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DELA(u)TOR - 1
(republicación)
1
Fco. Javier Lasarte Valcárcel
NARRATIVA VENEZOLANA
DEL SIGLO XX:
IDENTIDAD/FABULACIÓN
(Paisaje sin Gallegos)
DELA(u)TOR - 1
https://delautorjavierlasartev.blogspot.com/2020/04/de
lautor-ediciones-sin-fines-de-lucro.html
2
Edición original: “Identidad y fabulación. Narrativa venezolana del s.
XX”, en: Historia de la literatura hispanoamericana, T. III. Trinidad
Barrera, coord. Madrid: Cátedra, 2008, pp. 319-3371.
1ª edición en pdf de Esto-no-es-un-libro (necesariamente): 2019.
1ª edición en pdf DELA(u)TOR2, revisada: 2020.
1
Existe una 2ª edición (2019), que no contiene los cambios de esta edición digital.
2El cambio del nombre de este proyecto editorial sin fines de lucro obedece (irresponsa-
blemente de mi parte) a la reciente verificación en internet de lo sobresaturada que se
halla la fórmula “Esto no es”, hecha célebre por Magritte hace unos 90 años, aplicada ya
a casi cualquier cosa (serie, canción de amor, película de terror..), además del decisivo
agravante de que en youtube existen no menos de 3 entradas de “Esto no es un libro” de
años recientes y distintos autores. Disculpe el lector.
3
Por qué este librillo
3 La editora del volumen me encargó este trabajo con la indicación expresa de que no in-
corporase a Rómulo Gallegos, pues sería objeto de una entrada independiente. Quizás
no esté de más decir que, para mí, Gallegos ocupa lugar privilegiado en la narrativa lati-
noamericana de cualquier época; algo que apenas podría decirse también de Teresa de
la Parra y muy pocos más. Obviamente ello hace que el texto ofrezca una cierta “incomo-
didad”. (Podría aducir que el principal personaje de Las lanzas coloradas –Bolívar– só-
lo es mencionado 3 o 4 veces en la novela de Uslar Pietri… pero aquí la ausencia no res-
pondió, como en la novela, a un lúcido recurso intencional). Con razón, el lector podrá
demandar por qué no se aprovechó esta ocasión para mejorar y completar el texto. Sólo
puedo decir que no era mi momento de hacerlo. Pido al lector que lo considere docu-
mento hecho público en 2008, apenas retocado en este 2019. Esta versión, salvo leves
modificaciones, se mantiene fiel a su formulación original (quizás por pensarlo en su
momento como texto para un público no sólo especializado). El índice, la dedicatoria, el
epígrafe, las notas al pie o los subtítulos de “Años 60…” no existen en las ediciones im-
presas. A la versión que puse a circular en octubre-noviembre, para su incorporación
actual al blog, le he hecho cambios muy menores: esta especie de portada, la corrección
de una entrada en la bibliografía (Kohut), mínimos ajustes formales al voleo…
5
Índice
Bibliografía ………………………………………………..….. 52
6
Ante la modernización
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campo literario, enfrentada a la del compromiso de la escritura
con el cambio de la vida social de la nación, tendencia que se
impuso, al menos hasta poco antes del medio siglo. No obstan-
te, el cuerpo previo de narradores de entreguerras, quizás el
más vigoroso de toda la historia de la narrativa venezolana, dio
cuenta ya antes de diferencias sustanciales en el interior del
proceso de renovación narrativa. Nacionalistas agentes de dis-
tintas manifestaciones del populismo4 literario o del realismo
crítico, nostálgicos o celebrantes de la superior realidad alter-
nativa de la ficción disputaron, pues, desde espacios públicos o
desde sus márgenes, el predominio del mundo cultural.
4 Al menos desde 1983, vengo usando los términos “populismo” o “populista” en un sen-
tido descriptivo y no valorativo. A estas alturas, se ha impuesto –incluso en el mundo
académico– su uso en su sentido peyorativo, equivalente a “demagogia”. Aunque resulte
un anacronismo temerario, me resisto a desistir del uso que tendrá en nombre de lo que
aún creo descriptivamente adecuado y pertinente. Salvo que se advierta otra cosa, reto-
mo el uso que se le diera en las ciencias sociales de los años 70 y 80 del siglo pasado
(Gellner, Ionescu, Laclau), de mi parte sobre todo no en referencia a “momentos” o “mo-
vimientos” político-sociales, sino a esos discursos ideológicamente heterogéneos, casi
siempre nacionalistas, que apelan al pueblo, a lo popular como fuente y norte de toda
legitimidad.
5 El término lo emplea José Luis Romero en su indispensable Latinoamérica: las
ciudades y las ideas (1976) a propósito de las viejas y nuevas respuestas de intelectuales
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peregrinos textos futuristas del único número de Válvula en
1928. Incluso autores, en apariencia distanciados de la inme-
diatez socio-política, responden a la moderna «realidad circun-
dante» como ineludible punto de partida para abordar el dis-
curso de la ficción narrativa. Así, Teresa de la Parra opondrá la
vida «ingenua y feliz» del mundo histórico de la Colonia y del
propio de la infancia a la del mundo moderno, que «suele te-
nernos el corazón frotado, confortable y medio vacío como la
sala de baño de un gran Palace». Así también relatos defenso-
res de la ficción, como “La tienda de muñecos”, “El cuento fic-
ticio” o “La realidad circundante” de Julio Garmendia, dialo-
gan críticamente con valores de los nuevos tiempos. Y si este
tipo de emplazamiento de la narración ante el mundo moderno
es posible verificarlo en estos autores, se hará aún más patente
en autores como José Rafael Pocaterra, Rómulo Gallegos o En-
rique Bernardo Núñez, cuyas principales novelas plantean la
pregunta por la identidad nacional ante la dilemática encru-
cijada que ofrecía el ingreso, ya percibido como indetenible, a
la modernización económica, urbana y social. Los narradores
de la vanguardia –Uslar Pietri, Meneses, Díaz Sánchez…– se
encargaron de dar continuidad a la cuestión.
y artistas ante las nuevas realidades y problemas de las ciudades masificadas del primer
tercio del s. XX.
9
Nación y fábula
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paradigma de una narrativa que fustigase los efectos degra-
dantes de la modernización en la ciudad-cambalache. En otros
registros y tesituras, su proyecto narrativo «disconformista»
encontrará resonancia en una obra central de los años siguien-
tes a la vanguardia: Mene (1936) de Ramón Díaz Sánchez, la
más importante sobre el nacimiento de las poblaciones vincu-
ladas al petróleo, cuya irrupción, imaginada como infernal y
babélico motor del nuevo mundo urbano deshumanizado, pro-
piciará el deseo de una vuelta a la tierra de los orígenes. Pero
también el talante libertario de Pocaterra, sin acentos nostálgi-
cos, acompañará la novela antidictatorial de los últimos años
30 (Himiob, Arráiz, Otero Silva, Fabbiani Ruiz) que él mismo
propiciase con sus Memorias de un venezolano de la decaden-
cia (1927).
6Aquí respeto el hecho de que este emblemático cuento de Meneses fue publicado por
primera vez como libro/cuaderno independiente. Por eso, el uso de cursivas.
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res nudos históricos entre los componentes del mundo de la ci-
vilización y la barbarie, expresados sea en el conflicto entre ra-
zas, sea en el dilema entre ciudad y campo o en la disputa entre
la tradición local y la modernización. Preocupado por los estra-
gos que las tentaciones relumbrantes y engañosas de la ciudad
y el patriarcalismo decadente producían tanto en los sectores
marginados –Campeones (1939)– como en el propio intelec-
tual –El mestizo José Vargas (1942)–, este Meneses vislumbró
para sus personajes un mundo en el que fuese posible el ingre-
so a lo moderno-urbano con el avío espiritual de la tierra y la
soterrada voz ancestral de los excluidos.
7 Tal costado de Úslar, poco difundido, a pesar de ser capital, tienen más desarrollo en
trabajos míos, anteriores a la edición original: “Transfiguraciones. Historia y poética en
Arturo Uslar Pietri” (en: F. Delprat, ed., Arturo Uslar Pietri. Las lanzas coloradas. Pri-
mera narrativa. Madrid: Colección Archivos, 682-719, 2002) y “Los aires del cambio:
literatura y cultura entre 1908 y 1935” (en: C. Pacheco, L. Barrera y B. Gonzalez, coords.,
Nación y literatura: itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana. Cara-
cas: Fundación Bigott/Banesco/Equinoccio, 379-406, 2006). Ambos previstos para ser
incorporados a una próxima publicación de Esto-no-es-un-libro (necesariamente).
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la libertad y el despliegue de sus facultades, se ofrece como va-
riante de la novela de aprendizaje. Sólo que el saldo final será
para María Eugenia, tras un largo recorrido interior de recono-
cimiento de la realidad con su sabores y sinsabores, la (am-
bigua) asunción del legado de las mujeres de la familia: la re-
signación, el sacrificio como destino del personaje femenino, la
renuncia a las ilusiones románticas y a la autorrealización para
ofrendar a cambio un «cuerpo de esclava marcado con los hie-
rros de muchos siglos de servidumbre», que dan consistencia
al talante entre trágico y crítico de la novela. (Claro que, más
allá del final, la novela invita oblicuamente a quedarse con el
elogio que la narración ha hecho de personajes –mayormente
femeninos–, actitudes y valores fuera de norma).
20
“Indirecciones” del medio-siglo
21
selva, mar, río; personajes negros–, pero sólo como pie para
escenificar otro tipo de relato en el que predominarán las obse-
sivas “miradas” de sus personajes.
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sado sólo vivido como trampa de la memoria, la inaccesibilidad
de lo real. Uno de los epígrafes de su Crónica de las horas,
confiesa, borgianamente, algo de su entre-visión:
Quizás estos relatos no son más que uno solo. Los seres que pasan
a través de sus páginas acaso no son más que un solo ser [...] que se
busca, se encuentra, se pierde. Un ser que vive, contempla, desde di-
ferentes planos, horas y fechas [...] una misma realidad perenne-
mente trasmutada.
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do, juegos con las palabras, llevadas al límite de sus posibili-
dades, en premeditada elusión de cualquier fijeza de sentidos.
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Sin embargo, en este mismo orden, como congregando las
búsquedas de esta generación: indireccionalistas, experimen-
tales, existencialistas…, el narrador que desde el medio siglo
tendría la más señalada y efusiva presencia entre las genera-
ciones posteriores será uno procedente de la vanguardia crio-
llista, Guillermo Meneses. Sus textos, a partir de 1946 –La
mujer, el as de oros y la luna (1948), La mano junto al muro
(1952), El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952), La misa de
Arlequín (1962)–, expresan el desencanto o la distancia que
proliferó entonces ante el nacionalismo literario y sus políticas
artísticas, prohijadas por el mismo Meneses en la primera eta-
pa de su narrativa. Las “menores” La dolida infancia de Peru-
cho González (1946) de Fabbiani Ruiz, Todas las luces condu-
cían a las sombras (1947) de Nelson Himiob o Todos iban de-
sorientados (1951) de Antonio Arráiz, son otros ejemplos de
esa final actitud en algunos vanguardistas.
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Si algo pone de relieve este Meneses es tanto la precariedad
de la identidad y lo ilusorio de los valores, como la dificultad
para nombrar el mundo en la escritura. La débil y ambigua
frontera que separa opuestos –verdad/mentira, éxito/fracaso,
amor/abyección, mundo/escritura– es la nueva moneda. Sus
mejores textos de esta época y los de más audaz experimenta-
ción formal, el cuento La mano junto al muro y la novela El
falso cuaderno de Narciso Espejo, adquirirán la forma de na-
rraciones policiales o judiciales que antes de entregar certezas
sobre una verdad última, optarán por destacar la solidez del
enigma, la indiferencia y vanidad de las distinciones, la condi-
ción de versión frágil y esquiva de lo narrado.
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no siempre es lo que se recrea, así como la verdad no es siem-
pre la imagen de lo visto y lo comprobado».
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Años 60, 70 y algo más
1 Otras historias
30
internos y externos, en la visibilidad de su creciente inserción
en la órbita estadounidense y la sociedad de consumo o en los
avatares de una intensa y convulsa vida política.
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de procedimientos como la enumeración caótica, la onomato-
peya o el recurso a la metonimia para nombrar los cuerpos/se-
res humanos (algo que introdujese en forma sistemática la no-
vela Los pequeños seres de Salvador Garmendia una década
atrás), mientras en los referidos al pasado rural los tonos nos-
tálgicos, las construcciones paratácticas propias del habla re-
gional e incluso, por momentos, cierto lirismo, expresan las in-
clinaciones de la novela. (Algo parecido puede apreciarse en
los registros estilísticos de una novela muy anterior, como Cu-
bagua de Núñez, y en otra posterior, Abrapalabra de Britto
García; hermanadas también por pretender una interpretación
totalizante y transgresora de la historia oficial). Por lo demás,
País portátil respondió, como en otras latitudes lo hiciese
Fuentes en La muerte de Artemio Cruz o García Márquez en
Cien años de soledad, a esa voluntad de la “nueva novela” de
los 60’ de abordar una empresa total y radical, tanto en la re-
presentación de la historia como en la experimentación de in-
novadores lenguajes narrativos. Dicha búsqueda, con varian-
tes, pervivió en novelas de Luis Britto García y Denzil Romero.
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Emenarostas, entre otras, atraviesan los ejes mayores para dar
espesor a la imagen de un mundo infernal y apocalíptico; a pe-
sar de su diversidad, los personajes parecen incluirse unos en
otros y confundirse en pulsiones básicas de aniquilamiento y
creación, y parecen congregarse en el relato matrixiano de
Gnossos y Cataclix. Desde las historias iniciales de Acataurima
y Rubén hasta su conclusión, Abrapalabra representa la vio-
lencia devastadora del poder histórico y el nuevo poder de lo
virtual, que sólo pueden ser combatidos desde sus márgenes,
zanjas, prisiones, con el contra-poder libertador y agonista de
la palabra alucinante. Es en cierta forma una compleja y reno-
vada actualización setentista, el mejor ejemplo venezolano de
“novela total” o de lo que supuso Cubagua en su momento.
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tienen en común el hecho de elegir como centro personajes ca-
pitales de la historia que han sido menospreciados u olvidados;
a las figuras de Miranda, Carujo, Sáenz, habría que añadir la
del conquistador Pedro de Alvarado (Tonatio Castilán o un tal
Dios Sol, 1993) o la de Alejandro de Humboldt (Recurrencia
equinoccial, 2002).
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ria que se ofrece como modo de resistir agónicamente derrota
y muerte, como deseo de hacer pervivir proyectos utópicos y
contravenir la historia y sus historias.
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so en sus novelas más atentas al registro de lo exterior, es clara
su voluntad de distanciarse de Convención.
O:
La realidad visible se expresa en lo desconocido, lo que no se al-
canza a imaginar […] [M]is fragmentos son atrozmente limitados.
Técnicamente no podríamos hacer otra cosa que escapar de ellos;
escapar por los bordes, si nos atenemos a la rutina; pero si tomamos
la dirección debida es casi seguro que nunca llegaremos a un fin.
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tensa fuga de lo real; el privilegio del yo, una conciencia siem-
pre bien dispuesta a dispararse por terrenos alucinantes–; pe-
ro su trabajo acoge temáticas aún más heterogéneas y radica-
liza la apuesta por una escritura volcada sobre la posibilidad de
la transfiguración de lo real, aunque paradójicamente haga de
la historia, la fábula narrativa, un sostén fundamental.
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ventando los días (1979) o Juegos bajo la luna (1994)– supon-
ga el punto de partida para la búsqueda de una orientación
que, aunque antecedida por Meneses y Salvador Garmendia, se
consolidó en el último tercio de siglo. Es rasgo reconocible en
ella su tendencia a la in/disquisición, como al filo del ensayo
filosófico, de una conciencia introspectiva o contemplativa so-
bre la precariedad de las certidumbres, los límites de la identi-
dad, la vida y el destino, el registro evasivo de la experiencia en
la memoria y la escritura, el desentrañamiento en suspenso de
los ocultos y enigmáticos sentidos y consistencias de lo real.
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aprisionar su curso, y escapa indócil. […]/ Llega por azar, si-
lenciosamente discreto».
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Otros narradores, además del mencionado Noguera, contri-
buyen también a dar espesor a este tipo de búsqueda narrativa,
como el Sael Ibáñez (1948) de La noche es una estación (cuen-
tos, 1990), donde la relación yo/otro como espacio de la repeti-
ción ritual, el desencuentro o la epifanía, marcan temática-
mente la función de una escritura que, lejos de pretensiones
últimas, quiere destacarse como lúcida y paralela conciencia en
acción; o el Humberto Mata (1949) de Toro-toro (1991) –del
que destaca quizás su relato más emblemático “Incendios”–,
“Boquerón” –premio del concurso de cuentos de El Nacional
en 1992– y de una de las más sugestivas, intensas y desconcer-
tantes joyas narrativas del reciente fin de siglo: la novela breve
Pie de página (1999), en la que, como en “Incendios”, relato
del que parece derivarse, la narración adquiere la forma de un
policial borgiano o menesiano, donde el narrar mismo, entre-
cortado e incierto, lleno de dudas y ocultamientos sobre la ver-
dad y lo real, plagado de notas al pie de página que subrayan la
enrevesada inutilidad de la empresa, deficiente voz –llena de
voces– de una memoria imposible de establecer, se constituye
en problema medular, y sus personajes, de dudosa identidad,
al borde del ser de papel, de la obsesión y la locura, ejecutores
de arbitrarias pulsiones eróticas o violentas, son figuras que
adensan un escenario volátil, en el que la idea de un absurdo
destino parece ser la única posible aproximación a la historia.
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dad, expresado en una prosa que oscila entre la descripción, la
reflexión filosófica y el lirismo, envuelve a estas novelas del au-
toconocimiento. (Y en este punto –el «examen del yo», el auto-
análisis de Pedro Emilio Coll o la ironía del fauno en Ídolos
rotos– los fines de siglo XIX y XX dialogan). Escribir –o leer–
encuentran su sentido cabal en el registro y procesamiento pa-
sional y cognoscitivo de la vida. Vida y narración se supeditan
en la necesidad de ver y verse, escuchar y escucharse, escribir
sobre el/lo otro como una forma de aproximarse también a la
propia comprensión.
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exilio –Argel, París, una sala de partos–, subraya o sugiere una
(paradójica) humildad ante las materias mayores –vida y
muerte– de las que trata la escritura.
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por el descentramiento, el deambular, el sinsentido en vida de
narrador y/o personajes, la destemplanza y el –premeditado–
descuido formal, por el humor negro o sarcástico, la parodia y
la desacralización carnavalesca, e incluso por la defensa de o la
respuesta indecisa ante antivalores literarios, nacional-identi-
tarios o sociales. Y en ello reside (sólo parte de) su encanto;
por ello y por la centralidad de sus obras, no dejan de ser re-
descubriertos ocasionalmente por algunos críticos y lectores.
Pienso en el Renato Rodríguez (1927-2011) de las novelas Al
sur del equanil (1963; indudable antecesor de La vida exage-
rada de Martín Romaña), El bonche (1976) o La noche escue-
ce (1983); el Argenis Rodríguez (1935-2000) –la concreción
del “maldito” entre los escritores venezolanos contemporá-
neos– de Entre las breñas (1964), La ciudad desnuda (1977),
El viento y la lluvia (1978) o El ángel del pozo sin fondo
(1984); el Francisco Massiani (1944-2019) de su más conocida
Piedra de mar (1968) y, sobre todo, de colecciones de relatos
que hacen de él uno de los principales cuentistas del siglo –y
en los que habitan piezas maestras como “Un regalo para Ju-
lia”, “Había una vez un tigre” o “La tos y el dragón”–: Las pri-
meras hojas de la noche (1970), El llanero solitario tiene la
cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975) o Con agua
en la piel (1998); o en el César Chirinos que desarrollase uno
de los lenguajes más propiamente “ex/céntricos” en novelas
como Buchiplumas (1975) a Si muero en la carretera no me
pongan flores (1981) o Mezclaje (1987).
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opción por revisar con mayor o menor detenimiento trabajos
varios de autores anteriores y el espacio que ello ha llevado
hasta aquí se ofrece como precaria compensación.
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