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Los administradores responderán solidaria e ilimitadamente de los perjuicios que por dolo o culpa
ocasionen a la sociedad.
-No estarán sujetos a dicha responsabilidad, quienes no hayan tenido conocimiento y cuando no
la ejecuten.
-En los casos de incumplimiento o extralimitación de sus funciones, violación de la ley o de los
estatutos, se presumirá la culpa del administrador.
Culpa grave, negligencia grave, culpa lata, es la que consiste en no manejar los negocios
ajenos con aquel cuidado que aun las personas negligentes o de poca prudencia suelen
emplear en sus negocios propios. Esta culpa en materias civiles equivale al dolo.
Culpa leve, descuido leve, descuido ligero, es la falta de aquella diligencia y cuidado que los
hombres emplean ordinariamente en sus negocios propios. Culpa o descuido, sin otra
calificación, significa culpa o descuido leve. Esta especie de culpa se opone a la diligencia o
cuidado ordinario o mediano.
Culpa o descuido levísimo es la falta de aquella esmerada diligencia que un hombre juicioso
emplea en la administración de sus negocios importantes. Esta especie de culpa se opone a la
suma diligencia o cuidado.
9. En cuanto a la culpa, la Ley 222 de 1.995 establece dos presunciones una genérica y
otra especifica. ¿En qué consiste cada una de ellas?
La Ley 222 de 1995 exige a los trabajadores abstenerse de participar por sí mismo o por
intermedio de otra persona, en actividades que impliquen competencia con la sociedad o en actos
que exista conflicto de intereses.
La ley 222, adicionalmente impone a los administradores el deber de observar una diligencia
superior a la que hasta ahora se les exigía. En efecto, ya no basta conducir los negocios con
diligencia y prudencia simplemente medianas. La nueva ley exige a los administradores actuar
con la diligencia propia de un buen hombre de negocios, es decir, con aquella que pondría un
comerciante normal en sus propios asuntos, lo que supone un mayor esfuerzo y una más alta
exigencia para los administradores en la conducción de los asuntos sociales.
Los actos de los administradores deben ser cumplidos con entera lealtad, con intención recta y
positiva, para que así pueda realizarse cabal y satisfactoriamente la finalidad social y privada a
que obedece su celebración.