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Siempre creyó que, tanto la música tradicional de iglesia como la de las danzas
populares, eran una parte viva de la vida americana, por ello, las incluyó en su
repertorio, así como su afán por experimentar partiendo de la tradición europea, pero
sólo como punto de apoyo para después desarrollar sus propias ideas, alejándose así
del sistema de pensamiento europeo; actitud que se generalizó en toda Nueva
Inglaterra. A pesar de sus aptitudes y dedicación, tuvo que abandonar el oficio y
aceptar un puesto de oficinista en un banco para mantener a su familia.
Su hijo, Charles Ives, heredaría y desarrollaría muchos de los precedentes sentados
por su padre. Se dice que Charles escribió la música de su padre. Su primera pieza
fue un canto fúnebre compuesto para el gato Chin Chin de la familia. Con tan solo
trece años, escribiría “Slow March”y “Holiday Quick Step”, ambas piezas reseñadas
favorablemente en la prensa local de Danbury. Influido por su padre y la música de
Mendelssohn, se convertiría en el organista más joven de la primera Iglesia Baptista
de Danbury. Posteriormente, estudiaría en Yale con Horace Parker, músico
conservador, de quien Ives se serviría para aprender los conocimientos musicales
necesarios para emplearlos en aprobar los exámenes de la universidad así como para
tener una sólida base a la hora componer e improvisar en su tiempo libre. Bajo su
tutela compuso sus primeras obras largas: “Primer cuarteto de cuerda” (1896) y la
“Primera Sinfonía” (1898). En 1898, finalmente, se graduó.
Una vez falleció su padre, comenzó a trabajar de organista en la Iglesia Central de la
Universidad de Yale para sobrevivir.
Entre 1898 y 1910 compuso 13 obras orquestales, entre ellas la “Sinfonía No. 2” y la
“No. 3”, 16 obras de cámara, 5 obras para piano como los “23 estudios para piano” y
la “Sonata No. 2”, 4 salmos para coro, la obra “Tres coros domésticos de la cosecha”
y 37 canciones para voz y piano.
En 1912, Ives & Myrick Co. obtuvo grandes beneficios por lo que Ives se mudaría
con Harmony a West Redding, cerca de Danbury, donde se dedicaría a cultivar su
huerto y a componer su música. Sólo asistiría una vez a una interpretación de sus
obras musicales.
Entre 1910 y 1917, antes de que sus problemas de salud le inhabilitasen, escribió diez
obras para orquesta, de las cuales destacan la “Sinfonía No. 4”, “Series orquestales”,
“Cuarteto de cuerda No.2”, “Sonata No.3”, “Sonata para violín No. 4”, “Waltz-
Rondó”, “Sonata No.2 Concord Mass. 1840-1860”, ocho obras para coro y alrededor
de 23 canciones. Otras obras reflejan los temas americanos, a nivel social, político y
económico, a los cuales Ives otorgaba más importancia como, por ejemplo, “Tres
Lugares en Nueva Inglaterra”, “Lincoln, el gran comunero”, “El cuatro de julio”,
“Las masas”, “El cumpleaños de Washington” y “2 de noviembre de 1920.Una
elección”. Esta última canción, perteneciente a la colección de “114 Canciones”, la
utilizaría, ante la derrota del entonces presidente Woodrow Wilson, para negar el
sistema clásico de partidos en el que se concentra todo el poder y proponer un sistema
de legislación federal para el pueblo liberada de la intervención de los partidos. Para
él, la garantía del desarrollo del individuo dentro del orden público así como la
participación del pueblo en las decisiones del país, tales como el derecho a revocar
ciertas leyes, la elección de senadores o la de candidatos a un determinado partido
político; en resumen, lo que denominaríamos democracia directa; era esencial en su
concepción política. En relación a esta cuestión, escribió sus ensayo, “La Mayoría” y
“Los motines antiabolicionistas”, en los que la cuestión de la formulación de una
enmienda constitucional a nivel nacional que permitiera la iniciativa y el referéndum
para todos los estados era lo más importante, o al menos, de los asuntos más
importantes que debían ser presentados ante el Congreso. En ellos también quedaba
plasmada su preferencia por el turnismo. ¿Era “su espléndida visión de la humanidad
una utopía? escribe Swafford. En esta particular empresa, permaneció solo con sus
creencias.
En este punto, dado el amplio contexto del que partimos, hablaremos de la Sonata
Concord, de sus movimientos y de la relación entre la retórica musical y la estética de
Ives con respecto a la filosofía y literatura sobre la que toda su obra reposa.
“A los hombres superiores nada les distingue como el siguiente hecho: saben tanto
en la vida como en el arte, la dirección que toman las cosas… Tratad, cada vez que
veáis una forma, de ver las líneas que han ejercido una influencia en su destino
pasado y que tendrán influencia en su porvenir. Ésas son las líneas fatales. Cuidad
de aprehenderlas, aunque con ello renunciéis a las otras… Yo la llamo verdad vital,
porque esas líneas esenciales son siempre expresión de la historia pasada y de la
acción presente del objeto”.
A pesar del las intensas investigaciones desde los años setenta, la música de Charles
Ives permanece enigmática en múltiples aspectos. Tal y como ha ocurrido siempre,
continúa retando las nociones habituales acerca de qué es realmente la música y qué
debería ser, y se resiste a ser integrada en la comúnmente aceptada historia de la
música. Del mismo modo no se ha llegado a un consenso acerca de cuál sería la meta
ulterior referente a las aspiraciones artísticas de Ives. A pesar de que en sus escritos y
prolijos epílogos a sus composiciones expresó sus intenciones musicales, estéticas y
premisas filosóficas desde las cuales partía y en las que se basaba, no emerge de ellos
una visión de conjunto, global que pueda servirnos de referencia a la hora de
catalogar su obra.
La historia de la recepción de su música es aún más confusa: mientras los europeos
han estado fascinados por el ostensible descuido de Ives, mediante el cual se liberó de
las constricciones estilísticas, los propios americanos mantienen puntos de vista
opuestos acerca del significado de sus logros. Los compositores más relevantes
pertenecientes a la generación inmediatamente posterior a la de Ives criticaron la falta
de elaboración de sus composiciones (como Aaron Copland, Virgil Thomson, y Elliot
Carter) o consideraron su acercamiento a la música demasiado dependiente de los
conceptos formales tradicionales europeos (como hizo John Cage), y por consiguiente
han cuestionado su lugar en el marco de las vanguardias autónomas.
Las incongruencias y paradojas han sido uno de los mayores obstáculos a la hora de
adquirir una comprensión más profunda acerca de la música de Ives y han inspirado
una gran variedad de reacciones académicas e interpretaciones. Una de las
perspectivas propuestas se origina en las circunstancias únicas propias del fin de
siècle en América, en el momento en el que los compositores se enfrentaban al
insuficiente desarrollo del carácter identitario de su país y a la dominante tradición
europea. En contraste con la mayoría de compositores pertenecientes a la generación
predecesora, este desequilibrado autorretrato de la música americana no condujo a
Ives a considerar su creación desde el punto de vista “nacional” o “académico”.
Ives decidió ignorar las barreras entre los estilos “alto” y “bajo” y utilizar materiales
musicales “foráneos” como citas directas e indirectas, préstamos, y alusiones para
conformar su identidad artística y como punto de partida de la creación. La técnica de
utilizar dichos materiales heterogéneos posee una doble función, musical y simbólica,
y subraya dos de las características estilísticas fundamentales de Ives: por una parte,
la integración y disolución de los “materiales foráneos” a través de procedimientos
motívico-temáticos en forma de “juegos o ambigüedades musicales” y por otra, crea
una música “acerca” de la música, o un estilo “acerca” de los estilos. Esta riqueza de
fuentes ,de préstamos musicales y fenómenos, por una parte provee de
coloquialismos a una especie de idea compositiva “anónima”, mientras que por la
otra la conduce hacia un extraño hermetismo y casi incomprensible lenguaje musical
muy personal.
Los “Ensayos ante una sonata”, publicados en 1921, pueden ser considerados el
centro y resumen de las perspectivas de Ives. Los ensayos demuestran la influencia
fundamental de las ideas provenientes de los mundos del Romanticismo y del
trascendentalismo americano, junto a otras conexiones con una clase de literatura más
obscura y fuentes estéticas del siglo XIX y principios del XX. Desde las más
profundas influencias literarias de los “Ensayos ante una sonata”, particularmente
los tempranos románticos ingleses y los trascendentalistas americanos, como han sido
ya extensamente investigadas, debería bastar con mencionar la importante idea de
“potencialidad” tal y como se aplica a la filosofía de Ralph Waldo Emerson. El
mismo Ives alude a este concepto cuando describe a los grandes trascendentalistas
como “invasores de lo desconocido – el más profundo explorador americano de las
inmensidades espirituales”. El modelo organicista que propone una simbólica y
verdadera conexión del arte y la naturaleza, “palabra” y “mundo”, que Emerson -
partiendo de una mala interpretación de la crítica al trascendentalismo de Kant-
desarrolla desde sus tempranos escritos, tiene su origen fundacional en la autonomía
de la mente, el “Yo” absoluto, a través del cual el mundo exterior es entonces
determinado. (Los fenómenos del mundo “exterior” sólo se encuentran disponibles
para la mente y no tienen una entidad probable fuera de esta esfera).
La teoría estética de Emerson -la cual absorbe los impulsos esenciales de la poética
de la imaginación de Samuel Taylor Coleridge y la estilización de la idea del poeta
como vidente de lo absoluto de Percy Byshee Shelley- valora no sólo la forma de la
obra artística sino también las condiciones de creación y recepción de la misma. Se
ha descrito la base de la teoría del arte emersoniana como “la experiencia orgánica
en la cual mente y objeto son funciones”. Esto nos dice que tanto la forma como el
contenido en una obra artística refleja una unidad indisoluble entre “mente” y
“objeto” de aquél que percibe y aquello que es percibido. Toda obra es por tanto -
inclusiva, fluida, orgánica, y- como vago reflejo de la riqueza original de la
naturaleza y variedad de correspondencias- utópica.
No obstante, el concepto orgánico de forma sufre de una contradicción fundamental
entre su ilimitada visión “interna” y la necesidad de una forma “externa”
comprensible. Emerson trata de resolver este problema a través de la creación de
analogías. Describe la forma orgánica como un balance entre el macrocosmos y el
microcosmos, utilizando frecuentemente las figuras retóricas de la metonimia y la
sinécdoque. Este balance describe tanto el proceso de creación artística como el de
percepción estética. En su ensayo “El poeta” Emerson concibe la imaginación
artística como una especie de catalizador de las corrientes incesantes de la
percepción: “Pero la cualidad de la imaginación es fluir y no helarse. El poeta no se
detiene ante el color ni ante la forma, sino que interpreta su significado; tampoco
puede descansar en este significado, sino que hace a los mismos objetos exponentes
de su nuevo pensamiento. Aquí está la diferencia entre el poeta y el místico. El último
une un símbolo a un sentido, pero que pronto se vuelve viejo y falso, pues todos los
símbolos son fungibles, todo idioma es vehicular y transitorio.” En ensayos
posteriores (como “Poesía e imaginación” y “El método de la Naturaleza”) Emerson
generaliza y mistifica esta teoría hasta el alcance de conceder a todo ser humano la
cualidad del potencial artístico: el individuo se convierte en el “recipiente” que se
funde, en un estado extático, con las corrientes divinas de la percepción: “La salud y
grandeza del hombre consisten en ser el canal a través del cual el cielo fluye hacia la
tierra, en pocas palabras, en la plenitud en la que un estado extático se adueña del
mismo. Es lamentable ser artista cuando a través de la paciencia de ser artistas
podríamos ser recipientes repletos de excedentes divinos, enriquecidos por la
circulación de la omnisciencia y la omnipresencia”. (Conviene mencionar aquí el
concepto de actitud artística “intencional”, dirigido a mantener la verdadera
inspiración. El concepto de John Cage del arte “no intencional” refleja esta idea y
podríamos preguntarnos si ésta podría ser verdadera en la crítica de Ives acerca de la
deformación profesional y su renuncia a la carrera como compositor).
Por esta razón, la teoría del arte de Emerson es también bi-polar: el carácter fluido y
transitorio de la obra de arte preserva la transición desde la percepción difusa hasta
llegar a la forma en su estado primegenio y se actualiza en el receptor. En un acto
compensatorio, el espectador debe liberarse de la recepción pasiva, mientras que el
artista, por otro lado, debe sumergirse en la pasividad para alcanzar un estado donde
la inspiración pueda ser posible. Por consiguiente, no supone una sorpresa que el
concepto de “reposo” juegue un importante papel en la estética emersoniana, donde
se refleja su intenso involucramiento con el budismo. El “reposo” de Emerson
elimina la “mente absoluta”, reintegrando la unidad original entre sujeto y objeto. La
imaginación de esta unidad representa la meta culminante del artista trascendental.
Esta forma de “pasividad” estética está relacionada con la actitud fundamental
trascendentalista del eclecticismo: no se focaliza tanto la atención en la originalidad
de las ideas propias, sino en la habilidad individual de absorber y amalgamar aquellas
ideas de otros. En este contexto debemos comprender la gran cantidad de citas
utilizadas por Ives y Emerson como acto de pasividad estética, una abierta
disposición a ser influidos, la cual, posteriormente, también será distintiva en la
estética de John Cage.
Sin embargo, ya que Ives trata de evitar cualquier estilización o meditación estética,
el homenaje no cierra el aura conectada con un opus semejante de Beethoven. Más
bien, permanece en una zona indefinida de un moderno “trabajo en progreso”. Y las
elecciones de Ives con respecto a la ortografía y notación intensifican este ocaso,
abandonando el carácter de sonata en un ambiguo nacimiento entre un discurso
sonoro “oral” (Klangrede) y un opus perfecto “escrito”.
No es por tanto sorprendente que el uso de citas en la “Sonata Concord” generen una
ambigüedad inherente y oscurezcan las asignaciones simbólicas o la claridad de la
música. Su intervalo central, la tercera descendente, es una alusión a la Quinta
Sinfonía de Beethoven y al “Canto misionero”, pero al mismo tiempo a ninguna de
ellas. Esta alusión nos lleva a un ciclo hermenéutico de referencias, apelando a varias
formas de percepción que simultáneamente permiten múltiples interpretaciones. El
procedimiento de Ives de superposición de perspectivas (no confundir con el término
“collage”, en el sentido de montaje surrealista y deconstrucción del significado) por
tanto se anticipa al concepto vanguardista de un arte “impuro” y no polarizado. En
referencia a las pinturas de Jasper Jones, John Cage describió este principio como
factor decisivo en el ámbito de la vanguardia y en la estética de la percepción sin
jerarquías.
Desde este punto de vista, también podemos comprender esa necesidad irremisible de
Ives de revisar sus trabajos. La fragmentación y el carácter no concluyente de sus
obras no sólo puede aplicarse a la “Sinfonía del Universo”, obra que delimita el
punto extremo de las aspiraciones compositivas de Ives, sino a todo su programa
visto como un “paisaje cósmico” y a través de la elección de un “catálogo” particular
de sonidos y estructuras temporales que funcionan como pilar de su obra. Podemos
encontrar en la “Sonata Concord” condiciones similares, cuyos múltiples estratos y
versiones crean una especie de “cantera” de ideas musicales, y las diversas variantes
de los movimientos de la“Comedia”.
Ives esboza con este reservorio de ideas, ya expuesto desde 1980, unos modos y
temáticas flexibles en permanente proceso de transformación. Esta práctica refleja sus
métodos de trabajo, los cuales son una reminiscencia del uso de las “hojas de notas”
de James Joyce para el “Ulises”. Primero recopila y registra fuentes acústicas y otros
materiales (las citas que parafraseará); después, las asigna a una obra específica. Su
desarrollo compositivo se caracteriza por la amalgama y constante refinamiento de
los distintos préstamos y su integración en contextos simbólicos y programáticos más
amplios.
Por otro lado, Ives rehúsa abandonar el proceso de recopilación. Hacerlo hubiera
significado una contradicción de la naturaleza de la imaginación artística; una
negación de la experiencia del juego en favor de la obra invariable. Ives mismo
confirma este punto de vista: “De hecho, tan pronto como la música es plasmada en
el papel, pierde algo de su derecho natural de nacimiento”. Abunda en estas ideas en
los comentarios reveladores acerca del movimiento “Emerson” de la “Sonata
Concord”, no sólo dando fe del papel clave de este movimiento en su música, sino
también resaltando las ideas de mutabilidad, crecimiento orgánico, finales abiertos y
potencialidad en igualdad de condiciones: “Ésta es, hasta donde puedo llegar, la
única pieza la cual, cada vez que la toco o vuelvo a ella, parece siempre inacabada…
Algunos de los pasajes ahora tocados no han sido escritos por completo...y no sé si
debería escribirlos, pues podría restarle el placer diario que supone tocar esta
música y verla crecer al mismo tiempo, sintiendo que aún no está terminada.”
Esta preferencia por el boceto y lo inconluso por encima de cualquier forma musical
definida y estable, representa un problema irresoluble para el editor de la obra de
Ives, pero se corresponde con la importancia que John Ruskin le concede al boceto
como forma “metafísica” de arte y, por tanto, la verdadera medida de profundizar en
la imaginación artística.
Desde el punto de vista retórico, se puede interpretar de manera más adecuada como
un texto “abierto” que como una “forma” cerrada. Este texto, a su vez subdividido en
varias “unidades textuales” que se corresponden con hilos temáticos individuales,,
abre un vasto panorama de estilos, formas de percepción, y por consiguiente,
actitudes compositivas. Está técnicamente organizada por el intrincado principio de
metamorfosis el cual genera “juegos de palabras”, los cuales aparecen en la “melodía
de la fe humana”.
Uno de los grandes logros musicales de Ives fue adelantarse a los modelos existentes
y estipulados por los cánones estéticos. Aspiraba no sólo a transformar dichos
modelos establecidos, sino a imaginar una forma holística de percepción que reflejase
la manera “natural” que el hombre tiene de percibir las cosas y las fuerzas de
distorsión que existen en los sueños. No trata de romper con la percepción natural,
como es el propósito del collage, pues la forma de Ives se mantiene íntegra en el
sentido de la estética organicista de Emerson, y por ello valora la unidad en la
percepción y la experiencia. Para Emerson e Ives, la fragmentación implica un
“todavía no” de la obra de arte, pero nunca el “no más” de los filósofos europeos y
teorías del arte de Nietzsche y Adorno. Los principios de conexión de Ives tienen
poco en común con los modelos formales de “comprensión” valorados por la mayoría
de compositores europeos desde el periodo clásico, incluyendo a Brahms,
Schoenberg, Webern, Hindemith, y Stravinsky. Si queremos encontrar un alma
análoga o, al menos, un espíritu similar al de Charles Ives, podemos remitirnos a ese
Joyce que una vez describió los parámetros de su técnica literaria:“Tengo ya las
palabras. Lo que estoy buscando es su orden perfecto dentro de la frase.”o en
resumidas cuentas, dicho por el mismo Ives en “Ensayos ante una sonata”: “En todo
caso estamos dispuestos a ser arbitrarios hasta el punto de afirmar, sin emitir un
juicio definitivo, que la substancia puede ser expresada en la música, y que es lo
único valioso que hay en ella, así como en dos piezas distintas de música en que las
notas son casi idénticas, (en Joyce, las palabras también pueden ser idénticas a las de
otros autores), una puede serlo a la “substancia”con poco “estilo” y la otra puede
serlo al “estilo” con poca “substancia”. La “substancia” está relacionada con el
carácter, pero el “estilo” no. La “substancia” proviene de algún lugar cercano al
alma, mientras que el “estilo” proviene de Dios sabe dónde”.