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A Fondo y Rápido
Al límite 2
ERIN MCCARTHY
A FONDO Y
RÁPIDO
Al Límite 2
Erin McCarthy
A Fondo y Rápido
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ARGUMENTO
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Erin McCarthy
A Fondo y Rápido
Al límite 2
Capítulo 1
Tirachinas: una maniobra en las carreras donde el coche que sigue al líder se coloca detrás
robándole el rebufo y luego pasa al primer puesto.
Cómo funciona: Quédate en segundo término si tu hombre está interesado en otra mujer.
Cuando ella se muestre demasiado odiosa o pegajosa, muévete y pasa al primer puesto.
De Cómo Casarte con un Piloto de Carreras en Seis Fáciles Pasos.
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Tamara estaba claramente ansiosa por ver a su marido Elec conducir, ya había
enseñado su pase y yendo hacia la zona de asientos en los boxes. Imogen la siguió,
preguntándose si su crema solar iba a resistir durante toda la carrera. Era de cabello
moreno y piel clara, y el sol de Carolina del Norte era brutal. Mirando el público, se
dio cuenta que el sombrero de paja que había llevado para taparse el rostro no era
exactamente de rigor. Todos los demás se cubrían la cabeza con una gorra, la
mayoría con publicidad de su piloto preferido. Imogen era consciente que tampoco
iba vestida apropiadamente. Llevaba un vestido veraniego negro con una chaqueta
manga tres cuartos y sandalias mientras que la mayoría de la gente iba en pantalones
cortos y camisetas.
Pero considerando que era su primera vez en el circuito de Charlotte viendo una
carrera de coches en directo, no conocía el protocolo. Lo había estado esperando
como una experiencia y porque todavía estaba buscando un proyecto de tesis para su
licenciatura en sociología. La cultura en el sur sobre las carreras de coches parecía un
gran punto de partida, pero necesitaba concentrarse en un tema más específico.
Solo que no había esperado estar sentada junto a Nikki. Suzanne había saltado
literalmente sobre la fila de asientos para lograr el más alejado de Nikki, y Tamara ya
había tomado asiento al lado de Suzanne. Eso dejó a Imogen, y luego a Nikki en el
extremo, quien estaba limpiando el asiento con un pañuelo.
—No quiero que mis pantalones blancos se ensucien —dijo como explicación
cuando Imogen se la quedó mirando.
—Entonces ¿por qué llevas pantalones blancos? —Imogen no pudo evitar el
preguntar.
—Porque me hacen un trasero bonito —dijo Nikki, como si fuera totalmente
evidente.
—¿No tienes otros pantalones que te hagan un trasero bonito y no atraigan la
suciedad?
Nikki sonrió.
—Sí. Pero los pantalones blancos no los puedes llevar si no es con un tanga y a los
hombres les encanta.
Vaya. Imogen no le veía la lógica en absoluto, porque ¿no asumirían la mayoría de
los hombres que una mujer como Nikki siempre llevaría tanga? Y si de hecho se les
permitiera adquirir la información del tanga por sí mismos, ella sospechaba que no
les importaría para nada lo que Nikki lo llevara puesto. Pero era inútil lanzarse en
una discusión más profunda con Nikki. Imogen sospechaba que Nikki había acabado
con el tema y eso era todo.
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—Entonces supongo que es de no ficción. Creo. —Nikki levantó el libro para que
Imogen viera la portada.
El título era “Cómo casarse con un piloto de carreras en seis fáciles pasos”. En la
cubierta había la fotografía de una mujer besando a un hombre con el traje de piloto
y un par de anillos de boda rodeándoles.
—¡Guau!, vaya, yo tampoco sé si es ficción o no. —Imogen no estaba segura si el
libro estaba planteado en tono irónico o si alguien en serio había pensado que había
una fórmula para obtener una propuesta de un piloto. O si el publicista y el autor ni
siquiera lo pensaron, sabiendo que las mujeres como Nikki comprarían el libro para
enterarse del secreto—. ¿Qué dice?
—Hay toda clase de consejos y normas, más los perfiles de los pilotos solteros.
—¿Lo dices en serio? —Eso picó completamente el interés sociológico de Imogen.
—Sí. Y rompí la norma diecisiete del segundo paso por accidente. No se suponía
que llevara tacones en el circuito, solo que no leí esa parte hasta que llegué. —Nikki
enrolló la parte superior de su bolsa de lechuga cerrándola y volviéndola a meter en
su bolso—. Espero que Ty no se dé cuenta.
Considerando que el hombre estaba dentro de un coche en una carrera
aproximadamente a unos trescientos kilómetros por hora e intentando adelantar a
otros coches yendo a la misma velocidad a tan solo unos centímetros de distancia,
Imogen dudaba seriamente que a Ty le preocupara el calzado de Nikki.
—Estoy segura que está bien. En serio, de todos modos no veo porque un piloto le
importaría lo que su novia o mujer lleva en una carrera.
Nikki parecía horrorizada.
—Con esa clase de actitud jamás pescarás un piloto. Todo va sobre la imagen.
—¿En serio? —Imogen echó un vistazo a Tamara y Suzanne. Ambas eran
normales, mujeres atractivas de treinta y pocos. Tamara estaba casada con un piloto;
Suzanne divorciada de otro. De algún modo Imogen dudaba que ninguna de ellas
hubiera seguido un manual para pescar a sus maridos. De hecho, apostaría su
fideicomiso—. ¿Puedo ojear el libro? —preguntó.
Nikki se apretó el libro al pecho durante un segundo, evidentemente suspicaz.
—No te preocupes —dijo Imogen—. No tengo interés en seguir los pasos. Los
pilotos de carreras no son mi tipo. —Lo cual haría bien en recordar. Solo porque tenía
una extraña y misteriosa atracción física hacia Ty no significaba que no fuera otra
cosa que una tonta por perseguirlo. Un piloto no era su tipo, y sabía sin sombra de
duda que ella no era el tipo de un piloto. Era la antítesis total de Nikki.
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* *
Ty McCordle se escabulló por la puerta principal de Tammy y Elec yendo
rápidamente hacia la izquierda del porche, alejándose de la vista de la ventana.
Necesitaba con desesperación un poco de aire fresco y un respiro de la constante
charla de Nikki. Tenía claro que había estado saliendo con Nikki más allá del punto
de la novedad. Le ponía de los nervios con cada minuto que pasaba con ella, y de
hecho había sacado el tema M (matrimonio). Por el amor de Dios, el pensamiento le
hacía querer salir quemando rueda y escapar de esa trampa. Así que había llegado el
momento odiado de una cita. Tenía que romper con Nikki, y eso iba ligado a un par
de cosas de ella con las que le era difícil tratar: las lágrimas y la ira. La verdad era,
que no debería haber dejado que las cosas llegaran tan lejos. Sabía desde el principio
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que ella ni siquiera era remotamente su tipo para una relación a largo plazo, pero
había estado solo y aburrido y ella más que dispuesta a irse a la cama con él. Pero
después de un tiempo, ni siquiera su entusiasmo pudo compensar el hecho de que el
sonido de su voz hacía que cada músculo en su cuerpo se tensara irritado, y ahora
estaba esquivándola en una maldita cena.
Era ridículo, y le hacía sentir como un pelele mariquita. Ya que no iba a volver
dentro ¿no? Estaba lloviendo, una agradable y pequeña tormenta, y el aire estaba
despejado y fresco, la temperatura templada. Ty adoraba el sonido de la lluvia
golpeando el tejado y el suelo, se inclinó hacia delante para sentir el rocío sobre sus
brazos y manos. Aunque se imaginara donde estaba, la lluvia mantendría a Nikki en
la casa. No estaba en su naturaleza nada que pudiera arruinarle el cabello, el
maquillaje o los zapatos.
Así que Ty iba a quedarse allí en el porche y tomarse un respiro, entonces volvería
a la fiesta, se despediría de sus amigos, recogería a Nikki, la llevaría a casa y
rompería con ella. Dentro de un minuto. O dos.
Una luz apareció en el camino de entrada y Ty echó un vistazo para ver que era.
La puerta de un coche se cerró de golpe y la luz se apagó. A través de la lluvia Ty vio
a alguien corriendo hacia el porche, con las manos sobre la cabeza. Una mujer
delgada de cabello oscuro y gafas subía los escalones, luego se detuvo cuando logró
refugio, con los brazos caídos a sus costados y la respiración entrecortada.
La mujer era una especie de ayudante de Tammy en la universidad, la que tenía el
nombre que Ty no podía recordar o pronunciar. La había visto dentro de la casa ya
que solo eran unas veinte personas en la fiesta, pero la había evitado. Algo en ella lo
intrigaba, le hacía querer ver si la tímida y seria mujer podría abrirse a los demás y
reír, o mejor aún, gemir de placer, pero a la vez, le hacía sentir estúpido con su
sofisticada educación, ropa cara y nombre complicado.
Ahora mismo sentía lástima por ella. Estaba tomando profundas bocanadas de
aire y casi resoplando, como si la impresión de un montón de lluvia volcada sobre
ella, justo la acabara de alcanzar. Tenía el cabello aplastado sobre las mejillas y frente,
sus vaqueros estaban mojados hasta las rodillas, y su jersey negro pegado al pecho.
Por alguna razón le recordó a un cachorrito, asustado y abandonado, y ya no se
sentía tan intimidado por ella.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Está lloviendo más de lo que pensaba —le dijo, despegándose el jersey del
estómago—. Creo que debería haber esperado unos minutos más. Pero tenía que
subir las ventanillas del coche, y quedé atrapada dentro. Esperé, considerando en
irme y volver a casa, pero no despedirme de la gente sería extraordinariamente
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grosero, y la lluvia no estaba por amainar, así que adelante. Creo, que sobra decir que
fue un error de juicio.
Fue un rollo de explicación y Ty solo escuchó la mitad porque estaba muy
distraído por el hecho que sus gafas estuvieran cubiertas con gotas de lluvia. Le
gustaba ver los ojos de una mujer cuando hablaba con ella y tenía curiosidad por
saber de qué color eran los de cómo se llame. También tenía curiosidad por cómo le
iba a volver a preguntar su nombre sin sonar como el idiota integral que era.
Alargando la mano, le quitó la montura de la cara.
Ella retrocedió de golpe con un chillido.
—¿Qué haces? —Se secó el puente de la nariz y luego siguió la mano masculina
para recuperar las gafas—. Las necesito.
—Las estoy secando. Seguramente no puedes ver nada si están empapadas. —Ty
utilizó la parte inferior de su camiseta para limpiarlas a su satisfacción.
—Vaya, gracias.
Él las levantó y las guió hacia la nariz.
—Puedo…
Antes de poder acabar la frase, él le había puesto las gafas, con las patillas metidas
sobre cada oreja.
—Hacerlo sola —dijo ella.
—Demasiado tarde. —Él sonrió y utilizando la punta de su dedo índice, se las
subió un poquito más por la nariz—. Y ahora sé que son azules.
—¿Qué? —Inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado—. ¿El qué es azul?
—Tus ojos. Me lo estaba preguntando. —Emma Jean o Imagine o cómo narices se
llamara tenía ojos sin alterar por el maquillaje, eran grandes y de un intenso azul
como el tejano. Olía a lluvia y a champú, su suave piel cubierta con una película de
rocío. Estaba muy cerca de ella y fue consciente de su enorme atracción y su cuerpo
lo sabía. Le sobresalía una erección para saludarla.
Afortunadamente, ella le miraba la cara, no la entrepierna, así que no conocía la
dirección en que iban sus pensamientos.
Ella tenía un leve ceño en el rostro.
—¿Por qué te estarías preguntando de qué color son mis ojos?
Esta era una muy buena pregunta y él eligió no contestarla.
—Necesitas una toalla. Estás empapada —y tiritando.
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—No quiero entrar así. —Echó un vistazo a la puerta principal—. Dejaré un rastro
de agua sobre todo el suelo de parquet.
—Puedo ir a buscarte una toalla —le dijo. Aunque tuviera que esquivar a Nikki
para hacerlo, lo cual sería difícil.
—Estaré bien —le dijo—. Seguramente iré a casa y llamaré a Tamara para
disculparme.
—¿Vas a volver a correr bajo la lluvia? —le dijo incrédulo—. No lo creo.
—Ha amainado —insistió ella.
Pero cuando miraron hacia el patio delantero y el camino de entrada, el viento
azotaba torrentes de lluvia en ángulo.
—O no. Vaya raro monzón. No tienes nada seco ni siquiera para limpiarte las
gafas cuando llegues al coche. ¿Puedes ver para conducir sin gafas?
—No. —Suspiró, contemplando su coche con evidente anhelo.
—¿Qué llevas bajo el jersey?
—¿Perdona? —Ella se giró tan rápido para mirarle que chocó con los hombros.
—Si llevas una camiseta debajo, seguramente estará seca. Solo sácate el jersey.
—Llevo una camisola —le dijo mordiéndose el labio.
Ty no sabía qué narices era una camisola, pero sonaba prometedor.
—Perfecto.
Ella pareció considerarlo durante un segundo, luego se quitó las gafas y se las
tendió.
—Sujétalas, por favor.
—Claro.
Entonces él ni siquiera intentó apartar la mirada cuando se quitó el jersey para
revelar un pequeño top, pequeños pechos pegados a la tela, los pezones apretados.
Sí, estaba repleto de ideas brillantes. Nada como decirle a la mujer que se sacara la
ropa mientras estaba en el porche delantero de su colega a plena vista y en una fiesta.
—Esto está mejor, Emma Jean ¿no? —dijo cuando ella dejó caer su jersey
empapado sobre la barandilla del porche.
Ella le tendió la mano pidiéndole las gafas y le sonrió.
—Sabes que mi nombre no es Emma Jean ¿no?
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Lo sabía. Solo que no sabía cuál era en realidad su nombre. Sospechaba, a parte
del hecho que jamás había oído ese nombre en concreto antes de conocerla, que su
dislexia le dificultaba retener su nombre. Lo había deletreado en voz alta para él en
una ocasión previa, pero las letras se habían mezclado en su cabeza. Lo cual le
cabreaba sobremanera. Pero disimularía, haciéndolo parecer intencionado.
—Sip, pero pienso que Emma Jean te pega.
Riéndose se puso las gafas.
—No, no me pega. Tanto como odio admitirlo, soy mucho más Imogen que Emma
Jean.
Ty casi lo pilló esta vez. El sonido final sonó más como gin, la bebida alcohólica.
—¿Por qué dices eso?
—Cabello oscuro, gafas. —Los fue señalando mientras decía la lista—. Pecho
plano, tímida. Definitivamente no una Emma Jean.
Tal vez todas aquellas cosas eran la razón porque la encontraba tan fascinante,
aunque después de hablar con ella, no la llamaría tímida. Callada, pero no tímida. Le
ofreció una sonrisa, una que incluso mientras la hacía, sabía que era insinuante. No
debería, no allí, no con ella, pero parecía que no podía parar.
—Tú siempre serás Emma Jean para mí.
Imogen se rio.
—No puedo decidir si es o no un cumplido.
—Lo es, pero uno sutil. Pero ahora voy a ofrecerte un cumplido evidente. —
Mientras las palabras salían de su boca, Ty estaba diciéndose a sí mismo cállate, para
no ir por ese camino con esta mujer que estaba a todas luces fuera de su liga, pero no
escuchó.
Ella abrió los ojos de par en par tras las gafas.
Estaban más cerca de lo necesario para mantener una conversación, pero Ty se dio
cuenta que ninguno de los dos retrocedió. Le tocó la mejilla, sorprendiéndose de lo
suave que era su piel.
—Eres muy guapa. No es un cumplido original, pero aún así es verdad. —Ty le
pasó los dedos por los labios—. Las mujeres bonitas pueden empezar pareciendo
igual, pero tú destacas. Tu belleza es única.
Imogen empezó a pensar que Ty McCordle había consumido demasiado alcohol
en la fiesta. La estaba mirando como si quisiera comérsela, trocito a trocito, o como
mínimo besarla, y la estaba tocando. Él la estaba tocando y la piel se le había puesto
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de gallina, se podría decir que por la calada de la lluvia, pero más probable por un
repentino ataque a nivel hormonal, ya que Ty era el hombre por el que había estado
luchando contra la atracción física durante meses. Y ahora la estaba mirando como si
también se sintiera atraído por ella, lo cual era inquietante.
No podía explicarse este giro de los acontecimientos. En serio, no podía ser posible
que Ty estuviera interesado en ella. Lo más probable es que fuera por conveniencia.
Ella estaba en el porche. Sí, eso era. Estaba flirteando, fin de la historia.
Lo cual no explicaba porque de pronto él retrocedió y se quitó la camiseta
revelando unos marcados abdominales y un pecho que solo le gritaba que lo
explorara. Por. Dios. ¿Qué narices estaba haciendo?
—¿Qué haces? —le preguntó, su voz una octava más alta de lo normal.
—Tu cabello todavía gotea y no fui a buscarte una toalla. Usa mi camiseta.
Eso era considerado y extraño, y una fantasía personal de Imogen hecha realidad.
Y divertido por cómo le dijo que usara su camiseta y aún así no le dejo tocarla. Le
estaba secando el cabello él mismo, apretando la tela en torno a los mechones
mojados de su cabello y absorbiendo algo de humedad. Ella se quedó inmóvil y le
dejó hacer, con miedo a moverse, miedo a respirar, miedo a arruinar el momento
perfecto y hermoso que jamás se volvería a repetir en su vida vainilla.
Él olía a hombre. No había otra manera de decirlo. Sencillamente olía como un
chico, a jabón, desodorante y piel, con una pizca de loción de afeitar. Imogen jamás
en toda su vida había estado tan cerca de, ¿cómo lo clasificaría?, un hombre tan
masculino. Era una experiencia… excitante. Esta era la mejor manera de describirlo.
Se le aceleró la respiración, le sudaban las manos, los pezones se tensaron y la parte
interior de sus muslos se entibió, para demostrarlo.
Bajando por los hombros, Ty siguió secándola con su camiseta y ella siguió
queriendo tocarle el torso.
—Te puedo calentar incluso más —le dijo él.
No podía ser que estuviera oyendo lo que estaba oyendo. Era simplemente
demasiado increíble.
—¿Y cómo? —Quería que lo dijera en voz alta, lo que ella estaba esperando que
iba a decir. Era muy posible que nunca hubiera querido otra cosa tanto como deseaba
que Ty la besara en ese momento.
—Puedo rodearte con mis brazos. Compartir el calor. —La mano libre de Ty
serpenteó por su cintura—. Y puedo besarte.
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—Esto no es lo que piensas, Emma Jean. Tenía toda la intención de romper con
Nikki después de dejarla esta noche. Debería haberlo hecho hace dos meses.
Imogen frunció el ceño. Vaya, esto sonaba como las típicas frases masculinas:
“Voy a dejar a mi mujer, te lo prometo” o “Te sientes tan bien con un condón, solo
quiero sentirte sin uno”.
Podría no tener mucha experiencia saliendo con hombres como Ty McCordle,
vale, ninguna, pero al parecer un hombre era un hombre y todos eran iguales.
—Vale —dijo ella.
Ahora fue él quien frunció el ceño, todavía agarrando la camiseta en su mano.
—¿Vale? ¿Qué mierda significa eso?
—Significa vale. Romper con Nikki o no. Es irrelevante para mí.
Con una respiración profunda y un estremecimiento, Imogen bajó corriendo las
escaleras bajo la lluvia y dejó a Ty en el porche.
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Excepto que Ty la siguió e Imogen no podía creérselo. Tras correr bajo la lluvia,
abriendo las puertas con el mando y entrando, mojada y miserable, apenas había
cerrado la puerta antes de que la del pasajero se abriera y Ty subiera.
Estaba sentado en su coche.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó sin creérselo.
—Estoy calado, eso es lo que estoy. —Sacudió la cabeza y se pasó los dedos por las
greñas húmedas de su cabello—. Caray, está lloviendo a mares.
Y todavía iba sin camiseta.
Ty estaba sentado en su coche calado y desnudo de mitad para arriba.
—¿Por qué estás en mi coche? —¿No había dejado meridianamente claro que se
marchaba de la fiesta para irse a casa?
Y aún así él la miraba como si fuera la única que ignorara lo obvio.
—Tenemos que hablar.
—¿De qué? —Imogen se consideraba una persona bastante inteligente, pero tenía
problemas para seguir el tren de pensamiento de Ty.
Sin contestar, Ty se sacó de la entrepierna de sus vaqueros la camiseta. La vio
mirándolo con lo que seguro era una expresión de total horror. Él le guiñó un ojo.
—Así se mantiene seca.
Mientras se ponía la arrugada camiseta por la cabeza, Imogen intentó no sucumbir
a la atracción física que sentía por él. Innegablemente la excitaba, a pesar del hecho
que tenía novia, lo cual encontraba increíblemente preocupante. Parecía que su
intelecto debería ser capaz de instruir a su naturaleza animal que Ty no era un
candidato viable como pareja.
Vale, lo instruía, pero gran parte de ella no escuchaba. Así que iba a tener que ir
con cuidado. No podía complicar su tesis flirteando con un hombre que sí encontraba
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atractivo. Tenía que utilizar la Biblia Nupcial de Nikki sólo con pilotos en los que no
tuviera interés así podría mantener el control y la objetividad.
—¿Por qué corriste bajo la lluvia? —le preguntó ella, todavía teniendo un poco de
problema con eso.
—Porque no había acabado de hablar contigo antes de que salieras disparada.
—No salí disparada. Era el momento apropiado para acabar la conversación. —
Los habían interrumpido. Él tenía novia. Definitivamente era el momento de irse.
—¿Acabar la conversación? Es una manera educada de decir que huiste.
Tal vez. Pero era necesario.
Ty se giró ligeramente en su asiento, la camiseta tenía trozos húmedos en lugares
al azar por haberle secado el cabello, su cabello castaño claro húmedo y desaliñado
por la remojada que había pillado. Movió un poco las rodillas haciendo más espacio
para sus piernas, luego bajó la mirada al suelo.
—Ostras, lo siento. Te tiré el bolso y cayeron todas tus cosas.
Imogen sabía lo que llevaba en el bolso: media docena de manuales de citas y el
incriminador “Cómo casarse con un piloto de carreras en seis fáciles pasos”.
Sintiendo un rubor apareciendo con sigilo en sus mejillas, frenéticamente alargó el
brazo entre las piernas masculinas e intentó palpar los libros para sacarlos de la vista.
Si ojeaba los títulos y pensaba que los estaba leyendo en un intento de pescar un
marido, se sentiría mortificada, y no tenía intención de explicarle su tesis porque
tenía el presentimiento de que se burlaría.
—¡Anda! —Ty levantó los brazos apartándolos—. Podría haberlos recogido, pero
esto me gusta más.
Aquello la dejó paralizada. La verdad es que estaba encima de él, con la cara en su
rodilla y los pechos peligrosamente cerca del muslo.
—Lo siento estaban en medio —dijo, dándose cuenta que no había nada por lo que
disculparse. Él fue quien entró en su coche sin invitación.
—No pasa nada. La verdad es que lo estoy disfrutando —contestó arrastrando las
palabras.
Dios, ese acento sureño le hacía cosas escandalosas a su imparcialidad. Imogen
estaba decidida a seguir las normas de las citas con el único propósito de su tesis, se
suponía que no se permitiría tener interés en ninguno de los pilotos de carreras con
los que tenía la intención de coquetear. Y menos que nadie Ty. Tenía la intención de
dejarle totalmente fuera de la ecuación al embarcarse en esta investigación con tan
poco rigor científico para darle un empujón a su tesis.
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Así que cómo había terminado buscando a tientas entre sus piernas mientras la
voz de Ty le ponía la piel de gallina estaba fuera de su comprensión.
Metió el último libro en el bolso y se enderezó.
—No todo tiene que convertirse en una insinuación sexual.
—Bueno, por supuesto que no tiene que ser sobre sexo. Pero es mucho más
divertido así.
—Esta conversación no va de sexo.
—¿A no? Bien, eso le quita toda la diversión al resto de la noche.
Le habían quitado la suya al minuto en que se dio cuenta que ella no era nada más
que un juego para él, una manera de pasar el rato mientras eludía a su novia en una
fiesta. Seguramente era solo un desafío por un tipo de mujer diferente a la que Ty
solía salir.
—Entonces, vete. Eso es lo que intento hacer yo. —Ella se lo quedó mirando, a él y
a la puerta del acompañante, sin ocultar su prisa.
—Todavía es pronto, no quieres irte y yo tengo unas cuantas preguntas para ti.
—Yo no tengo respuestas para ti. —Lo dijo con absoluta honestidad.
El siguió como si no la hubiera oído.
—¿Todas las mujeres quieren casarse? ¿Tú quieres casarte? —Su expresión era de
curiosidad y tal vez ligeramente perpleja.
Imogen, estaba segura de que la pregunta era sincera, porque ya se lo había
preguntado antes, en la boda de Tamara y Elec. Estaba claro que el tema del
matrimonio y porque querían las mujeres lo estaba agobiando. Quizás era por la
edad. Los hombres y mujeres llegaban a los treinta y todo el mundo en su entorno
parecía pensar que o deberían estar casados o deberían intentar estarlo. Imogen no se
oponía al matrimonio, per se, pero definitivamente quería insistir en su versión del
Señor Perfecto, así que la pregunta de Ty inmediatamente le trajo a la mente a
Beatrice en “Mucho ruido y pocas nueces” de Shakespeare.
—“No será en tanto Dios haga a los hombres de otra sustancia distinta a la tierra”
—le citó a Ty. Este se la quedó mirando sin comprender.
—¿Qué?
Imogen siempre había adorado las respuestas ingeniosas de Beatrice a las
entrometidas y a menudo insultantes preguntas, así que siguió utilizando sus
palabras, metiéndose en el monólogo a pesar de la evidente incomprensión en el
rostro de Ty.
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—“No es desesperante para una mujer el verse dominada por un puñado de polvo
valiente y tener que rendir cuentas de su vida a un terrón de cieno petulante? No, tío,
no quiero a ninguno.”
—Suena bien lo que dices, pero no tengo ni idea de qué diablos estás hablando.
—Es Shakespeare —contestó Imogen.
—Bueno, estaba bastante seguro que no era Kenny Chesney. Pero aun así no
entiendo qué significa.
Imogen cambió de postura en el asiento, incómoda con su jersey y cabello mojados
y su atracción por Ty McCordle todavía la incomodaba más. No parecía molesto con
ella, solo desconcertado y tal vez un poquito divertido. La verdad es que no entendía
qué hacía sentado en su coche, pero ya que estaba allí, se imaginó que bien podría
disfrutar del panorama de perfección varonil que ofrecía, aunque se hubiera vuelto a
poner la camiseta.
—Beatrice le está diciendo a su tío que se casará solo cuando Dios haga a los
hombres de algo distinto al polvo. —Un poco duro quizás, pero habiendo intentado
por un corto espacio de tiempo las citas online, Imogen podía ver hacia donde se
dirigía.
—Vale, una que odia a los hombres.
Eso tomó por sorpresa a Imogen.
—¿Qué odia a los hombres? No creo que sea totalmente cierto.
—Claro que sí. Mete a todos los hombres en el mismo saco, llamándolos polvo, sin
darle a nadie una oportunidad. Y seguramente andando siempre por ahí con una
mirada amargada y resentida en la cara, logrando así una atención negativa de los
hombres, lo cual aún la enfada y convence más de que su teoría es la correcta —
asintió Ty—. Odia a los hombres.
Imogen se quedó muda durante un segundo, horrorizada al darse cuenta que
aunque la explicación de Ty simplificaba la situación tal vez estuviera en lo cierto.
Beatrice tenía una lengua viperina y casi siempre estaba al ataque.
—Creo que acabas de romper en pedazos toda mi percepción de “Mucho ruido y
pocas nueces”.
—No estaba intentado romper nada. Pero es bastante evidente que la tía está
amargada porque los chicos no llaman a su puerta.
—¿Cómo sabes que no llaman a su puerta?
Ty le ofreció una larga mirada de incredulidad.
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—Vamos. Si llamaran, ella no tendría tanta mala leche. ¿Tengo razón? Se pasa el
sábado por la noche con su mejor amiga en vez de conseguir algo de marcha ¿cierto?
—Bueno, de hecho normalmente es su primo. Y tienes que considerar el contexto.
Una mujer en esa época no podía ir de cama en cama sin serias consecuencias.
Él se mofó.
—Ya, como si eso hubiera parado a alguien. Pregúntale a cualquier senador.
Imogen se rio.
—Cierto. —Luego como tenía curiosidad y no parecía que fuera a salir del coche,
ella le preguntó:
—¿Pero por qué preguntas por el matrimonio? ¿Estás pensando en pedírselo a
Nikki?
Su reacción tan extrema que fue cómica. Su rostro pasó por una serie de
contorsiones y la mano le salió disparada.
—No. No, no, no, no. Ella sacó el tema, lo cual significa que está metida en esta
relación más de lo que pensaba, lo que significa que tengo que romper con ella, lo
cual odio, porque no me gusta herir los sentimientos de nadie. Pero la verdad es que
Nikki y yo no tenemos nada en común. Excepto una cosa en realidad.
—¿El sexo?
Ty sonrió.
—Sí. Me encanta que lo hayas dicho tan claro.
Bueno, no hacía falta ser de la NASA para deducirlo, e Imogen, aunque se
consideraba tímida, siempre había sido lo bastante curiosa para ser directa con la
gente. Conseguía más información de esa manera, y la mayor parte del tiempo, era
incapaz de resistirse al impulso de husmear un poco en su búsqueda para
comprender a la gente de su entorno.
—Me parecía lógico que la atracción sexual fuera lo que os atrajera a ambos.
Le lanzó una mirada divertida, como si estuviera intentando leer su expresión y
no pudiera.
—Sí, eso siempre pareció funcionar muy bien entre nosotros. En cuanto a la
conversación o pasar el rato juntos, bueno, en eso siempre fuimos un poco torpes
¿sabes? Así que se me escapa por qué narices pensó en querer estar conmigo todos
los santos días y casarse.
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Imogen pensaba que era muy evidente. Nikki quería el prestigio y el dinero de ser
la mujer de un piloto de carreras. Pero parecía increíblemente grosero señalárselo a
Ty, en especial si él no lo había deducido todavía.
—Quizás está enamorada de ti.
Ty soltó una carcajada y la señalo con el dedo.
—Eso es divertido. Esa chica siente un cariño más auténtico por sus zapatos que
por mí.
No podía decir si él estaba exponiendo un hecho, o si le molestaba que Nikki no
estuviera emocionalmente dedicada a él. Así que le quitó importancia.
—Los buenos zapatos son realmente difíciles de encontrar.
—Mírate, apareció tu listilla interior. —Ty le sonrió abiertamente—. Me gusta eso
de ti.
—Bueno, es verdad —Imogen le sonrió—. Cuando vas a comprar zapatos, hay
muchas opciones pero es muy difícil dar con el par correcto. No encajan bien con tu
ropa, o son demasiado informales o mucho de vestir, o están fuera de tu margen de
precio. No tienen tu número, te aprietan los dedos o te rozan el talón o te salen
ampollas o te hacen sudar los pies. El tacón es demasiado alto o demasiado bajo, o te
hacen los tobillos gordos.
—Me estás asustando —le dijo—. Esto solo acaba de demostrar que las mujeres se
pasan demasiado tiempo preocupándose por naderías.
Ella quiso reír, pero no había acabado de hablar, así que añadió:
—Es importante porque los zapatos afectan el modo en que se siente una mujer
cuando sale de su casa. Un simple par de zapatos no cubre todo el vestuario de tu
armario. Ni por asomo. Así que necesitas al menos media docena de pares para
cubrir la mayoría de lo que llevas a diario. Lo cual me hace preguntar si las mujeres
no deberíamos hacer lo mismo con los hombres. Tener uno diferente según el estado
de ánimo.
La carcajada que soltó Ty fue total y auténtica e hizo a Imogen sonreírle en
respuesta.
—Vaya, eso es una idea —le dijo—. ¿Entonces qué estado de ánimo sería yo?
¿Viernes informal?
No, él sería para los días en que ella quisiera jugar a la estrella porno, pero no lo
iba a decir en voz alta.
—Imagino que dependerá de cómo quiera llevarte la mujer.
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No tenía la intención que fuera sugerente, pero tan pronto las palabras salieron de
su boca, supo que sonarían de esa manera y lo hicieron. Los ojos de Ty se
oscurecieron y alzó una ceja.
Imogen volvió a hablar antes de que él pudiera porque no estaba segura de estar
preparada para oír lo que saldría de la boca de Ty.
—Creo que para Nikki, tú serías sus tacones altos. Lo que quiere llevar cuando
quiere llamar la atención y sentirse bien consigo misma.
Quizás eso no era cierto. Después de todo, ¿qué sabía ella sobre Nikki y sus
verdaderos sentimientos y motivaciones? Pero dado lo que Imogen había visto y
oído de la chica, pensaba que era bastante acertada en su evaluación. Nikki usaba a
Ty para la fama y fortuna. Imogen quería que él lo reconociera pero a la vez no
deseaba herir sus sentimientos.
—Lo veo —dijo lentamente—. Sé exactamente por qué Nikki está conmigo. Es por
mi dinero y la parte de la fama de las carreras. No me molesta exactamente porque sé
que hay lo que hay, y no estoy en peligro de enamorarme de ella. —Golpeó con la
rodilla la de Imogen cuando cambió de postura en el asiento—. Pero la verdad es,
que quiero ser las botas de trabajo de una mujer, no sus tacones altos.
—¿Las botas de trabajo? ¿Y qué hay de sexy en eso? ¿Las mujeres tienen botas de
trabajo?
—Sí. Ya sabes, las botas que se ponen cuando quieren ponerse de rodillas y
ensuciarse, para darse una caminata, trabajar en el jardín, dar un paseo en barco o
pintar la cocina. En las que cuentan y confían, las que están en su vida para lo bueno
y lo malo y con sus condiciones. Sus favoritas.
¡Por todos los santos! Imogen estaba teniendo problemas para tragar. Aquella era
la descripción más rara y sexy del papel de un hombre en una relación que había
oído nunca, y pegaba con Ty. Él era extraño ya que no lo comprendía del todo y era
muy pero que muy sexy. Mentalmente se recordó que todavía estaba saliendo con
Nikki y por nada del mundo iba a acosarlo sexualmente dentro de su coche en el
camino de entrada de la casa de Tamara.
—Pero una mujer no se siente sexy con botas de trabajo. ¿No quieres hacerla sentir
sexy?
—Claro que sí. Con sus zapatos favoritos, de relax o trabajando, se siente fuerte. Y
sintiéndose fuerte una mujer se siente sexy.
Ty estaba tocándole la rodilla y ella abrió ligeramente las piernas, enviando una
ráfaga de calidez al interior de sus muslos.
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—¿Qué zapatos llevas puestos, Emma Jean? —Se inclinó examinándole el calzado.
—Bailarinas negras —contestó con la voz un poco ronca.
—¿Te sientes sexy con ellas?
Todavía tenía su mano en la rodilla, con el pulgar haciendo pequeños círculos en
los vaqueros. La estaba distrayendo.
—Me siento razonablemente bien cuando las llevo —admitió.
Ty soltó una leve carcajada.
—Tienes un aspecto más que razonablemente bien con ellas.
Sabía que debería decirle que se fuera. Estaban yendo hacia terreno peligroso
cuando técnicamente todavía estaba con Nikki. Era totalmente inapropiado e iba a
tener que decírselo. Inmediatamente.
Ninguna palabra salió de su boca y permanecieron sentados en la calidez de su
coche, con la calefacción en marcha, las ventanas empañadas y el limpia de un lado a
otro combatiendo la caída de la lluvia.
—Gracias —dijo, luego pegó un brinco cuando algo golpeó en el capó de su coche,
provocando que todo el vehículo se sacudiera ligeramente—. ¿Qué narices fue eso?
Ty podía decir francamente que le importaba un pimiento si un meteorito había
caído sobre el coche de Imogen, pero de todas formas miró. Tal vez la distracción
fuera algo bueno, porque estaba muy cerca de besar a la mujer sentada a su lado y
sabía que ella no lo deseaba. Bueno, sí lo deseaba. Eso no era arrogancia de su parte,
solo la verdad. Podía leer el deseo en sus ojos. Pero ella pensaba que no debía por
Nikki. Una gran diferencia. Y tenía razón. Solo porque había tomado la decisión de
romper con Nikki no significaba que Nikki lo supiera.
Así que miró por el parabrisas y le ordenó a su erección que desapareciera.
Y lo hizo cuando se dio cuenta que el golpe en el capó del coche de Imogen había
sido provocado por Nikki.
Cuando su flaco trasero golpeó sobre el coche por un hombre cuyo rostro no era
visible porque estaba enterrado en el generoso pecho de Nikki.
—Qué… —La frase de Imogen se murió mientras ambos miraban sorprendidos.
Al menos Ty estaba sorprendido. Tal vez Imogen no, pero coño, él sí. Nikki había
dejado caer la palabra que empezaba con M hacía una hora, lo había perseguido
implacablemente durante los cuatro meses enteros que habían estado saliendo, y
ahora aquí estaba, ¿liándose bajo un maldito aguacero con un tipo cualquiera?
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su presencia. Se necesitaría una bomba para captar su atención, dado que el cabello
de Nikki ahora estaba atrapado en los limpias, azotando de un lado a otro y ella
parecía no darse cuenta.
Imogen alargó la mano desde el asiento del conductor y en silencio apagó los
limpias.
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Capítulo 3
Por alguna razón, la silenciosa parada de los limpias por parte de Imogen hizo
que Ty estallara en carcajadas. Todo el asunto era absolutamente ridículo.
Aquí estaban Imogen y él, claramente lidiando con su atracción mutua para que
Ty pudiera comportarse de modo respetable y decente y romper primero con Nikki,
mientras Nikki se dejaba llevar por la fantasía bajo un aguacero con un tipo que Ty
no creía que conociera antes de hoy.
—¿En serio piensas que es divertido o te ríes por defensa? —le preguntó Imogen,
con una mirada preocupada y metiéndose un mechón de cabello detrás de la oreja.
—En serio, pienso que es divertido —le aseguró—. Creo que estoy contemplando
una pequeña lección de la vida, dos personas no deberían estar juntas solo en
nombre de la conveniencia. Esto solo acaba con sexo sobre el capó del coche y no con
el otro.
—Cierto. —Imogen hizo un sonido de aflicción—. ¡Dios mío! Se está
desabrochando los pantalones.
Antes de que Ty pudiera reaccionar, tocó el claxon. Oyeron el chillido de Nikki y
se catapultó a los brazos de Jonas, quien trastabilló hacia atrás, con la cremallera
bajada. Estaba lloviendo demasiado fuerte para ver sus expresiones, lo cual fue un
poco decepcionante. Ty pensó que hubiera sido divertido ver sus rubores de
culpabilidad.
En cambio, Nikki se acercó como una tromba golpeando la ventana del lado del
conductor.
—¿Quién hay ahí? —gritó.
—No tienes que contestar —le dijo Ty a Imogen, enfadado de que Nikki no se
hubiera escabullido como habría hecho la mayoría.
Jonas estaba incómodamente detrás de ella, como si no supiera que se suponía que
hiciera. Imogen echó un vistazo a Ty.
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—No quieres casarte conmigo. —Nikki estaba haciendo pucheros, su labio grueso
sobresaliendo.
Señor. Jonas frunció el ceño.
—Espera un minuto. ¿Estáis saliendo? —Jonas movió el dedo de Ty a Nikki.
—Ya no. Todo está bien, tío —le aseguró Ty.
Pero el pobre chico frunció aún más el ceño.
—No me dijiste que te estabas viendo con alguien. —Miro a Ty—. Colega, lo
siento.
—Está bien. —Ty se giró hacia Nikki—. No, no quiero casarme contigo.
—¿Por qué no? —Nikki gimoteó subiendo las manos a su rostro mientras
sollozaba.
—Espera un minuto —dijo Imogen, sonando totalmente exasperada—. Nikki, se
honesta, ¿estás enamorada de Ty?
El sollozo de Nikki se cortó de golpe, frunció el ceño y contestó:
—No.
—¿Entonces por qué quieres casarte con él?
—Porque ya tengo veintidós años y debería estar casada.
Ty respingó. ¿Verdaderamente Nikki solo tenía veintidós años? Seguramente lo
había sabido en teoría pero oírlo en voz alta fue una segunda llamada de atención. A
los treinta y tres, de pronto se sintió demasiado viejo para estar saliendo con una
mujer tan joven. No era de extrañar que jamás tuvieran un tema de conversación.
Estaba a punto de decir algo, no estaba seguro del qué, pero seguramente
supondría algunos tacos. Afortunadamente Imogen se le adelantó.
—Yo tengo veintiocho, no estoy casada y no estoy estresada en lo más mínimo por
eso. Estar preparada para comprometerte con un hombre el resto de tu vida exige
pensarlo muy bien y a conciencia, sin mencionar una saludable dosis de amor y
pasión. No puedes apresurarlo, forzarlo o hacer concesiones.
Exactamente. Le había quitado las palabras de la boca.
—Lo que tú digas —dijo Nikki, poniendo los ojos en blanco.
—Creo que tengo que irme —dijo Jonas, con un aspecto de dar su huevo derecho
por estar en cualquier otro lugar excepto allí.
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—Y por eso están dispuestas a engancharse con el primer tipo que muestre interés
por ellas ya sea un perdedor total o no, eso me desconcierta.
—Ya sabes —le dijo Ty a Imogen mientras se preguntaba cuantas bofetadas más
podría esperar en una sola conversación—. En serio, suena como si me estuvieras
insultando.
Y estaba teniendo un día de locos. No había visto venir nada de esto cuando se
levantó de la cama esa mañana, eso seguro.
Pero ella solo lo miró.
—No te estoy insultando. Estoy hablando teóricamente, no sobre ti en concreto.
Estoy segura de que tienes muchas cualidades que te hacen un candidato perfecto
para una relación seria, pero no hace falta ser un genio para ver que tu copa no está
exactamente rebosante de amor por Nikki.
Ella se subió las gafas por el puente de la nariz para darle más énfasis, y a la vez
Ty pensó que jamás había oído a una mujer hablar de un modo tan extraño como
Imogen, la encontró increíblemente mona. Así como tan adorable que quería besarle
la punta de la nariz.
En realidad no lo hizo. Solo sonrió irónicamente.
—No, no es amor lo que rebosa de mi copa, eso está claro.
—¿Eso es una indirecta sexual? —preguntó ella con curiosidad.
—¿Quieres que lo sea? —No podría decirlo en absoluto por su expresión.
—No es una cuestión de si quiero o no. Solo tengo curiosidad por la intención
exacta de tus palabras.
Ty pensó en pasarse de listo, pero de nuevo, estaba intrigado por una mujer
queriendo entender exactamente lo que él había querido decir. Siendo disléxico e
incapaz de leer a un nivel funcional, Ty siempre era consciente del significado y
misterio de las palabras. Era adicto a los audio libros y encontraba fascinante el flujo
del lenguaje en las novelas y deseaba poder ver y leerlas por sí mismo. Que Imogen
lo mirara y quisiera oír la verdadera intención detrás de sus palabras le hizo hacer
una pausa.
Entonces le contestó francamente.
—Estoy incomodo con toda esta situación. Y aunque parezca que me ría de mi
mismo, no, no era amor lo que salía de mi cuerpo cuando estaba con Nikki si no algo
distinto. —Aparte de que no lo estaba diciendo con todas las palabras. Tenía unas
cuantas tendencias de caballero inculcadas por su madre sureña, y no estaba
diciendo “eyaculación” a una mujer que apenas conocía.
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—¿Deberíamos decirles a Tamara y a Elec que nos vamos? Odio ser maleducada.
—¿Importa? —le preguntó Ty, pensando que en realidad le importaba un
pimiento. Llamaría o le enviaría un mensaje de texto a Elec de camino a casa.
—Me siento tan mal. He estado desaparecida la mitad de la noche… Elec sabe que
estaba fuera contigo. Odio que empiecen los rumores. Eso no es justo para ti.
En realidad, ahora le importaba una mierda si alguien pensaba que estaba
moviendo ficha con Imogen porque para ser totalmente francos era lo que estaba
haciendo. Pero eso seguramente la preocuparía, así que dijo:
—Fuera todavía llueve. Entraré corriendo y les diré que nos vamos, espera aquí.
—No. Iré contigo.
—¿Qué sentido tiene que ambos nos calemos completamente otra vez?
—No me importa mojarme.
—Hay muchas clases de humedad, y algunas son mejores que otras —contestó Ty,
incapaz de resistirse.
Tras las gafas, ella abrió los ojos de par en par, clavándose las uñas en los muslos.
—Eso fue una insinuación sexual.
—Sip. Lo siento, no he podido resistirlo. Y dime tu qué humedad es más
divertida… mojarte por la lluvia o simplemente estar mojada.
Debería haber cerrado la boca y dejar de picarla. Pero estaba caliente y mojado en
su pequeño coche y ella estaba tan cerca de él que podía oler la humedad en su piel,
ver el modo en que se le estaba secando el cabello en diminutos mechones sobre la
oreja y oír cómo se quedaba sin aliento. A Ty le intrigaba de un modo que no había
estado por una mujer en mucho, mucho tiempo. No tenía del todo claro que esperaba
que dijera, pero estaba casi seguro de que disfrutaría con la respuesta.
—Bueno, creo, indiscutible, a menos que alguien sufra una disfunción sexual, que
la mayoría de la gente preferiría la humedad de la excitación a la humedad de la
lluvia fría.
Ty se carcajeó. Sip, le gustó esa respuesta.
—¿Y cuál prefieres tú? —la provocó. Imogen no se paró a pensar sobre las
ramificaciones de sus palabras. Simplemente habló con honestidad.
—Oh, la de la excitación, indudablemente.
La mirada en el rostro de Ty le dijo que estaba jugando con fuego. No estaba
teniendo una conversación informal haciendo observaciones sociológicas. Estaba
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flirteando con ella y lo sabía desde el principio. Desde el minuto en que le habló en el
porche.
Ahora estaban solos en el coche, de pronto él estaba libre, ella le había ofrecido
llevarle a casa desde la de Tamara, y estaban hablando sobre la lubricación sexual.
A menudo durante sus veintiocho años, su madre le había dicho que su curiosidad
y honestidad innata la iban a meter en problemas, y si acabar desnuda en la cama con
Ty McCordle era un problema, Imogen tenía la sensación de que precisamente hacia
allí se dirigía. Era interesante que no pareciera estar huyendo de dicho problema,
sino al contrario se estaba arrimando a la fuente.
—¿Deberíamos probar tu teoría? —le preguntó él, posando la mano furtivamente
sobre la rodilla de Imogen y acariciando con el pulgar en un pequeño círculo—. ¿Nos
mojamos de las dos maneras y vemos con cual disfrutamos más?
Imogen tragó saliva. No era una inexperta en temas sexuales. De hecho, en la
universidad había tenido una aventura muy caliente con un estudiante de postgrado,
y se consideraba a sí misma bastante bien versada en las técnicas masculinas de
aparejamiento (léase frases para ligar) pero jamás nadie las había soltado de un modo
tan obvio como Ty. Al menos ella pensaba que era obvio. Se le ocurrió que debería
verificar antes de malinterpretar, dada su falta de experiencia con hombres como él.
—¿Estás sugiriendo sexo?
Él sonrió.
—Bueno, no estoy hablando de mojarnos en el lago, eso está claro.
—Eso parece un poco impulsivo.
—El sexo normalmente lo es.
La mano de Ty se deslizó un poquito más arriba del muslo, y mientras su intelecto
podría estar dudando, su cuerpo ciertamente no. Imogen sintió un pinchazo de deseo
en la parte baja del vientre, y su ritmo cardíaco se saltó un latido o dos o tres. Intentó
ignorarlo.
—Pero acabas de salir de una mala ruptura, y no sé cómo me siento al ser de
rebote el rollo de consolación.
La mano de Ty detuvo la excursión por su pierna hacia el norte, e hizo un sonido
de impaciencia.
—No fue una mala ruptura. Me siento aliviado, ¿lo entiendes? Totalmente aliviado
de haber acabado con Nikki. Y ¿quién dice que tiene que ser el rollo de una noche?
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Capítulo 4
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—No importa, nena. Podemos hacerlo a nuestro modo. Si quieres hablar ahora
estoy de acuerdo.
Ty entró en su calle y aceleró un poco el motor. Desilusionaría a sus vecinos si no
entrara en el camino de su casa a cien kilómetros por hora.
Imogen se agarró al salpicadero de nuevo y se aguantó.
—No creo que quiera hablar de esto. —Echando un vistazo la vio mordiéndose el
labio.
—¿Qué pasa?
—He echado a perder la espontaneidad y estoy enfadada conmigo.
Ella parecía molesta.
—No, no lo has hecho. Podemos entrar y ser totalmente espontáneos. ¿Cómo cual
camiseta desaparecerá primero? Eso todavía es un misterio en este momento.
De hecho, ahora se estaba masticando el labio inferior con los dientes, arrugas de
fruncir el ceño marcadas en su frente mientras estaban ociosamente sentados en el
coche aparcado en el camino de entrada.
—Eso no es espontaneidad. Eso es simplemente variaciones de una intención
preestablecida.
¿Qué?
—Habla en cristiano, nena. —Se señaló con el pulgar—. Piloto tonto.
—Tú no eres tonto. Eso es absurdo, evidentemente eres bastante inteligente.
Eso le hizo sentir curiosamente humilde y halagado. Pensaba de sí mismo que era
bastante espabilado, pero de ninguna manera en estudios, y aún así se sentía bien
escuchar a Imogen diciendo que no lo veía como una cabeza de chorlito.
—Bueno, no sé cuadrar mi cuenta corriente, pero supongo que voy tirando.
—Y la razón por la que no puedes entenderme es porque lo que digo no tiene
ningún sentido.
Eso le parecía bastante justo, pero no iba a señalarlo. Había aprendido lo bastante
en su vida para saber que no señalabas a una mujer que lo que decía no tenía sentido.
—Hemos llegado —le dijo él apagando el motor—. Entremos y veamos si
podemos ponerle sentido a esto los dos juntos.
—De acuerdo —dijo ella, pero todavía parecía preocupada.
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—Vale.
¿Eso era todo? Ty sentado en el coche y mirándola, intentando leer su expresión.
Ella parecía enfadada. Tal vez incluso rayando el enojo. Decidido a no dejarlo de esa
manera, Ty alargó la mano y sacó el primer libro en su bolso que pudo agarrar.
—¿Puedo pedirlo prestado? —le preguntó.
Ella le ofreció una mirada divertida.
Ty se preguntó qué libro sería, dado la expresión de incredulidad de su rostro.
Todo lo que podía decir es que era uno con una pareja en la tapa, pero no podía leer
el título. Genial, seguramente era una novela romántica. Pero había estado pensando
en que lo cogería, le ordenaría a su asistente que lo pidiera en audio y luego hablaría
del libro con ella. Demostrarle a Imogen que podía estar a su nivel y mantener una
conversación decente.
Así que le puso jeta a la situación.
—He estado esperando leerlo —le dijo arrastrando las palabras.
—¿En serio? —Su voz rezumaba duda.
—Esto…
—De acuerdo. Disfrútalo.
En ese momento abrió la puerta, así que no tuvo elección si no salir del coche. Ty
frotó sus piernas contra las de ella cuando se levantó, pero Imogen se apartó del
paso. Le tendió las llaves del coche y la besó en la frente.
—Te lo devolveré en un par de días.
—Claro.
—Buenas noches. —Le regaló una sonrisa, esperando una en respuesta, pero ella
solo parpadeó detrás de las gafas.
Ty giró y empezó a andar, visionando una noche en la ducha con una gotita de
acondicionador y su mano para calmar la tensión que estaba sintiendo. Era un pobre
sustituto de Imogen en su cama, pero enviarla a casa era lo correcto. Doloroso, pero
necesario. Como una endodoncia. Definitivamente lo más correcto.
Con voz calmada y sin alterar dijo:
—¿Te das cuenta que en nuestro intento por evitar lo embarazoso del postcoito
todo lo que hemos logrado es un precoito embarazoso?
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O no. Haciendo una mueca se detuvo y giró, pero Imogen ya estaba en el coche y
cerrando de un portazo. En otros diez segundos salía de su camino de entrada como
un piloto profesional y él se sintió un poco desmoralizado en más de un sentido.
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Capítulo 5
—Por Dios, estoy sudando como un cerdo comiendo sopa —le dijo Suzanne a
Imogen mientras corría en la cinta del al lado.
A pesar de sus dudas sobre los cerdos ingiriendo sopa, Imogen se compadeció.
Ella tenía círculos de humedad en las axilas de su camiseta, y teniendo serios
problemas para respirar mientras intentaba mantener el ritmo de su máquina.
—Yo… en serio… estoy en baja forma —le dijo a Suzanne, inhalando aire en sus
pulmones privados de oxígeno—. Cuando vivía en Nueva York solía ir andando a
todas partes y ahora siempre estoy sentada en mi mesa o en el coche.
—Yo jamás he estado en forma —le dijo Suzanne—. Sencillamente siempre he
tenido buenos genes así que tengo un aspecto decente aunque mi capacidad
pulmonar da asco. Pero desde que cumplí los treinta, todo se está yendo hacia el sur,
y no quiero decir a Florida, cielo.
—No creo que nada se esté desplazando en mí, per se, pero sospecho que hay
niños pequeños con músculos más desarrollados y fuertes que los míos. —Imogen
intentó ignorar el ardor en la parte posterior de las piernas mientras caminaba.
Correr estaba fuera de toda cuestión—. Sabes, es triste decirlo, pero ni siquiera
estaría aquí si no fuera por el libro. Dice que para estar lista para salir con el hombre
de tus sueños, debes hacer ejercicio, beber agua y tener una dieta equilibrada.
—No puedo creer que sigas en serio esos pasos. Todo eso me suena a chorradas.
—Sí, bueno ese es el asunto. Determinar si es posible seguir las directrices para
conocer y casarte con un piloto, o si simplemente se queda a los caprichos de los
seres humanos. ¿Ciertamente hay normas en las relaciones? ¿O puede alguien
enamorarse y casarse por cualquier razón en cualquier momento, básicamente
rompiendo las reglas? —Imogen respiró con esfuerzo e intentó ralentizar el ritmo del
paso, demasiadas palabras mientras su cuerpo estaba bajo una severa tensión.
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—Bueno, creo que hay cosas que no se pueden hacer en una cita. Por ejemplo, no
puedes hurgarte la nariz cuando conoces a un hombre y esperar que caiga rendido a
tus pies.
—Cierto.
—Pero con respecto a normas más rígidas, no lo sé. Voy a tener que leer este libro,
el cual necesita un apodo, por cierto. No puedo seguir llamándole Como casarte con un
piloto en seis fáciles pasos. Creo que debería llamarlo el Manual del Hombre. O Seis pasos.
Suzanne se secó el sudor de la frente.
—Préstamelo así podré ayudarte con tu tesis. Conozco a un montón de pilotos.
Puedo presentártelos.
Imogen suspiró.
—No puedo prestártelo. Ty me lo pidió anoche.
—¿Qué? —chilló Suzanne—. ¿Por qué narices querría un manual para pescar a un
hombre?
—No lo sé —admitió—. Creo que lo hizo para hacerse el gracioso, pero no estoy
del todo segura. Esto fue después de…, esto, decidir que no deberíamos tener sexo y
me parece que intentaba aligerar el ambiente.
Imogen estuvo tumbada en la cama durante dos horas contemplando el techo,
intentando averiguar exactamente por qué Ty se había calentado tanto y luego
cambió de opinión. ¿En serio le había dicho la verdad y no quería que ella se sintiera
incómoda, o había perdido el interés ante las preguntas entrometidas y declaraciones
sobre el sexo? En cualquier caso, fue humillante y a pesar de sus mejores esfuerzos
para sentirse de otro modo, se sintió rechazada.
Intelectualmente, sabía que no importaba, que había sido lo mejor, francamente,
porque se había sentido frustrada al anticipar como lo iba a decepcionar. Solo podía
imaginarse el desastre que habría sido si de verdad hubieran llegado al punto de
quitarse la ropa, pero aún así no podía evitar sentirse, bueno, rechazada.
—¿Perdón? —preguntó Suzanne, agarrándose a los laterales de su cinta mientras
miraba fijamente a Imogen—. ¿Qué quieres decir que Ty decidió que no deberíais
tener sexo? ¿Qué narices pasó? Ni siquiera sabía que anoche estabas con él.
—Bueno, necesitaba que lo llevaran a casa después de que Nikki y él rompieran.
Estábamos hablando, me besó y decidimos tener sexo. —Cuando lo dijo en voz alta,
todo aquello sonaba bastante ambiguo—. Luego él condujo mi coche hasta su casa y
dijo que no deberíamos tener sexo. Entonces me pidió prestado el libro y se lo dejé.
—Imogen miró por alrededor para asegurarse de que nadie había oído lo que
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acababa de decir. El gimnasio en el que estaban era un refugio para los pilotos, y uno
de ellos podría estar deambulando por ahí en un momento dado. Ese fue
originariamente el porqué lo había elegido, por recomendación de Suzanne, pero
ahora estaba pensando que no era tan inteligente.
—Guau. Qué raro, pero muy raro. ¿Cómo fue el beso? ¿La fastidió en algo? Tal vez
estaba avergonzado.
—No la fastidió. —En lo más mínimo. Había estado completamente preparada
para alucinar en la cama, dado lo que le había hecho con un simple beso—. Y
realmente no creo que él tenga falta de confianza. Solo se dio cuenta que no soy su
tipo y no se sentía atraído por mí de verdad.
Lo cual encontraba un poco más que alarmante.
—Vamos, eso son chorradas —dijo Suzanne—. Si el hombre no se hubiera sentido
atraído por ti, en primer lugar no te habría metido la lengua hasta la garganta.
—Creo que es aceptado universalmente que los hombres practiquen actos sexuales
con mujeres que no encuentran atractivas. De aquí el origen de que el alcohol es
primo hermano del polvo de una noche y el término “gafas de cerveza”.
—Bueno, no estaba borracho y no es un adolescente. Sin mencionar que podría
sentirse atraído por jóvenes tontas, Ty es un buen hombre. Solo tendría sexo con una
mujer si sintiera atracción por ella. Estoy segura. Y si estuviera seguro que ella se
sentía atraída por él.
La mano de Suzanne salió disparada agarrando la muñeca de Imogen.
—¡Dios mío! ¿Y si se pensó que no te sentías atraído por él? Eso explicaría porque
se cerró en banda.
Imogen se esforzaba en su máquina para encontrar el ritmo, así que el inesperado
contacto de Suzanne la hizo perder el equilibrio. Agarrando las barras de la cinta,
Imogen desaceleró el paso e intentó reponerse.
—No lo sé. Supongo que es posible, pero parece poco probable. Creo que soy un
poco demasiado rarita para él.
Suzanne levantó una ceja.
—¿Tú rarita? ¿Rarita de pervertidilla en la cama? ¿Le dijiste eso?
Las mejillas ya sonrosadas de Imogen ardieron por algo más que el esfuerzo físico.
—¡No, soy una rarita en la cama! Quiero decir, soy rara en que no soy como las
mujeres con las que él se cita normalmente. Pero eso no importa para nada. Tengo
que pasar. —Tal vez si seguía diciéndoselo, sería posible—. Tengo que concentrarme
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en mi tesis. Se supone que estoy en excelente condición física así que puedo hacer
senderismo, motocross y montar en moto acuática, ya que los pilotos tienen
tendencia a participar en hobbies de riesgo. Tengo que vigilar mi dieta, beber mucha
agua y educarme en la historia del deporte.
Solo de pensarlo le hizo preguntarse por qué le había parecido una buena idea.
Ella era un ratón de biblioteca, no una motera. Tenía un miedo innato a cualquier
cosa que pudiera acabar con todos sus huesos rotos. Y a juzgar por el modo en que se
sentía mareada y al borde de un severo espasmo muscular en la zona de sus muslos,
no estaba ni por asomo en excelente forma física.
—Eso suena a un montón de esfuerzo. Me parece que un hombre y una mujer solo
deberían conocerse, decidir si se gustan y si les parece bien.
—El asunto está en aumentar tus posibilidades que él te conozca y le gustes.
Suzanne hizo un ruido desdeñoso.
—No puedo creer que estemos haciendo ejercicio a las siete de la mañana. Esta es
una hora intempestiva para estar sudando. Si tengo que esforzarme tanto por la
mañana, preferiría que fuera porque mi hombre me ha despertado con un achuchón
de veinte centímetros.
Eso era un recuerdo que no necesitaba. Que podría haber sido Imogen esa mañana
si de algún modo no hubiera espantado anoche a Ty.
—No me importa lo temprano de la hora —Imogen agarró su botella de agua y
bebió un poco. Estaba empezando a pensar que no iba a sobrevivir a la marca de
treinta minutos.
—Vale, así que tenemos que sudar la gota gorda, comer ensaladas y todo ese rollo,
¿y luego qué?
—No tienes que hacerlo por mí, lo sabes.
—Será divertido, y cabreará un montón a Ryder verme flirtear con otros pilotos. —
Suzanne le lanzó una sonrisa—. Y por poner de los nervios a mi exmarido merece la
pena la tortura de esta cinta. Además, yo tengo información privilegiada de quien
debería ser el blanco de tus flirteos y quién no.
—Suena bien, pero solo si estás segura. Esto tiene el potencial de ser bastante
horrible.
—¿Desde cuándo flirtear con hombres calientes es horrible?
—Nací sin el gen del flirteo. Es verdaderamente horrible para mí. —No era una
exageración—. Quiero decir, mira como la pifié anoche con Ty. El estaba flirteando y
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—Sí, soy piloto, Evan Monroe. —Se estaba alejando de ella, a todas luces con la
intención de largarse antes de que pudiera atraparle la siguiente media hora
hablando con entusiasmo sobre él, o cualquier otra cosa que se pensara de sus
intenciones.
Pero Imogen sonrió.
—Claro, por supuesto, eres Evan. No puedo creer que no te reconociera como el
hermano de Elec. Soy Imogen Wilson, la adjunta de Tamara en la universidad. Nos
conocimos en la boda de Elec y Tamara.
El rostro masculino se tranquilizó.
—Claro. Me alegro de volver a verte. ¿Acabas de apuntarte al gimnasio o es que
nunca nos hemos entrenado a la misma hora?
—Acabo de apuntarme en un vano intento de mejorar mi condición física general.
Tengo una coordinación nula como te acabo de demostrar.
—A mi pareces en buena forma —sonrió Evan.
Imogen se balanceó en sus bambas. Reconocía esa sonrisa. Era interés. Esto era un
giro inesperado de los acontecimientos.
—Hay algo diferente en ti —añadió—. Llevas gafas nuevas desde la boda ¿no?
Sí.
Guau. Caerse de la cinta le había ofrecido la oportunidad perfecta para flirtear
según las reglas. Por supuesto, se suponía que hacía ejercicio para mantenerse en
forma, no para salir volando de las máquinas y aterrizar a los pies de un piloto. Pero
daba igual, funcionó.
—Llevo gafas nuevas —le respondió con una sonrisa—. No me puedo creer que te
dieras cuenta.
—Soy muy perspicaz —le contestó inclinándose hacia delante levemente—. En
especial cuando se trata de una mujer bonita.
La frase perfecta para ligar e Imogen sabía que debería estar excitada por la
oportunidad que le habían brindado, pero aún así se encontró mirando hacia la
entrada para ver si Ty todavía estaba allí mientras respondía a Evan.
—Gracias —susurró, de pronto decepcionada.
Ty se había ido.
* *
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Ty pensó que podría entrenar un poco antes de ir a la oficina y sufrir ante las
manos despiadadas de su ayudante, Toni Bodine. Los lunes y los martes eran sus
jornadas de ponerse al día, y aunque el día anterior fue completo con apariciones y
autografiando propaganda, Toni no iba a dejarle escaquearse un martes y ya eran
más de las ocho.
Estaba entrando por la puerta del gimnasio cuando ella le llamó.
—¿Hay alguna posibilidad de que hoy me honres con tu presencia? —fue su
saludo.
Ty tenía que admitirlo, no era la clase de tipo muy puesto en los negocios. Le
gustaba conducir; le gustaba ganar. Lisa y llanamente. Toni, que estaba en la
cincuentena y con un formidable efecto con una hoja de cálculo, lo mantenía
organizado y donde se suponía que tenía que estar. Pero a él no le gustaba eludir sus
responsabilidades, nunca, y Toni lo sabía. Simplemente le gustaba irritarlo y a Ty le
gustaba refunfuñar y quejarse. Así funcionaba su relación.
—Tal vez si suplicas.
—Ni lo sueñes. Pero me imagino que a tu patrocinador no le emocionaría mucho
si no estás en el WalMart a las cinco firmando autógrafos.
Paseando de acá para allá en la entrada, Ty dijo:
—¿Me he perdido alguna aparición? —Esas le gustaban, disfrutaba hablando con
los fans y que se llevaran su foto. Eran las conferencias de prensa y los cócteles lo que
no le iba.
—Aquella vez en Talladega.
—¡Tenía un virus estomacal! —Y habían tenido esa discusión cientos de veces.
Toni jamás iba a dejarle olvidar lo del virus sobre el que no tenía control.
—¿Y?
—Era un riesgo público para la salud.
—Debilucho.
—Y tú un incordio, pero uno precioso.
Ella resopló.
—Ey, ¿pediste ese libro en audio que te dejé en mi mesa? —Toni era casi la única
persona que estaba al corriente de la dislexia de Ty, con frecuencia le pedía audio
libros y le ayudaba a revisar sus papeles.
—Sí. Aunque no estoy segura de por qué quieres saber cómo ganarte el corazón de
un piloto de carreras.
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—Vaya regalito, va a ser divertido para ambos —dijo Toni, en tono seco.
Sí, divertido, así estaba exactamente.
Sentía la innegable sensación de los celos subiendo por su columna e instalándose
en sus tripas, sienes y puños. Cuando observó a Evan inclinarse más cerca de
Imogen, Ty inspiró profundamente.
Luego se marchó como alma que lleva el diablo antes de hacer algo tan estúpido
como lo que hizo la noche anterior.
Hacia las seis Ty había cumplido con todas sus obligaciones del día y obligó a Toni
a leerle el capítulo uno del libro que le había prestado Imogen. No solo aconsejaba
que la futura novia mantuviera una apariencia atractiva y saludable, qué llevar
puesto y como investigar sobre las carreras de coches, nombraba el gimnasio en el
que él se entrenaba como un posible lugar donde encontrar pilotos.
Toni levantó la mirada, sus gafas de leer se deslizaron por la nariz y arqueó los
labios.
—¿Viste alguna chica nueva hoy en el gimnasio? ¿Quizás a tu nueva amiga?
—Claro que no —mintió, incapaz de admitir la verdad.—Era demasiado
embarazoso y demasiado confuso para que tuviera algún sentido y no necesitaba las
burlas de Toni.
Cruzó los brazos sobre el pecho, frotando el algodón de su camiseta para
distraerse mientras intentaba aclarar todo esto. ¿Qué estaba haciendo Imogen?
Si los papeles estuvieran invertidos, sin duda Imogen se lo preguntaría
directamente, pero Ty no estaba seguro de querer hacerlo. ¿Y si odiaba la respuesta?
¿Y si le decía que quería casarse con un piloto, cualquier piloto, y estaba dispuesta a
seguir el libro para obtener ese resultado?
Simplemente no se lo creía.
—¿Sugiere en alguna parte que debes tener sexo con un pilo justo después de
conocerle? —La oscura ceja de Toni salió disparada hacia arriba, pero no dijo nada.
Solo se mojó la punta del dedo y giró la página. Tras unos minutos hojeando el libro,
dijo:
—De hecho, dice que no debería tener sexo hasta un compromiso formal. El refrán
de para qué comprar la vaca si la leche es gratis. —Le clavó sus ojos marrones—.
¿Por qué?
—Por ninguna razón, simple curiosidad. —Fue extrañamente satisfactorio saber
que Imogen había tenido toda la intención de acostarse con él, a pesar de lo que decía
ese libro y de porqué lo tenía.
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había tenido la intención de decir algo así, pero la misma idea de Imogen
merodeando en el gimnasio a por otros pilotos, seguido por el maldito manual para
obtener un hombre, hizo que se le tensara la piel y se le hicieran nudos en las tripas.
—Tal vez sí —dijo ella con la honestidad que él apreciaba—. Pero en este
momento es irrelevante. Desafortunadamente, cuando dos personas apresuran el
proceso tradicional de la pareja, acaba siendo embarazoso ya haya una relación física
extrema o no. No veo hacia donde podríamos avanzar ahora cuando ambas partes
sienten confusión y reserva.
Diablos, su lógica lo encendía. Cada vez que Imogen empezaba uno de sus
discursos de como tenía que ser, se ponía duro como una roca, y decidido a
demostrarle su error.
—Yo no tengo reservas. Todavía deseo quitarte la ropa y hacerte el amor toda la
noche, igual que ayer.
Ella se aclaró la garganta y Ty sonrió.
—¿Podrías hacerme un breve resumen de la historia de las carreras de coches y
cómo funciona la temporada?
Ty parpadeo. Esa no era ni de lejos la respuesta que había estado esperando.
—¿Perdona?
—Intento aprender sobre el deporte y supongo que tú eres una fuente fiable.
¿Así podría atraer a otro piloto con el conocimiento sobre su profesión? Ty notó
tensarse el músculo de su mandíbula.
—¿Por qué? por supuesto, preciosa. ¿Por qué no vienes a mi casa, nos tomamos
una copa y te enseño todo lo que quieras saber?
Quizás no tenía un sofisticado título de alguna universidad, pero había dos cosas
en las que se consideraba un experto: las carreras de coches y el sexo.
Y ella iba obtener de él ambas cosas.
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Capítulo 6
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—Sí, es verdad. Lo cual no explica el porqué vas cargando con el libro. —Ty le
echó un vistazo—. ¿Tienes secretos, Emma Jean? ¿Estás enamorada de algún piloto y
esperas aumentar las posibilidades con esa guía de citas?
Si fuera así de simple. Pero de algún modo no se imaginaba que nada en los Seis
Pasos pudiera ayudarla a capear su atracción por Ty McCordle.
—No, no es por eso que tengo el libro.
Ty entró en el parking yendo demasiado rápido y la fuerza hizo rebotar a Imogen
en su asiento. Se agarró a la palanca de la puerta para mantener el equilibrio cuando
él pisó los frenos de golpe para poder pasar la tarjeta de seguridad en la caseta de
entrada.
—¿Estás segura? —le preguntó como el que no quiere la cosa—. Tal vez, Evan
Monroe, es un tipo atractivo.
Cielos. Las campanas de alarma se encendieron en la cabeza de Imogen. Era lo
bastante observadora y bien versada en la naturaleza humana para distinguir un
atisbo de ira celosa cuando la oía. Ty debía haberla visto en el gimnasio hablando con
Evan. Y considerando que le había dado a Evan Monroe su número de teléfono, solo
para la futura investigación, por supuesto, podía notar la mancha de rubor culpable
cubriendo sus mejillas.
A la porra las consecuencias, era incapaz de mantener una mentira de esa
magnitud. Sencillamente no podía fingir que estaba de verdad interesada en Evan, ni
quería que Ty pensara que lo estaba, y por lo tanto, zona prohibida para él. Era
ridículo, pero no quería cerrar ninguna puerta respecto a Ty. En especial la del
dormitorio.
—Tengo el libro para investigar. Estoy trabajando en mi tesis. —Eso pareció
dejarlo de piedra.
—¿Perdona?
—Intento determinar si unas reglas de citas específicas para los pilotos de carreras
tienen un alto porcentaje de éxito en las relaciones o si no hay correlación entre
seguir un conjunto de reglas y el matrimonio.
—Oh. —Ty aparcó cambiando las marchas con brusquedad—. Espera un minuto.
Veamos si lo he entendido bien. ¿Intentas ver si funcionan las reglas de citas? ¿Cómo
vas a hacerlo?
Imogen se evadió.
—Estoy examinando unos cuantos sujetos. —Si una Suzanne reacia y un comodín
como Nikki se podían considerar sujetos de examen—. Y la intención de entrevistar a
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parejas casadas para ver como se conocieron y empezaron a salir. —Lo fue
hilvanando dejando de lado la primera frase de Ty, pero él frunció el ceño.
—¿Estás utilizando esas estúpidas reglas conmigo? —De ninguna manera se
habría esperado que él llegara a esa conclusión ya que jamás fue su intención utilizar
las reglas con él. De hecho todo lo contrario. Pero admitía que llegar a esa conclusión
era lógico aunque, eso la mortificara al cien por cien absoluta y completamente. Pero
lo cierto es que pensándolo bien, no era nada lógico.
—¡Claro que no! —Imogen se subió las gafas por la nariz—. ¿Cuándo te he tirado
los tejos o me he interpuesto en tu camino? Si te acuerdas, nos conocimos por
accidente anoche en el porche. No podría haber previsto que saldrías en el preciso
momento en que yo subía las ventanillas del coche. Ni que Nikki estaría en brazos de
otro hombre, y por consiguiente acabarías tu relación con ella. —Sus mejillas
ardieron al pensar en el hecho de que él pensaba que lo perseguía sistemáticamente
basándose en un libro. ¡Puaj! ¡Puaj! Eso la hizo sentir patética y más que un poco
ridícula.
Ella siguió antes de que él pudiera responder.
—Y solo para tu información, el libro dice que una mujer no debería tener sexo
con el piloto en el que está interesada hasta que hayan salido un tiempo razonable y
el nivel de compromiso e intimidad esté claramente establecido. Así que
evidentemente yo no estaba siguiendo esas reglas porque estaba más que dispuesta a
tener sexo contigo anoche y apenas nos conocíamos.
¡Toma ya!
Al final del discurso de Imogen, Ty solo la contempló durante un segundo
mientras su cerebro procesaba exactamente lo que acababa de decir. Luego rompió
en una enorme sonrisa, ella lo entretenía completamente. Adoraba muchísimo que
Imogen no jugara. Le decía exactamente lo que pensaba y sentía.
—Bueno, punto para ti —le dijo, con el coche en el parking al ralentí. Deslizándole
la mano por la pernera de los vaqueros, la paró en la rodilla—. Estabas más que
dispuesta a tener sexo conmigo. Y yo más que dispuesto a tenerlo contigo.
—Entonces ¿por qué no lo hicimos? —preguntó ella, lamiéndose el labio inferior
en un gesto inconsciente que hizo a Ty removerse en su asiento.
La única iluminación eran las luces del parking, y no podía verle los ojos, pero
prácticamente podía oler la atracción entre ellos. El cuerpo femenino se había
tensado al igual que el suyo, echó un vistazo al asiento trasero, preguntándose
durante una fracción de segundo si serviría para un polvo rápido. Pero cuando se
llevara a Imogen a la cama, lo cual iba a pasar, tarde o temprano, no quería que fuera
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—La inteligencia no es equivalente a los títulos que puedas colgar en una pared.
Hay muchas clases de inteligencia, y evidentemente a ella le faltaba alguna si pasó
por alto tus buenas cualidades.
—¿Cómo la terquedad? —Dijo Ty obstinadamente, sin querer aceptar la
compasión de Imogen.
—No, como tu honestidad, tu tenacidad y tu ingenio rápido. Tu lealtad y tu
concentración.
Ty se vio estúpidamente tocado por la evaluación de Imogen de su carácter. Pero
oír que tenía el perfil de fobia al compromiso y sacar el tema de su ex prometida le
hizo sentir nervioso y una opresión en el pecho. No quería ser sentimental y perder el
control de la situación. Así que lo apisonó todo y ocultó sus sentimientos,
ofreciéndole una lenta sonrisa.
—¿Viste todas esas cosas en mí y no soy tu objetivo? Vaya, me ofendes.
—No eres mi objetivo, porque estoy intentando seguir las reglas del manual de
citas con objetividad, para ver qué nivel de éxito puedo lograr con ellas. Por eso,
tengo que permanecer sin involucrarme e imparcial respecto a los hombres con los
que flirteo, y no puedo lograr eso contigo.
Ty no creía que pudiera sorprenderse más por algo que Imogen dijera, pero
siempre lograba encontrar el modo de hacerlo.
—Espera un puñetero minuto. ¿Así estás planeando utilizar las normas de citas
para pescar a un hombre? ¿Y no soy yo?
—No, claro que no. De hecho no quiero atrapar a un hombre. Solo quiero ver si los
capítulos iniciales respecto a la preparación, encuentro y flirteo tienen algún nivel de
éxito como parte de la investigación de mi tesis. Solo tengo la intención de flirtear un
poco con alguno de los pilotos y ver la reacción que logro.
Ty sintió subir su presión sanguínea con cada ridícula palabra que ella decía.
—¡Te voy a decir exactamente lo que va a pasar! Vas a tener a los pilotos
humillándose a tu alrededor, esperando obtener un pedazo de tu trasero con clase.
Ella frunció el ceño.
—No seas ridículo.
—¿Yo? ¿Yo soy el ridículo? Tú eres la que flirtea por tu tesis. ¿Qué puñetera clase
de título es eso? ¿Un doctorado en calientabraguetas?
Decirlo fue algo mezquino y lo sabía, pero ¿cuál era exactamente su objeción en
flirtear con él?
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Imogen jadeó.
—¿Perdona?
—Eso no sonó nada científico para mí, nena. Pero y qué se yo. Solo soy un piloto
tozudo que tiene problemas con el compromiso.
—Soy socióloga. Estudio y observo los patrones del comportamiento humano. Y
tu comportamiento ahora mismo es irracional.
Ty notó un tic en el ojo. No estaba seguro como habían llegado allí, pero iba a
terminar la conversación porque no podía contener su frustración mucho más
tiempo. Ella todavía no había atisbado ni un poquito de su irracionalidad.
—Una razón más por la que puedes flirtear con todo lo que anda excepto el
leproso de mí. —Habían llegado al punto donde toda mujer con la que había salido
(a) le arrojaba algo o (b) empezaba a gritar palabrotas.
Imogen no hizo ni una cosa ni la otra. Se giró en su asiento, lo miró directamente a
los ojos, y dijo tensa pero calmada.
—Pasas por alto un punto. La razón por la que no puedo flirtear contigo es porque
me siento atraída por ti. Estoy invirtiendo en el resultado de mis acciones hacia ti.
Quiero que tú también te sientas atraído por mí. Resumiendo, me gustas. Por eso, no
puedo permanecer imparcial si intento seguir cualquier clase de reglas contigo. De
hecho, creo que huelga decir, que no sería capaz de seguir ninguna regla si tú estás
implicado.
Ty notó una perversa sonrisa.
—¿Te gusto?
E Imogen lo volvió a sorprender haciendo una mueca y diciendo:
—Bueno, esto…
Acto seguido Ty se rió.
—Tú también me gustas, Emma Jean.
—Lo sospechaba, pero aprecio tu confirmación.
Allí estaba de nuevo su correcta y formal Imogen.
—¿Entonces qué vamos hacer al respecto?
—No vamos a hacer nada al respecto de momento. Vamos a ser amigos y
conocernos. Vas a ayudarme a aprender sobre las carreras de coches y encaminarme
a la dirección de quién tengo que entrevistar para mi investigación. Voy a
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Capítulo 7
Sin estar exactamente segura de lo que habían establecido entre ellos, aparte del
hecho que querían tener relaciones sexuales, lo cual ya sabían, Imogen se apeó del
coche de Ty con cautela. Esto tenía todos los ingredientes de una mala idea.
—Entonces, ¿dónde estamos exactamente?
—Este es el garaje y oficinas de Hinder Motors, el equipo para el que corro.
—¿Qué significa conducir para un equipo? —Ella se estaba esforzando para
comprender los entresijos de la competición. Ty hizo un gesto para que lo siguiera a
través del parking.
—Es demasiado caro para un piloto tener su propio coche y equipo. Solo un coche
y el motor pueden costar ciento cincuenta mil dólares, por lo que es el propietario del
vehículo el que se encarga de todos los gastos asociados con las carreras, incluyendo
conseguir patrocinadores. El conductor se beneficia de todo ese dinero y la pericia de
un personal de calidad, y a cambio da una parte de su premio en metálico para el
equipo pagando todos sus gastos. Muchos propietarios de automóviles tienen varios
coches hoy en día, y es por eso que lo llamamos un equipo. Los hermanos Monroe,
Ryder y yo corremos para Hinder Motors, así aprovechamos para ayudarnos unos a
otros, incluso a medida que competimos entre nosotros. Si el equipo lo está haciendo
bien, por lo general, llegarán más dólares de los patrocinadores corporativos a
Hinder Motors.
Lo que sorprendió a Imogen fue que Ty reprendía su inteligencia personal. Sonaba
muy muy astuto para ella.
—Guau. Yo sabía que era complejo, pero no tenía ni idea.
—En realidad no lo es una vez que lo entiendes. Y tener varios coches en un
equipo nos da la oportunidad de compartir información sobre las pruebas previas a
la carrera en las pistas. A cada coche se le permiten solamente cuatro sesiones de
prueba por día, pero si tienes cuatro coches de carreras, puedes compartir con los
demás cualquier dato que aprendas de todas esas vueltas.
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—¿Qué estás investigando? —Le preguntó con curiosidad un joven de unos veinte
años.
—Estoy acabando mi doctorado en sociología. —Similar a un doctorado en
calientabraguetas, como alguien groseramente había expresado. —Estoy estudiando
las citas y las técnicas de aparejamiento de los pilotos de carreras.
Las cejas del joven chico desgarbado se elevaron y pareció abrumado de solo
pensarlo. Otro hombre, mayor y más orondo, levantó la vista del neumático del que
se estaba ocupando y resopló.
—Eso hace que suene como uno de los programas con animales en el Discovery
Channel. Sin embargo, supongo que es lo mismo, la mayoría de los hombres son
animales.
—Habla por ti —dijo Ty.
Hubo otro bufido seguido de una sonrisa.
— Diablos, creo que estoy hablando más por ti que por mí. Soy un hombre
felizmente casado. Nada de citas y parejas para mí en estos días. Pero tú estás
haciendo lo suficiente por ambos.
—Casi —dijo Ty en voz alta, claramente molesto con la conversación. —Le estoy
mostrando esto por lo que todos tenéis que comportaros mientras ella esté aquí.
Ty le tomó la mano, sobresaltándola, y se la llevó lejos del equipo.
—Fue un placer conoceros —dijo por encima del hombro.
Todos sonrieron y se despidieron.
—Lo siento —dijo Ty.
—¿Por qué? No me dijeron nada grosero. —Y ahora estaba demasiado distraída
por el hecho de que todavía estaba sosteniendo su mano para pensar en otra cosa.
Tenía un apretón fuerte, sin embargo, era tierno con ella, su mano en la suya solo
caliente, estable y... perfecta.
Caramba. Eso fue un pensamiento aterrador.
¿Podrían dos personas realmente ser más diferentes que Ty y ella? De ninguna
manera debería dejar que sus pensamientos fueran allí. Nunca. Pero su mano se
sentía bien.
—Muy bien —dijo Ty, claramente desconocedor de la ridícula dirección en la que
iban sus pensamientos. —Coche 101. Te vamos a poner en el coche y voy a explicarte
qué es cada cosa. —Imogen miró el muy brillante coche verde frente a ella con recelo.
No parecía peligroso. No estaba en marcha. Así que, independientemente de lo visto
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Dukes de Hazzard: Serie estadounidense en la que salía un Dodge llamado General Lee al que se accedía
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Retrocediendo para salir del coche y bajando al suelo de cemento, Imogen se quitó
la chaqueta negra a rayas y la puso sobre el capó. Subiéndose las mangas de su
abotonada camisa blanca, se agarró a la ventana y saltó, aterrizando de barriga sobre
el marco. Su cabeza estaba dentro, pero nada más, así que se movió y trató de
arrastrarse hacia arriba y adelante.
De repente, las manos de Ty estaban en su cintura y ella dejó de moverse.
Su voz se extendió sobre ella.
—¿Y tú dices que soy terco? Si te metes así, vas a aterrizar de cabeza y salpicarás
ese brillante cerebro por todo el asiento.
—Lo tengo bajo control —dijo ella, sin aliento tanto por la actividad como por su
contacto.
—¿En serio? —Preguntó, la risa en su voz. —Pero para que lo entiendas, esta
posición en la que estás no me está ayudando a aferrarme a tu regla de no coquetear.
Imogen sintió que sus mejillas se calentaron. Sólo podía imaginar lo que su culo
parecía desde su perspectiva. No tan bonito como el de Nikki, ella podía garantizar
eso, dado que no tenía el gusto por la simple lechuga y no podía aguantar más de
quince minutos en la cinta. Incluso si su trasero pudiera estar tonificado hasta el
punto del de Nikki, Imogen no sabría qué hacer con él, ya que había nacido sin el gen
de gatita sexual.
—Lo siento. Yo no estaba tratando de…
—Sé que no lo estabas. Eso es parte de lo que lo hace tan condenadamente
caliente. No estás siendo calculadora, solo sexy de modo natural.
Imogen deseó poder verle la cara en lugar de mirar hacia el interior negro del
coche. No podía estar hablando en serio.
—No hay nada sexy en mí, Ty. No está en mi ADN atraer intencionadamente a los
hombres.
—Intencional o no, está ahí, cariño. Estás buenísima.
Desplomada sobre el marco de la puerta como un balancín humano, Imogen se
preguntó si Ty se había olvidado de ponerse el casco una o dos veces. Ella no era
sexy. Si pudiera haber descansado la mano bajo la barbilla en esa posición, lo habría
hecho. En lugar de eso se quedó allí colgada sintiéndose suspendida en sentido literal
y figurado.
Chilló cuando Ty la levantó hacia arriba y la sacó del coche, se le subió la camisa
dejando su vientre al descubierto. Él le dio la vuelta y ella le miró, tirando de su
camisa para ponerla en su lugar. Él tenía esa mirada en sus ojos que estaba
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empezando a reconocer. Era de lujuria y ardía al rojo vivo en este momento. Lo que
sinceramente la desconcertaba. ¿Desde cuándo colgar en la ventana del coche
completamente despistada en cuanto a lo que estaba haciendo constituía ser sexy?
—Deja que te ayude —dijo él, acercándose más y más a ella.
Hubo una fracción de segundo antes que la besara el cual Imogen podría haber
utilizado para alejarse, protestar, detenerlo. No lo hizo.
De hecho, cuando sus labios tocaron los suyos, Imogen se olvidó de todo (su tesis,
sus diferencias, donde estaban) y puso los brazos alrededor de su cuello y lo besó.
Él tenía una bonita boca y la usó muy bien, calentándola de la cabeza a los pies
con unos pocos toques de sus labios. Cada beso hizo que le agarrase más fuerte, lo
que hacía que él la besara con más fuerza, hasta que se fusionaron, respirando con
dificultad y tomando y compartiendo la pasión. Cuando la lengua invadió su boca,
Imogen sintió un tirón impaciente entre sus muslos, y se balanceó hacia adelante en
sus zapatos, perdiendo el equilibrio.
Ty enterró las manos en su pelo y la adoró con la boca una y otra vez. Sus gafas se
interponían, pero a ella le importó un bledo, y claramente tampoco a Ty, ya que no
mostró signos de desacelerar durante las próximas una o dos horas.
Podrían haberse quedado así de forma indefinida si no hubieran oído la voz de un
hombre decir:
—¡Maldita sea, alguien necesita una habitación!
Ambos se alejaron e Imogen podía sentir sus mejillas ardiendo mientras echaba un
vistazo alrededor de Ty para ver quien los había pillado. Era un hombre con una
camisa de golf y pantalones de color caqui, muy delgado y tonificado, un atractivo
hombre de unos cincuenta años.
—Mierda —murmuró Ty en voz baja. Entonces más fuerte—. Hola, Carl, ¿cómo
estás esta noche? Imogen, este es Carl Hinder, el dueño de Hinder Motors y el
hombre responsable de que mi carrera esté donde está.
—No tan bien como tú, claro está. —El hombre dio Ty una media sonrisa. No fue
completa, pero parecía genuina, y no había nada lascivo o sugestivo acerca de la
forma en que miró a Imogen, lo que la tranquilizó. Ty se volvió hacia ella, y la movió
para ponerla a su lado, con la mano en la suya.
—Esta es Imogen Wilson, una amiga mía. Es una estudiante de posgrado en
sociología que está muy interesada en la cultura de las carreras de coches.
Divertida porque Ty eligió ahora para demostrar que, en efecto, sabía pronunciar
su nombre, Imogen sonrió. Nadie tenía que saber que estaba interesada
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Kelly green
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—¿Por qué?
—No lo sé. Cualquier cosa. Entonces ya está. ¿Quién soy yo si no estoy
conduciendo?
Guau. Imogen nunca habría adivinado que Ty tenía inseguridades de ninguna
manera o forma. Estaba a punto de asegurarle que no iba a ser despedido a menos
que hiciera algo catastrófico y que, incluso si pasaba, él podría encontrar otro equipo
para conducir, pero Ty la interrumpió con una sonrisa.
—No importa —dijo antes de que pudiera hablar. —Simplemente no estaba
esperando verlo, eso es todo. Ahora, vamos a entrar en este coche.
Imogen se tragó un grito cuando él la levantó en brazos y la giró para que sus
piernas se deslizaran en el coche. En un momento su mano estaba sobre su trasero, su
peso apoyado en sus músculos magros pero poderosos, al siguiente estaba sentada
en el asiento del conductor de un coche de carreras.
Ty observó a Imogen sentada envarada con las manos en el aire como si estuviera
asustada de tocar nada por miedo a lo que podría hacer ella, y se sintió
inmensamente mejor. Dios, ¿qué había estado pensando, soltando impulsivamente
esa mierda de tener miedo a ser despedido y no ser nada más que un piloto
fracasado? Él no decía cosas como esas a nadie. No dejaba que nadie supiera nunca
que de lo único que realmente le daba miedo era estar separado de la única cosa que
él amaba y en lo que era bueno. Si no podía conducir, no había un plan de
contingencia para un tipo que no podía dar sentido a las palabras en un trozo de
papel o en la pantalla de ordenador.
¿Cómo explicaba eso a alguien tan brillante como Imogen? No podía. Por
supuesto, tampoco debería estar pasando tiempo con ella, y no tenía la intención de
dejar de hacerlo a corto plazo. Ella le hacía reír, le hacía sentirse bien.
Le excitaba.
Realmente, realmente le excitaba. Era la forma en que ella parpadeaba hacia él con
esos ojazos azules detrás de sus gafas, toda curiosa y excitada, lo que le hacía perder
el norte de todo excepto de meterla en su cama. Mover su lindo culito delante de él
tampoco había hecho daño a la causa.
—Relájate, Emma Jean. El coche no muerde. A diferencia de mí. — Le guiñó un ojo
mientras se apoyaba en la ventana.
—No quiero estropear nada —respondió ella, sin ni siquiera responder a su
insinuación.
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—Nena, este coche puede golpear la pared y aun así ser salvable. No puedes hacer
nada para dañarlo.
—¿Estás seguro?
—Confía en mí. Estás bien. Así que aquí está la historia: las carreras de coches
empezaron a partir de chicos que cogían un coche que podían comprar en cualquier
distribuidor y equipaban el motor, en un principio corrían por la playa y luego en la
pista. Así que era un coche “de serie” igual que el coche de la familia cuando lo
adquirieron. Ahora sólo el chasis del coche es igual al de un automóvil normal, e
incluso tiene algunas modificaciones, pero seguimos utilizando el nombre de serie.
Pero si miras a tu alrededor puedes ver que no hay mucho que te recuerde tu
vehículo personal.
—Bueno, mi coche no es precisamente el último modelo que ha salido de la línea
de montaje, pero veo lo que quieres decir. No hay otros asientos y no reconozco
ninguno de estos indicadores.
—No hay otro asiento que no sea el del conductor, no hay llave de contacto, ni
ventanas, ni velocímetro, ni cerraduras, ni claxon, ni muchas otras cosas. Aunque no
me importaría un claxon. A veces siento como si golpeara uno para decirle a otro
coche que se aparte de mi camino.
—De alguna manera no creo que eso les hiciera apartarse con gracia de tu camino.
—Probablemente no. Así que un coche está construido para la velocidad y la
seguridad. Es aerodinámico, con un motor potente de 750 caballos. Hay medidores
de aceite y temperatura del agua, el aceite y la presión del combustible, y algunas
otras cosas. Freno, acelerador y embrague. Un sistema de refrigeración para evitar
que me queme el culo en el asiento o me desmaye y una jaula antivuelco en caso de
que el coche vuelque.
—Esto parece un cambio de marchas normal. —Imogen puso la mano en él.
—¡No toques eso! —dijo Ty, y luego se echó a reír cuando Imogen retiró la
mano—. Es broma.
Ella le lanzó una mirada de disgusto.
—Eso no fue divertido.
—Sí, lo fue.
Sus labios formaron una pequeña mueca de fastidio.
—No es un asiento muy cómodo.
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—Bueno, está hecho a medida para mi cuerpo, así que no me muevo demasiado, y
hecho de aluminio por seguridad. Reposacabezas y cuello son obligatorios, y no, no
es muy cómodo. Pero esto no es un paseo relajado por el campo. Voy a más de ciento
ochenta kilómetros por hora. —Ty no pudo evitar el orgullo en su voz. Él amaba su
trabajo, amaba la emoción de las carreras, la satisfacción de hacer que un coche en el
que su equipo había trabajado tan duro funcionara bien para todos.
—En un campo verde de golf.
Él sonrió.
—Sí, listilla.
—¿Cómo controlas el coche? —Estaba inclinada y mirando los indicadores, el
suelo, los pedales.
—Habilidad, cariño. Eso es todo.
—No puedo imaginar ir tan rápido.
—Apuesto a que te gustaría. —Ty no pudo resistir la tentación de extender la
mano y acariciarle el pelo oscuro y sedoso mientras caía por encima de su hombro. —
Apuesto a que te gusta a fondo y rápido.
Su cabeza se levantó.
—Eso fue una insinuación.
—Más o menos. —Ty se encogió de hombros. —Está bien, demonios, sí, lo fue. Lo
admito. —Era un tío, no podía evitarlo. Casi todo le recordaba el sexo y lo mucho
que quería desnudarla—. Pero sí creo que te gustaría dar una vuelta por la pista
conmigo. Debemos hacerlo en algún momento, tienen eventos especiales para eso.
Puedes tener la emoción de la velocidad sin tener que ser el piloto.
—Me gustaría. —Imogen alzó la mirada hacia él, y la punta de su lengua salió y se
deslizó por el labio inferior—. Me gustaría mucho.
Desde que se había quitado la chaqueta conservadora pero muy a la moda,
Imogen sólo llevaba una camisa de manga larga abotonada que ahora mismo estaba
muy abierta en el escote. Ella no tenía para nada unos pechos grandes, pero lo que Ty
podía ver (y vale, lo que había sentido libremente la noche anterior) fue que estaban
firmes y levantados.
Podía ver sus pezones a través de la tela y era muy evidente para él que ella lo
deseaba. ¿Por qué demonios tuvo que enviarla a su casa la noche anterior? Había
tenido sentido cuando quiso hacer lo correcto, pero ¿quién era él para decirle que
debían esperar si ella no quería?
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En serio, ¿qué tipo era tan estúpido como para hacer eso? Aparentemente él.
Pero eso fue anoche. Hoy iba a tomar lo que sus ojos y sus labios estaban
ofreciendo.
Ty se apoyó en la ventana y le dio un beso rápido, más duro de lo que pretendía,
pero estaba al límite. A ella no pareció importarle, ya que lo miró y dio un suave
gemido de placer. Maldición, amaba la forma en que se rendía a él, la forma en que lo
dejaba dirigir.
Podía ver la pregunta en sus ojos, sabía que no iba a hacerla. No es que pudiera
culparla. Ella sentía como si él hubiera rechazado su oferta de la noche anterior y no
iba a molestarse una segunda vez, y arriesgarse al rechazo. Pero esa nunca había sido
su intención, en absoluto. La deseaba de una forma en que no había deseado a una
mujer en mucho tiempo, tal vez nunca. Esto era un ardor, una penetrante necesidad
urgente de tomar a Imogen y hacerla suya.
Pasando el dedo por el labio inferior de ella, dijo:
—Ven conmigo a casa. Pasa la noche conmigo. Por favor.
Ty se apoyó contra el costado de su coche, con los músculos tensos, la boca
caliente, esperando su respuesta. Él no la culparía si se negaba, pero probablemente
lloraría.
Pero Imogen sólo lo miró y dijo:
—Sácame de este coche y llévame a la cama. —Eso no iba a ser un problema.
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Capítulo 8
Imogen pensó que era ella la que debería estar avergonzada, dada la forma en
que acababa de soltarle a Ty que debería llevarla a la cama, pero cuando se dirigían a
su casa, él era el que estaba divagando, señal de que estaba nervioso y sentía la
necesidad de llenar el vacío del silencio con conversación vana. Nunca había sido
una persona que balbuceara cuando estaba nerviosa, inclinándose más a refugiarse
en el silencio, pero un montón de gente sacaba sus nervios mediante la cháchara, y
claramente Ty era uno de ellos.
―¿Te gusta el fútbol? ―le preguntó, luego sacudió la cabeza. ―Por supuesto que
no te gusta el fútbol. ¿De qué diablos estoy hablando? Nada en ti dice “hincha”. Y lo
digo en el buen sentido. Aunque sería genial si fueras inteligente, hermosa, y te
gustaran los deportes. Pero de alguna manera no puedo verte lanzando un jersey y
maldiciendo al árbitro. ¿Y qué hay de acampar?
A ella le intrigaba pensar que él podría estar bastante dedicado en el resultado de
lo que iban a hacer como para estar realmente nervioso, y trató de seguir su rápida
conversación.
―¿Acampar? ¿Qué pasa con eso?
―¿Te gusta?
―Nunca he ido de acampada.
―¿Nunca has ido de acampada? ―Ty parecía sorprendido, como si hubiera
confesado que era virgen a los veintiocho años―. ¿Ni siquiera cuando eras niña?
Eso divertía a Imogen.
―No. Yo me crié en el Upper East Side de Manhattan. Mi madre dirige una
galería de arte y mi padre es un banquero de inversiones. Cuando querían escapar de
la ciudad, íbamos a los Hamptons y nos alojábamos en la casa de playa de mis
abuelos. Aparte de esos viajes a la playa, lo más cerca que he estado de la naturaleza
fue regando las plantas de las macetas en la terraza de nuestro apartamento.
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―Guau, nunca pensé en ello, pero supongo que sí, ¿quieres ir de acampada? Yo te
llevaré, te va a encantar.
Imogen sintió una buena cantidad de alarma.
―No, no tienes que hacerlo. Sospecho que en realidad no me va a gustar después
de todo. No siento como si mi vida fuera deficiente porque no he ido de camping.
Quiero decir, he caminado por Central Park cientos de veces y eso es muy bucólico.
Ty se burló.
―Eso no es lo mismo que adentrarse en el bosque, acostarse en un saco de dormir
y no escuchar nada más que el sonido de la naturaleza.
―Soy socióloga, no botánica. ―Las plantas eran verdes, fin de la historia. Ella no
sentía la necesidad de sumergirse en ellas.
Él le dirigió una rápida mirada diciéndole que no le hizo gracia.
―Sin discusión, te voy a llevar. Este es el terco tauro hablando.
Eso la irritó.
―No puedes hacer que vaya. Y ni siquiera se supone que estamos saliendo.
Ahora sí que le lanzó una mirada que le dijo que no apreciaba ese pequeño
recordatorio.
―Bien, este es el trato. Todo el mundo debe estar abierto a nuevas experiencias,
¿verdad? Así que tú te comprometes a ir de acampada, y yo estaré de acuerdo en
hacer algo que quieras que pruebe. Me puedes arrastrar a una galería de arte o algo
así, lo que quieras. ―Acababan de llegar a la entrada de la casa de Ty y él aparcó el
coche mientras Imogen lo observaba. Él hablaba en serio acerca de su oferta, y eso la
intrigaba. ¿Qué le gustaría que Ty experimentara? Y ¿estaba dispuesta a aventurarse
en el bosque para un fin de semana de picaduras de insectos, sufrimiento e higiene
dudosa por introducir a Ty en algo de su mundo?
Sin dudarlo, se dio cuenta que estaba dispuesta. Porque se le ocurrió que ella y Ty
habían vivido vidas muy estrechas y sólo podría beneficiarse de ampliar un poco la
experiencia. Además, sabía que él subestimaba su inteligencia, y ella quería que
apreciara y comprendiera que era un tipo muy brillante.
―Está bien. Voy a ir de camping si lees entero Mucho ruido y pocas nueces.
Algo brilló en sus ojos, pero él sólo vaciló un segundo antes de decir:
―Trato hecho. Conseguiré una copia en los próximos días. Y tú echarás un vistazo
a tu calendario para ver cuando tienes un lunes y un martes libres e iremos al
bosque.
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―Oh, eso va a ser complicado ―dijo, viendo inmediatamente una salida para
ella―. Tengo clase.
―¿No tienes días libres? El Día de los Veteranos es la semana que viene, ¿no
tienes fiesta?
―No sé ―mintió. Entonces porque nunca mentía y no se sentía cómoda con ello,
inmediatamente admitió la verdad. Su madre siempre le había dicho que nunca
necesitó enfrentarse a las mentiras de Imogen, sólo tenía que esperar treinta
segundos e Imogen confesaría. Era evidente que aún era cierto porque dijo―: Sí,
tenemos el día libre.
―Entonces iremos. Podemos marchar el lunes a primera hora y volver el martes.
Sólo una noche. Voy a despejar esos dos días con mi ayudante Toni y encontrar un
camping. ―Él le sonrió―. Vamos a pasarlo muy bien.
Ella lo dudaba seriamente.
―Vas a lamentar llevarme a la naturaleza. Estoy segura de que voy a quejarme
muy a menudo.
Pero Ty sólo dijo
―No puedes quejarte si tus labios están ocupados haciendo otras cosas.
―¿Cómo qué? ―dijo, aunque sabía muy bien de lo que estaba hablando.
―Entra y te lo mostraré.
No necesitaba decírselo dos veces. De hecho, sólo había necesitado decirlo una
vez, había estado lista la noche anterior. Por supuesto, había sido un manojo de
nervios por todo el asunto y probablemente no habría disfrutado de ello tanto como
podría. Ella no podía decir exactamente por qué, pero sólo habían pasado
veinticuatro horas y no estaba experimentando ninguna de las preocupaciones que
había tenido la noche anterior. No era lógico, pero decidió no cuestionarlo y
simplemente aceptarlo como lo que era.
Esta era su fantasía. Era su oportunidad de salir del círculo de citas académicas
con hombres con jerséis que no les quedaban bien y experimentar el sexo con un
piloto de carreras muy varonil. Un hombre por el que se había sentido atraída desde
el primer momento en que había puesto los ojos en él, incluso cuando había sabido
que tener cualquier tipo de relación con él era una locura. Nunca había pensado que
Ty se sintiera atraído por ella, nunca había esperado tener la oportunidad de
compartir la cama con él, y quería aprovechar la ocasión. Quería descubrir si era tan
agresivo, divertido y sexy en la cama como lo era fuera.
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―Abre la marcha ―dijo, y mientras hablaba, tuvo una revelación sexual. Había
confiado en la inteligencia y en la carrera de cada hombre con el que había salido,
pero no necesariamente sexualmente. Se había visto obligada a ser más dominante de
lo que ella habría elegido, y eso era parte del atractivo de Ty: quería un hombre para
tomar las riendas mientras ella se sentaba y disfrutaba. O se relajaba fuera cual fuera
la situación.
La sola idea de Ty tomando y dando, controlando totalmente su placer, envió una
oleada de calor líquido entre sus muslos.
Era consciente de que su voz se había vuelto ronca y estaba claro que también Ty
era consciente de ello. Se miraron el uno al otro en la penumbra del coche por un
largo e interminable minuto, cada segundo de su mirada en ella funcionó con tanta
eficacia como si fueran sus dedos acariciando la piel desnuda, haciendo que sus
pezones se endurecieran, el abdomen se tensara y las piernas se separaran
ligeramente.
―Oh, joder ―dijo Ty, sacudiendo ligeramente la cabeza. ―Eres tan caliente.
―No estoy haciendo nada ―dijo desconcertada Imogen.
―Sí, lo haces. Me estás devorando con los ojos. Y Dios, tienes los ojos más
profundos, más inteligentes que he visto nunca. Puedo ver la complejidad de tu
cerebro en ellos y me excita.
―Y yo aquí pensando que me encantaría pasar mis manos por todo tu pecho y
apretarte el culo.
Ty soltó una risa ligera.
―Siéntete más que libre para hacerlo a cualquier hora. Ahora voy a salir de este
coche antes de poseerte aquí. Lo que tendría su mérito, pero podría molestar a los
vecinos.
Imogen ni siquiera tuvo tiempo de responder antes de que Ty estuviera fuera del
coche, por lo que abrió la puerta del pasajero y se inclinó para recoger su bolso del
suelo. Cuando levantó la vista, se sorprendió al encontrar a Ty en la puerta, su
entrepierna casi a la altura de sus ojos. Sin estar segura de lo que él estaba haciendo,
ella apartó la mirada de su prometedora erección hacia su rostro.
―¿Qué estás haciendo? ―Preguntó.
―Sólo dándote la mano. ―Ty se acercó para ayudarla a salir del coche.
Por alguna estúpida razón, eso la conmovió. Era una cortesía básica, sin embargo,
le derritió su muy vulnerable corazón. Otros hombres podrían hacer lo mismo y ella
no pensaría nada de eso, excepto que eran seres humanos decentes que habían sido
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bien educados, pero había algo sobre Ty que siempre la había afectado de manera
diferente, desde el primer momento que lo conoció.
No estaba segura de si le gustaba o lo odiaba.
―Gracias. ―Tomando su mano, ella se bajó del coche, esperando que la soltara en
el momento en que se enderezara. No lo hizo. Él sólo le tomó la mano y la dirigió
hacia el garaje y por la puerta trasera hasta su cocina, encendiendo las luces a su
paso.
Imogen no estaba segura de lo que había esperado que pareciera su casa, pero de
inmediato se dio cuenta de que encajaba con Ty. Los armarios de la cocina eran de
estilo Shaker3, de madera clara, con líneas simples, de alta calidad con detallados
accesorios. Tenía un fregadero de estilo antiguo y encimeras de esteatita4, las paredes
eran de un rico color rojo oscuro.
Ella apenas le echó un vistazo a la sala de estar, pero tenía una chimenea de piedra
que iba del hogar hasta el techo y muebles muy lujosos en cálidos tonos caramelo y
gamuza. Si no se equivocaba, había también una cabeza de ciervo gigante colgada en
la pared, lo que no era raro para un hombre que amaba el aire libre, pero estaba
agradecida de que fuera demasiado oscuro para ver esos ojos vidriosos mirándola.
La única cosa que alguna vez había cazado eran gangas en Saks y documentos de
investigación difíciles de conseguir. Cuando entraron en su habitación, Ty encendió
la luz, que era una lámpara de araña de hierro en el centro del techo sobre una cama
muy grande y muy masculina. Estaba compuesta de una gran cantidad de cojines
rojos sobre el edredón de imitación de ante y toda la habitación estaba ordenada y
limpia. Ella quedó impresionada.
Ty le soltó la mano y la dejó de pie en la alfombra de felpa color beige, sintiéndose
increíblemente excitada y terriblemente incómoda. Él metió la mano en su mesita de
noche y la sacó con un encendedor que utilizó para encender varias velas colocadas
alrededor de la habitación. Su diálogo nervioso parecía haber desaparecido y ella
anhelaba que volviera, porque con cada segundo de silencio, su ansiedad aumentaba,
lo que la irritaba.
Era una mujer adulta y deseaba hacer esto. Mucho.
Lo cual era, irónicamente, por lo que estaba tan nerviosa. Estaba comprometida
con el resultado. Quería complacerlo y era consciente de sus deficiencias. Nunca
3
Estilo Shaker: Son muebles de madera producidos por los Shakers (rama de Cuáqueros protestantes) se
caracterizan por ser sencillos pero elegantes y con buena calidad en su construcción.
4
Esteatita: Piedra jabón. Piedra natural, derivada de roca metamórfica. No se mancha con facilidad y es
muy resistente al calor.
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nadie había puesto las palabras bonita e Imogen en la misma frase. O provocativa. O
seductora. No tenía nada para acceder a las típicas fantasías masculinas. Su enfoque
había sido siempre el entusiasmo en lugar de la técnica, ¿y si eso no era lo
suficientemente bueno para Ty?
Ella misma se estaba dando una conferencia mental cuando él atenuó la luz del
techo y se volvió hacia ella con una sonrisa que desapareció inmediatamente cuando
la miró.
―¿Qué pasa?
―Nada.
―Mentirosa. ―Él se acercó y la tomó de la mano otra vez, acariciando su piel con
el pulgar. Imogen suspiró.
―No sirvo.
―Bueno, eso es prometedor.
Eso la hizo sonreír a pesar de sus mejores intenciones de parecer preocupada.
―Sólo estoy pensando demasiado.
―Lo puedo notar. Y necesitas detenerlo. ―Pasó el brazo alrededor de su cintura y
la atrajo hacia él―. Voy a hacer que lo detengas. Voy a darte un beso y chuparte y
lamerte hasta que no quede un solo pensamiento en tu cabeza excepto el asombro
porque te vas a correr otra vez.
Guau. Sν, si el estado de sus bragas mojadas era una indicaciσn, respondνa bien a
la masculina dominaciσn alfa.
―¿Otra vez? No he tenido un orgasmo todavía.
―Dame cinco minutos. ―Ty dio un paso atrás y se quitó la camiseta. Él tomó sus
manos y las puso sobre su pecho. ―Tócame ―exigió.
Podía hacerlo. Su piel era cálida y firme, y ella deslizó sus dedos ávidos por todas
partes mientras él se inclinaba y la besaba. Su boca siempre hacía cosas fabulosas en
su interior, apartando a un lado esas dudas molestas con cada pulsación
desesperada, cada empuje de su lengua en ella.
―Voy a desabrocharte la camisa y saborear tus pezones ―dijo, moviéndose hacia
abajo por su cuello con besos ardientes, sus dedos ya estaban maniobrando en sus
botones.
El aire frío le golpeó en la carne sobrecalentada cuando le desabrochó el primer
botón, su aliento le puso la piel de gallina por donde él había dejado las manchas de
humedad de su lengua que se deslizó hasta hundirse entre sus pechos. Él todavía
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―Porque eres muy sexy y quiero darte placer toda la noche. ―Vale. Ella estaba
bien con eso.
Retiró las manos dejando las de ella allí.
―No las muevas ―le dijo, con los ojos oscuros de deseo. Era una posición rara,
una extraña sensación erótica estar de pie allí, sin saber lo que iba a hacer, pero
anticipando, esperando con gran expectación el próximo contacto. Lentamente, él
desabrochó el resto de los botones y le abrió la camisa.
―¿Dónde está tu chaqueta? ―Le preguntó―. ¿Te la dejaste en el garaje?
Desorientada por la forma en que sus pulgares estaban casi rozando su vientre
desnudo, ella dijo:
―No, la cogí. Creo que la dejé en tu coche.
―Bueno. Parecía cara. Odiaría pensar que se ha perdido.
Eso fue extrañamente conmovedor y considerado, pero no le podía importar
menos su chaqueta en ese momento, sobre todo cuando él abrió el botón de sus
pantalones vaqueros, pero no hizo nada más, volviendo hacia arriba para apartar su
sujetador. Moviéndose rápidamente, su boca estuvo repentinamente sobre ella,
chupando con fuerza el pezón.
Imogen esta vez dejó escapar un gemido, entonces se quedó sin respiración
cuando él la mordió suavemente antes de abandonarla de nuevo. Le acunó el pecho
con la mano, frotando el pulgar sobre el pezón hinchado y húmedo, mientras
desplazaba la boca hacia el otro pico, lamiéndola con la lengua a ritmo con el pulgar,
hasta que Imogen tuvo dificultades para respirar y la cabeza le colgaba hacia atrás.
Ella trató de sacar las manos para sujetarle el cabello y mantener el equilibrio, pero
él notó el movimiento y le dijo:
―Déjalas. ―Dado que eso también dio lugar a que su pulgar descendiera para
mantener sus manos quietas en los bolsillos, Imogen se quedó inmóvil. Él volvió a
lamer su pezón, todavía acunando su peso, pero ahora la mano libre le agarró el
trasero, sus dedos se desplazaron a lo largo de la costura de sus pantalones vaqueros,
abajo, luego hacia arriba, hacia abajo, luego hacia arriba, de modo que la fricción la
calentó; y la provocación de donde él casi llegaba, y luego se retiraba, hizo que
humedad resbaladiza se deslizara en sus bragas.
―Ty ―dijo ella, sin estar segura de lo que estaba pidiendo, sus pensamientos
confusos y erráticos.
―¿Qué? Quieres quitarte la camisa, ¿verdad? ―Se puso de pie y se apoyó en ella,
su pecho firme rozaba contra sus hinchados pezones―. Venga, sácalas durante dos
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segundos. ―Le sacó las manos de los bolsillos, entonces antes de que pudiera
parpadear, él le quitó la camisa por los brazos y estaba en el suelo. Siguió el sujetador
quedándose totalmente desnuda de cintura para arriba.
Estaba a punto de envolver sus brazos alrededor de él y raspar las uñas a través de
su ancha espalda, pero él la obligó a volver a meter las manos en los bolsillos de los
tejanos.
―No ―protestó.
―Sí. ―Ty dio un paso atrás. ―Deja que te mire―. Imogen sintió una punzada de
conciencia de sí misma, sus hombros cayeron ligeramente hacia adelante.
Pero entonces Ty dijo:
―Oh, nena, mira lo hermosa que eres. ―Tenía la mandíbula apretada, su erección
claramente visible en sus vaqueros―. Esa cremosa piel suave. ―Su dedo flotó por su
brazo, apenas rozando la piel―. El pelo sedoso…tan oscuro, tan sexy.
Él movió rápidamente las puntas de su cabello, haciendo que se deslizaran por
encima del hombro y el pecho, e Imogen se olvidó de ser tímida. Se lamió los labios
consciente de que respiraba con dificultad, se clavó los dedos en su propia carne para
tener algo a lo que aferrarse.
Ty soltó un suave gemido.
―Haz eso otra vez.
―¿Qué?
―Lámete los labios. Apuesto a que puedes hacer cosas increíbles con esa lengua,
sabiendo lo que hace en mi boca. ―Imogen se enderezó y lo hizo de nuevo,
arrastrando su lengua lentamente por el labio inferior, disfrutando de la forma en
que sus ojos se oscurecieron, la forma en que le miraba la boca con oscura
fascinación.
―¿Te dejas las gafas o te las quitas cuando vas a tener sexo? ―Le preguntó, en
voz baja y áspera.
Por el momento no se estaban deslizando por la nariz, por lo que no molestaban a
Imogen. Ella se encogió de hombros.
―No lo sé. Depende. ¿Por qué?
―Porque las cosas están a punto de complicarse, y no quiero tirarlas por
accidente.
Complicarse. A ella le gustaba como sonó, aunque no podía imaginar que hicieran
nada que enviara sus gafas lejos.
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―No importa.
―¿Puedes ver sin ellas? ―Ty jugaba con las varillas, levantando la estructura
arriba y abajo sobre su nariz.
―Desde luego no puedo ver cuando haces eso.
Él sonrió y las soltó.
―Lo siento.
―Las cosas son un poco borrosas sin ellas pero me las puedo arreglar. Pero
necesito las manos para sacarlas.
Ty se inclinó hacia delante y la besó larga y tiernamente, con la boca abierta
mientras tomaba la de ella una y otra vez.
―Está bien. Puedo quitarte yo las gafas, pero por ahora deja las manos atrás.
Estiró el brazo y le sacó las manos de los vaqueros poniéndoselas en los muslos,
soltándola lentamente. Imogen se quitó las gafas y cerró cuidadosamente las patillas.
Ty las cogió y se echó hacia atrás poniéndolas sobre su cómoda. Entonces se colocó
delante de ella otra vez, cerca, invadiendo su espacio y haciéndola muy feliz por
estar medio desnuda. Podía sentir el calor que irradiaba de él, y le encantaba la forma
en que era más grande que ella, la forma en que podía rodearla. Sin las gafas estaba
un poco borroso, pero estaba tan cerca que era leve, y de todos modos, debido a la
suave luz de las velas de la habitación, no podía ver cada detalle de su cara. Pero
podía delinear su forma básica, los hombros, el pecho musculoso, el pequeño
mechón de pelo que se elevaba por encima de la cintura del pantalón, la sombra de
su pelvis donde los vaqueros colgaban bajos. Ella pudo ver su expresión con
suficiente claridad para leer que eso era travieso, atrevido, seguro. Era divertido que
ahora que sus manos estaban libres no supiera qué hacer con ellas, y sabía que le
estaba esperando para que él dirigiera su seducción. Quería eso, lo ansiaba, estaba
completa y totalmente excitada por el hecho de no tener que estar a cargo, de que
aquí no hubiera un ego frágil para reforzar.
Ty quería tomar y ella quería ser tomada.
―Después de todas tus protestas y preocupaciones, tienes las manos libres ―dijo
Ty, burlándose de ella mientras rozaba con sus labios la comisura de su boca,
moviéndose para que su pecho se moviera contra el de ella―. Entonces, ¿por qué las
querías sacar con tantas ganas? ¿Qué es lo que quieres tocar?
Ty casi podía ver las ruedas girando en la cabeza de Imogen. Ella no contestaría
impulsivamente y no evitaría su pregunta con una respuesta vaga. Imogen le diría
exactamente lo que quería, no tenía ninguna duda.
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Ella contestó:
―No sé. Quiero tocarlo todo y estoy debatiendo por dónde empezar.
Él daría con gusto su cuenta bancaria para que ella se pusiera de rodillas y tomara
su polla en la boca, pero quería que realizara ese tipo de acción por sí misma, no
porque él se lo pidiera.
―Bien, mientras te decides, voy a tocarte de nuevo. Quiero chupar tus dulces
pezones otra vez.
Imogen hizo un pequeño sonido encantador de anticipación, con los ojos abiertos
como platos y sin gafas que ocultaran su profundo color azul infinito. Con las manos
en su cintura, Ty le dio un beso amando la suavidad de sus labios, el sabor de miel de
su lengua y boca. Era delgada y tonificada, pero aun así blanda, con pechos
pequeños turgentes que encajan muy bien en sus manos. Podría pasar toda la noche
pasando los labios sobre su cuello, los hombros, hacia abajo en la hendidura entre sus
pechos, frotando la nariz, saboreando la pureza de su piel y notando que no usaba
una crema cargada o perfume. Imogen sólo sabía a mujer dulce, y tenía los pezones
más increíbles.
Jugando con uno con su lengua, lo rodeó antes de chupar suavemente con los ojos
medio cerrados. Fue recompensado con un suave suspiro e Imogen tomó la decisión
sobre dónde poner las manos. Comenzaron en su espalda, acariciando suave, ligera y
apaciblemente; entonces cuando él se volvió más agresivo, chupándola más
fuertemente, su toque se desplazó hasta su culo y apretó. Fue un simple roce, pero
hizo que la erección de Ty palpitara.
Quería todo de ella. Quería las cosas con calma, pero rápido. Quería que gritara
en el orgasmo una y otra vez al mismo tiempo que él sólo quería follarla y dejarse ir
en un fuerte estallido caliente. Todavía jugando y lamiendo, movió la mano hasta los
pantalones vaqueros y le desabrochó la cremallera. Deslizando su mano dentro,
acunó la parte exterior de sus bragas, sintiendo su calor penetrándole. Comenzó a
mover el dedo medio, doblándolo para que se deslizara hacia arriba y hacia abajo en
su pubis, el raso de sus bragas aseguraba una cómoda superficie lisa por la que
deslizarse.
Imogen se quejó en voz baja en su oído, sus manos abandonaron su culo y
subieron por la espalda agarrándole de los hombros para mantener el equilibrio. La
manera en que se aferraba a él, la forma en que ella confiaba en él para darle placer,
emocionó a Ty. Quería darle un éxtasis como nunca había conocido antes y quería
tener la total satisfacción de verla hacerse añicos bajo sus caricias.
Moviéndose dentro de sus bragas, Ty soltó su propio gemido de aprobación
cuando la yema del dedo inmediatamente alcanzó la resbaladiza humedad. Cuanto
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más lejos se movía hacia abajo, más húmeda estaba, y su respiración se combinó con
jadeos constantes cuando Ty se sumergió dentro de ella y luego se retiró para hacer
girar el fluido caliente alrededor del clítoris hinchado.
―Oh, Ty ―murmuró.
―¿Qué, cariño? ―Enterró la boca en su cabello mientras seguía moviendo el
dedo, excitado por la sensación de su estrechez, por la forma en que su cuerpo le
daba la bienvenida cuando empujaba dentro de ella, por la forma en que se agarraba
a sus hombros convulsivamente cada vez que hundía el dedo.
―Yo…Yo…
―¿Sí? ―Ty le acarició el oído, hundiendo la lengua dentro.
Imogen gimió y se tambaleó hacia atrás, sin querer alejarse de su dedo.
Ty sacó la mano de sus bragas por completo y la impulsó hacia atrás, con las
manos en la cintura.
― ¿Qué? ―preguntó―. ¿Por qué lo dejas? ¿Dónde quieres que vaya?
―Sólo retrocede ―dijo―. Te quiero contra la pared. ―Quería ayuda para
mantenerla inmóvil mientras la follaba con los dedos, con la lengua y a continuación
con la polla.
―¿La pared? ―preguntó, con excitación curiosa en su voz mientras caminaba
tentativamente hacia atrás.
―Sip. Casi estás ―dijo, poniendo la mano detrás de su cabeza cuando ella llegó
para que no se la golpeara. ―Ahora todo lo que tienes que hacer es quedarte aquí.
Ty volvió a poner el dedo en su posición anterior, sólo que esta vez añadió un
compañero así que tenía dos dedos entrando y saliendo de su caliente y apretado
agujero. Imogen se tensó y sus ojos y boca se abrieron de par en par. Le agarró la
muñeca con la mano y se la sujetó mientras él la tocaba con los dedos, sacándolos
para moverlos rápidamente a través de su clítoris con cada golpe. Cuando su
respiración se volvió errática y su espalda se arqueó, Ty supo que en un minuto o
dos ella tendría un orgasmo, por lo que poco a poco se retiró y se inclinó hacia
delante.
―¿Por qué has vuelto a parar? ―preguntó ella, con voz decepcionada.
―Te estoy quitando los zapatos ―dijo, poniendo una rodilla en el suelo,
levantándole el pie y haciendo precisamente eso―. Después te quitaré las bragas.
―Bien. Por supuesto ―dijo ella, levantando obedientemente el otro pie para que
él pudiera quitarle los zapatos planos negros.
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Capítulo 9
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vientre, en su vagina aún tierna y dolorida por sus embestidas. En realidad estaba
dolorida por todas partes, era consciente de cada centímetro de todo su cuerpo, su
piel sensible, cada músculo, cada nervio apretado y preparado para el placer.
―Me gusta que te pongas toda bonita y húmeda ―dijo―. Es muy satisfactorio
verlo, sentirlo, saborearlo. Significa que me deseas.
―Te deseo.
―Deslízate por la pared ―dijo―. Sin soltar el marco de la puerta. Simplemente
deslízate hacia abajo, bonita y sexy, y abre las piernas mientras lo haces.
Ella se dio cuenta entonces de parte del atractivo en las directrices de Ty. Imogen
nunca se había sentido particularmente atractiva, nunca había sabido utilizar su
cuerpo para una ventaja visual, nunca se había sentido cómoda posando y
mostrándose a sí misma. Ty le estaba enseñando, probablemente sin darse cuenta, la
forma de hacer precisamente eso. Cómo aprovechar tanto el atractivo táctil como el
visual de su figura femenina y lugares íntimos para llevar a un hombre más
profundamente dentro del deseo.
Así que ella siguió sus instrucciones y dobló las piernas para que su trasero
desnudo y espalda se deslizaran por la pared fría, aferrándose a la puerta para
mantener el equilibrio. Cuando estaba aproximadamente a la mitad, respiró hondo y
abrió las rodillas, exponiéndose completamente a su vista, observando para ver su
reacción.
Fue una buena idea.
Sus ojos se oscurecieron y se frotó el labio inferior con el pulgar mientras se la
comía con los ojos, sin mirarla a la cara, sino entre sus piernas. Él puso las manos
suavemente sobre sus rodillas y levantó la vista hacia ella con una mirada tan
intensa, tan caliente, que ella contuvo el aliento.
―Espero que seas flexible.
Preguntándose lo que tenía en mente para ella, bastante segura de que le gustaría,
Imogen tuvo que admitir:
―Probablemente no.
―Vamos a resolverlo. Sostente. ―Ty levantó una de sus piernas pasándola sobre
el hombro de tal modo que su rodilla quedó apoyada.
El cambio de postura disparó su trasero al aire robándole el equilibrio.
―Me voy a caer ―dijo ella, batallando con el marco de la puerta.
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―No, no lo harás. Estoy demasiado cerca de la pared para que te caigas. Deja de
menearte y relájate.
―Yo no…ahhh. ―Imogen olvidó lo que había estado a punto de decir, cuando él
se inclinó hacia adelante y hábilmente insertó su lengua dentro de ella―. ¡Virgen
Santísima!
Él entraba y salía rápidamente con estocadas que la mantuvieron haciendo
sonidos que ni siquiera sabía que era capaz de hacer. La humedad suave de su
lengua, junto con su anchura, le provocaron escalofríos de éxtasis con cada golpe.
Ella podía sentirle profundamente en su interior, con la nariz chocando contra su
clítoris.
Ty le levantó la otra pierna, por lo que las dos estaban en sus hombros. Sus manos
estaban en la parte baja de la espalda, y de alguna forma entre la pared y su agarre,
ella no parecía estar en peligro de deslizarse hacia abajo y golpearse la cabeza contra
el suelo. No es que realmente le importara, porque era la posición más caliente, más
erótica en la que había estado alguna vez. Era algo así como montar al revés en los
hombros de alguien. La única forma en que podría envolver totalmente su rostro
sería si estuviera sentada en él, y eso no tendría la ventaja añadida de saber que era
su fuerza lo que la sostenía. Imogen volvió la cabeza de un lado al otro, aguantó, y le
dejó hacer las cosas más deliciosas con su boca mientras ella retrocedía a una época
anterior al lenguaje, expresando su placer a través de quejidos y gemidos guturales.
No había tiempo, ni conciencia de la habitación, frío o calor, oscuridad o luz,
simplemente la sensación de él y su tenso cuerpo sobreestimulado. Sólo estaba él,
sólo su boca, sus manos, su respiración, su habilidad para despojarla de todos sus
pensamientos, hasta que estuvo vacía, excepto por el agudo placer, todo su enfoque
en un punto, sólo un punto. La tensión estaba construyéndose de nuevo y ella se
calmó sintiendo que se acercaba sigilosamente, con ganas de alcanzarla, de caer en
esa explosión, pero Ty se apartó bruscamente y le bajó las piernas al suelo.
Imogen parpadeó. Mierda. Lo había hecho de nuevo, y no podía decir si era
intencional o no.
―Estaba a punto de correrme.
―Lo sé. ―Le tomó la mano y se levantó―. Ven aquí. Envuelve tus piernas
alrededor de mi cintura.
―No puedo. Mis piernas no funcionan. ―No estaba mintiendo. Todo su cuerpo se
sentía de gelatina, y sus pantorrillas temblaban por el esfuerzo bajo el que habían
sido expuestas. Sus muslos internos palpitaban y le dolían totalmente.
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No se molestó en discutir con ella. Sólo la alzó en brazos con más urgencia que
mansedumbre y se dirigió a la cama. Imogen se aferró con la poca fuerza que le
quedaba mientras él se inclinaba y quitaba el edredón con una sola mano, dejando al
descubierto las sábanas de color cacao sobre las que la depositó. Ella estaba de
espaldas, a un lado de la cama, y él la agarró por las rodillas tirando de ella hacia
abajo para que sus piernas le colgaran por el borde. Él se metió entre sus rodillas y
empujó dentro de ella.
Le encantaba ese momento del primer impacto, cuando un hombre entraba en ella
y todo su cuerpo gemía, suspiraba y lo aceptaba, y con Ty, era aún más. Era
primario, posesivo, la forma en que él dio ese fuerte empuje, con los brazos a ambos
lados de ella, su expresión feroz y urgente. Ty estaba en silencio, con los labios
fuertemente apretados, pero Imogen no pudo contener el placer cuando él la llenó
con empujes constantes y gimió, dejando que sus piernas se abrieran. Envolviendo
los brazos alrededor de él, apoyó las manos en su espalda y sintió el movimiento de
sus músculos mientras se empleaba duro bombeando dentro y fuera de ella.
Entonces Ty se movió un poco y frotó un lugar que hizo que sus caricias suaves se
convirtieran en un juego de uñas clavándose con fuerza mientras mantenía las manos
quietas. Cada vez que se retiraba, su cuerpo también retrocedía, haciendo que su
espalda estuviera más en su agarre, y ella sabía que le estaba destrozando la piel,
pero no le importaba. Mañana quedarían las evidencias, rasguños y moretones para
mostrar lo caliente y duro que se habían corrido juntos.
―Oh, sí, allí ―gimió ella.
―¿Te gusta esto? ―preguntó, mirándola con satisfacción.
―Sí. Oh, Dios, sí, por favor. Por favor. ―Había encontrado un ángulo que tocaba
su punto G, e Imogen casi se olvidó de respirar cuando él la golpeó una y otra vez.
Podía sentir su plenitud, sentir el latido, su creciente pérdida de control, y levantó
las caderas, anticipando tanto su orgasmo como el de él. Pero Ty dio un tirón atrás
para salir de ella, jadeando y dejó caer la boca hacia ella. Imogen ni siquiera tuvo
tiempo de protestar antes de ser atrapada por la corriente y se arrastró bajo la
diferente clase de éxtasis que ofrecía su lengua. Elevando los brazos sobre su cabeza,
ella agarró la sábana y se retorció mientras él la torturaba con largos lametones sobre
su clítoris. Era casi demasiado, su cuerpo sensible y tenso, sus piernas moviéndose
sin descanso; con los pies encontró la barandilla de la cama para descansar en un
mejor sostén, una manera de sujetarse y mantenerse firme bajo su asalto.
Cuando le chupó el clítoris, ella se arqueó casi saliendo de la cama y de su boca
salió un jadeo, pero Ty no la dejó levantar. Con la mano en su pecho, la empujó hacia
abajo, se levantó y entró en ella de nuevo.
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con eso, reconocería que él sin duda había disfrutado, y que debía encontrarla al
menos ligeramente atractiva y sexualmente atrayente para dedicarle el tiempo y la
energía como lo hizo.
No necesitaba su confirmación verbal.
―Está bien, buenas noches ―dijo Ty, sus palabras un poco mal articuladas―.
Pero antes que me duerma, quiero que sepas que eres la galleta más caliente de este
lado de la salsera.
Imogen no estaba segura que demonios quería decir, pero sin duda era un
cumplido y ella reconoció una sensación cálida y difusa floreciendo en ella ante su
espontánea afirmación. Estaba a punto de responder cuando él le dio un pequeño
azote en el culo. Sorprendida, lo miró. Pero ya estaba dormido. Obviamente, la
cachetada en el culo había tomado hasta la última gota de su reserva de energía.
Acurrucándose más cerca y con una sonrisa tonta en la cara, Imogen le robó el
calor del cuerpo y se unió a él en el sueño.
Ty despertó de la mejor manera posible, agotado, con los músculos rígidos y una
Imogen desnuda envuelta a través de él. Siempre había sido el tipo de despertar de
golpe, así que tan pronto como abrió los ojos, estaba alerta y consciente de que el sol
estaba subiendo poco a poco en el exterior. Las velas que había dejado tontamente
quemando se habían apagado mientras dormían, y la habitación estaba en
penumbra, pero en otra media hora la luz daría completamente en sus ventanas.
Imogen estaba todavía dormida, su respiración suave y constante, los dedos
retorciéndose en su hombro.
No pudo resistirse a dejar caer un beso en su coronilla mientras se movía un poco.
Ella había sido todo lo que podía haber esperado y algo más. El sexo con ella había
sido… guau. Increíble. Rompedor. Apetecible. Caliente y emocionante, y muy
satisfactorio. Ella había estado dispuesta y con ganas, muy elocuente y muy
emocionada, todas las cosas que realmente apreciaba. Ostras, cosas que anhelaba.
Podía admitirlo, le gustaba dominar un poco en el dormitorio, y ella no había
luchado contra eso. De hecho, pensó que se había liberado.
Moviéndose de nuevo, Ty intentó ponerse más cómodo. Estaba sudando por sus
pensamientos e Imogen estaba totalmente sobre él, una de sus piernas colgando en la
parte superior de la suya. Era algo gracioso, su atracción por ella. Realmente ella no
era su tipo habitual. Pero funcionó para él, y con engreimiento podría decir que,
también, claramente funcionó para ella, así que no había razón para preocuparse por
el porqué de momento. No cuando tenía cosas mejores que hacer.
Pateando las mantas, suspiró aliviado cuando tuvo éxito al moverlas hacia abajo
de sus piernas y una bocanada de aire fresco golpeó su cuerpo acalorado. Imogen
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gimió y se aferró más fuerte a él, moviéndose por lo que el calor del interior de sus
muslos le acarició la pierna. Ty se puso instantáneamente duro. Moviendo
ligeramente la mano por la espalda de ella, pasó un dedo por la hendidura de su
trasero y más abajo aún, hasta que encontró su sexo, agradablemente extendido para
él porque su pierna estaba desplomada sobre la suya. Acarició su interior, poco a
poco, calmándola con un beso en la mejilla cuando ella hizo un ruido desde el fondo
de su garganta.
Mientras movía el dedo suavemente, sin ninguna prisa, simplemente disfrutando
de la sensación de su interior suave y mojado, su cuerpo le respondió inundándole
con la dulce humedad. Sus caderas se movieron un poco y abrió los ojos.
―¿Qué… ―preguntó ella, con expresión soñolienta y confundida―. ¿Ty? ¿Qué
pasa… ooohh.
―Buenos días ―dijo, y la besó en la boca abierta.
―Pensé que estaba teniendo un sueño sexual ―dijo ella―. Pero realmente me
estás follando con el dedo, ¿verdad? Ese es el término correcto para eso, ¿no?
Su polla palpitó ante sus palabras.
―Sí y sí. Pensé que esta era una mejor manera de despertarte que con un
despertador.
―Estoy de acuerdo.
Sacando el dedo, Ty la agarró por la cintura y la arrastró para ponerla sobre él,
anidando su pubis justo encima de su erección. Él pensaba que ella iba a pillar la
pista de lo que él quería que hiciera, pero Imogen simplemente se acostó sobre él
como un fideo blando, haciendo suaves suspiros que sonaban sospechosamente
como si en realidad pudiera volver a dormirse.
―Monta mi polla, nena. ―La instó, moviendo sus caderas para animarla.
―Demasiado sueño. Después del café me puedo mover, pero antes no. ― Ella
bostezó en su hombro.
Así que era una de esas, aturdida y lenta para despertar. Podía comprenderlo pero
era muy consciente de que tenía que salir de su casa en probablemente menos de dos
horas y necesitaba desayunar y ducharse. Él no se iría a Martinsville sin hacerle el
amor a Imogen una vez más, y ella iba a tener que lidiar con eso.
Conocía la manera segura de despertar su culito sexy. A pesar de que era un peso
muerto, todavía era pequeñita y no fue difícil levantarla de encima de él.
―¿Qué estás haciendo? ―murmuró, aplanando las palmas de las manos sobre la
cama para incorporarse.
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―Siéntate ―exigió.
―¿Por qué?
―Porque yo lo digo.
Ella soltó una risa suave y se arrastró hasta quedar sentada sobre su pecho, con los
ojos medio cerrados, cargados de sueño, con los hombros caídos, la piel rosada y el
pelo enredado.
Maldición, era tan hermosa. Ty extendió la mano y acarició sus pechos, sus
pezones rosados.
―Señor Bandera a Cuadros ―dijo divertida―. Tan mandón. Tan… ―Ella
contuvo el aliento cuando él empujó todo su cuerpo hacia adelante, colocándola
directamente sobre su boca―. Ahhh…tan inteligente... Tan directo.
Dios, a él le gustaba ese sonido. Sus palabras le tenían palpitando, agarró sus
caderas y se la comió, deslizando la lengua arriba y abajo saboreando su dulzura
ácida. Imogen se había agarrado a la cabecera hundiendo la cabeza hacia atrás. Estaba
haciendo pequeños sonidos encantadores que le estimularon.
Podía hacerle esto todo el día, sólo lamer, chupar y saborear su excitación,
moviendo su lengua sobre su avenida más íntima, alimentando su propio deseo con
el de ella. Pero después de unos agradables minutos, Imogen se movió.
―¿A dónde vas? ―Le preguntó.
―Tengo una idea.
Aún parecía somnolienta mientras se giraba y Ty no tenía ni idea de lo que iba a
sugerir. No siempre podía predecir la dirección en que se movía la mente de Imogen.
Pero lo descubrió cuando alcanzó su polla.
―Una idea buenísima, nena. ―Él le levantó la pierna sobre su pecho para poder
tener acceso completo a ella de nuevo, y estuvo moviendo rápidamente la lengua
sobre ella en el momento exacto en que su boca se cerró en torno a él.
Ty gimió. No había nada más caliente que aquello. La boca de Imogen se deslizó
sobre su polla, una caricia cálida y húmeda, mientras la saboreaba, su cuerpo sobre el
suyo, tumbados juntos en la intimidad de sus sábanas arrugadas. Se movieron juntos,
la succión de Imogen la alejaba de su boca, y luego de nuevo volvía. El ritmo ahora
era más rápido, más fuerte, su respiración dificultosa mezclándose con el sonido de
la cama dando un pequeño crujido con cada movimiento.
Cuanto más excitada se ponía, más relajaba su trasero hacia él, y la agarró por las
caderas con fuerza, con ganas de darle el más grande, más brillante, más increíble
placer que jamás hubiera conocido. Su saliva le había lubricado y él apretó los
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muslos, la boca de ella se deslizó suavemente y con fuerza sobre su palpitante polla.
Cuando Imogen le tomó profundamente, la lengua de Ty vaciló mientras cerraba los
ojos y gemía.
―Oh, nena ―murmuró, sabiendo que probablemente no podía oírle. Pero,
maldita sea, eso casi le tenía al límite.
Sabiendo que se iba a correr pronto, renovó sus esfuerzos en Imogen, deslizando
su lengua de la forma en que ya había descubierto que la volvía loca. Sus caderas
corcovearon bajo su control, y él supo que le había tocado el premio gordo. Él trabajó
en ella, más rápido y más profundo, cambiando la concentración de la sensación de
ella sobre su polla a la sensación de su interior suave y dulce, siendo recompensado
con un temblor en sus muslos. Los movimientos de ella se detuvieron y luego
explotó en un orgasmo, sus gemidos amortiguados por la forma en que aún le
llenaba la boca, su cuerpo sacudiéndose. Ty siguió acariciando serenamente,
disfrutando de sus piernas envueltas a su alrededor, su peso sobre él, su cálido
centro extendido para su placer. Su orgasmo fue duro y lo arrolló mientras mantenía
la lengua enterrada en ella, la humedad penetrante un recordatorio erótico de lo
mucho que le gustaba hacer esto con ella. Hacérselo a ella.
Después de calmar sus temblores, Imogen comenzó a moverse de nuevo sobre él,
y Ty se hundió un poco hacia atrás, todavía sosteniéndola, todavía sintiéndola sobre
y en torno a él, pero simplemente queriendo cerrar los ojos y disfrutar de su atención.
Los pechos se movían sobre su estómago y su cabello le hacía cosquillas en los
muslos, se obligó a relajar el cuerpo, sabiendo que eso agudizaría más su placer.
Permitiéndose gemir al sentir su boca, Ty pasó los dedos por su suave piel, sobre la
parte trasera de las rodillas, los muslos, el trasero.
Cuando Imogen añadió la mano a los movimientos, arrastrando su boca con un
firme control sobre su eje, Ty olvidó de relajarse.
―Sí, eso es ―le dijo. ―Dámelo, cariño.
Ella no respondió, por lo cual estuvo muy agradecido. Siguió a lo suyo y Ty se
aferró a sus caderas, bombeándose dentro de su boca, asumiendo el control del
ritmo. Imogen le dejó, sosteniendo su mano y la boca firme mientras él empujaba
dentro de ella, apretaba los dientes y explotaba con un fuerte gemido.
Imogen se mantuvo constante, tomándole y él se perdió en el éxtasis, en la caliente
y brillante habitación ni sus pensamientos existían, su cuerpo vibraba, palpitaba y se
regocijaba. Cuando sus estremecimientos disminuyeron, detuvo las embestidas, se
echó en la cama durante un segundo, aturdido y agotado. Dios, era magnífica. Un
segundo después ella se retiró, entonces sólo se volvió y le dirigió una sonrisa
socarrona sobre las curvas de sus cuerpos enredados.
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Espera un minuto. Sus labios estaban brillantes, pero por lo demás limpios.
―¿Te lo tragaste? ―Preguntó Ty, un poco sorprendido.
―Aja ―dijo―. No te importa, ¿verdad?
Ni se lo pensó.
―Diablos, no. Maldita sea, eres muy caliente y sexy. No puedo decirlo lo
suficiente, Emma Jean. De hecho, estoy pensando en darte un nuevo apodo. Podría
empezar a llamarte Ingenio, ya que eso es lo que me haces. Me enciendes. Me
revolucionas.
―¿En serio? ―Ella se movió por lo que sus piernas ya no estaban a cada lado de
su cabeza―. ¿Te enciendo?
Ty no pudo resistir la tentación y le dio un cachete a su culo en retirada. Ella tenía
un adorable culito azotable.
―Oh, sí, nena, confía en mí. Soy un chico increíblemente afortunado por
destaparte.
―¿Destaparme? ―Ella arqueó las cejas, pero parecía divertida incluso cuando se
veía confundida―. ¿Qué significa eso?
―Destaparte. Al igual que una botella. Deja que empiece la diversión, la bebida
fluye, abrirlo…No sé. Es sólo una expresión.
―¿Así que me han destapado? ―apoyó la barbilla en su pecho y le dio otra
sonrisa soñolienta.
―Sí. ―Ty le besó la palma―. Y voy a aprovechar de nuevo el lunes, cuando
estemos de camping, así que descansa este fin de semana mientras estoy fuera.
―¿Te vas hoy?
―Sí, debería estar fuera de aquí dentro… ―Miró el reloj―. Mierda, una hora y
media. ¿Quieres una ducha? Voy a preparar algo para desayunar.
―Me vendría bien una ducha. ―Imogen se inclinó y buscó sus gafas. Se las puso y
abrió mucho los ojos―. Ah, eso está mejor. Ahora puedo ver.
Ty se incorporó y se apoyó en su cabecera.
―¿Así que realmente no ves del todo bien? Ostras, chica, podrías haber perdido
un ojo haciendo lo que hiciste.
Ella se echó a reír.
―Puedo ver algo tan grande, no estoy totalmente ciega.
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Ty se echó a reír.
―Lo digo en serio. Ahora levántate, Ingenio, y métete en la ducha. Hay toallas
bajo el lavabo. Ve a la cocina cuando estés lista y voy a tener un buen desayuno
sureño listo para ti.
Separándose de él, dijo
―¿Esto va a implicar salsa?
―Uh, sí. No puedes comerte una galleta sin salsa.
―No estoy del todo segura de que mi trasero necesite salsa y galletas de
mantequilla abundantes en calorías.
―Tu culo se ve increíble, muchas gracias. Y ni siquiera empieces con lo de las
calorías conmigo. Estás muy delgada y estoy harto de las mujeres que no comen. Sólo
fastidia toda la diversión.
―Lo mismo sucede con el aumento de peso ―señaló ella, aunque no sonó
particularmente apasionada. Ty frunció el ceño.
―¿Crees que me importa un bledo si una mujer tiene una curva o dos? Demonios,
más para mí con lo que jugar.
Imogen sonrió.
―Es bueno escuchar eso, Ty. Esa es una actitud sana. Y no, no me va el tema de
negarme alimentos con los que disfruto para mantener un ideal de peso
completamente irreal con el fin de satisfacer las absurdas normas sociales de belleza.
Soy delgada por naturaleza y trato de comer sano para vivir más, pero no voy a
rechazar un pastel cuando se ofrece.
―O salsa y galletas.
Ella le sonrió.
―Cierto. Y sólo tenía curiosidad por cómo sopesabas el tema, nunca mejor dicho,
ya que Nikki se mata de hambre.
―Me volvía loco, así de simple. ―Pero él no quería hablar de Nikki―. Ahora
entra en la maldita ducha.
Él le azotó el culo de nuevo para conseguir que se moviera.
―¿Vas a dejar de hacer eso? ―preguntó exasperada mientras se levantaba
dirigiéndose hacia su pila de ropa y se agachaba para recogerla.
―No, si sigues haciendo eso.
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Ella se levantó, arruinando la vista y se dio la vuelta con la ropa apretada contra
su cuerpo desnudo y las mejillas rosadas.
―Eres incorregible, ¿lo sabías?
―Sip. Y te gusta. Admítelo. ―Sonriendo, Ty se apoyó en la cabecera, con los
brazos detrás de la cabeza, totalmente desnudo, con una erección que llegaba al
techo.
Sus dedos apretaron más la ropa mientras arrastraba la mirada por la longitud de
su cuerpo, pero no dijo nada.
―Admítelo, Emma Jean. ―La necesidad de burlarse de ella fue sustituida por el
deseo ante su audaz mirada fija y su voz se agravó, volviéndose áspera―. Te gusta
cuando te toco, cuando te inmovilizo en la cama, cuando te follo. Cuando te doy
cachetes. Dime que te gusta.
Tragando primero saliva visiblemente, susurró:
―Me gusta. ―Luego se volvió y corrió al cuarto de baño, cerrando la puerta
detrás de ella.
Ty se golpeó la cabeza contra la pared, reprendiéndose mentalmente a sí mismo.
Debería haber mantenido la maldita boca cerrada. Ahora Imogen estaba inquieta y su
polla palpitaba con un deseo que no podía ser satisfecho por el momento.
Salió cautelosamente de la cama, preguntándose cómo iba a meter su erección en
un par de bóxers sin que se saliera, pensando que había obtenido lo que se merecía.
Y tal vez si amontonaba suficiente sémola en la boca, no le suplicaría a Imogen que
viniera a Martinsville con él para que pudiera hacerle el amor a su culito sexy cada
segundo libre que tuviera.
Ty no estaba bromeando cuando dijo que iba a hacer un gran desayuno sureño.
Imogen se sentó frente a él en su mesa de la cocina y le vio meterse entre pecho y
espalda huevos, jamón, croquetas de patata, tres galletas con salsa, sémola y un trozo
de pan francés con mantequilla. Si ella comiera tanto, no podía garantizar que no se
retorcería en agonía antes de vomitar.
Pero estaba absolutamente muerta de hambre, por no hablar de que tenía que
demostrar que ella no era Nikki, así que comió una porción menor de Ty de todo, a
excepción de la sémola. Simplemente no podía con eso, y aunque no quería
ofenderle, no podía obligarse a tragarlo.
Él por desgracia, se dio cuenta y lo comentó:
―No te estás comiendo la sémola.
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Él pensaba que ella era sexy y divertida. Imogen le devolvió la sonrisa y pensó que
podía realmente, realmente acostumbrarse a esto.
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Capítulo 10
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―Sí. ―Ty miró el reloj en su cocina, hizo una mueca y corrió hacia el garaje. No
debería haberse demorado durante el desayuno con Imogen―. Cancela todo lo que
hay en la agenda para el lunes y el martes.
―¿Qué? ―Toni le gritó.
―Ya me has oído. Y resérvame un camping en el lago Norman para el lunes por la
noche.
―No puedo hacer eso. No puedes cancelarlo todo.
―¿Hay algo vital? ¿Cualquier evento de patrocinadores? ¿Comparecencias en
actos de caridad?
Hubo una gran pausa y luego Toni admitió:
―No
―Entonces un hombre tiene derecho a tomarse veinticuatro horas libres de vez en
cuando. Suelo trabajar siete días a la semana durante la temporada. Puedo escaparme
un asqueroso lunes.
Toni suspiró mientras Ty entraba en el coche, lanzando la bolsa de lona al asiento
del pasajero.
―Está bien. ¿Qué tipo de camping? ¿Te llevas tu autocar?
A Imogen probablemente le encantaría la idea de pasar la noche en el autocar
equipado en el que vivía cada fin de semana en las diferentes pistas por las que
corría, pues dada la cantidad de tiempo que pasaba en ruta, su autocar era casi tan
cómodo como su casa. Pero eso no era lo que tenía en mente para Imogen, él quería
una experiencia sencilla, básica con ella.
―No, la tienda de campaña.
―No has hecho eso desde hace tiempo. ¿Vas solo?
―No. Y consigue un sitio tan remoto como sea posible. ―No quería compartir la
compañía de Imogen con una multitud de vecinos.
―¿Crees que es una buena idea con Nikki? Ella no es realmente del tipo de
actividades al aire libre por lo que puedo decir―. Saliendo de la entrada de su casa,
él le dijo
―Te dije que Nikki y yo terminamos. Llevo a otra persona de camping.
―Guau, en un plazo de dos días pasas de una novia a la siguiente. Impresionante.
Ty puso los ojos en blanco a pesar de que ella no podía verlo.
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―¡Cielo santo! ―Fue la opinión de Tamara cuando Imogen admitió a sus dos
amigas que se había acostado con Ty.
―¿Me estás mintiendo? ―Preguntó Suzanne―. ¿Estuvo bien?
Se encontraban en un restaurante mexicano que se había convertido en su lugar
predilecto para comidas cursis y margaritas ocasionales. Tamara se veía preocupada,
Suzanne alegremente satisfecha.
Imogen sorbió su bebida, nerviosa y asintió. Se había sentido obligada a compartir
la noche con Ty con sus amigas, pero ahora se sentía extrañamente incómoda por
haberlo hecho.
Suzanne sonrió.
―¿Cómo de bien, como si te llevara a regiones previamente inexploradas del
mapa de la pasión, o como tomar un baño de burbujas? Ya sabes, relajante y
satisfactorio, pero que no es algo que vayas a recordar una semana después.
Aclarando su garganta, ella se obligó a no ruborizarse.
―El primero.
Ahora Suzanne rió.
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―¡Toma ya! Eso es de lo que estoy hablando. Así que, ¿Cómo es? ¿Tiene el pene
grande?
―¡Suz! ―Tamara protestó, dejando caer su tenedor en el plato―. No creo que eso
sea de nuestra incumbencia.
―¿Por qué no? ―Suzanne parecía imperturbable.
Imogen realmente no quería discutir el tamaño del pene de Ty con sus amigas,
pero tenía que admitir que el entusiasmo de Suzanne por el evento era muy útil. Ella
misma se sentía un poco extraña acerca de su noche juntos. Estaba muy contenta de
haber experimentado lo que tenía con él, y había disfrutado inmensamente, tanto
física como emocionalmente. ¿Cuál era el punto crucial de su preocupación.
Le gustaba Ty. Siempre lo había hecho.
Incluso cuando había tratado de convencerse a sí misma que se sentía atraída sólo
físicamente, había sabido todo el tiempo que tenía un pequeño flechazo con él.
Ahora que había conseguido, bueno, liarse con él, ese flechazo había aumentado, y
eso la asustaba. Ignorando sus enchiladas, Imogen suspiró.
―Fue muy, muy bueno. Creo que eso es malo.
―¿Por qué, cariño? ―preguntó Tamara, mirándola preocupada―. Creo que es
malo si el sexo apestara, pero el buen sexo no debería ser algo malo, ¿no?
―Para mí no ―dijo Suzanne.
Imogen no respondió de inmediato, y Tamara siguió:
―Te gusta demasiado, ¿no? Esto no es fortuito para ti, ¿verdad?
Uff.
―Por supuesto que lo es ―protestó―. Quiero decir, ¿a dónde irá? Él es un piloto
de carreras al que le gusta estar al aire libre, es impulsivo, temerario. Yo soy
metódica, lógica, adicta al aire acondicionado. Nunca funcionará, y lo sé. Pero quería
hacerlo de todos modos, y creo que eso fue un error de cálculo por mi parte. Porque
ahora sé cómo es el sexo con él. Y es increíble.
―¿Por qué? ¿Qué hace exactamente? ―Suzanne se volvió hacia Tamara―.
Apuesto a que está dotado.
Tamara golpeó a Suzanne en el brazo.
― Si un hombre está dotado o no, no es lo único necesario para tener un sexo
increíble con él.
―¿Estás diciendo que Elec no está dotado? ―preguntó Suzanne.
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―Bueno ―dijo Tamara―. Creo que parte del problema es que no hay manera de
acumular suficientes datos para probar o refutar tu teoría, si eres la única que intenta
seguir las reglas. Creo que es necesario abordarlo desde un ángulo diferente.
Necesitas convertirte en la Solucionadora de Mitos de Sociología y preguntar, ¿es
esto cierto o no?
Teniendo en cuenta que Tamara ya tenía un doctorado en sociología, Imogen
estaba ansiosa por escuchar cualquier consejo que pudiera dar.
―Creo que esa fue mi intención en un principio, pero ya no estoy segura de cómo
hacerlo.
Tamara tomó un sorbo de margarita.
―Entrevista a tantas esposas de pilotos como puedas. Si entrevistas a cincuenta
mujeres, puedes hacer preguntas incisivas que determinen si su camino hacia el
matrimonio se parecía remotamente a las reglas en ese libro. Si haces preguntas
acerca de su conocimiento previo de las carreras de coches, si su encuentro fue
accidental o intencionado, su primera cita, cuanto tiempo estuvieron saliendo antes
de prometerse, etc., puedes clasificarlos como haber seguido las reglas o no. Revisa
tus porcentajes de seguidores de la regla frente a los no seguidores, y considéralo
válido.
Había algo de mérito en la sugerencia de Tamara. Sin duda, era más lógica que ir
tratando de coquetear con hombres en los que no estaba interesada.
―Excepto que ¿cómo puedo argumentar que el libro funciona o no funciona
cuando ninguno de los sujetos era consciente de las normas a seguir o no seguir?
―Tira a la basura el concepto de si el libro en sí funciona. El mito que estás
reventando o probando potencialmente, es que, en la subcultura de las carreras, hay
un patrón discernible de noviazgo y matrimonio posterior. Esa es la base de la teoría
del libro. Si no hay un patrón, ¿cómo puede funcionar el libro para la mayoría de los
lectores? Yo asumiría que tu conclusión sería que, dada la singularidad de los
individuos y sus noviazgos, no hay manera de seguir las reglas y garantizar el
matrimonio.
Esto sonaba cada vez más atractivo para Imogen.
―Esto podría funcionar.
― Bien, porque estoy desconectada de esta conversación ―dijo Suzanne.
―Lo siento ―dijo Imogen, frunciendo el ceño ante sus enchiladas―. Esto es
mucho más estresante de lo que esperaba.
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Upside-down cake: Tarta que se hace en un recipiente de fondo curvo, donde se ponen los ingredientes
que después estarán en la parte superior. Para servirlo se ha de dar la vuelta al recipiente.
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Ryder se dio cuenta de que nunca habían hablado sobre qué excusa dar para la
fiesta, por lo que sólo se encogió de hombros.
―No lo sé. Sabes que tengo una debilidad por Suz y le gustan estas cosas. Por
favor, dime que estarás allí o ella me va a dar la lata.
Ty le palmeó el hombro y sonrió.
―Claro, vamos a estar ahí. Pero es posible que quieras pensar por qué estás
dominado por una mujer que ni siquiera está teniendo sexo contigo.
No tenía ninguna intención de pensar en eso y odiaba que se le recordara.
―Que te jodan, McCordle.
Ty se rió y dijo:
―Creo que tú eres el único que está siendo jodido.
Ryder sintió una oleada de ira rodando sobre él.
Se hizo cada vez más claro para él que Suzanne y él tenían algunos asuntos
pendientes.
Pero no iba a lidiar con eso ahora. Tenía una reunión a la que asistir. Así que le
dijo a Ty totalmente irritado
―Chúpame la polla.
Lo cual sólo hizo que Ty riera mucho más fuerte.
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Capítulo 11
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—Ajá. Nunca rompimos, ni siquiera una vez, ni siquiera un día. Jack comenzó a
correr en la pista local y se abrió camino hasta ganar algo de dinero mientras yo
terminaba la escuela. Empezamos siendo muy pobres con nada más que nuestra fe
en el futuro y nuestro amor. Hemos estado juntos veintiún años y hemos tenido toda
clase de altibajos, pero estar casada y amar a Jack nunca ha sido difícil. La vida lo ha
sido a veces, pero el matrimonio nunca lo fue. Ahora tenemos cuatro hermosos y, en
ocasiones consentidos hijos, una casa preciosa y la carrera de Jack, y me siento muy
bendecida.
Imogen tenía un nudo en la garganta al ver al otro lado de la mesa la alegría pura
en el rostro de Tabby. Ella amaba a su marido y él la amaba, y ambos habían
construido una vida juntos.
Nunca había esperado desear una casa a la que llamar hogar y un hombre que la
llamara suya, pero en ese momento, observando la alegría de una mujer enamorada
de su marido, Imogen sintió dolor al añorar eso para ella.
El móvil de Tabby sonó en su bolso y ella se encogió de hombros ante Imogen en
señal de disculpa.
—Lo siento, por lo general no soy la mujer más grosera del mundo, ¿pero te
importaría si veo quién es? Deseo asegurarme que no son los niños o Jack. Tenemos
un trato de que siempre me llamará cuando llega al siguiente circuito así sé que está
bien.
—Claro, por supuesto. No me importa. —De todos modos, Imogen estaba
reflexionando, pensando que la historia de Tabby sobre cómo conoció y se enamoró
de Jack no seguía los Seis Pasos en absoluto.
Tabby comprobó la pantalla de su teléfono y luego dijo:
—Es Jack. Déjame contestarle. Juro que sólo será dos minutos.
—No hay problema. Tomate tu tiempo. —Imogen sacó su propio teléfono,
consciente de exactamente quién esperaba tener un correo de voz o un mensaje de
texto. No es que realmente esperara que Ty se pusiera en contacto con ella para darle
todos los detalles del campamento, pero no pudo evitar pensar que estaría bien tener
noticias suyas ya que había pasado la noche con él.
Sacando su propio teléfono, se emocionó durante medio segundo cuando se dio
cuenta que tenía un texto, hasta que abrió el mensaje y vio que era de Evan Monroe.
Él le preguntaba si podía llamarla para hacer planes para salir a comer.
Arg. Esto era lo que conseguía por coquetear con un hombre por el que no se
sentía atraída. Ahora tenía que encontrar una manera para rechazarlo sin ser grosera
o herir sus sentimientos.
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* *
Ty estaba tenso por la excitación y una buena cantidad de nervios cuando se
detuvo en el bloque de apartamentos de Imogen para recogerla el lunes por la
mañana. Había tenido una mala carrera el día anterior, terminando octavo, algo que
a inicios del año lo habría complacido, pero con sólo cuatro carreras para el fin de la
temporada, lo dejaba insatisfecho. Todavía estaba en la pelea por el campeonato y
cada punto contaba. Para lograr ese objetivo, no debería tomarse la mañana de hoy
libre. Debería estar sentado con el equipo y evaluar lo que había pasado el domingo
y revisar su coche para Atlanta.
Pero él ya había hecho planes con Imogen y no quería cancelarlos. Primero,
porque parecería grosero. Segundo, porque quería pasar un tiempo con ella. Un
montón de tiempo y desnudos. Eso era bueno para su estado físico y salud mental y
ciertamente era bueno para su rendimiento en las carreras. Sólo tendría que arrastrar
su culo de vuelta el martes y dirigirse directamente al garaje. Entretanto, debía
asegurarse que Imogen se divirtiera a lo grande y para eso necesitaba demostrar un
conocimiento básico de Mucho ruido y pocas nueces.
Había lidiado con la obra de teatro todo el fin de semana, escuchándola en su iPod
siempre que tuvo algunos minutos libres. Había ido a correr y la había escuchado,
había desayunado en Waffle House y la había escuchado y se había sentado en su
tumbona fuera del autocar, intentando con desesperación entender lo que las voces
decían. Lo intentó con todas sus malditas fuerzas, pero, al final, sólo tenía un esbozo
básico de la historia. Creyendo que eso era lo bastante bueno, había llamado a Toni y
ella le confirmó que al menos iba encaminado. Entonces la había preguntado por la
cita más romántica de la obra de teatro. Toni le había indicado que Mucho ruido y
pocas nueces no era exactamente la obra más melodramática de Shakespeare, pero
logró encontrar un pasaje que Ty, creyó que sonaba, joder, muy caliente. Había hecho
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que se lo repitiera cuatro veces para que pudiera aprendérselo de memoria. Esto era
algo que Ty podía decir sobre su cerebro, tenía una buena memoria, probablemente
porque realmente no podía escribir nada.
Repasando la cita en su cabeza, estaba confiado de tenerlo todo controlado, así que
Ty apagó el coche y salió, oliendo el aire. Hacía calor ya, y se esperaba temperaturas
cercanas a los veintisiete, el último suspiro del verano antes que este cayera con todas
sus fuerzas. El clima perfecto para acampar.
Imogen se veía soñolienta, cascarrabias y malditamente adorable cuando abrió la
puerta. Tenía el cabello recogido en una bonita cola de caballo, con el rostro sin señal
de maquillaje, sus gafas se le deslizaban por su nariz, una expresión de agotamiento
y descentrada en su cara. Vestía lo que Ty juzgaría vaqueros de vestir, un suéter de
manga corta con rayas negras y blancas de aspecto caro y zapatitos negros, él notó
que ella tenía una concepción diferente a la de él de lo que era acampar.
También se dio cuenta que Imogen aún no se había bebido su café cuando ella le
dijo: “¿Por qué despiertas a alguien así de temprano a propósito?”, a modo de
saludo.
Ty extendió la mano y le subió las gafas por el puente de la nariz, dándole un
suave beso.
—Yo. Y si me muestras tu bolsa, la pondré en el coche y nos iremos a la ventanilla
de un McDonald's y te conseguiremos un café.
Durante un segundo, ella sólo le contempló, claramente desconcertada.
—De acuerdo. Bien. El café está bien. —Entonces recorrió con la mirada su piso, el
cual estaba mucho más desordenó de lo que Ty habría supuesto—. Mi bolsa todavía
está en mi dormitorio. Lamento el desorden. —Movió un montón de libros del sofá a
la mesa de centro en su camino.
—Este es un gran piso. Puedo ver tu personalidad. —Eso era verdad. Si bien había
una cantidad asombrosa de desorden, libros y papeles dispersos en cada superficie
disponible e incluso apilados en el suelo, el mobiliario era ecléctico y cómodo, una
mezcla de lámparas antiguas y candelabros, mesas de cristal modernas y un sofá con
una suave funda blanca. Todo se veía desgastado, suave y tangible, las primeras
luces de la mañana entraban por una gran ventana rebotando sobre las mesas de
cristal y los pesados candelabros de cristal. Tenía un tema con sus ilustraciones; cada
pintura al óleo colgada en las paredes era el retrato de una mujer, que iba vestida
desde en un enorme traje de baile hasta uno amarillo canario. También tenía una
colección de antiguos monóculos, exhibidos en una cómoda pintada de un amarillo
suave y desconchado.
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Ty estaba tan ocupado comprobando su casa, que no notó la diminuta maleta que
ella estaba sacando de la entrada de su habitación.
—Es esta y puedo llevarla. —Ella la levantó con una mano y la lanzó sobre su
hombro, algo que le indicó a él que no era muy pesado.
Observándolo con recelo, Ty dijo:
—Bien, entonces. Supongo que todo está listo. —En toda su vida nunca había
conocido a una mujer que pudiera empacar todo lo que necesitaría para un viaje de
una noche de campamento en una bolsa. Pero claro, él estaba familiarizado con las
mujeres del sur, quienes siempre deseaban estar preparadas para cualquier
eventualidad que se les presentase. Imogen era de Nueva York. Ellas vivían en pisos
diminutos, iban a donde se les antojara. Las posibilidades eran que había aprendido
a economizar y sólo llevar lo indispensable.
La madre de Ty había sido conocida por sacar kits de pedicura de su equipo de
campamento por si alguien tenía los pies cansados o una ampolla después de un día
de caminata. Y los víveres casi habían aplanado los neumáticos de la camioneta
familiar cuando era niño e iban de excursión. Su padre nunca la había desalentado y,
de hecho, había estado agradecido una vez o dos cuando su madre había sacado algo
totalmente improbable de su mochila, como un paquete de azúcar o una botella
entera de antiácidos. La mochila de Imogen era ligeramente desconcertante, pero no
quería decírselo y hacerla sentir que había hecho algo mal.
Pero realmente se sintió obligado a preguntar:
—¿Llevas botas? —Resbalaría y se rompería el cuello si intentaba ir de excursión
con esos zapatitos.
—Sí —acariciando la bolsa con su mano libre.
—Bien, bien. Vamos a darte un chute de cafeína y salgamos a la carretera.
Eran sólo cincuenta kilómetros hasta el lago Norman, pero les tomó todo el
camino y un café negro tamaño grande antes que Imogen pareciera despertar.
Durante la mayor parte del viaje, ella apoyó la cabeza en la ventana con los ojos
cerrados y Ty escuchó la radio lanzándole varias miradas robadas, sintiéndose un
poco tonto. Ella era tan condenadamente bonita y él experimentaba la sensación más
extraña cada vez que la miraba, una clase de rara ternura que realmente no entendía.
Nunca había salido con una mujer como ella, y casi se sentía inseguro, como si
hubiera retrocedido una década y fuera un impaciente chiquillo de veinte años
desesperado por impresionar a una chica.
No era un lugar cómodo para sentarse, y el silencio no ayudaba.
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sobre el saco de dormir. Depende de cuan impacientes estemos. ¿Todo eso suena
bien para ti?
—Creo que puedo manejarlo —dijo enérgicamente, subiéndose las gafas por la
nariz.
—Bien. —Se sentía pasmado por ella—. Y eres muy cortés por no preguntar, pero
quiero asegurarte que he leído Mucho ruido y pocas nueces. —En una clase de camino
tortuoso—. Así que he cumplido mi parte del trato. No estoy seguro que pueda
escribir un ensayo, pero creo que puedo tener una discusión razonable contigo.
Ella sonrió por primera vez desde que la había recogido.
—Gracias. ¿Te gustó?
—Sí, me gustó. —Tenía que admitir que era una historia divertida—. Tenía razón
sobre Beatrice, sabes. Toda una odia hombres. Y se reprocha lo que ella percibe como
su propia debilidad personal al enamorarse de Benedick.
—Eso es verdad. Ciertamente ella lucha contra el sentimiento.
—¿Pero qué hay de malo en enamorarse? Siempre imaginé que era una buena
sensación.
Sino no habría tantas malditas canciones, libros y películas sobre el tema si no lo
fuera.
—Creo que Beatrice ve el amor y la pasión como un camino en el que una mujer
renuncia al control sobre sí misma y su amor por un hombre, una cosa nada deseable
en un época en el que las mujeres eran esencialmente propiedad de sus maridos.
—Eso es comprensible. Pero el miedo casi la llevar a pasar su vida amargada y
sola, en vez de arriesgarse a encontrar la felicidad con un hombre. A veces hay que
arriesgarse, sin saber bien cómo resultara todo.
—Oh, allí está el camino que necesitamos —dijo Imogen, señalando a su derecha—
. Camp Lane. Y no creo que yo sea muy propensa a los riesgos.
—Genial. —Ty entró en un parking de grava y detuvo el coche—. ¿No? ¿No eres
una persona que se arriesgue? Creo que yo sí.
—Ya que arriesgas tu vida cada domingo, yo diría que sí.
Ty se encogió de hombros.
—No veo las carreras de esa forma. Claro, puedes terminar hecho papilla, pero en
todos las miles de veces que viajamos en coche en una pista, los accidentes serios no
pasan tan a menudo. Tú probablemente corres mayor peligro de salir herida en un
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accidente con ese pedazo de mierda al que llamas coche que yo en mi seguro y mejor
coche de carreras.
—Tal vez tienes razón. —Imogen se pasó el dedo por el labio inferior—. ¿Crees
que hay tipos de personalidad que son realmente incompatibles? ¿Cómo puede una
persona cautelosa y un yonqui del riesgo tolerarse a largo plazo? ¿O una persona
muy sexual vivir con alguien que tiene una libido baja?
—Sobre lo primero, sí. Lo segundo, no. ¿Si una persona quiere un poco de acción
todo el tiempo y la otra se escabulle constantemente? Eso será una fuente enorme de
tensión. —Podía decir con absoluta convicción que se sentiría frustrado si estuviera
con una mujer que creyera que tener sexo una vez al mes era suficiente. Y lo sería
más si fuera soltero. Por supuesto, la eventual ventaja de una relación era el sexo, la
intimidad junto con la conexión física, aunque no creía que pudiera soportar estar
crónicamente cachondo e irritable teniendo acceso a una mujer, pero consiguiera la
bandera negra cada noche.
—Creo que debo señalar mi acuerdo. Una persona siempre sentiría que debe pedir
sexo en vez de compartirlo libremente con el otro. Y la persona que no es muy sexual
caería en un patrón de sólo ceder a fin de evitar una discusión, algo que no es
propicio para la intimidad o el sexo desinhibido y entusiasta.
Ty le lanzó a Imogen una mirada larga.
—¿Intentas decirme que cediste la semana pasada para evitar una discusión?
Ella resopló
—Ja. Creo que fue todo lo contrario. Te lo ofrecí mucho antes, y tú lo rechazaste.
—Te lo expliqué. ¿No tocaremos ese tema, verdad? —Porque eso no sonaba como
algo que deseara pasar una segunda vez.
—No, no lo haremos. Dije que entiendo y lo hago. —Ella le sonrió, con un brillo
travieso en los ojos—. Quiero decir, está bien si eres tú quien tiene una libido baja.
Tendremos que adaptarnos y aprender a solucionarlo.
¿Bien, no era Imogen graciosa? Ty se negó a darle a su pequeña engreída la
satisfacción de una sonrisa, aunque creyera que su ingenio era jodidamente
divertido.
—¿Ah, eso es cierto? ¿Soy yo quien tiene un bajo deseo sexual?
Él se inclinó y la besó duro, empujando la lengua dentro de su boca mientras
saboreaba los rastros de su café. La saqueó, apretando su seno con una mano a la par
que hundía la otra en el cabello de su cola de caballo. La besó hasta que sus gafas se
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empañaron por su entrecortada respiración, sus pezones fueron tensos capullos bajo
sus dedos, y se apostaría su carrera a que la humedad empapaba sus bragas.
Imogen se apartó y respiró profundo.
—Yo… —jadeó—, estaba siendo graciosa.
—Lo sé. —Ty sonrió—. Pero me dio una buena excusa para sobarte.
—Creía que habíamos establecido que nunca necesitabas excusas.
Rozando el dedo sobre su pezón y adorando la forma en que ella abrió la boca
para dejar escapar un suspiro entrecortado y la forma en que sus pestañas
revolotearon con rapidez, Ty trazó un sendero de besos por su mandíbula.
—No creo hayamos establecido eso. Pero es bueno saber que tengo luz verde en
cualquier momento.
—Bien. —Ladeó un poco su cabeza para darle mejor acceso—. Quizá no en
cualquier momento.
—¿No? —Ty le encantaba la forma en que su piel se sentía, suave como el satén,
sin maquillaje, sólo fresca y limpia bajo sus labios—. ¿Qué momentos están
prohibidos?
—En presencia de otras personas debería estar prohibido. Creo que cubre la
mayoría de situaciones incomodas que pueden presentarse.
—¿Pero en el bosque está bien? —Ty se había puesto cachondo en el coche, una
erección presionaba con fuerza contra sus vaqueros. Había algo en la forma que veía
a Imogen, tan inteligente, pero a la vez tan confiada en que él podría darle placer,
que sólo quería hacerlo a cada momento y desear desnudarla y lamerla de la cabeza a
los dedos del pie.
—Imagino que el bosque está bien.
Ty se retiró.
—Entonces vamos a establecer el campamento, nena, antes que retroceda a los
diecisiete e intente clavarte en el asiento de atrás.
Imogen echó un vistazo al asiento trasero y sólo se mojó el labio inferior.
Luchando contra el impulso de gemir, Ty dijo:
—No. No tendremos sexo en ese coche. Hay un millón de mejores sitios justo en
este camino, así que cámbiate de zapatos y vayámonos.
—¿Por qué tengo que cambiarme de zapatos? —preguntó, levantando su mochila
hasta en medio de sus piernas.
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Imogen se echó a reír, y el sonido hizo que las aves salieran en polvorosa del arce
rojo detrás de ella. La luz del sol que se filtraba entre las copas de los arboles bailaban
a través de su cara y sus ojos brillaban.
Ty no tenía palabras para describir cómo se veía ella, cómo se sentía él.
Y de repente el significado de la cita que había memorizado de Mucho ruido y pocas
nueces se hizo claro.
Así que le dijo:
—«El silencio es el mejor heraldo de la alegría».
La risa de Imogen murió y su mano se cerró en un puño sobre su pecho.
—¿Qué has dicho?
—«El silencio es el mejor heraldo de la alegría: Fuera bien poca mi felicidad si
pudiera decir cuánta es. Señora, soy tan vuestro como vos sois mía. ¡Me entrego por
completo a vos y desvarío por el cambio!»
Los ojos de Imogen se abrieron de par en par y ella emitió un sonido desde lo
hondo de su garganta.
—Eso... eso. Virgen santa. Tú… —Parecía como si él no fuera el único en tener
problemas en encontrar las palabras. Ty cerró la distancia entre ellos, tomó la nevera
de su mano y la puso en el suelo. Entonces la atrajo en sus brazos con más pasión que
delicadeza y tomó su boca bajo la suya.
—Ah, Dios mío —susurró ella—. Acto Dos, Escena Primera. Claudio describe su
alegría al estar con Hero.
—Definitivamente se adapta a la forma en que Ty se siente al estar con Emma Jean
en este momento —dijo Ty, encogiéndose de hombros para liberarse de su pesada
mochila de campamento dejándola caer al suelo. Al diablo con eso. Tarde o temprano
llegarían a su destino.
—He estado pensando en tus labios todo el fin de semana —le informó, besándola
una y otra vez, atrayéndola contra él con todas sus fuerzas.
La reacción de Imogen fue aferrarse a sus hombros y besarlo en respuesta,
hundiendo su lengua dentro de su boca para coquetear con la suya. Ellos
simplemente estaban dándose el lote, rápida y furiosamente, y Ty quería sentir más
de ella, todo de ella, quería sepultarse en su interior allí mismo en el sendero.
Le encantaba ese sonido, el momento en que su respiración cambiaba, cuando se
volvía desigual, caliente y desesperada, el sonido que le decía que él podía tomar y
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que ella se lo daría. Echando una mirada a las cercanías, Ty observó el árbol más
cercano con un tronco grande y amplio.
—Date la vuelta —le dijo con urgencia, haciendo estallar el botón de sus vaqueros
y desabrochándolos—. Camina hacia ese árbol.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó, pero lo hizo, secándose los labios húmedos y
girando sus caderas en una invitación seductora.
Ty la siguió, mierda, acechándola, y cuando ella alcanzó el árbol y comenzó a girar
de nuevo hacia él, con la boca abierta para preguntar, Ty sólo la tomó y la empujó
hacia atrás contra el tronco del árbol, su mano se deslizó dentro de sus vaqueros
desabrochados al mismo tiempo que volvía a reclamar sus labios. Él cerró los ojos en
un arrebato de lujuria, sintiendo el calor y la humedad de su boca, la forma en que
ella se sentía bajo sus dedos mientras se deslizaba en su interior. Su gimiente suspiro
pasó suavemente por su oído, y Ty comenzó a bajarle los vaqueros.
—¿Qué estás haciendo? No puedes estar hablando en serio —dijo, mientras alzaba
las manos sobre la cabeza y se apuntalaba contra la corteza. Todavía llevaba su
mochila y esto hacía que sus senos se arquearan hacia él, una tentación demasiado
grande para desaprovecharla.
Ty chupó el pezón a través de la camisa mientras terminaba de empujar sus
vaqueros y bragas hasta las rodillas.
—Guau, ¿vas en serio, verdad? —preguntó, sonando completamente
escandalizada, pero, tan cachonda.
Levantando la cabeza, Ty dijo:
—Sí, voy en serio. —Usó una mano para desabrochar sus propios pantalones y
soltar su erección y, la otra para acariciar el interior de sus suaves muslos.
—Ah, Ty, sí.
Sí estaba bien. Ella se sentía tan bien envolviendo sus dedos, que quiso su polla en
ese lugar.
—Abre tus piernas para mí.
Amaba a esa Imogen que no protestaba, objetaba o actuaba como si no lo deseara
tanto como él lo hacía. Ella simplemente separó las rodillas, hundió las uñas en sus
hombros y esperó a que la llenara.
Algo que él hizo.
Ambos gimieron su mutuo placer. Ty se detuvo durante una fracción de segundo,
para torturarse, entonces entró y salió de ella, con fuerza, rápidamente, palpitando
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por ella, en ella. Se sentía fuera de control, desesperado, consumido por la necesidad
de tomarla, hacerla gritar su nombre en el bosque.
Su ritmo era tan furioso que los sonidos de placer de Imogen eran cortos y
tranquilos jadeos, interrumpidos por un ocasional gemido extremo cuando ella cogía
aire suficiente. Esto era hermoso contra el silencio de los árboles.
Hasta que escucharon susurros y crujidos.
—¿Qué fue eso? —preguntó Imogen, abriendo al instante los ojos—. Virgen Santa,
¿es un oso?
Mierda. Mierda. Y mierda. Ty salió de Imogen, cerrando rápidamente la
cremallera de sus pantalones y retrocediendo lejos de ella.
—Peor. Es gente viniendo por el camino. —Ty metió su erección en sus vaqueros y
se estremeció—. Maldita sea, esto apesta.
—¿Gente? ¿Gente acercándose?
—Sí. —Podía oír sus voces ahora. Ty extendió la mano y la ayudó a alejarse del
tronco del árbol, donde ella se había congelado en la mitad de una maldición y le dio
un beso rápido—. Hora de irnos, nena.
Imogen comprobó su cremallera y soltó una risa nerviosa.
—Bien, esto es embarazoso. Y realmente decepcionante.
—Dímelo a mí. —Ty lanzó su mochila sobre su espalda e intentó no pensar en el
dolor insatisfecho de su zona sur. Caminando con cautela, miró los alrededores. Se
estaban olvidando de algo, pero entre el sexo y la repentina parada de su pre-
satisfacción, su cerebro estaba en blanco.
Limpiándose los labios, ella estiró el cuello para mirar por el camino.
—Ah, Dios, allí vienen. ¿Dónde está la nevera?
—La nevera. Cierto. —Eso era lo que se estaban olvidando. Ty la había dejado caer
en el borde del camino, justo antes de pegar a Imogen contra el tronco del árbol.
Imogen se inclinó para recogerla y su mochila se deslizó de su hombro, haciéndola
tropezar.
—¿Estás bien, nena? —Empezó a dirigirse hacia ella, pero Imogen se rio
tontamente.
Ella se enderezó y giró, sonriendo.
—No puedo creer que casi nos hayan pillado. —Ty sonrió en respuesta—. Casi es
lo importante. Pero ya están aquí, así que chitón.
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Un hombre y una mujer de treinta y pico venían caminando con entusiasmo por el
sendero, algo que tranquilizó a Ty ya que si hubieran sido pillados no sería por una
manada de Boy Scouts o algo así. Se habría sentido terrible si un niño los hubiera
visto. Por supuesto, él no había pensado en esa posibilidad antes de quitarle los
pantalones a Imogen.
—Ey, ¿cómo les va? —dijo Ty, saludando cortésmente cuando se apartó para
dejarles pasar.
Ellos sonrieron y le saludaron. Entonces el hombre dio un doble respingo. Y Ty se
preparó.
—Oye, ¿tú no eres Ty McCordle? ¿El coche número sesenta?
Ty ensayó una sonrisa.
—Pues, sí, señor, lo soy. ¿Qué tal?
—Muy bien, muy bien, gracias. —Sacudió la cabeza y se ajustó la gorra de
béisbol—. Guau, qué coincidencia, que estés aquí y me tropiece contigo. Eres un
piloto fantástico. Te he seguido toda la temporada.
—Bien, gracias, lo aprecio. Espero terminar el año con fuerza, pero hay algunos
muy buenos coches y pilotos por ahí.
—Cierto, cierto. —El hombre giró hacia su compañera—. Mira esto, Lisa, es Ty
McCordle. ¿Lo puedes creer?
Lisa sacudió la cabeza sin mucha prisa. Parecía un poco atemorizada.
—¿Qué hace aquí? ¿Yendo de excursión y tomando un poco de descanso y
relajación? —preguntó el hombre.
—Sí. —Ty puso la mano en la parte baja de la espalda de Imogen y la frotó para
tranquilizarla, sabiendo que ella estaría pensando que si esta pareja hubiera
caminado un poco más rápido, su conversación podría ser muy diferente. Sin
embargo, esperaba que si lo hubieran atrapado con el culo al aire, nadie lo
reconociera. No habría imaginado que la mayoría de sus seguidores estaban
familiarizados con su trasero—. ¿Y vosotros?
—Sí. Mi esposa y yo nos hemos tomado un fin de semana largo. Fue nuestro
quinto aniversario este último fin de semana.
—Felicidades.
El hombre les sonrió.
—Gracias. ¿Es tu novia?
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—Quizás.
Imogen chilló y se estiró para intentar darle una bofetada en la mano.
—Ingrato. Intento cuidar tu imagen pública, pero si quieres deslustrarla, supongo
que no puedo detenerte.
Eso lo hizo reírse.
—No, no me puedes detener. Y la única cosa que voy a deslustrar es tu castidad.
Ella le lanzó sobre el hombro una sensual mirada de ojos oscurecidos
—Creo que ya lo has hecho.
—¿Ah, sí? Dime cómo. —Ty quería escucharlo de sus labios, quería escuchar una
descripción de todas las cosas que le había hecho.
Pero ella sólo sonrió y dijo:
—No hablaré hasta que estemos en nuestro campamento y sin peligro en una
tienda, donde nadie nos pueda ver u oír.
Entonces sólo tendría que caminar más rápido.
—Muy justo —le dijo—. Porque planeo seguir desde donde me quedé.
—Cuento con ello —dijo Imogen.
Maldita sea. Ella para comérsela como de costumbre, y él no podía esperar a
meterla en su saco de dormir.
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Capítulo 12
Imogen se sentó con cautela sobre una roca y observó a Ty moverse por el
campamento, inspeccionando la plataforma de la tienda, acarreando leña para el
círculo de la fogata y desempaquetando provisiones. Sus pies la estaban matando,
haciéndole desear con desesperación sacarse las botas y frotárselos, pero sabía que
eso haría que Ty se sintiera responsable de su pésima elección de calzado y no quería
que él se sintiera culpable. Era culpa suya, no la de él, estar inadecuadamente
preparada para una aventura al aire libre.
Sin embargo, aparte de los pies y de casi ser atrapada, literalmente, con los
pantalones abajo por completos extraños, hasta ahora todo iba bien. El parque era
hermoso, y había estado en las nubes contemplando la serenidad de la naturaleza y
la inmensidad del cielo. Y luego, en medio de ese agradable e inesperado momento
de descubrimiento de la majestuosidad de los bosques, Ty le había soltado a
Shakespeare.
Esto la había aturdido, cautivado y excitado. En ese momento, con las palabras de
Claudio para Hero fluyendo de los labios de Ty, Imogen supo que su corazón estaba
en peligro. Ty había estado pensativo, interesado en su carrera, en los gustos de ella,
en sus opiniones. No se encontraba remotamente nervioso, pretencioso o engreído.
Cuando ese hombre habló con él en el camino, había sido humilde y casi parecía
avergonzado por ser abordado. Ty citando esa línea de Shakespeare había sido
extremadamente romántico, aunque al mismo tiempo, no había nada efusivo o
melodramático o quejica en él, tal como en ocasiones los hombres muy románticos
podían ser. Ty era todo un hombre, como se evidenciaba por lo que había seguido a
esa cita. La había empujado contra el tronco de un árbol y le había mostrado
exactamente cuánto la deseaba.
Apretando las rodillas, Imogen tragó con fuerza admirando el culo de Ty cuando
él se inclinó para agarrar el saco de dormir de su gigantesca mochila. Si se inclinara a
escribir poesía, podría escribir un soneto sobre la belleza de su trasero en vaqueros.
No muchas cosas en su vida habían provocado una respuesta tan táctil en ella.
Siempre quería tocarle el trasero cuando iba delante de ella. Siempre. Joder,
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—¿Explica de qué forma las muchachas son diferentes? —Ty se sentó en la roca y
se sacó las botas—. ¿Cuántas veces has pensado en el sexo hoy?
—Casi nada —dijo Imogen. Ty se había quitado los calcetines y se estaba quitando
los vaqueros, quedándose en camiseta y bóxer. Era evidente que la idea de un oso
viéndolo en cueros no era una preocupación para él—. Bueno, eso no es exacto —
admitió, porque nunca podía mentir—. Me he preocupado por el sexo, más o menos,
desde el momento que desperté.
Él sonrió.
—Me gusta que seas honesta al respecto. —Entonces se quitó la camiseta, sus
bóxer y se quedó de pie allí en el claro cien por cien desnudo. La boca de Imogen se
hizo agua y tuvo un repentino flashback de sentirlo en su interior en el sendero, su
mochila contra el tronco del árbol, sus vaqueros parcialmente bajados, penetrándola
con urgencia. Ella tragó con fuerza mientras que sus ojos recorrían su musculoso y
duro cuerpo.
Ty se puso el traje de baño y dijo:
—¿Qué estás esperando, Emma Jean? Nos estamos quemando aquí.
La mirada de su cara le dijo que claramente sabía lo que ella había estado
haciendo y él estaba disfrutando.
—No entres en la tienda —le advirtió—. Si lo haces, nunca iremos a pescar.
Una ardilla había saltado sobre la roca próxima a la de Ty y él se giró hacia la
peluda criatura diciendo:
—¿Ella realmente cree que me importa tanto la pesca?
—Será mejor que sí. ¿Si no por qué lo soportaría?
—Me ha pillado —le dijo Ty a la ardilla.
El animal dejó caer su nuez y se escapó, e Imogen se retiró al interior de la mohosa
y húmeda tienda para cambiarse e intentar conseguir un poco de entusiasmo para
dejar caer un sedal en el agua y esperar que un pez picara. La sola idea hizo que su
labio se curvara.
Tal vez debería haber atraído a Ty a la tienda después de todo.
* *
Imogen se sentaba junto a Ty en el asiento del bote de remos, siguiendo
diligentemente sus instrucciones mientras le enseñaba cómo lanzar el sedal y cómo
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enrollarlo. A Ty le gustaba esto aunque era evidente que ella no se sentía cómoda al
estar en el bote o en lanzar el sedal, quería intentarlo.
Había estado mordiéndose el labio laboriosamente mientras practicaba con su
caña.
—Mecachis —dijo cuándo su sedal no llegó más lejos que el suelo del bote,
enganchándose en el caucho de su bota.
—Lo estás pillando —le dijo, soltando el anzuelo para que ella no pudiera
intentarlo por sí misma y lograra atravesarse el dedo con el afilado extremo—.
Inténtalo otra vez.
Lo hizo, y esta vez su sedal voló y cayó suavemente en el agua.
—Bien.
—Lo hice. —Sonrió—. Bien, ¿se aprende algo nuevo cada día, verdad?
—Eso se espera —le contestó—. Y aunque lo hagas, ya sabes lo que dicen… cada
día sobre la tierra es uno bueno.
Imogen lanzó una carcajada sorprendida.
—Eso es bastante macabro, aunque lleve a casa en un momento crucial.
Sea lo que fuera lo que ella acabara de decir. Ty le sonrió, fascinado como siempre
con los patrones de discurso de Imogen. Había algo malditamente adorable en ellos
cuando se metía en su modo pensador.
—Enrolla el sedal. Ahora necesitas un gusano en él para que funcione.
—Ah, ¿supongo que no tenía un gusano, ¿verdad? Quizás si hubiera puesto uno
antes de lanzar ese arco perfecto, podría haber atrapado siete peces a estas alturas.
—No lo creo. —Y se sintió aún más feliz porque comenzaba a reconocer que
cuando Imogen se divertía, se volvía frívola—. Pero es posible, y asumo toda la
responsabilidad de esa oportunidad perdida.
Imogen enrolló su sedal y Ty abrió la tapa del contenedor de Styrofoam con los
cebos y se los ofreció.
—Escoge tu gusano.
La mayoría de mujeres con las que se había citado en el pasado habrían chillado,
protestado e insistido que lo hiciera por ellas. Consciente de que estaba probando a
Imogen, esperó su respuesta.
—¿Sólo tengo que agarrar el que quiera?
—Sí. Te mostraré cómo ponerlo en el anzuelo.
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—Ya lo noté.
—Por lo tanto, no puedo apuntar y sólo orinar en el lago.
—Ajá, pero pronto vamos a ir nadar, así que ve entonces.
—¿En mi bañador? —Arrugó la nariz de asco—. No, gracias.
—Entonces quítate el bañador y báñate en cueros. Me gustará.
—Estamos en un lugar público. Nos atraparan y nos detendrán.
Ella tenía una respuesta para todo.
—¿Entonces sólo vas a deshidratarte?
—Ese es un problema —admitió—. Tengo mucha sed. Y calor.
No hubo cuestionamiento a eso.
—Vamos, sostendré tu caña. Toma un sorbo de agua antes que se caliente. Un
sorbo no te hará ir al baño. Quítate los vaqueros te refrescará, también, y de todos
modos pronto nos apetecerá ir a nadar. Sólo ten cuidado con moverte en el banquillo.
No querrás volcarnos.
—Sin presión ni nada —dijo, entregándole su caña. Después de beber a sorbos su
agua y entregársela, abrió los vaqueros y comenzó delicadamente a sacárselos.
Ty observaba descaradamente. Su cola de caballo cayó alrededor y sus gafas se
deslizaron por su nariz mientras intentaba deshacerse de los pantalones con tan poco
movimiento como le era posible. Después de un par de minutos precarios, los tenía
en un montón en el fondo del bote y volvía a ponerse las sandalias en los pies.
Imogen usaba un bikini negro cuya parte inferior tenía lazos a cada lado, y Ty
apreció la bonita visión de sus largas y pálidas piernas.
—¿Mejor? —preguntó.
—Mucho. —Ella recuperó su caña—. Gracias.
Se sentaron en sociable silencio durante unos minutos, el sol calentaba sus brazos,
un soñoliento y agradable letargo lo embargaba. Ahora, esto era la forma de pasar su
día libre, en el lago con una mujer cuya compañía realmente disfrutaba.
Imogen se irguió de repente.
—¡Ah, algo está pasando! —Tenía una mirada en su cara y sostuvo su caña como
si de repente hubiera cobrado vida.
—Mantente firme —dijo Ty, inclinándose y mirando hacia el agua. Pudo ver las
ondas de movimiento desde donde su sedal se encontraba.
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Ty hundió las manos en el agua y salpicó con los dedos en dirección de Imogen.
Le dio en el brazo y ella lo observó como si esto fuera ácido.
—Ey. Ten cuidado. —Y el volvió a hacerlo.
Ella estaba luchando contra el impulso de reírse, pudo decir Ty. Pero ella no dijo
nada, simplemente se quitó las gafas con cuidado y las guardó en el bolsillo de sus
vaqueros. Se quitó la camiseta, dejando al descubierto un montón de Imogen en un
diminuto bikini negro. No estaba seguro de por qué, pero no la habría tomado como
una chica de bikinis, pero allí estaban y se sentía completamente agradecido. Ella se
levantó con cautela, la espalda encorvada, era evidente que ni siquiera era consciente
del poder que podía ejercer sobre él posando en ese bikini.
En cambio, se pellizcó la nariz con los dedos, algo que él encontró absolutamente
adorable. Entonces saltó, primero los pies, hundiéndose de la forma más patosa que
Ty hubiera visto jamás, cubriéndolo de agua de la cabeza a los pies con su enorme
chapoteo.
Él sacudió la cabeza tal como haría un perro para deshacerse del agua en el pelo y
pestañas cuando ella emergió tosiendo y temblando.
—¡Virgen santísima, está helada! Eres un gran mentiroso. —Imogen chapoteó en el
agua y se secó los ojos.
—¿Te salpiqué?
—Uh, sí. Estoy empapado.
—Bien. —sonrió abiertamente—. Te lo mereces. —Nadó hacia el segundo
neumático e intentó subirse torpemente a él, sus dos intentos fallidos pusieron su
culo contoneante a medio metro de distancia de la cara de Ty.
—¿Necesitas algo de ayuda? —Ty contempló su culo mojado cubierto por el
bikini, pero se imaginó que esto enviaría a Imogen de cara al agua, no es que fuera
una atleta nata exactamente.
—Lo tengo —dijo sin aliento, deslizándose de regreso en el agua y tasando al
flotador desde todos los ángulos con la cabeza ladeada.
—Entra por el medio —sugirió—. Entonces sólo impúlsate hacia arriba.
Ella lo levantó sobre su cabeza, puso los brazos a ambos lados e intentó
impulsarse. De inmediato se hundió de vuelta en el agua.
—¡Eh! —se lamentó—. Supongo que necesito más fuerza en los brazos.
—Ven acá. —Ty la tiró de su flotador, atrayéndola hacia él. Se inclinó—. Pon tus
brazos hacia atrás. —Ella lo hizo, y él la agarró por la cintura y la alzó. —Sube las
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piernas —ordenó, pero ella sobrepasó la línea y los envió a los dos de regreso al
agua.
—¡Ay!, lo siento —dijo ella, escurriendo el agua de su coleta y dedicándole una
mirada avergonzada.
—No te preocupes al menos que lo hayas hecho a propósito. Entonces tendría que
castigarte.
—No lo hice. —Algo que él sabía, pero le divirtió verla sacudir la cabeza con
vehemencia—. Sólo soy torpe.
Ty saltó de regreso en su neumático y dijo:
—Intentémoslo otra vez. Acércate para que pueda alzarte por los brazos.
Imogen le dio un manotazo al agua delante de él, pero no obedeció.
—No estoy segura que deba acercarme más. ¿Vas a castigarme?
Por la forma en que lo dijo (su voz impaciente y ronca cambió de inmediato de
juguetona a sensual), hizo que Ty rechinara los dientes para evitar gemir en voz alta.
—¿Necesitas ser castigada? ¿Has sido mala? ¿Me tiraste al agua a propósito?
Ella negó con la cabeza rápidamente, pero no contestó. Tenía la boca abierta, los
ojos abiertos de par en par, su dedo recorría su labio inferior de una forma que le dijo
a Ty que ella no estaba bromeando cuando le había dicho que prefería estar en la
tienda. Lamentaba que los hubieran interrumpido en el camino y lo buscaba para
terminar el trabajo. Maldición, eso lo encendió, le puso caliente, duro y exigente.
—Yo lo juzgaré —dijo—. Ahora ven aquí y levanta los brazos antes que tenga que
ir por ti.
No hubo más protestas. Nadó hacia él y levantó los brazos en el aire, su pecho
subía y caía rápidamente, sus pezones eran cuentas apretadas contra la parte
superior de su bikini, carne de gallina en su pecho y brazos, si era de frío o
excitación, Ty no estaba seguro. Ella parpadeó hacia él, deseándolo, deseando ir tras
él, deseando su cuerpo en el suyo de la misma forma en que él quería tomarla con su
polla, y embestir en ella una y otra vez.
Ty extendió la mano y alzó a Imogen, levantándola en el flotador con él,
manteniendo el equilibrio con dificultad, pero logrando colocarla encima de él. Era
lamentable que su culo estuviera en el agua y no pudiera sentirla presionarse contra
su erección, pero esto sería suficiente por ahora.
—Vamos a caer —susurró, bajando los ojos, sus uñas se clavaron en su carne
mientras se aferraba a sus brazos, su boca a un suspiro de la suya.
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Capítulo 13
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Un poco desinflada, luego irritada consigo misma por sentirse así, Imogen forzó
una sonrisa.
—Cierto. —Lo que no dijo fue que ambos sabían que en algún punto el sexo ya no
podía sostener una relación, que o bien tenías que cruzar a la intimidad emocional
para reflejar tu intimidad física, o ir por caminos separados. Casi nadie podía tener
una relación sexual a largo plazo sin desarrollar sentimientos por la persona o
desarrollar el deseo de sentir más de lo que sentían. Al menos Imogen sabía que no
podía.
Ya sentía más de lo que debería.
Metiéndose otra uva en la boca, luchó para encontrar algo ingenioso que decir en
respuesta, pero nunca había sido ingeniosa. Así que estaba masticando, deseando
poder tragar sus emociones confusas como la fruta, cuando Ty se estiró y pasó un
dedo por el dorso de su mano.
—¿Sabes que cuando tienes un orgasmo, dejas de respirar? —dijo, su propia
comida abandonada sobre la mesa mientras la observaba fijamente con una mirada
que ella reconoció.
El cambio de tema la pilló desprevenida y tragó saliva.
—Estoy al tanto de eso —respondió, su ritmo cardíaco se intensificó ante el
recuerdo de sus dedos dentro de ella hacía apenas una hora—. Cuando me agarra
así, no puedo respirar.
—Ese silencio, la forma en que tus ojos se agrandan, tu boca se abre y dejas de
respirar durante un segundo o dos, es la cosa más malditamente caliente que he visto
en mi vida.
—Gracias —dijo ella, sin saber qué más decir. Aunque se sorprendía por lo
sexualmente cómoda y casi tímida que estaba con Ty, no era seductora. No sabía
cómo jugar a ese juego, sólo cómo ser honesta.
—Quiero ver esa mirada ahora mismo.
—Las frutas y el pavo no me excitan —contestó, era la verdad. Pero él la excitaba,
y con sólo mirarle a través de la mesa, era suficiente para sentir el comienzo de un
incendio volviendo a la vida entre sus muslos.
Arqueó la comisura de sus labios.
—Me preguntaría sobre ti si lo hicieran —Ty se levantó—. Vamos.
—¿A la tienda?
—Sí, a menos que quieras hacerlo en la mesa.
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paredes de nylon. Se dejó caer de rodillas con cuidado y se arrastró sobre el saco de
dormir. Era más grueso de lo que parecía y no tan terrible como había anticipado.
Pero las preocupaciones sobre el daño a sus rodillas desaparecieron cuando Ty se
movió detrás de ella y tiró de sus caderas hacia atrás hasta que chocó con una
impresionante erección.
—Hola —dijo ella, volviéndose para mirarlo por encima del hombro—. No me
esperaba eso. —A pesar de que estaban completamente vestidos, el movimiento de él
chocando suavemente contra ella, una y otra vez, hizo que se mojara.
—Si te pones a cuatro patas delante de mí, lo considero una invitación —dijo,
apretando las manos en las caderas—. Es un regalo.
—Me aseguraré de recordarlo. —Para poder hacerlo con frecuencia. Imogen se
mordió los labios cuando él deslizó la mano por su muslo y bajó para acunarle el
montículo. Luchó por no gemir cuando le desabrochó los vaqueros y comenzó a
quitárselos.
—No van a salir en esta posición —dijo ella.
—¿Quieres apostar?
En realidad no, porque Imogen ya podía decir que él iba a ganar a los vaqueros.
Casi los tenía por los muslos ya, y cuando ella se inclinó un poco hacia adelante, él
fue capaz de bajárselos hasta las rodillas, bragas incluidas. Entonces deslizó un dedo
en su interior y ella se tensó. El hombre sabía exactamente donde tocarla. Era
increíble. Era percepción extrasensorial sexual.
—Mierda, me he dejado los condones en la mochila ahí fuera —dijo Ty, incluso
mientras su dedo seguía moviéndose—. Tengo que ir a buscarlos.
—Estoy tomando la píldora. —Imogen rodó sus caderas hacia atrás para
encontrarse con sus caricias, los ojos medio cerrados ante el delicioso impacto de
chocar contra su dedo—. Y sobre todo, confío en ti. Supongo que tú también confías
en mí para ser sincera con respecto a mi salud. —Jadeó un poco, luchando por
encontrar el aliento—. Quiero decir, honestamente, todo esto es bastante extraño.
Toda relación pasa de la fase de los condones cuando una pareja se compromete o
confían el uno en el otro a un nivel más profundo. Sin embargo, a menos que
realmente se hayan hecho pruebas durante el curso de la relación, no están más
“seguros” de lo que lo estaban que cuando todavía usaban condones. ¿Qué cambia
en la realidad? Nada, excepto la percepción sesgada de que ahora que se conocen
entre sí, que no podrían tener una ETS, mientras que antes era una posibilidad. Es
una alteración extraña basada puramente en la emoción, ¿no es así?
—Muy extraño. Y yo no tengo nada. Me he hecho la prueba.
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—Pero no es como si pudieras llevar a todas partes una tarjeta que indique que
estás… —Él la interrumpió.
—¿Hey, Ingenio?
Su dedo se había parado dentro de ella, lo que encontraba decepcionante. Se
movió un poco para provocar una respuesta pero él no se la dio.
—¿Sí?
—¿Me estás dando permiso para entrar en ti sin condón?
Imogen procesó la cuestión y no dudó en su respuesta.
—Sí.
Él soltó una risa suave y exasperada.
—Entonces deja de ladrar y deja que te folle.
—Eh. —Estiró una mano hacia atrás y le golpeó la pierna, que de alguna manera
mágica estaba desnuda. Cómo había conseguido bajarse sus propios pantalones
vaqueros por los muslos era un misterio—. No ladro.
Ty se quitó la camiseta.
—No, tienes razón, no ladras. —El dedo se deslizó en su interior de nuevo—. Eres
la mujer más inteligente que conozco, con observaciones ingeniosas e interesantes
sobre todo lo que te rodea, especialmente las personas, y me encanta oírte hablar,
escuchar tus pensamientos. La mayor parte del tiempo. Ahora no es uno de esos
momentos, porque en este momento sólo quiero apretar los dientes, dejar mi mente
en blanco, y hundirme en la sensación de tu cuerpo cerrándose a mí alrededor en un
capullo caliente y húmedo.
Ella juró que con cada palabra que decía se volvía más mojada y más excitada,
hasta que estuvo empujando frenéticamente hacia atrás sobre su dedo y aferrándose
al saco de dormir debajo de ella cuando terminó de hablar. Eso había sonado
caliente, excitante y casi, casi romántico. Como la versión de Shakespeare de Ty
McCordle.
—Está bien —dijo—. Ya he terminado de pensar.
—Bien. Sólo siénteme.
Luego retiró el dedo y empujó dentro de ella, sans condón, y la cabeza de Imogen
explotó ante el agudo placer del impacto.
—Oh, Dios —dijo, con los músculos temblando alrededor de él mientras se
preguntaba por una fracción de segundo si realmente había tenido un mini-orgasmo.
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—Oh, sí —dijo él, apretándole los muslos con las manos, su pene latiendo dentro
de ella cuando se detuvo—. Gracias, gracias por dejarme ir a pelo.
—¿A pelo? —Ella soltó una risa suave—. Me gusta esa expresión.
—A mí me gusta esto —dijo, y empezó a moverse, un rápido ritmo y duro que
hizo que se Imogen se aferrara al saco de dormir para no caer.
Honestamente podía decir que a ella también le gustaba. La fricción caliente era
posesiva, urgente, los golpes duros de sus muslos contra ella como una invitación a
perderse en el sexo, a dejar que la tomara y la arrastrara abajo hasta que estuviera
gritando de placer. La posición que siempre la había aburrido de alguna manera
adquirió un significado totalmente diferente, arrancó una respuesta implacable e
incontrolable, una necesidad desesperada de encontrar a su ritmo, de aguantar.
—Oh, cariño —dijo, con la voz entrecortada.
—¿Sí? —Imogen bajó la cabeza y dejó que le cabello cayera hacia adelante sobre su
cara—. Sí.
Él empujó con tanta fuerza que en realidad perdió el equilibrio, y luego jadeó
cuando él se retiró rápidamente.
—Oh, ¿a dónde vas?
—Demasiado cerca —dijo—. Acuéstate sobre tu espalda.
Acostumbrada ya a sus órdenes, lo hizo inmediatamente. Él siempre tenía grandes
ideas, y confiaba que ésta no sería diferente. Una vez que estuvo de espaldas, la
despojó de sus vaqueros y bragas, luego hizo lo mismo con su camisa. Hacía calor en
la tienda, el sol se filtraba por la abertura de las solapas de la tienda, y se sentía
íntimo, acogedor, sólo los dos en medio de la nada.
Imogen le sonrió y Ty hizo una pausa mientras se inclinaba sobre ella. Le ahuecó
la mejilla, acariciando su piel, y le devolvió la sonrisa.
—¿Puedo darte un beso?
—Por supuesto que puedes. Has hecho todo lo demás.
Él se echó a reír.
—Cierto. Pero al mirarte, te ves tan bonita, tan perfecta que pensé que tal vez no
debería estropear esa sonrisa.
Ty era realmente romántico. Nunca podría haber imaginado lo sexy y tierno que
sus palabras podían ser, pero lo eran. A punto de derretirse, como el chocolate con
leche al sol, extendió la mano y pasó los dedos por el labio inferior.
—Me encantaría un beso.
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—Entonces supongo que tengo que dártelo. —Ty se inclinó sobre ella, apoyado en
los brazos, y la besó.
Le encantaba la forma en que la besaba, la forma en que comenzaba lento, luego
aceleraba y se volvía más exigente, sus besos más hambrientos y más urgentes
cuando su lengua se sumergió dentro de su boca. Ty se retiró y le quitó las gafas. Las
guardó en un rincón de la tienda, y luego la tomó por los hombros y le dio la vuelta
para que quedara encima de él.
Extendida sobre su pecho, ella preguntó:
—Entonces, ¿qué tienes en mente?
—En primer lugar vas a darme un beso.
Sonriendo, ella se inclinó y movió su boca sobre la suya, disfrutando del control
que el ángulo le daba.
—¿Sí? ¿Y luego?
—Luego vas a sentarte sobre mi cara. —Sutil como de costumbre.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Empezó a empujarla para que se enderezara—. ¿Y por qué seguimos
diciéndonos sí el uno al otro?
—¿Por qué no sabemos qué más decir? —Imogen ni siquiera lo había notado, lo
que era interesante porque por lo general se daba cuenta de todo.
—Una razón más para dar un mejor uso a mi lengua. —Ahora estaba tirando de
sus caderas, tratando de conseguir que se arrimara al pecho.
Imogen se sentó ante su insistencia, pero estaba mirando alrededor de la tienda,
preguntándose cómo podía manejar la posición que quería sin cabecera.
—No tengo nada a que sujetarme —le dijo.
Ty le tomó las manos y las colocó sobre sus pechos.
—Sujétate a estos.
Ella se echó a reír.
—Eso no me va a dar equilibrio.
—Pero se ve bien. —Sus cejas subían y bajaban mientras le lanzaba una mirada
traviesa—. Frótate los pezones un poco.
—No. No creo que vaya a funcionar, Ty. —Tal vez sí físicamente, pero por alguna
razón se sentía incómodo y cohibido.
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Él ni siquiera se molestó en responder. Sólo tiró de ella hacia adelante hasta que
sus muslos estuvieran a cada lado de él. Abriéndola, deslizó la lengua por ella. Era
una posición íntima, que rodeaba su cabeza con su cuerpo, y la dejaba sentada,
sintiéndose expuesta y vulnerable.
Una de sus manos serpenteó hacia arriba y cubrió la de ella, su pulgar frotando el
pezón duro.
—Podemos cambiar de posición si realmente lo deseas —murmuró entre pasadas
de la lengua. Imogen casi dijo que sí. No estaba acostumbrada a estar tan libre, por
así decirlo. Pero entonces vaciló.
—¿Te gusta esta posición?
—Me gusta mirarte. Me gusta verte en la posición de poder, tomar lo que te gusta.
Pero quiero que te sientas cómoda. Demonios, te quiero más que cómoda. Quiero
que gimas, te retuerzas y te corras sobre mí.
Ese era un buen plan. Imogen cerró los ojos, respiró hondo y relajó los hombros.
¿Qué más daba cómo colocara el cuerpo? ¿Una mujer que estuviera verdaderamente
segura de su sexualidad dudaría en sentarse cuando un hombre le estaba ofreciendo
darle sexo oral? Por supuesto que no, e Imogen quería ser esa mujer. Quería dejar de
pensar y simplemente sentir.
Así que se sentó y cerró su mente, concentrándose en la sensación de Ty entre sus
muslos, excitando su cuerpo al deseo. Era increíblemente bueno en ello, golpeándola
justo en los lugares correctos, con la presión correcta, haciéndola jadear.
—Levántate un poco —murmuró.
—¿Levante qué? —preguntó. ¿Le estaba asfixiando? Ese no era un pensamiento
caliente.
—El pompis.
Nunca nadie se había referido a su trasero como el pompis, Imogen descubrió que
era raro pero entrañable. Como no quería privar al hombre de todo su oxígeno,
obedeció de inmediato.
Pero quedó claro de inmediato que la circulación de aire no había sido su
preocupación cuando su dedo se deslizó en su interior por detrás y apretó el punto
G. Eso le arrancó un fuerte gemido. Con la lengua en ella y su dedo acariciando el
interior en un ángulo tan sexy, alcanzó ese lugar que siempre alcanzaba con Ty,
donde no pensaba en nada más que su cuerpo y el placer mutuo. Ese lugar donde
casi nada sería una mala idea, donde se sentía caliente y deseable y lo quería, todo.
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—Sí, pero la mayoría de las mujeres no están encantadas con los efectos
secundarios de esto. —Ty comenzó a retirarse, pero Imogen le agarró por la cadera.
—No lo hagas. Todavía no. Me gusta sentirte latiendo en mí.
Y por eso él la adoraba. Dejó de moverse, deseando poder descansar su peso sobre
ella, pero sabiendo que la aplastaría.
—Quiero que te corras dentro de mí —dijo—. Y quiero que te tumbes encima de
mí ahora como si realmente quisieras hacerlo.
—¿En serio? —Pasó los dedos por su espalda, provocándole piel de gallina.
Quería hacer precisamente eso—. No debería.
—“La dama protesta demasiado, creo yo” —murmuró.
—¿Kenny Chesney? —bromeó él.
—Hamlet. Túmbate sobre mí.
—Bien. Pero no soy la dama.
—Ese es el eufemismo del año. Eres todo un hombre.
A él le gustaba ese sonido. Dejó caer su peso sobre ella tan suavemente como
pudo, y suspiró al sentir su cálida piel debajo de la suya. La besó en el pelo y apoyó
la cabeza junto a la suya.
—Creo que me gusta acampar, después de todo —dijo ella.
Ty se rió.
—A mí también.
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Erin McCarthy
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Capítulo 14
Ty estaba de tan buen humor, que ni siquiera le importó que Imogen y él salieran
de la tienda de campaña tres horas más tarde después de una siesta para encontrar
que los mapaches habían estado teniendo una fiesta en la mesa de picnic. Su
almuerzo estaba en pedacitos y esparcido por todas partes, faltaba la mayor parte,
pero quedaba algo de pan y restos de frutas. Incluso parecía que un chico ambicioso
había roído el recipiente de plástico donde habían estado los sándwiches.
El único animal de la fiesta estaba sobre el banco mordisqueando un trozo de
queso, mirándolos con un leve interés.
—¡Virgen Santa! —dijo Imogen, agarrando el brazo de Ty mientras maniobraba
detrás de él—. ¿Qué es eso?
—Es sólo un mapache. Comen cualquier cosa y no tienen miedo de la gente.
—Evidentemente. ¿Qué hacemos?
—Nada. Son malos como una serpiente y portadores de la rabia. Vamos a
ignorarlo y encender un fuego. Tal vez eso le espantará.
—No parece malo.
—Confía en mí, trata de quitarle el queso y te escupirá y siseará.
—Bueno, no es que quiera el queso de nuevo en este momento, ¿por qué iba yo a
tratar de quitárselo?
Ty se rió. Confía en Imogen para señalar lo obvio y lógico.
—Es cierto. Dios, no puedo creer que esté oscuro ya. Supongo que realmente es
otoño.
Comenzó a encender un fuego con la madera que había reunido antes, contento y
todavía con sueño por su siesta post-sexo.
Imogen se encaramó a una roca, lanzando miradas cautelosas al mapache de vez
en cuando.
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Erin McCarthy
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—Sólo quedan pocas semanas para que termine la temporada, ¿verdad? ¿Cómo te
sientes sobre eso?
—Sí, sólo quedan cuatro carreras. No hay mucho tiempo para marcar la diferencia.
Estoy en quinto lugar en este momento. —Lo que le debería estar estresando mucho,
francamente, pero por alguna razón no lo estaba. Quinto no apestaba y no sentía la
competitividad que había tenido en temporadas anteriores. Era un poco
desconcertante, pero al mismo tiempo, sospechaba que sólo era que estaba cómodo
con su carrera. Ya había logrado mucho y trabajaba muy duro. Si eso no le llevaba al
número uno, no era razón para darse de cabezazos. Había algunos pilotos y coches
muy buenos en la pista cada semana.
—Vaya, eso es realmente impresionante —dijo Imogen, sonando como si
realmente hablara en serio—. ¿Qué consigue el ganador absoluto de la temporada?
Ty vigiló la pila de fuego, satisfecho. Se volvió a mirar a Imogen.
—Fama y fortuna, cariño, así de simple. —Se dio la vuelta, dándose cuenta de que
ella estaba temblando—. ¿Tienes frío?
Ella asintió, los brazos cruzados sobre el pecho.
—Ve a por tu sudadera.
—No he traído. Sólo traje este jersey que llevo puesto. Pensé que era suficiente y
estaba tratando de traer poco.
—Sabía que esa pequeña mochila que trajiste tenía trampa. Encenderé el fuego y
eso ayudará, el saco de dormir da bastante calor, especialmente conmigo allí para
calentarte. —Le guiñó un ojo—. Pero mientras tanto, toma mi sudadera. Está en mi
mochila.
—No quiero registrar tu bolsa.
—¿Por qué no? No me puedo imaginar que la vista de mi ropa interior te vaya a
molestar de alguna forma.
—Bueno, no. Pero parece como una violación de la privacidad.
—No tengo nada que sea privado. —No en su bolsa de todos modos. Tal vez tenía
una cosita pequeña que escondía de la mayoría de la gente, pero no era un gran
problema. Y por mucho que le gustara Imogen, no podía prever decirle que no sabía
leer. Ella saldría corriendo por patas y él todavía no estaba listo para eso.
—Está bien. Gracias. —Imogen se levantó y se dio unas palmaditas en el bolsillo
delantero. Ty sabía que guardaba su teléfono ahí cuando su bolso no estaba
disponible y lo sacó—. Vaya, acabo de recibir un mensaje. ¿Quién sabía que aquí
había cobertura? Me pregunto si puedo revisar mi correo electrónico.
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Ty sintió una oleada de celos atravesarle, pero respiró hondo y trató de mantener
la calma.
—¿Vas a ir? ¿Te gusta?
—No le conozco lo suficiente como para determinar de un modo u otro si me
gusta. Pero no, no voy a salir con él. —Sacó una sudadera que tenía su coche
estampado en la parte delantera.
Siempre le hacía sentirse ridículo llevar una camiseta con su propio coche en ella
en su tiempo libre, pero su madre se la había regalado, lo que era dulce. Así que la
metió para usarla en el camping y para hacer senderismo, donde no era probable que
se encontrara con un montón de gente. Pero por alguna razón, cuando Imogen se
puso esa sudadera, le gustó mucho más de lo que le había gustado antes. Se la tragó
por completo y rápidamente enrolló las mangas y se impacientó con la capucha, pero
al ver el coche sobre su pecho suscitó esos sentimientos de nuevo. Sentimientos
extraños y felices, junto con una buena dosis de posesividad.
—¿Por qué no vas a salir con él? —Era estúpido pincharla, especialmente teniendo
en cuenta que podría no gustarle la respuesta, pero al parecer no podía detenerse.
—He cambiado la base de mi tesis. No estaba encontrando que fuera eficaz,
práctico u honesto perseguir las reglas de las citas para mí misma. En cambio, me
estoy centrando en entrevistar a los conductores y sus esposas sobre sus noviazgos, si
las carreras de coches tuvieron un papel en el encuentro, y si la ruta de acceso al
matrimonio de alguna manera se parece a las reglas establecidas en el manual de
citas.
—Eso me gusta más —dijo él con sinceridad. Le había hecho sentir toda clase de
infelicidad pensar que ella estaba coqueteando con hombres al azar, como Evan.
Hombres que él tenía que ver en la pista, que no podían confiar en entender lo
especial que era Imogen. Sólo podrían verla como un estanque diferente en el que
sumergir el dedo. Nada más que un ligue.
Ty rompió una ramita en la mano. Mierda. Él había sido uno de esos tipos. Más o
menos. Definitivamente no tan crudo sobre ello, pero no había esperado querer una
relación con Imogen, y lo hacía. Realmente lo quería.
—¿Crees que parece más legítimo? No estoy segura de estar del todo satisfecha
tampoco, pero la verdad, para alguien que se nutre de los estudios, concentrarse en
un tema de investigación ha sido una pesadilla. He tenido cero confianza en mí
misma y he estado dándole vueltas hasta que no puedo decidir si tengo una tesis
legítima o un lío descomunal.
Ty apenas la oía, tan aturdido por sus propios pensamientos.
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—¿Descomunal? —No creía haber oído esa palabra alguna vez antes.
—Lo siento. Es como gigantesco y enorme juntos.
—¿Realmente grande? —Algo así como el ataque al corazón que estaba a punto de
tener. Porque estaba a punto de ponerlo todo en el asador y convertirse en un
descomunal imbécil.
—Eso es.
—Um, ¿Imogen?
—¿Sí? —Ella parpadeó, tirando de los cordones de la capucha de su sudadera.
—Estaba pensando que, ya sabes, me lo estoy pasando muy bien contigo y bueno,
sé que tienes todo el derecho a salir con otros chicos o lo que sea, pero para que lo
sepas, yo no voy a salir con nadie más. Sólo saldré contigo. —Ty sintió que le brotaba
sudor en la frente. Oh, sí. Era un serio y viejo idiota—. Es decir, si me lo permites.
Salir contigo, quiero decir.
—¿Estás sugiriendo que salgamos exclusivamente de aquí en adelante con el fin
de realmente llegar a conocernos sin que el miedo o los celos se introduzcan en la
ecuación?
Lo que ella decía.
—Sí.
El rostro de Imogen estalló en una dulce y tímida sonrisa, que parecía estar
luchando por contener, pero no pudo.
—Creo que el acuerdo funcionaría.
Ty le devolvió la sonrisa, sus hombros se relajaron. Entonces estaban saliendo. De
verdad.
—Deja la charla de profesora y dime que estás bien con esto.
Ella se acercó a donde él estaba sentado junto al círculo de fuego y bajó la mirada,
tomando sus mejillas entre las manos.
—Me gustas. Mucho —dijo ella con más honestidad sencilla de lo que él pensaba
que jamás había recibido en su vida—. Así que sí, estoy bien con esto.
Ty la sentó en su regazo, envolviendo sus brazos a su alrededor.
—Bien, porque tú también me gustas. —La besó de nuevo sintiendo esa felicidad
ridícula creciendo en él—. Sé que mi horario es una locura, pero voy a sacar tiempo
para ti. ¿Cómo están tus lunes?
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—Estoy ocupada durante el día, pero por lo general las noches de los lunes no son
tan malas. No hay exámenes que calificar.
Ella estaba mordisqueándose con valentía el labio inferior y eso estaba haciendo
que el calor aumentara en su cuerpo, calor que no tenía nada que ver con el fuego
encendido detrás de él.
—Sólo quedan cuatro carreras. Luego tengo un tiempo de inactividad, en
noviembre y diciembre antes de empezar a preparar la próxima temporada.
Tal vez debería haberse callado. Contar que la única vez que tendrás los fines de
semana libres serán dos meses de los doce, tenía que ser un poco desagradable.
—¿Puedo ir a otra carrera? —preguntó—. Sólo he estado una vez, y creo que tengo
un mejor conocimiento de este deporte ahora que cuando asistí a causa de la
investigación que he estado haciendo. Además, puedo acribillarte a preguntas antes
y después.
Imogen había dejado de besarlo, pero le estaba acariciando el pelo, lo que
encontraba increíblemente agradable.
—Por supuesto que puedes ir. Te conseguiré entradas. Puedes permanecer en mi
autobús conmigo.
—¿Dónde son las carreras siguientes? Este fin de semana no podré, tenemos
exámenes parciales.
Ty tenía que hacer una pausa y pensar en ello, lo que encontró extraño, porque por
lo general el horario estaba grabado a fuego en su cerebro, pero Imogen era una
buena distracción.
—Eh, Texas, Phoenix, Miami. ¿Por qué no vienes a Texas? Y demonios, ¿por qué
no invitas a Tammy y Suzanne a ir contigo? Supongo que a Tammy le encantaría ver
a Elec conduciendo y luego todas podéis pasar el rato cuando estemos ocupados.
—Sí, eso sería divertido. Pero Tamara tiene a los niños.
—Puede llevarlos con ella. Están acostumbrados a estar cerca de la pista. Hunter
es mi ahijada, ya lo sabes, y no la he visto en mucho tiempo. Sería agradable ver a los
niños. —A Ty le gustaba pasar el rato y jugar con los niños de Tammy. Había algo en
la forma en que los niños alborotaban y decían lo que pensaban que siempre le atraía.
—Está bien, le preguntaré. De esa manera podemos volar el viernes por la noche y
no habrá problemas con el colegio de los niños o para Tamara y para mí.
—Suena como un plan. —Ty pasó los dedos sobre su muslo—. Y si Tammy no
puede, ¿aún así vendrás?
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—Sí, aún así iré. —Imogen envolvió sus brazos alrededor de su cuello—.
Definitivamente vendré.
Ty captó el cambio en su voz.
—¿Estamos hablando de la próxima semana, o estamos hablando de ahora?
—Ambos —dijo con una sonrisa maliciosa.
—Respuesta perfecta.
Apagando el fuego, Ty se puso de pie con Imogen en sus brazos, divertido por el
chillido que emitió. Iban de regreso al saco de dormir.
* *
Suzanne miró a Imogen por encima de la mesa de su restaurante mexicano
favorito, de repente envidiando la felicidad en el rostro de su amiga. Había pasado
mucho tiempo desde que ella había sentido esa clase de felicidad que te ponía ojos
soñadores.
—¿Supongo que te has divertido acampando?
Imogen suspiró, sus mejillas rosadas, los ojos vidriosos.
—Sí —dijo y prorrumpió en una carcajada—. Realmente, realmente lo hice.
Fuimos a pescar, a nadar e hicimos senderismo. Tuvimos un montón de buen sexo, y,
Suz, me citó a Shakespeare.
Haciendo una pausa con su margarita en la boca, Suzanne sintió que sus cejas se
dirigían hacia el techo.
—¿Ty citó a Shakespeare? ¿Me estás tomando el pelo? —En todos los años que lo
conocía, Suzanne nunca había visto a Ty con un libro, mucho menos algo como el
Bardo.
—Lo digo en serio. —Imogen se subió las gafas y se inclinó sobre la palma en la
mesa, como si no tuviera huesos que la sujetaran—. Oh, es tan peligroso, pero me
gusta mucho.
El viejo monstruo de los ojos verdes se levantó en el interior de Suzanne de nuevo,
irritándola. Estaba feliz por Imogen, aunque no se había dado cuenta de que Ty sería
el tipo de persona que revolucionaría su motor. Pero estaba claro que funcionaba
para ambos, y si Suzanne había aprendido algo, era que no se podía encontrar
ninguna rima o razón en la atracción. Miró el hecho de que ella misma seguía sin
poder sacudirse la sensación de rodillas débiles cada vez que veía a Ryder y se
habían divorciado hacía cerca de dos malditos años. Por no hablar que él casi
siempre la cabreaba.
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Pero ahí estaba, y estaba atrapada con él, y era realmente bajo pensar que podría
estar envidiosa de la felicidad de Imogen. La chica había sido demasiado seria
cuando la conoció, y si el estado alterado de este momento era una indicación, Ty
había aflojado sus tornillos muy bien.
—Eso es fantástico, cariño. Me alegro de que te estés divirtiendo y de que no te
haya mutilado un oso.
Imogen rió.
—Eso es probablemente una ventaja. Así que la próxima semana voy a viajar a
Texas para la carrera. Ty dice que las próximas semanas se decide el campeonato.
¿Quieres ir? Tamara dijo que sí y llevará a los niños.
Suzanne tomó un sorbo de su bebida y la bajó.
—No lo creo pero gracias.
El rostro de Imogen se entristeció.
—¿Por qué no? ¿Ya tienes planes?
—Más o menos. Pero incluso si no tuviera, no iría. Tú vas a quedarte con Ty, y
Tammy y los niños estarán en el autobús de Elec. Eso me deja en una habitación de
hotel para mí sola mientras vosotras dos estáis siendo folladas. Si quiero dormir sola,
puedo hacerlo en casa y no tendré que pagar la factura de una habitación. —Ni
siquiera quería considerar cuánto tiempo había pasado desde que había tenido
relaciones sexuales.
Pero Imogen la miró francamente molesta por su honestidad, y Suzanne se sintió
como una mierda.
—Lo siento, eso sonó muy maliciosa. No quería decir eso, Imogen. Estoy muy
feliz por ti, porque tú y Ty os llevéis tan bien pero no quiero ser la que aguanta la
vela.
—No, lo siento, no pensé en ello desde tu perspectiva. Supongo que estaba
imaginando que las tres podríamos pasar algún tiempo de chicas juntas durante el
día.
—Y eso sería divertido, de verdad. Me encanta salir con mis chicas. Pero de esta
manera todas podéis ir y tener un fin de semana romántico y yo me ocuparé de
algunas cosas en casa.
—¿Cómo qué? —Preguntó Imogen.
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—La mitad de la duración del matrimonio. Dos años. Estuvimos casados durante
cuatro. —Y por el amor de Dios, ¿iba a llorar? Más valía que fuera su periodo y esto
sólo fuera el SPM, porque no tenía tiempo para ponerse llorosa. No era como si ella y
Ryder acabaran de romper. Era una noticia vieja y tenía que controlarse—. Me dio
una suma de dinero, que usé para comprar mi apartamento. Pero todavía tengo
facturas, y sin la pensión alimenticia, necesito algún tipo de ingresos.
—Bueno, estoy segura de que eres una planificadora de bodas fabulosa, a pesar de
tu irritación con los clientes. Tienes un gusto increíble y eres muy organizada.
Imagino que algunos de tus clientes anteriores estarían dispuestos a darte referencias
para empezar de nuevo. ¿Quién es el cliente potencial? ¿Es una boda grande o algo
pequeño?
Suzanne apreciaba que Imogen estuviera siendo práctica sobre la situación y no
comentara nada sobre el fin de su matrimonio.
—Aquí viene lo bueno. —En realidad era lo bastante ridículo para hacerla
sonreír—. La novia es Nikki Borden.
Imogen se quedó boquiabierta.
—¿Qué? ¿Hablas en serio? ¡Ella y Ty acaban de romper!
—Lo sé. La chica no pierde el tiempo en absoluto. Y quiere una boda de Navidad,
está dispuesta a pagar lo que sea porque esto ocurra.
—¿Quién es el novio? ¿Es el tipo con el que lo estaba haciendo en el capó de mi
coche?
—Sip. Jonas Strickland. Un tipo bastante agradable, pero claramente no tiene el
sentido que Dios le dio a una cabra si se va a ensillar con Nikki después de una
semana de salir. Quiero decir, ¿quién se enamora en una semana?
—Sí, exactamente —murmuró Imogen, frunciendo el ceño a la mesa—. Es una
locura. ¿No es así?
—Sí, lo es —dijo Suzanne con firmeza, alarmada por la expresión del rostro de su
amiga. ¿Ella no se estaba imaginando a sí misma enamorada de Ty, verdad? ¿Es que
nadie aprende?
Suzanne se quitó de encima la sensación de que se estaba embarcando en una
carrera como la organizadora de bodas más cínica del mundo y dijo:
—Le voy a conceder a Nikki que se mueve rápido. Ya tiene el anillo de
compromiso y ya se está hablando de un asunto de doscientos invitados. Tengo la
sensación de que va a dejarme a mí todos los detalles debido a los estrictos plazos, y
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porque, además, es una gilipollas, así que me va bien. Más dinero, menos
interferencias irritantes.
Imogen hizo un sonido con la garganta que era algo así entre una risa y un sollozo.
Luego se cubrió la cara con las manos.
Suzanne se enderezó y se inclinó hacia su amiga. ¿De qué diablos iba todo eso?
—Imogen, ¿qué pasa? ¿Estás bien, cariño?
Imogen apartó las manos de las mejillas.
—¿Cómo es posible que yo pueda sentir esto, todo lo que estoy sintiendo, por un
hombre que pasó los últimos cuatro meses con Nikki? No nos parecemos
absolutamente en nada. ¿Así que una de nosotras es su tipo real, y con la otra sólo ha
estado o está pasando el rato?
Oh, Señor. Suzanne tomó el último sorbo de su bebida, sorbió la pajita
agresivamente para llegar hasta la última gota.
—Cariño, no creo que haya duda en la mente de nadie de que él sólo estaba
tonteando con Nikki. Ella era conveniente, simple y sosa. Y puedes apostar tu culo a
que tu yanqui nunca llevó a Nikki al bosque. —Aunque Suzanne habría pagado por
presenciarlo.
—¿De verdad lo crees?
—Sí, lo creo. A Ty le gustas de verdad. ¡El hombre te citó a Shakespeare! —Lo qué
todavía encontraba difícil de creer—. Te lo estoy diciendo, si estás interesada en
cometer la estupidez de preocuparte, empieza a compararte con Nikki desde ya. Pero
si quieres ser racional, acepta el hecho de que el hombre está contigo por las razones
correctas y simplemente disfruta. —Se replanteó la redacción—. Y eso no estaba
destinado a ser una insinuación sexual.
Imogen lanzó otro suspiro monstruoso.
—Creo que me voy a ir a casa. Tal vez sólo necesito una buena noche de sueño.
¿Estás lista para irte?
De hecho, Suzanne ya había hecho contacto visual con la camarera y pidiendo otra
bebida, no tenía la intención de desperdiciarla.
—Adelante. Voy a quedarme aquí y hacer un par de llamadas telefónicas, me iré
en unos diez minutos.
—¿Estás segura?
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—Sí. —Suzanne se levantó con Imogen y le dio un abrazo—. Tal vez necesites
pensar un poco en lo que realmente quieres de Ty, cariño. A mí me suena como que
estás enamorada de él.
Los ojos azul oscuro de Imogen estaban muy abiertos y apenados.
—Lo estoy.
¿Y ahora qué narices le decía? No tenía ningún sentido decirle a Imogen que
apretara los frenos, eso nunca funcionaba. Así que bien podría disfrutar del paseo
antes de que se estrellaran.
—Entonces, ¡diviértete! Disfruta y piensa en lo que eso significa y a dónde quieres
vaya.
—Muy bien, gracias. Hablaré contigo mañana. —Se abrazaron, luego Suzanne se
volvió a sentar con su margarita recién entregada y sacó su móvil. Con un suspiro lo
suficientemente grande como para competir con los que Imogen había estado
soltando toda la noche, Suz repasó su lista de contactos y pulsó R. El número de
Ryder apreció y apretó el botón de llamada, esperando que no respondiera.
Lo hizo.
—Bueno, hola, cariño, ¿cómo estás esta noche?
Suzanne cerró los ojos por un segundo. Dios, definitivamente SPM, porque estaba
al borde de las lágrimas de nuevo con el sonido de su voz. Era jodidamente ridículo.
—Hola —dijo con una alegría forzada—. Estoy bien, ¿y tú?
—Mi día no ha apestado tanto —dijo, y hubo una pausa donde ella podía decir
que estaba bebiendo algo. Apostaría su apartamento que era una Bud helada en
botella—. Pero siempre hay un mañana.
—No bromees. —Jugando con la servilleta de papel delante de ella, Suzanne llegó
al punto—. Escucha, sé que te pedí que aceptaras lo de la cena para darnos una
oportunidad de ver a Imogen y Ty juntos, pero creo que tenemos que cancelarla.
—Bien, porque yo estaba teniendo serias dudas sobre ese plan.
—Yo también. Tal vez siempre supimos a nivel subconsciente que no era una
buena idea.
—Oh, yo sabía a nivel consciente que no era una buena idea.
Ella puso los ojos en blanco.
—Bueno, acabo de hablar con Imogen, y resulta que ella y Tammy y todos los
niños van a Texas el próximo fin de semana, por lo que parece algo sin sentido
arrastrar a todos a una cena el lunes cuando van a pasar el fin de semana juntos. Y
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está claro que ella y Ty se están acostando si pasan así el rato y no creo que deba
interferir.
Hubo una pausa gigante, que irritó a Suzanne.
—¿No crees que deberías interferir? ¿Te sientes bien?
Ahora ella destrozó la servilleta.
—Estoy bien —dijo con los dientes apretados. No tenía sentido entrar en una
discusión con Ryder.
—¿Esto significa que no voy a conseguir mis tres meses de postres?
—Te haré el pastel de piña invertido, pero eso es todo.
—Me parece bien. Mi estómago te lo agradece. ¿Vas a Texas, también?
—No. Tengo planes.
—¿Una cita caliente? —preguntó, con un tono de voz afilado.
—Sí, con una novia. Estoy retomando mi negocio de planificación de bodas, y
tengo una reunión con una cliente potencial.
Otra pausa.
—¿Por qué haces eso? No creo que hayas disfrutado mucho de la planificación de
bodas.
Mojando el dedo en la margarita, le importaba una mierda lo pegajosa que estaba,
se chupó el dedo. No quería tener esta conversación, pero era inevitable. Bien podría
acabar de una vez, y hacerlo en público, donde probablemente podría ser capaz de
controlar sus emociones hormonales.
—Es hora de volver al trabajo.
—¿Por qué? Estás muy ocupada con el trabajo de caridad.
Maldita sea, él iba a hacer que se lo deletreara.
—Necesito ingresos. Sólo me quedan dos pagos de pensión alimenticia.
—¿Hablas en serio? —Ryder parecía tan sorprendido como ella se sentía de que ya
hubieran pasado dos años enteros desde que disolvieron su matrimonio y se fue por
el inodoro—. Si necesitas más tiempo, no me importa, Suz, ya lo sabes. ¿Quieres otro
año o dos?
Por supuesto que lo ofrecería. Y por supuesto que la haría sentir como más mierda
de la que ya se sentía.
—No, gracias, está bien. Estaré bien. ¿Por qué posponer lo inevitable?
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Erin McCarthy
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—Pero…
—Tengo que irme. Hablaré contigo pronto. Ten cuidado. —Colgó y respiró hondo.
Señor, que estaba temblando como un cachorro cagando huesos de melocotón.
Estaba empezando su vida de nuevo, por tercera vez a la edad de treinta y tres y
era peor que llevar una burra en brazos.
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Erin McCarthy
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Capítulo 15
Imogen perfectamente se hubiera puesto a pegar saltos con tanta excitación como
Hunter, la hija de siete años de Tamara cuando se detuvieron a la entrada del
parking de autobuses de la pista de Texas. Elec había enviado un coche de alquiler
para recogerlos en el aeropuerto de Dallas/Fort Worth, y Hunter había estado
hablando sin parar sobre las carreras de coches todo el camino. El niño mayor de
Tamara, Pete estaba mucho más tranquilo, leyendo un libro sobre insectos y mirando
de vez en cuando por la ventana.
Sintiendo una burbuja de excitación a punto de estallar dentro de ella, Imogen
simpatizaba con la impaciencia de Hunter cuando la niña declaró:
—¡Tío, vaya, cuanto tiempo hemos tardado en llegar! —luego la niñita añadió—.
Este viaje ha durado más que una viagra.
Esta, Imogen, no se la esperaba.
A Tamara se le descolgó la mandíbula.
—Hunter, de verdad tenemos que hablar sobre tu lenguaje. No deberías estar
usando palabras que ni siquiera sabes que significan.
—Pero Suzanne…
—Lo sé —dijo Tamara gravemente—. Y la regla es, si Suzanne lo dice, a ti no se te
permite repetirlo. Fin de la historia. Ahora salid rápido del coche. Veo a Elec
esperándonos justo allí. Tu también Petey. Vendré enseguida.
Mientras Hunter empujaba la puerta y echaba a correr hacia su padrastro, su
hermano lo siguió con un paso más relajado, Tamara hizo una mueca.
—Buen Dios. Mi hija de siete años está hablando de viagra. Creo necesito tener
otra charla con Suzanne sobre las pequeñas orejas.
Desde la perspectiva de Imogen, en realidad era bastante divertido, pero ella no
era la madre de Hunter. También sabía que Suzanne nunca intentaría ser la causa de
problemas para Tamara.
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—Oh Señor —Tamara se volvió hacia su esposo—. ¿Evan encontró algún sitio
para el fin de semana o tenemos que ir a un hotel?
Imagen había olvidado que Evan, el hermano de Elec, compartía su caravana, lo
que tenía sentido en sus días de solteros pero ahora probablemente era menos
conveniente.
—Se queda con Ryder —dijo Elec—. No es una gran solución. A menos que
prefieras un hotel, cariño. No me importa.
—Quiero quedarme en la caravana —aulló Hunter.
—La señora quiere quedarse en la caravana —le dijo Elec a su esposa con una
sonrisa—. Pero tú decides.
—Está bien. Los chicos pueden dormir en la habitación de Elec. Probablemente
esto es mejor que todos juntos compartiendo una habitación de hotel.
—Oh, sí —dijo Elec con tal mirada que Imogen casi se sonrojo al presenciarla.
Imogen estaba tan ocupada estudiando la dinámica marital y familiar de Tamara y
Elec con algo que ella clasificaría como celos que no se dio cuenta de que Ty estaba
mucho más cerca de ella.
—Me alegro de no tener un compañero de habitación —le murmuró—. Luego
estiró la mano y la besó, con Hunter todavía a la espalda—. También estoy realmente
contento de verte, Emma Jean.
—¡Qué asco! —proclamó Hunter, haciendo gestos para taparle la boca con la mano
libre—. Bájame.
—Claro, monito— Ty se agachó ella bajó y salió corriendo hacia su hermano para
estudiar al gusano.
—Eres bueno con ella —le dijo Imogen.
Él solo se encogió de hombros.
—Me gustan los niños. Son impulsivos y honestos.
—¿Cómo tú?
—Quizás —sonrió— ¿Sería impulsivo arrastrarte a mi autocar ahora mismo?
—Inapropiado más que impulsivo.
—Estoy paralizado —dijo él—. Ahora mismo no puedo pensar en nada que hacer
que no sea inapropiado delante de los niños.
Realmente ella tuvo que admitir que amaba la forma en que él la deseaba, la forma
en que actuaba como si fuera una dura lucha contener su deseo por ella. Era algo
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enteramente nuevo para ella, tener un hombre tan apasionado por ella que cada
encuentro daba como resultado sexo. En su experiencia, la mayoría de sus novios
anteriores habían estado perfectamente contentos con una vez a la semana, y nunca
se habían permitido mostrar la lujuria en sus ojos en público. Quizá pudiera situarlo
en la categoría de “Mal Gusto” avergonzarse de sí misma, pero le gustaba que a Ty
no le importara que alguien viera su interés.
—Podríamos hablar —le dijo ella, sintiendo como se deslizaba una sonrisa sobre
su cara.
—No importa lo que digas, me sonará sucio —le dijo él—. No puedo evitarlo.
Incluso escuchar las palabras “disfunción eréctil” saliendo de tu boca me pone duro.
—Eso es ridículo.
Le pasó la mano por el pelo.
—Lo que es ridículo es que estemos aquí de pie. Ya podíamos estar desnudos.
De repente Hunter se contorneó entre ellos.
—¿Puedes llevarme al garaje? Elec le ha dicho a mami que necesita una siesta.
Imogen juraría por la vida de su madre que Tamara no estaba soñolienta en lo más
mínimo. Le echó una mirada a Elec, que estaba intentando parecer inocente y
fallando miserablemente.
—Oh ¿de verdad? —le preguntó Ty a Hunter, luego se volvió hacia Elec—.
Deberías avergonzarte de ti mismo.
—Tamara dijo que necesitaba tumbarse. No puedo discutir eso. Ha sido un vuelo
muy largo.
Imogen vio a Tamara aclararse la garganta, las mejillas rosadas.
Elec levantó las manos.
—Le dije a Hunter que podía ver un rato la televisión, pero ella prefiere pasar el
rato con vosotros.
—No he visto a Imogen en cuatro días —dijo Ty sin rodeos—. ¿Cuándo fue la
última vez que tú viste a Tammy? —se miraron el uno al otro en una batalla de
libidos.
—Hace tres días —admitió Elec por fin—. Pero puedes ver a Imogen cuando
quieras durante todo el fin de semana. Nuestra capacidad de vernos está
obstaculizada.
—Bastante justo —dijo Ty—. Pero me la debes.
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meramente curiosa, para nada interesada en Sam, podría haberse sentido un poco
celoso. A pesar de que Sam estaba casado, y cuanto interés mostraba Imogen en Ty,
se encontró acercándose solo un poquito más a ella.
—¿Qué pasa con el proceso para llegar a ser jefe de equipo? ¿Aprendes por
experiencia de primera mano o hay un programa de entrenamiento oficial?
—Muchos de los chicos tiene títulos en ingeniería mecánica…
Ty estaba completamente desconectado de lo que Sam estaba diciendo,
concentrado en cambio en la forma en que el suave vestido de Imogen se le pegaba al
culo.
—¿No es cierto, Ty? —le preguntó Sam un minuto más tarde.
—Sí, absolutamente —dijo él sin idea de con qué estaba de acuerdo. Dada la
mirada que Sam le lanzó, no había engañado a su jefe de equipo.
Y no le importó. Estaba enamorado y por el momento nada más parecía importar
mucho más que aquello.
Ty contempló a Imogen, el pecho tenso, el estado de ánimo regocijado, sabiendo
que simplemente podía mirarla y mirarla indefinidamente… que ella le hacía feliz.
Dios, estaba enamorado de ella. Era cierto. Cuando lo sabías, lo sabías.
—Tenemos que irnos —dijo de repente, interrumpiendo a Sam a mitad frase de lo
que estuviera diciendo a Imogen.
Ambos, Sam e Imogen giraron la cabeza y lo miraron fijamente.
—¿Estás bien? —le preguntó Imogen, con los ojos llenos de preocupación.
—Estoy bien. Genial. Solo me ha dado cuenta de que hay algo que tengo que
hacer.
Lo que tenía que hacer era tenerla a solas y decirle como se sentía, porque ahora
que lo sabía, se sentía a punto de estallar con el conocimiento.
—Vale. Te veré más tarde —dijo Sam—. Encantado de conocerte, Imogen.
Imogen se despidió, luego estaban reuniendo a los chicos y apresurándolos de
vuelta con sus padres. Al menos Ty los estaba apresurando. Imogen no parecía tener
prisa y los chicos estaban arrastrando de verdad los pies, lo que estaba haciendo que
se agitara.
Cuando llegaron a su caravana, estaba a punto de salirse de su propia piel. Parecía
que toda su vida había cambiado en un instante y necesitaba compartirlo con
Imogen, la primera mujer de la que se había enamorado, la mujer con la que quería
pasar cada momento, la mujer junto a la que quería despertarse.
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—¿Qué demonios te pasa? —le preguntó ella mientras él empujaba la puerta con
bastante fuerza y entraba a zancadas en la caravana.
Ty solo se giró.
—Cierra detrás de ti.
—Hecho —se puso con las manos en jarras, el gesto estiró la tela de su suave
vestido azul—. ¿Has bebido demasiado café, Ty? Estás actuando como si estuvieras a
tope de cafeína o anfetaminas. Es un poco desconcertante.
Él respiró profundamente, luego le envolvió las manos con las suyas.
—Estoy bien. Solo quería estar a solas contigo.
Ella sonrió.
—Eres incorregible y estas sexualmente obsesionado.
—Hoy no. No he tenido sexo en todo el día —se inclinó hacia delante y la besó,
cerrando brevemente los ojos—. Muy divertido.
—Oye ¿Emma Jean?
—¿Si?
—¿Reconoces esta cita? “Cuando te vi me enamoré, y tu sonreíste porque lo sabías”—
hubo una pausa y ella lo miró perpleja.
—Sí. Es de Shakespeare, por supuesto. ¿Por qué?
—Porque me siento así. Creo que el primer día que te conocí me enamoré solo un
poquito de ti, y tú lo supiste. Algo nos ha atraído el uno hacia el otro desde el
principio ¿no lo crees?
—Eso parece —susurró ella.
—Ambos nos hemos sentido atraídos durante meses, pero no hicimos nada, y
ahora que lo hacemos, bueno, es tan bueno. Es mejor que bueno. Es… asombroso.
Ella asintió.
—Sí. Soy muy feliz contigo.
Dios amaba a las mujeres honestas que no jugaban. Era una razón más para
adorarla. Así que sujeto sus manos más fuerte entre las de él, fijó los ojos en su
mirada y le dijo:
—Te amo
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Qué?
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—Te amo. Estoy enamorado de ti. Las dos cosas, y quiero estar contigo.
Ella elevó un poco la comisura de la boca en una pequeña y dulce sonrisa.
—Oh, Ty yo también te amo. Te amo. No es lógico sentir tanto y tan pronto, pero
lo hago. Te amo de verdad.
Aquellas eran las palabras más dulces y poéticas que él había oído en su vida.
Ty la amaba. La amaba a ella. A ella.
Imogen estaba sorprendida, asustada y henchida con sus propios sentimientos
sobresaturados de amor por él, y cuando él la besó, ella le devolvió el beso con
fervor. Eso era. La gran cuestión. Amor.
El simple concepto la asombraba.
Era hermoso y sobrecogedor, y ella volcó su corazón en el beso, sintiendo que las
palabras eran inadecuadas, que necesitaba que él la entendiera.
Ty le pasó las manos sobre sus pechos, luego bajaron a las caderas, tirando de su
vestido. No le sorprendió. A Ty le gustaba el sexo y ella también adoraba aquello de
él. Anticipando que la apoyaría contra la pared más cercana o la tiraría sobre el sofá,
Imogen se sobresaltó cuando él cayó de rodillas.
—¿Qué estás haciendo?—estaba deslizándole las braguitas hacia abajo y ella ya
tuvo una buena idea de qué estaba planeando, pero por alguna razón la sorprendió.
—Solo quiero saborearte… y quiero que me sostengas la cabeza mientras te doy
placer.
Tenía el vestido enredado alrededor de las caderas y la boca de Ty ya estaba sobre
ella, mordisqueando, lamiendo y succionando. Subió las manos hasta su cabeza,
agarrándole del cabello con fuerza mientras la pasión, el puro placer físico
entremezclado con la emoción de darse cuenta de que lo amaba. Ty movía la lengua
sobre ella, en ella y ella llegó con rapidez, arrollada por todo lo que estaba sintiendo.
—Oh —dijo Imogen—. Virgen Santísima, solo he durado treinta segundos…
Debería estar avergonzada.
Él sonreía mientras se levantaba.
—Elijo tomarlo como un cumplido. Vamos al dormitorio.
Cruzaron el estrecho pasillo hasta la pequeña habitación, que era la versión más
claustrofóbica del dormitorio de su casa, e Imogen se maravilló al mirar la cara de
Ty. Había lujuria en sus ojos, sin ninguna duda, pero sobre todo la estaba
contemplando con tanta ternura y tanto amor que quiso pellizcarse, quiso absorberlo
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Capítulo 16
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una fanfarrona, no podía evitar sentir una cierta cantidad de mínima satisfacción al
saber que a Ty no solo le gustaba tener sexo con ella, se había enamorado de plano.
—¿Has visto eso? —le preguntó Hunter, dando un golpecito a la pierna de Imogen
para captar su atención. La niña estaba claramente contenta de tener un pupilo para
instruir—. Ty pasó por el interior. Ahora está en tercer lugar.
—No lo vi —admitió Imogen—. Pero eso es bueno. El tercero está bien. ¿Cuántas
vueltas faltan?
—Nueve. —Hunter se inclinó hacia su madre, llevando una camiseta de Elec
Monroe, una gorra de Ty McCordle y un pin de Ryder Jefferson. La pobre niña iba
agobiada por el esfuerzo de equilibrar sus lealtades—. Mami, relájate. Elec está
haciendo una carrera formidable.
Tamara parecía ligeramente enferma.
—Estoy bien —insistió—. No debería haberme comido ese perrito.
Imogen estaba bastante segura de que nadie debería comer perritos, pero se
guardó su opinión. Tirando de los cordones de su sudadera (bueno, de Ty), no pudo
evitar levantarse con las demás fans cuando los coches rugieron por la pista,
marcando las vueltas finales mientras los pilotos se atropellaban por posicionarse.
Dos coches derraparon en una nube de humo y a media docena de coches por poco
los pilla el accidente. En la confusión momentánea los coches en cabeza se alejaron
del grupo.
—¡Hostias! —exclamó Hunter—. Mira los cinco primeros: Jimmie, Ty, Kyle, Ryder
y Elec. Y el tío Evan es el sexto. ¡Bien!
Aunque no tenía ni idea de quienes eran Jimmie y Kyle, conocía a los demás y se
alegró por ellos. Le sonaba como algo bueno, considerando la cantidad de coches que
rodaban en la pista.
—¡Que guay! —le dijo a Hunter, echando otro vistazo a Tamara. No debía sentirse
bien del todo si el “hostias” de Hunter no había disparado una reprimenda de
Tamara—. ¿Te encuentras bien? —le preguntó.
—No del todo —dijo Tamara, tomando una profunda bocanada de aire por la
boca, el pecho le subía y bajaba. Pete miraba a su madre con suspicacia.
—No vas a vomitar ¿verdad?
—Tal vez —admitió Tamara con la frente cubierta de sudor—. Imogen, ¿te
importa si vuelvo al autocar? ¿Sabes cómo encontrar el camino de vuelta al tuyo con
los niños cuando se acabe la carrera?
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—Sí, me las arreglaré. Sino, puedo preguntar. Vete y acuéstate. ¿Llevas el móvil?
—Tampoco le gustaba vomitar, así que Imogen se podía imaginar muy bien la
urgente necesidad de Tamara de irse y hacerlo en privado.
—Sí, gracias. —Tomó un tembloroso aliento y se levantó, agarrando su mochila—.
Tenéis todos vuestros pases ¿no? No podréis volver al parking de los autocares sin
ellos.
—Sí. —Imogen lo comprobó viendo a Pete y a Hunter que todavía llevaban los
suyos colgando en el cuello, y el suyo estaba en el bolso—. Espero que te mejores.
—Gracias.
Tamara hizo una frenética bajada corriendo por las escaleras de la tribuna
mientras Hunter golpeaba de nuevo la pierna de Imogen.
—¡Te lo estás perdiendo!
Virando su atención de vuelta a la pista, Imogen preguntó:
—¿Qué me he perdido?
—¡Ty tiene la bandera blanca!
Como si eso le dijera algo.
—¿Es bueno? —escudriñó la pista hacia el coche con el número sesenta, pero no
pudo ver otra cosa que un borrón de coches zumbando.
—Eso significa que el coche en cabeza ha empezado su última vuelta. Ty está en
cabeza.
—Bueno, sí, eso sería bueno. —Hunter se había movido hacia el borde del asiento,
su pequeño trasero rebotaba arriba y abajo, e Imogen se encontró también
inclinándose hacia delante.
—¿Ty ha ganado muchas carreras? —Asumió que sí, aunque se le ocurrió que
nunca le había preguntado por los detalles de su temporada. Eso la convertía en una
mala novia. Novia. Ella era su novia. Un ataque de vértigo la atravesó, aunque la
culpabilidad la hizo darse cuenta de que tal vez debería preguntarle los detalles. Pero
cuando le preguntaba cómo le iban las cosas, él siempre se encogía de hombros y le
contestaba: “Todo bien, Emma Jean”.
—No ha ganado una carrera en veintitrés semanas —le dijo Hunter.
—¡Oh! —Eso no sonaba bien, pero de todas formas, ¿qué sabía ella exactamente
sobre el deporte? Estaba intentándolo, desesperadamente, pero tenía un montón de
terreno que cubrir para comprender el cómo, el por qué y el qué de las carreras de
coches—. Entonces es realmente excitante.
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—Sí. —Hunter se puso de pie, al igual que toda la gente, todo el mundo gritando,
animando y moviendo los brazos al aire.
Imogen se levantó de golpe con todos los demás cuando Pete le ofreció una
sonrisa y le tiró del brazo para levantarla. Ella le sonrió.
—¿Crees que va a ganar? —le gritó a Pete sobre el rugido.
—¡Acaba de hacerlo! —le respondió Pete a gritos, señalando a la pista cuando la
gente se volvió loca.
El locutor se hizo oír:
—¡Ese es Ty McCordle con el coche número sesenta, su primera victoria en
veintitrés carreras!
Una increíble cantidad de orgullo se precipitó por Imogen, y quiso levantarse de
su asiento y decirle a todo el mundo: “¡Ese es mi novio! Es el número uno y le voy a
dar sexo oral.” Afortunadamente, controló el impulso.
—¡Vamos! —exigió Hunter, agarrando a Imogen de la mano y tirando de ella
hacia las escaleras.
—¿A dónde? ¿Cuál es la prisa?
—A la zona del pódium.
—¿El pódium? —Imogen se paró de plano cuando el bolso le cayó del hombro—.
No creo que podamos estar allí ¿no?
—Tenemos pases —dijo Hunter, sosteniendo su identificación.
—Y tú eres la novia de Ty —dijo Pete.
Podría darle una galleta por decir eso de modo espontáneo.
—Pero…
—Y estamos emparentados con la mitad de los ganadores —añadió Pete.
—La zona del pódium es el lugar más chulo del mundo —dijo Hunter—. Tenemos
que ir o moriré.
De la mente lógica de Imogen no pudo salir un argumento legítimo para no ir, y
los tres querían, ella incluida, así que se encogió de hombros.
—De acuerdo, vamos. Ve delante.
—¡Yupi! ¡Yupi! —fue la opinión de Hunter mientras arrastraba a Imogen y a su
hermano por las escaleras a una velocidad que rivalizaba con la misma carrera.
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Ty salió del coche y golpeó el puño en el aire. ¡Diablos! ¡Sí! Ganar jamás en la vida
se había sentido tan bien. Había tenido una buena temporada y estaba en la carrera
por el título, pero había pasado mucho tiempo desde que pasó debajo la bandera de
cuadros y nada superaba ese subidón. Añadido a la victoria estaba el hecho que su
novia, su primera, novia, cien por cien: Amo a esta mujer con todo mi corazón, estaba
allí para ser testigo.
Lo mejoraría si ella estuviera aquí con él en el pódium, pero no habían hablado de
nada de eso, y Ty sabía que Tammy jamás se lo sugeriría a Imogen, por no querer
interferir.
Su equipo le felicitó, hubo apretones de mano y golpecitos en la espalda mientras
él daba las gracias a su equipo y su patrocinador. Poniéndose la gorra de su
patrocinador en la cabeza, se subió al capó del coche y le empaparon de cerveza
mientras le llovía el confeti.
Dios, no había nada como esto.
Echando un vistazo a la gente allí reunida, casi se resbaló cuando captó la visión
de Imogen de pie observándole con una sonrisa gigantesca en la cara y las manos en
los hombros de Hunter. Llevaba vaqueros y la sudadera que le prestó en la
acampada. Con una sonrisa tan amplia que casi se le parte la piel, Ty le hizo un gesto
para que se acercara.
Ella le devolvió el gesto con la mano, los ojos abiertos de par en par, como si
quisiera la confirmación de que realmente quería que fuera con él.
—¡Sí! —gritó Ty—. Ven aquí.
No había rastro de Tammy, lo cual le pareció extraño a Ty, pero tal vez había ido a
plantificarle un beso a Elec. Imogen arrastró a los niños hacia delante y Ty bajó de un
salto para encontrarse con ellos. Hunter le dio un abrazo y Pete un choca esos cinco.
—¡Una carrera fabulosa! —declaró Hunter.
—Gracias gamberrilla. —Ty sonrió a Imogen—. Hola.
—Felicidades —le dijo—. Fue una carrera fabulosa.
—Gracias. Me alegro de poder compartirlo contigo. Ingenio.
—Yo también —contestó—. Estoy tan orgullosa de ti.
Ty le acarició la mejilla con la mano y miró al interior de esos bonitos ojos azules.
En ellos vio todo lo que siempre quiso, una mujer inteligente que le respetara y
amara con todo su ser. De pronto supo que si le estaban ofreciendo todo lo que
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siempre quiso en un solo paquete, debería agarrarlo y sujetarlo bien fuerte. Solo
había un modo de hacerlo, y supo con absoluta certeza que era lo que quería.
—Te quiero —susurró, dándole un suave beso.
Entonces, necesitando que ella supiera, comprendiera, necesitando una
permanencia, un compromiso, un para siempre con la mujer de sus sueños,
retrocedió un paso, tomó su mano en la suya y se puso sobre una rodilla.
—Imogen Ann Wilson, ¿quieres casarte conmigo?
Aquellos hermosos ojos se volvieron enormes detrás de las gafas. Se quedó
boquiabierta. Sus mejillas se transformaron en lirios blancos. Ty fue consciente de los
flashes funcionando a su alrededor, y pudo notar el objetivo de las cámaras de
televisión. Tal vez no debería haber hecho esto en un lugar tan público, pero qué
narices, había sentido como si no quisiera nada más que convertirla en su mujer, ¿y
por qué un hombre debería esperar cuando sabía algo tan enorme e importante?
Vagamente consciente de Hunter brincando y chillando a su derecha, Ty alzó la
mirada bajo el ala de su gorra hacia la mujer que amaba y notó la euforia empezar a
hundirse cuando ella no dijo nada.
—¿Y bien? —le preguntó al final.
—¿Lo dices en serio? —le preguntó con voz chillona y la mano aferrada al cuello
de la sudadera.
—¡Diablos! Sí, lo digo en serio —dijo—. ¿Crees que te lo preguntaría delante de
cientos de personas si no fuera totalmente en serio? —Hizo un gesto hacia la gente
reunida en torno a ellos, todos mirando descaradamente, capturando cada minuto en
foto y video.
Imogen echó un vistazo y sus mejillas fueron del blanco riguroso al rojo
remolacha.
—¡Virgen Santa!
—Entonces ya que ahora sabes que voy en serio… —Ty le apretó la mano—. ¿Vas
a contestarme? Te pregunté una vez si eras de las que se casaban y tú me dijiste que
todavía no habías conocido al hombre con el que quisieras casarte. Espero ser ese
hombre. Sé que es pronto, pero Emma Jean, he esperado toda mi vida conocer a una
mujer como tú y te quiero. ¿Quieres casarte conmigo?
Empezó a subir y a bajar la cabeza antes de que él siquiera terminara de hablar.
—Sí, sí. Me casaré contigo. —Con los ojos llenos de lágrimas le ofreció una risa
aguada—. Estoy intentando pensar en una cita ingeniosa de Beatrice o Benedick,
pero tengo la mente totalmente en blanco.
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Ty se levantó.
—Mientras tu mente esté lo bastante lúcida para decirme sí, me importan un bledo
las citas ingeniosas. —Con el corazón acelerado, se inclinó hacia delante y le dio un
lento y profundo beso, queriendo hacerlo más caliente pero sabiendo que no podía
en este lugar—. Te quiero —susurró—. Intentaré ser un buen marido, te lo juro.
—Yo también te quiero.
Entonces se giró hacia la gente de los medios allí reunidos y volvió a levantar el
puño.
—¡Ha dicho que sí! Me voy a casar. ¿Cómo se puede endulzar más la victoria de
hoy?
Sabiendo que estaba sonriendo como un maldito tonto, rodeó a Imogen con el
brazo para acercarla y disfrutar de lo que sin lugar a dudas era el mejor momento de
su vida.
Ty le había pedido en matrimonio. Se había puesto sobre una rodilla y le dijo cosas
tan adorables que había estado demasiado aturdida para retener en su cerebro, y de
algún modo logró soltar un sí. Ahora estaba rodeada por periodistas haciéndole fotos
y entrevistando a Ty mientras ella estaba allí, todavía aturdida y de vez en cuando le
preguntaban a ella.
—¿Sospechaba que iba a proponerle matrimonio? —una rubia de cuarenta y
pocos, con el pelo sujeto en una lisa cola de caballo, le preguntó con una sonrisa.
—No, no tenía ni idea —le dijo con la mayor sinceridad.
Consciente de la necesidad de saber donde estaban Hunter y Pete ya que estaban
bajo su responsabilidad, y asegurándose de permanecer en pie en vez de
desplomarse en un charco por la impresión, en ese momento le pareció un esfuerzo
enorme recuperar sus facultades. Olvidándose del encanto o del ingenio. Y estaba
casi segura que su rostro se parecía más al de Joker que a una mujer recién
comprometida. Comprometida.
Estaba comprometida.
Conocía al hombre de hacía solo unos cuantos meses, había salido con él unas
semanas y había estado de acuerdo en casarse con él.
Nunca en todos sus veintiocho años de existencia había hecho algo tan impulsivo.
Siguió esperando sentir aquello como un error gigantesco, pero aparte del aspecto
surrealista de la situación, no sintió ninguna duda.
Solo sentía… incredulidad.
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De todas esas mujeres en el mundo que se lanzaban a por los pilotos, ¿por qué la
elegiría a ella? Desafiaba los principios de la lógica.
Pero así y todo, ella creía que la amaba. Lo había visto en sus ojos, oído en su voz.
Confiaba en eso, en serio, ¿entonces por qué su mente jamás fue por los derroteros
del concepto de matrimonio y el felices para siempre?
Porque había estado aterrada. Asustada de que él cambiara de opinión. Y esa clase
de dudas la molestaban. Se dijo que no era tan confiada y segura de sí misma como
quería ser, que exhibía una vulnerabilidad hacia los hombres. Hacia este hombre. ¿O
no? Y si lo hacía, ¿era eso tan malo?
A veces, el hecho de que su mente no se callara, y analizara desde siete mil
direcciones distintas una y otra vez, era un verdadero grano en el culo.
Acababa de recibir una proposición de matrimonio del hombre al que amaba y
estaba diseccionando los puntos débiles.
—Siento el bombardeo de los medios —le susurró Ty al oído, su aliento
haciéndole cosquillas en la piel—. No pensé en esa parte, cielo. Solo te vi y supe que
quería casarme contigo así que te lo pedí. No pude esperar.
Imogen miró a Ty, el único hombre que podía detener su lógica fría como el hielo
y hacerla solo sentir. Por primera vez desde que se dejó caer al suelo, ella notó
aparecer una sonrisa.
—Está bien. Me alegro que no esperaras. —Ella necesitaba eso, ser atrapada con la
guardia baja, aprender a confiar en la primera reacción instintiva de sus emociones.
No hubo duda de su parte, él le había preguntado y su corazón había cantando un
enorme y gran sí.
Él le sonrió.
—Bien. Pagaría mil dólares por poder besarte con lengua ahora mismo. —Ella se
rio.
—Eso comportaría bastante tiempo de emisión.
—No bromees. Creo que acabarán fastidiándote. Si quieres llevar a los niños al
autocar, estaré allí pronto. O puedes esperar a un lado. Por cierto, ¿dónde narices
está Tammy?
—Se sentía mal, así que se fue antes.
—¿Lo sabe Elec? Imagino que querrá llevarse a los niños.
—Lo dudo. Parecía que iba a vomitar, así que es improbable que tuviera la ocasión
de llamarle.
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—¿Te hace tan feliz que tu cara podría romperse? ¿Quieres fabricar bebés con él?
El pensamiento de tener hijos con Ty tampoco se le había ocurrido nunca. Ahora la
imagen de pequeñajos sonrientes de pelo revuelto con personalidades parecidas a la
de Hunter apareció en su cabeza y no se desprendería.
—Sí y sí.
—Entonces felicidades, cariño. ¿Adivina quién va a ser tu coordinadora de boda?
Imogen se rió.
—Eso sería genial, Suz. Sé que harás un trabajo estupendo y te juro que no te
pediré monos desnudos en mi pastel.
—Mejor no te descontroles, tampoco es que fuera a dejarte. Y nada de la
parafernalia de carreras, por favor.
—De hecho me gustaría una boda de destino. —Aunque suponía que necesitaría
hablarlo con Ty. No es que tuviera ni idea de cuál era su visión para una boda.
—Ahora te escucho, hermana.
Sonó la llamada en espera y apartó el teléfono para mirarlo.
—Suz, es mi madre por la otra línea. ¿Puedo llamarte más tarde?
—Claro, cielo.
—Gracias, adiós. —Imogen descolgó y dijo:
—Hola —con el corazón a mil.
—De acuerdo, sabes que no sigo el deporte por televisión —dijo su madre a modo
de saludo—. Pero sabes que el señor y a la señora Hanson sí lo hacen y ahora que él
está retirado, lo graba todo. Acaba de visitarme para contarme que te vio en una
carrera donde un hombre te propuso en matrimonio. Supuse que no podía ser cierto
pero entonces me lo puso, e Imogen Ann, te lo juro, se parecía exactamente a ti. De
hecho, parecía como si esa persona usara tu nombre completo cuando lo propuso,
pero entonces pensé que no podía ser cierto porque ¿cómo es que tu madre no sabe
siquiera que te estás viendo con alguien, y mucho menos que estás a punto de
comprometerte?
Tenías que amar el poder de la electrónica y la comunicación al instante. Imogen
se mordió el labio.
—Bueno, era yo, mamá. Y estoy segura de que en la grabación pudiste ver lo
sorprendida que estaba. No tenía ni idea de que estaba al borde del compromiso o
evidentemente te lo habría mencionado.
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—Oh. —Su madre sonó desconcertada—. Sí, llámame esta noche o mañana.
Quiero saber cuándo traerás a Ty a casa para conocernos y quiero que tu tío Steven te
muestre el salón de baile de su hotel. Os vais a casar en Manhattan ¿no?
Sintiéndose como si fuera a entrar en pánico, Imogen dijo:
—¿Mamá? ¿Mamá? No te oigo. Creo que no tengo cobertura. Te llamaré des…
Cortó sus palabras al colgar el móvil. Soltando un suspiro de alivio, intentó
tragarse la culpa. Odiaba mentir, era terrible mintiendo. Siempre acababa confesando
pero su madre había tenido un grave efecto negativo en sus niveles de ansiedad.
¿Por qué se pensaba todo el mundo que una vez comprometida tenías que tener la
boda planeada tres minutos después? No podía pensar con tanta anticipación; solo
quería disfrutar durante un día, o dos o tres meses. Buscando a Ty, vio que se dirigía
hacia ella. Su teléfono sonó indicando un mensaje de texto. Abrió el teléfono y
suspiró al leer, era de su madre.
Tu padre quiere saber si estás embarazada.
Qué bien. Se ve que no podía comprometerse de forma espontánea sin que sus
padres se pensaran que estaba preñada. Le enseñó el teléfono a Ty cuando se acercó.
—Mira esto, es la reacción de mi madre a las noticias, las cuales vio por televisión.
Apenas le echó un vistazo.
—No puedo verlo, hay reflejo del sol. ¿Qué dice?
—Mi padre quiere saber si estoy embarazada.
Ty soltó una carcajada.
—Vamos, diles que todavía no.
—¿Quieres tener niños? —le pregunto Imogen con inquietud, la sonrisa se borró
del rostro de Ty.
—Sí. ¿Y tú?
Ella asintió.
—Sí.
—¡Uf! —Le metió el cabello detrás de la oreja—. Me asustaste durante un minuto.
De pronto ella también estaba asustada. Había un montón de cosas que ella Ty no
habían hablado. Cosas importantes. Asuntos clave.
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—Tenemos tiempo de comer algo rápido antes del vuelo a casa. Maldita sea,
desearía que no nos fuéramos hoy. Estar embutidos en un vuelo comercial contigo no
es mi idea de cómo deberíamos celebrarlo.
—El mío tampoco. —Imogen quería acurrucarse en la cama con él y hablar, hacer
el amor, hablar, hacer el amor. Eso mitigaría los molestos pequeños temores que le
brotaban como hongos—. Aunque tengo que volver, tal vez mañana podamos salir a
cenar.
—Una cena especial —le prometió Ty—. Y tengo que ir a comprar el anillo.
La idea de Ty eligiendo un anillo de compromiso a ciegas le provocó otra oleada
de pánico.
—Tal vez deberíamos ir juntos.
La besó suavemente.
—Claro. Maldita sea ahora suena el teléfono. —Sacándolo del bolsillo contestó sin
mirar a la pantalla.
Tras un minuto Imogen conjeturó que era Elec. Aprovechó la conversación para
contestar al mensaje de su madre.
No, no estoy embarazada.
Entonces algún diablillo la provocó para añadir la sugerencia de Ty.
Todavía.
Normalmente no era de las que bromeaba de esta manera pero por alguna razón
se sintió satisfecha, tal vez porque la pregunta del embarazo le había abofeteado por
la opinión de sus padres de que tenía que casarse. De otro modo no tenía sentido.
Ty colgó el teléfono y le ofreció una mirada de disculpa.
—No te importa si nos llevamos a los niños a Charlotte ¿verdad? Elec dice que
Tammy tiene una intoxicación alimentaria y está vomitando sin parar. Se siente fatal
y no puede volar esta noche. Quiere quedarse con ella, evidentemente, pero los niños
tienen que volver e ir al colegio mañana. Así que le dije guardaran sus asientos en el
vuelo de esta noche, los recogeríamos y los dejaríamos en casa de sus abuelos a pasar
la noche.
—Claro, por supuesto. Jesús, pobre Tamara. La intoxicación alimentaria es
horrible, estoy segura que será más fácil para ella cuando los niños no estén
correteando por el autocar. Tal vez consiga dormir un poco.
—Esto seguramente será bueno —dijo Ty—. Evitará que intente molestarte en el
avión.
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Imogen se rió.
—¿Ibas a molestarme en público?
—Seguramente. —Ty deslizo la mano en las suyas—. Y esto va a detenerme de
hacer algo totalmente inapropiado. Aunque si usas la manta del avión, no seré
responsable de lo que haga mi mano por debajo.
—No te atreverías.
—No me tientes.
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Capítulo 17
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—Al principio, cuando esas cosas empezaron a aparecer, tenía el expendedor que
me ayudaba a hacerlo. Ahora lo hago en parte de memoria y en parte por sentido
común basado en los pictogramas. No es difícil.
—Ty… —Su mirada era desesperada—. ¿Shakespeare?
El corazón le latía con un leve golpeteo seco y enfermizo en el pecho. No le
gustaba el modo en que lo miraba pero tenía que ser honesto.
—Lo escuché en audio.
Imogen se quedó con la boca abierta.
—Vale, de acuerdo, supongo que eso tiene sentido. Y… ¿has dicho que dejaste la
secundaria?
Ty asintió.
—¿Por qué no me lo dijiste? No tienes que ocultarme nada. —Imogen alargó la
mano y le tocó la mejilla.
Abrumado por la emoción y el alivio de que no le hubiera llamado idiota, Ty tragó
con fuerza.
—No es algo que vaya diciendo por ahí. Si lo saben, te critican, te juzgan o te
tratan como un idiota. Si no lo saben, estamos en igualdad de condiciones. Mierda,
me da vergüenza, tú eres una mujer muy inteligente, Imogen. —Utilizó su nombre
de verdad con toda la intención en vez del apodo—. No quiero una puerta cerrada en
la cara entre nosotros antes siquiera de poder abrirla del todo.
—Jamás te juzgaría —dijo Imogen, pero incluso antes de que las palabras salieran
de su boca sabía que no era del todo cierto. Antes de conocer a Ty del modo en que lo
conocía ahora, tal vez lo hubiera descartado como el típico sureño, demasiado terco
para molestarse a aprender a leer, aún cuando hiciera su vida más fácil. Desde
entonces había aprendido que él era mucho más que eso, y podía ver porque no
quería contárselo a nadie. Ty tenía orgullo, toneladas, y vería su dislexia como una
debilidad. ¿Por qué admitir un defecto cuando podía sortearlo?
Sin embargo, le molestaba que se lo hubiera ocultado.
—Vamos, es natural. Pero no soy estúpido, solo tengo el cerebro hecho un
desastre.
—No creo que tu cerebro sea un desastre —le dijo en voz baja, notando lo
vulnerable que se sentía—. Pero pienso que tal vez esto es algo que deberías haberme
contado antes. Quiero decir, te pedí que leyeras a Shakespeare. Debiste sudar la gota
gorda.
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Erin McCarthy
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Él se encogió de hombros.
—Los de Shakespeare son fáciles porque es popular, son los libros poco conocidos
los difíciles de encontrar en audio.
Imogen se apoyó en la cabecera y se lo quedó mirando, tratando de ponerle
sentido al revoltijo de sus pensamientos. Se le ocurrió que esta era la primera vez que
él pasaba la noche en su apartamento. Estaban comprometidos y en realidad sabían
muy poco el uno del otro.
—¿Cuál es tu verdadero nombre? —le preguntó.
—¿Qué? —parpadeó Ty.
—Ty es un diminutivo ¿no?
—No —negó con la cabeza—. Mi madre no creía en ponerle un nombre de doce
letras a un niño y llamarle con un apodo. ¿Por qué?
—Estoy aquí sentada pensando en que no sabemos nada el uno del otro, Ty. No
conocemos la historia del otro, o su familia, o sus comidas favoritas. No sabemos
cómo perdimos nuestra virginidad y un millón de pequeños detalles más.
—Puedo contarte cómo perdí la virginidad. Intervienen Bon Jovi, una fiesta de la
cerveza y un Mustang. —Sonrió—. Y el coche no era mío, era de ella. No tenía
suficiente edad para conducir.
Imogen no sonrió.
—Lo digo en serio —contestó.
—¿El qué? —preguntó Ty, estirando el brazo exasperado—. ¿Por qué tenemos que
saber todo del otro en este preciso instante? La gente se conoce con el tiempo, y estoy
seguro que incluso parejas casadas durante veinte años no lo saben todo sobre el
pasado de su compañero o sus gustos. ¿Dónde está el problema?
¿Cómo decirle que su mayor temor era que llegaran a conocerse y se acabara el
amor? ¿Que la confianza engendrara desprecio y él se aburriera de ella y ella se
impacientara con él?
—El problema está en que no sabemos las cosas esenciales del otro. Cosas como
que tu dislexia te define y yo no tenía idea de que existía.
La sonrisa se desprendió de su rostro y se sentó más tieso.
—La dislexia no me define, solo es un desafortunado grano en el culo. Pero no
cambia la esencia de quién soy. Sería el mismo Ty Jackson McCordle con o sin ella.
—¿Tu segundo nombre es Jackson? —preguntó consternada—. ¡No lo sabía! Y
claro que afecta quién eres. Te has pasado toda la vida ocultando a todo el mundo el
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Erin McCarthy
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hecho de que no puedes leer. Es difícil llevar esa clase de carga, siempre con miedo a
que te atrapen. No es extraña tu participación en temeridades y el comportamiento
impulsivo. Tienes que hacerte pasar como una persona que desborda alegría de vivir
y así nadie adivine la verdad.
—No me psicoanalices —dijo Ty en tono tenso—. Tal vez me guste disfrutar, ¿has
pensado en eso? Lo siguiente que me dirás es que la razón por la que eres tan
envarada es porque sufres envidia de pene.
Imogen jadeó.
—¿Perdona?
—Ya sabes, la teoría de Freud sobre las mujeres. He oído hablar de Freud, ¿sabes?
Incluso siendo demasiado estúpido para leer.
Esto se estaba saliendo de madre.
—Para empezar, jamás te he llamado estúpido. No pongas palabras en mi boca.
Segundo y último, no soy una envarada.
Ty se mofó.
Imogen parpadeó incrédula.
—Estás siendo completamente irracional.
—Claro que sí, porque tú siempre eres la lógica ¿no? Lo que tú digas.
—Lo que yo diga no.
—Joder, será lo que tú digas si me da la gana. —La palabra joder fuera del
contexto del sexo siempre sonaba tan dura. Ella se estremeció.
—Mira, vamos a calmarnos y dormir un poco ¿de acuerdo? Tal vez no deberíamos
haber abierto la caja de los truenos esta noche.
—Solo intentaba ser honesto —dijo entre dientes apretados—. Pensé que debías
saberlo.
—Me alegro de que me lo contaras —le dijo sinceramente, sintiéndose culpable.
Ella quiso la verdad, y no podía haber sido fácil para él revelar su secreto—. Y pienso
que eres un hombre inteligente, increíble y te quiero.
La expresión de Ty se suavizó.
—Gracias. Yo también te quiero.
—Y ahora que lo sé, podemos hablar de modos de ayudarte. No hay razón para
que no te puedan enseñar a retener en el cerebro lo que lees. Incluso puedes
conseguir el graduado de bachillerato si quieres.
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Erin McCarthy
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No tenía más intención que ser útil; después de todo, ¿por qué no querría
aprender a leer y hacer su vida más fácil? Pero Ty no solo se sentó más tieso en la
cama si no que apartó las mantas y salió de la cama con expresión tormentosa.
—¿Qué? —preguntó ella, desconcertada.
—No necesito que mi cerebro retenga, joder, muchísimas gracias. Así me va de
puta madre. ¿Sabes cuánto dinero he ganado? ¿Sabes cuántas horas trabajo al día
para ganar ese dinero? ¿Sabes que si no hubiera sido un temerario, jamás habría
tenido las pelotas para irme de casa y entrar en las carreras sin nada más en el
bolsillo que cien pavos y tenacidad?
¡Ay no! No había anticipado esa reacción. Intentando encontrar las palabras para
calmarle, abrió la boca.
Pero él no había acabado.
—Tengo éxito por mi cerebro y mi coraje, todo junto, y no necesito un titulillo de
un puñado de capullos con chaleco que no han echado un polvo desde que Bush
padre era presidente. Tal vez ser un piloto de carreras no sea salvar el mundo, pero
entretiene a millones de personas. ¿Qué impacto tiene en el mundo escribir si los
manuales de citas funcionan o no? Tú puedes leer, eres brillante, y malgastas el
tiempo pudriéndote en un puesto de enseñanza en un campo académico al que nadie
le importa una mierda. ¿Sabes quién estudia sociología? La gente que prefiere
observar la vida en vez de vivirla.
Imogen notó las lágrimas escociéndole en los ojos cuando las últimas palabras la
golpearon como una sonora bofetada. Era su peor temor dicho en voz alta.
—¿Es lo que piensas de mí? —le preguntó en un susurro. Luego lamentó haber
hablado. Negó con la cabeza y levantó la mano sin querer su respuesta. Había tenido
bastante honestidad para una noche—. No importa. No importa. Solo vete. Vete a
casa.
Ty ya se estaba poniendo los vaqueros con tirones rabiosos.
—Me voy.
—Bien.
—¿No lo puedes hacer mejor? —preguntó Ty, poniéndose la camiseta—. Yo tengo
un final mejor: «Bien, sois una extraordinaria adiestraloros».
¡Oh no! No lo había dicho. La acababa de comparar con un loro parlanchín que
intentaba enseñar a los de su alrededor. Imogen cogió una almohada y se la lanzó.
Ty agarró los zapatos y la bolsa del suelo diciendo:
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* *
¿Qué coño acababa de pasar?
Ty puso el coche en marcha atrás y salió disparado por la calle más rápido de lo
que era apropiado para las dos de la mañana en el barrio residencial, pero le
importaba una mierda. Estaba furioso y, bueno, herido. ¡Maldita sea!
Le había confiado su problema a Imogen, y de algún modo se sentía como si ella lo
hubiera insultado. Mirándole con lástima mientras le sugería tomar clases. Tomar
clases. Como si fuera la puñetera respuesta a todo. Era la respuesta de Imogen.
De acuerdo, había sido un poco insensible con la valoración de su elección de
carrera. Pero pensaba que era verdad, ella estudiaba a las otras personas porque se
había pasado la vida siendo una observadora, no una emprendedora. Pensaba que de
ese modo eran buenos el uno para el otro. El aportaba nuevas experiencias, la
persuadía a traspasar sus límites y en contraposición, ella le ofrecía lógica,
organización y una lealtad y amor que jamás había experimentado.
Pero de alguna manera habían acabado gritándose y ella lo golpeó con una
almohada en la parte posterior de la cabeza. No la había visto venir, literalmente.
Cogiendo el teléfono (codificado con fotos, como no) buscó a Ryder y clicó el
Llamar.
—¡Por Dios! ¿Tienes idea de la hora que es? —dijo Ryder con voz grogui después
de que Ty le llamara tres veces seguidas al no descolgar—. Voy a matarte.
—Creo que Imogen y yo acabamos de romper. —Ty entró en la autopista y cambió
de marcha, adorando la velocidad de su coche. No estaba en la pista y no podía
quebrantar la ley, pero se sentía bien.
—¿Qué? ¡Os habéis comprometido hace solo doce horas!
—¿Me lo dices o me lo cuentas? ¿Puedo parar a tomarme una cerveza? Necesito
desahogarme.
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—Claro. —Hubo un susurro—. No estoy solo pero está bien. Puedo dejarla
durmiendo y podemos pasar el rato con mi pantalla plana en el salón.
¿Ryder estaba con una mujer? También acababa de volver de Texas. La idea de
lloriquear sobre su problema de faldas mientras Ryder tenía un cuerpo tibio en la
cama a diez pasos de distancia no tenía atractivo.
—No importa. No quiero interrumpir.
—No, está bien.
—No, nos veremos mañana. Gracias tío. —Ty colgó el teléfono y contempló las
líneas amarillas frente a él. Durante medio segundo pensó en llamar a su madre, pero
sabía lo que diría: que había sido un gilipollas integral con Imogen. Además, ya le
había soltado antes el rollo cuando lo había llamado para regañarle por no contarle
que iba soltar la bomba de su novia.
Solo el Señor sabía lo que iba a decir cuando le contara que después de todo no
creía que hubiera una boda.
Ese pensamiento le pateó los testículos, las tripas y los pulmones, todo a la vez.
Grandísima mierda.
Había perdido a Imogen.
Había encontrado al amor de su vida, y en un abrir y cerrar de ojos, ya no estaba.
* *
Ty se había ido, e Imogen lloró hasta dormirse.
A la mañana siguiente, se despertó ojerosa y mal del estómago, repasando una y
otra vez la discusión en su cabeza. ¿Qué había hecho mal? ¿Cómo podría haberlo
tratado de modo distinto? Esas preguntas la rondaron y rondaron hasta que perdió la
facultad de concentrarse en nada que no fuera su agonizante sufrimiento.
Cuando se pasó un semáforo en rojo de camino a la escuela, tras darse cuenta que
llevaba un zapato de cada, desistió y dio media vuelta para irse a casa, las manos le
temblaban de ansiedad.
Llamando a Suzanne, intentó mantener a raya sus emociones. ¿Cómo se sentía?
¿Estaba enfadada por haber perdido a Ty o porque quizás no lo había tenido nunca?
Tal vez su visión de futuro había sido una fantasía desde el principio de su
desafortunada relación.
—Furcias S.L. dígame —contestó Suzanne a modo de saludo.
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—Espero que supieras que era yo —dijo Imogen, a pesar del hecho que estaba
desolada y emocionalmente vacía. Sencillamente no podía explicarse contestar así al
teléfono.
—Claro que sí. Bienvenida al siglo veintiuno. Tienes tu propio tono y sale tu foto.
Cómo si no contestaría Furcias S.L. a alguien que no fuera muy amigo.
Imogen se avergonzó mientras giraba a la derecha.
—De acuerdo. —Y su reacción exagerada solo demostraba la teoría de Ty: ella era
una envarada. Lo sabía, siempre lo había sabido. Era el defecto que temía, la única
cosa que siempre temió que lo alejaría.
—¿Qué pasa? ¿Estás pasando la mañana en el éxtasis del compromiso? Pensaba
que necesitarías dormir. Me imaginé que estarías hasta tarde celebrándolo, tú ya me
entiendes.
Estallando en llanto, Imogen se paró en el parking de una tienda de donuts.
—¡Hemos roto! —lloró con un dramatismo que no había mostrado desde
secundaria y una pésima elección que tenía que ver con su cabello y mechas rubias.
—¿Qué? ¡Es un chiste!
—No. No bromeo. Nos… nos dijimos cosas horribles, salió de la cama y se fue, le
di en la parte posterior de la cabeza con una almohada. —Por alguna razón, la
almohada parecía crucial. Era tan poco usual en ella reaccionar de esa manera tan
infantil, que en realidad no podía explicarlo.
—¿Le golpeaste con una almohada? Guau, debías estar cabreada. ¿Qué te hizo?
—Me ocultó una cosa. Algo importante. —Imogen no iba a revelar el secreto, Ty
había confiado en que ella mantuviera su confidencia.
—Vaya. Qué lástima. ¿Es una cosa grave?
—Sí, más bien grave. Afecta a quién es. Pero en realidad no es porque guardara un
secreto, fue más el caer en la cuenta que no nos conocíamos mucho. ¿Cómo podemos
casarnos?
—Cielo, nadie conoce al otro completamente. Solo tienes que disfrutar con lo que
sabes y tener fe en el resto.
—¿En serio lo piensas? —Imogen contempló la tienda de donuts, deseando que
uno relleno de jalea caminara derechito hacia su coche y aterrizara en su boca
mientras ella se secaba los ojos. Tal vez solo había tenido pánico. Tal vez había
reaccionado exageradamente—. Pero me llamó envarada y dijo que observo la vida,
no la vivo.
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Capítulo 18
Pasaron dos semanas, y cada día era más asqueroso que el anterior. Al principio,
Ty habría jurado que no era posible, pero cuando se dirigía a los boxes para las
clasificatorias en Miami para la carrera final de la temporada, se sorprendió al ver
que era verdad. Él no había hablado ni llamado a Imogen desde la pelea e Imogen no
lo había llamado a él.
Y cada día el dolor era un poco más profundo y estaba un poquito cascarrabias. En
especial cada vez que alguien lo felicitaba por su compromiso o le preguntaba dónde
estaba su guapa prometida.
En general, cuando alguien le hablaba de lo que fuera, no le sentaba bien.
Ty quería que le dejaran en paz, para regodearse y reflexionar sobre su estupidez,
para meditar un curso de acción. No era posible porque parecía que nadie, nadie
podía dejarle en paz.
—Portodosloscielos, Ty ¡hola! —dijo una animada voz a su izquierda.
Echando un vistazo, Ty intentó forzar una sonrisa en su rostro, sin importar
cuánto le costara. Luego vio que era Nikki y desistió del esfuerzo.
—Hola. ¿Qué tal estás?
—¡Estoy genial! —declaró, poniéndose a su lado con un vestido veraniego y
tacones altos. Tendió la mano mostrándole el anillo—. ¿Ves mi anillo de
compromiso? Vale cincuenta mil dólares.
Pensando que anunciar el precio del anillo era la cosa más vulgar que había oído
nunca, Ty echó una mirada al pedrusco. ¡Caramba, que feo era! Eso de alguna
manera le hizo sentir mejor, aunque no pudo evitar sentir un poquito de lástima por
Strickland desembolsado esa cantidad de pasta por un anillo chabacano. Ni siquiera
era un diamante, eso era amarillo.
—Es un diamante amarillo —le contó.
Guau. Ni siquiera sabía que existían.
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—Muy bonito.
—He oído que también te has comprometido —dijo Nikki, claramente sin captar
su falta de interés—. Felicidades.
—Gracias.
—Solo espero que seas tan feliz con ella como yo lo soy con mi snooky-wookums.
Eso trajo al rostro de Ty lo más cerca a una sonrisa en días. Solo tendría que llamar
a Jonas Strickland snooky-wookums la próxima vez que tropezara con él. Haciendo
un sonido sin comprometerse, echó un vistazo alrededor. Quería escaquearse de esta
conversación. Ridículo apodo aparte, no era tan fantástico pensar que Nikki estaba
cabalgando hacia el horizonte de su felices para siempre y él había echado a perder el
suyo completamente.
No debería haber llamado envarada a Imogen. Era injusto e hiriente. Sí, ella era
lógica. Sí, ella era prudente. Pero no era una envarada. Estaba dispuesta a probar
nuevas cosas como acampar y una amplia variedad de posiciones sexuales.
Cualquiera que pudiera tener un orgasmo en una cámara neumática no era
estrictamente un observador de la vida. Debería disculparse. Debería llamarla.
Suplicar el perdón. Porque joder, era un asco no tener a su Emma Jean en su vida.
—¿Cuánto te costó el anillo de Imogen? —preguntó Nikki, con la mano extendida
admirando de nuevo su pedrusco.
Ty paró de andar y se la quedó mirando, paralizado.
—No le compré un anillo —dijo—. Ella no es materialista, y tú no puedes ponerle
precio a nuestra relación. Voy a regalarle el anillo de mi abuela. —No supo de dónde
le vino la idea a la cabeza, pero una vez allí, le gustó.
Nikki hizo un gesto de desdén.
—Bueno, estoy segura que eso la emocionará. No es como si una profesora
aburrida tuviera que ir a algún sitio importante para llevar joyas de calidad. —Luego
sonrió—. Te enviaré una invitación para la boda. Estoy segura que iremos antes al
altar. ¡Adiós!
Mientras la observaba alejarse, llegó a la conclusión que debería seguir el ejemplo
de Imogen. Si no fuera tan impulsivo, jamás habría salido con Nikki y habría llenado
horas de su vida con algo (nada) de sustancia.
El pensamiento no mejoró su humor, ni tampoco lo hizo el ver a su jefe de equipo.
—¿Estás listo para sacar la cabeza del culo? —Le preguntó Sam, reuniéndose con
él de camino a los boxes.
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—No era consciente de donde estaba —mintió Ty—. No me extraña que me duela
el cuello.
—Lo digo en serio —contestó Sam—. Todo está en juego y hace un mes que estás
distraído.
Ty disparó una larga mirada.
—Supongo que esto es lo que le hace el amor a un hombre, pero desearía que
hubieras esperado a diciembre para enamorarte de una mujer.
—Estoy bien. —Y estaba siendo un grandísimo mentiroso.
En especial dado que diez minutos después, ver a Evan Monroe amargó aún más
su humor. El tipo no estaba haciendo nada, solo estaba esperando su vuelta de
clasificación como Ty, pero aquello le irritó, pensar que el tipo había querido salir
con Imogen. Evan no era su tipo.
Por otro lado, tampoco lo era Ty. Ese pensamiento realmente lo puso de los
nervios, y casi gimió en voz alta cuando Evan se acercó y le dijo:
—¿Es verdad que Imogen y tú habéis roto?
No confiando en sí mismo para hablar, asintió.
—Tío, lo siento. Vaya mierda.
—Sip.
—Debes estar destrozado.
—Estoy bien, no pasa nada. —Parecía que se estaba volviendo realmente bueno
mintiendo, porque la expresión de lástima de Evan desapareció.
—¿En serio? ¿No estás hecho trizas?
—No, para nada. Para empezar fue un error. —El orgullo era una cosa divertida.
Ty ni siquiera podía creer que lograra sacar aquellas palabras de sus labios, pero con
todo su orgullo, lo hizo.
—Vaya, de acuerdo. ¿Así no te molestaría si le pido salir? Tengo algo por las
morenas. —En un instante Ty estaba de pie, manteniendo su indiferencia con Evan.
Y al siguiente Evan estaba en el suelo y Ty encima de él.
No podía explicarlo. Ni podía explicar sus manos agarrando la pechera del traje
de piloto de Evan.
Pero todo se había vuelto rojo y zumbaba, y parecía que la única acción posible era
golpear a Evan en el asfalto así tal vez no se sentiría tan asquerosamente mal.
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—Va bien. Ty va a tener una semana de mierda con todas las reacciones en contra
por todo esto. El viernes necesitará una cerveza.
—Llévalo a tu casa. Yo sacaré a Imogen y me inventaré alguna tontería de papeleo
para detenerme en tu casa.
—Entendido. —Ryder dudó—. Gracias, Suz. Eres una buena amiga.
—Sí, bueno, tú tampoco estás mal —dijo ella.
Ryder se rió. Esa era Suzanne.
* *
Imogen contemplaba su ordenador, intentando encontrar la palabra adecuada al
presentar su carta de dimisión para su proyecto de tesis, cuando golpearon en la
puerta. Consideró ignorarlo pero entonces sonó su móvil con un mensaje de texto.
Era de Suzanne.
Estoy en la puerta. Contesta.
Suspirando, Imogen pulso el “salvar” en su documento dándose cuenta que en
realidad no había escrito nada así que no hacía falta. Caminando hacia la puerta
como si le costara el alma, echó un vistazo a los pantalones de su pijama. Suerte que
solo era Suzanne. Había estado en una especie de larga fiesta de la compasión
durante las últimas dos semanas y vestirse no había sido lo más prioritario en su día
libre.
—Hola —dijo—. ¿Qué tal?
Suzanne entró afanosamente al salón.
—¿Dónde tienes el mando? Tienes que ver a Ty en la tele.
¿En serio?
—No, gracias. —Era posible que en las heridas de su pelea por fin empezara a salir
costra, así que no quería abrirlas y que volvieran a sangrar al verle sonriendo a la
cámara en el circuito.
—No te estoy dando a elegir. Tienes que verlo. Ty ha perdido la cabeza. —
Suzanne rebuscó por la mesita de café hasta encontrar el mando y encendió la
televisión. Zapeó hasta encontrar el canal de deportes—. Vamos… volvedlo a poner.
A pesar de su recelo, el comportamiento inquieto de Suzanne atrajo la atención de
Imogen hacia la pantalla. Estaban hablando de fútbol.
—Vaaamos, debería haberlo grabado.
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—No lo sé.
Suzanne refunfuñó impaciente.
—El hombre solo necesita un amigo esta semana mientras el infierno se desata
sobre él y su carrera. Tal vez deberías ser ese amigo.
Pensar que Ty estaría herido la hería a ella. Imogen de pronto supo lo que tenía
que hacer.
—Lo haré. Sí. Voy a hacerlo. —Saltó del sofá—. ¿Podemos hablar después? Hay
algo que tengo que hacer.
—Espero que sea tomar una ducha —opinó Suzanne—. Tu pelo necesita algo de
atención.
—Después. Primero tengo que hacer una cosa. —Sabía exactamente el qué.
Imogen quería pasar su vida con Ty.
Pero antes de decírselo, tenía unos cuantos proyectos de los que ocuparse.
* *
El sábado fue un desastre. El domingo desastre y medio. El lunes fue menos malo
en comparación. El martes habría sido un día de mierda en una semana mejor, pero
bajo las circunstancias, Ty pensó que no fue tan malo. El miércoles y el jueves fueron
un borrón y el viernes trajo el alivio de quizás lo peor había pasado. Quizás golpear y
tirar al suelo a Evan Monroe no había sido una de sus mejores ideas, lo admitía.
Incluso se había disculpado con Evan.
Pero le habían pateado el culo del primero al último, desde su jefe Carl Hinder,
hasta su patrocinador, de Toni hasta Ryder y su propia madre. Le habían impuesto
una sanción y una multa. El dinero no importaba pero la sanción al perder puntos lo
había dejado fuera de la lucha por el campeonato. Ese honor había recaído sobre un
conductor que ni siquiera estaba en el equipo de Hinder Motors, lo cual había
molestado a Carl en serio.
Ty aparcó en el parking del edificio de Ryder y se frotó los ojos. Había sido un
estúpido. Lo sabía. Pero ¿qué podía decir? El amor volvía loco a un hombre y el
estaba loco de amor.
Ahora que la semana había pasado y la temporada finalizado oficialmente, estaba
planeando tomarse una cerveza con Ryder, luego iba a ir a casa de Imogen sin
anunciarse y seguramente sin ser deseado. Se iba a disculpar por sus duras palabras
y luego le iba a suplicar de tal manera que ella lo volvería a aceptar.
No iba a ser sofisticado. No iba a ser fascinante.
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Pero era un hombre al límite y quería volver con esta mujer, sin importar lo que
costara.
Iba a soltarle más de Shakespeare. Mierda, citaría al Bardo hasta que los cerdos
volaran si ella lo quería así, e iba a decirle que había contratado a un tutor privado
para que le ayudara con su aptitud para la lectura, o la falta de ella.
Fue hacia la puerta principal de Ryder, se frotó el dolor en el pecho. Se estaba
haciendo viejo. Constantemente tenía una sensación de ardor en el pecho, como el
reflujo ácido o algo por el estilo, y mataría por un antiácido. Golpeó la puerta pero
Ryder no contestó, aunque Ty podía oírle hablando con alguien dentro del
apartamento. Era una mujer y Ty lanzó un suspiro. Justo lo que no quería, tener una
pequeña charla con la nena de turno de Ryder.
Abriendo la puerta, entró y vio que era Suzanne con quien Ryder estaba hablando,
lo cual le alivió un poco. Podía con Suz merodeando por ahí, ya que hacía diez años
que la conocía. Además seguramente podía sonsacarle información de Imogen.
Suzanne y Ryder estaban discutiendo.
—¡Se suponía que él estaría aquí! —dijo Suzanne con un susurro teatral e irritado.
—Bien ¿y qué se supone que haga? —preguntó Ryder—. Le pedí que viniera, pero
no puedo hacerle aparecer a tiempo.
—¡Se está poniendo nerviosa! Dijo que tenía planes. Lo cual me aterra porque ha
estado encerrada en su apartamento toda la semana. Me temo que va a hacer algo
drástico.
—¿Cómo qué?
—Teñirse el pelo de rubio o algo igual de aterrador.
—Caray, eso sería grave.
Ty empezó a andar por el pasillo.
—¿Quién se va a teñir de rubia?
Suzanne chilló y se puso la mano en el corazón.
—Jesús me has asustado. —Luego frunció el ceño—. Ya era hora que aparecieras.
Me ha costado horrores que Imogen se quedara aquí sin ninguna razón aparente.
—¿Imogen está aquí? —El corazón de Ty se saltó un latido, e incluso le sudaban
las manos pero estaba aliviado. Quería arreglar esto, cuanto antes mejor.
—Bueno, esto… claro que sí. Ese es el porqué Ryder te invitó a venir, así os
obligaríamos a estar en la misma sala y arreglar esto porque os estáis volviendo
locos.
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—¿No deberíamos actuar como si que los dos estuvieran aquí fuera una
coincidencia? —preguntó Ryder.
—Espera un minuto. —Ty se acaba de dar cuenta que Suzanne había dicho que él
sabía de quien estaban hablando—. ¿Imogen va a teñirse de rubio?
—Seguramente.
—No. No, no, no. No puedes dejarla hacer eso. Está perfecta tal y como es. —Solo
de pensar en ella estropeándose ese frondoso cabello castaño con decolorante le puso
malo del estómago.
—Entonces entra allí y díselo. Está en el salón de Ryder escuchando su iPod.
Ty paró de escucharla mientras iba hacia el salón, intentando averiguar lo que le
diría. Las palabras, un revoltijo en su cabeza, quería decirle que lo lamentaba, que la
amaba, que quería pasarse la vida haciéndola feliz. Hizo una pausa, un instante,
frente a ella, para impregnarse de la visión de Imogen sentada en el sofá.
Con los cascos puestos, ella no se percató de él, llevaba un jersey negro y
vaqueros, muy parecidos a los que había llevado esa noche en el porche de Tammy.
Sus gafas se deslizaban por la nariz, pero su cabello estaba limpio y aseado en una
cola de caballo.
Entonces fue cuando se dio cuenta que se había dejado el anillo en el coche porque
no sabía que iba a estar allí. Debatiendo entre seguir adelante o salir a buscarlo,
estaba allí de pie indeciso cuando ella alzó la mirada.
—¡Oh! Ty —gritó sacándose los cascos de los oídos—. ¿Qué… qué estás haciendo
aquí?
Estar allí de pie como un idiota por ahora. Sin estar seguro de su humor, o si
todavía estaba furiosa con él, o si se lo había pensado mejor, como él, así que fue con
ojo.
—Estaba de camino a tu casa, de hecho, pero me paré a tomar una cerveza con
Ryder primero. Vaya suerte, ya que estas aquí.
—Suzanne y yo íbamos a tomar un café y ella necesitaba algo de Ryder. —Echó un
vistazo al pasillo—. Pensé que estaban discutiendo por eso me puse los cascos.
Así que Imogen tampoco sabía que les habían tendido una trampa.
—¿Puedo… puedo hablar contigo, Emma Jean? ¿En algún lugar privado?
Tenía miedo que dijera que no, pero ella sencillamente asintió.
—Creo que es una buena idea.
—¿Quieres venir al coche conmigo?
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Ella asintió.
—Vale. —Levantándose, agarró el bolso y le siguió. Una vez estuvieron en el
coche, mirándose el uno al otro, Ty perdió todo nerviosismo, toda reserva. Esta era
su Emma Jean y se suponía que tenían que estar juntos.
—Maldita sea, lo siento —dijo Ty—. Te dije cosas terribles y no tengo excusa.
Estaba excesivamente sensible sobre mi dislexia y le di la vuelta criticándote, eso
estuvo muy mal de mi parte. Lo siento muchísimo. ¿Podrás perdonarme alguna vez,
Imogen? Me siento miserable sin ti.
Lágrimas cayeron de los ojos de Imogen.
—Oh, Ty, claro que sí. Yo también lo siento. Fui una insensible total. Estaba tan
asustada pensando en lo ilógico que era enamorarse tan rápido, dos personalidades
totalmente opuestas. Pero debería haber confiado en mis sentimientos, confiado en ti.
¡Gracias a Dios! El alivio lo inundo, mareándolo un poco. Se inclinó más cerca de
ella, queriendo tocarla, saborearla, pero Imogen sacó un CD del bolso y se lo dio.
—¿Qué es? —Lo cogió y vio que no había etiqueta, no es que pudiera leerla si la
hubiera, pero evidentemente era algo que había grabado ella.
—Es una recopilación que reuní. Solo ponla en el ordenador y escúchala.
—¿Recopilación de qué? —preguntó desconcertado.
—Kenny Chesney y la introducción de mi libro. —Eso le hizo sonreír.
—Kenny Chesney ¿eh?
—Sí, cantando sobre como no puede comer ni dormir hasta que ella vuelva a sus
brazos. Así es como me he sentido estas últimas semanas. Te he echado tanto de
menos —su voz se rompió y Ty alargó la mano acariciándole la mejilla.
—Yo también te he echado de menos, cielo. Dios, tanto. ¿Y qué es esto de tu libro?
¿Qué libro?
—Oficialmente retiré mi tesis. No estaba trabajando, necesitaba recapacitar y
organizarme. Pero tengo tantas entrevistas fabulosas con pilotos y sus mujeres sobre
el enamorarse y sus matrimonios, así que los puse todos juntos en un volumen. Un
libro sobre el amor verdadero en el circuito de carreras. Espero que alguna editorial
quiera comprarlo.
—Guau, es una idea genial. Estoy tan orgulloso de ti por darle a todo ese esfuerzo
un buen uso. Creo que a la gente le gustará leer esas historias. Todo el mundo adora
oír sobre un final feliz.
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Erin McCarthy
A Fondo y Rápido
Al límite 2
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Erin McCarthy
A Fondo y Rápido
Al límite 2
—Qué caray, deberíamos tener la luna de miel en el coche. Aquí es donde tienen
lugar nuestras conversaciones más profundas.
Imogen se rió.
—Aunque jamás hemos tenido sexo en el coche.
Ty echó un vistazo al asiento trasero.
—Vamos.
—Estamos en el parking del complejo de Ryder.
—Detalles. —Ty le besó la comisura de la boca, la mandíbula, la oreja—. Vale,
bueno, iremos a mi casa tan pronto acabe de besarte.
—¿Así estás de acuerdo en que deberíamos ir al lago Norman de luna de miel?
—No me importa dónde nos casemos o dónde vayamos de luna de miel o donde
vivamos. La única cosa que me importa es que Shakespeare esté implicado.
—Bueno, no puede estar allí ya que está muerto —dijo Imogen, cerrando los ojos y
disfrutando de la sensación de los labios en su cuello.
—Cierto, pero tenemos sus palabras y yo tengo las perfectas. Tal vez podamos
ponerlas en las invitaciones o algo así.
—¿Qué palabras? —preguntó Imogen, sus pezones prietos y el deseo reuniéndose
entre sus muslos. Lo había echado tanto de menos.
Ty se apartó encontrándose con su mirada, sus intensos ojos chocolate oscuros por
la emoción. Cuando habló, fue con voz ronca y suave.
—«Fue conocerse y mirarse, mirarse y enamorarse, enamorarse y suspirar,
suspirar y preguntarse por qué, saber por qué y ponerle remedio. Y con estos
peldaños han hecho la escalera que los lleva a la boda...»
Dios mío. Imogen intentó recordar como respirar y le dijo al hombre que amaba:
—Ponte en el asiento trasero.
Ty alzó una ceja.
—¿En serio?
—Oh, sí. —Se quitó las bailarinas y se deshizo del bolso—. Lo digo muy en serio.
Ty sonrió.
—Eso es impulsividad.
—Sí. —Y estaba de acuerdo—. Vamos entonces,
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Erin McCarthy
A Fondo y Rápido
Al límite 2
Ty se trasladó al asiento trasero e Imogen lo siguió, les llevó unos duros y rápidos
cinco minutos en llegar al límite por lo mucho que se habían echado de menos el uno
al otro. Una vez recuperaron la respiración Imogen todavía en su regazo con los
vaqueros en las rodillas, Ty la sujetaba por la cintura y dijo:
—No creo que podamos poner esto en las invitaciones.
Imogen se rio.
—Seguramente no. Sigamos con Will.
—Yo sigo contigo.
A ella ya le iba bien.
Fin
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