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LLEVANDO FRUTO PARA SU GLORIA

JUAN 15:5
Según los expertos existen varias razones por las cuales una
planta o un árbol que debiera dar fruto no lo produce. Entre
esas razones se hallan:

1. El clima, el cual debe ser el propicio para la especie plantada.


2. Los nutrientes, quizás la calidad del suelo no sea la óptima.
3. El agua, esta no puede ser escasa, pero tampoco deber ser
más de la que la planta necesita.
4. La polinización, tal vez ignores que algunas plantas llegan a
ser estériles porque su polen no logra realizar la fecundación.
Y habrá más razones por las cuales un árbol que debiera
llevar fruto no lo haga.

El fruto en la vida del discípulo

La palabra «fruto» aparece ocho veces en solo cinco


versículos del capítulo 15 del evangelio de Juan, y en todas
ellas se usa o asocia a la buena salud o vitalidad que goza la
rama que permanece unida al árbol (15: 2, 4, 5, 8 y 16). En el
Nuevo Testamento «fruto» aparece más de sesenta veces.

I. El fruto como resultado natural de estar unido a la vid


(vers. 4 y 5).
Por lo que Jesús expresó a sus discípulos cuando se refirió a
la parábola de la vid, deja claro que el fruto no es el resultado
de nuestro esfuerzo, talento o habilidades, sino que es el
resultado natural de estar injertados en él, la fuente de vida y
poder.
Solo puede llevar fruto el pámpano que está verdaderamente
unido a la vid, ya que la savia del tronco principal fluye por la
rama injertada.

Ellen White afirma: «Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro


gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con
Cristo. Sólo estando en comunión con él diariamente y
permaneciendo en él cada hora es como hemos de crecer en
la gracia» (CC, pág. 69).

II. El fruto es para gloria del Padre (vers. 8).


¿Hojas o frutos? El sarmiento o rama no puede estar
orgulloso de llevar fruto, pues su fructificación es el resultado
de estar conectado a la corriente vital, por ello el Padre es
glorificado cuando ve en el creyente el fruto del Espíritu
Santo, así como Jesús en todo glorificó al Padre (Juan 17: 1-
11). «Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto» (Juan 15:
8). El Salvador no invita a los discípulos a trabajar para llevar
fruto. Les dice que permanezcan en él «… Por la Palabra es
como Cristo mora en sus seguidores» (DTG, pág. 631).

«Cuando los profesos cristianos hacen ostentación de sus


hojas de profesión delante de los ojos de otros, no hay
verdadero fruto para la gloria de Dios» (AFC, pág. 134).

Muchos viven una vida cristiana de apariencia, dan mucha


importancia a la expresión externa de su fe (comida, vestido,
participación en programas, etc.), pero su vida no está
escondida con Dios en Cristo (Colosenses 3: 1-3). Así buscan
su propia gloria y no la del Padre.

III. El fruto llega a ser una prueba de autenticidad (vers.


8).
Jesús, a este respecto, dijo: «Por sus frutos los conoceréis»
(Mat. 7: 20).

Si los pámpanos no llevan frutos son pámpanos falsos. «Su


separación de Cristo entraña una ruina tan completa como la
representada por el sarmiento muerto» (DTG, pág. 630). Solo
servirá tal pámpano infructífero para ser cortado y echado al
fuego.

«La vida de la vid se manifestará en el fragante fruto de los


sarmientos […] los frutos del Espíritu se verán en nuestra
vida; no faltará uno solo» (DTG, pág. 630). De su interior,
«brotarán ríos de agua viva» (Juan 7: 38), «… dentro de él
ese agua se convertirá en un manantial del que brotará vida
eterna» (Juan 4: 14).

Jamás un pámpano podrá ser infructífero si está injertado; si


permanece unido a la vid, su fruto será permanente y será
una bendición para todos aquellos con quienes se cruce en el
día a día.

El fruto que debe llevar el discípulo

Cuando leo el llamamiento a llevar fruto viene a mi mente la


pregunta ¿qué clase de fruto estamos llamados a llevar?, ya
que la palabra fruto, fruto, fruto, resuena como un imperativo
ineludible.

Mi pensamiento me lleva a tres frutos básicos en la vida de


todo discípulo:

I. El fruto del Espíritu Santo.


«En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz,
paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio
propio. No hay ley que condene estas cosas» (Gál. 5: 22-23).

Quien revele en su vida estas cualidades sin duda lleva un


fruto que glorifica al Padre.

«La vida de Cristo en vosotros produce los mismos frutos que


en él […] lleváis fruto según la semejanza de Cristo» (DTG,
pág. 631).

II. Fruto de servicio.


«Quien quiera servirme debe seguirme; y donde yo esté, allí
también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo
honrará» (Juan 12: 26).

Un discípulo sigue a su Maestro y hace las obras de su


Maestro. Él mismo declaró: «El Hijo del hombre no vino para
que le sirvan, sino para servir» (Mat. 20: 28).

Una vida de servicio a Dios, a su iglesia y al prójimo, es la


evidencia de un cristiano que lleva fruto y glorifica así al
Padre. «El estar en Cristo significa recibir constantemente de
su Espíritu, una vida de entrega sin reservas a su servicio»
(DTG, pág. 630).

III. Fruto de almas.


«Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones» (Mat.
28: 19).

El sabio Salomón declara: «El fruto del justo es árbol de vida;


y el que gana almas es sabio» (Prov. 11:30, RVR1960). El
discípulo que ha experimentado el perdón de sus pecados,
que permanece en comunión con su Salvador, no puede
estar quieto sin aprovechar toda oportunidad para testificar de
la salvación en Jesucristo. Como Jesús declaró en dos
ocasiones refiriéndose a quien ha bebido del agua de vida,
quien ha permitido que la savia divina fluya por su alma, «el
que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed
jamás, sino que dentro de él ese agua se convertirá en un
manantial del que brotará vida eterna» (Juan 4: 14, 7: 38).
Has recibido de gracia, da generosamente de gracia (Mat. 10:
8).

El fruto no es una opción para el discípulo


Quizás, para el árbol de mi historia, llevar fruto sea una
opción, pero para el discípulo es una evidencia necesaria, no
es una opción en ningún caso, es un resultado natural.

I. Llamados para llevar fruto.

«Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto, mostrando así


que sois mis discípulos» (Juan 15: 8).

No habla de un fruto accidental, sino de «mucho fruto». Jesús


declaró: «Es abundante la cosecha, pero son pocos los
obreros. Pedidle, por tanto, al Señor de la cosecha que
mande obreros a su campo» (Luc. 10: 2).

Necesitamos ver los campos blancos, no podemos ni


debemos seguir encerrados en nuestras iglesias, si nuestro
evangelio no es un evangelio práctico, si no alumbramos en
la oscuridad del mundo y nos tomamos
en serio ser la sal y la luz del mundo, el fruto de las almas no
se verá en nuestras iglesias.

«Recibiréis poder y seréis mis testigos tanto en Jerusalén


como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la
tierra» (Hech. 1: 8). Necesitamos ese poder que nos capacita
y para ello debemos permaner en Él.

II. El fruto como característica del discípulo.


El fruto no es algo casual que no deba esperarse, sino todo lo
contrario, fuimos llamados para llevar fruto y que ese fruto
permanezca (Juan 15: 16).

Jesús dijo: «[…] si dais mucho fruto» (vers. 8). Un verdadero


discípulo se multiplica, testifica de lo que ha ocurrido en su
vida, la savia vital ha transformado su vida y no lo puede
callar.

«Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que


hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos
contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto os
anunciamos […]. Y nuestra comunión es con el Padre y con
su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1: 1-3).

III. Satanás quiere impedir el fruto.


Él está interesado en que seamos improductivos y no
glorifiquemos a nuestro Padre, «Satanás se esfuerza
constantemente por mantener la atención apartada del
Salvador, a fin de impedir la unión y la comunión del alma con
Cristo» (CC, pág. 71).
Solo existe una vía para que como creyentes llevemos fruto,
la permanencia en Cristo; separados de él, nada bueno
puede ocurrir, (Juan 15: 5). Por el contrario, si no
permanecemos unidos, injertados, ligados a la vid, lo único
que haremos será desparramar (Mat. 12: 30), por muy
buenas que puedan ser nuestras intenciones.

Ellen White menciona cuatro armas utilizadas por el enemigo


para separarnos del Señor y así impedirnos la fructificación
(ver CC, pág. 71).

1. Los placeres de este mundo.


2. Los cuidados y perplejidades de esta vida.
3. Nuestras propias faltas e imperfecciones.
4. Las faltas ajenas.
Conclusión
Solo hay dos opciones. No existe una zona neutral. La
cuestión está en someternos a Cristo y dejar que sus cuerdas
de amor nos atraigan y nos aten (Ose. 11: 4), permanecer en
él para llevar mucho fruto y que el Padre sea glorificado.

Así, la tormenta no puede arrancar el sarmiento. Las heladas


no pueden destruir sus propiedades vitales. Nada es capaz
de separarlo de la vid.

De otro modo, nos convertimos en pámpanos secos, sin vida


y sin fruto.

Si el pámpano está unido superficialmente a la vid, falta la


conexión vital. Entonces no habrá ni crecimiento ni fruto.
Puede existir una relación aparente. como asistir a la iglesia,
participar en una actividad, ser miembro del coro, u ostentar
un cargo importante, pero no habrá frutos, no se verá el
carácter de Cristo en nuestras vidas.

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