Está en la página 1de 2

La historia de las cosas,

Annie Leonard (Seattle, 1964) viajó durante diez años por el mundo como activista de distintas agrupaciones
ecológicas, hasta que entendió que los múltiples maltratos al ambiente del planeta no debían ser combatidos
aisladamente, sino con una mirada integral. El punto de confluencia para problemas tan diversos lo encontró en
la llamada “economía de los materiales” (el sistema de producción, consumo y desecho de los bienes). En 2007
condensó sus conclusiones en un video didáctico de 20 minutos, titulado The Story of Stuff, el cual ya fue visto
por millones de personas.

El video funciona como llamado de atención y suscinta declaración ideológica. Los conservadores
norteamericanos señalaron a Leonard como una “Marx con cola de caballo”; muchas otras personas, en cambio,
quisieron saber más, y así llegó el libro: La historia de las cosas, una argumentación pormenorizada que
sustenta las ideas del video, avalada por una abrumadora cascada de fuentes y datos (referenciados en más de
700 notas al pie).

El razonamiento inicial de Leonard es tan sencillo como alarmante:

1. La mayoría de nuestras cosas transita por un sistema lineal de cinco etapas (Extracción, Producción,
Distribución, Consumo y Desecho);
2. aplicamos ese sistema en un planeta con recursos naturales limitados;
3. ningún sistema lineal puede aplicarse indefinidamente a un conjunto limitado de recursos.

Conclusión: la tendencia actual es insostenible. Algunos recursos naturales sí son renovables, pero desde hace
casi treinta años que venimos “sobregirando” la cuenta: cada año consumimos más temprano todo lo que la
Tierra podría regenerar en ese mismo año. Según Global Footprint Network, al “presupuesto” de recursos
planetarios para 2014 ya nos lo liquidamos en los primeros ocho meses. Es decir que hoy, al año, consumimos
los recursos producidos por el equivalente de 1,5 Tierras (el 0,5 sobrante proviene, por ahora, de los recursos
preexistentes).

Las cinco partes del libro se corresponden con las cinco etapas del sistema. El panorama de la Extracción es el
más previsible: tala indiscriminada, petróleo sucio, minería venenosa, todo casi siempre en condiciones de
trabajo insalubres para la población local, usualmente explotada y expoliada.

Para ilustrar la etapa de Producción, Leonard hace un seguimiento de algunos productos cotidianos. El
derrotero de una remera de algodón, de un libro, de una computadora o de una lata de gaseosa revelan procesos
sucios o cuestiones como la “huella hídrica” (la forma en que un país A “se toma” el agua de un país B
mediante los cultivos y las fábricas que instala en él); o evidencian el absurdo de hacer latas descartables que
son más caras y difíciles de fabricar que la gaseosa que contienen; o informan sobre la toxicidad del PVC y los
“retardantes de llama” —sustancias químicas que se agregan a los materiales para demorar que se prendan
fuego—; o señalan los alcances del reciclado y la forestación responsable (un detalle de la edición: tiene el sello
“FSC” del Consejo de Administración Forestal, el cual certifica que el papel del libro proviene de bosques
gestionados responsablemente. Además es reciclable, no fue hecho con cloro y fue impreso con tintas
vegetales).

La Distribución es más intrincada que nunca en esta era de shoppings cercanos y maquiladoras distantes; el
seguimiento sólo es posible mediante poderosos sistemas informáticos. Para ejemplificar su frenesí, Leonard se
vale de tres casos paradigmáticos: una tienda suiza de ropa (H&M) y nuestros conocidos Wal-Mart y Amazon.

Los ejemplos de la etapa de Consumo son tomados de la meca del capitalismo, Estados Unidos.
Hipermercados, tarjetas de crédito, obsolescencia planificada, moda y publicidad: todo está diseñado para
acelerar el ciclo de compras y aumentar el volumen de nuestra basura.
En cuanto al Desecho, Leonard nos recuerda que por cada kilo de basura doméstica, se produjeron previamente
entre 40 y 70 kilos de basura industrial. Enterrarla conlleva riesgos y un espacio que nadie quiere cerca; por eso
hay corporaciones que exportan su basura, tirándola en otros países. ¿Incinerar? De lo peor, devuelve los
elementos tóxicos al aire. ¿Reciclar? Es bueno, pero sólo como última opción: lo ideal, sostiene Leonard, sería
desechar menos. Además muchas empresas cacarean sus reciclajes como una excusa para no encarar cambios
más profundos.

Hay que cambiar de paradigma, dice Leonard. Rediseñar productos teniendo en cuenta no sólo su consumo,
sino también las otras etapas (extracción, desecho). Usar menos recursos. Reutilizar. Prestar y pedir prestado.
Querer menos cosas. Propone que activemos menos como consumidores y más como ciudadanos, defendiendo
nuestros derechos a la salud y al bienestar de nuestras comunidades. Además de acciones individuales, propone
(con ejemplos) la organización y el activismo colectivo: formas más efectivas de influir en quienes toman las
grandes decisiones, nacionales o globales.

Superando el pesimismo que destila el análisis de la situación, Leonard afirma sus esperanzas en “la certeza de
que existen sistemas alternativos” y de que “si hay suficiente cantidad de gente que quiere cambiar, juntos
podemos trazar un camino distinto”.

También podría gustarte