SS922SexualAbuse_preps.qxp 19.11.
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desesperanza. La terrible
experiencia de ser impotente
en muchos casos lleva a una
actitud depresiva que hace
que la persona piense: «¿para
qué molestarse?» Muchas
víctimas de abuso asumen
que ellas tuvieron la culpa, y
sufren de ataques periódicos
de depresión y autodesprecio
crónico. La pregunta: «¿Por
qué no pude detener el
abuso?» se queda en ellos
como una llaga que supura.
Una mujer dijo: «Si hubiera
sido más lista, más fuerte o
más valiente, tal vez no
hubiera ocurrido.» ¡Nada
puede estar más lejos de la
verdad! Pero el que le digan
que no fue su culpa, aunque
es cien por ciento verdad,
por lo general no ayuda
por mucho tiempo. Los
sentimientos de impotencia
se suelen llevar en el
corazón, y el aborrecimiento
a sí mismo se hace más
agudo, hasta el punto de la
desesperación. Por triste que
sea, la impotencia no es la
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única herida. La
desesperanza y la depresión
le siguen detrás muy
de cerca.
El sentimiento de
traición. El abuso sexual es
una trágica traición de la
confianza. La confianza es
crucial para el crecimiento.
Dios nos da padres para
que actúen como suplentes
Suyos hasta que aprendamos
a transferir nuestra
dependencia a Él. Dice a
los padres que críen a sus
hijos en Su nombre, y los
apremia a no provocarlos a
ira (Ef. 6:4). Pocas acciones
provocan más a ira y violan
más la confianza entre padres
e hijos que la traición que
resulta del abuso sexual.
El padre ha de
proporcionar un ambiente
razonablemente seguro
en el que el niño pueda
experimentar y aprender de
la vida sin sufrir un daño que
le destroce el corazón. La
seguridad es el pegamento
que permite al niño conectar