficialmente como de forma
semiprivada. Las maniobras de 1932 en Mailly Camp, fueron una prueba para una brigada
de caballería mecanizada experimental. El éxito conseguido animó a Weygand para
establecer una nueva división de caballería ligera, la Tipo 32. Esta estaba compuesta por
una brigada mecanizada de vehículos acorazados y del tipo oruga, unos regimientos
motorizados y de artillería, y dos brigadas tradicionales. La división requería 5.600
caballos, que no eran fácilmente integrables con los vehículos. Cuatro de las cinco
divisiones de caballería fueron modificadas de la misma manera y tres de ellas conservaban
esta configuración cuando comenzó la guerra en 1939.
Animado por los resultados, el nuevo Ministro de la Guerra, Edouard Dala-dier,
aseguró a Weygang que se llevaría a cabo la mecanización de la 4a División de Caballería,
estacionada en Rheims. Por un decreto del 30 de mayo de 1933, ésta se convirtió en la
primera división mecanizada ligera (DLM). En ella tuvieron cabida las ideas más
progresistas y estaba equipada con 240 vehículos de combate blindados; además, estaba
apoyada por cuatro batallones motorizados, más una serie de unidades motorizadas de
ingenieros, artillería, comunicaciones y logísticas. Fue establecida de forma permanente
en diciembre de 1933, es decir, bastante antes de que lo fuera la primera división Panzer
alemana; esta DLM estuvo mandada por Jean Flavigny, un experto ortodoxo y entusiasta
de la mecanización. La nueva unidad era "cualquier cosa menos lo que se entendía en
1934 por una división acorazada". Según el manual de doctrina general del ejército, en las
Instrucciones Provisionales sobre el Empleo Táctico de las Grandes Unidades de agosto de
1936, la DLM tenía tres misiones: seguridad, explotación del éxito e intervención directa
en la batalla principal (14).
El apoyo de Weygand a todo lo que significaba movilidad fue constante. Formó un
gabinete técnico para asesorar directamente al Inspector General sobre la adquisición
de equipos, y una comisión para el estudio de todos los temas relacionados con los carros
de combate, asi como para examinar los tipos de organización para las grandes
formaciones acorazadas. Logró mantener las asignaciones de presupuestos para
equipamiento a pesar de las enormes presiones que ejercían los gobiernos de tendencias
izquierdistas desde 1932 a 1934, que pretendían sacar a Francia de la depresión
económica mediante una reducción de costes y de precios y un presupuesto equilibrado.
Finalmente, con objeto de comparar las reformas militares francesas con las que se
estaban llevando a cabo en los países aliados, Weygand visitó Inglaterra en los veranos de
1933 y1934, inspeccionando el funcionamiento
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 625

funcionamiento de los transportes para infantería Vic-kers Carden-Lloyd,


observando las maniobras realizadas en Sandhurst y Tid-worth, y discutiendo con
los expertos británicos sobre la importancia de mejorar la movilidad. Weygand
trabajó para que el ejército francés tuviera capacidad de intervención rápida para
la defensa de intereses vitales -quizás para acudir en socorro de Bélgica o para
volver a ocupar la desmilitarizada Renania con el fin de obstaculizar el rearme
alemán- (15).
Menos alentadores fueron los reveses durante este período. El principal de ellos
fue la división de las fuerzas móviles francesas en infantería y caballería, dependientes
cada una de sus particulares intereses en cuanto al armamento mecanizado. Las
pruebas en Mailly en 1932, en las que participó un destacamento mecanizado, no
ofrecieron una evidencia indiscutible de la necesidad de grandes formaciones de
carros actuando autónomamente. Esta actuación de la fuerza resultó poco
satisfactoria debido, entre otras cosas, a las condiciones desfavorables en las que se
le obligó a operar. Estimuló las duras críticas por parte del Director General de
Infantería, Joseph Dufieux. Los progresos para lograr el establecimiento
permanente de divisiones acorazadas pesadas fueron peligrosamente
obstaculizados; no se creó ninguna otra unidad experimental hasta noviembre
de 1936, por la insistencia de Gamelin para que Francia poseyera una herramienta
más poderosa que la División Panzer. El desarrollo del carro pesado Char B, sufrió grandes
retrasos; de los tres prototipos utilizados en 1932, sólo había quince fabricados
cuatro años más tarde. La producción del carro medio DI, llegó a su fin una vez
que se había entregado el número 160. Su sucesor mejorado, el D2, sólo llegó a la
cifra de 45, puesto que la capacidad de producción se orientó, en 1937, hacia
carros para la caballería.
Mientras tanto, la sección de operaciones del Estado Mayor General, mantenía
la idea de que las unidades acorazadas debían formar parte de una reserva
estratégica, a disposición del comandante supremo. En 1935, se decía: "Este
concepto ofrece grandes ventajas para el uso racional de los carros, permitiendo al
Mando que las divisiones puedan contar con el adecuado apoyo de carros para su
maniobra y de acuerdo con el principio de economía de fuerzas". Sin embargo,
esta era "la solución del pobre", ya que sólo se necesitaban de quince a veinte
batallones de carros modernos; esto se modificó posteriormente cuando, gracias a
la producción industrial, se pudo asignar un batallón acorazado a cada división de
infantería. El General Maurin, por entonces Ministro de la Guerra y que
anteriormente había sido Inspector General para el proceso de motorización,
informó a la Comisión para el Ejército de la Cámara de Diputados que estas
nuevas ideas: "los carros ligeros para el apoyo cercano son indispensables porque,
hoy en día, es impensable lanzar al ataque a las unidades de infantería, si no son
precedidas por elementos acorazados" (16). Estas eran, pues, algunas de las
dificultades para la obtención de los recursos y las actitudes, a las que debían
hacer frente los ortodoxos de la movilidad dentro del propio ejército.
626 Creadores de la Estrategia Moderna

III

La llegada al poder de Hitler en Alemania en 1933, provocó la revisión total de las


fuerzas armadas británicas respecto a posibles actuaciones, pero la idea de establecer una
punta de lanza a base de potentes divisiones acorazadas, no tuvo ningún apoyo. Por el
contrario, a mediados de la década de los 30, el Departamento de Guerra optó por la
mecanización gradual de las unidades tradicionales (incluyendo la conversión de la
caballería para dotarla con vehículos blindados y carros ligeros) en vez de por el
fortalecimiento del Royal Tank Corps. Los fervientes defensores de las divisiones
acorazadas, como Charles Broad, Pile, Martel, Percy Hobart y sobre todo Liddell Hart,
vieron en esta decisión el final de sus sueños y lo achacaron a una conspiración
deliberada del reaccionario Estado Mayor General. El éxito de las operaciones relámpago
alemanas en 1939 y 1940, confirmaron sus teorías, ya que la Wehrmacht había adoptado
la filosofía de la guerra acorazada, precisamente al mismo tiempo que el ejército inglés la
rechazaba. En una amplia perspectiva se puede llegar a comprender por qué la actitud
pionera de Inglaterra antes de 1931 no tuvo una continuación lógica a partir de esa
fecha. En primer lugar, el gobierno decidió en 1934 que Alemania era el enemigo
potencial más peligroso y que los gastos de defensa de los próximos cinco años, estarían
encaminados a contrarrestar la amenaza alemana. En teoría, esta decisión debería haber
dotado al ejército de una fuerza expedicionaria continental. Sin embargo, en la práctica,
este papel para el ejército resultaba políticamente impopular y difícil de encajar, desde el
punto de vista financiero, con los gastos previstos para los otros servicios (Marina y Fuerza
Aérea). Después de largas discusiones ministeriales, las peticiones del ejército para que le
fueran asignados 40 millones de libras a lo largo de cinco años, para poner remedio a sus
más graves deficiencias, fueron recortadas a 19 millones. Poco se pudo hacer para
preparar una fuerza expedicionaria para la futura guerra europea.
En segundo lugar, es preciso reconocer que los altos mandos del ejército no eran
imaginativos a mediados de los 30. Montgomery-Massingberd (Jefe del Estado Mayor
General Imperial de 1933 a 1936) no era ciertamente un defensor de los carros y de la
guerra acorazada; detestaba a Fuller y se opuso enérgicamente a otros oficiales progresistas.
El Estado Mayor General no prestó demasiada atención a la hora de definir el papel que
debería desempeñar una fuerza expedicionaria, en el caso de que fuera enviada al
continente. Los críticos decían, con alguna justificación, que el ejército parecía
inclinado a repetir la experiencia de 1914, con la única diferencia de que, en esta
ocasión, los carros ligeros de los antiguos regimientos de caballería, serían los que
realizarían las misiones de reconocimiento.
Por último, y quizás lo más importante, los pensadores militares y los generales, se
oponían a una actuación en el continente por una serie de razones. En 1936, Fuller,
estando ya retirado, expresó sus puntos de vista, que fueron compartidos por numerosos
oficiales
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 627

oficiales en activo, como Ironside, Burnett-Stuart, Pile y Bernard Montgomery; en una


carta a Liddell Hart, le decía: "Estoy completamente de acuerdo en que el ejército no
debería utilizarse, bajo ninguna circunstancia, en una guerra continental, porque eso
sería un suicidio". Oficiales destinados en el Estado Mayor General, como Gort (CIGS,
1937-1939) y Henry Pownall (Jefe de las Operaciones Militares, 1938-1939), eran
partidarios de que, al margen de lo que se dijera en tiempo de paz, cuando comenzara la
guerra se enviaría con toda seguridad una fuerza expedicionaria a Francia; pero, al
mismo tiempo, estaban profundamente desanimados y no tenían ninguna confianza ni en
el ejército francés ni en sus propios políticos. El único oficial que declaró inequívocamente
que el compromiso europeo era vital y exigió unas fuerzas acorazadas poderosas para
llevar a cabo misiones de contraataque, fue el General Sir Percy Hobart, pero fue
reprendido por estas ideas subversivas y destinado a Egipto (17).
La oposición de Liddell Hart a establecer compromisos para el ejército británico en el
continente, eran un reflejo de su interpretación sobre la participación de su país en la
Primera Guerra Mundial. La patética falta de preparación del ejército para cualquier tipo
de guerra a mediados de la década de los 30, añadió peso a este punto de vista, pero la
aversión de Liddell Hart hacia este papel, era anterior a la llegada de Hitler y a la pérdida
de las divisiones acorazadas de Inglaterra. Este hombre fue un incansable defensor de lo
que se ha conocido como la política de los recursos limitados (comprometer al menor
número posible de tropas e, idealmente, evitar por completo su envío al continente,
como consecuencia de alianzas con otros países europeos) pero todo ello contribuyó a
poner al descubierto los temores que muchas personas tenían al respecto (18).
Uno de los temas básicos de los escritos de Liddell Hart sobre este tema fue que la
defensa es marcadamente superior al ataque en la guerra terrestre moderna y que las
mejoras previsibles en los armamentos incrementarían esta superioridad. En su libro
Europe in Arms no estaba de acuerdo con la idea de que las divisiones mecanizadas serían
capaces de atravesar las defensas en los primeros días de la guerra, a no ser que fuera
sorprendido el enemigo y que no se poseyera fuerzas mecanizadas. Tampoco creía que el
poder aéreo pudiera inclinar la balanza a favor del atacante. Fuller, en su excelente
trabajo sobre la mecanización, titulado Lectures on Field Service Regulations, sugería también
que un antídoto podría ser las ofensivas llevadas a cabo por los carros y que los ejércitos
tendrían que hacer frente de nuevo a la guerra de los sitios. En contraste con las defensas
lineales estáticas de la Primera Guerra Mundial, como resultado del empleo de ejércitos
tipo hordas, Fuller aseguraba que la paralización que se había producido en las fuerzas
mecanizadas se transformaría en una defensa móvil de grandes áreas. Desde estas áreas, o
zonas seguras, se podrían lanzar ataques aéreos sobre el enemigo (19).
628 Creadores de la Estrategia Moderna

Un aspecto curioso de las ideas de Liddell Hart sobre los compromisos


ingleses en el continente, fue su creencia de que los franceses estaban inclinados
a repetir exactamente la ofensiva inicial de 1914, y que si se unía en esos
momentos la Fuerza Expedicionaria Británica, se vería arrastrada de forma fatal a
desempeñar el mismo papel, para el que no estaba preparada. Esta era una
extraña interpretación de las ideas estratégicas francesas a la luz del profundo
impacto producido por las pérdidas y la devastación de la Primera Guerra Mun-
dial; la construcción de la costosa Línea Maginot; la adopción de una forma de
servicio militar obligatorio de corta duración y la pérdida del poder ofensivo de las
fuerzas acorazadas. Los datos que poseía Liddell Hart acerca de la doctrina militar
francesa en vigor eran incompletos y poco fiables, pero es preciso tener en cuenta
que tenía el mismo error a la hora de analizar al propio Estado Mayor inglés,
ya que sostenía que estaba aferrado a una doctrina ofensiva cuando tenía mejores
oportunidades para verificar la realidad. La adopción en 1937 de la política de
recursos limitados de Liddell Hart, produjo una reducción en las peticiones de
carros (20).
En Francia, la postura más próxima a Liddell Hart en la década de los 30,
corría a cargo de Charles de Gaulle, que había estado destinado en el Estado
Mayor de Petain en la década anterior y perteneció al Consejo Superior de la
Defensa Nacional desde 1931 a 1937. Como ocurrió en Inglaterra, la campaña de
de Gaulle a favor de más fuerzas mecanizadas autónomas y dotadas únicamente
con personal profesional (su armée de metier) tuvo que hacer frente a muchas
dificultades políticas. Publicó sus opiniones sobre la transformación del ejército en
un libro titulado Lefil de l'épée, publicado en 1932. Un año después publicó un
artículo en la Revue politique et parkmentaire, con el título Vers I'armée de metier; en
1934, las ideas contenidas en este artículo fueron recogidas en un nuevo libro.
Estos trabajos reflejaban la preocupación de de Gaulle acerca de que "los años de
vacas flacas" habían creado la necesidad de realizar un análisis global de la
capacitación del ejército y de su doctrina. En su opinión, existía una decadencia
en las instituciones francesas y en la vitalidad y cohesión del país y, todo ello,
exigía unas reformas fundamentales en el ejército.
Su primera recomendación recordaba el programa de Weygand y pretendía
una gran expansión de las fuerzas motorizadas, con una organización permanente
para tiempo de paz. La segunda trataba de la constitución de un cuerpo
enteramente profesional para estas fuerzas mecanizadas y motorizadas. De
Gaulle solicitaba la creación de seis divisiones de infantería mecanizada, una
división de reconocimiento y unidades de reserva que comprendían una brigada
acorazada de asalto, otra brigada de artillería pesada y un grupo para
observación aérea. La fuerza estaría compuesta por vehículos oruga y necesitaría
unos 100.000 soldados profesionales especializados, Estas propuestas levantaron
una gran polémica y perturbaron la plácida vida del Estado Mayor General.
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 629

Este consideraba que el hecho de que las unidades mecanizadas tuvieran que estar
constituidas por soldados profesionales no era natural, y además innecesario e inviable.
Con el fin de evitar futuras discusiones, el General Louis Col-son, Jefe del Estado Mayor del
Ejército, evitó que esas ideas salieran fuera de los círculos militares. En diciembre de 1934
se negó a publicar un artículo de de Gaulle en la Revue Militaire Francaise, sobre los
métodos para crear un ejército profesional. Colson aducía que un artículo así "crearía
conflictos entre el ejercito profesional y el nacional", en una situación en la que el
ministerio "se negaba inequívocamente a establecer ninguna distinción" (21). No
satisfecho con esa postura, de Gaulle se dirigió ese mismo mes a Paul Reynaud, un
parlamentario conservador independiente y anterior ministro, que era un firme
partidario de reforzar las defensas francesas contra Alemania. Cuando se tuvo
conocimiento de que en Enero de 1935 se había creado la primera división Panzer
alemana, Reynaud se convirtió en el propagandista político del proyecto de reforma de
de Gaulle.
El 15 de marzo de 1935, estas ideas fueron sometidas a debate por primera vez en la
Cámara de Diputados, coincidiendo con la aplicación de una serie de artículos de
emergencia en la ley de reclutamiento militar de 1928, con el fin de imponer de nuevo el
servicio militar de dos años para compensar la falta de hombres de los años de vacas flacas.
Reynaud sostenía que el Estado Mayor General "sólo contemplaba el mayor número posible
de unidades, pero manteniendo la misma organización". El defendía, "la necesidad, como
en el caso de la marina y de la fuerza aérea, de la especialización en las unidades
motorizadas de nuestras fuerzas terrestres" (22). La primera acusación fue
tendenciosamente inexacta; no tenía en cuenta las unidades especializadas de infantería
motorizada y cíe caballería mecanizada, establecidas por Weygand y Gamelin. Al contar
únicamente con el apoyo del disidente socialista, Philippe Serré y el independiente Jean
Le Cour Grandmaison, Reynaud no obtuvo la mayoría en la votación parlamentaria.
Volvió a presentar sus ideas ante una comisión parlamentaria que insistió en recomendar
la concentración de todos los elementos móviles en sólo siete divisiones. Su argumento
seguía siendo que "los desarrollos tecnológicos imponen la especialización de nuestros
militares y, por tanto, es necesario disponer de personal técnico, y consecuentemente
profesional, para la parte mecánica de nuestras fuerzas" (23).
Los escritos de de Gaulle al respecto no mencionaban a los pioneros de las ideas de
movilidad, como Estienne, Doumenc y Velpry. No obstante, entre los altos cargos
militares de Francia existía un profundo sentimiento de repulsa hacia todo esto.
Naturalmente, de Gaulle y Reynaud habrían tenido un decidido apoyo si hubieran
propugnado un rearme urgente, basado en la primacía de los equipos acorazados y
motorizados. Pero, muy al contrario, lo que ellos defendían era que la mecanización y la
profesionalización eran la misma cosa y que eran requisitos imprescindibles para llevar a
cabo la modernización militar. La falta de concreción de de Gaulle acerca de la forma
de crear las nuevas
630 Creadores de la Estrategia
Moderna

estructuras militares provocó el desprecio de los oficiales superiores. Gamelin sabía muy
bien que las siete divisiones debían hacer frente a los requisitos de defensa en grandes
extensiones territoriales que incluían la propia metrópoli, el norte de África y Oriente.
De forma más contundente, el romanticismo de de Gaulle puso en evidencia la falta de
confianza de los propios políticos hacia las agresivas fuerzas acorazadas. Gamelin, insistía en
que "en definitiva, se había elegido un compromiso entre las grandes unidades acorazadas y
las exigencias de un ejército profesional, que no contaba con el apoyo del Parlamento, y
que incluso dentro del ejercito había un sector que se oponía a la creación de divisiones
de carros" (24).
La paradoja de la intervención de de Gaulle fue que produjo el efecto contrario al que
se pretendía. La activación de las discusiones políticas y doctrinales sobre los grandes
avances realizados que afectaban a la movilidad entre los años 1935 y 1937, impidió el
reequipamiento del ejército. Las profecías sobre las ofensivas móviles deberían haber
merecido una mayor atención que la que recibieron, ya que en ellas estaba la clave que
hubiera evitado la prematura ruptura de las defensas francesas. El peligro que todo ello
suponía para la Línea Magi-not fue expuesto en 1934 por el Coronel André Laffargue que
había sido ayudante de Weygand. Reymond, a principios de 1937, subrayaba: "Nuestra
riqueza industrial está concentrada principalmente a lo largo de nuestras fronteras y,
desafortunadamente, nuestra capital no está ni en Bourges ni en Clermont-Ferrand"
(25). Una rápida ruptura de las defensas podría reducir a la nada, de un plumazo, toda la
esmerada preparación de un sistema concebido para un conflicto prolongado y que
podría parecer adecuado contra Alemania.
Sin embargo, todos estos avisos no fueron atendidos, en parte por la estridente
polémica generada por los ataques indiscriminados de de Gaulle y Rey-naud sobre la
calidad del entrenamiento del ejército, las intenciones del mando y la idea sacrosanta,
desde el punto de vista político, de la nación en armas. Todo ello favorecía la posición de
algunos generales, como el Inspector de Caballería Robert Altmayer, que era hostil, o en
el mejor de los casos indiferente, a las ideas de afrontar la mecanización a gran escala.
El punto central de las dificultades del ejército era la escasez de hombres y de
material. Los oficiales de más graduación, desde los escépticos, como Debency y
Colson, a los entusiastas, como Flavigny, se opusieron a la exigencia de unos cuerpos
integrados únicamente por profesionales. Sostenían que la profesionalización debería
estar limitada a aquellas funciones que requiriesen una habilidad especial, tales como las
de los mecánicos y operadores de radio. El Estado Mayor del Ministro de la Guerra,
Daladier, explicaba: "El ejército es un espejo de la nación, tanto desde el punto de vista
técnico como social; con más de un millón de automóviles en el país, no debe ser difícil
reclutar conductores... Con toda seguridad, en los carros de combate más modernos,
sólo el jefe del mismo y el conductor necesitarán ser soldados de carrera" (26). Estudios
posteriores revelaron que si no se mejoraban de forma decidida el sueldo y las condiciones
de vida de los militares profesionales, el techo de reclutamiento en Francia sería muy bajo
como
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 631

como para afrontar un ejército profesional; a las necesidades de hombres en las unidades,
había que añadir los 106.000 soldados profesionales que necesitaba la Línea Maginot. En
1936, el setenta por ciento de los soldados profesionales no ampliaron su compromiso en
filas; por tanto, los nuevos soldados que se alistaran, no eran para aumentar, sino para
mantener los puestos existentes. Ya en 1937, de Gaulle y Reynaud insistían continuamente
en los problemas del sueldo y del reclutamiento y pretendían obtener los hombres
necesarios de la masa de desempleados de todo el país; todo ello provocó que se llevaran a
cabo numerosos estudios y estadísticas por parte del Estado Mayor General.
Al igual que había ocurrido con la mecanización, los carros de combate pesados se
enfrentaron a la desconfianza política. Se los consideraba como armas agresivas,
inapropiadas para las pretensiones defensivas de la Francia democrática y el tema traspasó
las fronteras normales de los partidos políticos. Todo el espectro político, desde el
conservador Ministro de la Guerra, Jean Fabry, en 1935, hasta el radical Daladier, al año
siguiente, presionaron a Game-lin para cancelar el programa de producción del Carro B.
Además, los carros pesados manejados por soldados de carrera, presentaban
connotaciones de golpe de estado (27).
La tendencia política de muchos oficiales era ambigua, a pesar de los intentos de
Gamelin para mantener un ejército apolítico. Sin duda, como consecuencia de la conmoción
social durante la era del Frente Popular, los líderes franceses se tuvieron que enfrentar a
diversos planes de contingencia y el Estado Mayor General se oponía a las ideas del
inquieto Prefecto de la Policía de París, Roger Langeron, a raíz de los acontecimientos
durante el Día de la Bastilla de 1935, a cargo del Rassemblement Populaire. Fabry, Ministro
de la Guerra y, por tanto, responsable de la actuación del ejército en los Campos Elíseos, se
lamentaba con tristeza de que "París era patriota por la mañana y cantaba la Interna-
cional por la tarde". En Mayo de 1936, se produjo la ocupación de numerosas fábricas por
parte de los trabajadores, después de la victoria electoral de la izquierda. En 1935, de
Gaulle opinaba que "Francia estaba encaminándose a una situación de crisis
generalizada, en la que poco a poco, el orden público se había convertido en la
preocupación más importante". En cierta ocasión, se preguntaba: "En el creciente caos
originado por el Frente Popular y las diferentes coaliciones conservadoras, ¿cómo se
podría evitar la anarquía e incluso la guerra civil?" (28).
Por aquel entonces Alemania había adoptado el servicio militar obligatorio por dos
años y el Plan Goeríng para una economía de guerra; Gamelin consideró que la iniciación
de un programa de rearme no encontraría impedimentos políticos, ya que la
preocupación del mando militar era compartida por los principales grupos políticos.
632 Creadores de la Estrategia Moderna

El Ministro del Interior, el socialista Roger Salengro, opinaba que aunque Francia no
podía permanecer inactiva frente a la militarización alemana, "se debería establecer un
equilibrio para compaginar el hecho de que la juventud francesa no estuviera demasiado
tiempo alejada de sus familias, junto con un programa para motorizar al ejército
francés". Por parte de los radicales, Daladier confirmaba a la Cámara, en febrero de 1937,
que "él se sentía incapaz de llegar a un acuerdo con aquellos que pedían un ejército
profesional, ni con los que abogaban por un cuerpo de especialistas para las divisiones
acorazadas, porque es esencial mantener un adecuado equilibrio entre las distintas partes
que componen el ejército" (29).
En el verano de 1937, las ideas de de Gaulle y Reynaud se vieron plasmadas en un libro
escrito por este último titulado Le probléme militaire franfaise. Las reacciones al mismo
reflejaban la postura de los círculos militares ante el problema de la movilidad. El General
Duchéne, en la revista L'echo de París, proclamaba que "un ejército defensivo era un
ejército para la derrota" y afirmaba la "inequívoca oposición a un sistema simplista
como el de la Gran Muralla China"; sin embargo, Gamelin informó a Reynaud con
carácter confidencial que "desde hace tiempo hemos estado trabajando para crear más
divisiones motorizadas, mecanizadas y acorazadas que las que usted propone" (30).

IV

A mediados de la década de los 30, la indecisión política sobre las prioridades del
ejército en caso de guerra, incitada por el carácter conservador del Estado Mayor General,
provocó que Inglaterra perdiese la oportunidad de obtener una fuerza acorazada de élite
para llevar a cabo los contraataques que solicitaban algunos teóricos como Fuller y
soldados en activo como Hobart. A finales de 1936 la gran mayoría de los carros existentes
eran modelos ligeros, aptos únicamente para guerras de tipo colonial. La Oficina de la
Guerra preparó una lista de carros ligeros para la caballería y del tipo medio y pesado para
la infantería, pero durante 1937 y 1938 se hizo muy poco para fabricar nuevos modelos. La
única división móvil que existía al comienzo de la guerra era un conglomerado de unidades
sin una tarea definida. En mayo de 1940, la fuerza expedicionaria británica en Francia
estaba compuesta únicamente por dos batallones del Royal Tank Regiment y varios
regimientos de caballería ligera. La Primera División Acorazada estaba aún en proceso de
formación en Salisbury y fue trasladada a Francia demasiado tarde como para participar
en los combates que permitieron llegar a Dunquerque (31).
Existe una cierta ironía en el hecho de que los Jefes de Estado Mayor estaban
convencidos de que Inglaterra tenía aún intereses vitales en Europa Occidental y que no
podrían defenderlos con una política de recursos limitados, pero al mismo tiempo, eran
reacios a la mecanización y se mostraban indecisos sobre el papel que debería
desempeñar la fuerza
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 633

desempeñar la fuerza expedicionaria después de su llegada a Francia. Por el


contrario, Liddell Hart tenía unas ideas progresistas sobre la necesidad de la
mecanización y el tipo de operaciones móviles que se podrían realizar, pero no
compartía la necesidad de mantener ningún compromiso continental que podría
haber justificado la asignación de un mayor presupuesto para el ejército y crear así
una fuerza capaz de enfrentarse a cualquier potencia europea (32).
Desde una perspectiva actual, resulta más fácil para los historiadores resaltar las
limitaciones de las críticas, como las de Liddell Hart y de Gaulle, y mostrar cierta
simpatía por los altos mandos francés e inglés. Irónicamente, hasta que de Gaulle
no fue destinado a una de las unidades creadas por Gamelin, el grupo
experimental acorazado, no se dio cuenta de los muchos problemas inherentes
a las fuerzas móviles y su doctrina. Las cartas que escribió durante la época que
estuvo mandando el Regimiento de Carros ns 507, en Metz, revelan su sorpresa
ante las deficiencias técnicas, las incompatibilidades del equipo y la escasez de
soldados. Estos problemas tan importantes eran los que, tanto él como Reynaud,
habían ignorado durante su campaña tendenciosa y politizada sobre l'armée de metier.
El período desde 1935 a 1938, se caracterizó por los continuos retrasos en el
cumplimiento de las programaciones para la adquisición de nuevos equipos. La raíz
de los problemas estaba en la escasa capacidad productiva de los fabricantes de
municiones de Francia; la expansión que se empezó a experimentar a partir de
1936, fue interrumpida por las agitaciones y reformas llevadas a cabo por el Frente
Popular, lo que posteriormente se tradujo en una gran escasez de mano de obra
especializada. El resultado fue que durante 1937 y 1938 se cancelaron todos los
programas encaminados al reequipamiento del ejército. La escasez de vehículos
acorazados era tan acusada que fueron suspendidas unas maniobras programadas
para 1937, y se demoró la creación de una segunda división mecanizada ligera
hasta el otoño de 1938, cuando se había aprobado en abril de 1936.
En estas circunstancias, la aceptación del programa de de Gaulle, que fue
presentado de nuevo en el Parlamento por Reynaud, en Febrero de 1937, imponía
nuevas cargas políticas para aquellos que, como Gamelin, Doumenc, Fla-vigny y
Velpry, estaban luchando por conseguir una expansión de las fuerzas acorazadas
que, aunque fuera discreta, resultaría efectiva. Por la forma en que fue
presentado el proyecto de de Gaulle, se le acusó de ser militarmente
impracticable, estratégicamente peligroso y políticamente provocativo.
Las ideas de de Gaulle encubrían un defecto básico ya que consideraban la
mecanización como una alternativa al tipo de guerra industrializada de 1914-
1918. La calidad venía a sustituir a la cantidad. Fuller había afirmado en su Lectures
on F.S.R III, que los ejércitos serían más pequeños conforme la mecanización fuera
ampliando las diferencias existentes entre las fuerzas combatientes y las que realizan
la ocupación del terreno (33). Con un grupo móvil profesional de seis o siete divisiones,
era
634 Creadores de la Estrategia Moderna

era evidente que el resto de las fuerzas francesas se verían relegadas a una segunda fila y a
papeles de vigilancia y policía. Dado que las tesis de Reynaud resultaban inaceptables, se
vio obligado a modificar sus planteamientos en favor de la creación de una gran fuerza de
élite formada por soldados de reclutamiento forzoso. Ante esta nueva propuesta, Gamelin
se mostró ambiguo, aunque esta reacción es comprensible teniendo en cuenta la
incierta naturaleza de la futura guerra. Insistía en que Francia desarrollaría una unidad
más potente que una división Panzer, pero advertía también que las importantes
mejoras introducidas en las armas anticarro reducirían considerablemente el papel de la
coraza en el campo de batalla. A pesar de la indecisión de Gamelin, el ejército francés
comenzó a prepararse tanto para operaciones ofensivas como defensivas. De esta manera,
el Estado Mayor General se defendía contra la acusación de que "se había preparado un
ejército para una defensa pasiva a ultranza" (34).
No obstante, de Gaulle no quiso imponer ningún tipo de estructura del nuevo
modelo para la totalidad de las fuerzas de la nación, a pesar de sus reflexiones en la Escuela
de Guerra y en el Consejo Superior de Defensa Nacional sobre el aspecto económico de
la guerra y de la movilización nacional. En su análisis parcial, de Gaulle ignoró las mejoras
que logró Gamelin en la modernización del ejército francés, a la vez que atendía a las
grandes complejidades del planeamiento de la defensa y a la posible evolución del futuro
conflicto. Decisivamente, el Alto Mando fue más comprensivo y racional que de Gaulle,
quien en su Vers l'armée de metier nunca llegó a plantearse la posibilidad de que sus cuerpos
mecanizados pudieran ser detenidos, ya que para él sólo contaban "las siempre victoriosas
ofensivas" (35).
Al comienzo de la guerra, a pesar de la controversia generada con la profe-
sionalización del ejército y de las limitaciones industriales, se formaron rápidamente
unidades móviles. Había seis divisiones acorazadas, más la 4a División Acorazada de
Reserva de de Gaulle, que se formó en mayo de 1940; a estas fuerzas había que añadir las
siete divisiones motorizadas de infantería y la fuerza expedicionaria británica. Frente a
ellas, Alemania disponía de una gran masa de infantería no motorizada y sólo diez
divisiones Panzer como cabeza de lanza. Quizás influidos por la idea de que para asegurar la
victoria era necesario disponer de una superioridad de tres a uno, este equilibrio sirvió
de base para muchas interpretaciones de la campaña de 1940 sobre cuestiones como la
situación, coordinación y mando de las fuerzas aliadas (36).
Pero si la disponibilidad de formaciones móviles podría considerarse como la baza
alemana para conseguir la victoria, no menos esencial para el triunfo aliado eran los
programas de rearme global que Inglaterra y Francia estaban preparando en 1939-1940.
Dado que eran conscientes de su falta de preparación frente al rápido rearme alemán, y
la amenaza real de un conflicto global frente a Alemania, Italia y Japón, es comprensible
que
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 635

que los gobiernos inglés y francés depositaran sus esperanzas en la disuasión, es decir, en
la Royal Air Forcé, en la línea Maginot y en el gran ejército francés que se estaba
formando, mientras que se hacían grandes esfuerzos por movilizar todos los recursos
humanos y materiales disponibles.

En este ensayo se ha tratado de dar una visión simplificada de los contrastes que
existían entre los estamentos militares inglés y francés, orientados de forma obsesiva a una
postura defensiva, frente a algunos brillantes intrusos, como Fuller, Liddell Hart y de
Gaulle, cuyos conceptos de guerra relámpago fueron rechazados en sus propios países,
pero adoptados con entusiasmo en Alemania. Aunque estaban abiertos a la crítica sobre el
proceso de rearme, los Altos Mandos inglés y francés, estaban en 1939 preocupados por la
posibilidad de una aplastante derrota en los comienzos de la guerra. A pesar de los
defectos en los planes estratégicos aliados, sobre todo por no contemplar un rápido avance
alemán en los Países Bajos y por no crear una reserva acorazada para llevar a cabo el
contraataque, las fuerzas disponibles deberían haber sido suficientes para contener la
ofensiva inicial alemana. Es posible, incluso probable, que si hubieran hecho eso, los planes
de ataque alemanes no habrían sido modificados tan drásticamente en las primeras
semanas de 1940 (37).
En cuanto a las propuestas sobre las fuerzas mecanizadas y la guerra acorazada, la
oposición a sus ideas fue debida a razones más complejas que la simple mentalidad
reaccionaria de los estamentos militares británico y francés. El tipo de ejército y los
conceptos estratégicos que querían imponer los defensores de las armas acorazadas, eran
políticamente inaceptables, pero al mismo tiempo, y en términos puramente militares, no
tuvieron en cuenta, o simplemente ignoraron, muchos de los problemas financieros,
materiales y de personal a los que se enfrentaban los Estados Mayores, tanto de Inglaterra
como de Francia. Irónicamente, como ya hemos analizado, las polémicas creadas por
Liddell Hart y de Gaulle fueron un estorbo para la modernización de sus respectivos
ejércitos.
Ante todo, no debe extraerse la conclusión de que la visión de la guerra futura por
parte de los críticos, se vio plenamente confirmada por las campañas iniciales de la
Segunda Guerra Mundial. Como reacción ante la guerra estática de las trincheras de
1914-1918, creyeron que la solución estaba en la movilidad, en la reducción de las víctimas
de la guerra y en asegurarse una victoria rápida con ejércitos mecanizados reducidos y
profesionales. Incluso Fuller, que consideraba la posibilidad de llegar a un punto muerto
cuando ambas partes estuvieron totalmente mecanizadas, creía que quinientos carros
constituirían una gran fuerza. Con fuerzas dotadas con carros de combate a esta escala,
sería posible bordear el flanco enemigo y atacarle por la retaguardia: los generales serían
de nuevo una pieza fundamental y las batallas serían "obras de arte y no sólo ríos de
sangre" (38).
636 Creadores de la Estrategia Moderna

Por ejemplo, en las campañas de 1939-1941, las grandes fuerzas no mecanizadas


jugaron un papel más importante que el que preveían los teóricos de las fuerzas acorazadas.
Todo esto no quita mérito al papel de tábanos o catalizadores que desempeñaron éstos
teóricos. En un estudio con una visión amplia se podría llegar a la conclusión que
iconoclastas como Fuller, Liddell Hart y de Gaulle fueron muy beneficiosos por su
influencia educativa, tanto en el público en general como en las Fuerzas Armadas. Una
de las conclusiones de carácter general que se sugieren en este ensayo es que, en la
práctica, los intrusos raramente pueden ejercer una influencia directa en las reformas
militares porque no poseen una total información de las dificultades y de las opciones
disponibles. Por ejemplo, Liddell Hart tuvo que aceptar que sus recursos limitados no era una
estrategia realista para Inglaterra respecto a Francia. Por otra parte, las autoridades
militares responsables suelen estar al corriente de los problemas, pero sólo aceptan aque-
llas medidas de compromiso que son posibles. Un ejemplo de esto lo constituye la
debilidad de las fuerzas acorazadas británicas y el no disponer de una doctrina clara al
comienzo de la guerra. Lo más importante de todo es que el período entre las dos guerras
confirmó la teoría de Clausewitz de que las actitudes políticas, las prioridades y las
limitaciones, ejercen una influencia dominante en el desarrollo de las fuerzas armadas y de
las doctrinas estratégicas.

NOTAS:

1. W.O. Paper A2277 de 1919, Comité para la organización del ejército de la


postguerra, Public Record Office, (en adelante, PRO). Para más detalles sobre las
fuentes inglesas tilizadas en este ensayo, ver Liddell Hart: A Study of His Military
Thought de Brian Bond (London, 1977) y British Military Policy between the Two World
Wars de Brian Bond (Oxford, 1980).
2. Cab. 23/15, 15 de agosto de 1919, PRO. Ver British Military Policy de Bond, 23-26,
94-97
3. Ver en Revue d'infanterie na 63 (Abril, 1923) el artículo Les tanks dans I'armee brittanique:
Passe, present, avenir del Teniente Coronel Gemeau, 520-35. En la misma revista n° 81,
ver Motorisation et conceptions militaires britanniques de Emile Alléhaut, 418-631.
Informe del Coronel R. Voruz, Agregado militar francés en Londres, ns 124 de 1930
y el del Mayor Guny, ayudante del Agregado, el 23 de enero de 1932, archivos
7N2798 y 7N2800, del Service Historique de l'Armée de Terre (en adelante,
SHAT), en Vicennes.
4. British Military Policy de Bond, 127-33. El mejor análisis sobre los puntos de vista de
los oficiales ingleses acerca de la mecanización, pertenece a H.R. Winton en su
artículo General Sir John Burnett-Stuart and British Military Reform, 1927-1938
(Stanford University, 1977)
5. Plan 1919 publicado como apéndice en el libro Memoirs of an Unconventional Soldier
de J.F.C. Fuller (London, 1936). Ver también The Education of an Army de Jay
Luvaas (London, 1964), 335-75 y Boncy Fuller: The Intellectual General de A.J. Trythall
(London, 1977).
6. Boney Fuller, de Thythall, 92-93. Lidell Hart de Bond, 27-30 y British Military Policy de
Bond, 137.
7. Boney Fuller de Thythall, 99, 146.
8. Paris or theFuture ofWarde B.H. Liddell Hart (New York, 1925), 79-85. Sobre los
comentarios de Liddell Hart acerca de las doctrinas militares francesa y alemana en
la década de los 20, ver su The Remarking of Modem Armies (Boston, 1927), 250, 276.
Liddell Hart y De Gaulle: Las Doctrinas de los Recursos Limitados y de la Defensa Móvil 637

9. Prefacio de Vean-Baptiste Estienne a Les chars d'assaut au combat, 1916-1919 de G.


Murray Wilson, traducido por A. Thomazi (París, 1931), 14-15. Ver también
Conference faite le 15 fevríer 1920 sur les chars d'assaut:Historie technique, histoire
tactique, vues d'avenir de Estienne (París, 1920), reproducido en Bulletin trimestrial de
¡'Association des Amis de l'Ecole de Guerra 14 (Octubre 1961), 22-30. I^e general
Estienne: Penseur, ingenieur, soldat de Pierre-André Bourget (París, 1956). Etre préts:
Puissance aérienne, forces de Ierre de Emile Allehaut (París, 1935). Etude sur l'emploi des
chars de combat de Charles Chedeville, en la Reúne de'infanterie na 59 (Diciembre,
1921), 35-61, 174-88, 290-305, 395-405, 529-42, 650-75. I^es transports automobiles
dans la guerra de vouvement de Joseph E. A. Doumenc, en la Revue militaire francaise
ns 6 (Octubre-Noviembre de 1922), 61-76, 191-210 y del mismo autor en los
números 8 y 9 de esa revista (junio, julio y agosto de 1923), Puissance et mobilité,
342-65, 44-45.
10.Le prologue du árame (1930 - aoül 1939) de Maurice Gamelin (París, 1946), 10, 120-
30; La bataille de Verdún de Henri-Philippe Petain (París, 1941), 143-54; La tragedle
de l'ArméeFrancaise de Victor Bourret (París, 1947), 56-61; Sur la securité militaire
de la France de Marie-Eugéne Debeney (París, 1930); La guerre et les hommes:
Reflexions d'apres-guerre de Debeney (París, 1937), 44-106, 127-45, 163-71, 194-
200, 263-308; Marshal Petain de Richard Griffiths (London, 1970), 3-75, 97-
103,127-39, 156-57. Essai sur la defense centre les chars de Jean Perri, en la Revue
militaire francaise na 12 (Abril-Mayo de 1924), 119-34, 235-55;a Emploi des chars
dans la bataille de Pol-Maurice Velpry, en la Revue d'infanterie n 61 (julio-agosto
de 1922), 41-55, 183-212. Ver también los artículos sobre el arma acorazada en
Revue militaire francaise ng 9 (agosto 1923), 205-230; n° 12 (abril, 1924), 92-118; ns
17 (julio 1925), 52-71; n=18 (diciembre 1927), 305-328.
11.British Military Policy de Bond, 141-58. Memoirs de Liddell Hart (London, 1965),
1:86-136. The TankPoineersde Kenneth Macksey (London, 1981), parte 3.
12.Divided and Conquered: The French High Command and the Defeat of the West de Jeffrey
A. Gunsburg (Wesport, Conn, 1979), 13-17; La securité de la France au cours des
années creusesde Henri-Philippe Petain, en Revue de deux mondes, volumen 26, 1 de
marzo de 1935, párrafos i-xx; Le rearmament clandestin du Reich, 1930-1935, vu par
le 2e Bureau francais de Georges Castellan (París, 1954); German Rearmament and
the West 1932-1933 de Edward W.Bennett (Princeton, 1979); To the Maginot
Line: the Politics of French Military Preparation in de 1920s de Judith M. Hughes
(Cambridge, Mass, 1971); Defense des frontines: Haul commandement, gouvernement,
1919-1939 de Paul-Emile Tournoux (Paris, 1960).
13.Informe sobre las maniobras en Lorena de Henry Needham, 8 de septiembre de
1930, FO 371, 14902, W 9268/38/17, PRO. mirages et realties de Máxime
Weygand (París, 1957), 313, 340-60; Servirde Gamelin, 2:11-53; L'Armée Francaise
de 1919de Francois-André Paoli (Vincennes, 1974), 155-69, 188-92.
14.Intruction provisoire sur l'emploi tactique des grandes unites del Ministere de la Defense
National et de la Guerre-Etat Major de l'Armée (en adelante MDNG-EMA),
de 12 de Agosto de 1936 (publicado en París, 1940). Military Technology in
Republican France: the Evolution of the French Armored Force, pp 109-118; L'Armée
Francaise de 1919 á 1939de Francois-Andre Paoli (Vincennes, 1977), 78-83.
15.Informe del Coronel Heywood del 25 de octubre de 1933, incluido en
Documents on British Foreign Policy.
16.Commission de l'armée de la Chambre des Deputes (en adelante, CACD), 15"
legislatura, 1932- 36, sesión del 5 de diciembre de 1934: Audience de M. le General
Maurin, Ministre de la Guerre párrafos 8-10, archivo XV/739/48 bis en Archives de
l'Assembleé National (en adelante, AAN).
17.British Military Policy de Bond, 162-63, 172-75, 189-90. Liddell Hart de Bond, 78,
106-107. Sobre Hobart ver Armoured Crusaderde Kenneth Macksey (London,
1967).
18.Liddett Hart de Bond, 91-97. The Causes of Wars de Michael Howard (Cambridge,
Mass, 1983), 198-208.
19.Liddell Hart de Bond, 97-98. Lectures on Field Servú-e Regulations ///deJ.F.C. Fuller,
106-107, 118.
20.Liddell Hart de Bond, 97-98. lectures on Field Service Regulations IIIdeJ.F.C. Fuller,
106-107, 118.
21.Carta de Colson a de Gaulle, 17 de diciembre de 1934, en Archives Nationales
de Francia (en adelante, AN), archivo 74 AP12. Vers l'armée de métierde Charles de
Gaulle (París, 1934), 87-92.
22.Journal Official de la Republique Francaise: Chambre des Deputes (en adelante JOC).
París, 16 de marzo de 1935, página 1042. Lettres, notes et carnets de Charles de
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638 Creadores de la Estrategia
Moderna

Memores de Querré de de Gaulle (París, 1954), 18-25; La France a sauvé l'Europe de Paul
Reynaud (París, 1947), 1:308-321.
23.Amendement par M.Paul Reynaud, Depute, au Projet de Lot portant modification a la doi du
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24.Encoré l'armée de metier de Marie-Eugene Debency, en Revue de deux mondes, 15 de julio
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25.Joc.Debats, 27 de Enero de 1937, página 169. La France de Reynaud, 1:401-415.
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D'une republique á l'autre: Souvenirs de la métée politique, 1894-1944 de Henry Lémey
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26.Lettres, notes et carnets de de Gaulle, 2:387-91, 401-407; Servir de Gamelin, 2:153,
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revolution de André Geraud (New York, 1943), 1:49; Military Technology, 189;
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28.Lettres, notes et carnets de de Gaulle, 2:393, 404-405, 411-412; De la Place de la Concorde au
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Petain de Griffiths, 161-65, 169, 175-88, 195-96, 207-11; Une histoire politique de l'armée
de Jacques Nobécourt (Paris, 1967), 226-48.
29.L'etat militaire de la France de Weygand en Revue de deux mondes, 15 de octubre 1936,
párrafos 721-36.
30.Carta de Gamelin del 1 de Junio 1937 en Reynaud Papers, archivo 74 AP 12, Art. La
France de Reynand, 1:419-28; Servirde Gamelin, 1:257-62.
31.British Military Policy de Bond, 172-78, 186-88, 255-57.
32.Liddell Hart de Bond, 98-99.
33.Letures onF.R.R Hide Fuller, 8, 29, 38
34.La tragedle de Bourret, 53-55; Memoires de de Gaulle, 1:27-34; Lettres, notes et carnets de
de Gaulle, 2: 452-61; Fantassin de Gascognede Laffargue, 122-32; Memoires d'unfrancais
rebelle, 1914-1948 de Georges Doustaunau-Lacau (Paris, 1948), 54-58.
35. The Military Defeat of 1940 in Retrospect de Richard D. Challener, en Modern France:
Problems of the Third andFourth Republics, editado por Edward Mead Earle (Princeton,
1951). Lettres, notes et car-nets de de Gaulle, 2:303-65, 370-72, 415-38.
36. Ver Equipment for Victory in France in 1940 de R.H.S. Stolfi, en la revista History 55, ns
183 (Febrero de 1970) 1-20; Divided and Conquered de Gunsberg; In Command of France:
French Foreign Policy and Military Planning, 1933-1940 de Robert J. Young (Cambridge,
Mass, y London, 1978); ¿« Colonel de Gaulle et ses blindes: Loon, 15-20 mai 1940 de Paul
Huard (Paris, 1980); /,« mystere Gamelin de Pierre Le Goyet (Paris, 1975).
37. En Conventional Deterrence de John J. Maarsheimer (Ithaca, 1983), 99-133, se realiza
un análisis excelente de la evolución de los planes alemanes para la ofensiva en el
Oeste, entre octubre de 1939 y mayo de 1940.
38. Lectures on F.R.R ///de Fuller, 8, 29, 38,; Liddell Hart de Bond, 78-80.
David Macisaac
21. Voces desde el azul del cielo:
Los teóricos del poder aéreo
21. Voces desde el azul del cielo: Los
teóricos del poder aéreo

Ya han pasado más de setenta y cinco años desde que el empleo de aviones tripulados
hizo que la tradicional guerra de superficie se extendiera también a los cielos. El poder
aéreo ha sido el término genérico que se ha adoptado para identificar este fenómeno, a
pesar de que aún no ha encontrado un puesto claramente definido e incuestionable ni
en la historia de la teoría militar ni en la estratégica. Esto no ha sido debido a la falta de
teóricos, sino a que han tenido una influencia limitada por tratarse de un campo en el que
los efectos de la tecnología y de los hechos han desempeñado un papel mucho más
importante que las ideas desde sus comienzos. Si se pretende realizar un estudio de la evo-
lución de esas ideas, surgen numerosas dificultades por la confusión, e incluso
controversia, que han provocado los diferentes puntos de vista respecto a las múltiples
formas de empleo de las fuerzas aéreas; por ejemplo, si su mejor utilización es en
cooperación con las fuerzas de superficie o en operaciones independientes de los ejércitos
terrestres y de las marinas. Por estas y otras razones, este ensayo se ha dividido en cinco
secciones.
La primera ofrece algunas reflexiones sobre el tópico del poder aéreo en general y de
los problemas que ha supuesto para los historiadores algunos conceptos, como son su
vocabulario, su mística y el distanciamiento de la mayoría de los estudiosos de la experiencia
práctica diaria. La segunda sección trata sobre un ensayo anterior sobre este tema y cuya
amplia aceptación entre escritores y técnicos le han dado una relevancia especial. La
tercera se refiere principalmente al papel desempeñado por el poder aéreo durante la
Segunda Guerra Mundial, un aspecto que es origen de una inagotable controversia. Las
dos últimas secciones están dedicadas al período más difícil, es decir, a las décadas en las
cuales los conceptos básicos que habían sido concebidos y probados tras largos años de
experiencia tuvieron que ser adaptados a las armas atómicas, a los vuelos transatmosféricos
(o espaciales) y a la revolución producida por la electrónica.

Clausewitz comenzaba su capítulo The People in Arms con la observación de que la


guerra, entendida como una serie de sublevaciones populares, era un fenómeno del
siglo XIX.
642 Creadores de la Estrategia Moderna

Si sustituimos el término guerra de los pueblos por poder aéreo, podríamos comenzar
adaptando su observación de manera que "por regla general, toda nación que lo utilice
inteligentemente obtendrá una superioridad sobre aquella que no lo haga. Si esto es así,
hay que preguntarse si el ser humano ha ganado con esta expansión de la guerra al aire;
una pregunta que tiene la misma respuesta que la de la guerra en sí misma. Dejemos que
contesten los filósofos... e intentemos realizar un análisis objetivo que nos lleve a la verdad"
(1).
Cuando se tiene en cuenta lo mal que han comprendido las naciones occidentales, y
en particular Estados Unidos, el fenómeno de las guerras de los pueblos, a pesar de que
existen desde hace ya doscientos años, no debe extrañarnos el que "el poder aéreo", la
peculiar contribución del siglo XX a la guerra, continúe siendo un tema difícil de analizar.
Incluso el primer paso a realizar en ese análisis, que es el estudio de su vocabulario
específico, tiende a anular los mejores esfuerzos. Términos comunes como bombardeo
estratégico, interdicción y superioridad aérea, tienen diferentes significados según los
escritores, y a veces, un mismo escritor cambia sus conceptos sobre un término dado a lo
largo de los años. Entre los términos que más frecuentemente engendran confusión
están los siguientes: supremacía aérea, dominio del aire y todo un conjunto de
neologismos, como contra-contramedidas electrónicas. Todos estos conceptos se irán
tratando conforme vayan apareciendo, pero es preciso tener en cuenta que el elemento
aéreo de la moderna estrategia no posee aún su propio vocabulario, "a partir del cual se
pueda recopilar la gramática del poder aéreo" (2). Muchas razones justifican esta
situación.
La idea del vuelo, cuya expresión arranca de la mitología griega, ha tenido que
enfrentarse desde sus comienzos con el sentimiento de que parecía una presunción por
parte del ser humano el tratar de compartir una prerrogativa reservada a los dioses y, en
último extremo, a los ángeles. A pesar de todo, en el siglo XIX, se acostumbraba a
representar dos tipos de escenas típicas que reflejaban el efecto que tendría la conquista
de los cielos por parte del hombre. Una de ellas contenía imágenes en las que la muerte y
la destrucción procedía del cielo, en la que era patente el cambio producido en la
naturaleza de la guerra y, a menudo, representaba la idea de que los ejércitos terrestres y
las armadas serían impotentes ante la nueva forma de guerra. El segundo upo de escena,
más optimista que la primera, sostenía que "el efecto final será la disminución en la fre-
cuencia de las guerras y el establecimiento de métodos más racionales para resolver los
problemas internacionales. Esto ocurrirá no sólo por los horrores que se producirán
durante la batalla, sino porque no existirá ningún lugar seguro, independientemente de
lo distante que se encuentre de la escena real del conflicto" (3). De esta manera, incluso
antes de que volara el primer avión, ya existían grandes pasiones respecto a su uso y la
controversia estaba servida.
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 643

Una vez que los hermanos Wright y otros muchos desvelaron los secretos del vuelo a
motor, la aviación se convirtió en una especie de juego para los jóvenes, ya que por su
propia naturaleza atraía a los espíritus aventureros, que a su vez debían ser aptos
físicamente, con mente despierta y más inclinados al pragmatismo que a la filosofía. Este
tipo de gente comenzó a hablar y a escribir sobre sus experiencias en las que el aire
aparecía como un nuevo medio que imponía sus propias normas de comportamiento y que
estaba vedado a los usos y costumbres del pasado. Los escritores que se hicieron famosos
estaban profundamente enamorados del vuelo y empeñados en el avance general de la
aviación, pero en raras ocasiones fueron analíticos y nunca desapasionados. Su visión
respecto al papel que podría jugar el poder aéreo en la guerra sobrepasaba siempre la rea-
lidad del momento, lo que provocaba una cierta desorientación entre los defensores y
numerosas burlas por parte de los detractores. También en este sentido, el hecho de que a
menudo los aviadores se considerasen a sí mismos como una casta aparte desanimó a
muchos, que no pertenecían a ese círculo limitado, de intentar profundizar en los
intrincados secretos de la cofradía de los aviadores.
Existía otro factor, en el que había diferencias entre los propios aviadores, los
historiadores y los analistas, y que consistía en la dificultad de definir el tipo de guerra
futura del que hablaban los hombres del aire que, en su opinión, proporcionaría
soluciones rápidas, limpias, mecánicas e impersonales a los problemas que habían existido
con los otros tipos de armas durante siglos (4). Uno de los resultados de estas ideas fue que
los hombres ajenos a la aviación, especialmente los historiadores académicos, se negaron
a admitir la necesidad de una aviación militar especializada, lo que produjo que durante
muchos años existiera una combinación de historiadores oficiales de muy diversos servicios
aéreos, junto con aquellos otros que se consideraban a sí mismos como simples escritores de
aviación, un grupo que abarcaba desde jóvenes inexpertos a veteranos empeñados en
revivir sobre el papel sus pasados días de gloria. Parece lógico que estas reflexiones sobre
la naturaleza del poder aéreo, como tema de un estudio analítico serio, deban ser tenidas
en cuenta desde el principio de nuestro análisis. Sus implicaciones no están siempre
aparentes para los neófitos en este campo, quien a menudo se sienten desanimados
demasiado pronto en sus esfuerzos (5).
El término poder aéreo (6) aparece por primera vez en el libro War in the Air, de H.G.
Wells (1908); otros elementos del continuamente renovado vocabulario de la aviación son
incluso anteriores. Por ejemplo, la idea de que el avión exigiría que los gobiernos
estuvieran preparados para una guerra relámpago, en la que tanto la guerra terrestre
como la naval sólo serían posibles cuando la nación hubiera logrado el dominio del aire, fue
expuesta durante una conferencia de expertos militares en la World Columbian
Exposition de Chicago, en 1893, por el Comandante J.D. Fullerton, perteneciente al
British Royal Engineers. Diez años antes del vuelo de los hermanos Wright, Fullerton
hablaba de una revolución en el arte de la guerra que requeriría cambios en el diseño de los
buques, dispersión de los ejércitos en los campos de batalla y nuevos requisitos para la
construcción de fortalezas.
644 Creadores de la Estrategia Moderna

En cualquier caso, "el trabajo principal será realizado en el aire y la llegada de la flota
aérea sobre la capital del enemigo hará que, muy probablemente, finalice la guerra" (7).
Sin embargo, la mayor parte de estas predicciones a largo plazo tuvieron muy poca
repercusión fuera del pequeño círculo de los visionarios aeronáuticos.
Incluso dos décadas después, en la víspera de la Primera Guerra Mundial, los primeros y
endebles aviones (construidos con madera, lonas y cables) no eran tomados con seriedad
por parte de la mayoría de los oficiales, que ya tenían suficientes problemas con intentar
averiguar qué hacer con las ametralladoras, las posibilidades del transporte terrestre
motorizado y las grandes innovaciones en el blindaje naval y en su armamento. Ellos
consideraban que, a lo sumo, los nuevos aviones supondrían una modesta
contribución a los tradicionales medios de guerra. Las limitaciones existentes en cuanto
al radio de acción, velocidad, capacidad de carga e incluso seguridad, serían superadas más
rápidamente de lo que nadie podía imaginar. Sin embargo, cuando empezó la Primera
Guerra Mundial, el único uso que se vislumbraba para el avión era el de ser un mero
medio de observación, en beneficio de los comandantes terrestres, exactamente igual que
se habían utilizado los globos en ciertas ocasiones desde la Revolución Francesa.
La gran movilidad y el radio de acción de los aviones, en comparación con los globos,
hizo que se comenzaran a utilizar en reconocimientos, entonces se denominaba
observación, desde el comienzo de la guerra. Pronto, las ametralladores montadas en estos
aviones de reconocimiento comenzaron a ser una amenaza para las tropas. Como antes de
la guerra no se habían desarrollado ningún tipo de armas para ser instaladas en los
aviones con el fin de utilizarlas contra otro avión en vuelo, la única forma de ahuyentar a
los aviones enemigos que intentaban reconocer las posiciones propias era con las armas
ya disponibles que se llevaban en el avión, al principio con pistolas y rifles, y
posteriormente con ametralladoras. De esta manera, el reconocimiento y la persecución
fueron los primeros papeles que desempeñaron los aviones. Rápidamente les seguirían
otros.
Una innovación fue el apoyo táctico a las fuerzas de superficie, en el que los cañones de
los aviones y las bombas lanzadas desde ellos se empleaban directamente contra posiciones
enemigas con el objetivo de ayudar al avance de las tropas propias o, en su caso, frenar el
avance del enemigo. Utilizado de esta manera, los aviones actuaban muy cerca de las
tropas o a distancias cortas en la retaguardia enemiga (contra concentraciones de
personal o material, centros de apoyo, nudos de comunicaciones, establecimientos
militares, estaciones de ferrocarril, etc). Esto es lo que hoy se conoce como apoyo aéreo
cercano e interdicción. A finales de la guerra, estimulado por las incursiones alemanas
sobre Inglaterra, se comenzó a contemplar una nueva forma de actuación: ope rar los
aviones de forma independiente de los ejércitos terrestres o de las armadas.
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 645

La tarea de estas fuerzas sería la de atacar objetivos alejados de las líneas de


batalla con el propósito de destruir los elementos esenciales del enemigo para
sostener el esfuerzo de guerra, para lo cual se bombardearían sus fábricas y los
centros de transporte y de gobierno. El Smuts Memorandum de agosto de 1917, fue
el documento que dio paso a la creación de la Royal Air Force y en él se
contemplaba la guerra aérea en estos términos: "Por lo que hoy se puede prever
no existe ninguna limitación para su futuro uso independiente en la guerra.
Puede que no esté lejos el día en que las operaciones aéreas, con su poder
devastador sobre el territorio enemigo y la destrucción a gran escala de sus centros
industriales y de población, pueden convertirse en las principales operaciones de la
guerra, para la que las viejas operaciones terrestres y navales pueden llegar a ser
secundarias y subordinadas" (8).
No obstante, cuando terminó la guerra en noviembre de 1918, el poder
aéreo no había alcanzado esa supremacía. Como instrumento de guerra aún
estaba en su infancia, habiendo desempeñado papeles que, en ocasiones, fueron
espectaculares y no cabe duda de que su importancia fue aumentando, pero en
ningún caso fueron esenciales para el resultado de la guerra. Mayor que el
impacto del poder aéreo en la guerra, fue la influencia de la propia guerra en el
futuro desarrollo del poder aéreo. Esto resulta particularmente cierto en el
sentido de que, durante la lucha, todas las teorías, actitudes, ideales, esperanzas,
sueños y debates que marcarían el curso de la guerra aérea un cuarto de siglo
después, fueron ya anunciados en este período.

II

"Sólo en un sentido muy limitado se puede hablar con precisión de las teorías
del poder aéreo". Así comenzaba el ensayo de Edward Warner en 1943, titulado
Douhet, Mitchell, Seversky: Theories of Air Warfare, que fue ampliamente utilizado en las
escuelas militares desde que se editó (9). En opinión de Warner, los primeros
teóricos no llegaron a comprender que los debates que se mantuvieron durante
el período comprendido entre las dos guerras no se referían tanto a las teorías
sobre el empleo de las fuerzas aéreas, como a la aceptación o rechazo de una
doctrina fundamental: "que el avión posee tal ubicuidad, y tales ventajas en
velocidad y altura, que posee también la potencia para destruir todas las
instalaciones de superficie, tanto en tierra como embarcadas, mientras que está
relativamente seguro de cualquier acción de represalia desde tierra" (10). Con-
templado desde esta posición, Warner sostenía que estos teóricos escribían real-
mente sobre una teoría de guerra en la que hacían hincapié en la extraordinaria
potencia de un arma en particular, el avión, como instrumento predominante de
la guerra.
646 Creadores de la Estrategia Moderna

Desde este punto de partida, Warner continuó con un análisis de las obras publicadas
por Guillo Douhet (1869-1930), William Mitchell (1879-1936) y Alexander de Seversky
(1894-1974), dedicando nueve páginas al primero, cinco al segundo y sólo dos al tercero.
Para esta tarea, Warner utilizó sus conocimientos de ingeniero aeronáutico, junto con su
experiencia en puestos gubernamentales de alto nivel y como profesor en el Instituto de
Tecnología de Massachusetts (donde uno de sus estudiantes en el período de 1923-1925
fue un joven Teniente del Servicio Aéreo llamado James H. Doolitte). Su extraordinaria
experiencia le convertía en el único cualificado para analizar las limitaciones teóricas y
prácticas de los medios disponibles para la guerra en el aire (11).
Excepto en algún punto concreto, los comentarios que dedicó Warner a Douhet
siguen siendo hoy en día válidos y de gran utilidad. En su opinión, la teoría de guerra de
Douhet se puede resumir en una serie de puntos: 1) la guerra moderna no establece
distinción entre combatientes y no combatientes; 2) las ofensivas victoriosas a cargo de
las fuerzas de superficie no son en adelante posibles; 3) las ventajas de velocidad y altura
en el campo tridimensional de la guerra aérea hacen que sea imposible adoptar medidas
defensivas contra una estrategia aérea ofensiva; 4) por lo tanto, una nación debe estar
preparada desde el principio para lanzar bombardeos masivos contra los centros urbanos,
de gobierno e industriales del enemigo, es decir, hay que atacar primero, y de forma
contundente, para romper la moral civil enemiga, dejando a su gobierno sin otra opción
que la de pedir la paz; 5) para conseguir esto, el requisito más importante es disponer de
una fuerza aérea independiente, dotada de aviones de bombardeo de gran radio de
acción y mantenida en una situación de disponibilidad constante (12).
Warner era consciente de que la teoría de Douhet era un reflejo de la situación
geográfica de Italia y su necesidad de ampliar sus fronteras; de la misma manera, su falta
de previsión de adelantos técnicos como el radar le llevó a subestimar las posibilidades de
la defensa contra un ataque aéreo. Sin embargo, respecto a los sucesos de 1940-1943,
Warner reprobó a Douhet injustamente en un aspecto. Se trataba de lo que él
denominaba la sobreestimación de Douhet del efecto destructor y desorganizador de los
bombardeos sobre la moral civil. Aquí, Warner y otros escritores que le siguieron (13),
fallaron al aceptar plenamente la teoría de Douhet de que en los ataques contra la
población y los centros industriales se emplearían tres tipos de bombas (explosivas,
incendiarias y de gases venenosos) combinadas en las correctas proporciones, aunque no da expli-
cación al respecto. El rechazo a emplear armas químicas durante la Segunda Guerra
Mundial por parte de ambos bandos (por temor a las represalias), no puede ignorarse, a
la hora de analizar las predicciones de un escritor que explícitamente aseguraba que se
utilizarían.
Como ocurre con el análisis de Douhet, las páginas que Warner dedicó a Billy
Mitchell no han soportado el paso del tiempo. Ello puede ser debido, en parte, a la
tendencia
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 647

tendencia de Warner a dar énfasis al grado en el que cada escritor expresaba su


inclinación en considerar los mejores blancos para las operaciones de bombardeo
aéreo a los centros industriales y la estructura económica del país. Este aspecto
de la obra de Mitchel pasó desapercibido hasta bastante después; no obstante, ha
resultado ser uno de los grandes innovadores y defensores del poder aéreo como
medio indispensable para dominar la guerra de superficie. Mientras que Douhet
consideraba auxiliares a todos los aviones que no fueran bombarderos (era
conveniente tenerlos, pero no absolutamente necesarios), Mitchell sostenía que
todos los tipos de aviones desempeñaban un papel importante. Para él la clave no
estaba en el bombardeo estratégico, sino en la coordinación centralizada de
todas las acciones aéreas a través de un mando autónomo de la fuerza aérea y,
por tanto, independiente del ejército de tierra. En su opinión, si se lograba esto,
todos los problemas estarían resueltos.
Cuando Warner califica a Mitchell de creador no es en el sentido de pensador
original, hecho que no fue comúnmente aceptado hasta la publicación del libro
Billy Mitchell: Crusader for Air Power de Alfred F. Hurley (14). Aunque este libro resalta
el papel de Mitchell como luchador del poder aéreo, apenas hace mención del
tema más importante de la obra: el pensamiento aeronáutico de los aviadores
militares de Estados Unidos. Hurley llega a la conclusión de que los logros de
Mitchell no se debieron a que sus ideas fueran originales, sino que "las obtuvo de
una serie de hombres de otros países a los que tuvo la oportunidad de conocer
durante la Primera Guerra Mundial" (15). Esta misma conclusión se podría
aplicar a Douhet, cuya importancia, al igual que Alfred Trayer Mahan, se debe,
no tanto a su originalidad, sino a haber sido los primeros en recopilar y
estructurar las ideas que habían estado diseminadas a lo largo del tiempo (16).
La inclusión, por parte de Warner, de algunas anotaciones del libro Victory
Through Air Power (1942) de Alexander de Seversky, ha producido el efecto al
pasar los años, de que todos aquellos que se iniciaban en esta materia, conside-
raron a Seversky como el teórico más importante del pensamiento aéreo. Se
convirtió en el gran defensor de la idea de que el poder aéreo debía predominar
sobre cualquier otro medio de guerra y fue el más popular de todos los teóricos,
debido probablemente a una película de propaganda producida por Walt Disney
(17).
Cuando se analizan los años comprendidos entre las dos guerras mundiales,
merece la pena comentar, aunque sea brevemente, dos aspectos fundamentales:
1) la evolución desde el concepto de poder aéreo en general a las teorías espe-
cificas para el empleo de los aviones en combate, y 2) de las contribuciones
individuales a las colectivas (18).
Entre los teóricos más importantes de la época destacan J.F.C. Fuller y Basil H.
Liddell Hart que establecieron el marco teórico de las operaciones aire-tie-rra en
la guerra acorazada. La guerra relámpago desarrollada por los alemanes se ajustaba
perfectamente
648 Creadores de la Estrategia Moderna

perfectamente a sus ideas y, en contra de la idea popular, los aviones estaban al mismo
nivel de importancia que los carros y la infantería motorizada. Su empleo, tanto en
Francia como en Rusia en 1940 y 1941, dependió fundamentalmente de la capacidad de
coordinar los ataques aéreos, utilizando los aviones de la forma que Mitchell propugnaba
pero que Douhet y Severky consideraban ineficaz.
En Estados Unidos y Japón se estaban llevando a cabo al mismo tiempo importantes
desarrollos, tanto teóricos como técnicos, para la aviación naval embarcada, ante los
cuales Mitchell, con el hundimiento del buque Ostfriesland en 1921 y sus profecías, en
1912 y de nuevo en 1924, sobre una guerra inminente con Japón, jugó el papel catalizador
de la situación. Al principio, la U.S. Navy consideró que el avión embarcado sería útil
fundamentalmente en labores de reconocimiento al servicio de la flota. Algunos
pensadores tenían ideas ambiciosas sobre lo que ahora se denomina la proyección del
poder naval sobre objetivos terrestres, pero ninguno de ellos supo expresar sus ideas de
forma convincente del papel de aviones embarcados hundiendo acorazados durante
una batalla entre flotas. Japón, al estar menos condicionado en la construcción de
buques tradicionales, y más preocupado con la proyección de su poder naval que con la
defensa pura, demostró su preparación táctica en Pearl Harbor en diciembre de 1941.
A partir de la Primera Guerra Mundial, la Royal Air Force de Inglaterra, creada en
1918 partiendo de diversas ramas aéreas del ejército de tierra y de la marina, se tuvo que
enfrentar a una polémica que duró veinte años para mantenerse como arma
independiente. En diciembre de 1919, Winston Churchill, el entonces Ministro de la
Guerra, declaraba que "el primer deber de la RAF es proteger el Imperio Británico". Sir
Hugh Trenchard, Jefe del Estado Mayor del Aire desde 1919 hasta 1929, había sido el
primero en sugerir, al referirse a la situación de las fuerzas inglesas en Somalia, que el
avión podría llevar a cabo funciones de policía en el Imperio. En 1920, Churchill
estableció también un sistema para llevar a cabo el control aéreo de Mesopotamia (Irak). En
1922, unidades aéreas sustituyeron por primera vez a fuerzas terrestres en Oriente Medio
con el fin de mantener el orden en la zona; esto permitió el ahorro anual de 750.000
libras. A mediados de la década de los 30 ya se había elaborado una doctrina de empleo y
ésta estaba siendo enseñada en el RAF Staff College y en el Imperial Defense College
(20).
Otro aspecto importante de la actividad de la RAF en el período comprendido entre
las dos guerras mundiales, estuvo centrado en sus planes para el futuro y en ellos se
prestaba una gran importancia a las operaciones aéreas independientes contra los recursos
morales y materiales del enemigo. Había que evitar a toda costa una repetición de la
sangría de la Primera Guerra Mundial, por lo que la opinión pública inglesa adoptó sin
reservas los postulados de la RAF. El argumento básico era que los ataques aéreos contra
todo aquello que constituía una manifestación de la fortaleza del enemigo, serían un
elemento
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 649

elemento decisivo en la guerra y producirían una solución de la misma mucho más


rápida y, por tanto, más humana. En este sentido Trenchard tomó también la iniciativa al
dar una gran importancia a los ataques dirigidos a minar la moral del enemigo. En el
período 1920-1930, el supuesto enemigo para Trenchard, aunque no para su gobierno,
era Francia, pero pasó a ser Alemania nada más llegar al poder Hitler. El chauvinismo
de Trenchard le impidió contemplar la posibilidad de una guerra aérea tanto ofensiva
como defensiva; estaba convencido de que en caso de guerra, Francia chillaría primero. No
fue hasta 1936-1937, cuando se frenó la insistencia de la RAF por dedicar la mayoría de los
recursos económicos al Mando del Bombardeo. La decisión de cambiar de orientación y
dar más importancia a la defensa aérea, y al Mando de Caza se produjo muy oportuna-
mente, aunque no fue compartida por la mayoría del Estado Mayor del Aire.
En Estados Unidos, el trabajo del U.S. Army's Air Corps Tactical School, se centró en
la adaptación de las ideas de Douchet y Mitchell en una doctrina de empleo para las
operaciones contra la capacidad industrial del enemigo. Desde sus comienzos en 1920, el
Tactical School estaba orientado al análisis de todos los aspectos de las tácticas y la
estrategia aérea. Pero hacia 1926, el papel estratégico de los aviones de bombardeo, que
operaban independientemente de las fuerzas de superficie, aumentó su importancia y a
partir de 1932 se hizo crucial. Quizás porque parecía imposible poseer una flota de
bombarderos como propugnaba Douhet, algunos instructores del Tactical School
comenzaron a preguntarse si sería posible llevar a cabo un estudio científico de la
industria de una nación hasta el punto de poder distinguir los objetivos cuya destrucción
produciría la paralización de toda la capacidad industrial o de una serie de industrias
específicas. Si pudieran ser identificados un determinado número de estos blancos, se
podrían destruir con una fuerza relativamente pequeña y produciría el colapso de la
producción de guerra del enemigo, haciendo que fuera incapaz de seguir resistiendo. Por
todo ello, se llevaron a cabo una serie de estudios en los Estados Unidos para determinar
el grado de concentración industrial, la definición de los diversos componentes de las
industrias y su importancia relativa y la vulnerabilidad ante un ataque aéreo con el fin de
definir cuales serían los blancos más críticos.
Pero una cosa era identificar los blancos y otra muy distinta era destruirlos desde el
aire. Al menos para los más optimistas, la tecnología corría pareja en ambos sentidos. El
nuevo B-17 tenía el radio de acción, velocidad, altitud y capacidad para transportar bombas
que por entonces se consideraba necesario. Este avión, junto con los nuevos modelos de
visores Sperry y Norden Mark XV en 1933, parecían predecir que no estaba lejos el día
en que una flota de tal vez cien B-l7s despegaría desde alguna base aliada (quizás en
Inglaterra), volaría a grandes altitudes (incluso a más de 25.000 pies con el fin de evitar
las armas antiaéreas y a los cazas enemigos) y navegarían durante varios cientos de millas.
Agrupados en una gran formación para multiplicar tanto la cantidad de arma-
650 Creadores de la Estrategia Moderna

mentó transportado como la capacidad de autodefensa de los propios bombarderos,


divisarían sus objetivos con los nuevos visores, descargarían sus bombas y emprenderían el
regreso a su base situada a gran distancia. Detrás de ellos quedaría una zona industrial
devastada (quizás realmente sólo se trataría de una factoría, pero elegida de tal manera
que su destrucción supondría la mutilación de todo un sector industrial). Se decidió que
este tipo de ataques se realizarían de día para aumentar la precisión. El tema de si era
conveniente que la flota de bombarderos fuera escoltada por cazas para darles protección
fue saldado en sentido negativo por la sencilla razón de que, por aquel entonces, ningún
caza tenía el suficiente radio de acción (21).
En términos generales, la teoría que empleó la U.S. Army Air Force durante la
Segunda Guerra Mundial fue "acciones diurnas, a gran altitud y bombardeo de precisión
de blancos selectivos". Los acontecimientos posteriores revelarían numerosos defectos en
esta teoría, entre los que cabría destacar: 1) la falsa hipótesis de que se dispondría de
suficiente información sobre los blancos enemigos; 2) la constante tendencia a magnificar
las capacidades de los nuevos aviones, incluso cuando sólo eran un diseño, y a
minimizar los efectos que imponían sus propias limitaciones (una de las que más impacto
tuvo sobre las operaciones aéreas fue las condiciones meteorológicas); 3) el querer
considerar las partes de un problema como un todo, una forma de simplificación que no
es privativa de los teóricos del aire, que tiende a concentrarse en los medios en vez de en
los fines, y que al mismo tiempo, reduce la estrategia a un problema de elección de
blancos; 4) un exceso de confianza en la capacidad de autodefensa del avión de
bombardeo contra una fuerza aérea defensiva especializada y agresiva. Desde el punto de
vista de la teoría pura, resulta evidente que la idea inicial americana de dar énfasis a la
economía de fuerzas, basada en una aplicación cuidadosa de la misma, no puede
rechazarse como una fantasía de Douhet.
En los años entre las dos guerras mundiales, las diferentes concepciones de la guerra
aérea por parte de los teóricos de las principales potencias del mundo no partieron
de unos principios del poder aéreo comúnmente aceptados. A pesar de los esfuerzos de
Douhet y Mitchell, ninguno de los dos llegó a la categoría de un Mahan o un Jomini para
que los entusiastas del poder aéreo pudieran definir los secretos de la tercera dimensión
de la guerra. Por el contrario, la aplicación del avión a la guerra fue de manera muy
distinta en cada nación y en todas ellas se reflejaban los esfuerzos por querer integrar las
capacidades especificas del avión en apoyo a las fuerzas terrestres y marítimas de la forma
más adecuada para permitir el logro de los objetivos nacionales. Especialmente en
Estados Unidos se hicieron grandes esfuerzos para crear una rama aérea
independiente cuyo afianzamiento dependería de su capacidad para llevar a cabo
aquellas misiones que no pudieran ser realizadas por ninguna de las otras armas.
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 651

III

A los dos años de la publicación del ensayo de Edward Warner en Makers of Modern
Strategy se terminó la guerra. Como escribiría Bernard Brodie posteriormente: "El poder
aéreo tenía fuerte justificación en la Segunda Guerra Mundial. Pero fue la idea que tenía
Mitchell sobre el mismo la que se impuso sobre la de Douhet. El resultado más
espectacular fue en el empleo táctico y en él las fuerzas aéreas se ganaron el respeto y la
admiración de las otras fuerzas armadas. Por el contrario, los éxitos puramente
estratégicos nunca fueron plenamente convincentes para los observadores
independientes" (22).
La cantidad de datos que dispusieron los teóricos era incomparablemente mayor que
la existente hasta entonces. Las actividades aéreas de cada uno de los participantes más
importantes, excepto Rusia, tuvieron las siguientes características: Alemania y Japón no
tuvieron otra elección; Italia y Francia no tenían mucho que decir; en Estados Unidos, el
gobierno y la opinión publica se sintieron seguros bajo su nuevo escudo atómico. En el Reino
Unido el gobierno dio muestras de su tradicional moderación, aunque puso algunas trabas
a las ideas del Comandante en Jefe, Sir Arthur Harris (23).
La interpretación de Brodie de lo que había ocurrido con las teorías de Douhet y
Mitchell fue la de un crítico de las campañas aéreas estratégicas llevadas a cabo contra
Alemania y Japón; este crítico había llegado, a mediados de los 50, al convencimiento de
que esas campañas se debían a la tendencia de las naciones industrializadas de los siglos
XIX y XX a emplear la fuerza más allá de la razón. Además, él creía que marcarían el
camino para un futuro con armas atómicas y termonucleares; el análisis de Brodie fue muy
moderado y se limitó a lo que era evidente. Lo mismo se podría decir de muchos otros
para quienes resulta más apropiada la famosa frase de Noble Frankland: "la gente
prefiere emocionarse con la idea del bombardeo estratégico que saber verdaderamente
lo que es". Aunque no es este el momento de hacer una recopilación sobre el
interminable debate de la eficacia del bombardeo estratégico durante la Segunda Guerra
Mundial, merece la pena mencionar algunos de sus principales aspectos (24).
En relación con la guerra en Europa Occidental, la controversia se ha centrado en:
1) la ineficacia y la falta de humanidad del procedimiento seguido por el Mando de
Bombarderos de la RAF con el fin de aniquilar la moral civil alemana; 2) las demoras que
se produjeron hasta que los Estados Unidos dispusieron de sistemas adecuados para los
bombardeos de precisión; 3) el cambio introducido en los ataques americanos, a
principios de 1945, hacía bombardeos más masivos en vez de selectivos; y 4) dado que se
demostró que no se podía alcanzar la victoria con sólo el poder aéreo, surgía la duda de
que si los inmensos recursos humanos y materiales dedicados a las campañas de
bombardeo podían haber sido empleados de forma más rentable utilizando otras
armas.
652 Creadores de la Estrategia Moderna

Respecto a Japón, la controversia se centró en el empleo de la bomba atómica. El punto


principal de discusión fue su eficacia, puesto que se produjo la rendición sin necesitar de
la temida invasión. La adopción por parte de Estados Unidos, marzo de 1945, de nuevas
tácticas consistentes en el incendio de ciudades japonesas ha recibido muchas menos
críticas de las que cabría esperar. Pearl Harbor y las atrocidades japonesas con los
prisioneros de guerra parecían justificar todo tipo de respuestas, pero la bomba atómica
hizo que se olvidaran todas las demás.
Aunque las campañas de bombardeo estratégico realizadas por los americanos y los
ingleses han sido analizadas en numerosas ocasiones y han constituido la base para los
planes de posguerra en ambos países, hubo algunos aspectos de la guerra aérea que no
siguieron los preceptos de Douhet y que tuvieron una gran importancia, sobre todo
cuando se miden en términos del esfuerzo dedicado y del éxito táctico conseguido en
cada teatro de operaciones.
A pesar de ser un servicio independiente, la Luftwaffe estuvo bajo el férreo control del
Alto Mando desde el comienzo hasta el final de la guerra, en lo que se refiere a su
doctrina y adquisición de material. Tanto la aviación de ataque, como los paracaidistas y
el transporte aéreo fueron diseñados para apoyar las operaciones de la Wehrmacht. La
capacidad alemana de llevar a cabo operaciones aéreas a larga distancia que pudieran
llegar a producir decisiones totalmente independientes de las fuerzas de superficie fue nula
a lo largo de toda la guerra. Esto no quiere decir que resultara fácil para la RAF ganar la
Batalla de Inglaterra, sino que el material alemán, su doctrina de empleo y su dirigentes
privaron a la Luftwaffe de toda posibilidad de victoria, de la misma manera que ocurrió
posteriormente en las operaciones de transporte aéreo en Estalingrado. Es cierto que
existían algunos alemanes douhetistas, como el General Walter Wever que murió en
1936, pero no se les prestó atención. Es preciso tener en cuenta que el propio Hitler, al
menos hasta 1943, tenía ambiciones de conquista y que si se hubieran consolidado,
habrían supuesto un fortalecimiento económico y militar de Alemania.
Tanto el ejército como la marina de Japón tenían su propio contingente aéreo, pero
únicamente la rama aérea naval desarrolló una fuerza de ataque de gran radio de acción.
A los cuatro meses de su éxito en Pearl Harbor, la incursión de Halsey y Doolittle desde el
portaviones Hornet contra Tokio, en abril de 1942, puso en evidencia una nueva
vulnerabilidad que no había sido tenida en cuenta por los japoneses. En mayo, la batalla
del Mar del Coral fue el primer enfrentamiento en el que ninguna de las flotas tenía a la
vista a la otra. Y en junio de ese mismo año, la batalla de Midway con el hundimiento de
cuatro portaviones japoneses, gracias a una mezcla de coraje y buena suerte, fue la
demostración de que la guerra naval había entrado en una nueva era.
La contribución de las fuerzas aéreas de la Unión Soviética a la victoria final no está
muy clara al haber permanecido en una nebulosa durante toda la contienda; el aspecto
más relevante
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 653

más relevante fue su falta de entusiasmo por el tipo de fuerza aérea que desarrollaron los
Estados Unidos a partir de 1945. Entonces, como ahora, las fuerzas aéreas soviéticas
estaban compuestas principalmente, aunque no de forma exclusiva, por aviones de apoyo a
las fuerzas de superficie; durante la Segunda Guerra Mundial para apoyo de la fuerzas
terrestres fundamentalmente, pero en nuestros días incluyen también a las unidades
navales.
Un aspecto de la teoría del poder aéreo que reviste una gran importancia para la
Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF) a partir de 1945, y que ha sido poco tratado
por los historiadores, se refiere a lo que ahora se denomina poder aéreo táctico, en
particular, los problemas relacionados con el mando y control cuando se emplea en
apoyo a las fuerzas terrestres. Durante la década 1930-1940, en la Air Corps Tactical School,
la aviación de ataque (como se denominaba entonces) tenía asignadas tres funciones. La
primera era la obtención de la superioridad aérea en el teatro de operaciones con la
asistencia, si fuera necesario, de la aviación de caza. El logro de la supremacía sobre la
fuerza aérea enemiga era la contribución más importante para las fuerzas de superficie
propias. La siguiente en orden de prioridad era aislar el campo de batalla mediante el
ataque a las fuerzas enemigas y a las líneas de abastecimiento que estaban fuera del
alcance de la artillería (lo que ahora se denomina interdicción del campo de batalla). En
tercer lugar figuraban los ataques directos contra las tropas enemigas en el campo de
batalla, hoy denominado apoyo aéreo cercano.
Las experiencias en el norte de África a finales de 1942 y principios de 1943 parecían
confirmar estas prioridades, al menos para los aviadores. Los comandantes terrestres
mantuvieron su escepticismo hasta que acabó la campaña de Túnez en mayo de 1943,
en parte porque no aceptaban las ideas de los comandantes aéreos de establecer un
control centralizado de todas las acciones aéreas con el fin de potenciar la flexibilidad
de empleo. Los aviadores provocaron la polémica cuando el Departamento de Guerra
publicó, en julio de 1943, un reglamento titulado Command and Employment of Air Power,
que fue preparado por el Army Air Forces sin la colaboración del Army Ground Forces.
Este documento comenzaba con la siguiente frase: "El poder terrestre y el poder aéreo
son fuerzas al mismo nivel e independientes; ninguna es auxiliar de la otra".
Después continuaba explicando que la inherente flexibilidad era la ventaja más importante
de una fuerza aérea; que dicha flexibilidad sólo podía ser explotada eficazmente si el
mando estaba en manos de un aviador, único responsable de todas las operaciones
aéreas. Por tanto, su empleo no podía parcelarse al quedar subordinadas a comandantes
a nivel de división o cuerpo de ejército. Este documento establecería las prioridades para
las fuerzas aéreas tácticas: 1) superioridad aérea; 2) interdicción; y 3) apoyo aéreo
cercano. A partir de junio de 1944 y de los desembarcos de Normandía, dada la
abundancia de aviones y tri pulaciones disponibles por parte de los aliados (frente a la casi
aniquilada Luftwaffe),
654 Creadores de la Estrategia Moderna

Luftwaffe), los aviadores no necesitaron recordar a sus colegas de las fuerzas terrestres los
principios establecidos en el citado documento; las circunstancias del momento
permitían a las fuerzas aéreas hacer todo aquello que desearan y las discusiones
interarmas se centraron más en las operaciones específicas que en las diferencias
doctrinales, aunque posteriormente demostraron tener una gran importancia entre los
teóricos de ambas partes.
Es importante tener en cuenta dos aspectos que demuestran la madurez de la
teoría del poder aéreo aplicada a las fuerzas aéreas tácticas: en el período
inmediatamente posterior a la guerra, con el énfasis centrado en el desarrollo de
fuerzas dotadas de gran radio de acción para la nueva Era Atómica Aérea, las fuerzas
aéreas tácticas y la doctrina fueron dadas de lado y, a mediados de la década de 1960 en
Indochina se volvió a repetir la misma situación que en 1943, en la que el control
centralizado de las operaciones provocó numerosos problemas entre las tres fuerzas
aéreas (la de la armada, el ejército y los marines) (25).

IV

Desde el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón en agosto de 1945 ha
transcurrido ya casi medio siglo. En este período, el hacer teorías acerca de la guerra
aérea, y ahora espacial, se ha convertido en una tarea en la que se ven involucradas
numerosas personas de actividades muy diferentes desde los propios teóricos y estudiosos
hasta científicos, economistas y analistas sociales, muchos de los cuales sienten una
especial predilección por un vocabulario que subconscientemente parece orientado a
que lo inconcebible aparezca como racional. Aunque la parte de la estrategia
relacionada con las armas nucleares no entra dentro de esta discusión, tiene una
incidencia tan clara en el poder aéreo a partir de 1945 que es inevitable dedicarle algunas
observaciones.
Las listas de participantes en el campo de la estrategia nuclear cuyas ideas han tenido
un impacto, aunque este haya sido momentáneo, es larga. En formas muy diferentes, la
mayoría de estos escritores han orientado el tema de la guerra en la era nuclear hacia
una guerra específica o exclusivamente aérea, existiendo en este sentido un gran
paralelismo con los entusiastas de la aviación en los primeros años de este siglo. La mayor
parte de los estudios realizados desde mediados de la década de los cincuenta a mediados
de los sesenta, constituyen el núcleo del pensamiento estratégico del poder aéreo,
aunque existían algunas diferencias de concepto con lo que opinaban los pilotos de la
época. Esto tal vez se debía al innato escepticismo de estos últimos hacia las teorías, sobre
todo teniendo en cuenta las diversas opiniones que surgieron. Para aquellos que se
decidieron por hacer el esfuerzo de estudiar, tenían dos alternativas: o se encontraban
atrapados en el intrincado mundo de los conceptos que separaban a las diferentes
escuelas, o llegaban a la rápida y no muy convincente conclusión de que el número de
nuevas ideas que habían aparecido desde 1945 era desconcertantemente pequeño.
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 655

En el artículo que Bernard Brodie escribió en 1945 titulado The Atomic Bomb and
American Security, posteriormente ampliado a dos capítulos en el libro The Absolute Weapon,
se afirma que la disuasión es el concepto dominante de la estrategia nuclear.
"Anteriormente, el propósito principal de nuestro estamento militar era ganar las
guerras. A partir de ahora será evitarlas. Puede que no exista ningún otro propósito" (27).
Brodie marcó la pauta para las siguientes dos décadas entre los especialistas en este campo.
Su libro Strategy in the Missile Age continua siendo hoy un clásico que aborda temas
esenciales, como estructura de la fuerza (¿cuánta es suficiente?) y actitudes a adoptar
(ofensiva, defensiva, represalia, preventiva, etc). Al contrario que algunos de los primeros
escritores sobre los temas atómicos, Brodie aceptó el hecho de que muy probablemente
no se podía dar marcha atrás, y que el tema más importante era como regular las nuevas
armas para minimizar tanto las oportunidades de su uso como los niveles de devastación a
los que se llegaría si se utilizasen. Su gran realismo le separó de otros teóricos, uno de los
cuales fue Edward Mead Earle, quien lanzó una serie de desesperados argumentos para los
cuales la única respuesta válida, en su opinión, era proscribir la guerra, una teoría cuyos
seguidores activos son los defensores de la escuela del control de armamento y del
desarme dentro del pensamiento estratégico contemporáneo (28).
Las teorías sobre la guerra aérea entre 1945 y 1953 dejaron paso a los problemas más
urgentes de la posguerra ante el comienzo de la denominada guerra fría entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética. La desmovilización que se produjo al acabar la guerra, que
estuvo a punto de desintegrar las fuerzas militares americanas, condujo inmediatamente
al gobierno hacia una política de disuasión basada en la amenaza atómica,
posteriormente nuclear, y de represalia, una postura que a lo largo de los años ha sufrido
innumerables variaciones en la forma y en los detalles pero no en su base conceptual (29).
Al principio, el monopolio atómico americano consistía en unas pocas armas que podían ser
lanzadas únicamente por grandes bombarderos y que requerían un proceso largo y
complicado para su armado, por lo que, a finales de la década de los cuarenta, solamente
existían seis equipos cualificados para llevar a cabo esta tarea. A mediados de los
cincuenta, una combinación de los avances técnicos que se produjeron en esos años más
la situación militar creada por la guerra de Corea, hizo que se entrara en la era nuclear
total que fue reflejada en la doctrina de la represalia masiva.
El origen conceptual de esta doctrina, a través de las armas nucleares, se encuentra en
el testimonio de los Generales Henry H. Arnold y Cari A. Spaatz ante el Congreso de los
Estados Unidos en otoño de 1945 (30). La capacidad militar para poderla llevar a cabo se
consiguió como consecuencia de la asigna ción de presupuestos y las decisiones respecto a
la estructura de la fuerza que se adoptaron en el verano de 1951.
656 Creadores de la Estrategia Moderna

Su anuncio a principios de 1954, como consecuencia de la revisión de la política de


defensa de la nueva administración Eisenhower, estuvo presidido por las frustraciones
de la experiencia coreana y el temor del Presidente ante el impacto que podía tener para
la economía americana en el futuro. Se trataba básicamente de una decisión económica
más que de una estratégica. Los teóricos cuestionaron inmediatamente la credibilidad
de la doctrina de represalia masiva en casos que no fueran el enfrentamiento final entre
Estados Unidos y la Unión Soviética. Otros se preguntaban sobre la sensatez de
introducirse en una "era de la matanza nuclear" (31), ya que, en su opinión, para las
necesidades de la disuasión era suficiente con poseer la capacidad para asegurarse el
lanzamiento de un número pequeño de armas nucleares. La escuela de "la disuasión
limitada" nunca tuvo un gran apoyo en Estados Unidos, a pesar de los esfuerzos realizados
en este sentido por la U.S. Navy en 1957; en Europa, particularmente en Francia y
también de alguna manera en el Reino Unido, fue adoptada por pura necesidad. Durante
el mandato de Eisenhower, la amenaza de la represalia masiva fue poco a poco perdiendo
vigor y se dio paso a un programa global para la mejora de las fuerzas convencionales (sin
armamento nuclear) para otro tipo de confrontaciones. Esta tendencia sufrió un nuevo
impulso durante la administración Kennedy (la respuesta flexible), pero al mismo tiempo se
decidió la creación de unas fuerzas nucleares estratégicas a un nivel muy superior a las
anteriores, en las que los bombarderos cedían el primer puesto a los misiles balísticos
lanzados desde tierra y desde el mar con un alcance intercontinental; estas fuerzas
consistían en 1000 misiles Minuteman y 54 Titán del tipo ICBM (Intercontinental Ballistic
Missile) y una flota de 41 submarinos del tipo Polaris, armados cada uno con 16 SLBM
(Sea7Launched Ballistic Missile).
Se puede considerar que las decisiones de Kennedy y McNamara en 1961 intentaban
dar respuesta a dos amenazas bien distintas; por un lado, la mejora de la capacidad para
la respuesta flexible contribuía a la voluntad de intentar ponerla a prueba en Vietnam, y
la creación de la fuerza estratégica, puesta por primera vez a prueba durante la crisis de
los misiles de Cuba en octubre de 1962, obligó a los rusos a ceder ante la abrumadora
superioridad estratégica americana. Esta tesis ha creado la polémica de si los rusos crearon
sus fuerzas estratégicas, durante la década de los 70, basándose en la experiencia de Cuba
con el fin de que nunca más se volviera a repetir o si por el contrario, su concepción se
debió al deseo de disponer de unas fuerzas capaces de contener un primer ataque
americano contra sus fuerzas más débiles y contra los sistemas de mando y control de sus
aliados (32).
La guerra aérea y espacial están relacionadas con las armas nucleares. Las
superpotencias saben que el fallo de la disuasión conduciría a su mutuo suicidio. Como
todas las demás iniciativas desde Eisenhower para intentar controlar la creación de los
arsenales nucleares, las conversaciones SALT II (1978-1979) se diluyeron entre los
torbellinos de los problemas políticos presidenciales y las crisis internacionales.
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 657

Los historiadores y analistas futuros deberían tener en cuenta al menos un hecho: es


prácticamente imposible desligar las sucesivas transformaciones de la teoría de la guerra
aérea con armas nucleares de los cambios en las posturas defensivas originados durante la
guerra fría.

Desde 1945 la guerra aérea convencional apenas ha despertado la atención de los


teóricos, a pesar de que ha existido en numerosas ocasiones: en Corea (1950-1953), en las
Guerras Arabes-Israelíes (1957 y 1973) y en Indochina (1960 a 1975). Las mejoras
obtenidas en el radio de acción, velocidad, carga y precisión en la suelta de las armas han
sido enormes, pero han tenido un efecto muy limitado en el desarrollo de la guerra
terrestre, sobre todo en Egipto en 1967 y en Hanoi en diciembre de 1972.
Las circunstancias existentes en los primeros meses de la guerra de Corea exigían el
inmediato empleo de los pocos aviones disponibles en acciones de apoyo directo a las
fuerzas terrestres. La baja prioridad dada a la aviación táctica entre 1945 y 1950 quedó
reflejada también en la doctrina, lo que llevó al General O.P. Weyland, Comandante
de las Fuerzas Aéreas americanas en Extremo Oriente, a comentar que las experiencias
de la Segunda Guerra Mundial no estaban escritas, y si lo estaban, no habían tenido la
suficiente divulgación, y en cualquier caso no habían sido comprendidas. En el caso de
Corea del Norte, la superioridad aérea no fue demasiado problema y el esfuerzo de las
fuerzas aéreas estuvo dedicado a la interdicción de las fuentes de suministro enemigas y a
los refuerzos. En esta ocasión parece que no sirvieron las lecciones extraídas de la
campaña en el norte de Italia en 1944 y 1945: para que la interdicción aérea sea
efectiva, las fuerzas de superficie deben estar en posesión de la iniciativa táctica.
Actuando por sí solas, sin ejercer presión sobre el enemigo por parte de las fuerzas
terrestres, la aviación podía hostigar al enemigo y demorar el movimiento de sus
ministros, pero durante la noche o en condiciones de mala visibilidad dejaban de actuar,
lo que suponía un respiro para el enemigo (33).
A partir de Corea, las fuerzas aéreas tácticas americanas comenzaron de nuevo a
declinar. El recién creado Mando Aéreo Estratégico acaparó todo el protagonismo. La
experiencia de Corea fue considerada como una aberración que no podía repetirse en el
futuro. En 1955, Thomas K Finletter, que había sido Secretario de la Fuerza Aérea
durante la Guerra de Corea, escribió que ésta había sido "un caso especial, y el poder
aéreo podía aprender muy poco para poder aplicarlo a su futuro papel en la política
exterior de los Estados Unidos en el Este". El informe final de las Fuerzas Aéreas de
Extremo Oriente decía que "todo intento de crear una fuerza aérea, basándose en
los requisitos impuestos por la Guerra de Corea, podía ser desastroso para los Estados
Unidos" (34).
658 Creadores de la Estrategia Moderna

Aunque estas ideas fueron las que prevalecieron, algunos pensadores militares
intentaron detener el excesivo énfasis que se estaba dedicando al Mando Aéreo
Estratégico.
A partir de 1954, el General Weyland, Jefe del Mando Aéreo Táctico, se empeñó en
una lucha que duró cinco años, para situar a las fuerzas aéreas tácticas en su justo lugar.
La mayoría de sus esfuerzos se orientaron hacia que los caza-bombarderos tuvieran
capacidad nuclear. A finales de los cincuenta era comunmente aceptado que en la
próxima guerra se utilizaría el armamento nuclear táctico. Consecuentemente, se
dejaron de diseñar aviones para misiones aire-aire exclusivamente (superioridad aérea)
y se paralizó la producción de armamento convencional. Todo ello a pesar de la
opinión de Weyland, expresada en 1956, en el sentido de que "el conflicto más probable
en el futuro inmediato será de tipo periférico. En este caso, la guerra aérea tendrá un
carácter eminentemente táctico" (35). En Gran Bretaña, el Mariscal del Aire, Sir John
Slessor, fue más lejos al afirmar: Debemos estar preparados para enfrentarnos a otras
Coreas... La idea de que un poder aéreo superior puede llegar a ser sustituido por la
simple potencia y habilidad profesional en tierra para una guerra de este tipo es
seductora pero ilusoria; todo esto resulta desalentador para todos aquellos que confían
en que el poder aéreo proporcionará una rápida situación que conduzca a la victoria"
(36). En las guerras coloniales posteriores a la Segunda Guerra Mundial (como en
Indochina, 1945-1954; Malaya, 1948-1960; y Argelia, 1954-1962), el poder aéreo actuó
casi por completo en su modalidad de apoyo a las fuerzas de superficie. Los pocos analistas
que estudiaron estos acontecimientos llegaron a la conclusión de que la utilización más
efectiva del poder aéreo era en acciones en las que no se empleaba armamento a bordo
de los aviones, como el reconocimiento, transporte, enlace y, en general, en todos
aquellos que contribuían a aumentar la movilidad de las otras armas. Estas conclusiones
fueron recibidas en Estados Unidos con muy poco entusiasmo. La idea de no más Coreas
destacaba sobre cualquier otra consideración y todo se orientó a preparar una guerra a
gran escala, probablemente contra la Unión Soviética y en Europa. Cuando la fuerza
aérea israelita hizo su Pearl Harbor contra la fuerza aérea egipcia en 1967 durante la
Guerra de los Seis Días, los aviadores americanos, que por aquel entonces se sentían
frustrados por las limitaciones impuestas en Indochina, vieron en el planeamiento y
ejecución de las operaciones israelitas el tipo de guerra que ellos deseaban.
Cuando se analizan, desde el punto de vista de la teoría y la doctrina del poder aéreo,
las acciones de los Estados Unidos en Indochina desde 1965 a 1972, éstas presentan
diversos problemas. Los procedimientos de mando y control estaban dominados por una
combinación de precauciones diplomáticas exteriores y unos imperativos institucionales
internos a los servicios militares americanos, por lo que se llegó a una situación en la que
existían cinco guerras aéreas distintas actuando simultáneamente: una en Vietnam del
Sur, a la que se dedicaba
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 659

a la que se dedicaba el mayor esfuerzo militar; otra en Vietnam del Norte; otras dos, que
pasaron casi desapercibidas, en el norte de Laos y Camboya; y una quinta al sur de Laos, a
lo largo de la ruta Ho Chi Minh. Para la mayoría de la gente, la atención se centró en la
guerra aérea sobre Vietnam del Norte.
Los objetivos iniciales para esa campaña fueron: 1) ejercer presión sobre el gobierno
de Hanoi para que retirase su apoyo a los elementos revolucionarios del Sur; 2)
interrumpir el suministro de hombres y material desde el Norte hacia el Sur; y 3)
aumentar la moral de las fuerzas a favor del gobierno en Vietnam del Sur demostrando
el compromiso americano en la guerra. Desde Washington se indicaba como
conseguir estos objetivos hasta en sus más mínimos detalles, fijando el momento, el sitio,
las prioridades de los blancos (llegando a especificarlos individualmente) e incluso el
ritmo de las acciones a realizar. Desde el principio, las estrictas reglas de combate limitaron las
opciones abiertas a los comandantes e incluso se les prohibió llevar a cabo las acciones
necesarias para obtener la superioridad aérea al evitar, por ejemplo, que se atacaran las
baterías de misiles tierra-aire (SAM) y las bases aéreas enemigas (por temor a matar a los
asesores rusos y chinos destacados en estos puntos, lo que llevaría a una posible escalada
de la tensión existente entre las dos superpotencias). El gobierno americano estaba muy
preocupado por la posibilidad de una escalada no intencionada de la guerra, pero no se
puede decir lo mismo sobre su decisión de comprometer a sus fuerzas aéreas (incluyendo
las pertenecientes a la U.S. Navy y al Cuerpo de Marines), a "un esfuerzo a medio gas
para una escalada controlada y gradual de la presión ejercida". No existía ningún
precedente del uso del poder aéreo para alcanzar objetivos limitados y esencialmente
psicológicos, actuando de forma aislada en una campaña en la jungla, dirigida desde
los cuarteles generales situados a diez mil millas de allí.
Los aviadores se irritaron por estas restricciones, pero no se rebelaron. Por el
contrario, actuaron de la mejor forma que pudieron en las circunstancias reinantes,
confiando en que sus líderes en el gobierno llegaran a ver la luz. Frecuentemente, en
Vietnam del Sur, como en el sitio a Khe Sanh en 1968, y algunas veces en Vietnam del
Norte, como durante las Operaciones Linebacker en 1972, el poder aéreo demostró ser
decisivo incluso en las circunstancias limitadas del momento. Sin embargo, en su
conjunto, la experiencia de Indochina en cuanto a lo que se refiere a la
experimentación de nuevas tácticas y armas (como las técnicas de rescate aéreo, las
ametralladoras instaladas a bordo de helicópteros y aviones de ala fija, la defoliación y las
municiones guiadas de alta precisión), fue decepcionante tanto para los teóricos como
para los propios aviadores.
La victoria de Israel en 1967 no se pudo repetir en 1973, debido a que no lograron
sorprender a los egipcios y las grandes mejoras introducidas en las defensas antiaéreas
(tanto en misiles tierra-aire, como en radares y en artillería antiaérea de gran cadencia de
fuego).
660 Creadores de la Estrategia Moderna

En Indochina, los americanos se enfrentaron a la primera generación de SAM y


permitieron que la mayoría de los blancos terrestres gozaran de una situación aérea
bastante permisiva cuando habían demostrado que podían impedir toda actividad aérea.
Sin embargo, los avances técnicos de la última década, especialmente todos aquellos que
tenían relación con la microelectrónica, hicieron que se volviera a poner de nuevo en
duda la ventaja de la ofensiva frente a la defensiva.
Esto es más evidente en Europa que en cualquier otro sitio, ya que los americanos han
fomentado la creación de un gran poder aéreo en manos de la OTAN para
contrarrestar la superioridad del Pacto de Varsovia en la guerra mecanizada terrestre
(así como ante el alarmante crecimiento de la aviación táctica y de gran radio de acción
soviética). Dotados de capacidad para ataques convencionales y nucleares, los aviones de
caza y caza-bombarderos de la OTAN tienen como misión fundamental la disuasión. No
obstante, si tuvieran que entrar en acción, nadie sabe con seguridad que ocurriría, ya
que tendrían que operar en un espacio aéreo muy congestionado, a lo que hay que
añadir las incertidumbres de las técnicas de guerra electrónica y los rápidos cambios tec-
nológicos que afectan a los SAM.
Lo único que hay cierto en la actual y atropellada marcha de la tecnología en la
guerra aérea convencional es que los costes se han disparado hasta el punto de que el
precio de un sólo avión puede llegar a ser de decenas de millones de dólares. Puesto que
los costes aumentan, el efecto inevitable es reducir el número de aviones y, por tanto, su
empleo en combate se hace más delicado; esto ha hecho que algunos aviadores hayan
comenzado a reclamar el regreso de un mayor número de aviones aunque tengan
capacidades ligeramente inferiores. Si esto llegara a suceder, nos encontraríamos ante un
auténtico cambio de tendencia, ya que hasta ahora, en toda la historia del poder aéreo,
los pilotos, que son los que vuelan y combaten, nunca han estado dispuestos a renunciar
a priori a ningún adelanto tecnológico. Por todo ello, el aumento de la vulnerabilidad de
los aviones ante las defensas antiaéreas, junto con los altos costes por unidad, pueden
forzar a revisar las prioridades tradicionales.
Puede ser que el énfasis pase del propio avión a las armas, en particular a las
municiones guiadas de precisión o PGM. Resulta natural que los aviadores hayan
tendido a concentrarse en la plataforma, especialmente en lo que se refiere a las
mejoras en velocidad, radio de acción, agilidad y otras características. Por la misma
razón, los aviadores también se han mostrado poco inclinados a fomentar los avances en
el campo de los vehículos pilotados a distancia (RPV). Para la mayoría de los pilotos, los
RPV no se merecen ni discutir acerca de ellos, ya que es un artículo de fe el hecho de
que un avión tripulado puede llevar a cabo de forma mucho más satisfactoria
cualquier tipo de misión.
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 661

Dos aviadores ingleses han hecho un estudio sobre las implicaciones que tendrán en
el futuro algunos de los problemas a los que se enfrentan hoy las fuerzas aéreas, que
abarcan desde las restricciones políticas a los problemas de vulnerabilidades y costes. Su
conclusión es que la respuesta a los actuales dilemas está en una mejora de la precisión
táctica. En su opinión, si la nueva tecnología puede orientarse hacia el logro de este
objetivo, los líderes políticos se sentirían más inclinados a considerar el poder aéreo
como un arma omnipresente para utilizarla desde el primer momento en lugar de un
arma de último recurso. Ellos consideran igualmente que, respecto a la vulnerabilidad y
el coste, esto significará que "el número de aviones a utilizar se verá reducido, mientras
que el número de blancos terrestres que podrán ser atacados, aumentará. La solución a
ese dilema estará en las tácticas que puedan desarrollar los aviones fuera del alcance
efectivo de las defensas antiaéreas, lo que exigirá el uso de armas flexibles y de gran
precisión. Por todo ello, parece que se impone un cambio de conceptos en cuanto a las
actuaciones a exigir a los aviones y a las armas". (37).
Si se están llevando o no a cabo estos cambios es un tema de discusión que no está
zanjado. Un factor importante que hay que tener en cuenta es la relativa poca experiencia
en cuanto a guerras aéreas en la pasada década. Los ejemplos habidos no sólo han sido de
escasa entidad, ninguno de ellos fue lo suficientemente importante como para
considerarlo definitivo, sino que han sido esporádicos. Además, no se puede extraer de
ellos ninguna consecuencia, puesto que los objetivos que se perseguían eran muy
limitados. Otro problema es hasta qué punto las actuales burocracias, intereses y feudos se
pueden adaptar a los cambios. Por poner un ejemplo, aunque los RPV están actualmente
en fase de desarrollo en los Estados Unidos, tanto por parte del ejército como de la
fuerza aérea, cada uno de estos servicios tiene sus problemas específicos relacionados con
fuertes implicaciones de organizaciones ante la incorporación de estos sistemas.
En el campo de la guerra aérea nada resulta más incierto en estos momentos que la
trayectoria que tomará en el futuro. Como dijimos al principio, los efectos de los cambios
tecnológicos y los acontecimientos que han ido surgiendo sobre la marcha, han jugado,
desde el principio, un papel mucho más importante que el de las ideas. Es posible que en
la actualidad nos encontremos en los umbrales de tales avances tecnológicos que pueda
producirse un cambio radical en la propia identidad del poder aéreo. El combate
electrónico, las nuevas posibilidades a través de vehículos espaciales, las municiones
guiadas de precisión y los aviones sin piloto parecen introducirnos en una nueva era de la
aviación. Los espectaculares avances en vehículos y viajes a través del espacio y las nuevas
tecnologías de la guerra de las galaxias, basadas en rayos láser y armas de energía dirigida,
presagian nuevos horizontes para los aviadores de un futuro próximo. Con cierta
nostalgia se podría concluir diciendo que la propia tecnología puede ser, hoy en día, el
principal teórico del poder aéreo.
662 Creadores de la Estrategia Moderna

NOTAS:
1. On War, editado y traducido por Michael Howard y Peter Paret (Princeton, 1984),
479, 483.
2. The Bombing Offensive against Germany: Outlines and Perspectives de Noble Frankland
(London, 1965), 16-17.
3. Estas palabras pertenecen a un escrito de Octave Chanute de 1894 y recogidas por
Charles H. Gibbs-Smith, en su Aviation: An Historical Survey from its Origins to the End of
World War II (London, 1970), 221. En 1864 Victor Hugo había escrito unas frases
al piloto de globos francés Nadal, en el sentido de que la invención del avión
significaría el fin de la guerra. En su opinión, traería la paz, ya que el avión
supondría la abolición inmediata, absoluta, instantánea, universal y perpetua de las
fronteras. Esta era una de las profecías más optimistas.
4. Frase extraída de Air Power: A Concise History de Robin Highan (New York, 1972), 233.
5. Incluso hoy en día, la mayoría de los trabajos importantes en este campo están
siendo realizados por historiadores oficiales, muchos de ellos civiles al servicio del
gobierno, pero también existen contribuciones muy importantes de militares, sobre
todo en los Estados Unidos y en la República Federal de Alemania. Cuando el
Comité Internacional para la Historia de la Segunda Guerra Mundial anunció, en su
News Bulletin na 19, de diciembre de 1983, un plan francés para una conferencia a
finales de 1984 sobre la aviación durante el período comprendido entre las dos
guerras mundiales, se añadía suatamente: "El problema es encontrar historiadores
civiles". Para una discusión documentada sobre la relación entre los aviadores e
historiadores, ver Two Different Worlds: The Military Historian and the U.S. Air Force de
Dennis E. Showalter, en la revista Air University Review 31, nQ 4 (mayo junio, 1980), 30-
37.
6. El término poder aéreo ha sido utilizado de formas muy variadas. Lógicamente,
debería reservarse para discusiones sobre el potencial total de la capacidad aérea de
una nación, tanto en paz como en guerra, y para estudios civiles como militares. Sin
embargo, este uso no es muy común; una de las excepciones es en Air Power: A
Concise History de Higham. El poder aéreo parece tener ciertas connotaciones casi
mágicas para muchos; al parecer fue inventado por el Comandante Alford Joseph
Williams en su Airpower (New York, 1940). Fue adoptado posteriormente por el
General Orvil A. Anderson, de la USAF, quien lo utilizó en su informe sobre el
bombardeo estratégico americano (1947), que posteriormente fue editado en 1959
como libro bajo el título de The Airpower Historian.
7. Bitty Mitchell: Crusader for Air Power de Alfred F. Hurley (Bloomington, 1975), 141-42,
175.
8. Sobre el memorandum de Smuts, ver The War in the Air de Walter Raleigh y H.A.
Jones, 7 vols (London, 1932-37), 7:8-14 y Bombing Offensive against Germany de
Frankland, 21-46.
9. Ensayo de Warner en Makers of Modern Strategy, editado por Edward Mead Earle
(Princeton, 1943), 485-503 y ha sido publicado innumerables veces en libros de
texto para las academias militares y escuelas de Estado Mayor.
10. Ibid, 485.
11. Warner era segundo jefe del Civil Aeronautics Board cuando se publicó su ensayo.
Anteriormente, había sido Secretario de la Navy para asuntos de aeronáutica y
editor de la revista Aviation. Sobre su carrera, ver Current Biography, 1949, páginas 620-
22, y a su muerte, en el New Cork Times, del 13 de julio de 1958.
12. Para los escritos de Douhet, ver las notas biográficas al final de este volumen.
13. Strategy in the Missile Age de Bernard Brodie (Princeton, 1959), 88-90. El capítulo The
Heritage of Douhet, páginas 77-106 es ilustrativo aunque no se ajusta a las ideas de
Brodie.
14. Esta biografía de Hurley se deriva de una conferencia suya titulada The Aeronautical
Ideas of General William Mitchell en 1961 y que fue publicada en 1964 por primera vez.
Las referencias aquí son de la nueva edición (Bloomington, 1975).
15. Ibid, 139.
16. Strategy in the Missile Age de Brodie, 71-72.
17. El film de dibujos animados de Disney con una duración de 65 minutos, fue
exhibido por primera vez en julio de 1943, fecha en la que Makers of Modern Strategy se
estaba imprimiendo. Este film era una mezcla de historia de la aviación con una
acertada versión del libro Victory Through Air Power de Seversky, del cual tomó el
título. El film tuvo un efecto considerable en el público y
Voces desde el azul del cielo: Los teóricos del poder aéreo 663

sugería una victoria rápida, limpia y eficaz sobre las potencias del Eje, mediante
el uso de enormes flotas aéreas que atacaba los centros de producción del
Japón, Italia y Alemania. Seversky continuó promocionando sus ideas después
de la Segunda Guerra Mundial a través de numerosos escritos y entrevistas y
sobre todo en su Air Power: Key to Survival (New York, 1950); continuó siendo un
asesor valioso para los altos cargos de la USAF hasta su muerte en 1974.
18. Después de Douhet, Mitchell y Trenchard en la década de los veinte y
principios de los treinta, la teoría del poder aéreo y su doctrina fueron un
producto de esfuerzo colectivo en lugar de individual.
19. Sobre Liddell Hart y Fuller, ver el ensayo número 20 de este volumen.
20. Air Power in Small Wars: The British Air Control Experience del Teniente Coronel
David J. Dean, de la USAF en Air University Review na 5 (julio-agosto, 1983),
páginas 24-31.
21. Sobre el trabajo realizado por la Tactical School y su influencia en la estrategia
aérea americana en la Segunda Guerra Mundial, ver The Air Plan That Defeated
Hitler del General Haywood S. Hansell (Atlanta, 1972). En Strategic Bombing in
World War/7: The Story of the U.S. Strategic Bombing (New York y London, 1976)
páginas 4-12 del mismo autor, existe también un breve tratamiento de este tema
y de él se han extraído este párrafo y el anterior.
22. Strategy in the Missile Age de Brodie, 107.
23. Bomber Offensive de Arthur Harris (London y New York, 1947).
24. En los Estados Unidos, una comisión presidencial (United States Strategic
Bombing Survey, o USSBS), publicó un total de 321 informes entre 1945 y
1947: 212 sobre la guerra en Europa y 109 sobre la guerra del Pacífico. La
historia del USSBS está recogida en Strategic Bombing in World War //de
Maclsaac. Ver también la introducción de The U.S. Strategic Bombing Survey:
Selected Reports in Ten Volumes (New York y London, 1976), I: VII-XXIX, en él se
hace un resumen de todas las controversias originadas sobre la eficacia de los
bombardeos estratégicos a la Segunda Guerra Mundial.
25. Ver Air Power in Three Wars de William W. Momyer (Washington, D.C., 1978) y
Command Structure/or Theater Warfare: The Quest for Unity of Command de
Thomas A. Cardwell III (Maxell Air Force Base, Ala., 1984).
26. En esta lista estarían incluidos: Bernard Brodie, Herman Kahn, Henry A.
Kissinger, Albert J. Wohlstetter, Thomas C. Schelling, Oskar Morgenstern,
P.M.S. Blackett, Andre Beaufre, Alistair Buchan, Pierre Gallois, Robert E.
Osgood, William W. Kaufman, Maxwell Taylor, V.D. Sokolovs- kii, Basil H.
Liddell Hart, James M. Gavin, Michael Howard, Sir John Slessor, y Raymond
Aron.
27. The Absolute Weapon de Bernard Brodie (New York, 1946), 76. En marzo de
1946, Arthur C. Clarke, siendo por aquel entonces un joven Teniente piloto
de la RAF que no había tenido contacto con la obra de Brodie, llegó a la
misma conclusión: "La única defensa contra las armas del futuro es evitar que
lleguen a utilizarse. En otras palabras, el problema es político y no militar. Las
fuerzas armadas de un país no pueden defenderse en adelante; lo máximo que
pueden ofrecer es la destrucción del atacante".
28. El artículo de Earle en la revista Yale Review de junio de 1946, The Influence of Air
Power upon His tory concluyó con la idea de que "si no se puede llegar a
destruir la guerra, la guerra nos destruirá a nosotros".
29. Ver The Development ofe Nuclear Strategy de Bernard Brodie en la revista
International Security n 4 (Primavera 1978), 65-83.
30. Ver The Air Force and Sttegic Thought, 1945-51 de David Maclsaac, del International
Security Stu
dies Program Working Papern" 8, The Wilson Center, Washington D.C, junio de
1979. A Minute-
man Tradition de S.F. Wells en la revista The Wilson Quarterly 3ne2 (Primavera,
1979), 109-24.
Kill and Overkill de Max. Lerner (New York, 1962).
Ver The Nuclear Weapons Debate and American Society de la revista Air University
Review 35 ng 4 (mayo-junio, 1984), 81-96.
33. Air Power in the Nuclear Age de M.J. Armitage y R.A. Mason (Champaign, 111.,
1983), capítulo 2. La historia oficial es de Robert F. Futrell, The United States Air
Force in Korea, 1950-1953 (New York, 1961). Air Superiority in World War II and
Korea editado por Richard M. Kohn yjoseph P. Harahan (Washington D.C.
1983).Air Power in the Nuclear Age de Armitage y Mason, 44.
664 Creadores de la Estrategia Moderna
35. Ibid, 44-45.

36. Ibid, 45. Este párrafo procede de su artículo Air Power and World Strategy en
Foreign Affairs, de octubre de 1954. Unos años después, en The Great Deterrent
(New York, 1958), defendía que incluso los aviadores habían prestado gran
atención a contrarrestar "las tácticas de las termitas: subvención, infiltración
y la explotación de ciertos factores como los nacionalismos inmaduros".
37. Air Power in the Nuclear Age de Armitage y Masón, 256-57. En el capítulo 9:
Challenge and Opportunities hay un excelente resumen de este tema.
Condoleezza Rice
22. La creación de la Estrategia
Soviética
22. La creación
de la Estrategia Soviética

Pocas filosofías laicas han sido tan globalizadoras como el marxismo. La explicación y
predicción de toda la historia humana en términos de una continua lucha de clases hace
que el marxismo rechace explícitamente la compartimentación de la experiencia
humana. Las definiciones encorsetadas de estrategia militar que separan nítidamente la
guerra y la paz, o el ejército y la sociedad, no tenían sentido para los bolcheviques. Lenin
y sus seguidores se sintieron atraídos por el análisis sistemático de la interacción
permanente de la política y la guerra. Cuando los Soviets llegaron al poder en la
Revolución de octubre de 1917, no había para ellos ninguna duda de que guerra,
revolución, política y sociedad eran inseparables.
El aspecto ideológico y la experiencia histórica hacían esperar que el conflicto, a
veces violento, actuara de locomotora para el progreso histórico. Pero aunque el
marxismo proporcionó un marco de actuación, no se convirtió en un proyecto claro y
definido. Los bolcheviques trataron de tomar son seriedad la promesa de Engels de que
"la liberación del proletariado provocaría un estamento militar especial y
completamente nuevo" (1). Sin embargo, la revolución y la creación de una nueva
sociedad socialista se asentó en unas complejas y cambiantes circunstancias. La
reciente victoria estaba amenazada por enemigos internos y externos y a veces parecía
que el experimento bolchevique sólo duraría unos cuantos meses. Enfrentándose
primero a Alemania y después a la propia guerra civil, los líderes soviéticos lucharon
para proteger el embrión de sociedad socialista que existía por entonces, mientras que
trataron de establecer la acción de las fuerzas armadas en el progreso socialista. Las
pocas orientaciones que recibieron como herencia ideológica chocaron a menudo con
la realidad de las circunstancias. La armonización de las expectativas ideológicas con la
cruda realidad es una tarea fundamental a la que se tienen que enfrentar las nuevas
sociedades. Esto fue especialmente crítico en la Rusia revolucionaria, donde las
necesidades del momento dictaban a menudo la dirección a tomar.

El choque inicial entre las expectativas y la realidad fue lo que caracterizó a la


propia Revolución Rusa. Como marxistas, los bolcheviques esperaban que la victoria
del proletariado
668 Creadores de la Estrategia Moderna

del proletariado en Rusia fuera seguida por una revolución a escala mundial. Los
trabajadores en los Estados capitalistas avanzados se alzarían derrocando a sus
gobernantes y construirían el socialismo, sobreponiéndose a las fronteras nacionales. Los
bolcheviques dedicaron la mayor parte de sus energías a desencadenar estos
acontecimientos. Una vez en el poder, empezaron a discrepar sobre cuanto tiempo
costaría que los trabajadores del mundo se unieran a los de Rusia. Este fue un debate
arduo e inútil para la Revolución en aquellos momentos. Los bolcheviques, que no tenían
un puesto definido para luchar contra Alemania, no podían esperar mucho tiempo.
Los radicales, como Bukharin en el ala izquierda, creían que Alemania sería derrotada
desde dentro de su propio territorio, si se fomentaba la revolución. Al sobrevalorar
tanto la solidaridad de los trabajadores como la debilidad de Alemania, suponían que la
victoria se lograría mediante la insurrección armada. Algunos, animados por la victoria de
octubre, deseaban una guerra revolucionaria de manos limpias contra Alemania. Lev
Trotsky publicó ideas más modernas y con ellas pretendía amenazar a Alemania con el
aforismo de no guerra, no paz, según el cual los soviéticos evitarían la guerra, pero al mismo
tiempo fomentarían la inestabilidad interna de Alemania con el fin de detener su avance.
Lenin, más conservador, era partidario de que la paz había que asegurarla de forma
inmediata y a cualquier coste, con el fin de dar un respiro al castigado Estado ruso.
Trotsky ganó el debate y presentó sus condiciones a los representantes germanos;
Alemania respondió con una ofensiva a gran escala contra el nuevo Estado soviético.
Cuando el enemigo estaba a menos de dos semanas de Moscú, Lenin entregó a los
miembros del Comité Central un ultimátum que posteriormente se haría famoso. En su
opinión, la única elección era pedir la paz. La revolución en Alemania era inevitable, pero
no se podía saber cuando iba a tener lugar. En su informe, Lenin decía: "Tenemos
alrededor de dos semanas, ¿Hay alguien que pueda garantizar que los trabajadores se van
a levantar en esas dos semanas?" (2). Lenin amenazó con dimitir si no se firmaba el
tratado de Brest-Litovsk y consiguió lo que se proponía. Los bolcheviques ratificaron una
paz humillante mediante la cual se perdía un tercio de la población rusa y el 60 por ciento
de su territorio en el continente europeo.
La victoria de Lenin tuvo una gran importancia. No sólo pudo salvarse la Revolución,
sino que estableció el camino para el futuro desarrollo del Estado soviético. La mayoría de
las decisiones políticas no se toman de forma aislada, sino que están relacionadas con
otras anteriores. Una vez tomado un determinado rumbo, las decisiones siguientes y el
efecto acumulativo de todas ellas, empujan a una sociedad hacia una dirección y se
abandonan virtualmente todas las demás alternativas. La decisión de proteger los logros
obtenidos por el socialismo dentro de Rusia en vez de aspirar a extender la revolución por
todo el mundo, fue el acto más importante que realizaron los bolcheviques en sus
comienzos. Uno de sus efectos fue el establecimiento de un carácter definido de sus
fuerzas armadas, colocando a la Unión Soviética en la senda del militarismo de la que
nunca se ha apartado.
La creación de la Estrategia Soviética 669

Aunque el Tratado de Brest-Litovsk proporcionó un respiro, los bolcheviques no


disponían de las suficientes fuerzas armadas ni para garantizar la paz con Alemania ni
para resistir el acoso de los enemigos internos que estaban dispuestos a llegar a la guerra
civil. Antes de la Revolución se crearon consejos militares (soviets), pero su función
principal era dirigir actividades para desorganizar y sembrar la discordia entre las fuerzas
imperiales. Estaban bien preparados para esa tarea, pero les faltaba disciplina y capacidad
para defender la Revolución frente a antiguos generales del imperio como Kolchak y
Denikin. En muy poco tiempo se organizaron las "Fuerzas Blancas", compuestas por ene-
migos exteriores del régimen; eran tropas de Japón, Francia, Gran Bretaña y Estados
Unidos, así como unidades de soldados checos que servían en el ejército austríaco. Al
mismo tiempo, las fuerzas polacas se enfrentaron a los bolcheviques en el frente Oeste,
amenazando con mover las fronteras del joven Estado soviético incluso más al Este. Ante
esta situación desesperada, los bolcheviques necesitaban un ejército capaz de proteger su
revolución.
Se enfrentaron a una difícil elección. Para la victoria, era imprescindible contar con
fuerzas centralizadas, disciplinadas y entrenadas, pero eso sonaba como a la resurrección
de ejército regular que ellos mismos acababan de ayudar a destruir. Algunos estaban
preocupados porque la forma que adquiriese el ejército al principio sería la que
impondría el carácter que iba a tener una vez que fueran derrotados los enemigos
internos de la revolución. No obstante, Trotsky, nombrado Comisario para la Guerra,
acertó al reemplazar las formaciones de trabajadores que actuaban de forma
descentralizada por unidades del ejército férreamente disciplinadas bajo un mando
unificado (3).
Los bolcheviques llevaron a cabo importantes acciones para la creación del Ejército
Rojo. No disponían del suficiente número de trabajadores y simpatizantes como para
satisfacer las necesidades de un ejército de voluntarios. Como las sucesivas llamadas al
voluntariado fracasaron, los bolcheviques emplearon métodos más tradicionales para
forzar la movilización de los ciudadanos e impulsar el reclutamiento forzoso de los
prisioneros de guerra. El 8 de abril de 1918 se organizaron Comisariados Militares para
administrar las nuevas directivas centralizadas y fueran eliminados algunos aspectos que
habían estado motivados por cuestiones puramente ideológicas, como el de mando electo,
según el cual, los comandantes eran elegidos y destituidos por las propias tropas (4).
Las decisiones de confiar el liderazgo de las fuerzas armadas a especialistas militares, lo que
constituía un eufemismo para los anteriores oficiales zaristas, fue mucho más
controvertida y sus efectos perduraron durante mucho tiempo. El 22 de diciembre de
1918, 315 de los anteriores oficiales imperiales servían en el Ejército Rojo y en agosto de
1920 ese número se había elevado a 48.409 (5). Algunos de ellos llegaron a las categorías
más altas, como el General A. A. Svechin. Hombres más jóvenes, como Mikhail
Tukhachevsky,
670 Creadores de la Estrategia Moderna

Tukhachevsky,que había sido Teniente del Ejército Imperial, también fueron


reclutados. Como consecuencia de poseer una educación muy superior a la de los
oficiales procedentes de la revolución, estos hombres llegaron a dominar los cuadros de
mando del Ejército Rojo. Los bolcheviques se esforzaron en crear un núcleo de
Comandantes Rojos. Se enviaron a las recientemente creadas academias de
entrenamiento militar a jóvenes trabajadores y, a finales de la Guerra Civil, existía ya un
importante número de ellos. Pero los oficiales procedentes del Ejército Imperial
seguían dominando y los bolcheviques tuvieron que prestar una gran atención a que se
fomentara y mantuviera entre ellos la lealtad política.
La creación de un ejército regular fue una exigencia desagradable para el joven
Estado soviético. Una fuerza así traía recuerdos de la época anterior, cuando las clases
dominantes utilizaban la coerción, tanto interna como externa, para mantenerse en el
poder. Lenin, Engels y Marx consideraron que la milicia debía adoptar una determinada
forma en la era socialista, el concepto de ejército de ciudadanos voluntarios, es decir, la
clase trabajadora armada. Engels estableció categóricamente que, "en la sociedad
comunista, nadie pensará en un ejército regular" (6). Además, apoyándose en la
Revolución de 1848 en Francia, creían que los ejércitos regulares podían ser perturbados
muy fácilmente y utilizados como una fuerza contrarrevolucionaria. El adjetivo bonapar-
tismo se utiliza aún en el léxico soviético para describir la unión de los militares con las
clases hostiles para aplastar las pequeñas revoluciones. Los bolcheviques vieron confirmarse
sus temores con la alianza de Alexander Kerensky con los generales zaristas y con
potencias capitalistas extranjeras. Mientras que el aspecto ideológico de la necesidad de
fuerzas armadas regulares fue perdiendo importancia, la preocupación por el peligro
potencial que ellas entrañaban fue incrementándose.
Con el fin de ir evolucionando hacia el tipo de ejército que ellos deseaban, los
bolcheviques intentaron politizar y controlar el que ellos mismos habían creado por
necesidad. El sistema de comisariado militar, que aún existe hoy en día, se creó para este
propósito. Si en aquellos momentos el Ejército Rojo no podía ser una especie de
asociación de obreros armados voluntarios comprometidos en la causa de la revolución,
los oficiales políticos se asegurarían de que las categorías medias y altas de ese ejército,
lucharían con lealtad al nuevo Estado. Pero a menudo, los oficiales políticos mostraron
demasiado interés en ejercer el mando militar y aparecieron numerosos problemas. Fue
constante la lucha entre el comisariado y los comandantes militares por la dirección de
las operaciones militares. La mayoría de las veces, sobre todo durante la época de
Trotsky, prevaleció la experiencia de los comandantes militares y se hicieron numerosos
intentos para imponer el mando unificado. Esto aumentó aún más las tensiones entre
los comisariados y los comandantes y complicó la ya difícil tarea de derrotar a los
enemigos de Rusia. Incluso después de muchos años, cuando oficiales comunistas, y
técnicamente competentes, estaban al mando de unidades, estas tensiones siguieron
existiendo (7)
La creación de la Estrategia Soviética 671

A pesar de las grandes diferencias, los bolcheviques y el recientemente creado


Ejército Rojo supieron sobrevivir a las amenazas que les rodeaban. Muchos
bolcheviques no estuvieron nunca satisfechos con el Ejército Rojo de Trotsky. Fue
creado como un instrumento temporal en 1918, para ser desmovilizado y
sustituido por una milicia popular tan pronto como acabara la Guerra Civil. A
pesar de que el Ejército Rojo dio prueba de realizar adecuadamente su tarea, fue
objeto de numerosas críticas. Un grupo de oposición política creció en el seno del
Octavo Congreso del Partido en marzo de 1918 y se mostró crítico con Trotsky, sus
comandantes y el Ejército Rojo. El comisario para la guerra supo resistir los ataques
de Stalin, Dzerzhinski y otros que le acusaban de ser un fiel reflejo del ejército
imperial y de no haber entendido la naturaleza específica de la guerra del
proletariado. La mejor defensa de Trotsky fue la victoria del Ejército Rojo, pero lo
que la oposición utilizaría contra él con más éxito comenzó a cristalizarse mucho
antes de que ganara la Guerra Civil.
Estas tensiones reflejaban las divisiones dentro del Ejército Rojo entre los
especialistas militares y los Comandantes Rojos, que eran los bolcheviques cuyo
entrenamiento militar había tenido lugar en los campos de batalla durante la
Guerra Civil. Los especialistas estaban influenciados por ciertas formas de pensar
consideradas reaccionarias, pero los Comandantes Rojos tampoco estaban exentos
de fallos. El error más importante se debió a la influencia de Tukhachevsky que
insistió en las últimas etapas de la guerra, en lanzar una ofensiva absurda contra
Varsovia. Esta acción ha pasado a los anales de la historia militar soviética por la
importancia política que Tukhachevsky vio en ellas, es decir, en que la revolución
podía exportarse con las bayonetas. A pesar de las grandes distancias a cubrir desde
el punto de vista logístico y de las insuficientes reservas de víveres y materiales, el
asalto a Varsovia tenía para él la gran importancia de que la clase trabajadora
polaca recibiría con entusiasmo a las fuerzas soviéticas. Tenía ideas radicales, más
incluso que las que estaban de moda en su tiempo, atreviéndose a proponer la
creación de un ejército internacional del proletariado. Este ejército no sería una
milicia popular, sino un ejército regular socialista cuya misión sería exportar la
revolución. Polonia era la primera oportunidad de emprender una ofensiva
política y militar de este tipo.
Tukhachevsky se equivocó al evaluar los aspectos puramente militares. El
Ejército Rojo, carente de las reservas necesarias, falto de comunicaciones y con
unos medios de transporte muy limitados para desarrollar esta complicada ope-
ración, fue víctima de duros ataques contra su retaguardia. Se vio obligado a
retroceder y aunque Tukhachevsky justificó la ofensiva y culpó del resultado de la
misma a "errores técnicos en la coordinación del Estado Mayor" la derrota marcó
de forma negativa la carrera militar de los Comandantes Rojos. El Jefe del Estado
Mayor, Boris Shaposhnikov, y su ayudante, V. Triandifilov, hicieron posteriormente
algunos informes en los que se afirmaba claramente que el Ejército Rojo no tenía la
suficiente potencia
672 Creadores de la Estrategia Moderna

potencia como para emprender esa ofensiva y se advertía de que el factor militar de la
operación había sido subestimado (8). No está claro el papel que iban a desarrollar los
trabajadores en el plan Tukha-chevsky. En cualquier caso, era evidente que se
pretendía exportar la revolución, pero después de la amarga experiencia de Polonia,
prevaleció la tendencia de aquellos que deseaban concentrar sus fuerzas en asegurar las
fronteras de Rusia y dominar los continuos desórdenes que se producían en el Este. La
lección más importante que extrajeron de Polonia fue que el fervor revolucionario no era
un sustituto válido de la preparación militar.

II

Cuando finalizó la Guerra Civil, se intensificó el debate sobre el futuro del Ejército
Rojo. Al dominar en la nueva nación, los bolcheviques se dispusieron a establecer las líneas
fundamentales de la estrategia militar: el modelo de la próxima guerra, el sistema del
Ejército Rojo y la naturaleza del "nuevo método militar" bajo el control socialista. Como en
1918, Trotsky estaba en un bando y los Comandantes Rojos, conducidos por entonces por
S.I. Gusev y M.V. Frunze, en el otro. La lucha fue encarnizada; las divisiones políticas y
personales prevalecieron en los debates y se derivaron en un tema de supervivencia
política para las dos partes. Los debates Frunze-Trotsky no sólo tuvieron importancia para
la historia militar de la Unión Soviética, sino también para su desarrollo político.
Los primeros problemas empezaron en marzo de 1921 con la presentación por parte
de Gusev de varias tesis al Décimo Congreso del partido (9). Estas tesis pretendían la
creación de una doctrina militar unificada, pero fallaron estrepitosamente al intentar
explicar lo que se pretendía con ello. Los autores se limitaron a atacar al ejército y a
exponer unas sugerencias imprecisas al respecto. No obstante, en ellas se partía de la idea
de que la guerra del futuro sería larga y difícil. La Guerra Civil era para ellos sólo la
primera etapa de una guerra general ya que los imperialistas contraatacarían. Los ejércitos
imperialistas eran técnicamente superiores y la Revolución sufriría grandes derrotas si el
Ejército Rojo no estaba preparado para eliminar sus puntos débiles. Su única esperanza
estaba en la creación de un organismo unificado, mezcla de ideología política y de
entrenamiento, basándose en las experiencias de la primera victoria del proletariado: la
Guerra Civil. La maniobrabilidad sobre el terreno y las operaciones ofensivas habían hecho
posible ganar la Guerra Civil y ganarían las guerras futuras; el Ejército Rojo se apoyaría en
su fuerza moral y en sus tácticas para neutralizar la preparación técnica de los
imperialistas. El concepto de una milicia territorial, que ya había sido creado, era
considerado como impracticable. El socialismo necesitaba un ejército regular procedente
del pueblo.
Trotsky lanzó un vigoroso ataque contra estos argumentos, calificándolos de incorrectos
en la teoría y estériles en la práctica. Se opuso a la idea de una doc trina militar unificada
La creación de la Estrategia Soviética 673

y creía que el entrenamiento basado en la experiencia de la Guerra Civil era una idea
descabellada (10). Los delegados en el Congreso aprobaron sus ideas y fueron
abandonadas las tesis de Frunze y Gusev; Frunze reconocía que "en ellas había una cierta
vaguedad y ausencia de claridad en su formulación" (11). En un artículo titulado "Una
doctrina militar unificada y el Ejército Rojo", revisó sus ideas, pero mantuvo la opinión de
que una doctrina unificada era importante para todos los países; en ella quedaría reflejado
el sistema de vida y el carácter del Estado. Alemania, Gran Bretaña y Francia tenían
doctrinas unificadas, pero Rusia no, como consecuencia del estado deplorable en el que
se encontraban los asuntos militares en la época de los zares. "Era imposible tener una
discusión sobre cualquier trabajo científico" (12). La doctrina soviética del proletariado
sería diferente, pero la necesidad de una doctrina no era particular del Estado
revolucionario. Resulta interesante tener en cuenta que la conveniencia o no de la
doctrina militar unificada era un viejo tema en el pensamiento militar ruso y que había
sido debatido acaloradamente en el Estado Mayor Imperial desde finales de la Guerra
Ruso-Japonesa hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Frunze no especificó el
papel que deberían desempeñar los especialistas militares en esa doctrina, pero resaltó
que "sólo entrarían en ese debate aquellos que fueran .más estúpidos que los filisteos y
más absurdos que los zaristas" (13).
Esta nueva formulación clarificó el carácter del Ejército Rojo y la naturaleza de su
estrategia militar. Frunze era partidario de la guerra de masas, es decir, de la movilización
total del Estado. Creía firmemente que el ejército pequeño y profesional, característico de
los Estados burgueses, no ganaría las guerras del futuro y predijo que todos y cada uno de
los ciudadanos se verían inducidos por el esfuerzo de guerra. En este aspecto, los principios
ideológicos jugaron un papel distinguido. La teoría de la guerra de masas había sido
desarrollada por Engels, . quien afirmaba que sólo la sociedad socialista sería capaz de
llevar a cabo este tipo de guerra. Las sociedades burguesas desconfiarían demasiado de la
clase trabajadora como para que un ejército de masas estuviera basado en ella.
Al mismo tiempo, Frunze defendía que el Ejército Rojo debería ser regular y no del tipo
de milicia popular. Existían aún demasiados campesinos en Rusia, que en su opinión no
eran de plena confianza, y no había suficientes trabajadores para crear una milicia
potente. Además, teniendo en cuenta la experiencia de la Guerra Civil, Frunze hacía
hincapié en la primacía de la ofensiva y en la maniobra táctica. La Guerra Civil se había
ganado por la potencia que había proporcionado las unidades móviles de caballería y
basándose en unas maniobras sobre el terreno muy hábiles. En opinión de Frunze, los
campesinos tenían mentalidad defensiva y los proletarios estaban naturalmente dotados
para la ofensiva. Por lo tanto, resultaba peligroso relegar en los campesinos la formación
de milicias territoriales, además de ser una forma ineficaz de preparar la próxima guerra.
Aunque sugería que se podían estudiar otras formas de guerra (incluso la guerra de
partisanos), Frunze declaraba abiertamente que la ofensi- va era la estrategia apropiada.
Pero ésta sólo podía ser llevada a cabo por un ejército regular bien entrenado.
674 Creadores de la Estrategia Moderna

La oposición de Frunze a la milicia popular fue un argumento importante para los


bolcheviques. La transición a la milicia había ya comenzado como consecuencia de una
orden emitida en marzo de 1920. Comenzó a ser palpable la influencia de los
Comandantes Rojos, quienes no querían verse exiliados en unidades de la milicia
territorial. Vieron en ello la justificación ideológica para la creación de un ejército regular
socialista. Tukhachevsky puso todo su esfuerzo en la elaboración de la justificación
ideológica para ese ejército y con ella se ignoraban los consejos de Engels al respecto; en
resumen, se consideraba que la idea de la milicia era un legado equivocado de la Segunda
Internacional. En un cambio muy extraño, Trotsky, que al margen de sus ideas acerca de
los métodos burgueses para conducir la guerra, había llevado los especialistas militares al
Ejército Rojo, empezó a defender en 1920 el sistema de milicia popular. En realidad, este
sistema tenía pocos defensores. Por decreto del Comité Central, se estableció un sistema
militar mixto. Una vez más fue necesario establecer un compromiso, ya que el ejército
que quería Frunze resultaba demasiado caro para el joven Estado soviético. Durante unos
diez años, la milicia popular constituyó una parte importante del poder militar soviético.
Sin embargo, el ejército regular era el centro de la atención y rápidamente eclipsó a la
milicia.
Al margen del destino de la milicia, había una importante contradicción en la
defensa que Frunze hacía simultáneamente del ejército regular y la guerra de masas.
Mientras que prestaba mucha atención al concepto de ejército de masas, Frunze admitía que
la tecnología desempeñaría un importante, incluso decisivo, papel en la siguiente guerra.
Aunque casi llegaba a glorificar la inferioridad tecnológica y la superioridad moral del
ejército socialista, Frunze presentó un programa para transformar rápidamente el nivel
técnico del Ejército Rojo. Los esfuerzos por buscar una adecuada competencia técnica y
el decidido entrenamiento hizo que hubiera sólo un paso entre el ejército que se estaba
formando y el ejército especializado de élite que él despreciaba, ya que "el ejército de
masas no podía luchar en una guerra tecnológica". Este aspecto, no resuelto, del papel
de las fuerzas de élite planeó sobre los responsables militares soviéticos durante muchos
años después de la muerte de Frunze.
Unos meses después, Trotsky respondió a las tesis de Frunze, en un artículo titulado
"La doctrina militar y el adoctrinamiento pseudo-militar". En él afirmaba que el Ejército
Rojo se había creado con "el material histórico disponible para la autodefensa del Estado
de los trabajadores". La Guerra Civil había sido "fundamentalmente una guerra de
defensa y de retiradas", como había ocurrido al principio de la Revolución Francesa.
Oponiéndose a la idea del carácter especial de la maniobra, Trotsky recordaba a Frunze
que ésta era una característica de las guerras civiles en general. Era necesario atacar a
veces, otras había que retirarse y, en otras ocasiones, había que hacer una mezcla de
las dos.
La creación de la Estrategia Soviética 675

Evocó el fantasma de Brest-Litovsk, de naturaleza indudablemente defensiva, para apoyar


su teoría. En general, se opuso a la formulación de una doctrina al considerar que era
prematuro, ya que en un período de grandes convulsiones, la única doctrina necesaria
era "estar alerta y mantener los ojos abiertos" (14).
Frunze reaccionaba rápidamente ante los ataques de Trotsky, modificando una y otra
vez sus ideas. Admitió que la doctrina militar no debería convertirse en dogma, sino que
sería en guía. Trotsky no se sintió satisfecho con ello: "La nueva doctrina militar
unificada no sólo establece unos objetivos generales, unas tácticas y una estrategia
erróneas, sino que desvía la atención de otras tareas más prácticas y vitales" (15). La Guerra
Civil había demostrado el entusiasmo y generosidad de la clase trabajadora; elevar estas
experiencias a doctrina era propaganda. Como su colaborador A.A. Svechin, un antiguo
oficial imperial, advertía que la doctrina impondría un planeamiento rígido y eliminaría
el debate. Por ejemplo, la maniobra "nos la han enseñado nuestros enemigos". Finalmen-
te, Trotsky se preguntaba por qué los principios expuestos por Frunze coincidían con los
del gran general ruso Suvorov, quien daba todo el énfasis a la maniobra y a la ofensiva. Esto
último resultó embarazoso para Frunze, conocido admirador de Suvorov, quien había
mandado ejércitos compuestos por siervos. A pesar de la indefinición de sus teorías (él
decía que "estas cosas hay que probarlas en la práctica"), con su tenacidad característica
logró restablecer su posición. Al final, no triunfó Trotsky, sino Frunze.
Aparentemente, la crítica convincente y mordaz de Trotsky parecía irresistible para
aquellos que estaban encargados de decidir el futuro militar de la Unión Soviética.
Pero la campaña esencialmente negativa de Trotsky y sus constantes referencias a temas
banales, no ofrecieron respuestas definitivas, mientras que Frunze, a pesar de que le
faltaban las aptitudes de Trotsky, no daba la imagen de comunista ignorante y utópico. A
veces Trotsky se valió de las imprecisas tesis de Frunze para simplificar conceptos
importantes. La primacía de la acción ofensiva es uno de estos casos. Frunze nunca dejó
claro si la ofensiva era un precepto político básico o simplemente servía para determinar la
estrategia, una vez rotas las hostilidades. Entre los Comandantes Rojos había algunos, y
entre ellos Tukhachevsky, que creían que las acciones ofensivas y las guerras
revolucionarias de extrema violencia, eran adecuadas cuando se producían en tierra a
gran distancia. La campaña polaca había sido un intento desastroso. Frunze fue
apartándose de esta postura extrema, admitiendo que había que seleccionar el
momento adecuado para la acción ofensiva.
Mientras Frunze se estaba refiriendo a la primacía de la ofensiva una vez que había
comenzado la guerra, estaba tomando cuerpo un debate que duraría años. En 1914, las
principales potencias eran partidarias de la ofensiva. Pero la experiencia de la Primera
Guerra Mundial, en la que la ofensiva había conducido al desastre, fue calando en toda la
comunidad militar internacional. La preparación para la defensiva y la guerra de
posiciones se consideraban idóneas para ganar cualquier conflicto.
676 Creadores de la Estrategia Moderna

Pero la idea de operaciones defensivas no encajaba en los pensadores comunistas; el


marxismo, como teoría dinámica del progreso histórico consideraba la defensiva
solamente como una situación temporal hasta que pudiera emprenderse la ofensiva. Pero
este planteamiento ideológico enmascaró un debate militar importante, en el que
tomaron parte Tukha-chevsky, Svechin y Shaposhnikov, entre otros muchos. Trotsky,
influido por los especialistas militares como Svechin, creía que el culto a la ofensiva
resultaba repugnante, y para ello se apoyaba en la experiencia de la guerra mundial.
Frunze nunca logró clasificar si la ofensiva política o la estrategia militar de la ofensiva era
o no el corazón de sus argumentos. El debate entre Frunze y Trotsky continuó. Esta
dicotomía, no resuelta, persiste hoy en día en el pensamiento militar soviético. La
doctrina política soviética es explícitamente defensiva, pero su estrategia militar es
indudablemente ofensiva, incluso con un carácter preventivo. Existe un extraño
emparejamiento entre la doctrina política defensiva y la estrategia militar ofensiva, que
buscaría tomar la ventaja mediante un ataque inicial.
Al margen de su crítica mordaz, Trotsky no aportó un programa propio que fuera
políticamente aceptable. A ello se unió que en sus ataques intentaba ridiculizar a sus
oponentes y adoptaba una arrogancia que, aún siendo efectiva como postura en un
debate, no le proporcionaba muchos aliados. Trotsky no llegó a comprender que los
Comandantes Rojos, cegados por la victoria, habían tardado mucho tiempo en tener una
unidad de ideas durante la Guerra Civil. Restó importancia a las opiniones de estos
Comandantes y les dejó bien clara una sola idea: que él era un reaccionario que no
comprendía la importancia histórica de la revolución bolchevique y de la Guerra Civil.
Los historiadores soviéticos modernos han acusado a los Comandantes Rojos
jóvenes de malinterpretar con arrogancia la experiencia de la Guerra Civil y de
subestimar la importancia de las lecciones de la Primera Guerra Mundial (16). Pero al
principio de la década de los 20, la Guerra Civil era la única experiencia que tenía el
Mando Rojo. Los especialistas militares que habían llegado a ocupar altos puestos en el
Ejército Rojo debido a sus conocimientos de la teoría y práctica militar, tenían muchas
razones para no dar importancia a la Guerra Civil. Aunque Trotsky y sus seguidores podían
ser acusados de ignorar el impacto que tuvo la Revolución de octubre, la verdad es que
ellos deseaban restarle valor.
Cuando empezó el declive político de Trotsky, Frunze comenzó a controlar el
Comisariado para la Guerra, primero como secretario de Trotsky y unos meses más
tarde, como comisario de guerra. El principio de la maniobra táctica y de la primacía de la
ofensiva comenzó a tomar forma en el pensamiento soviético. Fue aceptada al mismo
tiempo la necesidad de debatir la doctrina militar unificada. Pero este tipo de debates
fueron poco a poco pasando a segundo plano y con las reformas de 1924-1925, Frunze
se vio inmerso en los grandes problemas cotidianos del Ejército Rojo.
La creación de la Estrategia Soviética 677

Trotsky era considerado como el padre del Ejército Rojo por unos y, al mismo
tiempo, como el bonapartista que casi lo destruyó, por otros (17). La realidad no se
ajustaba a ninguno de los dos bandos. Lo que resulta evidente es que mientras era
Comisario de«Guerra y estaba inmerso en los debates sobre el futuro de la estrategia
militar, el Ejército Rojo estaba desintegrándose. Algunas ideas de Trotsky sobre el
ejército resultaron ser absurdas y produjeron una grave falta de entrenamiento del
personal cualificado. Algunos otros problemas graves fueron causados simplemente por
negligencia. En 1924 Frunze dijo: "La situación en el ejército es extremadamente seria y
no se puede considerar que esté preparado para el combate" (18). La Comisión Militar de
enero de 1924 estaba de acuerdo con esta afirmación. Algunos miembros deseaban
desacreditar a Trotsky por razones políticas y su evaluación debe ser contemplada desde
ese prisma. Pero informes de observadores neutrales, como el Alto Mando alemán,
coincidían en que el Ejército Rojo era un auténtico desastre (19). Existía una tremenda
inestabilidad entre los oficiales jóvenes y de categoría media; un tercio de ellos no tenía
ninguna experiencia de combate y el 12 por ciento no había tenido educación militar
específica. No se había prestado ninguna atención a las municiones ni al desarrollo del
armamento. La labor de Frunze fue sin duda difícil. La creación de fuerzas regulares
hasta llegar a 1,5 millones, como él deseaba, no era posible desde el punto de vista
financiero, por lo que quedaron reducidas a 562.000 (20). Por aquel entonces, la milicia
territorial iba a desempeñar un papel importante en la organización militar soviética, ya
que suponía más del 50 por ciento del personal de infantería del ejército (21). El sistema
mixto territorial, según el cual el núcleo de fuerzas regulares era potenciado por unidades
territoriales en centros industriales, fue la forma de organización de las fuerzas armadas
soviéticas durante casi dos décadas, pero la milicia no estaba suficientemente entrenada
para el combate.
No todos estos problemas se debían a fallos de Trotsky. Las dificultades económicas y los
largos debates también tuvieron parte de culpa. Cuando Frunze se hizo cargo del control,
procuró dedicar al endeble ejército todos los recursos que pudo encontrar. Frunze estaba
convencido de la importancia de la tecnología y predijo que las máquinas desempeñarían
un papel cada vez más importante en la guerra moderna. El opinaba que "la tecnología
en sí misma no tiene vida, pero el resultado de la futura guerra podía depender en mayor
medida de la gente de ciencia que de los Comandantes" (22). El Comisario de Guerra
dedicó considerable atención a adquirir tecnología extranjera mientras que, al mismo
tiempo, procuró la creación de una base indígena. La Unión Soviética debe a Frunze el
hecho de que todo el país se preparara para la guerra y pasara a ser un Estado tipo
guarnición. El defendía la militarización de las industrias claves y la centralización de la
autoridad para la toma de decisiones de carácter militar.
678 Creadores de la Estrategia Moderna

Frunze confiaba en que la creación de un núcleo intelectual elevaría el nivel de


eficacia del Ejército Rojo. Sentía un profundo desprecio por las débiles y equivocadas
decisiones de carácter militar que se adoptaron durante la Guerra Civil, que a menudo
condujeron a la derrota. Cuando creó el Estado Mayor del Ejército Rojo, estaba decidido a
que fuera un organismo eficaz y respetado, por lo que ocupó la jefatura del mismo durante
un corto tiempo. El punto focal del pensamiento militar soviético durante la siguiente
década pasó de los altos círculos políticos al Estado Mayor del Ejército Rojo. Hombres
como Mikhail Tuk-hachevsky, Boris Shaposhnikov y A. A. Svechin, convirtieron al Estado
Mayor en un cuerpo de élite del Ejército Rojo. Esto no era lo que quería Frunze ya que
pretendía que no se encerrara en sí mismo y que tuvieran acceso al mismo las clases
políticas. Uno de sus principios fue que un preciso planeamiento militar era la clave para
las victorias futuras y no permitió que las consideraciones políticas interfirieran en el
trabajo del Estado Mayor. Frunze no vivió lo suficiente como para ver la transformación
del Ejército Rojo. Murió en 1925 como consecuencia de una innecesaria operación
quirúrgica, supuestamente ordenada por Stalin. Pero la organización que él estableció
siguió funcionando entre 1927 y 1937 y ello permitió la creación del nuevo Ejército Rojo.

III

Los cometidos del Estado Mayor del Ejército Rojo se hicieron más fáciles una vez que
se clarificó la misión política de las fuerzas armadas soviéticas. Las soluciones temporales
del pasado, un ejército regular y el espíritu de Brest-Litovsk, pasaron a ser permanentes
en la política soviética. Una vez más, los Soviets se apartaron de la idea de una revolución
inmediata. En este sentido, la victoria de Josef Stalin y su lema de socialismo en un solo país,
es singularmente importante.
Este lema establece la gran prioridad del Estado soviético: proteger la Revolución
Soviética. En los debates con la oposición sobre el futuro del país, Stalin dejó bien claro,
de una vez por todas, que la idea de la Unión Soviética no podría sobrevivir si no se
producía inmediatamente una revolución a escala mundial. Trotsky y otros opinaban que
construir el Estado Soviético en ausencia de una revolución mundial requeriría un grado
de coerción y de militarización que originaría una situación dictatorial. La Unión
Soviética tendría que ser una fortaleza, rodeada de potencias hostiles y, al mismo tiempo,
temerosa de los enemigos internos, por lo que se convertiría en un Estado represivo. Por
todo ello, sería necesario hacer demasiadas concesiones a las clases hostiles, representadas
por los capitalistas de derechas, lo que provocaría la restauración del régimen anterior.
Stalin sostenía que los movimientos revolucionarios, que habían decaído
dramáticamente en 1923 con el fracaso de los movimientos revolucionarios en Alemania,
La creación de la Estrategia Soviética 679

no habían reaparecido. Refiriéndose al Tratado de Brest-Litovsk de Lenin y a su política


de coexistencia pacífica, decía que la Unión Soviética sólo tenía la opción de ser lo más
fuerte posible, armarse y esperar la siguiente guerra. El principal problema de la política de
Lenin fue que la Unión Soviética era demasiado débil y, por ello, sufrió tremendamente
cuando tuvo que replegarse. En un discurso memorable, Stalin declaró: "La Unión
Soviética nunca más estará desarmada y arrastrándose ante Occidente""(23). Era sólo una
cuestión de tiempo el hecho de que los capitalistas atacaran. El sabía que la idea de socialis-
mo en un sólo país, como solución permanente, podría poner en peligro la revolución. La
Unión Soviética nunca estaría segura hasta que no se viera rodeada por "un cinturón de
Estados hermanos". Pero una Unión Soviética fuerte podría ayudar a la revolución,
mientras que si era débil, podría ser arrasada. Stalin lanzó la idea de que lo que era bueno
para la revolución del proletariado era bueno para la Unión Soviética. Por tanto, la
internacionalización del movimiento proletario beneficiaría al Estado soviético. Stalin
ganó por las hábiles maniobras políticas y por la lógica de sus argumentos. Los que
proponían una revolución permanente apenas tenían argurn,entos a su favor y en 1926 el
socialismo en un solo país parecía ser la única elección. Bajo el férreo puño de Stalin quedó
asegurada la dictadura del proletariado, pero el coste fue muy grande.
El socialismo en un solo país proporcionó la base política para el precepto establecido por
Frunze en 1920: la preparación de todo el país para la guerra total y decisiva. Siguiendo los
pasos de Frunze y con la aprobación de Stalin, los militares soviéticos comenzaron a
demandar la movilización de toda la economía para mantener el poder militar y que la
diplomacia actuara para asegurar el éxito militar del Ejército Rojo. El Estado Mayor,
dirigido por hombre como Boris Shaposhnikov y anteriormente Tukhachevsky, gozó de
una gran libertad de acción en estos aspectos, que resultaron ser fundamentales para el
desarrollo del Estado soviético.
Aunque Tukhachevsky y Shaposhnikov tenían personalidades muy diferente,
compartían muchas ideas. Shaposhnikov era una consumado militar profesional; en el
momento de su nombramiento no pertenecía siquiera al Partido Comunista. No
obstante, fue un astuto observador político, con una gran habilidad para adaptarse a las
circunstancias del momento. En su obra Mozg armii (El cerebro del Ejército),
Shaposhnikov coincidía con Frunze en que las guerras del futuro serían a gran escala.
Ningún organismo por sí sólo sería capaz de proteger al Estado, por lo que era
indispensable una total coordinación. El Estado Mayor General debería participar en la
formulación de los objetivos políticos y militares, puesto que la guerra era la continuación
de la política por otros medios (24).
Algunas de las teorías de Shaposhnikov eran similares en muchos aspectos a las de
Tukhachevsky. Pero el comunismo militante de este último le hacía mucho más
agresivo y le daba una mayor importancia a la actuación integrada de todos los medios en
política.
680 Creadores de la Estrategia Moderna

Quizás invirtió un poco las prioridades al desarrollar algunas tesis sobre la forma en la
que la economía y la diplomacia podían ser útiles para los objetivos militares (25). La
diplomacia podía modelar sus relaciones con el mundo capitalista de forma que los países
mas peligrosos fueran aislados. El bloqueo económico a la Unión Soviética, un temor constante
en esta época, podía impedirse mediante la aplicación de medidas económicas de ayuda a
la URSS, por parte de algunos países del mundo capitalista.
Tukhachevsky consideraba que para estar realmente seguros, los planes industriales
y los de guerra tenían que estar coordinados. Entre los principales problemas que había
que solucionar figuraban el grave subdesarrollo de las industrias químicas (reflejando de
esta manera su creciente interés por la guerra química) y sus deficiencias en medios de
transporte y comunicaciones. El resaltaba constantemente que, a pesar de su debilidad,
la Unión Soviética era un país enorme, que permitía la dispersión estratégica de la
industria.
El planeamiento y el control de la economía de guerra requería la unión de los
expertos políticos y militares, según las teorías de Shaposhnikov y Tukhachevsky. Ellos
creían que no era posible emprender la coordinación de las acciones diplomáticas,
económicas, y militares, partiendo del conocimiento especializado y por separado de
cada una de ellas. Sin embargo, Tukhachevsky creía que la ciencia militar era un área
donde la interferencia con la política o la sensibilidad respecto a la actividad política del
momento, podía ser perjudicial. A pesar de sus creencias políticas y su fe en la doctrina
militar del proletariado, era un soldado que deseaba conservar la integridad del
planeamiento y de la preparación militar. Por ejemplo, era conocido su poco respeto
por la experiencia militar de Clementi Voroshilov, sucesor de Frunze y ardiente seguidor
de Stalin. Ambos tuvieron numerosos enfrentamientos sobre importantes asuntos
militares y, en la mayoría de ellos, Tukhachevsky ganó. Voroshilov desempeñó un papel
importante, pero le faltó el talento de hombres como Tukhachevsky, por lo que sus
actividades se redujeron a la reconstrucción de la economía. Tukhachevsky cayó en
desgracia a finales de 1927 y fue enviado a mandar el Distrito Militar de Leningrado. Pero
cuatro años más tarde volvió a Moscú como Jefe de Armamento para controlar el
programa de equipamiento del Ejército Rojo. Era un hombre dotado de una inteligencia
considerable y, en aquellos momentos, el Ejército Rojo no podía prescindir de él.
Tukhachevsky y Shaposhnikov creían en la necesidad de realizar un esfuerzo total en
guerra, porque ésta era sólo un paso más (aunque vital) para el joven Estado bolchevique.
Sostenían la idea de que todos los recursos económicos de la Unión Soviética tenían que
ser movilizados para apoyar el esfuerzo necesario •para la próxima guerra. La
industrialización debía estar encaminada, en primer lugar, a potenciar la industria pesada.
La industria de guerra había sido favorecida, pero en 1929 estaba separada, desde el punto
de vista administrativo, de la industria pesada. El objetivo era proporcionar a la Unión
Soviética una sólida base industrial y la capacidad para movilizar rápidamente las
industrias civiles, en caso de guerra.
La creación de la Estrategia Soviética 681

El ritmo de adquisiciones de material militar aumentó considerablemente entre 1927


y 1929; a partir de entonces disminuyó y comenzó a aumentar de nuevo en 1932. La
Unión Soviética se encontraba en plena industrialización militar y en una intensa
preparación para la guerra, apoyándose en la idea de la protección del socialismo en un solo
país.
Desde la Guerra Civil se había desarrollado una completa, y en algunos aspectos
única, doctrina militar soviética. Las lecciones aprendidas de la Guerra Civil se orientaban
a la preparación para luchar en una guerra ofensiva de maniobra. Los aspectos
defensivos eran secundarios, pero se fue prestando cada vez más atención a la fortificación
de la retaguardia y al transporte y a las comunicaciones. El concepto más importante que
había emanado de los líderes militares soviéticos era la preparación de todo el país para la
guerra. Aumentaron las inversiones en industria pesada y se emprendieron programas
para la producción de armas autóctonas para el Ejército Rojo. Además, la población tenía
un nuevo espíritu marcial y existía un entrenamiento premilitar para los jóvenes y una
organización paramilitar para toda la población. La milicia territorial fue potenciada, pero
poco a poco, el ejército regular fue absorbiendo el papel principal en poder militar
soviético. Es difícil determinar cuales fueron las causas que más influyeron durante estos
años eminentemente formativos. Las luchas políticas entre personalidades como Trotsky
y Frunze fueron importantes. La herencia del Estado Mayor General de la Rusia Imperial y
los debates de carácter militar que se abrieron como consecuencia de los desastres de la
Primera Guerra Mundial, también tuvieron su impacto. En concreto, estos primeros
años parecen haber estado dominados por una serie de respuestas a las preguntas surgidas
por necesidades militares y éstas fueron moderadas por la ideología, más que por ninguna
otra consideración.

IV

La estrategia militar soviética consta de dos partes: el aspecto político-militar, que


intenta definir el propósito y el carácter del poder militar, y el aspecto técnico-militar, que
determina cómo pueden operar las fuerzas militares soviéticas en el campo de batalla.
Hasta 1927 los bolcheviques estuvieron más preocupados por la primera. Por esa razón se
prestó la máxima atención a las cuestiones estratégicas y operativas. Una de las principales
características de los años finales de la década de los 20 y principios de la siguiente fue la
libertad de debate en el Ejército Rojo. Esta tolerancia e intensidad de los debates está en
marcado contraste con el período posterior, cuando la ciencia militar estalinista y la
infalibilidad del propio Stalin, mutilaron el pensamiento militar soviético.
El intercambio de ideas tuvo lugar en un período en el que el campo de batalla
estaba cambiando rápidamente. Los estrategas soviéticos se consideraban parte de la
comunidad
682 Creadores de la Estrategia Moderna

comunidad internacional de pensadores militares. Naturalmente, se daba énfasis a la


importancia de la Revolución Rusa, pero el interés especial que se había dado antes al
carácter de la guerra del proletariado comenzó a dar paso a un análisis exhaustivo de los
requisitos del nuevo campo de batalla.
Los soldados europeos estaban obsesionados por la costosa guerra de trincheras de la
Primera Guerra Mundial, y las nuevas tecnologías, particularmente el carro de combate,
eran consideradas como la respuesta potencial a ese problema. Pero la utilización efectiva
de las armas acorazadas estaba aún por descubrir. Las primeras soluciones que se
adoptaron consistían simplemente en la incorporación de estas armas a las que ya
existían, utilizando los carros de combate para apoyar a la infantería en la rotura de las
líneas enemigas. Lentamente se fue reconociendo el potencial que tenían las nuevas
armas para una guerra de nuevo formato que podía revolucionar las guerras a partir de
entonces.
El primer tratado sobre este nuevo tipo de guerra fue escrito hacia 1928 por el jefe de
la Sección de Operaciones del Estado Mayor del Ejército Rojo, V. Triandifilov (26).
En él estableció un caso de operaciones sucesivas durante la batalla. Sostenía que la victoria
decisiva sólo se podía alcanzar si el enemigo no tenía la oportunidad de reagruparse.
Dedicó una gran atención, no sólo a la rotura de las líneas enemigas, sino también a la
explotación de la penetración para dar el golpe decisivo y aniquilador. Esta teoría de las
operaciones sucesivas reconocía el potencial de las armas acorazadas para operaciones en
profundidad. Las batallas de la Primera Guerra Mundial habían sido generalmente linea-
les, concentrando los esfuerzos en penetrar en las líneas enemigas. Las teorías de
Triandifilov insistían en la importancia de actuar en profundidad contra las unidades que
suministran apoyo al enemigo y contra sus líneas de comunicación.
Estas ideas fueron desarrolladas más tarde por Tukhachevsky, Berzin, Niko-rov y otros.
Aunque ellos consideraban que Triandifilov eran demasiado optimista acerca del
potencial existente en aquellos momentos para poder envolver al enemigo y
destruirle,desarrollaron teorías para que el Ejército Rojo pudiera desarrollar este tipo
de operaciones con objeto de alcanzar la victoria decisiva (27). Tukhachevsky defendía
el uso combinado de unidades motorizadas, artillería autopropulsada y aviación, para
lograr la rotura del frente enemigo. Los aviones bombarderos se utilizarían para atacar las
reservas enemigas y un nuevo tipo de fuerzas, los paracaidistas, actuarían contra blancos
específicos y para bloquear la retaguardia del enemigo, permitiendo que el golpe defi-
nitivo fuera asestado por el segundo escalón de fuerzas.
Los soviéticos reconocían también el potencial que tenían las formaciones
mecanizadas para incorporar varios tipos de coraza que les permitiría moverse a la misma
velocidad. Desarrollaron teorías de una sola arma, rechazando la idea de unidades
especializadas de élite, en favor de un ejército de masa. No obstante, las formaciones
acorazadas requerían un entrenamiento especializado y de forma tácita se aceptó la
necesidad de disponer de unidades de élite bien entrenadas, constituyendo un conjunto
aparte del resto del ejército, por lo que, en la práctica, rechazaban uno de sus
fundamentos ideológicos.
La creación de la Estrategia Soviética 683

Esta visión del nuevo campo de batalla fue ganando adeptos en la jerarquía militar
soviética y fueron aumentando los planes para equipar y entrenar al Ejército Rojo para
que fuera capaz de llevar a cabo operaciones en profundidad. El atractivo de esta forma
de guerra estaba sin duda en el concepto de victoria decisiva y total, y en que daba una
total primacía a la ofensiva. La justificación ideológica de Tukhachevsky aumentó
probablemente aún más el atractivo de la opción. El sostenía que la victoria en la
próxima guerra dependería del ataque de carácter ofensivo que produciría el colapso de
los países capitalistas débiles, que ya vendrían sufriendo como consecuencia de sus
profundas diferencias de clases. El golpe decisivo conduciría a la total aniquilación. Pero
el papel de la ideología no debe exagerarse. Las operaciones en profundidad eran sobre
todo una forma de explotar el potencial de las nuevas tecnologías. El concepto soviético
tenía cierto parecido a las teorías de Guderian y de otros en el ejército alemán, quien a
pesar del resultado de la Primera Guerra Mundial, estaba convencido de la importancia
de la ofensiva.
A pesar de todo, esta línea de pensamiento tuvo una fuerte oposición. Una extraña
alianza entre Voroshilov y el ex-oficial imperial Svechín provocó un punto de vista
contrario, en el sentido de que consideraba una falacia la idea de que las operaciones en
profundidad pudieran lograr la victoria decisiva. Svechín sostenía en su obra Stratégiia que
la próxima guerra sería de aniquilamiento, en la que las fuerzas productivas del país serían
decisivas (28). La victoria total no podía ser alcanzada rápidamente y la guerra sería larga;
las operaciones eran, en su opinión, la clave para la victoria. Tampoco estaban de acuerdo
con Tukhachevsky ni con el Estado Mayor del Ejército Rojo en el uso de las armas acoraza-
das. Ellos consideraban que las armas acorazadas deberían reforzar a las unidades de
infantería y de artillería. Posiblemente, la sensación de los oficiales de estas dos armas de
que las nuevas tecnologías podían amenazar su propia existencia, jugó un importante
papel en el debate. Al final se impusieron las teorías de Tukhachevsky y el concepto de
operaciones en profundidad dominó en el pensamiento militar soviético. A partir de 1931
se creó un grupo de trabajo, dentro de la Escuela de Estado Mayor, para desarrollar los
detalles de este tipo de operaciones, en coordinación con otras armas. Pero la victoria de
Tukhachevsky no fue total. Algunos de los nuevos carros de combate fueron asignados
para el apoyo de la infantería y de la caballería. Según el testimonio de algunos estudiantes
de la época, no existe evidencia de que Tukhachevsky se opusiera a este uso de las
unidades acorazadas, pero esta decisión demostró ser un error muy grave en los dos
primeros años de la Segunda Guerra Mundial (29).
El desarrollo de la doctrina de Tukhachevsky no fue en vano. Gracias a ella, los
soviéticos estudiaron el pensamiento militar de otros países y desempeñó un papel muy
importante en la formulación de estos conceptos. Uno de los canales que se emplearon fue
la colaboración
684 Creadores de la Estrategia Moderna

la colaboración con Alemania. Este matrimonio de conveniencia se originó en el Tratado


de Rapallo de 1922. Los alemanes necesitaban rearmarse fuera del control de los
signatarios del Tratado de Versalles y los soviéticos necesitaban asistencia militar
extranjera. Esta colaboración fue fructífera para los soviéticos por la producción conjunta
de equipos militares y por los instructores que Alemania envió a la Unión Soviética para
enseñar tácticas y para entrenamiento. Los soviéticos ocultaron al mundo entero el
verdadero alcance de esta colaboración, pero parece que el período más importante tuvo
lugar a mediados de la década de los veinte. Se llegaron a acuerdos para la producción de
aviones alemanes (a un ritmo anual de trescientos) (30). Estos planes se desarrollaron
gracias a los técnicos alemanes que contaban con las materias primas y la mano de obra
rusas. Hacia 1923-1924, la cooperación incluía la realización de cursos técnicos en
Alemania para los aviadores soviéticos y la asistencia de oficiales alemanes al Estado Mayor
del Ejército Rojo.
Esta política se encontró posteriormente con cierta resistencia cuando se hizo
patente la necesidad de tener una producción propia y, por otra parte, aparecieron
numerosos problemas de coordinación, pero la cooperación se prolongó durante varios
años más. Un hecho que pudo haber tenido un impacto en el futuro pensamiento militar
soviético fue la creación de programas de entrenamiento para probar las nuevas armas y
tecnologías, así como el intercambio de información.
El impacto de la colaboración con el ejército alemán en el pensamiento soviético no
fue demasiado grande. Los soldados soviéticos se preocuparon de leer obras extranjeras
sobre los nuevos desarrollos militares. Por ejemplo, la obra de Fuller sobre los carros de
combate fue traducida al ruso en 1923, tres años después de su publicación en Inglaterra.
Algunos especialistas sostienen la idea de que en el terreno de la lucha acorazada, los
soviéticos encontraron soluciones que aunque en su mayor parte eran similares a las de
otros países, fundamentalmente con Alemania, en otras fueron pioneros (31). Las ideas
estratégicas soviéticas se orientaron principalmente a encontrar soluciones autóctonas a
los problemas peculiares de su país (32).
Durante la década de los 30, el ejército regular comenzó a incorporar las nuevas
tecnologías y a ocuparse, cada vez más de la defensa de la Unión Soviética frente a otras
potencias; esto fue eclipsando poco a poco a la milicia. En 1936, el 77 por ciento del
Ejército Rojo era de carácter regular (33). Este se orientó rápidamente en la misma línea
que otros ejércitos europeos. En septiembre de 1935, el Estado Mayor del Ejército Rojo
pasó a denominarse Estado Mayor General del Ejército Rojo de los Trabajadores y
Campesinos. Por un decreto se establecieron de manera formal las distintas categorías
militares en el ejército. La transformación fue completa.
El nuevo Ejército Rojo tuvo que enfrentarse a enemigos tanto en el Este como en el
Oeste. Se consideraba muy probable una guerra a dos frentes; en1928, este temor había
ya producido
La creación de la Estrategia Soviética 685

ya producido la idea de que el extenso territorio soviético tenía que dividirse en dos. Como
consecuencia de ello, entre 1928 y 1938, se tomó la decisión de que la parte oriental
soviética fuera económica y administrativamente independiente de la parte europea del
país.
Las pretensiones de Japón en Siberia y la debilidad de la capacidad defensiva de la
parte oriental crearon una gran preocupación. Por supuesto, los japoneses habían
desarrollado planes de guerra contra la Unión Soviética, pero fueron sus acciones contra
Manchuria, un septiembre de 1931, las que evidenciaron la gravedad de la amenaza
japonesa. Aunque los soviéticos permanecieron neutrales, sus fuerzas estaban en alerta y
se trasladaron a la frontera con Manchuria. Los temores crecieron cuando los japoneses
se apoderaron de Shanghai. Como reacción a la actividad japonesa en el área, los
soviéticos comenzaron a aumentar sus fuerzas, lo que provocó la creación de la Flota del
Pacífico y fuertes inversiones en equipamiento para transporte. Desde 1933 a 1936 las
relaciones entre soviéticos y japoneses se fueron haciendo cada vez más tensas.
Comenzaron a producirse escaramuzas entre ambas fuerzas en la frontera.
Pero la hábil diplomacia soviética y el efecto de disuasión de su rearme evitó la guerra
con Japón. El Ejército de Kwantung se dirigió hacia Indochina y el Sudeste Asiático. Los
preparativos en el Este proporcionaron a los soviéticos una capacidad suficiente como
para haberse enfrentado a Alemania, pero, naturalmente, era en el Oeste donde se
necesitaban para luchar contra ese país y, en ese frente, sus fuerzas estaban diezmadas.
Con la subida de Hitler al poder, en Europa ocurría algo parecido. La mayoría de los
expertos estaban convencidos de que la amenaza se orientaría, en primer lugar, al Oeste.
Se realizaron diversos preparativos, como el traslado de fuerzas soviéticas al teatro de
operaciones europeo, la construcción de almacenes y la movilización y entrenamiento
acelerado de los reservistas.
A pesar de su preocupación por el peligro alemán, los Comandantes soviéticos
continuaron sus contactos con sus antiguos colaboradores y algunos comenzaron a dudar
de la conveniencia y oportunidad del frente antialemán que se había formado en el
Oeste. Stalin, inmerso en un delicado equilibrio de maniobras diplomáticas, estaba
preocupado por las tendencias de algunos de sus oficiales, entre los que figuraba el
independiente Tukhachevsky, que insistían en considerar exclusivamente los aspectos
militares de la situación. En 1937, la policía secreta (NKVD) organizó una campaña
masiva contra el Mando del Ejército Rojo. Stalin parecía estar convencido de que
muchos generales eran progermánicos y no merecían ninguna confianza política, a pesar
de existir una clara evidencia de lo contrario. Su decisión de purgar a los militares tuvo
consecuencias tremendas. Alrededor del 60 por ciento de los oficiales a nivel de
Comandante de División y superiores, fueron víctimas de la purga; el cuerpo de oficiales en
general fue reducido entre un 20 y un 35 por ciento (34). Sólo unos pocos Comandantes
sobrevivieron, como Shaposhnikov, que fue nombrado Jefe del Estado Mayor. Pero muchos
de los mejores militares
686 Creadores de la Estrategia Moderna

militares de la Unión Soviética, entre los que cabe destacar Tukhachevsky, Ubarevitch,
Yakir y Yegorov, fueron ejecutados. A los que se salvaron, como Isserson, se les obligó a
callar.
Estas purgas se produjeron en el momento más inoportuno desde el punto de vista
del desarrollo del pensamiento militar soviético. La teoría de las operaciones en
profundidad de armas combinadas fue madurando en 1936. De hecho, las ideas de
Tukhachevsky de las operaciones ofensivas se estaban abandonando en favor de la nueva
teoría. La veneración servil que se sentía por la Guerra Civil estaba en entredicho. El
propio Tukhachevsky, que se consideraba culpable del culto creado hacía la Guerra Civil,
resaltaba que "el principio de la maniobra no era una teoría basada en el estudio y la
valoración de los nuevos armamentos de nuestros enemigos potenciales, sino únicamente
en algunas lecciones extraídas de la Guerra Civil y que estaban basadas más en las ideas
que sugerían los sentimientos heroicos que en las actuales condiciones" (35). Las
operaciones defensivas y la guerra de posiciones se consideraban métodos de guerra que
debían ser estudiados y estar preparados para adoptarlos, aunque también deberían ser
evitados en lo posible.
Las purgas interrumpieron este proceso y situó al pensamiento militar soviético en el
caos. La elaboración de los principios de las operaciones en profundidad, asociados con
Tukhachevsky y con otros comandantes eliminados, se paralizó de inmediato. Según Perro
Grigorenko, por aquel entonces estudiante en la Academia del Estado Mayor General,
estaba incluso prohibido hablar de operaciones en profundidad (36). Fueron destruidos los
textos basados en estos principios y durante un tiempo existió una absoluta confusión
sobre cual era realmente la estrategia ofensiva soviética. En esta situación, desapareció la
libertad para discutir nuevas ideas que sustituyeran a las existentes que estaban desacre-
ditadas, y el Alto Mando, dada su comprensible timidez por las purgas que se habían
realizado, favoreció este hecho.

Una vez silenciada la doctrina de la penetración en profundidad de Tukhachevsky,


Voroshilov y los defensores de la guerra de posiciones, de una estrategia ligada a las
fortificaciones defensivas y al mantenimiento de las posiciones territoriales, comenzaron a
formular la nueva estrategia (37). Sin embargo, al tener que hacerlo en un ambiente
caótico, no tuvieron tiempo suficiente como para cambiar el curso de las ideas soviéticas,
ni de actuar sobre el entrenamiento de las tropas. El resultado fue que los soviéticos se
encontraron en una situación en la que no estaban preparados, ni para la guerra de
maniobras, ni para la de posiciones. La prueba más evidente de la confusión que
reinaba en el Ejército Rojo fue los continuos desastres durante la llamada Guerra de
Invierno contra Finlandia, en 1939-1940. Las fuerzas soviéticas pretendían realizar una
guerra ofensiva
La creación de la Estrategia Soviética 687

ofensiva con operaciones en profundidad, pero las tropas no estaban entrenadas para ello
y la proclamada cooperación entre las distintas armas falló muy a menudo. Los
paracaidistas fueron utilizados de forma errónea y la política de empleo de los carros junto
con la infantería fue un fracaso, cuando se demostró que ésta, al ser incapaz de soportar
el fuego enemigo, permanecía oculta mientras que los vehículos acorazados quedaban a
merced del fuego artillero (38). La reorganización y potenciación de las fuerzas
soviéticas que se llevó a cabo con carácter de emergencia fue lo que salvó al Ejército Rojo
de la derrota.
Las experiencias obtenidas de la guerra contra Finlandia obligaron al Mando del
Ejército Rojo a introducir algunos cambios. Stalin se deshizo de Voroshilov y dio a S.
Timoshenko la total responsabilidad del Ejército Rojo. Timoshenko promovió un
programa de entrenamiento intensivo y restableció la primacía de los Comandantes
militares sobre los comisarios políticos que habían comenzado de nuevo a tomar
iniciativas en el terreno militar, como lo habían hecho durante la Guerra Civil. La
movilización de la industria para el suministro del material necesario y el énfasis dado al
entrenamiento contribuyeron a paliar los efectos causados por las purgas. Sin embargo, no
había tiempo suficiente para terminar la tarea emprendida.
La obsesión de Stalin por las purgas en medio de una guerra es difícil de comprender.
Con toda seguridad, el arquitecto del socialismo en un solo país no quería el suicidio de la
Unión Soviética. Quizás, como marxista, Stalin creía que la historia forjaba a los hombres e
infravaloraba el ingenio a nivel individual. El hecho fue que las purgas tuvieron un efecto
fatal para la Unión Soviética y que éste se hizo sentir de forma inmediata.
Las purgas fueron un gran error de Stalin al ser llevadas a cabo en los años críticos
anteriores al ataque alemán. Con las mejores mentes militares silenciadas, recayó sobre
Stalin la total responsabilidad de la dirección de la preparación militar. Estaba
convencido de que la próxima guerra tendría dos fases. La primera afectaría a las potencias
capitalistas, y la Unión Soviética se mantendría neutral en el conflicto. La tarea clave para
Stalin era prolongar todo lo posible esta primera fase. El confiaba en la infalibilidad de su
habilidad diplomática personal para postponer la guerra y esta idea se convirtió en el
prisma a través del cual se tomaban todas las decisiones. Tenía tanto miedo a provocar la
guerra con Alemania que no permitió que el Alto Mando llevara a cabo una movilización
de las fuerzas, incluso cuando había pruebas evidentes de los movimientos de las tropas
alemanas. Stalin estaba tan obsesionado que no aceptaba los consejos que se atrevían a
darle algunos de sus colaboradores. La movilización industrial del país continuaba a un
ritmo frenético, y Stalin se empeñó en conseguir cada pulgada de terreno entre la Unión
Soviética, Finlandia y Polonia. El Pacto Nazi-Soviético de 1939 sólo puede ser
comprendido en este sentido. El consideraba inevitable una guerra con los Estados
capitalistas, pero creía tambien que las contradicciones
688 Creadores de la Estrategia
Moderna

contradicciones inherentes al capitalismo les llevaría a una guerra entre ellos. Una
alianza temporal con uno de ellos podía servir para ganar más tiempo, por lo que el pacto
con la Alemania nazi estaba justificado. De hecho, tenía un cierto sentido llegar a un
acuerdo con Hitler porque tanto Inglaterra como Francia no tenían ninguna intención
de atacar a la Unión Soviética. Con su habilidad diplomática, en unos pocos meses
adquirió para su país una serie de territorios de gran valor. Pero todo ello no logró
retrasar la guerra el tiempo que hubiera sido necesario. Cuando estalló, el 22 de junio de
1941, el Estado soviético no estaba totalmente preparado. Como en 1918, los
alemanes se encontraban a tan sólo unos cientos de kilómetros para conseguir la
destrucción de socialismo en Rusia.
El hecho de que el avance alemán no lograra alcanzar su objetivo es un índice de la
tenacidad rusa y de los errores estratégicos y operativos alemanes. En los primeros días,
las fuerzas soviéticas lucharon de una manera tan débil que los servicios de inteligencia
occidentales pronosticaron la caída de Moscú en cuatro semanas. Los soviéticos se
encontraban en una situación de máxima confusión. La cuarta parte de las fuerzas
acorazadas rusas habían sido destruidas en las primeras semanas, como consecuencia de su
baja calidad y de sus tácticas erróneas. El mando soviético se encontraba en un caos total,
a tenor de las palabras de un oficial sitiado y que se han hecho famosas: "Nos están
acribillando ¿qué debemos hacer?" (39).
La victoria de Rusia en la Segunda Guerra Mundial fue, en muchos aspectos, la
victoria de un país movilizado para la guerra. La eficaz resistencia de la población que tenía
muy claro cuales eran las intenciones de los nazis frente a los eslavos, sirvió de apoyo al
esfuerzo de las fuerzas de la Unión Soviética en el frente. La guerra de los partisanos, que
no había sido tenida en cuenta por los creadores de la estrategia soviética, triunfó en las
áreas urbanas y rurales. También se llevó a cabo un esfuerzo importante al trasladar
grandes núcleos industriales hacia zonas más alejadas de la lucha. Tukhachevsky y otros
muchos sostenían que la fortaleza de Rusia descansaba en su amplio territorio y en la
potencial capacidad de dispersión estratégica de su industria. Durante el avance ger-
mano, muchas de las industrias soviéticas fueron trasladadas, a veces ladrillo a ladrillo, a
zonas fuera del alcance alemán. Buscando el apoyo de la población, Stalin abolió las
diferencias entre el proletariado y los campesinos, así como entre los comunistas y los
nacionalistas. Conmovidos por la música heroica que los mejores compositores soviéticos
habían compuesto expresamente para la guerra, la batalla contra los alemanes se
convirtió en una lucha por la Madre Rusia, una lucha que ha sido utilizada muchas
veces a lo largo de la historia rusa.
La habilidad del Mando soviético para dar la vuelta a los acontecimientos catastróficos
de 1941-1942 en el frente, fue aclamada por Stalin como una victoria, aunque
posteriormente Khrushchev lo negó durante su campaña de desestalinización (40).
La creación de la Estrategia Soviética 689

Desde 1956, la derrota de la invasión alemana ha sido considerada como una


victoria del pueblo soviético y de su sistema político (41). La versión soviética
moderna mantiene una posición entre estos extremos y, por ello, es posible tener
en cuenta todos los factores que influyeron en la guerra.
En primer lugar, la guerra demostró ser un excelente juez del talento y
capacidad de liderazgo del Ejército Rojo, ya que los Comandantes que no
poseían la suficiente preparación no sobrevivieron. Además, en aquellas calami-
tosas circunstancias, no había lugar para el favoritismo político y Stalin hizo volver
del frente a muchos de los Comandantes en los que tenía plena confianza política
y fueron sustituidos por otros mucho mejor preparados.
Más importante aún, la capacidad de lucha soviética mejoró con el transcurso
de la guerra; no sólo la incitativa y la flexibilidad en el campo de batalla, sino
también el planeamiento, la preparación y la coordinación. Esto es típico de la
mayoría de las guerras, los Comandantes con ingenio aprenden cómo adaptar las
tácticas a las condiciones de un determinado conflicto. Fallar en esto, ha sig-
nificado el fracaso de muchas campañas. En el caso soviético, constituye una
proeza especialmente importante, como consecuencia de los grandes cambios
que fueron precisos realizar.
La modificación más importante tuvo lugar en el área de la estrategia defensiva
y en las tácticas. Al principio de la guerra, los soldados soviéticos no sabían
maniobrar defensivamente y, según algunos observadores alemanes, mantenían
tenazmente sus posiciones mucho más allá de lo que hubiera sido aconsejable
(42). Cuando se retiraban, tenían muchas dificultades para hacerlo de forma
ordenada. Era reconocida la necesidad de, en determinadas condiciones, llevar a
cabo retiradas estratégicas, pero se había dedicado muy poco esfuerzo para el
entrenamiento de los Comandantes y de sus tropas en este sentido. El aspecto
que tuvo más éxito de la retirada soviética, la política de tierra quemada, se
aprendió a través de la experiencia, a menudo basada en frustraciones y rabia, en
lugar de por seguir directrices centralizadas con el fin de negar a los alemanes el
avituallamiento, equipos y medios que-necesitaban.
La falta de atención a la defensiva fue compensada en los Reglamentos de
Campaña de 1942 (43). En ellos, la defensiva aparecía de forma explícita como
una forma normal de combate, aunque se seguía considerando a la ofensiva como el
aspecto fundamental de la acción de combate en el Ejército Rojo. Las fuerzas soviéticas fueron
aumentando su eficacia en la defensa en profundidad y mediante la utilización de
tácticas más activas y flexibles. La defensiva no tenía por qué ser estática. De
hecho, los que habían combatido siguiendo conceptos de posiciones inamovibles
(principios de defensa lineales, como se denominaban al principio de la guerra),
fueron criticados por el propio Stalin, quien dijo: "Decenas de miles de
Comandantes del Ejército Rojo se han convertido en expertos líderes militares;
todos ellos han desechado las estúpidas y perniciosas tácticas lineales y han
adoptado finalmente las tácticas de la guerra de movimiento" (44).
690 Creadores de la Estrategia Moderna

A veces, la mejora en las operaciones defensivas dio a los soviéticos la oportunidad de


volver a la tan admirada ofensiva. Los contraataques fueron normalmente un éxito
cuando se realizaron en conjunción con acciones defensivas, a partir de 1942, pero la fase
decisiva de la guerra llegó realmente en el otoño de 1942, en Stalingrado, que fue la
batalla que marcó un punto de inflexión en la guerra. Allí, los soviéticos llevaron a cabo
la guerra de maniobra para la que se habían estado preparando. Cuando en febrero de
1943, el Sexto Ejército, situado al Oeste de Stalingrado, logró envolver y aplastar a las
fuerzas alemanas, comenzó la contraofensiva del Ejército Rojo. El esfuerzo de guerra hasta
Stalingrado se puede resumir en una constante lucha para recuperar la iniciativa, perdida
en junio de 1941. En Stalingrado, y posteriormente en la decisiva batalla de Kursk, los
soviéticos se apoyaron en la sorpresa, en la maniobra y en su abrumadora superioridad
numérica para lograr la absoluta aniquilación del enemigo. Al final, se utilizó el arma
acorazada para las operaciones en profundidad. Estas experiencias impregnaron el
pensamiento militar soviético después de la guerra. Aunque la Gran Guerra Patriótica les
enseño a no ignorar nunca más la preparación defensiva, las contraofensivas lanzadas en
Stalingrado y Kursk estimulaban la primacía de la ofensiva, que era donde se basaba toda
la doctrina militar soviética.
En una ocasión, Stalin preguntó al General S.M. Shtemenko: "¿Por qué hemos
ganado la guerra?". Antes de que Shtemenko contestara, Stalin, siempre modesto, dijo:
"Porque yo preparé al país para la guerra" (45). La Segunda Guerra Mundial fue ganada
por la total preparación de la sociedad para la guerra que Frunze ya previo en 1924. Fue
también una victoria de la estrategia y de las operaciones soviéticas, que tuvieron que ser
adaptadas para enfrentarse a las nuevas situaciones. Pero sobre todo fue una guerra de
aniquilación, exactamente la que Svechin había imaginado. La capacidad de movilización
de la industria para apoyar a una guerra prolongada resultó ser decisiva. La determinación
del soldado soviético y la capacidad del mando para movilizar, entrenar y llevar a cabo
una aportación de hombres para la lucha, fueron las causas del triunfo. Las fuerzas
alemanas, demasiado extendidas y ocupando unas líneas de frente sin ninguna
profundidad en un territorio hostil, no pudieron enfrentarse con las inmensidades de
una Madre Rusia preparada para la guerra.
En la historia soviética se menciona muy escasamente la contribución de los aliados
occidentales a la victoria soviética. Las tremendas cantidades de material de guerra que le
fueron suministradas a través del programa Lend-Lease (Préstamo y Arriendo) y de otros,
fueron publicadas únicamente durante la etapa de la Guerra Fría. En realidad, el Ejército
Rojo se enfrentó sólo a la invasión alemana. El tema del segundo frente se sale del
objetivo de este ensayo. Cuando en 1944, se lanzaron las batallas de Stalingrado y Kursk,
después de muchos retrasos, éstas ya estaban ganadas. Las ramificaciones políticas de la
programación en el tiempo y de la dirección del segundo frente fueron inmensas. Al final,
Sta-lin ganó la batalla más importante de la guerra en la mesa de las negociaciones.
La creación de la Estrategia Soviética 691

Si es siempre complejo distinguir el enlace de los políticos y la guerra, en Teherán, Yalta y


Postdam, lo fue aún más. A un gran costo, el Ejército Rojo cumplió con la promesa que
hombres con Tukhachevsky habían hecho, entregando, a punta de bayoneta, la
revolución de los trabajadores a otros Estados bien alejados de las fronteras del viejo
Imperio Ruso. Junto con la victoria sobre Alemania, Stalin logró la adhesión de una serie
de países hermanos que reivindicaban con insistencia que el socialismo en un solo país
conduciría a la victoria socialista en el mundo. En 1946, Stalin cambió el nombre de
Ejército Rojo de los Trabajadores y Campesinos por el de Fuerzas Armadas de la Unión
Soviética. La unión del "socialismo progresista" y del Estado soviético se había completado.

VI

El pensamiento militar soviético, al haberse producido en el turbulento período que


abarca desde 1917 a la victoria sobre Alemania en 1945, es la base del actual poder
militar soviético. Al final de la Segunda Guerra Mundial, a la Unión Soviética le
faltaban aún dos décadas para alcanzar el nivel de potencia militar mundial. Los
creadores de la estrategia soviética tendrían que hacer frente a nuevos desafíos y el más
importante de todos era el de las armas nucleares.
Pero a pesar de la revolución tecnológica de la era nuclear, aún queda una parte muy
importante del pensamiento soviético del período primero. La doctrina de las armas
combinadas está aún presente en el pensamiento soviético y la ofensiva sigue siendo el
método preferido en la guerra. De hecho, el énfasis dado a las armas combinadas ha
originado numerosos errores de concepto, al considerar a las armas nucleares como una
forma de hacer la guerra, casi idéntica a la de las armas convencionales. Aún se sigue
rindiendo culto a la maniobra y a la sorpresa. Sin lugar a dudas, la importancia de la
sorpresa se ha debido quedar grabada en el pensamiento soviético a partir del 22 de junio
de 1941, pero eso ha llevado a posteriores contradicciones en la era nuclear. La sorpresa,
la ofensiva y la aceptación de la necesidad de llevar la iniciativa, forman una doctrina que
es contradictoria con los pronunciamientos políticos, según los cuales sólo utilizarían las
armas (especialmente las armas nucleares), en respuesta a una provocación. Existen
numerosos aspectos que son difíciles de definir, como el de que los soviéticos utilizarían sus
fuerzas "cuando la guerra sea inevitable" y que sus fuerzas no esperarían a ser atacadas
(46). La doctrina política soviética es indudablemente defensiva, al hablar de guerra
únicamente en el contexto de un ataque imperialista, pero su estrategia militar es
claramente ofensiva. La tensión que se produce entre la actividad política y la ofensiva
militar sigue sin resolverse desde la época de Frunze. La estrategia moderna soviética
intenta distinguir entre la doctrina político-militar, que es la de mayor rango y
esencialmente defensiva, y la doctrina técnico-militar (similar a la estrategia), que
mantiene la primacía de la ofensiva y la necesidad de la sorpresa y la iniciativa.
692 Creadores de la Estrategia Moderna

Estas contradicciones nos recuerdan que la estrategia militar soviética tiene dos
niveles; uno político y el otro técnico-militar. El aspecto político es superior. Pero
cualquiera de ellos, considerado aisladamente, no es suficiente como para poder
comprender la complejidad del pensamiento militar soviético. Los años de creación de la
estrategia soviética deben considerarse no sólo como una obra de Lenin, Trotsky y Stalin,
sino de soldados como Tukhachevsky, Triandifilov y Svechin. No siempre han coexistido
fácilmente los dos niveles. La dirección del desarrollo militar soviético recaía en el
Partido. Sin embargo, los expertos en los aspectos técnicos de la guerra eran los oficiales
profesionales. Gran parte de la historia de la evolución de la doctrina soviética se centra
en los esfuerzos por encontrar un equilibrio entre estos dos mundos. El desarrollo
paralelo de las doctrinas, político-militar por un lado y técnico-militar por otro, continua
en la Unión Soviética de nuestros días.
El mayor legado para los modernos estrategas soviéticos es el concepto de la
preparación de toda la sociedad para una lucha prolongada. La inevitabilidad de la
guerra fue considerada como un principio de la doctrina política soviética de 1956.
Posteriormente ha sido sustituido por el concepto de competencia y coexistencia pacífica frente
al capitalismo hostil y la esperanza de que, a largo plazo, ganaría el socialismo. Desde que los
soviéticos aceptaron que no habría ganadores en una guerra nuclear (aunque ellos
intentarían sobrevivir), consideraron que únicamente un error fatal por parte del
mundo socialista, evitaría la victoria final comunista. Pero los soviéticos no creen que la
pretendida hostilidad del mundo capitalista hacía el comunista se haya desatado como
consecuencia de la era nuclear. Por consiguiente, la preparación del país para la guerra
sigue siendo esencial, incluso en el caso de que ésta sea muy improbable. Los soviéticos
están obsesionados por lo que pasará a largo plazo. Hoy en día, el liderazgo político
puede desempeñar un papel activo en el sistema internacional. La relajación de las
tensiones y la búsqueda de áreas de cooperación con el mundo capitalista, que han
caracterizado a la reciente política soviética, se basan en la creencia de que la Unión
Soviética es lo suficientemente fuerte como para considerar que cualquier intento de
aventura por parte de Occidente tiene muy remotas posibilidades de llegar a buen
término. La conclusión es que cuanto más fuerte sea la Unión Soviética, más segura será
la paz. Solamente estando seguros en casa y en toda la comunidad socialista, los soviéticos
pueden tener esperanza para continuar adelante. Esta afirmación, que protege en
primer lugar las ganancias del socialismo e intenta conseguir otras poco a poco, es el
legado de Lenín y de las decisiones de 1918.
La fuerza militar no es el único factor en la ecuación que los soviéticos denominan
la correlación de fuerzas, un tipo de medida de cómo se desarrolla la historia. A lo largo
del tiempo se han tomado duras medidas para asegurar la moral, la situación política y,
sobre todo,
La creación de la Estrategia Soviética 693

todo,el crecimiento económico. El marxis-mo-leninismo no proporciona ningún proyecto


válido para el equilibrio de los distintos factores ni para la preparación del Estado
socialista a largo plazo. La única premisa que establece es la idea de la lucha continua y el
mantenimiento de una vigilancia constante. Su dependencia en el poder militar del
Estado, adquirida a un gran coste y con características similares a las potencias militares
del pasado, han configurado la experiencia histórica de los soviéticos. Es esta experiencia
la que proporciona a la versión soviética de la lucha permanente un decidido toque
marcial.

NOTAS:

24Sochineiiade Karl Marx y Friedrich Engels (Moscow, 1960), 8:460.


25Citado en Expansión and Coexistence de Adam Vlam (Cambridge, Mass., 1967), 72.
76Kak voorazhalas' revoliutsüa (Como se armó a la revolución) de C. D. Trotsky, 6
volúmenes (Moscow, 1925). Esta obra básica, fue citada por primera vez en The Soviet
High Command, de John Erickson (New York y London, 1962), describe la formación
del ejército durante la guerra civil.
77Kak voorazhalas' revoliutsüa de Trotsky, volumen I.
78The Soviet High Command de Erickson, 33.
79hbrannye voennye proizvedeniia de Engels (Moscow, 1957), XTV.
80Commissars, Commanders and Civilian Authority de Timothy Colton (Cambridge,
Mass., 1979).
81La campaña polaca es tratada brevemente, aunque resulta muy útil, en varios
ensayos de un reciente volumen historiográfico soviético, titulado Istoriia sovetskoi
voennoi mysli (Historia del pensamiento militar soviético), editado por I.A. Korotkov
(Moscow, 1980).
82Estas tesis, escritas por Gusev, se encuentran en su libro Orazhdanshaia vaina i
Krasnaia armiia (Moscow, 1958), 216-21.
102 Kak voorizhalas'revoliutsiia de Trotsky, 2:242.
103 La formulación del concepto de la doctrina militar unificada de M.V. Frunze,
se encuentra en su libro Edinaia voennaia doktrina i Krasmaia armii (Moscow, 1921).
104 Ibid. Ver Volument Frunze: The Soviet Clausewitz: 1885-1925 de Walter Darnell
Jacobs (The Hague, 1969).
105 Edinaria voennaia doktrina de Frunze, 18.
106 Kak voorizhals'revoliutsiia de Trotsky, 2:202.
107 Ibid, 2:206
108 Todos los ensayos que componen el volumen Istoriia sovetskoy voernoi mysly,
editado por I.A. Korotkov, tienen este mismo punto de vista, aunque las críticas a la
Guerra Civil comenzaron mucho antes.
109 La reputación de Trotsky no ha sido nunca restituida en la Unión Soviética.
110 Las críticas al Ejército Rojo se detallan en Voennaia reforma vSSSR de I.B.
Berkhin (Moscow, 1958), 57-59.
111 The Soviet High Command de Erickson, hace una exposición de los problemas
a los que se enfrentó Frunze, 173-213.
112 Voennaia reforma vSSSR de Verkhin, 46.
113 Ibid.
114 Sobranie sochinenü de Frunze (Moscow, 1929), 1:254.
115 On the Opposition deJ.V. Stalin (Peking, 1974), 325.
694 Creadores de la Estrategia Moderna

132 Mozgarmü (El cerebro del ejército) de B.M. Shaposhnikov (Moscow, 1927), 1:14.
133 Vaina Kak problema vooruzhennoi bor'by de Tuklachevsky, en Boevoi put' Soverstskikh
vomuzhennykh sil (Moscow, 1960).
134 Voennoe istoricheskii zhurnaldel Coronel R. Savushkin (Mayo, 1983), 77-83.
135 Benjamin Miller, en una conferencia no puclicada, expuso la evolución del
pensamiento soviético en el uso del arma acorazada. El título de la conferencia era The
Development of Soviet Armor en la Universidad Cornell, 1984.
136 Strategiiade Svechin (Moscow, 1927).
137 Ver Development of Soviet Armor de Miller y Armor Development in the Soviet Union and Yhe
United States de Arthur J. Alexander (Santa Monica, California, 1976).
138 The Soviet Hight Command de Erickson, 257.
139 Existe una considerable falta de acuerdo sobre la originalidad del pensamiento
soviético. En Development of Soviet Armar de Miller, se analiza en relación al desarrollo
en Francia, Alemania e Inglaterra y sostiene que los soviéticos fueron muy originales
en este sentido. Arthur Alexander, aunque afirma que existieron soluciones
peculiares, sostiene que los soviéticos se apoyaron básicamente en ideas de los países
extranjeros. Ver Armor Development in the Soviet Unión and the
United States, de Alexander.
140 Armor Development in the Soviet Union and the United States, de Alexander, 22-23.
141The Soviet High Command, de Erickson, 763.
142 Ibid.
143 On the Nex Field Regulations of the RKKA, de Tukhachevsky (Mayo, 1937).
144 Memoirs de Petro Grigorenko (New York, 1982), 92.
145 Las propuestas de la guerra de posiciones encontraron pronto confirmación en la
Guerra Civil Española de 1936. En ella, la capacidad de las fuerzas de Franco para
llevar a cabo una guerra de aniquilación fue a clave para la victoria.
146 The Soviet High Command de Erickson, 405.
147 Ibid.
148 A Commander of Genius of the Great Patriotic Warde Klement Voroshilov (Moscow,
1950).
149 Istoriya velikoi otechestvennoi voiny sovetskovo soyuza 1941-45, editado por Pospelov
(Moscow, 1960).
150Soviet Military Doctrine de Raymond Garthoff (Santa Monica, Calif. 1953), 76.
151 Ibid, 74.
152 On the Great Patriotic Worde Stalin (Moscow, 1950), 373.
153Generalnni stab v gody voiny de Shtemenko (Moscow, 1973), 2:447.
154Ver the Soviet U ion and the Arms Race de David Holloway (New Harén, 1983). En
esta obra se
hace una excelente exposición de la creación de la doctrina militar soviética en la
era nuclear.
Maurice Matloff
23. La Estrategia
Aliada en Europa,
1939-1945
23. La Estrategia Aliada
en Europa, 1939-1945

Nada más acabar la Segunda Guerra Mundial se originó un gran debate en el mundo
Occidental sobre cómo se había planeado, luchado y finalizado esa guerra (1). En medio
de las frustraciones y crisis de la Guerra Fría y los continuos recelos y tensiones entre la
Unión Soviética y sus antiguos socios en la Gran Alianza, ese debate pasó de estar
limitado a conferencias de carácter secreto, a ser público, por lo que se produjo una
avalancha de escritos acerca de determinados puntos conflictivos y de algunas de las
decisiones tomadas durante la guerra. Los críticos a ambos lados del Atlántico sostenían
que se había perdido la paz por los errores estratégicos cometidos por los aliados
occidentales. Las críticas revistieron una especial gravedad al referirse a la estrategia
americana desarrollada durante la guerra en Europa. Winston Churchill arremetió contra
lo que él denominaba el "estilo de pensamiento de la producción en masa y a gran escala"
(2). El analista británico, J.F.C. Fuller, calificó a este tipo de estrategia como de la. ferretería
(ironmongering) (3) .En los populares escritos de Chester Wilmot, un periodista australiano,
se presentaba un agudo contraste entre las dos potencias (un ingenuo Roosevelt frente
al astuto Churchill o, lo que es lo mismo, una estrategia británica políticamente
orientada, frente a la estrategia militar americana doctrinaria y estrecha). En opinión de
Wilmot, los americanos depositaron su fe estratégica en su gigantesca apisonadora militar,
en sus campos de entrenamiento y en sus industrias que habían hecho posible la
derrota de los alemanes a través del Atlántico mediante un asalto frontal masivo, sin
preocuparse demasiado por las consecuencias políticas (4). Estas críticas contribuyeron a
formar las imágenes esteriotipadas de las estrategias que habían empleado los
americanos e ingleses en la Segunda Guerra Mundial, las cuales llegaron a formar parte
de la literatura de posguerra y que aún hoy gozan de una considerable popularidad.
A la luz de la prolongada controversia y de la amplia perspectiva que dan los años
transcurridos desde 1945, es preciso hacer una revisión de aquellos estereotipos. Lo más
importante es hacer inventario de la estrategia llevada a cabo por los aliados en la
Segunda Guerra Mundial, es decir, tener en cuenta cómo fue, qué influencias la
provocaron, qué formas adoptó y en qué sentido fue un éxito o un fracaso. Este ensayo se
centrará en las ideas estratégicas que inspiraron la lucha de los aliados, particularmente
en cómo nacieron, dentro del ámbito del gran esfuerzo común de la guerra en Europa.
698 Creadores de la Estrategia Moderna

Se referirá también a la estrategia impuesta por el planeamiento conjunto de los


aliados y con un especial énfasis en la experiencia del planeamiento anglo-americano.

La historia de la estrategia aliada para la derrota de Alemania, se resume


simplemente como la búsqueda de denominadores comunes entre los tres socios
soberanos, Reino Unido, Unión Soviética y Estados Unidos, frente a un enemigo común.
Esa estrategia fue el producto de muchas mentes, a ambos lados del Atlántico, según las
cambiantes presiones y circunstancias de la guerra. Fue el resultado de un proceso
evolutivo y de una serie de compromisos, así como de una pelea constante para
compaginar los fines y los medios. Sobre todo, fue adoptada por potencias con
intereses nacionales muy diferentes. Teniendo en cuenta únicamente los objetos
nacionales de cada una de las potencias participantes, los medios y métodos utilizados
fueron variando con el tiempo. Además, en cuanto al planeamiento y el control de la
guerra contra Alemania, las bases de la Gran Alianza sufrieron modificaciones y las
relaciones entre sus miembros también cambiaron. Estas modificaciones constituyen una
parte integral de la historia de la estrategia de la guerra.
¿Cuál fue la naturaleza de la Gran Alianza y qué fue lo que aportó cada socio? Es
importante tener en cuenta que la Gran Alianza se fraguó en la guerra y su propósito era
para la guerra; fue un matrimonio de guerra, un matrimonio de conveniencia. Un
vínculo común de peligro fue lo que provocó la unión de los tres socios en 1941, pero su
alianza estaba compuesta por diferentes niveles de relaciones. Estados Unidos y el Reino
Unido formaban la red interna de la Gran Alianza y representaban una alianza dentro
de aquella. Las relaciones entre estas dos potencias eran muy intensas, mientras que las
que mantenían con la Unión Soviética eran formales y distantes. De hecho, los dos líderes
occidentales, el Primer Ministro Winston Churchill y el Presidente Franklin Roosevelt,
estaban a menudo más de acuerdo entre ellos que con sus respectivos Estado Mayores.
Cada país de la Gran Alianza luchó por sus propios objetivos; cada uno tenía su propio
sistema político-militar que era el artífice de su estrategia. Cada uno estaba
comprometido, como consecuencia de pertenecer a la coalición, ante los cambios que se
producían en la guerra. Debido a sus diferentes tradiciones, intereses, políticas, geografía
y recursos, los tres socios contemplaban las guerra europea como si se tratara de
espectáculos diferentes.
Gran Bretaña, un imperio insular y la primera potencia de las tres que entró en
guerra, había sido durante un año después de la caída de Francia, en junio de 1940, el
único país importante que se opuso directamente a la amenaza alemana.
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 699

Durante siglos había depositado su fe en el equilibrio de fuerzas. Con experiencia en


guerra, en diplomacia y en coaliciones, su política en la guerra europea fue utilizar lo que
Liddell Hart denominó la aproximación indirecta para sacar provecho de sus recursos
económicos y de su marina de guerra, así como para ayudar a los aliados continentales
contra cualquier potencia que intentara romper el equilibrio en Europa. El sustento de su
imperio en el Extremo Oriente dependía del Mediterráneo, por lo que Gran Bretaña
intervendría directamente tanto en estos puntos como en el Oriente Medio, otra área
de especial interés político y económico. Dependiendo de sus líneas marítimas para su
propia existencia, Gran Bretaña no era autosuficiente. Durante la guerra tenía que
mantener el Océano abierto para los suministros desde América. Su economía, aunque
muy industrializada, era de una escala reducida comparada con la de Estados Unidos. En
una guerra global, sus recursos escasearían. Extremadamente sensible por las enormes
pérdidas humanas durante la Primera Guerra Mundial, depositó toda su fe en la Marina,
en la Fuerza Aérea y en lo que se podría denominar una estrategia periférica para atacar
a Alemania por los extremos del continente, para debilitarla gradualmente, y apoyar con
las armas a los países ocupados y fomentando la subversión contra Alemania;
posteriormente, atacaría el propio corazón alemán. A corto plazo deseaba que los países
ocupados se alzaran en una revuelta contra el invasor; a largo plazo le interesaba volver al
status quo ante helium. Churchill estaba decidido a no consentir la desaparición del Imperio
Británico. Los soldados ingleses estaban acostumbrados a colaborar con sus líderes
políticos y, durante la guerra, Gran Bretaña dio la máxima importancia a los aspectos
políticos.
Al igual que Gran Bretaña, los Estados Unidos lucharon en la Segunda Guerra
Mundial como miembros de una coalición, siendo la segunda de la que formaban parte en
lo que iba del siglo XX. Ricos en recursos y altamente industrializados, los Estados Unidos
fueron pasando, poco a poco, de ser el principal abastecedor de Gran Bretaña, a su total
colaborador militar. Por ello, cuando el Japón atacó Pearl Harbor, los americanos
entraron en guerra de una forma natural y plenamente preparados para ello.
Para los americanos la guerra era una aberración. Se consideraba que la guerra y la
paz eran episodios distintos y separados y la tradición americana en guerra había sido,
primero declararla y después prepararse para ella. Aunque tradicionalmente opuestos a
verse involucrados en lo litigios europeos, los Estados Unidos mantenían unos sólidos lazos
culturales con Europa. Basándose en su experiencia en la Primera Guerra Mundial, la
idea americana hacia la guerra en Europa era mantenerse al margen todo el tiempo que
fuera posible, entrar en ella cuando fuera necesario para castigar al fanfarrón o
fanfarrones que la habían empezado, volver con sus hombres a casa y, después, intentar
mantenerse ajeno a los asuntos europeos, como antes de la guerra. Al entrar tarde en la
Primera Guerra Mundial, había sido una potencia asociada, un joven socio en la alianza
que había luchado siguiendo la estrategia básica establecida por los miembros
europeos.
700 Creadores de la Estrategia Moderna

En la etapa de desencanto posterior a la guerra, el sentimiento popular en los Estados


Unidos era que ni se debería entrar en nuevas alianzas militares, ni tampoco mantener
fuerzas con capacidad ofensiva.
A partir del manifiesto de Munich en 1938, los líderes americanos comenzaron a tomar
en consideración las amenazas para las democracias occidentales y empezaron a
movilizarse. Dejando a un lado los ejercicios de planeamiento puramente académicos,
los estrategas en Washington comenzaron a pensar en términos de una guerra global y de
coaliciones. En una difícil transición entre la guerra y la paz, se sabía muy poco acerca de
las capacidades e intenciones rusas (esta circunstancia se mantuvo durante toda la
guerra). En los meses posteriores del ataque alemán a la Unión Soviética, el Estado
Mayor americano dudaba de las posibilidades de los soviéticos para poder continuar su
lucha contra Alemania, como participante activo. Pero en la etapa del ataque a Pearl Har-
bor, los americanos ya habían comenzado a manifestar sus discrepancias respecto a las ideas
y a la teoría estratégica de los ingleses y llevaron a cabo sus planes para una guerra de
ámbito mundial. Por primera vez, los Estados Unidos entraron en una guerra con unas
ideas estratégicas considerablemente avanzadas sobre cómo luchar en ella.
A pesar del audaz liderazgo de Roosevelt entre 1939 y 1941, hasta Pearl Harbor el país
estaba claramente dividido. Los sistemas político-militares de Gran Bretaña y de la Unión
Soviética constituían un entramado mucho más complejo que el de los americanos.
Roosevelt hizo que, gradualmente, el Estado Mayor militar se sintiera más unido a él y, de
una forma un tanto informal y anárquica, se generó entre ambos una relación de
confianza. De acuerdo con la expresión, la guerra para la supervivencia, a partir de 1939
desempeñó las funciones de un activo comandante en jefe y mantuvo sus ideas sobre temas
estratégicos, incluso cuando sus métodos parecían poco coherentes e inseguros.
En la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se estaban enfrentando por
primera vez a las exigencias de una guerra mundial, incluso en mayor medida que los demás
miembros de la alianza. Desde un principio, los intereses americanos y las líneas de
comunicación durante la guerra eran de carácter global. Los Estados Unidos entraron en
guerra por el ataque sufrido a una de sus posesiones en el Pacífico, e inmediatamente
después de Pearl Harbor, la división de estrategia anglo-americana le asignó la principal
responsabilidad para la guerra contra Japón. Durante toda la guerra, tanto el Presidente
Roosevelt como su Estado Mayor, siempre tuvieron presente la guerra en el Pacífico y en
el Extremo Oriente. Para muchos americanos era Japón, y no Alemania, su enemigo
natural. Esta tendencia jugo un papel muy importante en las relaciones entre los tres
miembros de la alianza y en la evolución de la estrategia para derrotar a Alemania. Ante
las presiones de la política doméstica, los Estados Unidos no podían verse envueltos en
una guerra prolongada en Europa. Como dijo posteriormente el General George C.
Marshall, Jefe del Estado Mayor del Ejército, "una democracia no puede luchar en una
Guerra de los Siete Años" (5).
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 701

El tercer socio, la Unión Soviética, inmersa en una ideología política y económica


diferente, representaba un enigma. Falta de tradiciones navales y aéreas, era
esencialmente una potencia terrestre con largas líneas de comunicación interiores. Poseía
una enorme población y grandes recursos, pero su programa industrial era incompleto. A
diferencia del Reino Unido y de los Estados Unidos, estaban en guerra únicamente frente
a un enemigo, permaneciendo al margen de la guerra contra Japón hasta los últimos días
de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido, su problema estratégico era
relativamente sencillo, comparado con el de sus otros dos socios. Naturalmente, durante
la fase defensiva de su lucha contra Alemania, tenía que asegurar su supervivencia y
confió en su geografía, en la capacidad de resistencia de su pueblo y en su ejército. Tanto
por sus propios planes como por imperativo de las circunstancias, recurrió a la decisión
histórica de ceder gran parte de su territorio y numerosas vidas para ganar tiempo.
A pesar de toda la parafernalia comunista y de las connotaciones ideológicas, la
política exterior soviética se parecía en muchos aspectos a la de los Zares. Su lucha
defensiva contra Alemania era simplemente una pausa para garantizar su seguridad y
posterior recuperación y expansión. Esta línea de acción parece que fue la misma que se
siguió en la guerra de la Unión Soviética frente a Finlandia e incluso durante el período
del pacto con Hitler. Una de las principales razones de la ruptura de Hitler con la Unión
Soviética fue la acción agresiva de ésta al ocupar parte de Polonia y de los Balcanes, ante
lo cual, Hitler, enfrentado a la tenaz Inglaterra en el oeste, consideró esa acción
demasiado peligrosa. La invasión alemana de la Unión Soviética, en junio de 1941,
reforzó el deseo soviético de fortalecer su posición en la Europa del Este, una idea
profundamente enraizada en la historia rusa. Aunque las ambiciones políticas y territoriales
soviéticas estaban presentes durante los dos primeros años a partir de la invasión nazi, las
consideraciones militares acapararon todas las decisiones, al tratarse de una lucha
desesperada por la supervivencia. Recelosa de sus socios capitalistas y bajo la sospecha de
ser amigo y enemigo al mismo tiempo, la Unión Soviética fue durante toda la Segunda
Guerra Mundial un aliado difícil en la que el General John R. Deane, jefe de la
delegación militar americana en Moscú, denominó posteriormente la extraña alianza (6).
Estas eran las tres potencias soberanas que estaban destinadas a permanecer juntas
como consecuencia de las presiones de la guerra. Desde el principio, los fuertes lazos entre
los Estados Unidos y Gran Bretaña constituyeron la piedra de toque de la Gran Alianza.
El papel de la Unión Soviética en el desarrollo y dirección de la estrategia combinada de
la guerra fue relativamente pequeño. Existían al menos dos razones para esta disparidad.
En parte fue el resultado de la distinta naturaleza de la lucha en la que cada socio estaba
involucrado: la Unión Soviética en el frente este de la Europa continental contra
Alemania, los ingleses y americanos inmersos en las demandas de la guerra en todo el
mundo
702 Creadores de la Estrategia Moderna

mundo y en muy distintos frentes contra las naciones del Eje. En parte también esta
diferencia era un reflejo de los recelos mutuos entre los componentes de la alianza.
Desde el principio, la relación de los soviéticos con los americanos e ingleses se limitaba a
solicitar presiones sobre el enemigo y a pedir y recibir ayuda material. Pero, incluso en
este terreno, la colaboración era difícil de probar. Las decisiones estratégicas de los
Estados Unidos y Gran Bretaña eran transmitidas normalmente en términos muy
generales a los soviéticos. Estos permanecían fuera del sistema de Mandos Combinados
Anglo-Americanos y sólo formaban parte oficialmente en las conferencias
internacionales de Moscú, Teherán, Yalta y Potsdam. Desde el comienzo de la alianza, las
turbulentas relaciones del pasado y la falta de un intercambio libre de ideas hicieron que
el entendimiento fuera muy difícil. El largo debate sobre estrategia que se desarrolló en
Occidente, desembocó en una delicada situación y provocó un serio problema con la
Unión Soviética. Desde el comienzo de la guerra, los soviéticos atrapados en una lucha a
muerte en el frente este, no tenían dudas acerca de la estrategia occidental más
adecuada. Ellos querían establecer un segundo frente; lo querían pronto; y lo querían en el
oeste. Cada aplazamiento anglo-americano de este segundo frente, era añadir combustible
al fuego.
La estrecha asociación militar entre las potencias occidentales comenzó con el envío
de observadores americanos de la marina y del ejército a Gran Bretaña, en 1940. Al
margen del encuentro anglo-americano en Washington, inmediatamente después de
Pearl Harbor (la Conferencia Arcadia), se estableció una Junta de Jefes de Estado
Mayor para operaciones combinadas (CCS), para la constante coordinación de la guerra
y para desarrollar la estrategia occidental. Al mando del CCS estaban el Primer Ministro
británico y el Presidente americano, cuyas relaciones se fueron estrechando cada vez más,
pero las de estos con Stalin siguieron siendo reservadas y alejadas. Los líderes occidentales
tenían dos sombreros: uno militar, el otro político. El trabajo del CCS continuó dentro y
fuera de las intensas reuniones que mantenían con el Primer Ministro y el Presidente. Una
vez que estaban preparados los trabajos para llevar a cabo decisiones de alto nivel que
afectaban a la estrategia y a la política aliada, se celebraban las grandes conferencias
tripartitas.

II

De las tres fases en las que se puede descomponer la estrategia aliada, 1941-1942
representa la etapa de formación. A este período corresponde el resurgimiento de la
Gran Alianza y en comienzo de la colaboración entre la Unión Soviética y Occidente
(un hecho que quedó pendiente durante toda la guerra). Para los aliados, este período
fue el de la estrategia defensiva. Su temor básico era la derrota; su gran preocupación, la
supervivencia de la Unión Soviética.
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 703

Para los socios occidentales marcó la primera de sus decisiones estratégicas


importantes: Europa primero o, lo que era lo mismo, Alemania primero, y la primera etapa en la
búsqueda de un plan estratégico contra Alemania.
En la evolución de la estrategia aliada, la adopción del principio de derrotar en primer
lugar a Alemania fue la decisión más importante en la política angloamericana durante la
Segunda Guerra Mundial. Los estudios necesarios para esta decisión estratégica básica se
llevaron a cabo en 1941 (casi un año antes que Pearl Harbor), en la denominada
Conferencia ABC, en Washington. Al margen de las reuniones de los Estados Mayores
británico y americano, surgió el principio de que si los Estados Unidos entraban en guerra,
los aliados buscarían en primer lugar la derrota de Alemania (7). Basándose en la
creencia de que Alemania sería el miembro dominante de la coalición hostil, el principal
esfuerzo anglo-americano se concentró en el Atlántico y en el área europea. Si entraba en
guerra el Japón, la estrategia militar en el Pacífico sería defensiva hasta que los aliados
fueran lo suficientemente fuertes en ese área como para tomar la ofensiva. Cuando los
Estados Unidos entraron en la guerra, a pesar de los éxitos iniciales japoneses y de la
situación crítica que se creó en el Pacífico después del ataque a Pearl Harbor, se volvió a
confirmar la decisión básica de Alemania primero durante la Conferencia Arcadia, en
Washington (8).
Durante el debate posterior a la guerra sobre la estrategia aliada, se cuestionó la
conveniencia de aquella decisión. Pero en el crítico período inicial de la guerra, las
consideraciones de conveniencia política junto con las de carácter logístico, fueron las
que forzaron esta elección. Los tres aliados estaban de acuerdo por razones políticas,
militares, geográficas y económicas. La amenaza directa a dos de los aliados en Europa
exigía una acción inmediata. Tanto la Unión Soviética como Gran Bretaña no podían
esperar a que terminara la guerra con Japón. Existían ya unas considerables fuerzas aliadas
y con esta decisión no tenían que moverse de donde estaban, como hubiera ocurrido en
el caso de decidir atacar a Japón. Por todo ello, la derrota de Alemania debería ser el pri-
mer objetivo.
Aunque esta decisión se mantuvo durante toda la guerra, desde el comienzo del
conflicto, surgieron problemas de interpretación y de aplicación y estos persistieron hasta
el final. Una de las cuestiones más arduas fue la proporción en la que se deberían dividir
los recursos disponibles entre la guerra en Europa y la guerra contra Japón. Esto refleja
una clara divergencia de los factores políticos y militares en la estrategia anglo-americana.
Para Gran Bretaña, dados sus vitales intereses en el Mediterráneo, en Oriente Medio y en
el propio continente, la guerra contra el Japón era un tema lateral. Pero para los Estados
Unidos, que capitalizó la casi total responsabilidad de la guerra contra Japón, la derrota
de éste era en muchos aspectos el objetivo político más importante. El resultado de esta
diferente concepción provocó frecuentes discusiones entre Estados Unidos y Gran
Bretaña acerca de la distribución de los recursos.
704 Creadores de la Estrategia Moderna

A pesar del acuerdo entre las dos potencias sobre la necesidad de derrotar en primer
lugar a Alemania, no existía ningún plan común sobre la forma de realizado. La idea
inglesa sobre la forma de derrotar a Alemania estaba muy definida desde el principio.
Esencialmente, se trataba de realizar un bloqueo, además del bombardeo, y de diversas
actividades subversivas y de propaganda para debilitar su voluntad de lucha y su
capacidad para resistir. Se debería dar la máxima prioridad a atacar las fuerzas móviles y
acorazadas que operaban en la periferia del territorio controlado por Alemania, en lugar
de llevar a cabo acciones terrestres a gran escala, para evitar enfrentarse de lleno con la
maquina militar alemana. Por ello, no se necesitaban grandes fuerzas de infantería como
en la Primera Guerra Mundial. Esta idea encajaba perfectamente con la teoría de
Churchill de hacer la guerra en el continente con una estrategia periférica y que él
mismo había aprendido a raíz de la amarga experiencia británica entre 1914 y 1918.
Aunque durante el debate de posguerra el Mediterráneo fue objeto de una gran
atención, para el Primer Ministro inglés era Noruega el objetivo prioritario. Desde el
principio, los ingleses consideraban que una operación en masa a través del Canal sólo se
llevaría a cabo cuando Alemania estuviera muy próxima al colapso. Estas dos ideas inglesas
-énfasis en el Mediterráneo y operación a través del Canal como golpe final- se
mantuvieron hasta la invasión de Normandía. El concepto británico era un compendio
de factores militares, políticos y económicos, como resultado de su experiencia en la Prime-
ra Guerra Mundial y en Dunkerque, aunque también incluía ciertas predilecciones
personales del Primer Ministro. Estaba adaptada para ser útil a diversos intereses y
amoldarse a una economía de escala reducida y a un ejército de tierra muy pequeño.
Las ideas americanas eran muy diferentes. Ya en noviembre de 1940, el Jefe de las
operaciones navales, Almirante Harold R. Stark, había expresado que serían necesarias
operaciones terrestres a gran escala para derrotar a Alemania (9). En el verano de 1941,
los estrategas llegaron a la conclusión de que tarde o temprano "debemos prepararnos
para luchar a brazo partido contra Alemania y derrotar a sus fuerzas terrestres para
eliminar su voluntad de combate" (10). A pesar de la imprecisión de las preparaciones
preliminares, ya tenían en cuenta él choque frontal con el ejército alemán. Se
consideraba necesario un ejército americano de 215 divisiones para alcanzar la victoria.
Este era el centro de la teoría americana respecto a una guerra de masa y concentración
de fuerzas. También reflejaba el optimismo americano, su confianza en su industria para
producir el equipo militar necesario y la fe de sus militares en su capacidad para obtener,
equipar y entrenar un gran ejército para realizar operaciones ofensivas.
Estas diferentes concepciones acerca de la guerra europea quedaron más claras que
nunca en 1942, durante la polémica que se generó a la hora de la elección por el Plan
Bolero o por el Plan Torch. El plan Bolero fue preparado por el ejército americano. El
Secretario de Guerra Stimson, el General Marshall y otros, estaban preocupados por la
gran dispersión
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 705

gran dispersión de las tropas, los buques y los medios de abastecimiento a partir de Pearl
Harbor, para hacer frente a crisis que se generaran en todo el globo terrestre: el Pacífico,
Oriente Medio, Extremo Oriente y África. La idea de invadir el continente europeo a
partir del Reino Unido (el denominado Plan Bolero) fue la solución adoptada por la
Junta de Jefes de Estado Mayor americanos. Este plan estaba diseñado para realizar una
invasión en masa a través del Canal en la primavera de 1943 (denominado Roundup). Un
plan auxiliar de este (el Sledgehammer) estaba diseñado para realizar también una invasión,
pero a escala menor, en otoño de 1942, pero sólo si se daba una de las dos situaciones
que se especificaban: el colapso anticipado de Alemania o el derrumbe total de Rusia.
Aunque al principio los ingleses aprobaron, en abril de 1942, el Plan Bolero, tres meses
después estaban en total desacuerdo con él.
Para el Estado Mayor americano, el Plan Bolero era especialmente adecuado por
numerosas razones. En primer lugar, satisfacía la demanda rusa de un segundo frente.
Además, proporcionaba un definido objetivo estratégico a gran escala para la movilización
industrial y humana. Por encima de todo, preveía realizar la acción decisiva en 1943 y
ofrecía un plan que se ajustaba al principio de concentración de fuerzas. Durante algún
tiempo se llevaron a cabo planes para establecer el segundo frente. El 24 de junio de
1942, llegó a Inglaterra el General Eisenhower para asumir el mando del teatro de
operaciones europeo (ETO, European Theater of Operations); con él llegaron también
un considerable número de fuerzas americanas.
Pero la situación se volvió pronto contra el plan del ejército. En junio, el Primer
Ministro fue a Washington para solicitar la realización urgente de una serie de operaciones
en el Norte de África. La evidente intención inglesa de abandonar el Plan Bolero provocó
tal malestar en el Estado Mayor americano que en julio, la Junta de Jefes de Estado Mayor
llegaron incluso a amenazar a los ingleses con abandonar el teatro de operaciones europeo
para dirigir todas sus fuerzas al Pacífico (esta amenaza no llegó a realizarse por oponerse a
ella el Presidente americano). Después de varias reuniones, en el mismo mes de julio se
llegó a la decisión de lanzar un ataque en el Norte de África, en el otoño de 1942. El
Plan Torch (la invasión del Norte de África), sustituyó al Plan Bolero. El Estado Mayor
americano había fracasado; su Presidente se había impuesto a sus consideraciones.
El Plan Torch fue adoptado por dos razones básicas: la insistencia de Roosevelt para
que las fuerzas terrestres americanas entraran en acción contra los alemanes en 1942, y
por la rotunda negativa de Chuchill y de su Estado Mayor de aceptar la idea de una
operación a través del Canal en 1942. Ambas partes reconocían que si tenía éxito la
operación Torch, se obtendrían algunas ventajas. La capacidad de transporte por barco
de los aliados era crítica. Se podrían disponer de más de doscientos buques al mes, si
los convoyes que iban a Oriente Medio y a la India pudieran ir a través del
Mediterráneo, en vez de por el Cabo
706 Creadores de la Estrategia Moderna

Cabo de Buena Esperanza. Durante 1942 volvieron a surgir las discusiones sobre la
conveniencia de actuar a través del Canal. Pero se impusieron las consideraciones de tipo
práctico y realista: los recursos disponibles eran para el Plan Torch.
Para Marshall y Stimson, el Plan Torch constituía un amargo fracaso. Para ellos
significaba la adopción de una estrategia de envolvimiento, de ataque por la periferia y lo
que el Pentágono calificó de dispersión. También significaba el inevitable aplazamiento del
ataque directo contra Alemania. Este retraso complicaría posteriormente las relaciones
con los soviéticos y aumentaría sus sospechas sobre las intenciones occidentales.
Cuando finalizó el Plan Torch con éxito, Churchill tuvo que soportar las quejas de
Stalin durante una turbulenta entrevista en Moscú.
Contemplado desde una perspectiva actual, el Plan Bolero parece que era prematuro.
Ni los ingleses, ni las fuerzas que debían cruzar el Canal estaban preparadas. Pero, como
los americanos aprenderían posteriormente, las fuerzas disponibles imponen una
estrategia y la impaciencia y la presión de los líderes políticos pueden imponerse a la
misma, aunque ésta fuera adecuada. Las fuerzas y medios disponibles eran suficientes para
el Plan Torch y eso fue lo que hicieron los aliados occidentales.
Con la operación Torch concluía el primer paso del plan estratégico angloamericano
contra Alemania. Desde 1941 a 1942, el período de estrategia defensiva, fue también una
etapa de escasez para los aliados occidentales. Sus dos conceptos sobre la guerra
entraron en conflicto, y el oportunismo inglés, o la estrategia periférica, había ganado el
primer asalto. El hecho de que los ingleses intentaran por todos los medios hacer
prevalecer su estrategia no era ninguna sorpresa. Sus fuerzas habían sido movilizadas
mucho antes y eran mucho más numerosas que los americanos en el teatro de
operaciones europeo. Su situación en el Norte de África y en el Oriente Medio era
desesperada. Los ingleses tenían además mayor experiencia en diplomacia militar que los
americanos y Churchill contaba con la simpatía personal de Roosevelt. El planeamiento
estratégico americano, limitado por severas restricciones en la capacidad de transporte y
municiones, había sido sobrepasado ampliamente. Las tropas estaban estructuradas para
afrontar crisis temporales. Nuevos en el arte de la negociación y diplomacia militar, los
americanos todavía pensaban únicamente en términos de pequeñas operaciones. El
único plan en el que habían depositado su fe, establecer un orden en la actuación aliada
y observar los principios de masa y concentración, había fallado. Ante el temor de disipar
sus fuerzas y su material en lo que ellos consideraban aventuras secundarias, decidieron
tomar las riendas y encontrar nuevas fórmulas.
El plan Torch complicó también las relaciones de los socios occidentales con los
soviéticos. En 1942, los americanos y británicos justificaron sus diferentes concepciones
estratégicas hacia la guerra europea en el sentido de que ambas aliviarían la presión
en el campo
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 707

el campo de batalla de la Unión Soviética. Para los dos la geografía y la población de aquel
país se convirtieron rápidamente en la clave para la victoria. Aunque los planes de los
aliados occidentales dependían del resultado de la lucha en el frente oriental, estos no
estaban de acuerdo en la estrategia a emplear contra Alemania y sus planes no estaban
coordinados con los de la Unión Soviética. Occidente no podía esperar una mejoría en las
relaciones militares con la URSS, excepto en aquellos puntos en los que la colaboración
contribuyera claramente a su único interés común, la rápida derrota de Alemania. Las
esperanzas de la Unión Soviética con la apertura de un segundo frente no se habían hecho
realidad.

III

En 1943, el debate sobre la estrategia europea entró en una segunda etapa. Esta fase,
que abarca el período central de la guerra hasta el desembarco de Normandía, fue la más
significativa y en la que se desarrolló la guerra ofensiva de coalición. La facultad para
determinar la estrategia a seguir y para elegir el momento y el lugar para la batalla, pasó
de las potencias del Eje a la coalición aliada. El gran impacto de la movilización y
producción americana comenzó a sentirse no sólo en los teatros de operaciones, sino
también en la propia estrategia aliada. En el frente de Stalingrado, los soviéticos
demostraron su capacidad para sobrevivir a la embestida alemana y, a partir de ahí, las
ideas soviéticas sobre la estrategia aliada adquirieron un mayor peso específico. Según
fue transcurriendo la guerra, la estrategia de la coalición se fue haciendo mucho más
compleja que lo que habían imaginado los americanos al principio.
La decisión por el Plan Torch provocó un gran debate sobre la estrategia europea entre
los ingleses y americanos que duró hasta el verano de 1944. El Norte de África dio paso a
Sicilia; Sicilia, a la invasión de Italia. Churchill insistía siempre en continuar las acciones
en el Mediterráneo: Sicilia, desembarco en Italia, Roma, después la línea Pisa-Rimini;
éstas contaban con la aprobación de Roosevelt, pero la Junta de Jefes de Estado Mayor las
aceptaba con desgana. Los hábiles e ingeniosos argumentos de los ingleses daban énfasis a
la necesidad de continuar el proceso de ablandamiento del enemigo, así como las grandes
ventajas de actuar en el Mediterráneo, mientras que los americanos esperaban la
oportunidad de la invasión del continente a través del Canal. Sin embargo, los
argumentos más importantes eran la existencia de fuerzas aliadas adecuadas para debilitar
al enemigo en el Mediterráneo. Pero al mismo tiempo, el General Marshall y sus
colaboradores comenzaron a pensar en la conveniencia de limitar el avance por el
Mediterráneo y orientarse hacia su parte Oeste en vez de hacia el Este, lo que permitiría
enlazar con la posterior operación por el Canal (Operación Overlord); de esta manera,
pretendían recuperar su idea de una guerra de masas y de concentración de fuerzas en el
continente. Parte de su tarea era llegar a un acuerdo con su propio Presidente, con los
ingleses y, de vez
708 Creadores de la Estrategia Moderna

vez en cuando, con los soviéticos. Las decisiones que se alcanzaron en la conferencias
internacionales de 1943, desde la de Casablanca, en enero, a la de Teherán, en
noviembre, reflejaban los compromisos de los americanos e ingleses entre el principio
del oportunismo y los compromisos a gran distancia, entre una guerra de
aniquilamiento y una guerra de masas y de concentración de fuerzas.
Durante los debates y las negociaciones, las técnicas de planeamiento y los métodos de
los americanos se aproximaron a los de los ingleses, aunque sus ideas estratégicas eran
diferentes. Los americanos aprendieron el arte de la diplomacia militar y perfeccionaron
las técnicas de lo que podría denominarse las tácticas del planeamiento estratégico. Al
mismo tiempo, su pensamiento estratégico fue haciéndose más complejo. Comenzaron a
ampliar el alcance de sus ideas desde una sola operación, a varias operaciones al mismo
tiempo (lo que alguien denominó permutación y combinaciones). Las grandes cuestiones
estratégicas ya nunca más se definirían en términos de operaciones en el Mediterráneo o
un invasión a través del Canal, sino en definir las relaciones precisas entre las operaciones
que se estaban desarrollando y la ofensiva de bombardeo combinado, en la que todos
estaban de acuerdo.
La Junta de Jefes de Estado Mayor se opuso a las demandas inglesas en el
Mediterráneo, particularmente en su zona oriental, con la amenaza de llevar a cabo
operaciones ofensivas en el Pacífico. Al mantener abierta la alternativa del Pacífico, los
americanos anularon las exigencias inglesas. Por ello, la guerra en el Pacífico ofrecía al
Estado Mayor americano la clave para mantener el tema del Mediterráneo bajo control.
Al mismo tiempo, el General Marshall reconocía que la ofensiva del Mediterráneo no
podía detenerse en el Norte de África o Sicilia y que era absolutamente necesario
eliminar a Italia para permitir la navegación por ese mar y facilitar así la ofensiva aérea
contra Alemania.
Teherán fue la conferencia decisiva para la estrategia en Europa. Allí, por primera vez
en la guerra, Roosevelt, Churchill y sus colaboradores se reunieron con Stalin. Churchill
hizo una elocuente defensa a favor de las operaciones en Italia, en el mar Egeo y en el
Mediterráneo oriental, incluso aunque ellas retrasaran el plan Overlord. Pero la Unión
Soviética, se puso claramente a favor de la idea americana respecto a la estrategia en
Europa. Seguros de sus capacidades, los soviéticos hicieron valer su fuerza como un
miembro más de la coalición, al mismo nivel que los otros dos. Stalin apoyó decididamente
el plan Overlord, limitando las operaciones en el Mediterráneo a aquellas que
favorecieron la invasión por el sur de Francia para que apoyara al plan Overlord. A su vez,
los soviéticos prometieron lanzar una gran ofensiva en el frente Este. Stalin hizo hincapié
en la estrategia anglo-americana en Europa y eso fue lo que decidió la estrategia
occidental. El mando anglo-americano acordó lanzar el plan Overlord en la primavera
de 1944, al mismo tiempo que una operación por el sur de Francia, constituyendo estas
dos operaciones las más importantes
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 709

más importantes de ese año. El programa final para la victoria aliada en Europa, había
quedado establecido. Alemania sería derrotada mediante dos grandes pinzas: una anglo-
americana por el Oeste y otra soviética por el Este. El General Eisenhower fue nombrado
comandante supremo para la operación Overlord y comenzaron los preparativos para el
gran ataque.
Las discrepancias anglo-americanas en algunos aspectos, no desaparecieron hasta el
verano de 1944. Después de la conferencia de Teherán, las operaciones en el sur de
Francia estuvieron a punto de abandonarse por el deseo inglés de incrementar las
acciones en Italia y en los Balcanes. Pero el General Marshall y el Estado Mayor americano
permanecían intransigentes y Roosevelt se mantuvo firme en su decisión. El acuerdo final
no se alcanzó hasta agosto de 1944 (dos meses después del ataque a través del Canal y sólo
unos días antes de lanzar la operación por el sur de Francia) y, en esta ocasión, Churchill
cedió aunque de mala gana. La guerra había ya entrado en una nueva etapa y este último
intento representaba un giro en la estrategia periférica, con una mayor rigidez política.
Churchill veía ya al continente europeo, con un ojo puesto en la retirada alemana y el otro
en el avance soviético.
El debate creado a mediados de la guerra no cuestionaba si se debería llevar a cabo la
operación a través del Canal. La cuestión era otra: ¿Debería lanzarse esa operación,
dándole la más alta prioridad y en el momento que querían los americanos, o sería
preferible esperar a que el enemigo estuviera debilitado gravemente, como consecuencia
de la guerra de aniquilación que deseaban los ingleses? Es un error considerar que los
ingleses no querían desde el principio una operación por el Canal. Existen evidencias de
lo contrario. Las diferencias anglo-americanas se centraban esencialmente en el momento
de llevarla a cabo y en la amplitud y dirección de las operaciones preliminares. Es
también un error creer que los americanos se oponían a todas las operaciones en el
Mediterráneo. De hecho, una parte considerable de los planes desarrollados en 1943 se
referían a coordinar estas operaciones con el ataque por el Canal y a su vez con la
ofensiva de bombardeo.
La controversia que se originó sobre una posible operación por los Balcanes, merece
prestarle cierta atención. ¿Hubiera sido mejor invadir el continente a través de los
Balcanes, para evitar así el dominio soviético de la Europa del Este? Hay que tener en
cuenta que esta pregunta surgió en la posguerra. La invasión por los Balcanes no fue
propuesta por ninguna potencia aliada como alternativa al Plan Overlord y ni siquiera
estaba en la mente de nadie. Existen evidencias muy claras al respecto. Churchill negó
constantemente en sus escritos de posguerra que él quisiera una invasión por los Balcanes y
los hechos confirmaron este aspecto. (11). Pero existían ambigüedades en esta posición
que aún están sin aclarar. Sin lugar a dudas, Churchill era partidario de llevar a cabo
en los Balcanes una serie de incursiones con unas cuantas divisiones acorazadas, así como
prestar
710 Creadores de la Estrategia Moderna

prestar ayuda a las poblaciones nativas, pero tanto en aquellos momentos como en sus
escritos posteriores, nunca expuso este tema que tanto preocupaba a los americanos, ya
que los costes globales y las necesidades que planteaba una operación en los Balcanes
serían muy grandes, al ser un área con difícil orografía y muy pobres comunicaciones. Este
factor fue el más importante de todos a la luz de la experiencia de las operaciones en el
Mediterráneo, al ser una prueba palpable de los grandes costos que podían suponer una
guerra de aniquilación. Ni el Presidente americano ni su Estado Mayor, querían verse
involucrados en ningún tema relacionado con la zona de los Balcanes.
La mayor parte de las críticas que tuvieron lugar en la posguerra sobre el desarrollo del
conflicto en Europa se centraron en la estrategia americana de el gran mazazo.
Principalmente los ingleses criticaron la postura americana, a la que consideraban miope,
torpe, orientada únicamente a la victoria militar y que despreciaba otros objetivos de la
guerra que eran más importantes. Estas críticas hacen que surja la pregunta de si la idea
de Churchill, la estrategia periférica, era la única posible teniendo en cuenta el potencial
humano, economía, tradiciones y objetivos ingleses, podía acomodarse a las experiencias,
capacidades y tradiciones americanas. Gordon Harrison, autor de Cross-Channel Attach, que
es uno de los volúmenes de la versión oficial del Ejército americano sobre la Segunda
Guerra Mundial, puntualizó: "Acusar a los americanos de tener ideas de producción en
masa, es acusarles simplemente de tener una economía de producción en masa y
reconocer la ventaja militar de dicha economía" (12). Desde el principio, ellos pensaban
enfrentarse al grueso del ejército alemán para derrotarle. Lanzar una gran operación a
través del Canal, representaba para ellos la mejor oportunidad de acabar la guerra
rápidamente y con las menores bajas. La determinación del día para llevar a cabo esta
operación era clave puesto que había que coordinarla con otros planes y programas. La
oposición de los americanos a la guerra de aniquilación y a la estratégica periférica contra
Alemania, reflejaba su obsesión por limitar los costes en hombres, dinero y tiempo, una
preocupación que iba aumentando como consecuencia de la guerra contra Japón. En sus
planteamientos existía una creciente preocupación por los recursos humanos
disponibles para la guerra (13). Este factor y la inquietud acerca de los efectos que
tendría una movilización prolongada, estaban recogidos en su doctrina de concentración
militar y hacía que desconfiaran del interés británico por las operaciones en el
Mediterráneo, puesto que ellas supondrían retrasos en el ataque a través del Canal.
En cualquier caso, la estrategia final contra Alemania fue un compromiso entre los
puntos de vista americanos e ingleses, entre la estrategia periférica y el principio de
concentración. Por esa razón, la operación por el Canal sufrió un retraso de un año
respecto a los deseos americanos, con el fin de progresar en el Mediterráneo y continuar
el proceso de debilitamiento, por lo que, en este sentido, prevaleció la idea británica. Los
ingleses también impusieron las condiciones para la Operación Overlord,
fundamentalmente en lo que se refería a la máxima potencia del enemigo que era
aceptable
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 711

aceptable en ese frente para iniciar la operación. Pero los criterios americanos se
impusieron al determinar el tipo, momento y prioridades del ataque por el Canal. La
Operación Overlord se convirtió en la más importante por el nivel de fuerzas empleado.
Se le dio la más alta prioridad y se concentraron todos los esfuerzos para asegurar que
fuera un éxito. Se empleó la máxima fuerza para atacar directamente al corazón de Ale-
mania. Al margen de la controversia anglo-americana, se habían producido cambios
muy importantes en el equilibrio militar dentro de la coalición. Estos tuvieron
implicaciones muy importantes para la determinación de la estrategia de guerra a seguir,
así como para las futuras relaciones entre los socios. A finales de 1943, los americanos,
con su poderosa maquinaria industrial y militar funcionando a pleno rendimiento, y
contando con el apoyo soviético, lograron que los ingleses cedieran en sus ideas sobre la
estrategia en el continente. El creciente flujo de equipos, armas y municiones desde
Estados Unidos al teatro europeo reforzaba la idea del Estado Mayor americano de llevar
a cabo una guerra de concentración y de carácter eminentemente militar; esta idea
quedó aún más clara a partir de la Conferencia de Casablanca, en enero de 1943,
cuando Roosevelt insistió en la rerídición incondicional de Alemania. La Unión Soviética,
con sus fuerzas y la confianza recuperadas después de Stalingrado, había empezado a
hacer sentir su peso, en lo relacionado con las opciones estratégicas, durante las
reuniones de los aliados. Gran Bretaña había finalizado prácticamente su movilización a
finales de 1943 y había comenzado a aparecer graves muestras de fatiga en su economía. A
mediados de la guerra los americanos superaron a los ingleses en la cantidad de fuerza
desplegada en el teatro europeo. La potencia militar inglesa, que se ajustaba a sus ideas de
cómo combatir en esa guerra, se vio desbordada. Los estrategas del Kremlin y del Pentágo-
no encontraron en la doctrina militar de la concentración una perfecta identificación. Las
bases de la alianza estaban cambiando.

IV

La fase tercera y final de la estrategia aliada contra Alemania ocupó los nueve
últimos meses del conflicto europeo (el período de la búsqueda de la victoria definitiva y
de obtener los resultados prácticos de la estrategia seguida). En este período, los
problemas de ganar la guerra comenzaron a tropezar con los problemas de ganar la paz,
ya que el curso de la guerra comenzó a dibujar las condiciones para la paz. Después de los
éxitos logrados en los desembarcos en las costas de Normandía, el 6 de junio de 1944, las
fuerzas aliadas occidentales salieron de sus cabezas de playa y avanzaron para perseguir al
grueso del ejército alemán, mientras que los rusos, en su avance hacia el oeste, fueron
conquistando una capital tras otra de la Europa central y oriental, llegando hasta Berlín,
Viena y Praga, y se extendieron por los Balcanes para rellenar el vacío dejado por los
alemanes en su retirada.
712 Creadores de la Estrategia
Moderna

La actuación de los soviéticos hace sospechar que el hecho de orientar


fundamentalmente su avance para conquistar posiciones políticas y estratégicas claves,
fue algo más que una simple casualidad. En este período, que es el de mayor controversia
sobre la estrategia aliada, comenzaron a aparecer claramente los divergentes objetivos
nacionales de los aliados.
En el verano de 1944, el proceso de planeamiento de la estrategia aliada contra
Alemania estaba finalizado y comenzaba el de la realización. Pero el gran impacto de las
ideas americanas sobre la guerra se dejó sentir de forma más importante en los meses que
siguieron a la rendición de Alemania, en mayo de 1945. Una vez que las fueras aliadas se
afianzaron en el continente europeo, para el General Marshall y su Estado Mayor la
guerra pasó a ser esencialmente un problema de logística y de táctica, en el que el
General Eisenhower, el Comandante Supremo Aliado en Europa, debía tomar sus
decisiones de acuerdo con las circunstancias militares en el campo de batalla. Mientras
tanto, Churchill observaba con cautela el rápido avance soviético en Polonia y en los Balca-
nes; para entonces, la guerra se había convertido, más que nunca, en un escenario donde
se tomaban las grandes decisiones políticas y él deseaba que fueran los occidentales los
que ocuparan los sitios vacíos por la retirada alemana y parar así la avalancha soviética.
Conforme se fue plasmando la estrategia en acciones sobre el terreno, las dos opciones a
la guerra quedaron reducidas al enfrentamiento de las tácticas militares frente a las
maniobras políticas.
Si hubieran existido frecuentes reuniones entre el Primer Ministro inglés y el
Presidente americano, como ocurría en el pasado, el concepto de la concentración de
fuerzas del Estado Mayor americano, para dar a la guerra contra Alemania una rápida
conclusión militar, podría haberse suavizado y la guerra se hubiera conducido a través de
unos cauces más políticos. Pero Roosevelt no quería y Churchill no podía. Entre 1944 y
1945 el Presidente americano se vio atrapado en un dilema político. El estaba preocupado
acerca de los esfuerzos unilaterales de la Unión Soviética para poner su huella en el futuro
mapa político de Europa, sobre todo en lo relacionado con la reconstrucción del
gobierno polaco. Por otra parte, teniendo en cuenta las consideraciones de política inte-
rior de su país, tenía que ganar la guerra de forma rápida y decisiva para justificar la salida
de tropas americanas al extranjero. Quería finalizar la guerra contra Alemania para
dedicarse plenamente a la guerra contra Japón. Había convencido al pueblo americano
de la necesidad de una participación activa en el conflicto europeo, pero resultaba más
dudoso contar con el respaldo popular si la guerra se prolongaba. Además, la política de
Roosevelt para la paz apuntaba en la misma dirección que la de Woodrow Wilson:
autodeterminación nacional y una organización internacional para mantener la paz, en
vez de depender del equilibrio de fuerzas. Para lograr este objetivo tenía que ser capaz de
controlar a Stalin y ganar y mantener la amistad de la Unión Soviética. Aunque Churchill
parecía querer ir en la misma dirección, se inclinaba más hacia un equilibrio de fuerzas
tradicional.
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 713

En cualquier caso, la política nacional americana en el último año de la guerra, no


supuso ningún obstáculo para llegar a un final decisivo en el conflicto europeo.
En el verano de 1944 empezaron a aparecer los primeros síntomas de lo que vendría
después. El General Eisenhower, sin directrices claras desde Washington, tomó decisiones
basándose únicamente en consideraciones militares, por lo que tomaron vigencia las
ideas del Estado Mayor americano de finalizar la guerra de forma rápida y decisiva, con el
menor número de bajas posible. Esta tendencia se agudizó posteriormente en 1945, al
decidir detenerse en el río Elba y no tomar Berlín, ni Praga y cedérselas a los soviéticos
(14). Como de costumbre, el General Marshall y el Estado Mayor americano respaldaban
las decisiones del Comandante del teatro de operaciones (15). Al margen de las impli-
caciones políticas, desde el punto de vista militar y teniendo en cuenta un final rápido y
decisivo de la guerra contra Alemania, no importaba que Berlín o Praga fueran
tomadas por las fuerzas de los Estados Unidos o por las de la Unión Soviética.
Churchill fue incapaz de detener estas tendencias que eran un reflejo de los cambios
en las relaciones entre los militares americanos e ingleses, así como de establecer unas
nuevas bases para la Gran Alianza. Mientras que la potencia militar americana constituía
una poderosa arma, los líderes americanos no querían utilizarla para fines políticos; sin
embargo, Churchill tenía esas intenciones, pero no contaba con la fuerza. En la segunda
mitad de 1944, la producción inglesa entró en una profunda crisis y los británicos tuvieron
que luchar el resto de la guerra inmersos en una aguda recesión económica. En el último
año de la guerra en Europa, se vio claramente la mayor capacidad de la economía ameri-
cana y de su población para soportar una larga ofensiva aliada a gran escala. Apoyándose
en las enormes cantidades de material americano que fueron trasladadas al continente
europeo, así como del cada vez mayor número de fuerzas americanas, el General
Eisenhower logró imponer sus ideas sobre la forma de ganar la guerra. Como la guerra
contra Alemania se prolongó más allá de 1944, la influencia inglesa en las conferencias de
alto nivel aliadas fue declinando. Entre la poderosa máquina militar americana, que
continuaba avanzando hacia el este para destruir al ejército alemán, y los soviéticos, que
estaban haciendo sentir su peso en la Europa central y oriental, los ingleses se encontraron
abandonados a su propio destino y obligados a salvaguardar lo que pudieran de sus
intereses europeos y mediterráneos. En el último año de la guerra, se tambalearon
claramente las bases de la coalición. La influencia británica fue menguando y los Estados
Unidos y la Unión Soviética emergieron como las mayores potencias militares en Europa.
Churchill comenzó a alarmarse ante la determinación americana de abandonar el
continente tan pronto como se produjera la derrota alemana y ante las pruebas evidentes
de que los rusos se estaban estableciendo de forma definitiva en todos los territorios que
habían conquistado. Para el Primer Ministro, la inflexibilidad del Alto Mando
americano, que no prestaba atención al cada vez mayor carácter político de la guerra,
resultaba
714 Creadores de la Estrategia Moderna

resultaba frustrante. En sus memorias, se lamentaba de que "en Washington deberían


haber prevalecido puntos de vista más amplios" (16).
Ante la falta de instrucciones políticas en sentido contrario, los amercanos decidieron
emplear todos los recursos humanos y materiales disponibles para conseguir lo antes
posible el objetivo propuesto. De esta manera, la guerra contra Alemania terminó siendo
de la forma que los responsables militares americanos habían querido desde el principio,
es decir, una guerra de concentración, y por tanto, un juego militar eminentemente
técnico. Hasta el final de la guerra, la Unión Soviética dejó bien claro su determinación
de luchar por su cuenta y por sus propios objetivos.
Como el equilibrio de fuerzas, tanto fuera como dentro de la aliznza había cambiado
en el último año, los tres socios se mantuvieron al margen de los demás temas europeos.
La política americana, que intentaba retirar sus tropas del continente antes de dos años,
una vez finalizada la lucha, se oponía al reconocimiento de ninguna nueva frontera antes
de que se celebrara una conferencia de paz y de que se estableciera una nueva
organización internacional. Los ingleses eran más flexibles al aceptar ciertas demandas
soviéticas e incluso para entrar en negociaciones con ellos, aplicando para los Balcanes el
principio de la esfera de influencia. La Unión Soviética comenzó a plantear sus exigencias
políticas de forma más abierta e inflexible. Lo que no podía obtener mediante la
negociación, lo hacía mediante una acción unilateral. Desde ese punto de vista, la
Conferencia de Yalta -alrededor de la cual sigue hoy en día la controversia-fue un reflejo
de las divergencias occidentales y su desunión y, al mismo tiempo, una muestra de la
creciente influencia y fuerza de la Unión Soviética.

¿A qué conclusión se puede llegar acerca del carácter de la estrategia aliada en la


Segunda Guerra Mundial? Los hechos demuestran que ni los americanos ni los ingleses
comenzaron la guerra con un planteamiento estratégico definido. Las alternativas que
fueron eligiendo estaban dictadas por las circunstancias, las necesidades, los errores y los
compromisos entre ellos, dentro del cambiante contexto de la guerra. Cada caso
estratégico reflejaba las tradiciones nacionales, intereses, geografía, recursos y
predilecciones de sus líderes políticos y militares; una amalgama moldeada sobre el
yunque de la necesidad. La posición relativa y la influencia de cada nación en la alianza
fue cambiando según se debilitaba o fortalecía a lo largo de la guerra.
Desde nuestra perspectiva actual, parece necesario hacer un análisis del impacto de
la Primera Guerra Mundial en las actitudes de cada nación para la determinación de la
estrategia de la coalición en la Segunda Guerra Mundial.
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 715

Cada potencia aliada era, de alguna manera, esclava de su propio pasado y su legado
estratégico, el conflicto anterior y sus consecuencias, ejercían una gran influencia.
Después de aquella sangrienta lucha, se produjo un caso clásico de frenazo estratégico, ya
que ninguna potencia aliada quería otra guerra prolongada. Las enormes pérdidas
sufridas por Inglaterra en las carnicerías que se produjeron durante los enfrentamientos
masivos en la Primera Guerra Mundial, actuaban de señal de aviso a sus líderes políticos y
militares y era una llamada para una vuelta a la más tradicional aproximación indirecta,
siempre que las circunstancias globales de la guerra de coalición lo permitieran, para
derrotar al enemigo nazi que había trastocado el equilibrio de fuerzas en Europa.
Al entrar los americanos en la Primera Guerra Mundial, en 1917, resultaron con muy
pocas bajas y obtuvieron unas victorias muy importantes al mando del General Pershing en
una guerra ofensiva, lo que coincidió con la transformación del conflicto y pasar de un
prolongado estancamiento a uno de movimiento. Para los militares americanos, la
Primera Guerra Mundial confirmó las doctrinas de la concentración y de la lucha para la
victoria completa y, al margen de los campos de batalla europeos, supuso establecer los
fundamentos de su credo estratégico que, posteriormente, comandantes militares como el
General George C. Marshall, tendrían que aplicar en el contexto de la Segunda Guerra
Mundial. La guerra contra el imperio alemán supuso que el ejército americano actuara a
escala estratégica y la participación en ese conflicto dio confianza y fe a los militares en su
capacidad para desplegar, apoyar y combatir con grandes ejércitos extraídos de la
sociedad, en una guerra ofensiva, al otro lado del océano. Esto encajaba perfectamente
con la política de Roosevelt a partir de 1941, y contrastaba con la del Presidente Wilson,
ya que esta vez exigía la rendición incondicional alemana y sin cláusulas de escape como en
el conflicto anterior.
Aunque la participación en la Primera Guerra Mundial impregnó de optimismo a los
americanos y de cautelas a los ingleses, la experiencia soviética en 1917 y sus
consecuencias contrarrevolucionarias, aumentaron su desconfianza hacia las potencias
capitalistas y condicionaron la actitud de sus líderes durante la Segunda Guerra Mundial.
Durante toda la guerra, los líderes soviéticos, sospechosos de ser al mismo tiempo socios y
enemigos, estaban decididos a recuperar los territorios fronterizos en el oeste que habían
perdido por el Tratado de Brest-Litovsk, así como a fortalecer su posición en la Europa
Oriental. Estos objetivos fueron fundamentales en la estrategia político-militar soviética
en la Segunda Guerra Mundial. En muchos casos pelearon con las mismas armas que
durante la Primera Guerra Mundial, pero los engranajes estratégicos entre los dos
conflictos requieren una especial atención.
Respecto a los americanos, sus críticos les han acusado de ser demasiado paranoicos
acerca de las intenciones inglesas y demasiado desconfiados respecto al imperialismo
británico. Por otra parte, ellos decían que los ingleses eran demasia- do complicados en la
guerra y en la diplomacia y que si hubieran seguido sus consejos, los resultados políticos de la
guerra hubieran sido muy diferentes.
716 Creadores de la Estrategia Moderna

La cuestión es la siguiente: ¿Existía una estrategia británica coherente para la guerra


contra Alemania y ésta hubiera sido una adecuada alternativa a la estrategia americana
para los propósitos de la guerra y de la posguerra? Los historiadores oficiales británicos
indican que la estrategia inglesa en la Segunda Guerra Mundial, como la americana, se
creó esencialmente como respuesta a las cambiantes oportunidades y presiones, así como
a los compromisos entre sus líderes. Este parece ser el caso de la actuación británica en el
Mediterráneo; los comandantes militares ingleses y Churchill no estaban de total
acuerdo sobre las operaciones en los Balcanes o en el Egeo. Michael Howard, que fue uno
de los colaboradores de un volumen sobre estrategia para la historia oficial británica en al
Segunda Guerra Mundial, opina que las operaciones en el Mediterráneo resultaron ser
muy oportunas porque facilitaron el camino para la Operación Overlord; a finales de
1943, la estrategia en el Mediterráneo parecía haber tomado una dirección y una lógica
independiente. Tras negar que los líderes ingleses en 1943 veían las operaciones en el
Mediterráneo "como una forma de detener a los rusos", o que su estrategia en esa zona
estaba basada en "visiones proféticas", llegaba a la siguiente conclusión: "Poco a poco
aparecían cada vez más independientes y se comenzaba a contemplar el teatro de
operaciones Mediterráneo, no como algo subsidiario, sino como el fin en sí mismo y el
éxito de aquellas operaciones era su propia justificación" (17).
El hecho de que Churchill quisiera realmente invadir los Balcanes continua hoy en día
sin aclararse. En 1943 los ingleses estaban bastante debilitados, precisamente cuando se
estaban siguiendo las ideas de Churchill y cuando la estrategia periférica estaba en su
apogeo. Cada operación en el Mediterráneo absorbía más tropas y material del
originalmente previsto, como temían los americanos. Las operaciones en los Balcanes
provocaban una extraordinaria inquietud entre los americanos. Los críticos de los
americanos tienden a minimizar la maduración de estos como estrategas, así como el
contexto global de su planeamiento y la guerra de oportunismo que emplearon en el
Pacífico. Estos mismos críticos tienden a exagerar la coherencia de los ingleses y a olvidar
que la estrategia que los americanos habían adoptado para una solución directa y total
había nacido en la doctrina europea de preguerra y que se derivaba de las propias
tradiciones inglesas. La Junta de Jefes de Estado Mayor americanos dejó la política para su
Presidente y nunca propuso una estrategia político-militar por su cuenta. Pero algunos
escritores de la posguerra, han exagerado la ausencia total de implicaciones políticas por
parte de los militares americanos. Desde la perspectiva actual parece que, a pesar de la
disparidad de sus políticas y de la actuación de sus estamentos militares, ni los británicos
ni los americanos desarrollaron una completa estrategia político-militar durante la
Segunda Guerra Mundial.
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 717

La guerra contra Japón, siendo un asunto predominantemente americano, requiere


una especial atención por lo que se refiere al impacto que tuvo en la estrategia de la
coalición. Desde el principio de la guerra contra Japón existía el peligro de que se
trastocara la estrategia básica anglo-americana y las presiones que se originaron crearon
nuevos compromisos y ajustes en las teorías y conceptos estratégicos. A pesar de estar de
acuerdo en que Europa era prioritaria, el ataque japonés a Pearl Harbor y la necesidad de
detener su avance creó algunas dificultades en la idea de Alemania primero. Los americanos
aceptaron el principio de entablar una guerra estratégicamente defensiva contra Japón,
pero no tenían doctrina de cómo luchar en una guerra limitada. La opinión pública
americana tampoco aceptaría una guerra limitada y completamente defensiva contra
Japón, y que ésta dependiera de la derrota de Alemania. Tan pronto como los recursos
militares americanos se extendieron por todo el Pacífico, sus estrategas aprendieron que
esas fuerzas en aquel teatro, como en el caso del Mediterráneo, podían generar su propia
estrategia. Las fuerzas aéreas y terrestres americanas, concentradas en Australia después
del avance inicial japonés, no podían permanecer inactivas. Tan pronto como se
recuperó el poder naval americano en el Pacífico tras el desastre de Pearl Harbor, los
estrategas navales comenzaron a presionar para llevar a cabo el antiguo Plan Orange, que
consistía en una ofensiva en el Pacífico Central. Mientras tanto, la decisión del Presidente
de reforzar sus fuerzas en China produjo una merma en los recursos militares disponibles.
La pretendida guerra limitada no sería así durante mucho tiempo. Dos años después de
Pearl Harbor, las necesidades de la guerra contra Japón era casi agúales que las de la
guerra en Europa. A pesar del principio acordado de Alemania primero, no se llevó a
efecto plenamente hasta 1944, cuando los americanos decidieron emplear la mayor parte
del esfuerzo militar para la derrota de Alemania.
Mientras que la U.S. Navy, con su tradicional interés en el Pacífico, soportaba el
esfuerzo principal en el desarrollo de la estrategia ofensiva en el área, los planes navales
para el Pacífico Central tenían que ser coordinados con la idea del General Douglas
MacArthur de avanzar hacia el Japón a través del eje Nueva Guinea-Mindanao. De esta
manera, el original concepto de avance por un solo eje fue sustituido por una estrategia
doble, lo que a su vez condujo a una estrategia de oportunismo, no muy diferente de la
que practicaban los ingleses en la guerra en Europa. La incógnita de si se podría derrotar
al Japón mediante el bombardeo y el bloqueo, o si sería necesario una invasión, no tenía
una respuesta definitiva en la teoría americana anterior a la guerra y se convirtió en un
tema académico de debate hasta la rendición de Japón.
Los éxitos y los fracasos de los ingleses y americanos en la Segunda Guerra Mundial
fueron producto de sus propios sistemas y de sus arraigadas ideas, tanto para la guerra
como para la paz. Las relaciones que se establecieron entre los distintos organismos
americanos bajo las presiones de la guerra dieron carta blanca a los militares para
asegurar el tipo de victoria decisiva que Roosevelt deseaba.
718 Creadores de la Estrategia Moderna

Ello les permitió aplicar una autentica revolución en la técnica, en las tácticas y en la
doctrina. En términos de estrategia militar, la flexibilidad que emplearon los americanos,
tanto entre ellos como con sus aliados, ha sido infravalorada. El avance registrado por los
militares americanos a los 25 años de la Primera Guerra Mundial, quedó reflejado en la
transformación de los Estados Unidos, pasando de su papel de socio joven en aquella
guerra, que luchaba siguiendo la estrategia diseñada por sus aliados europeos, al de
protagonista de dicha estrategia y desempeñando un papel preeminente en la dirección
de la guerra en el Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial.
La estrategia americana alcanzó su mayoría de edad entre 1941 y 1945. Los Estados
Unidos habían entrado en la guerra con un esquema estratégico anticuado que era un
mosaico de la teoría europea y de la experiencia e innovación americanas. Ningún
estratega americano proclamó la independencia de la doctrina americana respecto a la
europea. Pero los principios que los americanos eligieron, dentro del pensamiento
estratégico común con los europeos, fueron los que estaban en completa armonía con sus
propias tradiciones y su política nacional. En todos ellos mostraron su preferencia por
alcanzar soluciones rápidas, directas y totales. De acuerdo con su tradición nacional,
veían la guerra como una aberración y una interrupción de la normalidad, que debería
finalizar lo antes posible. Conforme los americanos fueron mostrando su enorme
poderío militar, fueron ganando confianza en las reuniones con los Aliados, impusieron
las ideas y el estilo americano a la guerra y a la estrategia y forzaron a los otros socios de la
coalición a adoptarlas. La nueva potencia militar del Nuevo Mundo confirmó su
independencia estratégica del viejo continente.
En un análisis, desde el punto de vista occidental, puede parecer que la Segunda
Guerra Mundial fue el punto culminante de una cruzada moral, con una potencia
extraordinaria que dio paso a que los acontecimientos se escaparan del control de los
políticos y de los estrategas. Aparecieron espinosos problemas de ajustes políticos y
territoriales para los que no estaban previstas soluciones. Las ideas básicas de la política
presidencial -cooperación con la Unión Soviética, la supervivencia de Gran Bretaña como
potencia y la ascensión de China a gran potencia en el futuro próximo- empezaron a
cuestionarse. Al final, los líderes americanos sancionaron el uso de la bomba atómica; su
planeamiento se había llevado al margen de los canales estratégicos regulares, antes de que
se hubiese desarrollado una teoría militar o doctrina para ello, ni que se hubiesen
analizado las implicaciones que tendría en una futura guerra, ni en las relaciones
internacionales.
Los Estados Unidos terminaron la Segunda Guerra Mundial como una potencia
mundial, más fuertes que nunca, pero con sus líderes más conscientes que nunca de los
límites de su poder. Incluso siendo los que marcaban la pauta de la guerra, se dieron
cuenta que no podían lanzar un gran ataque a través del Canal tan pronto como ellos
deseaban. Durante la Conferencia de
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 719

Yalta pidieron ayuda a los soviéticos para inmovilizar a las fuerzas japonesas en el
continente asiático, antes de invadir Japón. Por el contrario, en vez de las 215
divisiones que los americanos habían proyectado tener en 1941, sólo fueron capaces de
movilizar 90. A pesar de su gran potencia industrial, tampoco pudieron solucionar por
completo los problemas que se presentaron con el transporte de todo el material y
armamento necesario, hasta el punto que en numerosas ocasiones estuvo a punto de
hacer fracasar el planeamiento aliado.
Como en otras muchas guerras anteriores, no existía un acuerdo total en cuanto a la
teoría y la práctica militar. A pesar de las pretensiones de los entusiastas aéreos británicos
y americanos, no quedó probada nítidamente la capacidad del poder aéreo para derrotar a
sus enemigos. Por otra parte, después de Pearl Harbor, los portaaviones y no los cruceros,
fueron las piezas claves de la flota. Los acontecimientos tan pronto determinaban una
estrategia como la contraria. La estrategia aliada occidental estuvo marcada por una serie
de compromisos en las conferencias internacionales que marcaban la lucha constante
para ajustar los fines y los medios.
En muchos aspectos la Segunda Guerra Mundial fue una serie de guerras dentro de la
guerra. Se puede decir que las potencias occidentales lucharon en su guerra y los
soviéticos en la suya; que nunca existió una estrategia aliada global; que las dos estrategias,
la anglo-americana y la soviética, únicamente fueron compatibles, no complementarias;
que en un plano militar los resultados fueron positivos, pero sus intereses nacionales y sus
objetivos políticos no coincidieron; y que la Gran Alianza empezó a desintegrarse antes de
que acabara la guerra, cuando comenzó a debilitarse el peligro que había hecho que
fueran aliados en 1941.
Al final, las negociaciones con los soviéticos fueron difíciles. A pesar de las críticas de
posguerra al liderato americano durante el conflicto, cabe la duda de que, con los medios
disponibles, cualquier otra estrategia o política hubiera producido una victoria decisiva
sobre Alemania en menos tiempo y hubiera colocado a Occidente en una mejor
posición frente a la Unión Soviética, o hubiera eliminado los mutuos recelos entre los
socios desde el comienzo del conflicto. Desde el punto de vista soviético, como
consecuencia del retraso de los aliados occidentales en abrir el segundo frente, los rusos
sufrieron 20 millones de bajas. Al acabar la guerra se acumularon numerosos problemas
políticos para los que ni la victoria obtenida ni los líderes políticos podían dar una solu-
ción. Mientras que la rendición incondicional fue un lema para la guerra y un objetivo
militar, no demostró ser un adecuado objetivo para la paz. Durante la guerra, sirvió para
encubrir las divergencias que existían en los objetivos nacionales y los diferentes intereses
de los aliados, pero no ofreció ninguna base para reconciliarlos.
720 Creadores de la Estrategia Moderna

La Segunda Guerra Mundial no arrojó demasiada luz acerca de las intenciones de


la política soviética, lo que provocó también grandes problemas para los líderes
occidentales en la posguerra. Roosevelt tenía interés en que la colaboración que se
originó por la guerra sirviera para sacar a la Unión Soviética de su aislamiento. En
una ocasión, comentó a Ralph Waldo Emerson que "la única forma de tener un amigo
es comportarse como tal" (18). Pero al final, cauteloso ante la intransigencia rusa
sobre Polonia, se inclinó por una postura de firmeza ante la Unión Soviética. En enero
de 1945, el General Marshall acusó a Eisenhower de tratar a los rusos "de forma
demasiado complaciente" (19). Sin embargo, tanto por parte de Roosevelt como de sus
asesores militares, no existía ninguna intención de utilizar el poder militar con fines
políticos específicos frente a la Unión Soviética.
Los acontecimientos de 1945 demostraron la capacidad de los aliados para llevar a
cabo una estrategia que fue un completo éxito en el plano militar. Esta estrategia fue
un producto híbrido: una mezcla del pragmatismo americano, las cautelas inglesas y
las exigencias rusas. Su denominador común era la derrota de Alemania mediante
operaciones bélicas gigantescas en el continente europeo. Pero conforme los socios
de la coalición fueron acercándose entre sí en sus conquistas territoriales y era más
segura la derrota alemana, sus diferencias políticas se hicieron más evidentes y los
cimientos que los sostenían se hicieron pedazos. Lo único que habían acordado los
socios de la alianza para hacer en común, era la derrota de Alemania y ese objetivo se
había logrado plenamente. El 8 de mayo de 1945, se produjo la rendición alemana.
Pero, ante los ojos occidentales, Alemania sólo fue liberada a medias y Polonia y todo la
Europa Oriental estaba bajo el yugo del dictador soviético. Nada más acabarse la
coalición impuesta por la guerra, comenzó una nueva rivalidad por el poder y
quedaba por ganar una paz estable.
Se puede decir que, al final, la guerra sobrepasó a los estrategas y a los hombres
de estado. Desde la perspectiva actual, es evidente que la Segunda Guerra Mundial
representó un cambio fundamental en el equilibrio de fuerzas internacional, para el
que una estrategia diseñada para la victoria militar, no proporcionó soluciones
reales ni duraderas. La guerra total no trajo ni la paz total ni la seguridad total a las
naciones. Se puede considerar a la Segunda Guerra Mundial como una historia
inacabada cuyo origen fue la Primera, y a la difícil etapa que comenzó en 1945, una
consecuencia de los temas que quedaron pendientes en aquella guerra (una
búsqueda de la paz y de la seguridad que la victoria militar no pudo aportar). La
Segunda Guerra Mundial fue total, pero incompleta. NOTAS:
1. Este ensayo es una ampliación de los escritos por este autor sobre la estrategia
aliada en la Segunda Guerra Mundial y que están contenidos en Strategic Planning for
Coalition Warfare, 1941-1942, con Edwin N. Snell (Washington D.C., 1953) y
Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 (Washington D.C., 1959), así
como en varios ensayos y artículos que están indicados en la nota bibliográfica.
La Estrategia Aliada en Europa, 1939-1945 721

134 TheSecond World War. Closing the Ring de Winston S. Churchill (Boston, 1951),
426.
135 TheSecond World War, 1939-1945deJ.F.C. Fuller (New York, 1949), 250, 266,
385.
136 The Struggle for Europe de Chester Wilmot (New York, 1952), 11, 12, 109, 128,
138, 338, 448. Para un análisis de las tesis de Wilmot, ver Wilmot Revisited: Myth
and Reality in Anglo-American Strategy for the Second Front de Maurice Matloff, en
un ensayo publicado por la Fundación Eisenhower en D-Day: The Normandy
Invasión in Retrospect (Lawrence, Kans, 1971).
137 Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de Marloff, 5.
138 Para un análisis de las relaciones con la Unión Soviética en la Segunda Guerra
Mundial, desde el punto de vista de Moscú, ver The Strange Alliance de John R.
Deane (New York, 1947).
139 Sobre la Conferencia ABC, ver Chief of Staff: Prewar Plans and Preparations de
Mark S. Watson (Washington, D.C. 1950), capítulo 12; Strategic Planning for
Coalition Warfare, 1941-1942de Marloff y Snell, capítulo 3; y Command Decisions
de Louis Morton, editado por Kent R. Greenfield (Washington D.C. 1960).
140 Strategic Planning for Coalition Warfare, 1941-1942 de Matloff y Snell, capítulo 5.
En esta obra se analiza en profundidad la Conferencia Arcadia.
141 Chief of Staff': Prewar Plans and Preparations de Watson, capítulo 4; y The Battle of
the Atlantic, September 1939-May 1943 de Samuel E. Morrison (Boston, 1947),
271-72.
156 Strategic Planning for Coalition Warfare, 1941-1942 de Matloff y Snell.
157 Para un estudio d la postura de Churchill sobre los Balcanes en 1943, ver
Grand Strategy de John Ehrman, volumen 5, agosto 1943-septiembre 1944
(London, 1956), 112-13.
198 The Anvil Decision: Crossroads of Strategy en Command Decisions de Madoff, editado
por Greenfield.
199 The 90-Division Gamble en Command Decisions de Matloff.
200 The Suprema Command de Forrest C. Pogue (Washington D.C, 1954) capítulos
23 y 24; The Decision to Halt at the Elbe en Command Decisions de Forrest C. Pogue;
y Triumph and Tragedy de Churchill (Boston, 1953), capítulos 8 y 11.
201 Sobre la postura del General Marshall acerca de Berlín y Praga, ver Strategic
Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de Matloff, 534.
202 Triumph and Tragedy de Churchill, 455.
203 The Mediterranean Strategy in the Second World War de Michael Howard (New York,
1968), 69-70.
204 The Public Papers and Address of Franklin D. Roosevelt, 1944-1945 de Samuel I,
Rosenman (New York, 1950), 534.
205 Sobre las recomendaciones del General Marshall, ver Supreme Command, 407.
D. Clayton James
24. Las Estrategias
Americana y Japonesa
en la Guerra del Pacífico
24. Las Estrategias
Americana y Japonesa en
la Guerra del Pacífico

La caída y posterior resurgimiento de China como potencia asiática, fue el punto


central de la rivalidad y posterior conflicto armado entre Estados Unidos y Japón en la
primera mitad del siglo XX. Ambos entraron en guerra en 1941 porque sus estrategias
nacionales llegaron a ser irreconciliables, especialmente en lo referente a China. Los dos
tenían depositadas muchas ilusiones en China y llevaron a cabo políticas poco realistas
hacia este país, antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Las intenciones de Japón de
desarrollar una estrategia militar continental, con una gran parte de su poder militar
orientado hacia China, y el énfasis que dio Estados Unidos a una estrategia marítima
contra Japón, dando la máxima prioridad a las operaciones en el Pacífico Central, fue lo
que marcó el curso de la guerra en Extremo Oriente. El aspecto que resultó más
importante para la reconciliación de Estados Unidos y Japón en la posguerra fue su común
preocupación ante el avance del comunismo en Asia, especialmente en China.
La guerra de 1941-1945 rompió los moldes del pensamiento estratégico anterior en
ambas partes, requiriendo que cada uno tuviera que adaptar sus prioridades y planes a las
nuevas e imprevistas situaciones. Por eso no es conveniente considerar las estrategias
nacionales y militares de estos dos países, no sólo durante los años de la guerra, sino
también en el contexto de las cuatro décadas anteriores. Nuestro análisis distinguirá entre
estrategia nacional y militar. Entendemos por la primera, la utilización de todos los
recursos necesarios -políticos, diplomáticos, militares, tecnológicos, económicos,
propagandísticos, y otros- para alcanzar los objetivos de la política nacional. Estrategia
militar se refiere al empleo de las fuerzas armadas para asegurar los fines de la política
nacional, bien por el empleo directo de la fuerza o la amenaza de utilizarla.

Los complejos elementos que subyacen en el nacionalismo japonés y la


modernización llevada a cabo a finales del siglo XIX, se combinaron para producir el
primer desafío importante para los intereses occidentales en esa región. Junto con su
impresionante crecimiento industrial y militar, Japón se encaminó por la senda del
imperialismo.
726 Creadores de la Estrategia Moderna

Después de obtener las islas Ryukyus y las Kuriles en 1870, se decidió por el
expansionismo en 1894-1915: derrotó estrepitosamente a China y Rusia en varias
guerras, adquiriendo Formosa, las islas Pescadores, Corea y parte de Manchuria y
Sakhalin; negoció una alianza defensiva con Gran Bretaña; se aprovechó de las colonias
alemanas en China y en el Pacífico Central; y estableció una fuerte red económica en
China, con lo que convirtió a ese país en una especie de protectorado japonés. En el
transcurso de la Primera Guerra Mundial, Japón comenzó a declararse contrario a las
potencias coloniales de la región, especialmente después de que en la Conferencia de
Versalles se rechazara una declaración propuesta por Japón sobre la igualdad racial en la
Liga de Naciones, ya que ello constituía un insulto nacional por parte americana,
cuando los ánimos estaban exacerbados por la ley de inmigración de los Estados Unidos
que excluía a los japoneses.
Pero sorprendentemente, Japón suspendió todo tipo de confrontación con
Occidente en la década de 1920-1930 y contribuyó a poner en práctica los ideales de
Wilson sobre la armonía internacional. Se convirtió en el único miembro no occidental
del Consejo de la Liga de Naciones y sus representantes en los comités y agencias de la
Liga se mostraron muy activos en temas tales como la mejora de las relaciones culturales
Este-Oeste y la promoción de políticas de libre mercado internacional. La política
económica japonesa estuvo gobernada por el principio de cooperación con las demás
naciones industrializadas en el marco de la interdependencia económica y de los
beneficios mutuos. Apartándose del expansionismo agresivo, Japón devolvió la antigua
colonia alemana en Shantung a China; retiró sus tropas de los territorios del Extremo
Oriente de la Unión Soviética; se esforzó por la firma de los tratados de la Conferencia de
Washington por los que se establecían una serie de reducciones navales; se comprometió
en el respeto a la integridad política de China y era un firme defensor de solucionar por
medios diplomáticos las diferencias existentes entre las potencias a ambos lados del
Pacífico. Los asuntos domésticos japoneses en la década de los 20 se caracterizaron por
sus tendencias liberales y democráticas, con la creación de partidos políticos y sindicatos,
mientras que el militarismo y los intereses ultranacionalistas parecían dormidos. Tanto
externa como internamente Japón parecía alinearse con Occidente, especialmente con
las ideas anglo-americanas, sobre cómo garantizar la paz y obtener la estabilidad domés-
tica y la prosperidad (1).
El comienzo de la Gran Depresión en 1929-1930, que golpeó a las economías
capitalistas en todo el mundo, provocó un gran cambio. Japón se vio acosado por graves
problemas económicos internos, por la paralización de su vital comercio exterior y por la
falta de un fuerte liderazgo entre los políticos liberales y moderados surgidos en la década
de los 20. Después de algunos esfuerzos pasajeros de cooperación internacional, las
naciones industrializadas occidentales comenzaron a luchar contra la depresión,
empleando cada una diferentes métodos. Los Estados Unidos, la mayor potencia
capitalista mundial y el país occidental con el que Japón mantenía los lazos diplomáticos y
comerciales
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 727

comerciales más fuertes, comenzó a adoptar políticas económicas aislacionistas que


perjudicaron gravemente el comercio de los países con los que mantenía fuertes
intercambios comerciales. Los nacionalismos extremos afloraron de nuevo como conse-
cuencia de la crisis económica y Japón se precipitó en una nueva era de reacción contra
la cooperación con Occidente y a favor de la vieja panacea de la expansión continental.
La cabeza de lanza de la nueva agresividad fue el ejército. Desafiando a las autoridades
civiles en Tokio, provocó un choque con China, en Manchuria, para conquistar ese
territorio en 1932.
Cinco años después, el gobierno, dominado por el ejército, llevó a la nación a una
funesta guerra para lograr un gran objetivo: la conquista de China. Reavivando las
antiguas justificaciones, los líderes japoneses mantenían que era esencial el control de
China para proporcionar materias primas y mercados para la enfermiza economía
japonesa, establecer zonas para la creciente población del Japón, obtener seguridades
frente a una potencial incursión armada soviética en China y exaltar los valores de la
cultura japonesa. Además, en el esfuerzo por acaparar China, en el pueblo japonés
resurgió con fuerza el espíritu de unidad y orgullo nacional que hizo olvidar el
descontento creado por la depresión económica. La centralización administrativa,
necesaria para la guerra, permitió que los nuevos líderes políticos consolidaran su poder,
mientras que los grandes industriales acumularon enormes beneficios debido a la
producción de guerra. Sin embargo, todo esto dependía de un triunfo relativamente
rápido en China.
El ejército japonés capturó muy pronto las regiones costeras del norte de China, que
incluían los principales centros económicos y de población, pero no se produjo el esperado
colapso de la resistencia china. A la vista de las largas luchas entre los chinos nacionalistas,
los comunistas y las numerosas fracciones de los señores feudales, los japoneses habían
subestimado la voluntad de resistir del pueblo chino y su capacidad para llevar a cabo una
movilización efectiva, a pesar de sus graves diferencias políticas. A finales de 1938, Japón se
vio atrapado en una guerra de aniquilación con una alarmante pérdida de sus recursos
humanos y materiales y sin ninguna solución a la vista. Un gobierno títere en Nanking
proporcionaba simpatizantes chinos con la causa japonesa y todos los intentos de Tokio
para negociar la paz en sus propios términos, tanto con los chinos nacionalistas como con
los comunistas, resultaron un fracaso (2).
Cuando las necesidades logísticas de los japoneses llegaron a un nivel crítico debido al
estancamiento en China, Tokio comenzó a realizar planes para controlar los grandes
recursos del Sudeste Asiático en petróleo, caucho, bauxi-ta, estaño y otros materiales
estratégicos, así como productos alimenticios. Ampliando su llamada para la unidad
panasiática contra la intervención occidental y para una economía regional integrada de
Corea, Manchuria y China, el gobierno japonés proclamó su compromiso de crear una
"gran esfera de prosperidad en el Este de Asia", que abarcaba al Sudeste Asiático.
728 Creadores de la Estrategia Moderna

A principios de 1939, Japón realizó sus primeros movimientos en el Sur del Mar de
China, adquiriendo las islas Hainan y Spratly. Con la caída de Francia al verano
siguiente, las fuerzas japonesas comenzaron a establecer bases en el norte de la Indochina
francesa para las posibles futuras operaciones hacia el Sur. Las negociaciones de los
japoneses con los holandeses y los americanos para obtener los materiales estratégicos
que necesitaban para las operaciones en China, resultaron infructuosas. Con el fin de
ganar aliados y proteger sus flancos durante la conquista del Sureste Asiático, que
Tokio consideraba imprescindible pero que podría provocar la guerra con Gran Bretaña
y Estados Unidos, Japón se unió a Alemania e Italia en el Pacto del Eje, en Septiembre de
1940, y firmó un tratado de amistad con la Unión Soviética en la primavera siguiente.
Las tropas japonesas ocuparon la parte Sur de la Indochina francesa a mediados de
1941 y ese mismo Diciembre fueron lanzadas las operaciones para ocupar lo que Tokio
denominó el Área de los Recursos del Sudeste. Intentando recon-ducir su esfuerzo de guerra
en China y, al mismo tempo, buscando una solución al conflicto, Japón lo arriesgó todo
al desafiar a Gran Bretaña y a Estados Unidos (3).
En la evolución de la estrategia militar japonesa desde 1880, el ejército y la marina
habían definido los planes y las prioridades con la vista puesta en la expansión
continental, que estaba implícita en la política nacional durante la década 1920-1930.
Aunque Japón tenía una similitud geográfica con Gran Bretaña, con un carácter insular
con cierta hostilidad tradicional hacia las naciones del continente, desde la Restauración
Meiji en 1868, los líderes japoneses no aspiraban convertir a su nación en una potencia
marítima, sino en una potencia continental dominante en el Este de Asia. Consideraban
que el ejército era el instrumento principal para lograr la hegemonía continental. La
marina estaba para transportar, abastecer, apoyar y proteger al ejército y proporcionar
seguridad a sus principales bases de operaciones en la metrópoli. Aunque la marina
obtuvo varias victorias durante las guerras contra China y Rusia a finales del siglo XIX,
sobre todo sobre la Flota rusa del Báltico en el Estrecho de Tsushima, hasta 1941 los
estrategas navales japoneses hacían sus planes partiendo de la premisa del papel
subordinado de la Flota a las operaciones terrestres. No se habían estudiado acciones
ofensivas de la Flota a gran escala y en zonas alejadas de la metrópoli. Puesto que la misión
principal de la Flota era apoyar a las fuerzas terrestres, no existían planes para que sus
buques participaran en grandes confrontaciones navales. El diseño de los buques
japoneses entre las dos guerras mundiales reflejaba el énfasis que se daba a la velocidad y a
la cadencia de fuego, en detrimento de una estructura resistente. Durante este
período la marina japonesa comenzó a desarrollar actividades aéreas y submarinas, pero
tanto los portaaviones como los submarinos eran considerados como elementos de apoyo a
las acciones del ejército y no como medios poderosos con capacidad ofensiva.
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 729

El plan del Almirante Isoroku Yamamoto para atacar Pearl Harbor no supuso
ninguna desviación del tradicional papel de la marina, ya que se trataba de una acción
de riesgo mínimo y las unidades atacantes fueron inmediatamente después asignadas
para el apoyo a las operaciones terrestres en el Sureste de Asia. Los planes de guerra
japoneses en 1941 no sólo pretendían la captura del Área de los Recursos del Sureste, sino
también el establecimiento de un perímetro defensivo a través de las islas del Pacífico
para proteger su flanco Este. Los jefes navales japoneses podrían haberse anticipado a las
acciones navales americanas, siguiendo el estilo de Mahan, una vez que los Estados
Unidos reconstruyeron su marina después del ataque a Pearl Harbor, y
comenzaron a cortar las lineas de comunicaciones japonesas hacia el Sur. Pero los
japoneses habían calculado que sería necesario más de un año para la total
movilización económica americana y que cuando fueran asignados nuevos buques a la
Flota del Pacífico, el perímetro defensivo japonés en el Pacífico Occidental sería lo
suficientemente fuerte como para detener o repeler cualquier intento de penetración
(4).
Aunque Japón obtuvo victorias tácticas espectaculares durante los seis meses que
siguieron a Pearl Harbor, sus principales errores estratégicos se debieron a que se
equivocaron al estimar la capacidad de reacción de la industria americana. En primer lugar,
Japón podría haber obtenido su ansiada Área de los Recursos del Sureste, sin provocar la
entrada de Estados Unidos en la guerra, si no hubiera incluido en ella a las Islas Filipinas, ya
que en ellas no había las materias primas que necesitaba Japón. Además, aunque el plan
japonés preveía a largo plazo una negociación con los adversarios occidentales una vez
que hubiera asegurado su dominio en el Sureste Asiático, la traidora acción de Pearl
Harbor, provocó las iras americanas hasta el punto de que fue imposible ninguna
negociación posterior; por otra parte, los líderes ingleses se mostraron muy preocupados ya
que las presiones políticas y populares en Estados Unidos podían hacer que el gobierno de
esta nación abandonase su compromiso de dar prioridad a la guerra contra Alemania.
Las intenciones japonesas eran luchar en una guerra limitada para ocupar el Sureste
Asiático y Tokio no había preparado ninguna estrategia alternativa; si el plan fracasaba, la
nación no tendría los recursos necesarios para enfrentarse a Occidente en una guerra
total. A finales de 1945, la estrategia japonesa cambió, abandonando la idea de la
conquista de China para concentrarse en la ocupación del Área de los Recursos del Sureste y,
posteriormente, en entablar combate con los Estados Unidos y sus aliados. Este cambio fue
provocado por lo que el Almirante Kichisaburo Nomura, Embajador del Japón en los
Estados Unidos en 1941, denominó posteriormente el principal cáncer de Japón, es decir, la
total falta de control de los civiles sobre los militares. Cuando Japón entró en la guerra
contra Occidente su estrategia militar era la que dominaba, pero era contrapuesta a su
estrategia nacional (5).
730 Creadores de la Estrategia Moderna

II

El final del siglo XIX marcó la aparición tanto de Japón como una potencia moderna
como de Estados Unidos como el nuevo competidor imperialista en el Pacífico. En 1898 la
bandera americana ondeaba en Alaska y en las Aleutianas, en el extremo norte del
Pacífico, y sobre Guam, Wake, Midway y las Islas Hawai, en el Pacífico Central y Sur. Pero
fue la adquisición de las Filipinas lo que hizo que el territorio y los intereses americanos
se acercaran peligrosamente a la periferia del imperialismo japonés. Al negarse a
estacionar fuerzas defensivas en el archipiélago, el gobierno americano accedió de mala
gana a los movimientos expansionistas nipones en el continente mediante varios
acuerdos bilaterales entre 1905 y 1917 que, por otra parte, supusieron el compromiso
japonés de respetar la posición americana en las Filipinas. De esta manera, las Filipinas se
convirtieron en un virtual rehén de Japón para obtener el beneplácito americano para su
expansionismo.
La parte más delicada de las relaciones diplomáticas americano-japonesas fue la
política denominada Open Door, enunciada en primer lugar por el Secretario de Estado,
John Hay, a comienzos del siglo. Sus principios más importantes constituían el eje de la
política de Estados Unidos en Extremo Oriente y se pretendía que durase al menos cuatro
décadas. Estos principios eran: preservar la independencia, soberanía e integridad
territorial y administrativa de China; y el establecimiento de los mismos compromisos con
todas aquellas naciones que mantuvieran relaciones comerciales e industriales con China.
La primera protesta diplomática fue enviada por Washington a Tokio, como
consecuencia del intento del Japón en 1915, de transformar a China en su protectorado.
La política Open Door recibió el respaldo multilateral en el Pacto de las Nueve Naciones
de 1922, pero Estados Unidos continuó siendo la nación occidental más comprometida
en conservar la integridad de China, aunque las únicas respuestas americanas a las
acciones japonesas contra China hasta 1939, fueron presiones diplomáticas, en lugar de
utilizar sanciones económicas o militares. Como consecuencia de la invasión de
Manchuria por parte del Japón, Estados Unidos fue el primero en negarse a reconocer la
adhesión de esos territorios. Cuando posteriormente Japón emprendió la conquista de
China, la asistencia americana a ese país entre 1939 y 1941 se limitó a préstamos, ayudas
humanitarias, envíos de material y un grupo de aviadores voluntarios. Los Estados Unidos
también revocaron su tratado comercial con Japón y, como respuesta a las continuas
agresiones japonesas en China y a sus acciones en Indochina, pusieron en práctica una
serie de embargos de petróleo, acero y otras exportaciones estratégicas. En 1941, las
negociaciones diplomáticas entre Washington y Tokio fracasaron repetidamente por el
tema de China. El Secretario de Estado, Cordell Hull, renunció a la exigencia de la
retirada de todas las fuerzas japonesas de China como requisito previo a una posterior
solución de las diferencias americano-japonesas.
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 731

Los cuatro objetivos básicos de la estrategia nacional americana antes de 1941 para el
Extremo Oriente eran, preparar a las Filipinas para la independencia, mantener abierto el
mercado chino para el comercio americano, conservar el suministro de materias primas
desde el Sudeste Asiático para la industria americana, y detener la expansión japonesa en
esas áreas. Aunque la administración filipina era más evolucionada que la de otros
regímenes coloniales en Asia, el archipiélago comenzó a perder su estabilidad política, su
autosuficiencia económica y una defensa adecuada, después de obtener en 1935 su
condición de país perteneciante a la Commonwealth. La obsesión americana con el
mercado chino no se correspondía con la realidad, ya que el comercio entre los dos países
era insignificante, mientras que los intercambios comerciales entre Estados Unidos y
Japón habían crecido de forma constante a través de los años. Como en el caso de la
amistad que sentían hacia el pueblo francés desde 1770, los americanos crearon una falsa
interpretación de una especial relación con la nación china -una extraña idea que no
estaba apoyada por la evidencia, sino sólo como postura oficial-. Entre 1939 y 1941, el
Presidente Roosevelt comenzó a considerar otra idea que tendría un gran efecto en la
política: que China estaba en camino de convertirse en una gran potencia bajo el
liderazgo pro-americano de Chiang Kai-shek. En el Sudeste Asiático los nacionalistas
identificaban a Estados Unidos con las potencias coloniales europeas, ya que con el fin de
conservar su acceso a los recursos de la región, continuaban permitiendo la explotación
colonial de la riqueza natural de los pueblos nativos. La tendencia americana de
responder a las acciones agresivas de Japón de forma unilateral en lugar de mediante
acciones colectivas, demostró ser cada vez más ineficaz a lo largo de la década de los 30.
Hasta que no comenzaron a caer las bombas sobre las bases americanas de Oahu y Luzon,
Roosevelt y sus asesores no estaban seguros de que su pueblo fuera a apoyar un conflicto
armado para detener la agresión japonesa (6).
La estrategia militar americana anterior a 1941 fue desarrollada a principios de la
década de los 20, cuando las divisiones de planes de los Departamentos de la Guerra y de la
Navy en Washington, comenzaron a revisar los planes de guerra anteriores a 1914 que
cubrían algunos hipotéticos escenarios; estos planes se identificaban por colores que
representaban cada uno a una determinada nación; por ejemplo, el rojo correspondía a
Gran Bretaña, el verde a Méjico, el negro a Alemania y el naranja a Japón. Los planes
eran bastante limitados, con una atención muy superficial a los aspectos logísticos y no se
contemplaban en ellos ninguna coalición, ni las condiciones para una guerra total. No
eran realistas respecto a los alineamientos internacionales contemporáneos o futuros; el
Plan de Guerra Naranja, que era considerado el más probable, era concebido
únicamente como un choque entre Estados Unidos yjapón.
En las numerosas revisiones que sufrió el Plan Naranja desde 1924 a 1938, los expertos
en Washington siempre partían de la hipótesis de que sería un conflicto eminentemente
naval. En la década de los 30, preveían una larga y costosa guerra en el Pacífico que
llevaría a la pérdida
732 Creadores de la Estrategia
Moderna

a la pérdida inicial de las Filipinas. En las sesiones de planeamiento conjunto, los


representantes de la Navy querían que se diera prioridad a establecer una cabeza de
lanza, con fuerzas de la Navy y de los Marines, a través del Pacífico Central para capturar
las islas Marshall, las Carolinas y las Marianas, que se encontraban bajo control japonés,
y asegurar así la línea de comunicación entre Pearl Harbor y Manila. Los planificadores
del ejército sostenían que la fuerza americana disponible en Filipinas, compuesta por
pequeñas unidades terrestres y aéreas, así como de la débil Flota Asiática, no podrían
defender la isla ante un ataque japonés, así como que los esfuerzos necesarios para
reforzar o reconquistar el archipiélago en las primeras etapas de la guerra serían muy
costosos y que, por tanto, las fuerzas americanas deberían retirarse a bases más defendibles
en Alaska, Hawai y Panamá. Pero los estrategas navales, que pretendían que la Flota del
Pacífico tuviese un papel esencial al Oeste de Hawai, rechazaban una retirada militar de
las Filipinas.
Después de tres años de estancamiento, los expertos del ejército y de la marina
elaboraron la edición final del plan de guerra en 1938. Como deferencia a los planificadores
del ejército, se omitieron las referencias a operaciones ofensivas y a un avance inicial de la
Navy en el Pacífico Occidental; de la misma manera, para satisfacer a la Navy fue borrada
la referencia a que era necesaria la autorización presidencial para realizar misiones ofensivas
al Oeste de Hawai. El revisado Plan Naranja pretendía que las fuerzas americano-filipinas
mantuvieran la entrada a la Bahía de Manila todo el tiempo posible, pero ofrecía pocas
esperanzas para su recuperación inmediata, sin especificar cuanto tiempo le costaría a la
Navy conquistar las Filipinas. Como el Congreso de los Estados Unidos no quería ni
abandonar el archipiélago ni proporcionar los fondos para defenderlo adecuadamente,
los expertos de los Departamentos de la Guerra y de la Navy no pudieron resolver el
problema de la seguridad de las Filipinas (7).
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial en Europa en 1939, en Washington se
habían preparado cinco planes que constituían una serie de nueva creación conocida
como Rainbow y que preveían situaciones de guerra entre varias coaliciones beligerantes
en varios teatros de operaciones. Estos planes suponían una mejora respecto a los
anteriores al ser más realistas en cuanto a las consideraciones de las posibles coaliciones,
así como en el análisis de aquellas situaciones en las que los Estados Unidos tendrían que
luchar solos. El Plan Rainbow 5 contemplaba de forma muy detallada las coaliciones y los
teatros de operaciones que se desarrollarían en la guerra; en el Pacífico, preveía la pérdida
inmediata de las Filipinas y operaciones estratégicas defensivas contra Japón hasta que la
mayor parte de las fuerzas anglo-americanas pudieran ser retiradas del teatro europeo, ya
que la prioridad más alta era la derrota de Alemania e Italia. A finales de 1940, el Plan Dog
Memorandum del Almirante Harold R. Stark, insistía también en la conveniencia de prestar
la máxima atención a la guerra contra los miembros europeos del Pacto del Eje; esta
misma idea estaba recogida en el informe ABC-1, elaborado la primavera siguiente, y que
fue el resultado de varios meses de conversaciones secretas entre los Estados Mayores inglés y
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 733

americano en Washington. Al mismo tiempo que asumía que Alemania era la nación más
peligrosa de las potencias del Eje, el informe ABC-1 insistía en la necesidad de una
estrecha colaboración anglo-americana, tanto en el planeamiento como en el desarrollo
de las operaciones contra esa nación. En Mayo de 1941, el Comité Conjunto del Ejército y
de la Navy dio su aprobación al Rainbow 5 y al ABC-1 y, aunque no estuvieron
oficialmente respaldados por el Presidente hasta que Estados Unidos no entró en guerra,
aquellos planes constituyeron la base para determinar las líneas maestras de la estrategia
aliada durante los cuatro años siguientes (8).
De esta manera, aunque Japón se había orientado hacia una estrategia militar
continental y las diferencias diplomáticas entre Estados Unidos y Japón se habían
concretado fundamentalmente en China, los expertos americanos estaban de acuerdo, a
partir de la década de los 20, en que los Estados Unidos deberían seguir una estrategia
naval en caso de guerra con Japón, en la que la Navy desempeñaría el papel principal en
la ofensiva del Pacífico Central. Sin embargo, diferían acerca del papel estratégico de las
Filipinas. Aunque su idea general de una guerra naval en el Pacífico estaba clara y más
aún después de Pearl Harbor, aparecieron otros factores que hicieron que el
compaginar el concepto de Alemania primero con las estrategias marítimas del Pacífico
fuera más complicado de lo previsto.

III

Aunque durante la Segunda Guerra Mundial los americanos consideraban al Japón


como un Estado fascista y totalitario, como sus socios del Eje, realmente las diferencias
ideológicas y del sistema político de este país eran completamente distintas a las de
Alemania e Italia. Japón se unió a la coalición del Eje, en parte porque había tenido
anteriormente una serie de amargas experiencias con políticos democráticos, así como
por la convulsión que sufrió su economía durante la Gran Depresión que tuvo un
impacto mucho mayor que en otras naciones y por una fuerte repulsa hacia el comunismo.
A finales de la década de los 30, Japón estaba dominado por corrientes ultra-nacionalistas
y militaristas, aunque no con tanta fuerza como en el caso de los nazis o de los fascistas
italianos; por otra parte, ningún líder japonés, ni siquiera el Primer Ministro Hideki Tojo,
tenía los poderes dictatoriales de Adolfo Hitler o Benito Mussolini. En sus relaciones con el
Eje, los líderes japoneses encontraron que sus colegas de Berlin y Roma no compartían ni
la naturaleza de un sistema imperial, ni los valores especiales de la herencia cultural
japonesa, ni su idea del pan-asiatismo. También el racismo contribuyó a enturbiar las
relaciones entre los miembros europeos y asiático del Eje, perjudicándose así las estrechas
relaciones durante las guerra.
734 Creadores de la Estrategia Moderna

Los intereses japoneses eran ignorados en Berlín y en Roma, donde las acciones
japonesas en China y en el Pacífico tenían muy poco impacto en las estrategias para las
operaciones en el continente europeo y en el Mediterráneo. En contraste con la
coordinación en el planeamiento militar entre los angloamericanos, existía muy poca
cooperación para el establecimiento de una estrategia de coalición entre los expertos
japoneses y los de las otras potencias europeas del Eje. De esta manera, dos de las
decisiones claves iniciales de la estrategia del Eje fueron tomadas de forma unilateral y por
sorpresa por parte de los otros miembros del pacto: la invasión alemana de la Unión
Soviética y el ataque japonés a Pearl Harbor. Si hubiese existido un planeamiento
estratégico coordinado de Alemania y Japón, muy probablemente hubieran llegado al
acuerdo de derrotar primero a la Unión Soviética, pero ninguno de los dos estaba
dispuesto a subordinar sus intereses nacionales y trabajar por unos objetivos estratégicos
comunes.
El curso de la guerra podría haber sido muy diferente si Japón hubiera atacado a la
Unión Soviética por su extremo oriental, al mismo tiempo que los ejércitos de Hitler
penetraban en la URSS por su frontera europea. El fracaso del Eje en desarrollar un
planeamiento estratégico a nivel alianza, especialmen-tre contra los soviéticos, fue casi
tan importante para el resultado final de la Segunda Guerra Mundial como el acierto de
Estados Unidos y Gran Bretaña en llevar a cabo su estrategia de coalición (9).
Incapaz de romper el estancamiento militar en el continente asiático antes de
emprender su guerra contra Occidente, Japón estaba ansioso por negociar un
asentamiento permanente en China cuando los americanos decidieron llevar a cabo una
ofensiva doble en el sudoeste y en el centro del Pacífico. En 1943 hubo intentos de firmar
un armisticio, tanto directamente por las autoridades japonesas, como de forma indirecta
a través del régimen marioneta que habían establecido; estos intentos estuvieron
dirigidos a los nacionalistas en Chung King y a los comunistas en Yenan. Las concesiones
que se ofrecían incluían la retirada de las tropas japonesas, la finalización de la influencia
económica japonesa y el establecimiento de programas para la rehabilitación de China,
así como la firma de acuerdos chino-japoneses de respeto mutuo sobre la integridad
política y territorial de ambos, la colaboración para el desarrollo económico de la región y
la cooperación para el mantenimiento de la paz y la estabilidad. Los chinos estaban
dispuestos al cese de las hostilidades y a romper sus lazos con la alianza anglo-americana.
Después del objetivo inicial de conquistar China, las nuevas circunstancias forzaban a
Japón a intentar la pacificación en esa zona y, en una llamada al pan-asiatismo, incluso
llegó a proponer que China se uniera a la guerra contra Gran Bretaña y Estados Unidos. El
drástico cambio de los objetivos de guerra japoneses era demasiado como para que los
chinos lo aceptaran sin recelos; el régimen nacionalista de Chiang continuó solicitando la
asistencia militar occidental, mientras que los chinos comunistas seguían convencidos de
su próximo triunfo, tanto sobre los japoneses como sobre el Kuo mintang. Exceptuando
una ofensiva
Las Estrategias Americana yjaponesa en la Guerra del Pacífico 735

una ofensiva japonesa en 1944 en el Sur de China, que llegó a alcanzar algunas bases
americanas de bombarderos B-29, la guerra en China derivó en una serie de acciones
intermitentes e inconclusas que distraían numerosas fuerzas japonesas que eran
imprescindibles en el Pacífico (10).
En el Sudeste Asiático los japoneses fracasaron también en persuadir a los nativos de
que ellos estaban sinceramente convencidos del lema Asia para los asiáticos. Los iniciales
éxitos militares japoneses no hicieron que se desvaneciera el concepto de los habitantes de
aquellas zonas respecto a la superioridad del hombre blanco, a pesar de que la
propaganda japonesa en las áreas ocupadas les recordaba continuamente que Japón los
había liberado de sus anteriores dueños blancos y remarcaba las diferencias entre los
sistemas de valores de los asiáticos y los de las potencias coloniales, al mismo tiempo que
ensalzaba el hecho de pertenecer a la Gran Esfera de Co-prosperidad en el Este Asiático,
creada por Japón. Al irse prolongando la ocupación, numerosos habitantes de Indonesia
Malasia, Birmania, Vietnam y Filipinas vieron cernirse sobre ellos los métodos agresivos y de
explotación de los japoneses, quienes trataban a los trabajadores nativos con brutalidadd,
acaparaban las materias primas y los alimentos con rapacidad y sofocaban cualquier intento
de disidencia de forma tan. despiadada como el peor de los colonialistas blancos.
Tardíamente, ya que la guerra en el Pacífico había entrado en una fase decisiva, Japón
intentó redefinir sus objetivos de guerra con el fin de obtener una mejor cooperación por
parte de los territorios ocupados. En la Gran Conferencia del Este Asiático, celebrada en
Tokio en otoño de 1943, y a la que asistieron los delegados de la China ocupada y de los
países ocupados, los japoneses hicieron una declaración de cooperación regional política,
económica y social, así como de respeto mutuo y amistad que rivalizaba con la Carta
Atlántica Anglo-Americana de 1941, al defender los principios idealistas de Wilson
sobre la autodeterminación nacional y las relaciones internacionales abiertas y amistosas.
No obstante, a pesar de que necesitaban desesperadamente el apoyo de los pueblos del
Sudeste Asiático ante los inminentes asaltos aliados en la región, las autoridades japonesas
y las tropas en las áreas ocupadas continuaron poniendo en evidencia las tremendas
diferencias que existían entre los ideales expuestos en la reunión de Tokio y su conducta;
como consecuencia de ello, aumentaron las acciones de la guerrilla en todo el Sudeste
Asiático. Japón había logrado estimular los nacientes movimientos nacionalistas, pero
había obtenido muy poco apoyo por su política de ocupación. Incluso antes de Junio de
1944, cuando las fuerzas aéreas y navales aliadas habían ya dañado seriamente las líneas de
suministro desde el Sudeste y las actividades de la guerrilla habían aumentado consi-
derablemente, el Área de los Recursos del Sur pasó a ser más un asunto de compromiso
que una ventaja para Japón (11).
A mediados de 1944, el Primer Ministro Tojo había fracasado en todos los objetivos de
estrategia nacional: el Eje había demostrado su debilidad intrínseca; no había podido
alcanzar,
736 Creadores de la Estrategia Moderna

alcanzar, ni por la fuerza ni por la diplomacia, una solución para el problema de China;
y el acceso a los recursos estratégicos del Sudeste Asiático se había interrumpido,
mientras las fuerzas japonesas tenían que hacer frente a un fuerte descontento popular y
la invasión aliada parecía inminente. Con la derrota japonesa en las Marianas, en el mes
de Julio de 1944, los B-29 americanos dispusieron de bases para realizar desde ellas
incursiones sobre Honshu, por primera vez; esto provocó la caída inmediata de Tojo, que
fue sucedido por el General Kuniaki Koiso. En lugar de reconocer la situación desesperada
en la que se encontraba su país e iniciar negociaciones de paz con los americanos y sus
aliados, como deseaban algunos políticos japoneses aunque no se atrevían a decirlo por
miedo a los militaristas, el gabinete Koiso, así como el del Almirante Kantaro Suzuki, que
le sucedió en Abril de 1945, fijaron como objetivo el separar a la Unión Soviética de su
alianza con Occidente y utilizar su intercesión para lograr una paz satisfactoria. Estos
intentos de frivolidad diplomática finalizaron en Agosto de 1945, cuando el ejército
soviético lanzó una gran ofensiva contra las fuezas japonesas estacionadas en
Manchuria y en el norte de Corea. La idea de utilizar a Moscú para salvar algo de la
guerra fue la última y más absurda maquinación de los militaristas antes de su derrota
total (12).
Durante toda la guerra el Alto Mando japonés dio pruebas de falta de flexibilidad para
adaptarse a las cambiantes circunstancias de la lucha. Se prestó muy poca atención al
principio que Clausewitz formuló un siglo antes: "El primer y más importante acto de
reflexión que deben hacer todos los hombres de Estado es definir el tipo de guerra en el
que se están embarcando; un error en su definición o intentar modificarlo, resultará
fatal" (13). Poseyendo una estrategia eminentemente continental, los japoneses
tardaron en darse cuenta que la nueva guerra contra Occidente estaría configurada
básicamente por la estrategia marítima que emplearía su más poderoso enemigo, los
Estados Unidos. A pesar de verse forzados a la defensiva en el Pacífico a mediados de
1942, Japón no empleó nunca el grueso de sus fuerzas contra las ofensivas americanas.
Aunque el Ejército de Kwangtung, en Manchuria, perdió parte de sus mejores unidades
al ser transferidas al Pacífico, 1,8 millones, es decir, el 56 por ciento de los 3,2 millones
de tropas desplegadas fuera de las islas de la metrópoli continuaban estacionadas en
GÍíina y Manchuria a principios de Agosto de 1945. Entre 1942 y 1945, las fuerzas
terrestres y aéreas japonesas en China eran desproporcionadamente grandes para las
operaciones que debían realizar allí, excepto durante la ofensiva en el sur de China en
1944. En aquellos momentos, Tokio decidió enviar gran cantidad de fuerzas desde China y
Manchuria al Pacífico, ya que las unidades navales y aéreas americanas controlaban el
cielo y el mar del Pacífico Occidental, ejerciendo un fuerte acoso sobre los buques japo-
neses que transportaban tropas hacia el sur e impidiendo en muchas ocasiones que
llegaran a su destino (14).
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico _________________ 737

No sólo reaccionaron tarde los estrategas militares japoneses en establecer la mayor


prioridad en el Pacífico, sino que también se equivocaron al evaluar cuál de las líneas de
avance americanas era la más peligrosa. La gran publicidad que se le dio a la campaña del
General Douglas MacArthur y su primera victoria en el campo de batalla hizo que Tokio
diera la máxima prioridad a las medidas defensivas ante el avance por el sudoeste del
Pacífico, en vez de contrarrestar las acciones del Almirante Chester W. Nimitz en el
Pacífico Central. La atención japonesa a la ofensiva de MacArthur estaba justificada, en
parte, por su proximidad al Área de los Recursos en el Sur, aunque las operaciones en el
Pacífico Central representaban en realidad una amenaza más directa al interrumpir
todas las lineas de suministro desde el Sudeste hasta el Japón. Además, las ventajas que
podrían haber representado para el Japón el hecho de operar en lineas interiores para la
defensa del Área de los Recursos del Sur y acortar así la distancia desde las bases de
operaciones a los sectores del frente, permitiéndoles cambiar unidades de unas áreas a
otras, sin exponer las líneas principales de comunicaciones, fueron anuladas por los
nuevos submarinos americanos de gran radio de acción, que tenían capacidad para
permanecer en el Pacífico occidental durante largos períodos, así como por la fuerza aérea
al mando del Almirante Marc A. Mitscher, que disponía de más de 900 aviones, todos
ellos operando como parte de la fuerza de Nimitz, no de MacArthur. Excepto en Midway,
en Junio de 1942, y en las Marianas, en junio de 1944, que representaron unas fuertes
derrotas, la Flota Combinada japonesa no se enfrentó a las fuerzas de Nimitz en el
Pacífico Central, sino que se dedicó a apoyar las operaciones terrestres contra el eje de
avance de Nueva Guinea-Filipinas, al mando de MacArthur, y contra las fuerzas del
Almirante William F. Halsey en las Salomón. Los cuatro grandes enfrentamientos en
Octubre de 1944 que constituyeron la denominada batalla del Golfo de Leyte, que
enfrentó a las flotas americana y japonesa en la mayor acción naval de la historia, fue el
resultado del intento de la marina japonesa por llevar a cabo su papel tradicional de
apoyar al ejército, en esta ocasión contra la invasión de MacArthur en las Filipinas (15).
Al igual que los planes estratégicos americanos que no consideraban todos los
requisitos logísticos en los planes de guerra de las décadas de los 20 y de los 30, los
japoneses tampoco prestaron gran atención a la logística, ni antes ni durante la guerra
de 1941 a 1945. Si lo hubieran hecho, probablemente se habrían dado cuenta que sus
conquistas en el Sudeste Asiático y en el Pacífico, cubrían demasiada superficie y estaban
demasiado distantes entre sí y que sus capacidades de aquel momento y las futuras eran
inadecuadas para suministrar los equipos y las armas necesarias a las fuerzas que operaban
en el continente y en las islas. Comparado con el teatro europeo, el conflicto en el
Pacífico era sobre todo una guerra de distancias. La ruta marina desde Batavia, Java
hasta Tokio tenía 4.100 millas. La anchura de la parte sur del Imperio Japonés era de
6.400 millas y la máxima distancia en sentido norte-sur era de 5.300 millas. El perímetro
oceánico de los territorios controlados por Japón era de 14.200 millas, es decir, más
de la mitad
738 Creadores de la Estrategia Moderna

la mitad cantidad de buques y de aviones de gran radio de acción, pero en 1943 los
buques japoneses eran hundidos a mayor ritmo de los que se producían y Japón nunca
poseyó aviones de gran radio de acción comparables cuantitativa ni cualitativamente a
los de Estados Unidos. En la guerra del Pacífico, Japón estuvo severamente limitado por
su incapacidad de mantener abiertas sus largas líneas logísticas. En las operaciones
terrestres estas limitaciones se acusaron menos por sus menores necesidades logísticas,
cuyo grado de mecanización y forma de vida era bastante más bajo que unidades similares
americanas.
Cuando las fuerzas japonesas fueron desplazadas hacia el oeste hasta Birma-nia y hacia
el sur hasta Nueva Guinea y las Salomón, encontraron problemas logístícos insalvables;
grandes distancias desde los centros de suministro, terreno inhóspito y un clima que
ejercía unas influencias adversas sobre los hombres y el material. Los materiales y equipos
se deterioraban rápidamente y se necesitaban continuas obras de ingeniería para
construir aeródromos, puertos y otras instalaciones militares. En cuanto a la tecnología y
expertos en ingeniería, los japoneses estaban muy atrasados respecto a sus adversarios
occidentales. Tokio no había considerado los aspectos logístícos que imponían los avances
americanos en el Sudeste Asiático y en el Sudoeste del Pacífico.
Quizás más importante aún, los japoneses no habían considerado los problemas
médicos como parte integrante de su estrategia militar. Como consecuencia de ello, las
penosas condiciones de vida en la mayor parte de las zonas del sur y sudeste, así como en
su perímetro defensivo, produjeron numerosas bajas por enfermedad. Esperando a ambos
contendientes había una plaga de enfermedades: malaria, disentería amebiana, tifus y
fiebre amarilla, por nombrar sólo algunas. Pero la salud pública y la medicina japonesa no
estaban al nivel de Occidente y como consecuencia de que sus líneas de comunicación
fueron interrumpidas, sobre todo después del primer año de combate, las unidades japo-
nesas en el frente sufrieron una grave escasez de asistencia médica.
En las islas del Pacífico, los japoneses eran superiores a los americanos y a los aliados
en algunos aspectos: probaron tener más habilidad para el combate nocturno, tanto
terrestre como en el mar; utilizaban un mayor porcentaje de su personal en acciones
directas de combate que en puestos administrativos y de servicio; y demostraron una
mayor decisión para combatir que sus adversarios, cuando las fuerzas enfrentadas en el
combate eran similares en número y en potencia de fuego. También aprendieron que
contra desembarcos apoyados por el fuego aéreo, era más rentable establecer una defensa
efectiva basada en diferentes puntos que gastar sus fuerzas en la defensa de las playas.
Cuando se produjo la campaña de Okinawa dominaban ya esta técnica defensiva, pero
era demasiado tarde como para cambiar el curso de la guerra. Otro aspecto que
posteriormente recibió una gran atención en la estrategia defensiva de las islasfueron las
operaciones suicida
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 739

operaciones suicida usadas para este tipo de operaciones, actuaron por primera vez a
finales de 1944 y demostraron su eficacia frente a las unidades navales americanas e
inglesas que no podían imaginar una defensa de este tipo. Si este tipo de fuerzas se
hubieran desarrollado antes de finales de 1942, cuando la guerra comenzó a cambiar su
rumbo, y se hubieran empleado masivamente los torpedos tripulados, muy probablemente
hubieran provocado tales pérdidas a los aliados que habrían negociado la paz.
Por otra parte, la gran diseminación de las operaciones defensivas japonesas, tanto
terrestres como navales y aéreas, demostraron una grave falta de coordinación y
cooperación entre los comandantes del ejército y de la marina (las unidades aéreas
formaban parte de estos dos servicios), hasta el punto de que las rivalidades similares
entre las fuerzas americanas eran comparativamente insignificantes. Una de las crisis de
mando más importantes se produjo cuando el General Tomoyuki Yamashita, hábil
comandante y juicioso estratega, responsable de la defensa de las Filipinas, fue
desautorizado por el Cuartel General Imperial en Tokio a favor del Comandante en Jefe
del Ejército del Sur en Sai-gón, que era partidario de una gran batalla en Leyte en lugar
de concentrar las fuerzas para la defensa de la isla de Luzon, que era estratégicamente
más importante. En numerosos enfrentamientos terrestres, navales y aéreos, las fuerzas
japonesas no lograron concentrarse antes de la batalla, ni actuaron coordinadamente en
el tiempo, por lo que sus ataques resultaron generalmente ineficaces y reflejaban una falta
de planeamiento conjunto.
Además, los japoneses decidieron defender cada isla como si se tratara de una
ciudadela aislada, en vez de establecer un sistema de defensa en profundidad. En lugar
de desarrollar un conjunto de bases con capacidad de apoyo mutuo a lo largo del
perímetro del Pacífico, se ordenó a los comandantes japoneses que preparasen para la
defensa de cada isla, separadas entre sí por grandes distancias y con unas líneas de
comunicaciones muy vulnerables. La defensa anfibia, como el asalto anfibio, requiere una
estrecha coordinación de las unidades de tierra, mar y aire, pero por entonces las
guarniciones defensivas del ejército japonés se encontraban a menudo sin ningún tipo
de apoyo naval ni aéreo. En resumen, Japón no tenía una estrategia viable para
contrarrestar las ofensivas anfibias americanas (16).
Durante la primera parte de la guerra, la propaganda fue fundamentalmente un
instrumento de la estrategia nacional japonesa. En la etapa posterior del conflicto la
propaganda fue utilizada también en el terreno militar, pero tuvo resultados
decididamente negativos. Al principio, la propaganda japonesa tenía el objetivo de
preparar al pueblo japonés para afrontar los cada vez mayores esfuerzos de guerra y de
convencer a los asiáticos de los beneficios de la creación de la Esfera de Coprosperidad
Económica. En el otoño de 1943, cuando Nimitz comenzó a avanzar por el Pacífico
Central, los defensores del Área de los Recursos del Sur habían padecido ya numerosas
derrotas.
740 Creadores de la Estrategia Moderna

Como de costumbre, los oficiales exhortaron a sus hombres sobre la lealtad al Emperador
y al Bushi-do, el sagrado código Samurai, pero el Cuartel General Imperial decidió que el
mejor procedimiento para aumentar la moral era hacer uso de la propaganda y
establecer una férrea censura de las noticias sobre la guerra que se enviaban a los
comandantes en el campo de batalla. Tokio informaba de los grandes progresos que se
estaban haciendo para lograr la derrota final de los enemigos del Japón y los comandantes
añadían a sus informes de las acciones realizadas, una serie de datos que reflejaban unos
óptimos resultados. Con la invasión de las Marianas en Junio de 1944, se produjo una
mayor distorsión entre las informaciones que procedían de Tokio y las realidades del
campo de batalla, creándose una atmósfera irreal, con implicaciones logísticas y
estratégicas, en la que resultaba difícil distinguir el mito de la realidad. Cuando se rindió
Japón, muchos de sus combatientes y de sus ciudadanos en la metrópoli no podían creerlo,
puesto que estaban convencidos de las grandes victorias japonesas desde 1943, a pesar de
las destructivas incursiones aéreas que habían sufrido sus ciudades más importantes
(17).

IV

Los principales objetivos de la estrategia nacional americana en la guerra del


Pacífico eran: la derrota de Japón lo antes posible, dentro de las limitaciones impuestas
por haber dado la más alta prioridad al teatro europeo; mantener a China en la guerra
mientras se le ayudaba a recuperar su nivel de potencia bajo la tutela de Chiang Kaishek
y volver a abrir las puertas para el comercio americano; recuperar el acceso americano a
los grandes recursos del Sudeste Asiático, mientras empujaban a los ingleses para que
fuesen la primera potencia que llevara a cabo una política que condujera a la
autodeterminación de sus colonias, como los americanos habían prometido a las
Filipinas; mantener las buenas relaciones con Australia y Nueva Zelanda; convencer a la
Unión Soviética para que entrara en la guerra contra Japón; y mantener el papel de
Estados Unidos en el Pacífico, adquirido como consecuencia de su estrategia militar
durante la guerra, así como el establecimiento de los medios necesarios para la
administración y seguridad durante la posguerra en los territorios ocupados a Japón y en
todo el Pacífico Occidental.
Aunque los Estados Unidos estaban comprometidos en derrotar a Alemania en primer
lugar y a principios de 1945 había enviado la mayor parte de sus fuerzas aéreas y terrestres
a Europa, el balance del despliegue americano hasta otoño de 1943, estaba a favor del
teatro Pacífico. Durante el primer año de lucha, la mayor parte de los recursos humanos
y materiales de los americanos se habían dedicado a la lucha contra Japón, pero a partir
de mediados de 1943, el grueso de los envíos que partían de Estados Unidos se hacían a
través del Atlántico y tenían como destino Europa.
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 741

A pesar de todo, a finales de ese año, los recursos militares americanos estaban
divididos por igual entre los teatros europeo y del Pacífico: 1,8 millones de hombres
(entre ejército, marina, fuerzas aéreas e infantería de marina), 17 divisiones, 8.800
aviones del ejército y la marina y 515 buques de combate, estaban dedicados a la guerra
contra Alemania, mientras que para las operaciones en el Pacífico tenían 1,9 millones
de hombres, 16,5 divisiones del ejército y de los marines, 7.900 aviones del ejército y
marina y 713 buques. El acuerdo anglo-americano de realizar el máximo esfuerzo para
derrotar primero a Alemania se vio rodeado de numerosos problemas para llevarlo a
cabo, como la incapacidad de los aliados para frenar las ofensivas japonesas a no ser que se
dispusiera de una potencia de fuego muy superior, las presiones de la opinión pública
americana para derrotar a Japón cuanto antes y, quizás lo más importante, el largo
retraso de los líderes ingleses y americanos en alcanzar un acuerdo sobre el plan específico
y la fecha para la gran invasión del continente europeo a través del Canal. Según estaba
contemplado en los planes antes de la guerra, la fuerza principal americana, tanto
naval como de infantería de marina, se mantuvo en el Pacífico durante toda la Segunda
Guerra Mundial, pero no se había contemplado el desplazamiento a aquella zona de
unidades terrestres y aéreas para la guerra contra Japón durante los dos primneros años
de la contienda. Un aspecto que tuvo una gran importancia fue el enorme problema
logístico creado por la absorción de buques, equipos para desembarcos y otros servicios
para las operaciones del Pacífico (18).
La obsesión del Presidente Roosevelt sobre el papel que debería desempeñar China en
el Este Asiático, llevó a que los americanos se involucraran más aún en los asuntos
políticos y militares de ese país a partir de 1942 cuando, irónicamente, Japón estaba
intentando desesperadamente reducir sus compromisos allí. Aunque Stalin y Churchill
menospreciaron el valor de China para la causa aliada y la Junta de Jefes de Estado Mayor
americanos estaba a menudo en desacuerdo con su jefe acerca del valor militar de China,
Roosevelt no regateó ninguna medida para apoyar los esfuerzos defensivos chinos,
especialmente de las fuerzas de Chiang, enviando tanto armamento como asesores
americanos. Pero dada la baja prioridad de aquel teatro de operaciones en la estrategia
anglo-americana y la dificultad de realizar el abastecimiento a China mediante transporte
aéreo, a través del Himalaya, o por tierra, atravesando el Norte de Birmania, la
asistencia americana no fue la adecuada como para cambiar la situación en el frente de
China. Fracasó igualmente un gran programa para llevar a cabo las incursiones de los B-29
sobre el Japón, partiendo de bases Chinas. El General Joseph W. Stilwel y otros
comandantes y diplomáticos americanos destinados en China durante la guerra, no
llegaron a comprender las tortuosidades de la política de ese país y por ese motivo no
lograron establecer la coordinación entre nacionalistas y comunistas para las operaciones
ofensivas definitivas. Roosevelt consideraba a China como una potencia aliada de
primer orden, pero
742 Creadores de la Estrategia Moderna

pero todos los esfuerzos americanos en ese país no tuvieron más influencia que los
realizados por los japoneses. China parecía seguir su propio destino, como si no hubieran
estado nunca allí, ni los japoneses ni los americanos (19).
El acceso americano a distintos materiales procedentes de China calmó su imperiosa
necesidad de las materias primas, por lo que la única acción que llevó a cabo en el corazón
del Área de los Recursos del Sur, es decir, la invasión de Borneo, no tuvo lugar hasta en
los dos meses finales de la guerra, en 1945. Por el contrario, las grandes operaciones
aliadas se dirigieron hacia las regiones del Este y Norte, dificultando primero y cortando
después sus lineas de comunicación con Japón. Durante todos los años de guerra,
Roosevelt y otros líderes americanos utilizaban una retórica anticolonialista junto con
piadosas declaraciones sobre la independencia de Filipinas, lo que irritaba a los gobiernos
británico, francés y holandés que se encontraban en el exilio. Pero, a pesar de sus propios
orígenes revolucionarios, los Estados Unidos ayudaron a la restauración de los regímenes
coloniales de Gran Bretaña, Holanda y Francia en el Sudeste Asiático, una vez que se
produjo de capitulación de Japón, en primer lugar para obtener los recursos naturales de
la zona y también para asegurar el apoyo de los países de la Europa Occidental frente a
los posibles movimientos expansio-nistas de la Unión Soviética en la posguerra. Los
levantamientos nacionalistas en el Sureste Asiático al acabar la guerra, colocaron a los
Estados Unidos en el mismo dilema que durante la guerra, es decir, mientras que
moralmente era anticolonialista, estaba comprometido con las potencias coloniales
europeas por lazos económicos y de seguridad. Algunos opinan que la ocupación temporal
americana de los territorios del Área de los Recursos del Sur durante los meses que
siguieron a la rendición japonesa, habría calmado las tendencias anticolonialistas que
fueron las precursoras de los movimientos de independencia. Pero como ocurrió en
China, las naciones del Sureste Asiático habrían seguido su propio camino,
independientemente de los esfuerzos americanos, en particular desde que quedó
demostrado que las declaraciones anticolonialistas americanas eran sólo teóricas. El
convencimiento de los líderes políticos y militares americanos de que todas las posturas
adoptadas por Gran Bretaña sobre la estrategia en la guerra contra Japón tenían como
fin último su deseo de restaurar o incluso aumentar sus posesiones coloniales en Asia, no
fue una causa de tensión en la alianza anglo-americana (20).
Mientras que el compromiso era la pieza clave de la estrategia anglo-americana en la
guerra contra Alemania e Italia, la dirección estratégica en la guerra del Pacífico estaba
monopolizada por los Estados Unidos. A principios de 1942, los ingleses accedieron a que
recayera toda la responsabilidad de las operaciones en el Pacífico en la Junta de Jefes de
Estado Mayor americanos. Los comandantes de las distintas armas y ejércitos americanos
actuaron como meros ejecutores de las órdenes que recibían de la Junta; Nimitz,
comandante del área del Pacífico, recibía las directivas y órdenes del Almirante Ernest J.
King, Jefe de las
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 743

Operaciones Navales, y MacArthur las recibía del General George C. Marshall, Jefe del
Estado Mayor del Ejercito (21).
El control político y estratégico americano en la guerra contra Japón fue tal que no
permitió apenas ninguna contribución de las otras doce naciones aliadas en ese conflicto,
por lo que a veces se produjeron serias tensiones en las relaciones entre ellos, no sólo con
Gran Bretaña, sino también con China, con los gobiernos en el exilio de Holanda y
Francia, con Nueva Zelanda y Australia. Mientras que la base de operaciones de Nimitz era
Hawai, la de MacArthur estaba en Australia, un país que estaba intentando romper sus
lazos con Gran Bretaña cuando comenzó la guerra. Australia jugó un papel muy
importante por su aportación de hombres y material de guerra. Como consecuencia de
sus generosas e importantes contribuciones, Australia se hizo merecedora de ser tenida en
cuenta a la hora de tomar decisiones en la guerra contra Japón. Pero tanto Roosevelt
como sus colaboradores militares más directos, impidieron todos los intentos australianos
de desempeñar un papel más importante en la guerra del Pacífico y en los planes para la
posguerra. Las diferencias bilaterales sobre los procedimientos a seguir, las prioridades
logísticas y estratégicas y la autoridad de MacArthur como comandante del teatro de
operaciones, se resolvieron siempre de la forma que querían los americanos. Las relaciones
de Estados Unidos y Nueva Zelanda fueron similares aunque sus líderes realizaban sus
protestas no tan estruendosamente como los australianos. Durante todo el conflicto, los
Estados Unidos trataron a las otras naciones en la guerra contra Japón como aliados,
pero no en un plano de igualdad. Teniendo en cuenta su experiencia durante la
guerra, no es de extrañar que en la Conferencia de San Francisco, en la primavera de
1945, Australia fuera uno de los más ardientes defensores de los derechos de las naciones
más pequeñas en la Organización de las Naciones Unidas. Durante el último medio año de
la guerra, la postura inglesa en el Pacífico estaba tan debilitada que las unidades de la Royal
Navy sólo estaban autorizadas a operar como apoyo a la U.S. Navy, y para ello eran
necesarias largas negociaciones; muy al final de la guerra, el Almirante King se negó a
permitir la participación inglesa en "el teatro de operaciones americano" (22).
Si el flirteo de Japón con la Unión Soviética durante la última etapa de la guerra fue
una locura, el interés americano por obtener la ayuda de la URSS para derrotar a Japón
era, cuando menos, irrealista. A principios de otoño de 1944, Nimitz, MacArthur y sus
más directos colaboradores, más la Junta de Jefes de Estado Mayor, llegaron al acuerdo de
que los bombardeos aéreos y el bloqueo naval no serían suficientes para forzar la
rendición de Japón y que sería necesaria la invasión de Kyushu y Honshu. Establecieron la
primera operación para Noviembre de 1945 y la segunda para principios de 1946, aunque el
Pentágono consideraba que serían muy difíciles de realizar y que costarían un gran número
de víctimas americanas. Estas operaciones se verían favorecidas por un ataque soviético en
Manchuria con el fin de evitar que las fuerzas japonesas en esa zona y en el Norte de
China pudieran reforzar a los defensores de las ideas de la metrópoli.
744 Creadores de la Estrategia Moderna

En Yalta, en febrero de 1945, Roosevelt y sus asesores militares acordaron con Stalin el
precio de la intervención soviética: las Kuriles, Sakhalin, la Mongolia exterior, Dairen, Port
Arthur y la red de ferrocarriles de Manchuria. El negocio, que era contrario a las
pretensiones territoriales de Chiang y que habían sido acordadas en El Cairo, a finales
de 1943, dañó el prestigio del régimen nacionalista y causó un serio deterioro en sus
relaciones con los aliados occidentales. En julio de 1945, una vez realizadas con éxito las
pruebas de la bomba atómica y cuando había claros síntomas de que la economía
japonesa estaba colapsada, el Pentágono comenzó a revisar la necesidad de la ayuda
soviética. Para entonces se estaban llevando a cabo todos los preparativos para el asalto de
Kyushu y se habían concentrado una gran cantidad de fuerzas, desde Okinawa y Luzon
hasta Oahu. A partir de aquí, la rapidez de los acontecimientos sobrepasó todo tipo de
previsiones; mientras que Estados Unidos sometía a Japón a los horrores del bombardeo
atómico, las fuerzas soviéticas se adentraban rápidamente en Manchuria, Mongolia
exterior, norte de Corea, las Kuriles y Sakhalin. Desde la perspectiva actual parece que
una vez que se estableció el asalto a Kyushu, la estrategia militar fue la dominante y en
ella entraba la aceptación de la intervención soviética (23).
A principios de 1943, los Departamentos de Estado, de Guerra y de la Marina en
Washington realizaron estudios sobre la administración de los territorios ocupados por
Japón y sobre las necesidades de seguridad para Estados Unidos en el Pacífico, una vez
acabada la guerra. A finales de 1944, cuando quedó establecido el Comité para la
Coordinación Estado-Guerra-Marina, con el fin de formular las acciones a tomar en los
asuntos cumunes a los tres departamentos, especialmente en lo referente a la futura
ocupación de Alemania y Japón, los estudios americanos sobre la situación política de
Japón y del Pacífico Occidental fueron mucho más profundos que los de los aliados.
Mucho antes de que fuera aprobada en San Francisco la Carta de las Naciones Unidas,
Washington se estaba preparando para asegurarse unas posiciones estratégicas en el
Pacífico Occidental, mediante fideicomisos en las Ryukyus, Bonins, Marianas, Marshalls y
Carolinas, así como con el establecimiento de bases americanas en las Filipinas, una vez
que esa nación obtuviera su independencia.
Especialistas en temas japoneses, como Hugh Bortón yjoseph C. Grew, contribuyeron a
definir una política del Comité para la Coordinación Estado-Guerra-Marina para la
ocupación de Japón. El sistema de ocupación se orientaría hacia el Emperador y la
estructura gubernamental existente para desmilitarizar y democratizar el país y
prepararle para su readmisión en el contexto de las relaciones y el comercio
internacional. Las directivas para la ocupación eran diseñadas por el Comité de
Coordinación y se basaban en conceptos liberales y democráticos; solamente se
mostraban severos en los juicios de los criminales de guerra y en las pugnas de los
militaristas y ultranacionalistas.
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 745

Fue una pena que le gobierno japonés, después de la caída de Tojo, no conociera los
planes de ocupación tan benevolentes, ya que los moderados de ambos lados estaban
dispuestos a finalizar la guerra y reorientar a Japón a su postura en los años 20, con una
diplomacia dispuesta a la cooperación y con unos fuertes lazos comerciales con Occidente
(24).
La política de rendición incondicional, proclamada por Roosevelt en Casa-blanca a
principios de 1943, fue interpretada por la mayoría de los expertos en Washington que
trabajaban en los temas de la ocupación, como mucho más flexible de lo que podían
imaginar los japoneses. Posteriores interpretaciones abarcaban desde la aniquilación de su
pueblo a la abolición de su sistema imperial y a la acusación a su Emperador de criminal de
guerra. Desafortunadamente para los japoneses, el Comité de Coordinación configuraba
la política de posguerra de forma bastante pública, de forma que lo que se comunicaba
abiertamente a la prensa, era por regla general negativo para los japoneses. La opinión
pública americana, reflejada fundamentalmente en la prensa, estaba fuertemente
influenciada por sentimientos racistas, xenófobos y belicistas que reflejaban poca simpatía
por los japoneses, y los responsables de Washington, en parte porque no querían aparecer
como condescendientes del militarismo japonés, no hicieron ningún intento de renunciar
o modificar su política de rendición incondicional. El presidente Truman perdió una
oportunidad de enviar a Japón un signo favorable cuando, siguiendo el consejo de sus
asesores, omitió en la Declaración de Potsdam, en julio de 1945, toda referencia a la
intención del gobierno americano de conservar en su puesto al Emperador durante la
ocupación. Desde 1943 la propaganda americana sólo consideraba la rendición
incondicional de Japón, cosa que no formaba parte de las deliberaciones del Comité de
Coordinación. Pero el continuo miedo de los altos cargos americanos por las consecuen-
cias en la política doméstica, más todo el aparato propagandístico, impidieron que ambos
lados pudieran tener comunicaciones directas bilaterales que podrían haber
terminado la guerra mucho antes de agosto de 1945 (25).

La estrategia americana en el Pacífico estuvo afectada por la directiva de la Junta de


Jefes de Estado Mayor de marzo de 1942, que establecía dos teatros de operaciones: el
Área del Pacífico Suroeste, al mando del General MacArthur, y las Áreas del Océano
Pacífico, al mando del Almirante Nimitz, que también tenía a sus órdenes la Flota del
Pacífico y el subteatro del Pacífico Central. La Junta de Jefes violó el principio de la
unidad de mando, debido en primer lugar, a a las objeciones por parte de la Navy por la
elección de MacArthur, como Comandante en Jefe del Pacífico. De forma idealista, la
Junta de Jefes consideraba que en realidad ellos serían el Mando Supremo para el
planeamiento y las
746 Creadores de la Estrategia Moderna

y las operaciones del Pacífico. Pero esa Junta tenía un presidente que no ostentaba la
autoridad necesaria y que actuaba fundamentalmente como moderador y su sistema de
trabajo, basado en comités, suponía un proceso complejo y largo. Las consecuencias
fueron que el mando que ejercía Washington en el Pacífico se hizo difuso, absorbido por
las continuas fricciones entre las distintas armas y servicios y obstaculizado para tomar
decisiones rápidas, como consecuencia de los debates y compromisos que aparecían, al
comparar las propuestas de los comandantes de los teatros de operaciones y sus propias
recomendaciones. No existía una única autoridad en el Pacífico para decidir los planes y
las necesidades de los teatros o para coordinar sus operaciones (26). La mayoría de los
oficiales de alta graduación en el Pacífico criticaban este sistema. MacArthur hizo la
acusación de que "de todas las decisiones equivocadas de la guerra, quizás la más
inexplicable fue la falta de un mando unificado en el Pacífico. Ello provocó la división de
los esfuerzos, el derroche y la duplicación de la fuerza y, consecuentemente, la
prolongación de la guerra, con un aumento en las bajas y en el coste" (27). No obstante,
no dijo que sólo deseaba esa unidad de mando si él era el comandante supremo, ni
tampoco mencionó las razones que tenía la Navy para no confiarle la Flota del Pacífico.
El Plan Orange contemplaba un solo eje de avance americano en el Pacífico Central,
pero la directiva de la Junta de Jefes de marzo de 1942, establecía dos ofensivas, una por el
Sudoeste del Pacífico y la otra por el centro. Si se hubieran desplegado grandes
contingentes de fuerzas japonesas desde China al Pacífico, la decisión de dividir la
potencia ofensiva americana en dos ejes totalmente separados, habría sido catastrófica.
Pero con la abrumadora fuerza de MacArthur y Nimitz en otoño de 1943, las ofensivas en
esos dos ejes tuvieron éxito al no permitir el refuerzo de las fuerzas japonesas. Las
operaciones americanas desde mediados de 1943 a mediados de 1944, demostraron que,
a pesar de sus defectos, el sistema de mando dividido tenía algunas ventajas, aunque a
menudo funcionó más de forma inadvertida que planeada. Durante la Operación
Cartwheel, desde el verano de 1943 a la primavera de 1944, las ofensivas en el Sudoeste y
Sur del Pacífico en Nueva Guinea, Nueva Bretaña, las islas Almirantes y las Salomón,
atrajeron numerosas fuerzas aéreas enemigas desde las bases del Pacífico Central, lo que
permitió a las unidades de Nimitz ocupar las islas Gilberts y las Marshall sin una oposición
aérea importante. Por otra parte, los ataques de la Flota del Pacífico desde Truk a las
Palau obligaron a la marina japonesa a abandonar las aguas al norte de Nueva Guinea y
eso permitió al ejército de MacArthur avanzar a lo largo de la costa de Nueva Guinea
Holandesa sin necesitar una fuerte protección naval. En cambio, su asalto a Biak provocó
una fuerte reacción aérea japonesa para la defensa de las Marianas. Las fuerzas del
Pacífico central invadieron Saigón en Junio de 1944, justo cuando la Primera Flota Móvil
japonesa estaba preparándose para escoltar un convoy de tropas desde las Molucas al
noroeste de Nueva Guinea y atacar la cabeza de playa establecida por MacArthur en
Biak, así como a la pequeña fuerza de apoyo de la Séptima Flota americana.
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 747

Al tener noticias de los movimientos de Nimitz hacia Saigón, la marina japonesa se


dirigió rápidamente hacia el nordeste, lo que provocó la batalla del Mar de las Filipinas,
que fue un total desastre para los japoneses, mientras que las tropas de MacArthur
completaron su conquista de nueva Guinea holandesa (28).
En la primavera de 1944, el Pacífico absorbió la atención de la Junta de Jefes sobre
si era mejor la invasión de Luzon o Formosa, antes de emprender las operaciones
directas contra Japón. King se había opuesto a realizar desembarcos en las Filipinas y en
mayo de 1944, los Generales Marshall y Henry H. Arnold, opinaban que un avance a
través de Luzon sería más lento y más costoso que desde las Marianas a Formosa.
MacArthur pedía que por razones humanitarias, políticas y estratégicas era preferible la
conquista de Luzon y, en el mes de julio, tanto el Presidente Roosevelt como el
Almirante William D. Leahy, se mostraron partidarios de esta idea. La Junta de Jefes
continuó discutiendo las alternativas hasta principios de octubre cuando King, Nimitz y
sus colaboradores llegaron a la conclusión de que el asalto a Formosa no sería posible
desde el punto de vista logístico en un futuro próximo. Como consecuencia de ello, la
Junta de Jefes emitió una directiva autorizando a la invasión de Luzon. Como temían los
que se oponían a este plan, la campaña de Luzon fue la más costosa de la guerra del
Pacífico en cuanto a las bajas americanas en combate. Sigue cuestionándose si era
necesaria la conquista de Luzon, aunque ocurre lo mismo con otras operaciones,
especialmente con la invasión de las Palaos. De hecho, los únicos asaltos a islas cuya
necesidad nunca se ha puesto en duda fueron en las Marianas (29).
Durante las campañas de 1943 y 1944 desde el nordeste de Nueva Guinea hasta
Morotai, MacArthur explotó brillantemente el escaso apoyo logístico de las posesiones
japonesas mediante una serie de astutas maniobras de embolsa-miento. Pero a partir de
principios de 1945, cuando disponía de gran número de fuerzas y de los suministros
adecuados, ordenó las operaciones al sur de Luzon que parecían secundarias. Aunque el
Sexto Ejército americano necesitaba refuerzos para luchar contra las fuerzas de Yamashita
en Luzon, MacArthur envió al Octavo Ejército americano para realizar el asalto, pero
evitando enfrentarse con las guarniciones enemigas del sur de Filipinas. Contraviniendo a
los expertos de Washington, destacó al Is Cuerpo del Ejército australiano a Borneo,
donde tuvo grandes pérdidas durante la conquista de Tarakon, la bahía de Brunei y
Balikpapan. Ordenó también al Primer Ejército australiano que destruyera las unidades
enemigas estacionadas en Bougainville, Nueva Bretaña y en el nordeste de Nueva Guinea,
lo que ocasionó numerosas bajas. La Junta de Jefes quería dar por terminada la ofensiva
del Sudoeste del Pacífico después de la conquista de Nueva Guinea Holandesa (30).
A pesar del establecimiento de una estructura de mando para las fuerzas americanas
en lo que se denominó el teatro de operaciones China-BirmaniaIndia, la contribución
americana
748 Creadores de la Estrategia Moderna

americana a la estrategia militar de esa región fue mínima. Su prioridad logística fue
siempre baja y no existía una coordinación en el planeamiento entre los dos Cuarteles
Generales del Pacífico y el Mando de China-Birmania-India, a las órdenes del General
Stilwell. A principios de 1944, la Junta de Jefes estableció un plan para la invasión de la
costa del sur de China por las fuerzs de Nimitz en colaboración con las del General
Stilwell, pero fue abandonado ante la ofensiva japonesa en esa región durante ese
verano. El Mando Británico del Sureste Asiático, mandado por el Almirante Lord Mount-
batten, mantuvo unas relaciones poco armoniosas con Stilwell y las comunicaciones con
el Cuartel General de Chiang eran muy pobres. Las relaciones entre los oficiales de alta
graduación británicos, americanos y chinos se caracterizaron por los prejuicios nacionalistas
y la desconfianza mutua.
En el verano de 1945, el Mando Combinado Anglo-Americano transfirió la
jurisdicción operativa de las Indias Orientales de MacArthur a Mountbatten. La guerra
finalizó antes de que el Mando del Sudeste Asiático pudiera lanzar las operaciones
previstas para recuperar Malaya y Singapur. Después de la capitulación de Japón y antes de
que volvieran los holandeses, las fuerzas británicas ocuparon Java y Sumatra para verificar
que todas las tropas enemigas se habían rendido y restablecer el orden civil, pero tuvieron
que soportar los momentos más violentos del incipiente movimiento nacionalista
indonesio. Algunos historiadores han lamentado la falta de coordinación entre los
mandos ingleses, americanos y chinos, pero ninguno de ellos mostró voluntad de
actuar en equipo excepto en aquellos compromisos de la más alta prioridad. Cada uno
de ellos desconfiaba de las intenciones de los otros a la hora de unir sus esfuerzos para
llevar a cabo operaciones conjuntas decisivas. La más importante de todas ellas fue la
reconquista de Birmania en 1944-1945 y se caracterizó por las constantes fricciones y la
poco entusiasta cooperación entre los socios (31).
Al poseer una gran superioridad en la potencia de fuego, movilidad y recursos
materiales, los americanos pudieron compensar los fallos de su estrategia y los
problemas de mando, sobre todo desde que tuvieron acceso a la mayoría de los planes y
movimientos japoneses, así como de la composición de sus unidades. Mucho antes del
ataque a Pearl Harbor, expertos americanos en cifra habían logrado descifrar el código
utilizado por los japoneses. Este sistema de descifrado para la obtención de datos de
inteligencia se denominó Magic. Durante toda la guerra, Magic fue una valiosa fuente
de inteligencia para los aliados, aunque un gran porcentaje de todas las señales
interceptadas se referían a mensajes entre el Ministerio de Asuntos Exteriores japonés
y sus delegaciones diplomáticas. Aunque la existencia de Magic era bien conocida, sólo
en los últimos años, algunos investigadores no oficiales han tenido acceso a toda la
información que obtuvieron los americanos durante la guerra. La información obtenida
por Magic fue vital para la Flota americana en Midway y en otras batallas, así como
para sus submarinos durante su devastadora campaña contra la marina mercante
japonesa y en numerosas operaciones aéreas y terrestres en el Pacífico Central y
Surorien-tal.
749 Creadores de la Estrategia Moderna

También fue responsable de lo que supuso la pérdida del liderazgo estratégico


japonés: la fatal emboscada aérea del Almirante Yamamoto en Bougainville, en Abril
de 1943. Sin lugar a dudas, queda aún mucho que aprender del conflicto del Pacífico a
través de los archivos de inteligencia americanos y, como ocurrió con los estudios que
se hicieron a partir de 1973 de la guerra europea, será preciso revisar las anteriores
evaluaciones de la estrategia, las tácticas y el mando en ambos bandos (32).
A pesar de las diversas implicaciones que tuvo el sistema de inteligencia establecido,
algunos estudiosos pueden llegar a la conclusión de que la contribución más importante
de la guerra en el Pacífico a la historia de la estrategia militar fue la guerra anfibia
desarrollada por los americanos. La estrategia marítima adoptada por el Alto Mando
americano era muy parecida a los irrealistas planes de guerra de los años 20, que
identificaban a cada país con un color, ya que no se había desarrollado ninguna doctrina
táctica ni estratégica para el asalto a islas, especialmente cuando estaban fuertemente
defendidas. A principios de los 30 en Quantico, Virginia, los responsables de la Fleet
Marine Forcé comenzaron a estudiar los problemas de dirigir ofensivas anfibias, compatibles
con las nuevas técnicas de combate y con un alto grado de coordinación entre las
diferentes armas, así como los requisitos para los vehículos especiales de desembarco y
armamento. La invasión de Tarawa, en noviembre de 1943, demostró que las fuerzas de
la Navy y de los Marines tenían aún mucho que aprender, pero en el verano siguiente,
cuando realizaron el asalto a las Marianas, ya dominaban los secretos de la guerra
anfibia. Mientras tanto, en más de ochenta desembarcos anfibios llevados a cabo por las
unidades del Sudoeste del Pacífico, las tropas de infantería, contando con un fuerte
apoyo aéreo y sólo un apoyo naval moderado, demostraron ser una eficaz alternativa al
ataque anfibio (33).
La guerra del Pacífico siempre estará marcada por haberse utilizado en ella las
primeras bombas atómicas, que a su vez supusieron una auténtica revolución en la
estrategia militar de la posguerra. El Presidente Truman y el Secretario de la Guerra
Stimson establecieron las condiciones para su uso con la convicción de que provocaría la
finalización inmediata de la guerra y que el número de vidas que ahorraría sería varias
veces superior a las que costó en Hiroshima y Nagashaki, sobre todo si se llevaba a cabo la
invasión de Kyushu y Honshu. Sin embargo, parece evidente que debido a la presión de
los bombardeos aéreos, al bloqueo naval y a la entrada de la Unión Soviética en la guerra,
se habría producido en breve plazo la rendición de Japón, sin necesidad de recurrir al
bombardeo atómico. Algunos estudiosos sostienen que la decisión de Washington de
usar las armas atómicas se pudo deber a las nuevas actitudes hacia la Unión Soviética, en
lo que posteriormente se convirtió en la primera etapa de la Guerra Fría (34).
750 Creadores de la Estrategia Moderna

VI

Este ensayo ha tratado de reflejar que ninguno de los dos bandos jugó un papel
primordial en las estrategias de la guerra en el Pacífico. En conjunto, las estrategias
adoptadas por Estados Unidos y Japón habían sido desarrolladas muchos años antes de
1940 y se debieron a los esfuerzos llevados a cabo por civiles y militares. El análisis de las
contribuciones a nivel individual en lo que se refiere a la estrategia militar americana
desde 1941 a 1945, no sólo es difícil sino que revela que nadie merece ocupar una
posición destacada. La Junta de Jefes favoreció la elaboración de la estrategia, al tratarse
de un comité y al adoptar soluciones con un punto de vista más amplio. Por ejemplo,
algunos biógrafos sostienen que la decisión de bordear la plaza fuerte de Rabaul fue
tomada por MacArthur, pero realmente fue la Junta de Jefes quien lo ordenó, después de
haber rechazado la propuesta de aquel para asaltarla. Posiblemente, los Almirantes
King y Yamamoto se verían en situaciones parecidas en más de una ocasión, ya que fueron
los artífices de la estrategia naval. Pero King veía a la estrategia militar americana durante
la guerra como una serie de compromisos que imponían más dificultades que ventajas. Por
otra parte, la muerte de Yamamoto a mediados de la guerra hace que se establezcan todo
tipo de conjeturas sobre cómo hubiera él adaptado su estrategia a la posterior evolución
del conflicto (35).
A pesar de las considerables pérdidas humanas y materiales, las consecuencias de la
guerra del Pacífico para las estrategias nacionales de Japón y Estados Unidos, fueron más
favorables que para las anteriores potencias imperialistas europeas en el Extremo
Oriente, que perdieron sus colonias y su predominio económico en la mayor parte de
esa región. El antiguo objetivo japonés de controlar China murió en el cenagal de la
guerra Chino-Japonesa de 1937-1945 y fue enterrado por el resurgir del Estado
comunista chino de la posguerra y la presencia soviética en el nordeste de Asia. Pero al
mismo tiempo, como consecuencia de la guerra, se cumplieron los objetivos nacionales
que perseguían los líderes japoneses moderados de la década de los 20. Después de la
ocupación americana de 1945-1952, Japón comenzó su fenomenal expansión económica
que impulsó su producto nacional bruto hasta alcanzar el tercer puesto mundial y le dio
la posibilidad de extender su influencia económica en el Sudeste Asiático, así como de
establecer relaciones comerciales muy competitivas con Occidente. Mucho más
beneficioso que la alianza anglo-japonesa de 1902, el pacto de seguridad de 1951 con las
naciones occidentales más poderosas, permitió a Japón confiar su defensa a las fuerzas
americanas y, por tanto, pudo dedicar la mayor parte de su presupuesto nacional a
necesidades no militares.
Como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos establecieron
firmemente su control estratégico sobre la mayor parte del Pacífico Central y Occidental.
Más importante aún fue que en lugar de las ilusiones de
Las Estrategias Americana y Japonesa en la Guerra del Pacífico 751

Roosevelt de conseguir una China pro-americana, los Estados Unidos ganaron un fuerte
aliado con Japón que seguía la senda del capitalismo, del anticomunismo y que tenía una
versión particular japonesa de la democracia. Al mismo tiempo, Gran Bretaña, el aliado
clave de los Estados Unidos en su lucha contra el Eje, vio como declinaba rápidamente su
influencia política y económica. Por primera vez en su historia, los Estados Unidos se
aliaron con una potencia no occidental, que ha demostrado ser su amigo más valioso
para las maniobras estratégicas contra los Estados comunistas, así como su tutor sobre
como obtener beneficios comerciales. Tanto Japón como Estado Unidos han vuelto a
reconstruir el sistema de cooperación internacional que comenzó en la década de los 20,
pero que se interrumpió por la Gran Depresión y el militarismo imperante entre 1931 y
1945.

NOTAS:

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Las Estrategias Americana yjaponesa en la Guerra del Pacífico 753

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346 Allies of a Kind de Hayes, 437-38, 569-79, 588-90; U.S. Crusade de Schaller, 52-53,
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Isely and Philip A. Growl (Princeton 1951), 45-71, 580-90; MacArthur's Amphibious
Navy: Seventh AmphibiouForce Operations, 1943-1945 de Daniel E. Barbey
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349 The Winning Weapon: The Atomic Bomb in the Cold War, 1945-1950 de Gregg
Herken (New York1982), 4-42; A World Destroyed: The Atomic Bomb and the Grand
Alliance de Martin J. Sherwin (NeYork, 1975), 61-63Fleet Admiral King: A Naval
Record de Ernest J. King y Walter M. Whitehill (New York, 1952); Mater of Sea
Power: A Biography of Fleet Admiral Ernest J. Kingde Thomas B. Buell (Boston, 1980);
ThReluctant Admiral: Yamamoto and the Imperial Navy de Hiroyuki Apawa (New
York, 1980).
QUINTA PARTE
DESDE 1945
Lawrence Freedman

25. Las dos primeras


generaciones de Estrategas
Nucleares
25. Las dos primeras
generaciones de Estrategas
Nucleares

En julio de 1945 se probó la primera bomba atómica en Nuevo Méjico. El siguiente mes
cayeron sobre Japón la segunda y tercera de estas armas salidas de la línea de producción.
Desde entonces no se han utilizado armas atómicas, aunque decenas de miles han sido
acumuladas por las grandes potencias y su sofisti-cación y capacidad de destrucción han
aumentado inmensamente. El estudio de la estrategia nuclear es, por tanto, el estudio del
desuso de estas armas. Suposiciones de su empleo actual en combate pueden influir en su
papel en tiempo de paz, pero la experiencia histórica da una orientación mínima.
La escasez de campañas actuales que involucren armas nucleares y las dudas inherentes
de cualquier intento de dar sentido a cual sería el desarrollo de una campaña de este
tipo en el futuro, no ha inhibido el desarrollo de la estrategia nuclear. Efectivamente, la
búsqueda de una estrategia nuclear que pueda servir a objetivos políticos definitivos, sin
desencadenar un holocausto, ha ocupado algunas de las mejores mentes de nuestro
tiempo. En general, los líderes en este campo han sido civiles en vez de militares, ya que
el planteamiento se ciñe más al carácter de la política internacional y a la naturaleza de
decisiones al más alto nivel, en tiempo de crisis extrema, que al empleo de la fuerza
siguiendo la línea tradicional para fines también tradicionales.
Este ensayo sólo considerará las armas nucleares como un problema de estrategia.
Esto es, en términos de medios militares relacionados con fines políticos, en vez de un
problema ético o cultural o de desarme, aunque, por supuesto, existe mucha literatura en
cuanto a estos temas. Además, estará enfocado a la cuestión dominante de la estrategia
nuclear occidental, que gira alrededor de la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN), sobre la amenaza de utilizar armas nucleares para intentar detener una invasión
convencional soviética, a pesar del evidente riesgo de un contraataque nuclear soviético.
Los estrategas y estrategias que se van a tratar son principalmente las de los Estados Uni-
dos, ya que éstas han sido las más importantes e innovadoras de las cuatro últimas
décadas. Es muy difícil hacer justicia, en un solo ensayo, a este debate estratégico; sería
imposible cubrir las líneas paralelas de la Unión Soviética, Francia, el Reino Unido y
China, sin contar con la relevancia de armas nucleares en debates sobre seguridad más
allá del conflicto Este-Oeste (1).
760 Creadores de la Estrategia Moderna

Los orígenes de la estrategia nuclear comienzan mucho antes de su llegada formal el 6


de agosto de 1945. Las bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki representaron un
paso dramático en las capacidades de destrucción masiva, pero sus implicaciones podrían
seguir entendiéndose en términos de teorías que prevalecen sobre el poder aéreo
estratégico.
Los ideólogos del bombardeo estratégico de las décadas de 1920 y 1930 habían
establecido ciertos preceptos que la experiencia de la Segunda Guerra Mundial calificó,
pero no derribó por completo: en el aire, las ventajas se hallaban en la ofensiva más que en
la defensiva; blancos relevantes para una ofensiva aérea podían ser tanto los centros
políticos y económicos del enemigo como sus fuerzas militares; ataques sobre estos blancos
podían suponer una contribución importante e independiente a una victoria. Los
entusiastas del poder aéreo se habían equivocado al exagerar estos preceptos. Los
bombarderos no siempre podían pasar y la población civil era más resistente a los
bombardeos que lo que esperaban los guerreros profesionales. El poder aéreo era un
instrumento devastador de desgaste, pero no necesariamente de shock decisivo y, por
tanto, era incapaz de traer una victoria por sí solo.
Con la llegada de la bomba atómica se argumentó que los entusiastas no se habían
equivocado. Las armas nucleares seguirían dependiendo de la aviación como transporte;
podría haber una batalla antes de llegar a sus objetivos, pero el salto del poder destructivo
significaba que un solo avión podía alcanzar la misma potencia destructiva que doscientos
(2). La experiencia de Japón, que se vio obligado a rendirse tras la destrucción de
Hiroshima y Nagasaki, proporcionó un triste recuerdo del poder e impacto estratégico de
la nueva bomba. El eventual enlace entre la fisión nuclear y el tipo de tecnología de
cohetes que exhibían las V-2 alemanas, prometía un arma imparable. Había perspectivas
de una batalla que no podría soportar ni siquiera la sociedad más unida y cargada de
moral. Ante la bomba atómica el resto de formas de poder militar se disiparían.
La presunción de que había llegado la época del poder aéreo de la bomba atómica fue
prematura; la lección de Hiroshima fue mucho más ambigua de lo que se reconoció en
aquella época. Al llegar agosto de 1945, los japoneses estaban próximos a la rendición y
fueron sorprendidos tanto por la participación soviética en la guerra como por la pérdida de
las dos ciudades. De todas maneras, el atacar a un enemigo con una defensa aérea mínima
y sin posibilidades de tomar represalias era únicamente una prueba de la efectividad de la
nueva arma (3). La disponibilidad de estas armas por parte americana era pequeña y,
aunque pocos extranjeros podían adivinar su cuantía, se reconocieron las limitaciones de
la escasez (4). Se creía que a los misiles intercontinentales les faltaban aún dos décadas, y la
fuerza aérea, poco dispuesta a ver la obsolescencia de sus pilotos, estaba haciendo todo lo
posible para que esta predicción fuese acertada (5).
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 7bl

Como las armas eran escasas y sólo podían ser transportadas a sus objetivos en aviones
que estuviesen muy protegidos de las defensas enemigas mediante un gran número de
aviones que les acompañasen, su costo en la práctica resultó ser muy elevado (6). Es más,
la grandeza de su poder destructivo no causaba agrado aún a pesar de la eficaz experiencia
de la guerra anterior. Antes de que las armas nucleares fuesen incorporadas a la estrategia
militar, hubo un intento serio, pero a última hora fútil, de controlarlas a través de las
Naciones Unidas. Había sospechas de que si no, afectarían gravemente a la Guerra Fría
(7).
Fue la Guerra Fría y en particular el bloqueo de Berlín en el verano de 1948, lo que
llevó, con el tiempo, a incluir las bombas atómicas en los planes de guerra americanos (8).
Esto ocurrió a pesar de la incomodidad que sentía el Presidente Harry S. Truman al
pensar que podrían utilizarse en combate (9). Cuando estalló la Guerra de Corea en 1950
no se utilizaron las bombas. Es más, en la revisión de la estrategia americana que siguió a
las pruebas del primer ingenio atómico soviético en 1949, se creía que los días en los que
Occidente dependiese de armas nucleares para su ventaja estratégica estaban contados.
Una de las primeras decisiones fue aumentar la importancia nuclear mediante la
autorización de desarrollar la bomba de hidrógeno (termonuclear) para poder seguir a la
cabeza, aunque la perspectiva de una eventual inferioridad empezaba a tener tanta
importancia como el deseo de mantener la superioridad (10). El documento clave de la
época, el NSC-68, mantenía que la bomba de hidrógeno conservaría la ventaja nuclear
americana durante la mayor parte de la década de 1950, pero reconocía que esta ventaja
disminuiría a medida que la Unión Soviética se pusiese al día como ya había hecho con las
bombas atómicas. Por lo tanto, la ventaja se utilizaba mejor como un escudo (11). La
invasión de Corea del Sur por la del Norte en 1950 proporcionó el estímulo para el pro-
ceso de rearme, que de otra manera podría haber dejado de existir antes de nacer, de
haber dependido en gran manera del NSC-68.
La herencia que dejó la administración Truman al Presidente Dwight D. Eisenhower
en enero de 1953 estaba, por lo tanto, revuelta. Por un lado, al seguir con la bomba de
hidrógeno, los Estados Unidos estaban llevando "la bomba atómica a la política de
exterminar a poblaciones civiles" (12). Y por otro lado, porque esta amenaza de
exterminio podía volverse contra las gentes de Occidente, ya que habían comenzado
movimientos para preparar defensas de intereses occidentales que no dependiesen de
armas nucleares (13).

II

El unificar esta herencia implicaba que el único papel a largo plazo de las armas
nucleares era disuadir al enemigo de su empleo. Sin embargo, en la práctica, las armas
nunca dejaron de estar en el centro del escenario. Esto, en parte,
762 Creadores de la Estrategia Moderna'

fue porque los acontecimientos a corto plazo oscurecieron las implicaciones de la política
de la administración Truman, y en parte también porque la administración Eisenhower
dio un giro a la política con destreza y vigor. Pero la historia de la estrategia nuclear de las
siguientes décadas es un retorno gradual al punto de vista sencillo de que, en condiciones
de estancamiento nuclear, los arsenales de estas poderosas armas tienden a anularse unos
a otros.
A principios de la década de 1950, los acontecimientos iban a una velocidad
demasiado rápida para que tal valoración se pudiese sostener con confianza. La intensidad
de la Guerra Fría daba un valor relevante a la bomba atómica que quizás no hubiese
tenido al ser menos tensas las relaciones internacionales. Es más, la tendencia más
pronunciada a largo plazo era un abastecimiento más completo de armas de
destructividad creciente. Estaba en marcha la producción en masa de armas. Con la
bomba de hidrógeno no había límites de poder destructivo. Anteriormente, este poder
podía medirse en el equivalente a decenas de miles de toneladas (kilotones o KT) de
TNT, como con los 16KT de Hiroshima. Ahora la medida era de millones de toneladas
(megatones o MT) de TNT. De esta manera era posible tener una idea del poder de las
destruye-ciudades. Por último, la llegada de la capacidad nuclear soviética significaba que
las decisiones sobre el papel de estas armas ya no eran únicamente prerrogativa de los
Estados Unidos. Frente a estos profundos acontecimientos, los intentos de volver a un
armamento convencional, presentados como soluciones temporales, no podían tener
un gran impacto.
En una época de abundancia nuclear y partiendo de un punto en el que la
superioridad nuclear americana se contemplaba como un método vital para
contrarrestar las ventajas soviéticas en cuanto a fuerza movilizada y geografía, iba a ser
bastante improbable que cualquier gobierno americano hiciese un esfuerzo por
mantener las armas nucleares en las líneas estratégicas. Pero, a pesar de que la
administración Eisenhower reconocía que la superioridad nuclear no duraría
eternamente, era menos susceptible que su predecesor a renunciar a cualquier
beneficio inmediato que pudiese dar esta superioridad temporal. Esta postura estaba
decidida tanto por una actitud extremadamente fuerte hacia la Unión Soviética, como
por la naturaleza de los problemas diplomáticos de la época y la preocupación por las
dificultades evidentes relacionadas con una mayor confianza en fuerzas convencionales.
La Guerra de Corea resaltó estas dificultades. La lucha en sí fue larga, desagradable,
inconclusa y, en consecuencia, políticamente impopular. Una explicación para el limitado
éxito alcanzado por las fuerzas de las Naciones Unidas bajo el mando americano fue las
restricciones políticas bajo las que se vieron forzados a actuar, en particular la prohibición
de la utilización de armas nucleares y el respeto de los santuarios en territorios chinos y
rusos. En una búsqueda de no quedar estancados en 1953, la administración dejó
entrever que estas restricciones podrían ser suprimidas. El progreso alcanzado en las
conferencias
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 763

para el armisticio, pareció haber convencido a la administración de que la superioridad


nuclear americana era, por lo menos en aquel tiempo, un trampolín diplomático
poderoso (14).
Un segundo problema que ocasionaban las fuerzas convencionales era su coste. Para
los gobiernos conservadores de Gran Bretaña y Estados Unidos, los programas de
armamento que habían heredado suponían un gran esfuerzo económico. La única
manera de reducir costes sin descuidar compromisos, era dar un respiro a las limitaciones
que rodeaban la utilización de armas nucleares y sustituir con estas las convencionales. En
1952, el gobierno británico había llegado a la conclusión que la mejor postura de
Occidente en su enfrentamiento a Oriente era depender de la disuasión (15). El Mariscal
del Aire Sir John Slessor, que estuvo muy relacionado con este cambio de postura, se
convirtió en el mayor responsable de la "Gran Disuasión" (16).
En enero de 1954, en una de las conferencias sobre la era nuclear, el Secretario de
Estado de los Estados Unidos, John Foster Dulles, anunció que los Estados Unidos tenían
la intención de, en el futuro, impedir la agresión en base "principalmente a la gran
capacidad de responder al instante con los medios y en los lugares que escojamos" (17).
Esta política se conoció como respuesta masiva y fue interpretada como una amenaza para
aplastar los centros políticos y económicos soviéticos y chinos como respuesta a cualquier
agresión, sin importar su límite. Era una interpretación no del todo justa, pero que la
administración no disipó.
Una de las dificultades de explicar esta política fue que reflejaba dos objetivos
diferentes. El primero era dar más valor al dinero. Pero el ejército no sabía si estaba o no
autorizado a utilizar armas nucleares siguiendo el proceso lógico de los acontecimientos.
Esto significó mantener unas fuerzas convencionales mucho mayores de las necesarias,
de haber confiado en que habría permiso para utilizar armas nucleares. Dada esta
confianza, se produciría un recorte de fuerzas convencionales, lo que llevaría a un ahorro
sustancial. Esto involucraba a las nuevas armas tácticas nucleares de corto alcance,
diseñadas para su utilización en el campo de batalla, tanto como a las armas estratégicas
más conocidas, diseñadas para su utilización contra el territorio enemigo. Por tanto, la
base de este aspecto de la política era reducir los requisitos de fuerza mediante la modi-
ficación de normas de combate. Se aprobó la NSC-162/2, en octubre de 1952. Como dijo
Eisenhower, la superioridad nuclear no iba a estar disponible para apoyar esta política
durante muchos años. La Unión Soviética ya empezaba a suponer una amenaza
sustancial a los aliados de América. No pasaría mucho tiempo antes de que los Estados
Unidos corriesen riesgos; la aviación soviética era capaz de causar grandes daños en el
litoral Este. El Presidente añadió que sería necesario reconsiderar el "énfasis de la
capacidad de causar daños de represalia masivos", si ésto llegaba a "suponer una
desventaja para los Estados
764 Creadores de la Estrategia
Moderna

Unidos" (18). Era, por lo tanto, un juego de circunstancias a corto plazo en el que se
basó una reorientación de la política americana.
El contraste entre las consecuencias a largo plazo y los fundamentos a corto plazo se
acentuó aún más cuando se consideraron las oportunidades diplomáticas inmediatas,
consecuencia de la superioridad que Dulles dio a esta política. Cuando se manifestó en
enero de 1954, tuvo en cuenta el triunfo tenido el año anterior con la utilización de
amenazas nucleares para finalizar el estancamiento coreano y la crisis de aquel momento
en Indochina, lugar sobre el cual la administración debatía sí y como debían ayudar a los
franceses, que estaban rodeados. Dulles reflejaba la crítica republicana de la política
exterior de la administración Truman, de la que se pensaba que había sido demasiado
tímida al permitir que la Unión Soviética impusiese las reglas de combate de la Guerra
Fría. Los comunistas intentarían ampliar su dominio aprovechándose de la
superioridad de sus soldados en zonas donde Occidente era débil. Debían reconocer que,
en tales circunstancias, las naciones occidentales responderían de una manera que les
conviniese y que bien podría incluir una respuesta nuclear masiva contra centros del
poder soviético. Dulles estaba interesado en extraer la influencia política de esta amenaza
mientras pudiese, en vez de desarrollar una base para la estrategia americana a largo plazo.
Pero este enfoque sólo era válido mientras los Estados Unidos pudiesen realizar las
amenazas con confianza.
La inevitable interpretación del discurso sobre respuesta masiva la hizo James Reston: "En
el caso de haber otra guerra en Corea, Indochina, Irán o cualquier otro lugar, los Estados
Unidos podrían responder instantáneamente con armas nucleares contra la URSS o la
China roja" (19). La creencia general era que los Estados Unidos iban por esta dirección.
Por ejemplo, en vez de llevar a los aliados de América a apoyar la política sobre Indochina,
sus sospechas les animaban a guardar distancia (20). Esta interpretación era razonable
aunque algo injusta. La idea básica era que la elección de respuesta no debía restringirse,
pero nunca se pensó que los Estados Unidos convertirían un pequeño enfrenta-miento en
una guerra nuclear a gran escala. Sin embargo, incluso la afirmación de que el castigo
impuesto por Occidente siempre estaría a la altura del crimen, requería confiar en que
Occidente no sería disuadido ante la amenaza del contracastigo. Debido a que la Unión
Soviética había demostrado su resolución y capacidad de alcanzar los Estados Unidos, no
se necesitaba mucha visión para reconocer que esta política tenía una base poco firme.
El discurso sobre respuesta masiva de John Foster Dulles sirvió como un estímulo para que
los especialistas americanos se interesasen en asuntos estratégicos. Durante la segunda
mitad de la década de 1950, una colección de libros y artículos examinaba las
contradicciones de la política de la administración. Los estudios iniciales, por supuesto los
que llegaron a conocimiento público, eran de naturaleza política en vez de militar.
Aunque, como ya veremos, se consideraban cuestiones como la supervivencia de las
fuerzas de represalia o la utiliza-
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 765

ción de armas nucleares tácticas, la mayoría de las críticas se centraban en que Estados
Unidos corría el riesgo de destrucción nuclear, y su política exterior ya no podía seguir
como si mantuviese un monopolio eficaz.
Se forjaron tres puntos básicos: no sería posible un enfrentamiento con el mundo
comunista que concluyese decisivamente, o dirigir guerras con objetivos ilimitados,
utilizando medios ilimitados, cuando las consecuencias para los Estados Unidos también
serían ilimitadas. Por lo tanto, a no ser que Occidente pudiese responder con medios
apropiados, se encontraría ante un gran dilema en el caso de un modesto reto soviético
en algún lugar de la periferia del "mundo libre". Como explicó William Kaufmann en una
de las primeras críticas académicas sobre la respuesta masiva: "Si los comunistas retasen
nuestra seguridad, y tendrían buenas razones para atreverse a ello, deberíamos resistir o
callar. Si ofrecemos resistencia, nos encontraríamos con todos los horrores de una guerra
nuclear. Si nos callamos, sufriríamos una seria pérdida de prestigio y perjudicaríamos
nuestra capacidad de establecer métodos de disuasión para prevenir que continúe la
expansión comunista" (21). Los académicos pensaban que sería improbable que su
superioridad nuclear sirviese como una gran defensa política, más allá de la mitad de
la década de 1950, a no ser que la administración estuviese preparada para responder
de una forma extremadamente temeraria.
Una vez adoptada, no iba a ser muy fácil un retroceso de la política de respuesta
masiva. Las ventajas políticas de la disuasión nuclear podían resultar difíciles de conseguir,
pero los beneficios económicos eran reales. Cualquier intento de volver a una estrategia
más convencional se encontraría con el problema de los recursos y mientras el dinero
extra no se encontrase, era lógico que se institucionalizase la respuesta masiva. Esto era lo
que ocurría en la OTAN, que estaba atravesando un profundo replanteamiento tras su
fracaso en ponerse de acuerdo sobre una Comunidad Europea de Defensa y de cumplir
los Objetivos de Fuerza de Lisboa de 1952, mientras intentaban rearmar a Alemania
Occidental. La política nuclear de la administración tuvo una seria consecuencia en la
manera en la que se comprendieron y apreciaron los compromisos que América tenía con
sus aliados.
Se había reconocido en el NSC-162/2 que deberían mantenerse guarniciones en
territorio aliado para asegurar que los Estados Unidos seguirían comprometidos en su
seguridad, aunque la prudencia sugería una política menos generosa. El compromiso
original que América tuvo con Europa Occidental, mientras duró el Tratado del
Atlántico Norte de 1949, se preocupaba menos de la manera de intervención que había
prometido América a sus aliados que de su existencia. La presunción era que de haber
existido tal compromiso en 1914 ó 1939, el Kaiser o Hitler no hubieran querido tomar
todas las democracias occidentales a la vez y la guerra se podía haber evitado.
766 Creadores de la Estrategia
Moderna

Fue con la sorpresa de la Guerra de Corea con la que la OTAN comenzó a desarrollar
y coordinar sus capacidades militares. Aunque ésto llevó a un incremento sustancial de
fuerzas convencionales, no fue hasta el nivel que se creía necesario, por lo que reinaba
un cierto pesimismo sobre la capacidad de la alianza de enfrentarse con el reto militar
soviético en Europa. Los miembros de la Alianza estaban, por lo tanto, receptivos a
cualquier idea americana que pudiese hacer frente a una agresión soviética con un
menor coste.
Con la aprobación de la Nueva Imagen de 1954, los Estados Unidos no sólo ampliaban
la confianza del efecto disuasivo de su potencia nuclear, sino que además forzaban a sus
aliados a asociarse con su estrategia nuclear. El hecho de que el cambio de la política
americana tuviese lugar a la vez que el rearme alemán tenía una función a largo plazo.
Bajo el plan para una Comunidad Europea de Defensa, que fue rechazado por los
franceses en 1954, el rearme alemán habría tenido lugar como parte de la fuerza
convencional europea. Y bajo los Acuerdos de París de ese mismo año, quedó bien claro
que el rearme requería un rechazo a una bomba alemana. Por su parte, Alemania insistía en
que su territorio no debía ser un futuro campo de batalla europeo, lo que significaba que
debería ser defendido en sus fronteras -defensa avanzada-. Debido a que los medios
convencionales no podrían lograr ésto, se tuvo que volver a la disuasión nuclear. Es más,
Alemania rehusó ser una potencia de segunda clase de la OTAN. Ya que la OTAN
planeaba integrar armas nucleares en su territorio y en sus fuerzas aéreas, las fuerzas
alemanas debían operar con estas armas (aunque las cabezas fuesen controladas por los
Estados Unidos bajo un acuerdo bilateral). Por todo ello, la coordinación de la Nueva
Imagen se convirtió en un medio no sólo para cambiar la balanza de las fuerzas
americanas de convencionales a nucleares, sino para institucionalizar una predisposición
nuclear en la estructura básica de las fuerzas de la OTAN que, a partir de entonces, sería
muy difícil de desechar.
Dulles había enfocado tanto este compromiso hacia armas nucleares que su
credibilidad dependía de la capacidad de los Estados Unidos para correr riesgos nucleares
a favor de sus aliados, lo que dependía de un desequilibrio sustancial a favor de
Occidente. El desarrollo de un equilibrio de terror calificaría inevitablemente el
compromiso nuclear americano con Europa, aunque también podría reforzar el
sentido general de los riesgos de una guerra. Es preciso tener en cuenta, además que esta
crisis por la extensión de la disuasión nuclear americana a Europa occidental, se podía
haber producido aunque no hubiese habido una garantía de utilizar armas nucleares como
respuesta a un ataque convencional sobre Europa occidental. Las capacidades nucleares
soviéticas suponían una amenaza para la Europa occidental y la Unión Soviética que
sólo podía verse amenazada por las capacidades americanas. Un equilibrio de terror hizo
cuestionar cualquier movimiento americano que pudiese involucrarle en una guerra
nuclear. Sin embargo, era la necesidad de disuadir un ataque convencional lo que llevaba
a cargar a las fuerzas nucleares americanas con peso mayor
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 767

del que podían soportar, además de requerir que su intervención fuese a muy corto
plazo.
En los siguientes años, los agentes de la administración reconocieron los problemas
que habían aparecido por la confianza en las amenazas nucleares de dudosa credibilidad.
Las calificaciones comenzaron pronto. Tras el furor causado por su discurso de enero de
1954, Dulles reconoció en un artículo que a pesar de la superioridad actual del "poder
aéreo" de los Estados Unidos, éste "no tenía por que ser eterno". A largo plazo, en vez de
depender de ciertas amenazas basadas en una confiada superioridad, sería necesario
contener al agresor, aunque Dulles seguía lo suficientemente confiado como para
reafirmar que la decisión de respuesta sería "nuestra y no suya" (22).
En 1956, la administración se vio forzada a revisar su estrategia. Se aprobó una nueva
"Nueva Imagen" en la que no debía existir ningún intento de mantener la superioridad
nuclear o de restablecer el desequilibrio convencional. En cambio, se esperaba que los
agresores potenciales estarían tan atemorizados ante la perspectiva de una guerra
nuclear que no se aventurarían a un desastre, probando la resolución americana. Para
1956, los miembros clave de la administración estaban preparados para describir la
situación en términos de un "equilibrio de terror" y dudaban sobre la posibilidad de una
superioridad nuclear útil (23). Lo que implicaba este equilibrio de terror en la diplomacia
americana era, como avisaban los expertos, que iba a ser muy difícil separar la influencia
política de la superioridad nuclear. En un imprudente comentario en 1956, Dulles
reveló que había encontrado más necesario el depender de su capacidad de demostrarse
decididos, aún estando al borde de una guerra catastrófica, que de una superioridad
nuclear (24). El sucesor de Dulles, en otro comentario imprudente, reconoció
oficialmente por primera vez que los aliados de América no confiarían en los Estados
Unidos para invocar una disuasión nuclear por su parte. En abril de 1959, el Secretario de
Estado, Christian Herter, informó al comité del Senado: "No puedo concebir que ningún
Presidente se comprometa a una guerra nuclear total a no ser que estuviésemos
corriendo el peligro de una destrucción total" (25).

III

La postura parecía estar basada en que el desarrollo de la capacidad nuclear soviética


estaba socavando progresivamente la premisa fundamental de la política de la
administración Eisenhower, aunque la política en sí permanecía sin cambios. Por
supuesto no había ningún cambio evidente en la estructura de la fuerza. La respuesta
lógica era volver a la política anterior a 1954 de aumentar las fuerzas convencionales
para compensar la disminución de la disuasión nuclear. Como hemos visto, cualquiera
que fuese la lógica tras este cambio, había poderosas razones económicas e
institucionales que se opondrían a ella.
768 Creadores de la Estrategia
Moderna

Esto se vio claramente cuando la administración Kennedy intentó hacer un cambio


parecido. Desde mediados de la década de 1950 hasta principios de la década de 1960,
hubo intentos tanto desde dentro como desde fuera del gobierno para desarrollar
fórmulas estratégicas que mantuviesen la política exterior americana y, en particular,
sus compromisos con los aliados, gracias a lo que se seguía viendo como la ventaja
occidental en armas nucleares. Estas fórmulas se convirtieron en la base de los esfuerzos
de las posteriores décadas para resolver los dilemas básicos de la estrategia nuclear.
La primera aproximación se basó en las posibilidades descritas a principios de la década
de 1950 de las armas nucleares tácticas de corto alcance. Esto fue a continuación de la
división de las fuerzas aéreas en alas estratégicas y tácticas; las primeras atacarían los
objetivos vitales del territorio enemigo y las segundas apoyarían al combate terrestre. Los
partidiarios de las armas nucleares tácticas esperaban poder cambiar el concepto de
estrategia de destrucción masiva y que volviese el concepto de traer "la batalla al campo
de batalla", según palabras de Robert Oppenheimer (26). Por estos motivos, el Mando
Aéreo Estratégico de la Fuerza Aérea estadounidense, aún imbuido en la filosofía de
bombardeo estratégico, se oponía a este desarrollo. Como se hizo visible que era
improbable que la OTAN aumentase sus fuerzas convencionales a un nivel necesario
para enfrentarse a un reto soviético, había un interés lógico en la posibilidad de utilizar
armas nucleares tácticas para compensar las deficiencias convencionales. Esto se vio no
como una alternativa al desarrollo de bombardeo estratégico, sino como un
suplemento. En una época de plenitud nuclear, se podían desarrollar ambos.
El argumento a favor de las armas nucleares tácticas se basaba en tres principios: que
estas armas constituyesen una ventaja occidental durante algún tiempo; que su utilización
favoreciese la defensa; y que se utilizasen sin causar grandes daños a las comunidades
civiles de los alrededores (27). La primera de estas propuestas inevitablemente duró poco;
la Unión Soviética desarrolló sus propias armas nucleares tácticas durante la década de
1950. Esto no hubiera importado mucho de haber sido válidas las otras propuestas. El
principio de que armas nucleares tácticas favoreciesen la defensa, asumía que para la
ofensiva, se necesitaría una gran fuerza preparada para una invasión y, por tanto, propor-
cionaría unos objetivos rentables para un ataque nuclear. Sin embargo, no era
descartable que el atacante también podría utilizar estas armas, como si fuese artillería
convencional, para agujerear las defensas con el objetivo de que pasasen sus fuerzas
terrestres. Había evidencia de que la Unión Soviética estaba pensando en utilizar las armas
de esta manera (28).
Los principales problemas surgieron con la tercera propuesta. En diciembre de 1953, el
presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor dijo que "hoy las armas nucleares han
alcanzado un status convencional dentro de nuestras fuerzas armadas" y su Presidente
dijo, en marzo de 1955, que "cuando se utilicen
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 769

únicamente sobre blancos militares y con objetivos estrictamente militares, no veo


ninguna razón por la que no se puedan utilizar como si fuesen una bala o cualquier otra
arma". Sin embargo, pronto se vio claramente que las armas nucleares no se podían
utilizar como si fuesen armas convencionales. Su radio de destrucción era demasiado
amplio y los efectos secundarios demasiado incontrolables para utilizarlas de una manera
precisa y discriminatoria. Una vez que el ejército empezó a maniobrar con armas nucleares
tácticas, se vieron claramente las terribles consecuencias para la población civil (29). Los
partidarios habían previsto que, de alguna manera, la guerra nuclear sería parecida a la
guerra naval con unidades móviles y autosuficientes maniobrando alrededor los unos de
los otros, pero la realidad de grandes unidades operando en áreas pobladas de
Alemania era bastante diferente (30). Como observó Bernard Bro-die: "un pueblo con
posiblidad de ser salvado gracias a nuestra utilización libre de armas nucleares sobre sus
territorios, probablemente sería el último en pedirnos ayuda" (31).
Si las armas nucleares no se podían utilizar como si fuesen convencionales, o si tal
acción involucrase decisiones estratégicas que pudiesen contradecir la descripción táctica
dada a estas armas, se complicarían los cálculos militares que rodeasen su utilización. Las
armas nucleares tácticas podían tener algún valor mientras el enemigo concentrase sus
fuerzas para una ofensiva en su lado de la frontera, pero si no podían ser armas que se
utilizasen como primer recurso, para cuando llegase la autorización para su utilización, las
fuerzas enemigas se habrían dispersado por el territorio a defender. En estas circunstancias,
las consecuencias para la población civil serían aún más terribles y la posibilidad de una
victoria militar, más remota. El ejército, que había argumentado que la introducción de
armas nucleares en su inventario incrementaría, en vez de reducir, sus requisitos de
tropa (basándose en que la limitada guerra nuclear se convertiría en una campaña de
desgaste en la que saldría victorioso quien tuviese más reservas), encontró muchas
dificultades en desarrollar tácticas nucleares. Las tropas terrestres, dijo un crítico, "no son
capaces de existir, y mucho menos operar, en el ambiente nuclear al que nuestra
estrategia les ha enviado" (32).
No pasó mucho tiempo antes de que los expertos y estrategas independientes
perdiesen su entusiasmo por una guerra nuclear limitada. Para prevenir que una futura
guerra llegase a una violencia sin restricciones, la mejor solución era no utilizar armas
nucleares. La distinción entre armas nucleares tácticas y armas nucleares táctico-
estratégicas, probablemente no se podría llevar a la práctica, y todo lo que se lograría con
su pronto empleo en el campo de batalla, sería una rápida transformación del conflicto
en algo más horrible y menos controlable que de haber sido otro el caso. En 1960, Henry
Kissinger reconocía que una estrategia nuclear limitada no era aconsejable (33). De
nuevo, defendiendo la idea predominante, era partidario de un cambio hacia las fuerzas
convencionales. Sin embargo, aunque el apoyo intelectual a una estrategia basada en
armas nucleares en el campo de batalla (34) había durado poco, las consecuencias
770 Creadores de la Estrategia Moderna

duraban mucho, ya que las propias armas habían sido desarrolladas, enviadas e
introducidas en las fuerzas terrestres de un gran número de países de la OTAN, así como
en las fuerzas estadounidenses destinadas en Europa. Llevárselas ahora sería
políticamente chocante. Es más, como la Unión Soviética también estaba introduciendo
armas de esta índole, siempre se tendría el pretexto de que se necesitaban en el lado
occidental aunque sólo fuese para disuadir la utilización soviética.
Ya que las armas permanecían en Europa integradas en las fuerzas terrestres, había un
continuo interés en modernizarlas como instrumentos con suficiente precisión como para
satisfacer su promesa de una defensa eficaz contra los avances soviéticos. Este pensamiento,
por ejemplo, estaba detrás del desarrollo de la "bomba de neutrones" o, como prefería
llamarla la OTAN, el "arma de radiación realzada", que fue el origen de una gran
controversia a finales de 1970 (35). Los que apoyaban dichas armas argumentaban que si
las armas nucleares se mantenían disponibles para su utilización en el campo de batalla,
sería más fácil la discriminación en su empleo y causar un menor daño colateral, pero no
eran adecuadas para contar con una estrategia basada en la pronta utilización de las
armas en el campo de batalla. Estudios de la OTAN llegaban a conclusiones negativas
sobre el valor militar del extendido ambiente nuclear (36). Como veremos, si las armas
nucleares tácticas tenían algún valor, éste era como un símbolo de paz del compromiso
americano con Europa y como un posible medio de resolución en caso de guerra.

IV

La dificultad que se encontró con la utilización de armas nucleares en el campo de


batalla fue que, una vez lanzadas las primeras armas, el éxito de la operación y el grado de
destrucción, dependían enteramente del carácter de la respuesta enemiga. Mientras el
enemigo tuviese capacidad para responder de forma contundente, la pronta utilización
por parte de Occidente originaría grandes y terribles riesgos. Una segunda manera de
acabar con el dilema nuclear dependía de la posibilidad de poder quitarle al enemigo su
capacidad de una respuesta eficaz.
No debe sorprender una de las primeras versiones de esto, empezar una guerra antes
de que la Unión Soviética aumentase su capacidad nuclear, ya que sólo fue una opción de
principios de la década de los 50 y entonces no se consideró seriamente (37). Más serio
fue el concepto de un ataque preventivo. Esto consistía en desarmar al enemigo de su
capacidad nuclear mediante su destrucción en tierra. Este punto de vista estaba incluido
en las tradiciones del poder aéreo. Sin embargo, aunque se suponía que las nuevas bombas
atómicas se utilizarían en un ataque sorpresa, también se suponía que los objetivos
serían civiles (38). Tan pronto como se divisó la realidad de que en cuanto el adversa-
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 771

rio tuviese capacidad de respuesta sería difícil iniciar las hostilidades, se disipó la
presunción de que la próxima guerra comenzaría inevitablemente con un ataque
nuclear por sorpresa (39). La idea generalizada a finales de la década de los 40 era que las
armas disuasorias no serían los objetivos idóneos para un ataque sorpresa porque se
presentaban muchas dificultades en encontrar todas y cada una de ellas (40).
Sin embargo, ante la perspectiva de llegar a un estancamiento nuclear con la Unión
Soviética y con las grandes mejoras tecnológicas en la búsqueda de objetivos y en la
vigilancia, creció notablemente el interés en este tipo de medidas, en particular en círculos
de las fuerzas aéreas (41). Es cierto que por entonces los planes de guerra nuclear estaban
haciendo un gran esfuerzo por encontrar métodos para destruir la creciente capacidad
nuclear soviética (42). Dada la fuerte predisposición nuclear de las declaraciones
estratégicas estadounidenses de la década de los 50 y los compromisos hechos con sus
aliados, era difícil ver como podía evitarse la lógica de dar primero. Al progresar esta década
creció la influencia de esta lógica, aunque el concepto de contraatacar objetivos que
tenía la propia administración, era criticado por aquellos (incluido el Ejército y la
Armada) que creían que la inclusión en el Mando Aéreo Estratégico de gran cantidad de
objetivos militares en los planes, hacía difícil limitar la posible escalada destructiva y los
requisitos de las fuerzas estadounidenses. La fuerza aérea aún mantenía, según las palabras
de su Jefe de Estado Mayor en 1959, que "la política estadounidense debe contemplar el
requisito de unas fuerzas adecuadas que permitan que los Estados Unidos tengan la
iniciativa bajo todas las circunstancias de guerra" (43).
Durante la década de 1950, la pregunta de si un lado podría desarmar al otro
mediante un ataque sorpresa surgió entre los políticos estadounidenses desde otra
dirección. Una serie de estudios desarrollados por un equipo de la Rana Corporation,
guiados por Albert Wohlstetter, enfocaron el problema desde un punto de vista
completamente distinto. ¿Qué pasaría si la Unión Soviética intentase atacar por sorpresa
las bases del Mando Aéreo Estratégico estadounidense? Este Mando, que tenía todas las
intenciones de tomar la iniciativa y, por lo tanto, ninguna intención de que sus fuerzas
fuesen destruidas en dicho ataque, no había pedido al equipo Rand que estudiase ese
tema. El equipo estudiaba los factores fundamentales en la elección de bases aéreas -
aparentemente de manera muy frivola- pero pronto concluyó que la vulnerabilidad a un
ataque sorpresa era uno de los factores más vitales. Investigando aún más, sugirió que al
juzgar las bases existentes con estos criterios, éstas salían mal paradas y Wohlstetter hizo un
gran esfuerzo para convencer a la fuerza aérea y a los políticos en general de los riesgos que
correrían si la Unión Soviética desarrollase la capacidad requerida (44).
Esta preocupación surgió en otros estudios de mediados de la década de los 50 y, para
finales de la misma, se tenía conocimiento de que la Unión Soviética
772 Creadores de la Estrategia
Moderna

llevaba la delantera en cuanto al desarrollo de misiles balísticos intercontinentales (ICBM:


Intercontinental Ballistic Missiles) (45). Esta opinión fue fomentada por el líder soviético
Nikita Khrushchev que había creído prematuramente que la ventaja de su país en el
desarrollo de los ICBM se traduciría en una ventaja en el despliegue de las armas (46).
Tras el éxito de la Unión Soviética en ser los primeros en lanzar un satélite artificial -el
Sputnik I- en octubre de 1957, hubo muchos que creyeron que los Estados Unidos se
estaban quedando atrás en la carrera de las armas. Aquellos que se preocupaban por la
vulnerabilidad de las bases americanas podían percibir los cambios dramáticos en el
pensamiento estratégico soviético desde la muerte de Stalin; habían ido desde el
menosprecio hacia la revolución técnico-militar (armas nucleares y cohetes de largo
alcance) hasta su defensa, y a la posibilidad de obtener el papel de sorpresa para
alcanzar una victoria decisiva (47).
Wohlstetter hizo públicas sus preocupaciones en un artículo publicado a principios
de 1959. Proporcionó una valoración técnica de los problemas conectados con el
mantenimiento de una capacidad de represalia, penetrando en defensas aéreas activas y
salvando defensas civiles pasivas. Concluyó: "La creencia de que un ataque sorpresa
planificado cuidadosamente puede ser frustrado sin esfuerzo, que podemos regresar a
nuestro letargo anterior al Sputnik, es errónea y su aceptación casi universal es
terriblemente peligrosa" (48). Es más, esta creencia no fue aceptada universalmente -
por lo menos fuera del gobierno- gracias, en parte, a los esfuerzos de Wohlstetter. La
mayoría de los especialistas civiles expresaban sentimientos similares (49). Cuando la
administración Kennedy tomó las riendas en 1961, el problema de la vulnerabilidad se
tomó en serio a los más altos niveles (50).
Lo que más destacaba era el método del artículo de Wohlstetter. El pueblo empezaba
a mostrar interés durante la década de 1950, en los estudiosos que tenían antecedentes
en ciencias políticas e historia y mostraban menos interés en el trabajo de aquellos cuyos
antecedentes estaban relacionados con economía, ingeniería y ciencias naturales -
principalmente porque la mayor parte de este trabajo era realizado en secreto- (51). El
nuevo estilo de análisis estratégico revelado por Wohlstetter era mucho más sistemático y
sensible al desarrollo tecnológico que los análisis anteriores y tenía su propia terminología y
conceptos. Por ejemplo, Wohlstetter introdujo los conceptos críticos del primer y segundo
ataque. Estos conceptos han sido el centro de debates estratégicos desde entonces y son
particularmente relevantes en temas preventivos y de vulnerabilidad.
Un primer ataque se refiere no sólo a los primeros tiros de una guerra nuclear, sino
a un ataque contra los medios de respuesta del enemigo. Un primer ataque victorioso
sería aquel en que se destruyesen las fuerzas nucleares enemigas en tierra o que las
interceptase en ruta antes de que alcanzasen sus objetivos. La capacidad para el segundo
ataque representaba la posibilidad de absorber un primer ataque y aún poder asestar
sobre el enemigo una respuesta
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 773

devastadora. Las fuerzas preparadas para el primer ataque debían ser capaces de atacar
los bienes militares del enemigo, pero no era imprescindible que fuesen capaces de
sobrevivir ellas mismas. La intención era no esperar que el otro bando pudiese atacar
primero. Por supuesto, cuanto más vulnerables fuesen estas fuerzas clave, mayores serían
las presiones para utilizarlas antes de que pudiese atacar el enemigo, aunque las
autoridades más responsables podrían preferir no utilizarlas. El requisito clave para una
fuerza de segundo ataque era que debía ser capaz de sobrevivir.
La preocupación por la vulnerabilidad de las fuerzas estadounidenses cambió la
tendencia que sostenía la superioridad estratégica, para detener los movimientos
expansivos del bloque soviético, por una en la que la preocupación se centrase en que tras
algún Pearl Harbor nuclear, los Estados Unidos se vieran derrotados. De esto se
desarrolló una tercera preocupación basada en que si ambos bandos buscaban una
capacidad de primer ataque, sería temible que el bando opuesto llegase primero, por lo
que las crisis serían mucho más tensas y peligrosas. Ambos bandos podrían querer evitar
la guerra, especialmente la guerra nuclear, pero podrían encontrarse de lleno en un
terrible enfrentamien-to por temor a lo que pudiese hacer el bando contrario. Kissinger
advirtió que la estructura de las fuerzas estratégicas de ambos bandos podría "contribuir a
la inestabilidad, cualquiera que fuesen las intenciones de ambos bandos" (52). Thomas
Schelling desarrolló el concepto del "miedo recíproco a un ataque sorpresa", por el que
"un pequeño intento en ambos bandos de dar el primer golpe" se "complicaría mediante
un proceso de imaginaciones mutuas". Habría ciclos sucesivos de "él piensa que nosotros
pensamos que .... él piensa que nosotros pensamos que él atacará; así que él piensa que
nosotros lo haremos; así que él lo hará; por lo que nosotros debemos ..." (53).
Al llegar el cambio de década, el tema predominante era el riesgo de comenzar
una guerra nuclear inadvertida gracias a una irresistible lógica militar, a modo de agosto
de 1914. Se buscaba la "estabilidad", lo que implicaba una situación en la que ningún
bando se viese tentado a tomar la iniciativa militar en una crisis por el deseo de
aprovecharse de su capacidad de primer ataque o para prevenir que el otro bando se
aprovechase de la suya. Asi, la estabilidad se alcanzaría o no dependería del desarrollo de
las respectivas estructuras de fuerza. "Para poder crear un estancamiento nuclear bajo
condiciones de plenitud nuclear es necesario que ambos bandos posean fuerzas de
respuesta invulnerables" (54). Por lo que no sólo era necesario asegurar que las fuerzas
americanas no serían vulnerables a un ataque sorpresa soviético, sino que, además, había
que asegurar a la Unión Soviética que sus fuerzas no eran vulnerables a un ataque
sorpresa americano. Esta nueva idea de intentar convencer a un enemigo potencial de
que no había ninguna amenaza grave contra sus más preciados tesoros estratégicos, no
era algo que se le ocurriese normalmente al ejército (a no ser que estuviesen planeando
una gran acción de distracción), pero no se impresionaron cuando la nueva raza de
estrategas civiles la propusieron. Sin
774 Creadores de la Estrategia Moderna

embargo, una mezcla de temor hacia una guerra nuclear, las persistentes crisis sobre
preguntas tales como el status de Berlín Occidental, la demostración por parte de la
Unión Soviética de una habilidad técnica impresionante con el lanzamiento del Sputnik y
la sensación de enzarzarse en una carrera de armas tecnológicas, significaba que había
una seria preocupación sobre si la situación perdería su control. De nuevo, respondiendo
a las preocupaciones de los estrategas civiles, la administración Kennedy aceptó la
necesidad de fomentar el desarrollo de una situación de igualdad nuclear estable, en vez
de una en la que los Estados Unidos eran palpablemente superiores, aunque sus primeras
acciones y declaraciones parecían ser más consistentes con el deseo de superioridad
(55).
Para todos los involucrados en debates nucleares -aquellos que creían que los Estados
Unidos debían disfrutar de una superioridad estratégica, los que estaban preocupados
porque la Unión Soviética estaba a punto de alcanzar dicha superioridad y los que
estaban convencidos de que la mejor situación era la de estancamiento ambiguo- la
pregunta clave era si las fuerzas se orientarían hacia capacidades de primer y segundo
ataque, o no. Bernard Brodie había discutido este tema con su claridad habitual, allá por
1954. "Si... estamos viviendo en un mundo en que ambos bandos pueden realizar un
ataque sorpresa sobre el otro, lo que destruye la capacidad de éste de una respuesta
significativa (lo cual es una pequeña definición de "éxito" para dicha empresa), entonces
tiene sentido ser generoso con el poder aéreo estratégico de uno mismo. ¿Cómo podía
uno permitirse, en esas circunstancias, impedir al Mando Aéreo Estratégico realizar sus
críticas misiones mientras esperaban que se probasen otras presiones y estrategias? Esta
sería la situación del duelo entre pistoleros americanos al estilo de la frontera del oeste. El
que lleva la ventaja al desenfundar y de puntería alcanza una victoria limpia. El otro está
muerto. Pero si, por el contrario, ninguno puede esperar eliminar el poder de respuesta
del otro, la restricción, que era suicida en un caso, ahora se convierte en prudencia y se
convierte en suicida el tirar sin ton ni son" (56).

En la segunda mitad de la década de 1950 parecía razonable suponer que la rapidez del
avance tecnológico sería desestabilizante. Avances dramáticos parecían ser la regla en vez
de la excepción. El bombardero de largo alcance fue seguido por el radar y después vino
la bomba atómica, la bomba nuclear, el satélite, los ICBM y más. Mientras se utilizasen
recursos masivos en investigación y desarrollo no había ninguna razón para pensar en que
la rapidez disminuiría. Es más, parecía haber un patrón tras el desarrollo tecnológico del
duelo defensivo-ofensivo. Tal como se encontraban nuevos medios ofensivos, se hacían
esfuerzos prodigiosos para desarrollar contramedidas, las cuales estimulaban
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 775

innovaciones en la ofensiva. Pero aunque ambos bandos hacían grandes esfuerzos en


aumentar sus defensas contra bombarderos de largo alcance durante la década de 1950,
los misiles de largo alcance seguían por sus etapas finales de desarrollo. Anticipándose a
este nuevo reto ya se estaba trabajando en el desarrollo de misiles antibalísticos (57).
El influyente Informe Gaither, que fue presentado al presidente Eisenhower tras la
noticia del éxito soviético del Sputnik, resumía todas estas expectativas. El informe
miraba hacia el futuro y sólo veía "una continua carrera entre la ofensa y la defensa.
Ningún bando podía permitirse quedarse atrás o no igualar los esfuerzos del contrario. No
habrá fin a las medidas y contramedidas". La situación no se inclinaba hacia la estabilidad
sino a un "equilibrio extremadamente inestable" en el que cualquiera de las naciones
podía acercarse a una capacidad decisiva sólo para que el otro le diese la vuelta a la
jugada. De momento y, por supuesto, sin una acción correctiva, "un ataque sorpresa podía
determinar el desenlace entre las dos grandes potencias" (58).
En 1959 Bernard Brodie, un poco pesimista, respondió a su propia pregunta de cinco
años antes: "Hoy la gran ventaja de la iniciativa de lanzar una guerra termonuclear sin
límites apenas puede ser rebatida y el bando que la posea puede esperar, en algunas
circunstancias, destruir el poder de respuesta de su oponente" (59). Basaba su valoración
en la presunción de que las evidentes tendencias en la era aérea iban a ser igual de
influyentes en la era del misil. James King dijo en una revisión del libro de Brodie que esto
reflejaba los verdaderos peligros involucrados en la transición entre las eras aéreas y de
misiles; mientras que los misiles de largo alcance estaban siendo 'Valorados en términos de
que ofrecían una amenaza sin precedentes a los bombarderos que se encontraban en sus
bases". Sin embargo, una vez que se enfrentaban dos fuerzas de misiles, un ataque sorpresa
podría ser menos atractivo ya que los propios misiles se protegerían con más facilidad (60).
Esto ya se había dicho en 1954 por científicos asociados con el programa de desarrollo del
ICBM. Los misiles no serían muy buenos al enfrentarse unos con los otros. Podían ser
escondidos, protegidos o cambiados de lugar para prevenir ser alcanzados en tierra y eran
demasiado rápidos para ser alcanzados en el aire. "Podemos esperar que la llegada de
misiles intercontinentales será seguida por estrategias principalmente disuasorias" (61).
Esto es exactamente lo que ocurrió, contrariamente a lo que predicaban los profetas
de la carrera de armas tecnológicas. Las fuerzas de misiles se introdujeron con la plena
conciencia de los problemas de vulnerabilidad. Al principio de la década de 1960, algunos
se almacenaban en silos subterráneos de hormigón reforzado. De forma más crítica, otros
estaban siendo instalados en submarinos nucleares. Los misiles balísticos lanzados por
submarinos se consideraban positivos para dar estabilidad. Las técnicas de guerra
antisubmarina no habían progresado lo suficiente (y todavía no lo han hecho) para
amenazar seriamente la supervivencia de una fuerza submarina de tamaño módico,
mientras que los
776 Creadores de la Estrategia
Moderna

misiles eran algo imprecisos y, por lo tanto, incapaces de alarmar al enemigo amenazando
sus medios de respuesta (62). En 1964, dos grandes científicos que habían ocupado
puestos importantes del gobierno, sugirieron que, efectivamente, la tecnología militar
había alcanzado un tope en el que era improbable un avance decisivo. Las poblaciones no
podían protegerse contra ataques, pero las armas si. Apuntaban hacia un único "elemento
potencial desestabilizante en la actual reserva nuclear", el desarrollo de una "defensa
antimisil con éxito", lo que representaba la última oportunidad para una verdadera
capacidad de primer ataque. Sin embargo, los autores no pensaban que tal desarrollo era
probable: las defensas deberían ser totalmente imperturbables, ser capaces de sobrevivir a
un ataque concentrado y sólo se podrían planear contra las cualidades conocidas de la
ofensa, que probablemente habrían sido mejoradas para cuando la defensa entrase en
servicio (63). Por todo ello, parecía haber llegado la condición de estabilidad basada en
unas fuerzas de respuesta invulnerables.
El Secretario de Defensa, Robert McNamara, había llegado a la conclusión de que si
se debía llevar a cabo una guerra nuclear, debían hacerse todos los esfuerzos posibles para
limitar el daño a los civiles. Sin embargo, a medida que se convenció, a través de un
análisis de propuestas para un gran programa de defensa civil, de que las ventajas
radicaban en la ofensiva y que el intento de desarrollar defensas efectivas sería tan
provocativo como inútil, puso todos sus esfuerzos en reforzar la estabilidad (64). El
concepto se contemplaba como una destrucción mutua asegurada y reflejaba su
predisposición hacia la sistematización y cuantificación. La destrucción asegurada,
evocando la jerga de 1964, se definió como "la capacidad de disuadir de un ataque
nuclear deliberado contra los Estados Unidos o sus aliados, manteniendo en todo
momento una clara capacidad de causar un grado inaceptable de daño al agresor o
agresores, aún después de haber absorbido un primer ataque por sorpresa" (65). Daño
inaceptable era la pérdida del 20 al 25 por ciento del pueblo y del 50 por ciento de la
capacidad industrial. No había ninguna duda de que para mediados de la década de
1960, los Estados Unidos podrían asegurar niveles de destrucción más altos que éstos.
La destrucción mutua asegurada era denominada con las desafortunadas siglas de
MAD (66) y después fue muy criticada al achacársele que tenía preferencia en atacar
objetivos civiles en vez de objetivos militares y porque amenazaban a otro pueblo en lugar
de defender el propio. Estas críticas eran injustas. McNamara sólo estaba describiendo
un estado existente de acontecimientos. Parecía ser el mejor estado nuclear posible y el
intento de alcanzar cualquier otro, pensaba McNamara, llevaba a la inestabilidad. La
destrucción asegurada era más una ayuda para el planeamiento de fuerza, un criterio
sobre el cual podían basarse nuevos desarrollos, que una doctrina para la guerra nuclear.
Si era esto último, entonces implicaba que los objetivos se concentrarían totalmente en
ciudades. Este no era el caso (67). En realidad no era ni siquiera una estrategia y su
debilidad fundamental (a la que volveremos) era que no tenía
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 777

directivas para la utilización de fuerzas estratégicas en el caso de que fracasase la


disuasión. La presunción era que si ambos bandos eran capaces de asegurar la
destrucción, los riesgos con la acción agresiva serían tan grandes que la disuasión
no fracasaría (68).
La mayor amenaza para la destrucción asegurada provenía de los misiles
antibalísticos (ABM: Antiballistic Missiles). Si al enfrentamiento ofensivo-defensivo
no se le iba a dar un nuevo estímulo, entonces debían resistirse a las presiones
poderosas, que aumentaban en los Estados Unidos en cuanto al desarrollo de
dicho sistema. En este caso, la Unión Soviética se adelantó con sus propios ABM's
y ésto derrumbó a McNamara. En términos de la teoría de destrucción asegurada,
la respuesta a tal desarrollo no sería un esfuerzo comparable por parte americana
en la misma área, sino otro paso hacia la ofensiva. Este paso lo dio McNamara en
1966, cuando autorizó el desarrollo de los MIRV: Múltiple Independently targetabk
Re-entry Vehicles. Esto consistía en dividir el extremo frontal de los misiles en un
número de cabezas individuales, multiplicando así el número de cabezas con los
que el enemigo tendría que enfrentarse (69). El hecho de que la Unión Soviética
siguiese adelante con los ABM's, además de los avances en tecnología de radar,
hizo irresistible la necesidad de un destacamento americano de ABM's.
McNamara hizo lo inevitable en septiembre de 1967, intentando, en todo lo
posible, salvar la situación para que el programa americano de ABM aparentase
ser anti-chino, en lugar de anti-soviético, y realizando una poderosa crítica de la
dinámica persistente tras la carrera de armas. En un discurso extraordinario para
un Secretario de Defensa americano, que resultó ser de despedida, identificó el
fenómeno acción-reacción en funcionamiento: "Cualesquiera intenciones, suyas o
nuestras, las acciones -incluso las realmente potenciales- de cualquiera de los
bandos, relacionada con el fomento de fuerzas nucleares, obligatoriamente
resulta en reacciones del otro bando". El enfrentamiento ofensivo-defensivo,
aparentemente en jaque unos años antes, estaba a punto de reafirmarse: "Si
tuviésemos que desplegar un gran sistema ABM a través de los Estados Unidos, los
soviéticos estarían motivados a aumentar su capacidad ofensiva en lugar de
cancelar nuestra ventaja defensiva" (70). La diferencia entre este análisis sobre
enfrentamiento de McNamara y aquellos de una década anterior era que, gracias
a su experiencia en el gobierno, había reconocido que los asesoramientos
estratégicos sobre los que se basaba la planificación, contaban con una
información imperfecta, especialmente los relacionados con las futuras
capacidades del bando contrario, y podían llevar tanto a una desconfianza
institucionalizada como a un análisis racional.
El fenómeno acción-reacción, y la preocupación por las presiones institucionales
tras la carrera de las armas, se convirtieron en un clásico del debate estratégico de
los años posteriores (71). El miedo era hacia un momento loco (otra de las frases de
McNamara), que llevaba a la carrera de las armas hacia sus niveles más peligrosos,
justo cuando las cosas se habían calmado en una condición estable de
destrucción mutua asegurada. Gran parte de este análisis se resumió en una
778 Creadores de la Estrategia
Moderna

campaña para prevenir el despliegue del sistema ABM americano. La administración


Nixon, que llegó al poder en 1969, rediseñó el programa anti-chino legado por McNamara
y lo convirtió en un diseño para proteger los silos americanos de ICBM's de un ataque
soviético. La administración tuvo alguna dificultad en demostrar que este sistema,
conocido como Safeguard, era capaz de realizar esta tarea, pero no podía considerarse
como un reto para la capacidad de destrucción asegurada soviética (72).
El resultado fue que el duelo ofensivo-defensivo no entraba en una fase nueva y más
peligrosa. La Unión Soviética parecía estar tan impresionada por el hecho de que los
Estados Unidos se propusieran introducir sus ABM's de primera generación, incluyendo los
MIRVs, que empezó a estudiar los de la siguiente generación. La administración Nixon,
encontrando dificultades para hacer que el sistema "Safeguard" fuese aprobado por sus
propios méritos, argumentaba que era necesario seguir apoyando el programa con el
objetivo de tener una baza para las nuevas Conferencias sobre Limitación de Armas
Estratégicas (SALT: Strategic Arms Limitation Talks). En mayo de 1972 se firmó el primer
acuerdo SALT en Moscú. En él, ambos lados acordaban limitar los destacamentos de
ABM's, confirmando así la superioridad de la ofensiva (73).
En la práctica, el enfrentamiento tenía un sólo bando. Tomar el reto de la defensa
más seriamente de lo que merecía en la década de 1960, dejó una herencia en forma
del programa MIRV, que obsesionaría en la década de 1970. Aquí no había problemas de
viabilidad. Para mediados de la década de los 70, Estados Unidos había multiplicado de
manera considerable el número de cabezas disponibles de ICBM's y misiles balísticos
lanzados desde submarino. El número de misiles estadounidenses se mantenía constante
en 1.750 unidades desde 1967. Una década después, estos misiles podían llevar más de
7.000 cabezas. El programa MIRVde la Unión Soviética empezó después y estaba rezagado
en cuanto a su fuerza marítima. Pero el mayor número de su fuerza de ICBM's significaba
que sería capaz de multiplicar sus cantidades más rápidamente y que la producción de
cabezas individuales era mucho mayor.
Las implicaciones de esta proliferación de cabezas ofensivas y las mejoras asociadas con
la precisión de estas cabezas predominaba en el debate estratégico de la década de 1970.
A continuación trataremos este debate. De momento es suficiente mencionar que la
principal consecuencia de este desarrollo era mejorar las opciones de contrafuerza y, en
especial, amenazar a las fuerzas terrestres del otro bando. Aunque había intentos de
demostrar que los submarinos estaban convirtiéndose en vulnerables (74), el consenso
era que había pocas señales de que los submarinos estratégicos, relativamente silenciosos,
con sus misiles de largo alcance, corrían el riesgo de enfrentarse a las medidas ofensivas
existentes (75). Aunque hubiese grandes progresos en cuanto a la guerra antisubmarina,
el problema de ejecutar un ataque coordinado, con sistemas no probados, contra un
amplio surtido de plataformas, era desalentador y las incer-
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 779

tidumbres demasiado grandes para garantizar un éxito. La reconocida vulnerabilidad de


los ICBM's y bombarderos, que aún se quedaban cortos en cuanto a una verdadera
capacidad de primer ataque, y la decisiva ventaja estratégica que había sido buscada,
fueron la fuente fundamental de inestabilidad que se había tenido desde la década de
1950.
Durante la década de 1980 se volvió a ver el interés en la posibilidad de un progreso
gracias a la defensa. En marzo de 1983, el Presidente Reagan reunió a los científicos de la
nación para desarrollar una respuesta a la "sorprendente amenaza de misiles soviéticos con
medidas defensivas". Buscaba nuevas posibilidades de sistemas espaciales que utilizasen
energía dirigida para efectuar interceptaciones. El Presidente dijo que no buscaba una
superioridad militar con este proyecto (aunque pensaba que obtendría tal superioridad si
tenía éxito). También admitió que el éxito se encontraba a muchas décadas de distancia
(76). Otros dudaban que fuese posible por una serie de problemas técnicos, políticos y de
recursos (77). No había evidencia de que estuviese próximo un cambio decisivo de ofensa
a defensa. En realidad, el plan del Presidente parecía depender de un tipo de restricciones
negociadas sobre misiles ofensivos para mantener la amenaza en unas proporciones
manejables. De momento, la suposición más segura era que la búsqueda de una
verdadera capacidad de primer ataque, seguramente fuese tan vana en el futuro como lo
fue en el pasado.

VI

Los intentos por desarrollar métodos para utilizar armas nucleares como si fuesen
convencionales o de desarrollar una capacidad de primer ataque eficaz debían verse en
términos de teorías prenucleares del poder aéreo estratégico y táctico. Si ninguno de
estos caminos parecían prometedores, entonces habría una revolución con el objeto de
igualar la revolución tecnológica.
El efecto de escalada era el concepto básico por el que surgieron muchos intentos de
desarrollar una estrategia nuclear de forma urgente. El término se debe considerar en lo
que se refiere a una transformación cualitativa del carácter de un conflicto en cuanto a
su creciente alcance e intensidad. El concepto tardó en desarrollarse y se ha utilizado de
maneras diversas (78). Ahora hay una creencia generalizada por lo que se refiere a algo
más que la única ampliación del conflicto: un movimiento cruzando el límite
previamente aceptado por ambos bandos. Ejemplos del tipo de los límites involucrados
son aquellos que separan objetivos civiles y militares, ataques sobre territorio aliado y sobre
las mismas grandes potencias y entre la utilización de munición convencional y nuclear.
A pesar de que el proceso se puede estudiar trabajando sobre muchos conflictos
prenucleares (79), hay una carencia de experiencias que puedan servir como guía en
conflictos de la era nuclear. Afortunadamente, ningún enfren-tamiento entre las grandes
potencias había progresado hasta un nivel más allá
780 Creadores de la Estrategia
Moderna

del enfrentamiento que ocurrió en octubre de 1962 cuando los soviéticos intentaron
destacar misiles en Cuba.
Esto significaba que los intentos por predecir el desarrollo de una futura guerra
siempre han involucrado un alto grado de hipótesis. La tolerancia nuclear -límite en
el que se abandonan las restricciones de la utilización nuclear- podía ser identificada,
pero muchas de las preguntas más interesantes eran sobre la existencia y mantenimiento
de límites más allá de la utilización inicial de estas armas. Hermán Kahn, que trabajó
mucho para desarrollar este concepto, fue capaz de identificar cuarenta y cuatro
peldaños del efecto de escalada, sindo las primeras armas nucleares el peldaño
decimoquinto, aunque el límite nuclear no se alcanzó hasta el vigésimosegundo. Kahn no
decía que su escalera fuese un pronóstico y también reconocía que la Unión Soviética
podría estar trabajando basándose en una escalera completamente diferente. Lo que
quería decir, era que el control podría ser ejercido por los políticos hasta el final de una
"guerra de ataque" apocalíptica (80). La primera cuestión era con qué facilidad se
podrían reconocer los límites más claros, y la segunda, si el paso a través de estos sería
deliberado o involuntario. La mayoría del debate sobre estrategia nuclear de las últimas
dos décadas giraba alrededor de la posibilidad de que un bando o el otro fuese capaz de
controlar un conflicto nuclear, hasta el punto de no verse forzado a sufrir un nivel
inaceptable de daños y, a la vez, enfrentarse a objetivos estratégicos.
Ya hemos tratado los problemas de lograr esto con un primer ataque o con el uso de
armas nucleares tácticas. La discusión sobre las posibilidades de una guerra nuclear
limitada afectaba al efecto de escalada, porque indicaba una disminución en la confianza
de la capacidad de controlar el desarrollo de un conflicto nuclear, aún en sus primeras
etapas.
Si las armas nucleares no se podían utilizar para lograr una victoria militar sencilla, su
utilización debería desviarse hacia objetivos políticos. Según Kahn "casi todos los analistas
están de acuerdo en que el primer uso de las armas nucleares -aún dirigidas contra
objetivos militares- tiende a orientarse cada vez menos a destruir las fuerzas militares
contrarias, o mermar sus operaciones, sino a acciones de desagravio, aviso, negociación o
disuasorias" (81). La mayoría de los intentos de desarrollar una estrategia nuclear más
"política", no progresó más allá de la idea de un crudo proceso de negociar o una
"competición de decisiones" (82). La dificultad de muchos de los esquemas propuestos
era que su aplicación sería bastante complicada y que el éxito dependería del grado de
comprensión mutua, que era improbable ante la presencia de intercambios nucleares.
Una cosa era demostrar el tipo de razones que había tras la tentación de los primeros
intercambios nucleares y otra muy distinta explicar cómo estos intercambios podrían
llegar a la resolución del conflicto en términos satisfactorios. Si el caso era aquél en que
ambos lados operaban de acuerdo con las reglas
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 781

acordadas, ¿cómo podrían estas reglas permitir que uno mejorase su postura mediante
ataques individuales? Si el uso nuclear sólo podía ser contemplado gracias a un fracaso a
nivel convencional, ¿tendría sentido utilizar el ataque inicial para alcanzar un propósito
político, en lugar de retroceder las posiciones en tierra? ¿Es que las negociaciones
alcanzadas al final de los intercambios nucleares serían muy distintas de las logradas
anteriormente? ¿Qué importancia tenían los factores que no eran intercambios nucleares,
en especial el transcurso de una batalla terrestre en Europa, en cuanto a su influencia
para el acuerdo final? Llegado el punto de que los ataques nucleares obtuviesen
resultados, ¿serían gracias a la capacidad para soportar el castigo o gracias a los distintos
aspectos que habían propiciado el conflicto?
Las dos consideraciones principales del efecto de escalada emergieron al fin. La
primera trataba del esfuerzo de sobrevivir -en un conflicto, dominando cualquier nivel
particular de la escalada, imponiendo al otro bando la responsabilidad de subir a otro nivel
más peligroso. La segunda trataba las incertidum-bres intrínsecas en el proceso de escalada
para lograr disuadir avisando al contrario de que las cosas podrían descontrolarse. Se
pueden comprender mejor considerando los puntos de vista de dos extraordinarios
teóricos: Hermán Kahn y Thomas Shelling.
Como hemos visto, la presunción básica de Kahn era que incluso un conflicto nuclear
podía ser llevado de una forma controlada y discriminatoria. Habría elementos de
irracionalidad presentes, pero incluso estos podían ser aprovechados con un propósito
racional. Utilizando una de las metáforas más comunes, un enfrentamiento entre las dos
grandes potencias suponía un juego infantil de gallina en el que dos coches corren el uno
contra el otro y se considera cobarde al primero que dé un volantazo; en este caso, había
ventajas en fingir irresponsabilidad o imprudencia. Sin embargo, las cuestiones
degenerarían en un concurso para decidir si había una completa simetría de capacidades y
seguramente este no sería el caso. En cada etapa de subida por la escalera, uno de los dos
bandos se sentiría mejor equipado para luchar. En una etapa en la que el enemigo
disfrutaba de la ventaja, se debía tomar una decisión sobre si deberían acordar términos
muy perjudiciales para el más débil o subir los peldaños siguiendo con la siguiente etapa,
que sería más violenta y peligrosa y puede que menos controlable, pero donde las ventajas
podían empezar a ir por buen camino.
La decisión sería más difícil cuanto más alto se subiera la escalera, por la necesidad de
tener una considerable posibilidad de éxito. Aunque la última lógica apuntaba hacia
una guerra de espasmos en la que ambos lados perderían todo, una asimetría suficiente de
capacidades a niveles menores aseguraría que una carga intolerable se cerniría sobre el
bando forzado a subir los peldaños. Kahn describió esta condición como dominio de
escalada: "Esta es una capacidad para que el bando que la posea, disfrute de grandes
ventajas en una deter-
782 Creadores de la Estrategia Moderna

minada región de la escalera .... Depende del efecto de reacción que tengan las
capacidades que compitan en el peldaño ocupado, un cálculo por parte de ambos de
lo que pasaría si el enfrentamiento se fuese a estos otros peldaños y los medios necesarios
para desplazar el enfrentamiento hasta alcanzar estos peldaños" (83).
La mayor dificultad de este punto de vista en términos reales era que la escalera
seguramente no parecía tan clara en la práctica como en la teoría. Algunas tolerancias
podían ser evidentes a nivel convencional, pero serían objeto de controversias y más
difíciles de reconocer una vez pasada la tolerancia nuclear. En particular había una
cuestión sobre si se podrían hacer distinciones entre ataques limitados contra objetivos
militares y grandes ataques contra ciudades (dado el daño colateral que resultaría de la
detonación de armas de rendimiento menor), o entre ataques sobre aliados y sobre
territorios de las grandes potencias (dada la proximidad del territorio soviético a un
campo de batalla europeo). ¿Qué pasaría si un bando intentase hacer un movimiento que
el otro no reconociese como una progresión ordenada de la escalera o si un fallo de las
comunicaciones llevaba a una sobreestima sustancial de la progresión de la escala de las
actividades del contrario? Si no había ninguna garantía de que la situación pudiera
mantenerse bajo control, se podría producir un proceso de escalada involuntario y los
dos bandos podrían encontrarse involucrados en intercambios masivos de armas
nucleares en contra de su voluntad. En la práctica, la tolerancia crítica iba a ser la
tolerancia nuclear. Esta era la conclusión a la que habían llegado los primeros teóricos
sobre guerra nuclear limitada. En este caso el dominio más útil de la escalada sería a nivel
convencional. Confiar en un supuesto dominio de cierto tipo de capacidad nuclear,
cuando no había manera de proteger a la sociedad de las consecuencias de un mal
cálculo ofrecía una pequeña base para confiar en los aspectos disuasorios o como un medio
de reforzarse en las primeras etapas de un conflicto.
Otra manera para aprovecharse de la escalada era a través de las incerti-dumbres
intrínsecas del proceso. Schelling mantuvo que aún después de haber fracasado la
disuasión, su primer objetivo era detener el comienzo de una guerra, existiría la
posibilidad de recuperar la situación. El punto importante era recordar que las armas
nucleares conseguían su efecto disuasorio, no a través de la capacidad de compensar un
desequilibrio militar, sino gracias a su capacidad de hacer daño. Esto podía influir en un
adversario después de haber comenzado las hostilidades. Sólo se detendría la influencia
sobre el comportamiento del adversario una vez que ésta se acabase y, por lo tanto, sólo
serviría de disuasión mientras existiese como una amenaza. La amenaza sería más creíble
si (a), no era igualada por una contraamenaza, lo que ya no era posible, o (b), si se
aplicaba automáticamente por la desobediencia del adversario, aunque era improbable
que ningún bando adoptase esta postura si no se obtenía (a). Por ello la amenaza
corría el riesgo de no ser tenida en cuenta, es decir
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 783

podría considerarse inútil, especialmente si no se había aplicado tras una agresión


enemiga.
Pero admitamos que había un elemento inevitable de riesgo de que el daño fuese
aplicado si cualquier bando pensase que ésto era un paso. Schelling no esperaba que se
desarrollase la escalada, como resultado de los pasos deliberados de unos gobiernos
calculadores que estaban concienciados de las consecuencias de sus acciones: "La
violencia, especialmente en la guerra, es una actividad confusa e incierta, altamente
impredecible dependiendo de las decisiones tomadas por personas falibles organizadas en
gobiernos imperfectos, dependientes de comunicaciones y sistemas de alerta no
plenamente fiables y de un rendimiento no probado de personas y equipos. Es más una
actividad de cabe-zonería, en la que compromisos y reputaciones pueden desarrollar su
propia política" (84). Había un riesgo inevitable de que las cosas se saliesen de quicio en
el paso de una guerra limitada a una general, particularmente una vez que se utilizasen
armas nucleares. El objetivo era aprovechar este riesgo mediante tácticas hábiles. Dejando
que la situación comenzase a deteriorarse, se forzaría al adversario a enfrentarse a que las
cosas se saliesen de quicio y esto podría hacer que se sintiese más confiado. Si las
amenazas disuasorias, dentro o fuera de la guerra, no eran creíbles mientras el
amenazador tuviese control total, entonces sería necesario renunciar a algo de control
para obtener credibilidad. Schelling llamó a esto "la amenaza que deja algo a la suerte".
Explicó que: "la clave de estas amenazas es que, aunque uno pueda ejecutarlas o no, la
decisión final no esté totalmente bajo el control del amenazante" (85).
El objetivo era crear una situación en la que sólo la sumisión del otro pudiese aliviar el
dolor compartido y eliminar el riesgo asumido (86). Esto, por supuesto, asumía que el
adversario tenía suficiente control para poder atacar. Los peligros de ceder
responsabilidad al enemigo para el desarrollo de un conflicto tan crucial eran enormes.
Supondría la abdicación de responsabilidad en el momento más crítico de la historia de
una nación. No obstante, Schelling estaba trabajando con un sentido mucho más realista
del carácter de una futura guerra que Kahn u otros, que creían que una guerra nuclear
podría tomar la forma de señales estilizadas, sin pensar en lo que les pasaría a los que
estuviesen recibiendo estas señales. Hasta el punto de que, incluso preparándose para
combatir una guerra de naturaleza tan incierta, se trataba de una amenaza que dejaba
algo a la suerte, Schelling ofrecía una visión de cómo operaría la disuasión en tiempo de
paz, en función al temor a lo desconocido, en lugar de a las amenazas específicas de un
enemigo potencial. El trabajo de Schelling era menos persuasivo en cuanto a la receta
para la disuasión intraguerra: fracasó al explicar que los mecanismos por los que se daba al
enemigo la responsabilidad de escalar a niveles superiores de violencia, le llevarían a no
aceptar el status quo, para no renunciar a las ganancias que ya había logrado. En este
sentido, la indiferencia de Schelling hacia la situación militar en tierra fue una debilidad
sustancial.
784 Creadores de la Estrategia Moderna

VII

La idea del dominio de la escalada absorbía a los estrategas. A finales de la década de


1950, se trabajó mucho en Rand para desarrollar tácticas nucleares que incluyesen
contraataques que se reservasen la capacidad de atacar objetivos urbano-industriales. La
suposición era que mientras no se atacasen ciudades soviéticas el incentivo ruso, sería
responder a ataques americanos sobre sus fuerzas militares, a pesar de que no estuviesen
bien dotados a este nivel. Robert McNamara reclutó a muchos hombres de Rand para
que trabajasen para él en el Pentágono, en enero de 1961, y trajeron consigo sus ideas de
una estrategia nuclear flexible. A mediados de 1962 ya habían sido reflejadas en la
política oficial (87).
Al propio McNamara le atrajo el hecho de que las autoridades centrales deberían
controlar la situación el mayor tiempo posible, aún después de haber estallado la guerra
nuclear. Pronto explicó a un comité del Congreso que quería que una fuerza estratégica
"tuviese un carácter que nos permitiese utilizarlo, en caso de un ataque, de manera fría y
deliberada y siempre bajo el control de una autoridad" (88). En julio de 1962, en una
presentación pública de un discurso clasificado, ya expuesto ante la OTAN, dijo: "Los
Estados Unidos han llegado a la conclusión de que la estrategia militar de una posible
guerra nuclear general debería ser abordada de la misma manera que las operaciones
militares convencionales lo han sido en el pasado. Es decir, los objetivos militares princi-
pales, en el caso de una guerra nuclear que estallase debido a un ataque principal a la
Alianza, debían ser la destrucción de las fuerzas militares enemigas, no su población civil.
La fuerza y naturaleza de las fuerzas de la Alianza hace posible que retengamos, aún
frente a un ataque por sorpresa masivo, la suficiente reserva de poder para destruir a una
sociedad enemiga si nos viésemos forzados a ello. En otras palabras, estamos dando a un
posible oponente el incentivo para abstenerse de atacar nuestras ciudades" (89).
Dado que la estrategia heredada por McNamara para una guerra nuclear general
involucraba un ataque masivo e indiscriminado sobre las gentes de la Unión Soviética,
China y Europa Oriental, esta propuesta, más controlada y flexible, era verdaderamente
revolucionaria. La dificultad era que estaba sujeta a varias interpretaciones, pero en
parte también era el resultado de una falta de claridad de objetivos y un fracaso en la
relación de esta doctrina con el estado de asuntos internacionales de principios de la
década de los 60.JLa influencia de la garantía nuclear que ofrecía Estados Unidos a Europa
debe considerarse como crítica para el desarrollo de la doctrina estratégica americana. Se
reconoció que un ataque convencional soviético sobre Europa Occidental, no podía
frustrarse sin recurrir a amenazas nucleares, pero que las propias amenazas nucleares care-
cían de credibilidad debido al alcance de la contraamenaza soviética.
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 785

McNamara negó la desconfianza en la guerra convencional, e intentó durante su


mandato convencer a los aliados de este punto de vista. Si fuese válido, la lógica llevaba a
que la OTAN no dependiese de la amenaza de utilizar armas nucleares. Esta idea tentó al
Presidente Kennedy en 1961. No la hizo suya debido a que la mayor crisis de ese año se
cernía sobre Berlín Occidental, que era la única parte de la alianza que se encontraba
indefensa en cuanto a medios convencionales. En el transcurso del conflicto Kennedy se
vio obligado a reafirmar el compromiso de la amenaza de primer-uso.
Si Occidente se veía obligado a ascender por la escalera, entonces la administración
prometía atacar objetivos militares y evitar ciudades. El tipo de objetivos que muchos
tenían en mente no eran los arsenales nucleares estratégicos de la Unión Soviética, sino
objetivos relacionados con una guerra terrestre en Europa, aunque los arsenales nucleares
acabarían convirtiéndose en objetivos. Sin embargo, sería muy difícil que la Unión Soviética
no interpretase el discurso de McNamara -y el incremento de la capacidad de los misiles
americanos- como preparativos de un primer ataque. El problema de interpretación se vio
acentuado por el hecho de que los conceptos de la nueva estrategia habían sido
desarrollados durante un período en el que se asumía que la Unión Soviética estaba
venciendo en la carrera de las armas nucleares. Para cuando la administración empezó a
perfilar la estrategia públicamente, se comprobó que la Unión Soviética estaba muy
retrasada pero, debido a la llegada de los satélites de reconocimiento, el Kremlin sabía
que los americanos conocían sus debilidades (90).
Por supuesto los líderes soviéticos reaccionaron alarmados ante la nueva doctrina y
almacenamiento de armas americanas. El Primer Ministro Khrushchev había proclamado
recientemente que su país tenía una fuerza creciente de misiles y había utilizado ésto
como la base de una reorientación de la estrategia soviética. Reaccionó de varias formas,
incluyendo dar énfasis a la vulnerabilidad de los europeos occidentales y haciéndoles así
rehenes del buen comportamiento americano. En otoño de 1962, se jugó todo y buscó
compensar el equilibrio colocando misiles en Cuba provocando así una de las más serias
crisis de la era nuclear. Lo que no hizo fue descubrir la idea de que la Unión Soviética
estaba interesada en volcarse sobre el control como había propuesto McNamara. Aunque
hubiese querido, la Unión Soviética no podría haber luchado de esa manera a principios
de la década de 1960. En su lugar, se había hecho un gran esfuerzo sobre el arsenal
nuclear soviético, incluyendo una enorme prueba atmosférica de 56 megatones, en
septiembre de 1961. También es digno de mención que durante la crisis de misiles en
Cuba, el Presidente Kennedy no actuó de acuerdo con la nueva estrategia: negó a la
Unión Soviética una opción de contrafuerza mediante la dispersión de aviones militares
estadounidenses en aeródromos civiles y amenazando con un gran golpe de venganza.
McNamara se preocupó de la nueva estrategia que diseñaba la Unión Soviética y aún
más del aparente deseo de la Fuerza Aérea Estadounidense de prepa-
786 Creadores de la Estrategia
Moderna

rar un primer ataque total, para confirmar los peores temores de la Unión Soviética.
Las discusiones dentro de la administración durante las crisis de los misiles de Berlín y
Cuba, convencieron a aquellos que participaron de que el empleo de armas nucleares a
cualquier escala sería improbable, como una opción viable para los Estados Unidos (91).
McNamara se preocupó mucho más de asegurar que la tolerancia nuclear no se aprobase
sin que se supiese lo que se podría hacer tras la aprobación de la misma. Casi a la vez que
se anunció la nueva estrategia, McNamara empezó a alejarse de ella, al principio
manteniendo algunos de sus aspectos, hablando de la necesidad de limitar el daño antes
de decidir acentuar una tragedia de guerra nuclear, concentrándose en la destrucción
asegurada.
Teóricamente, McNamara aún operaba en el marco del dominio de la escalada,
especialmente en términos de reservar las fuerzas de segundo ataque para prevenir a la
Unión Soviética de los peligros de escalar a ese nivel, pero se desilusionó ante la noción de
tolerancias superiores a la nuclear. Esta determinación de que no se aprobase la
tolerancia nuclear le enfrentó a los europeos occidentales en un conflicto. Estos no
querían aprobar la tolerancia, pero se preocupaban por las implicaciones disuasorias de los
argumentos americanos.
Los europeos dependían de los Estados Unidos para una protección nuclear,
pero entendían cuál era el elemento de irracionalidad que la capacidad de respuesta
soviética había presentado a la garantía nuclear americana. Cuanto más hablasen los
americanos de la necesidad de evitar nuclearizarse más sospechaban los europeos de que la
garantía estaba a punto de eliminarse. Los americanos estaban reduciendo sus riesgos de
una guerra en Europa pero, confirmando la improbabilidad de escalada al nivel nuclear,
también estaban reduciendo los riesgos de agresión a la Unión Soviética. Más fuerzas
convencionales para la OTAN negarían una victoria a la Unión Soviética, pero el coste de
un fracaso sería mínimo para el Kremlin; el propio territorio soviético seguiría ileso. Una
vez que no hubiese que preocuparse por una catástrofe nuclear, los cálculos de riesgo
soviéticos serían simplificados peligrosamente. Para los europeos toda guerra, y no sólo la
guerra nuclear, debía ser disuadida y la consiguiente disuasión requería, por lo menos, la
perspectiva de un regreso a las armas nucleares.
Había otro tema que McNamara quería prevenir a los aliados: el forzar a los Estados
Unidos a entrar en un conflicto nuclear contra su deseo y estaba preocupado por el
desarrollo de arsenales nucleares más pequeños entre los europeos. En un discurso de
julio de 1962 en el que describió la nueva estrategia, castigó a estas pequeñas fuerzas
calificándolas de "peligrosas, propensas a la obsolescencia y de no tener credibilidad como
fuerzas disuasorias". Los franceses en especial, tomaron mal lo que veían como un intento
de forzarles a salir del ámbito nuclear. No compartían la confianza americana de que una
defensa convencional era viable y argumentaban que la disuasión ahora dependía de la
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 787

incertidumbre de una futura guerra. Otros centros de toma de decisiones contribuyeron


a esta incertidumbre y así reforzaron la disuasión (92).
La crítica francesa de la OTAN se basaba, por un lado, en dudas sobre la credibilidad
de la garantía americana y en una preferencia hacia medios disua-sorios nacionales, y por
otro, en la creencia de que los lazos de la alianza se debilitaban. Esta última afirmación
era incorrecta y la estructura de la alianza en Europa siguió unida, aún cuando Francia
abandonó el Mando Militar Integrado de la OTAN en 1966. Otros países no siguieron los
pasos de Francia, que desarrolló arsenales nucleares independientes. El país más
importante era Alemania Occidental. Los alemanes sabían que Europa se alarmaría si
ellos decidiesen seguir en esa dirección y preferían utilizar cualquier mínima posibilidad
como fuente de influencia sobre los Estados Unidos (93). El deseo de mantener el control
sobre toda decisión nuclear y a la vez intentar satisfacer los deseos europeos de participar
en decisiones nucleares, condujo a unos proyectos muy planeados, de los cuales el más
notorio fue el de una fuerza multilateral (94).
El tema más importante de la queja europea era que los Estados Unidos estaban
intentando retirar su garantía nuclear ya que necesitaban estar alejados de la tolerancia
nuclear. Al final, se llegó a un compromiso. En 1967 -con los franceses ya excluidos- la
OTAN adoptó la estrategia de una respuesta flexible (95). La nueva estrategia era más
bien literatura que un plan de acción desarrollado cuidadosamente y estaba, por tanto,
sujeto a diversas interpretaciones, pero esto era inevitable debido a que era un intento de
reconciliar puntos de vista opuestos.
El aceptar la postura americana era aceptar la falta de una respuesta nuclear
automática a una agresión convencional. El intento se hizo para detener la agresión con
medios convencionales. Si esto fallase habría que utilizar armas nucleares tácticas. Si esto
no acababa satisfactoriamente con el conflicto, se recurriría a un arsenal nuclear
estratégico estadounidense. Esto no era más que una aprobación de un punto de vista
simplificado de la escalera. La cuestión era si el progreso por esta escalera sería deliberado
o no, si la OTAN buscaba el dominio de la escalada o únicamente dependía de la
amenaza y de la casualidad.
Por muchas razones, estaba claro que sería el segundo de estos puntos de vista el que
se adoptaría aunque sólo fuese por defecto. Los europeos estaban demostrando ser muy
resistentes a las presiones americanas de convencerles de que estaba disponible una
opción convencional viable (96). Una de las condiciones europeas para adoptar la nueva
estrategia era que no se podía suponer que pondrían más dinero para fuerzas terrestres.
Para entonces, el Ejército de los Estados Unidos estaba atascado en Vietnam y no había
ningún interés por parte americana de añadir nada al compromiso europeo. Por lo
tanto, había menos probabilidad de que la OTAN fuese capaz de sentir que iba a
controlar la situación a nivel convencional.
788 Creadores de la Estrategia
Moderna

Si hubiese existido confianza en que las armas nucleares tácticas (de campo de batalla)
pudieran cambiar el resultado de una guerra en Europa a favor de Occidente, entonces
se podría controlar la situación a ese nivel. Pero, como hemos visto, al llegar esta época
sólo había una ligera creencia en la posibilidad de librar una guerra nuclear limitada. Para
los europeos, la importancia de estas armas residía en que eran nucleares y no que se
pudiesen utilizar como si fuesen convencionales. Su valor no era como un medio de
prevenir la escalada al nivel estratégico, sino un medio de crear un riesgo para ello. De
acuerdo con la doctrina, se juntaría un arsenal estratégico estadounidense y una guerra
terrestre en Europa para que la Unión Soviética no pudiese evitar el riesgo de una guerra
nuclear total si considerase realizar una agresión convencional localizada. En los primeros
estudios del Grupo de Planificación Nuclear de la OTAN sobre la introducción de una
respuesta flexible (dirigida por los europeos), se hizo hincapié en su utilización inicial con
el fin de advertir al mando soviético para buscar una solución política, en lugar de
conseguir una ventaja militar (97).
A principios de los 70, la adopción de la respuesta flexible y de la destrucción
asegurada, demostró una desconfianza en la posibilidad de establecer y mantener
tolerancias diáfanas, una vez que se utilizasen armas nucleares. Mientras estuviesen
disponibles las armas nucleares y estuviesen ligadas de alguna manera a la defensa de los
Estados Unidos y de sus aliados, los riesgos que correría un agresor eran inaceptables. No
había necesidad de investigar la cuestión de qué se haría si la disuasión fracasaba, debido
a que parecía haber pocas razones para creer que fracasaría. El principio de la década de
los 70 fue un período de latencia en el que las dos grandes potencias parecían estar
clasificando sus diferencias. Incluso en las áreas en las que había conflicto y crisis, las armas
nucleares parecían irrelevantes. Ningún bando estaba practicando una diplomacia
nuclear. La última crisis en la que estuvieron involucradas armas nucleares fue la de los
misiles en Cuba. Hacia finales de la guerra árabe-israelí de octubre de 1973, aumentó el
estado de alerta de las fuerzas estratégicas americanas para prevenir a la Unión Soviética
contra su intervención directa del lado de Egipto. Lo más notorio de este incidente era
que la amenaza que los Estados Unidos intentaba expresar era el riesgo que se corría al
sacar las cosas de quicio, una amenaza que sembraba la incertidumbre.

VIII

Durante los años 70 se empezó a crear un reto para la dependencia de una amenaza
tan poco específica. Depender de dejar cosas al azar parecía un abandono de la estrategia,
por muy realistas que fuesen los términos de los temores actuales, las percepciones de los
líderes políticos y la dificultad de controlar el proceso de escalada una vez que
comenzase. No ofrecía ninguna directiva para el diseño de unas fuerzas o la preparación
de la clasificación de los objetivos.
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 789

La insatisfacción por esta postura provocó que se centrase la atención en la


destrucción mutua asegurada. Aunque los planificadores americanos no contemplaron el
ataque sin límites sobre ciudades como la única opción, el énfasis sobre la destrucción
asegurada también estaba implícito. Por ejemplo, en su discurso sobre política exterior al
Congreso en 1970, el Presidente Nixon preguntó: "¿Debe un Presidente, en el caso de un
ataque nuclear, tener como la única opción el ordenar una destrucción masiva de civiles
enemigos, sabiendo con seguridad que sería seguida por una matanza masiva de
americanos?" (99). No se hizo mucho para aceptar el reto del Presidente de desarrollar
opciones más atractivas, pero un número de personas no relacionadas con el gobierno
se aprovecharon de la frustración por el actual estado de los hechos. Por ejemplo,
Fred Iklé condenó la "engreída autosatisfacción actual en cuanto a la estabilidad y
firmeza de una disuasión mutua 'apoyándose' en una forma de guerra condenada
universalmente desde la Edad de las Tinieblas: la matanza masiva de rehenes". La
respuesta fue que aunque fuese desagradable depender de una amenaza de destrucción
mutua como única fuente de paz, parecía funcionar y, en ese caso, la actual situación
era un hecho real y estaba más allá de la política (100).
Poco a poco se incrementó el deseo de un cambio y las consecuencias se vieron en
discursos oficiales. Gran número de factores explican este cambio. Primero, el deterioro de
las relaciones internacionales, provocó la cuestión de qué debería hacerse si fallase la
disuasión. Segundo, se discutía que aunque los Estados Unidos pudiese estar confiando en
la amenaza de destrucción masiva, la Unión Soviética estaba avanzando hacia formas más
complejas y desarrollando una estrategia para combatir en una guerra nuclear. Esto
supondría atacar las fuerzas militares para limitar su capacidad de perjudicar a la Unión
Soviética y sus arsenales estratégicos y puede que incluso se preparase para una victoria
militar tradicional en tierra. Los temores de que la Unión Soviética se inclinaba por
obtener una decisiva ventaja estratégica se incrementaron como consecuencia del
incremento militar soviético, cubriendo todo tipo de capacidades militares, que
comenzaron a formalizarse a mediados de los 60. Aspectos preocupantes de la doctrina
soviética habían estado presentes durante algún tiempo. Pero ahora lo que los hacía más
preocupantes era la aparente convergencia entre doctrina y capacidad (101).
Con el desarrollo de la tecnología de las armas, se vio que sería posible obtener tácticas
nucleares más sofisticadas. La llegada de cabezas múltiples en misiles, la reducción de la
relación rendimiento-peso, la capacidad de diseñar armas nucleares, la creciente capacidad
de comunicaciones, mando, control y sistemas de reconocimiento y, más importante, la
capacidad de impactar en objetivos pequeños y protegidos, con una precisión asombrosa,
contribuyeron a que las armas nucleares se estuviesen convirtiendo en instrumentos que
se podían utilizar con precisión y discriminación.
790 Creadores de la Estrategia
Moderna

El factor más importante que dio forma a la estrategia nuclear de los 70, y que merece
especial mención, es el del control de las armas. En términos formales, mucha de la
actividad negociadora de los 70 se centraba en establecer la paridad entre las dos
superpotencias. Era una cuestión discutible si la paridad o asimetría entre la estructura de
las fuerzas de ambos bandos era de especial relevancia, dada las enormes cantidades de
poder nuclear ofensivo disponible en ambos bandos. Sin embargo, las negociaciones
sobre este tema animaron a debatir sobre el significado de disparidades particulares (102).
También fomentaba una diferenciación de categorías específicas de armas nucleares -la
"estratégica", la "intermedia", la de "corto alcance"-. Esto provocó el problema de
separar las negociaciones en áreas manejables, pero una consecuencia importante fue el
reforzamiento del concepto del efecto de escalada (103).
Durante los 70, todos estos factores intentaron provocar una vuelta a las estrategias
basadas en el concepto de dominio de escalada. El proceso empezó en 1974, cuando el
Secretario de Defensa, James Schlesinger, anunció que se desarrollarían una serie de
opciones nucleares para reducir la dependencia de amenazas de destrucción asegurada.
Schlesinger dejó claro que no sería ni viable ni deseable para desarrollar una verdadera
capacidad de primer ataque, pero en el caso de un gran conflicto, sería necesario utilizar
armas nucleares, lo más eficaces posible, para impedir el avance del enemigo y advertirle
que no continúe con su agresión (104).
La tendencia continuó bajo la administración Cárter. En 1980 el Secretario de
Defensa, Harold Brown, reveló una estrategia equivalente, conocida como la directiva
presidencial PD59, por la cual se aprobó esta estrategia. Esto amplió el desarrollo de
opciones, incluyendo una investigación de las posibilidades de luchar una guerra nuclear
prolongada y apuntar hacia objetivos clave políticos y económicos de la Unión Soviética.
Sin embargo, el concepto básico era que si la Unión Soviética subía por la escalera, los
Estados Unidos serían capaces de responder eficazmente en cada nivel (105).
En 1981, la administración Reagan llevó el proceso a la etapa siguiente. Decía no
hacer más que desarrollar las fuerzas necesarias para poner en práctica la doctrina de la
administración anterior. Sin embargo, hubo un definitivo cambio de tono. Se seguía
discutiendo que era necesaria la flexibilidad si la URSS decidía forzar el ritmo de escalada,
pero junto a ello, estaba la sugerencia de que la seguridad Occidental se vería reforzada si
los Estados Unidos se sentían capaces de forzar el ritmo (106). Este argumento había sido
desarrollado por unos estrategas civiles que mantenían que, como los Estados Unidos se
habían comprometido a iniciar las hostilidades nucleares para apoyar a sus aliados,
necesitaban tener alguna idea de a dónde podrían llevar estas hostilidades (107).
Durante las décadas de los 70 y 80, se trataron exhaustivamente las posibilidades de
dominar los diferentes niveles de la escalera. Ya hemos tratado las propuestas para utilizar
armas nucleares en el campo de batalla con el fin de cam-
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 791

biar el curso de una guerra terrestre en Europa. Estas no encontraron muchos seguidores
entre los europeos. El siguiente paso se conoció como el nivel intermedio. Incluía las
armas americanas con base en Europa Occidental, que podrían alcanzar la URSS, o las
armas soviéticas diseñadas para amenazar a los países de Europa Occidental. Estas armas
proporcionaron el tema central del inusual debate público sobre armas nucleares. Los
europeos, a pesar de no confiar en el programa de la OTAN, acordaron la instalación en
1979 de nuevos misiles de largo alcance en Europa Occidental, como parte de un plan
americano para sufragar una guerra nuclear limitada en Europa. La ironía de esta decisión
fue que estas armas no eran aptas para esta estrategia. Proporcionaban una conexión
entre intercambios nucleares estratégicos y una guerra terrestre en Europa y sólo de esta
forma encajaban entre sí. Si los Estados Unidos deseaban no verse en una futura guerra
nuclear, debían limitarse a amenazar el territorio soviético, Las críticas del programa
reflejan un reconocimiento general de la influencia de los conceptos de dominio de
escalada (y una desconfianza general de la política exterior de la administración Reagan),
pero en la práctica, el programa hundió cualquier plan de las superpotencias de limitar la
guerra nuclear a territorio aliado (108).
El nivel de escalada que trajo mayor discusión en Estados Unidos trataba de la
posibilidad de un ataque intercontinental contra los misiles con base terrestre en los
Estados Unidos. La discusión era que la destrucción de los ICBM's americanos dejaría a
los Estados Unidos sin la capacidad de responder (siendo insuficientemente precisos los
sistemas residuales americanos) y forzaría la escalada a un inaceptable nivel de
intercambios contra ciudades. Un escritor sugirió que esta vulnerabilidad de los misiles
fijos con base en tierra era "un suceso tan trascendental que la posibilidad de que
ocurriera debía ser suficiente para una revisión fundamental de la doctrina estratégica"
(109).
Era difícil explicar por qué esta vulnerabilidad era tan significativa. Para un
planificador soviético, los riesgos involucrados en realizar tal ataque eran muchos: a
pesar de todas las teóricas capacidades de sus misiles, él no podía estar seguro de que
podrían realizarse como se había dicho; siempre cabía el riesgo de que los americanos
lanzasen un aviso; y no había garantías de una respuesta americana tranquila, en especial
porque se consideraba que este ataque "limitado" provocaría bajas americanas en torno
a las decenas de millones (110). El debate sobre este tema se centraba sobre un nuevo
misil -el MX o Misil Experimental- que debía tener la suficiente capacidad ofensiva para
proporcionar unas opciones de contraataque necesarias, pero que también fuese
relativamente invulnerable a un ataque soviético. El segundo de estos dos requisitos
demostraba ser virtualmente imposible, a no ser con un coste y esfuerzo enormes (111). La
búsqueda la finalizó una comisión presidencial que puso a prueba la vulnerabilidad del
ICBM (112).
792 Creadores de la Estrategia
Moderna

En cada uno de estos casos, las dificultades a las que se enfrentaba cada
superpotencia ante cualquier intento de alcanzar y explotar el dominio de escalada,
tendía a socavar las sugerencias que podían servir como la base para una eficaz estrategia
nuclear. Otros estudios sobre la posibilidad de librar operaciones nucleares de
cualquier índole, tendían a confirmar este punto de vista (113). Cuanto más
persistía la administración Reagan en la sugerencia de que tales operaciones se podían
librar eficazmente, los más escépticos reafirmaban que en el fondo, Occidente seguía
confiando su seguridad en la amenaza de la incertidumbre (114).
Por ello, a mediados de la década de 1980, cuatro décadas después de la destrucción de
Hiroshima y Nagasaki, los estrategas nucleares continuaban fracasando en idear métodos
convincentes para utilizar armas nucleares, si fallase la disuasión, ni habían llegado a un
consenso sobre si el descubrimiento de tales métodos era esencial en el caso de que la
disuasión continuara. El dilema fundamental de la estrategia nuclear seguía tan insoluble
como de costumbre. Si existía algún consenso, era que los problemas de seguridad de
Occidente sólo se aliviarían si fuese posible tener unas fuerzas convencionales más fuertes
y así depender menos de las armas nucleares.

NOTAS:

372 El autor ha utilizado su Evolution of Nuclear Strategy (London, 1981) para escribir
este capítulo.
373 AirForce in the Atomic Age de H.H. Arnold en One World or None, ed. Dexter
Masters y Catherine Way (New York, 1946), 26-27.
374 Strategic Surrender: The Politics of Victory and Defeat de Paul Kecskemeti (New York,
1964), 202- 204. También ver entrevistas en el apéndice de The Decision to Drop the
Bomb de L. Giovannitti y F. Freed (London, 1967). Es una historia muy útil sobre la
decisión de atacar Hiroshima. Para una discusión de los temas estratégicos generales
surgidos del ataque ver The Study of Hiroshima de Lawrence Freedman en el Journal
ofStrategic Studies 1'Num. I (mayo 1978).
375 U.S. Nuclear Stockpile, 1945 to 1950 de David Alan Rosenberg del Bulletin of the
Atomic Scientists 38 (mayo 1982). En 1946 Bernard Brodie dijo que existían unas
veinte bombas, aunque admitió que podía ser menor; en realidad eran nueve (The
Absolute Weapon [New York, 1946], 41). En julio de 1947 sólo habían llegado a
tener trece.
376 Developing the ICBM: A Study in Bureaucratic Politics de Edmund Beard (New York,
1976).
377 Modem Arms andFree Men de Vannevar Bush (London, 1950), 96-97.
426. The Quest for Security: American Foreign Policy and International Control of the Atomic
Bomb, 1942- 1946 de Barton J. Bernstein en Journal of American History 60 (marzo
1974).
427. The Origins of Overkill: Nuclear Weapons and American Strategy, 1945-1960 de David
Alan Rosenberg en International Security 7, Num. 4 (Primavera 1983), 12-13.
428. En 1947 Truman dijo a David Lilienthal: "No pienso que debamos utilizar esta
cosa a no ser que sea realmente necesario. Es terrible ordenar la utilización de
algo que es tan terriblemente destructivo, mucho más que cualquier cosa que
hayamos tenido anteriormente" (The Journals of David E. Lilienthal, vol. 2, The
Atomic Energy Years, 1945-1950 [New York, 1964], 391).
10. Sobre la decisión de la bomba-H ver The Advisors: Oppenheimer, Teller and the
Superbomb de Herbert York (San Francisco, 1976); The H-Bomb Decision: How to Decide
without Actually Choosing de Warner R. Schilling en el Political Science Quarterly 76
(marzo 1961); American Atomic Strategy
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 793

and the Hydrogen Bomb Decision de Alan Rosenberg en el Journal of American History 66
(junio 1979).
462. A Report to the National Security Council by the Executive Secretary on United States
Objectives and Programs for National Security del Consejo Nacional de Seguridad, NSC-
68, de fecha 14 de abril de 1950. El autor principal fue Paul Nitze.
463. Report of the General Advisory Committee to the Atomic Energy Commission of October 30,
1949que aparece en The Advisors dYork.
464. Los resultados más importantes de este cambio fue el envío de tropas terrestres
americanas a Europa y los ambiciosos Objetivos de Fuerza adoptados por la OTAN
en Lisboa en febrero de 1952.
465. What in the Name of God is Strategic Superiority ? de Barry Blechman y Robert Powell
en el Political Science Quarterly 97 Num. 4 (Invierno 1982-83) sugiere que se exageró el
papel de las advertencias nucleares para asegurar el progreso.
466. Independence and Deterrence: Britain and Atomic Energy 1945-1952, vol. I, Policy Making
de Margaret Gowing (London, 1974), 441.
467. Slessor describió a la Gran Disuasión en términos muy similares a los empleados
posteriormente por Dulles. Escribió que era: "la contra-amenaza para los grandes
ejércitos y fuerzas aéreas tácticas de nuestro enemigo potencial. Es más, incluso nos
da un grado de iniciativa en la guerra fría, en lugar de siempre danzar al son del
enemigo" (The Place of the Bomber in British Stra tegy de John Slessor en el International
Affairs 23 Num. 3 [julio 1953], 302-303). También ver su Strategy for the West (London,
1954).
468. The Evolution of Foreign Policy de John Foster Dulles en el Boletín del
Departamento de Estado, vol. 30, 25 de enero de 1954.
469. Review of Basic National Security Policy del Consejo Nacional de Seguridad 162/2
de 30 de octubre de 1953. Para antecedentes ver Strategies of Containment: A Critical
Appraisal of Postwar American National Security Policy de John Lewis Gaddis (New York,
1982), 127-163; The New Look of
1953 de Glenn Snyder en el Politics and Defense Budgets ed. Warner R. Shilling et
al. (New York, 1962); y The Origins of Massive Retaliation de Samuel Wells, Jr. en el
Political Science Quarterly 96 (Primavera 1981).
526. New York Times de 16 de enero de 1954.
527. Para una discusión sobre la incapacidad de hacer frente a la crisis de Indochina
de la disuasión nuclear, ver el capítulo 8 de Deterrence in American Foreign Policy: Theory
and Practice de Alexander L. George y Richard Smoke (New York, 1974).
528. Military Policy and National Security de William W. Kaufmann (Princeton, 1956),
24-25. Los puntos de vista de Kaufmann comenzaron a circular en noviembre de
1954 en un memorandumbajo el titulo The Requirements of Deterrence, publicado
por el Centro Princeton de Estudios Internacionales. Este mismo punto de vista lo
dieron otros, provocados tanto por el conocimiento del incremento de poder
destructivo de las nuevas bombas de hidrógeno como por el discurso sobre
respuesta masiva. Por ejemplo, en Gran Bretaña Liddell Hart avisó en abril de
1954 de que "hasta el extremo de que la bomba H reduce la posibilidad de una
guerra a gran escala, aumenta las posibilidades de una guerra limitada seguida por
una agresión local extendida" (artículo reimpreso en Deterrent or Defence de B.H.
Liddell Hart [London, 1960], 23). Otros artículos y libros importantes sobre la guerra
limitada fueron: Limited War: The Challenge to American Strategy de Robert Endicott
Osgood (Chicago, 1957); Nuclear Weapons and Foreign Policy de Henry Kissinger (New
York, 1957); y Unlimited Weapons and Limited War de Bernard Brodie en The Reporter
del 11 de noviembre de 1954.
544. Policy for Security and Peace de John Foster Dulles en el Foreign Affairs 30 (abril
1954). Dulles también denunció la idea de que los Estados Unidos "pretendían
depender totalmente sobre bombardeos estratégicos a gran escala como el único
medio para disuadir y enfrentarse a la agresión".
545. El Secretario de las Fuerzas Aéreas Donald Quarles en agosto de 1956 dijo:
"Ningún lado puede esperar evitar la catástrofe de una guerra únicamente por un
pequeño margen de superioridad en aviones o cualquier otro medio de transporte de
armas atómicas. A partir de cierto punto, esta perspectiva no es el resultado de una
fuerza "relativa" de dos fuerzas opuestas, sino
794 Creadores de la Estrategia
Moderna

que es la "absoluta" en manos de cada uno y en las de la sustancial invulnerabilidad


a la interdicción" (citado en The Common Defense de Samuel P. Huntington (New
York, 1961), 101).
614. Dulles observó: "La habilidad de aproximarse lo suficiente pero no entrar en
combate es el arte necesario. Si no se puede dominar, inevitablemente se entra en
combate. Si se intenta escapar de ello, si se está atemorizado de llegar hasta el
borde, se está perdido" (entrevista con James Shepley en Life Magazine de 16 de
enero de 1956).
615. Citado en The Western Alliance: European-American Relations since 1945 de
Alfred Grosser (London, 1980), 173.
616. Esta era la opinión de los miembros del comité asesor general de la Comisión de
Energía Atómica que se oponían al desarrollo de la bomba de hidrógeno. Ver The
Advisors de York.
617. Uno de los ejemplos más notable de esto se puede encontrar en Nuclear and
Foreign Policy de Kissinger. También ver Massive Retaliation and Graduated Deterrence
de Anthony Buzzard en World Politics 8, Num. 2 (enero 1956). El propio Dulles
discutió de acuerdo con esto en un esfuerzo para sostener una política de
administración sin un retroceso a las fuerzas convencionales (Challenge and Response in
U. S. Foreign Policy de John Foster Dulles en el Foreign Affairs 36, Num. 1 [octubre
1957]).
618. Ver el capítulo 7 de Soviet Strategy in the Nuclear Age de Raymond Garthoff (New
York, 1958).
619. El más notorio ejercicio de este tipo fue la Carta Blanca, que tuvo lugar en
Alemania Occidental en 1955. En él las armas nucleares tácticas sólo se
"utilizaban" por el lado de la OTAN. Durante dos días se "explosionaron" 355
objetos, mayormente en territorio de Alemania Occidental. Incluso sin los efectos
de una radiación residual, ésto habría matado a 1,7 millones de alemanes y herido a
3,5 millones.
620. Ver los análisis del libro de Kissinger hechos por William Kaufmann en The
Crisis in Military Affairs en el World Politics 10 Núm. 4 (julio 1958) y por James King en
The New Republic, el 8 y 15 de julio de 1957.
621. More about Limited War de Bernard Brodie en el World Politics ÍONúm. 1 (octubre
1957), 117.
666. Can America Fight a Limited Nulear War de T.N. Dupuyen Orfós5Núm. 1
(Primavera 1961).
697. Limited War: Conventional or Nuclear? de Henry A. Kissinger en Daedalus 89
Núm. 4 (1960). Reimpreso en Arms Control, Disarmament and National Security ed.
Donald Brennan (New York, 1961).
698. La terminología en este campo es muy difícil. Cuando empezaba a estar clara la
noción de que era intelectualmente sospechosa un arma nuclear "táctica" se adoptó
el término fuerza nuclear de "teatro", que clasificaba las armas por su localización
en lugar de por su papel a desempeñar. Entonces fue necesario distinguir entre los
sistemas de teatro e largo alcance que se utilizarían contra objetivos en la
retaguardia del campo de batalla y los de corto alcance que se emplearían en el
campo de batalla. Sin embargo, muchos europeos notaros que en todos estos casos
las comparaciones se seguían haciendo con armas "estratégicas" intercontinentales",
que implicaba que el uso de armas de equivalencia similar contra cualquier aliado
de las dos grandes potencias sería algo menos serio que "estratégico". En un intento
de sujetarse a estas objec-ciones los Estados Unidos introdujeron el término fuerzas
nucleares "inmediatas" en 1981. A pesar de que muchos comentaristas se hubiesen
alegrado de utilizar ésto en lugar de lo que hasta entonces se conocía como fuerzas
de "teatro de largo alcance" como parte de la clasificaÇión basada en el alcance, la
OTAN complicó el asunto refiriéndose a las armas que originalmente se conocieron
como "tácticas" con el término "intermedias de corto alcance". Mientras,
comentaristas ajenos utilizaban cada vez más el término más revelador de "campo
de batalla" para clasificar estas armas. Esta confusión terminológica es relevante
únicamente por la mayor confusión doctrinal que revela.
699. Para una propuesta basada en la explotación de nuevas tecnologías ver A
Credible Nuclear-Emphasis Defense for NATO de W.S. Bennett et al., en Orbis
(Verano 1973). Para opiniones sobre el inventor de la "bomba de neutrones" ver
The Truth about the Neutron Bomb de Sam Cohen (New York, 1983). La
controversia se describe en The Neutron Bomb Controversy: A Study in Alliance Politics
de Sherri L. Wasserman (New York, 1983).
700. Por ejemplo, Michael Legge nos da una relación de cómo en estudios realizados
a principios de la década de 1970 sobre la utilización sucesiva de armas nucleares
de teatro para el Grupo de Planificación Nuclear de la OTAN se sugería que
aunque la utilización "en la forma de ata-
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 795

ques selectivos resultaría en una ventaja a corto plazo en ese área concreta, y
posiblemente
una pausa en el conflicto si el Pacto de Varsovia respondía con un ataque nuclear
a una
escala similar (o mayor), ninguno de los lados obtendría una significante ventaja
militar como consecuencia directa de la utilización de armas nucleares" y que una
utilización a gran escala "también resultaría en unos niveles inaceptables de daños
para ambos, la mayoría en territorio OTAN" (Theater Nuclear Weapons and the NATO
Strategy of Flexible Response de J. Michael Legge [Santa Monica, Calif., 1983], 26-27).
496. Ver Strategy in the Missile Age de Bernard Brodie (Princeton, 1959), 228-29. En el
otoño de 1954 en un informe de la Política de Seguridad Nacional Básica se decía,
tras una discusión sobre el problema, que "los Estados Unidos y sus aliados deben
rechazar el concepto de guerra preventiva o actos intencionados para provocar una
guerra" (ver Origins of Overkill, 34 de Rosenberg).
497. Por ejemplo, Edward Mead Earle escribió que la combinación de bombas de
átomos y cohetes "darían un gran valor al ataque sorpresa, planificado en secreto y
llevado a cabo "á outrance" (The Influence ofAirpower upon History, en Yale Review 35
Num. 4 [junio 1946]).
498. Uno de los primeros en llamar la atención a ésto fue Jacob Viner en un discurso
en noviembre de 1945 (The Implications of the Atomic Bomb for International Relations, en
Proceedings of the American Philoshical Society 90Núm I [enero 1946]).
499. Una excepción fue el There Will Be No Time de William Borden (New York,
1946).
500. Para los primeros ejemplos ver Counter-force Strategy: How We Can Exploit America's
Atomic Advantage de T.F. Walkowicz en el Air Force Magazine (febrero 1951); No Need to
Bomb Cities to Win War de Richard Leghorn en U.S. News & World Report de 28 de
enero de 1955.
501. El requerimiento en los planes para un ataque sobre la capacidad nuclear
soviética se remontaba a la administración de Truman (Origins of Overkill 25 de
Rosenberg).
502. Ibid., 58.
503. El informe original fue publicado bajo el título de Selection and Use of Strategic Air
Bases de AJ. Wohlstetter, F.S. Hoffman, RJ. Lutz y H.S. Rowen en RAND R-266 del
1 de abril de 1954. Para antecedentes ver The RAND Corporation: Case Study of a
Nonprofit Advisory Corporation de Bruce L.R. Smith (Cambridge, Mass., 1966) y a un
nivel más anecdótico Wizards of Armageddon: Strategists of the Nuclear Age de Kaplan
(New York, 1983).
504. U.S. Intelligence and the Soviet Strategic Threat de Lawrence Freedman (London,
1977), capítulo 40.
505. Strategic Power and Soviet Foreign Policy de Arnold Horelick and Myron Rush
(Chicago, 1966).
506. Un artículo que narraba los desarrollos del pensamiento soviético en este aspecto
fue The Revolution in Soviet Strategic Thinking de Herbert S. Dinerstein en el Foreign
Affairs 36 Num. 2 (enero 1958).
507. The Delicate Balance of Terror de Albert Wohstetter en e\Foreign Affairs JJ7Núm. 2
(enero 1959).
508. Por ejemplo, Bernard Brodie dijo: "Nuestra habilidad para responder con una
gran fuerza a un ataque soviético directo esta demasiado asumida por casi todo el
mundo, incluyendo nuestros políticos" en el libro Strategy in the Missile Age, 282,
publicado ese mismo año y Henry Kissinger escribió dos años después "Un requisito
para la disuasión es una fuerza de respuesta invulnerable" (Necessity for Choice [New
York, 1961], 22).
509. Ver How Much is Enough? Shaping the Defense Program 1961-1969 de Alain C.
Enthoven and K. Wayne Smith (New York, 1971). También comentan que el
"problema de la vulnerabilidad no era muy comprensible por todos". A pesar de
haberse reconocido la necesidad de proteger las armas ofensivas estadounidenses,
existía una noción menor de los problemas relacionados con la estructura del mando
y redes de comunicaciones a alto nivel (Ibid., 166).
510. La mayor excepción a ésto es la influencia de la que disfrutan los científicos
atómicos tras una guerra. Fundaron el Bulletin of the Atomic Scientists que durante
muchos años fue la publicación no-gubernamental principal para la discusión de
temas relacionados con armas nucleares y ofrecían unas presiones importantes
como antesala de los controles internacionales sobre desarrollos nucleares. Su
influencia interna gracias a sus lídered, incluyendo a Robert Oppen-heimer, fueron
derrotados por la cuestión del desarrollo de la bomba de hidrógeno. La comunidad
se dividió ún más cuando Edward Teller, que abogaba por la bomba de hidrógeno,
se asoció al esfuerzo de denegar a Oppenheimer una habilitación de seguridad en
1954. Tras el Sputnik los científicos regresaron a puestos asesores a niveles
superiores pero eran menos visi-
796 Creadores de la Estrategia
Moderna

bles fuera del gobierno. Ver American Scientists and Nuclear Weapons Policy de Robert
Gilpin (Princeton, 1962). Para una discusión sobre las diversas ideas sobre los temas
estratégicos ver los ensayos en Scientists and National Policy-Making ed. Robert
Gilpin y Christopher Wright (New York, 1964).
756. Arms Control, Inspection and Surprise Attack de Henry Kissinger en Foreign Affairs
38, Num. 3
(abril 1960).
757. The Strategy of Conflict de Thomas B. Schelling (New York, 1960), 207. Para una
crítica sobre
este concepto ver Deterrence andDefensede Glenn Snyder (Princeton, 1961), 108.
758. The Question of National Defense de Oskar Morgenstern (New York, 1959), 74.
759. John McNaughton, Vicesecretario de Defensa, en una conferencia en diciembre
de 1962 en laUniversidad de Michigan utilizó la frase de Schelling: "el temor
recíproco de una ataque sorpresa" y dijo: "Debemos preocuparnos por los factores de
estabilidad y del efecto dinámico dela carrera de las armas en cada una de las
decisiones que tomemos". Para un explicación completa de la decisión de las armas y
de la doctrina de los años de Kennedy ver Policies and Forcellevéis: The Strategic Missile
Program of the Kennedy Administration de Desmond Ball (Berkeley,1980).Unlimited
Weapons and Limited Warde Bernard Brodie. La "misión" a la que se refiere es equiva-
lente a lo que luego se describiría como un ataque de contrafuerza.
760. Para un ejemplo de la influencia de las expectativas del avance tecnológico ver On
ThermonuclearWarde Herman Kahn (Princeton, 1960). Kahn predijo ocho
revoluciones tecnológicas paramediados de la década de 1970. Para una narrativa
escéptica de las esperanzas de la época verRace to Oblivion: A Participant's View of the
Arms Racede Herbert York (New York, 1971).
761. Deterrence and Survival in the Nuclear Age del Panel de Recursos de Seguridad del
Comité AsesorCientífico (Washington, D.C., noviembre 1957). Para antecedentes
ver The Gaither Committeeand the Policy Process de Morton Halperin en World Politics 13
Núm. 3 (abril 1961).
802. Strategy in the Missile Age de Brodie, 176.
803. Airpowerin the Missile Gap de james E. King en World Politics 12 Núm 4 (julio 1960).
804. Design for Deterrence de Warren Amster en el Bulletin of the Atomic Scientists (mayo
1956), 165. Enel mismo número ver también Securing Peace through Military Technology
de C.W. Sherwin.
805. The Strategy of Conflict de Schelling, 288.
806. National Security and the Nuclear Test Ban de Herbert York y Jerome Wiesner en
Scientific American de octubre de 1964.
807. Hubo un gran número de propuestas para una minuciosa red de defensa civil
(incluyendo unaen el Informe Gaither. En julio de 1961 el Presidente Kennedy
presentó un programa pero amediados de los 60 fue virtualmente abandonado. Los
cálculos sugerían que a cada nivel dedaños, la defensiva debería gastarse tres veces
más que la ofensiva.
808. How Much isEnoughfde Enthoven y Smith, 174.
809. Las siglas fueron utilizadas por primera vez en Symposium on the SALT
Agreements de DonaldBrennan en Survival (septiembre/octubre 1972).
810. Targeting for Strategic Deterrence de Desmond Ball, en Adelphi Paper 185 (London,
1983), 14-15.
811. "Ninguna victoria importante es concebible en una tercera guerra mundial
ilimitada, ya queninguna nación puede vencer en un intercambio termonuclear a
gran escala. Las dos potencias mundiales que han alcanzado una capacidad mutua
de destruction asegurada son conscientes de ello" (The Essence of Security: Reflections
in Office de Robert S. McNamara [London,1968], 159-60).
812. Making the MIRV: A Study in Defense Decision-Making de Ted Greenwood
(Cambridge, Mass.,1975).
813. The Dynamics of Nuclear Strategy de Robert S. McNamara en el Boletín del
Departamento deEstado, vol. 57 de 9 de octubre de 1967.
814. Por ejemplo, The Dynamics of the Arms Race de George Rathjens del Scientific
American de abril
de 1969. Scientific American publicó una serie de artículos sobre este tema a finales
de los 60 y
principios de los 70, que trataban principalmente los ABMs y los MIRVs. Están
coleccionados
en Arms Control, ed. Herbert York (San Francisco, 1973). El interés en las fuentes
nacionales de
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 797

la carrera de las armas es muy evidente en los ensayos sobre el control de las armas
escritos en un número especial de Daedalus 104, Núm. 3 (Verano 1975).
840. US Intelligence and the Soviet Strategic Threat de Freedman, cap. 8.
841. CoUDawn: The Story o/SA£TdeJohn Newhouse (New York, 1973).
842. Por ejemplo, Strategic Deterrence in the 1980s de Roger Speed (Stanford, 1979), 56-
64.
843. Will Strategic Submarines be Vulnerable'? de Richard L. Garwin en el International
Security 8, Num. 2(Otoño 1983).
844. New York Times de 24 de marzo de 1983.
845. Sobre el estado del debate sobre los ABM en los 80, ver Ballistic Missile Defense de
Ashton B.
Carter y David Schwartz, eds., (Washington, DC, 1984).
846. Ver Evolution of Nuclear Strategy de Freedman, 210-211.
847. War: Controlling Escalation de Richard Smoke (Cambridge, Mass., 1977).
848. On Escalation: Metaphors and Scenarios de Herman Kahn (New York, 1965).
849. Ibid., 138.
850. Un esquema para llevar a cabo intercambios nucleares sin que las cosas se
salgan completamente de quicio fue desarrollado por Leo Szilard en Disarmament and
the Problem of Peace en elBulletin of the Atomic Scientists 11 Num. 8 (octubre 1955).
Morton Kaplan defendió esta opiniónprimero en un art Europa que conllevase una
"serie de represalias a plazos que progresivamente se convierten enrepresalias
multiplican por dos el valor de Europa" (The Calculus of Nuclear Deterrence en
elWorld Politics 10 Núm. 4 [julio 1958]). Luego contribuyó a una colección de
ensayos de unoscuantos estrategas civiles que buscaban explorar este punto de vista
(Limited Strategic War deKlaus Knorr y Thornton Read, eds., [New York, 1962]).
851. On Escalation de Kahn, 290.
852. Arms and Influence de Thomas Schelling (New Haven, 1966), 93.
853. The Strategy of Conflict de Schelling, 188. Énfasis en el original.
854. Ibid, 194. "Se crea, preferiblemente, el riesgo compartido con maniobras o
compromisos irreversibles, para que lo único que tranquilice la situación sea la
retirada del enemigo; de otramanera pued resultar en un concurso de nerviosismo".
855. Para antecedentes ver Wizards of Armageddon de Kaplan, Cap. 18. William
Kaufmann fue una delas figuras más influyentes en el desarrollo de los conceptos en
Rand y de su traducción a lapolítica oficial. Mientras que algunos de los asuntos de
la época McNamara en el Pentágonoestaban aún frescos y sin pulir, Kaufmann
proporcionó una exposición pública eficaz de ellosen The McNamara Strategy (New
York, 1964).
856. To the House Armed Services Committee, February 1961. Citado en The McNamara
Strategy de Kaufmann, 53.
857. Defense Arrangements of the North Atlantic Community de Robert S. McNamara
aparecido en elBoletín del Departamento de Estado, num. 47, 9 de julio de 1962. La
conferencia original deMcNamara a los Ministros de la OTAN el 5 de mayo de 1962
ha sido desclasificada.
858. Ver Evolution of Nuclear Strategy de Freedman, Cap. 15; también ver Policies and
Force llevéis deBall para una interpretación un poco distinta sobre las motivaciones
tras la nueva estrategia.
859. Esto se vio más claramente en el artículo de McGeorge Bundy, que fue el
ayudante especial deKennedy para asuntos de seguridad nacional. Escribió: "Hay un
enorme vacío entre lo que loslíderes políticos realmente piensan sobre armas
nucleares y lo que se asume en complejos cálculos sobre la Ventaja' relativa de la
guerra estratégica simulada. Pensar que los analistas decarros pueden disponer
niveles de daños 'aceptables' en cuanto a decenas de millones devidas. Pueden
asumir que la pérdida de docenas de grandes ciudades es de alguna manera
unaelección para algunos hombres. En el mundo real de líderes políticos (sea aquí o
en la UniónSoviética) una decisión que trajese una bomba de hidrogeno sobre una
ciudad de su propiopaís se conocería como una catástrofe; diez bombas sobre diez
ciudades sería un desastre másallá de la historia; y cien bombas sobre cien ciudades es
inpensable" (en To Cap the Volcano aparecido en el Foreign Affairs 48, núm /de octubre
1969, 9 -10).
798 Creadores de la Estrategia Moderna

888. El desarrollo de la teoría francesa esta fuera del contexto de este ensayo.
André Beaufre fue elteórico más importante que trató las necesidades de la
OTAN en su Deterrence and Strategy(London, 1965), publicado originalmente
como Dissuasion et Stratégie (París, 1964). PierreGallois cuestionó sobre si eran
posibles verdaderas alianzas en la era nuclear y desarrolló unconcepto para la
fuerza nuclear nacional en The Balance of Terror: Strategy for the Nuclear Age,trad.
Richard Howard (Boston, 1961), publicado originalmente como Stratégie de l'áge
nucléaire(París, 1960). La respuesta británica a este debate fue distinta a la
francesa en cuanto a que losbritánicos eran ya una potencia nuclear y eran algo
dependientes de la grandeza americanapara mantener una fuerza creíble. Ver
Nuclear Politics: The British Experience with an IndependentStrategic Farce, 1939-1970
de Andrew Pierre (London, 1972).
889. Germany and the Politics ofNuclear Weapons de Catherine McArdle Kelleher
(New York, 1975).
890. Los antecedentes de esta discusión se pueden encontrar en The Cybernetic
Theory of Decision deJohn Steinbruner (Princeton, 1974). Para una discusión
sobre los problemas de compartirasuntos nucleares surgidos en la doctrina
EE.UU. ver Nuclear Sharing: NATO and the N + ICountry en el Foreign Affairs
39, Núm 3 de abril de 1961.
891. "Este concepto .... está basado en el espectro de respuestas flexibles
adecuadas, tanto convencionales como nucleares, a todos los niveles de agresión
o amenazas. Estas respuestas, sujetas aun control político adecuado, están
diseñadas, primero para disuadir la agresión y por lo tantomantener la paz; pero,
en caso de ocurrir la agresión, para mantener la seguridad del área delTratado
del Altántico Norte bajo el concepto de la defensa de avance" (comunicado de
la reunión ministerial del Consejo del Atlántico Norte de 14 de diciembre de
1967).
892. Este debate está descrito desde una perspectiva americana en How Much is
Enough? de Entho-ven y Smitch, Cap. 4.
901. Theater Nuclear Weapons and the NATO Strategy of Flexible Response de Legge.
902. Según dos estudiantes que presenciaron este suceso, el mensaje de Estados
Unidos mediantesus acciones fue: "Si persistís en vuestra actividad, si seguís
adelante y lleváis fuerzas a Egipto,iniciareis un proceso entre nuestras fuerzas
armadas cuyos resultados finales no están claros,pero que podrían ser terribles"
(The Political Utility ofNuclear Weapons: The 1973 Middle East Crisis de Barry m.
Blechman y Douglas M. Hart en el International Security 7, num. 1
(Verano1982), 146-47.
903. United States Foreign Policy for the 1970s de Richard M. Nixon (Washington, DC,
18 de febrero de1970), 54-55.
33. Can Nuclear Deterrence Last Out the Century de Fred Iklé en el Foreign Affairs 51,
num. 2 (enero,1973); The Mutual Hostage Relationship between America and Russia
de Wolfgang Panofsky en elForeign Affairs 52, num. 1 (octubre, 1973).
34. Desafortunadamente, el debate soviético está fuera del contexto de este ensayo.
El debate en
los Estados Unidos sobre la estrategia soviética se puede ver en dos colecciones
de ensayos:Soviet Military Thiking de Derek Leebaert, ed. (Cambridge, Mass., y
London, 1981) y SovietStrategy de John Baylis y Gerald Segal, eds. (London,
1981). El debate se puede dividir en dospreguntas. La primera era sí la Unión
Soviética tenía una estrategia para conducir una guerranuclear basada en
ataques sobre objetivos militares y conteniendo algunos elementos de per-
suasión. Y la segunda pregunta era sí esta estrategia les otorgaba la suficiente
confianza paracombatir y ganar una guerra nuclear para que la disuasión
occidental se viese muy truncada.La evidencia sugería que los líderes soviéticos
permanecían muy atentos a los riesgos de unaguerra nuclear.
35. Esto produjo uno de los enfados más celebres del Secretario de Estado Henry
Kissinger: "Y unade las pregutas que debemos hacernos como un país es ¿qué es
la superioridad estratégica?¿Cuál es su significado, politicamente, militarmente
y operativamente en cuanto al nivel deestos números? ¿Qué se hace con ella?
(conferencia de prensa del 3 de julio de 1974, reimpresa en Survival
([septiembre/octubre 1974]).
36. El curso del control de las armas también esta fuera del contexto de este ensayo,
aunque cuestiones sobre la estrategia se relacionaron cada vez más con aquellas
del control de las armas yla discusión de varias propuestas se convirtieron en
ocasiones para debatir en mayor profundidad sobre la política de defensa y
exterior en general. He tratado la relación entre conceptosestratégicos y control
de armas en Weapons, Doctrines and Arms Control en el Washington
Quarterly(Primavera, 1984). Para historias sobre las conferencias sobre armas
estratégicas ver Cold
Las dos primeras generaciones de Estrategas Nucleares 799

Dawn: The Story of SALT de John Newhouse (New York, 1979); Endgame: The
Inside Story of SALT II (New York, 1984) y Deadly Gambits: The Reagan
Administration and the Stalemate in Nuclear Arms Control (New York, 1984), ambos
de Strobe Talbott.
28. Report of Secretary of Defense James Schlesinger to the Congress on the FY 1975 Defense
Budget and FY1975-79 Defense Program (Washington, DC, 4 de marzo de 1974).
Limited Nuclear Options: Deterrence and the New American Doctrine de Lynn
Etheridge Davis (London, 1976).
29. Uno de los oficiales responsables dejó clara la conexión con el concepto de
dominio de escalada: "la política dictaba que los Estados Unidos debe tener unas
opciones estratégicas que contrarresten de tal manera que a cualquier nivel de
intercambio, la agresión ni sería derrotada niresultaría en costes inaceptables
que excediesen las ganancias.... En general, la necesidad deestar preparados
para intercambios a gran escala pero no totales es aplicable a una situaciónen
la que ya ha comenzado una guerra principal, probablemente una en que ya se
hayan utilizado las armas nucleres tácticas. En este contexto, sería crítico que la
Unión Soviética siguiesecreyendo que no hay un nivel intermedio de escalada
en el que su uso sería un triunfo" (TheCountervailing Strategy de Walter
Slocombe, en el International Security 5, Núm. 4 de Primavera,1981,21-22).
30. Una estrategia en tiempo de guerra que enfrenta al enemigo, donde vaya a
atacar, con el riesgo de nuestra controfensiva contra sus puntos más
vulnerables fortalece la disuasión y sirvecomo una estrategia defensiva en tiempo
de paz" (The Reagan Defense Program: A Focus on theStrategic Imperatie del
Vicesecretario de Defensa Fred Iklé en el Strategic Review de Primavera,1982, 15).
Para una discusión sobre la relación entre los programas de Cárter y Reagan ver
PD-59, NSDD-13 y el Programa de Modernización Estratégico de Reagan de Jeffrey
Richelson en The Journal of Strategic Studies 6, num. 2 (junio, 1983).
31. Victory is Possible de Colin Gray y Keith Payne en el Foreign Policy num. 39 (Verano,
1980).
32. Nuclear Weapons in Europe de Andrew Pierre, ed. (New York, 1984).
33. The Future of Land-Based Missile Force de Colin Gray (London, 1978). También ver
Deterring OurDeterrent de Paul Nitze en Foreign Policy, num. 25 (Invierno, 1976-77).
34. The Effect of Nuclear War de la Oficina de Asesoramiento de Tecnología del
Congreso de losEstados Unidos (Washington, DC, 1979); Strategic Vulnerability: The
Balance between Prudence andParanoia de John Steinbruner y Thomas Garwin en el
International Security 50, num. 1 (Verano,1976).
35. SuperWeapon: The Making of MX de John Edwards (New York, 1982).
36. "Aunque la supervivencia de nuestros ICBMs es hoy en día tema de
preocupación (especialmente cuando el problema se mira en soledad) sería
mucho más serio si no tuviésemos ninguna fuerza de submarinos de misiles
balísticos en la mar ni una fuerza de bombarderos" (Reportof the President's
Commission on Strategic Forces [Washington, DC, abril 1983], 7).
37. Can Nuclear War Be Controlled? de Desmond Ball (London, 1981); The Command
and Control of
Nuclear Forces de Paul Bracken (New Haven, 1984).
38. Para un ejemplo ver los intercambios entre Theodore Draper y el Secretario de
Defensa Cas-
par Weinberger en el New York Review of Books, reimpreso en la obra Present
History: On Nuclear
War, Detente and Other Controversies de Draper (New York, 1983). The Illogic of
American Nuclear
Strategy de Robert Jervis (Ithaca, 1984), se opone al dominio de escalada y
favorece explícita
mente a la amenaza que deja algo a la suerte.
Michael Carver
26. La Guerra Convencional en la Era
Nuclear
26. La Guerra
Convencional en la Era
Nuclear

Cuando terminó repentinamente la Segunda Guerra Mundial con la explosión de


dos bombas atómicas sobre ciudades japonesas, hubo opiniones variadas sobre el efecto
que estas armas tendrían en el transcurso de una futura guerra. Algunos de los
aviadores que habían estado dedicados al bombardeo estratégico, pero que estaban
desilusionados porque éste no había acabado con otras formas de guerra como se había
pronosticado, creían que la bomba atómica haría ciertas sus predicciones. Otros, que
tenían opiniones menos extremas, pero que creían en el bombardeo estratégico como
una contribución significativa a la victoria, lo veían aún más decisivo que ante-
riormente. Y otros, incluidos la mayoría de los marinos y soldados, eran más escépticos.
El gran esfuerzo que requería la producción de las dos bombas, suponía que incluso la
nación más poderosa sólo podría tener unas pocas. El resultado principal era que las
flotas de bombardeo estratégico serían significativamente más pequeñas y, por lo tanto,
no debían disponer de la gran cantidad de soldados y dinero como había ocurrido
durante la guerra. Hasta la aparición de la bomba de hidrógeno o fisión en 1952, los
vencedores de la Segunda Guerra Mundial planificaban y entrenaban sus fuerzas como si
nada hubiese cambiado, preveían largas campañas por tierra, mar y aire, dirigidas según
las mismas líneas que las desarrolladas entre 1941 y 1945. Aunque se redujeron las
fuerzas de a pie, excepto en la Unión Soviética, se esperaba que la movilización de
reservas, tanto de hombres como de material, proporcionase los medios con los que se
lucharían las guerras. Gran Bretaña y Francia se enfrentaban al problema de mantener
o restaurar su autoridad imperial en África y Asia, una tarea que requería unos
ejércitos organizados y equipados según unas líneas más en consonancia con las que
utilizaron los británicos en Birmania en 1944 y 1945, que con las unidades destacadas
en Europa. Se necesitaban grandes cantidades de infantería apoyadas por transporte
aéreo. Contaban, por una parte, con sus propios reclutas y, por otra, con el
reclutamiento de soldados africanos y asiáticos, pero el transporte aéreo tardó en
llegar ya que las fuerzas aéreas preferían centrarse en los cazas y en los bombarderos.
804 Creadores de la Estrategia Moderna

La invasión de Corea del Sur por parte de la del Norte, en junio de 1950, dio lugar a la
primera prueba para estas ideas. Una de las primeras conclusiones fue que la bomba
atómica había hecho obsoleta la guerra terrestre; la otra fue que la idea de que la
posesión de la bomba otorgaba inmunidad de ser atacado o un poder excepcional.
Utilizando métodos de la Segunda Guerra Mundial, incluyendo un aterrizaje anfibio en
Inchon, el General Douglas MacArthur acudió en auxilio de la República de Corea de
Syngman Rhee e hizo retroceder a los norcoreanos hasta el río Yalú antes de finales de
octubre. Hasta entonces no se tuvo que preocupar mucho de los ataques aéreos
norcoreanos, pero la entrada de los chinos en la guerra cambió todo. Sus métodos se
asemejaban a los que habían utilizado los japoneses en su victoria sobre los británicos en
Malaya y Bir-mania en 1942, evitando las carreteras en las que se encontraban los
ejércitos americanos y de sus aliados y moviendo gran cantidad de infantería, transpor-
tando sus propios suministros a través de los montes sin carreteras. Al mismo tiempo, a
MacArthur se le negó la posibilidad de ampliar el poder potencial de las Fueras Aéreas y
de la aviación de la Armada estadounidense para atacar a las fuerzas y bases chinas más
allá del Yalú, desde donde operaba la fuerza aérea norcoreana, equipada con aviones
soviéticos más modernos y que en aquellos momentos suponía una importante amenaza.
La guerra se debía limitar por razones estratégicas: para evitar tanto un conflicto directo
con la Unión Soviética, como una guerra con China. Con gran enojo, MacArthur vio
restringida su libertad de acción debido a razones políticas, una situación que era
contraria al concepto que tenía el ejército de los Estados Unidos de cómo debían llevarse a
cabo las guerras. La lucha que se llevó a cabo durante la primera mitad de 1951 (cuando el
General Matthew B. Ridgway sustituyó a MacArthur, éste había estabilizado la línea
alrededor del paralelo 38), recordaba más a la Primera Guerra Mundial que a la Segunda.
Esto fue aún más cierto en los siguientes dos años de estancamiento que precedieron a
la firma del armisticio, en julio de 1953. Antes de que se estabilizase el frente, ambos
bandos emplearon una serie de ataques masivos de infantería, apoyados por intensos
bombardeos de artillería y por un reducido número de carros. La infantería china y
norcoreana sufrió grandes bajas al atacar en formaciones cerradas. Tras la estabilización,
tuvieron que aprender las viejas tácticas de las trincheras estáticas y de las minas, tanto
contracarro como contrapersonal. Cuando Dwight D. Eisenhower sucedió a Harry S.
Truman como Presidente en 1953, estaba decidido a que la nación más poderosa del
mundo no debía estar sufriendo bajas en una guerra tan pasada de moda en la que sus
modernas fuerzas armadas no podían hacer inclinar la balanza.
Algunos otros factores causaron que otras grandes potencias reconsiderasen cómo debían
estar preparadas sus fuerzas para la lucha. Entre ellos, destacaba la amenaza que suponía la
intransigencia soviética en Europa y que estaba respal-
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 805

dada por su enorme ejército, el cual ocupaba Europa Oriental; la extensión del poder de
Mao Tse Tung sobre toda China; los desarrollos en el campo de las armas nucleares,
especialmente la primera prueba de la Unión Soviética, y el desarrollo tanto de la bomba
de fisión como de armas más pequeñas, llamadas tácticas, con la previsión de que no
pasaría mucho tiempo para que a ambos lados de la división ideológica, existiesen
numerosas armas nucleares; y las crecientes dificultades a las que se enfrentaban Gran
Bretaña y Francia para mantener su autoridad imperial.
En Europa, el fracaso de las conversaciones sobre un tratado de paz para sentar el futuro
de Alemania, la absorción de Checoslovaquia por el bloque soviético y el bloqueo ruso de
Berlín, llevaron a la formación de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y
la conversión de las fuerzas de ocupación británicas, americanas y francesas en Alemania
Occidental, en ejércitos operativos. El plan para defender a Europa Occidental de la
amenaza de un intento de la Unión Soviética de ampliar su poder más allá de la línea
de demarcación que les separaba, estaba basado en hacer al río Rin la línea principal de
resistencia; basado en cifras de la Segunda Guerra Mundial, ésto requeriría alrededor de
un centenar de divisiones, casi la misma cantidad de fuerzas aliadas que al mando de
Eisenhower habían sido destacadas a Alemania al final de la guerra. No se consideraba el
incremento de estas fuerzas, pero había esperanza (aunque no confianza) en la posibilidad
de movilizar la cantidad necesaria en tiempo de crisis. Muchos de los movilizados serían
hombres que habían luchado en la guerra anterior y aún tenían una dosis de
entrenamiento y parte del equipo necesario se podía encontrar entre el sobrante del
conflicto. Pero a pesar de que se pudiera depender de las divisiones móviles, aún se
quedarían cortos. El rearme alemán era una solución parcial y la explotación del arma
nuclear otra. Hasta 1955, Alemania Occidental no pudo formar parte de la Alianza del
Atlántico Norte y comenzó la resurrección de sus fuerzas armadas. Para entonces estaba
claro que las armas nucleares no iban a ser la panacea que muchos, incluido B.H. Liddell
Hart, habían creído cinco años antes.
Liddell Hart, en su colección de ensayos titulado Defence of the West, publicada en 1955,
arremetía tanto contra la creencia de que las armas nucleares hacían obsoletas otro
tipo de armas como contra la total dependencia de las mismas. Sugirió que la Unión
Soviética y sus fuerzas armadas eran menos vulnerables a un ataque atómico que los países
de Europa Occidental y también que cuando ambos bloques poseyeran armas nucleares,
esto les disuadiría de su utilización. Dudó de la posibilidad de movilizar grandes ejércitos
según el patrón de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual se esperaba que
avanzasen por la Europa Oriental y ocupasen las bases desde donde pudiesen operar
aviones soviéticos. En aquel tiempo, a pesar de que predijo el uso de misiles balísticos y de
crucero portando cabezas químicas, no parecía asumir que fuesen capaces de llevar
cabezas nucleares. Presionó para implantar ejércitos de regulares que contasen con
divisiones móviles, perfectamente armadas, que se combinasen
806 Creadores de la Estrategia Moderna

con divisiones de infantería aerotransportadas, ambas explotando los desarrollos


modernos de la guerra química. Reconoció que la guerra total, empleando armas
nucleares y grandes ejércitos de reclutas, sería desastrosa. Tenía poca fe en los esquemas
diseñados para prevenir la guerra y pretendía que ésta fuese limitada. Pensaba que las
fuerzas del tipo que él proponía serían más eficaces para ese propósito. Desaprobaba
hablar de victoria y criticaba la descripción de la "Tercera Guerra Mundial" hecha por el
Mariscal de Campo Montgomery, el entonces Vice-Comandante Supremo de la OTAN
en Europa, en un importante discurso en el Instituto Real de Servicios Unidos de
Londres, en octubre de 1954. Montgomery dijo: "Quiero dejar bien claro que nosotros,
los que estamos en SHAPE, basamos nuestros planes operacionales en la utilización de
armas atómicas y termonucleares para nuestra defensa. Con nosotros ya no vale el
'Posiblemente se podrían utilizar', sino: 'serán utilizadas si somos atacados'. El motivo de
esta acción es que no podemos igualar la fuerza que puede enfrentarse a nosotros a no ser
que utilicemos armas nucleares .... Algunos dicen que si entramos en guerra, no se
utilizarán armas nucleares; yo estoy en desacuerdo con eso. Mi opinión es que el temor
hacia las armas atómicas y termonucleares es una disuasión poderosa para la guerra; pero
una vez que una guerra mundial caliente ha comenzado, ambos bandos seguramente las
utilizarán .... Con certeza nosotros las utilizaríamos si fuésemos atacados".
En ese mismo año el Presidente Eisenhower dijo a los Jefes de Estado Mayor
estadounidenses que en el futuro podían planificar contando con todo tipo de
armamento nuclear mientras fuese ventajoso para los Estados Unidos (1). El ejército de
los Estados Unidos había estado presionando a sus aliados para aceptar este concepto
desde que se había visto la posibilidad de desarrollar armas nucleares de menor tamaño
que las primitivas. Surgieron diversas ideas sobre cómo combinar su utilización con la
acción de otras fuerzas. La más aceptada fue utilizar una línea definida por un río como
área en la que explotar su efecto destructivo. Una fuerza móvil destacada demoraría un
avance enemigo mientras que un conjunto de observadores, bien equipados contra un
ataque atómico, sería destacado a puntos que dominasen el río y una fuerza móvil
preparada para contraatacar en la retaguardia. Se utilizarían armas nucleares para ataques
contra concentraciones de tropas enemigas que se concentrarían para cruzar por los
puntos de paso o en cualquier puente que, a pesar de esto, pudiesen haber establecido
en su lado. Entonces, atacarían las fuerzas acorazadas de contraataque y eliminarían los
restos.
Un concepto alternativo más sensible a la vulnerabilidad de las fuerzas de la OTAN ante
un ataque nuclear enemigo, consistía en dispersar las fuerzas defensivas en una serie de
posiciones estáticas bien protegidas, cada una equipada con su propio sistema de
transporte nuclear táctico y con el que se atacaría a las fuerzas enemigas que hubiesen
penetrado en las áreas vacías entre dichas posiciones; el golpe de gracia sería dado por
unidades transportadas por fuerzas aéreas. El control de este tipo de batalla tenía
grandes problemas, como tam-
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 807

bien los planteaba la actitud de los habitantes de las llamadas áreas de matanza. Se
pretendía que fuesen evacuados de antemano.
Ambos eran conceptos puramente defensivos. Otro más ambicioso era dejar caer armas
nucleares sobre ciudades y bases militares de la propia Unión Soviética, seguido de
aterrizajes aéreos que ocupasen el área y, como se esperaba, derrocase al desacreditado y
arruinado régimen comunista. La alternativa a este concepto irrealista era el de una guerra
broken-backed. Esto significaba que el intercambio inicial de armas nucleares acabaría con
las provisiones de ambos lados, tras lo cual ambos volverían a una campaña típica de la era
pre-nuclear. Este concepto era muy popular entre las fuerzas armadas y las fuerzas de reserva
ya que de otra manera no podrían justificar su existencia. Como habían aumentado los
arsenales nucleares de ambos lados, el concepto se debilitó ante la OTAN.
A finales de la década de los 50, la OTAN comenzó a dudar de la conveniencia del empleo
de las armas nucleares en el campo de batalla, para compensar la poca voluntad de sus
miembros de proporcionar fuerzas convencionales para igualar a las de la Unión Soviética,
las cuales eran incrementadas por los países satélites del Pacto de Varsovia. Las dos
razones principales de estas dudas eran la entrada de la República Federal de Alemania en
la Alianza y el desarrollo de la capacidad soviética de lanzar ataques nucleares sobre
ciudades americanas con misiles balísticos intercontinentales armados con cabezas de
fisión. Tanto los alemanes occidentales como los americanos eran reacios a creer que se
utilizarían armas nucleares en la primera infracción de la cortina de hierro. Además, los
alemanes no estaban preparados para aceptar planes defensivos que llevasen a la rendición
de una gran parte de su estrecho país antes de que hubiese intentos de detener un avance
enemigo. La credibilidad de una estrategia basada en una respuesta nuclear inmediata ya
se había probado en otras partes del mundo y ahora parecía debilitarse en lo concerniente
a la defensa europea.
La guerra coreana no había sido el único conflicto en el que la posesión de armas
nucleares había demostrado ser irrelevante. Cuando los franceses se encontraron frente
a la vergonzosa derrota a manos del General Vo Nguyen Giap en Dien Bien Phu, en
mayo de 1954, las consideraciones que habían llevado a Truman a no querer utilizar
armas nucleares en Corea persuadieron a Eisenhower a mantener las mismas
restricciones para apoyar a los franceses en Indochina. Tanto los factores políticos
internacionales como nacionales no sólo habían obligado a Gran Bretaña a no considerar
la utilización de armas nucleares, sino también a no emplear ataques aéreos
convencionales sobre objetivos que no fuesen aeródromos, en la operación anglo-
francesa del Canal de Suez en 1956. Incluso los ataques aéreos a pequeña escala, tal como
los de los franceses contra Sakiet en Túnez en 1957, causaron la protesta internacional.
El final de la década de los 50 presenció un repaso general en el mundo occidental sobre
empleo de las fuerzas armadas "como una continuación de la
808 Creadores de la Estrategia Moderna

política por otros medios". Las conclusiones tomaron dos formas. La administración
conservadora de Harold MacMillan en Gran Bretaña adoptó la postura de que eran
obsoletas las fuerzas voluminosas, basadas en el reclutamiento en tiempo de paz y que
podían ser movilizadas en caso de emergencia, apoyando su despliegue en las bases de
ultramar para enfrentarse a amenazas del tipo de la Segunda Guerra Mundial. En un
discurso de bienvenida al General Lauris Norstad, como el nuevo comandante supremo
de las potencias aliadas en Europa en 1957, MacMillan dijo: "No debemos guiarnos por la
ilusión; las fuerzas militares actuales no están diseñadas para ganar una guerra, sino para
prevenirla. No habrá campañas como las de antaño, con una victoria al final de una
larga lucha; la guerra total sólo puede significar la destrucción total". Igual que muchos
otros de aquel tiempo, buscaba medios para limitar la guerra. Para algunos, como Henry
Kissinger y André Beaufre, significaba buscar medios con los que la fuerza militar de la
nación pudiera utilizarse para apoyar a la política. Para otros, como Liddell Hart,
significaba intentar asegurar que si una guerra no podía ser evitada mediante disuasión,
podía ser limitada para que no terminase en una destrucción total. La experiencia
americana y francesa en el Extremo Oriente y la experiencia británica y francesa en el
Medio y Cercano Oriente habían dejado a estas potencias sumamente frustradas. A
pesar del gran compromiso de soldados y de financiación de defensa de los tres, las
posturas que habían intentado defender en Indochina, Medio Oriente y África del
Norte habían sido dañadas por las acciones de naciones o movimientos políticos cuyos
recursos militares, excepto en cuanto a soldados, eran muy inferiores. La desaprobación
internacional y nacional ante cualquier acción militar que no fuese la de movimientos de
liberación, junto con el temor de que podría llevar a una guerra nuclear, hicieron pensar
que ninguna operación militar podría ser llevada a cabo por una de las principales
potencias. Las pequeñas potencias y movimientos subversivos, animados y apoyados por la
distribución de armas y equipos de entrenamiento de la Unión Soviética y China,
estaban socavando al mundo capitalista-democrático occidental que parecía ser incapaz
de prevenir este proceso.
Expertos de los países occidentales invocaron que se concentrase la atención y el
esfuerzo en cómo librar guerras con armas nucleares, aunque Kissinger y otros en Estados
Unidos buscaban formas de guerras nucleares limitadas. Pero el General Maxwell Taylor,
Jefe del Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos, y el escritor americano Robert
Osgood, tomaron las riendas .a la hora de esgrimir que ya no se debía confiar en las armas
nucleares. André Beaufre y Raymond Aron en Francia, reacios a rechazarlas de pleno,
buscaban una solución en términos de una utilización nuclear muy limitada. En Gran Bretaña,
Liddell Hart estuvo tentado de unirse a los franceses, pero su percepción de cómo
tendían a dejarse llevar los líderes políticos y militares por sus grandes emociones surgidas
en una guerra, le persuadieron de seguir la línea que Kissinger había tomado: que las
únicas formas posibles de limitar una guerra para
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 809

evitar el suicidio mutuo eran o limitar el área geográfica en la que tuviesen lugar las
operaciones, prácticamente imposible en Europa, o abstenerse de utilizar armas nucleares,
puede que ambas (2). En otra colección de artículos y discursos, publicada en 1960 y
titulada Deterrent or Defence, Liddell Hart concluyó su capítulo titulado "¿Son las pequeñas
armas atómicas la respuesta?" con las palabras: "En teoría, estas armas pequeñas ofrecen
una posibilidad mejor de limitar la acción nuclear a la zona de batalla y así limitar su escala
y su campo de destrucción, para el beneficio de la humanidad y la conservación de la
civilización. Pero una vez que cualquier tipo de arma nuclear se utilizase, podría
desencadenarse rápidamente una guerra nuclear de grandes dimensiones. Las lecciones
de la experiencia sobre los impulsos emocionales de los hombres en guerra son mucho
menos reconfortantes que la teoría, la teoría táctica que ha llevado al desarrollo de estas
armas".
Se inclinó hacia la opinión de que fuerzas convencionales adecuadas defendiesen el área
entre los Alpes y el Báltico. Era necesario que las fuerzas tuviesen conocimiento del área a
defender frente a la gran fuerza que el Pacto de Varso-via podía desplegar si se tuviesen en
cuenta todas las fuerzas que podía movilizar. Abogó para que al menos la mitad de las
divisiones de las fuerzas terrestres de la OTAN en la Región Central, no estuviesen
comprometidas en posiciones defensivas, sino guardadas como una reserva móvil, y que las
fuerzas terrestres debían estar respaldadas por la milicia civil; algunos trabajarían en una
amplia red de puestos defensivos en la zona de avance, mientras que otros, en zonas de
retaguardia, defenderían los puntos clave de ataques aéreos. Las fuerzas terrestres
contarían con veintiséis divisiones, una parte bien armada y con una gran proporción de
carros y otra a base de infantería ligera. Resumió sus propuestas con estas palabras: "Lo
más prioritario hoy en día es reforzar la disuasión de la bomba H ya que se ha convertido
en una amenaza de doble filo, por lo que hay que desarrollar una barrera y un extintor de
fuego no nuclear en tierra, preparada para utilizarse sin vacilación ni demora".
El pensamiento americano se encaminaba por la misma dirección, pero por otros
motivos. No les gustaba la idea de que, debido a la escasez de una defensa convencional
adecuada en Europa, se esperase de ellos que recurriesen inmediatamente a la
utilización de armas nucleares, lo que significaba arriesgarse a un contraataque soviético.
Su paraguas o garantía nuclear para los aliados europeos, en especial para la República
Federal Alemana, que habían rechazado la posesión de estas armas, no se podía
retractar, pero al menos se podía posponer su uso con la esperanza de que se podrían
detener las hostilidades antes de que llevasen a un suicidio mutuo. A principios de la
década de los 60, Robert S. McNamara, Secretario de Defensa del Presidente John F. Ken-
nedy, presionó a sus aliados europeos para que aumentasen la potencia de sus fuerzas
convencionales para poder lograr esto. Se encontró con una gran resistencia. Los
gobiernos europeos encontraban difícil, políticamente, aceptar gastos de defensa mayores
e incrementar la duración del servicio militar, cuando
810 Creadores de la Estrategia Moderna

estaban intentando lograr justo lo contrario (los británicos suprimieron por completo
el servicio militar obligatorio). También se sospechaba que las propuestas de McNamara
llevaban implícito que la garantía nuclear americana se debilitaba y podría llevar también
a que se debilitasen sus fuerzas convencionales en Europa. La larga discusión que provocó
McNamara condujo a la larga a la aceptación de la política conocida como respuesta
flexible. Bajo este concepto, que introducía el de una defensa adelantada, las fuerzas de
la OTAN intentarían detener una invasión soviética utilizando únicamente sus fuerzas
convencionales, esperando que el horrible resultado de un intercambio nuclear
persuadiría a ambos lados de que hiciesen la paz. En caso contrario, la OTAN
implantaría lo que de manera correcta se definiría como una respuesta nuclear graduada,
descrita por Beaufre como guerra nuclear sublimitada. Un pequeño número de armas
nucleares -puede que sólo un tiro de muestra- se utilizaría con la intención de convencer
a la Unión Soviética de que la OTAN estaba preparada para tomar una decisión nuclear
y que, por lo tanto, ambos debían contenerse. Si esto también fallaba, la OTAN subiría
por la escalera peldaño a peldaño hasta que, se pensaba, la aproximación al suicidio
mutuo persuadiese a uno de los lados a solicitar el alto el fuego. No estaba claro por qué
debía ser el lado contrario.
Las operaciones de las fuerzas no nucleares de la OTAN bajo este concepto ocasionaban
serios problemas: además del impuesto por la defensa adelantada, que admitía cambiar
espacio por tiempo, debían estar preparadas para la utilización de armas nucleares,
tanto por ellos como contra ellos, en cualquier momento y debían dar esa impresión;
pero debían intentar prolongar la fase convencional del combate el mayor tiempo
posible sin perder mucho terreno. En términos prácticos, esto requería unas fuerzas
convencionales grandes, lo que intentaban evitar los políticos de la OTAN. Las
dificultades se agravaron con la salida de Francia de la organización militar en 1966 y la
desviación del esfuerzo y atención de América hacia Vietnam.
Aunque esto se denominaba respuesta flexible, no era lo que quería significar el término
cuando fue inventado por Maxwell Taylor en su ensayo A National Military Program,
escrito en 1955. El creía que los arsenales nucleares de ambos lados se compensaban. Bajo
esta tapadera de nulidad nuclear, como era descrita por Liddell Hart, las potencias
comunistas estaban haciendo movimientos subversivos para retar a Occidente que había
puesto tanto empeño en sus Marinas, en sus Fuerzas Aéreas y en sus armamentos
nucleares, que no tenían fuerzas eficaces para hacerles frente. Una política de respuesta
flexible significaría que los Estados Unidos, y se esperaba que todo Occidente, tendría la
capacidad de emplear cualquier medio que fuese apropiado para la amenaza, desde la
acción diplomática, política o económica, pasando por fuerzas clandestinas o especiales,
hasta campañas convencionales a gran escala en cualquier parte del mundo. La idea de
que debería excluirse la acción militar convencional como
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 811

apoyo a la política, debía descartarse como también cualquier idea de que una guerra en
la que participase Estados Unidos debía ser total e ilimitada.
Cuando Kennedy se convirtió en Presidente en 1961, aceptó las ideas de Taylor con
entusiasmo y le sacó de su retiro nombrándole Presidente de la Junta de Jefes de Estado
Mayor, en octubre de 1962. Taylor sufrió la desagradable experiencia de ver cómo se
derrumbó su teoría llevada a la práctica. La Guerra de Vietnam, como la de Argelia,
demostró que mantener una guerra limitada al punto que uno desea depende de la
voluntad del oponente de aceptar las limitaciones. Ni China ni la Unión Soviética querían
verse directamente involucradas y los Estados Unidos no deseaban involucrarles; pero los
norvietnamitas, bajo Ho Chi Minh y Giap, estaban preparados para llegar hasta cualquier
límite, de sacrificio, soldados, espacio y tiempo, y Estados Unidos no lo estaba. Forzado a
sufragar un esfuerzo mucho mayor del previsto cuando intervino para reemplazar el apoyo
francés al régimen de Ngo Dinh Diem en Vietnam del Sur, el gobierno americano acabó
aceptando que las desventajas políticas de continuar tenían más peso que las de rendirse y
ceder la victoria al contrario, por muy enmascarada que ésta estuviese. Once años antes,
Charles de Gaulle se enfrentó a la misma situación y había tomado el mismo camino en
Argelia. Los teóricos que habían asumido que la guerra limitada podía desarrollarse como
una partida de ajedrez, habían sido desacreditados y tuvieron que volver a pensar. La res-
puesta del profeta de la guerra limitada, Robert Osgood, fue que los Estados Unidos
debían ser más selectivos a la hora de decidir que áreas del mundo consideraba que
mereciesen el uso" de la fuerza para contener la influencia soviética. Escribió: "Deben
relacionarse con objetivos que proporcionen un valor intrínseco sustancial, desde el
punto de vista de la seguridad militar y económica estadounidense" (3). Basándose en
esto, hubiera aprobado el rechazo del Congreso de ver a los Estados Unidos involucrados
en Angola. La decisión de implantar su política ante una intervención en Centroamérica
o en el Golfo Pérsico no sería tan fácil.
Beaufre atribuyó el desorden de Occidente, con la caída de sus estrategias en Indochina,
Oriente Medio y África del Norte, al fracaso de desarrollar una verdadera estrategia. En su
libro Introduction to Strategy defendió que Occidente buscase lo que él denominaba una
estrategia total abarcando todos los campos de las actividades políticas, económicas y
diplomáticas, respaldadas por la amenaza y, si fuese necesario, el uso de la fuerza militar; era
muy parecida a la estrategia que buscaba la Unión Soviética (4). La dificultad radicaba en
que se trataba de un grupo de naciones independientes democráticas y soberanas para
las que resultaba difícil acordar tanto una estrategia como su implantación; y, además,
llevarla a cabo. El punto más valioso que sacó a la luz fue que ninguna estrategia es
aplicable a todas las situaciones: las estrategias alternativas deberían elegirse de acuerdo
con las circunstancias de cada caso. Distinguió entre estrategia total y estrategia global; la
primera se refería al desenlace de la guerra a nivel gubernamental, la última, aplicada a
un campo determinado, militar,
812 Creadores de la Estrategia Moderna

político, económico o diplomático, cada cual teniendo su propia estrategia global como
parte de la estrategia total. En el campo militar esto se convierte en estrategia operativa
que debe basarse en los recursos disponibles, la geografía del teatro de operaciones y la
capacidad militar de las fuerzas propias y las del enemigo.
Beaufre expuso cinco opciones de estrategia total. Primera, la amenaza directa, debe
emplearse cuando se tienen amplios recursos y el objetivo no tiene gran importancia.
En teoría, esto se puede aplicar a una potencia nuclear grande que se enfrenta a una no-
nuclear más pequeña. En la práctica, no se puede utilizar debido a las consecuencias
políticas internacionales, y posiblemente nacionales, por amenazar con la utilización de
ese poder. Beaufre mantuvo que esta estrategia es en la que se basa la disuasión, la
amenaza de que todos los recursos propios se aplicarían directamente al territorio
enemigo, aunque en ese caso el objetivo fuese de gran importancia. A la segunda opción
la llamó presión indirecta, aplicable donde el objetivo es de una importancia media, pero
no hay recursos disponibles para emplear una amenaza decisiva. Esta fue la estrategia
empleada por Hitler la mayor parte del tiempo y la utilizada actualmente por la Unión
Soviética. Consiste en una sostenida presión política, diplomática y económica respaldada
por la amenaza de la fuerza. Beaufre sugirió que esta era una estrategia apropiada cuando
hay limitaciones sobre la libertad de acción propia. Su tercera opción era una serie de
acciones sucesivas apropiadas cuando los recursos propios están limitados, pero uno se
contenta con aproximarse lentamente al objetivo final. Una variante de esto es el fait
accompli, similar en ejecución a una serie de acciones, pero con la esperanza de alcanzar los
objetivos propios con un solo golpe. Las guerras israelíes de 1956 y 1967 son buenos
ejemplos y Egipto esperaba que la guerra de octubre de 1973 también lo fuese. Su cuarta
opción era una lucha prolongada librada en un nivel bajo de intensidad. Esto era
conveniente cuando los recursos militares, no sólo los soldados, estaban limitados y uno
está preparado para, con calma, alcanzar su objetivo. La mayoría de las guerras de
liberación, incluida la victoria de Mao Tse-tung sobre Chiang Kai-shek, se vencieron de
esta manera. La lucha prolongada no es conveniente para las democracias industriales
occidentales que no tienen como regla la paciencia para proveer los recursos,
especialmente los soldados requeridos para combatir. Finalmente, la quinta, es el clásico
conflicto violento que apunta hacia una victoria militar, comprometiendo la des-
trucción de las fuerzas armadas enemigas o la ocupación de su territorio o ambos; se
puede aplicar cuando los recursos militares propios son superiores a los del enemigo y no
hay limitaciones del tipo de inhibiciones políticas o temor de escalar a una guerra nuclear,
lo que limitaría la utilización de la fuerza militar propia.
Con estas cinco categorías uno podía diseñar su propia estrategia global y militar.
Beaufre siguió a Foch a la hora de sugerir que el objetivo de la estrategia a estos dos
niveles es alcanzar y mantener la libertad de acción propia y
La Guerra Convencional en la Era Nuclear o1o

probar y limitar la del enemigo. Retener la iniciativa es esencial si se quiere imponer


nuestra voluntad sobre el lado contrario, que es en lo que consiste la guerra. Beaufre
definió la guerra como "el enfrentamiento de dos voluntades opuestas, utilizando la
fuerza para resolver su disputa", y a la estrategia como el arte de ese enfrentamiento.
Concluyó que el futuro estaba en el campo de la estrategia indirecta. Escribió:
"Cuanto más se desarrolle la estrategia nuclear y cuanto más se aproxime a establecer
una igualdad, por muy precaria que sea, de disuasión global, más se utilizará la estrategia
indirecta. La paz se hará cada vez menos pacífica y se acercará más a lo que en 1939
denominé guerra en tiempo de paz y ahora conocemos como Guerra Fría .... La fase vital de la
estrategia indirecta se da cuando aparecen los primeros síntomas. Cualquier cosa
después es demasiado tarde .... El factor psicológico ... en la estrategia indirecta se
convierte en dominante, pero la disponibilidad y el uso de la fuerza son tan necesarias
como en la estrategia directa ... la fuerza se requiere para explotar (o amenazar con
explotar) las situaciones creadas por maniobras psicológicas". Sus palabras finales
fueron: "Debemos dominar el arte de la estrategia indirecta" (5).

II

Dejando la teoría a un lado, ¿cómo se han llevado a cabo las guerras desde el principio de
la era nuclear? No ha habido guerras nucleares y ninguna se ha combatido bajo la sombra
de un posible uso de armas nucleares, aunque su existencia pudo haber influido tanto en
los Estados Unidos como en la Unión Soviética a la hora de limitar su compromiso en
Corea, Vietnam y Oriente Medio. Por tanto, las guerras de la era nuclear han sido
convencionales en un sentido, pero la mayoría han sido guerras civiles en las que, en
algunos casos, han jugado importantes papeles la influencia y el apoyo externo. Estas
operaciones de insurgencia y contrainsurgencia se tratan en el ensayo de John Shy y
Thomas Collier a continuación. Desde la Guerra de Corea, que ya ha sido tratada, han
sido pocas las guerras convencionales; la mayoría han sido conflictos entre las naciones
árabes e Israel y entre India y Pakistán. La operación anglo-francesa en Suez fue un
apéndice de una de estas últimas; también la India se vio envuelta en una guerra corta
con China. Irán e Irak están enzarzadas en una guerra muy convencional y se vio un
atisbo de guerra convencional en la invasión argentina de las Islas Malvinas en 1982 y la
expedición británica para recuperarlas. El enfrentamiento de Gran Bretaña y Malasia con
Indonesia en Borneo, desde 1962 hasta 1966, fue una forma limitada de guerra
convencional que tuvo muchas de las características de una campaña de
contrainsurgencia. Todas estas guerras, que se tratarán a continuación, han estado
limitadas de alguna forma. Una limitación común a todas ellas ha sido evitar bombardear
las ciudades de ambos lados mientras fuese posible, tanto por temor a represalias como
814 Creadores de la Estrategia Moderna

por reacciones hostiles nacionales e internacionales al causar bajas entre no-


combatientes.
Las Guerras Arabe-Israelíes. Estas han sido distintas a todas las otras, ya que en ellas Israel ha
luchado por su propia existencia. Los límites han sido impuestos, en el caso de Israel, por
sus recursos tanto humanos como de material y por el reconocimiento de que hasta
ciertos límites, puede confiar en el apoyo de su principal aliado, los Estados Unidos. Los
límites de la acción árabe han sido impuestos por el grado hasta el cual están dispuestos
a cooperar los unos con los otros, el esfuerzo que están dispuestos a hacer por la causa, y
su capacidad de saber utilizar los considerables recursos militares que han acumulado en
varias ocasiones, alcanzando su máximo en 1973.
La primera de las guerras, que estableció la existencia de Israel en 1948, fue un
acontecimiento poco complicado. Las tropas israelíes se nutrieron de las organizaciones
militares no oficiales que los judíos de Palestina habían establecido bajo el reinado
británico y por parte árabe la carga de la lucha fue llevada por la Legión Árabe de
Jordania. Era principalmente una guerra de infantería librada con armas de infantería, en
la que las viejas virtudes militares de decisión, resistencia, ingenio, audacia y valor,
permitieron a los israelíes preferir que su joven estado fuese aplastado antes que verlo
reducido a los tres segmentos inviables en los que la Asamblea General de las Naciones
Unidas había propuesto dividirlo. Como iba a ser el caso de futuros conflictos árabe-
israelíes, la lucha se desarrollo contra las presiones internacionales de un alto el fuego.
Por lo tanto, la campaña tendía a basarse en intentos de asegurar lo que uno ya poseía y
de arrebatar algo rápidamente para utilizarlo como una baza para cuando se acordase o
impusiese el alto el fuego.
Entre mayo de 1949, cuando Israel y Jordania fueron reconocidas por las Naciones
Unidas como estados independientes en base a las fronteras resultantes de los combates
que habían terminado un mes antes, y el desencadenamiento de la Guerra de Suez en
1956, las fuerzas armadas de Israel se profesionalizaron, estaban bien entrenadas y
equipadas, e incluyeron una fuerza aérea formidable. Durante estos años sus vecinos
árabes y refugiados Palestinos habían llevado a cabo una continua serie de actos terroristas
y de sabotaje contra poblados e individuos israelíes, a los que estos respondieron con
incursiones vengativas más allá de sus fronteras. Cuando Moshe Dayan se convirtió en el
Jefe de Estado Mayor Israeli en 1953, la escala y ferocidad de estas incursiones se inten-
sificó. El resultado fue reforzar la resistencia para que las incursiones resultasen más caras y
esto hiciese dudar de su valor. Con la partida de los británicos de su base del Canal de Suez
en 1955, se vio claramente que Egipto estaba preparando operaciones militares contra
Israel. Dayan esperaba prevenirlas y la disputa entre Gran Bretaña y Francia con Gamel
Abdel Nasser, empezada por la nacionalización por este último del Canal de Suez,
brindó la oportunidad a Israel
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 815

para hacerlo con algo de apoyo internacional, lo que distrajo la atención de Egipto y
desvió sus fuerzas.
La campaña de 1956 de Dayan fue un ejemplo de la cooperación entre fuerzas aéreas y
acorazadas que había defendido Liddell Hart, aunque en su plan inicial Dayan había
relegado el blindaje a un papel secundario, basándose en que era demasiado lento y
voluminoso y requería demasiado apoyo logístico. Se utilizó para apoyar ataques de
infantería sobre las defensas egipcias en el Sinaí oriental, y se utilizaron tropas motorizadas
que aprovecharan los ataques aéreos a su paso por el Sinaí occidental. Pero Dayan fue
incapaz de frenar el entusiasmo de los comandantes de carros israelíes. En sus métodos
tácticos no perdían el tiempo en aproximaciones indirectas, golpearon fuerte a las defensas
egipcias claves y tuvieron éxito. Los paracaidistas de Ariel Sharon tuvieron menos éxito en
su ataque sobre el Desfiladero de Mitla, tras el ataque aéreo al este del mismo. Fracasaron al
proteger el desfiladero y sufrieron 150 bajas, más de la mitad de la totalidad de la campaña,
en la que se conquistó el Sinaí entero en seis días con un total de sólo 200 muertos. Había
sido un claro ejemplo de la estrategia fait accompli, pero la oposición internacional dirigida
por los Estados Unidos a la expedición franco-británica que siguió inmediatamente y que
estaba ligada a ella, privó a Israel de los frutos de la victoria. Llegado marzo de 1957, sus
fuerzas se encontraban más atrás de la frontera de la que habían empezado, devolviendo la
franja de Gaza y Sharm el Sheikh que Israel había mantenido desde diciembre cuando los
británicos y franceses se fueron de Port Said.
Diez años después, Nasser con sus fuerzas adiestradas y equipadas por los soviéticos, se
sentía lo suficientemente fuerte como para provocar un conflicto con Israel. Pensaba que
podía vencer y así realzar su imagen algo deteriorada como líder del mundo árabe aunque
probablemente no esperaba que se convirtiese en una guerra a gran escala. En mayo de
1967, exigió la retirada de las fuerzas de las Naciones Unidas que habían ayudado a
mantener la paz en la frontera israelí del Sinaí y declaró un bloqueo de los estrechos de
Tiran que llevaban al puerto del Mar Rojo israelí de Eilat. El Rey Hussein de Jordania se
alió con Egipto y Siria aprobando la presencia de una división iraquí en su territorio.
Presiones sobre el Primer Ministro israelí, Levi Eshkol, para que tomase acciones decisivas,
llevaron a volver a nombrar a Moshe Dayan como Ministro de Defensa. Dijo a sus colegas
que creía que las fuerzas egipcias en el Sinaí podían ser vencidas con un coste probable de
mil muertos y que un ataque contra las fuerzas aéreas árabes las inutilizaría, asegurando
así a Israel contra un ataque aéreo. La provocación árabe había sido tal que atacando
primero no se provocaría a los Estados Unidos y se sentía confiado en que la Unión
Soviética no intervendría directamente. Dentro de las fronteras a las que entonces estaba
limitado, ocupando los árabes todo lo que ahora se conoce como la orilla occidental, y
Egipto todo el Sinaí, Israel no podía permitir que sus enemigos atacasen primero. Se
aceptó el argumento de Dayan y en la mañana del 5 de junio, cuando las patrullas
matinales de las fuerzas aéreas egipcias se habían recogido
816 Creadores de la Estrategia Moderna

y la niebla del Delta del Nilo había desaparecido, la fuerza aérea israelí atacó
sucesivamente durante casi tres horas las bases aéreas egipcias, y posteriormente cambió su
esfuerzo para atacar sobre otras fuerzas aéreas árabes. Al término del segundo día, sus 250
aviones de combate, de los que 150 eran cazas modernos, habían destruido en más de
1000 salidas, 309 aviones de combate egipcios (de los 340 utilizables y 450 en total),
incluyendo todos sus bombarderos de largo alcance, además de 60 aviones sirios, 29
jordanos, 17 iraquíes y 1 libanes, la mayoría en tierra. Sus pérdidas fueron de 26 aviones,
algunos cuando atacaban objetivos del ejército. También habían destruido 23 estaciones
de radar egipcias y algunas estaciones de misiles tierra-aire, 16 de ellas en el Sinaí.
Esta aplastante victoria ayudó a la misión del Mando Sur de Gavrish, cuyas fuerzas estaban
formadas por tres grupos. El grupo del norte, al mando de Tal, con dos brigadas
acorazadas sumando trescientos carros y una brigada de paracaidistas, debía encargarse de
las defensas egipcias cerca de la costa del Mediterráneo. En el centro, el grupo de Sharon,
tenía una brigada acorazada de doscientos carros y una brigada de infantería para
enfrentarse al complejo defensivo que rodeaba Abu Agheila; y el grupo de Yoffe, con dos
brigadas acorazadas cada una de cien carros que debía operar entre los dos. Se
reservaban una brigada de infantería y dos brigadas acorazadas. La estrategia de Dayan
era concentrarse en un avance hasta el Canal de Suez antes de que surgiera la oposición
internacional y dificultar así el que Nasser llegase a un acuerdo, no considerando el
intercambiar esfuerzos con Jerusalén y la orilla occidental hasta que el Sinaí estuviese
asegurado. Estimaba que la campaña se terminaría en tres semanas. En el transcurso de
los acontecimientos y dada la aplastante victoria de la fuerza aérea israelí, las acciones
resultaron tener más éxito y ser más rápidas de lo esperado.
Las siete divisiones egipcias en el Sinaí -cinco de infantería, una acorazada y otra acorazada
ligera- bajo el mando del General Murtagi, excedían enormemente en cantidad a las
fuerzas de Gavrish, pero una alta proporción de ellas estaba sujeta a posiciones defensivas
estáticas. Los israelitas tuvieron un éxito rápido en el ataque directo sobre las defensas
en la franja de Gaza. Sharon intentó utilizar la misma táctica en Um Katef y resultó
rechazado, pero rápidamente reajustó su plan lanzando un batallón de paracaidistas
desde helicópteros en un ataque nocturno sobre la retaguardia. Yoffe se las arregló para
deslizarse entre los dos. El continuo éxito de Tal debilitó las posiciones enemigas y
Murtagi decidió retirar todas sus fuerzas a los desfiladeros, a cincuenta millas al este del
Canal de Suez.
Dayan e Itzhak Rabin, el Jefe de Estado Mayor, fueron cautelosos a la hora de
aprovecharse de esta oportunidad, pues estaban preocupados por la situación que
rodeaba Jerusalén y al norte de esta ciudad. Habían confiado en persuadir a Jordania
para que se mantuviera fuera de la guerra, pero el general egipcio Riad, que fue
aceptado como comandante de las fuerzas jordanas, sirias
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 817

e iraquíes del frente del Valle del Jordán, triunfó a la hora de persuadir a Hussein de
ayudar a Egipto en los desesperados aprietos a los que le habían reducido los ataques
aéreos israelíes. Sin embargo, la incompetencia de Riad, el golpe lanzado contra la brigada
iraquí por la fuerza aérea israelí y el temor de los sirios de que sufrirían lo mismo si
invadían Galilea, tranquilizaron a Dayan y Rabin en su preocupación sobre la situación en
ese frente. A Gavrish se le dio permiso para actuar y el Sinaí se convirtió en un escenario
de batallas confusas al enviar Tal y Yoffe sus carros entre y detrás de las fuerzas de Murtagi,
consiguiendo que Sharon se recuperase del desorden en el que estaban sus fuerzas.
Las tropas de Tal llegaron al Canal cuando Nasser pidió a las Naciones Unidas, a las siete
de la tarde del 8 de junio, el acordar un alto el fuego. Esto estimuló a los israelitas a
ocupar todo el territorio posible antes de que se aprobase. Yoffee llevó sus carros a través
del Desfiladero de Mitla hasta llegar al Canal en la madrugada del 9 de junio, tres horas
antes de que el alto el fuego de las Naciones Unidas fuese efectivo. Para entonces, las
fuerzas israelíes también habían ocupado áreas de Judea y Samaría, conocida como la
orilla occidental, de la que se habían retirado las fuerzas jordanas. Dayan, decidido a
que los sirios fuesen desalojados de los Altos del Golán, antes de que se impusiese el alto
el fuego, ordenó a Elazar que les atacara esa misma mañana sin consultar ni con Eshkol
ni con Rabín. Los sirios opusieron resistencia a pesar de los intensos ataques aéreos, pero se
retiraron tras veinticuatro horas de lucha feroz.
La victoria de Israel se alcanzó al precio de 778 militares y 26 civiles muertos, menos de la
décima parte de las bajas sufridas por los egipcios. Como hemos visto, la fuerza aérea
contribuyó significativamente. Tras su victoria inicial fue capaz de cambiar su esfuerzo
rápidamente apoyando al ejército de un objetivo y de un frente a otro, alcanzando un
número de salidas muy alto. Sin embargo, la victoria trajo sus problemas, principalmente el
deseo de venganza de los oponentes humillados y el problema del futuro de los territorios
ocupados por Israel (Sinaí, Gaza, la orilla occidental y los Altos del Golán). Sin estos
últimos, la seguridad de Israel nunca podría asegurarse. Mientras que los esfuerzos
internacionales, tanto dentro como fuera de las Naciones Unidas buscaban una solución
política, Egipto reaccionó de dos formas: mediante incursiones y bombardeo de artillería
que interfiriese la construcción israelí de la línea Bar-Lev para defender la orilla oriental del
Canal de Suez y, con ayuda soviética, construyendo una defensa antiaérea eficaz bajo la
cual podría a la larga recuperar el Sinaí. Cuando Nasser murió en 1970, Anwar Sadat se
dedicó a esta tarea. Israel respondió con ataques aéreos sobre objetivos del interior de
Egipto y con intervenciones de comandos para capturar y destruir elementos del sistema
de defensa aérea egipcio, que hizo que se redujeran progresivamente e incluso acabó con
estos ataques, en lo que se conoce como la Guerra de Agotamiento.
Al llegar septiembre de 1973, la inteligencia israelí tenía conocimiento de que tanto
Egipto como Siria estaban aumentando sus fuerzas en las áreas avan-
818 Creadores de la Estrategia Moderna

zadas, pero pensó que Egipto no participaría en una guerra hasta que su fuerza aérea
pudiese neutralizar a la de Israel y que Siria no atacaría si no lo hacía Egipto. La amenaza
del terrorismo árabe en el panorama internacional se consideraba más"inmediata. No fue
hasta el 3 de octubre, dos días después de que Egipto comenzase unas maniobras a gran
escala al oeste del Canal, cuando se preocuparon seriamente Dayan, aún Ministro de
Defensa, y Elazar, Jefe de Estado Mayor. El 5 de octubre, no había ninguna duda de que
era inminente un ataque y tanto el ejército como la fuerza aérea preferían adelantarse al
mismo como en 1967, pero Golda Meir, Primer Ministro, y Dayan no quisieron. Se
hubiera acusado a Israel de comenzar la guerra, lo que perjudicaría el apoyo americano.
Por entonces las fronteras de Israel estaban más alejadas de los centros de población, se
encontraba en una mejor postura para aceptar el riesgo de encararse a un primer ataque
y, con la mejora de las defensas aéreas egipcias, el primer ataque israelí no tendría el efecto
decisivo que había tenido en 1967. La inteligencia israelita supo el día 6 de octubre que
Egipto y Siria iban a iniciar las hostilidades a las 6 de la tarde de ese mismo día, y sus
fuerzas aéreas atacaron cuatro horas antes, cuando las tropas egipcias empezaron a cruzar
el Canal.
El ejército israelí no estaba preparado para enfrentarse a este golpe y la amenaza más
peligrosa e inmediata eran los 1500 carros del ejército sirio contra los Altos del Golán. Fue
detenida por una combinación de ataque aéreo intensivo, en el que la fuerza aérea israelí
sufrió la mayoría de las bajas de la campaña, la lucha hábil y llena de valor de los dos
batallones de carros israelíes allí estacionados y el rápido despliegue de la reserva
movilizada que entró en la batalla con la determinación e ingenio que caracteriza a las
fuerzas armadas israelíes. En una jornada, los carros de combate sirios llegaron al Mar de
Galilea.
En el Sinaí los egipcios lanzaron un metódico asalto a través del Canal de Suez,
defendido por una brigada de infantería de la reserva que se encontraba efectuando su
adiestramiento anual. Tenían dos ejércitos: el Segundo, al norte del centro del Gran
Lago Amargo, con tres divisiones y el Tercero, al sur de éste, con dos. Se reservaban tres
divisiones móviles y dos blindadas. En total, el ejército egipcio tenía 2200 carros, 2300
piezas de artillería y 150 baterías de misiles tierra-aire, respaldados por 550 aviones de
primera línea. El problema al que se enfrentaba Gonen, del Mando Sur de Israel, era si
utilizar sus tres divisiones, cada una con cien carros, para reforzar la amenazada línea de
Bar-Lev, o basar su defensa inicial más al este, es decir, tenía que decidirse entre el oeste o
el este de los desfiladeros de Khatmia, Gidi y Mitla. No podía contar con el apoyo aéreo
ya que se concentraba en los Altos del Golán. Los intentos por mantener la línea Bar-Lev
con carros condujeron a muchas bajas debidas a misiles anticarro egipcios y Dayan, al
visitar Gonen el 7 de octubre, sugirió retirarse a la parte occidental de las montañas al este
de los desfiladeros, con lo que estaban en desacuerdo Gonen y Elazar. Preferían una
defensa temporal al oeste de los desfiladeros desde donde se podía contraatacar y esto fue
lo que se hizo el 8 de octubre. Los contraataques no se coordinaron y fracasaron, pero
tuvieron el
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 819

efecto de frustrar los planes egipcios de adelantar sus cabezas de puente más allá de las
quince millas que ya habían avanzado.
Reteniendo los ataques tanto egipcios como sirios, Israel podía recurrir a la contraofensiva.
Gonen y Bar Lev, que era su asesor, se resistieron a la propuesta ambiciosa de Sharon de
intentar cambiar la situación cruzando el Canal en su unión con el Gran Lago Amargo,
en Deversoir. Querían reservar su fuerza para un contraataque decisivo cuando los egipcios
atacasen de nuevo. Mientras, Ela-zar prefería un ataque inmediato del ejército y la fuerza
aérea sobre las fuerzas sirias que habían retrocedido a su punto de partida. Querían
destruirlas mientras Jordania permanecía inactiva y antes de que llegasen los refuerzos
iraquíes que ya estaban en camino, para luego poder concentrar todos sus esfuerzos
sobre Egipto. Dayan dudó temiendo que la derrota y humillación de Siria obligaría a la
Unión Soviética a intervenir para salvar a su protegido. No fue la primera vez que Golda
Meir rechazó su aviso. El ataque se lanzó el 11 de octubre y, a pesar de la ayuda jordana e
iraquí, Siria se rindió el 20 de octubre.
En el Sinaí, Gonen seguía el plan de Sharon, pero no podía empezar a implantarlo
hasta que se detuviese el intento egipcio de salir de sus cabezas de puente, para lo que iban
a ser destacadas dos divisiones acorazadas. Dos días de intensa lucha, el 13 y 14 de octubre,
en la que se vieron envueltos dos mil carros -el mayor número involucrado en un sólo
combate desde la batalla de carros de Kursk, en 1943- acabaron con la derrota del
Segundo Ejército egipcio cuyo comandante, el General Mamoun, sufrió un infarto.
Aprovechando esta circunstancia, a Sharon se le ordenó cruzar el Canal la noche del 15
de octubre. Este intento suponía dificultades considerables y tuvo lugar una lucha de
excepcional dureza alrededor de la Granja China, en la orilla oriental, durante los dos días
siguientes. La posición de las tropas que habían cruzado fue precaria hasta que se
finalizaron los puentes las noches del 18 y 19 de octubre y, para entonces, las divisiones
de Bren y Mandler se habían unido a las de Sharon en el lado oeste; Bren continuó hasta
llegar a las afueras de Suez y Mandler cortó la carretera que enlazaba con El Cairo,
rodeando así al Tercer Ejército egipcio. El consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
llamó a un alto el fuego después de que Aleksei Kosygin visitó El Cairo y Henry Kissinger
voló a Moscú para acordar los términos de una resolución con Leónidas Brezhnev. Una
vez más Israel intentaba obtener, tras una negociación prolongada, una situación de
seguridad en su frente sur. Resumiendo esta guerra y los conflictos que la precedieron, se
puede repetir lo ya escrito en otra parte:
"Había sido una de las más intensas y fieras luchas en la historia de la guerra. Ambos lados
habían sido equipados con las armas más modernas aunque su inventario también incluía
una cantidad considerable de armas más antiguas. Egipto y Siria empezaron con 2200 y
2000 carros, respectivamente. Perdieron 2000, la mayoría por los disparos de los 1700
carros del enemigo, que perdió aproximadamente la mitad, a pesar de la publicidad dada a
los misiles guiados.
820 Creadores de la Estrategia Moderna

Egipto y Siria perdieron unos 250 aviones cada uno de un total de unos 800, la mayoría en
combate aire-aire, mientras que Israel sólo perdió 115 de sus 500, casi todos debido a
armas o misiles tierra-aire; una gran parte de sus salidas fueron en misiones de apoyo a
tierra. Tanto Egipto como Siria tuvieron unos 8.000 muertos, mientras que Israel tuvo
2.500. En términos de población, aún en el caso de Israel, ... que entonces contaba con
tres millones ... esto no se podía considerar muy alto; pero con una media de 115
hombres al día, lo parecía. Lo que alarmó a los dos lados, fue el gran desembolso hecho
por ambos en equipo y municiones, para lo que ninguno estaba preparado. El resultado
fue una petición urgente a sus suministradores de un abastecimiento inmediato, cuya res-
puesta fue los puentes aéreos masivos por parte rusa y americana, cruzando sus rutas
mutuamente en el Mediterráneo Oriental a partir del 15 de octubre. El nivel del
desembolso hizo revisar sus propias estimaciones de los requisitos logísticos a ambos
lados del Telón de Acero. Si se podía perder la mitad del inventario en menos de tres
semanas, ¿cómo iba a poder mantenerse una guerra larga? Las lecciones de la guerra se
estudiaron cuidadosamente y con interés, por ser el primer ejemplo del empleo de
muchas de las armas más modernas y sofisticadas producidas tanto por las potencias
occidentales como por la Unión Soviética, combatiendo entre sí. Esto abarcaba en
especial los áreas de los carros de combate, las armas anticarro, el arma aérea y
antiaérea, aunque esta última se había probado en la guerra de Vietnam, donde la
Fuerza Aérea de Estados Unidos se había encontrado con los misiles tierra-aire rusos,
excepto contra el SAM-6. Un factor interesante de la guerra fue la importancia de la
lucha carro contra carro y el combate aire-aire".
Las victorias israelíes en las tres guerras parecían justificar las teorías de los apóstoles de la
movilidad, Fuller y Liddell Hart. El propio Liddell Hart consideró la Guerra de los Seis
Días como "la mejor demostración de la teoría del ataque indirecto". Habían demostrado
que un ejército pequeño, muy adiestrado y hábil, equipado para operaciones móviles y
mandado desde el frente por hombres muy inteligentes y rápidos de pensamiento, podía
vencer a ejércitos mayores, más lentos en pensamiento y en acción. También habían
demostrado que la combinación de rapidez y sorpresa producía su efecto peculiar y que las
operaciones que apuntaban a malograr el equilibrio del enemigo, tanto psíquica como
fisiológicamente, tenían más provecho que los ataques directos.
Pero en contra de Fuller y Liddell Hart, los israelíes nunca dudaron en comprometerse en
estos ataques si los creían necesarios, a menudo pudiéndolos haber evitado. No
reconocían ningún atajo hacia la victoria que supusiese evitar la acción ni podían
arriesgarse a jugar para ganar tiempo. Al contrario que sus oponentes, sabían que
luchaban por su propia existencia y esto les impulsaba a seguir. Aunque muy sensibles
hacia las bajas, mucho más que sus adversarios, arriesgaron más de lo que muchos soldados
hubieran estado dispuestos a afrontar y, aunque la audacia no siempre fue recompensada,
casi siempre se obtuvieron los frutos de la misma.
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 821

"Sus adversarios, jordanos, egipcios, sirios y árabes palestinos, siempre luchaban con
determinación y valor en la defensa, como también lo hacían en sus avances para atacar;
pero su mando era lento y torpe en sus reacciones y estaba desunido. Siria y Egipto
recibieron una compensación muy pequeña por los grandes recursos aportados y por los
que los padrinos rusos habían dado a sus fuerzas armadas. A pesar de su insistencia en la
guerra aún no han logrado nada. Israel, mediante su propio esfuerzo defensivo y con una
ayuda significante de los Estados Unidos y otros, ha sobrevivido. Para él no hay duda de
que lo primero es la segundad" (6).
La última guerra de Israel, la invasión de Líbano en 1982, no se puede denominar
guerra convencional, ya que no existía un adversario convencional, aunque se utilizó
todo el armamento disponible tanto de la fuerza aérea como del ejército israelí. Tenía
factores de la estrategia fait accompli, pero falta por ver si, como en conflictos previos, el
triunfo militar a corto plazo establece la seguridad a largo plazo.
Las Guerras de la India. Las guerras de la India han sido menos sofisticadas que los
posteriores conflictos árabe-israelíes por un factor: las fuerzas aéreas no jugaron un papel
tan importante. Básicamente, estas guerras se cernían sobre los temores de Pakistán de que
la India nunca había aceptado que existiese un estado musulmán separado en el
subcontinente, y los temores de la India de que Pakistán subvertiría la fidelidad del gran
número de musulmanes que permanecía dentro de las fronteras indias. La original
propuesta británica había sido que, existiendo independencia, los estados podían elegir a
qué nación debían adherirse y Cachemira, con su gobernante hindú y población dividida
(77 por ciento musulmán), se convirtió en el símbolo de los peligros que suponía para la
unidad india. El Marajá había vacilado sobre a qué nación unirse, esperando seguir
independiente de ambos. La lucha entre los ejércitos indio y pakistaní, que
recientemente habían sido miembros del mismo ejército indio controlado por los
británicos, empezó justo después de que un batallón indio fuese enviado a Srinagar, en
octubre de 1947, para ayudar al gobernante a suprimir la rebelión musulmana contra él.
Pakistán intervino del lado de los rebeldes y ambos lados incrementaron sus fuerzas hasta
que sumaron el equivalente a dos divisiones de infantería en cada lado. Después de que los
indios habían asegurado la mayor parte de la mitad oriental del estado, los dos lados se
enzarzaron en una inconclusa guerra en las montañas, hasta que se acordó un alto el
fuego en enero de 1949, supervisado por un equipo de las Naciones Unidas. De hecho, la
frontera internacional ha permanecido allí desde entonces.
La siguiente guerra india fue contra China, causada en parte por la sensibilidad hacia
Cachemira. El conflicto estalló con una disputa sobre la frontera india con el Tibet, al
este y oeste de Nepal, que se había visto complicada durante mucho tiempo por las
dudas acerca del estatus del propio Tibet. El Primer Ministro, Jawaharlal Nehru, había
protestado ante la expansión de la auto-
822 Creadores de la Estrategia Moderna

ridad china de Mao Tsetung al Tibet y rechazó una serie de intentos de Chou En-lai de
tratar el asunto. No pasó nada hasta que la India descubrió en 1957, que los chinos
habían construido una carretera desde Sin Kiang hasta Llasa en el Tibet, a través de la
zona conocida como Aksai Chin, al norte de Cachemira, que ambos lados consideraban
su territorio, pero que la India nunca había ocupado. La India entonces insistió en que
China se retirase de la zona y rehusó negociar las zonas de disputa. La respuesta china
fue ofrecer un acuerdo sobre la línea McMahon, que había sido la frontera al este de
Nepal desde 1913, si la India aceptaba que al oeste de Nepal la frontera siguiese la línea
formada por las montañas KaraKoram, en el borde sur del Aksai Chin, que los británicos
habían aceptado desde 1899 hasta 1927. Si la India se negaba, China mantendría lo que
tenía hasta la base de los montes de Assam, como la frontera este.
Nehru, muy confiado de que el apoyo político de tanto Estados Unidos como de la
Unión Soviética disuadiría a China de tomar ninguna acción, y bajo las críticas de no
haber hecho más para apoyar la rebelión Tibetana contra los chinos, rechazó las
discusiones e instituyó una política de avance, enviando una serie de patrullas militares en
apoyo de las demandas de la India en estas montañas remotas. Fue una decisión
equivocada, pero los generales que se habían rebelado contra las realidades militares
habían sido sustituidos por otros más sumisos. Chou En-lai avisó repetidamente a Nehru
de los peligros de su política, que era interpretada como creada para separar el Tibet de
China, pero sus avisos fueron ignorados y el número y la fuerza de los puestos militares
aumentó en 1961. A principios de 1962, los chinos empezaron a establecer contramedi-
das rodeando los puestos indios con fuerzas superiores. En septiembre utilizaron esta
táctica en el desfiladero Thag La, cerca de la unión de la línea McMahon con la frontera
de Bhutan, y de nuevo ofrecieron negociar. Nehru se negó y mandó a su ejército expulsar
a los chinos.
Esto precipitó una contraofensiva de los chinos en octubre, ya que podían concentrar
fuerzas superiores en la zona, como también podían hacerlo en Ladakh, al oeste de
Nepal, donde atacaron al mismo tiempo. Las fuerzas indias en Assam, que ya tenían una
fuerza de dos divisiones, estaban esparcidas en posiciones que no podían apoyarse entre
ellas y que eran fácilmente desbordadas por los flancos. La falta de una preparación
logística adecuada descartaba despliegues más apropiados. Los comandantes, que eran
aduladores de Nehru, se enfrentaban a esta situación imposible con su propia
incompetencia. Aunque muchas unidades lucharon brillantemente, los chinos no
tuvieron ninguna dificultad en echarles de las estribaciones y hacerles regresar a las
llanuras antes del 20 de noviembre. En Ladakh, el General Daulat Singh, un oficial hábil,
concentró sus fuerzas que tenían el tamaño de una división en la Sierra de Karakoram y,
para mediados de noviembre, la situación estaba bajo control.
Dejándose llevar por el pánico de una posible gran invasión china a la India, Nehru
abandonó su no-alineamiento y recurrió a los Estados Unidos, Gran Bre-
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 823

taña y la Unión Soviética. Los dos primeros respondieron rápidamente ofreciendo armas
y apoyo aéreo. No se necesitaron ya que, el 21 de noviembre, Chou En-lai anunció que la
guardia fronteriza china se retiraría veinte kilómetros por detrás de "la línea de control que
existía entre China e India el 7 de noviembre de 1959" y esperaba que las fuerzas
armadas indias guardasen la misma distancia, aunque los puestos policiales civiles
podrían acercarse. Se intercambiarían prisioneros y las negociaciones podrían continuar.
Nehru no aceptó públicamente las propuestas chinas, pero se conformó en la práctica e
hizo saber a Chou En-lai que lo haría.
Había sido una guerra de infantería convencional, en la que las modernas armas pesadas
jugaron un papel reducido y la capacidad de moverse a través de un país montañoso y
hacer frente a una fuerza superior desde una dirección inesperada, les había tenido
ocupados permanentemente. Las acciones de las fuerzas aéreas habían estado limitadas a
ofrecer transporte a las retaguardias. Incluso si hubiese habido helicópteros, la altitud en
las que había que efectuar las operaciones habría restringido el empleo de los entonces
disponibles. Por parte de los chinos, la campaña había sido un ejemplo perfecto de una
guerra limitada, tanto en su objetivo como en su ejecución, para obtener un claro pro-
pósito político, siendo los medios adaptados económicamente al fin. Habían seguido los
principios de Sun Tzu, quien en el siglo sexto antes de Cristo, había escrito que se debería
buscar la victoria en el menor tiempo posible, con el mínimo esfuerzo posible y con el
menor número de bajas posible, recordando que se debería poder seguir viviendo a su
lado una vez terminada la guerra. Nehru fue lo suficientemente necio como para ignorar
las realidades militares y el ejército indio tuvo suerte de no tener más bajas -1.383
muertos, 1.696 desaparecidos y 3.968 capturados-. También fue afortunado debido a que
produjo los ceses de los generales más incompetentes.
La guerra de la India con China repercutió en sus relaciones con Pakistán. Las fuerzas de
este último habían recibido recientemente enormes cantidades de equipo nuevo,
incluyendo carros y aviones de los Estados Unidos, como parte de la política americana
para incrementar la Organización del Tratado Central (CENTO: Central Treaty
Organization), como baluarte contra la influencia soviética en Oriente Medio. Pakistán
prosiguió con las negociaciones amistosas con China, acordando la línea de su frontera
común. El Presidente Mohammad Ayub Khan, que tenía problemas políticos
nacionales, vio una oportunidad para ganar el resto de Cachemira, donde ocurrieron
graves disturbios en 1963 y 1964. Nehru quería una colonia, pero murió en mayo de ese
año y su sucesor, Lai Bahadur Shastri, no era lo suficientemente fuerte políticamente para
hacer concesiones. Ayub Khan organizó una fuerza de treinta mil hombres, la mayoría
forzosos, mandados por oficiales regulares del ejército pakista-ní y encabezados por el
General Malik, para que se infiltrasen cruzando la línea de alto el fuego de Cachemira. No
se sabe si por distracción o para intentar culpar a la India de empezar las hostilidades,
ingenió un incidente fronterizo en
824 Creadores de la Estrategia Moderna

enero de 1965 en el Rann de Kutch, una región deshabitada al este de la boca del Río
Indo, inundado por el monzón veraniego. Aumentó la tensión y, en agosto, la fuerza de
Malik cruzó la línea de Cachemira en cuatro acometidas a las que la India respondió
rápidamente. Los hombres de Malik fracasaron en su plan de excitar a la población para
obtener su apoyo y pronto se confinaron en un área a diez millas de la línea, tomando muy
poca parte en la guerra, que evolucionó como si se tratara de una entre dos ejércitos
regulares, cada uno de unas ocho divisiones, incluyendo una acorazada. Los primeros
enfrentamientos tuvieron lugar en el lado sur de la línea de Cachemira y gradualmente se
extendieron hacia el sur adentrándose en el Punjab; cada lado desarrollaba acometidas
para evitar las amenazas lanzadas por el lado contrario hacia sus objetivos. El 6 de
septiembre la India lanzó un ataque con tres divisiones hacia Lahore, lo que produjo
cuatro días de fiera lucha, atrayendo a la división acorazada de Pakistán. Los resultados
fueron poco convincentes. El 11 de septiembre, India lanzó otra acometida más al norte,
siendo Sialkot su objetivo y utilizando cuatro divisiones que incluían una acorazada. Esto
llevó a una gran batalla, que duró dos semanas, en la que se vieron involucrados
cuatrocientos carros; también terminó en un empate.
Mientras, la presión internacional para declarar un alto el fuego continuaba; la medida
más efectiva fue la decisión americana y británica de no suministrar más armas a ambos
lados, quienes para el 22 de septiembre, habían empezado a darse cuenta de que no
podían permitirse seguir perdiendo material con la rapidez a la que lo estaban haciendo.
Se aceptó un alto el fuego, aunque no fue hasta enero de 1966 cuando se llegó a un
acuerdo, en una reunión bajo la presidencia de Brezhnev, en Tashkent; ambos se
retirarían a las posiciones mantenidas hasta el 5 de agosto de 1965. Shastri murió de un
infarto el día de la firma y fue reemplazado por Indira Gandhi. No hubo acuerdo sobre
el futuro de Cachemira. No son fiables los números de bajas, pero parecen haber sido las
mismas más o menos para ambos lados -un total de doce mil, de los cuales unos tres mil
fueron muertos-. Ambos lados pudieron perder unos 200 carros cada uno, con otros 150
fuera de combate, pero reparables, aunque las pérdidas pakistaníes puede que fuesen
ligeramente mayores. La India perdió unos setenta aviones y Pakistán veinte; sus armadas
apenas se vieron involucradas. En términos de población, sus pérdidas fueron muy
pequeñas; lo más significativo fue el resultado de sus fuerzas acorazadas y el
almacenamiento de municiones y repuestos.
Aunque la guerra fue inconclusa, debilitó a Pakistán frente a la India y también
internamente. El este de Pakistán se resentía de la obsesión del oeste sobre Cachemira, y
Yahia Khan, que sucedió a Ayub en 1969, se enfrentó a grandes dificultades, tanto en el
este como en el oeste. Estas estallaron en marzo de 1971, cuando Yahia pospuso la
apertura indefinida de una Asamblea Nacional de nueva elección en la que la Liga
Awami de Pakistán Oriental había obtenido la mayoría sobre el Partido del Pueblo de
Zulfikar Ali Bhutto en la parte occi-
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 825

dental. El ejército asumió el control sobre Pakistán oriental y buscó una política de
represión contra la Liga Awami y, en general, contra la clase educada benga-lí que era
apoyada por la India. Esto trajo consigo un problema grave de refugiados en la Bengala
oriental de la India. Habiendo fracasado a la hora de persuadir a Yahia Khan para que
modificase su política de represión, la señora Gandhi decidió terminar con el lazo artificial
entre Pakistán oriental y occidental utilizando una acción militar.
El ejército indio tenía unos 825.000 hombres, organizados en una división acorazada,
trece de infantería, diez de montaña y varias brigadas independientes. Su fuerza de carros
había aumentado desde 1965 gracias a la adquisición de 450 carros T-55 y T-56 soviéticos
y la producción del carro Vickers Vijayanta, menos acorazado pero armado con el mismo
cañón de 105mm que los Centuriones británicos. La fuerza aérea había aumentado su
flota de combate a 625 aviones, incluyendo siete escuadrones de MIG-21 soviéticos, siendo
el resto Suk-hoi-7, Canberras y Hunters británicos y Gnats de producción india. La
armada también había sido reforzada concentrándose alrededor del portaaviones
Vikrant. Pakistán tenía dos divisiones acorazadas, doce de infantería y una brigada
acorazada independiente, dos divisiones más estaban en proceso de formación para
reemplazar a aquellas destacadas en Pakistán oriental. Su fuerza aérea tenía catorce
escuadrones de cazas y tres de bombarderos, pero sólo un escuadrón de caza-
bombarderos Sabré fue destacado a Pakistán oriental, de igual forma que un regimiento
de cincuenta carros, todos ligeros. La política represiva pakistaní llevó a la deserción de
casi todos los soldados reclutados en Pakistán oriental que se pasaron a las filas del
movimiento subversivo, el Mukti Bahi-ni, quienes apoyaban a la Liga Awami, con el
resultado de que debían ser reemplazados por soldados del oeste. La administración del país
se convirtió más que nunca en un régimen militar impuesto por el oeste y la actividad de
los Mukti Bahini, apoyados por la India, se extendió.
Las hostilidades entre la India y Pakistán comenzaron el 3 de diciembre de 1971 con un
ataque ineficaz de la fuerza aérea pakistaní sobre los aeródromos de la fuerza aérea india,
al que está respondió con gran ímpetu. Fue acompañado por ataques, igualmente
ineficaces, a través de la línea de alto el fuego de Cachemira, tanto por las fuerzas
regulares como irregulares. Estos se convirtieron en una serie de batallas en las fronteras
de Cachemira y el Punjab en las que los carros indios vencieron. No obtuvieron ningún
resultado en la gran operación en Pakistán oriental bajo el mando del General Aurora
en Calcuta. Su plan era irreal. Tenía tres cuerpos de ejército, uno de dos divisiones en
Bengala oriental, otro con la misma fuerza en la frontera del norte de Pakistán oriental,
en Assam, y un tercero con tres divisiones, en Tripura, al este del país. Superó su
problema principal: el de un gran número de obstáculos de agua, grandes y pequeños,
haciendo que sus tropas no dependiesen de las carreteras para desplazarse mientras
pudiesen, utilizando a los ingenieros del ejército para construir puentes y ferrys. El
movimiento de material para esto último era la
826 Creadores de la Estrategia Moderna

tarea de mayor prioridad para los helicópteros de la fuerza aérea india. Este plan, que
era adecuado para un ataque concéntrico, aprovechó la debilidad del despliegue del
General pakistaní Niazi Khan. Para poder tratar con Mukti Bahi-ni, y mantener el país
bajo control, mantuvo sus fuerzas esparcidas, especialmente cerca de las fronteras; y
concentró toda la fuerza que pudo para asegurar las comunicaciones entre la capital,
Dacca, y el puerto de Chittagong, en el extremo sureste.
Los tres ataques indios tuvieron un rápido éxito. Las tropas de avance, apoyadas con
entusiasmo y guiadas por el pueblo, atravesaron el país arriesgándose de una manera que
hubiera sido necia de haber sido un paraje más convencional, mientras que la fuerza
aérea india, habiendo establecido una superioridad aérea total, fue capaz de dar apoyo
ilimitado de transporte, ataque y reconocimiento. El 11 de diciembre, a la vez que
progresaban los ataques de los tres cuerpos de ejército, Aurora dejó caer un batallón de
paracaidistas para detener un ataque de la fuerza pakistaní desde Assam occidental, al este
de los principales obstáculos del río. Este ataque desde el norte, bajo el mando del
General Nagra, amenazaba Dacca, por lo que Niazi pidió el alto el fuego; los atacantes
estaban en los alrededores de la ciudad, cuando se rindieron todas sus fuerzas en
Pakistán oriental, el 16 de diciembre, diez dias después de que la Sra. Gandhi reconociese
la independencia de Bangladesh, como se denominó el país a partir de entonces. La
campaña fue un verdadero relámpago siguiendo las líneas de la teoría de Liddell Hart de un
torrente extendiéndose, derivado de las tácticas que el ejército alemán había utilizado en su
ofensiva de marzo de 1918 en el frente occidental. Consistía en aprovechar cualquier
debilidad de las posiciones enemigas mediante la infiltración de tropas evitando la
oposición, siguiendo un método como el que emplea el agua para salvar los obstáculos en
el curso de un arroyo. El objetivo de la India había sido limitado conforme con los
principios de Sun Tzu.
Las batallas de Gran Bretaña. A lo largo de los años de la era nuclear, excepto en 1968, el
ejército británico había estado actuando en alguna parte del mundo. La mayoría de
sus campañas consistían en retos internos a la autoridad de su gobierno en las colonias,
antiguas colonias y, desde 1969, en el mismo Reino Unido, en Irlanda del Norte. Además
de éstas y su contribución en la Guerra de Corea, que ya ha sido tratada, Gran Bretaña se
ha visto envuelta en tres acciones convencionales -la expedición franco-británica de Suez, la
campaña de Malasia contra Indonesia en Borneo desde 1962 hasta 1966, y la recupera-
ción de las Islas Malvinas en 1982-. Los helicópteros de la marina, los infantes de marina y
los aviones de todo tipo de la fuerza aérea participaron en casi todas las campañas en
las que se involucró al ejército, aunque sólo fue en la operación de las Islas Malvinas
donde tuvieron que combatir contra buques y aviones enemigos.
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 827

En Suez se dejó fuera de acción a la fuerza aérea egipcia mediante un bombardeo de largo
alcance desde tierra a los aeródromos, antes de que tuviesen lugar los ataque aéreos y
anfibios, y la marina egipcia no opuso resistencia. Un factor común a las operaciones de
Suez y de las Malvinas fue que no se preparó un plan previo de contingencia para ninguna
de ellas; tuvieron que ser improvisadas. En 1956, Gran Bretaña no contaba ni con
recursos anfibios ni de transporte aéreo para desplazar tropas por mar o aire. Tenía
bases en Chipre y Malta, pero los pequeños puertos de Chipre no tenían capacidad para
reparar o cargar barcos y sus dos aeródromos eran de capacidad limitada. Malta se
encuentra a 1100 millas de Port Said, un largo camino marítimo para barcos lentos. La
operación franco-británica sufrió muchos cambios de planes así como de la incertidumbre
sobre su objetivo. Nunca estuvo claro si la operación estaba limitada a asegurar el propio
Canal, para que pudiese seguir controlado por la Compañía del Canal de Suez, en
nombre de la Asociación de Usuarios del Canal de Suez, o estaba diseñada para obtener
un propósito más ambicioso: derribar a Nasser del poder, con la esperanza de
reemplazarle por alguien más inclinado hacia los intereses Occidentales. El plan original
era haber llegado a Alejandría y lanzar una columna acorazada por la carretera desierta
hacia El Cairo, desde donde partirían columnas hacia el Canal en Port Said, Ismailía y
Suez. Se creyó, con optimismo, que esto se efectuaría en ocho días. Por un gran número de
razones, incluyendo las limitaciones impuestas por la capacidad de las embarcaciones
anfibias, el plan se cambió por un ataque a Port Said, parte por aire y parte anfibio,
precedido por un ataque aéreo nocturno sobre las bases de la fuerza aérea egipcia. La
limitada capacidad de los aviones de transporte franco-británicos restringían las
posibilidades de lanzamiento a 668 paracaidistas británicos y 487 franceses.
Al final, se declaró que el objetivo de la operación, llevada a cabo en confabulación con el
ataque israelí que ya ha sido descrito, era separar las fuerzas egipcias e israelíes de la línea
del Canal, aunque se duda que esto lo creyese nadie. Las tropas israelíes ya habían
ocupado el Sinaí cuando los paracaidistas británicos y franceses se posaron tras Port Said el
5 de noviembre. Veinticuatro horas más tarde, dos batallones de marines británicos
llegaron en carros anfibios, seguidos por otro batallón en helicópteros y el resto de la
brigada paracaidista británica en lanchas de desembarco. La lucha en Port Said fue
esporádica y el comandante, el general británico H.C. Stockwell, de quien era segundo el
General Beaufre, planeó que los paracaidistas franceses, bajo el mando del General
Jacques Massu, debían lanzar un ataque combinado desde el aire y desde el canal sobre
Ismailía, cincuenta millas al sur del canal, donde la brigada paracaidista británica,
viajando por carretera, se uniría a él. Pero la presión internacional, en especial de los
Estados Unidos, trajo el alto el fuego antes de que se pudiese realizar. Aunque
confluyeron más fuerzas para esta operación, sólo tomaron parte tres brigadas, una de
paracaidistas británicos, una de franceses y una de marines británicos. Murieron once
británicos y diez franceses y fue-
828 Creadores de la Estrategia Moderna

ron heridos noventa y dos británicos y treinta y tres franceses. También fue una
malograda operación que, a pesar de que hubiera sido militarmente triunfal, tenía pocas
probabilidades de lograr una solución política satisfactoria. Fue muy frustrante para los
miembros de las fuerzas armadas que tomaron parte.
Por el contrario, el enfrentamiento británico en Borneo fue triunfal en todos los
aspectos. Su objetivo era prevenir que Indonesia provocase la caída del gobierno de
Brunei y que absorbiese a este pequeño país y a sus vecinos, Sabah y Sarawak. Estos
esfuerzos comenzaron en diciembre de 1962, con una rebelión respaldada por Indonesia
en el sultanato de Brunei, un protectorado británico, que fue dominada rápida y
eficazmente por tres batallones británicos traídos por aire desde Singapur. En abril de
1963, Indonesia empezó a infiltrar hombres armados voluntarios para ayudar a los rebeldes
en Sarawak y más tarde en Sabah. Estos voluntarios encontraron pocos rebeldes locales
como ayuda; los que había en Brunei fueron detenidos y los únicos rebeldes potenciales en
Sarawak, eran parte del elemento comunista de la minoría china del pueblo y los más
activos de estos también estaban encerrados. Se trajeron refuerzos británicos, muchos de
los cuales eran batallones Gurkha, así como unidades malayas; en agosto se traspasó el
mando global y la soberanía a la nueva Federación de Malasia.
Un corto alto el fuego en enero de 1964, en el que hubo conversaciones entre Malasia e
Indonesia bajo la presidencia de las Naciones Unidas y que quedaron estancadas, fue
seguido del abandono de las pretensiones por parte de Indonesia y el reconocimiento de
que sus tropas estaban operando al norte de la frontera de Kalimantan, que corría a lo
largo de 800 millas de cimas de montañas en la espesa jungla. Se desplazaban en
compañías de unos cien hombres, intimidando a los nativos e intentando establecer una
expansión de hecho de la autoridad indonesia. Al principio, el General Walter Walker, al
mando de las fuerzas británicas, confió en los nativos apoyados por las fuerzas especiales
para obtener información sobre el movimiento de los pequeños grupos que habían
seguido el curso de los ríos hacia las áreas cultivadas. Pero no podía dejar a los indonesios
establecer bases en el lado malasio de la frontera y tenía que proteger a los nativos frente a
las incursiones. Por ello, estableció bases de compañías propias cerca de la frontera,
abastecidas por aire, desde donde operaban patrullas con entidad de pelotón. Si se
encontraban con grandes núcleos de tropas indonesias, se enviarían refuerzos mediante
helicópteros, que a menudo aterrizaban en agujeros hechos en la jungla gracias a la tala de
árboles. La emboscada era la táctica más eficaz con la que las unidades británicas, que
incluían australianos, neocelandeses y Gurkhas, causaban grandes bajas sobre los menos
hábiles y menos informados soldados indonesios. Al final de 1964, Walker tenía una fuerza
de unos catorce mil hombres apoyados por sesenta helicópteros navales y de la fuerza aérea
y cuarenta pequeños aparatos del ejército, organizados en tres brigadas, que en 1965
aumentaron a cuatro. En ese año obtuvo permiso para operar secretamente atravesando
la frontera y adentrándose en Kaliman-
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 829

tan, utilizando comunicaciones de radio indonesias, interceptadas para lograr objetivos


para emboscadas. Estas tácticas tuvieron su fruto y, tras un golpe de estado contra
Sukarno en octubre de 1965, que desató meses de lucha entre facciones pro y
anticomunistas en Indonesia, el enfrentamiento llegó virtualmente a su fin, aunque no
concluyó hasta agosto de 1966, cinco meses después de que el General Suharto
reemplazase a Sukarno como gobernante.
Había sido una guerra limitada y resultó muy barata para Gran Bretaña y Malasia, por lo
que fue beneficiosa. En su momento cumbre, 17.000 militares de la Commonwealth
británica se encontraron desplazados en Borneo junto con otros 10.000 más en Malaya y
Singapur. Las bajas fueron 114 muertos y 181 heridos, la mayoría Gurkha. También hubo
36 civiles muertos, 53 heridos y 4 capturados, casi todos habitantes del lugar. Se calculó
que hubo 590 indonesios muertos, 222 heridos y 771 capturados. El combate duró casi
cuatro años y de forma clara y decisiva consiguió su propósito de prevenir que Indonesia, o
cualquier influencia extranjera, estrangulase a Malasia al nacer. Ninguno de los dos lados
tenía interés en extender las hostilidades a las afueras de Borneo aunque, en agosto de
1964, Indonesia lanzó un ataque anfibio de cien hombres y uno aéreo contra el
continente malayo y ambos resultasen un fracaso. El haber lanzado ataques aéreos sobre
bases u otros objetivos militares, o sobre barcos de la armada o de otro tipo en el mar,
habría traído desventajas mayores que las que hubiera producido el simple efecto militar.
Ambos lados tuvieron la sabiduría de denominar al conflicto como enfrentamiento y
mantenerlo entre límites estrictos, los cuales nunca se acordaron formalmente, pero fueron
observados tácitamente. Hubo veces que los británicos estuvieron tentados de navegar
con sus buques de guerra a través de uno de los estrechos que separaba las principales
islas indonesias, pero prudentemente se abstuvieron a la hora de hacerlo.
La operación de las Islas Malvinas en 1982, fue en conjunto un asunto más corto y más
perspicaz. Durante muchos años, Gran Bretaña había estado intentando encontrar una
solución política al problema de su soberanía sobre estas casi inhabitadas y desoladas islas
esparcidas en la punta de Sudamérica desde donde se administraba Georgia del Sur,
habitada únicamente^por pingüinos. La caída en el precio mundial de la lana había
amenazado a la economía, prácticamente un monopolio de la Compañía de las Islas
Malvinas, la cual hacía muy poca inversión en las islas y su población estaba decreciendo,
habiendo llegado a unos ochocientos, el 95 por ciento de origen británico. En un
intento de mejorar las condiciones sociales y económicas y encontrar una solución a la exi-
gencia de soberanía de Argentina, los consecutivos gobiernos británicos trataron la futura
situación de las islas y persuadieron a Argentina de construir un aeródromo e implantar
un servicio aéreo con el continente, al que los isleños podrían viajar para recibir
tratamiento médico, educación y para otros fines, incluyendo viajar a otros países. Sin
embargo, los intentos de persuadir a los isleños de aceptar cualquier tipo de asociación
con Argentina se enfrentaron con una gran resistencia, respaldados por la Compañía y la
mayoría de los dos
830 Creadores de la Estrategia Moderna

partidos políticos británicos principales. Los negociadores británicos, por lo tanto, no


tenían nada que ofrecer a los argentinos, los cuales se sintieron frustrados ante la falta de
progreso de sus peticiones.
La invasión argentina tuvo lugar el 2 de abril de 1982. Desde el principio de ese año, un
mercante de chatarra argentino había estado desmantelando un centro ballenero
abandonado en Georgia del Sur, lo que llevó a incidentes sobre el fracaso de la
expedición para vigilar los procedimientos impuestos por el representante británico, y la
tensión sobre este asunto culminó en marzo. El movimiento de fuerzas navales británicas
hacia las Malvinas también se podía utilizar como un pretexto para que Argentina actuase.
La guarnición de las islas -sesenta y ocho marines- era el doble de lo normal ya que se
estaba efectuando un relevo y opusieron una valiente, aunque inútil, resistencia al
batallón de la marina argentina que llegó a Port Stanley. La reacción británica fue rápida.
El 5 de abril, un convoy de la armada navegó desde Gran Bretaña, junto con unos
buques que se encontraban de maniobras en Gibraltar. La fuerza llegó a estar compuesta
por cuarenta y cuatro buques de guerra, veintidós barcos logísticos navales y cuarenta y
cinco buques mercantes, llevando a un total de 28.000 hombres. Incluían cuatro
escuadrones de helicópteros de la marina y uno de las fuerzas aéreas, una brigada de
marines, dos batallones de paracaidistas y tres de infantería con su armamento de apoyo.
La base aérea norteamericana de la Isla de Ascensión, de propiedad británica, jugó un
papel importante como plataforma aérea. Para poder utilizarla, muchos de los antiguos
bombarderos británicos fueron transformados rápidamente en aviones cisterna, como ya
había sucedido anteriormente.
Cuando la flota emprendió su viaje de ocho mil millas, los Estados Unidos intentaron
establecer las bases de un acuerdo negociado. Esto fue acompañado de advertencias a
Argentina para que reconsiderara su postura ya que Gran Bretaña significaba negocio. El
12 de abril se había declarado zona de exclusión marítima hasta una distancia de
doscientas millas de la costa de las islas, que luego fue declarada zona de exclusión total
y se dejó sentado que cualquier intento de acercamiento de buques de guerra o aviones
militares argentinos que supusiesen una amenaza a su fuerza, "se trataría
apropiadamente". Basándose en esto, el 2 de mayo el crucero argentino General Belgrano
fue hundido fuera de la zona de exclusión por un submarino nuclear, eliminando así
cualquier posibilidad de un acuerdo negociado. Antes de este hecho, el 25 de abril, un
destacamento inglés había capturado Georgia del Sur y el 1 de mayo se efectuaron los
primeros ataques aéreos sobre aeródromos, principalmente el de Port Stanley, que
había sido utilizado para transportar tropas argentinas y sus suministros. Como respuesta
al hundimiento del Belgrano, dos Super-Eten-dards franceses de la fuerza aérea
argentina, lanzaron un misil Exocet contra el destructor británico Sheffield el 4 de mayo,
obligando a su tripulación a abandonarlo y a ver como se hundía.
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 831

El Almirante Woodward, comandante de la fuerza, tenía que resolver muchos


factores conflictivos. La meteorología no estaba de su parte: el tiempo empeoraba; no
podía mantener durante mucho tiempo a sus soldados y marines en condiciones
climatológicas adversas y la Primera Ministro, Margaret Thatcher, quería resultados
rápidos. No podía permitirse establecer una base muy lejos de su objetivo principal, Port
Stanley, ya que los medios para transportar hombres y material por tierra estaban
limitados debido a la ausencia de carreteras y la capacidad limitada de los helicópteros y
otros vehículos que podían aterrizar. La amenaza principal provenía de los aviones
argentinos en tierra que operaban al límite de su radio de acción. Woodward podía
mantener sus naves principales fuera de esta amenaza excepto cuando se efectuaban ate-
rrizajes o bombardeos. Tras los aterrizajes, su limitado número de aviones Harrier
VSTOL, tendrían que encargarse de la defensa aérea de la flota, de la zona de aterrizaje y
del apoyo a las tropas mientras avanzaban. También tendrían que efectuar misiones de
apoyo directo a las tropas, las cuales eran inferiores en número a sus oponentes. El General
Mario B. Menéndez, comandante de las fuerzas argentinas en las islas, no sabía donde
aterrizarían los británicos y tenía problemas de transporte similares. Inevitablemente se
concentró en la defensa de Port Stanley. Al aproximarse la flota británica a principios de
mayo, los vuelos de refuerzo y abastecimiento desde el continente estaban limitados a las
horas de oscuridad.
El 21 de mayo, la brigada de la marina británica desembarcó en la Bahía de San Carlos, en
la costa oeste de Malvinas del Este, a sesenta millas de Port Stanley. Los dias siguientes,
mientras establecían la base y defensa antiaérea, \f. fuerza aérea argentina efectuaba
repetidos y valientes ataques sobre los barcos y la zona de desembarco. Con ello perdieron
cuarenta y nueve aviones y hundieron un destructor y una fragata, inutilizando otra y
un barco contenedor grande que transportaba el escuadrón de helicópteros de
transporte pesado de la fuerza aérea británica. El 28 de mayo, al aumentar las presiones de
Londres de avanzar hasta Port Stanley, uno de los batallones de paracaidistas capturaron el
aeródromo de Goose Green, veinte millas al sur de San Carlos, tras una batalla feroz en la
que tuvieron poco apoyo de fuego por parte de la artillería y de los buques o aviones de la
armada. Contra sus 17 muertos, incluyendo su comandante, y 36 heridos, murieron 250 de
sus oponentes y tomaron prisioneros a 1.400 hombres, con una gran cantidad de armas.
La pérdida de los helicópteros de transporte pesado se dejaba notar en aquellos
momentos. El General Jeremy Moore, comandante de la fuerza terrestre, había sido
reforzado el 1 de junio por una brigada de infantería con otros tres batallones, dándole
un total de ocho con una fuerza total de diez mil hombres en tierra; pero los medios para
avanzar a través de los parajes montañosos sin carreteras hacia Port Stanley eran casi
inexistentes. La mayoría de los hombres marcharon todo el camino con un tiempo frío,
lluvioso y con viento,
832 Creadores de la Estrategia Moderna

para apoyarles a su llegada. La necesidad militar y política de acelerar los acontecimientos


llevó a la decisión de enviar los tres batallones de la brigada de infantería bordeando el
lado sur de Malvinas del Este para desembarcar en Fitz-roy y Bluff Cove, a dieciséis millas
al suroeste de Port Stanley. Como resultado de numerosos malentendidos, el 8 de junio
dos barcos estaban cerca de la costa a la luz del día durante unas horas, a plena vista de
un puesto argentino. Fueron atacados por aviones argentinos y ardieron. Hubo
cincuenta muertos y ochenta y cinco heridos, la mayoría de un sólo batallón. A pesar de
este retraso, el ataque sobre posiciones argentinas en los montes de alrededor de Stanley
comenzó el 11 de junio, tomando parte todos los batallones, excepto uno que se había
quedado guardando la base de San Carlos.
El 14 de junio, el General Menéndez se rindió con 9.000 hombres, incrementando el
total de capturados, incluyendo los de Goose Green y de Malvinas del Oeste, a 11.400.
Argentina dio la cifra de sus perdidas en 672 hombres muertos y desaparecidos, siendo
368 del Belgrano. Las pérdidas británicas fueron 255 muertos y 777 heridos. Los británicos
perdieron 6 barcos (hundidos) y 10 con daños significativos. Cinco de sus aviones Harrier
fueron derribados por fuego desde tierra y 4 perdidos por accidente. Decían haber
destruido 109 aviones argentinos, 30 en tierra, 31 con los Harrier, 19 con misiles de los
barcos y 9 por misiles de tierra.
No hay duda de que los británicos tuvieron mucha suerte. Varios barcos fueron alcanzados
por bombas que no explotaron. El tiempo se les acababa cuando Menéndez se rindió. El
suministro de munición de artillería empezaba a escasear. La cantidad de salidas de los
aviones de la armada tendrían que ser reducidas drásticamente debido a problemas de
mantenimiento y el tiempo empezaba a empeorar. Si los defensores argentinos de Stanley
hubiesen ofrecido una mayor resistencia, el resultado podría haber sido distinto. La
superioridad británica en ataques nocturnos, ayudados con aparatos de visión modernos
fue un factor de su triunfo, pero más significativo fue la recuperación de la iniciativa y su
superior entrenamiento y moral. Por parte argentina, sólo los pilotos de la fuerza aérea
salieron triunfantes.
En términos estratégicos de carácter general, Gran Bretaña había demostrado que el
destacamento'! y empleo de las fuerzas armadas para proteger sus intereses en el
extranjero rio era algo del pasado. La operación estuvo limitada hasta el extremo de
que no hubo acción hostil contra el territorio de Argentina, ni sus barcos y aviones fuera
de la zona de exclusión, aparte del ataque al Belgrano; y Argentina tampoco atacó a los
barcos y aviones británicos fuera de la zona, aunque los observaba. Pero no parecía
haber límites en cuanto a los recursos que Gran Bretaña estaba dispuesta a dedicar para
la liberación de la pequeña población de estas islas remotas que, en términos económicos y
militares, apenas tenía valor. Se jugaban un principio: sus renutariones HP hnnnr v
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 833

Existen dudas acerca de si la operación se podría haber realizado sin la Isla de Ascensión.
Por supuesto no se hubiese logrado si, tras la retirada del este de Suez una década antes,
Gran Bretaña no hubiese mantenido su capacidad anfibia representada por su Brigada de
Marina y sus dos buques de asalto y seis de desembarco logístico; no hubiese mantenido
un viejo portaviones, convertido en un buque de mando; fabricado uno nuevo con la
intención de ser un porta-helicópteros antisubmarino y desarrollado el Sea Harrier, que
podía operar desde ambos. Irónicamente, la administración conservadora de la Sra.
Thatcher había decidido retirar la mayoría de estos poco a poco, basándose en que tenían
poco valor en su papel para apoyar a la OTAN. Algunos analistas interpretan la operación
de las Malvinas como una señal de que recurrir a la acción militar para proteger los
intereses propios y ampliar la política de un país a nivel mundial, vuelve a estar de moda,
pero hay quien la considera un acontecimiento anómalo y encuentran muy difícil de
imaginar en qué otro lugar Gran Bretaña podría intentar llevar a cabo una operación
parecida.
Irán e Irak. La otra guerra convencional, en curso desde 1980, ha sido la guerra entre Irán e
Irak. Se ha asemejado más a la Primera Guerra Mundial que a la Segunda, aunque su
etapa inicial, cuando ambos maniobraban con gran número de carros, recordaba a la
última. En ninguno de los lados ha sido significativa la actuación de las fuerzas aéreas y las
armadas apenas se han visto involucradas. El iniciador, Irak, asumía que el estado de
desorden en el que había caído Irán, tras el triunfante golpe contra el Sha en 1979,
ofrecía la oportunidad de poder reclamar ambas orillas del Shatt el Arab, su único canal
hacia mar abierto. Y, al principio, parecía correcto ese juicio. Pero a pesar de retirar a los
oficiales más antiguos de sus fuerzas armadas, Irán pudo hacer buen uso del gran arsenal
de equipo militar moderno adquirido por el Sha. Las fuerzas iraquíes se vieron obligadas
a retroceder hasta que se estableció una situación parecida a la de Francia después de
1914. Durante el transcurso, la importante terminal de refinería y exportadora de
petróleo de Abadan se redujo a las ruinas. Las bajas de ambos lados fueron grandes; Irán se
vio forzado a utilizar guardias revolucionarios, incluyendo chicos en edad adolescente, a modo
de infantería, obligados a hacer ataques suicidas contra posiciones atrincheradas iraquíes.
El despilfarro de las batallas y la incapacidad de mantener y reparar el nivel original de
equipo pesado por ambas partes convirtió la guerra en un combate de infantería, artillería
e ingenieros. Ningún lado tenía el margen de superioridad para forzar una decisión. Igual
que en Francia en la Primera Guerra Mundial, ambos lados habían lanzado ofensivas en
sectores del frente que se detuvieron tras el triunfo inicial para aliviar presiones en otros
sectores. Los intentos exteriores de encontrar la base de un armisticio negociado han
fallado, por lo menos hasta la fecha de este escrito. Aunque no es de gran consuelo para
los participantes, el mundo se ha sentido aliviado al ver que las grandes potencias rivales
se han abstenido de apoyar a cualquiera de los lados, por lo que aunque
834 Creadores de la Estrategia Moderna

no ha sido una guerra limitada para Irak e Irán, ha sido limitada desde el punto de vista
del resto del mundo.

III

La principal diferencia entre los puntos de vista soviético y de la OTAN sobre la guerra
convencional en la era nuclear ha sido la creencia rusa de que la ofensiva es la mejor
defensa. La capacidad y voluntad de tomar la ofensiva, para poder apropiarse de la ofensiva
enemiga, si es posible, ha sido el tema constante de su pensamiento, formación y
organización militar, aplicada igualmente a la guerra nuclear como convencional, que,
durante la mayoría del tiempo, han querido considerar por separado. Han mantenido
la superioridad global en todas sus formas de capacidad militar como algo esencial para
esta estrategia y como la mejor manera de llegar a una libertad de acción, que estaría de
acuerdo con Beaufre, como el objetivo principal de la estrategia.
Mientras vivió Stalin, los métodos de la Gran Guerra Patriótica no se podían cuestionar y
el arma nuclear se veía, como también se veía por muchos en Occidente, como un
llamamiento a ningún cambio fundamental. Pero 1953, el año de su muerte, también vio
el desarrollo del arma de fisión y la decisión de la Unión Soviética de elegir el misil
balístico como el método de transporte. El año siguiente, la Escuela de Estado Mayor
Soviética inició un estudio sobre el efecto que tendrían las armas nucleares en una
guerra. El informe fue entregado a su jefe, el Mariscal Vasili Sokolovskiy, en 1957, y
estuvieron otros dos años discutiendo y revisando la doctrina militar. De este análisis se
llegó a la conclusión de que todas las operaciones se deberían basar en explotar el uso de
armas nucleares con la premisa de que éstas se utilizarían también contra sus fuerzas.
Las armas nucleares no se debían utilizar sólo como apoyo de fuego para la infantería y los
carros. La acción de las otras armas debía diseñarse para sacar provecho de ataques
nucleares, los cuales, al utilizarse contra objetivos seleccionados, serían la característica
principal del plan de operaciones. Estaría basado sobre todo en el ataque nuclear
acompañado por ataques contra todos los elementos de medios de transporte nucleares
del enemigo y sus cuarteles generales. La fuerza aérea, carros y la infantería sobre
transportes acorazados de personal, seguirían a estos ataques en un frente amplio,
penetrando lo máximo posible con el objetivo principal de desorganizar y llevar a la
confusión a toda la estructura militar del enemigo. Esto también se lograría con ataques
físicos y electrónicos sobre los sistemas enemigos de comunicación, alerta y adquisición de
objetivos. La concentración de grandes unidades de vehículos y hombres ofrecía un
objetivo demasiado vulnerable a ataques nucleares enemigos. La concentración de
esfuerzos se logró, por tanto, mediante el uso de armas nucleares. La penetración
profunda de tropas móviles en un frente amplio con formaciones especiales, conocidas
como Grupos de Maniobras Operacionales, organiza-
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 835

dos últimamente, difiere en propósito y método de los desbordamientos por los


flancos de la Gran Guerra Patriótica. Esto fue muy similar al concepto propuesto
por Fuller y Liddell Hart en las décadas de los años 20 y 30, pero con ataques
nucleares sustituyendo a los aéreos, incluyendo el empleo de armas químicas.
Tampoco era muy distinto de los conceptos desarrollados por el ejército de los
Estados Unidos y apoyado por Liddell Hart. En el transcurso de dichas penetra-
ciones, la interacción de las fuerzas soviéticas con las del enemigo daría a este
último un grado de protección contra ataques nucleares provenientes de los sis-
temas de transporte nucleares que no habían sido destruidos.
No había límites en este concepto de guerra. Puesto que sería un conflicto entre
dos sistemas políticos contrarios, se asumía que si ocurría sería sin restricciones. El
ideal era ahogar la acción del enemigo cuando se viera que las hostilidades estaban
a punto de empezar. Una vez iniciadas tendría prioridad la destrucción de las
fuerzas enemigas, especialmente las nucleares. Ni siquiera se consideraba
permanecer a la defensiva, excepto como una medida temporal mientras se
preparaba un ataque. Uno de los escritores más influyentes de la Unión Soviética,
Savkin, dijo: "Un lado que sólo defiende, inevitablemente perderá". Para que este
concepto fuese posible debía ser apropiada la correlación de fuerzas. En otras
palabras, las fuerzas soviéticas debían asegurarse suficiente superioridad en todos
los campos para poder lanzar su ofensiva con la menor demora posible. Esto
significaba un inevitable dilema entre la preparación adecuada y la necesidad de
alcanzar la sorpresa, a la que los soviéticos también daban mucha importancia.
A pesar de que la estrategia soviética rechazaba el concepto de guerra limitada en
cualquier forma, el Estado Mayor tomó nota del concepto de respuesta flexible de
la OTAN, que suponía una fase inicial de guerra no-nuclear. Los escritores
militares soviéticos aceptaban que ésto podía ocurrir y fue reflejado en maniobras
militares; pero la discusión sobre este tema se centró en la importancia de escoger
el momento adecuado para que las fuerzas armadas soviéticas comenzasen a
emplear las armas nucleares. Pensaban que tal fase no-nuclear podría
aprovecharse para terminar los preparativos. Sin embargo, sí aceptaban que
pudieran ocurrir guerras locales (un ejemplo es sus operaciones en Afghanistan)
pero era importante asegurar que no llegasen a un intercambio nuclear, aunque
no que tales guerras pudieran ocurrir en Europa. Había un tema constante en el
gran volumen de literatura militar soviética: la importancia de la superioridad en
la correlación de fuerzas. No sólo era esencial la superioridad para asegurar que el
Campamento Socialista y la Unión Soviética se resguardasen de una amenaza de
agresión capitalista e imperialista que intentaba hundirles constantemente, sino que
diera libertad de acción a la Unión Soviética para librar, si fuese necesario, acciones
militares a niveles inferiores con éxito. El desarrollo de las fuerzas armadas de la Unión
Soviética, diseñado para ser superior en cantidad y calidad a todos aquellos círculos
agresivos del imperialismo capitalista que podrían atacarles, resulta constante en la
doctrina y estrategia militar que dejaba plasma-
836 Creadores de la Estrategia Moderna

do el Estado Mayor soviético en toda la literatura que salía constantemente de


sus academias militares. Poco éxito tendrían los que pusieran sus esperanzas en
persuadirles para que acepten medidas de control de armas para que no conser-
vasen su superioridad, ya que el planteamiento preferido era el de una negociación
de fuerza o desarme unilateral del enemigo.

IV

Afortunadamente para el mundo, las guerras desde el comienzo de la era nuclear


hasta ahora han seguido siendo convencionales y limitadas. Nadie se ha visto ante
la oscura perspectiva de librar una guerra convencional bajo la amenaza de que se
podrían utilizar armas nucleares en cualquier momento y ninguna nación que
posee armas nucleares ha luchado contra otra que también las poseyese. Bajo la
sombra nuclear son inconcebibles guerras como la Primera y Segunda Guerra
Mundial, donde grupos de las naciones industriales principales se enfrentaban
hasta que uno quedaba exhausto. Para estas naciones, embarcarse en una guerra
así, no podría considerarse como seguir una política racional por otros medios.
Hay razones, además de la existencia de armas nucleares, por las que son
inconcebibles tales guerras totales. Una es el coste y el tiempo de gestación de las
armas modernas y sus plataformas. La velocidad de destrucción de tales armas,
cuando se utilizan contra sí mismas, es más rápida que la velocidad con la que se
podrían reemplazar, siendo la Guerra Arabe-Israelí de 1973 el mejor ejemplo de
esto. La guerra convencional entre tales potencias tendría que estar muy
limitada en cuanto a tiempo y, probablemente, también en cuando a espacio y,
por lo tanto, en cuanto a objetivo. La presión por parte de otras potencias y de
la comunidad internacional obligaría a que llegase a un fin. Teorías como las
planteadas por Beaufre que combinan operaciones convencionales con un
empleo sublimitado o amenaza de empleo de armas nucleares, parecen menos
fundadas que los puntos de vista de Liddell Hart, de Henry Kissinger tras
cambiar de opinión, y de Maxwell Taylor y Robert Osgood, los cuales reconocían
que la primera utilización de cualquier tipo de arma nuclear era un momento
clave que convertía la guerra en lo que Clausewitz describía como algo sin sentido.
Por lo tanto, la guerra, si ha de ser otro medio racional para la continuidad de la
política de estado, deberá ser convencional y limitada. Si ha de ser limitada en sus
resultados debe, como decía Clausewitz, ser limitada en su objetivo. Las naciones
deben aceptar límites y reconocer, como hizo Sun Tzu, que cuando haya acabado
la lucha, se debe seguir viviendo al lado de su oponente. La doctrina militar de la
URSS pone énfasis en que es la superioridad en la correlación de fuerzas lo que da a
una nación libertad de acción (lo esencial de la estrategia) para decidir los límites.
El lado más débil, el que actúa a la defensiva, o
La Guerra Convencional en la Era Nuclear 837

el que no está preparado para llegar igual de lejos que su oponente, no tiene elección.
Es aquí donde se enfrentan las dos superpotencias. No pueden esperar que una guerra
entre ellas pueda respetar límites. La Unión Soviética, con toda seguridad, no lo va a
hacer. Por ello se debe esperar que otros motivos de más peso prevalecerán a ambos lados
del Telón de Acero: seguir persuadiendo a las dos grandes potencias, los Estados Unidos y
la Unión Soviética, de que el conflicto directo entre ambas debe evitarse a toda costa,
convenciéndoles de que la continua búsqueda de superioridad sobre el otro no realza la
seguridad de ninguno y que debe preferirse algún otro método para lograr una estabilidad
entre los dos sistemas políticos y económicos rivales.

NOTAS:

54. Documento del Consejo Nacional de Seguridad NSC-162/2, Basic National


Security Policy,
30.10.1953.
55. Ver The Necessity for Choice de Henry Kissinger (London, 1960).
56. Limited War Revisited de Robert Osgood (Boulder, 1979), 106.
57. Introduction to Strategy de Andre Beaufre (London, 1965). Publicado
originalmente en París en
1963.
58. Ibid, 127.
59. War since 1945 de Michael Carver (London, 1980; New York, 1981), 270-72.
Omitida nota a pie
de página.
John Shy y Thomas W. Collier
27. La Guerra
Revolucionaria
27. La Guerra
Revolucionaria

En 1941, cuando el seminario de Princeton sobre asuntos militares comenzó el trabajo que
condujo a la versión original de la obra Makers of Modern Strategy, el tema de este ensayo era
inexistente. Por supuesto, la historia moderna estaba llena de revoluciones y la mayoría
de éstas habían ocasionado algún tipo de guerra. Por lo menos desde el siglo XVII, el
fenómeno de la revolución había obtenido un considerable interés intelectual y ese
interés surgió con cada una de las épocas revolucionarias -1776, 1789, 1848 y 1917-. En
los primeros ensayos de Makers of Modem Strategy es evidente el creciente interés por la
revolución y la estrecha conexión entre el estallido de estas revoluciones y la teoría militar.
Pero en ninguna parte del volumen, ni en los ensayos de Marx, ni en los de Trotsky, ni de
los estrategas de la guerra colonial francesa, encontramos un tratamiento sistemático de
ideas sobre el empleo de la fuerza armada para efectuar cambios políticos y sociales
radicales. Esta ausencia no se puede achacar al Profesor Earle ni a sus colegas; más bien
refleja el hecho de que en 1941 no existía tal teoría; o que tal teoría no se veía aplicable, o
en el caso de existir, no merecía espacio en un libro que tratase sobre el pensamiento
militar desde Maquia-velo hasta Hitler (1).
Resulta complejo analizar por qué la guerra revolucionaria, como rama importante del
pensamiento militar, ha surgido únicamente en el último medio siglo. La pregunta de
¿porqué razón el tema parecía carecer de importancia o no estar claramente definido en
1941? no acepta respuestas fáciles u obvias. De la Segunda Guerra Mundial surgieron
numerosas agitaciones revolucionarias y manifestaciones, cuyos resultados y secuelas
siguen cambiando el mundo. El rápido cambio de perspectiva también ha influido en las
respuestas a nuestras preguntas. La guerra revolucionaria, como tema de un análisis
individual o una serie de técnicas que han traído consigo una serie de contratécnicas,
ahora parece importante, incluso urgente, de una manera que no lo fue para J.F.C.
Fuller, Schlieffen o Jomini. ¿Por qué?
Una respuesta satisfactoria debe considerar el papel de las teorías militares en la historia
del moderno estado-nación. El sistema estado-nación tal y como se formó en Europa en
el siglo XVII se ha visto amenazado continua-
842 Creadores de la Estrategia Moderna

mente, y también estimulado, por presiones revolucionarias. Pero el sistema ha


impuesto sus propias prioridades. La competencia y los conflictos entre estados, a
menudo en forma violenta, han sido factores determinantes del destino de los propios
estados. Suecia y España se quedaron atrás, Inglaterra y Prusia lucharon hasta llegar a
la cabeza, mientras que Polonia y la monarquía Austro-Húngara desaparecía. El
comportamiento de las coaliciones que se formaron para luchar en la Revolución
Francesa demuestra lo difícil que encontraban estos estados-nación el subordinar sus
propios intereses conflic-tivos vitales, al margen de la dimensión de la amenaza
procedente de la ideología revolucionaria y de los movimientos. Durante algunos
períodos y para objetivos limitados, los estados-nación tuvieron que dominar sus
instintos competitivos, para derrotar a Napoleón o a Hitler, o para restablecer el
orden tras 1815 ó 1918. Pero pronto reapareció la competición internacional,
consistente en el conflicto inherente de los intereses nacionales vitales. El triunfante
estado-nación, puede que sólo por definición, es un organismo para luchar guerras.
Incluso el peligro de una revolución interna parecía depender del resultado del
conflicto internacional; la derrota significaba la rebelión, pero la victoria hacía que se
sumiesen en un sentimiento de descontento hacia el orgullo nacional. Teóricos
militares y estrategas trataban pocas veces el tema de la revolución porque los estados-
nación, cuyos intereses intentaban servir, se preocupaban enormemente por la
guerra entre ellos.
Para finales del siglo pasado, había tan sólo un puñado de vencedores que
dominaban el mundo. Las naciones europeas más poderosas, junto con los Estados
Unidos y Japón, parecían ser irresistibles. La constante competición había mejorado sus
técnicas, realzado su poder, saciado sus apetencias y dado una enorme confianza en su
capacidad de extenderse a lo largo de Asia, África y, para los Estados Unidos, por el
hemisferio occidental. Nada podía limitar el alcance de las ambiciones imperialistas,
únicamente el poder de sus principales competidores. El sistema se colapso en tres
décadas. Su confianza y fundamento económico se vio agitado por una guerra mundial
y destrozado por una segunda, aunque puede ser que el sistema nunca fuese tan
invencible como aparentaba ser. Su intensa naturaleza competitiva fue el motivo
principal de su colapso, como le ocurrió a la anterior experiencia napoleónica. Pero la
repentina caída del poder y prestigio del tradicional sistema estado-nación, no sólo
puede achacarse a la epidemia de ataques revolucionarios contra el sistema desde 1941,
sino que además se puede culpar al afloramiento de la guerra revolucionaria como una
rama del pensamiento militar. La caída de los imperios europeos bajo los asaltos
coloniales, e incluso nacionales, y la pronta aparición entre las filas imperialistas de
nuevos estados sucesores, a menudo débiles, son los principales motivos de porqué
ahora vemos esta nueva dimensión de la teoría militar, cuando en 1941 no existía.
La Guerra Revolucionaria 843

La guerra revolucionaria se refiere a la consecución del poder político mediante el empleo


de la fuerza armada. No todo el mundo aceptaría una definición tan simple y es cierto que
el término tiene otras connotaciones: que la consecución del poder está realizada por un
movimiento político popular o con una base muy amplia, que su logro implica un período
de conflicto armado relativamente largo, y que el poder se consigue para llevar a cabo un
programa social o político muy anunciado. El término también implica un alto grado de
conocimiento de los objetivos y de los métodos, es decir, ser conscientes de que es una
guerra revolucionaria la que se está luchando.
Existe una continua confusión entre guerra revolucionaria y guerrilla. Esta confusión es
comprensible ya que la guerra revolucionaria implica la guerrilla. Pero las tácticas de la
guerrilla de dar y salir corriendo, evitando batallas costosas, eludiendo la persecución
enemiga, escondiéndose en los montes, bosques o entre el pueblo, son únicamente un
medio de llevar a cabo una guerra revolucionaria. Estas últimas abarcan desde
movilizaciones políticas no violentas de personas, acción política legal, huelgas, agitación y
terrorismo, hasta batallas a gran escala y operaciones militares convencionales. En cambio,
las operaciones de las guerrillas pueden no tener un objetivo revolucionario, aunque
nunca esté ausente su potencial político revolucionario. Sin embargo, para cualquier
definición de guerra revolucionaria es vital la existencia de un objetivo de carácter
revolucionario; Ips medios específicos a utilizar se relegan a un segundo plano.
La guerra revolucionaria también se distingue por lo que no es. No es una guerra en el
sentido que generalmente conocemos la palabra, no es una guerra internacional o guerra
entre naciones, con la esperanza habitual (aunque no invariable) de que la lucha
llevará, tarde o temprano, a un acuerdo negociado entre las potencias agresoras. En la
práctica, la obvia distinción entre los dos tipos de guerra puede ser difusa. Las guerras
revolucionarias ocurren dentro de las naciones, y su objetivo es la consecución del poder
del estado. Pero cuando la definición va más allá de la simple distinción entre guerra
internacional y guerra revolucionaria, la claridad le cede el paso a lo tenebroso. La mayoría de las
veces, una o varias potencias extranjeras intervendrán en una guerra revolucionaria,
cambiando así su curso y, a menudo, su resultado. Un ejemplo es que el movimiento
militar comunista encabezado por Tito contra un régimen dictatorial y feudal en
Yugoslavia se conocía como una resistencia contra la invasión y ocupación alemana;
también era una lucha croata contra el dominio serbio, y se vio afectado enormemente
por la consiguiente guerra anglo-americana-soviética contra Alemania. La guerra de Tito
fue realmente revolucionaria, como también lo fue la revuelta árabe contra el reinado
otomano en 1916-1918, que estuvo muy ligada al nombre de T.E. Lawrence, agente
británico utilizado para atacar Turquía, que era un aliado de Alemania, el enemigo
principal de Gran Bre-
844 Creadores de la Estrategia Moderna

taña en la Primera Guerra Mundial. Las buenas definiciones se derrumban rápidamente


ante los hechos históricos.
Una escuela de pensamiento discute que la guerra revolucionaria ha surgido en la era
nuclear precisamente porque las nuevas armas han hecho que sea imposible o muy
peligrosa la guerra entre grandes potencias militares. Otros argumentos son que las
grandes potencias, armadas para una gran guerra, se han hecho vulnerables a las tácticas
de la guerra revolucionaria; y que la clásica distinción entre guerra internacional
(reprochable, pero legítima) y la propia guerra revolucionaria (un fenómeno nacional al
que no pueden aplicarse las leyes internacionales) suele verse favorecida ante las grandes
potencias militares e industriales. El valor de estos argumentos es que podemos asegurar
que, tanto en la teoría como en la práctica, la guerra revolucionaria es básicamente
distinta de la guerra como se entiende en los demás ensayos de esta obra.
Más allá del problema de definir términos adecuadamente, existe el de plantear la
cuestión para un estudio. La dificultad está en la natural tendencia del historiador de
buscar similitudes en el pasado. El historiador asume que el sujeto, sea una persona, una
comunidad o un estado, tiene algo parecido a una memoria que da sentido a la idea de
una continuidad histórica. Incluso la estrategia, tratada como una idea, tiene una historia
continua en la publicación de libros y el mundo de los Estados Mayores; o, por lo menos,
el descubrimiento de las discontinuidades tiene un interés histórico propio. Pero la guerra
revolucionaria, vista históricamente como una serie de ideas, supone un reto para esta
noción de continuidad. Las propias guerras revolucionarias son episodios, teniendo
muy poco como para que se institucionalicen como cuerpos de pensamiento y
experiencia, y mucho para que se distorsionen o supriman en términos de memoria. Si
resulta triunfante, el ganador hace que la guerra sea un mito para poder mantener la
identidad nacional y social de la causa revolucionaria victoriosa, mientras que el perdedor
quiere olvidar una penosa, y a menudo desastrosa y humillante, experiencia. Si fracasa
una guerra revolucionaria, se convierte en una revuelta o una rebelión de intereses, a
menudo una lección de errores para los estudiantes de la revolución. En cualquier caso, las
revoluciones se llevan a cabo en un clima de secreto, traición y decepción. Hay pocos
informes archivados, y los supervivientes que escriben sus memorias no pueden ser
contrastados y pocas veces son fiables. Treinta años después de su estallido en 1954,
sabemos muy poco sobre el lado insurgente de la revolución argelina. Incluso donde
parecen haber sido influidos por revoluciones anteriores los estrategas revolucionarios,
como es el caso de los vietnamitas siguiendo el ejemplo chino, la conexión tiende a ser más
bien plausible que definitiva, y es disputada inevitablemente por aquellos que más
cualificados están para ello. El aprendiz que escribe sobre la estrategia revolucionaria puede
achacar una falsa realidad a un desarrollo temporal de su tema, quedando distorsionada.
La Guerra Revolucionaria 845

Otra dificultad es nuestra tendencia a buscar conexiones históricas donde puede que no
las haya. La revolución desde 1776 y 1789 ha proyectado una poderosa y muy emotiva
imagen. Su poder emocional de atraer y atemorizar, ha contribuido a la frecuencia e
intensidad de conflictos revolucionarios de la Historia Moderna. El extraer de este
fenómeno unas estrategias más limitadas y técnicas, más intelectuales y menos emocionales
de la guerra revolucionaria sería olvidarnos de la parte más importante del tema: las
condiciones sociales, políticas y psicológicas específicas que hacen posible una revolución.
Sin estas condiciones la técnica estratégica no tiene sentido; y cualquier estrategia de una
revolución, que cuando existen no las refleja y utiliza en su momento y lugar justo, segura-
mente fracasará como fracasaron los intentos comunistas chinos de ajustarse a la
ortodoxia marxista a principios de la década de 1930. Igual que en 1914, el pensamiento
y planeamiento estratégico para una guerra internacional se ha hundido siempre en el
mismo problema de relacionar la técnica militar con las condiciones existentes, pero al
menos el estado moderno ha desarrollado una capacidad de transformar las fuerzas
sociales en instrumentos militares más o menos predecibles y manejables. Pero no ocurre
lo mismo con la guerra revolucionaria; por definición, las revoluciones no están hechas
por los estados y sus burocracias, sino por energías sociales, dirigidas por líderes que deben
improvisar, adaptarse con rapidez y a menudo actuar antes de tener tiempo para pensar,
si quieren ganar, o incluso sobrevivir. Como dijo Mao, las guerras revolucionarias no son
saraos, ni son temas de estudio para Estado Mayores, ni ensayos para periódicos escolares.
Hay una cualidad, de cada guerra revolucionaria, hasta cierto grado difícil de encontrar
por un escritor no revolucionario o un lector, que deja al estudiante de su estrategia con el
problema de encontrar una perspectiva razonable, para poder decir la verdad a los
lectores.
Hay un peligro especial a la hora de tratar de la importancia contemporánea de las
guerras revolucionarias, que es el de dar excesivo énfasis a las teorías basándose en la
experiencia real. La teoría permite un grado de simplificación que resulta atractivo
cuando se enfrenta con la frecuencia, complejidad y variedad de luchas armadas que son en
algún sentido revolucionarías o contrarrevolucionarias. Pero la reducción formal de la
revolución a etapas, por ejemplo, o de la contrarrevolución a aislar a los rebeldes del pueblo,
ganándose sus mentes y almas, distorsiona el mundo real de la experiencia moderna. Al
mismo tiempo, se debe reconocer que la teoría ha desempeñado un papel importante en
desarrollar esa experiencia, y en el continuo debate sobre cómo debe interpretarse esa
experiencia exactamente. Aun con cuidado de no sucumbir en la seducción de la teoría
simplista, debemos aceptar el poder y el encanto de la teoría como una faceta principal
del fenómeno de la guerra revolucionaria/contrarrevolucionaria.
En estos conflictos, cada lado ha luchado con un conjunto doctrinal principal y, el
problema para cada lado ha surgido como respuesta al planteado por el contrario. Para
los revolucionarios, la cuestión ha sido determinar cuándo y
846 _________________________________Creadores de la Estrategia Moderna

cómo debe desarrollarse la acción militar. Las respuestas abarcan desde los que ven la
acción militar como poco más que una etapa final de la acción y de la preparación política
intensiva, hasta las de los pertenecientes al focaísmo en Latinoamérica que discuten que la
violencia puede, en efecto, reemplazar y catalizar el proceso político de la revolución. Una
y otra vez el liderazgo revolucionario se ha dividido entre aquellos que abogan y aquellos
que quieren posponer la acción militar.
En el otro lado -el de los contrarrevolucionarios- la pregunta crucial se refiere a la
relativa importancia de la violencia y la persuasión, es decir, la decisión entre la guerra y la
política. ¿Hasta qué punto depende un movimiento revolucionario del apoyo político del
pueblo? Y, por lo tanto, ¿hasta qué punto es vulnerable la acción política diseñada para
hundir este apoyo popular? Esta es la pregunta que continuamente se hacen los que se
oponen a la revolución. Repetidamente, como en las Guerras Vietnamitas, las águilas
insistirán en que el enemigo depende únicamente de las balas y el terror que aplica sin
compasión, mientras que las palomas sostienen que un gran descontento popular es la
clave de la guerra revolucionaria. Aquí, también, se centra la cuestión sobre los papeles de
la acción política y militar.
El inevitable debate de ambos lados se centra en dos niveles: el nivel de las circunstancias
específicas y de las urgentes necesidades concretas; y el nivel de la teoría, que lleva a
argumentos sobre la estructura de la política y de la sociedad y la naturaleza de la
existencia humana. ¿Por qué se comportan las personas de tal manera? ¿Por qué están
dispuestas a luchar y a sufrir? Independientemente de lo pragmáticos y testarudos que
sean los líderes de ambos lados de una guerra revolucionaria, parece que estas preguntas
sólo pueden discutirse a nivel teórico. Y es en el debate teórico donde es realmente
importante el lenguaje.
El 23 de octubre de 1983, un camión cargado de explosivos fue conducido a gran
velocidad a través de una barrera con guardias, adentrándose en el Cuartel General de
un batallón de la marina norteamericana, en el aeropuerto de Beirut en el Líbano. La
explosión destrozó el Cuartel General, matando a 231 marines y precipitó la retirada de
las fuerzas de paz americanas enviadas para detener la guerra civil libanesa. Dos meses
después, una comisión especial del Departamento de Defensa norteamericano presentó
una relación de motivos por los que el ataque había tenido éxito: la misión de la marina
en el Líbano no se comprendía bien, el batallón de la marina estaba en un lugar poco
propicio, la estructura del mando militar (desarrollada durante la Segunda Guerra Mun-
dial) no estaba preparada para las condiciones de una guerra civil, la falta de unidad entre
los servicios militares norteamericanos había obstaculizado la rápida acción y el personal
del batallón fue incapaz de encontrar la pieza vital de la inteligencia, a pesar de haber
muchos miembros de la inteligencia militar estudiando el caso de que no debía llegarse
al extremo de que en el área hubiese
La Guerra Revolucionaria 847

aparcados demasiados camiones. El informe puso énfasis en los errores que en el


futuro debían evitarse, pero no ofrecía un análisis más amplio del nuevo problema,
excepto en urgir al Pentágono por el hecho de enfrentarse a un nuevo tipo de
guerra. El informe, al igual que el Presidente, definía este tipo de guerra como un
terrorismo apoyado por el estado y no como un ejemplo específico de lo que realmente
es, el más antiguo fenómeno de la guerra revolucionaria.
Palabras e ideas han jugado un papel muy importante en la guerra revolucionaria,
cuya historia moderna comenzó con las Guerras Napoleónicas. Los esfuerzos
violentos de derrocar gobiernos, apropiarse del poder e incluso de cambiar a la
sociedad, utilizando medios militares no ortodoxos son, por definición,
políticamente perjudiciales. La unidad y apoyo político suelen ser asumidas en
lugar de expresadas explícitamente en teorías clásicas sobre la guerra
internacional, pero el lenguaje de la guerra revolucionaria es políticamente
hiperbólico e hipersensible. A los soldados revolucionarios se les suele calificar de
bandidos negándoles, de hecho, el estatus legal de combatientes, y sus seguidores
son descritos como criminales o traidores. Las fuerzas gubernamentales se convierten
en enemigos del pueblo o mercenarios, el propio gobierno resulta ser fascista, corrupto o un
régimen de títeres. Terrorismo es el término con el que se denominan a los ataques a
objetivos no militares o a los ataques, como el de Beirut, donde se utiliza la
sorpresa o medios no comunes. En la guerra revolucionaria no puede existir un
vocabulario apolítico neutral, las propias palabras son armas.
Describir los actos de la guerra revolucionaria como nuevos, o sin precedentes en
cuanto a su crueldad (o defendiendo que la estrategia revolucionaria tiene sus
raíces en la filosofía antigua) nos demuestra cómo el propio lenguaje se convierte
en un arma de la guerra revolucionaria. El lenguaje se utiliza para aislar y
confundir a los enemigos, reunir y motivar amigos y ganar el apoyo de los
espectadores vacilantes. Pero el mismo lenguaje dirige, o maldirige, los esfuerzos
militares; la retórica del conflicto político se convierte en la realidad de la teoría
estratégica. La rápida adaptación a los cambios tecnológicos es fácil en las fuerzas
armadas europeas y americanas. Pero se ha demostrado que es más difícil
aprender a enfrentarse con los distintos tipos de guerra, en las que las palabras
hacen más por enmascarar o distorsionar la realidad militar que por revelarla. Es
comprensible la poca disposición del Presidente americano o del Pentágono a
admitir que el desastre de Beirut fue un incidente de la guerra revolucionaria. El
utilizar el término más adecuado sería concederle legalidad al atentado. Pero el
utilizar un lenguaje menos moralista y exacto puede haber creado mayor
dificultad en su propio lado que en el del enemigo. Este dilema se ha convertido
en la faceta única de la guerra revolucionaria moderna y, por lo tanto, en un
problema a la hora de analizar el tema como un conjunto de ideas. Por ello, no
podemos empezar con las simples presunciones sobre la naturaleza objetiva de la
teoría, ni siquiera con la relación entre la teoría y la práctica; estos son temas que
es preciso analizar detenidamente.
848 Creadores de la Estrategia Moderna

Debido a que numerosos aspectos del lenguaje de la guerra revolucionaria son polémicos,
parece lógico ponerse del lado de una aproximación estrictamente analítica en este
debate. Casi toda la literatura sobre el tema está relacionada con cómo conducir o cómo
triunfar en la guerra revolucionaria. El propósito de este ensayo es examinar el tema con la
mayor objetividad posible, identificando las preguntas y problemas claves aún no resueltos y
sin ofrecer más opiniones que las ya existentes sobre la política y operaciones de una
guerra revolucionaria. Un acercamiento histórico al tema no es una escapatoria de un
juicio, pero por lo menos nos da una oportunidad de alejarnos de la polémica,
describiendo lo que se ha dicho y hecho sin la pretensión de decir la verdad operativa,
política y ética de la guerra revolucionaria. Escribir la historia de un tema que actualmente
está tan vivo y cuyo futuro reta a las conjeturas es arriesgado; incluso una aproximación
histórica puede no alcanzar el análisis necesario. Pero al menos esa aproximación nos da
una oportunidad de separar lo analítico ¿qué ocurrió?, del juicio de ¿qué debería haber
ocurrido?
La aproximación histórica analíticamente neutral, a pesar de las dificultades, nos
permite ver el tema en todo su contexto. Esta aproximación también sugiere que la guerra
revolucionaria puede ser un fenómeno histórico no eterno, con un comienzo claro y un
final imaginable. Surgió en la década de 1930 como un conjunto de ideas únicas de
cómo llevar a cabo una revolución armada. La ideas se propiciaron tanto por su éxito
aparente como por su calidad intrínseca, la guerra revolucionaría como una fórmula para
una victoria política y militar puede dar señales de quebrarse. Esto no es más que una
conjetura, puede que errónea. Pero al menos llama la atención a la relación vital entre
la guerra revolucionaria, como un conjunto de ideas, o teoría, y las condiciones históricas
específicas que han hecho realidad esta teoría.

II

La guerra revolucionaria, como un concepto totalmente desarrollado, es un fenómeno


relativamente reciente principalmente porque está estrechamente relacionado con dos
aspectos de la modernidad: la industrialización y el imperialismo. Los marxistas y otros
críticos radicales del moderno orden industrial, económico y social fueron los primeros en
analizar el problema de movilizar y emplear la fuerza armada para vencer a la policía y al
ejército de las clases monárquicas y capitalistas. Mientras que a finales del siglo XIX los
revolucionarios radicales estudiaban el problema en su contexto industrial europeo y
norteamericano, los defensores radicales de la resistencia colonial en Asia empezaban a
tratar con los problemas de derrocar a aristócratas y soldados imperiales junto con sus
colaboradores nativos. Por supuesto que la historia europea se ha visto marcada con
protestas y sublevaciones violentas del pueblo, al igual que la resistencia a la intrusión
imperialista es tan antigua como el propio imperialis-
La Guerra Revolucionaria 849

mo, pero sólo hace un siglo, la idea de la guerra revolucionaria empezó a adoptar una
forma y a adquirir su momentum, considerándose como un conjunto de problemas con
soluciones estratégicas específicas.
Un breve vistazo a los precursores intelectuales del concepto moderno de la guerra
revolucionaria también indica el porqué de su tardía aparición. Los estudiantes de culturas
asiáticas han defendido que hace más de dos milenios Sun Tzu, el filósofo militar chino,
describió los tres principios estratégicos de la guerra revolucionaria: debilidad en el ataque,
evitar la fuerza y ser pacientes (2). También resaltaban que en la historia china y
vietnamita la creencia general en el mandato del cielo, por el que los regímenes tanto ganan
como pierden legitimidad, ha sido durante siglos un elemento crítico en adquirir el apoyo
popular para la revolución (3). Conseguir a personas que se unan, luchen e incluso
mueran por la causa revolucionaria y transformando el entusiasmo popular em maneras
estratégicas efectivas han sido, y siguen siendo, los puntos claves de todo pensamiento
serio sobre la guerra revolucionaria. Por lo tanto, Sun Tzu y el mandato del cielo son algo
más que entelequias intelectuales curiosas; cada uno trata con temas específicos. Pero lo
que sigue oscuro es la importancia que Sun Tzu y el mandato del cielo han tenido en la
aproximación no-occidental al problema de la guerra revolucionaria. Por el contrario, hay
evidencia de una marcada "occidentalización" del pensamiento revolucionario anti-
imperialista moderno, con un retroceso a los antiguos orígenes de este reciente fenómeno,
puede que más que una guía para la acción revolucionaria sea una forma del nacionalismo
cultural (4).
La clásica Era de la Revolución en Occidente también ofrece algunos datos interesantes.
Durante la Guerra Americana de la Independencia, ambos lados hicieron un gran
esfuerzo para mantener la guerra entre los límites y formas convencionales. Los jefes
provinciales americanos habían arrebatado el poder a los oficiales británicos en la mayoría
de las áreas incluso antes de que estallase la lucha, por lo que la naturaleza revolucionaria de
la guerra fue mínima, y sólo en las zonas fronterizas y también durante los últimos años en
el Sur, tomó la violencia el carácter popular e irregular de la guerra revolucionaria. Si el
carácter revolucionario de la guerra era mínimo, lo que podría describirse como teoría
estratégica de la revolución era casi inexistente. Y aun así el general americano, Charles
Lee, anteriormente un oficial británico que había participado en el alzamiento polaco de
1769, diseñó una estrategia para la guerra del pueblo, que implícitamente era opuesta a la
estrategia adoptada por Washington, que confiaba en soldados veteranos y campañas
de maniobras convencionales. Lee defendía que la democracia y el entusiasmo
americanos eran el fundamento ideal para una estrategia americana de una prolongada
guerra de desgaste que dependiese de la resistencia local. Aunque Lee perdió pronto toda
su influencia sobre la conducción de la guerra y sus ideas nunca fueron apoyadas, su argu-
mento a favor de la integración de los aspectos políticos, sociales y militares de la
estrategia sólo hubiese surgido en una situación revolucionaria, y resulta ser
850 Creadores de la Estrategia Moderna

una predicción de la característica principal de las posteriores ideas sobre este tipo de
guerra (5).
En la Revolución Francesa surgió el pueblo en armas, enlazando el nacionalismo con el
servicio militar y dando el primer gran paso hacia los grandes ejércitos civiles; pero la
Revolución se desenvolvió de tal manera que nunca resultó ser una guerra revolucionaria
en el sentido actual del término. Las guerras de la Revolución Francesa fueron
principalmente guerras extranjeras, libradas para defender Francia y para debilitar a sus
enemigos externos. Un nuevo valor caracterizaba a la estrategia y a las operaciones
francesas, pero los objetivos estratégicos, a menudo más ambiciosos, no eran distintos de
los objetivos de las guerras anteriores a 1789. El gobierno monárquico de Francia se
había derrumbado antes de que comenzase la guerra, por lo que la resistencia armada
era, por definición, contrarevolucionaria para el nuevo gobierno de París. Las guerrillas
y los partisanos luchaban en todas partes, en la región de Vendée en el oeste de Francia,
en las montañas de Italia y Austria, en España o en Rusia, para expulsar a las fuerzas de
la Revolución y para ayudar en la restauración de un gobierno legítimo por parte de las
potencias conservadoras aliadas contra Francia.
Sólo una vez, y de forma momentánea, se aproximó la Revolución al concepto actual de
la guerra revolucionaria. En 1793, durante el Reinado del Terror, las fracciones
extremistas pidieron la creación de armées révolutionnaires. Estos ejércitos revolucionarios no
estaban pensados para defender las fronteras contra la coalición invasora, sino que eran
bandas armadas de personas que debían buscar y atacar a los traidores: aristócratas,
sacerdotes recalcitrantes, explotadores y a cualquier contrarrevolucionario francés
donde quiera que estuviese. Algunos estarían indudablemente en altos puestos.
Originalmente propuesta por Robespierre, la idea de los armées révolutionnaires se volvió
contra él y sus colegas en el Comité de Seguridad Pública cuando intentaron centralizar y
controlar el Estado francés destruido por la guerra. Los armées révolutionnaires podían haber
arrebatado el poder al Comité de Seguridad Pública de la Asamblea Nacional y
entregárselo a los personajes más radicales de la Revolución Francesa. El golpe de estado
conservador de 1794, que acabó con el Reinado del Terror, redujo a los armées
révolutionnaires a una pesadilla de la historia francesa. Pero la propia idea de personas
corrientes armadas para librar una guerra dentro de su propia sociedad, incluso dentro de
su propio régimen revolucionario, ofrece una visión fascinante de un futuro lejano (6).
Con la llegada de regímenes represivos a través de una Europa obsesionada por los
peligros de la intranquilidad popular y tras Waterloo, surgió algo parecido a una teoría
consciente sobre la guerra revolucionaria, pero se disipó a mediados de siglo. Los
revolucionarios italianos y polacos, basándose en su fe por unificar y movilizar el efecto del
nacionalismo, argumentaban que los ejércitos masivos podían derrotar a cualquier
cuerpo de tropas gubernamentales
La Guerra Revolucionaria 851

gracias a su entusiasmo nacionalista y a su número. El análisis que realizaban los


revolucionarios de sus propias sociedades no llegaba a mostrar las grandes divisiones entre
los objetivos de los liberales y los de las clases medias, las esperanzas radicales del creciente
proletariado y, a menudo, los temores conservadores de los artesanos, tenderos y
campesinos. Estas divisiones junto con la lealtad y la destreza de las fuerzas
gubernamentales, detuvieron en varias ocasiones a los movimientos revolucionarios de las
décadas de 1820 y 1830, aplastándoles finalmente en 1848-1849. Cualquier duda sobre si
era inadecuada la existente teoría revolucionaria fue resuelta por la nueva tecnología:
rifles, comunicaciones eléctricas y la máquina de vapor. Después de 1850, todo esto supuso
para los gobiernos más medios para desplegar fuerzas contra la insurrección popular (7).
Estas nuevas armas, mejoradas y desarrolladas, también dieron a los estados europeos los
medios para introducirse fácilmente en Asia y en África, a finales del siglo XIX. En Europa
los revolucionarios guiados por Marx, Engels y otros, desviaron su pensamiento
revolucionario desde la guerra hacia la política. La organización, la educación y la
agitación se convirtieron en las tareas principales de un movimiento revolucionario más
realista y menos romántico. Podía seguir habiendo violencia, en huelgas, terrorismo a
pequeña escala o asesinatos políticos, pero sólo como un medio para un fin específico.
Parecían haber terminado las revueltas espontáneas de las masas. Una excesiva o
prematura violencia era contraproducente porque alertaba al enemigo de su peligro,
poniendo toda la fuerza de la represión armada sobre las organizaciones revolucionarias,
pequeñas, sin armas y muy vulnerables. Pero también hubo algunos momentos en que
los revolucionarios lucharon abiertamente y murieron como héroes y mártires, por
ejemplo durante la Comuna de París de 1871. Los recuerdos de estos momentos
heroicos agitaron la imaginación de los revolucionarios europeos y también de los líderes
de la resistencia colonial, manteniendo vivas las esperanzas de aquellos que trabajaban
tranquilamente, y a menudo con gran peligro, para preparar el milenio revolucionario.
Karl Marx en su The Civil War in France, que terminó de escribirlo cuando la última
resistencia de la Comuna fue aplastada por fuerzas gubernamentales en París, no presentó
ninguna teoría estratégica para la guerra revolucionaria, sino una explicación bastante
precisa de las condiciones bajo las que se libraban las guerras y los objetivos por los que se
debe luchar. Como era de esperar, el análisis era radical y el matiz amargo. Como decía
Marx, la violencia no es la especialidad del pueblo, quienes sin duda son sus víctimas. La
guerra es la intención de los monarcas, el deporte de los aristócratas y el sello del
imperialismo. Dos ejecuciones y la represión de una única revuelta fue toda la violencia
por parte de la Comuna antes de que comenzase con ataques externos contra el
gobierno. Por parte del gobierno, el volumen de la matanza -en gran parte atroz y algo
sádica- cuando aplastó a la Comuna en la primavera de 1871, había sido tapada por la
violenta represión gubernamental de junio de 1848 (8).
852 Creadores de la Estrategia Moderna

La lección estaba clara. Una vez amenazados por el pueblo armado, los grupos reinantes
no se detendrían hasta desarmarles y aterrorizarles, hasta conseguir la sumisión. Ningún
arreglo era posible, al menos como una táctica a corto plazo. La duplicidad del Gobierno
radical de la Defensa Nacional y de sus representantes en París demostró que las medidas y
objetivos eran un fraude diseñado para atrapar y desarmar al pueblo. El aparato del estado
y de las estructuras que lo apoyaban en la sociedad, no podían hacerse firmes; debían ser
destruidos y reconstruidos sobre principios revolucionarios.
No hace falta ser marxista para reconocer el poder de este análisis. A pesar de lo selectivo
que fue Marx, hay una amplia experiencia posterior de un tipo más brutal, en 1871, en
1848-1849, y en numerosos alzamientos y fracasos revolucionarios desde 1815, para
convencer a sus lectores de que la historia había enseñado unas cuantas lecciones penosas
a los estrategas de la revolución popular. Ser moderados era estúpido; Engels, en su
introducción en la edición de 1891 de The Civil War inFrancehabló del "santo asombro"
con el que la Comuna "permanecía respetuosamente en pie tras las vallas del Banco de
Francia" (9). La organización disciplinada y el planeamiento eran fundamentales; los
seguidores de Blanqui y Proudhon, que eran líderes de la Comuna, habían sido
engañados con las fantasías de las manifestaciones espontáneas y el alzamiento de la gente
libre. La violencia era un arma, pero sólo una entre muchas. No debían encogerse ante la
violencia, pero tampoco debía ser idealizada, ni su potencial malgastado en gestos
inútiles. La obra de Marx se caracteriza por la fusión del realismo y de la pasión que la
hizo dar un gran paso en el desarrollo de una teoría consciente de la guerra
revolucionaria.
Lenin, en varias observaciones sobre la Comuna y sobre la obra de Marx, apuntó y
endureció estas lecciones. Al contrario que Plekhanov en la Revolución Rusa de 1905,
Marx había previsto que la insurrección popular de 1870 sería una locura, pero tras el
suceso no utilizó el fracaso para anunciar su propia sabiduría, sino que lo analizó con
simpatía y realismo. En este sentido (al igual que en otros) la capacidad de Marx para
calcular las perspectivas y las consecuencias de la violencia sin verse influenciados por las
esperanzas, temores u otras emociones, era un modelo para el liderazgo revolucionario.
Los grandes errores de la Comuna, vistos por Lenin y ampliando los comentarios de Marx
y Engels, fueron la moderación y la magnanimidad. El no apoderarse de los bancos y el
mantener las viejas reglas de un "intercambio justo" se vino abajo por los "deseos de
establecer una justicia superior" en una Francia unida. El mayor error fue subestimar "el
significado de las operaciones militares directas en la guerra civil" mediante la no
destrucción del enemigo, manteniendo la esperanza de ejercer así sobre él una "influencia
moral". Al fin y al cabo, esos enemigos se habían unido a las fuerzas gubernamentales para
aplastar a la Comuna. Pero la Comuna era una batalla perdida, el valor de los vencidos
era una continua inspiración para los camaradas que, con el tiempo, ganarían la victoria
final. El Comité demostró cuanto podía hacerse con la acción revolucionaria, incluso sin
La Guerra Revolucionaria 853

condiciones favorables ni una adecuada organización. En el futuro, las tareas propias de la


estrategia revolucionaria serían crear una organización revolucionaria, esperar
pacientemente y fundar unas condiciones adecuadas para la acción revolucionaria. Una
y otra vez Lenin imita a Marx en su insistencia sobre la necesidad de "romper", "aplastar" o
"arrasar" a la "máquina del Estado burgués", empezando con su ejército y reemplazándolo
con una organización creada por el "pueblo armado" (10).
Trotsky, y no Lenin, utilizó las lecciones de la Comuna de París y de la Revolución Rusa de
1905 para buscar una estrategia para la guerra revolucionaria. Era obviamente inevitable
un enfrentamiento armado con las fuerzas gubernamentales. Los gobiernos habían
aprendido la lección de 1789, cuando la monarquía francesa vaciló en utilizar su
ejército, permitiendo que el pueblo se armase y organizase y que se rebelase contra las
guarniciones militares de París y otras ciudades. Como se demostró en 1848, 1871 y 1905,
incluso un régimen débil e ineficaz atacaría antes de que el movimiento revolucionario
estuviese preparado para un enfrentamiento armado. ¿Cómo tratar este problema? Entre
1905 y 1917, Trotsky, más que ningún otro revolucionario ruso, intentó contestar a esta
pregunta (11).
Había dos respuestas: fortalecer la fuerza armada de la revolución y debilitar el ejército
gubernamental. Atacar la moral y la disciplina eran formas obvias de debilitar las tropas
enemigas, pero ¿qué tácticas serían efectivas? El reclutamiento de campesinos carecía de
conciencia política y, por lo tanto, era menos susceptible a los llamamientos políticos
revolucionarios, pero estas tácticas de golpear y salir corriendo habían enfurecido a las
tropas gubernamentales y aumentado la energía de la represión. El terrorismo tenía
defensores; pero otros, como Plekhanov, defendían que el terror nunca atraería el apoyo
masivo. Una huelga general que paralizase la red ferroviaria y telegráfica, que daban al
gobierno la mayoría de su fuerza contra la revolución, parecía prometedora, pero
probablemente no sería decisiva. Un método alternativo desesperado para debilitar al
ejército era resistirse ante él de manera pasiva, convencer al pueblo para que se
enfrentasen a las tropas gubernamentales como conciudadanos rusos y, si fuera
necesario, morir por sus creencias con la esperanza de que su martirio rompería los lazos
de disciplina que obligaba a los soldados a disparar contra los trabajadores (12). Pero
ninguna de estas tácticas parecía más viable o efectiva que cualquier otra en el intento de
hundir a la inmensa fuerza armada del régimen y, antes de 1917, ya carecía de apoyo. Los
motines en Kronstadt y otros lugares en 1906 entre las fuerzas imperiales, daban ánimos,
pero eran susceptibles a interpretaciones confusas por los pensadores revolucionarios.
Continuaba la lucha entre los partisanos y las fuerzas gubernamentales en las zonas
rurales, pero la línea entre la resistencia popular y la rapiña no estaba claramente definida.
El debate sobre la estrategia militar al finalizar 1905 era de hecho, un debate político; los
oponentes se agruparon en bandos: uno con los que, como Lenin, apoyaban la acción
militar directa, que alzaría a las masas, adíes-
854 Creadores de la Estrategia Moderna

traría a combatientes revolucionarios y rompería la moral del ejército imperial, y, por


otro, el de los que, como Plekhanov, daban importancia a la necesidad del apoyo
general y, por consiguiente, temían las consecuencias de una prematura insurrección
armada. En este debate, Trotsky desempeñaba un papel creativo y mediador.
Incapaces de decidir cuál sería la mejor manera de debilitar las fuerzas armadas del
régimen, los revolucionarios se concentraron, naturalmente, en fortalecer su propia
rama militar. En esto había menos desacuerdo. Como muchos eran escépticos con los
campesinos, cuyas operaciones tendían a degenerar en la rapiña y el terrorismo
incontrolado, y muchos otros eran igualmente escépticos con el concepto cauteloso y
algo romántico de una revolución masiva cuando las condiciones eran apropiadas, el
acuerdo se centraría en la necesidad de organizar, armar y adiestrar a las partes más
motivadas y políticamente conscientes del proletariado. De esta manera, el Partido, al
contrario que la Comuna de 1871 o los revolucionarios de 1905, estaría preparado para
una lucha armada, cuando y de cualquier forma que surgiese. Pero el resultado de este
acuerdo fue dar importancia a los aspectos urbanos, industriales e incluso. tecnocráticos
de la guerra revolucionaria, con batallas concebidas como encuentros breves librados
para controlar los ejes de la sociedad actual. En este aspecto, la teoría de la guerra
revolucionaría que surgió tras 1905 en Rusia, reflejaba una tradición antigua del
pensamiento militar occidental.
La experiencia de Trotsky como reportero durante las Guerras Balcánicas reforzó su
creencia de que un ejército revolucionario bien armado, adiestrado y bien guiado podía
esperar derrotar al ejército gubernamental y que las fuerzas populares, que dependían de
su número y su entusiasmo, estaban obsoletas. Las guerrillas (grupos de guerrilleros) como
los Chetniks que operaban en las montañas Macedonias podían, como mucho,
desempeñar un papel auxiliar en la guerra revolucionaria.
En este caso, las grandes presiones generadas por la Primera Guerra Mundial (como
principal barrera de la revolución), hicieron más para debilitar al ejército imperial ruso,
que las teorías y revueltas revolucionarias, y la deserción de gran parte del ejército por la
causa revolucionaria aseguró la victoria Bolchevique. La Guerra Civil, en la que Trotsky
se hizo famoso como líder militar de la Revolución Rusa, se libró no sólo con una única
estrategia revolucionaria sino con métodos militares modernos, o sea, convencionales. El
legado que dejó la Revolución Rusa a la teoría militar fue rechazar la idea de que una
estrategia para la guerra revolucionaria podía estar fundada sobre principios que no fue-
sen los que prevaleciesen en las escuelas de Estado Mayor de las potencias capitalistas. En
este sentido, la guerra involucraba una serie de demandas técnicas que la situaban más
allá de la crítica revolucionaria de la ideología burguesa.
Fuera de su propio continente, las potencias europeas veían las revueltas y alzamientos
más como problemas de una política imperial que como reflejos
La Guerra Revolucionaria 855

del descontento popular. En sus esfuerzos por mantener la paz y el orden, los gobiernos
coloniales tendían a ver a sus líderes nativos no como patriotas o líderes políticos, sino
como alborotadores o bandidos. Las fuerzas militares de las colonias también veían
diferentes a sus enemigos de los ejércitos de Europa; eran tribus incansables, insurrectos,
dacoits, más que un pueblo armado. Estas actitudes son fácilmente comprensibles; combatir
en una emboscada bien planificada enseña mucho de las armas y tácticas del adversario,
pero muy poco de sus objetivos políticos o de su sentido de justicia. Las potencias
imperiales utilizaban un enfoque organizativo, en lugar de doctrinal, en las guerras
coloniales. Organizaban ejércitos coloniales especializados, en general un alto porcentaje
de tropas locales guiadas por europeos, y les dejaban a ellos preocuparse por los problemas
diarios de luchar y vencer las pequeñas guerras en lugares lejanos. Una organización
separada dividía la experiencia militar colonial de los problemas de la guerra europea y
ayudaba a mantener sin preocupaciones sobre estrategias que tratasen con las revoluciones
a los pensadores de las escuelas de guerra nacionales.
El punto de vista del ejército colonial está bien expresado en los escritos que hizo el
Comandante de la Artillería Real Charles E. Callwell, a finales del siglo (13). En su
obra Small Wars, Callwell distingue claramente estas guerras de las campañas normales entre
ejércitos organizados. A continuación explica como llevar a cabo "expediciones contra
salvajes y razas semi-civilizadas". Lo describe a conciencia y muy bien, y no pretende que los
guerreros irregulares y guerrilleros sean sorprendidos. Pero también deja claro que
únicamente habla de operaciones militares, que sólo tienen importancia en las colonias.
Por eso, el rico legado de la experiencia operativa en las colonias se mantuvo separado de la
teoría y la práctica de los ejércitos locales antes de la Segunda Guerra Mundial.
Había excepciones. Gran Bretaña movilizó contingentes de todo su Imperio para combatir
en la Guerra de los Boers y en Irlanda luchó una guerra contra las guerrillas. En Francia, el
Mariscal Lyautey publicó un artículo que fue muy leído sobre el ejército colonial (14).
América amplió su ejército de regulares y surgieron veinticinco regimientos de voluntarios
durante la Insurrección filipina. Pero incluso estas excepciones involucraban combatir
contra guerrillas en lugar de trabajar con ellas y esto tenía poco impacto sobre el
pensamiento militar de la nación. Sin embargo, hubo otra excepción. Intentaba
mezclarse, en lugar de enfrentarse, con la guerra de guerrillas: la Revuelta Árabe de 1916-
1918.
La experiencia de T.E. Lawrence con las fuerzas árabes del Sherif Hussein y sus hijos,
constituyó tanto un ejemplo como una teoría legendaria sobre la guerra. Lawrence fue
simplemente un asesor (nunca un comandante) para los árabes rebeldes contra el reinado
otomano, pero coordinó sus objetivos políticos y las operaciones militares para
complementar los objetivos y las operaciones de los británicos. También integró la
tecnología moderna con los caballos y camellos de los árabes: ametralladoras, morteros,
artillería ligera, vehículos blinda-
856 Creadores de la Estrategia Moderna

dos, aviones de reconocimiento y de ataque terrestre y armas de fuego y apoyo logístico


naval. A pesar de que nunca reconoció que su pequeña guerra no fue más que "un
número del espectáculo", sí proporcionó una asistencia valiosa a las fuerzas principales
británicas, obteniendo un bajo coste en recursos británicos y vidas árabes. Es notorio que
entre sus muchos detractores no se encuentra ninguno que luchase con él o hubiese sido
uno de sus superiores británicos o árabes (15).
En el lado teórico, Lawrence dio una opinión muy distinta de la guerra de guerrillas que
la descrita por Callwell. Aplicando su gran conocimiento de la historia militar a los
problemas específicos de la Revuelta Árabe, Lawrence desarrolló una base teórica que
tenía mayor aplicación de la que él creía. Definió claramente los objetivos políticos de la
guerra, analizó minuciosamente los puntos fuertes y las debilidades de las fuerzas
adversarias, reconoció la importancia de una estrategia de destacamento operando desde
una base segura ("poder del desierto"), utilizó la iniciativa de atacar, empleando tácticas
de ataque y retirada, de inteligencia y contrainteligencia y de la guerra psicológica y la
propaganda. Resumiendo, escribió que "con movilidad garantizada, seguridad .... tiempo y
doctrina", los rebeldes vencerían (16). Puede que el fracaso de Lawrence en preparar a
Gran Bretaña para llevar a cabo una guerra revolucionaria fuera del continente fuese el
resultado de su propia personalidad dramática. Su imagen pública ensombrecía tanto a
sus ideas como a sus logros. Fue el amor del mundo literario y la perdición del pabellón
de oficiales, ya que nadie le tomaba en serio como profeta militar y murió en 1935, justo
cuando Francia y Gran Bretaña comenzaban a enfrentarse a la perspectiva de otra guerra
mundial, que no tenía ninguna semejanza con la librada por Lawrence.
Había mucho más de qué preocuparse a finales de los años 30 por parte de los pensadores
militares y los planificadores. La Regía Aeronáutica italiana y la Luftwaffe alemana, más el
espectro de la guerra química, convirtieron la defensa civil en una preocupación
dominante. Las formaciones de carros de combate y bombarderos aparecían temibles ante
los ojos de los espectadores de la Guerra Civil Española, mientras que los ataques de
torpedos procedentes de aviones, lanchas rápidas y submarinos preocupaban al personal
de la armada. Hay que añadir a estos problemas la crisis económica de la Gran Depresión
y los sentimientos antibélicos populares que habían surgido de la Gran Guerra; el remate
sería la creencia natural de que los planes de guerra estaban diseñados para vencer, no
para compensar las derrotas, y hubiese sido una persona muy sabia la que durante la
década de los 30 se hubiese preparado contra operaciones de guerrillas.
Con la excepción de Mao Tse-tung, cuya estrategia es discutida todavía, ni los
triunfadores ni las víctimas anticiparon la importancia de la resistencia que se opuso a las
fuerzas del Eje en la Segunda Guerra Mundial. En Inglaterra, por ejemplo, ninguna
persona o institución llevaba a cabo un estudio sobre la gue-
La Guerra Revolucionaria 857

rra de guerrillas que Lawrence había personificado. Winston Churchill utilizó los servicios
de Lawrence en la Oficina Colonial desde 1921 a 1922, se escribió con él durante muchos
años y le mencionó en su libro Great Contemporaries (17). Pero parece que Churchill no
consideró la futura utilización del tipo de guerra de Lawrence en el caso de que Gran
Bretaña tuviese que enfrentarse de nuevo a una poderosa potencia continental. De
manera parecida, el crítico militar B.H. Liddell Hart se escribió con Lawrence, intercambió
libros con él y se veían algunos fines de semana de la década de los años 30. Pero Liddell
Hart consideraba la estrategia de guerrillas de Lawrence más como una validación de su
propia estrategia de aproximación indirecta que como algo aplicable al futuro próximo (18).
Por todo ello cuando Gran Bretaña empezó a prepararse seriamente para la guerra tras la
Crisis de Munich de 1938, la guerra de guerrillas estaba "medio olvidada"; no sobrevivía
ninguna organización para llevarla a cabo y no existía ninguna colección de lecciones
aprendidas de activistas en este campo. La hazañas de T.E. Lawrence en Arabia, una de
las últimas ofensivas armadas irregulares británicas, se habían convertido en una leyenda
romántica .... (19). No fue hasta el verano de 1940, tras haber fracasado todos los medios
de atacar a los alemanes, cuando los británicos, ante la insistencia de Churchill, crearon
la Ejecutiva de Operaciones Especiales "para coordinar toda acción utilizando la
subversión y el sabotaje contra los enemigos de ultramar". Presentes en esta creación
estuvieron George C.L. Lloyd, que era el Secretario Colonial y un antiguo amigo de
Lawrence de la época del Bureau Árabe de El Cairo, y J.C.F. Holland, de la sección de
Investigación de Inteligencia Militar (MIR: Military Intelligence Research), quien había
obtenido una medalla siendo piloto de Lawrence en Arabia. Su presencia casi accidental,
refleja la falta de continuidad de la estrategia para la guerra revolucionaria.
Un año después, tras la invasión de la Unión Soviética por parte del ejército alemán, Stalin
trasmitió un llamamiento a su pueblo: "Deben formarse unidades partisanas montadas y
de a pie, deben organizarse divisiones y grupos para combatir contra unidades enemigas,
para fomentar la guerra partisana por todas partes ..." (20). La realidad era que los
planes secretos soviéticos para la guerra partisana nunca habían sido utilizados y no
existían organizaciones para los partisanos. Era muy tarde para planificar con algún
orden ya que una emboscada de Panzer envolvía a casi un cuarto de millón de soldados
soviéticos al este de Minsk y los grupos del ejército alemán en el norte y el sur ganaban
momentum; por ello, el llamamiento directo de Stalin al pueblo para conseguir algo,
cualquier cosa, surgió de inmediato.
En Yugoslavia, la invasión alemana se hizo en tan solo once días. En Grecia duró 17 días y
en Francia cuarenta y dos. Con estos rápidos colapsos de los ejércitos y ante la ausencia de
una planificación pre-guerra, es sorprendente la rapidez con la que se alzaron los
movimientos nacionales de la resistencia a través de Europa. Los propios alemanes se
dieron cuenta de este hecho, ya que se vio claramente en todo el mundo, con mucha
rapidez y brutalidad en las regiones
858 Creadores de la Estrategia Moderna

eslavas, que las doctrinas nazis del Lebensraum y de la raza significaban, en el mejor de los
casos, la explotación, y en el peor, la exterminación de los pueblos conquistados. Bajo los
efectos del colapso del gobierno nacional y de la implantación de un régimen antagonista y
extranjero, muchos de los ciudadanos de las naciones derrotadas se vieron alejados de su
vida cotidiana. Algunos buscaron apoyo en la resistencia como un medio para expresar
sus nuevas incertidum-bres, temores y esperanzas, utilizando todas las estrategias
específicas que encontraron en esa parte de Europa.
Se desarrollaron dos estrategias generales, una conservadora y otra revolucionaria. El
mejor ejemplo de una estrategia conservadora nos lo proporciona la Unión Soviética; en
esta estrategia, el objetivo de la resistencia era restaurar el antiguo régimen. La estrategia
conservadora intentaba restablecer comunicaciones con el gobierno, tanto en la capital
como en el exilio, aceptar misiones operativas dispuestas por oficiales gubernamentales,
recibiendo toda ayuda posible e intentando conseguir el alzamiento del ejército nacional
y la reinstauración del sistema político nacional. Por el contrario, la estrategia
revolucionaria se desarrolló más claramente en Yugoslavia, donde los partisanos de Tito
lucharon para conseguir el poder del régimen exiliado. Los partisanos de Tito luchaban
contra las guerrillas Chetnik del General Draja Mihailovitch, al igual que contra los
alemanes, tan sólo siete meses después del final de la invasión. Aunque oficialmente
Mihailovitch fue nombrado Ministro de la Guerra, Comandante en Jefe del Ejército y
el único receptor del apoyo aliado, Tito permanecía independiente y hostil. Organizó un
Frente Anti-Fascista para la Liberación del Pueblo en 1942; en 1943, el Consejo del
Frente se proclamó como gobierno de Yugoslavia, con Tito como Premier y Comandante
en Jefe. A pesar de su continuo conflicto con los Chetniks, la desesperada lucha de Tito
contra los alemanes acabó dándole el apoyo aliado; Gran Bretaña envió fuerzas en 1943
y la Unión Soviética y Estados Unidos hicieron lo mismo a principios de 1944. En
septiembre de 1944, el Ejército Rojo se aproximaba a Belgrado y la Fuerza Aérea aliada del
Mediterráneo estaba aplastando las líneas de comunicación de los Balcanes; para finales
de octubre, Tito estaba en Belgrado encabezando su gobierno de Liberación del Pueblo.
Para Yugoslavia, un objetivo revolucionario había enfocado los esfuerzos de la
resistencia desde el principio hasta el final (21).
En el resto de Europa las estrategias de la resistencia estaban menos definidas que en la
Unión Soviética y en Yugoslavia. A pesar de que todos buscaban restaurar su gobierno
nacional, los aspectos políticos de esos gobiernos eran tema de debate. Los movimientos
de la resistencia eran, en mayor o menor grado, una coalición de grupos políticos
competidores y en muchos de los países ocupados, el Partido Comunista estaba entre los
más fuertes y más duros de los luchadores. Todos solían aceptar la coordinación por
parte del gobierno exiliado para así recibir el apoyo de los aliados y lograr la derrota de los
alemanes, pero también se mantenían cautelosos con la política de la posguerra de
La Guerra Revolucionaria 859

sus naciones. En algunos casos, como en el de los Chetniks yugoslavos, esto les llevó a evitar
combatir contra los alemanes y a conservar sus recursos para un enfrentamiento interno.
En otros, como el Partido Comunista francés, les obligaba a redactar un documento
contra los alemanes para poder fortalecer su postura tras la guerra. Dejando a un lado las
estrategias específicas, está claro que una de las mayores consecuencias de la Resistencia fue
la política de posguerra nacional. Durante años, tras el término de la guerra, aquellos que
colaboraron con los alemanes tuvieron numerosas dificultades, mientras que los héroes de
la Resistencia salían bien parados, a pesar de la eficacia nacional de la propia resistencia.
Como Lawrence pudo haber predicho, las consecuencias políticas y psicológicas de la
Resistencia tenían mejor resultado a la larga que los resultados militares directos (22).
Los movimientos de la resistencia del sudeste asiático revelaron una gran diferencia con
los europeos: los invasores japoneses eran asiáticos, mientras que los gobiernos derrotados
eran europeos o americanos, los herederos de anteriores invasiones (23). Esto daba a los
japoneses una gran ventaja que intentaban aprovechar. La "Esfera de Co-Prosperidad del
Este de Asia" era un concepto en el que muchos japoneses creían con entusiasmo y
sinceridad y a muchos otros asiáticos les parecía una alternativa razonable al imperialismo
occidental. Los japoneses habían sido una fuente de orgullo y de secreta esperanza para
los asiáticos desde la derrota rusa en 1905, y sus repentinas e inesperadas victorias en 1942
hicieron que el lema "¡Asia para los asiáticos!" se hiciese realidad de un día para otro. Sin
embargo, la realidad era que Japón se había embarcado en una guerra desesperada y su
única posibilidad de vencer era aprovechando rápidamente los recursos de sus nuevos
terrenos liberados. No sólo estaba Japón determinado a librar una guerra en 1942, sino
que había arriesgado su futuro nacional continuando la lucha contra las naciones e
imperios más ricos del mundo.
Además de esta necesidad de recursos estaba la opinión etnocéntrica japonesa respecto al
resto del mundo. Japón estaba muy orgulloso de no haber sido nunca conquistado o
invadido, y en los cuarenta años precedentes había derrotado a sus grandes vecinos, China
y Rusia. Es de justicia decir que los japoneses, especialmente los soldados del Ejército
Imperial, no veían como sus semejantes a las poblaciones asiáticas que habían liberado.
Este sentimiento de superioridad hacía difícil para los japoneses el poderse hacer querer y
aceptar, aunque podían fácilmente ser temidos e incluso respetados.
Las antiguas potencias coloniales tampoco eran bien queridas, por lo que las
poblaciones basaban sus selecciones en el interés propio, guiados por las realizaciones y
promesas de ambos oponentes. Las grandes excepciones eran los partidos comunistas
locales, quienes apoyaban el lado de los soviéticos; las minorías chinas, que apoyaban el
lado en el que se encontraba China; y muchos militares y civiles de los desplazados
regímenes coloniales, que seguían apoyan-
860 Creadores de la Estrategia Moderna

do fielmente a sus antiguos patrones. En 1942, y en esta compleja mezcla de lealtad e


interés propio, había una posibilidad de movimientos de la resistencia anti-japonesa y
esta posibilidad aumentó con el tiempo, en parte debido a que los japoneses aumentaron
sus demandas económicas y sus insultos, y en parte debido al consecuente aumento de
esperanza de una victoria aliada.
En Asia, las estrategias de la resistencia tenían mayor variedad de objetivos que en Europa.
Por ejemplo, en Birmania los habitantes indígenas no vieron en principio necesidad de
una resistencia. Treinta jóvenes patriotas, los Treinta Héroes que se habían ido de
Birmania bajo el reinado británico, regresaron con el ejército japonés en 1942. Reclutaron
al Ejército de la Independencia de Birmania, montaron un gobierno en Rangoon y Japón
les concedió la independencia en 1943. Sin embargo, como se desilusionaron con los
japoneses, formaron un partido secreto de la oposición y una fuerza de guerrilla de la
resistencia a finales de 1944 y cooperaron con el ejército británico, que volvió a arrebatar
Birmania a los japoneses en 1945. Utilizando las bases políticas y militares logradas
mediante la colaboración y posteriormente la resistencia a los japoneses, los birmanos
negociaron la independencia en el período de la posguerra. En un desafortunado, pero
común, legado de la Resistencia, varias tribus de los montes que habían luchado contra
los japoneses, así como dos grupos comunistas diferentes, continuaron la guerra de
guerrillas contra el gobierno de Rangoon durante unos años más (24).
Filipinas tuvo una experiencia diferente. Con un nuevo ejército filipino adiestrado en
1941 y una fecha propuesta para la independencia al cabo de cinco años, los filipinos
lucharon al lado de los americanos hasta su derrota en la Península de Bataan, en abril de
1942. Tras este suceso, muchos de los políticos de Manila aceptaron servir en la República
Filipina apadrinada por los japoneses, mientras que miles de filipinos continuaron
luchando con las guerrillas filipino-americanas y apoyándolas. La lucha de 1944-45,
cuando regresaron las fuerzas americanas, la división entre la élite política y las masas,
dejaron a Filipinas con un incierto futuro cuando la independencia estaba garantizada
(25).
Tanto los malayos como los vietnamitas opusieron resistencia a los japoneses, pero de
distintas maneras. El Ejército Anti-Japonés del Pueblo Malayo era étnicamente chino -no
malayo- y concebido alrededor del partido comunista malayo; estaba dispuesto a aceptar
ayuda británica. Fue deshecho en 1945, pero reapareció tras doce años de lucha contra
los británicos, como el Ejército para la Liberación de las Razas Malayas antes de
reconocer su derrota (26). El líder vietnamita Ho Chi Minh, fundó el Partido Vietminh
en 1941, en un mitin del exiliado Partido Comunista Indochino, celebrado en China.
Ho tardó más de tres años en formar un ejército y una organización política en el norte
de Vietnam. En agosto de 1945, cuando los japoneses dieron el poder al Emperador Bao
Dai, el Vietminh era la única organización política en el país y Bao Dai abdicó
traspasándole su autoridad. En septiembre de 1945, se proclamó en
La Guerra Revolucionaria 861

Hanoi la República Democrática de Vietnam Independiente, pero tendría que luchar


durante treinta años antes de unificarse y ser independiente (27).
Ni en Indonesia ni en Tailandia hubo movimientos de resistencia significativos. Tailandia
era independiente y decidió colaborar con los japoneses mientras mantenía contactos con
los americanos y los británicos. Indonesia era demasiado importante estratégica y
económicamente para poder darle la independencia, por lo que el ejército japonés apartó
el sistema administrativo holandés y gobernó el país hasta agosto de 1945. Su reinado fue
firme, pero animaba al nacionalismo pro-japones con el apoyo de Sukarno y Mohammed
Hatta. También adiestraron al ejército indochino compuesto por unos 65.000 hombres.
Dos días después de la repentina rendición japonesa, en agosto de 1945, Sukarno y Hatta
anunciaron la independencia de Indonesia, pero necesitaron luchar varias guerras civiles
y contra los británicos y los holandeses durante cinco años, antes de que Indonesia se
unificase y fuese independiente (28).
Eran tan diversos los movimientos de resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, que
no es posible generalizar; pero un factor común, rara vez apreciado, era el tecnológico. Es
normal decir que las guerrillas luchan contra enemigos más avanzados tecnológicamente
y, a veces, eran capaces de aprovecharse de las debilidades creadas por la dependencia en
tecnología avanzada. Pero también es cierto que la tecnología moderna ha dado
facilidades a la guerra de guerrillas; la resistencia en tiempo de guerra en Europa y Asia
debía, en gran medida, sus victorias y su supervivencia a dos nuevas herramientas de
guerra: la radio y el avión. La radio permitía que los luchadores de la resistencia fuesen
estratégicamente importantes y tácticamente efectivos, mientras que los aviones les
abastecían y les protegían. Sin radios, el control desde Londres, Moscú o cualquier otro
lugar, hubiera sido imposible. Al mismo tiempo, muchas de las operaciones de las
guerrillas dependían de una rápida comunicación. Los informes de inteligencia habrían
sido demasiado lentos sin la radio, y los lanzamientos aéreos, las recogidas de hombres
dados de baja y la coordinación de la acción terrestre, hubiera sido mucho más difícil.
El desarrollo de pequeñas radios de largo alcance y el adiestramiento de operadores de
radio eran funciones importantes de los Cuarteles Generales, mientras que los alemanes
y los japoneses trabajaban en el desarrollo de equipos de búsqueda, de decodificado-res,
perturbadores y técnicas de engaño en su guerra contra el eslabón clave de la resistencia.
Los aviones para el apoyo de las guerrillas necesitaban los espacios y equipos y la capacidad
necesaria para efectuar lanzamientos de personas y equipos mediante paracaídas o poder
despegar y aterrizar en campos pequeños, o ambas cosas. Los bombarderos obsoletos, tales
como los Wellington británicos funcionaban bien, al igual que los aviones de transporte C-
46 y C-47 americanos. Para trabajos menos pesados, el venerable biplano biplaza soviético
PO-2 (o U-2) podía aterrizar en campos pequeños y luego despegar con dos partisanos
heridos sujetos a sus alas. El adiestramiento de las fuerzas aéreas para estas misiones era
importante y las unidades sin capacidades especiales de vuelo noc-
862 Creadores de la Estrategia Moderna

turno y de navegación tuvieron poco éxito. Las fuerzas aéreas aliadas desarrollaron
escuadrones adiestrados y equipados para estas misiones. Aunque los detalles
tecnológicos puede parecer que carecen de importancia, la propia experiencia creó una
serie de capacidades, y hasta cierto punto, una colección de equipos con los que, en la
época de posguerra, saldría a relucir el nuevo concepto de que la guerra revolucionaria no
podía seguir considerándose como un asunto de poca importancia (29).

III

El fenómeno de la guerra revolucionaria surgió en el siglo XVIII con la primera ola de


revoluciones modernas en América y Francia. Catalizado por las Guerras Napoleónicas
en el siglo XIX, se unieron las demandas de independencia nacional, de derechos
democráticos y de justicia social, para proporcionar un poderoso ímpetu a la revolución
armada. En los primeros años del presente siglo, el problema específico de la lucha militar
revolucionaria estaba recibiendo una considerable atención, y la Revolución Rusa de 1917
vería la culminación de un largo proceso histórico. Pero esta perspectiva es errónea; la
fusión vital de las ideas y condiciones, tanto teóricas como prácticas, nunca tuvo lugar, ni
siquiera durante la revolución de 1917. La verdadera historia hasta la década de los 40 es
una de falsos comienzos, callejones sin salida y, como mucho, de breves perspectivas de
futuro, no el surgimiento anticipado de un nuevo tipo radical de guerra cuyos objetivos y
métodos eran muy distintos del tipo de guerra tradicional. Ni siquiera era perceptible en
1941 este nuevo tipo de guerra, que era considerado como un conjunto de
acontecimientos militares o como un cuerpo de pensamiento estratégico. Desde
entonces ha surgido la conscien-cia de este hecho. La victoria de los comunistas chinos
en 1949, con la publicidad de los escritos sobre la guerra revolucionaria de su líder Mao
Tse-tung, el desmantelamiento más o menos violento de los grandes imperios europeos
en Asia y África, y la Guerra Fría, se han unido para darle a este tema una importancia sin
precedentes en el pensamiento militar occidental contemporáneo. La novedad no es el
fenómeno en sí, sino nuestra percepción de él.
No importa cuánto tiempo empleemos buscando el texto básico de las ideas sobre la
guerra revolucionaria, éste sólo se encuentra en los escritos de Mao Tse-tung. Cuando el
movimiento revolucionario de los comunistas chinos se dio cuenta de que el modelo
marxista de la revolución del proletariado no era aplicable a China, la cual era una
sociedad agraria con un sector industrial débil, se volvió hacia el campo y los campesinos,
en lugar de a las ciudades y trabajadores, en busca del principal apoyo para la revolución.
En su lucha violenta contra el gobierno nacionalista, e incluso más en su lucha contra
los japoneses en 1937, Mao y los chinos desarrollaron una nueva doctrina de revolución
basada en las tácticas y técnicas de librar una guerra de guerrillas de campesinos. Las
La Guerra Revolucionaria 863

guerrillas, más débiles que su enemigo, no podían ser eficaces ni sobrevivir sin un apoyo
popular bien organizado. Movilizar este apoyo era una tarea más bien política que militar, y
la importancia de las preocupaciones políticas sobre las militares se convirtió en el eje de
las teorías de Mao sobre la guerra. En este sentido, discrepaba mucho del pensamiento
militar occidental tradicional, con sus grandes distinciones entre guerra y paz y entre
acontecimientos políticos y militares.
Mao también discrepó en otros aspectos, especialmente en el valor que se daba al tiempo
y al espacio. En la tradición occidental, y personificado por Napoleón, la victoria militar
debía obtenerse con rapidez y el arrebatar o defender un territorio era el eje del propósito
de la guerra. Para Mao, sin medios para arrebatar o mantener un territorio o para
obtener una rápida victoria, el espacio y el tiempo se convirtieron en armas en lugar de
objetivos. Una "lucha duradera" prometía cansar al enemigo, si no militarmente al menos
políticamente, ya que no podía obtener la rápida victoria que pedía la tradición occi-
dental. Del mismo modo, intentar defender un territorio podía ser suicida para las fuerzas
de guerrillas, pero operando en terrenos difíciles, conocidos mejor por ellos que por su
enemigo, podían engañarle y fatigarle, creando oportunidades para efectuar ataques
sorpresa. Estas eran las ideas maoistas clave, centradas en la política, el tiempo y el espacio.
Su gran victoria en 1949 aseguró que estas ideas, tan diferentes de los conceptos militares
que supuestamente son los que hacen que el ejército europeo predomine en el mundo,
fuesen muy anunciadas, atrayendo así gran atención por parte de los revolucionarios y
contrarrevolucionarios (30).
El problema que surge al analizar el pensamiento de Mao sobre la guerra revolucionaria
está en mantener separado lo que él decía de lo que se creía que había dicho. Igual que
con otros influyentes teóricos militares como Jomini, Clausewitz y Mahan, los
admiradores y enemigos han sacado las ideas de Mao fuera del contexto en el que fueron
desarrolladas, expresadas y supuestamente entendidas. Se debe recordar que las propias
ideas fueron desarrolladas en medio de un gran peligro: la feroz guerra civil contra los
nacionalistas y la desesperada resistencia a la invasión japonesa.
Recurrir a la guerra de guerrillas era un reconocimiento pragmático de que los
nacionalistas, al igual que los japoneses, eran militarmente más fuertes. En 1930, Mao
escribió: "Lo nuestro son tácticas de guerrillas.... Dividir nuestras fuerzas para alzar las
masas, concentrar nuestras fuerzas para tratar con el enemigo. Que el enemigo avanza,
nosotros retrocedemos; que él acampa, nosotros hostigamos; si se agota, nosotros
atacamos; que retrocede, nosotros avanzamos.... Hay que conseguir que se alcen el
mayor número de hombres en el menor tiempo posible y con los mejores métodos
posibles" (31).
Al mismo tiempo, en un mensaje llamado On Correcting Mistaken Ideas in the Party, amplió su
orden de alzar las masas: "El Ejército Rojo lucha no sólo por
864 Creadores de la Estrategia Moderna

luchar, sino para poder hacerse con las masas, organizarías, armarlas y ayudarlas a
establecer un poder político revolucionario. Sin estos objetivos, la lucha pierde su sentido
y el Ejército Rojo pierde su razón de ser" (32). Aquí, obviamente, estaba expresando una
opinión que implicaba una división de trabajo entre tareas políticas y militares. El
hecho de que su opinión era más pragmática que ideológica estaba de relieve en un pasaje
anterior del mismo ensayo: "Especialmente en el presente, el Ejército Rojo no debe
dedicarse sólo a luchar...." (33).
A finales de los años 30, después de la Larga Marcha y la invasión japonesa, el
pragmatismo se estaba convirtiendo en la ortodoxia del partido. En una entrevista en
1937 con un periodista británico, habló de principios como las guías del trabajo político
del Ejército de la Octava Ruta. El segundo de estos tres principios era el de "la unidad
entre el ejército y el pueblo, que significa mantener una disciplina que prohibe la más
mínima violación de los intereses del pueblo, llevar a cabo propaganda entre las masas,
organizarías y armarlas, aminorando así sus cargas económicas y suprimiendo a los
traidores y colaboradores que hacen daño al ejército y al pueblo; el resultado es que el
ejército y el pueblo están muy unidos y son bien recibidos en todas partes". En otra
parte del libro escribió las "leyes de la guerra revolucionaria" (34).
Sus pronunciamientos no sólo se desviaron de lo pragmático a lo dogmático (en parte, sin
duda, debido a que en términos marxistas-leninistas Mao estaba abogando por la
heterodoxia), sino que el énfasis se desvió del papel del ejército en politizar al pueblo
hacia que el pueblo dependiese del ejército. Las ciudades donde habitaba el proletariado
revolucionario, estaban ocupadas por reaccionarios e imperialistas, por lo que la
revolución debía "convertir a los pueblos retraídos en avanzadas bases consolidadas". Y de
nuevo: "Sin estas bases estratégicas no había nada de qué depender para llevar a cabo
nuestros trabajos estratégicos o para obtener el objetivo de la guerra" (35). Es obvio que
otros líderes comunistas chinos (Chou En-lai) veían esto de otra manera: "La lucha
revolucionaria en un área de base revolucionaria consiste principalmente en una guerra
de guerrillas campesina guiada por el Partido Comunista Chino. Por lo que es erróneo
ignorar la necesidad de utilizar distritos rurales como áreas de bases revolucionarias, así
como negar los trabajos laboriosos a los campesinos e ignorar la guerra de guerrillas" (36).
En todo el ensayo, Mao ataca a aquellos que se desviaron de los pueblos a las ciudades, de
las fuerzas regionales al ejército principal, de la motivacióri humana hacía la técnica militar
y de la guerra a la acción política. El "poder político" repite, "sale del cañón de un rifle"
(37).
Todas estas declaraciones sobre la guerra revolucionaria están sacadas de la obra Selected
Works de Mao, traducida a muchos idiomas y distribuida por todo el mundo. También se
pueden encontrar en el pequeño libro rojo sobre La Guerra del Pueblo, publicado en
1967, cuando Lin Piao estaba en el poder (38). Entre otras cosas, el pequeño libro rojo es
una colección de citas escogidas cuidadosamente e interpoladas por el propio Lin, para
apoyar la controversiva
La Guerra Revolucionaria 865

política de abogar por la ideología china contra la tecnología americana y para


defender la liberación de Mao de la Revolución Cultural de 1966. A pesar de que
las citas resumen una imagen real del pensamiento de Mao sobre la guerra
revolucionaria, se pierden todas las calificaciones y referencias textuales y se
ignora la cronología; a las ideas de Mao se las permite navegar con libertad, son
válidas universalmente, al menos para países como China, "semi-colonial y semi-
feudal" (39). Fue de esta forma abstracta y reducida en la que el pensamiento de
Mao sobre la guerra revolucionaria se dejó influenciar por otros que se veían
envueltos en luchas similares.
El trastorno más serio causado por la elevación de los escritos de Mao de los años
30 a texto bíblico sobre la guerra revolucionaria, es la pérdida o mutación de su
énfasis en la necesidad de efectuar evaluaciones estratégicas correctas. Leídos de
una forma, sus diversos tratados sobre la estrategia revolucionaria están llenos de
lo que se ha convertido en una serie de clichés: las acciones políticas y militares
son muy dependientes entre sí; las guerrillas dependen del apoyo popular,
conseguido mediante el hecho de llevar a las masas los beneficios de la revolución;
los luchadores revolucionarios son los peces, el pueblo es el mar en el que nadan.
Estos tratados también están llenos de polémicas, ataques a todos aquellos que
rechazan, dudan o no entienden la estrategia de Mao; el oportunismo, el
desesperaáonismo y el guerrillerismo se encuentran entre las muchas herejías
denunciadas por Mao, y los lectores pueden estar tentados de considerar estos
ataques como simples reflejos de las luchas políticas de la Revolución China cuando
Mao las escribió.
Pero leídas de otra manera, como el medio principal para dirigir un problema de
estrategia manifestándose en una serie de situaciones estratégicas específicas,
entonces estas secciones polémicas, junto con otras partes de sus escritos no
relacionados con asuntos militares, se vuelven mucho más interesantes e
importantes, debido a que aquellos que miran a Mao como el teórico sobre la
guerra revolucionaria, han rechazado esta parte de su teoría. Mao estaba obse-
sionado con el problema del conocimiento y sus ataques polémicos sobre las
opiniones heréticas dirigidas contra objetivos personales y políticos, se relacio-
naban con los fallos del aprendizaje sistemático y del pensamiento. En el dominio
emocional de la acción revolucionaria, los líderes se dejaban llevar por sus
sentimientos -intoxicados por la victoria, deprimidos por la derrota y confundidos
por lo inesperado-. La estructura social de la revolución aumentaba la dificultad:
los intelectuales conocían únicamente lo obtenido de libros y habladurías,
mientras que los campesinos confiaban en sus cinco sentidos y en su experiencia
personal. Incluso la acción revolucionaria hizo poco más que endurecer las
preconcepciones. El amargo sectarismo, las grandes equivocaciones y los fallos
revolucionarios, eran frutos predecibles de esta arraigada dolencia, de este fallo
en la comprensión de la realidad revolucionaria.
866 Creadores de la Estrategia Moderna

Mao escribió como si él, con su enorme fuerza y visión, fuese el único capaz de reconocer
el problema que representaba el conocimiento superficial y la decisión impulsiva. En
estos largos ensayos, muchos de ellos escritos en unas circunstancias físicas muy difíciles,
con poca comida o mucho sueño, insiste en que debe comprenderse totalmente la
situación y analizarse rigurosamente antes de tomar ninguna decisión. El lenguaje,
tamaño y frecuencia de estos pasajes nos demuestran que no estaba actuando bajo
ningún hechizo marxista-leninista obligatorio; estos pasajes revelan, en una traducción
fría, la pasión del evangelista revolucionario intentando enfrentarse al pecado original.
Para él, los clichés de su ya famosa doctrina estratégica eran sólo unas simples directrices
que llevaban a la estrategia revolucionaria por buen camino y que avisaban sobre las
peores equivocaciones estratégicas. Pero sólo una implantación realista, la cual requería
un gran esfuerzo intelectual, podía convertir esta fórmula estratégica en una victoria. Es
este aspecto vital de la estrategia de Mao el que se disipa en la discusión posterior (40).
Los clásicos teóricos occidentales de la estrategia, especialmente Jomini y Clausewitz,
trataban el mismo problema -cómo llenar el hueco existente entre la estrategia y su
implantación-. Para Clausewitz, la clave se hallaba en mantener la teoría cerca de sus
raíces empíricas, no dejando que se apartasen el lenguaje, la lógica y las polémicas del
discurso teórico de la realidad de la guerra real. Su mayor temor -siendo Bülow, su
contemporáneo, el que dio un mal ejemplo- era crear una teoría militar que no tuviese
valor en el mundo real de la acción militar, una teoría que sólo era un ejercicio intelectual
estéril. Al igual que Clausewitz, Jomini no dudaba en llevar la teoría a su forma más
abstracta y simplificada. Para Jomini, cerrar el hueco entre la teoría y la práctica era el pro-
blema del jefe y constantemente avisaba a sus lectores de que, por muy ciertos que fuesen
los puntos científicos de una estrategia, la clave estaba en su correcta implantación.
En este aspecto, Mao parece acercarse más a Jomini que a Clausewitz. Mao, al igual
que Jomini, parece despreocupado por el problema de la "teoría" como tal; la existencia
y naturaleza de una verdadera teoría de la estrategia preocupaba a Clausewitz, pero no
a Jomini, ni a Mao. Su preocupación, una vez comprendida la teoría, era aplicarla.
Para Jomini la teoría estratégica podía ser entendida por cualquier persona
inteligente y receptiva, pero sólo un "genio" podía aplicarla consistentemente en un
mundo real de guerra. Mao ofrecía una respuesta similar: el líder revolucionario debe
unir el conocimiento, inteligencia, pasión y disciplina en un solo propósito directo;
sólo la debilidad humana creaba el hueco entre la teoría y la práctica, entre el
pensamiento y la actuación. Resumiendo, no existía ningún hueco entre la teoría y
la práctica; las propias teorías sobre la estrategia revolucionaria son parte de la
revolución, no un intento de desviar la atención. La gran diferencia entre Jomini y
Mao sobre este punto era que para
La Guerra Revolucionaria 867

' Mao, él era el "genio" y que lo mejor que podían hacer los demás era escucharle y
dejarse guiar por él.
Los lectores de occidente y de otras partes, han dado gran valor a las opiniones de Mao
sobre la estrategia revolucionaria, pero poco valor a sus ideas sobre cómo deben aplicarse.
Su reiterado mensaje de que la teoría estratégica tiene algún sentido únicamente en
términos de una circunstancia política, social e internacional concreta, en el momento
en el que se está aclarando la teoría, parece haber caído en oídos sordos. La escasez de
conocimientos sobre China en los años 30, cuando estaban escritos todos los principales
tratados, explica en parte esta selección crónica de la percepción. Pero la duradera
influencia de categorías jominianas en el pensamiento estratégico occidental, también
tiene mucho que ver en esto. Superficialmente, Mao parece un Jomini asiático:
encontramos opiniones parecidas, repeticiones y exhortaciones; existe la misma
composición deliberada de análisis y percepción, el mismo punto de vista didáctico, la
misma invocación del "genio" -un idealizado Napoleón para Jomini, y el propio Mao para sí
mismo- que pueda convertir una teoría estratégica en una victoria (41).
Es en el punto donde Mao intenta explicar cómo exactamente emana una victoria de
una teoría -una cuestión que fascinaba a Clausewitz pero que no atraía a Jomini- cuando
parece que los lectores occidentales dejan de escuchar. Son incapaces o rehusan
renunciar a sus cómodas presunciones que dicotomi-zan la estrategia; al igual que
persisten en separar los asuntos militares de los políticos, ellos compartimentan la teoría y
la práctica. La "teoría", en esta opinión, existe aparte de la práctica; es más, la "teoría", si
no es defectuosa, contiene todos los elementos intelectuales posibles que pueden
informar sobre su implantación, lo cual está visto como un proceso secundario,
dependiente principalmente de la firmeza de la teoría. Mao no da la vuelta a esta
relación, sino que la cambia fundamentalmente, primero negando la dicotomía de la
teoría y de la práctica y luego -para el incorregible no-marxista occidental- integrando
con eficacia la teoría y la práctica, tratando a ambos como un todo, a menudo dando
pequeños golpes a sus colegas occidentalizados. La dificultad para posteriores lectores está
en perder el contexto específico de su argumento y en ser incapaces de renunciar a sus
propias opiniones sobre la teoría. El concepto occidental sobre la teoría, derivada de la
ciencia e incorporada por Jomini en su influyente trabajo sobre estrategia, asigna a la teoría
el esfuerzo intelectual principal, dejando a la práctica cualidades tan distintas como son
el cuidado, el valor, la intuición y la suerte. Por el contrario, Mao asigna el mismo
esfuerzo intelectual a la implantación de la teoría. Estudiar, escuchar, aprender, pensar,
evaluar y reevaluar, éstas son las claves maoistas para una victoria. Su monumental
arrogancia está en su absoluta confianza de que hizo estas cosas mejor que cualquiera de
sus rivales. Pero de alguna manera este punto se ha perdido en sus discípulos.
868 Creadores de la Estrategia Moderna

IV

La caída del régimen nacionalista chino en 1949 frente a los comunistas guiados por
Mao, creó un nuevo conocimiento occidental de cómo un conflicto armado prolongado,
utilizando tácticas de guerrillas y guiados por una versión heterodoxa del marxismo-
leninismo, puede alcanzar una decisiva victoria revolucionaria. Otros acontecimientos
prepararon el camino de este nuevo conocimiento y otros fortalecieron su influencia.
La resistencia armada frente a la ocupación alemana y japonesa durante la Segunda
Guerra Mundial se había convertido rápidamente en parte de la mentalidad colectiva
de lucha. Las guerrillas filipinas, los partisanos yugoslavos y los maquis franceses estaban
entre los grupos que desempeñaron papeles heroicos -algunas veces exagerados por
motivos políticos- en la "liberación" de su "pueblo" de un gobierno tiránico procedente
del extranjero. Antes del término de la guerra, algunos de estos movimientos de la
resistencia se convirtieron en revolucionarios en cuanto a objetivos, para apoderarse del
poder, destruir el feudalismo, el capitalismo o el colonialismo, o para crear una nueva
sociedad. Durante la década de la posguerra, los imperios europeos se enfrentaron a los
movimientos armados de liberación que eran casi idénticos, en cuanto a doctrina,
tácticas y a menudo personal, de la resistencia en tiempo de guerra. Las ideas de Mao y,
más importante, su gran victoria, se involucraron en estos acontecimientos durante y
después de la guerra, enlazándolos en el nuevo y asombroso sentido de que el mundo
estaba siendo transformado por una técnica militar heterodoxa, unida a un programa
político radical.
Mientras los chinos luchaban su guerra civil, las guerras revolucionarias -reales e
imaginarias- surgían en otras partes del mundo descolonizado. Las organizaciones judías
en Palestina expulsaron a los británicos en 1948, mediante una hábil campaña de terror,
una estrategia que sería utilizada de nuevo por los greco-chiprotas transcurridos unos
años. En Grecia, la decisión de llevar a cabo una guerra civil revolucionaria fue tomada
sobre todo en base al apoyo extranjero. Se sospechaba del apoyo yugoslavo a los
comunistas griegos rebeldes, debido a la disputa entre Yugoslavia y Grecia sobre
Macedonia; este apoyo se detuvo bruscamente en 1949, justo cuando el Mariscal de
Campo Alexandras Papagos envió al grueso de su ejército, equipado con material
americano, para combatir en la base principal de los rebeldes (42).
Sin embargo, el Sureste Asiático era el centro de gravedad de las guerras revolucionarias
después de 1945, gracias a la interrupción de la conquista japonesa e inspirado por la
teoría y ejemplo de Mao y el Ejército de Liberación del Pueblo Chino. Una serie de
revueltas estallaron en Birmania a lo largo del montañoso arco de sus fronteras del norte.
En las Indias Orientales estallaron las guerras, se calmaron y volvieron a estallar: las
fracciones británicas, holandesas e indonesias luchaban entre sí. Los partidos del frente
popular en Malaya y Filipinas, guiados por los comunistas, reactivaron las fuerzas de
guerrillas en tiem-
La Guerra Revolucionaria 869

po de guerra para amenazar a los gobiernos centrales. Sólo a fuerza de llevar a cabo
programas militares y civiles coordinados eficazmente, pudo el régimen británico en
Malaya y el gobierno filipino, respaldado por los americanos, derrotar a los insurgentes.
En muchas de estas campañas aparecieron ejemplos de las ideas de Mao, en la
organización y en la prioridad dada a la doctrina política revolucionaria; en todos ellos, su
ejemplo victorioso mantenía la moral de la guerrilla al igual que preocupaba a los
gobiernos en el poder y a sus partidarios internacionales (43). Pero el desarrollo más
completo de lo que podemos denominar maoismo tuvo lugar en Indochina, donde los
vietnamitas libraron una lucha revolucionaria contra los franceses desde 1941 hasta 1954.
Esta lucha se merece un examen a conciencia.
Eran bien conocidas las hazañas de las guerrillas comunistas chinas e incluso los escritos de
Mao, especialmente en el este y sureste de Asia (44). El líder vietnamita Ho Chi Minh no
sólo había leído a Mao sino que además visitó Yenan en 1938 y, posteriormente,
instruyó a las tropas nacionalistas chinas sobre las tácticas de guerrilla de Mao (45). Vo
Nguyen Giap, el futuro jefe militar de la Revolución Vietnamita, conoció a Ho en
Kunming, en 1940; juntos planearon una respuesta en el sur de China después de la caída
de Francia y de la ocupación japonesa de Tonkin, la región del norte de Vietnam. Giap
reclutó una sección de refugiados vietnamitas (era su primer mando) y les adiestró en
tácticas de guerrillas para preparar el regreso a través de la frontera (46). A principios de
1941, Ho proclamó la primera zona liberada en las rocosas montañas del lado vietnamita de
la frontera; allí fundó la Liga para la Independencia Vietnamita, o Vietminh, que se había
comprometido a derrocar a los japoneses y a los franceses. Durante el resto del año, Ho
escribió panfletos sobre la guerra de guerrillas y adiestró a los cuadros de mando,
mientras que Giap organizó equipos para hacer propaganda y escribió artículos para el
periódico del partido. Para finales de 1941, habían adentrado su Cuartel General en el
país y ampliado los programas de adiestramiento a medida que las noticias de la lucha del
Vietminh contra el régimen francés sancionado por los japoneses, generaba reclutas. Ho se
pasó los siguientes dos años en cárceles chinas, mientras Giap continuaba ampliando
lentamente las operaciones hacia el sur, encontrándose con una gran resistencia por
parte de las guarniciones francesas y respondiendo con emboscadas contra estas fuerzas,
represalias contra sus colaboradores vietnamitas y con propaganda para los campesinos.
Al llegar el verano de 1944, Giap estaba preparado para extender su sistema de guerrilla
por todo Vietnam. Sin embargo, cuando regresó Ho a finales de 1944, cambió estos planes
basándose en que era necesaria una preparación política más profunda antes de seguir
con la expansión militar (47). La decisión de Ho fue sólo uno de los varios puntos
críticos de la política revolucionaria vietnamita que llevó a cabo las ideas que había
expuesto Mao sobre la necesidad de tener cuidado y precaución en llevar a la práctica la
teoría revolucionaria.
870 Creadores de la Estrategia Moderna

Tras la toma del control directo de Indochina por parte japonesa mediante el desarme
de las fuerzas francesas en marzo de 1945, el Cuartel General del Vietminh se acercó a la
ciudad de Hanoi, capital del Norte, y aumentaron las operaciones políticas a través de
Vietnam, anticipándose a una rendición japonesa inminente. Cuando llegó la rendición
en agosto de 1945, Ho llevó a cabo rápidamente un golpe de estado y el Emperador Bao
Dai, apoyado por los japoneses, abdicó, rindiendo su autoridad al Vietminh. Giap llevó
sus tropas a Hanoi y tomó los edificios públicos; pancartas y papeletas proclamaban un
alzamiento general y Ho Chi Minh juró su cargo como Presidente de la República
Democrática de Vietnam. Este cambio de una guerra larga a un golpe revolucionario
indica que Ho era un maestro, no un esclavo, de la doctrina maoista.
El año siguiente, Ho estuvo trabajando entre las distintas fuerzas que se encontraban en
Vietnam: los poderosos ejércitos de ocupación de los británicos en el sur y los chinos
nacionalistas en el norte, las tropas francesas bien armadas que regresaban y la pasión por
la independencia surgida entre el pueblo y los líderes vietnamitas. Teniendo como
objetivo la independencia, Ho rehusó distraerse con los placeres que suponía alzarse
contra los colonialistas franceses o las presiones para una guerra prematura. Mientras
que las largas y difíciles negociaciones con los franceses fracasaron en su intento de
producir el resultado deseado, Ho consolidó su base política, amplió el ejército de Giap,
facilitó el que los ejércitos japonés, británico, y en especial el chino, prosiguiesen su cami-
no, e intentó sin éxito interesar a otras naciones para que apoyasen a Vietnam. Su tarea
más difícil fue medir las intenciones y capacidades políticas y militares francesas y, por lo
tanto, responder a ellas eficazmente. Hay poca evidencia sobre este período turbulento,
pero parece que Giap presionaba para utilizar la fuerza contra los enemigos extranjeros y
nacionales, mientras que Ho buscaba el mayor atractivo político posible, basado
únicamente en el objetivo de la independencia. Discutir con los negociadores franceses
parecía ser más rentable que atacar a su ejército.
A medida que se prolongaban las conversaciones, la evidente poca fe en ambos lados y
la violencia esporádica causó un serio incidente en noviembre, un alto el fuego, un
ultimátum francés y, finalmente, el bombardeo francés a la ciudad portuaria de Haiphong
en diciembre. Los franceses limpiaron de enemigos las ciudades costeras tras unos pocos
días de lucha, mientras que Giap ordenaba a sus fuerzas que volviesen a las antiguas bases
del norte, en Tonkin. Tras quince meses de negociaciones, ambos lados estaban
preparados para una guerra a gran escala (48).
Cuando esto sucedió, Ho y Giap tenían un conocimiento más o menos firme de los
costes y del potencial de la guerra revolucionaria de guerrillas. Su gran fuerza se basaba
en el atractivo político de la independencia vietnamita, un punto en el que los
franceses no podían competir. La guerra fue larga y dura; una postura política correcta
no garantizaba la victoria. En la doctrina de
La Guerra Revolucionaria 871

Mao sobre la guerra revolucionaria, las preguntas clave se centraban continuamente en la


fuerza relativa de los dos lados y la mejor estrategia para cualquier momento. Por ejemplo,
en diciembre de 1946, el Vietminh atacó a las ciudades ocupadas por los franceses, no
para ganar una victoria militar, sino para simbolizar el final de la negociación y el
comienzo de la guerra y para demostrar, tanto a los franceses como a los vietnamitas,
que tenían el deseo y los medios para luchar. Tras un período de unas operaciones de
guerrilla a pequeña escala pero a nivel nacional, el Vietminh se enfrentó a una ofensiva
francesa a finales de 1947 contra sus bases en otras partes de Vietnam, mediante retiradas,
contraataques y acciones locales de guerrillas.
La lucha continuó con una menor intensidad durante 1948 y 1949, adiestrando y
reforzando la moral de las tropas del Vietminh, debilitando a los franceses cuando la
oportunidad lo propiciaba y consolidando la postura revolucionaria. La balanza de las
fuerzas se desvió cuando en 1949 apareció el Ejército Rojo Chino en la frontera del norte.
Las nuevas armas y las áreas seguras de entrenamiento permitieron a Giap organizar
unidades mayores del tamaño de divisiones. Las divisiones del Vietminh atacaron a los
puestos franceses en la frontera china en 1950, apropiándose de grandes cantidades de
equipo y asegurando los lazos del Vietminh con China.
Animados por los triunfos de 1950, Ho y Giap parece que se equivocaron en su
implantación de la teoría de Mao. Decidieron lanzar una ofensiva contra las posiciones
francesas en el delta del Río Rojo. En tres grandes batallas, el Vietminh sufrió grandes
pérdidas, Ho y Giap perdieron la iniciativa estratégica y sus castigadas fuerzas se retiraron a
las bases del norte. Pero la fuerza de la estrategia de Mao y los principios vietnamitas
quedaron demostrados con lo que sucedió a continuación. Utilizando suministros
chinos, una base política fuerte y una organización de guerrillas extensa para
reconstruir sus fuerzas en 1951, Giap dejó el siguiente movimiento al comandante
francés, el Mariscal de Lattre de Tassigny. De Lattre estaba presionando para explotar su
reciente triunfo; tanto la Asamblea Francesa como el Congreso de los Estados Unidos se
encontraban debatiendo sobre presupuestos militares para la Guerra Indochina y su
propia reputación de atacar violenta y fervientemente requería más victorias, no un
retroceso ante la guerra definitiva.
En Hoa Binh, a veinticinco millas de sus defensas del delta, de Lattre estableció una gran
guarnición, en noviembre de 1951, con la intención de atraer al Vietminh a una batalla
decisiva. Después de un mes en el que Giap planificó, efectuó reconocimientos y desplegó
cuidadosamente sus fuerzas, el Vietminh atacó, pero no en Hoa Binh, sino en su línea de
suministros a lo largo del Río Negro. Tras dos meses de costosa lucha para ambos lados, la
guarnición francesa de Hoa Binh desapareció lentamente. Un contraataque francés, en
febrero de 1952, volvió a abrir por fin la línea del Río Negro, pero sólo el tiempo suficiente
para retirar la guarnición hasta el delta desde donde había avanzado cua-
872 Creadores de la Estrategia Moderna

tro meses antes. Hoa Binh marcó el patrón: la movilidad y el armamento francés podía
llevarle a cualquier parte de Vietnam, pero no podían quedarse, y sólo podían
demostrar que poseían recursos y tiempo. Para los franceses el tiempo era un recurso
menguante ya que en París se acababa la paciencia. Para los vietnamitas, el tiempo les
daba confianza y les permitía transformar el apoyo popular por la independencia en tipos
de fuerza más tangibles: adiestramiento, suministros y la fuerza de la tropa. Los malos
juicios por parte de Ho y Giap podían ser costosos, como ya había ocurrido en 1950,
pero una correcta implantación de la teoría maoista hacía posible la recuperación.
Cambiando el patrón y el lugar de las operaciones, cambiando las tácticas y las armas y
aprovechándose de las oportunidades, Giap cansó a los franceses en los siguientes años,
y a los partidiarios americanos, hasta que la impaciencia y la presión produjo una batalla
decisiva en Dienbienphu, en 1954. Los mismos métodos, siguiendo la teoría maoista,
sirvieron igual de bien durante los veinte años siguientes en la Segunda Guerra de
Indochina.
Si Mao y Giap son los teóricos principales sobre la guerra revolucionaria, Ernesto "Che"
Guevara es uno de sus más ardientes discípulos. Guevara sirvió como Teniente de Fidel
Castro durante la Revolución Cubana y pronto fue conocido como el estratega de esa
asombrosa guerra revolucionaria. Mientras Castro consolidaba su revolución en Cuba,
Guevara continuó su lucha revolucionaria en otros sitios. Se unió a la insurrección
boliviana, que fue aplastada rápidamente y donde murió. Pero antes de morir, Guevara
escribió un pequeño libro sobre la guerra revolucionaria, y sus ideas fueron ampliadas por
su cama-rada de Bolivia, Regis Debray (49),
La variante Guevara-Debray del maoismo ha tenido consecuencias importantes en
Latinoamérica y puede que en otras partes del Tercer Mundo. Según Mao y Giap, la
primera fase de la guerra revolucionaria debe ser la movilización política -el largo proceso
de reclutar y organizar el apoyo popular, creando un cuadro revolucionario con
dedicación y disciplina a nivel del pueblo-. Durante esta primera fase, sólo el empleo de la
fuerza limitada y selectiva era permisible; la patente acción militar se evita mejor debido a
que supone el riesgo de alertar al gobierno y que éste efectúe una represión armada sobre
una organización revolucionaria insuficientemente preparada.
Pero en Cuba no hubo tal preparación de "primera fase". En su lugar, la pequeña banda
de guerrilla de Castro se estableció en la remota región al este de la isla y consiguió apoyo
a medida que se aproximaba a La Habana. El régimen de Batista era muy impopular entre
todos los cubanos; se colapso a medida que se aproximaba la creciente fuerza de Castro a
la capital cubana. Este espectacular resultado fue seguramente consecuencia de las
condiciones únicas, pero se convirtió en la base de una desviación de la ortodoxia maoista,
al igual que lo fue la propia desviación de Mao respecto a la doctrina marxista-leninista.
La variante cubana es conocida como focoísmo" (50).
La Guerra Revolucionaria 873

Foco se refiere al "punto móvil de la insurrección"; el concepto, generalizando en la


peculiar experiencia cubana, significa que una preparación política extensa a nivel de
pueblos, como defendían Mao y Giap, no es esencial. Mediante el empleo de la violencia,
una pequeña fuerza revolucionaria puede movilizar el apoyo popular con más rapidez, en
lugar de una movilización política que lleva, con el tiempo, a la violencia. Ésta transforma
la situación política. Alertados y excitados por los ataques foco, enfurecidos y animados por
la brutalidad e ineptitud de la respuesta gubernamental y ofendidos si el gobierno
buscaba ayuda de una potencia extranjera, el pueblo sería movilizado para una revolución
en un proceso en el que la propia violencia sería su catalizador.
Hasta ahora, la experiencia indica que el focoísmo no es eficaz; los resultados han sido
desastrosos, desde el punto de vista revolucionario (51). Mao y Giap pudieron haber
dicho a Guevara y Debray que la violencia tipo foco, en lugar de catalizar una
revolución, dejaría expuesto ante un aplastante contraataque al movimiento
revolucionario en su momento de mayor debilidad, como ocurrió en Bolivia. Las personas
que podían haber sido reclutadas para una guerra revolucionaria sentirían miedo y se
desanimarían ante un fracaso focal. Puede que la mayor dificultad del focaísmo sea que
ignora la naturaleza recíproca de la ortodoxa primera fase de la guerra revolucionaria: el
largo y arduo trabajo de una preparación política no sólo organiza a los campesinos y al
proletariado, sino que instruye a los activistas revolucionarios -normalmente jóvenes
intelectuales de las ciudades- sobre las gentes, los pueblos, las actitudes y las quejas,
incluso el terreno físico, en el que debe basarse la guerra revolucionaria. La ignorancia
de las condiciones locales desempeñó un gran papel en el desastre boliviano. Los críticos
han sugerido que la herejía focoísta refleja tanto la impaciencia de la cultura
latinoamericana -en contraste con Asia Oriental- como la arrogancia característica de los
jóvenes intelectuales. Movidos a actuar por lo que han aprendido a través de lecturas y
charlas, entran por los campos (igual que los antiguos imperialistas) ansiosos de cambiar
las vidas de las masas oprimidas, pero insensibles ante lo que pudiese haber en esas vidas
que no se adapte a las abstracciones preconcebidas.
El propio Mao, en escritos de 1930, anticipó y rechazó la herejía posteriormente conocida
como focoísmo:
"Algunos camaradas de nuestro partido aún no saben cómo apreciar la situación
correctamente y cómo manejar la cuestión de qué acción se debe tomar. Aunque creen
que una marea alta revolucionaria es inevitable, no creen que sea inminente .... y, al
mismo tiempo, al igual que no tienen un conocimiento profundo de lo que significa
establecer un poder político rojo en las áreas de las guerrillas, tampoco entienden bien la
idea de acelerar la marea alta revolucionaria a nivel nacional mediante la consolidación y
expansión del poder político rojo. Parecen pensar que, ya que la marea alta
revolucionaria es aún remota, sería una pérdida de trabajo el intentar establecer
laboriosamente un poder poli-
874 Creadores de la Estrategia Moderna

tico. En cambio, quieren ampliar nuestra influencia política utilizando un método más
fácil, basado en acciones errantes de guerrillas y, una vez que las masas de todo el país han
sido ganadas -o más o menos ganadas- quieren lanzar una insurrección armada a nivel
nacional que, con la participación del Ejército Rojo, se convierta en una revolución a nivel
nacional. Su teoría de que primero debemos ganarnos a las masas a nivel del campo y en
todas las regiones, y entonces establecer el poder político, no es acorde con el actual
estado de la revolución china.... El establecimiento y expansión del Ejército Rojo, de las
fuerzas de guerrilla y de las áreas rojas, es el nivel más alto de la lucha campesina.... La
política que sólo llama a errantes acciones de guerrilla, no puede cumplir la tarea de ace-
lerar esta marea alta revolucionaria a nivel nacional...." (52).
Sus críticas de lo que luego sería la variante Guevara-Debray de la estrategia maoista, nos
lleva a su ignorado énfasis de obtener la imagen más completa y más precisa de la
situación estratégica. Mao no solo aportó una asombrosa energía y fuerza a su liderazgo en
la Revolución China, sino que además sabía que su mente trabajaba más y mejor sobre
problemas intelectuales de la estrategia revolucionaria que la de los que le rodeaban.
El conocimiento occidental de la guerra revolucionaria como un problema estratégico
surgió con la Guerra Fría y obtuvo su primera expresión clara en el ejército francés.
Indochina, donde el ejército francés estaba dispuesto a vengar su humillación de 1940 y
donde el pueblo vietnamita proporcionó una base excepcionalmente fuerte para la
guerra revolucionaria, se convirtió en el caldero de donde surgió la teoría
contrarevolucionaria conocida como guerre révolu-tionnaire. Con la Unión Soviética y,
después de 1949, con China apoyando a los revolucionarios vietnamitas, y con los Estados
Unidos apoyando cada vez más el esfuerzo francés de "contener el comunismo", la
guerra había durado ocho años. A pesar de la ayuda y de la exhortación americana, en
1954 el Gobierno Francés decidió que la guerra no podía ganarse y abandonó su
intención de gobernar en Indochina. Pero, ante otra derrota, entre los cuerpos de
oficiales franceses, surgió una preocupación obsesiva por aprender las lecciones de la
guerra de Indochina para poder ganar en futuras g'aerras revolucionarias, algunas
inminentes, en otras partes del imperio francés (53).
La guerre révolutionnaire fue más que el simple nombre francés para la guerra revolucionaria;
era una descripción de un diagnóstico y de una solución de lo que un grupo influyente
de soldados profesionales franceses veían como la enfermedad principal del mundo
moderno -el fracaso occidental de enfrentarse al reto de la subversión comunista atea-.
Muy conservadores políticamente, se apoyaron en el místico catolicismo, en la fe y en la
misión civilizadora del colonialismo francés para discutir, con lógica cartesiana, que la
Tercera Guerra Mundial ya había comenzado. Mientras tanto, los Estados Unidos y sus
aliados estaban hipnotizados ante la posibilidad de una guerra nuclear; el comunismo
flanqueaba las defensas occidentales desde el Sur y, si no era detenido, acabaría
La Guerra Revolucionaria 875

destruyendo la civilización occidental. Desde su base en la Unión Soviética, el comunismo


había obtenido su primera victoria en China, la segunda en Indochina y estaba ganando
otras batallas en Asia. La guerra había llegado a África del Norte, donde el golpe de estado
de Nasser en Egipto se veía como otra victoria comunista, y el comienzo de la guerra en la
Argelia francesa de 1954, se veía como otra ofensiva comunista. Con obvios objetivos
futuros en el África sub-sahariana y en Latinoamérica, pronto quedarían aislados Europa
Occidental y Estados Unidos y se perdería su poderosos armamento que nunca fue
empleado en una guerra global.
La solución ofrecida por la guerre révolutionnaire contemplaba el diagnóstico; ambos reflejaban
la visión militar francesa del comunismo en el mundo contemporáneo. El comunismo se
veía como una religión secular, llenando el hueco dejado por la decadente defensa de
la religión tradicional de las masas. La fe y disciplina de las masas era admirada, aunque se
veía como si estuviese dedicada totalmente al mal. El nacionalismo, el anticolonialismo y
las demandas para la justicia social, eran tenidas únicamente como actitudes limitadas
superficiales, aprovechadas por el comunismo para atraer a las áreas subdesa-rrolladas no
occidentales y unirlas en una coalición global guiada por los comunistas contra el
occidente cristiano. Ofreciendo a las masas pobres e ignorantes la esperanza de un futuro
mejor, los comunistas utilizaron todos los medios, aunque estos fuesen crueles, para
conseguir sus objetivos; no les frenaba ninguna barrera legal o ética. Occidente, la
decadencia de su fe religiosa, su falta de confianza causada por dos guerras mundiales, su
campo de acción gubernamental y militar limitado seriamente por su estructura
democrática liberal, no había encontrado aún una respuesta eficaz a la guerra
revolucionaria comunista. En efecto, enfrentarse al fuego con fuego era la única
respuesta. Ningún admirador de Mao y de Ho hizo más que los teóricos franceses de la
guerre révolutionnaire por defender que la guerra revolucionaria era invencible.
Su detallada solución reflejaba en cada uno de sus puntos lo que ellos consideraban
doctrina revolucionaria. Primero, era esencial una renovada fe en la contra-cruzada
contra el comunismo; en el alma de esta fe era necesaria una resurrección cristiana, el
humanismo liberal; al igual que el nacionalismo, era demasiado blando cuando, sobre
todo, se necesitaba la unidad y el valor. El siguiente paso era un programa ampliado de la
guerra psicológica para sacar adelante esta fe renovada y sacar a relucir el mal del
comunismo. Un programa paralelo de la acción económica y social debería tratar también
con otros problemas, tales como la educación, la salud pública y la pobreza que
propiciaban las condiciones para la explotación comunista. La parte militar de esta
solución consistía en reorganizar y reorientar las fuerzas armadas, algunas en unidades
antiguerrilla móviles y otras en fuerzas de guarniciones semi-gubernamentales, lo que
hacía que, de hecho, pasase de manos civiles a militares el poder administrativo. Sólo en
un punto estaban en desacuerdo los teóricos de la guerre révolutionnaire; éste era el del
empleo del terror y la tortura. Unos lo rechazaban
876 Creadores de la Estrategia Moderna

por cuestiones morales; otros defendían que era contraproducente que un gobierno
aterrorizase a sus propios subditos; pero unos pocos estaban preparados para llevar hasta el
final la lógica de la guerre révolutionnaire; en el enfrenta-miento final entre el Bien y el Mal,
todos los medios estaban justificados.
Las versiones más extremas de la guerre révolutionnaire se prestan a estar catalogadas como
paranoicas, totalitarias y fascistas. Aplicadas hasta cierto grado en la Guerra de Argelia,
los métodos de la guerre révolutionnaire no fueron ineficaces, por ejemplo, en el campo y en
la notoria batalla de Argel. Pero también propiciaron una gran división en la propia
Francia, el golpe de estado de 1958 y la Organisation Armée Secrete, la cual libró una
campaña terrorista contra la Quinta República de De Gaulle durante unos años. Al final
fue De Gaulle quien, devuelto al poder por el golpe de estado de 1958, decidió poner fin
a la guerra de Argelia mediante la concesión de la independencia a este antiguo
departamento de Francia. Incluso entonces, los teóricos de la guerre révolutionnaire insistían en
que el movimiento revolucionario argelino había perdido la guerra cuando De Gaulle le
dio la victoria (54).
Al contrario que los franceses, los británicos sólo se enfrentaron a la guerra revolucionaria
maoista una vez, y a pequeña escala, en Malaya aunque las tácticas empleadas contra ellos
en Palestina, Chipre y Kenya, guardaron algunas similitudes. La respuesta británica no
tenía el fervor ideológico de la guerre révolutionnaire, pero en cambio era más parecida a
su tradición colonial en su mejor momento: una gran integración entre las autoridades
civiles y militares, la utilización cuando fuese posible de una fuerza mínima de policías en
lugar del ejército, la buena inteligencia proporcionada por operativos de los Servicios
Especiales, el orden administrativo en asuntos tales como el restablecimiento de civiles en
los campamentos médicos habitables y una preparación general para negociar por algo
menos que una victoria total. En el lado militar, la experiencia colonial británica
demostraba de nuevo su capacidad de adiestrar eficazmente a fuerzas locales, tener
paciencia en vista del tiempo requerido para el triunfo y una preferencia por la
utilización de pequeñas tropas adiestradas para las operaciones, en lugar del uso de
muchos hombres y gran cantidad de armas. Aprovechando las divisiones étnicas para
movilizar a los malayos contra los rebeldes chinos, los británicos aún necesitaron más de
una década para reprimir la rebelión malaya. Queda pendiente la cuestión de si sus
métodos flexibles y pacientes hubiesen triunfado contra un movimiento revolucionario
más poderoso (55).
La respuesta americana a la guerra revolucionaria estará siempre ligada a Vietnam y a la
experiencia de una dolorosa derrota. Un esfuerzo triunfante como apoyo al gobierno
filipino contra la rebelión Huk había creado una confianza entre los líderes militares y
civiles americanos de que estas guerras podían ganarse con actitudes y tácticas
correctas. Se había expresado un cierto desprecio hacia la actuación francesa en
Indochina, donde los americanos tam-
La Guerra Revolucionaria 877

bien proporcionaron una considerable asistencia material, corno se muestra en la famosa


novela y película The Ugly American (56). Tras el acuerdo francés de dividir Vietnam en
1954, los Estados Unidos siguieron apoyando un gobierno anti-comunista en Vietnam del
Sur contra el nuevo régimen de Ho Chi Minh en Hanoi y contra sus partidarios en el Sur.
Ni el Departamento de Estado americano ni algunas de las agencias (USOM,
JUSPAO, CORDS y otras) demostraron suficiente capacidad para tratar con problemas
políticos fundamentales; los americanos no tenían ninguna organización civil comparable
a los servicios coloniales británico y francés, y mucho menos comparable con el
disciplinado partido comunista de Vietnam. Los civiles americanos recogieron
información y presentaron informes, pero carecían del entrenamiento y tradición
necesaria para enfrentarse directamente a un movimiento revolucionario. En este sentido,
el esfuerzo de contrainsurgen-cia americano en Vietnam no era distinto del focoísmo
latinoamericano, era ardiente, innato e impaciente; incapaz de afrontar el requisito
maoista de que las operaciones deben basarse en un análisis político y social muy
razonado; eran unos románticos condenados en el brutal mundo de la guerra revoluciona-
ria, al igual que el personaje principal de otra popular novela de la época, The Quiet
American de Graham Greene (57).
En el lado militar, los americanos demostraron deficiencias similares. En 1962 el
Presidente Kennedy apoyó un breve flirteo con la "Guerra Especial", pero la base
organizativa de las Fuerzas Especiales del ejército nunca fue fuerte y se debilitó aún más
con la rápida expansión. El ejército de los Estados Unidos desconfiaba de un grupo
entrenado para llevar a cabo operaciones con soldados de reemplazo, y la separación final
vino cuando las unidades de las Fuerzas Especiales empezaron a trabajar con la Agencia
Central de Inteligencia estadounidense. El arresto y encarcelamiento del oficial al mando
de las Fuerzas Especiales en Vietnam por parte de autoridades del ejército demuestra
hasta qué punto este último era incapaz de unificar su estrategia contrarrevolucionaria.
Los técnicos y asesores militares americanos con las fuerzas armadas survietna-mitas
aceptaron su misión conscientemente, pero asumieron que los asuntos políticos, el alma
de una guerra revolucionaria, no eran de su responsabilidad. A pesar de que la eficacia
combatiente de los survietnamitas mejoró mucho bajo la tutela y el apoyo americano, nada
se hizo para enfrentarse al atractivo político del estatuto nacional de Ho, los problemas de
los survietnamitas y la afrenta de un régimen dependiente del apoyo exterior.
Los prolongados ataques aéreos sobre Vietnam del Norte y el envío de gran cantidad de
fuerzas de combate americanas al Sur en 1965, eran síntomas de una bancarrota
estratégica. La pregunta de si se hubiera podido ganar una guerra americanizada, con
escasa destrucción del país y población, continúa siendo una cuestión muy debatida.
Pero de hecho, la masiva intervención militar americana empeoró las condiciones
políticas, sociales y económicas básicas
878 Creadores de la Estrategia Moderna

que daban a la guerra revolucionaria su ímpetu, tanto en Vietnam como en otras


partes. El hecho de americanizar la guerra imposibilitaba que el esfuerzo político, el cual
debía ser un esfuerzo civil, pudiese enfrentarse a lo que la mayoría de los vietnamitas
estaban dispuestos a defender o a apoyar en una guerra revolucionaria. En cambio, las
divisiones del ejército norteamericano, que solían tener una inteligencia pobre pero
gran movilidad, potencia de fuego y determinación, intentaban encontrar y destruir a
las formaciones enemigas. Los comandantes militares americanos nunca se tomaron en
serio el hecho de que el esfuerzo político, apoyado por una mampara de seguridad
proporcionada por operaciones de combate a gran escala, debía tener una prioridad
igual o superior.
La contrainsurgencia americana, término por el que era conocido, fue muy costosa tanto
para los vietnamitas como para los propios americanos (58). Inte-lectualmente era poco
profunda, carecía de la fusión del misticismo y racionalismo de la guerre révolutionnaire o del
pragmatismo flemático de la coordinación cívico-militar británica. Era simplemente un
planteamiento militar, al igual que los desembarcos en Normandía o la liberación de
Luzon en 1944, con el objetivo puesto sobre un enemigo que creía ser el alma gemela de
las unidades de combate americanas, mientras que los campesinos (al igual que los
agradecidos indios de otra famosa novela, A Bell for Adano de John Hershey) esperaban las
bendiciones de la liberación americana (59). La estrategia americana retó a Ho y Giap,
pero al final fracasó en su intento de derrotarles, principalmente porque nunca percibió
el tipo de guerra que se estaba librando ni las particulares condiciones vietnamitas que
daban a la guerra su naturaleza revolucionaria.

La teoría de la guerra revolucionaria se discute muy a menudo por revolucionarios y


contrarrevolucionarios como si se tratase de una doctrina de aplicación universal. Por
supuesto en la discusión se menciona la necesidad de la flexibilidad, adaptando la
doctrina a las condiciones políticas, sociales, geográficas e internacionales específicas.
Pero hasta hace poco no ha surgido la posibilidad de que la doctrina, al menos en su
fórmula clásica maoista, sea válida sólo en una limitada serie de circunstancias. Gerard
Chaliand, cuya amplia experiencia en guerras revolucionarias en los años 60 y 70, junto
con su conocido apoyo a la mayoría de los movimiento revolucionarios, dan valor a sus
advertencias sobre el tema, ha expresado serias dudas sobre la validez global de la
doctrina (60). Hace notar que a excepción de Cuba (y puede que Irán) la guerra
revolucionaria ha tenido éxito únicamente en algunas partes de Asia -en China y
Vietnam-. La identidad y cohesión social nacional son mucho más débiles en el resto de
Asia, África y Latinoamérica, seguramente demasiado débiles para sobrevivir a la horrible
y prolongada tensión de librar una guerra revolucionaria. En el resto
La Guerra Revolucionaria 879

del mundo las guerras revolucionarias han caído ante la represión o se han dividido en
fracciones étnicas, regionales o de tribus cuya hostilidad entre ellos es más fuerte que el
objetivo común revolucionario. Ni siquiera Argelia puede decir que haya vencido la
guerra revolucionaria. Chaliand no es nada dogmático en esta opinión, pero presenta una
cuestión vital.
Preguntar qué es lo que ha llevado a la victoria o a la derrota en las docenas de guerras
revolucionarias libradas desde 1945, es una forma de intentar dar un enfoque a la validez
doctrinal. Las victorias de los rebeldes casi siempre han sido contra la ocupación
extranjera o un régimen colonial donde los sentimientos nacionalistas, y a veces racistas,
se juntan contra un gobierno de extranjeros y sus colaboradores. Las posibilidades de una
victoria también son grandes cuando se enfrentan a un régimen impopular, corrupto y
débil, como el de Batista en Cuba o el del Sha en Irán, donde incluso las fuerzas
gubernamentales acaban uniéndose a la rebelión. Pero más allá de estos claros puntos de
referencia sigue incierta la respuesta a esta pregunta. La doctrina de la guerra revolu-
cionaria se desarrolló en sociedades de campesinos que cultivaban arroz, con su gran
tradición de la solidaridad familiar y cooperación comunitaria. La guerra de guerrillas,
que ha sido el principal método militar de la guerra revolucionaria, se basa
fundamentalmente en estos campesinos. Pero los campesinos son básicamente
conservadores, están más dispuestos a sufrir que a arriesgar lo que han conseguido
trabajando duramente. No son más receptivos a los agitadores rebeldes, los cuales suelen
ser personas educadas y urbanizadas, que a los agentes de un gobierno central distante y
desconfiado. De hecho, casi todas las teorías después de Mao sobre la guerra
revolucionaria proceden de estos intelectuales, cuya incapacidad de comprender al
mundo campesino es notoria. En este sentido, la doctrina sobre la guerra revolucionaria se
convierte en mitológica, dando esperanzas a una pequeña vanguardia revolucionaria
cuando las posibilidades reales de una victoria pueden ser remotas.
Parece que los campesinos sólo pueden ser movilizados para una guerra revolucionaria
cuando sus vidas se han visto deterioradas con tal rapidez y tan radicalmente que se
encuentran desesperados. En parte para apartarse del dilema de unos campesinos no-
revolucionarios, se ha puesto más atención a la guerra de guerrillas urbana, cuya arma
principal han sido actos que normalmente se han denominado terroristas. Pero el terrorismo
no ha logrado una sola victoria en todo el mundo y las guerrillas urbanas han encontrado
la supervivencia física tan difícil como se dice en las teorías de Mao (61).
Dejando a un lado el debate teórico y dando paso a la experiencia actual, desde 1945
podemos ver que, a menudo, parece que la situación internacional es un factor crucial en
la explicación del desenlace de una guerra revolucionaria. La victoria de los comunistas
chinos en 1949, que debió poco o incluso nada a la Unión Soviética, es la única
excepción. La guerra civil libanesa, que fueron incapaces de detener los Marines
estadounidenses y otras fuerzas "de
880 Creadores de la Estrategia Moderna

paz" en 1983, es un caso extremo en el sentido opuesto. El Líbano se convirtió en el


campo de batalla entre Israel, Siria, los palestinos y los 'Voluntarios" procedentes de Irán.
También se puede discutir que el Líbano fue una "guerra por poderes" entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética, quienes abastecieron a los bandos respectivos. En cualquier
caso, las diversas guerras de los palestinos para recuperar su tierra de los israelíes y de la
mayoría musulmana del Líbano por arrebatar el poder a los cristianos, dependían de
las diferencias entre potencias más fuertes.
Otros alzamientos civiles, desde Irlanda a Sri Lanka, donde los movimientos
revolucionarios dependen más del apoyo exterior que de una gran movilización del apoyo
interno, sugieren que entre las realidades de una rebelión y la teoría de una guerra
revolucionaria a menudo sólo existe una relación retórica. Y donde las circunstancias
han forzado a que las realidades operacionales se hayan desviado mucho de la clásica
teoría maoista, las posibilidades de una victoria revolucionaria parecen ser muy pocas.
El líder chino Lin Piao, en un famoso discurso, describió a las potencias capitalistas
como las "ciudades" del mundo y a Asia, África y Latinoamérica como el "campo" (62).
Los movimientos de guerrilla revolucionarios en este campo, guiados por China,
organizarían, movilizarían y librarían una larga guerra, como había hecho Mao, hasta que
las ciudades, que sólo eran aislados bastiones de reacción en un mundo revolucionado, se
colapsasen, hambrientas de los recursos vitales que sólo el campo les podría
proporcionar. Esta profecía, muy parecida en cuanto a su grandiosidad a las visiones
extremas de los defensores franceses de la guerre révolutionnaire, alarmó a muchos de los
"ciudadanos" de todo el mundo y fue un factor importante en el rápido auge del interés
occidental por la teoría y doctrina de la guerra revolucionaria. Pero poco después de la
muerte de Lin Piao, el mundo apenas se asemejaba a su alarmante profecía. En todos los
estados del Sudeste Asiático cercanos a la fuente revolucionaria y al apoyo chino, hubo
movimientos de guerrillas intentando derrocar a los gobiernos no-comunistas que a
menudo eran conservadores. Pero estos movimientos recibieron muy poco apoyo de
China. Las relaciones de China con los gobiernos asociados del Sudeste de Asia (ASEAN)
eran visiblemente más importantes para los líderes chinos que su compromiso con la
guerra revolucionaria mundial, y los movimientos de guerrilla influenciados por el
comunismo en el Sudeste Asiático eran para Pekín una vergüenza más que un arma (63).
Los historiadores mejor que nadie, deben comprender los peligros de la profecía. Pero
un intento de situar históricamente la idea de la guerra revolucionaria, lleva implícito
tanto una estimación del futuro como una explicación del pasado. En 1941, Edward
Mead Earle y el seminario de Princeton no estaban preocupados por la importancia de la
guerra revolucionaria. Comparado al impacto de una guerra mundial y al comienzo de
otra, los alzamientos armados con el fin de derrocar gobiernos parecían ser un aspecto
periférico de la estra-
La Guerra Revolucionaria 881

tegia. Todo cambió tres décadas más tarde; a excepción de los explosivos nucleares
aéreos, demasiado destructivos para considerar su utilización, el mayor y más urgente
problema para la estrategia contemporánea era la asombrosa ubicuidad y el triunfo de las
guerras revolucionarias.
Ya hemos discutido parte de la explicación de este rápido cambio en la percepción
estratégica. Los imperios europeos occidentales, debilitados por la guerra mundial, se
vinieron abajo rápidamente tras 1945. Si la permanencia en cualquier colonia
involucraba la violencia, naturalmente fomentaba las guerrillas y actos terroristas contra
las fuerzas gubernamentales. Tras la descolonización, los regímenes que sucedieron a
menudo encontraban difícil gobernar, preocupados por los recursos inadecuados y por las
divisiones internas de fronteras estatales marcadas artificialmente. Contra estos regímenes
poscoloniales se formaban a menudo movimientos de resistencia armada, muy semejantes
a los organizados anteriormente contra las potencias coloniales europeas. Y tras el
continuo desorden en las antiguas regiones coloniales del mundo, incluyendo a
Latinoamérica, se encontraba la división entre las naciones industrializadas del norte, que
se partieron en dos los países hostiles, ambos con temor de arriesgarse a una guerra
nuclear, pero ambos muy preparados para enfrentarse indirectamente en los campos de
batalla del "Tercer Mundo".
Si esta descripción del reciente pasado es precisa, entonces nos indica algunas de las
posibilidades para el futuro de la guerra revolucionaria. Los antiguos imperios europeos
han desaparecido y con ellos el intenso nacionalismo xenofó-bico y sus objetivos
vulnerables que dieron a la guerra revolucionaria la mayoría de su energía. Los regímenes
poscoloniales continúan con problemas, pero puede ser que, tras un período de conflicto
violento, la guerra revolucionaria a gran escala se convierta en una manifestación de
preocupación menos frecuente en esas partes del mundo. Y, finalmente, las
superpotencias no han obtenido mucho como contrapartida a su involucración en estas
luchas largas, caras y a menudo inmanejables. La Guerra de Vietnam fue un desastre para
los Estados Unidos, y la Unión Soviética tiene poco que enseñar de sus frecuentes
intervenciones en conflictos revolucionarios y anticoloniales. Si las actuales operaciones
soviéticas contra la resistencia de guerrilla en el vecino Afganistán y las comparables
maniobras americanas en Centroamérica y el Caribe no son más que lo que parecen -
limitadas empresas militares para salvar a las áreas fronterizas sensibles de las conocidas
esferas de influencia-, entonces podemos decir que la aparentemente interminable Guerra
Fría no promete que la guerra revolucionaria continúe teniendo la misma importancia que
la que tuvo en los años 50 y 60.
Estas costosas experiencias pueden haber tenido un efecto tranquilizador sobre los
entusiastas -tanto en los centros militares de Washington y Moscú, como en las junglas y
montañas del Tercer Mundo- que defendían la estrategia revolucionaria de Giap y Mao.
Las carreras y escritos de ambos estrategas, al ser estudiados cuidadosamente, sugieren que
la guerra revolucionaria, librada con-
882 Creadores de la Estrategia Moderna

tra cualquier régimen, es apenas una solución mágica para la victoria militar y política. En
China y Vietnam, la guerra revolucionaria significaba millones de muertos y una
generación sufriendo por otros tantos millones; la brutal disciplina requerida para la
supervivencia revolucionaria llega al límite de la comprensión. Como dijo el propio Mao:
"Una revolución no es un sarao, ni la escritura de un ensayo, ni pintar un cuadro, ni
bordar; no puede ser algo tan refinado, tan ocioso y gentil, tan amable, cortés y
magnánimo. Una revolución es una insurrección, un acto de violencia...." (64).
Inevitablemente ha habido un elemento superficial y romántico en el auge de una guerra
revolucionaria para la opinión internacional. El romanticismo es visible en la
deificación que Mao hizo de sí mismo, en los pronunciamientos más extremos de los
"expertos" franceses y americanos de la guerre révolutionnaire y de la contrainsurgencia, y en las
opiniones de algunos que apoyan las causas revolucionarias desde la seguridad relativa de
Londres, París o Nueva York. A este romanticismo, que es un hecho histórico aunque
transitorio, se le puede asignar un lugar dentro de un fenómeno mayor.
Una última pregunta puede hacer surgir la duda sobre nuestra opinión de un papel de
decadencia para la guerra revolucionaria. Las regiones conocidas como el Tercer Mundo
han sido, y probablemente seguirán siendo, el caldo de cultivo de la guerra
revolucionaria, cualquiera que sea la importancia de este tipo de acción militar en el
futuro. Deben significarse algunos hechos y factores básicos pertenecientes a estas
regiones: la diferencia económica entre el Tercer Mundo y las naciones industrializadas es
cada vez mayor. Al mismo tiempo, la población en estas regiones ha estado creciendo a
una velocidad que, incluso con las estimaciones más optimistas, significará que dentro de
unas pocas décadas, estas grandes multitudes no podrán ser mantenidas con recursos que
ya escasean. Si los sistemas políticos de estas regiones fuesen generalmente estables y
eficaces y sus sistemas sociales bastante equitativos, se podría esperar un esfuerzo
concentrado de los grupos gobernantes para prevenir una catástrofe económica y
demográfica. Pero ni las realidades políticas y sociales del Tercer Mundo dan esperanzas a
este acontecimiento, ni el comportamiento de las naciones ricas ofrece muchas
esperanzas de salvación.
Citando a una reciente descripción de las condiciones características de ciertas partes
de Latinoamérica: "La incautación de la gran mayoría de la riqueza por una oligarquía de
propietarios desprovistos de una conciencia social, la total o casi inexistencia de una ley
en vigor, los dictadores militares poniendo en ridículo los derechos humanos
elementales, la corrupción de algunos funcionarios poderosos y la mala práctica de
algunos de los intereses extranjeros, constituyen factores que nutren la pasión por las
revueltas entre aquellos que se consideran las víctimas de un nuevo colonialismo de
orden tecnológico, financiero, monetario o económico".
La Guerra Revolucionaria 883

Este pasaje no procede de un panfleto revolucionario ni de una denuncia liberal de la


explotación neocolonial, sino de una declaración papal oficial, advirtiendo al clérigo
católico contra su involucración en los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo
(65). Esta declaración papal, pese a su objetivo conservador, reconoce la existencia
mundial de las condiciones descritas que, enmendadas correctamente, son aplicables a la
mayor parte del Tercer Mundo e incluso a Latinoamérica. Las tendencias actuales no dan
motivos para pensar que cualquier forma de evolución gradual del proceso cambiará
estas condiciones.
En 1927 Mao describió las pésimas condiciones de los pobres campesinos chinos en la
provincia de Hunan. En desacuerdo con la línea ortodoxa de que los campesinos tenían,
como mucho, un potencial revolucionario limitado, Mao insistió en que eran tan malas las
condiciones en Hunan y en otras partes de la China rural, que la revolución podría
basarse en los desesperados campesinos chinos. Esta gente, al contrario que los
campesinos europeos del siglo XIX, ya no tenían nada que perder. Una década después,
tras amargas batallas dentro del Partido Comunista Chino, Mao había ganado la
discusión y se convirtió en el indiscutible líder del movimiento revolucionario. Nadie, ni
siquiera el propio Mao, creía en 1937 que en doce años se ganaría la guerra revolucionaria
china. Si examinamos el mundo, sus perspectivas, el papel de la violencia en estas pers-
pectivas y en especial las ideas estratégicas que llevan al uso de la fuerza armada, la
experiencia de Mao es sugerente. Sólo podemos preguntarnos si grandes cantidades de
personas, en grandes partes del mundo, caerán hasta el nivel de los campesinos de Hunan
en 1927, creando un potencial explosivo para la guerra revolucionaria.

NOTAS:

16. Engels and Marx: Military Concepts of the Social Revolutionaries de Sigmund
Neumann, Bugnaud,
Galliéni, Lyautey: The Development of French Colonial Warfare de Jean Gottmann y Lenin,
Trotsky, Sta
lin: Soviet Concepts of Wards Edward Mead Earle son los ensayos más relevantes en la
edición ori
ginal de Makers of Modem Strategy, ed. Edward Mead Earle (Princeton, 1943), 155-
71, 234-59,
322-64.
1. The Art of War de Sun Tzu, trad, por Samuel B. Griffith (Oxford, 1963).
17. The Vietnamese and Their Revolution de John T. McAlister, Jr. y Paul Mus (New York,
1970), las
págs 55-69 son la versión más accesible de la obra de Mus cuyo Vietnam: Sociologie d'une
guerre
(Paris, 1952) destaca la importancia del mandato del cielo. Fire in the Lake de Frances
FitzGerald
(Boston, 1972), dio a los lectores de Occidente la visión más amplia de esta idea.
18. Por ejemplo, Mao Tse-tung utilizó con frecuencia los conceptos de lineas "interiores"
y "exte
riores" de operación, tomadas obviamente de Jomini, el teórico e historiador militar
suizo. Para
dudas sobre la importancia del mandato del cielo ver Revolution in the Third World de
Gerard
Chaliand (New York, 1977; ed. Penguin, 1978), 89ff.
2. A People Numerous and Armed de John Shy (New York, 1976), 133-62.
3. Les armies revolutionnaires, 2 vols de Richard Cobb (Paris, 1961-63).
4. War and Society in Revolutionary Europe, 1770-1870 de Geoffrey Best (London, 1982)
257-95.
884 Creadores de la Estrategia Moderna

1. The Civil War in France: The París Commune de Karl Marx (ed. 1891, introducción
por Friedrich
Engels), reeditada con más comentarios de Lenin (New York, 1940; 1968).
2. Ibid, 18.

1. Ibid, 91-106.
2. Lo que a continuación trata sobre Trotsky proviene de Leon Trotsky and the
Art of Insurrection,
1905-1917 de Harold W. Nelson (Ann Arbor, 1978).
3. Ibid, 26ff.
4. Small Wars -Their Principles and Practice de Charles E. Callwell (London, 1896),
como se cita en
War in the Shadows: The Guerrilla in History, 2 vols. de Robert B. Asprey (Garden
City, N.Y., 1975),
1:221.
5. Du role colonial de l'Armée de L.H.G. Lyautey en el Revue des Deux Mondes, 157
(15 febrero 1900),
308-328, reeditado posteriormente como un libro por Librairie Armand Colin,
París.
6. Seven Pillars of Wisdom de T.E. Lawrence (New York, 1935). Ver los capítulos
33 y 59. Para un
concepto más preciso sobre la estrategia y las tácticas ver The Evolution of a
Revolt de Lawrence,
publicado originalmente en Army Quarterly I (octubre 1920), reimpreso en
Evolution of a Revolt:
Early Postwar Writings of T.E. Lawrence, ed. Stanley Weintraub y Rodelle
Weintraub (University
Park, Penn., 1968), 100-119. Para una visión retrospectiva ver T.E. Lawrence:
Strategist de Konrad
Morsey en The T.E. Lawrence Puzzle, ed. Stephen E. Tabachnick (Athens, Ga.,
1984), 185-203.
7. Evolution of a Revalide Weintraub and Weintraub, 119.
8. Great Contemporaries de Winston S. Churchill (London, 1937), 129-140.
9. Strategy: The Indirect Approach, 3' ed. de Basil H. Liddell Hart (London, 1967),
197-98, 373-82.
También ver Colonel Lawrence: The Man Behind the Legend, 2- ed. de Liddell
Hart (New York,
1935), 380-84 y T.E. Lawrence by His Friends de Arnold W. Lawrence (Garden
City, N.Y., 1937),
157-58.
10. SOE in France: An Account of the Work of the British Special Operations Executive in
France, 1940-1944
de Michael R.D. Foot (London, 1966), I. El primer capítulo, págs. 1 a 10,
describe la creación
del SOE. También ver Resistance: European Resistance to Nazism, 1940-1945, de
Foot (New York,
1977), 137-38.
11. The Great Patriotic War of the Soviet Union de Joseph Stalin (New York, 1945), 9.
12. Challenge and Response in Internal Conflict, 2' vol. de D.M. Condit, Bert H.
Cooper y otros, eds.
(Washington, DC, 1967) describe de manera concisa dieciocho
insurgencias en Europa y
Oriente Medio. Sobre Yugoslavia ver Yugoslavia (1940-1944) de Earl Ziemke en
ibid., 321-51.
13. Challenge and Response, 2s vol. de Condit y otros.
14. Para un resumen de la guerra revolucionaria en el Sureste Asiático durante e
inmediatamente
después de la Segunda Guerra Mundial, ver In Search of Southeast Asia de David
Joel Steinberg,
ed. (New York, 1971), 337-342 y también Challenge and Response, ler vol. de
Condit y otros. En
Japanese-Trained Armies in Southeast Asia: Independence and Volunteer Armies in
World War II de
Joyce Lebra (New York, 1977) se resume con detalle el papel japonés.
15. Japanese-Trained Armies de Lebra, 39-74, 157-65.
16. In Search of Southeast Asia de Steinberg, 372-377 y War in the Shadows de Asprey,
1:562-78.
17. The Jungle is Neutral de F. Spencer Chapman (London, 1949) es un informe
personal de la
Segunda Guerra Mundial en Malaya. También ver In Search of Southeast Asia de
Steinberg, 364-70.
18. Ho Chi Minh: A Political Biography de Jean Lacouture (Paris, 1967) y
Unforgettable Months and
Years de Vo Nguyen Giap (Ithaca, N.Y., 1975). También ver In Search of
Southeast Asia de Stein
berg, 356-64.
19. Japanese-Trained Armies de Lebra, 75-112, 146-56 e In Search of Southeast Asia de
Steinberg, 347-51,
377-84.
20. The Role ofAirpower in Guerrilla Warfare de Aerospace Studies Institute (Maxwell
Air Force Base,
Ala., 1962) trata este tema. Air Support for the Underground de Harris Warren en
The Army Air For
ces in World War II, ed. Wesley F. Craven and James L. Gate, 7 vols. (Chicago,
1948-58), 3:493-
524 describe las operaciones en Europa.
La Guerra Revolucionaria 885

1. La forma en la que las ideas de Mao han sido transmitidas al mundo de


lectura inglesa ha sido
a través de la obra de cuatro volúmenes Selected Works of Mao Tse-tung
(London y New York,
1954-56). Selected Military Writings of Mao Tse-tung (Pekín, 1963) reúne
ensayos relevantes de
publicaciones anteriores. También es útil Mao de la serie What They Really
Said, ed. Philippe
Devillers (London, 1969). Lo más conocido es El pequeño libro rojo del que se
editaron millones y
fueron puestos en circulación bajo el título Chairman Mao Tse-tung on People's
War (Pekín, 1967).
La mayoría de las siguientes notas son de este pequeño Red Book, pero
también se cita el Selected
Works u otras fuentes.
2. Red Book, 32; A Single Spark Can Start a Prairie Fire en Selected Works, 1:124.
3. Red Book, 25; en Selected Works, 1:106 la traducción difiere un poco.
4. Red Book, 24; en Selected Works, 1:106 la traducción difiere un poco. Se añade
énfasis.
5. Red Book, 26, 38; en Selected Works, 2:96, 175 la traducción difiere un poco.
Se añade énfasis.
6. Red Book, 19-20; en Selected Works, 3:85; 2:135.
7. Red Book, 21; en Selected Works, 3:85-86 donde se utiliza "incorrectos" en lugar
de "erróneos" para
describir los "errores". Se añade énfasis.
8. Red Book, 4; en Selected Works, 2:272.
9. The Conspiracy and Death of Lin Biao de Yao Ming-le con una introducción
de Stanley Karnow
(New York, 1983), xv.
10. Red Book, 38; en Selected Works, 1:175.
11. Mao de Devillers, 71-152 ayuda enfoca bien las ideas de Mao sobre la teoría
militar y su aplicación.
12. La famosa serie de discursos On Protracted War dados en 1938 (Selected Works,
2:157-243), tiene
algunas frases jominianas como la siguiente: "En esta etapa nuestra guerra
dejará de ser una
defensiva estratégica, será una contraofensiva estratégica con la forma de
una ofensiva estratégi
ca y dejaremos de operar en líneas estratégicamente interiores,
desplazándonos a las exterio
res" (p. 188).
13. Challenge and Response, vol. 2 de Condit y otros describe las operaciones en
Palestina, Chipre y
Grecia.
14. Ibid., vol. I describe diecinueve insurgencias en Asia.
15. Yu Chi Chan (Guerra de Guerrillas) de Mao se publicó en 1937 y fue
vendido en la "China
Libre" por el precio de diez centavos la copia según el libro Mao Tse-tung on
Guerrilla Warfare de
Samuel B. Griffith (New York, 1961), 37. La estrategia y táctica de Mao es
descrita por Edgar
Snow en Red Star Over China (New York, 1938) y en Twin Stars Over China y
The Chinese Army
ambos de Evans F. Carlson (ambos New York, 1940).
16. Ho Chi Minh de Lacouture, 69-70.
17. General Giap: Politician and Strategist de Robert J. O'Neill (New York, 1969),
20-23.
18. Origins of the People's Army de Vo Nguyen Giap en The Military An of People's
War: Selected Writings
of Vo Nguyen Giap, ed. Russell Stetler (New York, 1970), p. 66.
19. General Giap de O'Neill, 38-49 y Ho Chi Minh de Lacouture, 109-171. La
descripción de la Prime
ra Guerra Indochina está basada en la obra Street Without foy de Bernard
B. Ball (New York,
1957) ,21-55.
20. Guerrilla Warfare de Che Guevara (New York, 1961; Revolution in the
Revolution? áe Régis Debray
(New York, 1967).
21. Revolution in the Third World de Chaliand, 43ff.
22. Un relato breve sobre por qué el focoísmo ha fracasado se encuentra en
Latín American Revolu
tionary Theory: Is It Back to the Paris Commune? de Eldon Kenworthy en
e:\fournal of International
Affairs 25 (1971), 164-70. Este número está dedicado en su totalidad a la
Guerra Revolucionaria:
La Respuesta de Occidente y sus artículos principales (no los ensayos realizados
por Kenworthy y
otros) fueron reeditados en un libro bajo el mismo título, editado por David
S. Sullivan y Mar
tin J. Sattler (New York, 1971).
23. Mao de Devillers, 85-86, y con algunas diferencias en la traducción en
Selected Works de A Single
Spark Can Start a Prairie Fire, 1:116ff.
886 Creadores de la Estrategia Moderna

1. French Revolutionary Warfare from Indochina to Algeria de Peter Paret (New


York, 1964) es el mejor
análisis. La guerre révolutionnaire de Claude Delmas (París, 1959), núm.
826 de la popular serie
Que sais-je?es un relato breve sobre el tipo de amenaza revolucionaria a la
que se puede aplicar
la doctrina como una respuesta "correcta".
2. En la memoria del arquitecto principal de la "guerre révolutionaíre" Le
temps perdu del Coronel
Roger Trinquier (París, 1978) relata: "De Gaulle nos pidió que
pacificásemos Argelia; nos pro
porcionó los medios para hacerlo. Lo hicimos".
3. Counter-Insurgency Campaigning de Julian Paget (London, 1967), 43-79,
155-79. Dos estudios
comparativos de Malaya y Vietnam son The Long, Long War de Richard
L. Clutterbuck (New
York, 1966) y Defeating Communist Insurgency de Robert Thompson
(London, 1966).
4. The Ugly American de Eugene Burdick y William J. Lederer (New York,
1958) fue uno de los
libros más polémicos de la época, y su título añadió una frase a la
discusión política. La versión
de la película de 1963, protagonizada por Marlon Brando, distorsionó el
argumento de la nove
la sin alterar su tono contrarrevolucionario y terriblemente anti-
comunista. Aquí y en las notas
57 y 59 se citan novelas y películas conocidas para resaltar el papel
importante desempeñado
por la opinión pública american en cuanto al desarrollo de ideas sobre
la naturaleza e impor
tancia de la guerra revolucionaria contemporánea.
5. The Quiet American de Graham Greene (London, 1955). Las revistas
americanas atacaron el
punto de vista crítico del autor sobre los Estados Unidos y cuestionaron
su relación con el Parti
do Comunista. La versión de la película de 1958 evitó el mensaje
político del libro transforán-
dolo en un misterio sobre un asesinato.
6. The Counterinsurgency Era: U.S. Doctrine and Performance de Douglas S.
Blaufarb (New York, 1977)
es el relato básico, pero el debate ha continuado y el juicio expresado en
el texto de este ensayo
se considera inaceptable para algunos que defienden que los Estados
Unidos estuvieron muy
cerca de ganar su guerra en Vietnam. Otra opinión es expresada en On
Strategy de Harry G.
Summers, Jr. (Novato, Calif., 1982).
7. A Bell for Adano de John Hersey (New York, 1944). Esta historia un
tanto sentimental sobre la
"liberación" y democratización de un pueblo italiano durante la Segunda
Guerra Mundial ganó
el premio Pulitzer y en 1945, al igual que The Ugly American, se convirtió
en una película popular.
8. Estas dudas se expresan tanto en su Revolution in the Third World (New
York, 1977) como en la
introducción de su antología Guerrilla Strategies (Berkeley, 1982).
9. Peasant Wars of the Twentieth Century de Eric R. Wolf (New York, 1969)
es valioso en cuanto a
campesinos y la revolución. Urban Guerrilla de Johan Niezing, ed.
(Rotterdam, 1974) documen
ta el creciente interés sobre este tema.
10. Long Live the Victory of People's War (Pekín, 1965), extraído de The Guerrilla
Leader de Walter
Laquer (Philadelphia, 1977), 197-202.
11. Este desarrollo puede seguirse a través del informe anual Southeast Asian
Affairs publicado desde
1974 por el Instituto de Estudios del Sureste Asiático en Singapur.
12. Mao de Devillers, 59, citando Report of an Investigation into the Peasant
Movement in Hunan; con
algunas diferencias de traducción en Selected Works, 1:27.
13. Extractos de la comunicación del Vaticano sobre 'Teología de
Liberación" en New York Times
de 4 de septiembre de 1984.
Gordon A. Craig y Félix Gilbert
28. Reflexiones sobre Estrategia en
el Presente y el Futuro
28. Reflexiones sobre Estrategia en el
Presente y el Futuro

Al final de un libro que ha tratado la evolución del pensamiento y la práctica militar


desde la época de Maquiavelo hasta la Segunda Guerra Mundial y la era nuclear, es
necesario volver a la pregunta que se hizo en sus primeras páginas, la relativa a la
relevancia de la obra. ¿La experiencia del pasado ha tenido alguna relación con los
problemas que se nos presentan en la era nuclear?, ¿o estamos viviendo, como dicen
algunos escritores militares, en una era sin precedentes, en una situación muy particular en
el campo de la estrategia?
Es muy sencillo: Teniendo en cuenta la peligrosa naturaleza bipolar de la política
mundial, la preocupación de las superpotencias sobre armas nucleares y la intensidad de
la carrera de las armas entre ellas, es preciso inclinarse sobre este último punto de vista y
llegar a la conclusión de que la actual etapa no congenia con el tipo de principios
estratégicos elaborados por los maestros del pasado. Por ejemplo, cuando Clausewitz
escribió su famosa frase "La guerra es la continuación de la política mediante otros
medios", estaba asumiendo, a la vez que ponía énfasis sobre los lazos entre la guerra y la
paz, probablemente una distinción más clara que la nuestra actual, cuando es posible
preguntar si las dos cuestiones se pueden diferenciar en un sentido real. La caída en
1914 del sistema internacional que había mantenido la paz durante la mayor parte del
siglo XIX y el posterior fracaso de todos los intentos de buscarle un sustituto eficaz, la
influencia de la ideología sobre las relaciones internacionales desde 1917 y -a pesar de la
definitiva derrota del fascismo y nacionalsocialismo mediante una coalición que
finalizó con unas divisiones ideológicas de sus miembros- su gran intensidad después de
1945, el hiper-nacionalismo de los países que se libraron de su estatus colonial a
comienzos del segundo enfrenta-miento mundial y, especialmente en Oriente Medio, la
aparición de fanáticos religiosos, han hecho de los años posteriores a 1945 un período de
un conflicto casi continuo a muchos niveles. Si las más grandes potencias han evitado
librar una guerra entre sí, su involucración en disputas regionales, interviniendo con
estados amigos, les ha acercado peligrosamente a ella en varias ocasiones, y la actitud para
con el otro en estos tiempos de crisis ha sido de una constante hostilidad hasta el punto de
que el período entre los años 1949 y 1969 se conoce como los años de la Guerra Fría en
los libros de historia, y los años posteriores a 1980, a muchos observadores les recuerda esa
misma época.
890 Creadores de la Estrategia Moderna

En estas circunstancias, puede no sorprender que las encuestas de opinión pública den
como resultado que un gran número de personas en Europa y América ya no crea en
que la paz entre las superpotencias sea duradera y que algunos especialistas -como los
científicos, expertos militares e investigadores de paz que se reunieron en Groningen, en
los Países Bajos, en abril de 1981- se inclinen a pensar que no sobrevivirá al final de la
década. Tales opiniones ya estaban teniendo sus efectos sobre el comportamiento
personal; por un lado existía una creciente fatalidad, una frustradora desconfianza hacia
los líderes políticos y una retirada de la participación política, un nuevo enfoque de los
problemas regionales y del entorno y una internacionalización de la vida a expensas de
los polis (1), y por el otro, movimientos de acción directa que piden soluciones inmediatas
y completas para los complicados problemas políticos y militares, a menudo con poca
consideración de los factores técnicos, diplomáticos y estratégicos involucrados.
También es notable en algunos países la ambivalencia de ánimo que permite que el temor
a la guerra exista junto con el estado exaltado de sentimiento nacional, que es capaz de
expresarse beligerantemente y con un alto grado de compromiso, adecuado para los
preparativos de la guerra. Richard Barnett ha escrito sobre esta última actividad, que "la
economía de la guerra proporciona nichos confortables a decenas de miles de burócratas,
dentro y fuera del uniforme militar, que van a la oficina cada día para fabricar armas
nucleares o planificar una guerra nuclear; millones de trabajadores cuyos puestos
dependen del sistema de terrorismo nuclear; científicos e ingenieros contratados para
buscar esa salida tecnológica que proporcione una seguridad completa; contratistas que
no desean renunciar a beneficios fáciles; guerreros intelectuales que venden las amenazas
y alaban las guerras" (2).
Una era en la que no se pueden describir las tendencias existentes como una época de
paz sin forzar el significado de la palabra, y cualquier pesimista podría pensar que se
asemeja más al estado de transición que el novelista de Alemania Oriental Christa Wolf
denomina der Vorkrieg: el prólogo de una guerra (3).
La tecnología moderna puede requerir ajustarse a otra suposición de Clau-sewitz: que
tanto en tiempo de paz como de guerra, el líder político responsable debe ser capaz de
tomar con firmeza las decisiones políticas de peso. Las acciones que se tomarán en una
futura crisis prometen ser de naturaleza predeterminada y automática. Se puede discutir
sobre el hecho de que la autonomía del liderazgo político empieza a decaer desde el
momento en que autoriza el gasto de recursos nacionales para cualquier tipo de
investigación de armas o la producción de algún tipo de bombardero, misil o
submarino. Debido al tiempo que se requiere para realizar estos proyectos, las decisiones
tomadas hoy en día, determinan inevitablemente o circunscriben una política posterior,
juzgando
Reflexiones sobre Estrategia en el Presente y el Futuro 891

con antelación situaciones no previstas y limitando la capacidad de contingencias aún no


acaecidas.
Coincidiendo con esta tendencia a depender de armas fabricadas de acuerdo con
nociones de eficiencia formadas en gabinetes, la producción de las armas tiende a
asumir su propio momentum y crear presiones y ansiedades que los hombres de estado
encuentran difíciles de soportar. El papel que juega el armamento en la economía de un
país, aumentando las ganancias industriales y reduciendo el paro, hace casi imposible
resistirse a las fuerzas que llevan hacia la carrera de las armas. A medida que se hace más
frenética la competición para producir armas, las restricciones en su utilización pueden
distenderse o desaparecer. En 1914, el temor del Alto Mando Alemán era que la
superioridad militar se desplazase definitivamente al lado de las potencias aliadas en el
transcurso de los tres años siguientes, lo que determinó su decisión de lanzarse a la guerra
y, en la crisis final, los líderes políticos se veían inundados con discusiones técnicas sobre
las ventajas que se conseguirían en el tiempo de movilización mediante la declaración
inmediata de guerra, discusiones sobre la ventaja de la estrategia de primer ataque. Los
peligros de que este proceso se repita son infinitamente superiores en la carrera de las
armas nucleares, tal como se ilustra en la manera en que compiten las superpotencias
para lograr lo que se denomina capacidad de contrafuerza. Esto ha llevado a generar una
gran preocupación sobre el tiempo y a abogar por doctrinas de un ataque preventivo y respuesta
bajo ataque. Fred C. Iklé, el anterior jefe de la Agencia de Desarme y Control de Armas de
Estados Unidos, apuntó que tales sistemas suponen "responsabilidades increíbles que
recaen sobre algún Sargento de las entrañas del sistema. Cuanto más rápida y
automática sea, más decisiones están siendo delegadas -las decisiones más fatídicas de la
historia de la nación- en personas lejanas al Presidente y a la Junta de Jefes" (4).
Cuando la estrategia está libre de un control político eficaz, deja de tener motivación y
empieza a abandonarse; entonces es cuando la guerra asume la forma absoluta que temía
Clausewitz. Existe un suceso conocido de un informe que llegó al Cuartel General Imperial
Alemán durante la cumbre de la crisis de agosto de 1914, indicando que los británicos
no participarían en la guerra mientras que los alemanes no atacasen a Francia. Se dice
que el Emperador dijo al General Helmuth von Moltke, el Jefe de Estado Mayor, que si
esto era cierto, Alemania debía desplazar el objetivo de su ofensiva hacia el este. Moltke
respondió que esto era imposible, debido a que el ejército sólo contaba con un plan de
guerra, el cual no se podía cambiar ahora. "Su tío me hubiese dado otra respuesta",
masculló Guillermo II, pero esta malhumorada aunque razonable réplica no frenó el
movimiento hacia el oeste de las columnas alemanas (5). No es difícil pensar en una
situación similar en nuestros tiempos, con el ordenador tomando el papel del indisoluble
plan de guerra. Nadie que haya sufrido la irritabilidad de tener sus informes personales
enredados gracias al comportamiento erróneo de ordenadores de bancos y empresas,
negará la evidencia de una
892 Creadores de la Estrategia Moderna

reciente descripción marxista sobre la confianza de las superpotencias en sistemas de


alerta mecanizados: "Un error que consiste en que la seguridad dependa de una máquina
en lugar de en el análisis de la situación histórica, que sólo personas con conocimientos
de dicha situación respecto al contrario son capaces de hacer" (6).
Merece la pena destacar, en este contexto, que la estrategia nuclear contemporánea,
además de caracterizarse por una metodología de ejecución de alto nivel y una
dependencia de técnicas mecánicas que debilitan enormemente el control político, se
guía por un sistema de inteligencia que sólo puede ser el adecuado para las necesidades
de tiempos peligrosos. En un estudio reciente sobre la inteligencia anterior a las dos
guerras mundiales, Ernest R. May escribió que, a la hora de juzgar las capacidades de otras
potencias, los gobiernos de nuestra época pueden salir peor parados que los anteriores a la
Primera Guerra Mundial. "Pueden contabilizar bombarderos, misiles, portaaviones,
submarinos y divisiones blindadas al menos con la misma precisión con la que los gobiernos
anteriores a 1914 podían contabilizar rifles y caballos; pero ahora, al igual que antes,
nadie puede confiar en lo que significan las cantidades totales". Es más, como ninguna de
las nuevas armas se ha probado en una guerra entre potencias, "los analistas de
inteligencia, oficiales de Estado Mayor y los que toman las decisiones deben confiar en su
imaginación más que en su experiencia para definir capacidades" (7).
Respecto a las inclinaciones de otras potencias, probablemente siguen en la misma
penumbra que en los años 30, una época no agraciada con el regalo de una predicción
precisa. Los gobiernos en estos últimos años, se han hecho cada vez más complejos y, por
lo tanto, menos previsores en su comportamiento. Ahora es difícil descubrir en la
política exterior de las grandes potencias la coherencia y continuidad que, en tiempos
anteriores, se consideraban los requisitos para una conducta eficaz en los asuntos
exteriores. Bajo estas circunstancias, un estudio objetivo de las intenciones del lado
contrario siempre es difícil y siempre existe el peligro de que a los argumentos basados
únicamente en la evidencia disponible pero que son, gracias a su naturaleza
contradictoria, precavidos y provisionales, se les dé la misma importancia que a aquellos
basados estrictamente en la intuición. Por esto, en la era nuclear, las estrategias han
avanzado, basándose en el conocimiento de las inclinaciones del enemigo potencial,
aunque no encuentren ninguna confirmación en su historia, psicología o
comportamiento reciente y demuestran un gran optimismo respecto a las capacidades
relativas de ambos lados.
Sin embargo, a pesar de todo esto, se debe decir que no es inevitable que las tendencias
que hemos tratado continúen siendo tan dominantes como parecen ahora. Sí, vivimos en
una era nuclear, pero aún no vivimos en una era de guerra nuclear. Ninguno de los
conflictos Ínter-estado que han tenido lugar después de 1945, ha visto el empleo de
armas nucleares y todas han sido desarrolladas,
Reflexiones sobre Estrategia en el Presente y el Futuro 893

con distintos niveles de eficacia, de acuerdo con conceptos estratégicos heredados del
pasado. Es más, la tecnología moderna que creó las bombas que cayeron sobre Hiroshima
y Nagasaki y las más sofisticadas que se han fabricado desde 1945 hasta ahora,
proporcionaban visiones de un conflicto entre las superpotencias que acabaría en la
aniquilación mutua. Es ahora cuando los nuevos tipos de armas pueden hacer, con el
tiempo, obsoleta la guerra nuclear y volver a crear las condiciones en las que se
formularon los principios de la estrategia clásica.
Freeman Dayson, en su interesante estudio Weapons and Hope, ha escrito sobre un área de
tecnología militar (que avanza rápidamente), más conocida como misiles guiados de
precisión (PGM), de naturaleza no nuclear y lo suficientemente pequeños para ser
disparados por soldados individuales, o desde coches blindados o helicópteros, y que su
efecto ya ha sido probado contra las unidades acorazadas israelíes en la guerra de 1973.
Desde entonces, la tecnología PGM ha ido más lejos y Dyson escribe: "Parece probable que
el rápido desarrollo de la tecnología del microprocesador y del sensor llevará a una
proliferación creciente de armas no nucleares sofisticadas que obligarán a que los ejér-
citos den un paso atrás hacia un estilo de guerra antiguo, más profesional. Las nuevas
armas necesitan ser manejadas eficazmente por soldados de élite bien adiestrados. No se
necesitan los ejércitos masivos que movieron grandes cantidades de cañones de las dos
guerras mundiales. La campaña de las Malvinas en 1982 hace más evidente el hecho de
que los vientos del cambio soplan en esta dirección. La fuerza aérea argentina, una
pequeña fuerza de élite, utilizando armas de precisión con destreza, hizo gran daño a las
fuerzas invasoras, mientras que el ejército argentino, un ejército masivo de reclutas, fue
aplastado. Parece que la tecnología moderna nos devuelve al siglo XVIII, hacia la era en
que los pequeños ejércitos profesionales libraban pequeñas guerras profesionales" (8).
Tales consideraciones se refuerzan con las crecientes dudas sobre la credibilidad de la
estrategia de la OTAN, que está basada en la doctrina de primera utilización de armas
nucleares, en el caso de un ataque convencional sorpresa procedente del Este.
Últimamente, se ha considerado la posibilidad de reforzar la disuasión convencional
añadiéndole la capacidad de represalia que no utilizaría el empleo de armas nucleares y así
no arriesgaría la escalada; esto se ha centrado alrededor de la viabilidad de enfrentarse a
un ataque soviético mediante un ataque ofensivo convencional contra los flancos
soviéticos y en el corazón de Europa Occidental (9).
Los que defienden este tipo de estrategia no ceden ante los críticos que creen en la
inferioridad de la OTAN frente al Pacto de Varsovia en cuanto a fuerza convencional.
Por el contrario, discuten que la historia está llena de ejemplos de acciones ofensivas
victoriosas de fuerzas que se enfrentaban a otras superiores en número: la campaña de
Vicksburg de Grant, la invasión alemana de
894 Creadores de la Estrategia Moderna

Francia en 1940, la carrera final del Tercer Ejército de los Estados Unidos en 1944, la
ofensiva de Estados Unidos en Corea en 1951 y la campaña israelí del Sinaí en 1967.
Además, apuntan que una ofensiva convencional en Europa Oriental por parte de la
OTAN, amenazaría a la Unión Soviética, donde es políticamente más débil,
aprovechándose de oportunidades de desconfianza política de sus aliados de Europa
Oriental; un argumento muy similar a aquel del plan de guerra de Moltke en 1879, que
pedía una ofensiva en las provincias occidentales de Rusia que estaría combinada con un
intento sistemático de animar a la insurrección entre pueblos como el polaco (10).
Además, creen que "enfrentaría a los soviéticos a la misma situación que su estrategia y
doctrina intentaban evitar: aquella en la que no podrían controlar los acontecimientos y
en la que se enfrentarían a una gran probabilidad de incertidumbre y sorpresa" (11).
Estos ejemplos pueden ser suficientes para demostrar que la experiencia estratégica del
pasado no es irrelevante a nuestro pensamiento actual sobre problemas de los campos de
batalla y que si las predicciones de Dyson son ciertas, se hará aún más patente. Incluso en
la situación actual, el conocimiento de los errores pasados indicaría la conveniencia de
que el planeamiento y armamento militar estuviesen bajo un control político más firme y
haría evidente que el problema de planificar teniendo en cuenta la economía y la
tecnología, requiere una organización general en el que el papel del ejército está sujeto a
una limitación prudente.
Por supuesto, la cosa no acaba aquí. La estrategia no es sólo el arte de prepararse para
conflictos armados en los que se puede involucrar una nación y en la que se puede
planificar el empleo de sus recursos y la aplicación de sus fuerzas de manera que acaben
victoriosas. En un sentido más amplio, es también el equivalente moderno de lo que se
denominaba en los siglos XVII y XVIII ragíone di stato o raison d'etat. Es una determinación
racional de los intereses vitales de una nación, los elementos que son esenciales para su
seguridad, sus propósitos fundamentales en sus relaciones con otras naciones y sus priori-
dades respecto a sus objetivos. Esta forma más amplia de la estrategia debe animar y guiar
a un estudio más agudo sobre el planeamiento de la guerra y de la lucha; Clausewitz
también lo dejó ver en la famosa frase citada al comienzo de estas observaciones.
No son difíciles de encontrar ejemplos históricos de la forma y ejecución de la estrategia
en un sentido más amplio. Se puede pensar en una serie de análisis metódicos de intereses
nacionales creados al comienzo de la historia de los Estados Unidos, como son The Federalist
y el Discurso de Despedida de George Washington. La característica que destaca es su
presentación económica y objetiva de las premisas fundamentales de la existencia
nacional, en un mundo peligrosamente competitivo, como en el núm. 3 de The Federalist,
de John Jay, con su frase sobre los primeros principios: "Entre los muchos objetivos en los
que las personas libres y sabias creen necesario fijar su atención, el de proporcionar su
Reflexiones sobre Estrategia en el Presente y el Futuro 895

seguridad parece ser el primero.... Pero la seguridad del pueblo de América contra los
peligros de fuerzas extranjeras depende no sólo de su paciencia para ofrecer motivos justos
para la guerra contra otras naciones, sino también para situarse y continuar en una
situación en la que no inviten a la hostilidad y al insulto" (12).
Los testamentos políticos de los Padres Fundadores, que es lo que suponían estos papeles,
formulaban los principios para guiar la política de la República en sus primeros años,
declarando que sus intereses vitales son su libertad política y su fortaleza económica y
defendiendo que los requisitos de la seguridad eran la unión nacional (o sea, libertad de
disputas y divisiones internas), un estamento militar apropiado (significando que, bajo el
disfraz de proteger a la nación, no amenazarían ni al gobierno republicano ni a su
economía) y una política exterior sabia que, en casos excepcionales, dependería de
alianzas provisionales con potencias extranjeras. Esta era la base teórica de la estrategia mili-
tar que condujo a la nación americana a través de las Guerras Napoleónicas, no sin
accidentes, pero al fin y al cabo sin daños significativos hacia la seguridad y soberanía
americana (13).
Un segundo ejemplo de la estrategia en un sentido más amplio, esta vez uno de naturaleza
agresiva, fue la seguida por el Reino de Prusia entre los años 1862 y 1866. Tenía su
principio básico en una serie de órdenes del día incisivas escritas por Otto von Bismarck
cuando era embajador del Régimen de Frankfurt, en la década de 1850. Estas perfilaban
los intereses y oportunidades prusianas en el contexto de la confusión e ineficacia del
sistema internacional tras la Guerra de Crimea, analizando las capacidades de Austria, su
principal rival, y abogó por un tipo de política que encontró su implantación, después de
que Bismarck asumiese la dirección de los asuntos prusianos, en la política que llevó a
Kóniggrátz y a una hegemonía sobre el norte de Alemania. Al fin y al cabo, una estrategia
que se ha considerado como una ilustración clásica de la coordinación efectiva de la fuerza
para conseguir sus objetivos políticos (14).
Finalmente, un ejemplo más reciente de una estrategia nacional sistemática y coordinada
cuidadosamente, puede encontrarse en la manera en que la administración Truman
respondió al reto de los años 1947-1950, con una perspicaz determinación de la
naturaleza de los intereses americanos en el mundo de la posguerra, mediante la
movilización eficaz del apoyo público para sus compromisos europeos y el sabio empleo de
sus recursos económicos para lograr sus objetivos y, finalmente, cuando se rompieron las
hostilidades en Corea, mediante la imposición de limitaciones sobre las operaciones
militares a llevar a cabo allí, determinadas por consideraciones políticas. Al fin y al cabo,
un ejercicio de estrategia que seguramente hubiese contado con la aprobación de
Clausewitz.
Común a estas estrategias se encontraba el fundamento completo para realizar una
formulación y una valoración realista del contexto internacional, en el que se buscaba
una visión exacta de las capacidades e inclinaciones de sus
896 Creadores de la Estrategia Moderna

adversarios principales, una presunción de que la acumulación y empleo de la fuerza


militar debe ser justificada por una ventaja política demostrable y no debe suponer un
gran esfuerzo sobre los recursos nacionales y una firme determinación de que el uso de la
fuerza debe terminar cuando se alcance el objetivo político.
¿Hasta qué punto son relevantes estos ejemplos históricos en nuestra situación actual?
Como poco, a los que se enfrentan a las decisiones que afectan a la seguridad nacional, les
proporcionan casos para estudiar y reflexionar y modelos con los que medir la práctica.
En una época en la que la carrera de armamento amenaza con crear su propio patrón de
obligaciones, de absorber tanto la atención pública como la del Congreso y, mediante
esto, crear un pensamiento lógico y sistemático sobre las realidades y los requisitos de
nuestra situación (15), merece la pena recordar, por ejemplo, que la clave de los triunfos
obtenidos por el estratega político más distinguido de Alemania fue el hecho de rehusar a
someterse a las presiones creadas por la rapidez de los acontecimientos y su búsqueda de
los elementos del rebus sic stantibus, que eran compatibles con los intereses de su país.
La introducción de este volumen se refería a la obstinada negativa del pasado a dar
lecciones directas al presente. La historia nunca puede decirnos como actuar, pero es
prolífica en estudios de casos de los que podemos sacar ideas. Los casos citados son tanto
modelos a seguir como errores manifiestos. Nos recuerdan que, a pesar del contexto
provisional, la estrategia eficaz siempre es un cálculo del empleo de la fuerza para un fin
político. Lo cierto es que la historia de la guerra y de la diplomacia, que forman gran
parte de la Historia en general, es poco más que un informe sobre la preparación o la
negación de las naciones a basar sus políticas sobre esa verdad.

NOTAS:

• Ver Die Aujklárung entldsst Are Kinder y Unser Verhángnis ais unsere Verantwortung de
Fritz J. Rad-
datz en el Die Zeitóde 13 de julio de 1984.
• Real Security de Richard J. Barnet (New York, 1981), 97.
• Kassandm: Erzáhlungde Christa Wolf (Darmstadt, 1984), 76f.
• Citado en Real Security de Barnet, 30.
• The Politics of the Prussian Army, 1640-2945de Gordon A. Craig (New York, 1964),
294.
• Vomussetzungen einer Endhlung: Frankfurter Poetik-Vorlesungen de Christa Wolf
(Darmstadt, 1983),
87.
• Capabilities and Proclivities de Ernest R. May en Knowing One's Enemies: Intelligence Assessment
before
the Two World Wars (Princeton, 1984), 530. Sobre la naturaleza de la estrategia
actual y el carác
ter problemático de la inteligencia, ver también The Command and Control of Nuclear
Forces de
Paul Bracken (New Haven, 1984).
• Weapons and Hope de Freeman Dyson (New York, 1984), 55. Sobre PGM ver Verteidigung
und Frie-
dende Horst Afheldt (Munich, 1976).
Reflexiones sobre Estrategia en el Presente y el Futuro 897

9. Se pueden encontrar críticas sobre la estrategia de la OTAN en Verteidigung obne


Schlacht de Emil Spannocchi y Guy Brossolet (Munich, 1976) y en Wege in der Gefahr de
Cari Friedrich von Weizsácker (Munich, 1976). Para otras alternativas ver Greater Flexibility
for NATO's Fkxibk Response en el Strategic Review (Primavera, 1983) y Prescription for a
Difficult Decade: The Atlantic Alliance in the 80's en el Foreign Affairs 60, (1981-1982), 1145-
56, ambos del General Bernard W. Rogers. También debe decirse que en el pasado, con
bastante regularidad, las nuevas armas al aparecer fueron irresistibles, pero poco a poco
se inventaron las contraarmas defensivas y su producción fue tal que las
consideraciones estratégicas volvieron a tomar su papel tradicional.
• Die deutschen Aufmarshplane 1871-1890 de Graf Moltke, ed. Ferdinand von
Schmerzfeld (Fors-
chungen und Darstellungen aus dem Reichsarchiv, Heft 7) (Berlín, 1929), 80.
• Conventional Deterrence and Conventional Retaliation in Europe de Samuel P.
Huntington en el Inter
national Security (Invierno 1983-84), 43.
• The Federalist, ed. Edward Mead Earle (New York, 1937), 13,18.
• To the Farewell Address: Ideas of Early American Foreign Policy de Felix Gilbert
(Princeton, 1961),
caps. 4, 5.
• Bismarck, der weisse Revolutionár de Lothar Gall (Frankfurt a.M., 1980), 127-173;
Bismarck and the
Development of Germany: The Period of Unification, 1815-1871 de Otto Pflanze
(Princeton, 1963),
87ff; Politics of the Prussian Army de Craig, cap. 5.
• Ver el discurso A Plea for Diplomacy de George F. Kennan, de noviembre de 1983,
reimpreso, en
parte, en el Harper's de abril de 1984, p. 20.
Colaboradores
Colaboradores

MARTIN ALEXANDER, Conferenciante de Historia Moderna Británica y Europea


en la Universidad de Southampton, escribió su tesis sobre Maurice Game-lin and the
Defence of France.
BRIAN BOND, Lector de Estudios de Guerra en el King's College de la Univer-
sidad de Londres. Ha escrito extensamente sobre la historia de la guerra. Entre
sus obras se encuentran France and Belgium, 1939-1940; Liddell Hart: A Study of His
Military Thought, British Military Policy between the Two World Wars; y War and Society in
Europe, 1870-1970.
MICHAEL CARVER, Mariscal de Campo del Ejército Británico, es autor de
muchas obras sobre la historia de la guerra y la política de defensa, entre ellas se
encuentran War since 1945, The Apostks of Mobility, A Policy for Peace y The Seven Ages of
the British Army.
THOMAS W. COLLIER, un antiguo oficial del Ejército de los Estados Unidos que
sirvió en la Guerra de Vietnam desde 1962 hasta 1967. Ha impartido clases de
historia militar en West Point y se encuentra finalizando sus estudios de Historia
en la Universidad de Michigan.
GORDON A. CRAIG es J.E. Wallace, Profesor Sterling Emeritus de Humanidades
en la Universidad de Stanford. Entre sus obras están The Politics of the Prussian
Army, 1640-1945; The Battle of Kónniggrátz; Germany, 1866-1945; y The Germans. Junto
con Alexander L. George escribió Force and Statecraft y con Felix Gilbert adaptó The
Diplomats, 1919-1939.
PHILIP A. GROWL es Ernest J. King, Profesor Emeritus de Historia Marítima del
Naval War College. Entre sus obras están Maryland During and After the Revolution y
Campaign in the Marianas. Junto con Jeter A. Isely escribió The U.S. Marines and
Amphibious Wary con E.G. Love escribió Seizure of the Gilberts and Marshalls.
EDWARD MEAD EARLE adaptó la obra original de Makers of Modern Strategy, fue
Profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Entre sus otras obras
se encuentran Against This Torrent y Modern France.
LAWRENCE FREEDMAN es Profesor de Estudios de Guerra en el King's College en
London. Es autor de US Intelligence and the Soviet Strategic Threat, Britain
902 Creadores de la Estrategia Moderna

and Nuclear Weapons y The Evolution of Nuclear Strategy además de ser el redactor de The
Troubled Alliance.
MICHAEL GEYER es Profesor Adjunto de Historia en la Universidad de Michigan.
Es autor de una monografía sobre el Reichswehr, de Aufrüstung oder Sicherheit y
Deutsche Rüstungspoliük, 1860-1980.
FELIX GILBERT es Profesor Emeritus de la Escuela de Estudios Históricos del
Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Entre sus libros sobre historia
mundial y europea se encuentran Hitler Directs His War, To the Farewell Address;
Machiavelli and Guicciardini', The Pope, His Banker and Venice y una colección de ensayos
bajo el título History: Choice and Commitment. Con Gordon A. Craig adaptó The
Diplomats, 1919-1939.
HENRY GUERLAC, Profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de
Cornell. Escribió Lavoisier, The Crucial Year, Lavoisier, Chemist and Revolutionary; Newton
on the Continent y Essays and Papers in the History of Modem Science.
MARK VON HAGEN es Profesor Adjunto de Historia en la Universidad de
Columbia. Escribió su tesis sobre School of the Revolution: Bolsheviks and Peasants in the
Red Army, 1918-1928.
HAJO HOLBORN, fue Profesor Sterling de Historia en la Universidad de Yale.
Entre sus obras podemos encontrar A History of Modern Germany en tres volúmenes,
American Military Government, The Political Collapse ofEuropey una colección de ensayos:
Germany and Europe.
MICHAEL HOLBORN es Profesor Regius de Historia Moderna en la Universidad
de Oxford. Entre sus muchas obras sobre la historia y teoría de la guerra están el
Volumen IV de la colección de Gran Estrategia de la historia oficial de la Segunda
Guerra Mundial del Reino Unido, The Franco-Prussian War, War and the Liberal
Conscience y dos colecciones de ensayos: Studies in War and Peace y The Causes of War.
Con Peter Paret tradujo y adaptó la obra On War de Clausewitz.
D. CLAYTON JAMES, Profesor Distinguido de Historia en la Universidad de
Mississippi State, es autor de The Years of MacArthur en tres volúmenes. También
adaptó South to Bataan, North to Mukden: The Prison Diary of Brigadier General W.E.
Brougher.
DAVID MACISAAC, Teniente Coronel Retirado de las Fuerzas Aéreas estadouni-
denses, era Investigador Becario en el Centro de Doctrina, Investigación y
Educación Aeroespacial de la Air University cuando escribió el ensayo sobre poder
aéreo para este volumen. Es autor de Strategic Bombing in World War II.
MAURICE MATLOFF, antiguo Historiador Jefe del Centro de Historia Militar del
Ejército, es autor de Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de la Historia
oficial de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial y coautor del
volumen que le precede en la colección: Strategic Planning for Coalition Warfare, 1941-
1942. También adaptó American Military History.
Colaboradores yi)3

SIGMUND NEUMANN fue Profesor de Gobierno en la Universidad de Wesle-yan.


Escribió Permanent Revolution y Germany: Promise and Perils.
R. R. PALMER es Profesor Emeritus de Historia en la Universidad de Yale. Entre
sus muchas obras están Catholics and Unbelievers in Eighteenth Century France, Twelve
Who Ruled y The Age of the Democratic Revolution.
PETER PARET es Profesor de Historia Internacional de Raymond A. Spruance en
la Universidad de Stanford. Con John Shy escribió Guerrillas in the 1960s. Entre sus
otras obras se encuentran French Revolutionary Warfare from Indochina to Algeria, Yorck
and the Era of Prussian Reform y Clausewitz and the State. Con Michael Howard tradujo y
adaptó la obra On War de Clausewitz.
WALTER PINTNER, Profesor de Historia de la Universidad de Cornell, es autor
de Russian Economic Policy under Nicholas I. Con Don Karl Rowney adaptó Russian
Officialdom.
DOUGLAS PORCH es Mark W. Clark, Profesor de Historia en el Citadel. Entre
sus muchas obras sobre historia militar francesa están Army and Revolution: France
1815-1848, The March to the Mamey The Conquest of Morocco.
CONDOLEEZZA RICE es Profesora Adjunta de Ciencias Políticas de la Univer-
sidad de Stanford. Es autora de The Soviet Union and the Czechoslovak Army.
GUNTHER E. ROTHENBERG es Profesor de Historia de la Universidad de
Purdue. Entre sus muchas obras sobre la historia de la guerra existen dos
monografías sobre la frontera militar austríaca en Croacia, al igual que The Army of
Francis Joseph y The Anatomy of the Israeli Army.
JOHN SHY es Profesor de Historia de la Universidad de Michigan. Escribió
Guerrillas in the 1960s con Peter Paret y es autor de Toward Lexington y de una
colección de ensayos: A People Numerous and Armed.
RUSSELL F. WEIGLEY es Profesor de Historia de la Universidad de Temple. Entre
sus numerosas obras sobre historia militar americana están Towards an American
Army, A History of the United States Army, The Partisan War, The American Way of Wary
Eisenhower's Lieutenants.
Bibliografía
Bibliografía

INTRODUCCIÓN
La amplia literatura sobre la guerra no contiene una historia analítica del
pensamiento estratégico. Seguramente el mejor relato general sobre el desarrollo
de la estrategia en Europa, desde la antigüedad hasta la era de Napoleón y
Clasuewitz, se pueda encontrar en los primeros cuatro volúmenes de la obra
Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen Geschichte de Hans Delbrück,
reimpresa con una importante introducción realizada por Otto Haintz (Berlín,
1962). Delbrück integra su análisis sobre estrategia con muchas otras cosas: las
historias de batallas, campañas y cambios sociales, tecnológicos y políticos. Walter J.
Renfroe, Jr. está realizando una traducción al inglés titulada History of the Art of War
within the Framework of Political History (Westport, Conn., 1975- ), la cual es bastante
adecuada; no se ha intentado poner al día las bibliografías o tratar sobre las
interpretaciones de Delbrück en busca de datos desde que apareció la obra original
entre 1900 y 1920.
Las obras sobre la historia de la estrategia en alguna sociedad en particular tales
como La pensée militaire allemande (París, 1948) y La pensée militaire franfaise (París, 1960)
ambos de Eugéne Garrías tienden a ser exámenes introductorios. Análisis más
sofisticados sobre el pensamiento estratégico de un individuo o generación en
particular pueden encontrarse en la literatura monográfica, en biografías o en
estudios sobre guerras o campañas individuales, algunas citadas en esta obra.
El original Makers of Modern Strategy (Princeton, 1943) reunió ensayos sobre unos
cuantos teóricos importantes, que siguen mereciendo ser leídos. Werner Hahlweg
adaptó una obra similar en alemán: Klassiker der Kriegskunst (Darmstadt, 1960), que
incluye extractos breves de escritos de los personajes tratados. Comentarios
valiosos sobre el desarrollo de la estrategia en el mundo Occidental pueden
encontrarse en dos obras recientes: la excelente War in European History de Michael
Howard (Oxford y New York, 1976) y la igualmente extraordinaria European Armies
and the Conduct of War de Hew Strachan (London y Boston, 1983), la cual trata
menos épocas que la obra de Howard, ya que comienza en el siglo dieciocho en
lugar de la Edad Media, pero que entra en más detalle.
908 Creadores de la Estrategia Moderna

El ensayo que escribió Otto Hintze en 1906 Staatsverfassung und Heeresverfas-sung


contiene poco sobre la estrategia como tal, pero es de suma importancia para el
estudio histórico de las instituciones militares y de la guerra. Este ensayo está
incluido en la edición inglesa de The Historical Essays of Otto Hintze, ed. Felix Gilbert
(New York, 1975). Sobre el papel que desempeña la historia de la guerra en los
actuales estudios históricos ver The History of War de Peter Paret en Daedalus 100
(Primavera, 1971) y The Crisis in Military Historiography de Walter Emil Kaegi, Jr. en
Armed Forces and Society 7, no. 2 (Invierno, 1981), que también ofrece unas
observaciones estimulantes sobre la relación entre el estudio histórico del
pensamiento estratégico, la historia de las ideas y el desarrollo del pensamiento
estratégico actual.

1. MAQUIAVELO: EL RENACIMIENTO DEL


ARTE DE LA GUERRA
La edición crítica de las obras de Maquiavelo en la Biblioteca di Classici Ita-liani de
la casa editora Feltrinelli, adaptada por Sergio Bertelli y Francesco Gaeta en
ocho volúmenes (Milán, 1960-64), contiene introducciones valiosas que explican
el origen de las obras individuales y de las discusiones que surgieron de ellas.
También muy conveniente es la extensa obra (1.282 páginas) adaptada por Mario
Martelli para la editorial Sansoni (Florencia, 1971). El material relevante en
cuanto a las actividades de Maquiavelo en la Cancillería Florentina están publicadas
y analizadas en Niccoló Machiavelli; I primi scritti politici (1499-1512) de Jean-Jacques
Marchand (Padua, 1975).
El ensayo bibliográfico en la edición de 1984 de mi obra Machiavelli and Guicciardini
(New York: W.W. Norton & Co.) puede servir como una introducción a los estudios
recientes sobre Maquiavelo.
El papel de la guerra y de los asuntos militares en la política europea durante este
período se encuentra en War and Society in Renaissance Europe 1450-1620 de J.R.
Hale, de Fontana History of European War and Society (London, 1985) y detalles
sobre los acontecimientos militares en la época de Maquiavelo en Italia pueden
encontrarse en II Rinascimento e la crisi militare italiana de Fiero Pieri (Torino, 1952).
Las primeras etapas del desarrollo y la influencia de las armas de fuego se pueden
encontrar en Capitalism and Material Life 1400-1800 de Fer-nand Braudel,
traducción de M. Rochan (London, 1973), págs. 285-95 y en The Military
Organization of a Renaissance State: Venice circa 1400-1617 de M.E. Mallett y J.R. Hale
(Cambridge, 1984), aunque tratan Venecia en lugar de Florencia, dan nociones
sobre la práctica militar de la época: los procedimientos involucrados en contratar
a los condottieri y a los mercenarios, el impacto de los gastos militares en las
finanzas de las ciudades y la relación entre los mandos militares y el gobierno.
Bibliografía 909

2. MAURICIO DE NASSAU, GUSTAVO ADOLFO, RAIMUNDO


MONTECUCCOLI Y LA "REVOLUCIÓN MILITAR" DEL SIGLO XVII

Comenzando con la Revuelta de los Paises Bajos, continuando con la Guerra de


los Treinta Años y finalizando con las Guerra Holandesa de Luis XIV, la
"revolución militar" analizada en este ensayo cubre más de un siglo. Al mismo
tiempo, los europeos continuaban librando una guerra contra los turcos, com-
batiendo en numerosos conflictos entre ellos y por todos sitios comenzaban a
poner las bases para los ejércitos de a pie. Existe una enorme cantidad de literatura
primaria y secundaria sobre estos desarrollos. Pero cuando nos centramos en los
tres exponentes de la revolución militar tratada en este ensayo, Mauricio, Gustavo
y Montecuccoli, encontramos que la literatura es abundante únicamente en
holandés, español, sueco, alemán, francés e italiano.
Para unos antecedentes generales sobre esta época, ver Warfare: A Study of Military
Methods from the Earliest Times de Oliver L. Spaulding, Hoffman Nickerson y John W.
Wright (Washington, DC, 1937), que, a pesar de su título, se centra más sobre la
primera época moderna y contiene una bibliografía muy útil. También son valiosos
los libros de Hans Delbrück: Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen
Geschichte, 4 vols, nueva edición (Berlín, 1962-64). Una traducción al inglés está
siendo realizada por Walter J. Renfroe, Jr., bajo el titulo de History of the Art of War
within the Framework of Political History (Westport, Conn., 1975- ). También es útil,
aunque tendenciosa, la obra Entmcklungsgeschichte des deutschen Heenue-sens de Eugen
von Frauenholz de 5 vols. (Munich, 1935-41). Georges Livet en Gue-rre etpaix de
Machiavel á Hobbes (París, 1972) trata los antecedentes filosóficos. Hay material
interesante en los capítulos realizados por Piero Pieri, Jan W. Wijn y Werner
Gembruch en KLassiker der Kriegskunst, ed. Werner Hahlweg (Darmstadt, 1960) y en
ensayó Foreign Mercenaries and Absolute Monarchy de Victor G. Kiernan en Crisis in Europe
1560-1660, ed. Trevor H. Aston (London y New York, 1965).
No existe nada en inglés que cubra el largo y tortuoso transcurso de las campañas en
los Países Bajos. Un resumen se puede encontrar en Geknopt overzicht van de
belangrijkste gebeurtenissen uit de nederlandsche krijgsgeschiedenis van 1568 tot heden de I.L.
Uiterschout (La Haya, 1937), que suplementa la obra de F.J.G. ten Raa y Francois de
Bas: Het Staatsche Leger 1568-1795 (Breda, 1913). Para las primeras campañas de
Mauricio, el relato estándar sigue siendo Tien jaren uit den 80 jarigen oorlog 1588-1598
de T. Fruin (Leiden, 1857). Una fuente detallada sobre las reformas de Orange es el
diario de un funcionario civil de alto rango Journaal van Anthonis Duyck, advokaat-
fiskaal van den Raad van Staate, ed. Lodewijk Mulder, 3 vols. (La Haya, 1862-86). No
existe ninguna biografía militar a gran escala sobre Mauricio, pero su primo William
Louis es tratado en Het leven van Willem Lodewijk de Lutzen H. Wagenaar
(Amsterdam, 1904), una obra un tanto demasiado patriótica. Sobre las campañas en
Frisia ver De Groningen schansenkrijg: De
910 Creadores de la Estrategia Moderna

strategic van graafWiUem Lodewijk de Gerrit Overdiep (Groningen, 1970). Para el lado
político-administrativo existe De Road van Staat: Zijn took, organisatie en werk-zaamheden
in dejaren 1588-1590 de P.F.M. Fontaine (Groningen, 1970). Una excelente
discusión sobre las reformas tácticas y las armas portátiles se encuentra en la
introducción realizada por J.B. Kist en la edición facsímil de Jacob de Gheyn de
The exercise of armes for calivers, muskettes, and pikes after the Order of his Excellence Maurits
Prince of Orange, Counte of Nassau (La Haya, 1607, reimpresa en New York, 1971).
Además existen dos biografías importantes. La primera es Oldenbarneveldt de Jan
den Tex, 5 vols. (Haarlem-Groningen, 1960-72), disponible en una edición inglesa (2
vols., Cambridge, 1973). El punto de vista español y muchos otros temas se tratan en
Alexandre Famése, prince de Parme, gouvemeur-géné-ral des Pays Bas, 1545-1592 de Leon
van der Essen, 5 vols. (Bruselas, 1933-37). Por último, en el escrito deJ.W. Smit, The
Present Position of Studies regarding the Revolt of the Netherlands aparecido en Britain and
the Netherlands, ed. John S. Bromley and Ernst H. Kossmann (London, 1960), 1:11-28
se tratan escritos más recientes.
Gustavo Adolfo ha sido bien estudiado por el biógrafo inglés Michael Roberts,
quien también tradujo del sueco la obra Gustav Adolf the Great de Nils Ahlund
(Princeton, 1940). La referencia estándar para las guerras de Gustavo Adolfo es
Sveriges Krig 1611-1632 de Generalstaben, 5 vols. y 2 vols. suplementarios (Estocolmo,
1936-38). Un escrito corto sobre el ejército sueco se encuentra en L 'armee suédoise
au XVII siécle de Claude Nordmann en Revue du Nord 54 (1972), 133-47. Los
principales adversarios del rey también han sido buenos biógrafos. Tilly es tratado
en Tilly, der Heilige im Harnisch de Georg Gilardone (Munich, 1932), es un estudio
demasiado favorable, pero basado en los archivos bávaros. Sobre Wallenstein, la
biografía más reciente es Wallenstein de Hellmut Diwald (Munich-Esslingen, 1969) y
su capacidad operativa se trata en un ensayo de Hans Schmidt, Wallenstein ais Feldherr
en Mitteilungen des Oberosterreichischen Landesarchivs 14 (1984), 241-60. Material
sobre la lucha en Alemania puede encontrarse en Germany in the Thirty Year's War
de G. Benedecke (London, 1978). Sobre la influencia de los métodos de lucha
suecos sobre el ejército británico ver Cromwell's Army de Charles H. Firth, 3a ed.
(London, 1921), el cual también contiene información útil sobre el Ejército Sueco.
Sobre el principio del desarrollo del ejército francés las obras más útiles siguen
siendo Michel Le Tellier et I 'organisation de l'armée monarchique de Louis Andre (París,
1906; reimpreso en Ginebra, 1980) y L'armeé francaise de l'Anden Regime de Leon
Mention (París, 1900). Histoire de Louvois et de son administration politique et militaire de
Camille F.A. Rousset, 4 vols. (París, 1862-64) también es una fuente muy útil.
Sobre Montecuccoli, la mejor biografía sigue siendo Raimando Montecuccoli, la sua
famiglia e i sum tempi de Cesare Campori (Florencia, 1876). La obra de Tommaso
Sandonnini, // Genérale Raimando Montecuccoli e la sua famiglia, 2 vols. (Modena,
1914) está mermada por una interpretación italiana chauvinista. Sobre el
desarrollo intelectual de Montecuccoli, además de los estudios citados en las notas,
existe La formazione dottrinale di Raimando Montecuccoli de Piero Pieri
Bibliografía

en Revue Internationale d'histoire militaire, num. 10 (1951), 92-115. Su batalla más famosa
se trata ampliamente en Die Schlacht bei St. Gotthard-Mogersdorf 1664 de Kurt Peball en
el núm. 1 de Militárhistorische Schriftenreihe (Viena, 1964). Una discusión sobre sus
problemas logísticos y el sistema estratégico es presentada por Géza Perjés en Army
Provisioning, Logistics, and Strategy in the Second Half of the 17th Century en Acta Histórica
Academiae Scientiarium Hungaricae 16 (1970), 1-51. El anterior estudio Die Anfange des
stehenden Heeres in Osterrich de Ernst Heisch-mann (Viena, 1925) debería ser
suplementado por los datos detallados en Die kaiserliche Armee 1648-1650 de Philipp
Hoyos en Schriftenreihe des Heeresgeschichtli-chen Museums (Militárwissenschaftliches Instituí)
in Wien 7 (1976), 169-232. Sobre la formación de defensas fronterizas contra los turcos
ver The Austrian Military Border in Croatia, 1522-174 7 de Gunther E. Rothenberg
(Urbana, 1960) y sobre el estado de sitio y la tecnología de la defensa consultar
Bemerkungen zur Taktik una Bewaffnung der Verteidiger Wiens 1683 de Walter
Hummelberger en Studia Austro-Polonica 3 (1983), 81-110.
La ayuda mutua entre las cortes de los Habsburgo se trata en Spain and the Empíreas
Bogdan Chudoba (Chicago, 1952). El desarrollo de los ejércitos alemanes
asociados con los Habsburgo se puede encontrar en el primer tomo de Geschichte
der kóniglich-preussischen Armee, 4 vols. de Curt Jany (Berlín, 1928-33) y en Geschichte der
sáchsischen Armee, 3 vols de F.A. Francke (Leipzig, 1885). Un resumen del estado de
los ejércitos y del arte de la guerra a finales de la revolución militar se encuentra en
The Art of Warfare in the Age of Marlborough de David G. Chandler (London, 1976).

3. VAUBAN: EL IMPACTO DÉLA CIENCIA EN LA


GUERRA
Preparado por Donald Abenheim

Un estudio indispensable sobre las instituciones militares francesas en el siglo


XVII es Michel Le Tellier et I'organisation de l'armée monarchique de Louis Andre (París,
1906; reimpreso en Ginebra, 1980). Otro libro del mismo autor es Michel Le Tellier
et Louvois (París, 1942). Armies and Societies in Europe, 1494-1789 de André Corvisier
(Bloomington, 1979) es un informe de introducción útil, trata más sobre Francia
que sobre el resto de Europa. Una discusión interesante sobre los esfuerzos de
Vauban para reformar las instituciones militares francesas es Zur Kritik an der
Heeresreform una Wehrpolitik von Le Tellier una Louvois in der Spátzeit der Herrschaft
LudwgXTVde Werner Gembruch en Militargeschichtliche Mitteilungen 12 (1972). Ver
también los primeros escritos de Gembruch sobre Vauban: Vauban, zu seinem 325.
Geburstag am 15 Mai 1958 en Wehrwissenschaftliche Rundschau 8, num. 5 (1958);
Gedanken Vaubans über den Seekrieg en Marine Rundschau 56,
912 Creadores de la Estrategia Moderna

núm. 2 (1959); Vauban en Klassiker der Kriegskunst ed. Werner Hahlweg (Darmstadt,
1960); y Zwei Denkschriften Vaubans sur Kolonialpolitik und Aussenpolitik Fran-kreichs aus
denjahren 1699und 1700en Historische Zeitschrift 195, núm. 2 (1962).
Christopher Duffy ha escrito dos buenos análisis de la historia de las fortificaciones:
Fire and Stone: The Science of Fortress Warfare, 1660-1860 (Newton Abbot, 1975) y Siege
Warfare: The Fortress in the Early Modern World, 1494-1660 (London, 1979) que
proporcionan el contexto histórico de la obra de Vauban. Puede que el escrito más
conocido de Vauban sea su Traite de l'attaque et de la déjense des places (La Haya, 1737),
que ha sido reimpresa varias veces. El Mémoire pour servir ¿'instruction dans la conduite
des sieges et dans la defense des places de Vauban (Lei-den, 1740) ha sido traducido y
adaptado por George Rothrock con una excelente introducción y una bibliografía
útil: A Manual on Siegecraft and Fortification de Sébastien le Prestre de Vauban (Ann
Arbor, 1968). También son importantes las memorias de Vauban, las
denominadas Oisivetés. Los primeros cuatro tomos se editaron por Antoine Augoyat
y Abrégé des services du maréchal de Vauban, fait par luí en 1703 también adaptada por
Rothrock (París, 1839).
Al igual que sus fortificaciones, los escritos de Vauban fueron variados y
numerosos, sus temas trataban desde la arquitectura militar pasando por los sis-
temas de impuestos y hasta la forma más eficiente de criar cerdos. Pocas de sus
obras no-militares han sido traducidas al inglés. Puede que su obra de más con-
troversia política haya sido Projet d'une dixme royale (sin editor, sin fecha). Una de las
muchas reimpresiones es flojel d'une dixme royale, suivi de deux écrits financiers par
Vauban, ed. E. Coornaert (París, 1933). Un relato interesante de las circunstancias
en las que Vauban escribió su tratado sobre impuestos y los efectos políticos de su
publicación están contenidos en un artículo compuesto por dos partes de FJ.
Hebbert y George Rothrock: Marshal Vauban, Writer and Critic en History Today 24,
núms. 3 y 4 (1974).
Una biografía sobre Vauban muy buena, aunque desfasada en muchos aspectos es
Vauban, safamilk et ses écrits, ses oisivetés, et sa correspondance, 2 vols. de Albert de Rochas
d'Aiglun (París, 1910), que incluye extractos de las memorias de Vauban y su
correspondencia con Louvois citada con frecuencia. También es útil la disertación
editada por Pierre Elizier Lazard, Vauban (París, 1934). Un arquitecto, Reginald
Blomfield, utilizó mucho la obra de Lazard para su Sébastien Le Prestre de Vauban, 1633-
1707 (London, 1938), que se centra sobre las fortificaciones y los proyectos de
ingeniería de Vauban. Desde la Segunda Guerra Mundial han aparecido varias
biografías para los lectores: Monsieur de Vauban de George Toudoze (París, 1954);
Vauban de Alfred Rebelliau (París, 1962); Vauban de Michel Parent y Jacques
Verroust (París, 1971); y Vauban, un encyclopedists avant la lettrede Michel Parent (París,
1982). Entre los estudios más recientes en inglés, ver el artículo de Hebgert y
Rothrock mencionado anteriormente y el breve pero importante artículo de
Henry Guerlac: Sébastien Le Prestre de Vauban en el Dictionary of Scientific Biography (New
York, 1976), que contiene una útil y amplia biografía.
Bibliografía 913

Finalmente, dos monografías sobre los aspectos especiales de la vida de Vau-ban son
Vauban et le corps des ingénieurs militaires de Jacques Guttin (París, 1957) y Frankreichs
Wirtschaftliche und Soziale Lage um 1700 de Walter Bráuer (Marburg, 1968), que
contiene una extensa bibliografía sobre las obras y escritos de Vauban sobre sí
mismo, dando énfasis a los asuntos económicos.

4. FEDERICO EL GRANDE, GUIBERT, BULOW: DE LAS


GUERRAS DINÁSTICAS A LAS NACIONALES
Preparado por Peter Paret
Mucho se ha escrito sobre la estrategia del siglo dieciocho sin un conocimiento de
sus componentes básicos: política de soldados, organización del ejército, métodos
de abastecimiento y doctrina táctica. Entre las mejores obras sobre estos temas
se encuentran las siguientes. Sobre Francia: L'infanterie au XVIII siécle: U
organisation de Louis Bacquet (París, 1907), L'infanterie au XVIII sié-cle: La tactique de
Jean Colin (París, 1907), La cavalerie de 1740 a 1789 de Edouard Desbriére (París,
1906), La cavalerie pendant la Revolution, 2 vols. de Edouard Desbriére y Maurice
Sautai (París, 1907-1908) y L'artillerie francaise au XVIII siécle de Ernest Picar y Louis
Jouan (París, 1906); sobre Alemania y Austria: Das Heerwesen in der Zeit des
Absolutismus de Eugen von Frauenholz, vol. 4 de su Entwicklungsgeschichte des deutschen
Heerwesens (Munich, 1940) y Vom Stehenden Heer des Absolutismus zur Allgemeinen
Wehrpflicht de Rainer Wohlfeil (Frankfurt a.M., 1964) y Militárverwaltung und
Heeresaufbríngung in Osterreich bis 1806 de Jür-gen Zimmermann (Frankfurt a.M.,
1965), que son los tomos 2 y 3 de Handbuch zur deutschen Militárgeschchichte, ambos
con buenas notas bibliográficas. El análisis más extenso de la literatura
contemporánea sigue encontrándose en el segundo y tercer tomo de Geschichte der
Kriegswissenschaften vomehmlich in Deutsch-land, 3 vols. de Max Jáhns (Munich y
Leipzig, 1889-91), el último tomo incluye buenas discusiones sobre Federico,
Guibert y Bülow. En The Coward of Minden de Piers Mackesy (London, 1978) se
encuentra una brillante reconstrucción de una campaña del siglo XVIII,
desarrollada con un profundo conocimiento de las realidades de la guerra en esa
época.
La mayoría de los escritos militares oficiales y no-oficiales de Federico el Grande están
en los volúmenes 28-30 de Oeuvres de Frederic le Grand, ed. Johann Dietrich Erdmann
Preuss, 30 vols. (Berlín, 1846-56) y en Die Werke Friedríchs des Grossen, ed. Gustav
Berthold Volz, 10 vols. (Berlín, 1912-14). Los textos en estas ediciones no son siempre
exactos y se han adaptado por separado mejores versiones de algunos escritos; por
ejemplo, Die Instruktion Friedrichs des Grossen für seine Genérale von 1747, ed. Richard Fester
(Berlín, 1936). Jay Luvaas ha publicado una selección de escritos de Federico en inglés:
Frederick the Great on the Art of War (New York, 1966).
914 Creadores de la Estrategia Moderna

La historia básica de las campañas de Federico es Die Kriege Friedrichs des Gros-sen,
adaptada por la sección histórica del Estado Mayor General, 24 vols. (Berlín, 1890-
1913). Esta detallada obra, que incluye mapas excelentes, está suplementa-da por
múltiples estudios sobre temas concretos realizados por la sección histórica; por
ejemplo, Die taktische Schulung der Preussischen Armee núms. 28-30 de Kriegs-geschichtliche
Einzelschriften (Berlín, 1900). La literatura anterior sobre el debate de la estrategia
de Federico que inició Hans Delbrück es analizada por Otto Hintze en su artículo
Delbrück, Clausewitz und die Strategic Friedrichs des Grossen, en el Farschungen zur
Brandenburgisch-Preussischen Geschichte 33 (1920). Entre los estudios más recientes se
encuentran los artículos de Eberhard Kessel, por ejemplo Friedrich der Grosse im
Wandel der Kriegsgeschichtlichen Uberlieferung en el Wissen und Wehr 77(1936). Análisis más
concretos sobre la estrategia y táctica de Federico se encuentran en la obra de Peter
Paret Yorck and the Era of Prussian Reform (Princeton, 1966) y en Frederick the Great de
Gerhard Ritter, ed. rev. y traducida por Peter Paret (Berkeley y Los Angeles, 1974).
Un buen resumen para el lector es The Army of Frederick the Great de Christopher
Duffy (New York, 1974). La biografía más reciente sobre Federico es Friedrich der
Grosse de Theodor Schieder (Berlín, 1983), la cual no aporta nada nuevo sobre
Federico como estratega y jefe.
Los escritos militares de Guibert se pueden encontrar en Oeuvres militaires du comte
de Guibert, 5 vols. (París, 1803). Dos ediciones modernas son: una selección editada
por el General Ménard, Jacques-Antonio-Hippolyte, comte de Guiberte en Escrits
militaires (París, 1977) y otra más sustancial Oeuvres militaires ed. Jean-Paul Charnay y
Martine Burgos (París, 1977). La corta monografía de Lucien Poirier Guibert
(1743-1790) (París, 1977) es interesante y provocadora, pero es un análisis
completo del desarrollo del pensamiento de Guibert, pero los temas militares en
los últimos años de la monarquía francesa aún están por escribir.
Ninguno de los dieciséis libros de Bülow han sido reeditados en una edición
moderna, por lo que los lectores siguen dependiendo de los originales, que se
encuentran razonablemente accesibles en la mayoría de las bibliotecas de Europa y
Estados Unidos. Una buena selección es Militarische und vermischte Schriften von
Heinrich Dietrich von Bülow (Leipzig, 1853), que fue publicada bor Eduard Bülow y
Wilhelm Rüstow, con modificaciones biográficas y analíticas muy interesantes.
Reinhold Hóhn trata a Bülow en su obra Revolution-Heer-Kriegsbild (Darmstadt, 1944).
La edición revisada que apareció bajo el título Scharnhorsts Vermacht-nis (Frankfurt
a.M., 1952 y 1972) contiene poco sobre Bülow. Ambas obras sufren la primitiva
metodología de Hóhn. Algunos aspectos del pensamiento de Bülow se tratan en
Clausewitz and the State de Peter Paret (New York y London, 1976; repr. Princeton,
1985), y del mismo autor: Revolutions in Warfare: An Earlier Generation of Interpreters
aparecido en National Security and International Stability ed. Bernard Brodie, Michael
Intriligator y Roman Kolkowicz (Cambridge, Mass., 1983) y Napoleon as Enemy en el
Proceedings of the Thirteenth Consortium on Revolutionary Europe, ed. Clarence B. Davis
(Athens, Ga., 1985), pero es necesario seguir investigando. Bülow, al igual que
Guibert, aún espera a un intérprete moderno.
Bibliografía 915

5. NAPOLEON Y LA REVOLUCIÓN EN LA
GUERRA
La fuente básica para las ideas de Napoleón sobre la guerra es la edición de sus
cartas, órdenes y otros escritos en Correspondance de Napoleón ler, 32 vols. (París,
1857-70). Desde su aparición, la obra ha sido suplementaria con numerosas
publicaciones de cartas y documentos adicionales y correcciones a errores y
falsificaciones encontradas en la primera edición. Otra fuente está formada por la
correspondencia, diarios y memorias de los generales y soldados de Napoleón y las
de sus adversarios. Un buen ejemplo es la edición de la sección histórica del
Estado Mayor francés de los papeles oficiales de Davout en la Guerra de 1806,
Operations du 3e corps, 1806-1807: Rapport du MaréchalDavout (París, 1896).
Desafortunadamente, pocas campañas napoleónicas han sido el tema de los
informes detallados y comprensibles basados en documentos de los archivos
franceses. Una excepción es la obra preparada cuidadosamente por E. Buat titulada
1809: De Ratisbonne á Znaim, 2 vols. (París, 1909). La gran obra Campagne de Russie, 5
vols. de G. Fabry (París, 1900-1903), suplementada por la obra de dos volúmenes
Campagne de 1812 (París, 1912) del mismo autor, sigue siendo incompleta. Sin
embargo, las operaciones y batallas individuales han sido documentadas y analizadas
de manera comprensiva; ver, por ejemplo, los estudios de archivo por P.J. Foucart,
"Bautzen" (París, 1897) y del Capitán Alombert, Combat de Dürrenstein (París,
1897). Una serie de mapas excelentes, que ilustran las campañas de Napoleón desde
1796 hasta 1815, componen el tema central de la obra A Military History and Atlas of
the Napoleonic Wars de Vincent J. Esposito y John Robert Elting (New York, 1964),
que también contiene una útil bibliografía. Menos comprensiva pero que merece la
pena consultar es la obra similar de J.C. Quennevat, Atlas de la grande armée (París y
Brussels, 1966).
Para un relato general de las campañas de Napoleón es de utilidad consultar obras
de Jomini, en especial su Histoire critique et militaire des guerres de la revolution, 15 vols.
(París, 1820-24) y su Vie politique et militaire de Napoleón, 4 vols. (París, 1827). Una
traducción de ésta, realizada por Henry W. Halleck, Life of Napoleón, apareció en
Londres en 1864 y ha sido reeditada varias veces. Clausewitz no escribió ninguna obra
similar en cuanto a comprensibilidad, pero sus estudios de las campañas de 1796,
1799, 1812, 1813, 1814 y 1815 en los volúmenes 4 a 8 de su Hinterlassene Werke, 10
vols. (Berlín, 1832-37) cubren la mayoría del período y contiene algunos de sus
análisis históricos más importantes. On War está, por supuesto, repleto de
referencias sobre Napoleón y la Guerra Napoleónica.
La interpretación moderna de Napoleón como estratega y comandante fue
descrita por oficiales que pertenecían, o estaban asociados, a la section historique del
Estado Mayor francés. Debemos hacer mención únicamente de las numerosas
obras de Hubert Camón, entre ellas La guerre napoléonienne, 3 vols. (París, 1903-
1910), reeditada en una ampliada séptima edición en 1925; La fortification dans la
guerre napoléonniene (París, 1914); Le systeme de guerre de Napoleón (París, 1923) y Genie et
metier chez Napoleón (París, 1930). El General Henri Bonnal tarn-
916 Creadores de la Estrategia Moderna

bien estaba convencido de que Napoleón fue el gran maestro de la guerra


moderna, cuyos numerosos escritos -entre ellos DeRosbach á Ulm (París, 1903) y La
manoeuvre de Landshut (París, 1905)- empezaron siendo textos para la Ecole
Superieure de Guerre. Aún mejor en su sensibilidad histórica son los libros de otro
oficial, el futuro general Jean Colin. Sus estudios sobre la guerra durante la
Revolución francesa, su obra The Transformations of War (London, 1912) y, espe-
cialmente, su L'education militaire de Napoleón (París, 1900), han sido un ejemplo de
buen hacer que posteriores autores no han podido igualar.
El análisis más original sobre la estrategia napoleónica realizada por un estudioso no
francés sigue siendo Hans Delbrück en el cuarto volumen de su Geschich-te der
Kriegskunst nueva ed. (Berlín, 1962). Las interpretaciones de Hugo von Frey-tag-
Loringhoven, el Conde Yorck von Wartenburg y otros que Delbrück rechazó, son
actualmente de poco interés. Por el contrario, los análisis de los métodos franceses
en las historias del Estado Mayor alemán sobre la Guerra de 1806 y de las Guerras
de Liberación, mantienen la mayor parte de su valor -especialmente en las áreas de
estructura, abastecimiento, operaciones y táctica del mando-.
El relato principal en inglés es The Campaigns of Napoleon de David G. Chandler
(New York, 1966). Una notable obra es The Art of Warfare in the Age of Napoleon de
Gunther E. Rothenberg (London, 1978). Mucho menos satisfactoria es la obra
comprensible, pero no analítica, realizada por Henri Lachouque, Napoleón: Vingt
ans de campagnes (París, 1964). Las casi dos docenas de obras de Lachouque sobre las
guerras napoleónicas son exponentes de la literatura moderna en este campo.
Contienen un tratamiento entusiasta y colorido de las personalidades y
acontecimientos sin ofrecer respuestas a las difíciles preguntas que aún se
mantienen abiertas. Finalmente, el mejor análisis moderno sobre el generalato de
Napoleón parece que es Napoleon as Military Commander de James Marshall-Cornwall
(London, 1967).

6. JOMINI
Las obras más importantes de Jomini son Traite des grandes operations militai-res 2a ed., 4
vols. (París, 1811) y Precis de Vart de la guerre, 2 vols. (París, 1838). La primera edición
de Traite, primera y segunda parte, se publicó bajo el título Traite de grande
tactique (París, 1805) y la cuarta parte en 1806, bajo el mismo título; las restantes
partes, la tercera y quinta, se publicaron en 1807 y 1809 respectivamente. Tanto
Traite como Precis se reeditaron y fueron traducidas en varias ediciones. La guía
indispensable para las complejidades de la bibliografía de Jomini es Antoine-Henry
Jomini: A Bibliographical Survey de John I. Alger (West Point, N.Y., 1975). La edición
más reciente de Precis en inglés es Jomini an His Summary of the Art of War: A
Condensed Version editada por J.D. Hittle (Harris-burg, Penn., 1947), y la edición
definitiva de 1855 de Precis se ha reeditado en Osnabrück (1973) con una
introducción en alemán realizada por H.R. Kurz.
Bibliografía 917

Otras obras importantes de Jomini incluyen Histoire critique et militarie des gue-rres de la
revolution, 15 vols. (París, 1820-24), que apareció por primera vez en 1811 como una
continuación a Traite; Vie politique et militaire de Napoleón, 4 vols. (París, 1827),
originalmente publicada como anónima; Precis politique et militaire de la campagne de
1815 (París, 1839) que Jomini defendía como la sección "perdida" de la campaña de
Waterloo sobre la vida de Napoleón; y Tableau analytique des principales combinaisons de
la guerre (París, 1830), que fue su primera elaboración como libro sobre los "principios
de la guerra". Todas estas obras tienen ediciones posteriores y han sido traducidas
al inglés y otros idiomas.
La biografía básica continúa siendo Le general Jomini, sa vie et ses écríts de Ferdinand
Lecomte (París, 1860; 3a ed., Lausanne, 1888). Lecomte fue un oficial suizo y un
gran amigo y discípulo de Jomini; su biografía es una fuente principal de
información. Un comentario de la obra Jomini de Lecomte fue realizada por
Georges Gilbert apareció en La nouvelle revue (1 de diciembre de 1888), 674-85.
C.A. Sainte-Beuve hizo aún mayor la fama de Jomini sin aportar nuevos datos en Le
general Jomini (París, 1869). Xavier de Courville, el bisnieto de Jomini, utilizó algunos
escritos suyos para escribir Jomini, ou le devin de Napoleón (París, 1935), pero
desafortunadamente añade poco a lo ya dicho por Lecomte. Dos grandes extractos
de las memorias inéditas de Jomini son Guerre d'Espagne (París, 1892) y Precis
politiques et militaire des campagnes de 1812 a 1814 (París, 1886), ambos publicados por
Lecomte tras la muerte de Jomini. La porción más accesible de los papeles inéditos
se encuentran el la Biblioteca Británica (Eger-ton Manuscripts 3166-3168, 3198 y
3217), parte de una colección mayor adquirida en 1940 a la Sra. Nathalie Onu;
estos tratan sólo de sus últimos años en París. Muy valiosos, tanto por su tema
como por enumerar más material inédito es La position du general Jomini en tant
qu'expert militaire a la cour de Russie de Daniel Reichel en Actes du symposium 1982,
Service historique, Travaux d'histoi-re militaire et de polémologie, Vol. I Service
historique (Lausanne, 1982), 51-75. En el aniversario de la muerte de Jomini
aparecieron una serie de ensayos biográficos, Le general Antonie-Henry Jomini (1779-
1869): Contributions a sa biographic, Bibliothéque Historique Vaudoise, núm. 41
(Lausanne, 1969) y el catálogo de una exhibición General Antoine-Henry Jomini,
1779-1869 (Páyeme, 1969), editada por el Comité du Centenaire du General Jomini.
Ambos son valiosos.
El ensayo sobre Jomini por Brinton, Craig y Gilbert en la edición de 1943 de Makers
of Modem Strategy es la fuente principal para otras obras. Anteriores narraciones sobre
las teorías de Jomini incluyen Nos écrívains militaires, 2 vols. de Edouard Guillen
(París, 1898-99) y The Development of Strategical Science during the Nineteenth Century de
Rudolph von Caemmerer (London, 1905). Jomini and the Classical Tradition de Michael
Howard en The Theory and Practice of War, ed. Michael Howard (London y new York,
1965), 5-20, primero estudió la influencia de Lloyd, y es una simpática narración
sobre Jomini. Bernard Brodie, entre los escritores contemporáneos sobre estrategia,
trató con más dureza a Jomini y a su influencia, especialmente en Strategy in the Missile
Age (Princeton, 1959), 3-39. Otras narrado-
918 Creadores de la Estrategia Moderna

nes modernas incluyen KLassiker der Kriegshunst de Gustav Dániker, ed. Werner
Hahlweg (Darmstadt, 1960), 267-84; Kriegstheorien: Ihre Entwicklung im 19. una 20.
Jahrhundert de Jehuda L. Wallach (Frankfurt am Main, 1972), 11-27; y European
Armies and the Conduct of War de Hew Strachan (London y Boston, 1983), 60-75.
Continúa la controversia sobre hasta qué punto Jomini influyó en la estrategia de la
Guerra Civil americana; la obra The Politics of Command: Factions and Ideas in Confederate
Strategy de Thomas L. Connelly y Archer Jones (Baton Rouge, 1973), 3-30, 174-176 y
226-229 es una buena introducción al tema pero no la última palabra.

7. CLAUSEWITZ
No existe una edición completa sobre los escritos de Clausewitz. Tras su muerte,
se editó una extensa selección de sus manuscritos: Hinterlassene Werke des Generals
Carl von Clausewitz über Kriegund Kriegführung, 10 vols. (Berlín, 1832-37). Manuscritos
adicionales se han publicado desde entonces, a menudo en ediciones que duplican,
en parte, a otras. Las más importantes son: Über das Leben und den Charakter von
Sharnhorst en Historish-Politische Zeitschrift I (1932); Nachrichten über Preussen in seiner
grossen katastrophe, vol. 10 de KriegsgeschichtlicheEinzelschriften (Berlín, 1888) y reimpresa
varias veces; Politische Schriften und Briefe, ed. Hans Rothfels (Munich, 1922; nueva ed.
Bonn, 1980); Strategie aus demjahr 1804, mit Zusátzen von 1808 und 1809, ed. Eberhard
Kessel (Hamburg, 1937); Zwei Briefe des Generals von Clausewitz: Gedanken zur Abwehr,
edición especial del Militárwissens-chaftliche Rundschau 2 (1937), editada recientemente
en inglés como Two Letters on Strategy, ed. y traducida por Peter Paret y Daniel
Moran (Carlisle, Penn., 1984). A pesar de sus frecuentes comentarios absurdos,
una colección nacionalsocialista sobre los escritos de Clausewitz Geist und Tat, ed.
Walther Malmsten Schering (Stuttgart, 1941), debe nombrarse ya que incluye
trabajos cortos de Clausewitz que no habían sido publicados anteriormente y ahora
parecen haberse perdido. El análisis de Clausewitz sobre la campaña de 1806, que
apareció anónimamente en 1807, ha sido reeditada como Historische Briefe über die
Grossen Kriegsereignisse im Oktober 1806de Joachim Niemeyer (Bonn, 1977).
El mejor de los editores y bibliógrafos de Clausewitz, Werner Hahlweg, ha aportado
una edición con muchas citas a algunos de los manuscritos y cartas de Clausewitz,
muchos de los cuales han sido impresos por primera vez: Schriften-Aufsátze-Studien-
Briefe, 2 vols., de Cari von Clausewitz (Góttingen, 1966, 1986). Una colección del
mismo editor Verstreute kleine Schriften (Osnabrück, 1979) está diseñada para el
lector en general. El Profesor Hahlweg es también el editor Vom Kriege (Bonn,
1980). La traducción inglesa más reciente de la principal obra teórica de
Clausewitz está realizada por Michael Howard y Peter Paret en On War
(Princeton, 1976; ed. rev. 1984), con ensayos y comentarios de Peter Paret,
Michael Howard y Bernard Brodie.
Bibliografía 919

La correspondencia entre Clausewitz y su esposa, una fuente biográfica e histórica


de gran relevancia, ha sido publicada por Karl Linnebach como Karl u. Marie v.
Clausewitz (Berlín, 1917).
El mejor ensayo en cuanto a literatura secundaria se encuentra en la edición de
1980 de Vom Kriege de Werner Hahlweg, que cita a varios cientos de libros y
artículos. De estos debe hacerse mención a la vida y a la correspondencia en dos
volúmenes escrito por Karl Schwartz bajo el título Leben des Generals Carl von Clausewitz
una der Frau Marie von Clausewitz geb. Gráfin von Brühl (Berlín, 1878); el estudio
importante, aunque algo romántico, realizado por Hans Rothfels Cari von
Clausewitz: Politik una Krieg (Berlín, 1920); y dos cortos pero valiosos estudios son:
Clausewitz de Rudolf von Caemmerer (Berlín, 1905) y Clausewitz de Werner Hahlweg
(Góttingen, 1957). La obra Clausewitz and the State de Peter Paret (Oxford y New
York, 1976; reimpr. Princeton, 1985), combina la biografía y la historia de las ideas
(ver la crítica realizada por Raymond Aron en Annales 32, ne 6 [1977]). El estudio en
dos volúmenes Penser la guerre: Clausewitz de Raymond Aron (París, 1976) es una
buena discusión sobre las teorías de Clausewitz, relacionadas con un gran esfuerzo
especulativo de ampliarlas y adaptarlas al presente (ver crítica de Peter Paret en
Journal of Interdisciplinary History 8, ne 2 [1977]). La edición inglesa de la obra
Clausewitz: Philosopher of War de Aron (London, 1984), no contiene el texto original
integro, está mal editado y contiene numerosos errores (ver la crítica de Hew
Strachan en The Times Higher Education Supplement, 1 de junio de 1984). Michael
Howard a escrito una breve discusión sobre las teorías de Clausewitz en la obra
Clausewitz (Oxford y New York, 1983).
La mayoría de los esfuerzos de científicos, políticos y analistas estratégicos sobre la
preocupación de Clausewitz de los problemas reales de la estrategia y de la guerra
han sido relativamente improductivos. Una excepción es el ensayo responsable de
Harry G. Summers, Jr., On Strategy (Novato, Calif., 1982). John E. Tashjean ha
escrito varios artículos breves sobre el significado de Clausewitz actualmente, por
ejemplo The Cannon in the Swimming Pool: Clausewitzian Studies and Strategic
Ethnocentrism en Journal of the Royal Unites Services Institute (Junio, 1983). Dos coloquios
alemanes que han tenido éxito, relacionando el estudio de Clausewitz con el análisis
estratégico contemporáneo, son Freiheit ohne Krieg, ed. Ulrich de Maiziére (Bonn,
1980) y el procedente de la Conferencia Internacional sobre Clausewitz en 1980 en
Wehrwissenschaftliche Rundschau 29, ns 3 (1980).

8. ADAM SMITH, ALEXANDER HAMILTON,


FRIEDRICH LIST: LAS BASES ECONÓMICAS DEL
PODER MILITAR
Preparado por Donald Abenheim
Sobre mercantilismo, ver la obra de Eli F. Heckscher Merkantilismen (Stockholm,
1931), traducida al inglés por M. Shapiro en Mercantilism, 2 vols. (Lon-
920 Creadores de la Estrategia Moderna

don, 1935); The Mercantile System and Its Historical Significance de Gustav Schmo-ller,
trad. W.J. Ashely (London, 1896); y Colbert and a Century of French Mercantilism de
C.W. Cole (New York, 1939).
Editada originalmente en 1776, la obra An Inquiry into the Nature and Causes of the
Wealth of Nations de Adam Smith, ha sido reimpresa muchas veces. Notoria es la
edición de R.H. Campbell, A.S. Skinner y W.B. Todd (Oxford, 1976), que es parte
de la gran obra Glasgow Edition of the Works and Correspondence of Adam Smith que
apareció en la década de los 70. Life of Adam Smith de John Rae (New York, 1895)
ha sido reeditada con un comentario de Jacob Viner (New York, 1965). Para una
biografía sobre la colección de obras de Smith, ver Adam Smith de R.H. Campbell y
A.S. Skinner (London, 1982). También dignos de mención son varios volúmenes
de ensayos de la década de los 70 conmemorando a Adam Smith: Essays on Adam
Smith, ed. Andrew Skinner y Thomas Wilson (Oxford, 1975); Adam Smith and the
Wealth of Nations 1776-1976: Bicentennial Essays de Ed Glahe, ed., (Boulder, 1978); y
Adam Smith and Modern Political Economy: Bicenten-nialEssays on the Wealth of Nations
de Gerald P. O'Driscoll,Jr., ed. (Ames, 1979).
La mejor fuente sobre Alexander Hamilton es The Papers of Alexander Hamilton, ed.
Harold C. Syrett y Jacob E. Cooke, 26 vols. (New York, 1961-79). Entre las
numerosas biografías sobre Hamilton, ver Alexander Hamilton, 2 vols. de Bro-adus
Mitchell (New York, 1957, 1962; reimp. 1976) y Alexander Hamilton: Portrait in
Paradox de John C. Miller (New York, 1959). Otras dos obras de Mitchell aparecieron
en los años 70: Alexander Hamilton: The Revolutionary Years (New York, 1970), que
incluye una narración sobre la carrera militar de Hamilton y Alexander Hamilton: A
Concise Biography (New York, 1976). Alexander Hamilton de Jacob Ernest Cooke (New
York, 1982) es una biografía escrita por un editor sobre los papeles de Hamilton.
Sigue siendo indispensable la colección de obras de Friedrich List publicadas por la
Friedrich List Gesellschaft Schriften, Reden, Briefe 10 vols. (Berlín, 1927-35). The National
System of Political Economy (New York, 1966) es una reimpresión de la traducción de 1885
realizada por Sampson S. Lloyd del Das Nationale System derpoli-tischen Okonomiede List
(Stuttgart, 1841). De especial interés es The Natural System of Political Economy trad, y
ed. por W.O. Henderson (London, 1983). Entre las numerosas biografías de List, ver
Friedrich List: Der Mann und das Werk de Friedrich Lenz (Munich y Berlín, 1936); Friedrich
List und Deutschlands poütisch ókonomische Einheit" de Hans Gehrig (Leipzig, 1956); Friedrich
List: Jugend und Reifejahre, 1789-1825 de Paul Gehring (Tubingen, 1964). Un libro muy
bien ilustrado sobre List es Friedrich List: Leben und Wirken in Dokumenten de Eugen
Wendler (Reuüingen, 1976). La cantidad de estudios específicos sobre List es
numerosa. Dignos de mención son: Der Spate List: Ein Beitrag zur Grundlegung der
Wissenschaft von der Politik und zurpolitis-chen Ókonomie ais Gestatungskhre der Wirschaft de
Georg Weippert (Erlangen, 1956); Friedrich List Lehre von der wirtschaftlichen Entwichlung:
Zur Geschichte von Entwic-klungstheorie und politik de Werner Stosslin (Basel, 1968); y
Friedrich List un die wis-senschaftliche Wirtschaftspolitik de Harald Randak (Tubingen,
1972).
Bibliografía 921

9. ENGELS Y MARX SOBRE LA REVOLUCIÓN, LA


GUERRA Y EL EJÉRCITO EN LA SOCIEDAD
Preparado por Mark von Hagen
En 1975 apareció el primer volumen de Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA), era el
producto de una colaboración entre los Institutos de Marxismo-Leninismo afiliados
con los Comités Centrales del Partido Comunista de la Unión Soviética y del
Partido de Unión Socialista Alemán (SED). Una vez completado esta edición, en
todos los idiomas originales, sustituirá a todas las ediciones previas. La mejor en
inglés Collected Works también empezó a publicarse en 1975 y representa un esfuerzo
conjunto entre los Editores del Progreso en Moscú, el Instituto de Marxismo-
Leninismo del C.P.S.U. y los Partidos Comunistas de EE.UU. y Gran Bretaña
(London). Mientras estas dos ediciones estén incompletas, será de gran utilidad la
edición, casi finalizada, de Karl Marx-Friedrich Engels Werke, 41 vols. más vols. suplem.
(East Berlin, 1960-74). Las tres ediciones incluyen obras publicadas, correspondencia
y un gran número de material manuscrito sin publicar.
W.H. Chaloner y W.O. Henderson han editado una colección de los artículos de
Engels en inglés, reimpresos del Volunteer Journal y del Manchester Guardian de 1860,
bajo el título Engels as Military Critic (Manchester, 1959). Los escritos militares de
Engels han sido traducidos y publicados al ruso y al alemán: Izbrannye voennye
proizvedeniia de F. Engels (Moscow, 1957); Ausgewáhlte militárische Schriften, 2 vols. de F.
Engels (Berlín, 1958-64); y con los escritos militares de Lenin en Militárpolitische
Schriften de F. Engels y V.I. Lenin, ed. Erich Wollenberg (Offenbach a.M., 1952). Los
temas de Engels en la New American Cyclopedia sobre el Ejército, la Infantería, el
ataque y la batalla han sido publicados por separado: Die Armee (Berlin, 1956); Die
Infantrie, Der Angriff, Die Schlacht (Berlín, 1956). Una de las primeras colecciones, que
continua siendo muy valiosa, es la edición rusa de 1924 de Stat'i ipis'mapo voennym
voprosam de Friedrich Engels (Moscow).
Las biografías modernas incluyen: Der General: Friedrich Engels, der erste Militárt-heoretiker
der Arbeiterklasse de Gerhard Zirke (Leipzig, 1957); Friedrich Engels: The Shadow Prophet de
Grace Garitón (London, 1965); y Ufo of Friedrich Engels, 2 vols. de W.O. Henderson
(London, 1976). Entre las obras anteriores, el clásico sigue siendo Friedrich Engels:
Eine Biographie de Gustav Mayer (The Hague, 1934). Sobre las actividades militares de
Engels a finales de la década de 1840 ver un estudio alemán reciente: Friedrich Engels:
Adjutant der Revolution, 1848-49 de Heinz Hel-mert (Leipzig, 1973). La mejor
biografía moderna de Karl Marx es Karl Marx: His Life and Thought de David
McLellan (New York, 1973). Otras obras útiles son: Marx's Fate: The Shape of a Life de
Jerrold Seigel (Princeton, 1978); Karl Marx: A Political Biography de Fritz J. Raddatz,
trad. Richard Barry (Boston, 1978); Karl Marx: Eine Psychobiographie de Arnold Kuenzli
(Vienna, 1966). También son notorias las biografías clásicas de Franz Mehring Karl
Marx: Geschichte seines Lebens (Leipzig 1918);y de D. Ryazanov Karl Marx and Friedrich
Engels (New York, 1927).
922 Creadores de la Estrategia Moderna

En los últimos veinte años, las obras en alemán, ruso e inglés demuestran un nuevo
interés en los aspectos militares de los escritos de Engels. En alemán, Jehuda L.
Wallach ofrece un resumen de las ideas principales de Engels sobre la guerra y los
ejércitos en Die Kriegslehre von Friedrich Engels (Frankfurt, a.M., 1968). Wolfram
Wette, en Kriegstheorien deurscher Sozialisten (Stuttgart, 1971), defiende que Marx y
Engels pusieron los cimientos para una contribución socialista a los movimientos de
paz y desarme. Hans Pelger ha editado el proceso de una conferencia de 1970 sobre
Engels, Friedrich Engels 1820-1970: Referate-Diskus-sionen-Dokumente (Hannover, 1971).
Varios artículos en el Zeitschrift für Militárges-chichte también tratan sobre los escritos
militares de Engels. Las primeras obras en alemán son las de August Happich,
Friedrich Engels ais Soldat der Revolution (Hessische Beitráge zur Staat und
Wirtschaftskunde, 1931) y Friedrich Engels ais Kriegswissenshaftler (Kultur und
Fortschritt, nums. 524, 525) de Ernst Drahn. El especialista soviético en el
pensamiento militar de Engels es A.I. Babin. Ver su Formirovanie i razvitie voenno-
teoreticheshikh vzgliadov F. Engel'sa (Moscow, 1975) y un estudio anterior es F. Engel's:
Vydaiushchiisia voennye teoretik rabochego klassa (Moscow, 1970). La última obra de
Babin incluye una extensa bibliografía de artículos y libros publicados en ruso. El
Instituto Soviético de Historia Militar organizó dos conferencias dedicadas al 150
aniversario de los nacimientos de Marx y Engels. Los artículos presentados en las
conferencias fueron publicados en dos ediciones que incluyen buenos índices de los
escritos militares de los dos revolucionarios: Karl Marks i voennaia istmia (Moscow,
1969) y Fridrikh Engel's i voennaia istmia (Moscow, 1972). Hasta hace poco no existía
ninguna monografía sobre el pensamiento militar de Marx y de Engels en inglés.
Pero existe un libro interesante de Martin Berger: Engels, Armies, and Revolution
(Hamden, Conn., 1977). Berger incluye una útil bibliografía de las obras en
alemán e inglés. W.B. Gallic incluye un ensayo sobre Marx y a Engels en su libro
Philosophers of Peace and War (Cambridge, 1978). Por último, Bernard Semmel trata
a Marx y Engels en su colección Marxism and the Science of War (Oxford, 1981).

10. LA ESCUELA PRUSO-ALEMANA: MOLTKE Y EL AUGE DEL ESTADO


MAYOR GENERAL

La cita original de Hajo Holborn ha sido revisada por Donald Abenheim y parte de
ella ha sido incluida en la nota bibliográfica del ensayo 11.

La literatura sobre la historia general del ejército prusiano durante el siglo


XIX es demasiado numerosa para enunciarla aquí. Cualquier estudio histórico de la
legislación militar prusiana debe comenzar con los clásicos sobre las reformas
militares tras 1806: Scharnhorst de Max Lehmann (Leipzig, 1886-87); Gneisenau, 3a
ed., de Hans Delbrück (Berlin, 1908) y Boyen de Friedrich Meinecke
Bibliografía __________________ 923

(Stuttgart, 1896-99). Entre obras más recientes ver Yorck and the Era of Prussian
Reform de Peter Paret (Princeton, 1966) y Clausewitz and the State del mismo autor
(New York y London, 1976; reimp. Princeton, 1985). Sobre la historia militar en
general de la época, consultar Kriegsgeschichte Deutschlands im 19. Jahrhundert de Colmar
Frh. von der Goltz (Berlín, 1914) y el quinto volumen de Geschichte der Kriegskunst de
Hans Delbrück (Berlín, 1928). Aunque este volumen, escrito por Emil Daniels, no
alcanza el nivel de los anteriores cuatro volúmenes de Delbrück, constituye una útil
recopilación. La mejor introducción al estudio especializado de la estrategia del siglo
XIX continua siendo Entwichlung der strategischen Wissens-chaft im 19. Jahrhundert de
Rudolf von Caemmerer (Berlín, 1904). Una traducción inglesa apareció en Londres
en 1905. Un ensayo más reciente sobre la estrategia moderna puede encontrarse en
el artículo Kriegskunst de T. von Shaefer en el diccionario militar Handbuch der
neuzeitlichen Wehrwissenschafter (1936), 1:180-227.
Los escritos de Moltke se recopilaron tras su muerte en dos grandes ediciones:
Gesammelte Schriften una Denkwürdigkeiten, 8 vols., de Helmuth von Moltke (Berlín,
1891-93); y Militárische Werke editada por el Estado Mayor alemán, 13 vols. (Berlín,
1892-1912). Estas ediciones no contienen sus exposiciones sobre los problemas de
una guerra en dos frentes durante la época 1871-1890. Ferdinand von Schmerfeld
editó: Die deutschen Aufmarshpláne 1871-1890: Forschungen una Darstellungen aus dem
Reichsarchivvól. 7, de H. Graf von Moltke (Berlín, 1928). (Un breve análisis y
descripción se puede encontrar en Der Plan des Feldmarschalls Grafen Moltke für den
Zweifronten-Krieg, 1871-1890 de Peter Rassow [Breslau, 1936]). Material adicional
sobre el pensamiento de Moltke sobre la guerra en dos frentes puede encontrarse
en el volumen 6 de la publicación alemana sobre los orígenes de la Primera Guerra
Mundial, Die grosse Politik der europaischen kabi-nette, 1871-1914. El estudio preparado
por la sección histórica del Estado Mayor alemán Moltke in der Vorbereitung un
Durchführung der Operationen na 27 de Kriegs-geschichtliche Einzelschriften (Berlín, 1905)
tiene un valor documental.
Para un estudio sobre la estrategia de Moltke, deben consultarse las historias
militares de las guerras de 1866 y de 1870-1871. Entre las obras históricas generales
más útiles para comprender la estrategia de Moltke se encuentran Der Kampfum
die Vorherrschaft Deutschlands de Heinrich Friedjung (1a ed., Stuttgart, 1896; 10a ed.,
1916) y Geschichte des Krieges von 1866 in Deutschland de Osear von Lettow-Vorbeck
(Berlín, 1896-1902).
Los estudios monográficos de la estrategia de Moltke son, incluso, más relevantes.
El primer puesto debe darse a la monografía Moltke una Benedek del General
Sigismund von Schlichting (1900), uno de los clásicos sobre la historia de la
estrategia moderna. El estudio de Schlichting fue escrito como una crítica de los
capítulos militares de la obra histórica de Friedjung y a través de su
entendimiento histórico de los problemas militares y estratégicos llegó a un juicio
histórico de los vencedores y de los aniquilados en 1866. Se desarrolló un largo
debate, que está resumido en posteriores ediciones de Friedjunt. En la
924 Creadores de la Estrategia Moderna

literatura de los posteriores artículos y libros deben mencionarse: Molke, Benedek una
Napoleón de Alfred Krauss (Vienna, 1901); Moltke de Hans Delbrück en Erin-
nerungen, Aufsátze uní Reden (Berlín, 1902); Strategische Eróterungen de A. von
Boguslawski (1901); Die Heerführung Napoleons in ihrer Bedeutungfür unsere Zeit de Hugo
von Freytag-Loringhoven (Berlín, 1910). De gran interés es el tratamiento de
Schlieffen sobre la estrategia de Moltke en sus artículos en Cannae. Ver nota
bibliográfica para el ensayo 11.
El impacto del ferrocarril en la estrategia moderna es tratado por E.A. Pratt en
The Rise of Rail-Power in War and Conquest, 1833-1914 (London, 1915) y en Railroad
and Rifles de Dennis Showalter (Hamden, Conn., 1975). Para la historia de los
ferrocarriles alemanes como un medio de guerra ver Aufmarsch nach zwei Fronten,
auf Grun der Operationspláne von 1871-1914 de H. von Staabs (1925). Su sucesor
como Jefe de la Sección de Ferrocarril del Estado Mayor alemán, Wil-helm
Groener, contribuyó con un artículo sobre la movilización de ferrocarril en 1914,
a la obra Die deutschen Eisenbahnen der Gegenwart, ed. Ministerio Prusiano de Obras
Públicas (nueva ed. 1923). Desde entonces el tema ha generado mucha literatura
en la historia oficial alemana de la Primera Guerra Mundial: Der Weltkrieg: Das
deutsche Feldeisenbahnwesen, vol. I, Die Eisenbahnen zu Kríegsbeginn de Reichsarchiv (Berlín,
1928).
Muchos estudios tratan de la relación entre la política y la estrategia. Se
mencionan los siguientes: Politik und Strategic: Bismarck und Moltke de Wilhelm von
Blume en PreussischeJahrbücher 111 (1903); Bismarck und Moltke de Wilhelm Busch
(1916); Bismarck und Moltke de Hans von Haeften en Preussische Jahrbücher 177 (1919);
y Politik und Kriegsführung in der neuesten Geschichte de Paul Schmitt-henner
(Hamburg, 1937).

11. MOLTKE, SCHLIEFFEN Y LA DOCTRINA DEL


ENVOLVIMIENTO ESTRATÉGICO
Preparado por el autor, incorporando notas bibliográficas del ensayo original de
Hajo Holborn

Las notas bibliográficas de Hajo Holborn repasaban la extensa literatura sobre la


escuela pruso-alemana de guerra terrestre publicada hasta 1940. Desde entonces
han aparecido un número considerable de obras adicionales. Sin embargo, no
ha existido ningún tipo de material documental sobre el Moltke más joven, el
texto del famoso memorándum de Schlieffen de diciembre de 1905, junto con
los borradores anteriores y las revisiones posteriores fue publicado por Gerhard
Ritter como The Schlieffen Plan (London, 1958). Además, Eberhard Kessel editó
una colección del Briefe de Schlieffen (Góttingen, 1958) con una importante
introducción del editor y algunas selecciones de los escritos
Bibliografía 925

oficiales de Moltke y Schlieffen pueden encontrarse en los capítulos realizados por


Gerhard Papke y Hans Meier-Welker en Klassiker der Kriegskunst, ed. Werner
Hahlweg (Darmstadt, 1960).
Poco después de la muerte de Schlieffen se coleccionaron sus artículos y discursos
públicos ya publicados bajo el título: Gesammelte Schriften, 2 vols. de Graf Alfred von
Schlieffen (Berlín, 1913). Una edición abreviada de esta colección de escritos
apareció en 1925 bajo el título Cannae. La mayor parte de ambas ediciones está
compuesta por una serie de estudios que Schlieffen dedicó a las batallas de
envolvimiento desde Cannae hasta Sedan. Una traducción inglesa abreviada de
los artículos de Cannae se publicó en 1931 en Fort Leavenworth, Kansas. La obra
más importante sobre los escritos de Schlieffen se encuentra en la edición de lujo
de los escritos oficiales empezados por el Estado Mayor alemán en 1937:
Dienstschriften des Chefs des Generalstabes der Armee, Generalfeldmars-chall Grafvon
Schlieffen. Las mejores fuentes históricas sobre el plan de Schlieffen siguen siendo Der
deutsche Generalstab in Vorbereitung und Durchführung des Weltkrieges de Hans von Kuhl,
2a ed. (Berlín, 1920); Graf Schlieffen un der Weltkrieg de Wolfgang Foerster (Berlín,
1921); la historia oficial alemana de la Primera Guerra Mundial: Der Weltkrieg 1914-
1918 14 vols. en Reichsarchiv (Berlín, 1925-44); Graf Schlieffen un die deutsche
Mobilmachung de Rüdt von Colleberg en Wissen und Wehr (1927); y Aus der
Gedankenwerkstatt des deutschen Generalstabes de Wolfgang Foerster (Berlín, 1931).
La discusión sobre las ideas estratégicas de Schlieffen se encuentra en todos los
libros alemanes modernos sobre estrategia. Refleja gran parte de la crítica
alemana a las operaciones de la Primera Guerra Mundial. Además de los estudios
de Hans von Kuhl y Wolfgang Foerster, mencionados anteriormente, y de la
historia oficial alemana de la Primera Guerra Mundial, que fue escrita princi-
palmente bajo la dirección del General Hans von Haeften, la obra más extraor-
dinaria surgió de la pluma del General Wilhelm Groener, Jefe de la Sección de
Ferrocarriles del Estado Mayor en 1914, y sustituido por Ludendorff en el otoño de
1918. Como Ministro de la Guerra bajo la República se convirtió en uno de los
padres del Ejército Alemán moderno y de su estrategia. Su Das Testament des Grafen
Schlieffen (Berlín, 1927) es el estudio más profundo y distinguido sobre Schlieffen.
Groener posteriormente lo completó con su DerFeldherr wider Willen (Berlín, 1931),
un estudio de la estrategia del Moltke más joven. La veneración que tiene
Schlieffen en círculos militares alemanes es general. Un buen ejemplo se
encuentra en el número especial del Militárwissenschaftliche Rundschau en 1938:
Schlieffens Vermáchtnis del Lieutenant General von Zoellner. El gran adversario de
Schlieffen antes de 1914, el General Friedrich von Bernhardi, fracasó en su
intento de atraer a muchos seguidores. Sin embargo, ha existido una escuela de
pensamiento militar que ha situado a Moltke sobre Schlieffen, criticando la
rigidez de los esquemas operativos de Schlieffen o recomendando la idea de
Moltke como una ofensiva en el este como la mejor solución a la guerra de dos
frentes. El mejor representante de esta escuela es, probablemente, el
926 Creadores de la Estrategia Moderna

General E. Buchfínck. Ver su artículo Molke und Schlieffen en Historische Zeitschrift 158
(1938). El propio Ludendorff defendía el cambio del plan Schlieffen por el del
joven Moltke en un artículo publicado en Deutsche Wehr (1930).
Die belgische Neutralitát und der Schlieffensche Feldzugplan de J.V. Bredt (1929), es la fuente
principal sobre la influencia belga en los círculos militares y políticos alemanes
anteriores a 1914. Volúmenes especiales de la historia oficial alemana de la
Primera Guerra Mundial denotan la influencia del concepto de Schlieffen de la
guerra moderna sobre los preparativos económicos y financieros en Alemania: Der
Weltkrieg, Kriegsrüstung und Kriegswirtschaft en Reichsarchiv, vol. I y Anexos del vol. I.
Se ha puesto mucho interés en las relaciones entre los militares y el estado,
especialmente entre el Jefe del Estado Mayor y las autoridades políticas. Son obras
importantes: Moltke und der Staat de Rudolf Stadelmann (Krefeld, 1950); The Sword
and The Scepter, 4 vols. de Gerhard Ritter (Coral Galbes, Fia., 1969-73), y The Politics
of the Prussian Army 1640-1945 de Gordon A. Craig (New York, 1964). Información
útil puede encontrarse en Histoire de l'armée allemagne de Jacques Benoist-Mechin, 10
vols. (París, 1938-64), aunque el análisis se vé influenciado por las tendencias de
extrema derecha del autor. Actualmente existe un número de estudios especiales
del Estado Mayor prusiano. Estos incluyen History of the German General Staff de
Walter Goerlitz (New York, 1953), aunque la traducción omite secciones del original
Der Deutsche Generalstab (Frankfurt a.M., 1951). Die Generalstabe in Deutschland 1871-
1945 de Wiegand Schmidt-Richberg (Stuttgart, 1962), es más limitado pero más
especializado. Estudios de la obra de Schlieffen los proporcionan Herbert Rosinski
Scharnhorst to Schlieffen: The Rise and Deckline of German Military Thought en el U.S.
Naval War College Review 29 (1976), 83-103; Schlieffen und der Generalstab de Helmut
Otto (Berlín Este, 1966), y Ot Schlieffen do Gindenburga de N.T. Tsarev (Moscow,
1946). Estas últimas dos obras demuestran una fuerte ideología. La única
publicación nueva sobre Wal-dersee es el artículo de Eberhard Kessel Die Tátigkeit
des Grafen Waldersee ais Quartienneister un Chef des Generalstabes der Armes, en el Die Welt
ais Geschichte 15 (1954), 181-210. El estudio americano más reciente que trata tanto
de las personalidades como de la doctrina operativa es A Genius for War: The
German Army and General Staff, 1807-1945 de Trevor N. Dupuy (Englewood Cliffs,
N.J., 1977). No está basado en nuevos estudios y refleja un admiración poco crítica
de los métodos y dogmas alemanes, comunes en las escuelas de Estado Mayor del
Ejército americano durante muchos años.
En el lado operativo, es indispensable Grundzüge der militáríschen Kriegsfüh-rung, vol. 9
de Militargeschichtliches Forschungsamt, y Handbuch zur deutschen Militárgeschichte
(Munich, 1979). La continua influencia de la doctrina de la batalla de aniquilación
se puede estudiar en Das Dogma der Vernichtungsschlachf de Jehuda L. Wallach
(Frankfurt a.M., 1967) y Probleme der Kesselschlacht darges-tellt durch
Einkreisungsoperationen im zweiten Weltkrieg de Edgar Róhricht (Karls-
Bibliografía 927

ruhe, 1958). Temas específicos se encuentran en Zur Génesis der modernen Kriegs-lehre
de Eberhard Kessel en Wehrwissenschaftlich Rundschau 3 (1952), 405-23; Die
Operationslehre des Grafen Schlieffen una ihre deutschen Gegner de E. v. Kiliani en Wehrkunde
2 (1961), 71-76; y Schlieffen -ZurFrage der Bedeutung una Wirkung Siener Arbeit de E.
Kaulbach en Wehrwissenschaftliche Rundschau 13 (1963), 137-49. Aspectos logísticos
a menudo olvidados son tratados por Larry H. Addington en The Blitzkrieg Era and the
German General Staff 1865-1941 (New Brusnwick, N.J., 1971) y en capítulos relevantes
de Supplying War: Logistics from Walknstein to Pat-ton de Martin Van Creveld
(Cambridge, 1977).
Los temas estratégico-políticos se tratan, entre otros, por Hans-Ultich Wehler en
'Absoluter' una 'totaler' Krieg von Clausewitz zu Ludendorffen el Politische Vierteljah-reszeitschrift
10 (1969), 220-48; Strategic Surprise in Four European Wars de Klaus E. Knorr en Strategic
Military Surprise ed. Klaus E. Knorr y Partick Morgan (Brunswick, N.J., 1983), 41-75;
The Short War Illusion de Lancelot L. Parrar, Jr., (Santa Barbara, 1973); y en Preemption
in a Two-Front Conventional War: A Comparison of the 1967 Israeli Strategy with the Pre-
World War I German Schlieffen Plan de Robert E. Harkavy (Jerusalem, 1977). El
planeamiento previo a la guerra se trata en varios ensayos en The War Plans of the
Great Powers, 1880-1914 ed. Paul M. Kennedy (London, 1979); The Eastern Front and
German Military Planning, 1871-1914: Some Observations de Dennis Showalter en East
European Quarterly 15 (1981), 163-80; y Moltke-Conrad: Relations between the Austro-
Hungarian and German General Staffs, 1909-1914de Norman Stone en The Historical
Journal 9 (1966), 201-28.
Moltke de Eberhard Kessel (Stuttgart, 1957) es una obra muy sofisticada y
actualmente una biografía estándar. Aún no existe una biografía completa de
Schlieffen. Schlieffen de Friedrich v. Boetticher (Góttingen, 1957) es breve, pero
informativa. También ver Schlieffen: Mann una Idee de Eugen Bircher y Walter Bode
(Zurich, 1937). Moltke, el joven, continua dejado a un lado. El largo capítulo The
Tragic Delusion: Colonel General Helmuth Johannes Ludwig von Moltke en The Sword Bearers
de Correlli Barnett (New York, 1963) está bien escrito pero contiene poca información
nueva. Tanto The Battle ofKoniggrátz de Gordon A. Criag (Philadelphia, 1964) como
The Franco-Prussian War de Michael Howard (New York, 1961) son
reinterpretaciones de los dos principales triunfos del joven Moltke.

12. DELBRUCK: EL HISTORIADOR MILITAR


La primera gran obra de Delbrück fue Das Leben des Feldmarschalls Grafen Neidhardt
von Gneisenau (Berlín, 1882). Esta obra, que se ha visto en cuatro ediciones desde su
publicación inicial, continua siendo la biografía estándar de un general prusiano. En
Die Perserkriege una die Burgunderkriege: Zwei kombinierte kriegsgeschichtliche Studien
(Berlín, 1887), Delbrück expone con detalle su método de aproximarse a la historia
militar y su concepción de la importancia de
928 Creadores de la Estrategia Moderna

reconstruir batallas individuales. Las primeras presentaciones a gran escala, de sus


teorías estratégicas pueden encontrarse en Die Strategie des Perikles erláuíert durch die
Strategie Friedríchs des Grossen: Mit einem Anhang über Thucydidies und Kleon (Berlín,
1890) y en Friedrich, Napoleón, Moltke (Berlín, 1892).
El primer volumen de Geschichte der Kriegskunst im Rahmen der politischen Ges-chichte
apareció en 1900; el segundo en 1902; y el tercero y cuarto en 1907 y 1920
respectivamente. Una segunda edición de los primeros dos volúmenes (Berlín,
1908) y una tercera edición del primer volumen (Berlín, 1920) contiene notas y
respuestas adicionales a las críticas pero no han sufrido variaciones. El cuarto
volumen de Geschichte" el último escrito por Delbrück, termina con una narración
de las Guerras de Liberación. La obra fue continuada por Emil Daniels; los
volúmenes quinto y sexto, que cubren el período entre las Guerras de Crimea y la
Franco-Prusiana, aparecen en 1928 y en 1932. Un séptimo volumen en 1936, que
trata sobre la Guerra Civil Americana y las Guerras de los Boer y Ruso-Japo-nesa,
fue publicado bajo la autoría conjunta de Daniels y Otto Haintz.
Numbers in History de Hans Delbrück (London, 1913) es una reimpresión de dos
conferencias impartidas por el historiador en la Universidad de Londres en 1913.
Este volumen resume los primeros tres de Geschichte der Kriegskunst y hace mención
de otros temas importantes.
Escritos militares menos voluminosos de Delbrück se encuentran esparcidos por las
páginas del Preussische Jahrbücher y otras publicaciones. Sin embargo, existen cuatro
colecciones de artículos que el propio Delbrück consideró más importantes.
Historische un politische Aufsátze (Berlín, 1866, 2a ed., 1907) contiene un ensayo
importante, Uber die Verschiedenheit der Strategie Friedríchs und Napoleons. Erin-nerungen,
Aufsátze und Reden (Berlín, 1902; 3a ed., 1905) incluye un artículo sobre la obra del
Estado Mayor en la Guerra Danesa de 1864, además de un notorio ensayo sobre
Moltke. Los escritos de Delbrück sobre la Primera Guerra Mundial han sido
recopilados en tres volúmenes de Krieg und Politik (Berlin, 1917-19). Una colección
final apareció en 1926 bajo el título Vor und nach dem Weltkriege inclye los artículos
más importantes de Delbrück para las épocas 1902-1914 y 1919-1925.
Sobre la postura de Delbrück durante la Primera Guerra Mundial, ver las
colecciones citadas anteriormente y el folleto Bismarcks Erbe (Berlín, 1915), que es
su plegaria por una paz negociada con los Aliados. La crítica maestra de Delbrück
sobre la estrategia de Ludendorff en 1918 se encuentra en Das Werk des
Untersuchungsausschusses der Deutschen Verfassunggebenden Nationalversammlung und des
Deutschen Reichstages 1919-1926: Die Ursachen des Deutschen Zusammen-bruchs imjahre
1918 (Vierte Reihe im Werk des Untersuchungsausschusses) (Berlin, 1925),
3:239-373. Selecciones del testimonio de Delbrück se pueden encontrar en The
Causes of the German Collapse in 1918, ed. R.H. Lutz, Hoover War Library
Publications, ne4 (Stanford, 1934).
Muchos de los pensamientos posteriores de Delbrück sobre la guerra existen
únicamente en formato de folleto. Por ejemplo ver Ludendorff, Tirpitz, Fal-
Bibliografía

kenhayn (Berlín, 1920); Ludendmffs Selbstportrát (Berlín, 1922), que es una respuesta al
Kriegführung und Politik de Ludendorff (Berlín, 1922); Kautsky und Harden (Berlín,
1920); y Der Stand der Kriegsschuldfrage (Berlín, 1925). Estas dos últimas tratan
principalmente sobre la cuestión de la culpabilidad de la guerra.
Incluso una relación incompleta de las obras de Delbrück deben incluir su
Regierung und Volkswille (Berlín, 1914), una serie de discursos sobre el gobierno
imperial y la constitución; y su Weltgeschichte de cinco volúmenes (Berlín, 1924-28).
La primera obra ha sido traducida al inglés por Roy S. MacElwee bajo el título
Government and the Will of the People (New York, 1923).
No se ha escrito ninguna biografía a gran escala de Delbrück. Para detalles
biográficos consultar las introducciones en los volúmenes 1 y 4 de Geschichte der
Kriegskunst y el epílogo de Krieg und Politik; ver también Deutsches biographisches Jahrbuch
de Johannes Ziekursch (Berlín, 1929) y a Friedrich Meinecke en Histori-che Zeítschrift
140 (1929), 703. El artículo de Richard H. Bauer en Some Historians of Modem Europe,
ed. Bernadotte Schmitt (Chicago, 1942), 100-127, es una narración detallada de la
vida y obra de Delbrück a pesar de que sus escritos militares se tratan sólo de
pasada. FJ. Schmidt, Konrad Molinski y Siegfried Mette en Hans Delbrück: Der
Historiker und Politiker (Berlín, 1928) tratan la base filosófica de los escritos de Delbrück
y su importancia como historiador y político. Las ideas políticas y militares del
historiador también se tratan profundamente en Am Webstuhl der Zeit: Eine
Erinnerungsgabe Hans Delbrück dem Achtzigjáhrigen von Feun-den und Schülern dargebracht
(Berlín, 1928), que es una recopilación de ensayos de Emil Daniels, Paul Rohrbach,
los Generales Groener y Buchfinck y otros. También ver Hans Delbrück, der Kritiker
der Kriegsgeschichte de Arthur Rosenberg en Die Gesellschaft (1921), 245; Eine Geschichte
der Kriegskunst de Franz Mehring en Die Neue Zeit Ergánzungsheft, nfi 4 (16 de octubre de
1908); y Men and Forces of Our Time de V. Marcu, trad. Eden y Cedar Paul (New York,
1931), 201ff.
Las teorías estratégicas de Delbrück dieron lugar a una literatura conflictiva. Los
artículos más importantes que aparecieron antes de 1920 se enumeran en
Geschichte der Kriegskunst 4:439-44. La mejor crítica de los conceptos estratégicos de
Delbrück durante el período de Weimar fue Delbrück, Clausewitz und die Stra-tegie
Friedrichs des Grossen de Otto Hintze en Forschungen zur brandenburgischen und preussischen
Geschichte 33 (1920), 131-77.
Después de 1945, surgió de nuevo el interés por los escritos políticos y estratégicos
de Delbrück. Se reimprimió el cuarto volumen de Kriegskunst en Berlín en 1962 y
los primeros tres en 1964. Una traducción al inglés de Walter J. Ren-froe, Jr., está
siendo realizada bajo el título History of the Art of War within the Framework of Political
History (Westport, Conn., 1975-). Sobre las actividades políticas de Delbrück, son
dignas de mención las siguientes: Hans Delbrück ais Historiker und Politiker de A.
Harnack en Neue Rundschau 63 (1952), 408-26; Hans Delbrück ais Historiker und
Polititiker de Peter Rassow en Die Sammlung 4 (1949), 134-44; Hans Delbrück ais Kritiker
der wilhelminishcen Epoche de Anneliese Thimme (Düssel-
930 Creadores de la Estrategia Moderna

dorf, 1955), que es la mejor obra sobre el tema. Las actividades políticas de Del-
brück también reciben la apropiada atención en Wissenschaft und Kriegsmoral: Die
deutschen Hochschuttehrer und die politischen Grunfragen des Ersten Weltkrieges de K Schwabe
(Góttingen, 1965). Una buena crítica de su estatus como historiador se encuentra
en el ensayo de Andreas Hillgruber en Deutsche Historiker, ed. Hans-Ulrich Wehler,
IV (Góttingen, 1972), 40-52. Hans Delbrück and the German Military Establishment de
Arden Bucholz (Iowa City, 1985) describe el conflicto entre las opiniones de
Delbrück sobre la guerra y la de los historiadores del Estado Mayor y cómo se vio
influenciado por los acontecimientos del mundo real.

13. EL PENSAMIENTO MILITAR RUSO: EL


MODELO OCCIDENTAL Y LA SOMBRA DE
SUVOROV
La historia militar de la Rusia Imperial en general ha recibido muy poca atención
en los estudios occidentales y no mucha más en la Unión Soviética. El lector
interesado debe, por tanto, depender de la extensa literatura rusa prere-
volucionaria sobre los problemas militares y la historia de la guerra. Desafortu-
nadamente, la mayoría de estas obras están disponibles en muy pocas bibliotecas
occidentales y, por supuesto, están en ruso.
Entre los pocos estudios occidentales que tratan los asuntos militares rusos, casi
ninguno trata de la doctrina militar. El único estudio general sobre el pensamiento
militar ruso en lenguaje occidental es la excelente tesis, pero desafortunadamente
sin publicar, de Peter H.C. Von Wahlde, Military Thought in Imperial Russia
(Indiana University, 1966). No hay mucho más disponible en ruso. La obra
Russkaia voennaia mysl' v XIX v. (Pensamiento militar ruso en el siglo XIX) de G.P.
Meshcheriakov (Moscow, 1973) es relativamente breve, muy ideológico y no trata
de nada publicado después de 1899. L.G. Beskrovnyi, un escritor ruso de temas
militares, apenas ha publicado nada sobre aspectos teóricos. Su útil colección de
material Russkaia voenno-teoreticheskaia mysl' XIX i nachala XX vekov (Pensamiento
teórico-militar ruso del siglo XIX y principios del siglo XX) (Moscow, 1960) tiene un
buen ensayo. En Ocherki po istochnikovedeniiu voennoi istarii Rossi (Ensayos sobre las
fuentes de la historia militar de Rusia) (Moscow, 1957), Beskrovnyi incluye secciones
breves sobre asuntos teóricos.
Las obras de los principales pensadores militares están relacionadas en las
bibliografías de Von Wahlde y, hasta 1900, de Meshcheriakov. Russia's Military Way
to the West: Origins and nature of Russian Military Power, 1700-1800 de Christopher
Duffy (London, 1981) ofrece un excelente resumen tanto las instituciones como
de las campañas principales del siglo dieciocho. No existe una obra similar para el
siglo diecinueve. The Russian Army under Nicholas I, 1825-1855 de John Shelton
Curtiss (Durham, 1965) es útil aunque carece de pensamiento
Bibliografía ________________________ 931

militar. Sobre los grandes jefes rusos, sólo Suvorov ha sido tratado en un estudio
inglés, The Art of Victory: The Life and Achievements of Generalissimo Suvorov, 1729-1800 de
Philip Longworth (New York, 1965). Kutozov y Barclay de Tolly han sido tratados
menos satisfactoriamente por Michael y Diana Josselson en The Commander: A Life
of Barclay de Tolly (Oxford, 1980) y por Roger Parkinson en The Fox of the North: The Life
of Kutozov, General of War and Peace (London, 1976). La literatura soviética sobre
Suvorov y Kutozov es extensa. Sobre Dmitrii Miliu-tin, el gran reformador, ver
Dmitrii Miliutin and the Reform Era in Russia de Forrestt A. Miller (Nashville, 1968) y
The Debate over Universal Military Service in Russia, 1870-1874 de Robert F. Baumann
(tesis en la Universidad de Yale, 1982).
En años recientes varios occidentales han puesto su atención en la historia militar
rusa, aunque no en la teoría. Dignos de mención son Dietrich Beyrau, John L.H.
Keep, Jacob Kipp y Bruce Menning. Beyrau, Keep y Menning han escrito sobre el
ejército y Kipp sobre la marina. Sus artículos hasta 1980 son tratados en un ensayo
bibliográfico realizado por Walter M. Pintner, The Russian Military (1700-1917): Social
and Economic Aspects en Trends in History 2 na 2 (Invierno, 1981). Consultar también las
obras más recientes de Menning: Russia and the West: The Problem of 18th Century
Military Models en Russia and the West in the Eighteenth Century, ed. A.G. Cross
(Newtonville, Mass., 1983); G.A. Potemkin: Soldier Statesman of the Age of the
Enlightenment International Commission on Military History en ACTA n9 7
(Washington, DC., 1982); y Russian Military Innovation in the 18th Century en War and
Society 2, ne I (1984). También ver Russia's Military Style, Russian Society, and Russian
Power in the Eighteenth Century de Walter M. Pintner en Russian and the West in the
Eighteenth Century. Además de la obra de John L.H. Keep Soldiers of the Tsar, ver su The
Military Style of the Romanov Rulers en el War and Society I, ns 2 (1983). La obra de Dietrich
Beyrau Militar una Gesellschaft im Vorrevolutionaren Russland (Cologne, 1984) no
estaba disponible cuando se preparó este ensayo.
Los últimos cincuenta años del antiguo régimen hasta casi la Primera Guerra
Mundial están menos tratados en la literatura moderna que las épocas anteriores.
Las obras soviéticas más útiles son Russkaia armiia iflot v XIX veke: Voenno-
ekonomicheskii potentsial Rossi (El Ejército y la Marina Rusa en el siglo XIX: El potencial
económico-militar de Rusia) de L.G. Beskrovnyi (Moscow, 1973) y Samodenhavie i
russkaia armiia na rubezhe XIX-XX stoletii, 1881-1903 (La autocracia y el ejército ruso a
finales del siglo XIX y principios del XX. 1881-1903) de P.A. Zaionchkovskii
(Moscow, 1973). Ninguno trata mucho del pensamiento militar. Sobre el ejército
ruso en la víspera de la Primera Guerra Mundial, ver The End of the Russian Imperial
Army: The Old Army and the Soldier's Revolt (March-April, 1917) de Allan K. Wildman
(New York, 1975). Sobre los planes estratégicos y las relaciones internacionales,
consultar Podgotovka Rossi k imperialisticheskoi voine de A.M. Zaionchkovskii (Moscos,
1926); The Cult of the Offensive in European War Planning, 1870-1914 de Jack Snyder
(Ithaca, 1984); The Eastern Front, 1914-1917 de Norman Stone (London y New York,
1975); y Russia and the Origins of the First World Warde D.C.B. Lieven (New York,
1983).
932 Creadores de la Estrategia Moderna

14. BUGEAUD, GALLIENI, LYAUTEY: EL


DESARROLLO DE LAS GUERRAS
COLONIALES FRANCESAS
De los tres principales soldados coloniales franceses, sólo Bugeaud ha tenido un
biógrafo objetivo. Anthony Thrall Sullivan en Thomas-Robert Bugeaud (Hamden,
Conn., 1983) se concentra más sobre la evolución del pensamiento del Mariscal
hacia la Francia de la Monarquía de Julio que sobre sus experiencias en Argelia.
Sin embargo, el libro relata el sentimiento de la Armée d'Afrique desde el principio
de la conquista de Argelia. Galliéni y Lyautey han sido objeto de veneración como
héroes más que de un estudio objetivo. No existe ninguna buena biografía sobre
Galliéni. Aparece con frecuencia en Conquest of the Western Sudan de A.S. Kanya-
Forstner (Cambridge, 1963) y, por su política indochina, en 'Collaboration Strategy' and
the French Pacification of Tonkin, 1885-1897 de Kim Munholland, en The Historical
Journal 24, na 3 (1981), 629-50. Lyautey ha sido la atracción de numerosos biógrafos
incluyendo a André Maurois, autor de Lyautey (1931) ya André le Reverend, autor
de Lyautey (París, 1983). Lyautey fue un ferviente defensor del imperialismo francés,
y este tipo de autores ven el mundo a través de sus ojos. El propio Du role colonial de I
'Armée de Lyautey en el Revue des deux mondes de 15 de enero de 1900 es una
descripción imaginativa e idealizada de los métodos franceses en Tonkin y que fue
escrito para coincidir con los debates sobre el ejército colonial que hubo ese mismo
año. Sobre la eficacia de los métodos de Lyautey en Marruecos, ver The Conquest of
Morocco (New York, 1983), del autor de este ensayo.
No existe sobre Francia ningún equivalente al Small Wars de C.E. Callwell (London,
1896), que es la base del capítulo de Hew Strachan sobre la guerra colonial en
European Armies and the Conduct of War (London y Boston, 1983). Kanya-Forstner es
excelente en cuanto a Sudán Occidental. Describe la fricción cívico-militar y el
carácter ambicioso de los soldados coloniales en lugar de los propios métodos de
campaña. Los libros del autor de este ensayo The Conquest of Morocco y The Conquest of
the Sahara (New York, 1984) estudian los problemas político-militares en estas dos regiones.
Resistance in the Desert de Ross E. Dunn (London, 1977) es un estudio, parte
antropológico y parte histórico, de las tribus de la frontera de Argelia y Marruecos en
la época de la conquista. Quaids, Captains, and Colons de Kenneth J. Perkins (New York,
1981) trata los distintos métodos de administración militar de las poblaciones nativas
de Africa del Norte. L'appel a l'Afriquede Marc Michel (París, 1982) está escrito de una
forma similar a la tradicional, extensa y magistral manera de un these d'etat francés. No
sólo describe cómo eran reclutadas y utilizadas las tropas coloniales durante la Gran
Guerra sino que, además, revela los sentimientos de los oficiales hacia sus tropas y su
valía en el combate.
Bibliografía

15. LA ESTRATEGIA AMERICANA DESDE


SUS COMIENZOS HASTA LA PRIMERA
GUERRA MUNDIAL
El pensamiento estratégico americano hasta la Segunda Guerra Mundial se vio
expresado menos en versión escrita y oral que en la acción y en la conducta de la
guerra. El pensamiento existente detrás de las acciones militares americanas sólo
puede extraerse de referencias a informes, correspondencia y a las memorias de
algunos jefes militares americanos, o de los propios sucesos. En parte, esto es
debido a que antes de 1945 no había escritos estratégicos americanos
sistematizados y, en parte, a que como este tipo de escritos no se ha desarrollado
hasta hace poco, el interés histórico también es reciente, por lo que la historia del
pensamiento estratégico americano no ha hecho más que comenzar.
The American Military Experience: History and Learning de John Shy en The Journal of
Interdisciplinary History I (Invierno, 1971), 205-228, ofrece una excelente
introducción breve a la historia de la actitudes americanas hacia la guerra e
implícitamente hacia el pensamiento estratégico. El ensayo se reimprimió junto
con varios ensayos de Shy sobre la Revolución Americana, algunos tratando también
la estrategia, como en A People Numerous and Armed: Reflections on the Military Struggle for
American Independence de John Shy (New York, 1976), 225-54. The American Way of War:
A History of United States Military Strategy and Policy de Russell F. Weigley (New York y
London, 1973), un volumen del The Macmillan Wars of the United States, con Louis
Morton como editor general, es un esfuerzo más comprensible que el de Shy, pero
en muchos aspectos es una mera exploración.
Los escritos estratégicos sistemáticos que hubo en los Estados Unidos en el siglo
XIX aparecen en tres libros: Elements of Military Art and Science ... de Henry Wager
Halleck (New York y Philadelphia, 1846), que contiene en su tercera edición notas
críticas sobre las Guerras de Méjico y Crimea (New York y London, 1862); An
Elementary Treatise on Advanced-Guard, Out-Post, and Detachment Service of Troops ... de
Dennis Hart Mahan (New York, 1847; ed. rev. New York, 1864), que ofrece
consideraciones breves de estrategia a pesar del énfasis táctico implícito en el título; y
The Principles of Strategy Illustrated Mainly from American Campaigns del Capitán John
Bigelow (New York y London, 1891; 2a ed. rev., Philadelphia, 1894; reimpr. New
York, 1968). Entre las memorias militares anteriores a la Segunda Guerra Mundial,
las que más desarrollan los conceptos estratégicos son, evidentemente, las de los
Generales Ulysses S. Grant y William Tecum-seh Sherman: Personal Memoirs of U.S.
Grant, 2 vols. (New York, 1885-86) y Memoirs of General William T. Sherman by
Himself, prólogo de B.H. Liddell Hart, 2 vols. (New York, 1875; reimpr., 2 vols. en 1,
Bloomington, 1957).
Las opiniones de los historiadores sobre la evolución del pensamiento estratégico
americano están desarrolladas sobre guerras individuales; de nuevo, el énfasis se
ha puesto en la estrategia de la acción. Hasta hace poco tiempo, las
934 Creadores de la Estrategia Moderna

historias de las guerras de los escritores americanos no se desviaron de la preo-


cupación por la táctica y las operaciones para incluir consideraciones profundas de
estrategia y de los conceptos que la formaban. The Way of the Fox: American Strategy
in the War for America, 1775-1783 de Dave Richard Palmer en Contributions in Military
History, n2 8 (Westport, Conn., y London, 1975) continua siendo casi el único
esfuerzo por ver la historia de la guerra americana desde la perspectiva
estratégica. La obra que es indispensable sobre la estrategia de la Guerra de la
Independencia, aunque no trata de la estrategia directamente, es George
Washington: A Biography de Douglas Southall Freeman, el vol. 6, Patriot and President y
el vol. 7 First in Peace de John Alexander Carroll y Mary Wells Ashworth (New York,
1948-57).
Los estudios de Freeman sobre los líderes Confederados en la Guerra Civil
americana también fueron los primeros en elevar la historia de guerra americana
desde los detalles tácticos y operativos hasta las consideraciones estratégicas,
aunque Freeman a menudo mezclaba la estrategia con otros niveles del arte
militar: R.E. Lee: A Biography, 4 vols. (New York, 1934) y Lee's Lieutenants: A Study in
Command, 3 vols. (New York, 1942-44) ambos de Douglas Southall Freeman. La
obra más parecida a los estudios de Freeman en el lado de la Unión es Lincoln
Finds a General: A Military Study of the Civil War de Kenneth P. Williams (New York,
1950-59). Excluyendo la obra Lee de Freeman, ninguna biografía de un jefe
militar de la Guerra Civil escrita por un americano puede competir, en cuanto a
los conceptos estratégicos del protagonista se refiere, con la obra Stonewall Jackson
and the American Civil War de George F.R. Henderson, introducción del Mariscal de
Campo (Garnet) Viscount Wolseley, 2 vols. (London y New York, 1898; 2 vols. en
1, New York, 1936).
Entre las numerosas historias de la Guerra Civil, se debe resaltar que la que mayor
atención dedicada a la estrategia de la guerra se encuentra entre las más recientes:
How the North Won: A Military History of the Civil Warde Herman Hatta-way y Archer
Jones (Urbana, Chicago y London, 1983). Archer Jones, que es un destacado
historiador militar de los Estados Unidos por su conocimiento de la historia
completa de los ejércitos y de la guerra, también contribuyó a la obra que incluye
el mejor estudio disponible sobre la influencia del pensamiento estratégico
europeo en los jefes militares de la Confederación: The Politics of Command: Factions
and Ideas in Confederate Strategy de Thomas Lawrence Connelly y Archer Jones (Baton
Rouge, 1973).
La razón principal de la escasez de estudios estratégicos americanos en el siglo
XIX fue la necesidad de los soldados americanos de preocuparse por sus deberes
en la frontera occidental, que involucraba más trabajos por mantener el orden
que por hacer la guerra. Por ello la frontera india le arrebató atención a la
estrategia. Las mejores discusiones sobre la relación entre la frontera india y el
pensamiento militar americano pueden encontrarse en dos de las obras de Robert
M. Utley: Frontier Regulars: The Unites States Army and the Indian, 1866-
Bibliografía 935

1891 (New York y London, 1973), en The Macmillan Wars of the Unites States, Louis
Morton, editor general; y The Contribution of the Frontier to the American Military Tradition
en The American Military on the Frontier: The Proceedings of the 7th Military History
Symposium, United State Air Force Academy, 30 September-1 October 1976, ed. James P.
Tate (Washington, D.C., 1978), págs. 3-13.
En tierra, contrastando con la naciente estrategia naval americana, el surgimiento
de los Estados Unidos como una potencia mundial al comenzar el siglo no
modificó este olvido del estudio estratégico. El elemento militar en las primeras
proyecciones del poder americano en alta mar era, naturalmente, en gran parte
un esfuerzo del poder marítimo, y el ejército desempeñaba un papel bastante
menor. Incluso la experiencia americana en la guerra terrestre europea en 1917-
1918 hizo poco para estimular un pensamiento estratégico americano más
vigoroso, debido a que la política nacional en los años 1920 y 1930 no quería una
segunda intervención militar a gran escala en Europa. Sin embargo, en los
archivos y en los pocos escritos militares existentes al llegar la tercera y cuarta
década del siglo XX se vio cómo comenzaba a madurar el pensamiento
estratégico americano. Dignos de mención son el National Strategy de Lieutenant
Commander Holloway H. Frost en el U.S. Naval Institute Proceedings, 51 (Agosto,
1925), 1343-90; y The Fundamentals of National Strategy del Coronel Oliver Prescott
Robinson (Washington, D.C., 1928).

16. ALFRED THAYER MAHAN: EL


HISTORIADOR NAVAL
Las obras publicadas por Mahan se dividen en las siguientes categorías:
Historias navales: The Gulf and Inland Waters (New York, 1885); The Influence of Sea Power
upon History, 1660-1783 (Boston, 1890); The Influence of Sea Power upon the French
Revolution and Empire, 2 vols. (Boston, 1892); Sea Power in Its Relations to the War of 1812,
2 vols. (Boston, 1905); y The Major Operations of the Navies in the War of Independence
(Boston, 1913).
Historias actuales: The Story of War in South Africa, 1899-1900 (London, 1900); y The
War in South Africa (New York, 1900).
Estudios biográficos: Admiral Farragut (New York, 1897); The Life of Nelson: The
Embodiment of the Sea Power of Great Britain, 2 vols. (Boston, 1897); y Types of Naval
Officers Drawn from the History of the British Navy (Boston, 1901).
Autobiografía: From Sail to Steam: Recollections of Naval Life (New York y London, 1907).
Devocional: The Harvest Within: Thoughts on the Life of a Christian (Boston, 1909).
Colecciones de ensayos y conferencias: The Interest of America in Sea Power, Present and Future
(Boston, 1897); Lessons of the War with Spain and Other Articles (Boston, 1899); The
Problem of Asia and Its Effects upon International Policies (Boston, 1900);
936 Creadores de la Estrategia Moderna

Retrospect and Prospect: Studies in International Relations, Naval and Political (Boston,
1902); Some Neglected Aspects of War (Boston, 1907); Naval Administration and Warfare,
Some General Principles with Other Essays (Boston, 1908); Naval Strategy, Compared with
the Principles of Military Operations on Land (Boston, 1911); y Armaments and Arbitration, or
the Place of Force in the International Relations of States (New York y London, 1912).
Una gran colección de datos biográficos y similares se pueden encontrar en Letters
and Papers of Alfred Thayer Mahan 3 vols., eds. Robert Seager II y Doris D. Maguire
(Annapolis, 1975). Los estudios biográficos sobre Mahan son, por orden de
publicación: The Life of Admiral Mahan de Charles Carlisle Taylor (New York, 1920);
Mahan: The Life and Work of Captain Alfred Thayer Mahan, USN de William D.
Puleston (New Haven, 1939); Alfred Thayer Mahan: The Man and His Letters de
Robert Seager II (Annapolis, 1977); y Mahan on Sea Power de William E. Livezey
(Norman, Okla., 1981 ed. rev.).
Abundan los ensayos y artículos sobre Mahan y su obra. Los más útiles son: Admiral
Mahan Speaks for Himself de James A. Field en Naval War College Review (Otoño, 1976);
Alfred Thayer Mahan: Turning America Back to the Sea de Kenneth J. Hagan en Makers of
American Diplomacy, ed. Frank J. Merli y Theodore A. Wilson, 2 vols. (New York,
1974), vol. 1, cap. II; Alfred Thayer Mahan de Julius W. Pratt en The Marcus W.
Jemegan Essays in American Historiography, ed. William T. Hutchinson (Chicago, 1937),
cap. II; Mahan on the Use of the Sea de William Reitzel en Naval War College Review
(mayojunio, 1973); y Mahan: Evangelist of Sea Power de Margaret T. Sprout en Makers of
Modem Strategy ed. Edward Mead Earle (Princeton, 1943).
La fundación y los primeros años del Naval War College están bien tratados en
Professors of War: The Naval War College and the Development of the Naval Profession de
Ronald Spector (Newport, R.I., 1977). El análisis de Mahan del papel del poder
marítimo en la historia del Imperio Británico es examinado críticamente por
Gerald S. Graham en The Politics of Naval Supremacy: Studies in British Maritime
Ascendancy (Cambridge, 1965); y en The Rise and Fall of British Naval Mastery de Paul
M. Kennedy (New York, 1976). La influencia de Mahan en el imperialismo
americano se trata en Expansionists of 1898 de Julius Pratt (Baltimore, 1936); y en
The New Empire: An Interpretation of American Expansion, 1860-1898 de Walter
LaFeber (Ithaca y London, 1963). Su papel como marino se examina en The Naval
Aristocracy: The Golden Age of Annapolis and the Emergence of Modern American Navalism
de Peter Karsten (New York, 1972).

17. EL LÍDER POLITICO COMO ESTRATEGA


Preparado por Donald Abenheim
Definido en un sentido más amplio, los temas de relaciones cívico-militares son
gran parte de la literatura de la historia moderna. Sobre el problema gene-
Bibliografía 937

ral de los jefes civiles en tiempo de guerra, el ensayo de Harvey A. DeWeerd


Churchill, Lloyd George, Clemenceau: The Emergence of the Civilian en el Makers of Modern
Strategy original sigue siendo de gran valor. Al igual que DeWeerd, Lewis Mumford en
Technics and Civilization (New York, 1934) y Jesse D. Clarkson y Thomas C. Cochran,
eds. en War as a Social Institution (New York, 1941), que es una colección de ensayos
que incluye una discusión de la guerra moderna, trataron el tema de manera
general. También es interesante en War and Western civilization: A Study of War as a
political Instrument and the Expression of Mass Democracy deJ.F.C. Fuller (London, 1932).
Desde la Segunda Guerra Mundial, el número de estudios sobre las relaciones
cívico-militares ha aumentado considerablemente. The Soldier and the State: The
Theory and Politics of Civil-Military Relations de Samuel P. Huntington (Cambridge,
Mass., 1957) es una obra estándar. Un libro reciente de Gordon A. Craig y
Alexander L. George, Force and Statecraft: The Diplomatic Revolution of Our Time (New
York, 1982), contiene más criterios sobre los jefes militares en tiempo de guerra y los
civiles.
La Guerra de Vietnam produjo muchas obras sobre el tema, la mejor de las cuales
es The Best and the Brightest de David Halberstam (New York, 1972). Los dos
volúmenes de las memorias de Henry Kissinger White House Years (Boston, 1979) y
Years of Upheaval (Boston, 1982), deben ser consultados, al igual que la respuesta de
Seymour Hersh al Secretario de Estado The Price of Power (New York, 1983). Una
obra con una perspectiva militar del liderazgo civil estadounidense en la guerra es
un estudio realizado por Harry G. Summers, Jr., On Strategy: A Critical Analysis of the
Vietnam War (novato, Calif., 1982).
La literatura sobre política y estrategia en la Primera Guerra Mundial es
numerosa, especialmente sobre Alemania. Para una idea general del problema
de Theobald von Bethmann Hollweg y los militares, ver The Politics of the Prussian
Army de Gordon A. Craig (New York, 1964). Son indispensables las obras de
Gerhard Ritter: Der Schlieffenplan: Kritik eines Mythos (Munich, 1956; trad. ingl.
London, 1958), y los volúmenes 3 y 4 de su estudio Staatskunsí una Kriegshandwerk
(Munich, 1954ff). Germany's Aims in the First World War de Fritz Fischer (New York,
1967) tiene un efecto profundo. Konrad Jarausch ha escrito una biografía de
Bethmann en The Enigmatic Chancellor: Bethmann-Hollweg and the hubris of Imperial
Germany (New Haven, 1973). Para un estudio de las relaciones entre Bethmann y el
ejército, ver Der Kanzler una der General: Die Führungskrise von Bethmann Hollweg and
Falkenhayn de Karl-Heinz Janssen (Góttingen, 1967). Entre las numerosas
memorias de participantes debe mencionarse Die Oberste Heeresleitung, 1914-
1916 de Erich von Falkenhayn (Berlín, 1920).
Entre los estudios generales sobre los británicos en la Primera Guerra Mundial
están Great Britain and the War of 1914-1918 de Ernest Llewellyn Woodward (New
York, 1967); Politics in Wartime de A.J.P. Taylor (New York, 1965); y The
938 Creadores de la Estrategia Moderna

Left and the War: The British Labor Party and World War One de Peter Stansky, ed. (New
York, 1969). Para biografías de los jefes principales de la guerra, deben consultarse las
siguientes obras: The Life of Herbert Henry Asquith, Lord Oxford of Asquith de JA. Spender y
Cyril Asquith (London, 1932); Asquith de Roy Jenkins (London, 1978) que es una
versión actualizada de la obra de Jenkins de 1964, y tomada como la mejor biografía
sobre Asquith; Kitchener: Portrait of an Imperialist de Magnus Philip (New York, 1959);
George V, His Life and Times de Harold Nicolson (London, 1953); War Memoirs de
David Lloyd George (London, 1933-37), ahora complementada por Lloyd George de
Martin Gilbert (Englewood Cliffs, NJ., 1968) y Lloyd George and the Generals de David R.
Woodward (London, 1984). Las obras de Martin Gilbert sobre Winston Churchill son
de gran valor: Winston Churchill: The Challenge of War (Boston, 1971), el tercer volumen
de la biografía complementado por un volumen de informes en dos partes Winston
Churchill: Companion Volume III (Boston, 1973). Ver también Politicians and the Warde
Lord Beaverbrook (London, 1968).
De gran importancia entre los numerosos relatos sobre los jefes civiles franceses en la
Primera Guerra Mundial está Grandeurs et miséres d'une victoire de Georges Clemenceau
(París, 1930). TheForms of War Government in France de Pierre Renouvin (New Haven,
1927) y la biografía corta Clemenceau de Geoffrey Bruun (Cambridge, 1943) siguen
siendo útiles. Otras obras sobre Clemenceau incluyen: Foch versus Clemenceau de Jere
Clements King (Cambridge, 1960); Clemenceau: A Political Biography de David Robins
Watson (London, 1974); y The Tiger de Edgar Holt (London, 1976).
La literatura sobre el problema del mando unificado y el liderazgo político en la
Segunda Guerra Mundial también es demasiado voluminosa por lo que tan sólo se
van a dar algunas citas a libros útiles. Para una introducción general a la
experiencia alemana ver los capítulos adecuados de Germany, 1866-1945 de
Gordon A. Craig (Oxford y New York, 1978). Casi todos los generales alemanes que
consiguieron mando y posteriormente escribieron sus memorias, tuvieron algo
que decir respecto a Adolfo Hitler como jefe militar. Entre las más notorias están:
Erinnerungen eines Soldaten de Heinz Guderian (Heidelberg, 1951); Kriegstagebuch:
Tagliche Aufzeichmungen des Chefs des Generalstabs des Heeres, 1939-1942 de Franz
Haider, ed. Hans-Adolf Jacob-sen, 3 vols. (Stuttgart, 1962-64); Befehl im Widerstreit
de Adolf heusinger (Tubingen, 1950); Verlorene Siege de Erich von Manstein (Bonn,
1955); Im Hauptquartier der deutschen Wehrmacht, 1939-45 de Walter Warlimont (Frank-
furt a.M., 1962). También merece la pena consultar los diarios de guerra del Mando
Supremo Alemán: Kriegstagebücher des Oberkommandos der Wehrmacht ed. Percy E.
Schramm, 4 vols. (Frankfurt a.M., 1961ff). Biografías sobre Hitler como Hitler: A
Study in Tyranny de Allan Bullock (New York, 1964) y Eine Biographie de Joachim
Fest (Frankfurt a.M., 1973) contienen mucho material. Hitler's War de David Irving
(New York, 1977) narra los acontecimientos desde lo que podía haber sido la
perspectiva de Hitler. Hay estudios
Bibliografía ___________ 939

especializados de Hitler y su ejército en libros importantes como Hitler's Strategic:


Politik und Kriegführung, 1940-1941 de Andreas Hillgruber, 2a ed. (Munich,
1982); Das Heer und Hitler: Armee und NS Regime de Klaus-Jürgen Müller (Stuttgart,
1969); German Strategy against Russia, 1939-1941 de Barry A. Leach (Oxford, 1973) y
Das Deutsche Reich und der Zweite Weltkrieg, ed. Militár-geschichtliches
Forschungsamt (Stuttgart, 1979-).
Sobre Churchill como jefe militar, los tomos de sus memorias sobre la Segunda
Guerra Mundial son útiles, especialmente: The Grand Alliance de Winston S.
Churchill (Boston, 1950). Winston Churchill: Finest Hour, 1939-1941 de Martin
Gilbert (Boston, 1983) es indispensable. Otros libros recientes sobre Churchill
incluyen a: Churchill as Warlord de Ronald Lewin (New York, 1973) y Generalissimo
Churchill de R.W. Thompson (New York, 1973). Excelentes narraciones de dos figuras
militares británicas se pueden encontrar en Wavell: Soldier and Statesman de John
Connell (London, 1964) y en Alanbrooke de David Fraser (London, 1982). La obra
oficial británica History of the Second World War: United Kingdom Military Series, ed.
J.R.M. Butler (London, varias fechas) incluye seis volúmenes sobre estrategia, de los
cuales es representativo Grand Strategy, vol. 2, September 1939-June 1941 de J.R.M.
Butler (London, 1957).
La guerra de coalición americana y británica es tema de numerosa literatura. Un
ejemplo es Churchill, Roosevelt, Stalin: The War They Waged and the Peace They Sought de
Herber Feis (Princeton, 1957). También excelente es Roosevelt and Churchill: Their
Secret Wartime Correspondence ed. Francis L. Loewenheim, Harold D. Langley y
Manfred Jonas (New York, 1975). Esfuerzos posteriores no han mejorado esta obra.
Franklin D. Roosevelt and American Foreign Policy, 1932-1945 de Robert Dallek (New
York, 1979) también debe consultarse. Desafortunadamente no existe una
narración definitiva sobre los logros de Roosevelt como jefe militar. Sin embargo,
ver Roosevelt: The Lion and the Fox de James MacGregor Burns (New York, 1956) y
su Roosevelt: Soldier of Freedom (New York, 1971).
La historia oficial de la guerra del Ejército de los Estados Unidos contiene varios
volúmenes excelentes: Chief of Staff: Prewar Plans and Preparations de Mark S. Watson
(Washington, DC, 1950); Strategic Planning for Coalition Warfare, 1941-1942 de
Maurice Matloff y Edwin S. Snell (Washington, DC, 1953); Strategic Planning for
Coalition Warfare, 1943-44 de Maurice Matloff (Washington, DC, 1959); y Washington
Command Post: The Operations Division de Ray S. Cline (Washington, DC, 1951).
Varias de las memorias y biografías de oficiales estadouni-densenses son importantes:
On Active Service in Peace and War de Henry L. Stim-son y McGeorge Bundy (New
York, 1948); George C. Marxhall: Organizer of Victory, 1943-1945 de Forrest G. Pogue
(New York, 1973); The Supreme Commander: The War Years of Dwight David
Eisenhower de Stephen Ambrose (Baltimore, 1970). También es indispensable The
Papers of Dwight David Eisenhower: The War Years, ed. Alfred Chandler, jr., 5 vols.
(Baltimore, 1970).
940 Creadores de la Estrategia Moderna

18. LOS HOMBRES CONTRA EL FUEGO: LA


DOCTRINA DE LA OFENSIVA EN 1914
La mejor fuente, y la más accesible, sobre la evolución de la doctrina táctica anteriora
1914 es The Journal of the Roy al United Services Institution (London, 1855-), que no sólo
publica las principales contribuciones puestas a debate en el Ejército Británico, sino
que además resume los artículos principales que aparecen en los periódicos
Continentales y hace críticas de literatura, tanto extranjera como británica. Taktik
de William Balck (Berlin, 1892) pasó por cuatro ediciones, de las cuales la última fue
traducida al inglés (Fort Leavenworth, Kans., 1911). Los cambios en las ediciones
sucesivas reflejan el desarrollo del pensamiento táctico durante el período crítico de
la época anterior a 1914, no solo en el ejército alemán, sino en todos los europeos.
Balck también da detalles sobre el armamento y el equipo de estos ejércitos. Más
detalles pueden encontrarse en La guerre future de Jean de Bloch, 6 vols. (París,
1898). También existen ediciones en ruso y en alemán de esta gran obra, pero el
proyecto para publicarla en inglés fracasó, y sólo en último volumen, el que resume los
argumentos de la obra, ha sido traducido. Se publicó bajo los títulos Is War Now
Impossible? (London, 1899) y TheFuture of War (Boston, 1899). Sin embargo, las otras
ediciones contienen muchos detalles técnicos difíciles de obtener en otras fuentes.
Sobre el ejército alemán, la obra de Balck necesita ser complementada por las
brillantes obras de Friedrich von Bernhardi, especialmente Vom Heutigen Kriege,
traducida como On War Today (London, 1912). Es un intento interesante de
actualizar a Clausewitz al siglo XX, y además de sus numerosas críticas de Schlieffen
y su pensamiento, contiene muchos análisis tácticos. La narración más reciente
sobre el Ejército Alemán durante esta época es Die deutsche Armee 1900-1914:
Zwischen Beharren una Veránderende B.F. Schulte (Dusseldorf, 1977).
El confuso estado teórico y práctico del Ejército Francés está bien descrito en The
March to the Mame de Douglas Porch (Cambridge y London, 1981) y La revanche
1871-1914 de Henri Contamine (París, 1957). Esta última hacía una perspectiva
de las conferencias de Ferdinand Foch Des principes de la guerre (París, 1903)
traducida como The Principles of War (New York, 1918) y de De Grandmaison Deux
conferences faites aux officiers de l'etat major de l'armée (París, 1911). El Études sur le combat
de Charles Ardent du Picq fue publicado con carácter postumo (París, 1903) y ha
sido reimpreso con frecuencia. Una traducción al inglés, Battle Studies fue editada
por el U.S. Army War College (Harrisburg, Penn., 1920; reimp. 1946). La obra ha
sido muy bien descrita por J.N. Cru como l'oeuvre la plus forte, la plus vraie, la plus
scientifique qui soi jamáis venue d'une plume militaire francaise ("Témoins" [París, 1929],
52). También existe un valioso artículo de Joseph C. Arnold, French Tactical
Doctrine 1870-1914 aparecido en Military Affairs 42, nQ 2 (Abril, 1978).
Bibliografía 941

Sobre el ejército británico, el mejor punto de partida es el artículo de T.H.E.


Travers Technology Tactics and Morale: Jean de Block, the Boer War and British Military
Theory 1900-1914 en "Journal of Modern History 51" ns 2, (Junio, 1979). The Science
of War de G.F.R. Henderson (London, 1905) contiene los mejores estudios tácticos
de este autor entre 1892 y 1905 e ilustra el impacto que supuso para el Ejército
Británico la Guerra Sudafricana de 1899-1902. The Principles of War Historically
Illustrated de E.A. Altham (London, 1914) describe el pensamiento estratégico y
táctico del Estado Mayor británico la víspera de la Primera Guerra Mundial. La
polémica sobre el servicio nacional entre Earl Roberts en A Nation in Arms
(London, 1907) y Sir Ian Hamilton en Compulsory Service (London, 1911) también
proporciona una buena perspectiva del pensamiento militar profesional en la
Inglaterra de Eduardo. Robert Blake, ed. en The Private Papers of Sir Douglas Haig,
1914-1919 (London, 1952) trata la historia hasta los años de guerra. Un escritor
ruso cuya obra pudo haber tenido influencia es el General Dragomirov. Su Course
on Tactics (1879) fue traducido tanto al francés como al alemán.
Un estudio reciente que trata directamente sobre el tema de este ensayo es The
Cult of the Offensive in European War Planning, 1870-1914 de Jack Snyder (Ithaca,
1984).
El amplio respaldo intelectual de estas ideas también debe estudiarse, y existen
excelentes obras de Robert Wohl, The Generation of 1914 (Cambridge, Mass., 1979),
y Roland N. Stromberg, Redemption by War: The Intellectuals and 1914 (Lawrence,
Kans., 1982). Sobre Gran Bretaña, en particular, ver The Pre-War Mind in Britain
de Caroline Playne (London, 1928).

19. LA ESTRATEGIA ALEMANA EN LA ERA DE


LA GUERRA MECANIZADA
La literatura sobre el empleo de la fuerza alemana durante la Primera Guerra
mundial está, asombrosamente, subdesarrollada. A pesar de que el número de
libros y artículos se ha visto aumentado con el paso de los años, los estudios
actuales han disminuido hasta casi cero. Una notable excepción es Zur Militárs-
trategie des deutschen Imperialismus vor una wahrend des ersten imperialistischen Weltkrie-gesde
Helmut Otto (Disc. Potsdam, 1977). Introducciones soberbias, en base a la
literatura disponible, están proporcionadas por Peter Graf v. Kielmansegg en
Deutschland und derErste Weltkrieg, 2a ed. (Stuttgart, 1980) y por Helmut Otto y K.
Schmiedel en Der erste Weltkrieg: Militárhistorischer Abriss, 4a ed. (Berlín/GDR, 1983)
desde una perspectiva alemana occidental y oriental respectivamente. Un estudio
breve sobre el carácter estratégico de la Primera Guerra Mundial Das deutsche Heer
von 1914 y Der strategische Aufbau des Weltkrieges 1914-1918 de Walter Elze (repr.
Osnabrück, 1968) es valioso. The First World War de Keith Robbins
942 Creadores de la Estrategia Moderna

(Oxford y New York, 1984) es el último intento de un autor inglés por escribir otro
libro sobre las batallas de la Primera Guerra Mundial sin obtener información de
fuentes alemanas. Se recomienda olvidarse de este tipo de estudios y, en su lugar,
concentrarse en History of the First World War de B.H. Liddell Hart (Boston, 1964) y
The Conduct of War 1789-1961 de J.F.C. Fuller (London, 1961) y su Machine Warfare
(London, 1942). The German Wars 1914-1945 de Donald J. Goodspeed (Boston,
1977) y A Genius for War: The German Army and General Staff, 1807-1945 de Trevor N.
Dupuy (Englewood Cliffs, N.J., 1977) son ejemplos de la gran tendencia por idealizar
la experiencia militar alemana.
El debate sobre la gran estrategia está descrito en Griff nach der Weltmacht 3a ed.
de Fritz Fischer (Dusseldorf, 1964) tratada por John A. Moses en la obra The Politics
of Illusion: The Fischer Controversy in German Historiography (London, 1975). Divide and
Conquer: German Efforts to Conclude a Separate Peace, 1914-1918 de Lancelot L. Farrar, Jr.
(New York, 1978) amplía el horizonte sobre la conducta de las operaciones.
Falkenhayn es estudiado por Karl-Heinz Janssen en Der Kanz-ler un der General
(Góttingen, 1967), pero Ludendorff sigue a la espera de una biografía profesional, a
pesar de ser objeto de numerosos estudios. El concepto de la guerra de Ludendorff
fue estudiada por Hans-Ulrich Wehler en 'Absoluter' una 'totaler' Krieg: Von Clausewitz
zu Ludendorff en Politische Vierteljahreszeitschríft 10 (1969), 220-48. Hay poco escrito sobre
los jefes alemanes y sigue siendo necesario depender de sus memorias. The Entourage
of Kaiser Wilhelm II, 1888-1918 de Isabel Hull (Cambridge, 1982) combina biografía
con historia militar y política.
Un buen estudio operativo es The Eastern Front, 1914-1917 de Norman Stor-ne
(London y New York, 1975). Asombrosamente, no hay ningún análisis similar
sobre los otros frentes de la guerra. Como resultado, se debe confiar en Der
Weltkríeg 1914-1918: Die militárischen Operationen zu Lande, ed. Reichsarchiv, 14 vols.
(Berlín, 1925-44) y en Schlachten des Weltkrieges in Einzeldarstellungen, ed. Reichsarchiv,
37 vols. (Oldenburg, 1921-1930), que son las historias oficiales alemanas con todas
las ventajas y desventajas de la historiografía del Estado Mayor. El estudio de Michael
Salewski Verdun und die Folgen: Eine militárische und geistes-geschichtliche Betrachtung en el
Wehrwissenschaftliche Rundschau 25 (1976), 89-96 es muy bueno. La táctica es analizada
por Timothy Lupfer en The Dynamics of Doctrine: The Changes in German Tactical
Doctrine during the First World War (Fort Lea-venworth, Kans., 1981). Son
sobresalientes: Trench Warfare 1914-1918: The Live and Let Live System de Tony
Ashworth (London, 1980) y No Man's Land: Combat and Identity in World War I de
Eric J. Leed (New York, 1981). El estudio más valioso sobre la ofensiva y defensiva
en la Primera Guerra Mundial es Angriff und Verteidigung im Grossen Krieg de Erich
Marcks (Berlín, 1923).
Los grandes tratamientos político-militares sobre el tema son The Sword and the
Scepter: The Problem of Militarism in Germany de Gerhard Ritter, 4 vols. (Coral Gables,
Fla., 1969-73), especialmente el vol. 4, The Reign of German Militarism and the Disaster of
1918 del mismo autor, y Deutschland imErsten Weltkrieg, 3 vols. de F.
Bibliografía 943

Klein y otros (Berlín, 1968-69). Más limitado es The Silent Dictatorship: The Politics of the
German High Command under Hindenburg and Ludendorff, 1916-1918 de Martin Kitchen
(London y New York, 1976). La monumental recopilación de documentos realizada
por Wilhelm Deist bajo el título Militar und Innenpolitik im Welt-krieg 1914-1918, 2
vols. (Dusseldorf, 1970) es indispensable para cualquier estudioso de la época. Sobre
el movimiento de paz durante la guerra ver War against War: British and German
Radical Movements in the First World War de Francis L. Carsten (London, 1982).
Cualquiera que quiera estudiar la naturaleza de la Primera Guerra Mundial deberá
consultar el ensayo Die Weltkriege en la obra Die Perfektion der Technih, 5a ed. de
Friedrich G. Jünger (Frankfurt, 1968), The Century of Total War de Raymond Aron
(Garden City, N.Y., 1954) y Humanity in Warfare de Geoffrey Best (New York, 1980).
Un estudio sobre los problemas del Reichswehr debe empezar con Reichswehr and
Politics de Francis Carsten (Oxford, 1966) y The Reichswehr and the German Republic de
Harold J. Gordon (Princeton, 1957), que tratan la política del Reichswehr desde una
perspectiva liberal y profesional respectivamente. Entre las contribuciones alemanas
se encuentran Die deutsche Reichswehr: Bilder, Dokumente, Texte de Rainer Wohlfeil y
Hans Dollinger (Frankfurt, 1972); Reichswehr, Staat und NSDAPde Thilo Vogelsang
(Stuttgart, 1962) y Militar und Wiederaufrüstung in der Weimarer Republick: Zur politischen
Rolle und Entwicklung der Reichswehr de Karl Nuss (Berlin, GDR, 1977), al igual que las
recopilaciones de documentos publicados por Heinz Hurten: Die Anfange der Ara
Seeckt (Dusseldorf, 1979), Zwischen Revolution und Kapp-Putsch (Dusseldorf, 1977) y Das
Krisenjahr 1923 (Dusseldorf, 1980). El ensayo de Hans Herzfeld, Politik, Heer und Rüstung
in der Zwischenkriegs-zeit: Ein Versuch en Ausgewahlte Aufsátze (Berlín, 1962) también
debe leerse.
Seeckt de Hans Meier-Welcker (Frankfurt, 1967) es un tributo monumental al
primer Chef der Heeresleitung. A Question Mark with Epaulettes ? Kurt v. Schleicher und
Weimar Politics de Peter Hayes, aparecido en Journal of Modern History 52 (1980), es el
mejor estudio sobre Schleicher. No existe ninguna buena biografía sobre la figura
más interesante, Wilhelm Groener. General Groener: Soldat und Staatsmann de
Dorothea Groener-Geyer (Frankfurt, 1955) es una sustitución pobre. The
Wehrmacht and German Rearmament de Wilhelm Deist (London, 1981) contiene la
mejor narración. El grupo de los Jóvenes Turcos en el ejército es tratado brevemente en
Aufrüstung oder Sicherheit: Reichswehr in der Krise der Machtpolitik 1924-1936 de Michael
Geyer (Wiesbaden, 1980).
Sobre los problemas operativos y estratégicos consultar Aufrüstung oder Sicherheir
de Geyer y, en especial, The Civil-Military Fabric of Weimar Foreign Policy de Gaines Post,
Jr. (Princeton, 1973). Sobre el contexto político-económico de la estrategia ver
Imperialistische Okonomie und militárische Strategie: Eine Denkschñft Wilhelm Groeners de
Dorothea Fensch y Olaf Groehler, eds. en Zeitschrift für Ges-chichtswissenschaft 19
(1971), 1167-77. Sobre la marina ver las interpretaciones
944 Creadores de la Estrategia Moderna

definitivas de Werner Rahn, Reichsmarine und Landesverteidigung 1919-1928: Kon-zeption


und Führung der Marine in der Weimarer Republick (Munich, 1976) y Weimar, Hitler und die
Marine: Reichspolitik und Flottenbau de Jost Dülffer (Dusseldorf, 1972), al igual que
Organization, Conflict, and Innovation: A Study of German Naval Strategic Planning, 1888-
1940de A. Gemzell (Stockholm, 1973).
Sobre la seguridad y el desarme/rearme, ver Entwaffnung und Militárkontrotte in
Deutschland 1919 bis 1927 de Michael Salewski (Munich, 1966); Zur deutschen
Sicherheitspolitik in der Spátphase der Weimarer Republik del mismo en Vierteljahrshefte für
Zeitgeschichte 21 (1974), 121-47; Disarmament and Security: The German Security Propasáis in
the League of Nations, 1926-1930: A Study of Revisionist Aims in an International Organization
de Marshall M. Lee en Militargeschichtliche Mitteilungen 25 (1979), 7-34; y en especial
German Rearmament and the West, 1932-1933 de Edward W. Bennett (Princeton,
1979). Otras opiniones sobre la seguridad alemana (en lugar de la diplomacia que
es tratada porjonjacobson en Locarno Diplomacy: Germany and the West 1925-1929
[Princeton, 1972]) necesitan de más estudio. Un buen comienzo es Pazifismus in der
Weimarer Republik: Beitráge zur historischen Frie-densforschung de Karl Holl y Wolfram
Wette, eds. (Paderborn, 1981), pero Pazifismus und Imperialismus: Eine kritische
Untersuchung ihrer theoretischen Begründung de Leo Gross (Leipzig, 1931) sigue siendo la
magnum opus. Sobre los debates y opciones del gobierno alemán ver Internationale
Beziehungen in der Weltwirtschafts-krise 1929-1933 de Josef Becker y Klaus Hildebrand,
eds. (Munich, 1980).
La estrategia y las operaciones durante la Segunda Guerra Mundial constituyen un
amplio campo. Es útil comenzar con The Ordeal of Total War de Gordon Wright
(New York, 1968) y las dos excelentes obras alemanas Das Deutsche Reich und
derZweite Welthrieg, ed. Militárgeschichtliches Forschungsamt, 10 vols. (Stuttgart,
1979ff) y Deutschland im Zweiten Weltkrieg, ed. Gerhart Haas y otros, 6 vols.
(Berlin/GDR, 1974ff), que combinan el tratamiento enciclopédico con un gran
trabajo de investigación. Zur Konzeption einer Geschichte des Zweiten Weltkrieges 1939-
1945 de Hans-Adolf Jacobsen (Frankfurt, 1964) y Der Zweite Weltkrieg: Grundzüge
derPolitik und Strategie in Dockumenten del mismo (Frankfurt, 1965), al igual que World
War II, Policy and Strategy: Selected Documents with Commentary del mismo y Arthur L.
Smith, eds. (Santa Barbara, 1979) describen la estrategia alemana en el contexto del
desarrollo político mundial. Hitler's Strategie: Politik und Kriegführung 1940-1941 2a ed.
de Andreas Hillgruber (Munich, 1982) es el estudio más incisivo sobre estrategia
alemana. Su Der Zweite Weltkrieg 2a ed. (Stuttgart, 1982) es muy útil y su Die 'Endlosung'
und das deutsche Ostimperium ais Kems-tück des rasslhideologischen Programms des
Nationalsozialismus en Hitler, Deutschland und die Máchte, 2a ed., ed. M. Funke
(Dusseldorf, 1978), 94-115, es un ensayo sobre la combinación de la guerra militar e
ideológica. Una cronología útil es la encontrada en Chronik des Zweiten Weltkrieges
ed. rev. de Andreas Hillgruber y Gerhard Hümmelchen (Kónigstein/Ts., 1978). De
la literatura más antigua son dignos de mención Der Zweite Weltkrieg 2 vols. de
Walter Górlitz (Stuttgart, 1951-52) y Geschichte des Zweiten Weltkrieges de Kurt von
Tippelskirch (Bonn, 1954).
Bibliografía 945

Los estudios más importantes sobre la guerra apuntan hacia Norman Rich en
Hitler's War Aims, 2 vols. (New York, 1973-74) y la obra reciente de Ludolf Herbst,
Der totale Krieg und die Ordnung der Wirtschaft: Die Kriegswirtshaft im Span-nungsfeld von
Politik, leologie und Propaganda 1939-1945 (Stuttgart, 1982). Anato-mie des Krieges: Neue
Dokumeníe über die Rolle des deutschen Monopolkapitals bei der Vorbereitung und Durchführung
des Zweiten Weltkrieges (Berlin/GDR, 1969) y Anato-mie der Aggression: Neue Dokummte zu
den Kriegszielen des faschistischen Imperialismus im Zweiten Weltkriegáe Gerhart Hass y
Wolfgang Schumann (Berlin/GDR, 1972) describen el mismo problema desde una
perspectiva marxista ortodoxa. Hitler's World View de Eberhard Jáckel (Cambridge,
Mass., 1981) describe las perspectivas de Hitler sobre la guerra. Deutsche Aussenpolitik:
Kalkül oder Dogma de Klaus Hildebrand (Stuttgart, 1971) es el mejor resumen
sobre la diplomacia entre 1933 y 1945.
La Blitzkrieg ha recibido una extraordinaria atención. Los estudios básicos son The
German Economy at War de Alan S. Milward (London, 1965); Totaler Krieg und Blitzkrieg
de Gerhard Fórster (Berlin/GDR, 1967); The Art of Blitzkrieg de Charles Messenger
(London, 1967); y como una corrección, The German Army 1933-1945: Its Political
and Military Failures de Matthew Cooper (London, 1978).
Entre los documentos indispensables para el estudio de la guerra están
Kriegstagebücher des Oberkommandos der Wehrmacht ed. Percy E. Schramm y otros, 4 vols.
(Frankfurt, 1969); Tágliche Aufzeichnungen des Chefs des Generalstabs des Heeres 1939-1942
[Kriegstagebuch], ed. Arbeitskreis für Wehrforschung, 3 vols. (Stuttgart, 1962-64); y
Hitlers Weisungen fur die Kriegführung de Walther Hubatsh, ed., (Frankfurt, 1962).
Sobre la armada ver Die deutsche Seekriegsleitung 1935-1945 3 vols. de Michael
Salewski (Frankfurt, 1970-75), especialmente el vol. 3, y Lage-vortráge des
Oberbefehlshabers der Kriegsmarine vor Hitler 1939 bis 1945 de Gerhard Wagner, ed.
(Munich, 1972).
La abundancia de estudios operativos sobre cualquier aspecto de la guerra
contrasta con la escasez de estudios sobre el carácter general de la Segunda
Guerra Mundial. Los tratamientos básicos incluyen: Decisive Battles of World War II:
The German View de Hans-Adolf Jacobsen y Jürgen Rohwer, eds. (New York, 1965),
The Blitzkrieg Era and the German General Staff, 1865-1941 de Larry H. Addington
(New Brunswick, N.J., 1971) y The German Army de Cooper.
Sobre las campañas entre 1938 y 1940 ver The Change in the European Balance of Power,
1938-1939: The Path to Ruin de Williamson Murray (Princeton, 1984). Estudios más
específicos son The German Campaign in Poland de Robert M. Kennedy (Washington,
D.C., 1956); Fall Gelb: Der Kampfum den deutschen Operations-plan bis zur Westoffensive
1940 de Hans-Adolf Jacobsen (Wiesbaden, 1947), Doku-mente zur Vorgeschichte des
Westfeldzuges 1939-1940 del mismo (Góttingen, 1956); Dokumente zum Westfeldzug 1940
del mismo (Góttingen, 1960) y Reality and Myth: French and German preparations for War,
1933-1940 de R.H.S. Stolfi (Disc, filos., Stanford Univ., 1966). Sobre la campaña
contra Gran Bretaña ver Operation Sea
946 Creadores de la Estrategia Moderna

Lion de Ronald Wheatley (Oxford, 1958); Das Unternehmen 'Seelowe'. Die geplante
deutsche Landung in England de K. Klee (Góttingen, 1958); Dokumente zum Unter-
nehmen 'Seelowe''del mismo (Góttingen, 1953); Hitler Confronts England de Walter Ansel
(Durham, N.C., 1960); The March of Conquest de Telford Taylor (New York, 1958)
y The Breaking Wave del mismo (New York, 1967).
Los acontecimientos del teatro de operaciones de los Balcanes son tratados por
Martin Van Creveld en Hitler's Strategy 1940-1941: The Balkan Clue (Cambridge,
1974); Klaus Olshausen en Zwischenspiel auf dem Balkan: Die deutsche Politik gegenüber
Jugoslawien una Griechenland vom Mai bis Juli 1941 (Stuttgart, 1973) y Paul N. Hehn en
The German Stuggle against Yugoslav Guerrillas in World War II: German Counterinsugency
in Yugoslavaia 1941-1943 (New York, 1979). Sobre el Mediterráneo ver Der
Mitterlmeeraum in Hitler Strategic: 'Programm' una militarisch Planungde Gerhard Schreiber
en Militdrgeschichtliche Mitteilungen 28 (1980), 69-99, el tercer volumen de Das Deutsch
Reich una der Zweite Weltkrieg y Italiens Krie-gaustritt 1943 de]osef Schroder
(Góttingen, 1969). Sobre el teatro de operaciones de África del Norte, ver
Unternehmen Sonnenblume: Der Entschluss zum Afrika-Feldzugde Charles B. Burdick
(Vowickel, 1972); Das Ringen um den Brückenkopf Tunesien 1942/43 de Waldis
Greiselis (Frankfurt, 1976), y el pequeño estudio operativo de A. von Taysen
Tobruk 1941 (Freiburg, 1976).
Es justificado que la guerra contra la Unión Soviética haya atraído la mayor
atención. The Russo-German War 1941-1945 de Albert Seaton (London, 1971),
Russia at War, 1941-1945 de Alexander Werth (New York, 1964) y Stalingrad to Berlin:
The German Defeat in the East de Earl F. Ziemke (Washington, D.C., 1968) son
excelentes introducciones. Además el cuarto volumen de Das Deutsch Reich und der
Zweite Weltkrieg, Der Angriff auf die Sowjetunion, ed. Horst Boog y otros (Stuttgart,
1983) es indispensable. Entre los estudios más específicos se puede consultar Der
Fall Barbarossa de A. Beer (Disc, filos., Münster, 1978); De Duitse aanval of de Sovjet-
Unie en 1941 2 vols. de F.P. ten Korte (Groningen, 1968); Germán Strategy against
Russia, 1939-1941 de Barry Leach (Oxford, 1973); Die Wende vos Moskau: Das
Scheitern der Strategie Hitlers im Winter 1941/42 de Klaus Reinhardt (Stuttgart, 1972);
The Battle for Moscow, 1941-1942 de Albert Seaton (London, 1971); The German
Northern Theater of Operations, 1940-1945 de Earl F. Ziemke (Washington, D.C.,
1959); Stalingrat de Manfred Kehrig (Stuttgart, 1974); Das Gesetz des Handelns: Die
Operation 'Zitadelle', 1943 de Ernst Klink (Stuttgart, 1966); Die Entschlussfassung der
obersten politischen und militarischen Führung des faschistischen Deutschland fur die
Sommeroffensive der Wehrmacht and der sowjetischdeutschen Front 1943 de Wolfgang
Wünsche (Disc. A., Dresden, 1975); Abwehrkampfe am Nordflügel der Ostfron 1944-45
de Hans Meier-Welcker, ed. (Stuttgart, 1963); y Abwehrschlact an der Weichsel 1945
de Heinz Magenheimer (Freiburg, 1976).
The Fall of Fortress Europe, 1943-1945 de Albert Seaton (London, 1981) proporciona
una imagen de los dos útlimos años de la guerra. También trata el tea-
Bibliografía 947

tro de operaciones occidental de la guerra, pero mucho menos que la oriental.


Estudios básicos incluyen Invasión 1944 de Hans Speidel (Tubingen, 1944); The
Atlantic Wall: Hitler's Defenses in the West 1941-1945 de Alan Wilt; Six Annies in Normandy:
From D-Day to the Liberation of Paris, June 6th-August 25th, 1944 de John Keegan
(London, 1964); y Die Ardennen-Offensive 1944/45 de Hermann Jung (Gottingen,
1971).
Se ha prestado mucha atención en la guerra de carros, pero basta con apuntar a
Die Geschichte der deutscher Panzerwaffe 1916 bis 1945 de Walther Neh-ring (Berlín,
1968) y Panzer Battles de Friedrich Wilhelm von Mellenthin (London, 1955).
Sobre la Luftwaffe y la armada consultar Strategy for Defeat: The Luftwaffe, 1933-1945
de Williamson Murray (Maxwell Air Force Base, Ala., 1983); The Air War, 1939-
1945de RichardJ. Overy (New York, 1981); Die deutsche Seekriegsleitung 1935-1945, 3
vols. de Michael Salewski (Frankfurt, 1970-75); y Der Seekrieg 1939 bis 1945 de
Friedrich Ruge (Stuttgart, 1962). Sobre la SS Waffen, ver The Waffen-SS: Hitler's Elite
Guard at War, 1939-1945 de George H. Stein (Ithaca, N.Y., 1966); Hitlers politische
Soldaten: Die Waffen-SS 1933-1945 de B. Wegner (Paderborn, 1982); y The Black Corps:
The Structure and Power Struggles of the Nazi SS de Richard Koehl (Madison, 1983).
Sobre las relaciones político-militares, las mejores obras son: Die Wehrmacht im NS-
Staat: Zeit der Indoktrination de Manfred Messerschmidt (Hamburg, 1969), Das
Heer und Hitler: Armee una nationalsozialistisches Regime 1933-1940 de Klaus-Jürgen
Müller (Stuttgart, 1969) y The German Army and the Nazi Party, 1933-1939 de Robert
J. O'Neill (London, 1966). Aún no se ha escrito un estudio sobre las relaciones
entre el ejército y el régimen nacionalsocialista durante la guerra.
En cuanto al período completo se puede consultar con The Politics of the Prussian
Army de Gordon A. Craig (New York, 1964) y The German Army de Herbert Rosinski
(New York, 1966).

20. IIDDELL HART Y DE GAULLE:


LAS DOCTRINAS DE LOS RECURSOS LIMITADOS Y DE LA
DEFENSA MÓVIL
La narración más clara de la evolución de la estrategia británica entre las guerras
mundiales es la historia oficial de Norman Gibbs Grand Strategy, vol. 1 (London,
1976). Michael Howard proporciona un resumen de los dilemas estratégicos
británicos en el siglo XX en The Continental Commitment (London, 1972). Memoirs,
2 vols., de Basil H. Liddell Hart (London, 1965) debe leerse con atención debido
a su tono de autojustificación y su opinión excesivamente
948 Creadores de la Estrategia Moderna

crítica acerca de los jefes militares británicos, pero describe las características del
ejército entre las guerras. Liddell Hart: A Study of His Military Thought de Brian
Bond (London y New Brunswick, N.J., 1977), el único libro sobre este tema hasta
la fecha, dedica tres capítulos al análisis crítico de las ideas de Liddell Hart en las
décadas de los años 20 y 30. El ensayo sobre Liddell Hart reimpreso por Michael
Howard, The Causes of Wars (London, 1983; 2a ed. Cambridge, Mass., 1984), resalta
la confusión existente en su pensamiento acerca del compromiso Continental. Los
capítulos de Jay Luvaas sobre Fuller y Liddell Hart en The Education of an Army
(London, 1965) aún constituyen una introducción estimulante sobre estos dos
escritores, aunque si alguno tuvo éxito en "educar al ejército" es una pregunta sin
respuesta. 'Boney' Fuller de Anthony Trythall (London, 1977) es una buena
biografía del protagonista. Una buena narración de Fuller y otros abogados
británicos de la mecanización es The Tank Pioneers de Kenneth Macksey (London,
1981). Un excelente resumen de la literatura del planeamiento militar alemán en
1939-1940 se puede encontrar en Conventional Deterrence de John J. Mearsheimer
(Ithaca, 1983). Entre las más importantes memorias y biografías militares se
encuentran Chief of Staff: The Diaries of Lt. Gen. Sir Henry Pownall, vol. 1 de Brian
Bond, ed. (London, 1972); The Ironside Diaries, 1937-1940 de Roderick Macleod y
Denis Kelly, eds. (London, 1962); The Private Papers of Hore-Belisha de RJ. Minney
(London, 1960); y Man of Valour: Field Marshal Lord Gort VC de John Colville
(London, 1972). Otros dos libros que merecen ser mencionados por la luz que
arrojan sobre la confección de la política militar británica son Decision By Default de
Peter Dennis (London, 1972) y British Rearmament and the Treasury, 1932-1939 de
George Peden (Edinburgh, 1978).
Ningún libro documenta por sí solo el desarrollo entre las guerras de la estrategia
francesa. Foch versus Clemenceau: France and German Dismemberment 1918-1919 de
Jere King (Cambridge, Mass., 1960) describe los orígenes de los dilemas de los
años 20 y principios de los años 30. Los temas estudiados más detalladamente son
To the Maginot Line: The Politics of French Military Preparation in the 1920s de Judith M.
Hughes (Cambridge, Mass., 1971) y Defense des frontiéres: Haut commandement,
gouvernement, 1919-1939 de Paul-Emile Tour-noux (Paris, 1960). Las relaciones
entre las autoridades civiles y militares se describen en Máxime Weygand and Civil-
Military Relations in Modern France de Philip C.F. Bankwitz (Cambridge, Mass., 1967)
y son ampliadas en La Républi-que et son arrnee de Paul-Marie de la Gorce (Paris,
1963) y en Une histoire politi-que de I'armee, vol. I, De Pétain a Pétain, 1919-1942 de
Jacques Nobécourt (Paris, 1967). La evolución técnica del ejército francés en estos
años es estudiada más profundamente en L'Armee Francaise de 1919 á 1939, 4
vols. de Francoise-André Paoli (Vincennes, 1970-77), completado por Henry
Dutailly en Les problémes de l'armée de terre francaise, 1935-1939 (Vincennes, 1981). Los
conflictos sobre la mecanización y la doctrina son analizados por Jeffrey Clarke en
Military Technology in Republican France: The Evolution of the French Armored Force,
Bibliografía 949

1917-1940 (Ann Arbor, 1970) y por Ladislas Mysyrowicz en Autopsie d'une défaite
(Lausanne, 1973). Las propias recomendaciones de De Gaulle aparecen en el
primer volumen de su Mémoires de guerre (París, 1954), pero pueden ser consultadas
en su versión original en sus Le fil de l'epée, Vers l'armée de metier, La France et son
armée, y Trois études, este último incorporando su profético Memorándum du 26 Janvier
1940 (París, 1932, 1934, 1938 y 1945 respectivamente). Una evidencia
significativa adicional sobre su pensamiento aparece en su recopilación Lettres,
notes et carnets, vol. 2, 1919-juin 1940 (París, 1980) y en su correspondencia con
Reynaud durante los años 30 publicada en los apéndices de Paul Reynaud, mon pére
de Evelyne Demey (París, 1980). Le probléme militaire franfaise de Reynaud (París,
1937) es otra fuente importante, pero sus posteriores memorias La France a sauvé
l'Europe (París, 1947) contienen una narración exagerada y tendenciosa de sus
disputas y las de De Gaulle con el ejército y debe leerse con precaución. Estudios
sobre la formulación y recepción de las ideas de De Gaulle van desde Charles de
Gaulle: General de France (París, 1944) hasta La doctrine de guerre du General de
Gaulle de Arthur Robertson, Pétain et De Gaulle de Jean-Raymond Tournoux y Le
Colonel De Gaulle et ses blindes de Paul Huard (París, 1959, 1964 y 1980
respectivamente). Los biógrafos de De Gaulle también consideran su influencia
sobre el pensamiento militar. Los ejemplos incluyen a Brian Crozier en De Gaulle:
The Warrior (London, 1967); Bernard Ledwidge en De Gaulle (London, 1982); y
Don Cook en Charles de Gaulle (London, 1984). Además, puede encontrarse más
literatura en las recopilaciones de los oficiales que conocieron al joven De Gaulle
en la Ecole de la Guerre, como André Laffargue, Fantassin de Gascogne (París,
1962) y Georges Loustaunau-Lacau, Mémoires d'un francaise rebelle, 1914-1948 (París,
1948). Las opiniones de los soldados ortodoxos pueden verse en las memorias y
biografías principales, dignas de mención son: Mémoires 3 vols. de Máxime Weygand
(París 1950-57); Servir 3 vols. de Maurice Gamelin (París, 1946-47); Auprés du
Maréchal Pétain: Le chef, lepolitique, l'homme de Alfred Conquet (París, 1970); La guerre
et les hommes de Marie-Eugéne Debeney (París, 1937); Marshal Pétain de Richard
Griffiths (London, 1970); Pétain de Herbert Lottman (New York, 1983); y Le
mystére Gamelin de Pierre Le Goyet (París, 1975). Los razonamientos sobre la
cuidadosa modernización en lugar de un cambio radical pueden encontrarse en Les
lecons de la guerre d'Espagne de J. Duval (París, 1938); Divided and Conquered: The French
High Command and the Defeat of the West, 1940 de Jeffery Gunsburg (Westport, Conn.,
1979); y en los ensayos de Gunsburg, Jean Delmas y Gilbert Bodinier en el Revue
Historique des Armées, na 4 (1979). Por último, el contexto diplomático y
económico del debate sobre las propuestas de De Gaulle puede comprenderse a
través de La decadence, 1932-1939 de Jean-Baptiste Duroselle (París, 1979); Le prix du
réarmement francaise, 1935-1939 de Robert Frankenstein (París, 1982) y en In
Command of France: French Foreign Policy and Military Planning, 1933-1940 de Robert
Young (Cambridge, Mass., 1978).
950 Creadores de la Estrategia Moderna

21. VOCES DESDE EL AZUL DEL CIELO: LOS


TEÓRICOS DEL PODER AÉREO
Entre las obras generales que tratan sobre la historia de la aviación militar se
encuentran las siguientes: Air Power: A Concise History de Robin Higham (New York,
1972); A History of Air Power de Basil Collier (New York, 1974); Aviation: An Historical
Survey from Its Origins to the End of World War II (London, 1970) y Flight Through the Ages
(New York, 1974) ambas de Charles H. Gibbs-Smith; Air Power and Warfare de
Alfred F. Hurley y Robert C. Ehrhart, eds. (Washington, DC, 1979); The Impact of
Air Power (New York, 1959) y Two Hundred Years of Flight in America (San Diego, 1977)
de Eugene M. Emme; In the Cuase of Flight: Technologists of Aeronautics and
Astronautics de Howard S. Wolko (Washington, D.C., 1981); History of Aviation de
John W.R. Taylor y Kenneth Munson (New York, 1978); Flight in America, 1900-1983:
From the Wright Brothers to the Astronauts de Roger E. Bilstein (Baltimore, 1984); e Ideas,
Concepts, Doctrine: A History of Basic Thinking in the Unites States Air Force, 1907-1964
de Robert F. Futrell (Maxwell Air Force Base, Ala., 1971). Cuando se escribió este
libro, el Profesor Futrell había completado el primer borrador sobre la
continuación a su libro que cubrirá la época entre 1965 y 1980. Una excelente
bibliografía reciente es Literature of Aeronautics, Astronautics and Air Power de
Richard P. Hallion (Washington, D.C., 1984). Para una colección de trece ensayos
bibliográficos que tratan sobre Aviation History: The State of the Art en el número
especial de la revista Aerospace Historian 21 ne 1 por su trigésimo aniversario (Marzo,
1984).
Sobre la prehistoria del vuelo, ver Dreams and Realities of the Conquest of the Skies de
Beril Becker (New York, 1967) y The Dream of Flight: Aeronautics from Classical Times to
the Renaissance de Clive Hart (New York, 1972). Narraciones más cortas aparecen en
los primeros capítulos de Air Power and Civilization de MJ. Bernard Davy (London,
1941) y en History of Air Power de Collier. Sobre los desarrollos del siglo XIX y
principios del XX, anteriores a la Primera Guerra Mundial, ver las notas citadas en
las páginas 10-12 de la bibliografía de Hallion.
La historia básica de la aviación militar británica en la Primera Guerra Mundial es
The War in the Air 7 vols. de Walter Raleigh y H.A. Jones. Sobre los bombardeos
contra Inglaterra, ver The Sky on Fire de Raymon H. Fredette (New York, 1966).
Sobre las operaciones de la Fuerza Independiente, ver The War in the Air de Raleigh
y Jones, 6:118-74 y First of the Many: The Story of the Independent Force, RAF de Alan
Morris (London, 1968). También son de utilidad The Origins of Strategic Bombing de
Neville Jones (London, 1973) y A History of Strategic Bombing de Lee Rennet (New
York, 1982). Otras obras importantes que tratan de la aviación en la Primera Guerra
Mundial incluyen: The U.S. Air Service in World War 14 vols. de M. Maurer, ed.
(Washington, D.C., 1978-79); Ideas and Weapons de I.B. Holley, Jr., (New Haven,
1953; repr. Hamden, Conn., 1971 y Washington, D.C., 1983); Hostile Skies de
James J. Hudson (Syracuse, 1968); The Great Air War de
Bibliografía

Aaron Norman (New York, 1968); Aces High: The War in the Air over the Western Front
de Alan Clark (New York, 1973); The Air Weapon, 1914-1916 de John R. Cuneo
(Harrisburg, 1947); German Air Power in World War I de John H. Morrow, Jr.,
(Lincoln, Nebr., 1982); Wings for the Fleet: A Narrative of'Naval Aviation's Early
Development, 1910-1916 de George van Deurs (Annapolis, 1966); The Zeppelin in
Combat: A History of the German Naval Airship Division, 1912-1918 de Douglas
Robinson (Seattle, 1980); Rise of the Fighters: Air Combat in World War I de Richard
P. Hallion (Annapolis, 1984); The First of the Few: Fighter Pilots of the First World War de
Denis Winter (Athens, Ga., 1983); Histoire de I'aviation militaire franfaise de Pierre
Lissarague y Charles Christienne, eds. (Paris, 1980; trad, inglesa realizándose por
el Smithsonian Institution Press); y Canadian Airmen in the First World War de
Sydney F. Wise (Toronto, 1980). Para otras referencias en varios idiomas ver los
ensayos en Aerospace Historian 31 nfi 1 (March, 1984) y en History of Strategic Bombing
de Kennett, 204-205. Para una buena recopilación de libros en lengua inglesa, ver
World War I in the Air: A Bibliography and Chronology de Myron J. Smith, Jr.,
(Metuchen, N.J., 1977).
Para las mejores obras sobre el desarrollo de la aviación entre las guerras, ver
páginas 16-24 de la bibliografía de Richard Hallion mencionada anteriormente.
Las referencias italianas y francesas de Douhet se citan en Makers of Modern
Strategy, ed. Edward Mead Earle (Princeton, 1943), 546. La traducción estándar al
inglés está realizada por Diño Ferrari en The Command of the Air (New York, 1942;
reimp. Washington, D.C., 1983). Este volumen incluye The Command of the Air (c.
1921; ed. rev. 1927); una monografía de 1928; un artículo de la Rivista Aeronáutica; y
el largo ensayo de Douhet sobre The War of 19—, que originalmente apareció en
Rivista Aeronáutica (Marzo, 1930), 409-502. Otras referencias en idioma inglés
sobre Douhet se citan en las notas del capítulo de Bernard Brodie sobre The Heritage
of Douhet en su Strategy in the Missile Age (Princeton, 1959) y en las notas a la
introducción del editor a la reimpresión de 1983 de Command of the Air. A estos debe
añadirse The Life and Thought ofGuilio Douhet de Frank J. Cappeluti (Disc, filos.,
Rutgers University, 1967).
Los escritos más importantes sobre Mitchell probablemente fueron los
publicados en sus numerosos artículos para revistas, la mayoría relacionados en una
lista del Library of Congress, A List of References on Brigadier General William Mitchell
1879-1936 (Washington, D.C., 1942). Sus libros incluyen Our Air Force: The Keystone
of National Defense (New York, 1921), Winged Defense: The Development and Possibilities of
Modem Air Power - Economic and Military (New York, 1925) y Skyways (London y
Philadelphia, 1930). La única biografía fiable sobre Mitchell es Billy Mitchell:
Crusader for Air Power de Alfred F. Hurley (New York, 1964; nueva ed., Bloomington,
1975), que se centra sobre sus ideas. Sobre Trenchard, cuya personalidad cuenta
más que sus ideas, ver Trenchard de Andrew Boyle (London, 1962). Sobre esta
época, la obra The Bombing Offensive against Germany: Outlines and Perspectives de
Noble Frankland (London, 1965) dice mucho en pocas palabras. La obra
contemporánea más relevante sobre la RAF fue Air
952 Creadores de la Estrategia Moderna

Power and Armies de ]ohn Slessor (London, 1936). Slessor continuó siendo, hasta la
década de los años 60, el teórico más elocuente sobre la RAF; como ejemplos, ver su
Strategy for the West (New York, 1954), The Central Blue (London, 1956) y The Great
Deterrent (London, 1957). Sobre bombarderos y política, ver The Shadow of the Bomber:
TheFear of Air Attach and British Politics, 1932-1939'de Uri Bialer (London, 1980).
Importantes obras, en cuanto al desarrollo teórico en los Estados Unidos entre las
guerras, incluyen: Ideas, Concepts, Doctrine de Futrell; The Air Plan That Defeated Hitler
de Haywood S. Hansell, Jr. (Atlanta, 1972); History of the Air Corps Tactical School, 1920-
1940 de Robert T. Finney y The Development of Air Doctrine in the Army Air Arm, 1917-
1941 de Tomas H. Greer (ambos en Maxwell Air Force Base, Ala., 1955); Two Block
Fox: The Rise of the Aircraft Carrier, 1911-1929 de Charles M. Melhorn (Annapolis, 1974);
Foulois and the U.S. Army Air Corps, 1931-1935 dejohn F. Shiner (Washington, D.C.,
1983); y A Few Great Captains: The Men and Events That Shaped the Development of
U.S. Air Power de DeWitt S. Copp (Garden City, N.Y., 1980).
Para una reciente crítica sobre la teoría y doctrina anterior a la guerra, tanto
británica como americana, ver The Prewar Development of British and American Air
Power Doctrine de Williamson Murray, apéndice I a su Strategy for Defeat: The Luftwaffe,
1933-1945 (Maxwell Air Force Base, Ala., 1983), 321-29. Sobre la porción
americana, Murray se apoya en las visiones perceptivas de Thomas A. Fabyani-cen
A Critique of U.S. Air War Planning, 1941-1944 (Disc, filos., St. Louis University,
1973). Sobre Japón entre las guerras, ver The Rise and Fall of the Imperial Japanese Air
Forces de Alvin D. Coox en Air Power and Modern Warfare, ed. A.F. Hurley y R.C.
Ehrhart, págs. 84-97 y las referencias allí citadas; también ver Admiral Isoroku
Yamamoto de Roger Pineau en The War Lords, ed. Michael Carver (Boston, 1976),
390-403. Sobre la aviación naval en general, con énfasis en los Estados Unidos, ver
Writing on Naval Flying de Clark G. Reynolds en Aerospace Historian 31 ns 1 (Marzo,
1984), 21-29. Sobre la Luftwaffe, ver Germanic Air Forces and the Historiography of the Air
War de Horst Boog en Aerospace Historian 31 na 1 (Marzo, 1984), 38-42 y su Higher
Command and Leadership in the German Luftwaffe, 1935-1945 en Air Power and Modern
Warfare ed. Hurley y Ehrhart. Strategy for Defeat de Murray; Arming the Luftwaffe de
Edward L. Homze (Lincoln, Nebr., 1976); y Hitler's Luftwaffe in the Spanish Civil War
de Raymond L. Proctor (Westport, Conn., 1983). Un estudio modelo sobre este
tema, crucial para comprender las capacidades aéreas el día de la víspera de la
Segunda Guerra Mundial, es Most Probable Position: A History of Aerial Navigation to
1941 de Monte Duane Wright (Lawrence, Kans., 1972).
La literatura sobre el poder aéreo en la Segunda Guerra Mundial es tan extensa
que sólo la bibliografía de referencias de lengua inglesa alcanza el volumen de cinco
tomos gruesos; ver Air War Bibliography, 1939-1945 5 vols. de Myron J. Smith, Jr.
(Manhattan, Kans., 1977-82). Puntos de partida sobre las his-
Bibliografía 953

lorias oficiales son: para las Fuerzas Aéreas del Ejército de EE.UU., The Army Air
Forces in World War II, 7 vols. de Wesley Frank Craven y James Lea Cate, eds.
(Chicago, 1948-58); sobre el Mando Bombardero de la RAF, ver The Strategic Air
Offensive against Germany 4 vols. de Sir Charles Webster y Noble Frankland (London,
1961). Para las obras importantes publicadas antes de 1975, ver la bibliografía y las
notas de Strategic Bombing in World War II (New York y London, 1976) del autor de
este ensayo. Entre las mejores contribuciones desde entonces y que aún no han sido
citadas en esta nota están: Decisión over Schweinfurt: The U.S. 8th Air Force Battle for
Daylight Bombing de Thomas M. Coffey (New York, 1977); Bomber Command: The Myths
and Realities of the Strategic Bombing Offensive, 1939-1945 de Max Hastings (London y
New York, 1979); Point of No Return (New York, 1979) y Fortress Without a Roof
(New York, 1982) ambas de Wilbur H. Morrison; Strategic Air War against Japan de
Haywood S. Hansell, Jr. (Maxwell Air Force Base, Ala., 1980); The Air War, 1939-
1945 de Richard J. Overy (New York, 1981), que es la historia de la guerra aérea, en
general, más comprensible en un solo volumen; Pre-invasion Bombing Strategy de W.W.
Rostow (Austin, 1981); Forged in Fire de De Witt S. Copp (New York, 1982); Planning
the American Air War de James C. Gastón (Washington, D.C., 1982); y Air Superiority
in World War II and Korea de Richard H. Kohn y Joseph P. Harahan, eds.,
(Washington, D.C., 1983).
The Fast Carriers de Clark G. Reynolds (Nueva York, 1968) sigue siendo la mejor
obra sobre este tema, pero también debe verse United States Naval Aviation, 1910-
1980 3a ed. de William J. Armstrong y Clarke Van Fleet (Washington, D.C., 1981) y
History of United States Marine Corps Aviation in World War //nueva ed. de Robert L.
Sherrod (San Rafael, Calif., 1980). Entre las mejores narraciones en primera
persona que han aparecido en años recientes están: Nanette de Edwards Park (New
York, 1977); Bomber Pilot de Philip Ardery (Lexington, Ky., 1978); The Fall of Fortresses
de Elmer Bendiner (New York, 1980) y Tumult in the Clouds de James A. Goodson
(New York, 1984).
Sobre el tema de bombardeos masivos de ciudades, tres ensayos cortos son
instructivos: The Evolution of Mass Bombing de Robert C. Batchelder en su The
Irreversible Decision, 1939-1950 (Boston, 1962), 170-89; The Slide to Total Air War de
Michael Sherry en The New Republic de 16 de diciembre de 1985, 20-25; y The Allied
Bombing of Germany, 1942-1945, and the German Response: Dikmmas of Judgement de Earl
R. Beck en German Studies Review 5 na 3 (Octubre, 1982), 325-37. Para un breve
resumen de los esfuerzos anteriores a la guerra de prohibir el bombardeo de
ciudades, ver The First Rules of Air Warfare de Major Richard H. Wyman, USA en Air
University Review 35 ns 3 (Marzo-abril, 1984), 94-102.
La aviación táctica en la Segunda Guerra Mundial aún espera un historiador. Son
de utilidad: Tactical Air Doctrine and AAF Close Air Support in the European Theater,
1944-1945 de William A. Jacobs en Aerospace Historian 27 ne 1 (marzo, 1980), 35-49,
que trata más que lo que implica el título; Army Ground Forces and the Air-Ground
Battle Team, Historical Study No. 35, Army Ground Forces, 1948, de
954 Creadores de la Estrategia Moderna

Kent Roberts Greenfield; Ideas, Concepts, Doctrine de Futrell; y Air Superiority in World
War II and Korea de Kohn y Harahan.
Obras estandard sobre el poder aéreo soviético publicadas desde 1950 incluyen: The
Soviet Air Forcé de Asher Lee (New York, 1950); A History of the Soviet Air Force de
Robert A. Kilmarx (New York, 1962); The Red Falcons de Robert Jackson (New York,
1970); The Soviet Air Force in World War II: The Official History de Ray Wagner, ed. y
Leland Fetzer, trad. (New York, 1973); Soviet Air Power, 1917-1978 de Kenneth R.
Whiting (Maxwell Air Force Base, Ala., 1979) y Soviet Air Power in World War II del
mismo en Air Power and Modern Warfare ed. Hurley y Ehrhart, 98-127; The Soviet Air
Force since 1918 de Alexander Boyd (New York, 1977); Soviet Aviation and Air Power de
Robin Higham y Jacob W. Kipp, eds. (Boulder, 1977); Soviet Air Power in Transitionde
Robert P. Berman (Washington, D.C., 1978); Red Phoenix: The Rise of Soviet Air Power,
1941-1945 de Von Hardesty (Washington, D.C., 1982); The Soviet Air Forces de PaulJ.
Murphy, ed. (Jefferson, N.C., 1984); y Measuring Military Power: The Soviet Air Threat
to Europe de Joshua M. Epstein (Princeton, 1984). Comparar Studies in Soviet Aviation
and Air Power de Jacob W. Kipp en Aerospace Historian 31 nfi 1 (Marzo, 1984), 43-50
con The Soviet Air and Strategic Rocket Forces, 1939-1980: A Guide to Sources in English de
Myron J. Smith, Jr. (Santa Barbara, Calif., 1981). Cada año, el número del mes de
marzo de la revista Air Force Magazine está dedicado a actualizar todo lo que se
conoce de las fuerzas aéreas soviéticas.
Para literatura relativa al poder aéreo en relación a las armas nucleares, ver la
nota bibliográfica para el ensayo de Lawrence Freedman en este libro. Para las
mejores narraciones sobre el poder aéreo convencional entre 1950 y 1982, ver Air
Power in the Nuclear Age de J.J. Armitage y R.A. Mason (Champaign, 111., 1983) y las
referencias allí citadas. El más largo y el más extenso "laboratorio" sobre poder
aéreo hasta la fecha, la experiencia americana en Indochina desde 1960 hasta
1975, aún espera un historiador, ya que la evidencia documentada está
clasificada. Para obras en lengua inglesa publicadas hasta diciembre de 1977, ver
Air War Southeast Asia, 1961-1973 de Myron J. Smith, Jr. (Metuchen, N.J., 1979).
Un suplemento útil a la bibliografía de Smith es The Wars in Vietnam, Cambodia, and
Laos, 1945-1982: A Bibliographic Guide de Richard Dean Burns y Milton Leitenberg
(Santa Barbara, Calif., 1984); especialmente el capítulo 7. Air Power in Three Wars
de Momyer proporciona las opiniones de un comandante aéreo americano. Air
Power in the Nuclear Age de Armitage y Masón contiene un valioso capítulo
introductorio. The Air War in Indochina de Raphael Littauer y Norman Uphoff, eds.
(Boston, 1972) es muy crítico. La USAF Office of Air Force History ha publicado,
al menos, seis volúmenes de su colección titulada The United States Air Force in
Southeast Asia; están relacionadas, junto con otras referencias, en Published Air Force
History: Still on the Runway de Michael Corn y Charles J. Gross en Aerospace Historian
31 n° 1 (Marzo, 1984), 30-37. Algo sobre Indochina puede encontrarse en Air
Superiority in World War II and Korea de Kohn y Harahan. Para el poder aéreo naval
en Vietnam, ver A Select Biblia-
Bibliografía 955

graphy of the United States Navy and the Southeast Asian Conflict, 1950-1957 ed. rev. del
Naval Historical Center (Washington, D.C., Noviembre, 1983).
Finalmente, aunque la tecnología del poder aéreo, especialmente la electo-nica,
puede verse en Readings in Air Power de R.A. Mason (Bracknell, England, 1980), un
capítulo del cual ofrece un breve resumen del desarrollo contemporáneo de la
tecnología y su posible implicación en la aplicación futura al poder aéreo. Masón
(con Armitage) amplía esto en el capítulo 9 de Air Power in the Nuclear Age. Dos
ensayos provocativos sobre el potencial de vehículos pilotados a distancia son: World
Without Man de John S. Sanders en Defense and Foreign Affairs ed. de la Exhibición
Aérea de París (1981) y Bringing'em Back Alive de Michael C. Dunn en Defense and
Foreign Affairs (Mayo, 1984), 25-27.

22. LA CREACIÓN DE LA ESTRATEGIA SOVIÉTICA


Existe abundante material sobre la evolución de la estrategia soviética; hay algunas
obras excelentes en inglés y los soviéticos han producido numerosa literatura sobre
el tema. Las fuentes soviéticas deben utilizarse con un claro entendimiento de las
condiciones políticas prevalentes de la época. Por ejemplo, para alcanzar una
visión del papel de Josef Stalin, no se debe depender de las obras anteriores a
1956, las cuales le elogian, ni de las obras escritas durante el mandato de
Khrushchev. Teniendo esto en cuenta, se encuentra muy útil la historiografía
soviética en multitud de temas.
En cuanto a la historia de la política interior y exterior de la Unión Soviética, se
puede obtener en la excelente obra Expansion and Coexistence, 2- ed. de Adam Ulam
(Cambridge, Mass., 1974). La historia del Partido Comunista Soviético es descrita por
Leonard Shapiro en The Communist Party of the Soviet Union. El pensamiento de Karl
Marx y de Friedrich Engels sobre el ejército se puede encontrar en la recopilación
de sus obras. Las más útiles incluyen Anti-Dühring de Friedrich Engels sobre papel
de la fuerza en la historia, trad, de Emile Burns y ed. C.P. Dutt (New York, 1939) e
Izbrannye voennye proizvedeniia de Engels (Moscow, 1957). Detalles sobre el problema
de la naturaleza contrarrevolucionaria existente en las fuerzas armadas pueden
encontrarse en la lectura de The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte en la obra
Selected Works de Karl Marx y Friedrich Engels (New York, 1974).
La mejor fuente sobre la creación del Ejército Rojo es The Soviet High Command de
John Erickson (New York y London, 1962). Las obras soviéticas sobre esta época
incluyen Kak voorazhalas' revoliutsiia, 3 vols. de L.D. Trotsky (Moscow, 1925) y una
narración menos apasionada es Organizatsiya i stroitel'stvo sovetskoi armii v period
inostrannoi interventsii i grazhdanskoi voiny de N.I. Shatagin (Moscow, 1954). La campaña
polaca es descrita en un excelente estudio soviético realizado por N.E. Kakurin y
V.A. Melikov bajo el título Vaina s belopolyak-
956 Creadores de la Estrategia Moderna

hami (Moscow, 1925). Un número de obras anteriores sobre el Ejército Rojo


siguen siendo valiosas. Estas incluyen The Military Strength of the Powers de Max
Werner (New York, 1939) y The Growth of the Red Army de D. Feodotoff-White
(Princeton, 1943).
El estudio más valioso sobre la evolución del pensamiento militar soviético es
Soviet Military Doctrine de Raymond Garthoff (Santa Monica, Calif., 1954). Son pocas
las obras en inglés específicas sobre el impacto de la guerra civil sobre el
pensamiento soviético; la más útil es el libro de John Erickson. Sin embargo, los
soviéticos han escrito mucho sobre el tema. Un libro interesante es V.I. Lenin I
krasnaia armiia de S.I. Aralov (Moscow, 1958). Las fuentes principales sobre los
debates Trotsky-Frunze incluyen la colección de obras de Frunze, Sobranie sochi-nenii,
ed. A.S. Bubnov (Moscow, 1927) y las numerosas ediciones de la selección de obras
Izbrannye proizvedeniia (Moscow, 1934, 1950, 1957 y 1965). Un libro útil en inglés
sobre el pensamiento de Mikhail Frunze y los debates es Frunze: The Soviet
Clausewitz: 1885-1925 de Walter Darnell Jacob (The Hague, 1969). Ver también
The Character of Operations of Modern Armies (Moscow, 1929); War as a Problem of
Military Struggle de Mikhail Tukhachevsky en el Great Soviet Encyclopedia, vol. 12 (1934);
Mogz armii de Boris Shaposhnikov (Moscow, 1927) y Strate-gz'zade A.A. Svechin
(Moscow, 1927).
El período de finales de los años 20 se narra en algunos de los libros soviéticos
disponibles. Por ejemplo ver la reciente colección de ensayos cortos editados por
LA. Korotkov, Istmia sovetskoi voennoi mysli: Kratki ocherk 1917 iyun-1941 (Moscow,
1980). Storitel'stvo vooruzhenniykh sil'de I. Tyuschkevich (Moscow, 1980) también es
una obra detallada, actual y desapasionada. Voprosy strategü i operativnogo iskusstva v
sovetskikh vonnykh trudakh 1917-1940 editada por A.B. Kadishev es excelente y algo
más técnica (Moscow, 1965). La literatura biográfica de esta época también es de
utilidad; especialmente informativa es Tukha-chevskii: biograficheskii ocherk de
LevNikulin (Moscow, 1964).
La Segunda Guerra Mundial es la experiencia dominante en la historia militar
soviética y como tal es el tema principal de una enorme y creciente literatura. La
obra en seis volúmenes Istoriya velikoi otechestvennoi voiny Sovetskogo Soyuza (Moscow,
1955) es la historia oficial. El Estado Mayor también ha producido un número de
historias que son menos polémicas, incluyendo Vtoraya mirovaya vaina 1939-1945,
editada por Lt. General S.P. Platonov y Col. I.V. Parotkhin (Moscow, 1960).
También existe una gran cantidad, aunque algo difusa, de literatura de memorias.
La obra de dos volúmenes de S.M. Shtemenko Generalnii stab v gody voiny
(Moscow, 1973) es un buen ejemplo. Está disponible en inglés bajo el título The
General Staff in the Years of the War (New York, 1976). Los mejores libros en lengua
inglesa incluyen las obras épicas de John Erickson The Road to Stalingrad (New York,
1975) y The Road to Berlin (New York, 1983).
La evolución y el desarrollo del sistema militar soviético está brillantemente descrito
en la obra Commissars, Commanders, and Civilian Authority: The Structure
Bibliografía 957

of Soviet Military Politics de Timothy Colton (Cambridge, Mass., 1979) que abarca
todos los períodos de la historia militar soviética.

23. LA ESTRATEGIA ALIADA EN EUROPA, 1939-1945

La literatura que trata la estrategia aliada durante la Segunda Guerra Mundial es


voluminosa, variada y repartida entre fuentes oficiales y no oficiales. Entre las más
valiosas fuentes secundarias están las series históricas multivolu-men patrocinadas
oficialmente, basadas en las colecciones masivas de los informes principales de los
archivos nacionales de Gran Bretaña y los Estados Unidos, y producido por los
despachos históricos oficiales de esos países después de la guerra. Especialmente útil
por parte británica son los volúmenes de la subse-rie de Grand Strategy de la History of
the Second World War, United Kingdom Military Series, editada por J.R.M. Butler. Obras
similares sobre la estrategia americana, tal y como surgió en Washington, los teatros
de operaciones fuera de EE.UU. y en reuniones internacionales se encuentran en la
serie U.S. Army in World War II editada por Kent R. Greenfield, en la serie History of
U.S. Naval Operations in World War II producida por Samuel E. Morison y en la serie
Army Air Forces in World War //editada por Wesley F. Craven y James L. Cate.
Las biografías y memorias de los principales jefes políticos y militares, británicos y
americanos, contienen información valiosa pero, naturalmente, varían en la
calidad. Del lado británico, los volúmenes de la serie de Winston S. Churchill The
Second World War, basados en material primario y en sus recopilaciones, son de gran
valor para el estudio de la estrategia y política de la guerra. Desafortunadamente, el
Presidente Franklin D. Roosevelt no dejó sus memorias. La correspondencia de
Churchill y Roosevelt ha sido recopilada en Churchill and Roosevelt, The Complete
Correspondence 3 vols., ed. Warren F. Kimball (Princeton, 1984). La literatura
secundaria sobre el liderazgo de Roosevelt en la guerra sigue aumentando. Roosevelt
and Hopkins: An Intimate History ed. rev. de Robert E. Sherwood (New York, 1950),
una narración de primera mano, que sigue siendo uno de los libros publicados más
útiles sobre la estrategia y la política en tiempo de guerra. Para un análisis del
papel y de la política de Roosevelt en tiempo de guerra, ver Mr. Roosevelt's Three
Wars: FDR as War Leader de Maurice Matloff en Harmon Memorial Lecture in Military
History, n° 6 de la United States Air Force Academy (Colorado, 1964) y el ensayo del
mismo autor Franklin Roosevelt as War Leader en Total War and Cold War, ed. Harry L.
Coles (Columbus, 1962). Para obtener una buena idea acerca del liderazgo
americano en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo las relaciones del
Presidente con sus asesores militares y sus victorias y fracasos, ver el ensayo The Limits
of Tradition: American Leadership in World War II Reconsidered de Maurice Matloff en
The Second
958 Creadores de la Estrategia Moderna

World War as a National Experience ed. Sidney Aster (Ottawa, 1981). Un valioso
tratamiento de la estrategia y política americana, vista por el secretario de la
guerra, se encuentra en la narración de Henry L. Stimson y McGeorge Bundy bajo
el título On Active Service in Peace and War (New York, 1948). The Strange Alliance de
John R. Deane (New York, 1947) sigue siendo una buena narración testigo de las
colaboraciones anglo-americanas y soviéticas en tiempo de guerra. Narraciones
útiles de los miembros en tiempo de guerra de la Junta de Jefes de Estado Mayor
son las memorias del General Henry H. Arnold, el Almirante Ernest J. King y el
Almirante William D. Leahy. El General George C. Marshall, el Jefe del Estado
Mayor del Ejército, no dejó memorias de su servicio en tiempo de guerra, pero la
biografía multivolumen de Forrest C. Pogue, basada en recursos de primera y
segunda mano y numerosas entrevistas con él, ofrece una parte importante de la
historia.
Para ampliar la información del planeamiento estratégico americano anterior a
1941, ver Chief of Staff: Prewar Plans and Preparations de Mark S. Watson (Washington,
D.C., 1950), en especial los capítulos 1-5 y 10 en la serie oficial de U.S. Army in
World War II; Strategic Planning for Coalition Warfare, 1941-1942 de Maurice Matloff y
Edwin M. Snell (Washington, B.C., 1953), capítulos 1 a 3; The American Approach to
War, 1919-1945 de Maurice Matloff en The Theory and Practice of War, ed. Michael
Howard (London, 1965); y Prewar Military Plans and Preparations, 1939-1941 de Maurice
Matloff en United States Naval Institute Proceedings 79 (Julio, 1953).
Sobre el desarrollo del Plan Bolero y la decisión de Torch, ver Strategic Planning/or
Coalition Warfare, 1941-1942 de Matloff y Snell, capítulos 8, 12 y 13; Roosevelt and
Hopkins de Sherwood, capítulos 23 y 25; On Active Service in Peace and War de Stimson
y Bundy, capítulo 17; y The Hinge of Fate de Winston S. Churchill (Boston, 1950),
libro 1, capítulos 18 y 22 y libro 2, capítulo 2.
El debate durante la guerra sobre la estrategia anglo-americana es tratadoa con
detalle en Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de Maurice Matloff
(Washington, D.C., 1953); Grand Stragegy de Michael Howard, vol. 4, Agosto 1942-
Septiembre 1943 (London, 1972); Grand Strategy de John Ehrman, vol. 5, Agosto
1943-Septiembre 1944 (London, 1956); The Hinge of Fate y Closing the Ring de
Churchill (Boston, 1951). Los libros de Michael Howard yjohn Ehrman son parte de
la History of the Second World Warde la serie militar del Reino Unido.
Detalles de la discusión sobre la Conferencia de Teherán pueden encontrarse en el
Closing the Ring de Churchill, capítulos 4, 5 y 6; Roosevelt and Hopkins de Sherwood,
capítulo 23; Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de Matloff, capítulo
16; y en Grand Strategy de Ehrman, vol. 5, capítulo 4. Ver también The Conferences
at Cairo and Teheran, 1943 del U.S. Department of State (Washington, D.C., 1961).
Detalles sobre el debate anglo-americano en los primeros meses de 1944 son
descritos en Strategic Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de Matloff, capitu-
Bibliografía 959

los 18 y 21; Cross-Channel Attack de Gordon A. Harrison (Washington, B.C., 1951),


capítulo 5 y en The Supreme Command de Forrest C. Pogue (Washington, D.C.,
1954), capítulos 6 y 12, ambos libros en la serie oficial U.S. Army in World War II;
Grand Strategy de Ehrman, vol. 5, capítulos 6, 7 y 9; Closing the Ring, capítulo 11 y
Triumph and Tragedy, capítulo 4, ambos de Churchill (Boston, 1953). Para un
análisis de la última fase del debate sobre la estrategia europea, ver The Anvil
Decision: Crossroads of Strategy de Maurice Matloff en Command Decisions, ed. KentR.
Greenfield (Washington, B.C., 1960).
Para una historia detallada de la estrategia y el planeamiento americano para la
guerra en el Pacífico, ver Strategy and Command, The First Two Years de Louis Morton
(Washington, D.C., 1961); Campaign in the Marianas de Philip A. Growl
(Washington, B.C., 1959); Triumph in the Philippines de Robert Ross Smith
(Washington, B.C., 1963), todos los volúmenes en la serie U.S. Army in World War
II; Aleutians, Gilberts and Marshalls, New Guinea and the Marianas y Victory in the Pacific,
vols. 7, 8 y 14, de Samuel E. Morison (Boston, 1951-60) en la serie History of U.S.
Naval Operations in World War II; y Command Decisions de Greenfield, capítulos 11 y 21.
Muy útil sobre la política y las relaciones americanas con la Unión Soviética son las
referencias de dos documentales: The Entry of the Soviet Union into the War against
Japan: Military Plans 1941-1945, Bepartment of Béfense Press Release, Septiembre,
1955; y The Conferences at Malta and Yalta, 1945 del U.S. Bepartment of State
(Washington, B.C., 1955). Para el análisis de las relaciones político-militares
americanas con la Unión Soviética durante la guerra contra Japón y Alemania
respectivamente, ver The United States, the Soviet Union, and the Far Eastern War, 1941-
1945 de Ernest R. May en el Pacific Historical Review 24 (Mayo, 1955); y The Soviet
Union and the War in the West de Maurice Matloff en el United States Naval Institute
Proceedings 82 (Marzo, 1956).

24. LAS ESTRATEGIAS AMERICANA Y JAPONESA EN


LA GUERRA DEL PACÍFICO
En general, la literatura en lengua inglesa sobre las estrategias americana y
japonesa anterior y durante la guerra de 1941-1945 se ha visto caracterizada por
un énfasis en el período anterior a la guerra, especialmente a los aspectos diplo-
máticos y estratégicos navales; y por una casi total carencia de traducción de
estudios importantes de estudiosos japoneses (ni hay planes para una edición en
inglés de la historia de la guerra en múltiples volúmenes de la Japan Self-Befense
Agency).
Para la época desde la Primera Guerra Mundial hasta Pearl Harbor, los mejores
libros son Power in the Pacific: The Origins of Naval Arms Limitation, 1914-
960 Creadores de la Estrategia Moderna

1922 de Roger Dingman (Chicago, 1976); After Imperialism: The Search for a New Order
in the Far East, 1921-1933 de Akira Iriye (Cambridge, Mass., 1965); The United States
and the Far Eastern Crisis of 1933-1938 de Dorothy Borg (Cambridge, Mass., 1964); Race
to Pearl Harbor: The Failure of the Second London Naval Conference and the Onset of World
Warllde Stephen E. Pelz (Cambridge, Mass., 1974); Pearl Harbor as History: Japanese-
American Relations, 1931-1941 de Dorothy Borg y Shumpei Okamoto, eds. (New
York, 1973); Tojo and the Coming of the War de Robert J.C. Butow (Princeton, 1961) y
At Dawn We Slept: The Untold Story of Pearl Harbor de Gordon W. Prange y otros (New
York, 1981).
Tres obras recientes son las mejores sobre las estrategias nacionales americana y
japonesa durante la Segunda Guerra Mundial: Power and Culture: The Japanese-
American War, 1941-1945 de Akira Iriye (Cambridge, Mass., 1981), el punto de
partida para un estudiante; Allies of a Kind: The United State, Britain, and the War
against Japan, 1941-1945 de Christopher Thorne (New York, 1978), un análisis; y The
U.S. Crusade in China, 1938-1945 de Michael Schaller, un examen provocativo sobre
un tema del que queda mucho por escribir.
No existe ningún único volumen sobre las estrategias militares japonesa y
americana, o aliada en la guerra del Pacífico. Estudios perceptivos pero breves
sobre la estrategia militar anglo-americana son American Strategy in World War II: A
Reconsideration de Kent R. Greenfield (Baltimore, 1963); y Strategy and Compromise de
Samuel E. Morison (Boston, 1958).
Todas las historias oficiales americana, británica, australiana, neocelandesa e
india sobre la Segunda Guerra Mundial contienen tomos sobre la guerra con
Japón, algunas dedican secciones valiosas a la estrategia. Sin embargo, se da
mayor énfasis a las operaciones. La serie del Reino Unido incluye un volumen
sobre la política exterior británica y tres sobre la estrategia que contienen
muchos datos sobre la realización de la estrategia americana para el Pacífico.
Dos volúmenes que son indispensables sobre la estrategia militar americana en la
guerra contra Japón son Strategy and Command: The First Two Years de Louis
Morton, en United States Army in World War II: The War in the Pacific (Washington,
D.C., 1962); y The History of the Joint Chiefs of Staff in World War II: The War
against Japan de Grace P. Hayes (Annapolis, 1982), que fue completada en 1953.
Más volúmenes en la serie del United States Army in World War II que
contienen mucha información sobre la evolución de la estrategia militar de
EE.UU. en el conflicto del Pacífico son Strategic Planning for Coalition Warfare,
1941-1942 de Maurice Matloff y Edwin M. Snell (Washington, D.C., 1953); Strategic
Planning for Coalition Warfare, 1943-1944 de Maurice Matloff (Washington, D.C.,
1959); Global Logistics and Strategy, 1940-1943 de Richard M. Leighton y Robert W.
Coakley (Washington, D.C., 1955); y Global Logistics and Strategy, 1943-1945 de
Robert W. Coakley y Richard M. Leighton (Washington, D.C., 1968). Los tres
primeros volúmenes de Reports of General MacArthur, 4 vols. de Charles A.
Willoughby (Washington, D.C.,
Bibliografía 961

1966), cubren tanto la estrategia y táctica americana como japonesa en las


operaciones del Sudeste del Pacífico.

25. LAS DOS PRIMERAS GENERACIONES DE


ESTRATEGAS NUCLEARES
Además de Evolution of Nuclear Strategy del autor de este ensayo (London, 1981),
hay un gran número de historias generales de la estrategia nuclear. Nuclear
Strategy in a Dynamic World de Donald Snow (University, Ala., 1981) proporciona un
buen resumen. The Nuclear Question de Michael Mandelbaum (Cambridge y New
York, 1979) es una historia no totalmente satisfactoria, concentrándose demasiado
en la época Kennedy; por el contrario, su The Nuclear Revolution (Cambridge y New
York, 1981) es mucho más sustancial y contiene opiniones más interesantes sobre
los cambios del sistema internacional como resultado de la llegada de armas
nucleares. The Wizards of Armageddon: Strategists of the Nuclear Age de Fred Kaplan
(New York, 1983) es anecdótico y contiene mucho sobre los propios estrategas
nucleares, especialmente los involucrados en la Rand Corporation. Desde una
perspectiva completamente distinta, Colin Gray en su Strategic Studies and Public
Policy (Lexington, Ky., 1982) proporciona una crítica del papel de los estudios
estratégicos americanos. El más impresionante sobre el desarrollo de la política
estratégica de EE.UU. ha sido realizado por David Alan Rosenberg. Su The Origins of
Overkill: Nuclear Weapons and American Strategy, 1945-1960 en International Security 7 ne
4 (Primavera, 1983) es muy importante.
La primera gran obra académica sobre estrategia nuclear fue editada por Bernar
Brodie, The Absolute Weapon (New York, 1946). Su Strategy in the Missile Age
(Princeton, 1959) fue el primer libro de texto sobre este tema y continua siendo
una valiosa introducción. Brodie se desencantó cada vez más de los desarrollos en el
pensamiento estratégico. Esto se refleja en su Escalation and the Nuclear Option
(Princeton, 1966) y en una colección de ensayos titulada War and Politics (London,
1973).
La imagen pública de los estrategas nucleares fue encabezada por la gran figura
que fue Hermán Kahn. Su primer libro, basado en una famosa serie de
conferencias, fue On Thermonuclear War (Princeton, 1960). El segundo, con el
título como respuesta a la crítica del primero, fue Thinking about the Unthinkable
(New York, 1962). El tercero, y seguramente el mejor, fue On Escalation: Metaphors
and Scenarios (New York, 1965).
Probablemente, Thomas Schelling ha tenido la influencia más duradera en cuanto
al marco conceptual en el que se suelen comprender los temas nucleares, y sus
escritos tienen mucha visión. Los dos más conocidos son The Strategy of
962 Creadores de la Estrategia
Moderna

Conflict (New York, 1960) y Arms and Influence (New Haven, 1966). Menos conocido,
pero una útil exposición, es un folleto publicado por el Institute for Strategic
Studies en Londres en junio de 1965 bajo el título Controlled Response and Strategic
Warfare: Strategy and Arms Control (New York, 1962), escrito en colaboración con
Morton Halperin, que proporciona una discusión sobre el concepto del control
de las armas.
Albert Wohlstetter ha utilizado una gran influencia en el desarrollo del
pensamiento estratégico contemporáneo, especialmente con su relación en
cuanto a hacer política. No ha escrito ningún libro extenso, pero ha contribuido
con un número de artículos significativos. El más importante es The Delicate Balance
of Terror en Foreign Affairs 37 ne 2 (Enero, 1959). Dos artículos publicados en números
sucesivos del Foreign Policy son Is There a Strategic Arms Race? y Rivals but No Race
(Verano y Otoño, 1974) ha tenido un gran impacto sobre el debate público.
Estos escritores se hicieron famosos durante la "época dorada" de los estudios
estratégicos contemporáneos, que duró desde mediados de los años 50 hasta
mediados de los años 60. Otras obras de la época fueron Military Policy and National
Security de William Kaufmann, ed. (Princeton, 1956), Limited War: The Challenge to
American Strategy de Robert Endicott Osgood (Chicago, 1957) y Nuclear Weapons
and Foreign Policy de Henry Kissinger (New York, 1957). Estos fueron escritos como
respuesta a lo que se suponía eran las deficiencias de la política de "respuesta
masiva". Otro libro importante de esta época fue Deterrence and Defense de Glenn
Snyder (Princeton, 1961).
Después de este período, los análisis más importantes sobre los temas estratégicos
nucleares solían proceder de los secretarios de defensa americanos. Robert
McNamara, en especial, marcó los términos a debatir durante muchos años,
tanto durante su mandato en el Pentágono, desde 1961 hasta 1968 como
después. Sus ideas básicas están recopiladas en el ensayo desarrollado de sus dis-
cursos anuales ante el Congreso pero que fueron publicados después de su
mandato: The Essence of Security: Reflections in Office (London, 1968). James Schle-singer
fue el primer estratega que se convirtió en secretario de defensa. Sus pre-
sentaciones al Congreso de principios de 1974 y 1975 demuestran su intento de
reorientar la estrategia de EE.UU., apartándola de las ideas de McNamara. Este
intento continuó a finales de los años 70, bajo la administración Cárter. Por
ejemplo, ver The Counervaüing Strategy de Walter Slocombe en el International
Security 5 tí* 4 (Primavera, 1981).
Entre los estrategas académicos que intentan apartar la política de EE.UU. aún
más alia de la de McNamara, el más activo ha sido Colin Gray. Un artículo que
consiguió una atención considerable y escrito con Keith Payne fue Victory is Possible
en Foreigh Policy nB 39 (Verano, 1980). Un ejemplo de la reacción a este tipo de
argumentos, y basado firmemente en los conceptos de la "época dorada", es The
lUogic of American Nuclear Strategy de Robert Jervis (Ithaca, 1984).
Bibliografía

26. LA GUERRA CONVENCIONAL EN LA ERA


NUCLEAR
La literatura que trata la teoría de cómo pueden o deben ser llevadas a cabo
las guerras con fuerzas convencionales en la era nuclear es amplia. Las mentes de
aquellos que han pensado y escrito sobre la guerra desde 1945 se han visto,
naturalmente, influenciados por los problemas surgidos por las armas
nucleares. Hay un amplio campo de la literatura sobre este tema, en el cual las
operaciones convencionales suelen ser consideradas como una fase de, o adjunta
a, aquellas que incluyen armas nucleares y se presta poca atención a cómo fueron
conducidas. Hubo una tendencia, especialmente a finales de los 50 y principios
de los 60, a pensar que la única forma de guerra convencional que podría suceder
bajo la sombra de las armas nucleares era un tipo de guerra de guerrillas.
Basil H. Liddell Hart fue una excepción. Su Defence of the West (London, 1950) y
Deterrent or Defence (London, 1960) son libros importantes, ambos son colecciones
de ensayos o conferencias que tratan de la forma que podrían tomar las guerras
y cómo deben organizarse las fuerzas para luchar en ellas. La necesidad de
eludir el ser atrapados por las armas nucleares y de tener fuerzas armadas
capaces de librar guerras limitadas con ellas también fue tratado por Robert E.
Osgood en su libro importante Limited War (Chicago, 1957) y por el General
Maxwell D. Taylor, el autor de la respuesta flexible, en su The Uncertain Trumpet
(New York, 1959). Otras contribuciones importantes a la discusión de aquel
tiempo fueron Limited War in the Nuclear Age de Morton H. Halperin (New York y
London, 1963) y su posterior Contemporary Military Strategy (Boston, 1967). The
Necessity for Choice de Henry Kissinger (London, 1960) es importante en cuanto al
cambio de sus opiniones sobre la guerra limitada que había dado en su Nuclear
Weapons and Foreign Policy (New York, 1957).
Una opinion militar británica típica de la época se describe en Global Strategy de
EJ. Kingston-McClughry (London, 1957). Una más teórica de los franceses en The
Great Debate de Raymond Aron (New York, 1965) y en los libros importantes del
General André Beaufre An Introduction to Strategy (París, 1963; London, 1965) y
Strategy of Action (Paris, 1966; London, 1967). Colecciones valiosas de ensayos,
algunas de las cuales tratan de los aspectos teóricos de la guerra convencional
en la era nuclear, pueden encontrarse en Problems of Modern Strategy, editada por
Alastair Buchan para el International Institute of Strategic Studies (London, 1980);
Arms and Stability in Europe, editado por Alastair Buchan y Philip Windson para
el mismo instituto y conjuntamente con Le Centre d'Etudes de Politique
Etrangére y Die Deutsche Gesellschaft für Auswártige Politik (London, 1963); La
securité de l'Europe dans les années 80, editado por Pierre Lellouche para el Instituí
Francais des Reía-
Creadores de la Estrategia Moderna

tions Internationaux (París, 1980); y New Directions in Strategic Thinking, editado por
Robert O'Neill y D.M. Homer (London, 1981). Limited War Revisited de Robert
Osgood (Boulder, 1979) ajustó sus opiniones a la vista del final de la Guerra de
Vietnam, y tanto Modern Warfare de Shelford Bidwell (London, 1973) como Military
Theory de Julian Líder (New York, 1983) ofrecen un repaso de la guerra.
El propio War since 1945 del autor (London, 1980; New York, 1981) describe y comenta
los conflictos convencionales tratados en este ensayo y proporciona una bibliografía
total acerca de ellos.
El problema particular de la defensa convencional en Europa Occidental está
cubierta por un gran número de folletos, artículos y libros, siendo los más útiles: A
conventional Strategy for the Central Front in NATO, informe de un seminario en el Royal
United Services Insitute, London, 1975; Needed -Preparation/or Coalition War de
Robert Komer, Informe Rand, Agosto, 1976; Armed Forces in the NATO Alliance de
Ulrich de Maiziére, Georgetown University, 1976; The Wrong Force for the Right
Mission, editado por Goebel, Queen's University, Ontario, 1981; Central Region: Forward
Defense de Freeman, U.S. National Defense University, 1981; Conventional Forces and the
European Balance de Ian Bellany y otros, Lancaster University, 1981; y Defence of Central
Europe-the Challenge of the 1980s del General Ferdinand von Senger u. Etterlin en el
Fifteen Nations edición especial, nB 2 (1981). Strengthening Conventional Deterrence in
Europe un informe del European Security Study (London y New York, 1983),
proporciona un asesoramiento reciente e incorpora documentación útil de
expertos en distintos aspectos del tema. Not Over by Christmas de P. Griffith y E.
Dinter (Chichester, 1983) proporciona una visión menos ortodoxa.
Hay mucha literatura sobre la perspectiva soviética. Aquellos que deseen leer la
prosa del material original pueden leer Soviet Military Strategy de Marshal Vasili
Sokolovskiy (New York, 1975); Selected Readings from Soviet Military Thought, 1963-1973
editado por Joseph Douglas y Amoretta Hoeber (Arlington, Va., 1980); o The Soviet
Art of War de Harriet F. Scott y William F. Scott (Boulder, 1982). Una serie de
ensayos puede encontrarse en Soviet Military Thinking editado por Derek Leebaert
(Cambridge, Mass., y London, 1981); Soviet Military Power and Performance editado por
John Erickson y E.J. Feucht-wanger (London, 1979); y Soviet Strategy editado por
John Baylis y Gerald Segal (London, 1981). Los artículos de Chrisopher Donnely
sobre varios aspectos del tema se encuentran en el International Defense Review (vol. II,
n9 9, 1978; vol. 12, n2 7, 1979; vol. 14, nQ 9, 1981; vol. 15, n9 9, 1982) son de gran
calidad, como también lo es la contribución de Donnelly y otros a la segunda parte
de Strengthening Conventional Deterrence in Europe. El mejor libro que abarca todo el
tema es Soviet Military Strategy in Europe de Joseph D. Douglass (New York, 1980).
Bibliografía

27. LA GUERRA REVOLUCIONARIA


La literatura sobre este tema es muy numerosa, incluso las bibliografías que tratan
la guerra revolucionaria son muy extensas. Ejemplos recientes son The Secret Wars:
A Guide to the Sources, 3 vols. de Myron J. Smith Jr. (Santa Barbara, Calif., y Oxford,
1980), que trata sólo del período 1939-1980; Modern Revolutions and Revolutionists de
Robert Blackey (Santa Barbara, Calif., 1976); The Literature of Terrorism: A Selected
Annotated Bibliography de Edward F. Micholus (Westport, Conn., 1980); y Vietnam War
Bibliography de Christopher L. Sugnet y otros (Lexington, Mass, y Toronto, 1983).
Otras obras más amplias son: War in the Shadows: The Guerrilla in History, 2 vols. de
Robert Asprey (Garden City, N.Y., 1975) y la trilogía de Walter Laquer: Guerrilla
(Boston, 1976), The Guerrilla Reader: A Historical Anthology (Philadelphia, 1977) y
Terrorism (Boston, 1977). En Challenge and Response in Internal Conflict 3 vols. de D.M.
Condit, Bert H. Cooper, Jr. y otros, eds. (Washington, D.C.., 1967) se tratan
cincuenta y siete casos históricos. Un esfuerzo por tratar el tema amplia y
sistemáticamente es Internal War, Problems and Approaches de Harry Eckstein, ed.,
(New York, 1964).
Los escritos de Mao Tse-tung son de gran importancia. La obra en cuatro
volúmenes Selected Works (London y New York, 1954-56) es básica, mientras que
Selected Military Writings (Peking, 1963) recopila ensayos de la obra mayor. Sus ideas
son analizadas por Samuel B. Griffith en Mao Tse-tung on Guerrilla Warfare (New
York, 1961), que incluye una traducción del ensayo Yu Chi Chan (Guerra de
Guerrillas) de 1937. La versión más leída es Chairman Mao Tse-tung on People's War
(Peking, 1967), recopilada por Lin Piao y conocida como El pequeño libro rojo. De
las diversas recopilaciones, la de Philippe Devillers Mao (London, 1969), es la
más útil.
Entre los estudiosos contemporáneos de la guerra revolucionaria, Gérard
Chaliand es uno de los más incisivos. Revolution in the Third World (New York, 1977)
recoge los resultados del estudio de varios movimientos revolucionarios, y está
complementado por su recopilación Guerrilla Strategies: An Historical Anthology from the
Long March to Afghanistan (Berkeley, 1982). Peter Paret exploró la teoría
contrarrevolucionaria en French Revolutionary Warfare from Indochina to Algeria (New
York, 1964) y con John Shy escribió una de las primeras introducciones a la guerra
revolucionaria Guerrillas in the 1960s, 2a ed. (New York, 1962). Muchos lectores
americanos encontraron por primera vez la teoría maoísta en The Revolutionary
Strategy of Mao Tse-tung de Edward L. Katzenbach y Gene Z. Hanrahan en el Political
Science Quarterly 70 (1955), 321-40, y supieron de la revolución vietnamita gracias a
Bernard Fall en Street Without Joy (New York, 1957). Entre los numerosos
"expertos" sobre la guerra contrarrevolucionaria cabe destacar a Roger Trinquier,
Modern Warfare: A French View of Counterinsur-gency (New York, 1964) y Robert
Thompson, Revolutionary War in World Strategy,
966 Creadores de la Estrategia Moderna

1945-1969 (New York, 1970). De gran interés por su esfuerzo heroico y contro-
vertido a la hora de aplicar la teoría Occidental clásica a la guerra revolucionaria
se encuentra On Strategy: The Vietnam War in Context de Harry G. Summers
(Novato, Calif., 1982).
COLECCIÓN DEFENSA TÍTULOS
PUBLICADOS
• ELEMENTOS DEL ARTE DE LA GUERRA
Vicente Rojo Lluch
• LA GUERRA IRAN - IRAK
Efraim Kars y Ralph King
• DE LA GUERRA Y LA PAZ
Juan Cano Hevia
• EL SISTEMA EUROPEO DE DEFENSA
Juan Antonio Pons Alcoy
• LA PROFESIÓN MILITAR EN ITALIA
Gian Paolo Prandstraller
• GUERRA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA DEL RENACIMIENTO, 1450-
1620
John R. Hale
• GUERRA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA DEL ANTIGUO RÉGIMEN,
1618-1789
M. S. Anderson
• GUERRA Y SOCIEDAD EN LA EUROPA REVOLUCIONARIA, 1770-
1870
Geoffrey Best
• ESPLENDOR Y OCASO DE LOS IMPERIOS EUROPEOS, 1815-
1960
V. G. Kiernan
• GUERRA Y SOCIEDAD EN EUROPA, 1870-
1970
Briand Bond
• EL SOLDADO PROFESIONAL
Morris Janowitz
• ESTRATEGIA: LA APROXIMACIÓN INDIRECTA
B. H. Liddell Hart
• CONTROL DE ARMAMENTOS. OPCIONES
Morris McCain
• LO MILITAR: ¿MAS QUE UNA PROFESIÓN?
Charles C. Moskos y Frank R. Wood
• LA MASCARA DEL MANDO
John Keegan
• EL ARMA DE ARTILLERÍA EN EL REINADO DE ALFONSO
XII
Félix Sánchez Gómez
• EL USO DE LA FUERZA EN LAS RELACIONES
INTERNACIONALES
Castor M. Díaz Barrado
Creadores de la Estrategia Moderna Peter Paret

Los ensayos que componen esta obra tratan de analizar el papel desempeñado por la
fuerza en las relaciones entre estados. Todos reconocen que la guerra no ha sido nunca,
ni es hoy en día, un fenómeno básicamente militar, ni tampoco solamente militar, sino
que es la combinación de muchos elementos que abarcan desde la política y la
tecnología, a las emociones humanas sometidas a tensiones extremas. La estrategia es
solamente uno de los elementos, aunque a veces sea muy importante. Veinticuatro de
estos ensayos hacen un seguimiento de las ideas y acciones de las anteriores
generaciones y de cómo utilizaron o no la guerra; los otros cuatro analizan el pensamiento
militar y la política en el pasado más reciente y en la actualidad. La obra es
fundamentalmente histórica; pero, como en la primera edición, está dedicada a la causa
intemporal de "un mejor conocimiento de la guerra y de la paz".

9"788478"231805"
Colección Defensa

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