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Reflexiones sobre la vejez a la luz

de la pandemia – Por Alfredo


Schwarcz, especial para NODAL
29 mayo, 2020

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Por Alfredo Schwarcz *

El impacto de esta pandemia global sobre nuestras vidas es sin duda


inmenso y nos cuesta aún dimensionarlo en todas sus implicancias actuales
y futuras. La profundidad de esta crisis ha trastocado nuestra “normalidad”
cotidiana y nos interpela a repensar las bases mismas de nuestro sistema
de vida. En mi doble condición de “viejo” –me encuentro en los umbrales
de los 70– y de gerontólogo, quisiera compartir algunas reflexiones sobre la
vejez a la luz de la pandemia.

Los datos duros que arrojan las estadísticas sobre mortalidad según la edad
de las personas infectadas del coronavirus han transformado a los adultos
mayores (para algunos a partir de los 60 años y más, para otros a partir de
los 70) en un grupo poblacional de alto riesgo. Se impone entonces con
particular fuerza sobre este grupo etario el imperativo del “quedate en
casa” como un modo de cuidarse y cuidara los demás.Más alla de nuestra
condición de individuos con pleno derecho a elegir y decidir sobre nuestras
vidas también tenemos una responsabilidad social frente al conjunto de la
sociedad: cuidarnos es también un modo de cuidar los recursos
sociosanitarios con los que contamos en el país. Si los viejos nos
enfermaramosmasivamente y ocuparamos todas las camas de terapia
intensiva, todos los respiradores disponibles, etc, estaríamos generando un
colapso del sistema sanitario que afectaría al conjunto de lasociedad. Los
equipos de salud en países como Italia y España tuvieron que afrontar este
dilema de las “prioridades” cuando se vieron desbordados por la cantidad
de pacientes infectados que requerían cuidados médicos especiales.¿Quien
tiene más derecho a la vida? ¿Puede o debe ser la edad del paciente un
parámetro a tener en cuenta? Un dilema ético que merece ser pensado…y
sin embargo cuando trasladoeste dilema a mi situación personal y familiar
no tengo ninguna duda en priorizar la vida de mi mujer,la de mis hijos y la
de mis nietas antes que la mía propia.

Esta condición de vulnerabilidad y de grupo de alto riesgo que la pandemia


arroja sobre este grupo etario conlleva al mismo tiempo el peligro de caer
en generalizaciones sobre los adultos mayores, perdiendo de vista que se
trata de un universo muy amplio y heterogéneo que abarca
mayoritariamente a personas activas y relativamente sanas,  autoválidas y
capaces de su autocuidado. El factor edad por sí solo no resulta un
parámetro válido para evaluar el nivel de riesgo y vulnerabilidad frente al
coronavirus. Más decisivo es el estado general de salud de las personas y la
presencia o no de enfermedades preexistentes. Pero también es cierto que
en la edad muy avanzada crece la incidencia de diversas patologías y el
sistema inmunológico se debilita. En todo el mundo – y también entre
nosotros – son noticias las instituciones geriátricas que presentan los
números más altos de casos fatales a causa del coronavirus. Pero es
importante saber que la población de viejos institucionalizados  no supera
el 2% del total de los adultos mayores en la Argentina.  Por lo tanto
debemos estar atentos a no caer en ciertos mitos y prejuicios que asocian
al envejecimiento con enfermedad, dependencia, pasividad ,demencia,
vulnerabilidad. La enorme mayoría de adultos mayores logra transitar un
envejecimiento activo y saludable hasta edades muy avanzadas,
manteniendo  un rol protagónico en sus ámbitos familiares, laborales,
socio-culturales y políticos

Ahora bien, dicho todo esto, quiero también llamar la atención sobre la otra
cara de la moneda: existe en nuestra cultura una tendencia a sobrevalorar
la juventud y desvalorizar el envejecimiento y la vejez. Esto lleva a menudo
a conductas negadoras y maníacas frente al paso inexorable de los años y a
una creciente dificultad en aceptar los cambios y ajustes que este proceso
nos exige. Renunciar a ciertas cosas, correrse de lugar, revisar nuestro rol
en el contexto intergeneracional también forman parte de un buen
envejecimiento. En una sociedad que tiende a negar o evitar la temática de
la muerte se hace difícil encarar la necesaria tarea de confrontar con
nuestra condición de mortales. La crisis del coronavirus impacta fuerte en
ese sentido:más allá de nuestra salud personal, la sociedad en su conjunto
nos visualiza como un sector poblacional vulnerable y en mayor riesgo de
muerte. Esta “mirada” se refuerza con la actitud de nuestros hijos que nos
transmiten su  inquietud y preocupación por nuestra salud y “vigilan”
nuestras acciones con la buena intención de cuidarnos y protegernos .
Bienvenida esta actitud de cuidado, inclusive por parte del Estado. Cuando
observo la drámatica situación que atraviesan otros países
latinoamericanos hermanos como Brasil, Chile, Perú y Ecuador, no puedo
más que celebrar y rescatar la postura de nuestro gobierno nacional que
comprendió tempranamente la importancia de la cuarentena y colocó al
Estado – resistiendo a las presiones del mercado- en el rol protagónico del
cuidado de la población en su conjunto. Pero para que este cuidado no se
transforme en una sobreprotección paternalista que anule nuestra
autonomía y capacidad de autocuidadorequiere por nuestra parte de una
conducta responsable capaz dereconocer  nuestras posibilidades y
limitaciones. Se trata de no minimizar  nisobredimensionar los riesgos,
transformando el miedo en una conducta de cautela sobre la base de un
criterio de realidad.

La pandemia impacta fuertemente no solo en nuestra calidad de vida sino


también en nuestra relación con la muerte, la propia y la de nuestros seres
queridos. Morir en una terapia intensiva, entubados y sin acompañamiento
familiar no es precisamente lo que llamamos una muerte digna ni
representa la manera de morir que muchos viejos quisiéramos elegir. La
situación absolutamente excepcional y extrema que nos impone la
pandemia puso comprensiblemente en primer plano criterios sociosanitarios
generales que tienden a exacerbar la mirada medicalizadora de la vida y de
la muerte,  desplazando en gran medida las visiones más personales y
singulares de cada ser humano. Recuerdo al poeta Rainer Maria Rilke que
decía “quiero morir de mi propia muerte y no de la de los médicos”.

También nuestros rituales en relación a la muerte de seres queridos se


encuentran afectados por las limitaciones que impone lapandemia
.Sabemos la importante que estos rituales tienen para poder atravesar los
procesos de duelo de la manera más saludable posible.

Como vemos son muchos y complejos los dilemas a los que nos
enfrentamos: ¿Cómo compatibilizar nuestros derechos y aspiraciones
individuales con nuestras responsabilidades sociales? ¿Cómo aprender a
convivir con estos nuevos condicionamientos que impone la pandemia?
¿Cómo nos reinventamos?  Y finalmente ¿cómo podemos transformar esta
crisis en una oportunidad única para repensar y desarrollar colectivamente
una sociedad más justa y solidaria? Pero las transformaciones no se
producen por generación espontánea. Para que no queden en meras
expresiones de deseo tendremos que promoverlas y consolidarlas a través
de una activa militancia.  Y allí estaremos también los adultos mayores
aportando lo nuestro desde una vejez activa y comprometida.
* Psicólogo y gerontólogo argentino. Durante 15 años fue jefe del
servicio de psicología del Hogar Hirsch en San Miguel, Provincia de
Buenos Aires. Actualmente ejerce como psicoterapeuta de adultos y
consultor familiar.

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