Se le llama sismos a las sacudidas repentinas y pasajeras de la corteza
terrestre debido a la liberación de energía en el subsuelo bajo la forma de ondas sísmicas, como consecuencia de movimientos geológicos y desplazamientos de las placas tectónicas que componen las capas superiores del planeta.
La mayoría de los sismos son consecuencia de procesos geológicos naturales,
como el movimiento y colisión entre placas tectónicas: las masas de corteza terrestre que flotan en el magma del interior del planeta, y que se mueven muy lentamente generando fricciones entre sí.
Los sismos leves son básicamente inofensivos, pero los de mayor potencia pueden dar un buen susto o, inclusive, hacer daño.
Un sismo intenso y prolongado puede derrumbar edificios, sacudir las calles y
destrozarlas, y hacer que los objetos colapsen sobre nosotros.
Los sismos pueden ser de tres tipos, dependiendo de su origen específico:
Sismos tectónicos: Ocasionados por los movimientos de las placas
tectónicas, dentro de dos subcategorías: sismos interplaca, producto de fricción en zonas de contacto entre dos placas tectónicas; y sismos intraplaca, que tienen lugar lejos de los límites de la placa tectónica.
Sismos volcánicos: Acompañan a las erupciones de los volcanes ya que son
ocasionados por la fractura de las rocas que el magma hirviente calienta a su paso. Suelen ser menores que los tectónicos.
Sismos de colapso: Ocurren por el movimiento mecánico de grandes masas
de roca, como derrumbamientos de cavernas, avalanchas u otros accidentes de alto impacto en la superficie terrestre o en sus capas interiores.
México es un territorio con alto índice de sismicidad, prueba de ello es que
desde julio hasta el 5 de agosto se han registrado 225 sismos con una magnitud mayor o igual a 4, de acuerdo con el catálogo del Servicio Sismológico Nacional. En México han ocurrido sismos más grandes de los que se han vivido en el último siglo, como el de 1985 o 2017.