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FECHA: 04 / 06 / 2020

CURSO: RELIGIÓN
AULA: QUINTO
DOCENTE: ADRIÁN PEÑA ROJAS
TEMA: DISCIPULOS Y MISIONEROS

Al aceptar ser discípulos de Jesucristo nos ponemos en la escuela del Evangelio. Ahí encontramos la fuente de
nuestro estilo de ser y de hacer misión. Pero necesitamos tener el valor de leerlo como si fuera la primera vez y
dejarnos cautivar por su mensaje de total disponibilidad. Necesitamos pedir la gracia de seguir a Jesucristo
incondicionalmente, hasta configurarnos con Él, por amor. Seguirlo en la comunión con su Padre y en la búsqueda
continua de su Voluntad. Seguirlo en sus actitudes de Buen Samaritano y en los criterios de las Bienaventuranzas.
Seguirlo en su identificación con los pecadores, los pobres y los pequeños. Seguirlo en sus opciones que sustentan
la inauguración de un Reino de justicia, paz y dignidad. Y, finalmente, seguirlo hasta compartir su destino de Cruz
y Resurrección.
Al aceptar ser misioneros de Jesucristo nos comprometemos humildemente a continuar su misión en el mundo.
Él nos enseña que la fuente de su misión es la compasión (se le conmueven las entrañas) ante los que sufren, los
marginados y todos aquellos que se encuentran “vejados y abatidos como ovejas sin pastor”. Continuar su misión
para llevar su oferta de salvación hasta los últimos rincones, para escuchar el grito de los más pobres, para llevar
a todos al encuentro con el Dios de la Vida, para construir una tierra nueva, para reunir a todos los hermanos y
hermanas dispersos alrededor de la mesa en la fiesta inagotable del cielo.

LAS 7 CARACTERÍSTICAS DEL ESTILO MISIONERO DE JESÚS


1. La certeza de ser amado, llamado y enviado
El Señor “llamó a los que Él quiso” y de ellos “hizo Doce”. Jesús toma la iniciativa y nos invita a ser sus
colaboradores. Esta convicción vocacional nos llena de serenidad en los momentos difíciles. No por nuestros
méritos sino por designio divino. Al llamarnos confía en nosotros y espera nuestra respuesta generosa. Luego
pone en nuestras manos su propio proyecto.
2. Participar de su Vida
Los llamó “para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar con el poder de destruir el mal”. Una traducción más
exacta sería: “para ser uno con Él”. Esta es la esencia de la vocación misionera: estar unidos a Jesucristo como las
ramas al árbol. La oración y la escucha cotidiana de su Palabra constituyen la fuerza invencible de la misión. Hablar
con Él para hablar de Él. De otra forma lo único que haremos será predicarnos a nosotros mismos y lo que
construyamos quedará sobre arena. Los sacramentos, en particular la eucaristía y la reconciliación, como ríos de
gracia, nutren nuestra conversión y nos asocian al Amor capaz de aniquilar la acción del maligno.
3. Testigos de Fraternidad
Somos enviados como Iglesia, nunca solos: “de dos en dos”. Porque el núcleo del anuncio consiste en mostrar que
somos hermanos y hermanas en el único Padre-Amor. Por eso el mundo no nos quiere recibir, ya que
testimoniamos y proclamamos la fraternidad ante una sociedad que nos asegura lo contrario. Esto es también el
fin que anhelamos: “que viendo como nos amamos, glorifiquen al Padre que está en el cielo”. La experiencia de
la fraternidad es lo que más necesita nuestra presente humanidad herida. De dos en dos para aligerarnos con el
bálsamo de la amistad y ayudarnos a cargar la cruz, para que el testimonio sea válido conforme a la ley judía,
sobre todo para estar ciertos de la presencia del Maestro que nos prometió “ahí donde dos o más se reúnan en
mi Nombre, yo estaré en medio de ellos”.
4. Abandono en la Providencia
Si llevamos dinero la gente nos pedirá dinero. Si ponemos, de hecho, la prioridad en cosas materiales o en
capacidades humanas, entonces seremos dependientes de lo que hemos puesto como base. En cambio Jesús nos
pide como única condición misionera “no lleven oro, ni morral, ni doble túnica”. En otro texto solamente nos
permite “las sandalias y el bastón” como instrumentos del Buen Pastor: para caminar con el pueblo a través del
desierto y para golpear la roca de donde brote el agua o para conducirlos hasta la tierra prometida separando las
corrientes marinas. Si ponemos nuestra prioridad en la Providencia, la gente descubrirá a Aquel que nos cuida
“más que a las flores del campo o a los pájaros del firmamento”. No es cuestión de dar sino de darse. Los bienes
materiales son buenos en cuanto nos ayudan a este fin. El testimonio de una Iglesia pobre y servidora llega más
lejos que cualquier sermón. La pobreza evangeliza es aquella que nos separa de la lógica mundana, ligada al tener
y al poseer (pues todo aquello a lo que nos apegamos luego nos posee) y en cambio nos acerca más a Dios y a los
más necesitados.
5. Instrumentos de Paz
“Cuando entren en una casa, digan Shalom”. Lo que más necesitan las personas es el Shalom: la paz que nada ni
nadie puede dar sino sólo Dios. La paz que devuelve la dignidad al hombre degradado o a la mujer maltratada,
que no juzga ni condena, que devuelve la esperanza y que hace llorar de alegría. El Shalom que retuerce la escala
de valores del mundo y coloca en primer lugar a nosotros, hijos e hijas de Dios, encontrados y perdonados.
6. Fieles en la Cruz
Jesús es conciente que nos envía “como ovejas en medio de lobos”. Al mal no se le venceengordándolo más por
la revancha. Al mal se le vence a fuerza de bien. Jesucristo, nuestro Redentor, ha puesto sobre sus espaldas el
pecado del mundo y lo ha derrotado para siempre. Él ha roto el círculo vicioso del odio. El veneno de la serpiente
ha quedado ineficaz y ella ha sido ridiculizada. Ya nada puede hacernos daño y la aparente debilidad de la oveja
se convierte en energía regeneradora. La persecución y el mismo martirio, como signos identificadores de la
misión de los discípulos de Jesucristo, son fuente de fecundidad inigualable y de paz imperecedera. La tentación
de escapar del sufrimiento, a veces también por medio de falsas religiosidades, viene superada por la confianza
absoluta en el Crucificado que nos ama hasta el extremo.
7. Profetas de Esperanza
“No tengan miedo…Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. Esta certeza ilumina toda la misión. El Amor
tiene la última palabra en la historia humana, a pesar de nuestros fracasos, incoherencias, traiciones… Cuando
Dios nos elige nos toma en serio y nos es fiel. A nosotros nos corresponde simplemente dejarnos guiar por su luz
Entregar nuestros “cinco panes y dos peces” para que se realice nuevamente el milagro del amor multiplicado. Lo
peor que puede suceder a un misionero es perder la esperanza, si ello acontece entonces será urgente volver a
las fuentes de la Vida. Nada puede apagar nuestro gozo porque tiene raíces de eternidad. Dios es nuestra Fuerza,
aún si ya nuestro cuerpo flaquea. El ideal cristiano seguirá siendo la aventura de lo imposible, porque sólo Dios
sabe hacerlo y la misión es suya.

LOS 5 DESAFÍOS DE LA MISION HOY


1. Fundamentar la misión en una auténtica espiritualidad La persona de Jesucristo y su mensaje deben ser el
centro explícito de nuestra misión y no sólo de forma implícita. La tentación moderna es realizar una misión atea,
donde predomina el prestigio personal o la absolutización de los medios.
2. Misioneros sólidos en su madurez humana
El seguimiento de Cristo nos hace personas más plenas, no es enajenante. La misión requiere personas libres,
responsables y empeñadas en su crecimiento, para dar lo mejor de sí a los demás. No hay cabida para la
mediocridad ni la falsa sumisión.
3. Promover una Evangelización Inculturada
La encarnación es la única ruta escogida por Dios para situarse en la historia humana. Ella nos ayuda a reconocer
en toda realidad humana las semillas del Verbo, que ya nos ha precedido con su amor. Esto significa entrar en lo
más profundo de las personas y de sus culturas, lo que realmente está en sus mentes y corazones.
4. Nunca separar Evangelización y Promoción Humana
La tragedia de muchos es reducir la misión en un sentido horizontalista (sólo social) o verticalista (sólo espiritual).
La verdad es que lo uno no puede existir sin lo otro. Nuestro modelo es Jesucristo y hacia Él debemos mantener
los ojos fijos para conducirnos.
5. “Dar desde nuestra pobreza”
El gran reto para nuestra Iglesia es la misión ad gentes; ir más allá de la atención a los que ya están dentro y buscar
a los más alejados. No se trata solamente de una lejanía

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