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ce El sol A” ; = hes, ciudades y personas, : SI u e el libro, tratando de respon- der a esa inquietud, va’ ur- - Latinoamericana Plinio Apuleyo Mendoza «¢Cual es el vinculo entre a literatura y el periodismo?», se pregunta el autor al ini- cio de este volumen. Allado de las anécdotas, situacio- diendo una compleja y tacl- ta relacién entre la politica y la literatura, entre lo ac- © tual y lo efimero que contie- ne el suceso periodistico, y lo intemporal y grave propio del hecho estéti- co y literario. En sus paginas desfila la ligera — y espumante «sociedad publica, la aristocra- cia europea, el «jet set internacional» y los poderosos politicos, roidos todos por la som- bra de lo doméstico y cotidiano gracias a la aguda mirada del est En el fondo, el libro que el lector tiene en el dilema existente entre los hechos en si yla imagen que poseemos de los mismos. Las gentes y los lugares se entregan aqui, como en la mejor tra imaginario y ficticio que procura la piel siem- pre cambiante del tiempo. Plinio Apuleyo Mendoza, notable escritor y periodista nacido en Tunja, Colombia (1932), ha sido director de importantes revistas en - Colombia, Venezuela y Francia. Residente en este dltimo pais desde hace varios afios, ha publicado E/ desertor (1974), Afios de fuga (1979) y el ya célebre El olor de la guayaba (1982). is manos apunta hacia ~ ion de la novela, al espesor ~ VENEZUELA, DE NUEVO LA PRIMERA vez. que me parecié que tenia todavia un aire casi rural y en ‘edo caso provinciano. Bajo los tamarindos de la Plaza Bolivar habia gente tomando el fresco. Los grillos latiendo en el creptsculo azul y bio, los faroles antiguos, el Capitolio con su cipula blanca y elevada como una torta de bodas, parecian pertenecer a otros tiempos; quizds a tos de Gémez, a los de Cipriano Castro. ‘Yo era casi un nifio y aquel fue mi primer viaje solo fuera de Colom- dia. Caminando por EI Silencio, un amigo de mi padre, el poeta Vicente Gerbasi, me reconocié por casualidad y me Ilevé a una fuente de soda, El Lido, a comer helados. El Lido, entonces quedaba en un confin de la ciudad: era un islote de neén en medio de prados donde titilaban de noche las luciérnagas y los grillos hilvanaban una letargica sinfonia rural. No podia sospechar yo en aquel momento, comiendo helados y escu- chando los grillos, que Caracas iba a ser sacudida por tres décadas de vertigo, que la paz de sus patios y crepuisculos iba a saltar en aiticos y que eajambres de inmigrantes, autopistas que se abren o se enroscan como pulpos y arafias, derroches de neon, artificios de vidrio y acero, iban a darle otro perfil, sin dejar casi nada de lo antiguo, salvo el Avila y un vago perfume de flores que todavia sigue sintiéndose en las calles cuan- do anochece. Tampoco podia yo imaginar entonces hasta qué punto Venezuela seria una carta constante en mi destino personal. Alli viviria por muchos iios, dejando amigos, nexos, recuerdos que cualquier regreso inciden- tal hacen revivir con intensidad. He podido comprobar la malla sélida é este viejo afecto ahora que he vuelto invitado por Ramon J. Velasquez al congreso sobre el pensamiento politico latinoamericano. Historiador, periodista, senador, Ramon Velasquez ha sido el ins- pirador y presidente del mds importante encuentro politico de América Latina que se haya realizado hasta hoy. Es el venezolano que mejor 123 conoce a Colombia: puede hablarle a usted de Sotero Pefiuela o percibie €n los anteojos, el corbatin, ciertas inflexiones parsimoniosas de voz del ex presidente Turbay, las huellas digitales de la personalidad de Lopez Pumarejo. Nacido en el Tachira, Ramon esté tan cerca de Colombis como mi familia y yo lo estamos de Venezuela. Lo conozco hace cerca de 30 afios. Entonces era un abogado pobre. flaco, joven, que conspiraba contra Pérez Jiménez. Recuerdo su casa c= el barrio El Conde, muy modesta, y los articulos con seudénimo que yo iba a recoger alli para publicarlos en un suplemento de La Esfera, cast clandestinamente, pues su firma era rehuida entonces por muchos direo- tores de diarios. El dia que la Seguridad Nacional irrumpié en su casa = las cinco de 1a maijana, y se lo Ilevé preso, yo lo reemplacé en le direccién de Elite, que él ejercia de hecho pero no nominalmente. Me senti muy extrafio ocupando el escritorio del amigo que en aquel mo mento quizds con esposas en las mufiecas, era Ilevado a la carcel de Ciudad Bolivar de donde solo saldria tres afios mas tarde, en la mafians del 23 de enero de 1958. En aquella madrugada histérica, cuando cayé Pérez Jiménez, yo ne estaba en Elite sino en Momento, revista que manejébamos con Garcis Marquez. Nos veo en una sala de redaccién desierta escribiendo a cuatro manos un editorial, mientras la ciudad vivia, en la primera luz de le madrugada, en medio de pitos y sirenas, el delirio de la caida del dictador. «En esta primera hora de la democracia, los venezolanos celebramos...». Tan cerca estébamos de todo aquel acontecimiento que podiamos escribirlo asi, impunemente. Recuerdo que durante un tiempo continuamos escribiendo informes politicos, hasta cuando el propietario de la publicidad decidié confiar aquella seccién de la revista a un joven diputado de Copei, recié= egresado del exilio, esbelto y de intenso bigote negro, que durante meses trabajé con nosotros. Ahora, en Caracas, he vuelto a encontrarlo, y mas de un compatriota mio, sin conocer este antecedente, debid sorprenderse de Ja familiaridad con que nos saludamos. Es el presidente Herrere Campins. En realidad cuando uno ha mantenido un contacto tan largo ¢ intime con un pais, muchos personajes politicos tienen para uno una connots- cién familiar. Asi, mientras Teodoro Petkoff, candidato a la presidencia 124 por el MAS, hablaba al Congreso frente al fogonazo de flashes, yo recordaba el viaje que hicimos hace diez afios por Venezuela en su Volkswagen: las riberas del Iago de Maracaibo, donde nacid, los Andes, los Llanos. Recuerdo que me quité una novia en Mérida ({quién puede contra el carisma de un lider?). Recuerdo también que estuvo durmiendo en el sofa de mi apartamento en Paris, y que yo le presté unos zapatos mios cuando las Iluvias de otofio agujerearon los suyos. Creo haberlo acompafiado en el momento més tenso de su vida, que no fue, como podria creerse, durante sus afios de guerrillero, ni cuando se escapé del noveno piso del Hospital Universitario descendiendo por una cuerda de nylon, ni del Cuartel San Carlos a través de un tunel excavado clandesti- namente. Fue cuando visité en Barcelona a su suegra. Le dio tres vucltas 2 la manzana antes de entrar. Estaba muerto de miedo. ¢Por qué en Colombia le tienen tanto recelo a Miguel Angel Capriles? No lo conocen. Es cierto que en un momento sus publicaciones echaron lefia al fuego de un falso litigio entre los dos paises. Pero con él todo didlogo es posible. Basta abrir la puerta de su oficina y lanzarle a boca de jaro: «Ajé, Miguel Angel, épor qué nos declaré la guerra?». Entonces él le contestaré a uno, apartando el cigarro, con un aire de absorta Sinceridad que dejaria inerme a cualquiera: «Fue un error, un gran error mio». Si uno conoce el Caribe y sabe que no hay en este ambito nudo que no pueda desatarse, lo tinico que podré hacer después es tomarse con él un whisky. De preferencia en una discoteca, en Paris, cuando va, o en Caracas. Capriles es a la vez un conversador sagaz y un buen bailarin. Adora la musica disco. Bajo el relampage de luces sicodélicas, baila con un impetu sorprendente para sus setenta afios. Volver a Venezuela, asi sea por pocos dias, es como regresar a casa de unos hermanos donde uno puede estar al fin en mangas de camisa. Es zhora un pais con un pensamiento politico tan actual que hasta nuestros ultraistas de izquierda, con sus infantiles dogmas de la lucha armada, lucen polvorientos. Me basta salir de cualquier parte; en Caracas, al silencio de la madrugada, oir el latido de los grillos y sentir las fragan- cias dormidas del Avila levantandose bajo el resplandor de mercurio de Jas avenidas momentdneamente desiertas, para saber cuéntas vivencias personales estan adheridas a la piel del pais. Subo siempre las escalerillas del avién con trémulas mariposas de nostalgia revoloteandome por 125

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