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UNIDAD IV.

LA IDEA DE PROGRESO:
La Ilustración, el Siglo de las Luces

1. El contexto histó rico:

A finales del siglo XVII, Occidente (donde se engloba tanto Europa como sus
colonias en América, que poco a poco iban configurá ndose como nuevas realidades
que, andando el tiempo, reclamarían su independencia) estaba viviendo profundos
cambios. La revolució n científica había ofrecido una nueva visió n del mundo y en la
investigació n mediante el método científico estaba ofreciendo continuas
novedades. Ademá s, estos avances científicos se traducían no só lo en una nueva
comprensió n del mundo sino también en la aplicació n de estos descubrimientos en
el campo de la tecnología. La filosofía había entrado en una nueva época. Descartes
y otros dinamitaron las bases de la filosofía tal como se había entendido hasta
entonces
Por otro lado, tras má s de un siglo de guerras por motivos religiosos, la Paz
de Westfalia (1648) estableció un statu quo en el centro de Europa: cada uno sería
libre de practicar la fe cristiana que quisiera. Aunque en los diversos países
europeos siguió habiendo una confesió n religiosa preponderante que marginaba o
perseguía a las demá s (catolicismo en Españ a, Francia, Italia...; protestantismo en
Inglaterra, Holanda, países escandinavos...), la religió n dejaría de ser motivo de
conflictos a gran escala entre los europeos, los cuales, segú n Grocio, debían en
materia política etsi Deus non daretur, “como si Dios no existiera”.
Europa viviría así una época mucho má s pacífica que los siglos previos. Si
bien hubo no pocas guerras (ahora abiertamente por el dominio de territorios y
rutas comerciales), el clima de violencia y temor no era ya tan acusado. El clima, a
nivel mundial, comenzó a mejorar y la industria y el comercio prosperaron. Ello
permitió que tanto nobles como burgueses pudieran amasar fortunas que les
permitieron desarrollar proyectos artísticos e intelectuales. La població n no dejaba
de crecer y las epidemias ya no tenían el efecto devastador que tuvieron antañ o.
Todos estos factores propiciaron un particular optimismo en la sociedad
occidental, y ayudan a entender el desarrollo de un movimiento intelectual que
tuvo un papel clave en la transformació n de Occidente a todos los niveles (técnico,
científico, econó mico, político, social, religioso): la Ilustració n.

2. El concepto de Ilustració n:

La palabra “Ilustració n” procede del verbo latino Illustro, que significa


“iluminar”, y se ha usado para designar al movimiento cultural que se dio en toda
Europa (con características comunes y características particulares en cada país) en
el siglo XVIII. En Francia se le conoce como “Les Lumières”, en italiano
“Illuminismo”, “Enlightenment” (iluminació n) en inglés y “Aufklä rung” en alemá n
(que significa lo mismo que en inglés). Por tanto, en todas las lenguas europeas la
idea es clara: la Ilustració n es la iluminació n, la luz. ¿A qué luz se refiere? A la que
procede de la razó n humana.
Fernando Sá nchez escribe así que “una característica bá sica de la
Ilustració n fue, en efecto, la optimista apelació n a la luz de la razó n. É sta parecía el
medio necesario y suficiente para desentrañ ar los problemas humanos y
transformar el mundo, superando las tinieblas, errores y horrores de la sociedad
heredada”1. Los ilustrados tenían así una confianza ciega en la razó n, que en el
campo científico y tecnoló gico estaba produciendo tantos avances. Pensaban que
podía llegar a ser el ú nico medio fiable para poder conocer el mundo y ofrecer a la
Humanidad un bienestar y felicidad como nunca antes se había conseguido.
Fernando Sá nchez indica que la razó n podía superar “las tinieblas, errores y
horrores de la sociedad heredada”. Por tanto, los ilustrados adoptaron un nuevo
concepto que se ha convertido en uno de los principales valores de la época
contemporá nea: el progreso. De este modo, escribe el autor:

“La creencia en el progreso de la civilizació n, tanto en el plano material como ético, es una
de las ideas-fuerza definitorias de la visió n del mundo ilustrada [...] En ese progreso se
concede una atenció n muy importante al desarrollo de los conocimientos ú tiles para el
dominio de la naturaleza y la creació n de bienestar y riqueza material”2

Antes del siglo XVIII, este valor era concedido a la tradició n: lo bueno y
legítimo era aquello que procedía de los mayores y los antepasados, lo que había
funcionado por siglos debía seguir funcionando. Por eso, hasta el siglo XVI la visió n
del mundo ofrecida por los antiguos griegos y romanos no fue puesta en cuestió n.
Igualmente, el sistema político en Europa se basaba en las monarquías, cuya
legitimidad procedía de la tradició n, de los numerosos siglos sobre la que se
asentaba. Los ilustrados pondrá n todo esto en duda apelando a la razó n. Hay que
decir que con ellos el progreso no se convierte solo en un valor, sino también en un
mito, algo que podemos ver perdura hasta el día de hoy. Así, existía fe ciega en el
progreso, dando por hecho que la Humanidad no podía avanzar sino siempre a
mejor. Ello se debe a la confianza ciega que se tenía en el poder de la razó n, a la
cual se le concedió la infabilidad que antes tenía la fe.
Otra cuestió n importante que se aprecia en el texto de Fernando Sá nchez
arriba citado es la de que, en la época de la Ilustració n, se dio una “una atenció n
muy importante al desarrollo de los conocimientos ú tiles para el dominio de la
naturaleza y la creació n de bienestar y riqueza material”. En muchos aspectos, la
vida en Occidente apenas había implicado mejoras sustanciales en la cultura
material (medicina, alimentació n, tecnología...). Desde la época romana, no se
había dado un progreso material tan fuerte y acelerado como se daría en el siglo
XVIII, gracias a la nueva ciencia y el dominio que por medio de ésta se podía tener
de la naturaleza. Por tanto, el siglo de la Ilustració n fue asombroso en el campo de
la ciencia, no así en el de la filosofía. José Luis Ló pez Aranguren indica que, con la
excepció n de Immanuel Kant, “lo que había en esa centuria [el siglo XVIII] eran
philosophes en el sentido dieciochesco de la palabra” 3. Con el término francés
philosophe alude a la figura del intelectual o literato que tiene una cultura general
erudita, pero carece de la profundidad de pensamiento del verdadero filó sofo. De
ahí que muchas afirmaciones o posturas de los ilustrados nos parezcan ahora
ingenuas. Así, desde que Descartes, Bacon y otros pensadores dinamitaran las
bases que la filosofía había tenido desde Plató n y Aristó teles, la filosofía quedó
relegada frente a la ciencia, al menos hasta avanzado el siglo XIX.
1
SÁ NCHEZ MARCOS, Fernando, “Ilustració n y enciclopedismo”, en MOLAS, P. [et. al.], Manual de
Historia Moderna, Barcelona: Ariel, 2000 (1ª edició n de 1993), pp. 634-649, p. 634.
2
SÁ NCHEZ MARCOS, Fernando, “Ilustració n y enciclopedismo”, en MOLAS, P. [et. al.], Manual de
Historia Moderna, Barcelona: Ariel, 2000 (1ª edició n de 1993), pp. 634-649, p. 367.
3
ARANGUREN, J. L., “Sobre la ética en Kant”, en MUGUERZA, J.; RODRÍGUEZ ARAMAYO, R. (eds.),
Kant después de Kant. En el bicentenario de la Crítica de la Razó n Prá ctica, Madrid: Tecnos, 1989,
pp. 665-673, p. 655.
Esto no significa que en el siglo XVIII no se avanzara en diversos campos del
pensamiento filosó fico. Es muy notable el desarrollo de las ideas políticas, pero con
una clara intenció n de ser aplicadas lo má s directamente posible a la realidad. Tal
es así, que la Ilustració n daría lugar a la Revolució n Americana (1776) y la
Revolució n Francesa (1789), alumbrando una nueva era en la historia de la
Humanidad.
Los ilustrados del siglo XVIII ya eran conscientes del poder de su
pensamiento. El mencionado Immanuel Kant escribió un breve texto titulado
Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung? (“Respuesta a la pregunta: ¿Qué es
Ilustració n?”) en el cual se lee:

“La Ilustració n es la liberació n del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad


significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad
es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisió n y valor par
a servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte
de tu propia razó n! : he aquí el lema de la ilustració n”4.

Para Kant la Ilustració n es, sobre todo, la mayoría de edad intelectual. Segú n
él, y tantos otros en su época, el ser humano había vivido hasta entonces en una
“minoría de edad”: del mismo modo que el niñ o hace lo que le dicen sus mayores
(la autoridad) la humanidad se ha conducido bajo la obediencia a autoridades
superiores, ya sean políticas (los reyes y príncipes) o religiosas. Del mismo modo
que el niñ o deja de serlo cuando puede usar su razó n por sí mismo (ha alcanzado la
madurez de su personalidad) y ya no hace lo que le dicen, sino que es capaz de
tomar sus propias decisiones (es un adulto) así las sociedades de Europa y
América, para los ilustrados, estaban alcanzando esa mayoría de edad por la que
podrían guiarse por la luz de su razó n. Para el investigador Antonio Mestre, la idea
kantiana de Ilustració n supone que, má s que un movimiento histó rico, la
Ilustració n sería una actitud mental de cará cter atemporal tan vá lida hoy como
entonces. Es un “mecanismo” de la razó n frente al dogmatismo, con una autocrítica
constructiva, no destructiva5.
Vemos que existía la idea de un pasado “superado” y la necesidad de
progresar y abandonar lo antiguo para alcanzar algo nuevo. Podemos decir que,
con la Ilustració n, surgió el ya mencionado mito del progreso: lo antiguo y
tradicional debe ser superado por algo nuevo, por aquello que forjamos con
nuestra razó n. En este sentido, los ilustrados cayeron (podemos decir) en el mismo
defecto que los intelectuales de tiempos precedentes pero en sentido contrario. Del
mismo modo que durante la Edad Media se tendió a preservar el saber antiguo
pero sin ponerlo en duda (dado el respeto que se sentía hacia la tradició n), los
ilustrados tratarían de dar a luz un nuevo mundo, una nueva realidad (social,
política, cultural...) que necesariamente sería mejor, al proceder de la razó n, una
razó n de la que no se dudaba ni se esperaba que pudiera equivocarse.

3. Los medios de extensió n.

4
KANT, Immanuel, ¿Qué es la Ilustración?, edició n digital, de pioneros.puj.edu.co (Cali: Pontificia
Universidad Javierana), consultada el 1 de septiembre de 2017, trancrito de KANT, I., Filosofía de
la Historia, traducción de Eugenio Imaz, México, FCE, 1994, p. 1
5
MESTRE SANCHÍS, Antonio, La Ilustración, Madrid: Síntesis, 1993, § 1.1.
La Ilustració n era un movimiento universalista, es decir, aspiraba a cambiar
toda la Humanidad. Los ilustrados se declaraban filá ntropos y el deseo de cambiar
la sociedad hizo que buscaran los medios para propagar sus ideas.
Un medio importantísimo fue la imprenta. Ya hemos hablado en la unidad
anterior de la importancia que supuso su invenció n en el siglo XV. Para el siglo
XVIII las técnicas de la imprenta habían mejorado enormemente, de modo que se
podían editar miles de libros con rapidez y una gran calidad técnica. Gracias a ello,
surgió la prensa en esta época precisamente, para dar cuenta de las novedades en
los campos de la ciencia, la política, etc. Los ilustrados recurrieron a este medio
para defender sus ideas en la medida de lo posible, ya que no pocas veces se
encontraban con el problema de la censura.
Pero si hay una publicació n
ilustrada por excelencia, esa es la
Enciclopedia. Hoy día, el término es de
uso comú n, pero en el siglo XVIII hacía
referencia a la L'Encyclopédie o
Dictionnaire raisonné des sciences, des
arts et des métiers, publicada entre
1751 y 1772 por Denis Diderot y Jean
le Rond d'Alembert. Ambos hombres
se propusieron publicar una colecció n
de libros donde se recogiera todo el
saber adquirido hasta la época. La
Enciclopedia conataba con excelentes ilustraciones. Era una obra realmente cara,
pero tenemos que tener presente que los ilustrados e intelectuales en aquella
época eran una minoría de la sociedad, pertenecían a la élite y podían hacerse
fá cilmente con la obra. La Ilustració n nunca fue un movimiento de masas, aunque
sus ideas cambiarían la sociedad.
Junto a las publicaciones escritas, hubo instituciones importantes para el
desarrollo de las ideas ilustradas: las Academias. En 1662 se había fundado la
Royal Society en Londres, institució n donde se reunían los mejores científicos
ingleses (o extranjeros: al marino españ ol Jorge Juan, por ejemplo, se le invitó a
ingresar). En 1666 se fundó la Académie en París, con igual funció n. En el siglo
XVIII irían surgiendo academias de Ciencias, Bellas Artes, de la Lengua (por
ejemplo, La Real Academia Españ ola se fundó en 1714), de la Historia, Escuelas
Técnicas de ingeniería... En estas instituciones los académicos podían discutir y
desarrollar sus investigaciones con un éxito notable.

Ademá s de estos medios


institucionales, hubo un medio
informal de enorme valor: las
reuniones de saló n. En los salones
palaciegos de los grandes príncipes,
nobles o burgueses se hacían
reuniones sociales donde eran
invitados los literatos e
intelectuales de la época. Aunque
parezca algo irrelevante, estas reuniones tuvieron una enorme importancia, ya que
eran espacios donde las ideas má s osadas y provocadoras podían exponerse sin
miedo al castigo. En la Universidad (que era muy conservadora en esta época)
cualquier idea considerada subversiva o inmoral podía ser denunciada y el
individuo que la hubiese expuesto castigado. No pocos ilustrados (Voltaire,
Diderot...) habían sufrido cá rcel por algunos de sus libros (aunque su proximidad a
los poderosos les permitió ser liberados). En el ambiente informal de los salones se
podía hablar con má s libertad e influir ademá s en los personajes má s poderosos de
la época (nobles, cortesanos, príncipes...).

4. Los temas de la Ilustració n.

La Ilustració n, como podemos ver por la Enciclopedia, buscaba llevar la luz


de la razó n a todas las dimensiones de la existencia humana y a todos los campos
del saber.
El campo donde quizá má s se avanzó fue el de las ciencias naturales. No
obstante, las bases para que esto sucedieran se dieron antes de la Ilustració n, en la
época de la Revolució n Científica. Podemos decir que la Ilustració n es una de las
consecuencias de dicha revolució n. Surge porque se ha descubierto una razó n
capaz de desentrañ ar los misterios de la naturaleza y ofrecer mejoras en la vida
material de las personas. Mucho nos podríamos extender aquí hablando de todos
los avances científicos y técnicos de este siglo. Baste señ alar que las diversas
ciencias (química, física, biología, geología...) comenzaron a configurarse y a recibir
el nombre por las que hoy seguimos conociéndolas, separadas ya de la vieja noció n
de “filosofía natural”. Gracias a este conocimiento de la naturaleza se dio paso a
una mejora tecnoló gica casi sin precedentes en la historia humana. La medicina
mejoró de tal modo que en el siglo XIX el modelo demográ fico pudo cambiar, al
reducirse las altísimas tasas de mortalidad que siempre habían existido en Europa
y América, aunque fue un proceso lento.
Los Estados incluso se preocuparon por llevar estos avances al conjunto de
la població n. A modo de ejemplo, a inicios del XIX se dio la Real Expedició n
Filantró pica de la Vacuna, organizada por el médico españ ol Francisco Javier
Balmis. La vacuna contra la viruela había sido desarrollada por el inglés Edward
Jenner (1796). El rey Carlos IV de Españ a financió el viaje del médico Balmis, que
viajó por todos los territorios hispanos de América llevando a cabo una campañ a
de vacunació n masiva. Iniciativas como ésta harían que la població n creciese má s
rá pidamente al reducir la mortalidad.
Igualmente, el desarrollo tecnoló gico permitió que, ante los cambios
socioeconó micos que se estaban dando, se pudiera dar una respuesta por parte de
los ingenieros. Así surgió la revolució n industrial, que se tratará en la pró xima nota
técnica.
Los logros que la razó n estaban dando en el campo científico animaron a los
ilustrados a buscar éxitos similares en otros campos, con la razó n como ú nico
instrumento. El deseo de los ilustrados era, al fin y al cabo, mejorar las condiciones
de la Humanidad, hasta llegar a un estado de justicia y felicidad universal. Ello
pasaba necesariamente por cambios en la sociedad. Ademá s de plantear mejoras
educativas (para que el pueblo abandonase la ignorancia, causa de tantos males
para los ilustrados) en la Ilustració n está una de las principales causas del cambio
revolucionario que se daría en Occidente con la Revolució n Americana (1776) y la
Revolució n Francesa (1789), en las cuales hubo un cambio de sistema social y
político.
La sociedad occidental en aquel entonces estaba dividida en tres
estamentos: la nobleza, el clero y el Tercer Estado o Estado Llano. Este modelo
procedía del Medievo, en el que los nobles se dedicaban a la guerra (protegiendo al
pueblo), el clero a la oració n y cuidado religioso y el Tercer Estado a producir para
mantenerse y mantener a los otros dos Estados, a cambio de la protecció n y
cuidado que aquéllos le deparaban. La pertenencia a un estamento venía
determinada (salvo el caso del clero) por el nacimiento: noble y plebeyo lo eran
por el simple hecho de haber nacido en una familia de la nobleza o del Tercer
Estado, respectivamente. No importaba la riqueza o los logros personales: el
plebeyo nunca dejaría de serlo (salvo que consiguiera por méritos extraordinarios
recibir un título de nobleza) ni tampoco el noble, por pobre que fuera. La nobleza
tenía por el hecho de serlo privilegios, tales como ocupar los principales cargos de
gobierno, administració n y ejército o no pagara impuestos.
Los ilustrados comenzaron a defender una sociedad meritocrá tica, en la que
no se valorara a las personas sino por su calidad personal y sus logros. Muchos de
los ilustrados eran burgueses que habían prosperado pero que veían sus
aspiraciones de mayores mejoras truncadas por el hecho de no ser nobles. Se
empezó a criticar a la nobleza como una clase parasitaria, mientras el pueblo
trabajador debía cargar con el peso de los impuestos. Estas ideas tendrían su fruto
en 1789. Cuando el rey Luis XVI de Francia reunió los Estados Generales (asamblea
que reunía a los tres estamentos, y que no se había convocado desde hacía má s de
un siglo) para solicitar dinero (pues la Monarquía estaba en Bancarrota) los
miembros del Tercer Estamento solicitaron la participació n en el gobierno y que
los otros dos estamentos pagasen igualmente. Ante la resistencia y debilidad del
rey, el 4 de julio de 1789 se dio la Toma de la Bastilla y el inicio de la Revolució n.
Previamente, el 14 de julio de 1774, los colonos norteamericanos declararon su
independencia de Gran Bretañ a, fundando una repú blica, los Estados Unidos de
América. Estos colonos pertenecían al Estado Llano, y al ser protestantes no tenían
apenas un clero como en el mundo cató lico. Los Estados Unidos surgieron así como
un nuevo modelo social, en el que todos los hombres son iguales ante la ley
(lamentablemente, no se incluyeron inicialmente en esta afirmació n a las mujeres
o a personas de otras razas) y un sistema de gobierno con divisió n de poderes y
elegido entre parte de los ciudadanos, que ya no eran sú bditos de ningú n hombre.
Podemos decir que la Revolució n Francesa fue a la vez el éxito y el fracaso
de las ideas ilustradas, ya que dio lugar a un nuevo modelo de sociedad que se
dividía en clases sociales (a las que uno pertenece por su estatus econó mico, de
modo que puede ascender o descender en la escala social) con un sistema político
surgido del pensamiento de los ilustrados que sería el germen de la democracia.
Sin embargo, la Revolució n derivó pronto en guerras y masacres, persecució n y
ejecuciones, con su má xima expresió n en lo que ha pasado a la historia como la
época del Terror. La razó n y el progreso quedaron en entredicho y el proyecto
ilustrado no alcanzó esa plenitud que confiaba ciegamente alcanzar, ya que la
nueva sociedad era también injusta, con una clase adinerada que explotaba a una
gran masa de trabajadores. En la teoría todo era perfecto, en la prá ctica distaba
mucho de serlo.
Las ideas ilustradas sobre política son diversas. En la
Europa del siglo XVII el sistema político imperante era el
absolutismo. Los reyes habían adquirido enorme poder para frenar a la nobleza y
proteger el pueblo. Sin embargo, pasado el tiempo, dicho poder se había
convertido, para muchos, en tiranía. En Inglaterra se había dado la Revolució n
Gloriosa (1688) que culminó con la Bill of Rights (Declaració n de Derechos) en
1689, por la cual se limitaba el poder del rey y se garantizaba la libertad del
Parlamento. Era un logro también de intelectuales como John Locke, que participó
activamente en este cambio en Inglaterra. En su Ensayo sobre el gobierno civil,
entre otras muchas ideas, defendía que6:

1. “El hombre, segú n hemos demostrado ya, nace con un título a la perfecta
libertad y al disfrute ilimitado de todos los derechos y privilegios de la ley
natural”. El hombre nace, por naturaleza, con derechos inalienables. Hoy
puede parecernos algo obvio, pero en aquella época muchos de los derechos
que hoy consideramos como tales se consideraban una concesió n de los
gobernantes o la autoridad religiosa, si bien la Iglesia había defendido desde
el Medievo la existencia de derechos naturales e inalienables.
2. El derecho fundamental es el de propiedad: poseer la propia vida, la
libertad y los bienes.
3. La sociedad política o civil surge en el momento en el que los individuos
ceden su capacidad de defender la propiedad y la ley. Esta idea es muy
propia de la Ilustració n: frente a la idea del bien comú n aristotélico y a la
legitimidad sagrada de los reyes, los ilustrados buscaron una base diferente
para legitimar el orden social, que se fundara, segú n ellos, en la razó n
exclusivamente. Para Locke la sociedad surgía del acuerdo de todos los
individuos, que ceden su libertad absoluta para poder vivir en sociedad
armó nicamente y sobrevivir. Es lo que Jean Jacques Rousseau llamaría el
Contrato Social. Esta idea es novedosa porque no descansa ya en la idea de
que el ser humano es un ser social por naturaleza, que los griegos habían
defendido ya desde la época de la polis, y que por tanto su estado natural
era el de sociedad. Los ilustrados, guiados por el racionalismo, consideraron
el vínculo social como un contrato de diversas partes que buscan un
beneficio. Es una idea asociada al capitalismo que, en aquel entonces, se
estaba desarrollando. Rousseau, por ejemplo, consideraba que la sociedad
pervertía al ser humano, que era bueno por naturaleza. Es el llamado “mito
del buen salvaje”. Locke no llegaba a tanto, y consideraba la sociedad como
algo necesario.
5. El poder se cede a personas autorizadas por la sociedad, los jueces y
magistrados. Si el Estado tiene poder coercitivo, no obstante, es porque cada
ciudadano libremente ha renunciado a su capacidad de actuar con absoluta
libertad y poder confiando en que el Estado garantizará sus derechos.
6. “Resulta, pues, evidente que la monarquía absoluta [...] es en realidad
incompatible con la sociedad civil”, ya que niega los principios anteriores y
la divisió n de poderes que evitaría la tiranía.

Los pasos dados en Inglaterra animaron a los


ilustrados de otros países a plantear un sistema político
nuevo. En Francia el principal exponente es Charles-Louis

6
John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil, traducció n de de Amando Lá zaro Ros, Buenos Aires,
1963, pp. 108-112.
de Sécondat, baró n de Montesquieu (1689-1755). Algunas de las principales ideas
de Montesquieu son7:

1. La concentració n de los tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) va


contra la libertad, y permite que se dé, con mucha facilidad, la tiranía.
2. El poder no debe ser vitalicio, só lo se debe ejercer el tiempo que sea
necesario.
3. La elecció n de los cargos debe hacerse por la valía del individuo y no por
su pertenencia a una clase social.
Montesquieu
Estas ideas no se verían cumplidas en principio,
pero fueron esenciales para que se llegara a la Revolució n8. Hasta entonces, los
ilustrados también colaboraron con los reyes absolutistas, dando lugar a lo que se
conoce como Despotismo Ilustrado: los reyes, con su poder absoluto, aplicaron
ideas de la Ilustració n para mejorar las condiciones de vida de los sú bditos. Así, se
aplicaba la má xima de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Españ a, Francia,
Portugal, Prusia y otros países siguieron este camino, llevando a cabo planes
urbanísticos que mejoraran las ciudades (con alcantarillado, diseñ o racional de las
ciudades...) así como campañ as sanitarias, de educació n...
La crítica ilustrada hacia el sistema político y social se extendió también a la
religió n. La idea típica es que los ilustrados eran ateos y combatían la religió n
como fanatismo y superstició n. Esta idea es erró nea. Ciertamente, era la postura de
ilustrados como Diderot, Voltaire o d´Holbach, pero es igualmente cierto que otros
ilustrados como Leibniz, Muratori (que era sacerdote), Giambattista Vico, etc. eran
sinceros creyentes. Lo que todos compartían era el deseo de mejorar la sociedad
mediante el uso de la razó n, luchando contra la ignorancia o el fanatismo, incluido
el religioso. Unos creían que esto era incompatible con la religió n y otros no, pero
la Ilustració n fue en esto, como en otros campos, un movimiento muy heterogéneo.
Fue, así, una época de pluralidad religiosa9.

7
Montesquieu, Espíritu de las leyes, trad. de N. B. Selva (Madrid, s. a.), pp. 177-182
8
Para entender el valor de las ideas en la Historia, Alasdair MacIntyre cuenta la siguiente anécdota:
“Jean-Jacques Rousseau has been variously credited with the rise of romanticism, the decline of the
West, and more plausibly, the French revolution. Thomas Carlyle is said—possibly apocryphally—
to have once been dining with a businessman who tired of Carlyle’s loquacity and turned to him
with the reproach, “Ideas, Mr. Carlyle, ideas, nothing but ideas!” Carlyle replied, “There was once a
man called Rousseau who wrote a book containing nothing but ideas. The second edition was
bound in the skins of those who laughed at the first.” (A Short History of Ethics, Indiana: University
of Notre Dame Press,, 1998, p. 269). ATENCIÓ N: NO HACE FALTA ESTUDIAR ESTO PARA EL
EXAMEN, ES UNA MERA EXPLICACIÓ N.
9
MESTRE SANCHÍS, Antonio, La Ilustración, Madrid: Síntesis, 1993, § 3.3.

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